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CAPÍTULO
II
Académicos y Universidades
Introducción
Dice un estudioso que los académicos, profesores e investigadores están
directamente involucrados en la política y en la vida intelectual mucho
más de lo que a primera vista parece (Albach,1993). Los académicos,
para llamarlos genéricamente, son parte activa en la vida interna de sus
instituciones1. No solamente son receptores de decisiones, sino que
además participan en ellas, las discuten, cambian las reglas y son
afectados por las mismas. Tanto los actores como sus intereses son
construidos institucionalmente, como nos dicen los neoinstitucionalistas
(Powell y Dimaggio, 1999). Sin embargo esta faceta de activismo en las
relaciones institucionales de poder, es la menos conocida del académico.
La idea en esta parte es definir la importancia y actuación del docente
dentro de la dinámica de las relaciones que se establecen con las
autoridades y con otros grupos dentro de la institución. No nos interesa el
docente en su papel dentro del aula, cubículo o laboratorio y su perfil o
nivel dentro de la rama disciplinaria a la que pertenece2. Nos importa
1 En adelante se utiliza indistintamente y solo con fines de redacción los términos docente, profesor y académico. Sin embargo, aquí se considera que la noción de académico es la que mejor define al profesor universitario que cubre las tres funciones básicas de la universidad, docencia, investigación y difusión; pero además que mantiene una relación estrecha con la institución, que se identifica con ella, y que va más allá del compromiso laboral. Pierre Bourdieu hace una excelente aportación al estudio de los académicos, en este sentido, en su obra Homo Academicus (Les editions de Minuit, 1984) 2 De hecho en la última década se han producido numerosos estudios sobre diversas facetas de la vida académica y sus actores. Una excelente compilación de todos ellos es
57
explorar al académico como integrante de una comunidad, frente a la
cual actúa de acuerdo con los estímulos que se le presentan. Esto es, nos
interesa su participación dentro de la institución.
El camino que se le ha presentado al académico en las últimas décadas
no es solamente mejorar su papel como docente o investigador, sino
además ha sido de una continua lucha por alcanzar y mantener un status
de libertad académica y relativa seguridad laboral. Ahí es donde radica
la importancia de su participación dentro de la institución. La investigación
de cómo ha sido ésta, dentro de las universidades, que incentivos ha
tenido y cual ha sido su influencia en la institución es justamente el
propósito de esta parte de la tesis.
El docente3 es miembro de una institución muy compleja4 como ha sido
definida a la universidad desde hace al menos una década (Clark, 1989,
1997; Acosta, 2000; Ibarra, 2001). En particular la universidad pública
mexicana en el ámbito de su vida interna observa, entre otras
características, la presencia de distintos grupos de poder, opositores o
favorables a las autoridades (en la institución y aún dentro de las
facultades, escuelas o departamentos). Estos grupos frecuentemente
mantienen intereses divergentes entre sus miembros. Los cuales establecen el texto publicado por la SEP, el CESU-UNAM y el COMIE, titulado: “Sujetos, Actores y Procesos de Formación” coordinado por Patricia Ducoing W, el cual reúne lo producido en una década (1992-2002) en la materia. 3 En adelante se utiliza indistintamente y solo con fines de redacción, los términos docente, profesor o académico. Aquí se considera que la noción de académico es la que mejor define al profesor universitario que cubre las tres funciones básicas de la universidad, docencia, investigación y difusión, pero además que mantiene una relación estrecha con la institución, que se identifica con ella, y que va más allá del compromiso laboral. Pierre Bourdieu hace una excelente aportación al estudio de los académicos, en este sentido, en su obra Homo Academicus (Les editions de Minuit, 1984) 4 Se utiliza en término complejo no como contrario a simple, sino referido a la incertidumbre que se manifiesta en las relaciones de una institución, dada la amplitud, interdependencia, inestabilidad y grado de conciencia de los agentes participantes y de las posibles de las variables que se les presentan (Acosta, 2000; Zolo, 1994)
58
alianzas o desarrollan antagonismos. Buena parte de estos grupos sostienen
o apoyan diferentes tipos de compromisos con el exterior y hacia el interior.
Todo lo anterior finalmente define un tipo de relaciones político-
institucionales a menudo tensas con y entre grupos y con autoridades,
dentro de las universidades públicas en México.
La universidad contemporánea ya no es un campo abierto de expresión
libre de ideas y creación científica, que se construye sobre relaciones
equilibradas y desinteresadas entre sus miembros. No es lo por lo menos su
rasgo esencial. La universidad actual no es el lugar donde se crea y recrea
el conocimiento, como E. Morín5 refería a la universidad moderna. Por el
contrario la universidad que comienza el siglo XXI, ya no es centralmente
una institución del conocimiento, sino que cada vez se convierte más en
una organización de intereses de poder diversos, a veces contradictorios,
entre sus miembros y para con el exterior.
Pero no solamente en México. Hace algunas décadas Karl Jaspers
anunciaba con cierto temor que en las universidades alemanas “...o se
consigue el mantenimiento de la universidad alemana (tradicional) o ella
encontrará su final en el funcionalismo de las gigantescas instituciones de
instrucción y formativas de las fuerzas especializadas de la ciencia y la
técnica” (Habermas, 1987: 25-26). Es decir la visión de una universidad con
los ideales y principios que señalaba E. Morín y que prevaleció hasta
mediados del siglo XX en el mundo occidental, parece no existir más. Y
5 Edgar Morín remembrando el origen de la universidad moderna expuso en un reciente congreso: “Tanto en sus antecedentes en Bagdad o en Fez, la universidad, como ha sido llamada, es el gran regalo de la Europa medieval a la Europa moderna. (...). La universidad es conservadora, regeneradora, y generadora. Ella conserva, memoriza, integra, ritualiza una herencia cognitiva; ella la regenera, reexaminándola, actualizándola, transmitiéndola; ella genera el saber y la cultura que entrarán después en esa herencia” Congrès de Locarno, 1997
59
ello era lo que tan atinadamente anunciaba Jaspers desde 1945.
Habermas mismo en su alocución a propósito del 600 aniversario de la
Universidad de Heildeberg en 1986, argumentaba que la idea de
universidad distaba ya mucho de lo que la realidad universitaria
presentaba ya para esos años (Habermas, 1987).
Se trata en síntesis, de un alejamiento paulatino entre aquella institución
que se dedicaba al cultivo científico y la que se nos presenta desde
mediados del siglo XX, no impulsada necesariamente por aquél, sino
mediada tanto por las necesidades del mercado y de la sociedad civil
”que están interesadas por los resultados utilizables del conocimiento
científico” (Habermas,1987: 32), como por la intervención de los poderes
públicos, a través de las autoridades universitarias, pero sobre todo por las
dificultades propias de las enormes y complejas organizaciones modernas.
Aquí resulta útil aplicar, en la medida de lo posible, los indicadores del
neoinstitucionalismo con los cuales se puede analizar una institución, que
de entrada se presenta como un caos más o menos organizado. Es decir,
como se encuentra la división del trabajo y la regularidad de los
procedimientos, la especialización del trabajo, las jurisdicciones y la
delegación y supervisón de las actividades. Sin embargo, ello se hará al
final del recorrido histórico-institucional a través del cual veremos el
desempeño de las universidades mexicanas.
La universidad mexicana, en particular, la universidad pública, como lo ha
explicado Acosta Silva, es un espacio donde existe el conflicto y la
negociación (Acosta, 2000). Podría decirse que está constituida por una
red de relaciones asimétricas y problemáticas entre sus miembros, cuyo eje
fundamental no es necesariamente la búsqueda del conocimiento, sino su
propia supervivencia como institución social y en la que los académicos
60
han jugado distintos papeles, desde la sumisión y aceptación pasiva de las
reglas institucionales fijadas en la mayoría de la universidades públicas;
hasta la inconformidad y rechazo de medidas autoritarias impuestas por los
cuerpos de gobierno; además de la adhesión o repudio a la intervención
de los poderes públicos.
Con estas ideas preliminares intentamos en este capítulo abordar el estudio
de la universidad pública mexicana y de sus académicos a partir de dos
ejes. El primero es histórico, en el que distinguimos dos etapas, desde su
creación y/o el alcance de autonomía, hasta los años setenta6, y de los
años setenta hasta fines del siglo XX. El segundo eje son las estructuras de
poder formales e informales que, en esas dos etapas, se fueron
desarrollando en buena parte de las universidades. Ambos ejes se cruzan y
producen cambios importantes en las instituciones universitarias. Tanto el
eje histórico como el eje estructural forman el marco institucional en el que
los académicos llevan a cabo sus distintas formas de participación. Pero al
mismo tiempo ha sido esta participación la que ha ido cambiando a las
instituciones universitarias. La influencia es recíproca, aunque no
necesariamente dependiente. Como decíamos en el capítulo anterior, las
instituciones son los individuos y las reglas, de la universidad mexicana se
han estudiado mucho las reglas, pero muy poco a los individuos. Aquí nos
acercaremos más a los individuos.
6 Algunos autores señalan una periodización más extensa: un primer periodo la primera mitad del siglo XX, un periodo de transformación de los años sesenta y setenta y la historia moderna o contemporánea (Casillas, 1987). La que aquí presentamos excluye la primera parte del siglo XX, y se enfoca solo a dos periodos: los años setenta en donde ocurren los mayores cambios en el terreno de la participación y cultura política, y la historia reciente que ya contempla la transformación estructural de la universidad, con importantes efectos en las modalidades de dicha participación y en el sentido de la cultura política subyacente.
61
Parte 1
Académicos y Universidades en México
1. Dos ejes que se cruzan: eje estructural y eje histórico
Para el estudio de las estructuras internas de las universidades la Teoría de
las Organizaciones (TO) podría resultar útil, en tanto consideremos a la
universidad como organización, veamos. Los estudiosos de las
organizaciones nos indican que es posible aplicar los supuestos teóricos de
la teoría a instituciones como la universidad (Ibarra, 2000), en virtud de que
sus postulados comienzan a ir más allá de su origen, a saber la empresa
privada. Sin desdeñar esta aproximación, consideramos, que la institución
universitaria, está más bien formada por varias organizaciones (North,
1990), que generalmente son la organización legal, la administrativa y la
académica. Todas ellas a menudo tienen sus propias reglas, inercias y
modos de operar, los cuales también con frecuencia son contradictorios y
hasta incompatibles, como veremos más adelante.
Por todo lo anterior el acercamiento a la universidad desde la TO, será
relativamente útil, en virtud de que lo que pretendemos es estudiar a la
institución como el campo donde tienen lugar distintas reglas del juego, o
“...más formalmente, (como) los constreñimientos u obligaciones creados
por los seres humanos que le dan forma a la interacción humana..” como
dice North (1990:3) o en términos más coloquiales consideramos a la
universidad como la cancha7, en la que una parte de los jugadores son los
académicos.
7 La expresión es de Thelen y Steinmo, en Powell y Dimaggio (1999)
62
De todos modos, algunos de los rasgos que el mismo Weber señalaba para
las organizaciones, como el de la burocratización por ejemplo, también
están presentes en las instituciones universitarias contemporáneas. Sobre
todo en aquellas que han pasado por procesos de masificación
importantes en los últimos años, que es justo el caso de las universidades
públicas en México (Levy, 1987; Blanco, 2001). “En una universidad de
masas es común que aparezcan cuerpos administrativos centrales
altamente burocratizados” (Kent, 1987:79), los cuales además de no
permitir fluidez en las decisiones, tienden a fragmentar y descomponer las
demandas de los actores de la institución universitaria, como las de los
académicos.
La universidad contemporánea ha desarrollado una amplia
burocratización que busca la disciplina y la regulación del
comportamiento de los actores por medios formales-legales como los
reglamentos, los expedientes y las jerarquías, lo que Meyer y Rowan llaman
la “estructura formal de las organizaciones institucionalizadas” (en Powell y
Dimaggio, 1999: 79), o mediante reglas informales como las rutinas, las
inercias y los vicios del pasado. Muchos de estos fenómenos se encuentran,
en mayor o menor medida, en las instituciones universitarias actuales. Y por
ello es importante reconocer que nuestras viejas instituciones del saber,
pueden estar siendo desplazadas por enormes organizaciones donde
concurren, trabajadores, profesores, alumnos y autoridades en un espacio
no siempre bien acoplado8, que a menudo observa ya fenómenos de
burocratización muy complejos.
La idea de observar a las universidades como sistemas no acoplados y de
considerar que la institución está conformada por varias organizaciones, 8 El término original es de Karl Weick quien define a las universidades modernas como sistemas vagamente acoplados (Lossely Coupled Systems) (Weick, 1976).
63
nos ayuda a construir una aproximación hacia lo que aquí llamamos las
estructuras internas de poder de las instituciones universitarias mexicanas.
Consideramos que éstas han desarrollado dos esquemas dentro de su
estructura interna de poder: el formal y el informal. El primero se refiere al
conjunto de estructuras jerárquicas formales, normas, leyes y reglamentos
que la institución se ha dado a través del tiempo. Meyer y Rowan nos
dicen que “La estructura formal es un plan para las actividades que
incluye ante todo, el cuadro de la organización: una lista de las oficinas,
departamentos, posiciones y programas. Estos elementos se vinculan
mediante metas y políticas explícitas que conforman una teoría racional
del modo, y el propósito, al que se deberán ajustar las actividades” (en
Powell y Dimaggio, 1999: 81).
El segundo esquema de poder es el informal e incluye todo el campo de
intereses, aspiraciones y valores de los miembros de la organización, bien
en términos personales o de grupo. Dice un estudioso de las organizaciones
universitarias que en éstas deberán observarse “...no solo las estructuras
formales –tales como las formas de gobierno o los organigramas de las
escuelas y centros de investigación- sino además deberá analizar(se) la
naturaleza socio-organizacional del currículo, el aula, la profesión
académica y también la profesión político-burocrática de la universidad
contemporánea” (Kent, 1987: 73-74). A esto último le llamamos aquí la
estructura informal de poder.
En este sentido en la universidad –como institución- hay funciones
manifiestas, pero también hay funciones latentes, explícitas e implícitas. La
universidad se sostiene en estructuras formales, pero también y quizá con
mayor peso, en estructuras informales o yuxtapuestas. Los actores, en este
caso lo académicos, no proceden necesariamente conforme a normas
64
como la eficacia, la productividad, el servicio o las reglas establecidas
para normar sus acciones. Sino que a menudo existe una ”...naturaleza y
peso específico de las relaciones de poder objetivas entre los diversos
grupos e intereses, con base en los cuales son orientados y negociados los
fines, las tecnologías, la división del trabajo y las estrategias” (Kent, 1987:
75). Es decir hay una brecha más o menos amplia entre la estructura
formal y la informal de poder al interior de las universidades.
En las instituciones universitarias públicas mexicanas, los esquemas
formales e informales han observado -creemos- dos etapas más o menos
definidas: desde su creación o el alcance de autonomía en la década de
los cincuenta, hasta los años setenta9, periodo en el que se presentan
pocos cambios en las dos estructuras. Y de los años setenta hasta fines del
siglo XX, en donde las variaciones son mucho más notorias en ambas
esferas, debido centralmente a la masificación y a los procesos de ajuste
político-académico-administrativo que trajo consigo. En ambos el
fenómeno de burocratización se desarrolló lenta pero persistentemente.
Los académicos fueron parte de ese fenómeno de masificación y
burocratización. Las universidades públicas crecieron tanto en matrícula
como en número de profesores; siendo éstos los que en mayor o menor
medida enfrentaron sus consecuencias, al menos en tres ámbitos: la
necesidad de creación de los sindicatos universitarios, la percepción de
que las formas de gobierno eran poco adecuadas al nuevo tamaño de las
9 Algunos autores señalan una periodización más extensa: un primer periodo la primera mitad del siglo XX, un periodo de transformación de los años sesenta y setenta y la historia moderna o contemporánea (Casillas, 1987). La que aquí presentamos excluye la primera parte del siglo XX, y se enfoca solo a dos periodos: los años setenta en donde ocurren los mayores cambios en el terreno de la participación y cultura política, y la historia reciente que ya contempla la transformación estructural de la universidad, con importantes efectos en las modalidades de dicha participación y en el sentido de la cultura política subyacente.
65
instituciones, y más tarde el establecimiento de los programas de estímulos
diferenciados por desempeño académico, para compensar el deterioro
salarial.
Exploremos brevemente como se relacionaban y funcionaban los
esquemas informal y formal de la primera etapa y cual fue el papel de los
académicos en la conformación de éstas estructuras dentro de la
universidad. Luego haremos lo mismo para la segunda etapa.
2. Estructuras y etapas
Etapa 1: estructura formal e informal
De los años cincuenta y hasta fines de los años setenta las instituciones
universitarias públicas mexicanas, mantenían una estructura real e informal
de poder vertical, dominada por la figura del rector y la administración
central y los directores de facultades y escuelas, cuyas acciones y
decisiones no se tomaban por, sino más bien, se legitimaban en los
Consejos Técnicos, o de gobierno o académico. Si bien los principios
legales de las instituciones señalaban (y esto sigue vigente en buena parte
de la legislación institucional) a éstos como las máximas autoridades
dentro de cada institución, en la práctica las sesiones o juntas de los
Consejos servían para reafirmar lo que en la mesa del rector, asesor o
director ya se había decidido10.
Así, existía un poder formal, casi protocolario, que eran los Consejos, y otro
real que eran el rector y los directores quienes llevaban a cabo la toma de
decisiones. Éstos ejercían un poder informal, pero real porque había una
10 Es claro, sin embargo que a esto escapan las excepciones que de todo estudio se haga sobre el tema en México: la UNAM, la UAM y el IPN esencialmente. Estos centros académicos mantienen una historia muy singular y difícilmente podrían caber en las generalidades de las instituciones autónomas de provincia.
66
tradición de gobierno de las instituciones en tal sentido. Quien mandaba
era el rector o el director, es decir las personas y no los Consejos (González
Casanova, 1971; Victorino, 1994). Los académicos mismos lo percibían así
y actuaban en consecuencia. La idea de participación en la toma de
decisiones no estaba muy arraigada entre los miembros de la institución, ni
en administrativos o personal de apoyo, ni en académicos. En virtud de
que el poder en su origen se estableció en forma vertical y no permitía
canales horizontales de participación. El propio rector de la UNAM Pablo
González Casanova cuestionaba el sistema de autoridad personal y la
ausencia de la participación de la comunidad universitaria en la toma de
decisiones e incluso proponía “...fomentar abiertamente las uniones de
profesores e investigadores, la participación más amplia y libre de todos en
la designación de sus representantes...” (González Casanova, 1971: 2).
Por otro lado, habría que agregar que dicho poder real tenía lugar en, al
menos, tres zonas diferenciadas dentro de la institución: la académica, la
administrativa y la propiamente política o de gobierno. Cada una con
distintos actores y actuando bajo distintas lógicas. Mientras la parte
académica o racionalidad académica como la llama R. Kent,
representada por los profesores e investigadores, pugnaba por una mejoría
en el nivel científico-técnico y la docencia de la institución; la
administrativa (personal de administración de recursos humanos y
materiales, mandos medios y dirección central) buscaba la eficiencia de
los recursos y hasta la austeridad en tareas académicas, es decir una
racionalidad típicamente burocrática, como dice el mismo Kent (1987: 88).
Cada una de estas lógicas se encontraba cruzada por la parte política
(rector / director) quienes finalmente tomaban decisiones generalmente
con base en las pugnas, alianzas, presiones y relaciones internas con los
67
grupos internos de poder o externas con las autoridades gubernamentales,
dada la dependencia financiera de los poderes públicos11 en medio una
amplia pluralidad de intereses como los que Crozier llama juegos
estratégicos (Crozier, 1997)
En esta etapa, privativa de los años anteriores a la década de los setenta,
la participación de los académicos es escasa. Los académicos fueron más
bien receptores de disposiciones provenientes de las esferas administrativas
y de autoridad política. Es decir, había pocos espacios institucionales
para la discusión y modalidades de participación entre los académicos,
que influyera en la toma de decisiones para la propia comunidad
académica. Cuestiones como asignación de plazas, criterios de selección
del personal, montos salariales, prestaciones sociales, temporalidad de
puestos de trabajo, etcétera se resolvían por los cuerpos de autoridades
político/administrativos arriba señalados. Así, dado el fuerte peso de la
tradición vertical de toma de decisiones de la institución universitaria, se
había propiciado en los académicos una participación de corte pasivo y
receptivo, trayendo como resultado una indefensión en sus condiciones
laborales y de permanencia, cuando la crisis económica de la década
posterior se hizo más aguda. Ello fue en buena medida el origen de los
sindicatos universitarios ya en la década de los setentas.
Dicha estructura informal, sin embargo, no se fue construyendo
independiente de la estructura formal, sino precisamente basada en ésta.
Es decir, la estructura formal sustentaba buena parte de las acciones al
interior de las instituciones en el periodo analizado, aún pese a no ser
determinante en la toma de decisiones. En términos más precisos, en
11 No hay que olvidar que las universidades públicas mexicanas son organismos autónomos, descentralizados del Estado (Art. 3, Fracción VIII de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos)
68
apariencia la toma de decisiones se llevaba a cabo por las máximas
autoridades de la estructura formal de poder (Consejos Universitarios
generalmente); pero en realidad eran rectores y directores, según su
ámbito de poder, quiénes decidían la mayor parte de los asuntos al interior
de la institución.
En este sentido vista como el conjunto de organizaciones del tipo de tejido
flojo (Clark, 1983; Weick, 1976) la universidad tiene y aún mantiene una
estructura formal tanto en sus elementos y creencias, como en las
modalidades de su autoridad (Clark, 1983). Y para saber hasta que punto
se superpone con la estructura informal y hasta donde prevalecen los
intereses racionales de los miembros, sobre los aspectos de formalidad
jurídico-administrativa, habremos de describir someramente los
componentes de ésta última.
En esta primera etapa (anterior a los años setenta) la estructura formal
interna que sirvió de ejemplo a las universidades públicas de provincia fue
el de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por lo que en la
práctica fueron más o menos una copia de la UNAM, en casi todos los
ámbitos: fines, principios, asuntos académicos y administrativos. Con la
excepción de la junta de Gobierno y el Patronato, lo demás fue un reflejo
casi fiel (Ver gráfica 1). Hay que agregar que en buena medida dicha
estructura formal aún permanece en la mayor parte de las instituciones
mexicanas. Con escasos cambios, las universidades públicas están
organizadas en los siguientes términos.
De la UNAM se copia la existencia del Consejo Universitario como
autoridad máxima, el rector, los Consejos de gobierno o Consejos Técnicos
por escuelas y facultades, así como el director o coordinador en éstas.
69
Ver por ejemplo el organigrama de la Universidad Autónoma del estado
de México (Ver gráfica 2) que es básicamente igual de las demás
instituciones públicas universitarias.
GRAFICA 1
ESQUEMA DE GOBIERNO: UNAM12
JUNTA DE GOBIERNO
CONSEJO UNIVERSITARIO
RECTOR
PATRONATO
DIRECTOR
CONSEJOS DE GOBIERNO (TÉCNICOS O
ACADÉMICOS) DE FACULTADES
12 Ley Orgánica de la UNAM, Artículo 3º y 12º. México, 1945.
70
GRAFICA 2
ESQUEMA DE GOBIERNODE LA UAEM13
CONSEJO UNIVERSITARIO
RECTOR
CONSEJOS DE GOBIERNO Y ACADÉMICO DE
FACULTADES O ESCUELAS
DIRECTOR
Los esquemas de gobierno que aparecen en la legislación
correspondiente son la estructura formal bajo un cuadro dual de poder:
autoridades ejecutivas rector y directores de escuelas y facultades; y
autoridades técnicas y legislativas, los consejos universitarios y de
gobierno. Otra manera de definirlas es como autoridades personales y
autoridades colegiadas (López Zárate, 1998: 226). En principio el rector y
13 Ley de la UAEM de 1956, reformada en 1992 y Estatuto Universitario de 1996.
71
los directores toman el segundo lugar en la toma de decisiones, ya que son
instruidos por los consejos, considerados como máximas autoridades en las
universidades, excepto en la UNAM que es la Junta de Gobierno, como ya
se dijo.
Este esquema se completa con la legislación que la respalda: leyes
orgánicas, estatutos generales, reglamentos particulares, etc. En dichos
documentos queda plasmada la estructura de gobierno. Detallar la
composición y funciones de cada uno de los niveles de poder es útil para
contrastar, la efectividad de las instancias informales de poder, frente a la
formalidad de la organización jurídico-institucional. Además es importante
acercarnos al esquema formal, porque los académicos acuden a ella
mucho más en esta primera etapa. Así, dejando de lado a la UNAM, en la
mayoría de las universidades públicas mexicanas14, la definición de las
funciones es como sigue:
CONSEJO UNIVERSITARIO
Los consejos universitarios (CU)15 suelen presentarse como la máxima
autoridad de la universidad, siendo sus resoluciones obligatorias para éste y
la comunidad universitaria, y no pudiendo ser revocadas o modificadas
sino por el propio Consejo. Se integra normalmente el rector y los directores
de facultad y escuelas preparatorias, representantes de los maestros, de
los alumnos y trabajadores.
14 Estamos tomando de ejemplo a la UAEM, pero al menos en una veintena de universidades la estructura es similar (López Zárate, 1998). De todos modos, habremos de volver a la UAEM con más precisión en capítulos subsecuentes. 15 También denominados Consejos Generales, Colegios Académicos, Consejos Directivos o Técnicos, o bien asamblea General o universitaria.
72
“En general las competencias de los consejos
universitarios son: normar y sancionar el desarrollo
institucional, ser garantes de la autonomía, establecer
las reglas del juego institucional, sentar las bases para
una planeación a largo plazo y, en una proporción
mayoritaria, elegir, y designar a las autoridades, entre
ellas el rector. Además sin que esté especificado en la
ley, juegan un rol de organismo amortiguador entre el
Estado y la Universidad, y entre la comunidad
universitaria y las autoridades” (López, 1998: 227-228)
Como ya decíamos buena parte de estas funciones y sus resoluciones
generalmente ya han sido tomadas en las mesas de negociación de la
estructura informal de poder. Si bien para legitimarlas se acude al CU. Un
ejemplo claro es la elección del rector.
En este sentido, aunque una función importante del CU, ya nos decía
López Zárate (ver supra), es la elección del rector mediante la aprobación
de las bases y el establecimiento de una comisión especial electoral, que
determina si es por vía directa, o mediante auscultación de la comunidad
universitaria; la decisión de quién será el siguiente rector recae en otros
ámbitos, y se hace por otros mecanismos no evidentes pero muy
conocidos en las comunidades universitarias, es decir en la estructura
informal de poder.
Uno de esos ámbitos puede ser la oficina del gobernador en turno de la
entidad. Otro ámbito son las dependencias de educación superior federal
y estatal, y uno más es la comunidad universitaria y de ésta
concretamente los apoyos y alianzas que el aspirante haya logrado armar
73
entre los principales actores políticos de la propia universidad. El ejercicio
puro del poder, y no el liderazgo académico o institucional (Didriksson,
1999). Los mecanismos son búsqueda de alianzas, establecimiento de
compromisos y acuerdos para establecer los términos del siguiente
rectorado. Es claro que en este proceso la participación de los
académicos es también meramente formal.
RECTOR
El rector es, en términos formales y reales, la máxima autoridad ejecutiva
de la Universidad, su representante legal y presidente del CU. Tiene bajo su
cargo la ejecución de lo determinado por el CU. Administra recursos y
patrimonio universitario, conduce la planeación de la universidad, propone
a los candidatos para director de escuelas y facultades. Si bien, es el
ejecutor formal de las decisiones del CU, algunas veces existe dentro de la
misma legislación una cláusula que le confiere un poder discrecional por
medio del cual puede otorgar o revocar mandatos generales o
especiales cuando lo estime conveniente.
El mandato unipersonal del rector es más privativo de esta primera etapa;
ya que a partir de los años setenta los rectores de las universidades
públicas mexicanas a pesar de ser autoridades máximas, no son
autónomas. Según el grado de apoyo que hubieren adquirido al llegar a la
rectoría tienen que seguir estableciendo alianzas y redes de apoyo a sus
iniciativas o a los cambios que intenten llevar a cabo, tanto al interior
como al exterior de la institución.
“En México –dice Didriksson- la figura del rector no es (...) un
reconocimiento al liderazgo académico de algún investigador nacional o
74
internacionalmente reconocido, sino mucho más la representación del
grupo político universitario que accede al poder “ (Didriksson,1999:287)
CONSEJOS DE GOBIERNO DE ESCUELAS Y FACULTADES
Son los órganos colegiados de mayor jerarquía interior formal en escuelas y
facultades. Dictaminan sobre lo que le presenten órganos de gobierno y
académicos superiores (Rector, CU, Consejo General Académico), hacen
reglamentos interiores, emiten opinión ante el CU sobre la elección de
director. Su presidente es el director de la facultad o escuela y se conforma
por consejeros electos maestros, alumnos y trabajadores. En general esta
composición tripartita que corresponde a las universidades públicas,
puede variar en cuanto a su composición numérica.
Estos consejos actúan como réplica del CU, ayudan a hacer cumplir lo que
las autoridades personales ya han decidido. En contadas ocasiones éstos
se oponen a lo expuesto por el director. Son instancias legitimadoras. En los
consejos participan los académicos (como consejeros) de forma más o
menos activa, pues opinan sobre los asuntos que se les presentan, pero
generalmente su aportación se diluye en las decisiones ya tomadas en el
espacio ejecutivo. De todos modos los consejos siguen siendo el canal
institucional formal de participación para los profesores.
DIRECTOR
Es la mayor autoridad ejecutiva interior de cada escuela o facultad,
preside su Consejo de Gobierno y Académico. Tenía y aún conserva en su
facultad o escuela facultades de representación, de ejecución de los
dictámenes de los Consejos, de planeación, de conservación del
patrimonio del plantel, de desarrollo, seguimiento y evaluación de los
75
alumnos y del personal docente y administrativo. Debe notarse que el
director no tiene facultades para participar en el manejo financiero de su
facultad, en virtud de la centralización de los recursos determinada en
cada institución. Sin embargo, la toma de decisiones de la facultad recae
generalmente en el director, por dos razones fundamentales: a éste llega y
éste tiene la información de primera mano sobre todos los asuntos de la
universidad, y segundo porque los académicos se dirigen a éste antes que
a los consejos para buscar solucionar sus asuntos. Y en ese mismo sentido
llegar a ocupar el puesto de director es un estímulo importante para la
participación.
Como puede apreciarse en México el esquema de gobierno universitario
(rector, consejos, directores y cuerpos administrativos) “...están sujetos a
una lucha política en donde intervienen grupos de interés, tácticas de
influencia, camarillas, compromisos, y no una simple representación de
cuerpos académicos que mantienen el predominio de sus valores e
intereses ´científicos´ “ (Diddriksson, 1999: 288)
Con base en todo lo anterior se pueden apuntar varias características de
las estructuras internas de poder, tanto formales como informales, de las
universidades públicas mexicanas hasta entrados los años setenta.
El rector ocupaba un lugar preponderante en la estructura interna
de poder porque la administración que él encabezaba asume y
decide directamente en los asuntos más importantes de toda la
universidad. El rector se apoyaba para ello en: la administración
central para los asuntos administrativos, tales como control de
presupuestos, infraestructura, equipo y de personal. En este último
76
tema se empezó a dar cierta intervención de los sindicatos, después
de los años setenta.
Se estableció una centralidad en la toma de decisiones, tanto en
cuestiones académicas como: desarrollo académico (que podría
incluir bibliotecas, equipo de computo, etc.); como de investigación
y posgrado (con todo lo relativo a los centros o institutos de
investigación). Lo referente a vinculación, difusión y extensión se
llevaba a cabo también desde los departamentos respectivos de la
administración central, así como toda la actividad de planeación
institucional (aún muy incipiente en las instituciones universitarias). Es
decir se daba un tipo de centralización de la toma de decisiones,
que podía ir desde el presupuesto anual, hasta el otorgamiento de
una plaza laboral. El esquema se repitió, en mayor o menor medida
de acuerdo al tipo de facultad y personalidad del director, en las
escuelas y facultades. Y llegó a ser tan cotidiano que parecía ser
normal para la institución.
En la práctica el CU y los Consejos de Gobierno fueron desplazados
por el magno poder del rector y de la administración central y de los
directores de las escuelas y facultades. Por su parte, los consejos
académicos o técnicos, cuando existían, observaban muy poca
influencia en el desarrollo académico institucional. Lo que condujo
a una pobre participación de los académicos en esos ámbitos, esto
es desalentó su posible intervención en de las tareas, incluso
meramente académicas, de la institución.
Ello propició que la toma de decisiones comenzara a darse en
torno a la formación de grupos al interior de la universidad que
77
negociaban posiciones entre sí y hacia la administración central y
con el exterior. Las resoluciones dejaron de discutirse en los cuerpos
colegiados de gobierno, y empezaron a formar parte de las
concertaciones entre los grupos más influyentes de la institución. En
general se puede decir que el modelo de toma de decisiones
cambió de jerárquico a competitivo (De León, 1996), y la
participación de los académicos vía grupos de poder empezó a ser
más frecuente en las universidades públicas.
Y es en este periodo en que comienza la transformación de la vida
institucional de las universidades públicas en México. Una segunda etapa
en donde destaca la acción de los docentes que fue haciéndose más
reactiva y menos conformista.
Etapa II: estructura formal e informal
A partir de los años setenta y debido a muchos factores socioeconómicos
asociados con la masificación de las instituciones de educación superior
en México, empieza ampliarse la base numérica de los profesores,
investigadores, personal administrativo y obviamente alumnos. Esta
explosión, ya ampliamente analizada en México (Casillas, 1987; Kent, 1987;
Didriksson y Herrera, 2002) produjo necesariamente problemas de toda
índole. No solamente improvisación y descenso del nivel académico y falta
de congruencia entre la formalidad de las estructuras de gobierno y las
necesidades urgentes de las instituciones; sino además una nueva visión
de los académicos sobre su participación dentro de la toma de decisiones
en sus centros universitarios.
Un signo evidente de esta nueva postura fue la aparición de los sindicatos
dentro de las universidades (Levy,1987; Pérez, 2001). Didriksson y Herrera
78
definen a la etapa de surgimiento de los sindicatos universitarios como de
“revuelo y reconstrucción política (....) que cambia la correlación de
fuerzas y la fisonomía de éstas (las universidades) instituciones” (Didrikson y
Herrera, 2002: 15). La mayoría de los sindicatos universitarios se formaron en
la década de los setenta16.
Así, se va conformando una nueva etapa en términos de los grupos de
poder dentro de las universidades, y se empieza a estimular la
participación de los académicos en éstos. Por un lado los académicos
buscan –por medio de los sindicatos y asociaciones de personal
académico- la defensa de sus condiciones laborales, como horarios,
definitividad, antigüedad, prestaciones, etc; y por otro se percibe una
necesidad por participar en cuerpos de decisión internos, tales como
Consejos, direcciones, áreas de investigación, de servicios, etc.
Recordando esa etapa un estudioso nos dice que:
“La lucha por la constitución de sindicatos en las
diversas universidades del país se inicia a partir de la
fundación del sindicato de trabajadores y empleados
de la UNAM en 1971, que da inicio a un gran
movimiento asociacionista: en cuestión de dos años se
16 A principios de los años setenta se fundó la Confederación Nacional de Trabajadores Universitarios (Contu), conformada en su mayoría por las denominadas asociaciones de personal académico, entre ellas la AAPAUNAM, titular del contrato colectivo de trabajo de los docentes e investigadores de la UNAM, además de seis sindicatos de trabajadores administrativos de las universidad de Querétaro, Hidalgo, Chiapas, Guanajuato, Estado de México y Tlaxcala. Y ya para 1995 se constituyó la Federación Nacional de Sindicatos Universitarios (Fensu), la cual agrupa 29 sindicatos de universidades públicas. http://www.jornada.unam.mx/2000/ene00/000117/soc2.html.
79
da el nacimiento de unos ocho sindicatos en diversos
estados de la República; la creación de otros
organismos sindicales continúa hasta cubrir casi todo el
país, siguiendo el ejemplo del Sindicato de
Trabajadores y Empleados de la Universidad Nacional
Autónoma de México (STEUNAM). Este desarrollo no
será sin contratiempos, pues las autoridades
universitarias son reacias a aceptar este tipo de
organización...”(http://www.uom.edu.mx/trabajadores/45indic
e.htm)
Siendo dicha década a su vez, un campo político fértil para la
participación de los académicos al interior de las instituciones públicas.
Solamente habría que recordar el tímido aumento en los presupuestos al
conjunto de las instituciones de educación superior en general, y las
universidades públicas en particular, desde fines de la década de los
setenta y durante toda la década de los ochenta. En quince años, entre
1980 y 1995 el gasto público dedicado a la educación solamente aumentó
0.6% como porcentaje del PIB (Fresan y Torres, 2000). Y entre 1985 y 1991 el
gasto en educación superior solo aumentó un 0.75% (Cuarto Informe de
Gobierno, 1992), mientras que el rubro de ciencia y tecnología registró un
pequeñísimo aumento del 0.02%, en el mismo periodo (SEP- CONACYT,
1992). Estas disminuciones significaron menos recursos para las instituciones
de educación superior y en consecuencia para sus académicos. “Los
salarios universitarios cayeron de una manera drástica, llegándose a
documentar, en algunas IES, de mediados de los setenta a fines de los
ochenta, pérdidas salariales por más de 60% “(Cordero et al, 2003: 760) lo
cual, como en muchos sectores asalariados, propiciaba una cierta
inconformidad con la institución.
80
Esto se agravó a lo largo de las décadas posteriores, en virtud de las
nuevas concepciones de los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la
Madrid, y aún con mayor énfasis durante la administración de Carlos
Salinas de Gortari, sobre la necesidad de evaluación de las instituciones de
educación superior, para otorgar o aumentar sus presupuestos, lo que
quedó finalmente plasmado desde el primer Plan Nacional de Educación
Superior en 1978, elaborado por la ANUIES y la Subsecretaria de educación
Superior (SESIC) y en el mismo año en el Programa Nacional de Ciencia y
Tecnología. Más tarde (de los años noventa en adelante) esta política de
evaluación también alcanzó a los académicos. Desde la óptica de dichos
gobiernos una nueva política de educación superior cambiaría buena
parte de las pautas anteriores en materia de presupuesto y financiamiento.
La racionalidad de eficiencia presupuestaria se empezaba a instalar en
dicha política. Los procesos formales de evaluación de la Educación
Superior comenzaron en 1979 cuando se instaló el Sistema Nacional de
Planeación Permanente. Una lista de los programas y planes más
importantes de la política evaluatoria emprendida desde 1979, nos la
proporciona Salvador Malo:
1979 Sistema Nacional de Planeación Permanente
1984 Sistema Nacional de Investigadores (SNI)
1989 Padrón de Posgrados de Excelencia
1989 Comisión Nacional para la Evaluación de la Educación Superior
1991 Programa de Carrera Docente
1991 Comités Interinstitucionales de la Evaluación de la Educación
Superior
1994 Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior
2000 Consejo para la Acreditación de la Educación Superior
81
2001 Programa Integral de Fortalecimiento Institucional
2002 Reconocimiento de organismos acreditas de Educación
Superior (Malo, 2004)
No hay lugar aquí para examinar cada uno de los programas anteriores,
baste decir que a pesar de la azarosa puesta en marcha de algunos de
ellos, en su conjunto fueron formando una nueva política de educación
superior, incluidos sus académicos, cuya orientación relacionaba el uso de
los recursos financieros y humanos, con los apoyos financieros a las
instituciones de educación superior en general, pero particularmente
dedicada a las universidades públicas. Desde entonces los académicos
estarían siendo continuamente evaluados, el SNI y los programas de
Carrera Docente serían los principales instrumentos de medición y
reconocimiento del trabajo académico. En el siguiente capítulo veremos
como impactan éstos directamente en los niveles y tipos de participación
institucional.
Todos ellos apuntan que para fines de la década de los ochenta y a
inicios de los noventa se inicia en México, una política hacia la educación
superior de matices diferentes al periodo anterior. La gran línea que marca
dicha política es el comienzo de una dura implantación de “...mecanismos
y estrategias de evaluación, individual e institucional, como requisito de la
asignación de mayores ingresos personales y presupuestos programáticos
adicionales” (Ibarrola, 2000: 23), como nos señala una autora
especializada en el análisis de las políticas de educación superior en
México.
Antes de 1982 las políticas gubernamentales federales eran de intervención
y patrocinio benigno y negligente. Posterior a 1982, cambian a las de una
82
amplia supervisión gubernamental sobre el sistema de educación superior,
señala con exactitud Acosta Silva (Acosta, 2000). Concretamente entre
1982-1994, ocurren dos asuntos relevantes para las universidades
mexicanas: su crisis financiera (producto de la masificación de los años
setenta) y una nueva orientación del estado hacia el financiamiento
público dado a las mismas. Se erige el Estado evaluador (Acosta, 2000).
Hay que decir que todo ello es parte de la formalidad institucional de las
universidades, la segunda etapa fue muy rica en la parte de reglas, y
existen numerosos estudios al respecto, pero muy pocos en cuanto al
modus operandi real de las instituciones.
Por otro lado, en esta segunda etapa, la presencia de canales
extremadamente formales y limitados para participación de los
académicos en la toma de decisiones, en virtud de la estructura vertical y
personal de gobierno –arriba reseñada- orilló a muchos a integrarse e
influir en ésta buscando la reforma de los gobiernos universitarios. Las
reformas planteaban de manera importante la democratización de la
universidad pública, entendida como la inclusión de estudiantes,
trabajadores y académicos en los niveles de decisión (Kaplan,2001) .
Habría que añadir en este mismo sentido que la década de los ochenta y
noventa constituyen un periodo de cambios importantes en la arena
política nacional. Concretamente dichos años presencian el paulatino
desmantelamiento del sistema hegemónico de partido que ya tenía varias
décadas instalado en México. Dicho desmantelamiento incluye aparición
de nuevos partidos políticos, reafirmación de otros, una lucha
interpartidista y con el gobierno, clave para lograr una reforma política
primero, y una reforma electoral más tarde. Todo lo cual estimulaba lenta
83
pero persistentemente la participación política de muchos sectores
sociales, antes ajenos o desilusionados de los usos y costumbres de la
política mexicana. El sector académico- estudiantil fue, con pocas dudas,
la vanguardia de este proceso de ascenso de la participación política en
México.
Todo lo cual también estimulaba los estudios sobre las formas de dirección
y gobierno universitario, es decir la toma de decisiones dentro de las
instituciones, los cuales hasta entonces habían estado centrados en
temas de administración de la educación de índole técnico-burocrático,
pero soslayando los aspectos del ejercicio del poder institucional dentro de
la universidad (Casanova, 1999).
Hugo Casanova se refiere a todo este proceso de la siguiente manera: “La
creciente racionalización de los procesos gubernamentales y de dirección
universitaria, así como la efervescencia política y las demandas
estudiantiles por contar con mayores dosis de participación en las
decisiones, suscitarían el planteamiento de mayores reflexiones sobre las
cuestiones relativas a los procesos del gobierno universitario” (Casanova,
1999:18)
Daniel Bell observaba el problema desde el ángulo de la legitimidad, y aún
cuando se refiere a las universidades norteamericanas, su conclusión es
claramente aplicable al caso mexicano. Bell decía: “Es preciso que la
universidad sea asumida como una comunidad política, en la cual la
toma de decisiones sea abierta a debate, ampliando por tanto las
reflexiones acerca de las estructuras de representación, del carácter de los
representantes y de la división de poderes en la universidad” (Bell, 1971:
84
153-154). Justamente lo que planteaban las reformas a la universidad en
esos años en México.
En esta segunda etapa el papel de las autoridades, el rector y los
directores, comienza a ser severamente cuestionado por los académicos y
los trabajadores de apoyo. Y se comienzan a generar las ideas de paridad
en las instancias de gobierno, es decir la participación de trabajadores,
estudiantes y profesores. Si bien, esto pudiera representar un avance hacia
un tipo de gobierno universitario más acorde con el tamaño y
características de las instituciones; al mismo tiempo ya empezaba a
engrosarse el aparato administrativo.
Desde los años ochenta la burocracia universitaria empezaba a hacerse
obesa. Observaba un esquema muy amplio numéricamente y sin
definición en las jerarquías, tendiendo frecuentemente a la ineficiencia, ya
que hay muchos mandos medios que dependían de pocos mandos
superiores; lo cual obligaba a una toma de decisiones lenta, contradictoria
y a menudo repetitiva. Dicha estructura aún persiste. En la UNAM por
ejemplo en 1995 la proporción entre el personal académico y el
administrativo era de 1 administrativo por poco menos 1.2 % académicos
y hacia el año 2000 la proporción se mantenía casi en los mismos
términos, había 27 393 administrativos por 30 116 académicos17. En otras
universidades las cifras no son tan distintas, en la UAEM en 1990 había 2,186
trabajadores administrativos y 2,563 académicos18, o sea en una
proporción de 1.17%; y hacia el año 2001, había 3 906 académicos y 3163
administrativos, la proporción no se modificaba significativamente19 .
17 http://www.planeacion.unam.mx/ 18 Rojas, D. E. (1990) Primer Informe de Actividades, UAEM, México. 19 Castañares, R. (2001) Primer Informe Anual, 200-2001. UAEM, México
85
Por otro lado, el orden de las jerarquías era vertical, muchos
departamentos (o direcciones) dependían de un superior en línea vertical,
lo cual no permitía una delegación de responsabilidades, sino que por el
contrario la concentraba en una sola persona.
El propiamente departamento, secretaria o dirección administrativo que
debía ser útil y al servicio de los asuntos académicos, no actuaba
necesariamente así en buena medida. Comenzaron a enfrentarse al
menos tres lógicas institucionales: la propiamente institucional-legal, que
buscaba imponer reglamentos para regular la vida académica; la
académica que pretendía elevar la calidad de la docencia y la
investigación y la administrativa que pretendía la eficiencia de los recursos.
René Millán llama a esto las contradicciones de la estructura institucional
(2001).
En la práctica directores de escuelas y facultades tenían que enfrentar
estas tres lógicas, operadas por toda la maquinaria burocrática, para
conseguir apoyos a sus iniciativas, las cuales por otro lado, no provenían
del trabajo académico de sus órganos colegiados que en principio
representan a sus diferentes comunidades; sino en buena parte desde sus
aspiraciones personales o de grupo, para lograr posiciones de poder
dentro de la universidad. Los cuales, por su parte, se forman en la
institución como enlaces de apoyo a la consecución de fines específicos.
La lógica de las relaciones entre académicos y autoridades universitarias
paulatinamente dejó de ser la cátedra, el colegio y la docencia; y se fue
centrando más en la negociación y las alianzas entre grupos en “...sus
múltiples interacciones,(...) sus códigos de entendimiento y la construcción
de lealtades y prácticas políticas” (Acosta, 2000:20). La Ciencia Política en
general y el nuevo institucionalismo en particular ofrecen, en este sentido,
86
herramientas muy útiles para entender la nueva dinámica. Pues nos dicen
que las instituciones son “…el producto de sus miembros y, por ende,
también está sujetas a presiones internas” (Shepsle y Bonchek, 2005: 297).
Más aún señalan que es adecuado pensar en las instituciones, y ponen
como ejemplo a las universidades, como “…una estructura de gobierno
que permite que la ambición individual y los propósitos de la organización
se combinen” (Shepsle y Bonchek, 2005: 299-300).
Así, la pugna entre la ambición individual de los académicos y los fines de
la universidad, serán la pauta del desarrollo institucional de las
universidades en la década posterior. En tal virtud y volviendo al recorrido
histórico de las universidades públicas en México, hay que decir que esta
nueva arena institucional, estimuló en los académicos actitudes más
participativas que en el corto plazo comenzaron a crear presiones en la
institución. En palabras de Kent, las universidades para los años noventa ya
no eran organizaciones de tejido laxo, sino instituciones con fuertes
tensiones políticas al interior. Dichas tensiones”.... se expresaron en
conflictos de poder y en el reordenamiento de las fuerzas y elites internas, y
(...) significaron una lucha por construir nuevas bases político-institucionales
para el ejercicio del poder” (Acosta, 2000:20)
Estos elementos, considerados aquí la estructura informal de poder,
observan cambios relevantes en el periodo que va de fines de los años
ochenta a fines de los noventa. Las universidades públicas se perfilan más
como instituciones de intereses contradictorios entre sus miembros y hacia
el exterior, y menos como instituciones centradas en la tarea científico-
educativa.
87
Este aspecto ha sido poco explorado dentro de los estudios de
funcionamiento de las universidades. Destaca, sin embargo, el trabajo de
Hugo Casanova Cardiel “Gobierno Universitario: perspectivas de análisis”,
y los de Adrián Acosta Silva20, citado aquí con mucha pertinencia; o
desde el ángulo de la teoría de las organizaciones los trabajos de Burton
Clark (Clark, 199: 1997), quien estudia la organización burocrática en
instituciones como la universidad contemporánea. O el de Ibarra Colado
que analiza las universidades mexicanas como organizaciones complejas y
en donde el régimen de gobierno interno resulta clave para entender su
funcionamiento (Ibarra, 2001).
Bajo este panorama resulta difícil pensar que los académicos
permanecieran indiferentes hacia la toma de decisiones de sus
instituciones. La disparidad que se abre a partir del otorgamiento de
recursos y el mejoramiento de condiciones académicas diferenciadas, vía
los programas federales de apoyo a universidades, entre académicos de
la misma institución y entre distintas instituciones, fue hondamente
percibida por individuos y colectivos. La hipótesis central de nuestro trabajo
es que dichos programas han ido constituyéndose como los más fuertes
estímulos para la participación institucional de los académicos en sus
universidades y han ido desplazando a los tradicionales canales de
participación, como consejos y sindicatos; y que está ganando terreno la
ambición personal de los académicos frente a los fines de la institución.
La participación de los académicos, en consecuencia, ha ido
transformándose paulatinamente en su carácter, peso y formas
institucionales. Tanto en su propio quehacer de investigación, docencia y
difusión; como en relación a su comportamiento ante las esferas de poder
20 Ver bibliografía del autor al final del capítulo.
88
y políticas institucionales internas. Este amplio campo de conocimiento no
ha sido abordado con amplitud en México. Un estudioso dice que “...la
dimensión particular de las orientaciones y respuestas políticas de los
académicos –en el interior del campo universitario- sigue siendo poco
estudiada en forma sistemática. (...) se trata de un tema en el que no existe
conocimiento acumulado y tampoco información empírica que respalde
supuestos” (Muñoz García, 2002; citado por García, Grediaga y
Landesmann, 2003: 146). Precisamente ese será nuestro objetivo en los
siguientes capítulos.
Por su parte la estructura gremial estará sufriendo las consecuencias de un
deterioro en los niveles de representación de sus agremiados, a lo largo de
toda la década de los noventa. Una prueba de esto es la escasa
influencia de los mismos en el mejoramiento de las condiciones salariales y
laborales de los profesores. Todos los aumentos de salario registrados en
dicho decenio han ido a la par que el aumento en los niveles de inflación.
No se puede decir que los sindicatos hayan pugnado por mejoras
sustanciales.
Por último habría que agregar que las estructuras internas de gobierno,
tanto formales como informales, reclamaban cambios importantes, pero
aún no se darían hasta muy entrada la década de los noventa. En esos
cambios la participación de los académicos será definitoria, aunque
todavía un tanto tímida, como veremos para el caso de la UAEM.
Hasta aquí podemos observar como el desarrollo institucional de las
universidades públicas mexicanas ha estado definido por el constante
cruce del eje histórico y el eje estructural, que las universidades no son
solamente centros educativos o institutos especializados, o espacios del
89
quehacer científico; sino que son instituciones de intereses contrarios
recurrentemente en conflicto.
3. Indicadores institucionales y la universidad pública mexicana
Podemos afirmar por último que haciendo un balance en relación a los
indicadores neoinstitucionales generales para el análisis de instituciones
como las universidades, las mexicanas han alcanzado un grado más o
menos deseable en cuanto a la división del trabajo y la regularidad de los
procedimientos. El hecho de que existan toda una reglamentación y un
fuerte aparato administrativo, no obstante sus deficiencias y
contradicciones, lo muestra así. Hay deficiencias por institución, pero la
mirada global indica una cierta madurez al respecto. Queda pendiente,
en muchos casos, la revisión constante del marco reglamentario, pues a
menudo ya ha quedado desfasado.
Por el lado de la especialización del trabajo también se puede apreciar
que las universidades mexicanas han ido adoptando algunas de las
grandes divisiones especializadas de centros científico-educativos similares.
En todas existen departamentos que atienden tres de las funciones básicas
de la institución, a saber la docencia, la investigación y la difusión. Lo que
evidenció nuestro análisis es que no se da un balance entre ellas, pues la
mayoría de las universidades públicas se pueden considerar como
universidades docentes, siguiendo el modelo más latinoamericano.
Respecto al indicador de las facultades o jurisdicciones se puede decir que
también hay un cumplimiento más o menos genérico en tanto que cada
facultad o departamento se hace responsable de un ámbito de
actividades, en este caso disciplinarias y científicas (si bien no en todas las
universidades mexicanas existen todas las áreas). Y se advierte una
90
observancia de los parámetros de actuación definidos para cada facultad
y para sus miembros, en donde la regla general es el reforzamiento de las
tareas de la disciplina. En este mismo rubro, cabe resaltar que las
universidades mexicanas, si han estado presionadas tanto interna como
externamente, como ya vimos a detalle. Su desarrollo institucional ha
estado marcado por ambas presiones. Muchas de sus contradicciones
provienen del desequilibrio entre las expectativas que tienen sobre ella
gobierno y sociedad, y las posibilidades efectivas de realización de éstas.
Y en relación al último indicador, ahora nos es posible afirmar que las
universidades mexicanas han diseñado un sistema más o menos
adecuado para delegar autoridad y supervisar las actividades, siendo
poco frecuente que cada quien haga lo que desee. De todas maneras no
siempre es efectivo y menudo hay duplicidad de autoridades y falta de
supervisión de las tareas asignadas a sus miembros. Ello –como vimos-
había dado a las instituciones un muy cuestionable desempeño
burocrático; la situación apenas empieza a cambiar, a finales de la
década pasada.
Así, a pesar de la generalidad de los indicadores, su utilización permite
analizar de forma puntual a instituciones como las universidades. Hacerlo
con mayor detenimiento, sin embargo demanda un trabajo de
investigación de amplio alcance, pues habría de estudiar a cada una de
las 37 instituciones del país. Es claro que ello escapa a nuestras
posibilidades.
Por otro lado, y volviendo a los académicos, el recorrido analítico de las
universidades mexicanas arriba planteado, ha sido relevante para nuestra
investigación, en virtud de que nos ha permitido detectar las posibles
91
variables o los canales que permiten la participación de los académicos
en las últimas décadas.
Es a partir de lo anterior como podemos ya sugerir que los factores que
han más consistentemente han influido, determinado o estimulado las
formas de participación de los académicos dentro de sus instituciones son:
la estructura de poder interna de cada institución, es decir consejos y
puestos en la administración tanto formal como informal; las estructuras
gremiales académicas en cada institución, es decir los sindicatos y las
asociaciones de docentes; y los programas de apoyo a académicos
otorgados a las universidades públicas por los gobiernos federal y local. En
cada uno de estos espacios el académico ejerce un tipo distinto de
acción, mientras que en los consejos y la administración busca influir en las
decisiones de la institución, en los sindicatos se preocupa por su
deteriorada situación laboral; y los apoyos económicos de los programas
de estímulos, resultan un poderoso atractivo para participar en ellos.
Todas estas formas de participación forman parte de la estructura
institucional, tanto formal como informal, y hacia cada uno de ellos el
académico se dirige y actúa de manera diferente. Su participación en los
canales formales como los consejos, se combina con los canales informales
como el amiguismo (y a veces el compadrazgo), las alianzas de y entre
grupos de poder, para obtener cargos administrativos o de elección. La
participación en el sindicato tanto formal (la simple pertenencia), como
informal (la búsqueda de algún privilegio) aunque persiste, no tiene ya la
importancia de las décadas anteriores y ha ido en detrimento. Por el
contrario, la participación de los profesores en los programas de estímulos
académicos, ha ido en constante aumento. Todo ello constituye en
términos muy generales, el conjunto de las formas de participación
92
relevantes en los últimos quince años en las universidades públicas en
México.
Para conocer la participación de los académicos mexicanos en sus
instituciones y su influencia en la toma de decisiones interna y externa,
sería muy importante obtener datos de todas estas formas de participación
para todas las universidades del país, pero escapa a los medios de que
dispone esta investigación, pues constituiría un proyecto de investigación
de amplia envergadura. Es claro que nuestro propósito es más modesto.
Trataremos de averiguar sobre dicho conjunto y dinámica en una
universidad pública, la Universidad Autónoma del Estado de México,
esperando que nuestras indagatorias estimulen investigaciones semejantes
y en el mejor de los casos ayuden a explicar casos similares,.
En el capítulo III trataremos de examinar cuál ha sido el papel de la
estructura de poder interna, de los sindicatos, y de los programas
federales de estímulos, sobre la participación de los profesores,
concretamente en la UAEM. Será un capítulo que de hecho estará
analizando con detenimiento cada uno de los aspectos señalados. Antes,
sin embargo, hace falta un apartado metodológico que organice la
información teórica y los soportes empíricos; es decir, un apartado que de
cuenta del método de investigación cuantitativa y cualitativa que se
utilizará para estudiar a las universidades y sus académicos. O en otros
términos cual fue el origen de las decisiones que se tomaron para definir el
campo de investigación y cómo haremos para acercarnos a éste. Tal es el
objetivo del inciso siguiente.
93
Parte 2
Una metodología para el estudio de la universidad
De acuerdo con Popper, todo intento por respaldar una proposición
teórica demanda el acercamiento hacia un fragmento de la realidad, el
cual constituirá nuestro universo empírico bajo estudio. La selección más o
menos pertinente de dicho fragmento servirá para demostrar nuestra
proposición teórica (o también llamada hipótesis). Es decir, la reunión de
una proposición teórica y su contraste con un fragmento de la realidad,
podrá eventualmente proporcionar un avance en un terreno particular de
la ciencia. Este es el propósito de una tesis doctoral: hacer crecer la
ciencia.
Así, vale la pena recordar las proposiciones teóricas básicas de este
trabajo. Que la participación de los individuos en sus instituciones está
constituida por la influencia que éstos ejercen en su entorno inmediato
(institución u organización). Y que en el caso de la participación hacia el
interior de las instituciones, los efectos son más directos e inmediatos, en
salarios, condiciones laborales y de ambiente, movimientos burocráticos,
objetivos institucionales u organizacionales.
Y que esta forma de conceptualizar a la participación institucional se
demuestra con el incremento en el interés de los académicos en la toma
de decisiones interna y propia de cada institución.
94
Este conjunto de proposiciones pudiese llegar a constituir un incremento
en el material teórico de la Ciencia Política. La reflexión a la luz de la
teoría neoinstitucional ya se ha hecho en el primer capítulo de la tesis. Lo
que corresponde ahora es trabajar sobre el material empírico que la
respalde.
Ya hemos dado los primeros pasos. En la primera parte de este capítulo (II)
intentamos un acercamiento histórico general a un universo empírico que
son las universidades públicas mexicanas y nos hemos acercado
someramente al papel que los académicos han jugado en ese proceso.
Pero aún no tenemos un fragmento de la realidad concreto que valide las
proposiciones teóricas ya expresadas.
Por otro lado, si bien los ejes histórico y estructural nos han permitido
comenzar a identificar los posibles estímulos a la participación de los
académicos en sus instituciones, aún necesitamos construir nuestro espacio
de realidad concreto, es decir qué universidad y porqué, con el que
soportaremos dichas proposiciones.
En este segundo apartado del capítulo II nos proponemos llevar a cabo
dos tareas: definir los métodos con los cuales intentamos acercar la teoría
a dicho fragmento de realidad, es decir el argumento y las variables
operacionales; y delimitar pertinentemente nuestro fragmento de realidad
a estudiar. Todo ello significa que esta parte será eminentemente
metodológica.
Así, el primer inciso se ocupa de las variables, el argumento central y las
preguntas generales. El segundo inciso aborda la delimitación del
95
fragmento de realidad a analizar. Y el tercer inciso define los métodos
cualitativos y cuantitativos para la obtención de información sobre
participación institucional de los académicos.
Quizá conviene dejar claro que, aún cuando hemos hablado de
participación de los individuos en sus instituciones, no es la participación
hacia el entorno político externo a las universidades. Lo que significa que
no estudiamos la participación propiamente llamada participación
política, o sea, si los académicos votan, porque partido lo hacen, o si
asisten a marchas y mítines a favor de algún partido u organización política
o si son miembros de partidos políticos o los apoyan de alguna manera.
Aquí no se hará tal estudio. Lo que aquí buscamos son las formas de
participación que los académicos tienen al interior de sus instituciones y
con base a ello como han ido cambiando sus patrones de participación y
han incidido en sus instituciones en los últimos dos decenios.
Si bien es posible que ambos tipos de participación sean similares y hasta
pudieran tener las mismas raíces de cultura política subyacentes, pero su
estudio ello sería por si mismo una hipótesis por explorar que aquí no nos
planteamos.
1. El argumento y las variables De la pregunta central de nuestra investigación: ¿Cómo ha sido la
participación de los académicos dentro de sus instituciones universitarias,
en los últimos 10 años?, se derivan dos fundamentales:
La primera: ¿Cuál es el tipo, pautas y cambios que ha experimentado la
participación institucional de los académicos mexicanos?
96
Y la segunda: ¿qué factores han influido, determinado o estimulado las
formas de participación de los académicos dentro de sus instituciones, en
México, en la última década?
Para dicho acercamiento decidimos llevar a cabo un estudio de caso. Así
consideramos como variable operacional dependiente: la participación
de los académicos de la Universidad Autónoma del Estado de México
(UAEM). Cuyos datos habremos de obtener mediante un estudio de
opinión en la citada institución. Y como variables operacionales
independientes proponemos: 1) la estructura de gobierno 2) el sindicato de
académicos y 3) los programas de incentivos laborales y/o salariales.
A estos factores habrá que sumar la historia común y la identidad en
términos de bagaje institucional que nuestros académicos heredan de
generaciones precedentes (Cfr. Cap1). El siguiente esquema intenta
mostrar gráficamente la idea.
Antigüedad / Identidad
PARTICIPACIÓINSTITUCIONAACADÉMICO
Incentivos de participación
N L DE LOS S
97
El argumento central de la tesis es el siguiente:
En los últimos 10 años los académicos mexicanos están cambiando sus
formas y niveles de participación dentro de las instituciones públicas
universitarias, dejando atrás el perfil receptivo y colectivo de participación,
para iniciar modelos más individualistas, pero al mismo tiempo más
eficaces de participación, en términos de su desarrollo profesional
individual. Y que en dichos cambios los programas de estímulos
instrumentados por las políticas federales hacia las universidades públicas,
han resultado un incentivo más eficaz, que los tradicionales mecanismos,
es decir las estructuras de gobierno y los sindicatos.
En estos términos corresponde ahora delimitar el fragmento de la realidad
a estudiar. Es decir, ¿En qué universidades? ¿Porqué? y ¿Cómo?
2. ¿En qué universidades? ¿Porqué? y ¿Cómo?
Con base en las variables operacionales ya definidas, hemos elegido
hacer un estudio de caso: la UAEM. Nuestro objetivo es analizar la
participación de los académicos de una universidad más o menos
representativa, dentro del universo heterogéneo de las universidades
públicas mexicanas. Sin embargo, para medir esa representatividad se
requiere en primer lugar de fijar los criterios de selección dentro del
universo. Ello en virtud de que debemos delimitar las características
históricas y de tamaño (medido en matrícula, personal docente y
antigüedad) de las universidades y definir si la UAEM, pudiese ser
representativa, en principio que no fuese ni de enormes dimensiones como
la UNAM, ni pequeña o nueva como algunas de provincia21.
21 Si lo que deseamos probar es hasta que punto los programas de estímulos económicos han acrecentado la participación institucional de los docentes, otro método podría haber sido una encuesta general al total de los docentes de las 37 universidades públicas
98
En la búsqueda de estudios de caso de universidades públicas mexicanas,
encontramos a De Vries (2002) quien hace un análisis de una institución en
dos periodos distintos, la Universidad Autónoma de Puebla antes de la
reforma de 1989, y después de ésta. La UNAM ha sido por excelencia
estudio de caso para muchos investigadores destacados, entre los más
recientes encontramos a González Casanova, José Blanco, Hugo
Casanova, Roberto Rodríguez. Y la UAM es también objeto de estudio para
académicos interesados en la vida universitaria, como el magnífico texto
de Eduardo Ibarra Colado (ver bibliografía).
Muchos y variados aspectos son estudiados dentro de estas instituciones.
La organización interna, los sindicatos universitarios, la vida académica, los
estudiantes, las estructuras de gobierno y muchas cuestiones más. No
obstante existen pocos textos que aborden la participación institucional de
los académicos de las universidades públicas. Pero hacia finales del siglo
XX y en los inicios del XXI, se dan nuevas condiciones económicas, políticas
en México, que atraviesan a las universidades mexicanas como
instituciones y a los académicos como actores centrales dentro de ellas,
por lo que se hace necesaria una aproximación hacia dicha participación,
la cual nos permitirá eventualmente comenzar a delinear los nuevos
patrones o modelos de participación y por tanto de influencia en los
centros educativos señalados.
mexicanas, que incluyera los aspectos buscados en cuanto a participación. O bien la realización de numerosas entrevistas en todas las universidades públicas del país. No obstante, dicho estudio de opinión, excede las posibilidades materiales y financieras destinadas al presente trabajo de investigación. De ahí que se haya optado por un estudio de caso de alta rigurosidad metodológica, cuyo trabajo de inferencia e interpretación, pueda arrojar evidencias seguras y ricas para nuestra investigación.
99
Corresponde ahora definir ahora las características de la UAEM y los
criterios de su elección como caso particular. En primer lugar, nuestro
estudio se dirige a la categoría de universidades, criterio que la UAEM
cubre plenamente. En virtud de que se trata de buscar patrones de
cambio en las pautas de participación de los docentes, esta universidad
tiene características no compartidas por otras instituciones de educación
superior, como institutos tecnológicos o escuelas normales superiores. La
universidad no solamente lleva a cabo tareas de docencia sino además
realiza investigación y difusión de la cultura, además de mantener –en
general- un carácter humanista y científico, objetivos no necesariamente
perseguidos por el otro grupo de instituciones.
En segundo lugar, nuestro argumento central considera a instituciones de
carácter público, las universidades privadas observan una presencia
cultural distinta en el entorno, y con algunas excepciones no llevan a cabo
labores de investigación y difusión propias de las universidades públicas.
En tercer lugar, se necesita que sea una institución con un nivel
académico mínimo como para ser considerada de importante impacto
educativo en su entorno y que mantenga una organización formal
definida y con una planta docente de cierta antigüedad en la institución.
Dicho impacto es importante porque nutre y se nutre un bagaje histórico
de participación. La antigüedad permite a los docentes por un lado una
identidad con la institución y con sus valores; y por otro un conocimiento
más profundo de sus miembros (autoridades y colegas) y el modus
operandi interno.
Por otro lado, al descartar instituciones de gran tamaño, como la UNAM,
la Veracruzana o la de Guadalajara cuya gran complejidad no permite un
100
estudio más preciso de su población académica se considera que un
tamaño medio podría ser lo más acertado. Las universidades pequeñas en
México suelen verse rebasadas por otras instituciones de educación
superior como los tecnológicos, a menudo sus docentes no son de tiempo
completo. Este es el caso en varios de los Estados del norte y del sur de la
República. Y si bien es difícil medir el tamaño de una universidad, una
forma aproximada nos la proporciona la matrícula y el número de
profesores. Una rápida mirada a estos dos indicadores nos permite
distinguir a las grandes universidades de las pequeñas.
También se considera la fecha de fundación de los colegios o instituciones
educativas o científicas que precedieron a la universidad y la de su
constitución como institución universitaria. En este sentido una buena
mayoría de las universidades mexicanas públicas se erigen en la década
de los cincuentas, y las más jóvenes en los años setentas. Solamente unas
cuantas tienen antecedentes en la colonia o en el siglo XIX. El régimen de
autonomía ha definido, en muchos casos, su fecha de establecimiento,
pero en realidad no la de su formación como instituciones educativas.
De acuerdo a lo anterior con base en un repaso general de nuestro
universo a conocer, se han definido los siguientes criterios de selección:
a) Régimen o status legal: universidades públicas (tabla 1)
b) Mínimos requerimientos académicos: el indicador IDILD de la ANUIES
que establece cuales instituciones de educación superior en México
están orientadas a la transmisión, generación y aplicación del
conocimiento y que ofrecen programas en el nivel de licenciatura y
posgrado hasta el nivel de doctorado (ANUIES, 1999: 117). (Tabla 1)
101
c) Tamaño: medido en matrícula y personal docente más cercano al
de la UAEM como punto de partida de nuestra investigación (Tabla
2)
d) Antigüedad: al menos con antecedentes suficientes como para
detectar en ella trayectorias largas del personal docente. (Tabla 3)
102
Tabla 1: Universidades públicas mexicanas que observan la clasificación de IDILD22 (ANUIES, 1999)
Universidad
Matrícula licenciatura
Personal docente
Universidad Autónoma de Aguascalientes 8 995 1 247 Benemérita Universidad Autónoma de Puebla 32 064 2 126 Universidad Autónoma de Coahuila 20 764 2 545 Universidad Autónoma de Colima 9 461 729 Universidad Autónoma de Chihuahua 13 541 1 402 Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo 17 444 756 Universidad Autónoma del Estado de México 23 861 3 057 Universidad Juárez del estado de Durango 7 561 895 Universidad de Guanajuato 7 244 1 497 Universidad de Guadalajara 53 399 4 949 Universidad Michoacana de San Nicolás de H. 25 751 1 334 Universidad Autónoma de Morelos 9 268 871 Universidad Autónoma Metropolitana 41 156 4 137 Universidad Nacional Autónoma de México 144 957 22 432 Universidad Autónoma de Nuevo León 56 198 3 498 Universidad Autónoma de Querétaro 7 194 1 431 Universidad Autónoma de San Luis Potosí 17 221 1 636 Universidad Autónoma Sinaloa 41 409 2 603 Universidad Autónoma de Tamaulipas 27 810 2 225 Universidad Autónoma de Tlaxcala 6 691 737 Universidad Veracruzana 44 247 4 514
Fuente: http://www.anuies.mx/afiliadas
22 Instituciones de Educación Superior orientadas a la transmisión, generación y aplicación del conocimiento y que ofrecen programas en el nivel de licenciatura y posgrado hasta el nivel de doctorado (ANUIES, 1999: 117)
103
Tabla 2: Universidades públicas mexicanas que observan la clasificación de IDILD y que se acercan al tamaño de la UAEM
Universidad
Matrícula licenciatura
Personal docente
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla 32 064 2 126 Universidad Autónoma de Coahuila 20 764 2 545 Universidad Autónoma del Estado de México 23 861 3 057 Universidad Michoacana de San Nicolás de H. 25 751 1 334 Universidad Autónoma de Tamaulipas 27 810 2 225
Fuente: http://www.anuies.mx/afiliadas
Tabla 3: Universidades públicas mexicanas que observan la clasificación de IDILD y que se acercan al tamaño de la UAEM, con sus fechas de fundación.
Universidad
Matrícula licenciatura
Personal docente
Fundación*
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla 32 064 2 126 1578-1937 Universidad Autónoma de Coahuila 20 764 2 545 1957-1973 Universidad Autónoma del Estado de México 23 861 3 057 1828-1956 Universidad Michoacana de San Nicolás de H. 25 751 1 334 1540-1917 Universidad Autónoma de Tamaulipas 27 810 2 225 1950-1972
*Se considera la fecha de fundación de los colegios o instituciones educativas o científicas que precedieron a la universidad. Fuente: http://www.anuies.mx/afiliadas
104
Tabla 4: Universidades públicas mexicanas que observan la clasificación de
IDILD y que se acercan al tamaño y antigüedad de la UAEM.
Universidad
Matrícula licenciatura
Personal docente
Fundación*
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
32 064 2 126 1578-1937
Universidad Autónoma del Estado de México
23 861 3 057 1828-1956
Fuente: http://www.anuies.mx/afiliadas
*Se considera la fecha de fundación de los colegios o instituciones educativas o
científicas que precedieron a la universidad y la de su constitución como instituciones
universitarias.
En general nuestro estudio de caso podría haber sido cualquiera de las
universidades que aparecen en la tabla 3. Sin embargo, solo la BUAP y en
la UAEM, pueden definirse como universidades medias de acuerdo con los
criterios citados. No obstante, de acuerdo a otros parámetros, como
número de investigadores, acceso a programas de estímulos académicos
y porcentajes de inversión en investigación, docencia y difusión, la BUAP
ya está entre las cuatro universidades más grandes e importantes de
México; lo que la hace menos representativa del grueso de universidades
públicas en México.
105
De manera que bajo estos criterios, la UAEM bien podría considerarse una
universidad tipo, entre el conjunto de universidades públicas en México; y
hacia ella dirigimos nuestro estudio de caso.
Veamos ahora cómo se obtuvo la información apropiada para respaldar
nuestro argumento o sea como generamos los datos pertinentes para
defender o en su caso desechar el argumento central y las variables.
3) Metodología cuantitativa y cualitativa
Para resumir diremos que nuestro aparato metodológico tiene los siguientes
elementos:
a) Es un estudio exploratorio de un caso particular, la UAEM. Sin embargo,
aspira a describir con pertinencia y detalle el diseño institucional de la
universidad y el perfil de sus académicos; es decir se intenta un estudio
descriptivo.
b) La unidad de análisis son los académicos, concretamente sus
percepciones sobre las variables operacionales identificadas, y su
comportamiento dentro de la institución.
c) Nuestra unidad de análisis, esto es los académicos, fueron estudiados a
partir de un grupo representativo de profesores que cubrieran las siguientes
características: ser profesores de tiempo completo, tener antigüedad de
15 o más años, y provenir de todas las áreas disciplinarias existentes en la
UAEM. El universo total habría estado constituido por el total de profesores
de tiempo completo de la UAEM, que significaban alrededor de 900
profesores. Por tanto, se eligió una muestra representativa de 51 profesores
106
que cubrieron los requisitos señalados. Del universo de profesores de
tiempo completo de la UAEM23 se seleccionó una muestra por el método
de muestreo aleatorio estratificado24 (Área de conocimiento). Aplicándose
51 cuestionarios en todas las áreas disciplinarias de la universidad, dicha
muestra se calculó utilizando la fórmula para tamaño de muestra para
proporciones (Sampieri, 1997; Stevenson, 1990). El tamaño muestral
necesario depende de: 1) del grado de confianza deseado (95%) que es
el mínimo requerido para un trabajo serio de investigación; 2) cierta
cantidad especificada de error tolerable (13%).
Fórmula (Stevenson, 1990: 168)
n= z² p q e z= nivel de confianza (1.96)
e= error muestral o de estimación (13%)
p= % de éxito (50%)
q= % de fracaso (50%)
d) Las respuestas de los cuestionarios se codificaron y trabajaron mediante
el Paquete Estadístico para las Ciencias Sociales (SPSS) y se elaboraron
cuadros con frecuencias porcentuales de cada una de las variables y de
las dimensiones consideradas en la investigación. Cada dimensión
comprendió reactivos para cada una de las variables. Enseguida se
obtuvieron tablas de contingencia en las cuales se cruzaron las variables
23 Primer Informe de Actividades de la UAEM,2002. 24 “El muestreo estratificado comprende, el dividir la población en subgrupos (estratos) de elementos semejantes, y muestrear después en cada subgrupo. El razonamiento es que mediante el ordenamiento de los elementos de la población en subgrupos homogéneos, la variabilidad es menor que la de la población total, y por ello se necesitará un tamaño de muestra más pequeño” (Stevenson, 1990: 198; ver también Sampieri et al, 1990 pag. 219-225)
107
con las preguntas de interés, con los datos obtenidos se elaboraron
cuadros resumen por dimensión y área de conocimiento, lo que nos
permitió comparar los porcentajes por área e interpretar los resultados. Los
cuestionarios fueron aplicados en los meses de junio a noviembre de 2004.
e) En seguida se definieron tres variables operacionales, a saber la
estructura de gobierno, el sindicato y los programas de estímulos. Para
dicha operación, es decir para pasar “de lo abstracto a lo concreto”
(Manheim y Rich, 1988: 21) definimos los términos de la participación y el
comportamiento institucional de los académicos. Y tratamos de medir su
comportamiento, a partir de los niveles de conocimiento sobre las tres
variables, su empatía hacia las mismas, y el grado en que las evalúan.
f) Nuestro instrumento para la recolección de datos fue un cuestionario
cerrado, de 38 reactivos, que se aplicó a 51 profesores. Las respuestas del
cuestionario fueron precodificadas en relación a las tres variables
operacionales encontradas en la investigación. Se trató de cuidar todos
los aspectos recomendados por los autores, a fin tener claridad en la
pregunta, de no incomodar al entrevistado, de ser consistentes con el
tema, y de no inducir la respuesta (Sampieri, 1997: 293). Asimismo se cuidó
el orden tanto de las preguntas, como de las respuestas, atendiendo
primero a los conocimientos, enseguida a los sentimientos y por último a la
evaluación que los profesores hacen de las tres variables estudiadas. Se
cuidó de no ser arbitrarios ni en el orden de las preguntas, ni de las posibles
respuestas. Una réplica del cuestionario se encuentra en el anexo 8.
g) Una vez generados los datos, éstos se procesaron y obtuvimos tablas
que arrojaron los datos agregados, tanto por respuesta, como por área del
108
conocimiento. Todos estos datos se sometieron a un análisis e
interpretación a la luz de nuestro marco teórico. El análisis exploratorio se
hizo con respecto a las tres variables ya mencionadas y respecto a cada
área del conocimiento.
h) Asimismo se llevaron a cabo seis entrevistas semi-estructuradas (la guía
de entrevista y la lista de entrevistados se encuentran en el Anexo 7) a
informantes clave situados en las instancias correspondientes, es decir
sindicato, estructuras de gobierno y operadores de programas de
estímulos. Las respuestas de las entrevistas se fueron agregando como
parte de la interpretación, en cada una de las variables operacionales,
pues con esta misma base se organizó la guía de entrevista.
Existen varias razones para haber diseñado este aparato metodológico. La
decisión de aplicar un cuestionario a una muestra de académicos de
tiempo completo y preferentemente con antigüedad mayor a 15 años
dentro de la institución, obedeció a la idea de tratar de recuperar las
experiencias de participación al interior de la universidad y su posible
incremento debido a los factores ya mencionados. Los profesores de
recién ingreso o menor a 15 años representaban un doble problema: una
posible falta de conocimientos sobre la institución y sus formas de
organización (académica y de gobierno), así como una posible falta de
identificación con los fines de la universidad. Por otro lado probablemente
no cumplirían con el perfil del docente que aquí estudiamos, es decir con
el académico tipo que nos interesaba (ver capítulo IV, parte 1).
Asimismo, consideramos que un estudio de opinión que busca establecer
ciertos niveles de participación institucional, ha de hacerse a profesores de
tiempo completo. La razón es su vinculación estrecha con la institución,
109
no solamente en términos laborales, sino más importante para nuestro
proyecto en términos de su identidad y permanencia en la institución. Más
concretamente porque suelen ser quienes participan de los programas de
apoyo como el PROMEP, SNI, y otros. Los académicos que se integran a
estos programas parecen haber cambiado sus pautas de su participación
en los asuntos de sus instituciones. La idea era averiguar en qué medida se
han vuelto más participativos en la toma de decisiones de sus instituciones.
El personal administrativo de las universidades no es siempre posible
considerarse como parte integrante de la comunidad universitaria
propiamente dicha. Su relación con la universidad es más de carácter
laboral y no de identificación con la institución. Su permanencia tampoco
es definitiva o larga. Además hay al menos tres tipos de personal: de base,
de confianza y directivo. Resultaría difícil establecer una muestra
significativa. Y por último consideramos que no es una parte esencial en
términos de historia institucional para nuestras universidades, dada su
movilidad laboral.
Para decidir el número de profesores a quienes se aplicaría el cuestionario,
luego de descartar un censo a todos los profesores de tiempo completo,
por los altos costos financieros, lo recomendable fue encuestar a una
muestra del universo a estudiar, considerando solamente los profesores de
tiempo completo y preferentemente con 15 años de antigüedad, como ya
se expuso. Del universo se eligieron profesores de las 6 áreas del
conocimiento, utilizadas por ANUIES y CONACyT: ciencias naturales,
exactas, administrativas, humanidades y educación e Ingeniería. Esto con
el objeto de evitar alguna posible tendencia. La muestra constó de 51
cuestionarios, repartidos en las seis áreas del conocimiento. El número es
representativo estadísticamente a pesar de no constituir el 10% del total de
110
profesores de tiempo completo, pues una parte de estos no cumplía con el
requisito de antigüedad necesario. Sin embargo, un número menor (+/-)
aún observa validez estadística como para llevar a cabo inferencias
empíricas significativas (ver nota metodológica, anexo 11), (Stevenson,
1990; Sampieri, 1997)
Ya en detalle los datos obtenidos a través del cuestionario fueron
procesados mediante el programa SPSS, con el que generamos los
siguientes cuadros concentrados de porcentajes:
1. Definición del perfil del profesor de tiempo completo de la UAEM
2. Resultados de participación cada incentivo de participación:
estructuras de gobierno, sindicato y programas de estímulos
3. Resultados de participación por cada una de las dimensiones y
modalidades de participación: cognoscitiva, afectiva y evaluativa
4. Resultados de participación por áreas disciplinarias, tanto por
incentivo de participación como por dimensión
Mediante el cuestionario tratamos de averiguar hasta que punto los
factores señalados como incentivos para la participación entre los
docentes, se han presentado en nuestra muestra, cuáles son los más
relevantes y cuales los que parecen ir perdiéndose. Además utilizando las
dimensiones cognoscitiva, afectiva y evaluativa pudimos definir niveles,
tipos y áreas de participación de los profesores en la institución. Las
entrevistas completaron el panorama con una visión más cualitativa de los
docentes hacia el entorno institucional.
Con ambos instrumentos se trabajó una interpretación cualitativa de los
resultados. Compartimos la noción de King, Keohane y Verba que
111
reconcilia el método cuantitativo con el cualitativo, y señala su riqueza
como base del diseño de la investigación en ciencias sociales (King,
Keohane y Verba, 1994). Dicho diseño ofrece mayores posibilidades para
generar inferencias válidas para el universo estudiado. La rigurosidad de la
inferencia estadística da mayor certeza a las interpretaciones cualitativas.
Pues como dicen estos autores, acerca de la necesidad de reunir la
metodología cuantitativa y cualitativa:
“Muchos investigadores no se acomodan claramente en
una categoría o en la otra. Los mejores a menudo
combinan aspectos de ambas. En el mismo proyecto de
investigación algunos datos pueden ser recogidos mejor a
través del análisis estadístico, mientras que otros
igualmente significativos no lo son. Patrones y tendencias
en la conducta social, política o económica pueden ser
mejor expresados con el análisis cuantitativo, que con el
flujo de ideas entre la gente o los líderes como individuos
excepcionales. Si queremos entender el rápido mundo
cambiante, necesitaremos incluir información que no
pueda ser fácilmente cuantificada, pero también que si lo
sea” (King, Keohane y Verba, 1994: 5)
En virtud de nuestro objeto de estudio, la necesidad de utilizar ambas
metodologías fue evidente. Indagar sobre las actitudes de los académicos,
pero basarlo en una muestra válida en términos cuantitativos, es lo que
daría más solidez la interpretación cualitativa.
De todos modos, lo atinado de dicha interpretación está sujeto a otros
trabajos de investigación, lo que aquí se intenta es el abordaje de un
objeto de estudio poco analizado en el ámbito de las universidades
públicas mexicanas, el papel del individuo en su institución.
112