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LA PALANCA # 13 OTONO 2009

La Palanca 13

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Arte: Agustín González. Textos: Juan Villoro, Diego José, Andrea Fuentes, Rubén Morales Lara y Agustín González, Ilallalí Hernández Rodríguez, Alfonso Macedo, Mario Islasáinz.

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  • 1 LA PALANCA # 13 OTONO 2009

  • 2

  • 3Presentacin:

    ndice:

    5. Juan Villoro, Llamadas de msterdam. 12. Diego Jos, Fabular en la tormenta.

    16. Andrea Fuentes, Poemas.18. Rubn Morales Lara y Agustn Gonzlez, Cuidado con los monos.

    24. Ilallal Hernndez Rodrguez, Serie del hospital de alienados. 26. Alfonso Macedo, La irona de un excntrico35. Mario Islasinz, El convertidor de sueos.

    # 13 OTONO 2009LA PALANCA

    El tiempo de la literatura es distinto al acontecer cotidiano, incluso cuando la narracin logra adherirse al vrtigo del instante, como en Ulysses, ella misma deviene reflexin actualizante, es decir, que se renueva y fluye en la continuidad de la percepcin; quiz el mpetu de la palabra intente conjurar la temporalidad, eso que seala Elizondo, a propsito de Joyce: la experiencia actual de la vida, el recuerdo mismo es una vivencia actual, un acontecimiento que se desarrolla en ese eterno presente que es la vida. Por otra parte, la narrativa se apropia de la vivencia, inventndola en la memoria para plantarse frente al olvido: la recuperacin de la experiencia a partir de la percepcin que el recuerdo tiene de sta. Entonces, cobra sentido la idea de construir el relato de nuestros tiempos, ya sea desde la tajante certeza del presente o desde nuestros inciertos pasados, despus de todo se trata de reproducir un sentir que slo el lenguaje puede concebir.

    Para esta sesin de La palanca, invitamos, por una parte, a Juan Villoro, quien acept con la generosidad que brinda la autntica calidez humana; y por otra, al artista plstico Agustn Gonzlez. Compartimos con nuestros lectores el inicio de Llamadas de msterdam, novela que Villoro public este ao en Almada, en la que construye la historia de un anhelo amoroso dentro de una tensin latente, as como una gratsima conversacin que da cuenta de su experiencia literaria. Y como la imagen tambin puede narrar, el arte de Agustn Gonzlez nos sugiere una lectura dinmica de su nuevas propuestas.

    Este nmero 13 se pliega hacia la prosa, con un cuento de Ilallal Hernndez y una detallada revisin que Alfonso Macedo hace del Diario argentino de Gombrowicz. La poesa corresponde a Andrea Fuentes, y el ltimo corte de esta ldica sesin literaria corre a cargo de Mario Islasinz, quien nos platica el origen, la intencin y el entusiasmo detrs de la coleccin de poesa El celta miserable.

    A nuestros lectores les deseamos una placentera estancia en el nmero otoal de LA PALANCA...

  • 4Consejo de colaboradores:Geney Beltrn Flix

    Jair Corts Daniel FragosoDavid MaawadJoan M. Puig

    Alberto Tovaln

    Agradecemos profundamente el apoyo y entusiasmo para la realizacin de este proyecto:

    Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de HidalgoLourdes PargaSergio Aranda

    Trico PachucaPedro Liedo

    Jaime Lavaniegos

    Tecnolgico de Monterrey Campus HidalgoClaudia GallegosArturo Alvarado

    Instituto Hidalguense de la JuventudPalmira VeneroDaniela Mndez

    LA PALANCA se termin de imprimir en noviembre de 2009 en los talleres de Offset Santiago, Rio San Joaqun, 436, Col. Ampliacin Granada, Mxico D.F.

    Para su composicin se utilizaron tipos de la familia Century Schoolbook. La tipografa y el logotipo de LA PALANCA son BD PLAKATBAU

    del Buro Destruct: www.typedifferent.com

    Para consultar las referencias de nuestros colaboradores y otros contenidos:

    LA PALANCA en lnea: www.lapalancax.blogspot.comEl contenido de los artculos y el arte es responsabilidad de sus autores.

    Todos los registros en trmite.

    Para ms informacin sobre la obra de Agustn Gonzlez:

    [email protected]

    www.arronizartecontemporaneo.comwww.ferenbalm-gurbruestation.de

    Las fotografas de la obra de Agustn Gonzlez son cortesa de Andrea Martnez.

    Portada: Agustn gonzlez, Sputnik, mixta / papel.Fondo pg. 2: Agustn gonzlez, Seales II, lpiz / papel.

    LA PALANCAEdicin: Diego Jos. Arte y diseo: Pablo Mayans.

    Escuela Inglesa de Pachuca A.C.Lillian Pratt de HoskingRoberto Hosking Pratt

    Hotel EmilyRosy Jurez

    Roxana Vargas

    Santa Clara

    Offset SantiagoSamuel Sadovitch

  • 5Llamadas de msterdam (fragmento)

    Juan Villoro

    Juan Jess coloc la tarjeta en el telfono y

    marc el nmero de Nuria. Escuch su voz

    en la contestadora, el tono fresco y optimista

    con que la conoci, aunque en el fondo slo

    conocemos optimistas. Quin anuncia sus miserias desde el primer encuentro? No dej

    mensaje.

    Record los das en que ella perdonaba

    sus retrasos picos, sus olvidos (las llaves dentro del auto, el paraguas en la fiesta de

    ayer), su cartera sin billetes ni tarjetas de

    crdito en el restorn agradable pero algo

    pretencioso, escogido por l para halagarla. Nuria mitig el nerviosismo con su disposi-cin a ignorar los desastres menores creados por Juan Jess, a sentirse bien en la prime-

    ra o la ltima fila del cine. Tal vez se dej

    llevar por las esperanzas del principio y las

    imprecisas virtudes atribuibles a un desco-nocido, o tal vez advirti sus altibajos desde

    entonces y decidi ignorarlos.

    A la distancia, le gustaba suponer que l

    hizo todo para fracasar rpido, como si anti-

    cipara futuros daos con un sagaz instinto.

    Nuria lo quera con misteriosa aquiescencia,

    como si lo amara a pesar de algo; acept su silueta descompuesta y empapada en su de-

    partamento de La Condesa como la magn-

    nima capitulacin del bienestar ante el des-orden. A l le pareci un milagro estar ah,

    escogido por el azar, del mismo modo en que

    diez aos despus odiaba ser aceptado por ella. Diez aos, demasiados para una pareja

    sin hijos ni un proyecto de colonizacin en

    tierras vrgenes.Cuando se separaron, Nuria desapare-

    ci de su rbita. Se fue a Nueva York como

    abducida por extraterrestres. En siete aos

    no supo nada de ella. A veces, la soaba en

    naves espaciales que parecan casas de la

    colonia Roma, con fachada de los aos trein-ta, protegida por una reja de lanzas, y donde

    alguien abusaba de ella en una habitacin mal iluminada; una criatura con muchos de-dos anillados untaba ungento color arcilla en los senos de su ex mujer. Cuando vivan

    juntos, estas fantasas le ayudaban a hacer

    el amor en cualquier sitio que no fuera la

    cama; ahora resultaban absurdas al modo de una envejecida pelcula de ciencia ficcin:

    cun ingenua era la mente que imagin esos

    aparatos para el porvenir.Nuria desapareci, engullida por una

    zona ingrvida, y l se vio obligado a recono-

    cer que los amigos comunes podan dedicar-

    se a otra cosa que mantener un vnculo con-

    jetural y venenoso entre los amantes sepa-

    rados. No lo abrumaron con la posteridad de Nuria en Nueva York. La discrecin era tan

    marcada que le bastaba beber una ginebra

    o inhalar una raya de coca para sospechar

    que deseaban evitarle la humillacin de co-

    nocer los triunfos de su ex mujer. Hay vidas

    que se estructuran como la trayectoria de un

    actor de gnero, un solo papel perfeccionado hasta el infinito. Nuria Benavides slo era

    concebible al margen del dolor y el fracaso o,

    eventualmente, aceptando a los dems como

    su dolor y su fracaso.

    Cuando vivan juntos y ella se hizo cargo

    de un conglomerado de revistas femeninas, le ofreci a Juan Jess retirarlo de su traba-

    jo en la imprenta. Los dos saban que para l

    el diseo grfico significaba un medio para

    un fin; su meta estaba en los leos acuchi-

    llados que guardaba en el cuarto de azotea,

  • 6la serie de vandalismo expresionista que re-

    flejaba tan bien el miedo de vivir en la ciu-

    dad, o lo reflejara cuando acabara aquellos

    cuadros cautivos en la azotea. l se neg. El

    departamento era de Nuria, su suegro les haba regalado un equipo de sonido con ms

    funciones de las que podan descifrar, casi

    todos los muebles provenan de la poca an-tediluviana en que ella administr una tien-

    da polinesia. Me pagas cuando expongas en

    el Guggenheim, le dijo ella con una confian-

    za horrorosa. No hubo irona ni solemnidad

    en la frase. Nuria crea que eso era posible.

    Juan Jess no poda aceptar un trato que

    incluyera expectativas que tal vez iba a trai-

    cionar. Se vea como un piloto en la niebla, carismtico y mojado, con una chamarra

    tipo Indiana Jones, dispuesto a arriesgar-

    se pero no a garantizar su horizonte. Salvo

    uno, sus contactos con la crtica haban sido deprimentes. Sola exponer en esas galeras que saben aliarse al secreto y se ubican en

    una calle doblada hacia un panten o en el ltimo patio de un centro cultural. No espe-raba mucho de la crtica. Una noche vio una entrevista en televisin con un clebre pt-cher de bisbol, un hombre ansioso de tener oponentes, que se mentalizaba al subir al

    montculo para lanzar bolas inesperadas, y

    se sinti capaz de enfrentar rivales armados

    con un bat. El secreto estaba en restarles importancia, en tratarlos como impostores. La respuesta ante la originalidad siempre carece de sentido. No poda entregar su des-tino a los anhelos y las frustraciones de los

    otros. Saba de sobra que nada se reparte

    tan bien como la envidia y que hay quienes

    viven para criticar los errores que no se atre-

    ven a cometer. Aun as, le doli el aire de

    suficiencia de un crtico que lo descart sin

    rebajarse a argumentar. Otro cuestion su

    no muy clara relacin con la raz del hom-

    bre. El ms imaginativo lo llam Chucho

    el Rothko por confundir la influencia con el

    hurto. El futuro de Juan Jos luca brumoso.

    No haba nada seguro en un mundo que de-

    penda de veleidades ajenas y donde acaso

    no hubiera coleccionistas de leos concluidos con navajas.

    En alguna de las terapias a las que se

    someti despus de la ruptura, lleg a pen-sar que Nuria lo haba invitado al abismo;

    su generosa propuesta de mantener al genio poda ser un magnfico pretexto para incri-

    minarlo despus. Lo cierto es que pensaba

    demasiado en su ex mujer, inventaba a dia-

    rio motivos para las decisiones que ella tom

    por l, buscaba claves en su rostro, anuncios de lo que ya haba hecho pero adquira otro

    peso ahora que entraba en su memoria: Nu-

    ria abra una puerta y permita que l la

    viera como no lo hizo aos atrs, anunciaba

    algo que Juan Jess no supo descifrar en-

    tonces.En siete aos, l no haba vivido con na-

    die ms. Sus relaciones iban de la fase no

    te abres al momento en que contaba algo

    de Nuria; el rostro de su interlocutora se ilu-minaba con repentino inters; luego venan preguntas detallistas, ansiosas, que rara vez

    consegua esquivar y lo ponan en psima si-

    tuacin, por ms que deseara parecer banal,

    indiferente, apagado. El fantasma de Nuria se sobrepona a la figura que tena enfrente,

    insulsa, misteriosamente irreal. El proble-ma slo poda agravarse con el tiempo; Juan

    Jess evocaba a una mujer que slo en parte

    existi con l, la perfeccionaba en su imagi-nacin para hacerse el mayor dao posible.

    Con todo, hubo un tiempo, diez aos ya

    espectrales, en que vivieron juntos. Su mo-

    mento decisivo, la condensacin de la que

    le hablaron al menos dos terapeutas, tena un solo nombre, msterdam. Juan Jos ob-

    tuvo una beca para mirar la luz que entraba

    por las ventanas de Vermeer. Se vio en bici-

    cleta, con una bolsa de red en el manubrio para llevar pan o quesos o pinturas. Nada

    le hubiera molestado ms en Mxico que an-

    dar en bicicleta y llevar el pan colgado del

  • 7Ag

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    l.manubrio, pero msterdam estaba para eso, para vivir de otro modo y hacer estimulan-

    tes las molestias. Nuria acept el plan con sencilla felicidad. Renunci a su trabajo sin

    alardes ni reproches ni gestos concesivos, compr guas de los Pases Bajos, descubri

    a un novelista policiaco que narraba estu-

    pendos asesinatos en los muelles de Rotter-dam, consigui una agenda para su vida fu-tura con un Mondrian en la portada.

    Empacaron sus adornos, muebles y libros

    favoritos y los mandaron por barco a esa tie-

    rra donde le ganaran terreno al mar.Despus de varias reuniones de despe-

    dida en las que alguien aconsejaba conocer

    San Petersburgo y en el entusiasmo de la

    noche sonaba no slo lgico sino necesario ir a Holanda para conocer las noches blancas de Dostoyevski, Nuria fue a ver a su padre y

    regres descompuesta.No me vas a preguntar nada? habl

    como si llevaran una eternidad en silencio y

    l ya hubiera acabado de descorchar la bote-

    lla que tena en las manos.

    Qu te pasa? pregunt, en forma maquinal.

    El padre de Nuria tena leucemia. Se lo acababan de descubrir. l quiso ocultar su

    enfermedad, pero la madre decidi enterar a las hijas.

    Las lluvias haban llegado a la ciudad y un

    torrente negro lama las ventanas, como una concrecin del nimo en ese departamento

    sin adornos. Juan Jess acarici a Nuria. Le

    pareci ms hermosa y lejana que nunca. La

    oy llorar durante dos, tres horas. No saba

    que se pudiera llorar tanto. Al cabo de varias

    tazas de t que dej intactas, Nuria dijo:

    No lo voy a volver a ver.

    Juan Jess supo lo que tena que hacer.

    Era su turno.Cancel el viaje con la misma sencillez con

    que ella lo acept. Fueron sus mejores das

    juntos. Nuria irradiaba una dicha absoluta

  • 8entre los estantes donde las cosas favoritas haban desaparecido. Tardaron en comuni-

    car su cancelacin a los amigos y pasaron se-

    manas sin citas, dignas de su agenda vaca, con el Mondrian en la portada. Las moles-

    tias locales se volvieron tan sugerentes como las que anhelaban en msterdam; misterio-

    samente, estaban de regreso. Les gustaba hablar a Holanda para preguntar por sus cosas y averiguar la ruta por la que volve-

    ran. Su nica ocupacin era Felipe, el padre de Nuria. Tenan que estar con l, apoyar-

    lo como pudieran. En esos das de mudanza

    inmvil, Juan Jess propuso tener un hijo.

    Nuria se frot la ceja donde supervisaba sus

    problemas. Tard en contestar. No descarta-

    ba nada pero an deba probarse cosas a s misma y, sobre todo, deba velar por su pa-

    dre; sus reservas emocionales se consuman en esa enfermedad; tal vez despus, claro

    que s, no creas que no.

    Felipe Benavides haba sido senador de

    la repblica por el PRI, un hombre de cui-dada oratoria, con ciertos excesos de voca-bulario (deca justipreciar, haba colocado

    un balcn circundante en su biblioteca slo para referirse al ambulatorio, opinaba que

    el tequila reposado era ms spido). Orlo

    era como verle los zapatos, lustrados por un

    bolero que pasaba a diario por su casa. Juan

    Jess tena una estupenda mala relacin con

    l. Felipe Benavides procuraba por todos los

    medios que su voluntad se confundiera con

    los deseos de los dems. Organizaba viajes,

    comidas, idas al teatro, como si obedeciera los caprichos de una grey exigente. Lo favo-

    reca el hecho de tener cuatro hijas semihis-

    tricas entre las que interceda con tcticas

    de tahr. Nuria era la quinta. Creci un poco

    a destiempo, relegada de la pandilla inquie-

    ta, ruidosa, competitiva. Sus hermanas vi-van para medirse entre s y disputar por la

    predileccin del senador.A los 67 aos, Felipe Benavides preserva-

    ba su abundante cabellera en un esmerado

    tono caoba. Al tercer tequila, sus ojos adqui-

    ran el brillo lapislzuli que hizo leyenda en

    la Facultad de Derecho. La prctica de la

    abogaca le haba dejado contactos de hierro

    para asegurarse puestos ms o menos polti-

    cos y un sinfn de ancdotas escabrosas para

    amenizar reuniones. Aunque lo que contaba

    era siempre venal, ruin, miserable, su voz

    de locutor de los aos cuarenta y sus fanta-

    siosos adjetivos daban una confusa dignidad

    a las historias del hampa, el latrocinio, los stanos de la justicia. Haba conquistado a

    ms de una mujer con sus patricias descrip-

    ciones del mal; quien lo escuchaba se senta

    misteriosamente protegido por sus palabras, en un crculo cmplice; el senador hablaba con la pericia del sobreviviente, de quien

    sabe que los modos raros son los verdaderos.

    Aquel abogado sin deseos de litigar trabaj

    a fondo en las sobremesas y urdi una red

    de solidaridades que lo llev al escao que

    reclamaba su apostura fsica: exista para

    aparentar a un senador.Pero en nada invirti tanta energa como

    en lograr la irrestricta adoracin de sus hi-jas. Logr transformar a su mujer en una

    sombra conveniente, algo ms que una cria-

    da, algo menos que una ta que estuviera de

    visita. La gentica respondi con fantica

    lealtad a sus deseos. Las cinco tenan su son-risa avasallante. Un hijo (que juraba haber

    deseado) hubiera arruinado su neurtico ha-rem. La primera vez que Juan Jess vio a

    Nuria junto a su padre conoci los alcances

    de la idolatra: se anticipaba al complejo c-

    digo de seales del senador con una ternura hipertensa.

    Cmo te cay? le pregunt ella des-

    pus del primer encuentro.Se pinta el pelo, verdad?As sell su estupenda mala relacin con

    el suegro. Felipe Benavides era un benefac-

    tor egosta; se las arreglaba para ayudarlos

    en pos de fines que tarde o temprano lle-

    garan. Nuria lo adoraba con una entereza

  • 9 envidiable que trataba en vano de ocultar.

    Obviamente, todo podra haber sido peor. Juan Jess se resign a disfrutar las bulli-

    ciosas reuniones en casa de sus suegros.En algn momento se pregunt si habran

    cancelado el viaje en caso de que la madre

    enfermara. La suposicin era absurda; aque-

    lla mujer estaba hecha para extinguirse en

    forma fulminante, sin dar molestias. En cambio, su suegro se entreg a un trnsito

    despacioso, sin muchos sntomas aparentes, que acerc a sus cinco hijas y renov sus po-

    sibilidades de disputa. Una confiaba en los

    hospitales de Houston, otra estaba casada con un cardilogo que odiaba al inmunlo-

    go de Benavides, la tercera recomendaba

    curaciones con planchas de bronce y brujos

    de Catemaco, la cuarta repasaba los seguros mdicos y posibles demandas por negligen-

    cia. Slo Nuria pareca un tanto al margen. Poco a poco, Juan Jess entendi su verda-

    dera fuerza, lo mucho que se pareca a su

    padre. Con suave reticencia, la hermana me-nor se convirti en rbitro de las disputas

    y llev los acuerdos comunes al rumbo que

    deseaba. Desde su cama de enfermo, Felipe la miraba con la misma idolatra que ella so-

    la brindarle.Los muebles an no regresaban de Ho-

    landa cuando ella decidi pasar las noches en casa de su padre. Los mdicos insistan en el elemento emocional y el apoyo de

    Nuria resultaba decisivo. Al cabo de unas

    semanas, la mejora fue asombrosa; el mal

    segua en su cuerpo, pero neutralizado. Una

    tregua para vivir. Cuando lleg el Derby de

    las Amricas, el senador volvi al hipdro-

    mo, con unos binoculares costossimos, rega-lo de su hija menor. En las muchas comidas

    de festejo, entrelazaba sus dedos con los de

    Nuria y le besaba el dorso de la mano: Mi

    doctora estrella, deca. Ahora, el tercer te-

    quila no lo llevaba a la picaresca del crimen

    sino a considerar que la leucemia haba re-

    mitido lo suficiente para permitirle morir de

    cualquier otra cosa. Estoy tan sano como

    ustedes, sealaba de uno en uno a los con-

    tertulios, como si les atribuyera enfermeda-

    des an no descubiertas.Juan Jess haba cobrado cierto afecto

    por el hombre de repentino pelo blanco y voz

    dbil, que acept con silencio y entereza la

    posibilidad de morir. El sobreviviente, en cambio, hablaba en tono ventajoso, se ufa-

    naba del final que no lleg pero le otorgaba

    derechos raros; haba estado en el umbral como en los separos policiacos; su cuerpo ne-goci una tregua en esas sombras.

    Era ruin criticar a Felipe por sus desplan-tes de convaleciente, pero las ideas de Juan

    Jess se enredaban mucho en los das en que

    recibi la mudanza sin Nuria (ella tena una

    junta con los mdicos o con el comit de se-

    leccin de un nuevo trabajo). Abri las cajas

    llenas de aserrn y papel burbuja, sac los

    adornos y los puso en los entrepaos con la

    rara sensacin de manipular objetos de otro

    tiempo, no las artesanas de Oaxaca ni los ceniceros de difuso modernismo escandina-vo, sino un juguete roto o un absurdo super-

    hroe de la infancia, cosas llegadas por error o accidente. Esa noche volvi al tema del hijo. Nuria se cubra la cara con una crema

    verde. Juan Jess habl con firmeza, como si

    la mscara lo favoreciera a l. El suegro ha-

    ba recuperado la salud hasta donde era po-sible, haban regresado a Mxico, estaban

    rodeados de sus pertenencias, podan abrir otra puerta, darle un giro al destino. Ella habl con la boca torcida por la crema que

    se le iba secando en la cara. Tena un nuevo

    trabajo, quera concentrarse en esa puerta,

    despus veran, la idea del hijo, por supues-

    to, era estupenda, adems, le gustaba que

    no viniera como una renovacin obligada, el hijo a cambio del padre muerto, sino como

    algo que agregaran al futuro, otra puerta

    abierta.La oficina de Nuria estaba en un edifi-

    cio de Santa Fe donde los vidrios captaban

  • 10

    energa solar y las luces de los pasillos se

    encendan por medio de sensores. Se encar-gaba de la prospectiva (la idea de futuro, le

    explic a Juan Jess) de cinco revistas lde-

    res en sus respectivos ramos. Sus colegas se referan a la empresa como corporativo, lo

    cual significaba que haba pasado por exito-

    sas depredaciones internacionales. Los fun-dadores mexicanos la haban vendido a unos espaoles que fueron engullidos por alema-

    nes y ahora pertenecan a un consorcio de

    Nueva York (directiva inglesa, gestin grin-

    ga, capital japons).

    Juan Jess consigui un trabajo como di-

    seador grfico de una revista que se repar-

    ta en las salas mviles del aeropuerto. Los pasajeros tenan unos minutos para recoger

    esa publicacin gratuita, entre el pasillo donde haban abordado y el avin que espe-

    raba en una posicin remota. La compara-

    cin de empleos era menos agraviante que la

    seguridad de Nuria para reordenar el espa-cio, su habilidad para hacer placentera, no se diga la sala, sino un recodo inservible en el pasillo; este trato elemental y dichoso con

    las formas le caa a l como granizo cido, le

    recordaba su incapacidad para servirse del color, sus lienzos inacabados en el cuarto de

    azotea. Nada ms lgico que trabajara para

    una revista que circulaba en un limbo, en el

    vehculo que iba del aeropuerto al avin.

    Una noche rentaron un vdeo de los aos cuarenta, una historia de amor y separacio-

    nes, reencuentros inslitos y merecidos. Juan

    Jess habl con entusiasmo de los das en que

    esperaban sus cosas de msterdam, apenas vean gente, se tenan el uno al otro, sin ador-nos ni compromisos, en un horizonte abierto.

    La pelcula termin y la pantalla se cubri de

    vibrantes cenizas sin que trataran de apagar-

    las, tal vez porque Juan Jess hablaba con de-

    masiado bro y a ella le pareca una desaten-

    cin hacer otra cosa o porque necesitaban esos

    puntos fugaces para hablar de msterdam, de hacer, ahora s, el viaje que perdieron.

    Nuria estuvo de acuerdo, como tantas ve-ces. La idea sonaba genial, nada como recu-perar esa utopa con bicicletas, pero haba algo:

    No sabes lo difcil que es dijo en un

    tono tenso, que slo poda referirse a algo

    que no haban conversado.

    Qu es difcil?Los ojos de Nuria se llenaron de lgrimas,

    un temblor se apoder de su labio superior. Tengo que estar cerca de l. Es dursi-

    mo. No sabes el asco que me da.

    Juan Jess se asom a la ventana y vio un

    gato de pelambre amarillenta. Saba que no

    iba a olvidar ese momento ni ese gato. Nuria lo vio a travs de las lgrimas, rota, indefen-

    sa. Haba velado la agona de su padre hasta convertirla en una recuperacin, acept un trabajo absorbente, que acaso no le intere-

    sara tanto pero los mantena a flote, medi

    entre sus hermanas con extenuante dedica-cin; saba que su padre era un crpula, a

    veces simptico, casi siempre egosta, pero

    algo, el dibujo del destino, la haba llevado a

    un cruce en el que deba actuar. Haban per-

    dido y aplazado sueos, no poda ser de otro

    modo. Esto fue lo que l ley en su llanto y

    en el temblor con que ella lo abraz y le pidi

    que la perdonara.

    En infinidad de ocasiones, al repasar la

    escena, se iba a reprochar no haber buscado lo que Nuria llevaba dentro y tal vez slo le

    dira esa noche. O quiz era mejor as, mejor

    no conocer la herida ntima y ajena, que una

    vez dicha compromete y desarma a quien la

    escucha. l se durmi sin desvestirse, mien-

    tras acariciaba a Nuria. Fue ella quien arre-

    gl los platos dispersos y apag la tele.

    Llamadas de msterdam se public en Mxico en la editorial Almada en abril de 2009.

  • 11

    Agustn gonzlez, Narizn, grabado.

  • 12

    Fabular en la tormenta,una conversacin con Juan Villoro

    Diego Jos

    En 2001 viajaste a Espaa para vivir un en-

    cuentro con tus races, pero acaso tambin

    para descubrirte y para afirmar tu indivi-

    dualidad, qu te proporcion Barcelona?,

    fue importante la lejana para escribir?

    Los motivos de viajar son muchos y muy

    confusos. Nos asaltaron en Mxico de ma-

    nera violenta y mi padre quera pasar una

    temporada en la ciudad donde naci, pero no se senta con fuerzas para ir por su cuenta.

    Esos fueron los primeros impulsos para ir a Barcelona. Yo tena amigos all y mi esposa

    hizo su tesis sobre Vila-Matas. Todo esto fue

    determinante. La llegada fue ms dura de lo

    esperado porque, a ltima hora, no acept el

    abusivo contrato que me ofreca el peridico

    en el que iba a colaborar ah. Me fui por la

    libre, sin permiso de residencia, y tuve que

    buscar trabajo. Esto fue muy desgastante,

    pero tambin nos puso a prueba como fami-lia y nos acab fortaleciendo. Desde Barcelo-

    na pude cultivar la nostalgia de Mxico, algo

    que no siempre es fcil en el hartazgo de la

    vida diaria. Al mismo tiempo entr en con-

    tacto con la cultura catalana y pude trabajar

    ah. Volv a ser un principiante. Si llevaba

    un texto a una redaccin no tenan preno-ciones acerca de mi trabajo. Desde entonces

    qued un poco escindido, con un pie en am-

    bos lugares; no dejo de regresar all por mo-

    tivos de trabajo y en busca de un tiempo que

    no siempre tengo en Mxico, donde el jolgo-

    rio se impone a cualquier urgencia laboral.

    En diversas ocasiones has reconocido la

    amistad que tienes con escritores, editores e

    intelectuales, y has mencionando la manera

    en que stos te han enriquecido: cmo perci-

    bes las conversacin literaria?, es posible la

    amistad ms all de los libros, sobre todo en

    un medio franqueado por muchas vanidades?

    Depende del temperamento de un autor. A m

    me parece una limitacin no frecuentar a gen-te a la que admiro. Se suele admirar al autor

    atribulado, cabrn, irritable, porque se consi-

    dera que esas salidas de tono son atributos de

    su genialidad. No tengo una visin tan folkl-

    rica de mis colegas. En el fondo, me parece muy ingenuo posar de autor maldito, estar

    obligado a poner mala cara o despotricar para mostrar rebelda. Se trata de algo tan codi-

    ficado como los gestos de una muchacha en su

    baile de 15 aos. Es obvio que toda buena lite-

    ratura es radical porque surge de la inconfor-

    midad, pero desconfo de los que se conside-

    ran los nicos, los originales, los que estn por

    encima del resto. He tenido la suerte de poder trabar amistad con escritores muy variados.

    A algunos los quiero ms por sus afectos. Uno

    no escoge a sus amigos por su prosa, pero en algunos casos el aprecio tambin pasa a su obra. La conversacin es un gnero literario. Ricardo Piglia ha incluido varios dilogos en

    sus libros de ensayos y yo he tenido la suerte

    de sostener dilogos pblicos con l, lo mis-

    mo que con Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol,

    Juan Jos Mills, Alejandro Rossi, lvaro

    Mutis, y muchos otros. Soy tan supersticio-

    so con el tema de la conversacin que a veces

    slo voy a un sitio si s que tengo alguien con

    quien hablar a gusto. Mi gran amigo Fabrizio

    Meja Madrid, conversador insigne y genero-

    so, me suele acompaar a lugares a los que no

    ira si no pudiera platicar con l.

  • 13

    Por momentos, parece que el inters editorial

    en Espaa por autores latinoamericanos es-

    tablece una relacin entre nuestras literatu-

    ras; aunque, por otra parte, da la impresin

    de ser una idea editorial: qu tan distante se

    encuentra nuestra literatura respecto a Espa-

    a, a Latinoamrica y dentro del propio pas?

    Hay mucho desconocimiento de lo que pasa

    en Amrica Latina y la eleccin de autores

    es bastante azarosa. Son pocos los autores

    que en verdad se leen y se discuten. Hay

    mucho de parque temtico en el asunto. De

    pronto, se anuncian autores latinoamerica-nos como una tierra de la fantasa, pero se

    conoce poco. Pasa lo mismo en Amrica La-

    tina. Muchos de los autores espaoles que

    son muy importantes en su tierra aqu pa-

    san inadvertidos. Estos malentendidos son inevitables y creo que no hay que preocupar-

    se demasiado de ellos.

    Creciste en un medio intelectual que influ-

    yera en tu percepcin de la cultura?

    No tuve una infancia muy cercana a los in-

    telectuales porque mis padres se divorciaron

    cuando yo tena 9 aos. Por otra parte, en la

    infancia, una de las peores cosas que pueden

    suceder es la de estar rodeado de gente que

    se ocupa poco de los nios, como suelen ser los intelectuales, sobre todo los de entonces.

    La idea y la figura del escritor ha cambiado

    junto con el pas?

    Creo que ha cambiado la idea del caudillis-

    mo literario. El figurn que habla para que lo

    oiga el presidente y le levanten un monumen-

    to es arcaica. La idea del profeta que opina de

    todo y civiliza a una nacin sin lectores es ya

    obsoleta. Fuentes debe ser el ltimo de ellos.

    Tu novela El testigo, representa el mito del retorno, coincide con el cambio de partidos

    en el poder y con la persistencia de fantas-

    mas histricos: cmo percibes a tu nove-

    la frente al rumbo que ha tomado nuestro

    pas?, es un buen momento para pensar en

    Mxico?

    Algunas de las cosas que menciono ah co-

    braron mayor fuerza en la realidad. Mi pro-

    tagonista regresa a Mxico luego de 24 aos

    de ausencia y se sorprende de que el cam-

    bio panista transcurra hacia atrs. Entre

    otras cosas se vincula con la guerra Cristera, una rebelin popular soterrada, que de pron-

    to se vuelve chic. Jams hubiera imaginado

    que unos pocos aos despus el secretario de

    Gobernacin, Carlos Abascal, iba a partici-

    par en una beatificacin multitudinaria de

    mrtires cristeros nada ms y nada menos

    que en el Estadio Jalisco, y que el traje tpi-

    co de la Seorita Mxico iba a ser una falda

    decorada con motivos cristeros. La realidad me rebas.

    Uno no escoge los momentos para pensar a su pas. ste es confuso, duro, indescifra-

    ble. A pesar de Tlatelolco y del PRI, crec en

    un Mxico que en lo fundamental era opti-

    mista, pero los jvenes escritores slo han

    conocido la crisis. No nos queda de otra que

    fabular en la tormenta. Ha habido tiempos peores, y de los grandes dilemas suelen sur-

    gir grandes obras.

    JuA

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    oval

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  • 14

    Respecto a este fabular en la tormenta:

    consideraras que la violencia se ha conver-

    tido en un tema o en una circunstancia de la

    literatura mexicana?

    La violencia se ha convertido en un tema insoslayable. Esto no quiere decir que es-

    temos pensando en ella todo el tiempo o que sea de lo nico que escribimos, pero sin

    duda es un elemento que desencadena mu-

    chas tramas. No puede ser de otra manera en un pas con tantos asesinatos y donde

    la presencia del crimen organizado es tan

    fuerte que incluso se le atribuye lo que no

    hace. Los secuestros virtuales han sido po-sibles gracias a que el miedo los vuelve cre-

    bles. De pronto alguien habla por telfono y dice que tiene a tu hijo. La situacin de

    miedo que padecemos le otorga verosimi-

    litud a algo que no la tiene. Todo esto ha

    ingresado en la literatura. Tenemos la obli-

    gacin de registrar crticamente la sociedad rota en que vivimos, pero tambin y sobre

    todo la de imaginar lo que no es infierno,

    la de construir una alternativa. El humor, el placer y el juego deben tener un espacio

    en medio del desastre. No siempre es fcil

    lograrlo pero se trata de una de las tareas ms altas que nos podemos asignar.

    En tu novela Llamadas de msterdam cons-truyes la historia de un anhelo amoroso con

    su dosis de nostalgia y tensin: te propusiste

    relatar los matices, complejidades y cambios

    del discurso amoroso en nuestros das?

    No me propuse hacer una historia represen-tativa de nuestra poca aunque inevitable-

    mente tiene que ver con la forma en que ama-

    mos y nos separamos en el mundo contempo-

    rneo. Sobre todo, me interesaba contar una

    historia de amor desde la ruptura, cuando eso ya se ha perdido y sin embargo existe en el

    sentimiento y la memoria. A diferencia de la

    cancin ranchera o el bolero, que suelen tra-

    tar el tema de la separacin con cierto aire de despecho, quise que el protagonista enten-

    diera la ruptura sin dejar de amar a quien lo

    rechaz. A partir de las llamadas telefnicas

    que hace trata de volver como recuerdo a lo

    que no pudo existir como realidad. Digamos

    que se plantea un ltimo lance, un episodio

    pstumo en el que an puede significarle algo

    a la mujer que am, sin volver con ella.

    Has ejercido una escritura en la mayora de

    las posibilidades de la prosa, en qu forma

    el ensayo puede contar, y, cundo la novela o

    el cuento pueden discurrir entre ideas?

    La mezcla de gneros es muy sugerente,

    pero yo prefiero mantenerme fiel a cada uno

    de ellos. Creo que las restricciones estimu-

    lan respuestas que no tendras si tuvieras

    libertad absoluta. Por supuesto que hay va-

    sos comunicantes. En El testigo hay algo del cronista que tambin soy y en mis crnicas

    hay reflexiones del ensayista. Por otro lado,

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  • 15

    cuando hago retratos de Casanova, Cervan-tes o Rousseau en De eso se trata aspiro a que tengan el temple de un cuento. Pero pro-

    curo que cada uno de los gneros sea fiel a

    sus propias manas. No me siento cmodo en ninguno de ellos y por eso me desafan. El

    artculo periodstico exige claridad y la nove-

    la exige explorar los lmites del gnero. Hay

    que aprovechar estas invitaciones diversas

    para poner a prueba energas distintas. Ob-viamente, por mi boca habla una persona muy dispersa, que piensa que la lnea ms

    recta entre dos puntos es el zig-zag.

    Recientemente publicaste en Espaa, para

    451 editores, la reescritura de un relato de

    Henry James: cmo percibes este experi-

    mento literario?

    En realidad, el compromiso consista en na-rrar un cuento que James dej apuntado pero

    no lleg a escribir. En sus cuadernos hay una

    enorme cantera de cuentos posibles. Cada uno de los participantes eligi uno. Hay apun-

    tes que slo se pueden desarrollare en estilo

    jamseano y tienen que ver con un noble que

    invita a cenar a personas que le recuerdan su

    tiempo de guerra en la India y donde hay ten-

    siones secretas entre ellos, cosas por el estilo. En mi caso, escog algo muy abstracto: para

    preservar su propio secreto, una persona asu-me el secreto de otra. Quise hacer un cuen-to cercano a mi universo pero tocando temas propios de James. A l le obsesionaba el con-

    traste entre los norteamericanos y los ingle-

    ses. En mi relato, dos descendientes del exilio espaol en Mxico siguen rutas distintas, uno

    vuelve a Europa, el otro se queda en Mxico.

    El cuento surge del reencuentro que les sirve

    de contraste; no slo se comparan, sino que

    comparan sus mundos. Tambin quise ocu-

    parme del tema del monstruo, del desfiguro

    espectral, que es muy propio de la imagina-

    cin de James, pero llevndolo a terrenos pro-

    pios, los nicos en los que me siento cmodo.

    Qu caminos sueles recorrer para intuir,

    preparar y elegir la escritura de un ensayo,

    una crnica o una narracin?

    Muchas veces el gnero viene dado por el

    tema. Acabo de escribir un ensayo sobre Pe-

    ter Handke y no es algo que pudiera abor-

    dar desde la ficcin. En ocasiones, al prepa-

    rar una crnica lo que no puedo investigar

    es ms interesante que lo que s consegu.

    En ese caso, las preguntas sin respuesta me plantean el desafo de trabajar eso como fic-

    cin. El dilogo me interesa mucho en la no-

    vela y en el cuento (de hecho, Los culpables son siete monlogos de gente que trata de

    justificar algo y acaba contando una histo-

    ria), pero hay veces en que el dilogo cobra

    autonoma y se convierte en una forma de

    la accin: los personajes cambian por lo que

    estn diciendo. Esa escena merece pasar al

    teatro. En fin, es un laberinto en el que nun-

    ca sabes muy bien qu va a pasar. El princi-

    pal atractivo de cada gnero proviene de la incertidumbre de poder llevarlo a cabo.

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    / pa

    pel.

  • 16

    Claror

    Ahora despliego,

    tengo la tendencia,

    cuartos de hora tras los que el cielo se oscurece.

    Dentro

    se enciende

    la lmpara.

    En la arquitectura del gesto abrevan demasiados siglos de letras y cantares

    y los rostros, que han desaparecido:

    la disposicin del orden y la eleccin de cada veredicto

    se refiere ms a la sombra que desde s puede proyectarse,

    al fondo que retiene detrs

    a la certidumbre, a pesar de su forma.

    Ellos lo presencian: hoy acaba un tiempo, como otros han pasado.

    Atestiguan lo que se escabulle,

    pretenden encarnarlo y a sus piezas dar

    la eufona que vaya trazando y traslade

    la mirada de este lado del sncopa

    al otro

    adonde ya nada nos pertenece

    ni sera de nadie ya,

    pero nos refleja.

    Poemas

    Andrea Fuentes

  • 17

    Causal

    Arremeter puede ser un inicio altisonante.

    Perdura, sin embargo.

    Como una flecha.

    Pasabas ese da

    en aqul entonces

    al inicio de las cuestiones.

    Comenzaba el da

    haba sido el arremeter lo que flotaba

    tras perpetrado

    en la piel que ahora se adverta

    transparente.

    Algo all se durmi para despertarse.

    Le acompaaban

    ruidos exteriores, sonidos

    que se hacan adentro

    y el espacio de la mente amplsimo

    ensanchaba

    tras y desde el punto en que las aguas y el aire

    marcaban una sola lnea por la cual atravesar,

    arremeter,

    cuantiosas

    humanas

    aperturas extensiones.

    Podra ser, no necesariamente, el fin

    La estela que deja detrs de s el desasosiego:

    Antes an (muerde la sanda) puede

    Abrir una lnea, mientras lo contempla.

    Qu han de decir las palabras o el cuerpo

    Qu no de apuntalar la sonrisa.

    T, postrado ante el ataque

    Sientes los msculos confluir en un movimiento

    Al estertor

    Y ante el dolor, despiertas.

    Inventas una escuadra, angulosa. Cortante.

    Pues han de ser desplazadas las multitudes

    Multitudinarias

    Suciedades como cuando se barbecha el campo.

    No has de mentir ni un solo segundo.

    Ya no te queda nada.

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  • 18

    Cuidado con los monos

    Primero que nada tendra que decir que Agustn Gonzlez el Guty y yo hemos neceado tantas veces en relacin a lo que nos dedicamos, que no saba por dnde empezar y lo mas importante, tratar de que tuviera sentido. El viaje que realizaron l y Andrea a Nueva York, hizo posible este juego que a continuacin presentamos.

    Rubn Morales Lara

    Mxico, D. F. a 13 de octubre de 2009

    Mi estimadsimo Agustn, hola cmo estuvo el vuelo? Espero que la aduana no haya sido una tortura, en fin, saldame a todos por all

    He estado pensando casi todo el fin de semana sobre el texto para la revista y sobre lo que estuvimos platicando el viernes en tu ta-ller. Hay cosas que aun no me quedan del todo claras. Por ejemplo, cuando al principio hablbamos sobre la imagen como una de las cosas que ms te importaban y explorabas posiblemente lo que voy a preguntar es algo estpido, pero cuando hablbamos sobre la imagen di por hecho que hablbamos de lo mismo, y despus de darle varias vueltas, me di cuenta, no se cul es tu idea de imagen podras describir lo que para ti es la imagen? Y cmo y desde que dudas, pautas y/o caractersticas la investigas y exploras?

    Por otro lado no dejaba de pensar en monos, montaas y los re-ferentes que son recurrentes a lo largo de tu produccin. Entiendo que pueden ser manas que cada uno es libre de tener pero esos referentes son por algo en particular? Esto es ms por morbo, que por otra cosa. La idea del referente me llev a pensar que dentro de tu trabajo, aparte de los referentes directos a la pintura y a algunos grandes pintores, hay otros referentes que tienen que ver con otras disciplinas del arte, y sobre todo del arte contemporneo cules y por qu te interesan estos referentes?

    Una de las cosas que tambin me genera varias dudas, fue tra-tar de entender un poco mas a fondo cules son las diferencias y coincidencias entre tu dibujo y tu pintura? Podra decir de manera superficial que los dos formatos tienen la misma estructura, pero est claro que funcionan de manera diferente, y la verdad es que no quiero empezar a decir cosas que ni al caso, por eso mejor te lo pregunto.

    Respecto a lo escrito que tienes en tu obra, s que funciona dentro de la composicin de la obra, pero hay algo mas? cul es la intencin de usar la palabra escrita? O solamente nos adviertes que tengamos cuidado con el mono, lo cual estoy completamente de acuerdo.

    Pues creo que por el momento sera todo, si me surge alguna otra pregunta te la har saber, disfruta muchsimo de tu viaje y sobre todo de la comida, te mando un abrazo.

    Rubn

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  • 19

    Agustn gonzlez, Montaa, mixta / papel.

  • 20

    Agustn gonzlez, Diputado naciendo, mixta / papel.

  • 21

    Agustn gonzlez, Disparate, mixta / papel.

  • 22

    Agustn gonzlez, La mordida infinita, leo / tela.

  • 23

    Nueva York, a 21 de octubre de 2009

    Rubn esto de la correspondencia est bien, me parece un medio que pue-de dar diferentes pautas para necear y hablar del trabajo.

    Lo de la imagen es importante. Tratar de llegar a ella es un poco pau-sado y trabajoso, primero busco cosas o me encuentro con cosas que deto-nan algo y con ese algo empiezo a dibujar, trato de hacer una enciclopedia visual, que a manera de bitcora o papeles puestos por todos lados, me van guiando hacia lo que ms o menos tengo en mente, esto es la imagen.

    Hago un dibujo, lo exploto, veo variantes, lo tacho, lo superpongo, lo niego, me canso, lo rescato, lo olvido y al final cuando cumple con varias partes del proceso lo dejo por una sencilla razn, ya lo puedo ver y convi-vir con l, ese momento es cuando s que ya llegu a una imagen.

    La imagen que trabajo casi siempre tiene que ver con personajes, stos van totmicos al centro del cuadro, a veces creo que son hroes o anti-hroes, la imagen es una concentracin de sucesos que participan para poder determinar una pieza.

    Esto es un poco como veo la imagen, tambin los soportes cuentan bastante para la eleccin de la imagen o de la pieza. Trato de trabajar diferente en cada soporte. En las telas y en el papel.

    En el grabado ocurren diferentes posibilidades que trato de explotar, en l me importa que la imagen sea clara, por eso todo mi grabado va en blanco y negro. As puenteo ms salidas y caminos por explorar en la pin-tura o el collage o lo que el proceso necesite.

    Respecto a los referentes, casi todos mis personajes estn ligados a una idea o tpico, que en diferentes casos narran una dualidad. Me pasa que cuando encuentro algo lindo en el mundo, de alguna manera tiene algo trgico y truculento todo ngel es terrible ya lo dijo Rilke. Y bueno en mi chamba se reitera esta idea de tener amor con espinas. Hablo de montaas como el ser ms grande del mundo, que est llena de pequeas cosas, pero que en s es una sola. La montaa tambin tiene pequeos seres que la habitan.

    Trato de hablar de mis personajes y de escribirlos antes de dibujarlos, pintarlos, etc. Entonces la escritura es bsica, ya sean lecturas o cancio-nes, por eso tambin en algunos momentos la escritura aparece en las pinturas.

    Por otro lado, las dems disciplinas del arte son bien necesarias, des-de la instalacin, la foto, la msica, etc. Me gustan artistas como Paul Macharty, Richard Serra, Martin Kippenberger entre otros ms. Todava creo que al contario de hacerse jetas y reproches, las artes pueden ser un buen canal para enriquecer la chamba, trato de tener dilogos con gente que ha estado a la par de mi proceso y viceversa, como Jos Luis Landet, Moris, Omar Barquet, Ernesto Alva, etc. y tratar de aprender de cada uno y tener crticas y jaloneos para de repente salirse de las muletillas

    En relacin a las diferencias y coincidencias vuelvo a lo mismo. Trato de pintar en tela, madera o papel, el resultado es diferente, en algunos ca-sos trato que la pintura y la grfica se mezclen, no me importa quien gane o que sepa ms. Lo importante es que las piezas tengan una coherencia, una relacin de soportes y de ideas, un ejercicio que conlleva quitarse el saco de pintor purista y puritano, y el de un dibujante que no quiere hacer dibujos con sombritas y que cuando es necesario, mandar todo al carajo y regresar a lo bsico que es dibujar en las carpetas.

    De lo escrito, bueno de eso ya hable hace rato. Y eso de cuidado con los monos tiene diferentes lecturas, pueden ser los monos que nos gobier-nan los dibujos que hablan ms que un noticiero, o puede ser realmente un animal sin vida del otro lado del espejo.

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    / pa

    pel.

  • 24

    Serie del hospital de alienados

    Ilallal Hernndez Rodrguez

    I.Supongo que ella dijo lo que cualquiera ex-

    presa a un amigo que perece en medio de la

    calle. No te mueras. Tras la explosin del

    vehculo, fragmentos de vidrio se tornaron proyectiles. Aydenme! De la boca entre-

    abierta de su amigo escurre un hilo prpu-ra. Escucha la sirena. Al llegar los para-

    mdicos la introducen en la ambulancia. A

    l, aydenlo a l! Avanza el vehculo, atrs

    queda el cuerpo de su amigo que ser parte

    de las cifras del atentado del da. A ella la

    serenan con un potente sedante.

    Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les da por aullar.

    II. En la luna de miel los recin casados contem-plaron la boca de un barranco. Saborearon dulces de ajonjol. Dijo la esposa: Lamento

    que toda la vida sea tan poco tiempo. Salt.

    Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les entre-gan hojas para dibujar sus sueos.

    III. Esa noche comenzaron las lluvias y el

    asfixiante calor ces. Me decid a tomar un

    taxi. Contrario a mi costumbre abord en el asiento del copiloto. Dije al conductor

    el domicilio. A dnde?, pregunt. Respi-

    r profundo. Repet la direccin. Sudor. El hombre escuchaba una ensordecedora m-sica. Le ped, amablemente, que bajara el

    volumen, me ignor. El ruido de los carros

    cercanos y el hombre mascando chicle, ha-

    ciendo pequeas bombas que reventaba con

    su lengua. Revolv mi bolso para buscar un pauelo desechable. Slo encontr un bol-grafo de plstico. Mientras avanzbamos

    por la avenida central baj el volumen del

    escndalo. El taxista prendi el radio y co-

    menz a cantar alto, le ped que detuviera el

    carro. Pgueme. Pero si slo avanzamos un

    par de cuadras, le dije. Abr mi bolso cuan-

    do la luz del semforo se torn roja. Sin re-

    flexionar enterr el bolgrafo econmico en

    la mano del conductor. Salt fuera del carro dejando la puerta abierta. Detrs quedaron

    los bramidos. Unos metros adelante abord otro taxi. Aunque compacto y sucio, me llev

    a la direccin indicada.

    Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les distri-buyen pastillas de color verde.

    IV.

    Me sentaba en la orilla de la cama de mi pa-

    dre. Debajo de la sbana colocaba calcetines

    rellenos de algodn. Con el dedo ndice ras-caba la planta del pie de tela. Mi padre rea.

    Durante aos jugamos a esas cosquillas fal-

    sas. Perdi cada extremidad hasta slo ser un tronco de rostro adelgazado. A partir de

    la tarde que volvimos del cementerio mi ma-

    dre logr conciliar el sueo abrazada a un

    par de almohadones vestidos con el pijama

    de mi padre.

    Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les permi-ten caminar por el jardn.

  • 25

    V.

    Santa Mara. Vi al diablo. Santa Madre de

    Dios. Frente al espejo me miraba. Santa Vir-

    gen de las Vrgenes. Mi ojo vaco, mirndo-

    me. Madre de Jesucristo. Se vacan. Madre

    de la divina gracia. Qued la pura mirada. Madre del divino verbo. An tiemblo. Madre

    pursima. Sin saberlo, era el prembulo. Ma-

    dre castsima. Dejar que me venza el sueo

    con la luz prendida. Madre intacta. Porque

    creo que soy el diablo. Madre sin mancha.

    Acaso soy el diablo? Vaso insigne de devo-

    cin. Me vi en el espejo. Refugio de los peca-

    dores. El diablo debe arder. Madre del Crea-

    dor. Entre llamas me encuentro. Madre del

    Salvador. Soy.

    Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les permi-ten mirar el televisor.

    VI.

    Cierra la ventana, se meti un pjaro.

    Creo que ese pjaro est enamorado de

    m, entra por las maanas a trinar. No seas ridcula, los pjaros no se ena-

    moran.Sabes que escuch sobre uno que deja

    de comer cuando muere su pareja? Una espe-

    cie extraa Imagina a un pjaro andrgi-

    no castigado por los dioses; dividido, lanzado

    a la tierra y condenado a la reconstruccin

    de sus pasos hasta encontrar esa otra mitad. Quiz el andrgino se convierte en pjaro

    Qu haces? Sultalo!

    Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les autori-zan las visitas de sus familiares.

    VII.

    Se burla de los rezos de su criada. Ese libro

    tiene al diablo, le dice apuntando al relieve de los siete animales enlazados. No cree en

    supercheras aunque siente que una presin

    en el pecho. Se re de las maldiciones a pesar de la inexplicable noma que le cubre medio

    rostro por las noches y desaparece repenti-

    namente por la maana. Si ha de morir ser

    redactando las conclusiones del estudio so-bre ese libro antiguo que descansa sobre la

    mesa, no quiere que el demonio la encuentre

    dormida. Aquello ocurri a la hora en que a los pa-

    cientes del hospital de alienados les permi-ten colocarse frente al espejo.

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  • 26

    La irona de un excntrico:Gombrowicz en Argentina.

    Alfonso Macedo

    A finales de la dcada de los aos diez, Mar-

    cel Duchamp pas una temporada en Bue-

    nos Aires, mientras terminaba la Gran

    Guerra. Su paso fue fugaz pero, de acuerdo

    con Graciela Speranza en Fuera de campo.

    Literatura y arte argentinos despus de Du-

    champ (Anagrama, 2006), fue tambin deci-

    sivo en la conformacin de un modo distinto y novedoso de pensar el arte y las letras en

    Argentina. La monotona de la vida riopla-

    tense no slo se encontraba en sus calles, costumbres e ideologas: el desarrollo arts-

    tico se encontraba en un momento de infe-cundidad. Es quiz por eso que Argentina

    no fue lo suficientemente importante para

    Duchamp, quien se refera muy poco a esta

    nacin despus de haber pasado una breve estancia.

    Podra pensarse que de la relacin en-

    tre este artista extranjero y aquella ciudad

    slo fue la ltima la que verdaderamente re-

    cibi el impacto de un genio que renov no

    slo las artes, sino la esttica y los modos de

    comprender el arte. Algo ms decisivo en las

    relaciones entre artista extranjero y ciudad

    es, probablemente, la relacin que estableci

    Witold Gombrowicz (1904-1969) con Argenti-

    na, durante una larga estancia de veinticua-tro aos (de 1939 a 1963), en las que se man-

    tuvo al margen de los crculos intelectuales y artsticos de Buenos Aires. A diferencia de

    Duchamp, Argentina se convirti, en mu-

    chas ocasiones, en el centro de la obsesin

    del escritor polaco, a quien bien puede verse

    como un autor marginal en su propio pas, Polonia, y que por accidente lleg a otro pe-

    rifrico, en el momento del estallido de la Se-gunda Guerra Mundial. Marginal como Ka-

    fka y Joyce en cuanto a su origen excntrico

    (la actual Repblica Checa, Irlanda y Polonia

    estn fuera de las altas culturas europeas) y

    separado culturalmente de las grandes na-ciones cosmopolitas, Gombrowicz renunci

    a un lugar destacado en la patria adoptiva, limitndose a ocupar un sitio modesto y poco

    visible en los medios intelectuales.Como un personaje kafkiano, Gombrowicz

    consigui un empleo burocrtico en un banco

    polaco. Slo haba escrito Ferdydurke en su pas natal y en Argentina pas casi inadverti-

    do, hasta que al final de su estancia en Am-

    rica comenz a ser visto como uno de los gran-

    des renovadores de las letras occidentales.Una de las obras que definitivamente ha

    contribuido a exaltar e, incluso, a exagerar su leyenda de escritor fracasado, marginado

    y maldito, es el Diario argentino, una selec-cin de fragmentos que forman parte de un

    Diario voluminoso. En la escritura de su dia-rio, Gombrowicz se propuso no la relacin de

    sucesos cotidianos, sino la reflexin sobre las

    posibilidades de su escritura y de sus condi-

    ciones de escritor en particular, y de la litera-

    tura en general. De ah que esta obra adopte

    diferentes tipos de discurso: la divagacin

    filosfica y existencial, la ancdota, el relato

    autobiogrfico, etc. Esta forma de concebir y

    hacer un diario refleja la capacidad que tiene

    este gnero, considerado comnmente menos potico y ms tendente a lo histrico, para

    crear nuevas formas de expresin, donde se

    A Ana Rosa Domenella

    La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la

    mirada contempornea, cada da ms inmoral, pretende deslizarse con la ms absoluta indiferencia.

    enriQue VilA-MAtAs

  • 27

    combina (en la escritura de otros autores y

    teniendo a Gombrowicz como maestro) la cr-

    tica literaria con el cuento, la autobiografa con el ensayo, la carta y hasta el telegrama

    con la poesa. La leccin de Gombrowicz es,

    en buena medida, integrar varios registros discursivos en un solo texto, flexible como

    el diario, para crear otros modos de decir y

    reflexionar sobre la literatura y la escritura

    mismas; el diario se convierte en una forma expresiva para pensar sobre el propio diario:

    Gombrowicz piensa y medita mientras escri-

    be sobre las condiciones del diario mismo:

    De all, alrededor de la media noche, me

    dirig al Rex a tomar un caf. Eisler se sen-

    t a mi mesa. Nuestras conversaciones son

    por este estilo: Qu tal, seor Gombrowi-

    cz!, Tranquilcese un momento Eisler, se

    lo agradecer mucho.

    De regreso a casa entr en el Tortoni a

    recoger un paquete y a conversar con Po-

    cho. En casa le el Diario de Kafka. Me

    acost a las tres.

    Publico esto para que me conozcan en

    la intimidad.

    La mencin al diario de Kafka se convier-

    te en toda una referencia implcita a la escri-tura del diario como modo de sobrevivencia en un mundo aburrido, apagado, montono y carente de importancia. Se convierte en la

    bsqueda de s mismo y en la reflexin de que

    el diario, como escritura privada, se hace p-blico, paradjicamente, en el momento en que

    un escritor como Gombrowicz tiene al lector

    en la mente y, al mismo tiempo, piensa en el

    diario como un modo de expresin que per-

    mita un punto de fuga y que aterrice en los

    modos expresivos ilimitados de esta forma narrativa. Sin embargo, nada en Gombrowicz

    es ingenuo, cursi o sentimental: la ltima ora-

    cin citada no intenta conmover o emocionar al receptor; intenta mostrar un proceso de escritura creado con residuos, con elementos

    desechados de la vida cotidiana, para perse-guir aquellas ideas que expresen la sensacin

    de lo inacabado, lo inmaduro, que es, justa-

    mente, uno de los temas recurrentes en Gom-

    browicz, volvindose todo esto, as, parte de

    su estilo literario.Esa aparente ingenuidad y candor que

    podra ofrecernos la frase Publico esto para que me conozcan en la intimidad se disipa

    si la pensamos en relacin con un fragmento del Diario [no argentino] que rescata el pro-tagonista de Bartleby y compaa de Enri-que Vila-Matas:

    Mientras esperaba el primer plato, he sa-

    boreado algunos fragmentos que yo cono-

    ca ya bien, del Diario de Gombrowicz. De

    entre todos ellos, me ha vuelto a encantar

    ese en el que se re de Lon Bloy, de cuando

    ste anota que en la madrugada le desper-

    t un grito terrible como llegado del infini-

    to. Convencido escribe Bloy de que era

    el grito de un alma condenada, ca de rodi-

    llas y me sum en una ferviente oracin.

    Gombrowicz encuentra absolutamente

    ridculo a ese Bloy de rodillas. Y an lo en-

    cuentra ms ridculo cuando ve que, al da

    siguiente, ste escribe: Ah, ya s de quin

    era aquella alma. La prensa informa que

    ayer muri Alfred Jarry, justamente a la

    misma hora y en el mismo minuto en que

    me lleg aquel grito

    Y aqu no terminan las ridiculeces para

    Gombrowicz, pues descubre otra ms que vie-

    ne a completar el cuadro de ridiculez de toda

    esa secuencia imbcil del Diario de Bloy. Y, encima concluye Gombrowicz , la ridiculez

    de Jarry que, para vengarse de Dios, pidi un

    palillo y muri hurgndose los dientes.

    La sensacin de ingenuidad se disipa por completo ante la mirada de Vila-Matas,

    quien lee a un Gombrowicz irnico, ofensi-

    vo, ubicado en una posicin lejana que le

    permite burlarse de las cursileras de Bloy

  • 28

    y del patetismo de Jarry; sin embargo, nue-

    vamente tenemos la reflexin implcita de

    cmo escribir un diario: el gnero narrativo

    de Bartleby y compaa est construido en una relacin hbrida donde se junta la nove-

    la con el diario, en un texto que es llamado

    por el escritor barcelons como una serie de notas sin texto o de notas a pie de pgina

    de un texto invisible [pero] no por eso inexis-tente y que tambin sugiere la forma del

    diario: en una serie de ochenta y seis frag-

    mentos, el narrador-personaje divaga y re-

    flexiona sobre el futuro de la literatura; en

    uno de esos fragmentos parecidos a los de un diario, escribe que ha recordado la lectura

    del Diario de Gombrowicz, quien a su vez es-cribe en su diario sobre la serie ridcula que

    se encontr en el diario de Bloy El diario

    permite pensar sobre su propia forma y sus

    capacidades de expresin.El diario es un gnero literario cuyos lmi-

    tes lejanos abarcan la propia reflexin sobre

    el diario mismo, sobre lo que puede conside-

    rarse como parte de la potica de un escritor:

    Escribo este diario sin ganas. Su insincera

    sinceridad me fatiga. Para quin escribo?

    Si tan slo para m, por qu se imprime?

    Y si lo es para el lector, por qu finjo enton-

    ces conversar conmigo mismo? Hablar con

    uno mismo para que lo oigan los dems?

    Cun lejos me encuentro de la seguridad

    y el aliento que vibran en m en el momento

    perdonad de crear. Aqu, en estas p-

    ginas, me siento como si estuviera saliendo

    de la noche bendita a la dura luz de la ma-

    ana que me llena de bostezos y saca a la

    claridad mis imperfecciones. La falsedad

    existente en el principio mismo del diario

    me intimida, les ruego que me disculpen

    (Pero tal vez estas ltimas palabras son su-

    perfluas, son ya pretenciosas).

    La literatura de Witold Gombrowicz se

    centra en el tema de lo inmaduro, de lo

    inacabado, de lo carente de imperfeccin. En lo joven e inexperto se encuentra la literatura

    de vanguardia, la que revela el gesto rebelde

    que se opone al discurso de la gerontocracia

    culta y controladora de los espacios cultura-

    les: frente a una Victoria Ocampo y su grupo

    de la Revista Sur, con todo y Borges en ca-mino a la consagracin mundial, Gombrowicz

    prefiere el mundo de los jvenes poetas, de los

    artistas que renovaran las letras. El supues-

    to ninguneo del que Gombrowicz es vctima,

    de parte del Parnaso local, se origina en la

    propia narracin del autor polaco, producto de una cena que no logr establecer vnculos:

    Pero, prescindiendo de las dificultades tc-

    nicas, de mi castellano defectuoso y de las

    dificultades de pronunciacin de Borges,

    quien hablaba rpido y poco comprensible-

    mente, omitiendo tambin mi impaciencia,

    mi orgullo y mi rabia, tristes consecuencias

    del doloroso exotismo y del consiguiente

    aprisionamiento en lo extranjero, cules

    eran las posibilidades de comprensin en-

    tre esa Argentina intelectual, estetizante y

    filosofante y yo? A m lo que me fascinaba

    del pas era lo bajo, a ellos lo alto. A m me

    hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las

    luces de Pars. Para m la inconfesable y si-

    lenciosa juventud del pas era una vibrante

    confirmacin de mis propios estados an-

    micos, y por eso la Argentina me arrastr

    como una meloda, o ms bien como un pre-

    sentimiento de meloda. Ellos no perciban

    ah ninguna belleza. Y para m, si haba en

    la Argentina algo que lograra la plenitud

    de expresin y pudiera imponerse como es-

    tilo, se manifestaba nicamente en los tem-

    pranos estados de desarrollo, en lo joven,

    jams en lo adulto [] Pero ellos no vean

    en esto ningn atractivo, y esa lite argen-

    tina haca pensar ms bien en una juven-

    tud mansa y estudiosa cuya nica ambicin

    consista en aprender lo ms rpidamente

    posible la madurez de los mayores.

  • 29

    La literatura puede verse como un discur-so poltico-esttico que sirve para que el es-

    critor se deslinde del grupo oficial y tambin

    para resaltar su propio proyecto potico, ba-

    sado en el tratamiento de lo bajo, lo inculto,

    lo popular, lo satrico; frente al europesmo que Gombrowicz critica porque crea imita-

    dores de Proust y de lo refinado en Polonia

    o Argentina, su obra literaria se asienta en

    lo absurdo, lo ridculo y lo bajo, como pue-

    de observarse en los cuentos de Bakaka o en la novela Trans-Atlntico. Todo empe-o juvenil que trate de abrir un nuevo ca-

    mino a las formas literarias es bienvenido

    por Gombrowicz; a la inversa, todo intento

    de apropiacin de lo vanguardista por par-te de los europeizados para terminar lle-

    vando a cabo obras repetitivas que imiten

    otras creaciones, sin aportar nada nuevo en lo formal, es visto con ojos irnicos, con una

    mirada que busca ridiculizar. En su ensayo

    La novela polaca, de Formas breves (otro libro que tambin integra diferentes discur-

    sos, incluyendo el de la crtica literaria, la

    autobiografa, el cuento y el ensayo), Ricar-

    do Piglia recuerda aquella escena de Trans-

    Atlntico en la que el personaje Gombrowicz

    se encuentra con una personalidad literaria

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    .

  • 30

    del grupo Sur, Eduardo Mallea, quien posa de refinado y erudito y se pasea por el in-

    fierno de las influencias: cada vez que Gom-

    browicz habla le hace ver que todo lo que

    dice ya ha sido dicho por otro. Despojado

    de su originalidad este europeo aristocrti-

    co y vanguardista se ve empujado casi sin

    darse cuenta al lugar de la barbarie. En-

    tre lneas, se sugiere que la forma de com-

    batir la pedantera institucionalizada es

    mediante la irona y la repeticin invertida

    del gesto del oponente. En los recursos de

    la irona, la inversin, la stira, el cruce de

    gneros literarios, as como la nocin de lo inacabado e inmaduro, se basa la escritura de Gombrowicz; el Diario argentino es, por lo tanto, un mosaico de frases y reflexiones

    que, ubicadas en el trasfondo de las ancdo-

    tas gombrowiczianas, permiten percibir el

    proyecto literario de su autor: sin rodeos ni

    concesiones, es ms soberbio que su retador,

    as sea un joven que lo admira y que no por

    eso deja de provocarlo, as sea alguien que

    se interese en sus textos:

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  • 31

    Roby me sorprendi poco antes de su visita

    a Buenos Aires nunca nos habamos es-

    crito con una carta enviada de Tucumn

    en la que me peda le enviara Ferdydurke

    en la edicin castellana:

    Witoldo: algo de lo que dices en la in-

    troduccin a El matrimonio me ha intere-

    sado esas ideas sobre la inmadurez y la

    forma que parecen constituir la trama de

    tu obra y tienen relacin con el problema

    de la creacin.

    Claro est que no tuve paciencia para

    leer ms de veinte pginas de El matrimo-

    nio

    Luego me pide Ferdydurke y escribe:

    Habl con Negro es su hermano, el libre-

    ro y veo que sigues atado a tu chauvinismo

    europeo: lo peor es que esa limitacin no te

    permitir lograr una profundizacin de este

    problema de la creacin. No puedes com-

    prender que lo ms importante actualmen-

    te es la situacin de los pases subdesarro-

    llados. De saberlo podras extraer elementos

    fundamentales para cualquier empresa.

    Con esta muchachada me hablo de t

    y consiento en que me digan lo que les

    viene en gana. Comprendo tambin que

    prefieran, por si acaso, ser los primeros en

    atacar nuestras relaciones distan mucho

    de ser un tierno idilio. A pesar de eso la

    carta me pareci ya demasiado presuntuo-

    sa qu se estaba imaginando? Contest

    telegrficamente:

    ROBY S. TUCUMN SUBDESARROLLA-

    DO NO HABLES TONTERAS FERDYDUR-

    KE NO LO PUEDO ENVIAR PROHIBICIN

    DE WASHINGTON LO VEDA A TRIBUS

    DE NATIVOS PARA IMPOSIBILITAR DE-

    SARROLLO CONDENADOS A PERPETUA

    INFERIORIDAD TOLDOGOM

    A partir de la lectura de Gombrowicz,

    otros escritores (adems de Vila-Matas y Pi-

    glia) han reflexionado sobre el diario como

    gnero literario. Su gran traductor, Sergio Pitol, ha desarrollado parte de su obra lite-raria en torno a la conjuncin de dos gneros:

    el ensayo y la novela, pero la autobiografa y

    las formas del diario no estn ausentes de

    aqulla. Por su parte, Juan Villoro entiende

    el diario del escritor polaco como un ejemplo

    de oposicin ante la vida cotidiana aburrida y absurda. El diario como gnero personal e

    ntimo es, de hecho, un registro de los das cotidianos; publicar los diarios de un escri-tor significa que el gnero ofrece una signifi-

    cacin implcita, oculta, en donde radica su fuerza potica: decir algo y decir otra cosa

    simultneamente, en una intencin y una

    tentacin poticas. Ante el mundo regido por

    la tecnocracia, el escritor propone diversas formas de escape, que tambin son, parad-

    jicamente, formas de resistencia:

    La sociedad del Costco, el Corte Ingls y

    el alto rating ha trado una homologacin de lo cotidiano. La psicologa, las aflicciones y

    las formas de relacin estn tan catalogadas

    como un almacn. Narrar la vida comn sig-nifica abordar conductas previsibles. Cmo

    encontrar la singularidad sin salir del orde-nado acervo de lo diario? La respuesta de Witold Gombrowicz consiste en aquilatar la

    inexperiencia. Asesino de la hora actual,

    guarda sus das como si se desconociera (no soy yo lo que est pasando conmigo), desor-

    dena lo que crea saber. Guiado por la nica

    conducta que garantiza aprendizaje: la in-

    madurez: Quin decidi que se debe escri-

    bir cuando slo se tiene algo que decir? El

    arte consiste en precisamente en no escribir lo que se tiene que escribir, sino algo comple-

    tamente imprevisto.

    En su proyecto literario, lo imprevisto re-

    presenta para Gombrowicz aquellos caminos

    que no repitan lo dicho por predecesores en el

    mismo orden, con la misma intencin; se tra-ta, posiblemente, de encontrar un estilo cuya

    forma exprese una potica: lo inmaduro fren-

    te a lo consagrado, lo desautorizado contra el

  • 32

    canon, lo marginal frente a lo autolaudatorio. Es posible que la estancia y las experiencias

    acumuladas en Argentina hayan terminado

    por fijar, definitivamente, la percepcin de un

    ya no tan joven Gombrowicz que vio la madu-

    rez de sus das en medio de la pobreza, la ex-

    centricidad, el ninguneo, el trabajo cotidiano

    en el banco, donde se puso a escribir Trans-Atlntico. El desasosiego y el ahogo de lo coti-

    diano quedan de manifiesto en esta cita:

    Desde hace tres aos, desgraciadamente,

    me desvincul del arte puro. Mi trabajo li-

    terario no es de aquellos que se pudieran

    practicar de pasada los domingos y das

    festivos. Comenc a escribir este diario

    precisamente para salvarme, por miedo a

    la degradacin y a la inmersin definitiva

    en la marea de vida trivial que me llega ya

    hasta la boca. Pero resulta que aqu tam-

    poco soy capaz de un esfuerzo pleno. No se

    puede ser una nada durante la semana

    para lograr existir el domingo. Ustedes,

    periodistas, consejeros respetables y aficio-

    nados no debis temer nada. Ya no los ame-

    naza ninguna presuncin ma, ningn mis-

    terio. Al igual que ustedes, que el universo

    entero, me deslizo hacia el periodismo.

    La figura de Gombrowicz est presente,

    de manera muy especial, en la novela Res-

    piracin artificial de Ricardo Piglia. El fil-

    sofo polaco que llega de Europa a Sudam-

    rica durante las hostilidades de Hitler se llama Tardewski. Ha abandonado por nada

    su doctorado en filosofa con Wittgenstein y

    prepara alumnos para presentar exmenes

    de admisin en una modesta provincia de la Argentina. El retrato de este intelectual,

    que decidi fracasar con plena conciencia, es

    Gombrowicz. El personaje mitad ficcin y mi-

    tad realidad que crea Piglia en su novela, que

    descubri el horror de Kafka cuando descu-

    bre que ste, en su Diario (otra vez), escribi

    sobre su encuentro en Praga con quien sera

    el Fhrer, y cuya escena no puede ser ms kafkiana al escribir un ensayo en ingls, tra-

    ducido al espaol por alguien desconocido y

    publicado en un diario argentino, sin conocer exactamente lo que ah se dice por su descono-

    cimiento de esa lengua, y justo en la maana

    en la que entran en su habitacin para robar-

    se las escassimas pertenencias que le queda-

    ban, no puede ser ms kafkiano que Kafka,

    pero lo es: en el peridico, el nombre del au-

    tor es Tardowski, no Tardewski; la referencia ya indica la idea de alguien que ha llegado

    tarde a todo, que siempre estar marginado.

    Cuando sale a buscar en el peridico el texto que lo registrar como el propietario del des-

    cubrimiento de la entrevista entre Hitler y el

    autor de El proceso, Tardewski descubre un error en su nombre; que no entiende el texto

    en espaol; y que, cuando vuelva apesadum-

    brado a su miserable habitacin, encontrar

    los restos del naufragio al notar que ha sido

    robado. En un gesto de vanidad, quiso publi-

    car su noticia sobre ese encuentro espeluz-

    nante. Lo kafkiano (y en esto Piglia tambin

    sugiere un gesto de lo gombrowicziano, el

    fracaso azaroso pero, tambin, decidido por

    el que lo padece) aparece en todo su esplen-

    dor en el siguiente fragmento: Era ridcu-

    lo, bien pensado. Publicar en La Prensa, en plena guerra mundial, un artculo traducido del ingls para asegurarme as la propiedad intelectual de un futuro libro y recibir como

    respuesta un robo real. No era una leccin? Yo haba actuado como un acadmico ridculo [] un universitario sin universidad, un po-

    laco sin Polonia; un escritor sin lenguaje. Es

    probable que el Gombrowicz histrico haya

    sentido lo que su homlogo Tardewski sinti

    en esa escena tragicmica: Al lado mo, cual-

    quier personaje de Kafka, por ejemplo Gre-

    gorio Samsa, poda considerarse un hombre satisfecho.

    La ubicacin perifrica de Gombrowicz

    del orbe literario e intelectual rioplatense se ha convertido en todo un referente actual de

  • 33

    la cultura argentina, que busca en el escri-

    tor polaco algo de la identidad multicultural que la conforma. La figura de Gombrowicz

    tambin refleja la dignidad del escritor in-

    comprendido. Ricardo Piglia vuelve al autor polaco en su ensayo El escritor como lec-

    tor. Para cerrarlo, recuerda la ancdota con

    Jacobo Muchnik, editor fundamental de la

    segunda mitad del siglo XX, que quera ree-

    ditar en Argentina, en 1960, la traduccin al

    espaol de la novela que aqul haba escrito

    en Polonia. Muchnik le propone al escritor

    una edicin de 10 000 ejemplares y le ofrece

    como anticipo un tercio de los derechos. Eso es lo de menos, le contesta Gombrowicz. Yo

    estoy dispuesto a autorizarle esa edicin,

    si usted se compromete a editar otro libro muy importante que estoy escribiendo. Us-

    tedes me hacen un contrato de edicin del Diario argentino, y yo les autorizo a editar

    Ferdydurque. Muchnik le responde que

    no puede comprometerse sin haber ledo el libro. Y entonces, cuenta Muchnik, sin

    quitarme los ojos de encima, Gombrowicz

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    .

  • 34

    se llev las manos al bolsillo del saco, extra-jo un par de pginas escritas a mquina y

    me las alcanz por encima de mi escritorio.

    Muchnik le sugiere que se las deje para leer.

    No, insiste cortante Gombrowicz. Dos p-

    ginas se leen en un momento, lalas ahora, yo espero. Entonces Muchnik se puso a leer,

    con Gombrowicz delante, y ese texto dice

    Muchnik, me atrap desde la primera frase.

    Pero cuando termin de leerlo le dije, bueno,

    es extraordinario, pero no puedo comprome-terme a publicarlo sin conocer todo el libro. Gombrowicz no me respondi, se puso de

    pie. Por encima del escritorio me quit sus

    dos hojas, murmur algo que no s si fue un

    insulto o un saludo de despedida, y sin ms

    gir sobre sus talones y se fue. Prefiri no

    reeditar Ferdydurque, no recibir el dinero del anticipo que seguro necesitaba porque

    quera ver publicado el Diario argentino. El Diario argentino de Gombrowicz es

    una seleccin de pginas que ste tom de su

    Diario, una obra monumental editada en tres volmenes. Los fragmentos argentinos anun-cian su interrupcin cuando W. G. anuncia

    que ha recibido una invitacin para pasar una

    estancia en Alemania. Hay relatos de su viaje

    en barco hacia Europa; a Argentina, lo sabe,

    no ha de volver. El estilo irnico y satrico de

    Gombrowicz no decrece cuando ya est en el

    otro continente. Su reconocimiento como un escritor de primer nivel en Europa y Amri-

    ca lleg tardamente, pero ahora puede dedi-carse, con mayor tiempo, a la literatura. Seis

    aos pasarn despus de su regreso de Argen-

    tina, hasta que una enfermedad respiratoria

    acabe con su vida. En sus ltimos aos, deci-di que Francia sera su residencia, en medio

    del respeto mundial que haban suscitado sus

    novelas, su diario y sus ensayos. Sin embargo,

    siempre se permiti el gesto irnico dirigido a quienes se sentan superiores por acceder a la

    cultura (a las ineptitudes de la inepta cultu-ra, en palabras de Lpez Velarde) y a s mis-

    mo. Gombrowicz cierra su Diario argentino:

    Las institutrices? Las institutrices?

    Mlle. Jeanette, luego Mlle. Zwieck, suiza

    adiestrndonos en la infancia en francs

    y en urbanidad, hace ya de esto muchos

    aos, en Maloszyce. Insertas en el fresco

    y agreste paisaje del campo polaco, como

    dos papagayos. Mi aversin al idioma fran-

    cs no fueron acaso ellas quienes me lo

    imbuyeron? Y Pars? No es para m hoy

    como una gigantesca institutriz francesa?

    El leve baile de Mlle. Jeannette y Mlle.

    Zwieck alrededor de la Torre Eiffel, en la

    plaza de la pera No son ellas acaso las

    que vuelan sobre las aceras?

    Fuera, fuera, ninfas ridculas que de-

    gradan mi ataque a Pars!

    En su estancia final, en Francia, Gom-

    browicz alcanz a dictar algunas lecciones

    de lo que hubiera sido un curso de filosofa,

    un poco para distraerse de los momentos agnicos que lo aquejaban y lo tenan pos-

    trado. Esas lecciones filosficas aparecieron

    en forma de libro pstumo gracias a Marie-

    Rita Labrosse (Rita Gombrowicz), la mujer

    que conoci a su vuelta a Europa y con quien

    se cas, con el ttulo de Curso de filosofa en seis horas y cuarto. Kant, Schopenhauer, He-

    gel, Marx, Nietzsche y Sartre forman parte

    del programa; en realidad, son ellos el centro de las conversaciones de Gombrowicz con su

    esposa y su amigo Dominique de Roux. Ms

    all del dramatismo existencialista que, po-

    dramos pensar, apareci como una niebla oscura en la habitacin, slo destaco el ep-grafe del libro que pone en escena, nueva-

    mente, la ubicacin excntrica (en el doble sentido del trmino) de Gombrowicz: Es

    para m un misterio que libros interesantes

    como los de Schopenhauer (y los mos!) no

    encuentren lectores.

    Todas las citas proceden de: Witold Gombrowicz, Diario argentino, traduccin de Sergio Pitol, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2006.

  • 35

    El convertidor de sueos

    Mario Islasinz

    Luego de finalizar mis estudios en una de

    la universidades ms costosas en 1987, de-

    cid quemar los cuatro ttulos obtenidos en

    un acto contracultural frente a la rectora de dicha Institucin. Tena 26 aos y todo

    un recorrido con una serie de personajes del

    medio literario (desde los 18 aos), en talle-res, reuniones, encuentros, viajes, lecturas,

    cantinas, hasta en sus propias casas y en las

    de sus amantes, desafortunadamente hoy la

    gran mayora estn muertos (sus amantes

    no), y no se valdra hablar de ellos, aunque

    los que an tienen la vida necesaria para ca-

    llarme el hocico, s que lo haran sin compa-

    sin alguna, pero ese no es el caso, lo que s

    viene a tema es que me regres al terruo no

    sin antes recibir una andanada de adverten-cias de vivos y muertos; ms las promesas

    de compartir un alto puesto en la empresa familiar logr que los escuchara con admira-

    cin s, lo confieso, pero sin la atencin que

    despus me retumbara y contina jodin-

    dome las pocas neuronas sanas que me res-

    tan en el cerebro salvadas por haber dejado

    de beber, algo que hice desde los once aos

    hasta los treinta y uno, momento en que al-

    cohlico ya, decid de golpe interrumpir ese

    horroroso deporte en el que estuve inmerso

    veinte largusimos aos con la singular ale-gra de hacerlo a diario.

    Ello me vali perderlo todo, y a dos aos

    de casado sin empleo y con temblores hasta

    en las uas, me sent una madrugada lue-go de diecisiete regaderazos con mi amada

    a platicar lo que en mis das y noches de de-

    lirios haba decidido: volver a la literatura

    como forma de vida. Recuerdo que me mir

    un tanto sorprendida, pues si bien de vez en

    cuando me vea cmo me le arrimaba a darle a las teclas de mi vieja mquina, tambin

    acepto que todo lo escrito se hallaba rega-

    do en una casa contigua en donde me reuna con los riquillos de la ciudad a dizque tocar

    rock, puros pretextos. Sin embargo y a pesar

    de su extraeza asinti, yo creo por los ester-

    tores que vea que estaba sufriendo mientras

    me desintoxicaba de aquellos veinte aos de

    alcohol. Hicimos el amor hasta que se qued

    dormida, en diciembre cumpliremos veinte aos de casados y tenemos dos hermosos hi-

    jos varones, no tuvimos nias, yo guard la

    esperanza de que alguno me saliera gay para

    regalarle vestidos y peinarlo, pero al comen-

    trselos terminaron con mi ilusin de padre

    deseoso de organizar unos quince aos con

    toda la pompa, hoy ren cuando lo comentan

    con amigos y amigas.

    Por esos das comenc a hacer llamadas a los cuates, recog lo tirado en la casa de al lado, incluso la limpi e intent hacer un estudio con los libros que guardados en ca-

    jas, se vieron de pronto en estantes y libre-

    ros, bueno, hasta me compr un ordenador de esos de pantalla verde. Los cuates empe-zaron a responder, los menos, y comenc a

    publicar en suplementos y revistas del pas,

    tom tanta fuerza que me lanc a las calles

    con la firme idea de toparme con otros y otras

    como yo. A los que me top resultaron ser

    puros despojos que haban estado en otros

    talleres y en otras ciudades, en sta no haba

    nada, lo que se llama nada, ah empezaron

    a retumbarme las advertencias escuchadas haca ya cuatro terribles aos, a tal grado

    que me envalenton tanto, que a la semana

    de mi salida en bsqueda de hacedores como

  • 36

    yo, inici un taller de creacin literaria con

    los despojos humanos recogidos en mi andar

    la ciudad. No sabra decir cmo es que empe-

    zaron a llegar personas jvenes, inquietas,

    con ganas de decir algo, aqu debo reconocer

    que a su vez se allegaron otros no tan jve-

    nes, pero con el mpetu necesario como para comentar que aquel taller dur diez aos,

    el Parmnides Garca Saldaa en honor al

    creador de la novela Pasto Verde y otras bel-dades como El Rey Criollo y ms, oriundo de esta ciudad y quien por cierto y para no

    variar, tena ya algunos aos de haber fa-

    llecido, mejor, como la ta Chofi de Sabines

    que a nadie le haca falta. Junto con aquel

    taller, las primeras ediciones surgieron lue-go de varias lecturas que hicieron mella en

    el maltratado cerebro de un servidor, en es-pecial una de un nobel que no debo mencio-

    nar, pues tambin est muerto. Recuerdo

    que la titul Escritos del tendedero, ya que

    los colgaba en los parques y en plazas de la

    ciudad a travs de un cordn inmenso y con

    pinzas de ropa sostena los ejemplares que

    semana a semana iba editando, fueron ca-torce y segn el contador de una copiadora

    hoy extinta, tir ms de diez mil ejemplares,

    la locura ya me haba hecho su presa, pues

    a cada ttulo que haca por semana le pona:

    se tiraron un sinfn de ejemplares, motivo

    de bromas de varios cuates a nivel nacio-nal. Cuando la copiadora feneca, alcanc a sacar una coleccin: El retorno de Quetzal-

    catl en donde les publiqu a cada uno de

    los integrantes del taller su primer libro, ya

    no s cuntos ttulos fueron, ni cuntos pa-

    saron en esos diez aos por el taller, lo que

    alcanzo a rescatar son los nombres que les

    di a las colecciones que saqu en ese largo

    periodo, mencionar slo algunas, porque

    el espacio en el papel es poco y se me pidi

    algo sobre lo que hablar ms adelante: Llo-

    vizna de letras, El rey criollo, El ao que la

    abuela descans, etctera. Al mismo tiempo

    que haca suceder todo esto, tuve otro sueo

    que convertir y este fue hacer una revista li-

    teraria que titul Pasto Verde, para que el

    rendimiento de honores fuera an ms com-

    pleto, aunque tampoco hiciera falta, bueno,

    pues logr de 1993 a 2003 cuarenta y ocho

    nmeros en donde inclu a ms de mil escri-

    tores y escritoras del pas y del extranjero,

    amn de artistas plsticos en igual nmero

    que las revistas editadas, ya que le otorgu

    un nmero a cada artista plstico, con ella

    obtuve dos reconocimientos a revistas inde-pendientes y los cumpl cabalmente, es ms,

    hasta me pas. Se termin aquel taller afor-

    tunadamente y surgieron otros, El cenculo

    del jueves, el memorable La comuna irrea-

    lista y otros ms que se fueron dando a lo

    largo y ancho del pas.

    Sobra comentar todos los inconvenientes a los