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LA POLÉMICA FILMER-LOCKE SOBRE LA OBEDIENCIA POLÍTICA POR RAFAEL GAMBRA (†) Los pre c u s o res de la Re volución Hoy, con la perspectiva de cerca de dos siglos, resultaría difí- cil disminuir o pasar por alto la importancia histórica que para la civilización europea tuvo la Re volución francesa, extendida a todos los pueblos del continente por las guerras napoleónicas, y poco después contagiada a los países de la América española. Si p rofundizamos en el pasado de cualquier cuestión política, jurídi- ca, económica, ambiental, de nuestro presente, llegamos siempre , como a un límite o rubicón histórico, a la caída del antiguo régi- men y a la implantación del sistema constitucional, a partir de lo cual estructuras, relaciones, sistemas y aun mentalidades políticas a d q u i e ren un sentido y valoración bien diferentes. La misma dife- rencia que se presenta hoy tan acusada entre el ambiente político de los pueblos anglosajones y los del continente europeo hay que buscarla en el hecho de haber evolucionado los segundos –y no los p r i m e ros– bajo el signo o influencia de la Re volución francesa. Sin embargo, la significación extraordinaria de este hecho que derriba un orden milenario y cambia el régimen histórico de Europa, contrasta desde nuestra misma perspectiva con la debili- dad o insignificacia del pensamiento filosófico que le precedió y del que se hace arrancar su génesis. La Ilustración y la Enciclopedia, e incluso el mismo pensamiento de Rousseau, apa- recen a nuestros ojos tan superficiales y faltos de contenido que la Verbo, núm. 473-474 (2009), 243-268. 243 XLII REUNIÓN DE AMIGOS DE LA CIUDAD CATÓLICA LAICIDAD Y LAICISMO ______ Fundación Speiro

La polémica Filmer-Locke sobre la obediencia política · La monarquía, como institución genuina y ambien-tal, habrá de recibir en ella una herida mortal, precisamente por no

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LA POLÉMICA FILMER-LOCKESOBRE LA OBEDIENCIA POLÍTICA

POR

RAFAEL GAMBRA (†)

Los pre c u s o res de la Re vo l u c i ó n

Hoy, con la perspectiva de cerca de dos siglos, resultaría difí-cil disminuir o pasar por alto la importancia histórica que para lacivilización europea tuvo la Re volución francesa, extendida atodos los pueblos del continente por las guerras napoleónicas, ypoco después contagiada a los países de la América española. Sip rofundizamos en el pasado de cualquier cuestión política, jurídi-ca, económica, ambiental, de nuestro presente, llegamos siempre ,como a un límite o rubicón histórico, a la caída del antiguo régi-men y a la implantación del sistema constitucional, a partir de locual estructuras, relaciones, sistemas y aun mentalidades políticasa d q u i e ren un sentido y valoración bien diferentes. La misma dife-rencia que se presenta hoy tan acusada entre el ambiente políticode los pueblos anglosajones y los del continente europeo hay quebuscarla en el hecho de haber evolucionado los segundos –y no losp r i m e ros– bajo el signo o influencia de la Re volución francesa.

Sin embargo, la significación extraordinaria de este hecho quederriba un orden milenario y cambia el régimen histórico deEu ropa, contrasta desde nuestra misma perspectiva con la debili-dad o insignificacia del pensamiento filosófico que le precedió ydel que se hace arrancar su génesis. La Ilustración y laEnciclopedia, e incluso el mismo pensamiento de Rousseau, apa-recen a nuestros ojos tan superficiales y faltos de contenido que la

Verbo, núm. 473-474 (2009), 243-268. 243

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imaginación se resiste a atribuirles un efecto tan profundo y radi-cal. Ob s e rva el conde de Ma i s t re en sus C o n s i d e raciones sobreFra n c i a cómo los protagonistas de la Re volución francesa consi-g u i e ron los más rápidos y fáciles éxitos mientras obraban a favo rde la corriente de rebelión, pero cómo también se nublaba sue s t rella y aun perecían víctimas de la misma Re volución en cuan-to pretendían obrar por cuenta propia, sea conteniendo o encau-zando de alguna manera la sucesión de los hechos. Los comparabacon el flautista de Va u c a n s o n que, con la mayor facilidad, interpre-taba admirables melodías, porque no era él realmente quien toca-ba la flauta, sino que imitaba sólo los movimientos de quienrealmente lo hacía.

Diríase que algo semejante sucedía a los filósofos de la épocade «las luces» que precedio al estallido sangriento de laRe volución. Su importancia histórica la reciben del inmediatotriunfo de la Re volución, que extrajo sus lemas de su ideología,p e ro cabe más bien pensar que ellos, al igual que los art í f i c e smateriales de la Re volución, re s p o n d i e ron a una onda históricaque venía de muy atras, a modo de intérpretes de una melodíac u yo eco lejano sonaba con re n ovada fuerza en sus oidos.

Es el siglo XVII, en el desenlace de las guerras de religión conla paz de Westfalia, y en la disolución del Imperio de laCristiandad, donde ha de buscarse en su origen el impulso histó-rico que acarreará en 1789 la ruina del antiguo régimen y de lap ropia monarquía, previa su hipert rofia en la Francia del XVIII.Y es en la turbulenta Inglaterra del siglo XVII, en sus dos re vo l u-ciones del Parlamento y de los Estuardos, donde se rompe por pri-mera vez la tensión histórico-ideológica en que se apoyaba lam o n a rquía desde su origen medieval y donde surgen los primero ssistemas des-sacralizadores o laicizadores del poder con la idea devoluntad general (Hobbes) y de pactismo liberal (Locke). Estecarácter precursor o inicial de la crisis política inglesa explica,paradojicamente, el hecho de que en la posteridad haya re s u l t a d oInglaterra el bastión de la monarquía y de múltiples estru c t u r a sdel antiguo régimen: la re volución inglesa cicatrizó en un siglotodavía profundamente monárquico, en que el movimiento ideo-lógico no había tomado fuerza, por lo que fue posible todavía el

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restablecimiento de un s t a t u s político según el genio de la antiguam o n a rquía medieva l .

Una controversia históri c a

Pe ro es después de la primera re volución y de Cro m well, en elperíodo de los Estuardos y de la segunda re volución, que los susti-t u ye por la Casa de Orange, cuando se da en Inglaterra la granc o n t roversia sobre la obligación política y el origen del poder.Polémica que aguzará el ingenio de los primeros teóricos de lagran Re volución, aquella que estallará un siglo más tarde enFrancia y junto a la cual las re voluciones inglesas fueron simplesconflictos domésticos. En aquella controversia participará, de unap a rte, la obra de sir Ro b e rt Filmer (entonces impresa, cuando élhabía ya muerto), y de otra, Ty r rell, Si d n e y, Locke, sus contradic-t o res. En la mente de unos y otros estaría, aunque en entre d i c h opara todos, el De Ci ve y el L e v i a t h a n de Hobbes, como posición-límite de ambas teorías.

Puede afirmarse que esta controversia sobre el poder de losre yes y el origen de la autoridad coincide con el momento en queel racionalismo –vigente en la filosofía y en la ciencia desde elRenacimiento– llega al orden político, y no a través de la moral yde los designios del Príncipe tal como propugnó Ma q u i a velo, sinoen la concepción teórica del orden mismo, en su constitución y ensus origenes. La monarquía, como institución genuina y ambien-tal, habrá de recibir en ella una herida mortal, precisamente porno haber sido defendida en sus fundamentos histórico-medieva l e sy religiosos, sino a través de argumentos romanistas tan teóricoscomo los de sus adversarios (teoría de la soberanía de Bodino,p r i n c i p a l m e n t e ) .

La tesis racionalista que intenta someter a un análisis des-sacralizador el poder es de inspiración empirista –típicamenteinglesa– y no tiene mejor expresión que la controversia aludida delos años 1680 al 90. Las dos grandes figuras de esa crítica empiris-ta son Tomás Hobbes (L e v i a t h a n, 1651) y Juan Locke (En s a yos o b re el Go b i e rno Ci v i l, 1690). El primero, partiendo de un rigu-

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roso mecanicismo psicológico, pretende cimentar el cáracter absolu-t o del gobierno monárquico sobre bases naturalistas contractuales,puramente humanas. El otro, apoyado en el sistema empirista desu En s a yo sobre el entendimiento humano (anticipado en su Deintellectu humano), fundamenta la solución liberal y niega elcáracter absoluto del poder real. Uno y otro, con distinta inten-ción y parecidos principios, suprimen todo fundamento históri-co-sagrado en la monarquía, esto es, la secularizan.

Lo más re p re s e n t a t i vo de esta controversia está, sin embargo,e x p resado en la antítesis Filmer-Locke, cuyas obras originales, enversión castellana, se ofrecen unidas en el presente volumen. Setrata del Pa t r i a rca o del poder natural de los Re ye s , escrita por Si rRo b e rt Filmer hacia 1640 y publicada en 1680, y del primerEn s a yo sobre el Go b i e rn o, de J. Locke (1688), dedicado a rebatir latesis monárquica y patriarcalista de Fi l m e r. Los otros partícipes enla tempestad de crítica que levantó la publicación del Pa t r i a rc a( Gee, James Ty r rell y Sidney) se limitan a argumentos polémicosque no alcanzan una concepción cohere n t e .

Filmer y el patri a rc a l i s m o

En rigor, la figura y la obra de Filmer nos son conocidas hoyp recisamente por el tratado político –inicial en los suyos– queLocke le dedica. El contenido filosófico de la obra de Locke, sufundamentación del liberalismo político y, sobre todo, el triunfode sus ideas en el parlamentarismo inglés primero y en laRe volución más tarde, hicieron que su crítica de Fi l m e r, un tantoirónica y desdeñosa, resultara mucho más decisiva que las sabias yminuciosas críticas de sus otros contradictores. Sin embargo, sonprincipalmente la crítica de Ed w a rd Gee y las de los w h i g s Ty r re l ly Sidney las que hacen de la figura de Filmer y de su fama un sím-bolo –el más execrado– del oscurantismo, de la tiranía irracionaly del serv i l i s m o. La ejecución de Sidney por orden de Carlos II,muchos años después de la muerte de Fi l m e r, pero acusado detraición precisamente por sus opiniones anti-Fi l m e r, acentuaro npara la posteridad el cáracter sombrío atribuido al autor del

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Pa t r i a rc a. Sidney había descrito ya la figura de Filmer como la deun adulador servil del poder real, espíritu estrecho y localista deideas cerradas, papista aun sin saberlo, apóstol de la sumisión irra-cional, de los poderes ocultos y aún de la creencia en brujas. Pa r aLocke, fue Filmer un defensor de la esclavitud o sumisión incon-dicional, posición –le arguye– «indigna de un inglés y menos deun g e n t l e m an». Ed w a rd Gee, por su parte, había resumido elm o n a rquismo patriarcal de Filmer como «aquella teoría que hacedel origen y fundamento del gobierno algo natural, necesario yn a t i vo, en nada voluntario ni convencional», definición inatracti-va para la posteridad de Fi l m e r, pero no falta de precisión ni dea g u d ez a .

Las posteriores investigaciones históricas y biográficas sobreFilmer y su tiempo –particularmente el conocimiento en 1916 desus arc h i vos familiares de East Sutton– nos ha pro p o rcionado unavisión muy diferente de la personalidad de este autor y de laintención y sentido de su obra. Sir Ro b e rt Fi l m e r, notable delcondado de Kent y jefe de una de las viejas familias nobiliarias delmismo, nació en 1588, el año llamado en Inglaterra de la Gr a nArmada (la In vencible), justamente el mismo en que nació tam-bién Hobbes. Se ha relacionado el clima de expectación angustio-sa en que uno y otro fueron engendrados con el sentido íntimo desus obras: el uno, mediante la Biblia y el principio patriarc a l i s t a ,y el otro, a través del más riguroso empirismo racional, desembo-can en el re f o rzamiento a ultranza del poder y de la sumisiónincondicional al mismo, refugio eterno frente a los temores y nau-fragios colectivos. Un común carácter timorato, ajeno a toda com-batividad, les inspiró parecidas conclusiones autoritarias, si bienparadójicamente, uno y otro hubieron de sufrir y de afrontar lasconsecuencias de su propia posición: el uno –Filmer– por lasdesgraciadas circunstancias de la guerra civil entre el rey y el par-lamento que le toca vivir; el otro –Hobbes–, por la unánime exe-cración de su tiempo, que vio en él a un impío secularizador delpoder estatal.

El condado de Kent encerraba a principios del siglo X V I I u nambiente social vigoroso en torno a las viejas casas patriarcales deuna nobleza realmente culta y refinada. Este ambiente se traslada-

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rá después a Nu e va Inglaterra, donde una rama de los Fi l m e rcontó precisamente entre sus conquistadores y colonizadore s .Asimismo, el cuerpo nobiliario de Kent asumió un import a n t epapel en la guerra civil que resultó de la ruptura de Carlos I conel Pa r l a m e n t o.

La vida de Filmer fue enteramente local y familiar, en absolu-to cortesana ni ambiciosa. No escribió sus obras para ser publica-das, sino para correr en forma manuscrita entre los notables delcondado, sus amigos, discípulos o contradictores. Esta falta dep retensiones ulteriores marca sus escritos con un tono en ciert omodo ingenuo, familiar y de aficionado. Su fuente de apoyo ess i e m p re –como era común en su época– la Biblia, en cuya exégisentendía poder hallar el vestigio re velado de cuantos pro b l e m a si m p o rtantes puedan acuciar a la vida humana, individual y colec-t i va. Ese mismo carácter local y de circunstancias (ambiental)determinó sucesivamente el tema de sus escritos. Así, el primerode sus opúsculos trataba del préstamo con interés, cuestión moralmuy debatida entre las viejas familias nobles de la época. Larespuesta de Filmer será favorable a la licitud de un interés mode-r a d o.

El segundo tema que mueve la pluma de Filmer tiene tambiénsu origen en una cuestión moral o de conciencia. Se trataba deltema de la obediencia política (al rey), provocada por el pro b l e m ade la llamada moneda naval ( Sh i p - m o n e y ). Carlos I había re c u r r i-do a todos los procedimientos hasta entonces practicados paraobtener recursos con que sostener las querras religiosas de Escociae Irlanda y hacer frente al creciente poderío naval francés. Pe roi n t rodujo uno nuevo, particularmente gravoso e impopular: susti-tuir la requisa de naves (o fonsado naval) de los puertos y villascosteras por un impuesto en dinero que trató después de extendera todo el país (1636). La protesta fue general y encontró su por-t a voz en John Hampton, quien sostuvo la doctrina de que el re yno podía imponer tributos nuevos sin consentimiento delPa r l a m e n t o. Carlos I reinaba sin Parlamento desde 1630, a raízdel asesinato de su ministro Buckingham. Pe ro la guerra latentee n t re el monarca y el Parlamento databa del reinado de su padreJacobo I, cuando el Parlamento quiso imponerle la interve n c i ó n

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en la Guerra de los Treinta Años contra los católicos y el matri-monio de su hijo con una princesa protestante, contrariando sup royecto de casarlo con la infanta española María de Austria, hijade Felipe IV, todo lo cual fue estimado por Jacobo I como unaofensa a la pre r ro g a t i va re g i a .

La respuesta de Filmer al problema de la obediencia políticase halla contenida en su tratado principal: El Pa t r i a rca, o del podern a t u ral de los Re ye s . Según esta tesis, la obediencia política esincondicionada para los subditos, porque el poder de los re yes esabsoluto y natural y se transmite patriarcalmente. Ni tiene otralimitación que la ley moral que pesa sobre las conciencias, razónúnica de la existencia de los Parlamentos, órganos meramentec o n s u l t i vos de las necesidades de los pueblos para el recto ejerc i-cio del poder re a l .

Todas estas tesis circunstanciales aparecen en Filmer dictadasindudablemente por sus convicciones y su conciencia, en oposi-ción a veces con la opinión cercanamente deseable para sus lecto-res, y sin pretensión de trascender los límites de su ambiente y delconsejo re q u e r i d o. Cuando Filmer escribe El Pa t r i a rc a , la monar-quía británica es todavía un poder inconmovido que jamás diolugar a guerras civiles. El mismo, sin embargo, va a conocer laguerra del Parlamento, que terminó con el destronamiento y eje-cución de Carlos I Estuardo así como el gobierno «pro t e c t o r »– república o common we a l t h– de Cro m well, y moriría antes de laefímera restauración de los Estuardo sustituidos definitiva m e n t epor una nueva dinastía en la segunda re volución de 1688.

Durante la guerra, Fi l m e r, que nunca fue hombre de acción ycuya salud era débil, cre yo cumplir con la causa monárquica y conel cuerpo nobiliario de Kent escribiendo sus obras más polémicas.Durante esa guerra sufrió la devastación de su casa y un pro l o n-gado encarcelamiento en Leeds-Castle. En la crisis de 1648, parala que fue decisivo el alzamiento de la nobleza de Kent a favor delre y, Filmer escribe su opúsculo La necesidad del poder absoluto delos Re yes, y especialmente del de In g l a t e r ra .

A raíz de la ejecución de Carlos I, Salmasius escribió conde-nando este acto, estimado en cierto modo como sacrilegio;Milton lo hizo en defensa de la re volución parlamentaria, y

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Hobbes dio a conocer su L e v i a t h a n, apología del poder absolutos o b re bases empiristas, seularizadas y pactistas. Filmer escribeentonces sus Ob s e rvaciones sobre el origen del gobierno acerca del«Leviathan» de Hobbes, el «Contra - Salmasius» de Milton y el «DeJu re Belli» de Gro c i o. Un año antes de su muerte (1652), escribeunas Ob s e rvaciones sobre Aristóteles en su teoría política, y un trata-do sobre los procesos de brujería, muy en aumento durante laépoca de Cro m well, en el que señalaba diferencias entre aquellasb rujas y las de los antiguos judíos, en orden a ilustrar a losJurados, humanizando su actuación.

De este modo, la figura de Fi l m e r, vista a través de su biogra-fía y de su tiempo, nos aparece bien lejos del adulador cort e s a n oo del partidiario apasionado para mostrársenos más bien como unh o m b re independiente y culto que expresó sus opiniones con sin-ceridad y en conciencia, casi en privado, teórico en exceso y escritora m a t e u r, que llegó en sus conclusiones –un tanto simplista– másallá quizá de lo que quería pro b a r.

La doctrina de Filmer se interpreta como el desarrollo máspleno del derecho divino natural de los re yes, ajeno a toda nocióne l e c t i va, transmisora-social o que base el poder en el c o n s e n s u sgeneral. Esta doctrina había sido ya esgrimida por los emperado-res en las luchas contra el Pontificado, y asimismo por los monar-cas protestantes, sobre todo en el cisma de Inglaterra. Los re ye singleses la utilizaron frente al papado, apoyándose en el caráctere l e c t i vo o mediato de éste, que no se ve determinado por unasupuesta voluntad de Dios manifestada en la herencia biológica, ymás tarde contra sus súbditos católicos como obligados a una pri-mera y natural obediencia. Frente a ella, y por motivos tambiénp o l í t i c o s - religiosos, se acuñó la teooría practica o de la transmi-sión voluntaria del poder, primero por los autores católicos( Su á rez, Berlamino, etc.), para robustecer el Papado debilitando lasignificación de los monarcas y el vínculo de sus vasallos; después,por Locke, como consecuencia de su teoría empirista y a favor delParlamento en su lucha contra los Estuard o s .

Pe ro la obra de Filmer es una original –y en cierto modoextraña– mezcla de teoría bodiniana del poder con un patriarc a l i s -mo comunitario que trata de inspirarse conjuntamente en la

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Biblia y en la tradición romana. Bodino, al publicar en 1576 susSeis Li b ros sobre la Re p ú b l i c a , m a rcó un momento importante enla evolución política de Eu ropa y en eso que Be rtrand de Jo u ve n e lha llamado en años cercanos el «crecimiento cuasi biológico delpoder». La obra de Bodino aparece sólo cinco años más tarde dela Noche de San Ba rt o l o m é , episodio álgido en las luchas de re l i-gión. La monarquía, cada monarquía europea, se veía obligada,por su misma originaria significación religiosa, a tomar part i d opor católicos o protestantes, y esto suponía para ellas vincular sus u e rte al resultado de la guerra de religión. En un clima dondecatólicos y reformistas se creían en posesión del único ve rd a d e rocristianismo, un poder de significación contraria sería visto auto-máticamente por cada uno de los bandos como la herejía o elmantenedor de la herejía. La guerra santa contra el mismo sería laconsecuencia necesaria, y tal poder habría de verse incapaz de asu-mir el papel de pacificador, y condenarse así a vencer en una yadifícilvictoria completa para uno u otro bando o a perecer en lalucha. Los Seis Li b ro s de Bodino reivindican para la monarquía eli m p e r i u m de los romanistas, el origen incondicional y absolutodel poder, su carácter sagrado por sí mismo, su significación def o rma sustancial de la sociedad civil o república. Reivindican tam-bién para ella –para la s o b e ranía una e indivisible– una posiciónsuperior a las controversias religiosas, a cualquier origen en unpoder religioso concreto o en previos poderes o situaciones histó-ricas. Bodino prescinde así en su obra de todo lazo de la monar-quía –de la soberanía del príncipe– con el Imperio medieval y conel Pontificado, y también del origen feudal, en el que el poder sec o n s t i t u ye a través de una red de pactos y juramentos de pro t e c-ción o de fidelidad que lo dejan siempre a la interperie de fines ylímites concretos, de interpretaciones históricas.

Fi l m e r, frente a las pretensiones legislativas del Pa r l a m e n t o ,sostiene la idea bodiniana de la soberanía absoluta e indivisible,condicionada únicamente por su fin y por el orden natural. Elcumplimiento de este orden es para él la razón única delParlamento, órgano consultivo que, convocado y disuelto porvoluntad del re y, sirve a éste para conocer las necesidades y deseosde la grey que ha de gobernar. Sin embargo, media una pro f u n d a

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d i f e rencia entre los doctos y largamente elaborados Seis Li b ro s d eBodino y la obra bre ve e ingenua de Fi l m e r.

La teoría bodiniana de la soberanía, de inspiración ro m a n i s t a ,a n t i c o r p o r a t i va y antifeudal, sólo podía ser valorada para la «for-mación del delfín» o como teoría de la supremacía del poder civilen orden a finalizar las guerras de religión, pero nunca como unadoctrina de raíz popular o ambiental capaz de responder a los sen-timientos o convicciones de la sociedad estamentaria y religiosa dela época. Fi l m e r, en cambio, mezcla a este concepto absoluto ysagrado del poder otra noción, no sólo comprensible para la con-ciencia de su época, sino arraigada en sus más profundos estratosmentales: la fundamentación patriarcal de ese poder, en general,la estructura patriarcalista del orden social, idea que enlaza, comove remos, con una concepción comunitaria de la sociedad. Una yotra idea –la absolutista-romanista del poder y la patriarc a l i s t a –son documentadas por Fi l m e r, como dijimos, en la Biblia, rasgoéste común a los autores de la época, incluido Locke.

P. Laslett, en su estudio crítico sobre la obra de Fi l m e r(Pa t r i a rcha and Other Political Wo rks of R. Fi l m e r, O x f o rd, 1949),se hace cuestión de la extraña importancia que en su época tuvoel Pa t r i a rc a y de que su eco llegue, a través de Bossuet, de Ma i s t rey de tantos otro s a u t o res, hasta nuestros días. Locke, en efecto, nodedica el primero de sus tratados políticos a rebatir las obrasingentes e ideológicamente re l e vantes de Bodino o de Ho b b e s ,sino precisamente al débil libro de aquel mero aficionado que fueFi l m e r, el cual ni si quiera lo había escrito para ser publicado. Ypiénsese que el primer En s a yo tenía objeto re m over el o los obstá-culos más fuertes que pudieran oponerse a su teoría sobre elgobierno civil, objeto del segundo En s a yo, en el que propone nomenos que «exponer el ve rd a d e ro origen, la extensión y los finesde la asociación política o gobierno civil».

La respuesta de Laslett es terminante a este respecto: no es lateoría romanista del i m p e r i u m absoluto e incondicionado, quetomó de Bodino; no son tampoco sus discutibles y a veces super-ficiales interpretaciones bíblicas lo que había de refutarse enFi l m e r, esto es, lo que en su obra constituía un escollo que re m o-ver: se trataba de la noción patriarcal del poder que enlazaba el

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poder de los re yes y la soberanía en general con un origen nativoy paternal. El mismo Laslett destaca cómo la sociología antro p o-lógica define a la sociedad europea como ancestralmente patriar-cal, con categorías mentales, emocionales e instintivas que lleganhasta nuestra época. Quien es depositario o sujeto de un poderrespetable y superior (el sacerdote, el Papa, Dios), reciben espon-táneamente el título de padre. La alabanza, tanto como la ofensapersonal o la maldición, se personifican siempre en la figura delp a d re o los padres. El derecho a la herencia paterna, la supre m a-cía del mayor y el respeto a la ancianidad son rasgos comunes a latradición europea, al igual que a toda sociedad originariamentep a t r i a rcal. El propio capitalismo moderno, de inspiración calvinis-ta, basa su moral del enriquecimiento y del éxito en la pre s u p o s i-ción de la herencia indiscutible: enriquecerse para los hijos. Laconcepción patriarcal posee en el Cristianismo un supremo origenteológico en la concepción trinitaria de Dios, donde se da la pri-macía del Pa d re sobre el Hijo y el Espíritu Divino en la trinidadde personas.

Así, cuando Filmer afirma en su tratado que la familia –y lasociedad en general– será siempre patriarcal, está seguro de esta-blecer una proposición de aceptación universal. Él mismo es jefede una familia patriarcal establecida sobre la superioridad mascu-lina y la transmisión en primogenitura, prolongada en una ampliasociedad heril situada bajo su protección paterna. Esto mismosucedía en las familias de hidalgos rurales, de campesinos y dea rtesanos. Lo que hoy es el re g i s t ro civil de individuos, era enaquella sociedad los llamados (en España, al menos) «libros defuegos», es decir, de hogares o «casas», donde se citaba simplemen-te al jefe de la misma, que habitaba «con su gente». La asimilacióndel poder de los re yes a la patria potestad, la derivación patriarc a ldel mismo, habría de tocar en los espíritus de aquella sociedadre s o rtes emocionales y responder a actitudes mentales muy hon-d a s .

El razonamiento de Filmer es preponderantemente negativo oad absurd u m ; se encamina a demostrar la imposibilidad de todoo t ro origen del poder y de la constitución de la sociedad que nosea el patriarc a l - religioso, la imposibilidad sobre todo del origen

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pactista o por contrato social. En su parte positiva –siempre sobretestimonios de la Historia Sagrada– Filmer razona de este modo:al crear Dios al hombre en un solo individuo –Adán y Eva– y noen una multiplicidad simultánea quiso mostrar el origen unitario( m o n á rquico) del poder; al crear de Adán a la mujer y de ambosa los hijos quiso establecer sucesivas subordinaciones que hacende la sociedad inicial una familia prolongada y jerarquizada. En eldominio concedido por Dios a Adán sobre cuanto es en la Ti e r r a ,c ree encontrar Filmer el origen de todo el poder. Los hombres asíno nacen libres, iguales e independientes, sino desiguales y subor-dinados en razón de su posterioridad de nacimiento, expresión dela voluntad divina. La familia es el germen de la sociedad civil,como el patriarca lo es del poder real, depositario de la autoridads u p rema. La posterior existencia de países y soberanías diversas seexplica por el mandato de Noé que, patriarca único después delDiluvio, dividió las tierras entre sus hijos, re s e rvándose para sísólo el dominio del pueblo elegido. El poder es de este modosagrado en su origen, no creable sino recibido, absoluto (no some-tido a ley humana previa); pero es divisible y delegable. Pa r aFi l m e r, las naciones de su época y el poder en ellas existente sonp rolongación de la división de pueblos hecha por Noé. Admite laexistencia histórica de usurpaciones y rebeldías, pero cuantosposeen legítimamente o cuantos detentan el poder lo han re c i b i-do de aquel origen remoto y nunca han podido justificarlo pormedios distintos. El ejercicio del poder se halla sólo sometido a laley natural y divina y al fin para que fue instituido. De aquí, comodijimos, la justificación del Parlamento como órgano consultivo através del cual el poder soberano conoce las necesidades y la situa-ción de sus va s a l l o s .

La teoría voluntarista o pactista aparece a los ojos de Fi l m e rcomo absuda, irreal y contradictoria. Ni el hombre libre e inde-pendiente existió jamás, puesto que todo individuo nace someti-do a una autoridad paterna, ni, aunque hubiera existido, habríapodido nadie convocarlo a una asamblea universal para pactar oestablecer la sociedad. Aun aceptada esta impensable asamblea,nadie hubiera podido ceder parte de su libertad o contratar másque en nombre propio, y ello no afectaría a la voluntad de sus

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hijos y descendientes que, si se viera afectada, no nacerían yal i b res ni iguales ni soberanos. Tampoco tal pacto podría sometera las minorías, cuya voluntad es igualmente respetable por tratar-se de voluntades individuales. Ni menos cabría explicarse la divi-sión de naciones y poderes, puesto que su posterior constituciónentrañaría un acto sedicioso contra la voluntad social general. Elpaternalismo aparece así, en la teoría de Fi l m e r, tan necesario paraexplicar la continuidad del poder como su división en sociedadesy poderes históricos. Más aún: el lazo o vínculo social sólo puedeser de origen religioso, patriarcal o hereditario en su transmisión,nunca voluntario o pactado. El acuerdo y el c o n s e n s u s son irre l e-vantes políticamente: ni crean una sociedad estable ni un podermoralmente respetado: psicológicamente, sólo la voluntad indivi-dual puede realizar el acto de q u e re r, nunca la reunión o coinci-dencia de voluntades o voluntad genera l : la anarquía o, lo que esigual, la ausencia de poder moral en la sociedad, es consecuenciade la teoría individualista igualitaria y del contractualismo.

El Pa t r i a rc a no es publicado hasta 1680, casi medio siglodespués de que Filmer lo escribiera para un público reducido deamigos y contertulios, y treinta años después de la muerte de sua u t o r. No puede fijarse con cert eza quién descubrió el manuscri-to e intuyó la oportunidad de su edición. Es después del gobier-no de Cro m well y de la restauración de los Estuardos, en lac o n t roversia parlamentaria sobre la expulsión del here d e ro deCarlos II (su hermano Jacobo II), acusado de papista, cuando seinicia en Inglaterra el sistema de partidos, y en ella se encuentrala prehistoria de W h i g s y To ry s. Carlos II disuelve el Parlamento ygobierna sin él durante los cinco años siguientes, con la ayudaeconómica de Luis XIV. Desde este momento existirán enInglaterra los W h i g s, partidiarios entonces de la expulsión, y losTo ry s, fieles a la ley sucesoria, que reciben su nombre de los anti-guos guerrilleros católicos de Irlanda. En la controversia, losW h i g s se apoyaban en la necesidad del c o n s e n s u s para la aceptaciónde here d e ro y soberano. Los To ry s, en las pre r ro g a t i vas de la coro-na y en la necesidad de la obediencia política. La difícil posiciónde Carlos II no estaba en 1680 necesitada sólo de recursos econó-micos para su lucha con el Parlamento, sino de un fundamento

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teórico que calase estratos profundos de la mentalidad ambiental.Este no pudo ser otro que el patriarcalismo de Fi l m e r, mucho máso p rtuno en el momento –por paradójico que parezca– que suconcepción bodiniana del poder absoluto. Así –bien impre v i s i b l e-mente para su autor y pese a la mediocre elaboración de la obra–El Pa t r i a rc a de Filmer se convierte en la teoría oficial de la monarq u í ainglesa durante los dos últimos Estuardos, al igual que los En s a yo ss o b re el Go b i e rno Ci v i l de Locke lo serán para la nueva monarq u í aparlamentaria de Guillermo de Orange, tras la expulsión deJacobo II en 1688.

Es entonces, en 1681, cuando El Pa t r i a rc a es leído porSh a f t e s b u ry, Ty r rell, Sidney y el propio Locke, y cuando se pro-m u e ve la gran oleada de críticas sobre este libro, uno de los másdiscutidos e injuriados de la Historia. Todos ven en él, no su eru-dición o ingenio, sino su apelación a creencias y emociones pro-fundamente arraigadas en el hombre y en la cultura euro p e atradicional. En la controversia, como es habitual, las tesis se exa-geran: para los To ry s, opuestos al b i l l de expulsión, el rey no es yasólo depositario de un poder patriarcal, sino propiamente padrede la nación, descendiente de Adán mismo; los W h i g s p a r l a m e n-taristas, por su parte, deforman las tesis de Filmer y las ridiculizanal desmenuzarlas teóricamente. La crítica de Sidney acarreará aéste su condena de muerte por deslealtad al re y.

El «Ensayo» de Locke

Pero ninguna de las apasionadas o de las minuciosas críticas ala obra de Filmer resultó para ella tan destructiva como la aparen-temente fría y altiva de John Locke. El autor del Tratado sobre elentendimiento humano es iniciador a la vez del empirismo filosóficoy del liberalismo político. Si las «ideas compuestas» (las teorías ycreencias eminentemente) se forman en la mente individual porasociación o complicación de «ideas simples» (sensaciones prima-rias), resultará que tales ideas y creencias no pueden ser impuestas anadie, ni menos constituidas en fundamento de un orden social opolítico. Por razones mucho más inmediatas que la consideración

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bodiniana del poder como forma de la sociedad, Locke rechaza laestructura comunitaria y religiosa de la sociedad medieval asentadaen la dualidad político-religiosa del Pontificado y el Imperio. Elindividuo, sujeto de la sensación primaria y forjador, para él, de lasideas complejas, es naturalmente libre y soberano; la sociedad escontractual, y el poder, voluntario o consentido. La obligación polí-tica será, por lo tanto, convencional y condicionada.

Unos años antes del primer Ensayo de Locke, Tomás Hobbeshabía publicado su Leviathan, donde, sobre bases asimismo sensis-tas, individualistas y contractuales, había llegado a la tesis másopuesta al liberalismo político: la justificación a ultranza del abso-lutismo de Estado (la construcción del Leviathan, inmenso e ilimi-tado poder a imagen de un gran hombre) como medio necesariopara que los hombres, libres por naturaleza, eviten la lucha de todoscontra todos y su mutuo exterminio. La teoría desarrollada porHobbes, mucho más sólida y coherente que la de Locke, había, sinembargo, provocado la hostilidad tanto de los partidiarios del par-lamento por sus conclusiones absolutistas, como de los sostenedo-res por poder real por sus supuestos racionalistas e impíos. Locke,siempre moderado en sus concepciones teóricas, ya que no en susfobias políticas, no ve al hombre al modo de Hobbes regido por susolo egoísmo, en lucha permanente con sus semejantes, rivales en lalucha por la vida. Antes al contrario, lo imagina, como sujeto de larazón, dotado de un pacífico sentido en el gobierno de su vida, regi-do siempre por una instancia racional común a los demás hombres,igualmente libres e inteligentes. La sociedad, sin embargo, no espara él necesaria ni natural ni, menos aún, sagrada en su origen osus fines, sino efecto de un pacto o convención que los hombressuscriben, no por necesidad de supervivencia, sino para vivir mejor,esto es, para gozar de las ventajas que la cooperación y la mutuadefensa en sociedad les ofrecen sobre la vida en aislamiento e inde-pendencia. De aquí se deriva el origen contractual del orden políti-co, la necesidad para él de consensus, y también los límites de eseorden y de ese poder que no sobrepasarán los de dicha finalidad devivir mejor. La expresión y el concepto tienen ya en Locke un sen-tido naturalista, esto es, des-sacralizado. El poder así creado no esalgo semejante a un gran ser viviente y todopoderoso (el Leviathan,

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de Hobbes), surgido del terror de todos al estado de naturaleza, sinoun poder condicionado y revocable, asequible siempre a la volun-tad de los por él gobernados y en nada temible para ellos.

Locke se sitúa así en un puesto histórico destacado dentro de lacorriente racionalista y liberal que, desde principios de laModernidad, pretende concebir a la sociedad como un artefactohumano fruto de la razón y de la voluntad de los hombres y enmodo alguno natural, al menos en el sentido tradicional del térmi-no que concibe a la naturaleza como obra y expresión de la volun-tad divina. Según esta teoría, el hombre, al someterse y obedecer alpoder político, no hace sino obedecerse a sí mismo, a su razón y suvoluntad objetivadas. La ocasión histórica que provoca, o favoreceal menos, la difusión de esta mentalidad en el mundo de Locke esdoble, en planos distintos de profundidad. En su plano más inme-diato y superficial, esta ocasión es la lucha el rey (de los Estuardos)con el Parlamento, agudizada en los bill de expulsión. Este conflic-to tiene en su época un planteamiento y sentido medievales: lalucha de la Commonwealth (república o Estados) representados porel Parlamento frente a la Soberanía por conquistar su fuero o cartade derechos, status propio y aun poder legislativo en asuntos de supropia administración. El espíritu racionalista del siglo XVII exige la«teorización» de ese s t a t u s del pueblo o del ciudadano, así comode la Carta de libertades en que se asiente, procurando apoy a r l oen unos principios abstractos, y no en una situación fáctica o enuna carta otorgada (o conquistada).

En su plano más profundo, la ocasión histórica de tal teoría(o grupo de teorías) calaba hasta raíces religiosas. La monarq u í ae u ropea, como dijimos, había tratado de situarse por encima delas luchas religiosas con el fin de salvar su suerte de la vinculacióna una u otra de las causas en litigio. Tal era el sentido de la teoríabodiniana de la soberanía, y ninguna monarquía había logradotanto en este sentido como la inglesa, con su constitución de unaIglesia nacional. Se abre entonces el camino para un absolutismoirracional en el que los atributos semidivinos que Bodino confe-ría a la soberanía se podrían plasmar en un poder incondicionadosemejante al Leviathan de Hobbes. La monarquía pierde –almenos en el plano de sus teóricos– sus bases feudales (el pacto

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c o n c reto o personal de protección y de lealtad) y también su sen-tido finalista al servicio de un orden histórico con bases naturalesy religiosas. Los re f o r m a d o res políticos buscan entonces no sólouna limitación teórica o un valladar práctico al poder soberano,sino la constitución de un poder racional –o emanado de la deci-sión voluntaria– que no sea sospechoso de extralimitación oa b u s o.

De esta doble ocasión histórica nace –tanto en el campo cató-lico como en el protestante– la teoría del pacto social originario,s o b re bases no feudales o histórico-concretas, sino teóricas o radi-cadas en el individuo abstracto. Tal teoría presenta en los autore sde la época desarrollos muy diversos. El más lógico y estricto es,como hemos indicado, el de Hobbes, que, sobre principios rigu-rosamente empiristas y a través del egoísmo individual comoúnico principio dinámico, llega a una nueva forma de absolutis-mo en la que el temor y la voluntad de todos crea un poder tota-lizador y puramente humano, d e s - s a c ra l i z a d o. El pensamiento deLocke se abre paso entre las teorías extremas de su época median-te una implícita pero constante apelación al sentido común y a las e n c i l l ez de una concepción aparentemente fácil y aun obvia. Niel Gran Ho m b re o L e v i a t h a n de Hobbes, que anula la vo l u n t a dindividual que lo engendró, ni la paternidad universal de los re ye sque destru ye toda idea de c o n s e n s u s y exige una obediencia incon-dicionada, son conclusiones reales ni aceptables: un contractuali-smo social bien dosificado puede conducir, en cambio, a unaconcepción liberal de la soberanía, útil al bien público y a la con-veniente limitación del poder.

La teoría política de Locke –expuesta principalmente en elsegundo de sus En s a yos sobre el Go b i e rno Ci v i l– se desarrolla porlos mismos cauces y designios que su teoría filosófica sobre elentendimiento humano, base de su concepción empirista y delasociacionismo psicológico. En oposición con el racionalismo car-tesiano, Locke se niega por método a analizar o descomponer lasideas en sus elementos simples hasta llegar al hecho puro de lasensación, que será para él factor único que explique todo pensa-miento ulterior en una mecánica combinatoria del pensar. Enpolítica, paralelamente, Locke no aceptará la soberanía del poder

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real como un hecho descomponerlo en sus elementos explicativo s .No será el suyo un análisis histórico, sino un análisis psicológico-práctico a partir de la teoría del estado presocial o de naturalez aen el hombre y del supuesto de la formación contractual de lasociedad. El hombre se asocia y constituye la sociedad para v i v i rm e j o r mediante la paz y la cooperación con sus semejantes; en elpacto social no hace sino confirmar las leyes de orden moral escri-tas de antemano en su propia naturaleza individual. Locke intro-duce por esta vía la teoría de la división de poderes que había derecoger Montesquieu para la autolimitación del poder: el hombreposee, según Locke, en la dirección de su vida personal dos pode-res, el de juzgar y decidir para su propia conservación, y el decastigar a quienes se opongan a ese recto desarrollo de sus dere-chos. La sociedad los hereda y confirma en los poderes que élllama l e g i s l a t i vo y judicial, d i f e rentes entre sí, y a los que añade elc o n f e d e ra t i vo que rige las relaciones internacionales. Pe ro estalimitación de la soberanía por la interna división de poderes esreflejo de una limitación más radical originada en la propia natu-r a l eza contractual del poder político. El pacto con el poder sobe-rano es bilateral y no necesario; puede romperse por la justarebelión. Locke cree así destruir en sus fundamentos la teocraciaanglicana robustecida en Carlos II. Estos fundamentos se podríane x p resar según Locke en tres proposiciones: el poder real es abso-luto, procede de Dios, y concierne a lo espiritual, tanto como a lotemporal. Los dos primeros eran compartidos por la monarq u í aabsoluta de Luis XIV asentada en la noción bodiniana de la sobe-ranía. Para ambas, el poder real era un dato impenetrable y miste-rioso del que ha de partirse, como De s c a rtes lo hacía de las ideassinnatas en el espíritu.

En materia religiosa, Locke reclama el principio de toleranciaentendido no de un modo absoluto, sino re l a t i vo: el poder sobe-rano debe ser indiferente ante las creencias de sus súbditos, exc e p-tuando el caso de que tales creencias atenten contra el orden o losfines naturales en que la sociedad política y su pacto fundamentalse asientan. Así, el papismo que introduce un poder extranjero ala sociedad civil, interf e rente en sus asuntos y en la conciencia desus ciudadanos; así también el ateísmo, que niega el fundamento

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divino de las leyes naturales y, con ello, las leyes mismas que sir-ven de base a la moral natural y al orden político. Con tales con-clusiones, el sistema de Locke pudo conve rtirse en el fundamentoteórico de la monarquía de Guillermo de Orange, parlamentariay antipapista, como el Pa t r i a rc a de Filmer lo había sido de losE s t u a rdos derro t a d o s .

Aunque en tono de crítica desdeñosa y escéptica propio deuna mentalidad muy diferente, Locke utiliza frente al Pa t r i a rc amétodos y medios muy semejantes a los empleados por el pro p i oFi l m e r. Uno y otro se esfuerzan, más que en defender su pro p i ocuerpo de doctrina o en refutar las objeciones que el adve r s a r i opodría oponerles, en demostrar los fallos que la teoría contrariaposee para explicar la naturaleza, el origen y la continuidad delp o d e r, o el fundamento de la obediencia política. Así, al igual queFilmer se hacía fuerte mostrando la imposibilidad de que unpoder se constituya y conserve y obligue a todos por el solo c o n -s e n s u s m a yoritario, Locke pondrá todo su énfasis en hacer ve rcómo la paternidad no puede fundar el poder político, que es cosabien distinta y sólo metafóricamente se le puede aplicar.

Ambos, por otra parte, utilizan la Biblia como depósito re ve-lador de la ve rdad, al modo usual en la época, procurando encon-trar en ella testimonio favorable a la propia tesis. Na t u r a l m e n t e ,la labor sería mucho más ardua para el partidiario de un empiri-smo psicologista y del origen contractual del poder, a no ser que,como Locke, adopte el sistema de l i m i t a r el sentido de las frasesbíblicas, esto es, de tomarlas en su alcance más reducido o fácti-co, privándolas en lo posible de la amplitud o de las implicacio-nes que permitían a Filmer su alegación en favor de las pro p i a steorías políticas.

Según Locke, sir Ro b e rt Filmer basa su concepción política endos afirmaciones: que todo gobierno es en el fondo una monar-quía absoluta, y que el hombre no nace libre, sino sometido a unaautoridad. La base de estas afirmaciones se halla en que Di o se n t regó la posesión y gobierno del mundo a Adán y a sus suceso-res, padres primero, patriarcas después, re yes en fin. La obedien-cia a los re yes es así de la misma naturaleza que la obediencia a losp a d res y, en definitiva, que la obediencia a Dios; con lo cual el

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poder real se sitúa tan alto que no le alcanzan ni aun los pro p i o sjuramentos de los re yes ni aun las propias leye s .

Locke niega que Adán recibiese, junto con la posesión delmundo, el derecho de mandato. Difícilmente podría poseerlo sino tenía, al ser creado, nadie sobre quien ejerc e r l o. La afirmaciónde que lo poseía en estado y no en acto le parece gratuita. Ex a m i n apara ello los sucesivos títulos bíblicos que para el poder políticode Adán aduce Fi l m e r, siempre con el criterio analítico y re s t r i c t i-vo a que hemos aludido. Es el primero el título de cre a c i ó n por elque Dios pone al hombre sobre cuanto existe en el mundo cre a-d o. Para Locke, al hacer Dios a Adán rey de la Creación expre s ósólo su superioridad de hecho, pero no le otorgó un poder político-moral sobre nadie. El segundo título estriba, según Fi l m e r, en supotestad sobre Eva , e x p resado por Dios mismo al declararla some-tida al hombre en ocasión de su expulsión del Pa r a í s o. Se g ú nLocke, Dios no hizo en aquel momento sino expresar un aspectode la condición de la mujer que formará parte del castigo divino:su inferioridad respecto del hombre –inferioridad de fuerzas– porla que tendrá que vivir sometida al más fuerte; pero en modoalguno entregaba a Adán un derecho o un poder: no era momen-to aquel de conceder derechos, sino de dictar castigos. El terc e rsupuesto título es el de la p a t e rn i d a d: al crear Dios antes a Ad á n( y, en general, a los padres respecto de los hijos) ha expresado suvoluntad de que los descendientes vivan sometidos al poder de losp a d res. Y tal poder se perpetúa según la Biblia en los padres defamilia y en los patriarcas. Según Locke, se trata aquí también deun hecho, y no de un dere c h o. Por otra parte, la paternidad no seh e reda, como los bienes, y ningún derecho de paternidad tiene elp a t r i a rca sobre sus hermanos y sus familias; si en el antiguo pue-blo judío los patriarcas poseye ron un poder político absoluto, estono es más que un hecho histórico, como lo es también que endeterminados pueblos indios precolombinos los padres devo r a b a na sus hijos. El cuarto título es, en fin, el precepto del Decálogo porel que se nos manda h o n rar a los padre s . Según Locke, ha detomarse este mandato en su sentido estricto o familiar, como lop rueba la expresión p a d re y madre, que no se aviene con el poderp a t r i a rcal absoluto.

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Este metodo de f a c t i z a r o privar de sentido trascendente a lostestimonios bíblicos utilizados por Filmer sirve a Locke en sudesignio de separar el orden político de todo fundamento patriar-cal y religioso, y de concebirlo, sobre la sola base del c o n s e n s u s,como un artilugio humano en el cual el hombre, al obedecerlo, seobedece a sí mismo. Tal método, congruente con el sistema empi-rista de reducir la realidad a sus elementos simples, permite tam-bién a Locke desentenderse de las objeciones de Filmer al origen,a la perv i vencia y a la división del poder concebido sobre basesc o n t r a c t u a l e s .

A la objeción que se re f i e re a la pre valencia de la mayo r í a(voluntad general ) sobre las minorías dentro de una teoría quehace emanar el poder de la exc l u s i va voluntad individual (o pactosocial) tiene Locke una respuesta en su teoría –nunca expre s a d a ,p e ro sí implícita– que enlaza con la concepción general racionalis-ta inspiradora de su obra. Este aspecto del pensamiento de Lockeha sido tratado minuciosamente en la obra de Wi l l m o o re Ke n d a l l ,John Locke and the Doctrine of Ma j o r i t y - ru l e ( Urbana, 1959).

Locke, en efecto, supone constantemente el derecho del ciu-dadano a apelar al cielo ( d e recho de rebelión) cuando el poder see j e rce contra la razón y contra la justicia. Sin embargo, este dere-cho sólo puede ejercerlo la mayoría por responder a una injuria yp rotesta general, nunca un individuo aislado o un gru p o. Al afir-mar estas proposiciones, en apariencia contradictorias, Locke nosuponía que el derecho de los más creara el derecho absoluto enpolítica, tesis relativista antropológica que no estubo nunca en suintención. La antítesis se re s u e l ve, según Kendall, por el supuestoimplícito en el pensamiento de Locke de que el hombre, comodepositario de la razón, es, por término medio y en su mayo r í a ,recto en su juicio y justo en su decisión. Sólo influencias o pre s i o-nes extrínsecas irracionales pueden desviar –en casos aislados ominoritarios– esta rectitud innata del ser racional. La mayo r í are p resenta así la voluntad profunda del hombre que le lleva a cons-tituir la sociedad, y esa voluntad es justa por ser racional, y es con-c o rde, por ello mismo, con la esencia última racional delUn i ve r s o. Este mismo supuesto implícito de la recta naturalez aracional del hombre es el mismo que previamente sirvió a Locke

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para deducir un Estado liberal del mismo pacto social que habíal l e vado a Hobbes a admitir el absolutismo de un L e v i a t h a n t o d o-p o d e roso, remedio único a la lucha universal. El hombre, segúneste supuesto que más tarde desarrollará Rousseau, no hace alentrar en sociedad más que confirmar sus impulsos justos y bené-ficos que le pro p o rcionan así una vida de superior racionalidad yb o n d a d .

Comunidad y sociedad

He aludido ya a cómo Locke reconoce, sin duda, en la ideap a t r i a rcalista el principal obstáculo a la concepción contractualde la sociedad y del poder, y que por ello mismo dedica al libro deFi l m e r, a pesar de su mediocridad, el primero de sus En s a yo s p o l í-ticos, que será a modo de pórtico del segundo y más conocido. Lasociedad europea es originariamente patriarcal, y la imagen detodo poder respetable va unida en ella a la noción de paternidady a la pre valencia de la ancianidad.

Sin embargo, la idea patriarcal forma parte de una concepciónmás amplia del orden político y social que podemos llamar c o m u -n i t a r i a en el sentido en que la sociología contemporánea oponeeste término al de s o c i e d a d (Tönnies). Según esta noción, la socie-dad radical humana es, ante todo, una comunidad, y no sólo unacoexistencia; reconoce orígenes religiosos y naturales, y no simple-mente convencionales o pactados; posee, en fin, lazos internos nosólo voluntario-racionales, sino emocionales y de aptitud. La per-cepción de la sociedad histórica o concreta no es así en su origen,el de una convivencia jurídica, ni siquiera se define por el senti-miento de interdependencia o solidaridad entre sus miembro s ,sino que se acompaña de la creencia en que el grupo transmite unc i e rto valor sagrado y del sentimiento de fe y veneración haciaunos orígenes sagrados más o menos oscuramente vividos.

En tanto una sociedad puede caracterizarse como comunidad,forma una sociedad de debere s , con un nexo de naturaleza distintaal de la sociedad de derechos, que nace del contrato y de una fina-lidad consciente. La obligación política, arraigada en la vincula-

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ción familiar –paternal y filial– adquiere en ella un sentido radi-cal, indiscutido, que no posee en régimen contractual o cons-t i t u i d o. En éste el deber sigue siempre a un derecho personal y sedefine por razón del respeto debido a ese previo dere c h o. En unasociedad de debere s el carácter consecutivo que el deber tiene siem-p re respecto al derecho ha de hallarse en la incisión en ella de uno rden sobrenatural que posee el previo derecho a ser re s p e t a d o ,esto es, la aceptación comunitaria de unos derechos de Dios quedeterminan deberes radicales en el hombre y en la sociedad.

Tanto el poder patriarcal como la comunidad son así re a l i d a-des en cierto modo previas al individuo que no las constituyevoluntariamente ni aun comprende como ideas de la mente, sinoque las acepta y reconoce. La concepción patriarcal del poderotorga a éste un carácter necesario y permanente, depositario deun principio superior o sagrado que se opone a su concepcióncomo delegado de una institución humana o como mandatariodel c o n s e n s u s m a yoritario, al igual que la noción comunitaria de lasociedad se opone a su visión contractualista o constitucional.Locke orienta su crítica contra la concepción patriarcal del poder,y precisamente en su expresión exagerada y no muy coherente deFilmer; pero, en el fondo, el sentido de esa crítica y la posteriorelaboración de su sistema político se orientan contra esa concep-ción comunitaria y religiosa de la sociedad radical humana.

Las posiciones teoréticas y la política

La controversia Filmer-Locke, a través de los dos ensayos cuyatraducción ofrece reunida este libro, re vela así un punto crucial yaun decisivo en la evolución política del mundo moderno. Eld e s a r rollo posterior de ideas y acontecimientos fue favorable a laposición que en aquel momento sostuvo Locke, considerado hoycomo el padre del liberalismo moderno y aun de la democraciaamericana; al paso que la escasa fama de Filmer ha quedado unidaa los dictados de oscurantismo y apologeta de la tiranía que lea d j u d i c a ron sus adve r s a r i o s .

Sin embargo, la posterior crisis del racionalismo y la crítica

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histórica y etnológica han puesto de manifiesto el esquematismode la concepción voluntarista o contractual de la sociedad y lasraíces emocionales y religiosas –comunitarias– que el hecho socialpenetra, tanto en su origen como en la génesis y desarrollo de susformas y vínculos. Los nombres de Levy-Bruhl (La Mentalité pri -m i t i ve ) , Davy ( Des Clans aux Em p i re s ) , Ma l i n owski ( Freedom andCi v i l i z a t i o n ) , Wallon (Les origines du cara c t è re ) , Tylor ( Pr i m i t i veCu l t u re ) , Pe r ry ( Origin of Magic and Re l i g i ó n ) , Fr a zer (The Go l d e nB o u g h ) , y tantos otros, están asociados a esta moderna visión delalma y de la comunidad del primitivo, tan diferente de la que noso f reció la teoría del pacto social. Pe ro todavía más nos ha hechoc o m p render la insuficiencia de la concepción racionalista de lasociedad la experiencia histórica del último medio siglo en el quehemos asistido a la apelación voluntaria y explícita de factore sirracionales y de místicas primitivas por parte de los gobiernosque bro t a ron de la constitución del Estado moderno, de su expan-sión totalitaria y del imperio de las mayorías. Todo ello nos haceh oy más comprensible la argumentación de Filmer y nos acerc amentalmente a la posición que mantuvo en esta polémica.

La controversia –lo hemos indicado– se mantiene en el terre-no de los principios teóricos, procurando apoyar las propias posi-ciones en testimonios bíblicos y, sobre todo, haciendo ver losfallos radicales de la tesis contraria. En rigor, ni uno ni otroresponden en concreto a las objeciones que desde la otra posiciónse oponían –o podrían lógicamente oponerse– a su tesis. Así,Locke deja sin respuesta las objeciones de Filmer re f e rentes a laincapacidad de la idea individualista, contractual y mayo r i t a r i apara explicar el origen, la permanencia y la división de la sociedadhistórica o del poder político, así como el poder de las mayo r í a ss o b re las minorías. Fi l m e r, por su parte, no se hace cargo tampo-co de las previsibles objeciones a los peligros de tiranía y al inmo-vilismo o sumisión incondicionada que al súbdito acarrearía unatesis que confiere a toda autoridad –legítima o usurpada– el depó-sito de un poder sagrado y la relación de paternidad con el va s a -l l o.

Se pone así de manifiesto en esta polémica la aporía políticafundamental, perpetuamente re n ovada a través de la historia del

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pensamiento: la difícil tensión que todo poder político suponee n t re razón y misterio, entre c o n s e n s u s y s o b re - t i, tensión que sólola práctica re s u e l ve mediante una aceptación histórica, c o n s e n t i d ay entrañada tradicionalmente en los hombres y en las generacio-nes. Del mismo modo que la sociedad radical humana no es pro-ducto de la razón ni del pacto voluntario, pero no es tampocoajena a la racionalidad humana en su realización y formas, asítampoco el poder es un artefacto del pensar y del querer humano,p e ro no se afianza ni perdura sin el c o n s e n s u s de la voluntad histó-r i c a .

La monarquía, que re p resentaba en la sociedad cristiana esasíntesis tradicional entre c o n s e n s u s y s o b re - t i, no contó en aquellaépoca de profunda crisis religiosa y de exaltado teoreticismo cond e f e n s o res dignos de su causa ni conscientes de su significación.Bodino –lo hemos visto– injertó en ella la noción romanista de lasoberanía absoluta, separándola de sus fundamentos religiosos tras-cendentes, históricos y tradicionales. Hobbes ensayó su defensa ap a rtir de nociones empiristas o sensistas, del más estricto materia-l i s m o. Muchos autores católicos –Su á rez y Berlamino, sobretodo– debilitaron el vínculo de la obediencia política privándolode todo fundamento moral-religioso e inician la teoría del pactoy de la transmisión mediata del poder, con el fin de defender alpapado frente al cisma de Inglaterra y a la actitud de los príncipesp rotestantes. Los protestantes, por su parte, exageran primero elvínculo político para luchar contra el Pontificado y el Im p e r i o ,p e ro acaban atacando a la monarquía en sus fundamentos comu-nitarios, hostiles al individualismo religioso y al principio del libreexamen característicos de la Reforma. La obra de Fi l m e r, a pesarde su endeblez intelectual, jugó un papel importante en aquellac oyuntura con su afirmación del carácter comunitario y emocio-nal (no contractual) de la sociedad y de la monarquía. Esta intui-ción influyó en Bossuet y en el Conde Ma i s t re, y a través de ellos,llega hasta las concepciones más profundas de la monarquía ennuestra época.

Uno y otro –Locke y Filmer– tuvieron la intuición de los dostérminos entre los que habría de plantearse la aporía y la pro b l e-mática política de la Modernidad: la concepción racional del

LA POLÉMICA FILMER-LOCKE SOBRE LA OBEDIENCIA POLÍTICA

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Estado –ideal del Estado de derecho– y la percepción del fondoc o m u n i t a r i o - religioso del poder y de la obligación política. Consu erudición y sus métodos ingenuos –el saber extraído de laBíblia– que hacen hoy sonreír a una mentalidad científica, Fi l m e ry Locke re p re s e n t a ron en los albores de nuestra Edad un plantea-miento clarividente de la antinomia política moderna en términosque no han logrado todavía una síntesi compre n s i va en la culturac o n t e m p o r á n e a .

Podemos así concluir con palabras de P. Laslett en su aludidoestudio sobre la obra de Filmer que la experiencia política de losúltimos siglos nos ha hecho reconocer en la tesis según la cual elo rden político es fruto de un acuerdo voluntario no más que unahipótesis teórica que en modo alguno puede ser aceptada dogmá-ticamente. Ello nos induce hoy a conceder a Filmer que es másexacto, y entraña una mayor economía del pensamiento, conside-rar a la sociedad humana como natural más bien que como cre a-ción de la inteligencia y la voluntad. Hemos de conceder, sinembargo, a Locke que el único medio de analizar y de encauzarlos fenómenos sociales y la vida en común del hombre es el pen-samiento discursivo. Pe ro habremos también de asentir a Fi l m e ren considerar que resulta erróneo suponer que la reunión de hom-b res en sociedad civil sea, en sí misma, un resultado de tal racio-c i n i o.

El presente volumen reúne, en texto inglés y traduccióncastellana, el Pa t r i a rc a de sir Ro b e rt Filmer y el primer ensayoS o b re el Go b i e rn o de John Locke. Tanto en uno como en otro casose ha preferido utilizar las ediciones contemporáneas a la polémi-ca misma. Existen ediciones del Pa t r i a rc a más depuradas que la de1680, pero ésta la que Locke leyó y la que continuamente cita.También la obra de Locke es actualmente editada con va r i a c i o n e scríticas consistentes en eliminar muchas de sus reiteraciones re a l-mente enojosas; pero en esta ocasión se ha considerado pre f e r i b l ere p roducirla tal como Locke la escribió y como la leye ron sus coe-táneos. Sin embargo, han sido cotejadas las ediciones críticas y,s o b re todo, respecto a la obra de filmer, aceptadas aquellas corre c-ciones que subsanan erratas evidentes.

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