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6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 203 P ara mí viajar a Rumania signi- fica viajar a aquellos tiempos en los que nunca se podía saber qué acontecía por casualidad en mi vida y qué era escenificación. Por eso, siempre que iba exigía, en cada opor- tunidad pública que se me brindaba, poder revisar mi expediente, lo que invariablemente me era negado ar- guyendo en cada ocasión una razón distinta. Sin embargo, una y otra vez encontraba indicios de ser vigilada; es decir, de seguir siendo vigilada. A principios del año pasado es- tuve en Bucarest invitada por el New Europe College (NEC). El primer día de mi estancia estaba sentada con una periodista y un fotógrafo en el vestíbulo del hotel cuando un corpu- lento guardia intentó arrebatar la cámara al periodista mientras le pre- guntaba si tenía autorización. “No se permite tomar aquí fotografías, tam- poco a personas” dijo encolerizado. A la tarde siguiente había quedado con un amigo para comer. Tal y co- mo lo habíamos acordado por teléfo- no, a las seis de la tarde llegó mi ami- go al hotel para recogerme. Nada más doblar la calle del hotel, se dio cuen- ta de que un hombre lo seguía. Lue- go en la recepción, cuando pidió que me llamaran, la recepcionista le dijo que primero tenía que rellenar un formulario de visitantes. Aquello le alertó pues nunca antes le habían pe- dido algo así, ni siquiera en tiempos del régimen de Ceauşescu. Mi amigo y yo nos dirijimos ha- cia el restaurante. Varias veces me aconsejó que cambiáramos de acera. No pensé en nada extraño. Fue al día siguiente cuando mi amigo le contó a Andrei Pleşu, el director del NEC, lo del formulario de visitantes y que un hombre lo había seguido hasta el hotel para después vigilarnos hasta el restaurante. Andrei Pleşu se mostró indignado y envió a su secretaria al hotel para que cancelara todas las re- servas. El administrador del hotel mintió al explicarle que era el primer día de trabajo de la recepcionista y que por eso se había equivocado. Pe- ro la secretaria conocía a la mujer y sabía que estaba empleada desde ha- cía tiempo en la recepción del hotel. El administrador dijo entonces que su “patrón”, el dueño del hotel, era un hombre que antes había trabajado para la “Securitate” y que desgracia- damente era tarde para que modifi- case su actitud. Acto seguido mostró una sonrisa diciendo que aunque el NEC bien podía cancelar sus reser- vas, sin embargo sucedería lo mismo en cualquier otro hotel de esa cate- goría. La diferencia era que no nos enteraríamos. Me cambié de hotel. No advertí si seguían vigilándome. O bien el servicio secreto se había retirado, o trabajaba con mayor profesionalidad; es decir, se había hecho invisible. Para que hubieran llegado a saber que a las seis de la tarde se requería un vigilante secreto, habrían tenido que intervenir mis llamadas telefó- nicas en la habitación. Está claro que el servicio secreto de Ceauşescu, la Securitate, no ha sido desintegrado realmente; simple- mente se le ha cambiado el nombre: Servicio Rumano de Informaciones (SRI). Según sus propias fuentes, el 40% del personal de la antigua Secu- ritate se ha acomodado en el SRI, aunque el porcentaje real es probable- mente más alto. El resto, es decir, el 60%, ha pasado a la jubilación (reci- biendo una pensión tres veces mayor que cualquier otra persona jubilada), o bien se ha integrado en el grupo de los nuevos promotores de la econo- mía de mercado libre. Con excepción de los cargos diplomáticos, hoy en día un ex-soplón puede trabajar en cual- quier cosa. ‘Quien exigiera la revisión de su expediente, se convertía en una molestia, incluso para los amigos’. Exigir la apertura de las actas del servicio secreto les resultaba tan banal a los inte- lectuales rumanos como el hecho de que las carreras de algunos de sus colegas hu- bieran sido pisoteadas o los recientes pactos establecidos entre los cabecillas del partido y los agentes del servicio secreto. Alguien como yo, que año tras otro exi- gía públicamente poder revisar su expe- diente, se acababa convirtiendo en una molestia para sus amigos. Por esta misma razón las actas, en lugar de haber sido trasladadas a la oficina gubernamental de expedientes, denominada CNSAS (todo un trabalenguas) y fundada forzadamen- te a instancias de la Unión Europea en 1999, permanecieron por varios años en el antiguo y a la vez nuevo servicio se- creto. Desde aquí se controlaba cual- quier revisión de las actas. La oficina gubernamental de expedientes tenía que dirigirse al servicio secreto (SRI) cada vez que hubiera una petición; en oca- siones éstas eran atendidas pero la ma- yoría eran rechazadas arguyendo, inclu- so, que se estaba trabajando todavía en el expediente solicitado. LA ‘SECURITATE’ AÚN EN ACTIVIDAD HERTA MÜLLER

La Securitate aún en actividad

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Ensayo de Herta Muller

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6CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA ■ Nº 203

P ara mí viajar a Rumania signi-fica viajar a aquellos tiempos en los que nunca se podía saber

qué acontecía por casualidad en mi vida y qué era escenificación. Por eso, siempre que iba exigía, en cada opor-tunidad pública que se me brindaba, poder revisar mi expediente, lo que invariablemente me era negado ar-guyendo en cada ocasión una razón distinta. Sin embargo, una y otra vez encontraba indicios de ser vigilada; es decir, de seguir siendo vigilada.

A principios del año pasado es-tuve en Bucarest invitada por el New Europe College (NEC). El primer día de mi estancia estaba sentada con una periodista y un fotógrafo en el vestíbulo del hotel cuando un corpu-lento guardia intentó arrebatar la cámara al periodista mientras le pre-guntaba si tenía autorización. “No se permite tomar aquí fotografías, tam-poco a personas” dijo encolerizado. A la tarde siguiente había quedado con un amigo para comer. Tal y co-mo lo habíamos acordado por teléfo-no, a las seis de la tarde llegó mi ami-go al hotel para recogerme. Nada más doblar la calle del hotel, se dio cuen-ta de que un hombre lo seguía. Lue-go en la recepción, cuando pidió que me llamaran, la recepcionista le dijo que primero tenía que rellenar un formulario de visitantes. Aquello le alertó pues nunca antes le habían pe-dido algo así, ni siquiera en tiempos del régimen de Ceauşescu.

Mi amigo y yo nos dirijimos ha-cia el restaurante. Varias veces me aconsejó que cambiáramos de acera. No pensé en nada extraño. Fue al día siguiente cuando mi amigo le contó

a Andrei Pleşu, el director del NEC, lo del formulario de visitantes y que un hombre lo había seguido hasta el hotel para después vigilarnos hasta el restaurante. Andrei Pleşu se mostró indignado y envió a su secretaria al hotel para que cancelara todas las re-servas. El administrador del hotel mintió al explicarle que era el primer día de trabajo de la recepcionista y que por eso se había equivocado. Pe-ro la secretaria conocía a la mujer y sabía que estaba empleada desde ha-cía tiempo en la recepción del hotel. El administrador dijo entonces que su “patrón”, el dueño del hotel, era un hombre que antes había trabajado para la “Securitate” y que desgracia-damente era tarde para que modifi-case su actitud. Acto seguido mostró una sonrisa diciendo que aunque el NEC bien podía cancelar sus reser-vas, sin embargo sucedería lo mismo en cualquier otro hotel de esa cate-goría. La diferencia era que no nos enteraríamos.

Me cambié de hotel. No advertí si seguían vigilándome. O bien el servicio secreto se había retirado, o trabajaba con mayor profesionalidad; es decir, se había hecho invisible. Para que hubieran llegado a saber que a las seis de la tarde se requería un vigilante secreto, habrían tenido que intervenir mis llamadas telefó-nicas en la habitación.

Está claro que el servicio secreto de Ceauşescu, la Securitate, no ha sido desintegrado realmente; simple-mente se le ha cambiado el nombre: Servicio Rumano de Informaciones (SRI). Según sus propias fuentes, el 40% del personal de la antigua Secu-

ritate se ha acomodado en el SRI, aunque el porcentaje real es probable-mente más alto. El resto, es decir, el 60%, ha pasado a la jubilación (reci-biendo una pensión tres veces mayor que cualquier otra persona jubilada), o bien se ha integrado en el grupo de los nuevos promotores de la econo-mía de mercado libre. Con excepción de los cargos diplomáticos, hoy en día un ex-soplón puede trabajar en cual-quier cosa.

‘Quien exigiera la revisión de su expediente, se convertía en una molestia, incluso para los amigos’.Exigir la apertura de las actas del servicio secreto les resultaba tan banal a los inte-lectuales rumanos como el hecho de que las carreras de algunos de sus colegas hu-bieran sido pisoteadas o los recientes pactos establecidos entre los cabecillas del partido y los agentes del servicio secreto. Alguien como yo, que año tras otro exi-gía públicamente poder revisar su expe-diente, se acababa convirtiendo en una molestia para sus amigos. Por esta misma razón las actas, en lugar de haber sido trasladadas a la oficina gubernamental de expedientes, denominada CNSAS (todo un trabalenguas) y fundada forzadamen-te a instancias de la Unión Europea en 1999, permanecieron por varios años en el antiguo y a la vez nuevo servicio se-creto. Desde aquí se controlaba cual-quier revisión de las actas. La oficina gubernamental de expedientes tenía que dirigirse al servicio secreto (SRI) cada vez que hubiera una petición; en oca-siones éstas eran atendidas pero la ma-yoría eran rechazadas arguyendo, inclu-so, que se estaba trabajando todavía en el expediente solicitado.

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En 2004 fui a Bucarest con el fin de insistir en la ya varias veces solici-tada petición de revisar mi expedien-te. Me pareció asombroso encontrar a la entrada del edificio gubernamen-tal a tres mujeres jóvenes, de pie, ves-tidas con medias brillantes de neón, minifaldas y un marcado escote, como si acabaras de llegar a un Erotic Cen-ter. Entre las jóvenes, un soldado con una ametralladora sobre el hombro, en posición de firmes, recordaba la entrada a un cuartel militar. A pesar de que yo tenía una cita con el jefe de la oficina gubernamental, éste se negó a recibirme.

A principios de este año1, un gru-po de investigadores dio con las actas de los autores rumano-alemanes que habían pertenecido al “Grupo de Ac-ción Banato”2. La Securitate solía te-ner un departamento específico para

cada una de las minorías. Para los ale-manes llevaba el nombre de “Nacio-nalistas y fascistas alemanes” ; la sec-ción húngara se llamaba “Irredentistas húngaros” ; la de los judíos, “Nacio-nalistas judíos”. Únicamente los escri-tores rumanos tenían la honra de ser vigilados por el departamento de “Ar-te y cultura”.

Por casualidad encontraron mi expediente bajo el nombre de “Cris-tina”. Tres volúmenes, 914 páginas. Supuestamente el expediente fue abierto el 8 de marzo de 1983, aun-que hay recogidos documentos de años anteriores. La razón para abrir el expediente: mi libro Niederungen3 que presenta una “distorsión tenden-ciosa de las realidades del país, espe-cíficamente en el medio rural”. Los análisis de texto realizados por el ser-vicio secreto pretenden cimentar esta tesis. Además, en el expediente cons-ta mi pertenencia a un “círculo de poetas de lengua alemana” que “es conocido por sus acciones hostiles”.

El expediente es un embuste del Servicio Rumano de Informaciones (SRI), oficina que continúa realizan-do los trabajos de la antigua Securi-tate. A lo largo de diez años tuvieron tiempo suficiente para “trabajar” en él. No puede decirse que haya sido solamente retocado; más bien ha sido despojado por completo de su conte-nido fundamental.

En el expediente faltan los tres años durante los que trabajé como traductora en la fábrica de tractores Tehnometal. Yo traducía las descrip-ciones de las máquinas importadas de la RDA, Austria y Suiza. Por espacio de dos años compartí una oficina con cuatro contadores. Ellos calculaban los sueldos de los trabajadores, yo consultaba mis voluminosos diccio-narios técnicos. No entendía nada de presas hidráulicas o no hidráulicas,

1 Se trata del año 2009. [N. de T.]2 El llamado ”Aktionsgruppe Banat” fue fundado

en Rumania en 1972, en tiempos de la dictadura de Ceauşescu. Se trataba de un grupo de autores literarios rumano-alemanes que buscaba articularse críticamente en contra del régimen dictatorial. La disolución del grupo tiene lugar a raíz de varias detenciones policíacas (1976). Hoy en día el Grupo de Acción Banato es considerada una de las más importantes agrupaciones de disidentes de los años setenta. [N. d.T.]

3 La primera edición de esta obra fue censura-da y data de 1982 (ed. Kriterion de Bucarest). Una nueva edición modificada por la autora aparece en 1984 (ed. Rotbuch de Berlín). Existe una excelente traducción de esta obra: En tierras bajas, trad. de J. José del Solar, Punto de lectura [1. ed.: Siruela, 1990], Madrid, 2009. [N. de T.]

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de palancas o de roscas. Y, si en el diccionario aparecían tres, cuatro o hasta siete definiciones, me dirigía a la planta de la fábrica y les pregunta-ba a los trabajadores. Sin tener cono-cimientos del alemán, ellos podían decirme la palabra correcta en ruma-no, pues conocían las máquinas. En el tercer año se estableció una “Ofi-cina de administración y control”. El director me transfirió allí, junto con dos traductoras que fueron contrata-das, una para el inglés y la otra para el francés. Una de ellas era la mujer de un profesor universitario del que ya en mis tiempos de estudiante se decía que era un securista. La otra era la nuera del segundo hombre más importante en la oficina del servicio secreto de la ciudad. Solamente ellas tenían la llave del archivador. Cada vez que venían especialistas del ex-tranjero, yo tenía que abandonar la oficina. Parece ser que pretendían iniciarme en ciertas funciones propias de esa sección, pues un hombre del servicio secreto llamado Stana inten-tó captarme dos veces. La segunda vez que rehusé a servirles, me dijeron de despedida: “te vas arrepentir, te vamos a ahogar en el río”.

Una mañana llegué a mi trabajo y encontré mis diccionarios en el suelo, en la puerta de la oficina. Me dijeron que mi lugar pertenecía aho-ra a un ingeniero y que ya no me estaba permitido entrar. No podía irme a casa pues me hubieran despe-dido de inmediato. Así que me que-dé sin mesa y sin silla. Durante dos días enteros, con decidida terquedad, estuve sentada las ocho horas en las escaleras, entre la planta baja y el primer piso, con mis diccionarios y sin dejar de traducir para que nadie pudiera decir que no trabajaba. El personal de la oficina pasaba a mi lado sin abrir la boca. Mi amiga Jen-ny, una ingeniera, sabía lo lejos que había llegado este asunto. Todos los días, en el camino de vuelta a casa, le contaba los nuevos acontecimien-tos. Solía venir en la pausa del me-diodía y sentarse conmigo en la es-calera. Comíamos juntas, al igual que lo habíamos hecho cuando yo aún

tenía una oficina. Como siempre, desde los altavoces del patio podían escucharse los coros de los trabajado-res entonando canciones sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y se lamentaba por mi suerte; yo no, yo tenía que aguantar.

Después de tres días me instalé en la oficina de Jenny, que me había hecho un lugar en la esquina de su escritorio. Así estuve también el cuar-to día. Era una oficina amplia, de espacios abiertos. A la quinta mañana me esperaba Jenny en la puerta de su oficina. “Ya no tengo permitido de-jarte entrar. Imagínate, mis colegas dicen que eres una soplona.” –“¿Có-mo es posible?”, pregunté. –“Bien sabes dónde vivimos”, me dijo. Tomé mis diccionarios y volví a sentarme en la escalera. Esta vez lloré por mi mala suerte. Cuando fui a la planta a preguntar sobre una palabra que no entendía, los trabajadores comenza-ron a chiflar a mis espaldas, llamán-dome “¡securista!”. Era un auténtico infierno. ¿Cuántos espías habrá habi-do en la oficina de Jenny y en la plan-ta? Los ataques respondían a las ins-trucciones de los de arriba; las calum-nias estaban destinadas a obligarme a renunciar. Al comienzo de este tiem-po tan agitado falleció mi padre. Em-pecé a perder el dominio sobre mí misma y sentí la imperiosa necesidad de adquirir una certeza sobre mi exis-tencia. Comencé a escribir lo que hasta aquel entonces había sido mi vida; así surgieron las breves historias de Niederungen.

Que ahora me tuvieran por so-plona, precisamente porque me había negado a convertirme en espía era peor que me hubieran amenazado de muerte al negarme a engacharme cuando ellos me lo pidieron. Lo peor era ser calumniada por aquellos a quienes en realidad había querido proteger al negarme a espiarlos. Sólo Jenny y unos cuantos colegas más estaban enterados del juego al que me sometían. Los demás, los que me co-nocían sólo de vista, no lo sabían. ¿Cómo podría explicarles lo que es-taba sucediendo? ¿cómo podría de-mostrar lo contrario de lo que pensa-

ban? Parecía humanamente imposible y la Securitate lo sabía. Precisamente por eso me lo hacía. También sabía que esta perfidia me devastaba más psíquicamente que el propio chanta-je. Uno puede acostumbrarse incluso a la amenaza de muerte. Se convierte en parte de la vida. Uno es capaz de resistir el miedo hasta en lo más pro-fundo del alma. Pero mediante la permanente calumnia nos es robada también el alma. Quedamos apresa-dos por el terror.

No sé ya cuánto tiempo duró es-ta situación. Me parecía interminable, pero quizás fueron unas cuantas se-manas. Finalmente me despidieron. En uno de los protocolos de espiona-je de mi expediente aparecen escritas dos palabras a mano, a manera de nota al margen: cuando años más tar-de contaba en casa que por dos veces habían intentado captarme en la fá-brica, el teniente coronel Padurariu anotó al margen: “es verdad”.

Lo que siguió fueron los interro-gatorios. Se me reprochaba que no me dedicara a buscar un trabajo, que vivía de prostituirme, del mercado negro, como un “elemento parasita-rio”. Mencionaron nombres que yo en mi vida había escuchado. Sólo porque era amiga de una bibliotecaria del Instituto Goethe y de una intér-prete de la embajada alemana, me acusaron de realizar actividades de espionaje para el BND4. Horas ente-ras de reproches inventados. Pero no solamente eso: lejos de recibir una citación, me pescaron simplemente en la calle.

Iba de camino a la peluquería cuando un policía me condujo hacia el sótano de una casa de estudiantes al que se entraba por una estrecha puerta de hojalata. Tres hombres ves-tidos de civil estaban sentados alre-dedor de una mesa. Uno pequeño y huesudo era el jefe. Me pidió mi identificación, diciéndome: “Vaya,

4 El Bundesnachrichtdienst (BND) es el ser-vicio informativo de Alemania. Le compete la adquisición de información relevante en el ex-tranjero para los intereses de seguridad de la nación. [N. de T.]

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puta, volvemos a encontrarnos”. En mi vida lo había visto. Me dijo que yo había tenido relaciones sexuales con ocho estudiantes árabes y que había hecho que me pagaran con me-dias y artículos de cosmética. Yo nun-ca había conocido a ningún estudian-te árabe. Pero cuando así se lo dije al que me interrogaba, me contestó: “Si queremos, podemos encontrar a vein-te árabes que sirvan de testigos. Ya verás, va a ser un proceso genial”.

De manera incesante el jefe arro-jaba mi carnet de identidad al suelo y yo tenía que agacharme una y otra vez para recogerlo; así, treinta o cua-renta veces. Cuando empecé a hacer-lo más lentamente, me pateó en la espalda. Tras la puerta, podían oírse los gritos de una mujer. Tortura o violación; espero que sea solamente una voz grabada, pensé. Entonces me obligaron a comerme ocho huevos duros y varias cebollas verdes con sal. A duras penas podía tragar aquel montón de comida. Acto seguido el hombre huesudo abrió la puerta de hojalata, arrojó mi carnet de identi-dad y me dio un puntapié en el tra-sero. Caí junto a un matorral con el rostro contra el césped. Vomité sin levantar la cabeza. Sin apresurarme, tomé mi carnet y volví a casa. Que te pescaran en la calle daba más miedo que recibir una citación. Nadie podía saber el lugar al que te llevaban. Po-días desaparecer, nunca más volver o, como solían explicar en sus amenazas: tu cuerpo podía ser extraído del río, simplemente ahogado; lo que sería visto como un suicidio.

‘En las actas no se menciona nin-gún interrogatorio, ninguna cita-ción, ningún secuestro callejero’. Con fecha del 30 de noviembre de 1986, dice mi expediente: “Todo via-je que Cristina emprenda hacia Bu-carest o hacia otros lugares del país ha de ser oportunamente notificado a la Dirección I/A (Oposición en el interior del país) y a la Dirección III/A (Defensa contra el espionaje)”, de tal forma que “pueda ser garanti-zado un control permanente”. Es decir, nunca debería andar por el in-

terior del país sin ser espiada, con el fin de “ejecutar las medidas necesa-rias de control de sus relaciones con diplomáticos y ciudadanos de Ale-mania occidental”.

La vigilancia tenía lugar de diver-sas maneras, dependiendo de la in-tención que se tuviera. A veces era imposible darme cuenta; a veces algo me llamaba la atención, podía tornar-se brutal, hasta convertirse en abierta agresión. Cuando mi libro Niederun-gen estaba por salir en la editorial Rotbuch del Berlín occidental, la lec-tora de la editorial y yo nos citamos en Poiana Braşov, en los Cárpatos, para así no llamar la atención. Nos dirigimos por separado hacia las montañas en calidad de turistas de invierno. Mi esposo, Richard Wagner, se había ido con anterioridad a Buca-rest llevándose el manuscrito. Que-damos en que yo le alcanzaría viajan-do en el tren nocturno, sin manuscri-to alguno. En la terminal de la esta-ción de Poiana Braşov me esperaban dos hombres dispuestos a llevarme consigo. Les dije: “sin orden de apre-hensión no voy con ustedes”. Confis-caron mi billete de tren y el carnet de identidad. Antes de marcharse, me dijeron que no debía moverme de ese lugar hasta que ellos volvieran.

Pero el tren llegó y no habían vuelto a aparecer. Me dirigí al andén. Era aquella una época en la que se ahorraban grandes cantidades de energía; el coche-cama se encontraba al final del andén, en la oscuridad. Como no se permitía ascender al tren hasta poco antes de que partiera, la puerta estaba aún cerrada. Allí esta-ban de nuevo los dos hombres que iban y venían por el oscuro andén. Comenzaron a darme empujones y por tres veces me arrojaron al suelo. Sucia y un tanto confusa, volvía cada vez a levantarme, como si nada. Cuando finalmente se abrió la puerta del coche-cama logré colarme por entre la hilera de gente.

Los dos hombres se subieron también al tren. Me dirigí a mi com-partimento y me desvestí solamente a medias; me puse por encima el pi-jama, para llamar la atención si es

que alguien me arrastraba a la fuerza. Una vez que el tren se puso en mar-cha, me dirigí a los servicios y escon-dí tras los lavabos una carta para Am-nistía Internacional. Los dos hombres se quedaron parados en el pasillo, hablando con el cobrador del coche-cama. Me había tocado la cama de abajo en la litera del compartimento. Quizás porque allí les sería más fácil agarrarme, pensé. Cuando el cobra-dor llegó a mi compartimento me entregó mi carnet de identidad y mi billete. Le pregunté de dónde los ha-bía sacado y de qué habían hablado esos dos hombres con él. “¿Qué hom-bres?”, me dijo, “aquí hay cantidad de hombres”.

No cerré los ojos ni por un mo-mento en toda la noche. Pensaba que había sido imprudente subirme al tren; podían arrojarme durante la travesía nocturna en cualquier lugar, en medio de aquellos campos desier-tos y cubiertos de nieve. Cuando la oscuridad comenzó a desvanecerse, dejé de sentir miedo. Pensaba que si hubieran querido escenificar un sui-cidio, hubieran aprovechado la os-curidad. Antes de que despertaran los primeros pasajeros, fui a los ser-vicios a recoger la carta que había escondido. Después me vestí, me senté al borde de la cama y esperé hasta que el tren llegara a Bucarest. Bajé del tren como si nada. De este día tampoco se menciona nada en mi expediente.

Esta vigilancia secreta acarrearía consecuencias también para otros. Un amigo mío llamó la atención del servicio secreto al asisitir a la presen-tación del libro Niederungen en el Instituto Goethe de Bucarest. Acto seguido averiguaron sus datos perso-nales, se abrió un expediente bajo su nombre y fue vigilado desde enton-ces. En su expediente se menciona todo eso; en el mío no hay ni una palabra al respecto.

Cuando no estábamos en casa, el servicio secreto entraba y salía a su voluntad. A menudo dejaban a pro-pósito huellas de haber estado allí: colillas de cigarrillo deliberadamente colocadas, los cuadros puestos sobre

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la cama, las sillas cambiadas de lugar. Esta absoluta perfidia se prolongó por varias semanas. Teníamos una piel de zorro sobre el suelo que fue-ron cortando poco a poco: la cola, las patas y finalmente la cabeza; luego colocaron las partes a los costados del zorro. A primera vista no se advertía que habían sido cortadas. Un día que estaba limpiando me di cuenta que la cola cortada estaba a un lado. Pensé que se trataba de una casualidad. Cuando semanas más tarde encontré cortada la pata trasera, empecé a ho-rrorizarme. Después de que hubieran cercenado también la cabeza, lo pri-mero que hacía al llegar a casa era controlar la piel de zorro. Podía su-ceder cualquier cosa, nuestro piso había perdido su privacidad. Comía-mos con la inquietud de que la comi-da pudiera estar envenenada. En el expediente no se menciona ni una palabra sobre este terror psíquico.

En el verano de 1986 nos visitó en Temesvár la escritora Anna Jonas. Ella y otros escritores habían protes-tado el 4 de noviembre de 1985, en una carta dirigida a la Unión de Es-critores Rumanos –que se encuentra también en mi expediente- en contra de que se me prohibiera acudir a la feria del libro, al día de celebración de la iglesia evangélica y a la editorial que me publicaba. La visita de Anna Jonas está documentada en mi expe-diente con exactitud, encontrándose allí también un télex del 18 de agos-to de 1986, dirigido a las autoridades de la frontera, en el que se ordena inspeccionar ”a fondo” el equipaje de Anna Jonas a su salida del país y no-tificar los resultados.

A diferencia de ello, falta en el expediente lo acontecido al periodista Rolf Michaelis, del semanario Die Zeit. Con motivo de que mi libro Niederungen había salido a la luz, Mi-chaelis quería hacerme una entrevista. Me anunciaba su llegada en un tele-grama en el que manifestaba su espe-ranza de encontrarme en casa. Sin embargo, el telegrama fue intercepta-do por el servicio secreto. Sin tener idea de ello, Richard Wagner y yo ha-bíamos partido al campo por un par

de días para visitar a sus padres. Du-rante dos días consecutivos Michaelis llamó en vano a la puerta de nuestro piso. Al tercer día, tres hombres lo aguardaban en el cuarto de las basu-ras. Lo golpearon brutalmente. Le rompieron los dedos de ambos pies. Vivíamos en un quinto piso, el ascen-sor no funcionaba porque no había electricidad. Michaelis tuvo que arras-trarse a ciegas por los cuatro pisos de la oscura escalera hasta la calle.

Si bien en mi expediente pueden encontrarse toda una serie de cartas interceptadas provenientes de Occi-dente, no aparece por ninguna parte el telegrama de Michaelis. Según ellos, la visita de Michaelis nunca tu-vo lugar. Esta omisión evidencia que el servicio secreto eliminaba asimismo las acciones de su personal oficial con la intención de que nadie pudiera responsabilizarle, si es que se llegaban a revisar las actas en el futuro. De tal manera, se puso también especial cui-dado en que la Securitate después de Ceauşescu pasara a ser un monstruo abstracto, sin autores criminales.

Con la intención de protegernos, Rolf Michaelis, escribió sobre el ata-que sufrido sólo hasta que supo que habíamos salido definitivamente del país. Ahora sé, en base al expediente, que fue un error. El silencio tampoco hubiera servido; sólo su publicación en Occidente podía servir de protec-ción. De mi expediente se desprende también que estaba preparado un aparente proceso penal contra mí por razones de “espionaje para el BND”. Gracias a la resonancia de mis libros y a los premios de literatura concedi-dos por Alemania, este plan no fue puesto en marcha y no fui detenida.

Rolf Michaelis no había podido llamarnos antes de su visita porque no teníamos teléfono. En Rumania había que esperar años para recibir una extensión telefónica. Sin embar-go, a nosotros se nos había ofrecido una sin que la hubiéramos solicitado. La rechazamos, pues sabíamos que el teléfono era una fácil fuente auditiva camuflada en nuestro pequeño piso. Los amigos que tenían teléfono lo metían inmediatamente en la nevera

y ponían un disco cuando les visitá-bamos. Sin embargo, habernos nega-do a la instalación del teléfono no sirvió de nada, pues la mitad del ma-terial del expediente que ahora pue-do leer consiste en protocolos de audiciones secretas realizadas en nuestro piso.

En las actas de Richard Wagner se encuentra una ficha del 20 de fe-brero de 1985, en la que se había ido anotando los periodos de tiempo en los que ninguno de los dos estábamos en casa. Además puede leerse: “Si-multáneamente se llevó a cabo la ins-talación de instrumentos especiales en el piso, a través de los cuales ob-tenemos informaciones de interés operativo“. También se encuentra en su expediente el plan de instalar un micro espía. En el piso de abajo fue perforado el techo y en el nuestro, el suelo. Los micro espías fueron colo-cados en ambas habitaciones, detrás de los armarios.

Los protocolos de audición secre-ta están muchas veces llenos de signos que marcan omisiones, pues la música del tocadiscos interfería la audición. La razón de que dejáramos puesta la mú-sica era porque pensábamos que el servicio secreto trabajaba con micrófo-nos direccionales, pero nunca imagi-namos que fuéramos espiados por audición secreta día y noche. Claro que en los interrogatorios siempre ha-bía momentos en los que nos veíamos confrontados con informaciones que el interrogador no tenía manera de sa-ber. Sin embargo, en vista de la terrible pobreza y atraso de Rumania, creíamos que la Securitate no podía costearse técnicas modernas de audición para espionaje. Viéndolo con detenimiento, es cierto que éramos enemigos del Es-tado, pero pensábamos que no valía la pena tomarse tanto trabajo por no-sotros. Fuera cuales fueran nuestras conjeturas, cuyo fundamento era el miedo, en realidad fuimos bastante ingenuos: sobre la magnitud de la vi-gilancia secreta nos habíamos equivo-cado completamente.

La Securitate había examinado la profesión, el lugar de trabajo y la fia-bilidad política de todos los habitan-

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tes de nuestro bloque de viviendas, un edificio de diez pisos; había apli-cado formularios de información personal, probablemente con el fin de reclutar espías en nuestro vecinda-rio. Los que hasta ese momento no habían caído en la mira del servicio secreto, recibían el sello de “Necu-noscut” (desconocido).

Los protocolos en los que se en-cuentran registradas las audiciones secretas son informes con anotaciones diarias. Las conversaciones espiadas fueron resumidas; las partes relevan-tes con carácter de “enemistad al es-tado” aparecen citadas literalmente. Cuando se trata de protocolar visitas de personas desconocidas, aparecen signos de interrogación al margen y además la instrucción de averiguar de quién se trata. También estos proto-colos de audiciones secretas están incompletos.

‘Hasta la más íntima amiga es parte del sistema de amor y traición’.Uno de nuestros más íntimos amigos era Roland Kirsch. Vivía a la vuelta de la casa y nos visitaba casi todos los días. Era ingeniero en un matadero, tomaba fotografías de la desolada cotidianeidad y escribía miniaturas narrativas. En 1996 salió a la luz en Alemania Der Traum der Mondkatze [El sueño del gato de la luna], un libro que en reali-dad procede de su legado: en mayo de 1989 lo encontraron ahorcado en su piso. Hasta el día de hoy aseguran los vecinos que la noche de su muerte es-cucharon un griterío proveniente de su piso. Yo tampoco creo que se haya sui-cidado. En Rumania llevaba días ente-ros tramitar el montón de formalidades que precedían a un entierro. Si se tra-taba de un suicidio, era evidente que tenía que llevarse a cabo una autopsia. Sin embargo, en este caso, los papeles de las tramitaciones fueron devueltos a los padres en un sólo día. Roland Kirsch fue sepultado rápidamente y sin autopsia. En mi expediente, entre el grueso legajo que contiene los protoco-los de audición secreta, no se menciona ni una sóla visita de Roland Kirsch. El nombre ha sido anulado; presuntamen-te esta persona nunca existió.

El expediente, al menos, da res-puesta a una pregunta que me ator-mentaba. Un año después de haber salido de Rumania, vino Jenny a vi-sitarnos a Berlín. Desde los tiempos de las infamias sufridas en la fábrica, se había convertido en mi amiga más íntima. Nos veíamos casi todos los días, también después de que me hu-bieran despedido de la fábrica. Está-bamos en nuestra cocina de Berlín y observé que en su pasaporte había visas adicionales para Francia y Gre-cia, por lo que le dije de manera es-pontánea: “un pasaporte así no lo tiene cualquiera, ¿qué has hecho tú para obtenerlo?” Su respuesta fue: “El servicio secreto me ha enviado; además, quería verte una vez más, como fuera”.

Jenny tenía cáncer (hace ya tiem-po que murió). En ese momento me contó que había recibido el encargo de investigar nuestro piso y nuestras costumbres cotidianas: cuándo nos levantábamos y acostábamos, dónde y qué comprábamos. Me prometió entonces que a su regreso sólo entre-garía la información que hubiéramos acordado entre ambas. Había llegado a nuestra casa y pensaba quedarse por un mes. Mi desconfianza crecía cada día que pasaba. Apenas transcurridos algunos días después de aquella con-versación, escudriñé su maleta y en-contré el número telefónico del con-sulado rumano y una copia de las llaves de nuestro piso. Desde enton-ces, tuve la sospecha de que Jenny había sido contratada desde el co-mienzo de nuestra relación; la amis-tad había surgido por encargo. Como puedo comprobar en mi expediente, a su regreso entregó con el nombre de “Sursa (fuente) Sanda” un plano detallado del piso y un informe de nuestras costumbres.

En uno de los protocolos que re-gistran las audiciones secretas, del 21 de diciembre de 1984, aparece escri-ta una nota al margen, al lado del nombre de Jenny: “Tenemos que identificar a Jeni, es evidente que existe gran confianza entre ellas”. Es-ta amistad que tanto significaba para

mí fue destruida a causa de su visita a Berlín: una mujer gravemente en-ferma de cáncer había sido captada. La copia de la llave del piso delataba que Jenny realizaba su misión a nues-tras espaldas. Me vi obligada a exigir-le que saliera de inmediato de nuestro piso. Tuve que ahuyentar a mi más íntima amiga de mi lado para prote-germe a mí y a Richard Wagner de su cometido. No había otro modo de deshacer el ovillo devanado a base de amor y traición.

Mil veces me dio vueltas su visi-ta en la cabeza, mil veces me lamen-té por la pérdida de esta amistad; cuando más tarde me enteré de que Jenny estaba incluso liada con un oficial de la Securitate, me costó dar crédito. Ahora siento incluso alegría al averiguar, tal como queda esclare-cido en mi expediente, que la cerca-nía entre nosotras se había dado por sí misma y que no había sido urdida por el servicio secreto; queda claro que Jenny comenzó a espiarme una vez que habíamos salido del país. Nos conformamos con buscar en la totalidad envenenada una parte que no esté contaminada, aunque sea di-minuta. Que mi expediente sea una prueba de nuestros sentimientos ge-nuinos de amistad, es algo que casi me hace felíz.

DifamaciónUna vez que había salido a la luz Nie-derungen en Alemania y que empeza-ba a recibir las primeras invitaciones, se me prohibió salir del país. Sin em-bargo, cuando comenzaron a llegar las invitaciones para que recibiera premios de literatura, la Securitate modificó su estrategia. Hasta aquel momento había estado desempleada y en el verano de 1984 me ofrecieron un puesto de maestra. Ya el primer día de clases recibí, por parte del di-rector de la escuela, el permiso que en aquel tiempo era necesario para viajar al extranjero. De hecho, en oc-tubre de 1984 me permitieron viajar. También dos veces más pude ir a re-cibir los premios literarios que se me otorgaban. Sin embargo, las intencio-nes de tales viajes eran, como puede

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LA ‘SECURITATE’ AÚN EN ACTIVIDAD

deducirse de mi expediente, insidio-sas: a partir de entonces en lugar de ser tomada por disidente, tal como hasta ese momento me veían los otros maestros de la escuela, sería concep-tuada de oportunista, lo que en Oc-cidente levantaría las sospechas de ser una espía. El servicio secreto se dedi-có con vehemencia a la persecución de ambos fines, pero sobre todo al de convertirme en “agente”. Un grupo de espías fue enviado a Alemania con el encargo de llevar a cabo actividades de difamación. En el expediente, el plan de medidas del 1° de julio de 1985 constata satisfactoriamente: “Como consecuencia de varios viajes al extranjero, se propagó a través de algunos actores del teatro estatal ale-mán Temesvár, la idea de que Cristi-na es agente de la Securitate rumana. El director de teatro de Alemania oc-cidental, Alexander Montleart, que pertenece por temporadas al teatro alemán de Temesvár, ha expresado ya esta sospecha frente a Martina Olczyk del Instituto Goethe, y frente a algu-nos funcionarios de la embajada ale-mana en Bucarest”.

En 1987, una vez que había salido del país, las medidas con fines de “comprometimiento y aislamiento” fueron intensificadas. En una ficha de marzo de 1989 se escribe: “En la ac-ción de comprometerla, trabajaremos en conjunto con el Departamento D (Desinformación), publicando algunos artículos en el extranjero o enviando memorandos –de tal forma que pare-cieran proceder de los emigrantes ale-manes5– a círculos y a autoridades que son de influencia relevante en Alema-nia.” Uno de los espías predetermina-dos para esta tarea era “Sorin”, “pues acusa tendencias literarias y periodís-ticas que resultan necesarias para las actividades a realizar”.

El 3 de julio de 1989, el Depar-tamento I/A enviaba un informe a la Oficina Central de la Securitate, en Bucarest. El escritor rumano Damian

Ureche había escrito una carta, con-forme a sus instrucciones, en la que nos difamaba a Richard Wagner a mí y en calidad de espías. Se le solicita-ba a la Oficina Central que autoriza-ra esta carta. Una bailarina de un elenco folclórico que viajaba a Ale-mania sería la encargada de que la carta llegara hasta Radio Free Europe y a la ARD6.

El “socio” más importante en Alemania para toda clase de difama-ción era la Unión de Compatriotas Suabos-Banatos7. Ya en 1985 consta-taba con satisfacción la Securitate: “Los dirigentes de la Unión de Com-patriotas Suabos-Banatos han critica-do negativamente este libro (Niede-rungen)”. Inconcebible. Desde que Niederungen había salido a la luz, la Unión de Compatriotas se encargaba de levantar una campaña de difama-ción moral contra mí en su periódico Banater Post. “Lenguaje fecal, prosa de orina, calumniadora de su tierra, puta del partido”; estos eran los jui-cios más usuales de su propia “crítica literaria”. Afirmaban que yo era una espía y que había escrito Niederungen por encargo de la misma Securitate.

Desde los tiempos en los que ha-bía tenido que sentarme en la escale-ra de cemento de la fábrica, la Unión de Compatriotas estaba ya en íntimo acuerdo con el personal de la emba-jada de la dictadura de Ceauşescu. Por el contrario, yo jamás me hubie-ra atrevido a poner un sólo pie en esa embajada, pues no estaba segura de volver a salir de allí. Habida cuenta

de esta relación con el personal diplo-mático de Ceauşescu, no sorprende que la Unión de Compatriotas jamás haya mencionado ni una sola palabra crítica contra el régimen, en todos los años que existió la dictadura. En con-junción con el régimen, esta Unión se dedicó a apoyar la venta de los rumano-alemanes: La retribución, a veces de hasta 12 mil marcos alema-nes, que la República Federal Alema-na tenía que pagar para toda persona que emigrara, no parecía importunar-les a los de la Unión, como tampoco les molestaba que esta comercializa-ción de seres humanos significara una considerable fuente de divisas que servirían de apoyo a la dictadura. En esa misma conformidad con el régi-men, compartían tanto el odio hacia mí como las estrategias que se iban urdiendo para difamarme. Fui elegida para convertirme en la enemiga nú-mero uno, pasé a ser objeto perma-nente de los ataques y, como tal, me convertí en parte integrante de la identidad de la Unión de Compatrio-tas. Quien me calumniara, demostra-ría su amor a la tierra de origen. De tal suerte, la difamación a la que me sometían era un elemento más que permitía a la Unión de Compatriotas consolidar y ampliar su tradicionalis-mo retrógrado.

La expresión de “soplona” sólo la utilizaban cuando se trataba de ca-lumniarme. En mi expediente puede leerse: “A causa de sus escritos que para los suabos-banatos son bastante cuestionables”, las personas de este círculo fuera de Rumania logran “ais-larla y ponerla en evidencia”. Dice además: “Nuestra organización cola-boró también en esta acción, a través de las posibilidades que se nos brin-dan en el extranjero”. En mi expe-diente se menciona: “Todo material comprometedor ha de ser enviado también a Horst Fassel, a la dirección de su instituto, pidiéndole el favor de que lo divulgue”. Se refiere aquí al Instituto de los Suabos del Danubio en Tubinga, cuyo director en ese en-tonces era Fassel. Antes de serlo, Fas-sel había sido también redactor del Banater Post.

5 Es decir, de los emigrantes rumano-alemanes que salían de Rumania hacia Alemania. Véase también la nota 7. [N. de T.]

6 La ARD, mejor conocida como das Erste“ , es el principal transmisor de televisión alemana estatal, además de agrupar como consorcio a diez radiodifusoras estatales; fue fundada en 1950. [N. de T.]

7 Banat (rum. ; esp. : Banato) es una región histórica del sudeste de Europa dividida en tres países: Rumania, Serbia y Hungría, cuya génesis histórica y política se remonta al XVIII; en esa época, y en virtud de la extensión de la monarquía de los Habsburgo hacia el sudeste europeo, se toman medidas geopolíticas para repoblar aquella desierta región con campesinos alemanes, prin-cipalmente suabos. Desde entonces, la región es habitada por los llamados “suabos del Danubio”. A partir de los años ’80, y a causa de la represión del régimen rumano, comienzan las grandes olas reemigratorias hacia Alemania. [N. de T.]

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HERTA MÜLLER

En sus informes, los espías del servicio secreto le otorgan a la Unión de Compatriotas un significado en-gañoso, que en realidad nunca había tenido. A pesar de la distancia física, es evidente que había existido la mis-ma relación de dependencia que ha-bía, por ejemplo, entre los IM de la Stasi8 y los oficiales dirigentes; la misma presión para acatar órdenes; el mismo miedo a ser abandonado y, en ese desamparo, llegar a ser descubier-to en Occidente.

Uno de los agentes secretos más laborioso era “Sorin”, que ya en 1983 presentaba informes sobre el grupo de autores de Temesvár9. Un conocido que ha tenido oportunidad de revisar las actas de su padre (ya fallecido), de-duce del número de registro codifica-do que aparece siempre al lado del alias del espía, que para 1982 “Sorin” había realizado 38 informes. También en mi expediente, en el que aparecen más de 30 alias de espía, aparece “Sorin” como una de las personas principales. En un plan destinado a tomar medidas, fechado el 30 de no-viembre de 1986, se menciona explí-citamente que a “Sorin” se le ha dado el encargo de presentar informes sobre mis proyectos inmediatos y sobre las relaciones que conservo en Rumania y en el extranjero. En compañía de Walther Konschitzky, nos visitó en alguna ocasión el jefe de la sección cultural del diario de Bucarest, Neuer Weg. En el protocolo de espionaje de ese día, el teniente coronel Padurariu, quien solía antes interrogarme, apun-ta al margen y como identificación de esta visita: “Sorin”.

En tiempos de la dictadura, el tal “Sorin“ viajaba con regularidad a Ale-mania e incluso, poco antes de la caída de Ceauşescu, como muchos otros espías, logra emigrar a Alema-nia. Se convierte en el “representante cultural” de la Unión de Compatrio-tas Suabos-Banatos de 1992 a 1998. A partir de entonces ejerce este cargo honorífico (ya que el puesto fue de hecho suprimido por parte de la Ofi-cina Central, en München.

A la Unión de Compatriotas nunca le ha importado lo más míni-mo el que haya espías en sus propias filas. Desde su fundación, en 1950, ha ido construyendo una patria fan-tástica compuesta de trompetas, fes-tejos en atuendos tradicionales, casas campesinas bellamente ornamentadas y portalones en madera tallada10. Ambas dictaduras, tanto la de Hitler como la de Ceauşescu, fueron siem-pre encubiertas. Algunos dirigentes de la que había sido antaño la agru-pación popular nacionalsocialista del Banato11, pasaron a formar parte del grupo fundador de la nueva Unión de Compatriotas.

En la actualidad, la Unión de Compatriotas se niega a realizar in-vestigaciones sobre la influencia de la Securitate en sus filas bajo el pretexto de que se trata de un asunto que ya ha prescrito. Esta razón no es acepta-ble, si tomamos en cuenta el peso político de la Unión en Alemania. A pesar de que son menos de un 10% los suabos-banatos que han pertene-cido a esta agrupación desde que fue fundada, todos los años de su existen-cia ha colocado a sus representantes en los consejos de las radiodifusoras y en varias instituciones culturales. Tras mi llegada a Alemania, me co-mentaban algunos periodistas de ra-dio que el programa en el que yo había participado les había generado dificultades, ya que la Unión de Compatriotas había intervenido.

Además, la Unión fue durante todos los años de la dictadura uno de los puntos de apoyo para la tramita-ción de las solicitudes para emigrar a Alemania, las que ocasionalmente intentaba impedir. Así por ejemplo, se esforzó en impedir que fuera acep-tada la solicitud de emigración del crítico literario Emmerich Reichrath, cuyas reseñas son una prueba de que no necesariamente es general la estre-chez mental banata. Antes de mi sa-lida hacia Alemania, recibí también algunas cartas por parte de la Unión de Compatriotas, una de éstas decía: “Usted no es bienvenida a Alemania”. Antes de que se estableciera definiti-vamente, la oficina transitoria de la Unión de Compatriotas era contigua a las oficinas del BND12. Era im-prescindible obtener un sello de la Unión de Compatriotas para las tra-mitaciones de entrada a Alemania.

Fui recibida con la siguiente fra-se: “El clima de Alemania no le hace bien a usted”. Estaba fuertemente resfriada, después del recorrido noc-turno hasta la frontera en el carro al descubierto de un tractor, era febrero. Tras abrir la puerta siguiente, que era la del BND, fui recibida todavía con mayor rudeza. Ahora sé por qué. El plan de difamación de la Securitate se mostraba exitoso: “¿No tenía usted relaciones con el servicio secreto?”. Mi respuesta: “más bien, el servicio secreto conmigo, ésa es la diferencia”. No le impresionó al funcionario. “Permita usted que sea yo quien es-tablezca las diferencias, para eso me pagan”, respondió. Y añadió: “Si le han dado un encargo, está a tiempo de declararlo ahora”. Mientras todos los demás pudieron salir en breves minutos de esa oficina con un sello de conformidad, Richard Wagner y yo fuimos sometidos a interrogatorios durante varios días. Mientras que mi madre recibía de manera automática su acta de naturalización, a nosotros nos daban largas por varios meses, pues había que hacer “necesariamen-te indagaciones muy detalladas” ¡Era

8 El Ministerio de la Seguridad del Estado (1950-1989), mejor conocido como la Stasi, era sin duda alguna el instrumento más importante de dominio para el régimen dictatorial de la Alemania socialista. Entre 1950 y 1989 la Stasi cuenta con más de 100 mil ciudadanos de la RDA, los que realizan actividades de espionaje en términos de “trabajadores informales” (Informeller Mitarbeiter, IM); muchas veces se trataba de amigos íntimos o incluso de familiares. [N. de T.]

9 La autora se refiere al círculo literario de Te-mesvár “Adam Müller-Guttenbrunn”, que surge en 1975, cuando el “Grupo de Acción Banato” ha sido ya disuelto por parte de la Securitate. Véase también la nota 2. [N. de T.]

10 Interesante a este respecto resulta el portal en Internet de la Unión de Compatriotas: Land-mannschaft der Banater Schwaben e. V. : www.banater.schwaben.de. [N. de T.]

11 Para Banato, véase la nota 4. [N. de T.] 12 Véase la nota 4. [N. de T.]

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grotesco! Por una parte la Oficina Federal de Protección de la Consti-tución me advertía de las amenazas de la Securitate: no alquilar un piso de planta baja; no hacer ningún tipo de regalos en los viajes; nunca dejar cajetillas vacías de cigarrillos sobre las mesas; nunca ir con desconocidos a sus pisos; comprarme una pistola de fogueo, etc. Por otra parte, la sospe-cha de que yo fuera agente secreto, obstaculizaba mi naturalización.

Me pregunto cómo es que el BND sospechaba de mí, siendo que nunca había seguido las huellas de los espías que ocupaban las filas de la Unión de Compatriotas. Probablemente también el BND, confiado, cerraba los ojos an-te la información que recibía de esta Unión. Es también por esta razón que Alemania sigue siendo un cómodo re-fugio para los espías de la Securitate. Si se comparan entre sí las actas del Grupo de Autores Banato, es posible identificar una lista bastante numerosa de espías, como “Sorin”, “Voicu”, “Gruia”, “Marin”, “Walter”, “Matei”, y muchos más. Se trata de maestros, profesores, funcionarios, periodistas, actores. Nunca han sido importuna-dos. Ante el permanente debate sobre la Stasi, que tiene lugar desde la Caída del Muro, simplemente se encogen de hombros. De hecho, aunque todos ellos son ciudadanos alemanes, resultan impenetrables para las autoridades ale-manas. Sus actividades de espionaje, aquí en el país, son extraterritoriales. A diferencia de los espías de la Stasi, los oficiales que mandan sobre los es-pías de la Securitate no han despareci-do. En la actualidad son estos oficiales los que ocupan los cargos del nuevo servicio secreto rumano.

El parlamento alemán ha financia-do las actividades de la Unión de Compatriotas durante y después de la dictadura. ¿Se ha exigido, en alguna ocasión, llevar a cabo investigaciones sobre los vínculos del personal de esta Unión con la dictadura rumana?

En 1989, después del derroca-miento de Ceauşescu, pensaba que las campañas de difamación contra mí serían por fin un asunto del pasa-

do. Pero continuaron. Incluso en Roma, siendo becaria en 1991 de la Villa Massimo, recibí llamadas anó-nimas en las que era amenazada. Mientras tanto, la campaña por el ser-vicio de correos de la Securitate parecía cobrar vida propia. En 2004, cuando me fue otorgado el premio de literatu-ra de la Fundación Konrad-Adenauer, no fue sólo la Fundación la que recibió un montón de cartas con las consabi-das calumnias. Esta vez, las acciones contra mí tomaron proporciones des-medidas. Tanto los pricipales miem-bros del parlamento alemán como el entonces presidente Erwin Teufel, co-mo la miembro del jurado, Birgit Ler-men, y el propio Joachim Gauck13, quien pronunciaría el discurso lauda-torio, recibieron cartas en las que yo era calumniada como agente secreto, miembro del Partido Comunista de Rumania y vilipendiadora de mi tierra. En plena noche, a las doce menos cuarto, sonaba el teléfono de Birgit Lermen; exactamente a la medianoche, sonaba el teléfono de Bernhard Vogel, uno de los representantes de la Funda-ción Adenauer; un cuarto de hora des-pués, el de Joachim Gauck. Todos es-cucharon amenazas e insultos y, como música de fondo, la “Canción Horst-Wessel”14. Estas llamadas se sucedieron por varias noches, hasta que la policía,

a través de un seguimiento de captura, comenzó a hacer averiguaciones sobre las personas que llamaban.

La persona inventada en el taller de falsificaciones se ha independizadoEn mi expediente soy dos personas distintas. Una se llama “Cristina”, es enemiga del Estado y tiene que ser combatida. Para comprometer a la tal “Cristina”, se fabricó en el taller de falsificaciones del Departamento D (Desinformación) una copia falsifica-da de mi persona, compuesta por to-dos aquellos ingredientes que podían causarme daño: comunista fiel al sis-tema, agente sin escrúpulos. A donde quiera que fuera, tenía que habérmelas con esta falsificación de mí misma. No solamente la copia era enviada antes de que yo llegara, sino que también se me adelantaba. Aunque desde un co-mienzo y desde siempre he escrito exclusivamente en contra de la dicta-dura, la falsificación sigue su propio camino; se ha independizado. Aún cuando la dictadura ya es pasado des-de hace veinte años, todavía aparece por aquí y por allá, el fuego fatuo, la copia del taller de falsificaciones. ¿Por cuánto tiempo todavía? ■

Traducción de Jimena A. Prieto[En este mismo número de Claves de Razón Práctica se publica una semblanza biográfica de Herta Müller: ‘Escribir desde el silencio’, por Jimena Prieto. N. de la R.]

© Herta Müller 2009With kind permission of Carl Hanser Verlag München© Die Zeit, N° 31/23 de julio de 2009.Título original: Die Securitate ist noch im Dienst

13 El que había sido un miembro sobresaliente del movimiento de resistencia eclesial de la RDA, Joachim Gauck (1940, Rostock), fue comisio-nado en 1990 por parte del entonces canciller alemán Helmut Kohl en el cargo dirigente de la oficina gubernamental que surge para la revi-sión de las actas de la Stasi. Gauck emprendió enormes esfuerzos para que no hubiera un límite delictivo de prescripción (el 31 de diciembre de 1997) para con los que habían sido espías de la Stasi. Desgraciademente perdió esta y otras batallas. En la actualidad, Gauck es miembro fundador del foro Asociación contra el olvido y para la democracia (Verein gegen Vergessen – Für Demokratie). [N. de T.]

14 La ”Canción Horst-Wessel” comenzó por ser un canto militar de las tropas de la SA, con-virtiéndose con el tiempo en el himno del partido NSDAP. Una vez derrocado Hitler, los aliados prohiben esta canción, prohibición que guarda aún vigencia, de acuerdo al §86a de la ley penal alemana. El compositor de la canción, el miembro de la SA y del NSDAP, Horst Wessel (1907-1930), fue erigido mártir por los nazis, después de haber sido asesinado por los comunistas del Roter Frontkämpferbund. [N. de T.]

Herta Müller es escritora. Premio Nobel de lite-ratura 2009. Autora de El hombre es un gran faisán en el mundo, En tierras bajas, La piel del zorro y La bestia del corazón.