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LA RATIFICACIÓN DEL PACTO Éxodo 24 Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo Edward Dennett Habiendo sido ahora revelado el pacto y explicado el terreno de la futura relación de Jehová con Israel, la ratificación solemne del mismo es registrada en este capítulo. Como preparación a esto, Moisés, Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel, fueron llamados a subir ante Jehová (Éxodo 24:1). Pero no todos se podían acercar. "Adoraréis desde lejos. Y Moisés solo se llegará a Jehová: mas no se llegarán los otros, ni tampoco subirá el pueblo con él." (Éxodo 24: 1, 2 – VM). La posición del mediador es señalada claramente —una posición de la mayor honra y del mayor privilegio, conferidos sobre Moisés por Jehová en Su gracia. Moisés no merecía más el acceso a Dios que sus compañeros. Fue le gracia sola que le confirió ese lugar especial. Todo es significativo de la administración (o dispensación) —presentando un contraste perfecto con la posición de los creyentes desde la muerte de Cristo. Ya no se dice ahora, "adoraréis desde lejos", sino "acerquémonos" (Hebreos 10:22). La sangre de Cristo tiene una eficacia tal que limpia al creyente de todo pecado, de modo que no tiene más conciencia de pecados, con una sola ofrenda (Cristo) le hace perfecto para siempre, y por eso, habiéndose rasgado el velo en testimonio al hecho de que Dios ha sido glorificado en la muerte de Cristo, él tiene libertad de acceso al Lugar Santísimo (Hebreos 10: 19-22). Puede adorar allí a Dios en espíritu y en verdad; puede regocijarse allí en Dios por medio de nuestro señor Jesucristo, por quien hemos recibido la reconciliación (Romanos 5:11 - VM); ya que está sin mancha delante del ojo que todo lo escudriña de un Dios santo, y puede estar en santo denuedo delante del trono mismo de Su santidad. ¡Qué contraste entre la ley y la gracia! La ley, en efecto, "teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan" (Hebreos 10:1); pero en la gracia, mediante el sacrificio único de Cristo, nunca más se recordarán nuestros pecados e iniquidades (Hebreos 10:17), y tenemos, por medio de Cristo, entrada por un mismo Espíritu al Padre (Efesios 2:18). De alguna manera Moisés, por tanto, en el lugar que disfrutó, fue un tipo del creyente. Había, no obstante, esta diferencia inmensa. Él se acercó a Jehová, nosotros tenemos entrada al Padre, adoramos a Dios, a Dios en todo lo que se ha revelado ahora plenamente, y revelado como nuestro Dios y Padre, ya que es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. No puede dejar de llamar la atención el hecho de que los nombres de Nadab y Abiú aparezcan mencionados. Ambos eran hijos de Aarón, y con su padre fueron seleccionados para este privilegio singular. Pero ni la luz ni el privilegio pueden asegurar salvación, ni tampoco, si somos creyentes, un andar santo, obediente. Ambos encuentran, después, un final terrible. Ellos "ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová." (Levítico 10: 1, 2). Después de esta escena en nuestro capítulo fueron consagrados al sacerdocio, y fue mientras ellos estaban en el desempeño de su deber en este cargo, o más bien debido a su fracaso en él, que cayeron bajo el juicio de Dios. Que la advertencia penetre profundamente en nuestros corazones, que el cargo y los privilegios especiales son igualmente impotentes para salvar; y también la lección de que Dios no puede aceptar nada en nuestra adoración que no sea rendido en obediencia a Él. La ofrenda debe ser proporcionada por Él, y el corazón debe estar sometido a Su voluntad.

La Ratificación Del Pacto Exodo 24

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Exodo 24

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Page 1: La Ratificación Del Pacto Exodo 24

LA RATIFICACIÓN DEL PACTO

Éxodo 24

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

Habiendo sido ahora revelado el pacto y explicado el terreno de la futura relación de Jehová con Israel, la

ratificación solemne del mismo es registrada en este capítulo. Como preparación a esto, Moisés, Aarón,

Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel, fueron llamados a subir ante Jehová (Éxodo 24:1). Pero no

todos se podían acercar. "Adoraréis desde lejos. Y Moisés solo se llegará a Jehová: mas no se llegarán los otros,

ni tampoco subirá el pueblo con él." (Éxodo 24: 1, 2 – VM). La posición del mediador es señalada claramente

—una posición de la mayor honra y del mayor privilegio, conferidos sobre Moisés por Jehová en Su gracia.

Moisés no merecía más el acceso a Dios que sus compañeros. Fue le gracia sola que le confirió ese lugar

especial. Todo es significativo de la administración (o dispensación) —presentando un contraste perfecto con

la posición de los creyentes desde la muerte de Cristo. Ya no se dice ahora, "adoraréis desde lejos", sino

"acerquémonos" (Hebreos 10:22). La sangre de Cristo tiene una eficacia tal que limpia al creyente de todo

pecado, de modo que no tiene más conciencia de pecados, con una sola ofrenda (Cristo) le hace perfecto para

siempre, y por eso, habiéndose rasgado el velo en testimonio al hecho de que Dios ha sido glorificado en la

muerte de Cristo, él tiene libertad de acceso al Lugar Santísimo (Hebreos 10: 19-22). Puede adorar allí a Dios

en espíritu y en verdad; puede regocijarse allí en Dios por medio de nuestro señor Jesucristo, por quien hemos

recibido la reconciliación (Romanos 5:11 - VM); ya que está sin mancha delante del ojo que todo lo escudriña

de un Dios santo, y puede estar en santo denuedo delante del trono mismo de Su santidad. ¡Qué contraste

entre la ley y la gracia! La ley, en efecto, "teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de

las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a

los que se acercan" (Hebreos 10:1); pero en la gracia, mediante el sacrificio único de Cristo, nunca más se

recordarán nuestros pecados e iniquidades (Hebreos 10:17), y tenemos, por medio de Cristo, entrada por un

mismo Espíritu al Padre (Efesios 2:18). De alguna manera Moisés, por tanto, en el lugar que disfrutó, fue un

tipo del creyente. Había, no obstante, esta diferencia inmensa. Él se acercó a Jehová, nosotros tenemos

entrada al Padre, adoramos a Dios, a Dios en todo lo que se ha revelado ahora plenamente, y revelado como

nuestro Dios y Padre, ya que es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

No puede dejar de llamar la atención el hecho de que los nombres de Nadab y Abiú aparezcan mencionados.

Ambos eran hijos de Aarón, y con su padre fueron seleccionados para este privilegio singular. Pero ni la luz ni

el privilegio pueden asegurar salvación, ni tampoco, si somos creyentes, un andar santo, obediente. Ambos

encuentran, después, un final terrible. Ellos "ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les

mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová." (Levítico 10: 1, 2).

Después de esta escena en nuestro capítulo fueron consagrados al sacerdocio, y fue mientras ellos estaban en

el desempeño de su deber en este cargo, o más bien debido a su fracaso en él, que cayeron bajo el juicio de

Dios. Que la advertencia penetre profundamente en nuestros corazones, que el cargo y los privilegios

especiales son igualmente impotentes para salvar; y también la lección de que Dios no puede aceptar nada en

nuestra adoración que no sea rendido en obediencia a Él. La ofrenda debe ser proporcionada por Él, y el

corazón debe estar sometido a Su voluntad.

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Moisés, a continuación, descendió al pueblo, y les refirió "todas las palabras de Jehová, y todas sus leyes. Y

respondió todo el pueblo a una voz: ¡Nosotros haremos todo cuanto Jehová ha dicho!" (Éxodo 24:3 – VM). A

pesar del terror de sus corazones ante las señales de la presencia y majestad de Jehová sobre el Sinaí, ellos

permanecían ignorando totalmente su propia impotencia para dar satisfacción a Sus santas demandas.

¡Pueblo insensato! Se podía haber supuesto que antes de esto sus ojos habrían sido abiertos; pero en verdad,

repetimos, eran ignorantes tanto acerca de ellos mismos como acerca de Dios. De ahí que una vez más se

expresan como dispuestos a prometer obediencia como condición de bendición. Dios había hablado, y ellos

habían asentido, y ahora, el acuerdo debía ser confirmado y ratificado.

"Moisés escribió todas las palabras de Jehovah. Y levantándose muy de mañana, erigió al pie del monte un

altar y doce piedras según las doce tribus de Israel. Luego mandó a unos jóvenes de los hijos de Israel, y éstos

ofrecieron holocaustos y mataron toros como sacrificios de paz a Jehovah. Moisés tomó la mitad de la sangre y

la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Asimismo, tomó el libro del pacto y lo

leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: —Haremos todas las cosas que Jehovah ha dicho, y obedeceremos.

Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: —He aquí la sangre del pacto que Jehovah

ha hecho con vosotros referente a todas estas palabras." (Éxodo 24: 4-8; RVA).

No hay más que un altar si bien hay doce piedras (o pilares) —un altar porque era para Dios, doce piedras (o

pilares) porque todas las doce tribus debían estar representadas en los sacrificios que se iban a ofrecer. No

habiendo sido designado aún el sacerdocio, "unos jóvenes" llevan a cabo la obra sacerdotal del día. Eran,

probablemente, primogénitos, a quienes Jehová reclamó especialmente para Él, tal como hemos visto en el

capítulo 13 del libro del Éxodo. Después, en efecto, estos fueron sustituidos por la tribu de Leví, y fue

designada para el servicio de Jehová. De este modo, se dice, "harás que los Levitas se presenten delante de

Jehová, e impondrán los hijos de Israel sus manos sobre los Levitas; y Aarón ofrecerá los Levitas por ofrenda

mecida delante de Jehová, de parte de los hijos de Israel; para que hagan el servicio de Jehová." (Números 8:

10, 11 – VM; también Números 3: 40, 41). Hasta la sustitución de los primogénitos por los Levitas, los

"jóvenes" ocuparon el lugar de servicio en relación con el altar. Sólo había, se observará, holocaustos y

sacrificios de paz —por la razón presentada anteriormente, a saber, que hasta que la cuestión del pecado no

fuese planteada formalmente por la ley, los sacrificios por el pecado no tienen lugar alguno. Los sacrificios

eran para Dios (aunque los oferentes, así como también los sacerdotes, tenían su porción en los sacrificios de

paz, en comunión con Dios. Véase Levítico 3 y 7); pero la especial significancia de los ritos de este día se ha de

encontrar en el rociamiento de la sangre. La mitad fue rociada sobre el altar. Luego, habiendo leído el libro del

pacto a oídos de todo el pueblo, ellos dijeron nuevamente, "¡Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Jehová,

y seremos obedientes!". Acto seguido, Moisés tomó la sangre, y la roció sobre el pueblo, y dijo, "¡He aquí la

sangre del pacto que ha hecho Jehová con vosotros, acerca de todas estas cosas!" (Éxodo 24: 7, 8 – VM). Antes

de explicar el significado de este hecho solemne, se puede citar el pasaje de los Hebreos referente a él, como

dando detalles más completos. "Porque cuando Moisés terminó de promulgar todos los mandamientos a todo

el pueblo, conforme a la ley, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e

hisopo, y roció el libro mismo y a todo el pueblo, diciendo: ESTA ES LA SANGRE DEL PACTO QUE DIOS OS

ORDENO." (Hebreos 9: 19, 20 – LBLA). Encontramos aquí el detalle interesante, no presentado en el escrito de

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Moisés, de que el libro fue rociado así como también el pueblo. Hubo, de este modo, tres rociamientos —

sobre el altar, sobre el libro, y sobre el pueblo.

La primera indagatoria debe ser en cuanto a la significación de la sangre. No puede ser expiación, porque el

pueblo y el libro son igualmente rociados junto con el altar; tampoco, por la misma razón, pudo ser limpieza.

La vida está en la sangre (Levítico 17:11) y, por consiguiente, la sangre, el derramamiento de ella, representará

muerte, y muerte cuando se relaciona con el sacrificio, como castigo del pecado. Aquí, por tanto, el

rociamiento de la sangre significa muerte como la sanción penal de la ley. El pueblo prometió obediencia, y

entonces ellos, así como también el libro, fueron rociados para enseñar que la muerte sería la pena de la

transgresión. Tal fue la posición solemne a la que, por consentimiento propio, ellos habían sido llevados. Se

comprometieron a obedecer bajo pena de muerte. Por tanto, bien pudo decir el apóstol, "todos los que se

basan en las obras de la ley están bajo maldición" (Gálatas 3:10 – RVA). Es lo mismo ahora, en cuanto al

principio, con todos los que aceptan el terreno de la ley como modo de vida, todos los que están confiando en

sus propias obras como condición de bendición. Ellos no lo saben, pero de este modo están atando a sus

hombros la maldición de la ley, al igual que los Israelitas en esta escena, y aceptando la condición de muerte

como la pena de la desobediencia.

El pueblo, por tanto, fue rociado con sangre al haber prometido obediencia. Puede servirnos de ayuda

adicional comparar las expresiones halladas en la primera epístola de Pedro, que, indudablemente, se refieren

en parte a esta transacción. Al escribir "a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia

y Bitinia" —es decir, a los Cristianos Judíos entre la dispersión de estas regiones— los describe como "elegidos

según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de

Jesucristo" (1ª. Pedro 1: 1, 2). Este orden es muy significativo, aunque a menudo ha ocasionado dificultad

debido al hecho de que se ha perdido la alusión a la nación Judía. Como nación, ellos habían sido elegidos por

el llamamiento soberano de Dios, santificados mediante ritos carnales —separados del resto de las naciones

(véase Efesios 2:14), y apartados para Dios (Éxodo 19:10), santificados, además, para obedecer— habiendo

sido este el objetivo propuesto, y, como hemos visto, aceptado por el pueblo; y entonces fueron rociados con

la sangre, siendo sellado así el pacto de Dios con ellos con la sanción solemne de la muerte. Los términos, por

tanto, se corresponden exactamente; pero ¡cuán grande es la diferencia en su significado! Los creyentes son

elegidos según la presciencia de Dios el Padre, habiéndonos Él "predestinado para ser adoptados hijos suyos

por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad." (Efesios 1:5). No eran, por consiguiente, como

Israel, sencillamente objetos de una elección terrenal, y para bendición terrenal, sino los objetos de una

elección eterna —ser llevados al disfrute de la relación íntima de hijos, en un lugar de cercanía perfecta,

aceptos en el Amado. Han sido santificados, no mediante ritos y ordenanzas exteriores o carnales, sino por la

operación del Espíritu de Dios en el nuevo nacimiento, en virtud del cual son apartados absolutamente para

Dios —no siendo ya más del mundo, así como Cristo no es del mundo; y han sido santificados para la

obediencia de Cristo Jesús [1]— es decir, para obedecer como Cristo obedeció, siendo Su andar el estándar

normal, el estándar para cada creyente (1ª. Juan 2:6); y han sido santificados además, no al ser rociados con

sangre, lo cual testificaba de la muerte para cada transgresión, sino con la que habla de que la expiación ha

sido completada, y la limpieza perfecta de toda alma que se encuentra bajo su valor. —Pedro traza así un

contraste perfecto, y el contraste es el que se halla entre la ley y la gracia. "La ley por medio de Moisés fue

dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo." (Juan 1:17).

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[*] Ambos términos, obediencia y rociamiento, pertenecen, sin duda, a Jesucristo; es decir, se trata de la

obediencia de Jesucristo, así como también de la sangre de Jesucristo.

Ratificado el pacto, "subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al

Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está

sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y

bebieron." (Éxodo 24: 9-11). Sólo a Moisés se le permitió acercarse antes de que el pacto fuera establecido,

pero ahora, a los representantes del pueblo se les concede esta gracia especial; y se acercan a buen recaudo.

Dos cosas sobresalen en esta escena. Ellos vieron al Dios de Israel. Dios se mostró en la majestad de Su

santidad a vista de ellos. El embaldosado de zafiro (véase Ezequiel 1:26; Ezequiel 10:1), y la descripción

adicional, "semejante al cielo cuando está sereno" (Éxodo 24:10), habla de esplendor y pureza celestiales. Dios

se reveló, por tanto, a estos testigos escogidos según el carácter de la economía (o administración) que había

sido ahora establecida. Además, comieron y bebieron. Fue en virtud de la sangre que fueron admitidos a este

privilegio singular, ya que también fue un privilegio ver al Dios de Israel y entrar en relación con Él, si bien el

carácter mismo de la revelación concedida hablaba más bien de distancia que de cercanía. Con todo, como

hombres en la carne, ellos comieron y bebieron en presencia de Dios, y, como otro ha comentado,

«continuaron con su vida terrestre.» Vieron a Dios y no murieron. Debido a que el pacto sólo fue puesto en

vigor ahora, y no habiendo entrado el fracaso, Dios pudo así, sobre ese fundamento, permitirles el acceso a Él

como el Dios de Israel.

Moisés es separado una vez más de Aarón, Nadab, Abiú, y los ancianos. Reanuda su lugar de mediador —para

recibir las tablas de piedra, etc., que Dios había escrito— "las palabras de vida", tal como son descrita por

Esteban (Hechos 7:38). Para este propósito, Moisés es llamado a subir a Jehová en el monte (Éxodo 24:12).

Dejando a los ancianos, y designando a Aarón y Hur a cargo, sube, y estuvo solo con Dios por cuarenta días y

cuarenta noches. Durante este tiempo "la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí,… Y la apariencia de la

gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel." (Éxodo

24: 15-18). Esta no era la gloria de Su gracia, sino la gloria de Su santidad, como se ve por el símbolo del fuego

abrasador —la gloria de Jehová en Su relación con Israel sobre la base de la ley. (Compárese con 2ª. Corintios

3). Se trató, por tanto, de una gloria a la que ningún pecador se podía atrever a acercarse, ya que la santidad y

el pecado no se pueden juntar; pero ahora, a través de la gracia de Dios, sobre el terreno de la expiación

consumada, los creyentes se pueden acercar, y estar cómodos en la gloria, pero, a cara descubierta,

contemplando la gloria del Señor, son transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el

Espíritu del Señor. (2ª. Corintios 3:18). Nos acercamos con confianza, y con deleite contemplamos la gloria,

porque cada rayo que contemplamos en la faz de Cristo glorificado es una demostración del hecho de que

nuestros pecados han sido quitados, y que la redención está cumplida.