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La reja

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cuento escrito en 2008

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La rejapor Adriana Caruso

Lunes

7 a.m.Tus hijos duermen. Abrís la canilla. Ponés una esponja debajo del chorro para que el ruido del agua no los despierte. Te lavás la cara. Luego vas a la cocina y cerrás muy lentamente la puerta ejerciendo la fuerza exacta para que el picaporte no haga crick.

Te preparás un café esquivando el camino de hormigas que va desde un agujerito entre los cerámicos hasta el vaso con gaseosa que te olvidaste de lavar anoche. Decidís exterminar las hormigas más tarde. Ahora tenés algo mejor que hacer. Estás ansiosa por empezar. Te lo propusiste hace tiempo: vas a pintar los veinte metros de reja del frente de tu casa.

Por primera vez desde que tus hijos están de vacaciones recuperás el entusiasmo que creías perdido.

8:35 a.m.Ya le diste la primera mano a las puertas. Te agrada ver cómo el blanco cubre el viejo gris. Tu trabajo comienza a notarse. Suspirás mientras sentís que sos la protagonista de una película en la que todo sale bien.

Te vas del lado de afuera de tu casa con un banquito y lo apoyás en el pasto para poder llegar a las puntas de la reja. Te subís. Una de las patas se hunde, perdés el equilibrio y te agarrás de la reja recién pintada. Te mirás la mano manchada. No importa. Te limpiás con aguarrás y volvés a pintar esa parte. Ningún problema.

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Pensás que los obreros de la obra de enfrente te están mirando. Admiran tu trabajo. Vos no los mirás ni una sola vez. Te acomodás el pelo y seguís.

Mientras estás volcando pintura en una bandeja auxiliar tu hijo abre la puerta de repente y te asustás. Revoleás el rodillo y manchás los cerámicos. Estás a punto de retarlo pero cuando lo mirás con el pijama de Barney, despeinado y descalzo lo querés abrazar. Le extendés los brazos. Él va hacia vos. En ese momento te das cuenta de que él no vio la bandeja con pintura y le decís que espe… Tarde. El niño pisó la bandeja y tu grito lo asusta. Dejó varios piecitos blancos sobre el piso rojo. Sentís tu rostro caliente.

Mientras revolvés la chocolatada les explicás a tus hijos que deben ser cuidadosos. ¿Se acuerdan lo que les explicó mamá de la reja que va a pintar ella solita? Tu hijo te mira de forma extraña. Hay algo raro en tu voz.

Les untás las tostadas con olor a aguarrás.

Se te está terminando la pintura.

10: 40 a.m.Volvés a la reja. Te habías olvidado el pincel y el rodillo apoyados en el diario. Hubo mucho viento. El pincel y el rodillo se secaron.

Martes

7 a.m.Hoy no hay hormigas porque anoche tomaste precauciones.

Te preparás un café. La tapa de la azucarera se te resbala de las manos y se cae al piso rebotando dos, tres, cuatro veces. Te quedás como un maniquí. Tus hijos de ninguna manera deben despertarse.

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Esperás unos segundos. No se escucha ningún ruido. Relajás los hombros. Respirás profundo. Girás la cabeza hacia un costado y luego hacia el otro como te enseñaron en el gimnasio hace mucho, mucho tiempo.

Ya tenés listos cuatro nuevos litros de pintura. Los compraste ayer en la ferretería de tu barrio para poder empezar hoy temprano.

Con la taza de café todavía en la mano, respirás el aire fresco del amanecer y escuchás los pájaros antes de ponerte a pintar. Podrías convertirlo en un ritual. Un momento para vos sola. Escuchar pájaros. Al amanecer. Un ritual. Quizás lo hagas.

Los obreros de la obra de enfrente entran y salen con carretillas. Sentís que te estén mirando. Admiran tu trabajo. Te acomodás el pelo. Vos no los mirás. Pintás con ahínco.

8:40 a.m.Tu hijo se despierta fastidioso porque se hizo pis en la cama y tiene el pijama mojado. Cuando te acordás que el colchón no tiene plástico abrís los ojos como dos huevos.

9:50 a.m.Ya lavaste el colchón, las sábanas y el cubrecama. Ya les hiciste la leche con tostadas. Ya les diste la orden de que ahora se queden mirando los dibujitos un rato largo hasta que mamá termine de pintar.

Tu voz suena rara. Te miran callados. Les prendés el televisor. El programa que les pusiste está bien. Estás sorprendida. No se pelean. Lo aceptaron sin protestar. Por momentos te parece que están algo así como asustados.

10:17 a.m.–Mamá, estamos aburridos.

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–¿Por qué no juegan a algo? El rodillo sube y baja.–¿A qué podemos jugar? –Tengo una idea. Traigan el triciclo y el autito y jueguen a que son la mamá y el papá y que van a trabajar. El rodillo sube y baja frenético. –Dale–, dice tu hija, –vamos a hacer las compras y vamos al trabajo, cada uno en su auto. Y después llegamos a casa y nos peleamos y vos te ponés a mirar la tele y yo me pongo a escribir, ¿dale?

El rodillo se detiene y la temperatura de tu cuerpo desciende veinte grados.

El rodillo empieza a subir y a bajar de nuevo, esta vez cada vuelta parece una caricia.

11:45 a.m.El sol del mediodía llegó a la reja. Estás cansada. Te acordás del agua de la pileta. Hoy sí o sí la tenés que limpiar porque está a punto de pudrirse.

Cerrás la lata de pintura. Conectás el barrefondo. Había agua estancada en el sistema interno y aunque corrés hacia el motor para apagarlo, en sólo veinte segundos el agua se tiñe de verde.

Miércoles

7 a.m.Te preparás un café pero te quedás mirando la taza. No tenés fuerza para levantarla. Mirás en dirección a la reja como si desde la cocina pudieras verla y volvés a mirar la taza. Apoyás la cabeza sobre la mesa como si fuera una almohada y observás los stickers pegados en la heladera.

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Te sentás en el suelo. Con la uña del dedo índice sacás uno por uno todos los stickers, muchos stickers, decenas de stickers. Cuando querés acordar, la heladera está blanca, muy blanca. Pero algo se traba en tu cuello cuando te das cuenta de que lo que acabás de despegar era de tus hijos. Cuando se despierten no les va a gustar.

8:26 a.m.Tus hijos llegan a la cocina y te ven sentada en el piso junto a la heladera. Te miran callados, uno al lado del otro como dos enanitos de jardín. Cuando ven la heladera sin sus stickers comienzan a gritar.

Vos los mirás con la expresión de una vaca rumiante sin siquiera escucharlos. Te parás y los llevás al dormitorio para vestirlos. Las bocas están desencajadas, los ojos apretados, los rostros rojos. Los ves pero no los escuchás porque en realidad estás pensando en otra cosa.

Finalmente los gritos llegan a destino y sacudís la cabeza como si te espantaras una mosca.

9:33 a.m.Decidís que hoy no vas a pintar.

3:40 p.m.Te tirás en la hamaca paraguaya y controlás que tus hijos no se ahoguen en la pileta. Observás a la gata que está agazapada, arrastrándose contra el pasto a punto de cazar un pájaro. Sabés que lo va a hacer. Recordás el susto que te dio cuando se apareció por la ventana con una rata mullida entre los dientes. No quisieras que despelleje el pájaro delante de tus hij… Tarde. El pájaro aletea tratando de zafarse de las garras. Tus hijos vieron todo extasiados agarrándose del borde de la pileta mientras vos te quedás paralizada en la hamaca que hace rato dejó de mecerse.

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Jueves

7 a.m.Hoy te despertás eufórica con ganas de pintar. Con la taza en la mano hacés un plan de trabajo. Quizás, si no llueve, en dos días logres terminar de pintar la reja.

Sentís que hoy sí tenés ganas de saludar a los obreros. Seguramente observaron tu trabajo. Hoy les vas a dar la oportunidad de saludar a la autora. Mirás hacia la obra de enfrente. Ninguno de ellos te mira. Están concentrados en su trabajo, el torso desnudo, musculoso, con pañuelos en la cabeza absorbiendo la transpiración.

9:35 a.m.Tus hijos duermen hasta tarde. Qué bien. Hoy va a ser un buen día. Vas a poder cumplir con tu plan. Suena el teléfono.

11:40 a.m.Estás en el hospital esperando que le den un punto en la ceja a tu marido que chocó con el auto. Los chicos juegan con el dispenser del agua. Vos te mirás las manos manchadas de blanco. Te mirás los nudillos. Extrañás tanto a tu papá que quisieras llorar. Le preguntás cualquier cosa a la enfermera con tal de hablar con alguien.

Tu hijo te dice por segunda vez que tiene hambre. Su voz se mezcla con la del altoparlante que reclama al Dr. X en el segundo piso. Los llevás al buffet. Les pedís una gaseosa y un sandwich a cada uno. Uno de ellos automáticamente se vuelca la gaseosa. Pedís un trapo en el mostrador. La vendedora te lo da con desgano. Le limpiás la ropa a tu hijo y con el mismo trapo lleno de gaseosa intentás en vano quitarte las manchas blancas de las manos. Le devolvés el trapo mojando con más desgano que el de ella.

Tus hijos comen. Vos mirás el televisor colgado en la pared. Una mujer joven está cocinando. Le sonríe a la cámara. Se pasa la lengua

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por los labios. Seduce al espectador con la mirada y la sonrisa mientras rompe los huevos y los coloca en un bowl. Vos hacés ruiditos con los dedos sobre el mantel de plástico. Tus hijos te miran y mastican más rápido.

Viernes

7 a.m.La pintura se retrasó. No importa. Sentís que pasar el rodillo es lo mejor que te puede pasar. Tus hijos te van a interrumpir todo el día. Tampoco importa. Te gusta tenerlos en casa con vos. Por lo menos no estás en un hospital.

Sábado

8:12 a.m.Hoy tu marido no trabaja y te podrá ayudar con los niños.

No te lavás la cara. Ni siquiera te hacés un café. Te vas en puntas de pie hacia el frente de la casa. Escuchás que tu hija te llama. Te hacés la distraída. Sin hacer ruido salís.

9:10 a.m.Tu hija se asoma por la ventana y te informa que papá dice que le duele la cabeza, que se va a quedar en la cama. A vos te titila un ojo.

11:25 a.m.Ya vas por la segunda mano de toda la reja. Vas muy bien. Hoy la podrás terminar. Tu marido te llama: ¿qué vamos a almorzar?

7:35 p.m.Estás a punto de terminar.

–Mirá qué lindo atardecer, mamá –, dice tu hija pasando por detrás tuyo en bicicleta. Te das vuelta y contemplás los colores pasteles del

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cielo. Aprovechás ese momento especial y con un movimiento ceremonioso, un gesto simbólico, una alegoría, dejás el pincel en la lata: ¡Terminaste de pintar la reja!

Vas hacia el medio de la calle mientras tu hija te esquiva con la bicicleta y las dos se ríen haciendo la pantomima de que te va a pisar. Llegó el momento. Al darte vuelta podrás admirar tu trabajo terminado.

Llegás al medio de la calle. Te das vuelta. Observás la reja. Tu corazón se detiene. Sentís que estás a punto de ser atropellada por un tranvía, como le pasó a Gaudí mientras observaba La Sagrada Familia. Desde allí, con la luz del atardecer, con la luz aplacada y sincera del crepúsculo te das cuenta de que la reja quedó de distintos tonos de blanco: blanco rosado, blanco agrisado, blanco blanco.

Estás dentro de una película. La cámara gira alrededor tuyo cada vez más rápido. Tu cara en primer plano envejece tres, cuatro, cinco décadas y se transforma en una calavera.

Pensás: Debe ser por el efecto del atardecer. Mañana por la mañana todo se va a ver bien, bien blanco.

Te vas a dormir temprano para que llegue rápido la mañana.

11:45 p.m.Tu esposo te ofrece el control remoto. Poné lo que quieras, te dice tocándote la mano, en el más cálido gesto de intimidad de los últimos tiempos. No, gracias, le decís buscando la página en tu libro.

Domingo

2 a.m.Das vueltas en la cama sin poder dormir. Tu esposo te dice cariñosamente que te quedes quieta.

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Con la mirada dibujás un cuadrado en el cielorraso. Tus globos oculares marcan las cuatro rectas una y otra vez. Cuando por fin admitís que mañana no va a ocurrir ningún milagro, que la reja se verá en distintos tonos de blanco y eso será todo lo que verás, recién ahí podés empezar a pensar con claridad.

Te preguntás cuál habrá sido el error. Repasás el proceso mentalmente:

lijaste las partes oxidadas no diluiste la pintura en ningún momento la lata decía esmalte sintético convertidor blanco brillante

para exterior y te acordás de haberlo leído dos veces revolviste la pintura…

… revolviste la pintura… te llevó mucho tiempo revolver la pintura… mucho tiempo hasta que emergió lo decantado del fondo, hasta que desapareció el espiral aceitoso de la superficie…

Cerrás los ojos y recordás la escena en la ferretería de tu barrio. La revivís paso a paso:

…Entrás a la ferretería. Le decís buenas tardes al vendedor que sabés que es el dueño. Le pedís una lata de cuatro litros de esmalte sintético blanco brillante con convertidor para óxido. Lo observás alejándose con paso cansino hacia la negrura del pasillo que conduce al fondo del local. El viejo está detrás de ese mostrador desde que el padre lo puso a ayudar en el negocio cuando era un niño. Vos esperás apoyada en el mostrador observando todo a tu alrededor. Hay un lindo juego de brocas que te gustaría tener. El viejo tarda bastante. También te vendría bien ese cepillo de alambre. Te llama la atención que tarde tanto. Cuando por fin lo ves acercándose por el pasillo –una silueta pequeña, encorvada que emerge de las penumbras de un depósito que lleva décadas sin ver

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la luz del día– quisieras no haber ido. Apoya la lata pesadamente sobre el mostrador. La observás. Los bordes están oxidados. Estás a punto de decirle que te la cambie. Pero en ese momento él te distrae haciéndote un comentario acerca la operación de cadera de la mujer y te olvidás por completo del óxido de la lata. Fue tan sólo un momento de distracción. Sin embargo, la imagen de la lata oxidada se instaló en algún lugar de tu cerebro. Sentís una vaga molestia, como cuando no te sale una palabra. Pero no te das cuenta, comprás la lata y salís de la ferretería. Te sentís contenta y hasta desafiante de no haber tenido que perder media hora yendo a una pinturería de las modernas que hay sobre el camino…

3:30 a.m.Te despiertan los cuatro perros del vecino que corren libremente en el parque de su casa, pasando por al lado de tu ventana. Los ladridos se acercan y se alejan… se acercan y se alejan… como si alguien moviera la perilla del volumen.

Tu esposo ronca.

Por fin te quedás dormida. Soñás con líneas verticales que te arrinconan hacia un acantilado. Querés correr hacia el otro lado pero estás pesada. No te queda otra que tirarte al vacío. Caés en cámara lenta de espaldas al suelo, aleteando con los brazos para prolongar la caída. En la cima del acantilado se asoma el dueño de la ferretería. Su silueta encorvada es tan grande que oscurece todo el cielo. Hace un extraño gesto mientras vos seguís cayendo. Mete la mano en una montaña de arena caliente y saca de ella un palo. Hace el ademán de estar revolviendo algo mientras te grita:

La media hora la perdiste igual...

Se ríe con una carcajada histérica y vos te despertás transpirada.

8:45 a.m.

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Tus hijos te llaman desde la habitación. Quieren que les lleves el desayuno en las bandejas pintadas por ellos. Vos te sentás en el borde de la cama pero no te podés mover. Tu esposo prende el televisor y sintoniza la carrera de Fórmula 1. Te pide que ya que estás le hagas un café. Mirás el algodón sucio de maquillaje en el piso y ya que estás lo levantás.

9:00 a.m.Les preparás la leche a tus hijos. En cada bandeja ubicás sus vasos con bombilla y cuatro rodajas de tostadas con manteca y azúcar de mayor a menor formando un cometa.

–Mamá, yo no las quería con azúcar.

Pero las voces quedaron atrás. Vos ya cruzaste la puerta y pusiste literalmente la mente en blanco. Descalza, te vas al medio de la calle mirando el piso. Estás lista. Te das vuelta y mirás la reja.

Te sentás en uno de los tablones de la obra de enfrente (no hay obreros porque es domingo) y te ponés a llorar. Llorás desconsoladamente. Llorás como hace mucho que no llorabas, con sollozos, las mejillas empapadas. Quisieras que aparezca algún obrero, que se incline y apoye su fuerte mano en tu espalda. Aparece tu gata. La llamás, mishi, mishi, pero pasa por delante tuyo y ni siquiera te mira. Volvés a romper en llanto.

Tus hijos salen de la casa. Te buscan pero no te ven aunque vos sí los ves a ellos. Vuelven a entrar. Se escuchan gritos. No se distinguen las palabras pero vos sabés que se están peleando por la tele. Los gritos de tu marido serían el estribillo de esta canción heavy, grunge o punk, no sabrías decirlo.

Escuchás a tu gata saltando entre los tablones de la obra y te la imaginás cazando una rata. No querés verla con la rata en la boca. No querés ver sangre. Te secás los ojos y volvés a tu casa.

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9:40 a.m.Tus hijos llegaron a un acuerdo acerca de los dibujitos y están mirando la tele tranquilos. Pasás frente a ellos pero ellos no te miran. Te detenés frente a la ventana. Desde donde estás podrías trazar dos rectas equidistantes, una hasta la tele con los dibujitos y la otra hasta la tele de la Fómula 1. Van por la última vuelta.

Primero uno y después muchos pájaros se posan en el cable de luz formando una hilera de siluetas idénticas. Uno sale volando y otro lo sigue. Decidís que cuando el último pájaro salga volando lo harás.

El último pájaro sale volando. Vas hacia el teléfono.

Tus pisadas crujen en el piso de madera. Tus hijos te miran. Buscás en una guía local el número de la ferrertería de tu barrio. Abren los domingos. Estás segura. Marcás el número sin saber qué vas a decir. Atiende un hombre:

–Buenos días, quisiera hablar con el dueño. –Él habla.–Buenos días –repetís sin darte cuenta –¿Usted sabe que me

vendió una lata de pintura vieja? –decís con exagerada amabilidad.Se hace un silencio. –¿Quién habla?–La lata estaba oxidada y el blanco no era blanco.Más silencio.–¿Usted tiene idea del trabajo que da pintar una reja? –sentís tu

sangre caliente subiendo por el cuello, por la cara, hasta llegar al cuero cabelludo.

–¿Sabe que el blanco es un color muy delicado? El hombre no dice nada pero vos sabés que sigue allí. –El color blanco es traicionero. ¿Sabe qué me pasó un día?Esperás una respuesta. No la hay. Continuás:–Un día hice una torta de cumpleaños y la cubrí con fondán

blanco. ¿Alguna vez intentó estirar el fondán? Es duro. Y además se

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mancha. Si una sola grana de color toca el blanco, chau fondán blanco. Pero yo tuve mucho, mucho cuidado. Y después de mucho amasar quedó perfecto, liso, bien, bien cubierto.

Silencio.–La decoré con florcitas de glacé de colores. Las agrupé como

si estuvieran en canteros. Quedó hermosa. Delicada. La guardé en la heladera y esperé el momento de llevarla a la mesa. ¿Y sabe lo que pasó cuando abrí la heladera para llevarla a la mesa?

Silencio.–Mi hijito de dos años había abierto la heladera, había sacado

una vela gorda y había apuñalado la torta varias veces. El fondán quedó lleno de cráteres –tu voz ha cambiado notablemente. –La torta no sirvió más, claro.

El hombre dice:–Señora…Pero vos lo interrumpís. –¿Usted tiene idea de lo que significa el papel en blanco?

¿Querer llenarlo con algo interesante y no saber qué decir? Entre sollozos continuás:–¿Sabe lo que significa querer agradar?Te detenés de repente. Tus hijos y tu marido están parados al

lado de la puerta. Te miran. –Señora, si usted quiere traiga la lata y se la cambio. –¿Sabe lo que significa trabajar una semana y que me haya

quedado todo como su cara de culo?El hombre corta.Tu marido te saca despacio el tubo de la mano y lo cuelga.

Pero vos, mientras te alejás, seguís gritándole al teléfono que quedó apoyado en la mesita.

Tu marido te lleva abrazada a la cocina, te ayuda a sentarte en una silla y te dice que te va a preparar un té. Tus hijos te miran llevándose la mano a la boca, parados junto al televisor, en cuya pantalla aparece la palabra “Fin”.

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Julio 2008