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La Reina del futuro Chia S.R

La reina del futuro 2 capítulos

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primeros dos capítulos de La reina del futuro

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La Reina del futuro

Chia S.R

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Muchos estarán preguntándose qué hacen estas letras en el lugar en el que se encuentran. La respuesta, la encontrarán en las líneas que escribiré. Donde relataré mi vida. No. Mi segunda

oportunidad.

Viví para morir y volver a vivir...

Teara.

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PRIMER MANUSCRITO

Conocerle, fue la cosa más maravillosa del mundo. Mi nueva oportunidad, era un joven capaz de enamorarme. Teara.

Capítulo uno.

Adentrarse en la zona de caza iba a resultar bastante fácil para un joven como él. Con su cuerpo lo suficientemente forzado a las situaciones de acción, disfrutaría cazando un ejemplar de antílope. Aunque no sería fácil. Debía de poner todo su empeño en aquella flecha. Tensó el arco triangular. La flecha rompió el aire con fuerza y cuando el animal quiso darse cuenta, ya era demasiado tarde. Su cazador le había derrotado. Pero Shenamon sabía que no era suficiente. Si quería impresionar a su padre, debía de garantizar la muerte completa de aquel animal que serviría como banquete en la fiesta

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de esa noche. Así pues, desvió su gran manaza hasta su muslo derecho donde sabía que el cuchillo de sílex y marfil descansaba bien sujeto a su pierna. Lo sacó y con grandes pasos, se acercó al tambaleante animal. Con torpe experiencia, logró cortar la garganta del herido antílope. No era una presa de gran tamaño, lo sabía. Pero sí era lo suficientemente rápida como para llamar la atención de su progenitor. Se estiró cuan largo era usando su mano como parasol sobre sus espesas y negras cejas. Dos brillantes ojos oscuros verdosos, se entrecerraron al contacto con el astro solar. Su cabeza hacía años que había perdido la coleta infantil y su cuerpo atlético hacía juego con su gran altura. Volviendo su interés hacia la presa, Agarró uno de los fuertes cuernos con su mano, tirando del animal inerte. El inerte cuerpo del antílope se arrastró levemente, pero no logró levantarlo con tanta facilidad. El cuerno que sujetaba estalló en su mano, rompiéndose. Bufó con molestia y dejó el animal caer contra la vegetación y tierra. —Un mal día— se quejó frotándose la mano dolorida—, un horrible día. El sonido de cascos golpear contra la arena lo alertó. Su padre se acercaba. Guardó el cuchillo en su lugar correspondiente y colgó el arco en su hombro izquierdo. La flecha continuaba clavada en el pecho del animal y sangraba con menos frecuencia. La negra mancha quedó enterrada entre la arena, resbalando por las rocas. Siguió con curiosidad el rastro mientras esperaba pacientemente la llegada del Faraón y los guardias reales. El lugar debía de encontrarse nivelado incorrectamente para que la sangre tomara un rumbo tan lejano. Seguramente, la erosión y paso del tiempo junto a la naturaleza misma, crearía aquel insospechado desnivel. O, posiblemente, un pequeño oasis de agua para los animales. Sin embargo, no sería el rio lo que llamaría su atención. Mucho menos la vegetación. Tuvo que parpadear varias veces en un intento de asegurarse que no tenía visiones debido al fuerte calor. Caminó hacia el lugar, aferrando entre sus largos dedos unos suaves mechones de cabello negro. Siguiendo las hebras, logró encontrar al propietario o propietaria de tal hermosura capilar. Se frotó los ojos asombrado antes de reaccionar. Su cuerpo se deslizó junto al inerte ante él, sujetando a la que había resultado ser una fémina. Una mujer en medio del coto de caza real. Era imposible, pero cierto. La alzó sin problemas sorprendiéndole que momentos antes no hubiera sido capaz de alzar al antílope y sí a esa extraña joven. Para Shenamon, era extraña. Anormal. Las ropas que cubrían aquel delgado y pequeño cuerpo no eran dignas de creación por alguno de los sastres de Egipto. Telas de tacto diferente al papiro. Zapatos de aspecto incómodo. Aros curiosamente extraños y pulseras demasiado finas. Aquellas telas impedían comodidad en aquel lugar tan cálido y, posiblemente, esa podía ser una de las razones por las cuales se encontraba en ese lugar. Igual, la sed había podido con ella y la guió hasta el primer lugar con fuente de vida que encontrara.

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Pero su piel era pálida. Demasiado para ser de aquella tierra. Sus cabellos podían ser negros como el tizón, pero la suavidad que desprendía y el brillo que rozaba cada parte muscular, no indicaba lo mismo. La había dejado sobre un extremo del lugar cuando los caballos se detuvieron a su lado. La imperiosa figura de su padre se acercó a grandes pasos. Inmohp era grande, alto y fuerte. Sus ojos negros y pequeños parecían estar siempre dispuestos a ver más allá de lo que nadie vería. Sus labios rectos y sensualmente perfilados bajo una aguileña nariz. Tocado con la corona real podía infundir respeto hasta en el más orgulloso de los hombres. Shenamon lo sabía. Su padre era de impresión fuerte, de carácter firme, pero con su familia era un hombre distinto. Adoraba a la esposa real. Tais. Disfrutaban de una relación demasiado sensual ante los ojos de todos y con el digno respeto familiar, sus hijos recibían el mismo placer. Sin embargo, Shenamon sabía que no todos habían heredado los buenos caracteres de sus padres. Y esa, era una grandiosa razón para querer siempre estar pendiente de las miradas de su progenitor. —¿Qué sucede, Shen? — Preguntó con voz firme—. Has cazado— observó visualizando la presa cercana—, pero, ¿también has herido a alguien? —No, padre—, negó con rapidez y serenidad—. Acabo de encontrarla. Extendida sobre la vegetación, justo en la orilla del rio. Parece estar dormida. —¿Le has tomado el pulso? — Cuestionó Inmohp mirándolo con seriedad- es algo primordial. Deberías de saberlo. —Estaba a punto de hacerlo— se defendió inclinándose hacia el cuerpo y buscando los lugares exactos en aquella piel de resultado sedoso—: lo tiene. Inmohp frunció las cejas mientras sus ojos brillaban con cierta curiosidad. Sus labios intentaban moverse en la pregunta correcta y Shenamon sabía que estaba tan sorprendido como él. Tras asegurarse que estaba viva, sus miradas fueron dirigidas a las extrañas ropas. Alzó una de las prendas que rozaba el vientre y cubría hasta los hombros. —Debió de equivocarse al elegir las prendas— opinó—, y también perderse en este lugar. Igual intentaron asaltarla y quiso huir. Esconderse en este lugar. Obviando qué era. —Mal lugar. Está lleno de animales salvajes—. El faraón acarició su mentón pensativo— su piel es pálida. No es egipcia. —¿Qué hacemos con ella, señor? — Cuestionó uno de los soldados imperiales con temor.

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Shenamon miró con curiosidad nuevamente el cuerpo, alzándolo una vez más entre sus brazos y ante la atónita mirada del guardia, la subió sobre su montura. Emitió una mirada de reojo hacia su progenitor, pero este subía sobre su caballo igualmente, esbozando una ligera sonrisa orgullosa. —Creo que mi hijo ha decidido— explicó con confianza—. Llevad la presa y que la preparen para el banquete de esta noche. Regresamos a palacio. —Como ordene, señor. No prestó más atención a los soldados. La ciudad no estaba lejos del coto de caza y sabía que Inmohp no sería atacado en cualquier momento. Su atención estaba demasiado centrada en lo que portaba ante él. La joven respiraba bastante débil, y aunque anteriormente había encontrado señal en su pulso, era débil también. Necesitaba la observación de los médicos y, en palacio, los había y de los mejores. Que su padre no se hubiera negado era extraño. Pero conocía las leyes. Un extranjero siempre recibiría un cordial tratamiento mientras no fuera agresivo. Años atrás habían sucedido tales cosas. Se preguntó, de donde vendría aquella joven tan extrañamente atrayente a su curiosidad. Sus ojos. Su voz. Quería saber hasta de dónde provenía aquel afrutado olor que no parecía despegarse de su cuerpo. La entrada en los recintos reales fue ruidosa. Cinco de los personajes privados y más cercanos al Faraón, irrumpieron con habladurías que únicamente Inmohp parecía estar preparado para escucharlas sin lio alguno. Pese a que en otros momentos hubiera prestado gran atención, descendió del caballo, buscando la mirada de su progenitor. Una respuesta. Dejaba de lado las cuestiones militares por una curiosidad extraña. —Hazte cargo de ella— ordenó el Faraón con seriedad—, estará bajo tus órdenes hasta que tengamos nuevas noticias. —Sí, padre— aceptó. Cargándola nuevamente en sus brazos, la guió a través de los grandes muros del palacio. Los soldados de guardia se formaban ante él y cierto sentido de curiosidad escapaba de sus ojos cuando veían el bulto entre sus brazos. La respiración comenzó a golpear contra su desnudo brazo y fijó su verdosa mirada sobre el adormilado rostro, sonriendo en aceptación. Estaba durmiendo. No en ningún estado alterado que ninguno de sus sabios médicos lograra encontrar o identificar para sanarla. Tras que sus pies lo guiaran hasta uno de los cuartos principales, la dejó sobre la cama, cubriéndola con finas sábanas. Seguía inquietándole aquellas ropas extrañas y aquel tono de piel. Los objetos que usaba como decoración y el olor. Era demasiado diferente a lo mucho vivido. Shenamon sintió cierto cosquilleo recorrerle el cuerpo al completo como nunca antes le había sucedido. No era un aviso. Era una sensación muy extraña y diferente a lo conocido.

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—Señor— irrumpió una voz femenina—. Tais desea verle. Desvió la mirada hasta la figura de la fémina. Nais, la sirvienta oficial de la reina. No era una mujer joven. Sin embargo, contaba con una flexibilidad inigualable. Según muchas veces había escuchado hablar en palacio, Nais no era la sirvienta personal de Tais por pura coincidencia. La sirvienta contaba con un largo currículum en sus espaldas como antigua guardiana de algún templo perdido y según contaban las lenguas, era capaz de hacer frente al más fuerte de los guardias reales. Pero las habladurías no iban de acuerdo con el delgado cuerpo que tenía ante la puerta. —En seguida iré— anunció— ¿Es urgente? —Es sobre su... descubrimiento- aclaró Nais mirando de reojo el cuerpo de la dormida joven—, parece ser que su majestad tiene interés en conocer qué encontró. —Mi padre debió de comentárselo— dedujo, pensativo—. O nos vio llegar. —Lo último más que lo primero mi señor. Aunque me atrevería a decir que... — Interrumpió su frase para carraspear—; sus dotes la ayudaron a adivinar lo que usted ha encontrado. Shenamon suspiró antes de rodar sobre sus pies y seguir a la mujer con lentos pasos. Debió de haber pensado que tarde o temprano, su madre tendría que aventurarse en los conocimientos de aquella persona encontrada. Y, lo peor de todo, es que estaba sucediendo mucho antes de que él o Inmohp comentasen nada del asunto. Ahí, demostraba nuevamente que las dotes para la visión de su madre, seguían en pleno apogeo. Tais era una mujer de gran carácter y seguridad en sí misma. Su hermosura femenina resaltaba sobre muchas de las otras mujeres y sus ojos verdosos no relataban únicamente una emoción aguda de protección y seguridad cuando miraba a alguien. Inmohp lo sabía perfectamente. La reina había sido admirada por muchos de los sacerdotes y sacerdotisas por su don de ver y presagiar el futuro. Por ese mismo motivo, se sintió atraído por la curiosidad de saber qué había visto su madre. Pero le podían más las sensaciones trasmitidas por aquella figura de ropas diferentes y aura interesante. —Señor— llamó Nais ante su detección— ¿Ocurre algo? —No— negó, retomando sus andares— iré. Largos cabellos negros. Ojos verdes y penetrantes. Piel bronceada, suave y perfumada. Largas piernas. Tais mostraba claramente que era la reina de Egipto, aunque estuviera tomando el dulce calor que emanaba de las entrañas de Ra. Inclinando la cabeza hacia atrás, posó su ver en la puerta que se abría para dejar paso a

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uno de sus hijos varones y su fiel sirvienta. Shenamon se acercó hasta ella con paso firme y poderío masculino. El porte de su padre. La fuerza y su seria mirada. El atractivo suficiente como para encontrar una buena reina y ser un padre maravilloso. Oh, sí. Definitivamente, él podría ser el rey de Egipto si así lo deseaba. Pero las cosas oscuras que había visto impedían que fuera real. —Tan hermosa como siempre, madre— alagó mostrando sus manos para levantarla sin el menor de los esfuerzos— ¿Por qué me llamaste? —Necesito hablar contigo— aclaró mientras era cubierta por una de las túnicas reales—. Es sobre tu secreto. —¿Secreto? Una sonrisa amplia que escondía la marca de la verdadera felicidad. Shenamon nunca había sonreído realmente feliz desde que había comenzado a intentar alcanzar el reino. Muy pocos sabían cuales eran los deseos escondidos tras su ansia y únicamente ella era capaz de leerle como un libro abierto. —Deja de sonreír así— regañó exhalando un largo y pesado suspiro— sé perfectamente que has encontrado durante tu día de caza. A mí no puedes engañarme, Shen. Tiene los cabellos negros— relató—, delgada. Piel blanca y viste ropas extrañas. —Si no conociera sobre tus dones, estaría asombrado de la maravillosa capacidad que tienes para ver desde aquí hasta el portón— opinó él frunciendo el ceño—. Es cierto. La encontré en el coto de caza. El Faraón lo sabe. —Tu padre es demasiado benevolente con las mujeres extranjeras. Deberías de saber que él nunca diría que no, a menos, que eso organizara una guerra. —¿Y trae consigo una guerra, madre? — Cuestionó Shenamon caminando con pasos ligeros hasta el balcón— ¿Es así? —Algo mucho peor. Los ojos de su hijo se posaron sobre ella antes de desviarse hacia el impresionante reino. Bañado por la luz del sol, Shenamon era tan poderoso como un coloso en movimiento. A su edad era increíblemente hermoso y podría estar segura de que heredaría mucho más de Inmohp. Si no continuaba con un destino erróneo. —Shenamon, ¿has escuchado? —Escuché— aseguró el joven príncipe—. Pero no entiendo tus deseos. Tais se inclinó contra la puerta que él mismo había atravesado mientras mordisqueaba distraídamente un trozo de dátil entregado por Nais. Encogiéndose de

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hombros, entrecerró los ojos, saboreando el sabor del fruto. —Creo que lo sabes— respondió finalmente—: Deshazte de ella— recomendó—. Si realmente quieres heredar Egipto. Cada músculo del cuerpo del joven se tensó mientras se volvía hacia ella. Su mirada incrédula la hizo enarcar las cejas en sorpresa. Era la primera vez que Shenamon vacilaba. Sobre todo, teniendo en cuenta que era una de sus predicciones. Frunciendo las cejas en sospecha, revisó nuevamente el rostro de su hijo. —Estás diferente. ¿Es que no me crees? — Inquirió inclinando la cabeza graciosamente hacia un lado. —No es eso— contestó Shenamon encogiéndose de hombros—. Encuentro que es demasiado temprano objetar algo de ese talante. ¿Algo peor que una guerra? Una guerra no me mataría. Además, ni siquiera ha despertado. Deberíamos de conocer su vida, antes de acusarla de esa manera. Abrió la boca incrédula, dejando el dátil a medias sobre las manos de Nais. Recta y amenazadora, caminó hasta él. Shenamon no retrocedió. Únicamente inclinó levemente la cabeza como respeto. Aunque fuera su madre, continuaba siendo la reina de Egipto y si era capaz de doblegar un reino, no sería menos con un adolescente. —Cuestionas mis predicciones cuando fueron estas las que te salvaron de morir ahogado. Las menosprecias, por tu curiosidad—. Apresó uno de los fuertes hombros masculinos, sentándolo sobre la cama—. Me miras dudoso porque sientes algo atravesar ese cuerpo adormilado. Te sientes tan atraído por el peligro que esquivas mis palabras. —Mad... —No, Shenamon— interrumpió levantando el mentón—. Eres un necio. Olvidas que mis visiones siempre son ciertas. ¿Quieres ver qué puede ser peor que una guerra? Adelante. Esquívalas. Olvida lo que te he dicho, pero cuando llegue el momento en que tu hermano esté sobre el trono de Egipto. ¡No vengas a exigir porque no te escucharé! Jadeó ligeramente. Sus manos apresaron maternalmente el rostro de su último hijo, besándole la frente. Impresionado y bastante perdido, su cachorro parecía pelear entre dos determinaciones cruciales. Lo peor de todo, es que ella misma conocía el resultado. Como madre, debía de hacerle entender las razones, por mucho que Shenamon se negara a ver la realidad próxima ante sus ojos. Inmohp dudaba. Tenía que elegir quien sería su próximo heredero. Pero sus dos hijos eran tan diferentes que no lograba decidirse. Ella había visto el futuro en las manos de ambos hombres y Shenamon, era la respuesta correcta mientras olvidara tener cercanía con aquella joven recién llegada.

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—Lo siento, madre— murmuró él mirándola con severidad—, pero no la dejaré. Es nuestra invitada y el Faraón dio su palabra. No la incumpliré. Ahogando un grito en su garganta arañó ligeramente el rostro de su hijo mientras se alejó. ¡Inmohp! Él tuvo que irrumpir antes que ella. Cierto que sin el consentimiento del Faraón tendría las alas necesarias para hacerle cumplir su parte, pero Inmohp había hablado y su palabra era la ley. —Está bien... — Accedió finalmente—. Pero tú ahora tienes asuntos que atender. Así que yo me encargaré de custodiarla hasta que despierte. Vete. —Después iré a verla— anunció su joven retoño sonriendo con agradecimiento—. Madre. La espalda de Shenamon se perdió tras la puerta cuando ella caía sobre su lecho. Nais no tardó en custodiarla y atenderla preocupada, pero rechazó cualquier ayuda. —¡Vísteme! Estaba segura de que Inmohp únicamente había dado en parte su consentimiento. Si Shenamon tenía planeado alguna cosa para engatusar a su padre, estaba dispuesta a romperlo. No permitiría que su hijo terminara sin ser rey.

Calor. Pesadez. Sed. Angustia. Dolor. Su cuerpo comenzó a despertar y por tanto, los deseos de todo ser se prendieron, volcándose de golpe sobre ella. Dolorida, sentía cada músculo de su cuerpo tensarse antes de obedecer una de sus órdenes. Indicarles que se movieran no era algo sencillo. Era extraño, teniendo en cuenta que no había participado en ningún ejercicio físico. El deporte no era una de sus aficiones y con lo débil que era su cuerpo, no podía permitirse el lujo de practicarlo sin moderación. El dolor de cabeza se profundizó cuando intentó abrir sus pesados párpados. Calor. Su cuerpo comenzaba a estar sudado y movió su pierna izquierda con ansias de quitar el edredón que siempre cubría su cuerpo. Sin embargo, no encontró restos de éste. —¿Hum? Era imposible. Ella sabía que siempre había dormido con un edredón sobre sí misma. Y era extraño por igual que entrase tanta luz en su habitación. Nunca olvidaba cerrar las cortinas y, si mal no recordaba todavía estaban en invierno. Pero su cuerpo estaba demasiado dolorido y pesado como para moverse con la misma reacción que la sorpresa la sobrevino. Únicamente recordaba esas cosas de su día pasado. No sabía exactamente cómo logró

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terminar dormida en su cama y despertando con un gran calor abrazándola pesadamente. Se sentía cubierta por las ropas que siempre utilizaba para dormir, pero nada más. Si no se conociera, empezaría a dudar en si bebió o no. Movió levemente sus labios sintiendo la boca pastosa y sedienta. Su garganta comenzó por demandar algo fresco y su cabeza pareció corroborar la idea con un fuerte dolor. Finalmente, logró fruncir los párpados. —Duele... — se quejó levemente. —Finalmente despertó, señora. Parpadeó obligatoriamente. No había sido pura imaginación. Había escuchado claramente aquellas palabras. Nadie de su familia podría tener aquel tono y mucho menos, tenían una sirvienta que llamara honoríficamente a su madre. La fuerte luz hirió sus ojos cuando consiguió abrirlos, mirando todo con curiosidad y haciendo un gran esfuerzo, logró alzarse en busca de una sombra que aliviara tanta claridad. Dolía demasiado. Usando su mano como parasol, observó con los ojos entrecerrados el lugar. Definitivamente, no era su casa. El armario empotrado había desaparecido. Su litera tampoco era la cama en la que se encontraba sentada. Sus sábanas no eran esas, de textura extraña y diferente. El color del suelo no era oscuro y sus cortinas negras no se encontraban por ninguna parte. Jamás había tenido un balcón con grandes arcos que dejaban entrar el sol tan libremente. Sus libros habían desaparecido junto a sus estanterías. Igual que su alfombra y silla. Comenzó a gatear con torpeza, cayendo sobre la cama. Sus músculos débiles no reaccionaban. -Está asustada- repitió la misma voz- no se asuste. Volteó el rostro hasta el lugar. Dos mujeres. Dos pares de ojos. Una mujer de pie y otra estirada cuan larga era sobre un diván. La primera se inclinaba sobre la segunda respetuosamente mientras la miraba entristecida. Sin embargo, la mirada de aquella mujer era sumamente terrorífica. Tragó sin tener saliva y tembló. —¿Quién eres? Jadeó levemente, sintiéndose avergonzada y torpe. Aquella mujer no únicamente era atemorizante, también era realmente hermosa. Podía jurar que era una de las más atractivas mujeres que había visto, obligándola a desviar la mirada hasta el suelo. —Teara... — Respondió a media voz. —¿Teara? — Preguntó nuevamente la presencia imperiosa—. Bien. ¿De dónde eres?

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Alzó la mirada incrédula. ¿De dónde era? ¿Acaso no estaba en su casa? Miró a cada lado del lugar, cerciorándose de esa manera que no estaba equivocada. Ese sitio, no era su casa. El pánico comenzó a anidarse en su pecho, pero estaba demasiado desorientada como para comportarse alocadamente. Gateó nuevamente hasta el filo de la cama, observando el exterior con asombro. Su boca tembló, anhelante a la pregunta. —¿Dónde...? —Egipto— pese a que su respuesta fue tosca, se acercó hasta los arcos del balcón respetuosamente, perdiendo la mirada a lo lejos— se encuentra en Egipto. Ahogó un gemido de asombro y sonrió incrédula. Era imposible. ¿Egipto? Eso quedaba demasiado lejos de España. Ella había nacido en Madrid capital y era demasiado increíble que estuviera en ese lugar. Egipto. No. Por más vueltas que le diera, era imposible. Ningún avión podría haberla llevado. Un barco, menos. Aunque estuviera dentro de las posibilidades en su época, el dinero familiar no daba para un viaje tan largo y llevaba años trabajando y estudiando para conseguir dinero y becas que la ayudaran a entrar en una de las mejores universidades posibles. Jamás gastaría el dinero en un viaje que no podía costearse. Pero, ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué no recordaba nada de lo que había pasado? —Me intriga mucho— irrumpió nuevamente la voz de la altiva mujer— ¿Qué hacías desmayada en medio del campo de caza? Demasiado conmocionada, se dejó caer sobre sus rodillas, mirándola perdida. Si no se equivocaba y por los adornos que acariciaban el cuerpo de esa mujer, estaba en la cadena más alta de Egipto. —Usted...- tartamudeó— es... —Tais. — la mujer sonrió soberbiamente mientras sus ojos brillaban con puro orgullo—Reina de Egipto. Tembló. Ahora podía comprender por qué aquella fuerza que emanaba de esa mujer. Pero no comprendía cómo podía ser real algo así. Por muchas vueltas que intentara darle, su cabeza siempre cesaba sus conocimientos con un fuerte dolor. Se llevó las manos hasta esta en deseos de evitar el fuerte dolor. Aquella mujer continuaba presionándola con preguntas que no conseguía responder y terminaban por marearla. —¿Ya se ha despertado? Ambas mujeres dejaron de obsérvala y desviaron la atención hasta la puerta entre abierta. La acompañante de Tais agachó la cabeza y se echó hacia atrás, dejando paso a

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la figura de voz imponente. —Así es, hijo. — Informó Tais mirándola de nuevo— y no parece ser demasiado inteligente. —Acaba de despertar, madre. No deberías de atosigarla. Sabes que yo tampoco soy humano cuando me despierto. Fijó su mirada en él. Ojos verdes. Figura grande y rostro atractivo. Sintió que el aliento se le congelaba en su interior y tuvo que pellizcarse para sacar a la luz el aire necesario cuando sus ojos se encontraron. Si Tais era la mujer más hermosa que había visto, él podría ser el género masculino más formidablemente que había visualizado en su vida. Un espécimen macho totalmente atrayente. No había sido una persona de sentirse atraída por hombres. Si se ponía a pensar, le aterraban. Únicamente había conocido juegos y burlas. Peticiones falsas y promesas incumplidas que para ella, terminaron por no ser más que simples historias que olvidar. A sus dieciocho años, poco podía saber que un hombre iba a seducirla con tan solo una mirada. Sus ojos perfilaron los fuertes músculos que se tensaban a cada movimiento creado por él y enrojeció cuando su mente comenzó a jugarle malas pasadas. Lo vio agacharse para besar la mano extendida de Tais, aceptar el agua ofrecida por la otra mujer, a la cual escuchó nombrar Nais y, finalmente, se acercó hasta ella, sentándose en los pies de aquel catre inseguro. —¿Tu nombre es...? — Preguntó con voz profunda y suave. —Teara— logró responder. Él frunció las cejas antes de inclinarse levemente y sonreír. Una sensual sonrisa que dejó entre ver sus dientes bajo aquellos perfilados y sensuales labios. —Mi nombre es Shenamon—se presentó—. Segundo príncipe de Egipto. Te encontré durante la caza en el coto real. ¿Qué hacías allí? Un mareo vertiginoso volvió a golpearla ante la pregunta. Era imposible que comprendiera a qué se refería. No lograba ubicar ningún coto de caza cerca de su casa, claro está, Teara debía de recordar que se encontraba en pleno Egipto, no en España. Inclinó la cabeza levemente en negación. —Lo... Lo siento, pero no... No sé de qué me habla. No recuerdo nada y tampoco conozco este lugar—. Explicó guiando una mano hasta su dolorida cabeza— discúlpenme. Tais los observó atentamente, frunciendo el ceño antes de continuar con su interrogatorio.

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—Esas ropas son extrañas. Eso indica que no eres de aquí— corroboró— sin embargo, ¿cómo podemos creerte cuando hablas nuestro idioma y te encontramos en nuestros terrenos? —Madre— interrumpió rápidamente Shenamon—, deja que yo me encargue de ella, por favor. Seguramente, mi padre necesitará tus consejos a horas tan cercanas a la celebración. La reina unió sus labios con fuerza, cerrando los ojos por un instante antes de levantarse y, con majestuosa silueta acostumbrada al poder, se marchó ofendida. —Discúlpala. — Se excusó Shenamon suspirando—. Está demasiado sensible últimamente. Disculpa que te atosiguemos así, pero realmente es extraño encontrarse a personas en un lugar que es prohibido para aquellos que no pertenecen a la familia real. Mucho menos, con estas ropas. Shenamon alargó una de sus manos hasta que sujetó el cuello de su camisa grisácea. Retrocedió al instante, asombrándole. Una sonrisa comprensiva escapó de sus labios, alejando la mano. —No te haré nada— tranquilizó— si te lo fuera a hacer, ya lo habría hecho. Aunque, quien da la última respuesta, es mi padre. —Tú padre... es... —El Faraón— respondió incorporándose—, el señor de estas tierras. —Sí, sé— reconoció aturdida—, es solo que no puedo creerme que esté en éste lugar. Tenía que buscar una conversación que la llevara a algún lugar. Evitar que su cuerpo mostrara el extraño goce que creó el simple acercamiento a ella. Según había visto, las mujeres de ese país llevaban ropas insinuantes y Shenamon no quedaría prendido de sus secretos de mujer. Pero para ella, no era lo mismo. Si mal no recordaba, venía de un lugar donde no era correcto enseñar sus intimidades tan a la ligeras, sobretodo, siendo mujer. Los verdosos ojos demostraban claramente su interés en aquella ropa. Los dedos que rozaron las telas y se movieron sobre sí mismos, testando la diferencia con su kilt. —De verdad... Siento no poder responderte... — Se excusó, afligida por primera vez querer decir la verdad y no poder...

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Capítulo dos.

Humedeció sus labios mientras miraba con atención las yemas de sus dedos. La reacción vergonzosa había aumentado soberbiamente su curiosidad. No podía negarlo. Tanto, como ella misma nada más adentrarse en la habitación. Su rostro confuso parecía enternecer, sin embargo, su madre era de hierro cuando se trataba de los demás. Firme y seria. Teara, como había dicho que se llamaba, estaría asustada. Y por su rostro, demostraba claramente que no era consciente de su situación. Sobre todo, con su forma de hablar. Respetuosa, sí, pero no con el mismo talante que Tais deseaba. Volvió a clavar la mirada directamente en aquellos ojos color mar. Era imposible ver unos ojos tan claros llenos de dudas y miedo. Ella los tenía. Suspiró, golpeándose las rodillas con ambas manos, sonriéndole. —Te creo—aseguró— no te preocupes más. Es normal que sentamos curiosidad y desconfianza. El Faraón siempre está expuesto a peligros y andar con pies de plomo es una buena recomendación, por no decir una disciplina clásica hasta en sus más íntimos familiares. Volvió a clavar su mirada en aquellas telas y frunció el ceño al ver que ocultaba demasiado a las costumbres que ellos mismos tenían. Sus mujeres eran libres y mostraban su cuerpo libremente. La sensualidad de la mujer era algo apetecible y realmente agradable para cualquier mirada y roce. Aunque, podría asegurar, que era más notable y beneficioso, su inteligencia. Entonces, ¿por qué razón sentía tanta curiosidad de querer verla cubierta únicamente por sus ropas y no por esas telas oscuras? —Lo comprendo, — había asegurado ella rompiendo sus pensamientos—, pero... yo no quiero tener nada que ver con problemas de ese talante... no soy más que una chica en plenos exámenes. Nada más. En un lugar que no conozco— añadió con voz temblorosa. Entrecerró los ojos mientras se levantaba. La hora de ver a su padre se acercaba y seguramente, este estaría interesado en saber qué había sido de Teara. Pero, presentarse con ese atuendo, su padre desde luego, no lo apreciaría como él. La curiosidad de Inmohp no era centrada en una mujer que no fuera Tais. Se rascó el entrecejo. —¿Puedes levantarte? — Cuestionó optando por un rostro divertido. Sabía que en la postura que se encontraba no le sería sencillo incorporarse, pero la mirada orgullosa que se mostró en los ojos brillantes de desconcierto, le hacía sentir curiosidad por su reacción. Cierto impulso le decía que no era tan ratita asustadiza como parecía aparentar.

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Las manos femeninas, pequeñas y temblorosas, empujaron su cuerpo con intenciones de levantarse, fallando. Haciendo un puchero con sus mofletes, repitió la misma acción con el mismo resultado. Se cruzó de brazos y se acarició los labios con su pulgar. —¿Te ayudo? — Preguntó- no muerdo. —Puedo yo... — intentó defenderse— vale. Creo que no puedo levantarme— accedió con una mueca orgullosa en su rostro mientras chasqueaba su lengua-, por favor. —Se nota. Se acercó hasta ella, inclinándose para asirla de las axilas y alzarla. Sorprendentemente pequeña y ligera. Parpadeó cuando la dejó en el suelo, sorprendiéndose por la diferencia de tamaños. Los rizados y oscuros mechones caían sobre los hombros cubiertos bajo aquellas telas y la pequeñez de su cuerpo resaltaba con aquellas grandes ropas. Una vez que la vio estable, alejó las manos de su cuerpo. Un ligero sonrojo había despertado en las mejillas femeninas y se sintió bastante alagado. Meneó la cabeza. —¿Podrás caminar? — Preguntó para disipar sus pensamientos. —Creo que sí— contestó Teara pensativa—. Espero. La vio moverse lentamente, asegurando que sus piernas la sujetaran lo suficiente como para poder mantenerse en pie correctamente. El esfuerzo creó la respuesta y momentos después, caminaba con seguridad alrededor de él, mirándole feliz de haber conseguido su propósito. En meros momentos, le había demostrado parte de su carácter. Inocente. Orgullosa y temperamental. ¿Qué más secretos escondía? —Lo hice— expresó feliz—. Ahora que puedo caminar— continuó con severo rostro—. Podré regresar a mí casa. Siento las molestias causadas. —¿Dónde está tu casa? — Interrogó— ¿cerca de palacio? ¿A las afueras? —No— negó Teara entristeciendo la mirada—. Creo que... demasiado lejos. No logro recordarlo exactamente. Pero sé que es una ciudad muy grande. De sol no tan fuerte y de aire, aunque contaminado, más fresco. Desgraciadamente, desconozco su ubicación— se lamentó. Frunció las cejas dubitativo. Si ella no recordaba claramente el lugar, no podrían ayudarla. Con esto, quedaba claro que Teara no era de Egipto y mucho menos, cercano. Suspiró mientras se rascaba la nuca y negaba con la cabeza la idea que se le había pasado: Adentrarla en el harén de su padre. Se negaba a hacerlo. Teara, por su parte, se sentía todavía bastante dolorida por haber estado durmiendo.

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Sentía su cuerpo como si hiciera meses que no lo moviera. Pero al menos, había conseguido ejercitarlo un poco y mantener la compostura. Pensar que él volviera a levantarla, la hacía estremecerse. Aquellas grandes manos parecían encajar perfectamente en su cuerpo y los penetrantes ojos no hacían más que intentar ver a través de sus ropas, obligándola a sonrojarse, nada acostumbrada a tales observaciones. Vergüenza y orgullo se peleaban en su interior. Siempre se había prometido a sí misma que ningún hombre la tocaría tan prontamente. No había creído en los amores que ocurrían a simple vista. Algunos funcionaban, otros no. Movió la cabeza desprendiéndose de esas alocadas ideas. Seguramente, Shenamon solo la estaba tratando de esa forma por su buena conducta principesca y por lástima hasta que se despreocupara de ella. No tener idea de lo que estaba sucediendo y haber olvidado muchas de las cosas más vitales la asustaba, pero su carácter era demasiado impredecible incluso para ella misma. Cuando no deseaba ser orgullosa, su rostro y cuerpo respondía por sí misma. Era incapaz de controlarlo. Ahora, que una persona parecía haber decidido ayudarla, sentía vergüenza de sí misma. Se sentía como un animalito encajonado que está a punto de ser salvado por unas manos que desconocía y asustaban. Shenamon tenía el porte de un futuro rey y hablaba pausadamente, demostrándole así que era una cría a su lado y la inteligencia de ambos era un inmenso precipicio incapaz de saltar por su parte. Pero, sin saber cómo ni por qué, sus instintos le indicaban que confiara en él. Había agachado la mirada hasta el suelo mientras mordisqueaba inquieta la uña de su pulgar cuando una de las grandes manos masculinas se posó sobre su cabeza paternalmente. Alzó los ojos hacía él y parpadeó, deslumbrada nuevamente por aquella sonrisa tan confiada. —No te preocupes. Hasta que recuerdes, podrás quedarte con nosotros. Estarás segura en este lugar. Sin embargo—, añadió rápidamente—, tendrás que ser aceptada por mi padre. Su palabra es y será la ley. Abrió la boca dejando escapar un sonoro gemido de asombro. Shenamon había fruncido las cejas en un tono serio alarmante y su mano se había alejado de ella, preocupándola. —El... Faraón— murmuró. —Así es— respondió él sentándose a traspiés sobre la cama e ignorando el miedo que comenzaba a correr por sus venas infatigablemente— el Faraón es quien tiene que dar el veredicto y conociendo a mi madre, no creo que sea fácil hacerlo. Primero que nada... Nuevamente, aquellos ojos la observaron de arriba abajo mientras meneaba la cabeza negativamente: no había pasado la prueba.

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—Tendremos que buscar ropa apropiada. El sastre de mi madre tendrá algún vestido que te sirva. Me encargaré de que venga a verte. Ella afirmó, no muy convencida de esa decisión. Pero seguramente, si el Faraón la veía, tendría que vestir de acuerdo a sus ropas y no con una camiseta de algodón grisácea y pantalones cortos. El simple hecho de pensar en lo sensuales que eran aquellas ropas la hizo estremecerse de vergüenza. —Ah— recordó el joven—, también tendrás a alguien que te ayude en tu arreglo. Una mujer. Me encargaré de que te la envíen. —Eso sería demasiado, — rechazó—, yo sola podría hacerlo. No muy segura de su decisión esperó que él al menos se la planteara. Shenamon, sin embargo, no había dejado ni un mero segundo antes de responder negativamente y caminar hasta la puerta. —Justo ayer me regalaron una joven para que formara parte de mi séquito personal. Te la enviaré. —¿Regalan personas? — Cuestionó alzando una ceja. Shenamon suspiró mientras colocaba sus grandes manos en las fuertes caderas y meneaba la cabeza. —En realidad yo se la encargué a mi padre—confesó—. Iba a ser juzgada por un crimen que no cometió a maldad. Pero bueno, eso no es importante ahora— zanjó—. Descansa mientras viene a verte. Nos veremos en la fiesta. Sin darle tiempo a una protesta o una aceptación el príncipe cerró la puerta ante sus ojos. Apoyó sus manos sobre la dura madera y meneó la cabeza antes de pegar su frente en el objeto ante ella. De repente, sentía que si miraba hacia atrás vería una habitación vacía que desconocía por completo. Tenía miedo de que comenzara a tragársela sin lograr escapar. Arrancó las sábanas de la cama y caminó hasta un rincón de la habitación, cubriéndose con las telas y fingiendo que aquel era el lugar más seguro en el que jamás se encontraría. Jeret esperaba impaciente la llegada de Shenamon. Era extraño que el príncipe la hiciera verle sin razones aparentes. Se había encargado de obedecerle y no defraudarle desde que años atrás había cometido la locura de coger un trozo de pan de uno de los puestos para lanzárselo al culpable de la muerte de su bondadoso padre. Shenamon, quien la había escuchado pacientemente hasta al final, comprendió su situación y se esforzó por mantenerla en palacio como su sirvienta.

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Tenía doce años cuando llegó junto a ese hombre y ahora, a los catorce, le sorprendía que fuera requerida en la misma alcoba de un familiar real. Especialmente, teniendo en cuenta que Shenamon jamás crearía rumores vanos sobre él en los que inculpara a una simple sirvienta. Desde que comenzó a trabajar lo hizo únicamente como cocinera personal de Shenamon. Éste le había dado esa dote de confianza y no le había defraudado. Por ese mismo motivo, pensar que hubiera cometido un error en algún momento, le daba miedo. Finalmente, cuando su cabeza había comenzado a imaginar las más crueles acusaciones, Shenamon se dejó ver a través de la puerta. Con una reverencia le recibió sumisamente. —Bienvenido, señor. —Ah, Jeret— habló con tono tranquilizador—. Te he llamado para darte un nuevo trabajo. AL menos, por el día de hoy. No hará falta que estés en la cocina. —¿Un nuevo trabajo, señor? — No logró evitar su preocupación. —Así es, — afirmó el joven príncipe con una sonrisa electrizante en su rostro—. Quiero que vayas a cuidar de una persona mientras viva con nosotros. Serás su personal. Parpadeó en un intento de entender la situación. Relegada de las cocinas para servir a una visitante. Dejar a Shenamon para cuidar de otra persona. No podía negarse, por mucho que le pareciera lo correcto. —Sí, señor— terminó por decir con obediencia— ¿Puedo saber de quién se trata? —Claro— aceptó el segundo príncipe—. Te acompañaré. —Gracias, señor. Inclinó su cuerpo y lo siguió a través de los diversos pasillos del grandioso palacio. Le había costado su tiempo aprendérselos y únicamente se perdió una vez mientras seguía al sastre real hasta las habitaciones que habían encargado para el ropaje de la reina. Shenamon caminaba a pasos demasiados rápidos. Siempre le había costado seguirle a una distancia prudencial y por sus despistes más de una vez se había chocado contra la espalda fuerte y dura del muchacho, sorprendiéndole y ganándose una mirada divertida. Cuando finalmente se detuvo entró tras él. El silencio que reinaba en aquel lugar era aplastante. Shenamon había tensado cada parte de su cuerpo y su respiración se agitó

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por un instante antes de suspirar aliviado y alzar la voz. —Teara- llamó— ¿Qué haces? Lo vio caminar hasta un bulto cubierto por las sábanas y estirar con cuidado de estas. Poco a poco la figura de una mujer extranjera quedó ante sus ojos. La boca rojiza temblaba con miedo mientras miraba directamente a los ojos al joven señor. Para ella, un acto demasiado atrevido y descarado. Pero Shenamon no parecía reprochar aquella conducta, pues la tomó entre sus brazos y la alzó del suelo. —Teara, te presento a Jeret. Ella se encargará personalmente de ti. Si te quedas con nosotros, me encargaré de que Jeret sea siempre tu acompañante. Las cocinas no son tan divertidas como parecen. La joven llamada Teara le observó detenidamente con ojos agua marina, frunciendo el ceño y alejándose de la cercanía de Shenamon al tiempo que negaba con la cabeza. —Entonces, déjala que sea libre— ordenó mirando al príncipe con desaprobación—. El arreglo es de la persona que se arregla. No de otras. —Teara. — El ceño de su superior se frunció —. Jeret trabaja para ganarse la vida. Trabaja como cualquier persona. Su lugar será servirte. Por ahora. Cuando mi padre elija que puedes quedarte con nosotros, podrás escoger a la que más te guste. —Te equivocas, — regañó sin consideración la visitante—. No es escoger la que más me guste. Es su libertad. Una cosa es... limpiar las casas y otras muy diferentes cuidar a personas jóvenes que pueden mantenerse por sí mismas. Son las personas mayores las que necesitan esta clase de cuidados y algunos ni eso. ¿Por qué tendría que ser yo diferente? —Porque estás entre las paredes de un palacio y es muy importante la decisión del monarca—, espetó Shenamon incrédulo de aquella desobediencia— ¿Por qué protestas tanto? Jeret sintió aquella escena demasiado divertida. Shenamon estaba perdiendo la calma que lo garantizaba como futuro rey ante una joven de mente distinta a sus culturas. En esos momentos, decidió que no le importaría servirla siempre y cuando, no cambiara ese toque rebelde que le estaba atrayendo. Sin poderlo evitar, dejó escapar un débil sonido de risa en el silencio que se había alzado. —Discúlpenme— exclamó mientras se arrodillaba ante ellos. —¡Muchacha! ¡Levántate! Sus brazos quedaron sujetos por las manos femeninas. Cálidas y firmes. La figura que momentos antes había parecido un animal asustadizo había despertado de las cenizas igual que el ave Fénix para demostrarle a su señor que tener sirvientes no era lo

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correcto. Pero si no era lo correcto, ¿Qué iba a ser de ella y del resto del servicio? —Por favor— rogó—, no discutan por mí. Yo... —¿Cuántos años tienes? — Preguntó Teara con seriedad a la vez que evitaba su ruego. —Catorce... —¡Catorce años! Shenamon... solo tiene catorce años... ¿Cómo puede trabajar? ¿Y la escuela? De nuevo, el rostro perplejo del príncipe la desarmó. Ni siquiera la reina Tais había conseguido dejarlo en ese estado de shock. Tragó preocupada. Shenamon no era una persona agresiva pero empezó a tantearse si su señor no terminaría perdiendo los estribos. Sin embargo, al verle agachar la cabeza como un infante y morderse el labio inferior la hizo sentir nauseas. Era la mayor pelea ridícula que estaba presentado en sus catorce años. Estaba tan molesta con la idea de tener a una niña que debería de estar estudiando como su cuidadora que incluso había olvidado con quien estaba hablando. Y lo más escandaloso era la cara de niño regañado que había puesto el joven ante ella. Nunca pensó que aquel cuerpo tan esbelto podría estar siendo doblegado por sus palabras. La culpa la invadió. —Dis... disculpa— se excusó—, hablé demasiado. No estoy acostumbrada a esto... lo encuentro ridículo y una atrocidad. Shenamon continuó con la cabeza gacha y los puños apretados. De ese modo no conseguía verle correctamente el rostro y no podía decir si había aceptado sus disculpas o estaba preparando la guerra mentalmente. Mas nada de eso llegó. Una fuerte carcajada que terminó por hacer que se abrazara a la joven sirvienta, al igual que esta a ella, tan sorprendida la una como la otra. —¿Qué... le sucede? — Cuestionó la tímida voz de la jovencita. —Igual se volvió loco... — objetó dudosa—, o le dio demasiado el sol. —Tú…— acusó Shenamon sin dejar de reír—, eres tú la causa de mi risa. Hinchó los mofletes desconcertada mientras se alejaba de la llamada Jeret. ¿Qué había dicho que pudiera ser tomado como gracia? Estaba hablando totalmente en serio y sus disculpas eran sinceras en su arrepentimiento. Nada que hiciera risa. Y al parecer, su rostro terminó por crear más risa en él, pues Shenamon terminó por tener que sentarse sobre la cama y rozarse el vientre con su mano para detener las risotadas. Esperó pacientemente antes de imaginarse que le daba con uno de los cojines en la

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cara hasta que dejara de reír, pero no debía de olvidar algo que ya había más que roto: Él era una inminencia real. Y por la cara de Jeret podría decir que Shenamon no se había reído de ese modo desde hacía mucho tiempo, por no decir nunca. Aunque pudiera molestarle tenía que confesar que era una risa limpia y fuerte, a la vez que masculina e infantil. Un tumulto de sensaciones que parecían querer salir de aquel imperioso cuerpo donde tanto tiempo habían estado ocultas. Jeret se acercó a él con una tinaja llena de agua fresca, mostrándosela con preocupación y Shenamon bebió de ella con intercaladas carcajadas. —Dios mío, le dio un ataque de risa. — Posó su mano sobre su frente y movió la cabeza negativamente—, es inédito. Yo hablando en serio y tú te ríes de mí. —Perdona, Teara, perdona- se excusó el joven tomándola gentilmente de la mano- creo que tienes toda la razón- ratificó- pero realmente no es a mí a quien debes de gritarle de esa manera. Claro que te aconsejo que no lo hagas con mi padre. Gritarle a un rey no es lo mismo que hacerlo con un príncipe segundo. Yo tampoco estoy de acuerdo con la decisión de tener esclavos- reconoció- pero si personas que nos ayuden o nos guíen. Con su sueldo justo y a los que se les pueda hablar sin temor alguno de recibir una puñalada por la espalda. —¿Entonces? — Cuestionó mirando a Jeret significativamente. —Tendrá que quedarse contigo— aseguró con severidad—. No tengo otro puesto y creo que es la mejor de todas las personas que hay alrededor para que cuide de ti. Confió en ella y sé que es eficiente. Jeret no trabajará gratis y tampoco trabajará si no se le da nada a cambio. En su contrato entra servirte lo más cómodamente posible. ¿Podrás aceptar su puesto de trabajo? Desconforme con la idea pero aún así no le quedó más cabida que aceptarlo. Sería discutir en vano con él. Jeret obedecería a Shenamon fuera la orden que fuera y si esta se trataba de cuidarla, no dudaría en hacerla sin problemas. Suspiró, derrotada exteriormente mientras en su interior sus principios se debatían con una ferocidad alarmante. —No tengo con qué pagarle. —Yo lo haré. —No tienes porqué— presionó por última vez. No funcionó. —Jeret, te encargarás de todo. Ya sabes que hacer. Shenamon ignoró sus protestas y mientras Jeret abandonaba los recintos en busca de sus tareas, se sintió ofendida por esa forma de comportarse. —Me intriga una cosa— irrumpió él alzando las sábanas—¿Qué hacías cubiertas por

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ellas? ¿Acaso creías que son un escudo o algo así? Aunque tengo que reconocer que no te vi nada más entrar. Humedeció sus labios y acarició sus brazos. No podía confesar tan a la ligera que la culpa le tenía el miedo a la soledad en tierras lejanas. Tenía la sensación de que nunca había tenido miedo a encontrarse sola, como si fuera algo que formaba parte de su vida. Sin embargo, cuando la habitación estaba llena de su presencia, Teara podía confirmar que había vida de nuevo en el lugar. Shenamon lo llenaba. —¿Qué debo decirle a tu padre cuando lo vea? — Preguntó—. Nunca me he encontrado ante un rey. Debo hacer una reverencia y mostrarme sumisa, ¿Verdad? —Solo sé cómo eres, aunque... soporta el genio,—recomendó él rascándose la quijada—. No creo que sea bueno que mi padre pase una fase de ridículo ante millones de ojos. —¡Tantas personas! —Sí— afirmó—. Hoy es una celebración por el cumpleaños de mi hermano mayor. Me gustaría que te viera en otro instante, pero no ha podido ser. El Faraón sigue siendo el Faraón incluso aunque sea la fiesta de su progenitor. Teara no preguntó. En las notas vocales de Shenamon logró descubrir lo diferente que se mostraba cuando hablaba de su padre y de su hermano. Al igual que la suavidad que optaba por tener con su madre. Una simple mirada en ellos y bastaba para ver que había un lazo que los unía y rompía con gran fuerza. —¿Por qué tu madre estaba enfadada cuando me vio? — Interrogó—. No hice nada malo... creo. Y ahí apareció. La sonrisa que demostraba que Shenamon estaba enamorado interiormente de su madre. Igual que cualquier infante masculino. O el mismo género femenino que abarca sentimientos por su progenitor por primera vez y busca un ser que amar parecido a este. Ante la idea, comenzó a cuestionarse si en Egipto existiría otra mujer tan hermosa como Tais para satisfacer los deseos de Shenamon. —Mi madre, según mi padre, siempre ha sido una persona que no se fiaba de las demás. Ahí donde la ves no pertenece a la realeza. Era la hija de un escriba personal del anterior Faraón. Cultivaba en el campo y corría por las calles sin más ropas que una simple túnica sucia. Iba a convertirse en sacerdotisa cuando ellos se encontraron—. Explicó con gran fascinación en sus ojos—, amor a primera vista. Eso me hace creer que realmente existe. Han pasado muchos años y no he visto una sola vez que mis padres no se miren con amor y devoción. Hizo una pausa para acercarse hasta los grandes ventanales del balcón e invitarla extendiendo la gran palma de su mano. Hipnotizada por su voz, le obedeció sin dudar, colocándose a su lado. Media tierra Egipcia quedó ante sus ojos. Sus casas. Su gente. Su vida. Egipto la enamoró en ese mismo instante.

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—Fue mi padre el único que la trató bien, — continuó con la voz suave y plácida de un cuentacuentos—. Hasta el momento en que se conocieron mi madre había sufrido la ignorancia de las personas. Le tenían miedo y pánico. Todos creían que era una asesina, pues mi abuela murió al dar a luz. Sola y fría, vivió para que su futuro llegara. Ella... ve cosas- susurró- tiene el don de la percepción del futuro. Y sabía lo que vendría. —Entonces, ¿sabía que conocería al futuro Faraón y se casaría para reinar a su lado? — Preguntó maravillada. —Error— negó Shenamon, — ella vio su futuro en un templo como sacerdotisa. O igual, vio lo que deseaba que le ocurriera- opinó- A veces, las visiones confunden y cuando no las dominas, pueden ocasionarte ciertos problemas. Por eso mismo, cuando se casó, comenzó a completar su interpretación de su don. Ayudó a mi padre en muchas cosas. Ha visto muertes. Dolor. Vio a Egipto decaer ante la mano de un nuevo Faraón. Y... Los verdosos ojos la miraron mientras negaba con la cabeza. —Hablé demasiado— reconoció—, y comencé a contar cosas que seguramente no te respondieron a tu pregunta. Negó con la cabeza, sonriéndole. Había comprendido parte de la actitud reprocharte de Tais. La gran reina tenía miedo de todo aquel extraño que los rodeara y su fortuna era su familia. Era normal que como madre deseara protegerla hasta el fin de sus días. Cierto era que aquel don le parecía cruel y a la vez muy justo. Poder cambiar lo que llegaría en años venideros era importante. —Shen, — llamó— ¿Quién será el futuro Faraón que dejará decaer a Egipto? Recuerdo que muchos libros hablan de esto de donde yo vengo, pero creo que ningún nombre concuerda con los que vi u ojeé. La palidez del rostro del joven la asustó y apretó los labios culpables de haber querido saber de más. Agachó la cabeza como disculpa y jugó con sus dedos. —Pregunté demasiado. Escuché cosas que igual no tendría que haber escuchado. Discúlpame. —Realmente eres muy extraña— observó Shenamon divertido—. Absorbes todo lo que te digo. Es más, me has escuchado hasta el final sin pensar en lanzarte sobre mí para tener mi cuerpo o mis poderes como segundo príncipe. ¿Es que no piensas en ello? Unos golpes en la puerta evitaron que su respuesta tuviera luz. Jeret apareció con utensilios que desconocía, al a vez que junto a un hombre viejo y de voz ruda. Por lo que logró escuchar, era el sastre real. Tras informarle de su deber, Shenamon se marchó alegando que sus deberes le llamaban. Una simple mirada fue su despedida y su voz

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quedó atragantada en su garganta, esperando responder aquella pregunta en algún momento dado.