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LA TBILLA (CUADROS DEI, CAMPO) &a agricultura nunca esta tan decaida ni tan en ruinas como se asegura por ahi, en la prensa y en 10s clubs. Y la razcin es que 10s agricultores son quejumbrosos de suyo y nunca confie- san el cincuenta por ciento de siis gananciae.-LC6mo esta la eosecba este ado? ae 1~s pregunta.-Regular, contestan en el mejor de 10s casos.-dY la vifia?-Helada comp1etamente.- 6Y las chacras?-Muy atrasadas: no darh 10s gastos. Con esto y el deseo de tefiiriios de negro el horixonte, varias personas de buena voluntad dicen por ahi que la agricultura es 1111 cadaver insepulto, que el salitre se’aeaba el dis meiios peneado, que las minas no son nuestro porvenir, y que Chile va a amaneeer de un rnoinento a otro sin mas esperanzas que el trigo y 10s ganados. Conviene, pues, para el cas0 de que lleguemos a ser un pue- blo agricola, que nos habituemos a mirar algo mas que el mar y sus accesorios, y volvamos la vista a uuo de esos pedazos de llauura verde, surcadas de alamedas y eneerradas en cerros llenos de chaguales y espinos. El trabajo comercial es Brido como una operacion aritLn6ti- ca: un telefonazo, una contestaci6n, una suma, y est&todo ter- minado, sin dejar otro rastro que el pago de la comisi6n. Pero el trabajo del campo tiene tanto color como la paleta ~ revuelta y enmarafiada de un artista. El cielo se abre terso y lirnpio como una concha de raso azul; pop el oriente se extien- de la gran muralla que nos ha dado Dios, por el occidente el mar, y en este inmelltso teatro en que funeiona el sol dejando caer con regularidad desesperante sus rayos de fuego, el agua extendiendo su riego y reverdeciendo 10s campos, y la tierra

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LA TBILLA

(CUADROS DEI, CAMPO)

&a agricultura nunca esta tan decaida ni tan en ruinas como se asegura por ahi, en la prensa y en 10s clubs. Y la razcin es que 10s agricultores son quejumbrosos de suyo y nunca confie- san el cincuenta por ciento de siis gananciae.-LC6mo esta la eosecba este ado? ae 1 ~ s pregunta.-Regular, contestan en el mejor de 10s casos.-dY la vifia?-Helada comp1etamente.- 6Y las chacras?-Muy atrasadas: no d a r h 10s gastos.

Con esto y el deseo de tefiiriios de negro el horixonte, varias personas de buena voluntad dicen por ahi que la agricultura es 1111 cadaver insepulto, que el salitre se’aeaba el dis meiios peneado, que las minas no son nuestro porvenir, y que Chile va a amaneeer de un rnoinento a otro sin mas esperanzas que el trigo y 10s ganados.

Conviene, pues, para el cas0 de que lleguemos a ser un pue- blo agricola, que nos habituemos a mirar algo mas que el mar y sus accesorios, y volvamos la vista a uuo de esos pedazos de llauura verde, surcadas de alamedas y eneerradas en cerros llenos de chaguales y espinos.

El trabajo comercial es Brido como una operacion aritLn6ti- ca: un telefonazo, una contestaci6n, una suma, y est& todo ter- minado, sin dejar otro rastro que el pago de la comisi6n.

Pero el trabajo del campo tiene tanto color como la paleta ~ revuelta y enmarafiada de un artista. E l cielo se abre terso y

lirnpio como una concha de raso azul; pop el oriente se extien- de la gran muralla que nos ha dado Dios, por el occidente el mar, y en este inmelltso teatro en que funeiona el sol dejando caer con regularidad desesperante sus rayos de fuego, el agua extendiendo su riego y reverdeciendo 10s campos, y la tierra

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fructificando con la potente fecundidad de madre, se ajita todo el mundo agrfcola, vivo y risuefio.

Han llegado loe ultimos dias de Enero, y se est& haciendo la eneierra con inusitado vigor y actividad. Ya no hay siesta! Las enormes carretas cargadas hasta el tope de espigae dors- das, van bamboleantes por 10s caminos, con el eterno chirrido de sus ruedas, reproduciendo en forma rustica y desbordante el mejor cuerno de la abundancia de nuestros campos.

La llanura sembrada se ajita por el viento en olas de espi- gas, que dan reflejos de oro. A lo lejos woman sus cabezas en el trigo 10s segadores inclinados sobre la tierra moviendo ince- santemente la hechona, y inas lejos se extienden 10s cerros de la cordillera, que pop mas que se empinen no alcanzan a ver el mar.

La encierra ha terminado y va a comenzar la trilla, lo que se nota en el ambiente, que esta mas perfumado; en la brisa, que trae punteos sueltos de guitarras y lejanas voces de canto- ras que ensayan la garganta.

Las maquinas Ramaon que turbaron un dia con su largo sil- bat0 el silencio de 10s campos, hicieron huir con alborotado p frenktico galope a las yeguas que hacian la trilla bajo 10s cas- cos de sus patas. La trilla se apag6, se descolor6, se fu6 en el medio de un escape de vapor, eomo la ultima esencia de una vieja y podtica vida de algazara campestre.

Las maquinas sou prosaicas de suyo, porque hacen el eterno cuadro del trabajo modern0 con una chimenea que arroja hum0 y un volante que jira con ciclopea velocidad. Esos ern- bolos han expulsado, de entorno suyo, el color, la vida animal, el viento y el aroma.

VaDos, pues, a un rincon donde las yeguas hayan parado su galope y encontrado asilo contra la invasi6n de las Ramsou.

Ha amanecido el dia de la trilla; un dia de Febrero, claro, luminoeo, lleno de sol, abierto hacia todos lados. La era es un acinamiento de aristas doradas, que parece concentrar y atraer sobre si toda la luz y todo el sol del valle.

Por las alamedas avanzan las carretas, cargadas con todos 10s rnenesteres, incluso las nifias, que v a ~ i afinando ya las gui- tarras y tamboreando sobre sus sonoras cajae.

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De todos lados vienen jinetes, con sus espuelas de grandes rodajas, que suenan corno cascabeles de plata, y la manta do- minguera doblada a1 hombro con chic sin igual.

En la rarnada se van jnntando, saludhdose, echando calcu- 10s sobre lo que rendirci la cuadra, ponderando sus caballos y esperando que lleguen las niiias a alegrarlo todo con sus ojillos de gatas enamoradas, y la voz plafiidera y melosa con que can- taran:

iTan chiquitita y con luto, Dime quien se te muri6, Que si se ha muerto tu arnante, No llores que aqui estoy yo!

?or fin, a lo lejos, por la puerta de trancas del potrero, apa- rece una polvareda: iSon ellas! No nos referimos a las nidas, sin0 a las yeguas.

Su marcha remece el suelo alfalfado y endurecido por el sol, y se van acercando corno una avalancha, sueltas a1 viento las mines, la cabeza balanceandose con coqueta alegria y el bra- ceado galope mostrando la buena sangre de la yeguada.

Los ji:ietes se separau de la entrada, parten a1 galope, re- vdelven sus caballos, 3’ abreu por fin calle a la enorrne cnadri- lla que relincha, se encabrita, levanta las oreja3, SB detiene ante la abertura de la quincha, y se lama despues silenciosa- mente sobre el trigo que forma un muelle colchon a la yeguada.

El galope se cambia dentro, primero en trote y despuds en paso; y no se sienten ya 10s pasos sin0 el crujido de la espign envuelta y desmeuuzada bajo 10s cascos de las yegum

Los jinetee se ofrecen la preferencia, para correr; por fin se Ianzari dos y comieiiza la trilla, la alegria y la fiesta del campo.

Las yeguas van a1 galope, saltando casi y enterrandose en el grueso colch6n de espigas. Es un circulo vertiginoso, que da vueltas, que se emborracha con sol, con luz, con fnego, con el polvo que se levanta por el aire y cae jugueteando con milla- res de pnjitas que parecen plumilla de or0 caida del cielo.

Miis tarde las yeguas no se veil eutre el remolino de la paja que levanta el viento y el polvo dorado que envuelve la cara. ,

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y 10s jinetes siguen sucedidndose de dos en dos alternando sus clamores, con risuefio y variado estribillo.

Mas tarde aun, humsa la cazuela a la sombra de 10s arboles, corre chacoli superior, suena el punteo de la guitarra, sale a cancha una pareja, y hay ojos que centellean, sangre que bulle, cuerdas que se destuercen y enredan, tamboreo que despierta un viejo c6mulo de recuerdos, y canto, canto alegre, vibrante, que va rodando por las alarnedas y llega a1 faldeo del cerro, y vuelve en ondas sonoras despedidas por el eco.

Y bajo ese cielo azul, que es el nuestro, ante esas montahas testigos de toda nuestra vida de pueblo, con ese canto que es tambidn nuestro, la sangre chilena hierve, como hierve dentro de la olla de greda la cazuela eepumosa y picante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

En una trilla bailaba un huaso joven y alegre, con la mano en la cadera, y 10s ojos tiernos fijos en 10s giros endemoniados de su endernonida compafiera de baile. Eso es cueca! Qu6 li- gereza de pie, qu6 culebrear de cuerpo, que hacer de lindezas desde la cadera para arriba, y de dibujos para abajo! El chacoli corria, y ese huaso era ya un instrumento sonoro, porque de sus labios salian chistes n borbotones, de su garganta tonadas armoniosas y tristes, y de sus ojos un volcan de pasicin.

Cuando todos se agrupan para verlo, y oirlo, para no perder- le una silaba, parecia que estaba alli todo el pueblo de Chile encarnado en ese rotito de ojos negros.

De repente, le brillaron 10s ojos: el chacoli, el canto, el amor, el sol, la luz, 10s ojos de las mujeres, el olor a la madre tierra exuberante y rica de verdura, habian embriagado a ese reicito del campo.

Salt6 a su caballo, mont6 en 61, apret6 las espuelas y se lan. z6 a1 galope.

iD6nde iba? Todos se levantaron y lo vieron deeaparecer por una alameda a todo el escape loco de su caballo tordillo. Despu6s se sigui6 sintiendo el ruido del galope en la calma del campo, y despues hubo silencio.

Los que siguieron detras para alcanzarle lo encontraron des- hecho contra la primera valla de piedra del eerro.

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530 J O A Q U ~ N D ~ A Z GAR&

GPor qu6 se habia lanzado we hombre en esa carrera loca, vertiginosa, suprema?

jilh! Habia algo extrafio en ese suicidio, en' el suicidio gran- dioso de ese muchacho product0 virgen del euelo chileno, que tenia coraz6n grande, alma impetuosa, cabeza despierta y pa- siones hondas.

Y esa carrera suprema, brutal, loca, Gno tiene una nota del himno de nuestras batallas, del grito de nuestras cargas a la bayoneta, y del viva de nuestros triunfos?

Chile esta en las batallas; pero esta t ambih en 10s grandes diae del campo.

En las ciudades a donde llegan 10s buques de Europa tra- yendo en las plegaduras de sus velas el molde universal y cos- mopolita de la moda, va desapareciendo ese Chile criollo que a6n no ha encontrado su cantor.

J O A Q U ~ H D ~ A Z GARCES.

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