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pabloduran07
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La paradoja navideña Sardanápalo
A las cinco de la tarde, Don Carlos atajó a su hija Paola cuando ella abría la puerta
de la casa para salir.
– ¿Adónde vas? –le preguntó.
– Tú sabes adónde voy, ¿para qué preguntas? –El viejo enrojeció de rabia y apretó
el brazo de la adolescente.
– No seas insolente; sabes que eso me enerva…
– ¡Suéltame, me haces daño! –rogó ella, casi llorando.
– Dime a dónde vas –exigió él padre, enérgico.
– ¡Pero si sabes bien adónde voy!
– No quiero que vayas a verlo; sabes que ese muchacho no me gusta para ti; te lo he
dicho mil veces. Tú sabes por qué no quiero que lo veas…
– ¿Qué puedo saber yo si nunca me has explicado de verdad por qué no quieres que
lo vea?
– Yo sé que él anda en malos pasos…
– Eso no es verdad; tú no lo soportas, pero él es una buena persona y yo lo amo…
El viejo tomó la cara de la hija con fuerza y mirándola con furia le advirtió:
– Si lo vas a ver, voy a ir a buscarte y me encargaré que él no quiera verte más…
– ¡No serías capaz!
– ¿Qué no sería capaz? Ponme a prueba y verás. A ver, anda, ya verás… –remató el
viejo, soltando el brazo de la joven y mirándola desafiante. Ella salió corriendo.
– ¡Ni siquiera en navidad puedes tener respeto por nosotros! –gritó enojado el padre
a la hija, que se alejaba llorando.
Eran las nueve de la noche y Paola no volvía a la casa. Don Carlos ya bordeaba la
histeria y se hundía más y más en la rabia. Ya estaban cerca de la cena navideña.
– ¡Por qué es tan rebelde! –gruñó– En el regimiento mi general ya me ha comentado
su preocupación porque ella se vea con ese pendejo comunista. Esta niña me va a meter
en problemas…
– Ella volverá pronto. No seas violento con ella cuando llegue, te lo ruego. Hay que
buscar la mejor manera, sin escándalos, de alejarlo de nuestra hija –opinó la madre,
mientras analizaba en el espejo la belleza de su traje escotado para la cena, y los
hermanos pequeños de Paola miraban con ansiedad los regalos depositados en el árbol.
De pronto, se abrió la puerta de la casa y entró Paola con Cristián.
– ¡Qué hace él en nuestra casa! –exclamó colérico el militar. La hija se arrodilló
ante el padre, que se había levantado del sillón para encarar al joven y expulsarlo de su
casa, y con brillantes lágrimas suplicó:
– Papá, te ruego por favor que dejes a Cristián pasar la navidad con nosotros. Toda
su familia está en el norte y él está solo esta noche –El viejo comenzó a reír sobando su
bigote, con el pecho echado para adelante.
– ¿Qué te hace pensar que vamos a admitir con tu madre por un solo minuto a este
comunista en la casa? No tengo mucha paciencia, sal de mi casa inmediatamente…–
amenazó el viejo, mientras el joven, con expresión seria, enojosa pero tímida, se había
resistido desde el comienzo a entrar, pues era claro que había sido, más que persuadido,
traído a la fuerza por la jovencita.
– Paola, te dije que no quería venir aquí… Que tengas una feliz navidad, adiós.
– ¡No, espera! –suplicó ella llorando– Papá, por favor…
2
– Espera… –dijo el viejo, sonriendo levemente, como dueño de un gran secreto
oculto a su favor– Pensándolo bien… Creo que sería bueno que te quedaras con
nosotros, al menos un rato… Quiero conversar contigo un par de cosas…
La hija miró extrañada al padre por el súbito y enigmático vuelco en su actitud
respecto a Cristián. Con todo, ella lograba de momento el objetivo parcial que se había
propuesto: que su padre admitiera al joven en la casa, al menos por un tiempo.
– Siéntate, ¿quieres vino?, a ustedes los universitarios hippies les encanta el vino, y
la marihuana también… ¿O no? –Cristián se sintió insolentado con ese último
comentario y salió rápido del living, perseguido por Paola.
– Cristián –le dijo ella, deteniéndolo y mirándolo a los ojos– Mi papá ha decidido
pelear contigo en el campo de batalla de las palabras– ¿Por qué quieres huir ahora?, ¿no
quieres enfrentarlo por mí, por nosotros? –El joven agachó su cabeza meditabundo,
miró fijo a Paola, la besó y volvieron adentro.
El padre había visto, por cierto, a través de la ventana las siluetas besándose, lo cual
le había provocado un fulminante y terrible dolor de estómago. Entraron al living y
Cristián tomó asiento. El viejo agarró la botella de vino y sirvió vino al joven,
preguntando fuerte a su mujer:
– Amor, ¿podrías traer la Coca Cola para esta niñita?, es muy chica para tomar
vino…
– No, papá; ya tengo diecisiete años, ¿no le parece que estoy en edad de decidir
tomar o no tomar vino?
– De decidir tomar vino, quizás sí… –respondió el viejo, degustando el dulce
brebaje.
– ¿Y de elegir a quién amar?, ¿eso no?
– Discutamos las cuestiones por orden… –contestó el viejo, escabulléndose– Tú,
Cristián… ¿Qué estudias?
– Pedagogía en historia.
– Pedagogía en historia… –sonrió sarcástico el viejo– ¿Y crees que tu profesión
tendrá un buen futuro, crees que podrás tener un buen pasar?
– Es lo que amo; no podría estudiar otra cosa…
– Ya veo... ¿Y qué más amas?, ¿protestar y exponer a mi hija en marchas
comunistas? Estudias para ser profesor, para morirte de hambre, eres comunista y
quieres arrastrar a mi hija a esas estupideces…
– Ella sabe decidir y comparte mis ideales; muchos sabemos que nuestra causa es
necesaria y justa… No nos rendiremos jamás; siempre buscaremos la verdadera
sociedad para la vida.
– Jajaj… Te creo… Y en tu búsqueda idealista quieres que mi hija sea trinchera, ¿o
no? Porque te escondes detrás de ella… Ella te ha traído acá de hecho a la fuerza y te
has escondido detrás de sus faldas todo el tiempo. ¿También haces eso en las marchas?
– Los cobardes han sido ustedes; ustedes son los que han matado gente indefensa,
civiles, en todos estos años… –contestó serio Cristián, con los puños cerrados,
consciente de que estas últimas palabras podían exasperar al viejo y traerlo en franca
lucha en su contra– Paola, realmente no tengo nada que demostrarle a tus padres y no
tiene sentido seguir esta conversación. Además, la navidad no me agrada y no quiero
celebrarla, sólo quiero irme a mi casa…
– Sí, muchacho… Lo mejor es que te vayas a tu estrecha pieza de pensión a leer tus
panfletos ridículos… Ahora resulta que no te gusta la navidad, otra rareza más de tu
parte, jejj…
3
Cristián miró fijamente a Paola, con un gesto serio, mudo pero elocuente a la vez,
de despedida. Sin embargo, siguió de pie, tomando la manilla de la puerta, y explicó
tranquilo:
– Desde muy pequeño que no me gusta la navidad. Mi padre es profesor escolar
en Tocopilla, y se muy bien a lo que usted se refería… Es verdad, la vida de los
profesores no es lujosa, tampoco es tan dura como la de los obreros, pero es estrecha en
realidad: lo he vivido en carne propia. Hoy puedo estudiar sólo porque mi padre me
educó desde pequeño para tener un muy buen rendimiento estudiantil y acceder a una de
las limitadas becas universitarias que se ofrecen en esta sociedad. Cuando era muy niño,
la navidad me gustaba mucho, pero me sucedió algo que me hizo detestarla…
– ¿Sabes qué? No tengo tiempo para escuchar tus discursos…
– Si quiere no me escuche… Me tomará muy poco tiempo decirle esto a su mujer y
a su hija… Cuando niño, caminaba un día de navidad con mi tío. Cruzábamos un puente
de mi ciudad y había un pordiosero tirado en el suelo, sumergido en sus andrajos… Era
un viejo moreno, de rostro curtido, demacrado por la pobreza, de pelo un poco largo
desordenado y piojento, y de ojos muy claros, penetrantes y agudos. Al pasar, no pude
evitar la mirada profunda de ese anciano. “Una limosnita navideña, por favor, amigo
mío…” dijo el viejo, suplicante y seco de caña, y se abalanzó a abrazar desesperado las
piernas de mi tío. “Suéltame viejo de mierda alcohólico; ¡púdrete! Ojalá te mueras…”
gritó mi tío, arrogante desde su bienestar. “¿Por qué no le damos un regalo navideño,
tío?” le pregunté yo. “Estás loco, si le damos algo nos va a seguir hasta la casa como los
perros y no nos va a dejar tranquilo… Vamos rápido a la casa; allá te esperan regalos y
una rica cena, Cristiancito…” respondió mi tío, y me arrastró por el camino hacia la
casa. Pero yo miraba hacia atrás, hacia ese hombre abandonado en su vejez miserable y
cruel. Nunca más pude borrar de mi mente esa mirada suplicante, mísera y
omnipresente. Eran los ojos de Dios y del mismo ser humano. La actitud de mi tío era lo
que yo detesto de los seres humanos. Desde entonces no soporto la hipócrita celebración
de la navidad…
– Mm… Es una bella historia… pero ese viejo llegó a ese estado vergonzoso porque
se lo buscó, porque, en su vida, hizo las cosas de manera que llegó a eso… La navidad
para mí es disfrutar la felicidad con mis hijos, nada más…
– ¡Y no puedes entender entonces que mi felicidad está con Cristián, papá! –dijo
desesperada Paola.
–No, hija –respondió el padre, ahora tranquilo, tomando con ambas manos su copa
y mirando a su hija con ojos muy vivaces–; tu vida no está con este jovencito. Tu vida
está aquí en tu casa y en un matrimonio decente con un hombre de bien, al cual, según
parece, tú no eres capaz de reconocer por ti misma... Por ello, tu madre y yo tendremos
que decidir por ti…
– Usted ignora la fuerza de la naturaleza, señor; no puede detener el cauce del río.
Puede utilizar represas, pero la naturaleza vuelve todo a su orden. Si yo y su hija nos
amamos, tarde o temprano usted tendrá que entenderlo y aceptarlo… –sentenció
Cristián.
– Y tu ignoras hasta qué punto un padre puede velar por el bien de su hija… Tu
compasión y tu buena voluntad son ensoñaciones muy bonitas, pero no son reales. Vete
de mi casa y medita lo que te he dicho; eres tú quien no debe luchar contra la
naturaleza… Déjame celebrar mi navidad en paz con mi familia; yo no me amargo en el
sufrimiento de otros sino que disfruto mi felicidad, pues la vida no es eterna…
Cristián miró con ojos profundos a Paola, a lo largo de un momento que pareció
eterno, y abandonó la casa, sumergiéndose en los reflexivos senderos de una noche
navideña.