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1 La paradoja navideña Sardanápalo A las cinco de la tarde, Don Carlos atajó a su hija Paola cuando ella abría la puerta de la casa para salir. ¿Adónde vas? le preguntó. Tú sabes adónde voy, ¿para qué preguntas? El viejo enrojeció de rabia y apretó el brazo de la adolescente. No seas insolente; sabes que eso me enerva… ¡Suéltame, me haces daño! rogó ella, casi llorando. Dime a dónde vas exigió él padre, enérgico. ¡Pero si sabes bien adónde voy! No quiero que vayas a verlo; sabes que ese muchacho no me gusta para ti; te lo he dicho mil veces. Tú sabes por qué no quiero que lo veas… ¿Qué puedo saber yo si nunca me has explicado de verdad por qué no quieres que lo vea? Yo sé que él anda en malos pasos… Eso no es verdad; tú no lo soportas, pero él es una buena persona y yo lo amo… El viejo tomó la cara de la hija con fuerza y mirándola con furia le advirtió: Si lo vas a ver, voy a ir a buscarte y me encargaré que él no quiera verte más… ¡No serías capaz! ¿Qué no sería capaz? Ponme a prueba y verás. A ver, anda, ya verás… –remató el viejo, soltando el brazo de la joven y mirándola desafiante. Ella salió corriendo. ¡Ni siquiera en navidad puedes tener respeto por nosotros! gritó enojado el padre a la hija, que se alejaba llorando. Eran las nueve de la noche y Paola no volvía a la casa. Don Carlos ya bordeaba la histeria y se hundía más y más en la rabia. Ya estaban cerca de la cena navideña. ¡Por qué es tan rebelde! gruñóEn el regimiento mi general ya me ha comentado su preocupación porque ella se vea con ese pendejo comunista. Esta niña me va a meter en problemas… Ella volverá pronto. No seas violento con ella cuando llegue, te lo ruego. Hay que buscar la mejor manera, sin escándalos, de alejarlo de nuestra hija opinó la madre, mientras analizaba en el espejo la belleza de su traje escotado para la cena, y los hermanos pequeños de Paola miraban con ansiedad los regalos depositados en el árbol. De pronto, se abrió la puerta de la casa y entró Paola con Cristián. ¡Qué hace él en nuestra casa! exclamó colérico el militar. La hija se arrodilló ante el padre, que se había levantado del sillón para encarar al joven y expulsarlo de su casa, y con brillantes lágrimas suplicó: Papá, te ruego por favor que dejes a Cristián pasar la navidad con nosotros. Toda su familia está en el norte y él está solo esta noche El viejo comenzó a reír sobando su bigote, con el pecho echado para adelante. ¿Qué te hace pensar que vamos a admitir con tu madre por un solo minuto a este comunista en la casa? No tengo mucha paciencia, sal de mi casa inmediatamente…– amenazó el viejo, mientras el joven, con expresión seria, enojosa pero tímida, se había resistido desde el comienzo a entrar, pues era claro que había sido, más que persuadido, traído a la fuerza por la jovencita. Paola, te dije que no quería venir aquí… Que tengas una feliz navidad, adiós. ¡No, espera! suplicó ella llorandoPapá, por favor…

La Paradoja Navideña

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La paradoja navideña Sardanápalo

A las cinco de la tarde, Don Carlos atajó a su hija Paola cuando ella abría la puerta

de la casa para salir.

– ¿Adónde vas? –le preguntó.

– Tú sabes adónde voy, ¿para qué preguntas? –El viejo enrojeció de rabia y apretó

el brazo de la adolescente.

– No seas insolente; sabes que eso me enerva…

– ¡Suéltame, me haces daño! –rogó ella, casi llorando.

– Dime a dónde vas –exigió él padre, enérgico.

– ¡Pero si sabes bien adónde voy!

– No quiero que vayas a verlo; sabes que ese muchacho no me gusta para ti; te lo he

dicho mil veces. Tú sabes por qué no quiero que lo veas…

– ¿Qué puedo saber yo si nunca me has explicado de verdad por qué no quieres que

lo vea?

– Yo sé que él anda en malos pasos…

– Eso no es verdad; tú no lo soportas, pero él es una buena persona y yo lo amo…

El viejo tomó la cara de la hija con fuerza y mirándola con furia le advirtió:

– Si lo vas a ver, voy a ir a buscarte y me encargaré que él no quiera verte más…

– ¡No serías capaz!

– ¿Qué no sería capaz? Ponme a prueba y verás. A ver, anda, ya verás… –remató el

viejo, soltando el brazo de la joven y mirándola desafiante. Ella salió corriendo.

– ¡Ni siquiera en navidad puedes tener respeto por nosotros! –gritó enojado el padre

a la hija, que se alejaba llorando.

Eran las nueve de la noche y Paola no volvía a la casa. Don Carlos ya bordeaba la

histeria y se hundía más y más en la rabia. Ya estaban cerca de la cena navideña.

– ¡Por qué es tan rebelde! –gruñó– En el regimiento mi general ya me ha comentado

su preocupación porque ella se vea con ese pendejo comunista. Esta niña me va a meter

en problemas…

– Ella volverá pronto. No seas violento con ella cuando llegue, te lo ruego. Hay que

buscar la mejor manera, sin escándalos, de alejarlo de nuestra hija –opinó la madre,

mientras analizaba en el espejo la belleza de su traje escotado para la cena, y los

hermanos pequeños de Paola miraban con ansiedad los regalos depositados en el árbol.

De pronto, se abrió la puerta de la casa y entró Paola con Cristián.

– ¡Qué hace él en nuestra casa! –exclamó colérico el militar. La hija se arrodilló

ante el padre, que se había levantado del sillón para encarar al joven y expulsarlo de su

casa, y con brillantes lágrimas suplicó:

– Papá, te ruego por favor que dejes a Cristián pasar la navidad con nosotros. Toda

su familia está en el norte y él está solo esta noche –El viejo comenzó a reír sobando su

bigote, con el pecho echado para adelante.

– ¿Qué te hace pensar que vamos a admitir con tu madre por un solo minuto a este

comunista en la casa? No tengo mucha paciencia, sal de mi casa inmediatamente…–

amenazó el viejo, mientras el joven, con expresión seria, enojosa pero tímida, se había

resistido desde el comienzo a entrar, pues era claro que había sido, más que persuadido,

traído a la fuerza por la jovencita.

– Paola, te dije que no quería venir aquí… Que tengas una feliz navidad, adiós.

– ¡No, espera! –suplicó ella llorando– Papá, por favor…

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– Espera… –dijo el viejo, sonriendo levemente, como dueño de un gran secreto

oculto a su favor– Pensándolo bien… Creo que sería bueno que te quedaras con

nosotros, al menos un rato… Quiero conversar contigo un par de cosas…

La hija miró extrañada al padre por el súbito y enigmático vuelco en su actitud

respecto a Cristián. Con todo, ella lograba de momento el objetivo parcial que se había

propuesto: que su padre admitiera al joven en la casa, al menos por un tiempo.

– Siéntate, ¿quieres vino?, a ustedes los universitarios hippies les encanta el vino, y

la marihuana también… ¿O no? –Cristián se sintió insolentado con ese último

comentario y salió rápido del living, perseguido por Paola.

– Cristián –le dijo ella, deteniéndolo y mirándolo a los ojos– Mi papá ha decidido

pelear contigo en el campo de batalla de las palabras– ¿Por qué quieres huir ahora?, ¿no

quieres enfrentarlo por mí, por nosotros? –El joven agachó su cabeza meditabundo,

miró fijo a Paola, la besó y volvieron adentro.

El padre había visto, por cierto, a través de la ventana las siluetas besándose, lo cual

le había provocado un fulminante y terrible dolor de estómago. Entraron al living y

Cristián tomó asiento. El viejo agarró la botella de vino y sirvió vino al joven,

preguntando fuerte a su mujer:

– Amor, ¿podrías traer la Coca Cola para esta niñita?, es muy chica para tomar

vino…

– No, papá; ya tengo diecisiete años, ¿no le parece que estoy en edad de decidir

tomar o no tomar vino?

– De decidir tomar vino, quizás sí… –respondió el viejo, degustando el dulce

brebaje.

– ¿Y de elegir a quién amar?, ¿eso no?

– Discutamos las cuestiones por orden… –contestó el viejo, escabulléndose– Tú,

Cristián… ¿Qué estudias?

– Pedagogía en historia.

– Pedagogía en historia… –sonrió sarcástico el viejo– ¿Y crees que tu profesión

tendrá un buen futuro, crees que podrás tener un buen pasar?

– Es lo que amo; no podría estudiar otra cosa…

– Ya veo... ¿Y qué más amas?, ¿protestar y exponer a mi hija en marchas

comunistas? Estudias para ser profesor, para morirte de hambre, eres comunista y

quieres arrastrar a mi hija a esas estupideces…

– Ella sabe decidir y comparte mis ideales; muchos sabemos que nuestra causa es

necesaria y justa… No nos rendiremos jamás; siempre buscaremos la verdadera

sociedad para la vida.

– Jajaj… Te creo… Y en tu búsqueda idealista quieres que mi hija sea trinchera, ¿o

no? Porque te escondes detrás de ella… Ella te ha traído acá de hecho a la fuerza y te

has escondido detrás de sus faldas todo el tiempo. ¿También haces eso en las marchas?

– Los cobardes han sido ustedes; ustedes son los que han matado gente indefensa,

civiles, en todos estos años… –contestó serio Cristián, con los puños cerrados,

consciente de que estas últimas palabras podían exasperar al viejo y traerlo en franca

lucha en su contra– Paola, realmente no tengo nada que demostrarle a tus padres y no

tiene sentido seguir esta conversación. Además, la navidad no me agrada y no quiero

celebrarla, sólo quiero irme a mi casa…

– Sí, muchacho… Lo mejor es que te vayas a tu estrecha pieza de pensión a leer tus

panfletos ridículos… Ahora resulta que no te gusta la navidad, otra rareza más de tu

parte, jejj…

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Cristián miró fijamente a Paola, con un gesto serio, mudo pero elocuente a la vez,

de despedida. Sin embargo, siguió de pie, tomando la manilla de la puerta, y explicó

tranquilo:

– Desde muy pequeño que no me gusta la navidad. Mi padre es profesor escolar

en Tocopilla, y se muy bien a lo que usted se refería… Es verdad, la vida de los

profesores no es lujosa, tampoco es tan dura como la de los obreros, pero es estrecha en

realidad: lo he vivido en carne propia. Hoy puedo estudiar sólo porque mi padre me

educó desde pequeño para tener un muy buen rendimiento estudiantil y acceder a una de

las limitadas becas universitarias que se ofrecen en esta sociedad. Cuando era muy niño,

la navidad me gustaba mucho, pero me sucedió algo que me hizo detestarla…

– ¿Sabes qué? No tengo tiempo para escuchar tus discursos…

– Si quiere no me escuche… Me tomará muy poco tiempo decirle esto a su mujer y

a su hija… Cuando niño, caminaba un día de navidad con mi tío. Cruzábamos un puente

de mi ciudad y había un pordiosero tirado en el suelo, sumergido en sus andrajos… Era

un viejo moreno, de rostro curtido, demacrado por la pobreza, de pelo un poco largo

desordenado y piojento, y de ojos muy claros, penetrantes y agudos. Al pasar, no pude

evitar la mirada profunda de ese anciano. “Una limosnita navideña, por favor, amigo

mío…” dijo el viejo, suplicante y seco de caña, y se abalanzó a abrazar desesperado las

piernas de mi tío. “Suéltame viejo de mierda alcohólico; ¡púdrete! Ojalá te mueras…”

gritó mi tío, arrogante desde su bienestar. “¿Por qué no le damos un regalo navideño,

tío?” le pregunté yo. “Estás loco, si le damos algo nos va a seguir hasta la casa como los

perros y no nos va a dejar tranquilo… Vamos rápido a la casa; allá te esperan regalos y

una rica cena, Cristiancito…” respondió mi tío, y me arrastró por el camino hacia la

casa. Pero yo miraba hacia atrás, hacia ese hombre abandonado en su vejez miserable y

cruel. Nunca más pude borrar de mi mente esa mirada suplicante, mísera y

omnipresente. Eran los ojos de Dios y del mismo ser humano. La actitud de mi tío era lo

que yo detesto de los seres humanos. Desde entonces no soporto la hipócrita celebración

de la navidad…

– Mm… Es una bella historia… pero ese viejo llegó a ese estado vergonzoso porque

se lo buscó, porque, en su vida, hizo las cosas de manera que llegó a eso… La navidad

para mí es disfrutar la felicidad con mis hijos, nada más…

– ¡Y no puedes entender entonces que mi felicidad está con Cristián, papá! –dijo

desesperada Paola.

–No, hija –respondió el padre, ahora tranquilo, tomando con ambas manos su copa

y mirando a su hija con ojos muy vivaces–; tu vida no está con este jovencito. Tu vida

está aquí en tu casa y en un matrimonio decente con un hombre de bien, al cual, según

parece, tú no eres capaz de reconocer por ti misma... Por ello, tu madre y yo tendremos

que decidir por ti…

– Usted ignora la fuerza de la naturaleza, señor; no puede detener el cauce del río.

Puede utilizar represas, pero la naturaleza vuelve todo a su orden. Si yo y su hija nos

amamos, tarde o temprano usted tendrá que entenderlo y aceptarlo… –sentenció

Cristián.

– Y tu ignoras hasta qué punto un padre puede velar por el bien de su hija… Tu

compasión y tu buena voluntad son ensoñaciones muy bonitas, pero no son reales. Vete

de mi casa y medita lo que te he dicho; eres tú quien no debe luchar contra la

naturaleza… Déjame celebrar mi navidad en paz con mi familia; yo no me amargo en el

sufrimiento de otros sino que disfruto mi felicidad, pues la vida no es eterna…

Cristián miró con ojos profundos a Paola, a lo largo de un momento que pareció

eterno, y abandonó la casa, sumergiéndose en los reflexivos senderos de una noche

navideña.