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La Saltadora de Tristamar

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Libro infantil

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“La Saltadora de Tristamar” y todos sus personajes registrados a nombre de Armando León bajo la licencia Creative Commons.

Armando León

De la esperanza cayó pérdida Hahá, desde que la tragedia que se ensañó le había dejado en lugar de pierna una pata de palo, y es que el común de la gente no repara en la importancia de tener los dos pies pegados al piso, mucho menos los Saltadores de Tristamar, hasta que ocurre una desgracia que involucra un trapecio roto y los dientes de un cocodrilo.

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Creyó Hahá que después de eso, de lo que todos en el circo se lamentaban pero nadie quería hablar, no volvería a saltar más, imposible hacerlo con la pata de palo que el Mago Antón le hizo de una varita mágica. Pero luego de acomodar su nueva pierna y apoyarla en el piso, Hahá dio un salto de altura titánica perforando la carpa del circo, elevándose tan o más rápido que el hombre Bala de Cañón. Ni los aeroplanos de los Voladores Vitek hubieran ido tan alto.

Tras atravesar capas de nubes, Hahá fue reclamada por la gravedad para comenzar ahora el desplome, suerte que su madre le había confeccionado un vestido de amplias faldas que usó como paracaídas.

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Corrió con suerte Hahá al caer sobre una superficie blanda, un sitio de singular belleza, fuera una nube o un planeta desconocido, en el que todo era de papel, tanto criaturas como plantas. Más allá de las laderas de dobleces, se elevaba un castillo por cuya ventana de recorte se asomó un joven de cuerpo de origami.

–¿Hahá, acaso no es la famosa y más pequeña de los Saltadores te Tristamar? Por una visita tuya tanto he esperado.

Pero Hahá tanta pena sentía por su falta de pierna que tras un arbusto se ocultó. El joven acudió con ella y al verla llorar, temiendo de las lagrimas, una mariposa le ofreció como pañuelo.

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–Enemiga es el agua del papel –afirmó amable el chico–. ¡Si por tu pie estás de luto, uno nuevo haré de cartón!

Pero Hahá con el ceño arrugado:

–¡Aléjate de mí, burlón, que de reveses he tenido suficiente. Primero coja y ahora perdida!

–Bueno, antes que nada, las presentaciones –dijo él–, mi nombre es Timo y éste es mi castillo. No es necesario qué me digas tu nombre, Hahá, porque de tu nombre has hecho fama desde que saltabas en el circo de Tristamar, hasta que diste el fallido brinco… dicen que sobre la boca del cocodrilo. Te atrapó la bestia en vilo al romperse del trapecio la cuerda.

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Lo que le pasó a Hahá, de lo que nadie quería hablar pero por lo que todos se lamentaban, ocurrió cuando ella aún ostentaba la fama de ser la más pequeña de los Saltadores de Tristamar, “los hermanos nacidos para saltar, su único imposible es fallar, salvajes jinetes del viento, demasiado rápidos para la muerte, muy lentos para acobardarse” era la presentación previa al acto que mantenía a los presentes con las uñas encajadas en los asientos, mientras Hahá saltaba con precisión ensayada desde las piernas de su hermana a los brazos de su hermano.

Pero aunque los Saltadores se habían convertido en las estrellas, el circo de Tristamar ostentaba de tener a los acróbatas y artistas mejores, como la siempre temeraria familia de los Voladores Vitek, o Barekov el Milimétrico, el

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único hombre en el mundo capaz de acertar a una mosca con un alfiler, o el fabuloso Mago Antón, portador del grimorio de las artes ocultas. Pero el circo de Trsitamar no sólo derrochaba elogios en presumir a sus artistas, sino también a sus animales, como el gigante pacífico, el elefante, o la noble sombra, el corcel, o la trampa que aguarda en el pantano, el cocodrilo. Fue éste último el causante de lo que nadie quería hablar pero por lo que todos se lamentaban.

–Se tragó del pie hasta la rodilla de una sola mordida –lloró Hahá–. Tenía hambre el desdichado por que sólo de comer le daban mermelada y pan tostado.

Y dándose la vuelta, Hahá se echó a llorar. Sabiendo Timo

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que las lágrimas no sólo terminarían por deshacerlo a él si no a todo su reino, el hombrecillo de papel hizo acopio de fantasías para componerle la sonrisa:

–Mira, ni las estrellas se salvan de caer… pero no es que caigan sino que, igual que tú, brincan hacia abajo…

Pero el plan de Timo para hacerla reír resultó mal, conmovida por haber sido grosera con su nuevo amigo, el llanto de Hahá fue tan copioso que las gotas perforaron el suelo de pliegues de cartón, haciendo que las paredes del cielo de celofán colapsaran. Al desbaratarse el piso, Hahá, Timo y las demás criaturas de papel se desplomaron hacia el abismo que tenía como fondo la carpa del circo de Tristamar.

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El chico, utilizando sus habilidades metamórficas concedidas por su condición de muñeco de papel, se desdobló para convertirse en un avión. No obstante, Hahá como tripulante de un endeble avioncillo era muy pesada, a pesar de que Timo aleteaba para contrarrestar las leyes de gravedad. Quizás la única forma de salvarse hubiera sido caer sobre la carpa o quizás sobre la paca de paja que hacía la cama del león, pensó Hahá, de cualquier manera era mejor terminar con una pierna rota que sin ambas.

Poniendo en práctica sus habilidades circenses, Hahá dio volteretas en el cielo para dirigirse hacia el blanco del aterrizaje improvisado, hasta que algo la atrapó en el cielo como hace un halcón con su presa. No fuera a ser el

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cocodrilo que, queriendo terminar lo empezado, en el aire la hubiese interceptado.

Sin embargo, al abrir los ojos, Hahá no se halló en la panza del reptil sino con la cabeza metida en el asiento trasero de la avioneta del hermano Vitek, quedando con una pierna y pata de palo agitándose en el lugar donde debería haber llevado el cinto de seguridad. Hahá se incorporó para agradecer al oportuno salvador, cosa que no era de extrañarse porque nada, ni pájaro ni hombre surcaba el cielo sobre el circo sin que los voladores lo supieran en sus vuelos de práctica.

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Hahá miró alrededor para encontrar a su nuevo amigo que, convertido en avión de papel no debería haber andado lejos. Tarde lo halló cuando la hélice de la avioneta pulverizó algo que ni el experimentado hermano Vitek había advertido en el firmamento. Los pedazos de Timo salieron volando por todas partes, mientras Hahá intentaba recuperarlos haciendo un saco con su falda, gritándole que había reducido a su amigo a confeti.

–¡Vaya qué niña más loca! –exclamó Vitek– Luego de haberle salvado la vida se ocupa de un pedazo de basura.

–¡Llévame con Antón, él podrá recuperarlo! –gritó Hahá.

–¿Antón, eh? Ese necio te ha llenado la cabeza de boberías.

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Una vez aterrizado, Hahá saltó del avión para correr hacia el mago que parecía esperarlos sentado a la sombra del cuerpo del elefante. La niña le mostró lo único que quedaba de su amigo Timo, unos jirones irreconocibles de lo que fue.

–¿Con que Timo, eh? –se burló Vitek– Por lo menos el nombre le ha quedado adecuado a tus trampas, Antón.

Pero el mago no respondió a las mofas del volador, sólo sonrió mientras reunía los pedazos de papel que agitó en sus manos para luego darle un soplido que los hizo desaparecer. Antón mostró sus palmas para corroborar que no había nada en ellas.

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Hahá se quedó estupefacta, era el truco más barato que le había visto hacer al mago, y es que uno espera más del hechicero más grande del mundo.

–¿Es todo? –Preguntó la niña– Quizás, después de todo, si eres un timador.

Antón, que era de pocas palabras, solamente señaló con su mirada al firmamento por el cual ella acababa de caer. Hahá siguió la vista del hombre, entrecerrando los ojos para no cegarse con el brillo del sol, y sobre su nariz cayó ligero como una pluma un muñeco de papel. Aún estaba húmedo por el llanto, pero no le quedaba marca de herida ninguna.

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La sonrisa volvió de nuevo al rostro de Hahá que, corriendo como si no tuviera una pata de palo, se fue a contarlo a sus hermanos.

–Ten cuidado con Timo –recomendó el mago–, y ponlo a secar antes de jugar con él.

–¡Así lo haré, Antón!

Luego dirigiéndose al aviador, el mago dijo:

–Pensé que eras descuidado y atrevido, Vitek, pero nunca hubiera dicho de ti que fueras desmemoriado –y luego se alejó, repasando sus palabras mágicas.

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Vitek, con una sonrisa que pretendía esconder tras su cara de hombre rudo, manchado de aceite de motor y lleno de cicatrices de accidentes aéreos del pasado, sacó de su bolsillo un pedazo de papel doblado que bien podría decirse que se trataba del gemelo, sólo que un poco más arrugado y viejo, de Timo, el nuevo amigo de Hahá.

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La primera edición de “La Saltadora de Tristamar” se terminó de imprimir en diciembre del 2012, en Linotipográfica “Dávalos

Hnos”. Paseo del Moral 112, Col. Járdines del Moral.León, Guanajuato, México.

Se utilizaron tipos Berlin Sans FB, puntos 12/14.Papel couché, 120 gr. en interiores y forros.

El tiro consta de 500 ejemplares.La edición estuvo al cuidado de Armando León.

Formación de interiores: Armando León.