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La Pasión es la Guía del Hombre El mundo necesita un sistema para funcionar. Las cosas están llegando a su fin para la humanidad de hoy en día, y es inquietante comprobar esto en cada esquina de la calle; las advertencias en las cajas de cartón de los vagabundos no podrían ser más correctas: el fin se avecina. ¿O no? Cada señal apunta hacia lo que siempre, desde el inicio de las civilizaciones, se ha apuntado: la decadencia del hombre, la destrucción humana por nuestros propios medios, un planeta Tierra sin aire, sin alegría, sin ambiciones y sin valores. O, aunque sea, esto es lo que siempre hemos pensado. ¿No será esto solamente una absurda obsesión humana, un pasatiempo en su manera, un interesante y conmovedor tema de conversación con intenciones de unirnos a como se supone que deberíamos aspirar a ser? La gran preocupación humana sobre la muerte de nuestra propia especie, ¿no nos estará derrochando nuestro potencial al infundirnos con un miedo inexplicable? ¿Sera otra falta en contra de las instituciones religiosas, que imparten un miedo interno en el hombre, haciéndolo temer la precaria mortalidad que tiene la vida en la Tierra, nuestra propia existencia y la de nuestros amados? Esto es solamente egoísmo humano. Nos preocupamos por nuestra propia destrucción como sociedad, cultura, pueblo, nación y planeta; pero no analizamos nuestros propios efectos fuera de nuestros círculos humanos. ¿Qué del resto del mundo? ¿Qué de nuestra insufrible experimentación con el resto de las especies animales? ¿Qué de los daños que causamos día a día, consciente y deliberadamente, en los verdaderos seres indefensos del planeta? Nos preocupamos más de un ser en su estado fetal, básicamente un conjunto de células buscando una forma dentro de la nada, que de cualquier animal X tirado en el piso de una fábrica, pronto a ser procesado dolorosamente, de una criatura capaz de sentir dolor y emociones (debido a el sistema nervioso y a las indudables pruebas que confirman la sensibilidad y el carácter dentro de los

La pasión es la guía del humano

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Ensayo de naturaleza humana.

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La Pasión es la Guía del Hombre

El mundo necesita un sistema para funcionar. Las cosas están llegando a su fin para la humanidad de hoy en día, y es inquietante comprobar esto en cada esquina de la calle; las advertencias en las cajas de cartón de los vagabundos no podrían ser más correctas: el fin se avecina. ¿O no?

Cada señal apunta hacia lo que siempre, desde el inicio de las civilizaciones, se ha apuntado: la decadencia del hombre, la destrucción humana por nuestros propios medios, un planeta Tierra sin aire, sin alegría, sin ambiciones y sin valores.

O, aunque sea, esto es lo que siempre hemos pensado. ¿No será esto solamente una absurda obsesión humana, un pasatiempo en su manera, un interesante y conmovedor tema de conversación con intenciones de unirnos a como se supone que deberíamos aspirar a ser? La gran preocupación humana sobre la muerte de nuestra propia especie, ¿no nos estará derrochando nuestro potencial al infundirnos con un miedo inexplicable?

¿Sera otra falta en contra de las instituciones religiosas, que imparten un miedo interno en el hombre, haciéndolo temer la precaria mortalidad que tiene la vida en la Tierra, nuestra propia existencia y la de nuestros amados?

Esto es solamente egoísmo humano. Nos preocupamos por nuestra propia destrucción como sociedad, cultura, pueblo, nación y planeta; pero no analizamos nuestros propios efectos fuera de nuestros círculos humanos. ¿Qué del resto del mundo? ¿Qué de nuestra insufrible experimentación con el resto de las especies animales? ¿Qué de los daños que causamos día a día, consciente y deliberadamente, en los verdaderos seres indefensos del planeta?

Nos preocupamos más de un ser en su estado fetal, básicamente un conjunto de células buscando una forma dentro de la nada, que de cualquier animal X tirado en el piso de una fábrica, pronto a ser procesado dolorosamente, de una criatura capaz de sentir dolor y emociones (debido a el sistema nervioso y a las indudables pruebas que confirman la sensibilidad y el carácter dentro de los animales) a un trozo de carne, con la intención de saciar nuestro sentido gustativo.

¿Qué somos en verdad? ¿Valdríamos la pena salvar, al hablar de las diferentes especies que pueblan el planeta?

Los animales inhumanos son bondadosos: lo que tenemos en común con ellos sale poco del espectro de “nacer, crecer, reproducir y morir”. Sus instintos son claros, y no están intensamente limitados por las caprichosas emociones que encadenan a los humanos.

Somos constantes victimas de nuestros propios cambios hormonales: no hay nada más revoltoso, caótico, ilógico y obsceno que la mente de un ser humano. Tenemos la capacidad de imaginar las cosas más bellas y, a la vez, las más horribles. Y tenemos esa tendencia: el malhechor practica su maldad primeramente en la mente; la siente, ese instinto que surgirá, para él, inevitablemente. No tendrá voluntad ante ese apetito monstruoso que le hará seguir un camino del mal, un camino del cual el tendrá que regresar, sólo para verse aislado de lo que una vez creyó conocer y comprender.

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En fin, no hay nada que comprender. La especie humana mantiene barreras emocionales ante todas las demás especies, pero estas barreras son fascinantes en su naturaleza. Personificamos a las criaturas, dotándolas así de características propiamente humanas como nuestros valores, estereotipos, prendas y artículos personales. ¿Quién no ha visto los animales de peluche que decoran el frente de una caja de cereal? Vistiendo ropa humana, con grandes sonrisas plásticas, creando, aparentemente de la nada, cereal específicamente para el “bien” de nuestra pequeña comunidad de niños y adolescentes. Y no olvidemos los nombres: Los nombres humanos de nuestros perros, gatos, gallos… ¡el mismo acto de ser “propietario’ de otro ser vivo es prueba suficiente de los complejos de superioridad tan cómodos que tenemos! Pero, también de inferioridad: el humano necesita tener dependientes, o pierde su fuerza dominante. ¿Quién más dependiente que un pájaro en una jaula, cuyas alas han sido cortadas de manera que nunca podrá volar?

El hombre tiene miedo. Tiene miedo a ser el niño más pequeño en el parque, de ser la “presa fácil”. Es por eso que se esfuerza tanto en la vida por aparentar en todo momento ser algo que no es. El piensa: “aunque no le agrade a la sociedad, no importa, porque yo en realidad ni soy esta persona”. Es patético que uno cubra su propia identidad en un esfuerzo a ser aceptado, ya que la persona que busca ser aceptada es la que no se acepta a sí misma.

Es claro que el papel que ha jugado el humano en la Tierra ha sido grande, pero no llegamos ni cercas a nuestras propias ilusiones de quien se supone que somos como especie. Los humanos nos vemos como criaturas “capaces de amor, sentimientos, emociones, valores, no como todos los animales que no saben diferenciar entre el bien y el mal”. Aún si no tuvieran esa capacidad los animales (lo cual dudo bastante), nosotros todavía seríamos peores en nuestras acciones. Nosotros, aún con la capacidad de diferenciar entre el bien y el mal, no regimos nuestra forma de actuar basada solamente en nuestro razonamiento lógico o moral. Nos creamos razones por las cuales no podemos actuar con la razón, y la llamamos nuestra capacidad de “libre albedrío”. Tomamos a la ligera nuestra obligación de decidir por nosotros mismos, y por eso es que no podemos avanzar utilizando nuestra propia voluntad. Pedimos, no, requerimos de otros para que hagan decisiones por nosotros en cada faceta de nuestras vidas, pero nos hacemos creer superficialmente (para todo aquel que pregunte) que nosotros pedimos que se nos hicieran estas decisiones, y por lo tanto, por tecnicismo, nosotros fuimos los creadores de nuestro destino.

El tomar las opciones “A”, “B”, “C” o “D” como nuestras únicas opciones nos demuestra qué tan ignorantes y perezosos somos. La mayoría de la humanidad, al ser presentada con estas cuatro variaciones de respuesta, de seguro no se atrevería a responder fuera de las opciones dadas. ¿Es que no confiamos lo suficiente en nosotros mismos, en nuestra propia realidad y en nuestros propios conocimientos, como para crear la opción “X”?

La mente humana está llena de complejos, obscenidades, compulsiones, odios, manías, sentimientos de inferioridad, superioridad, tendencias, deseos egoístas… y entre tanta basura mental logramos todo lo que hemos creado que ha permanecido como una señal hacia el futuro de todo lo bueno que puede pasar en una persona, en una comunidad, en un país y en una especie. Las bellas artes son prueba suficiente de la intrincación de la mente humana y la productividad de su lado cognoscitivo, creativo, imaginativo y caótico: la sonrisa perfectamente suspendida en el rostro de una mujer puede incitar a la imaginación en cuanto es posible en el mundo, esto representado por Leonardo Da Vinci en su más reconocida obra. La nobleza del espíritu necesitada para llevar a cabo el acto bondadoso del Padre Demian, quien lucho por la

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mejora de las vidas de aquellos sufriendo de la lepra. El valor de una mujer ante la nobleza masculina (tales “superiores” que la quemaron en la hoguera al finalizar sus más grandes labores) en el esfuerzo de luchar por algo más grande que ella misma: sus ideales y convicciones.

La belleza se encuentra en los actos únicos, inspiradores e irreprochables del humano, y estos se vuelven irreprochables cuando se hacen por voluntad propia, cuando uno reconoce el valor que tienen para sí mismo y para la humanidad, cuando su trascendencia marca el tiempo por venir, cuando el pasado es borrado por ese acto magnifico de ser productivo, dedicado, laborioso, cansado, en paz y en alboroto consigo mismo. Uno reconoce que ha hecho el bien con su tiempo cuando puede ver cada minuto pasado en el producto de su labor: este producto puede ser una pincelada, pero todavía tendría el valor detrás del esfuerzo.

Nuestros productos (ideas, escritos, dibujos) le dictarán al futuro quién somos y quién fuimos. Lo que queremos decir tiene forma de salir, y hacia eso es lo que tenemos que trabajar. Obtener nuestra apoteosis personal en la forma de un acto o varios que nos definan como persona. Tenemos que otorgarle e infundirle a cada una de nuestras acciones el amor que sentimos por nosotros mismos y por lo que nos apasiona; el dolor que sentimos día tras día por nuestro insoportable desequilibrio hormonal, tan agotador y tan emocionante a la vez; nuestros sentimientos hacia los sucesos fortuitos que el planeta nos ofrece, como el centavo inesperado en el suelo, la caída de la ultima hoja del árbol, la goma de mascar pegada en el pantalón del joven parado frente a nosotros.

Como lo pone Erich Fromm en su libro Man For Himself: “Deambulamos en la oscuridad y conservamos nuestro ánimo porque oímos que los demás silban como nosotros”. La ética humanista sostiene que si el hombre está vivo, sabe lo que está permitido, y vivir realmente significa ser productivo; no emplear los propios poderes para ningún fin que trascienda el hombre, sino para uno mismo; dar un sentido a la propia existencia del ser humano.

Es hora de trabajar por ver lo que queremos ver; es hora de hacer lo que amamos y amar lo que hacemos. El fin es perpetuo, el ahora es el único momento. El sentirse impotente es efecto del desprecio personal; el amor propio es magno.

La fuente de inspiración la tenemos, en este caos que llamamos existencia, y solo es por falta de búsqueda en la forma productiva de demostrarla al mundo, la falta de querer sentir la importancia en cada acto del universo, que no nos dejamos llevar por nuestro verdadero instinto humano: la pasión.