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LA TEMPLANZA: el orden en los deseos Ahora trataremos de la templanza. Para ser fuerte hace falta ser moderado. El que se destempla pierde la fortaleza y entonces no puede ser prudente ni justo. Como ya hemos señalado, en realidad, todas las virtudes están unidas estrechamente. 1. El dominio de lo sensible El imperio racional del hombre es muy difícil, porque el hombre tiene apetitos sensibles. Si la templanza domina las pasiones, la voluntad queda más libre para obedecer a la inteligencia. La prudencia necesita de una voluntad sana, por lo cual hay que ejercitarse en la templanza, llamada también moderación. Para poder tomar decisiones prudentes es esencial la moderación de los apetitos. El hombre incontinente es aquel que se hace incapaz de deliberar y por tanto en él la elección se frustra, actúa bajo el impulso de sus apetitos. Pero si no elige no es dueño de sí, queda a merced de sus apetitos. En eso se diferencia el hombre prudente del incontinente: “el hombre incontinente actúa por apetito, pero no por elección; el continente, al contrario, actúa eligiendo, y no por apetito” 1 . La templanza o moderación es una manifestación del dominio de lo superior sobre lo inferior, es el dominio de la voluntad sobre los sentidos. Aristóteles sostenía que existe un dominio despótico, como el de la técnica, en la que el hombre ejerce su acción sobre las cosas. Siendo éstas inferiores entonces se impone la forma del superior y ellas terminan recibiendo la acción pasivamente. En el ser humano cabe un dominio sobre el cuerpo. Es el dominio de la voluntad sobre las pasiones, pero bien entendido que la voluntad es iluminada e imperada por la 1 Ética a Nicómaco, Libro III, capítulo 2 1

La Templanza Separata 4

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LA TEMPLANZA: el orden en los deseos

Ahora trataremos de la templanza. Para ser fuerte hace falta ser moderado. El que se destempla pierde la fortaleza y entonces no puede ser prudente ni justo. Como ya hemos señalado, en realidad, todas las virtudes están unidas estrechamente.

1. El dominio de lo sensible

El imperio racional del hombre es muy difícil, porque el hombre tiene apetitos sensibles. Si la templanza domina las pasiones, la voluntad queda más libre para obedecer a la inteligencia. La prudencia necesita de una voluntad sana, por lo cual hay que ejercitarse en la templanza, llamada también moderación.

Para poder tomar decisiones prudentes es esencial la moderación de los apetitos. El hombre incontinente es aquel que se hace incapaz de deliberar y por tanto en él la elección se frustra, actúa bajo el impulso de sus apetitos. Pero si no elige no es dueño de sí, queda a merced de sus apetitos. En eso se diferencia el hombre prudente del incontinente: “el hombre incontinente actúa por apetito, pero no por elección; el continente, al contrario, actúa eligiendo, y no por apetito”1.

La templanza o moderación es una manifestación del dominio de lo superior sobre lo inferior, es el dominio de la voluntad sobre los sentidos. Aristóteles sostenía que existe un dominio despótico, como el de la técnica, en la que el hombre ejerce su acción sobre las cosas. Siendo éstas inferiores entonces se impone la forma del superior y ellas terminan recibiendo la acción pasivamente.

En el ser humano cabe un dominio sobre el cuerpo. Es el dominio de la voluntad sobre las pasiones, pero bien entendido que la voluntad es iluminada e imperada por la inteligencia. La voluntad no es ciega. De ahí que el dominio de la voluntad sobre lo corpóreo no es enteramente despótico ya que aquel está indeterminado y permite una cierta influencia racional.

Aristóteles sostiene que la moderación es un término medio entre dos extremos:”En el dominio de los placeres y dolores –no de todos, y en menor grado por lo que respecta a los dolores–, el término medio es la moderación, y el exceso, la intemperancia (el defecto es la insensibilidad)”2

Precisamente, la moderación se define en cuanto a: su objeto: lo que se debe, b: el modo y c: el tiempo adecuados. Así, se puede amar algo lícito o debido, pero si no se emplea el modo adecuado, por ejemplo, si se exagera, entonces se puede caer en intemperancia. Es decir, que la templanza está en amar lo que se debe, del modo adecuado, en el momento indicado: “El moderado ocupa el término medio entre estos extremos, porque no se complace, en general, con lo que no debe, ni en nada con exceso, y cuando estas cosas faltan no se aflige ni las desea, o solo moderadamente, y no más de lo que debe o cuando no debe, ni, en general, ninguna de estas cosas; y cuantas cosas agradables 1 Ética a Nicómaco, Libro III, capítulo 22 Ética a Nicómaco, Libro II, capítulo 7

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conducen a la salud o al bienestar, las deseará con medida y como se debe, y lo mismo, las restantes cosas agradables que no impiden aquellos bienes o no son extrañas a lo noble o no exceden de sus recursos. Porque el que no tiene tal disposición ama más esos placeres que la dignidad, y el moderado no es así, sino que su guía es la recta razón”3.

Por el contrario, la intemperancia bloquea esa intervención de la razón en los

placeres; lo cual se presenta en los niños quienes si no es con la asistencia de sus padres y educadores no podrán gobernar sus apetitos:

“Los niños viven según el apetito y en ellos se da, sobre todo, el deseo de lo agradable. Así, si este deseo no se encauza y somete a la autoridad, irá muy lejos; porque el deseo de lo placentero es insaciable y absoluto para el que no tiene uso de razón y el ejercicio del apetito aumenta la tendencia natural, y si los apetitos son grandes e intensos desalojan el raciocinio. Por eso, los apetitos han de ser moderados y pocos, y no oponerse en nada a la razón –nosotros llamamos a esto ser obediente y refrenado–, y, así como el niño debe vivir de acuerdo con la dirección del preceptor, también los apetitos de acuerdo con la razón. Por ello, los apetitos del hombre moderado deben estar en armonía con la razón, pues el fin de ambos es lo bueno, y el hombre moderado apetece lo que debe y como y cuando debe, y esa es la manera de ordenarlo la razón4.

La intemperancia marca nuestro modo de ser. Así lo recuerda Aristóteles: “Pero ellos mismos, por vivir desenfrenadamente, son los causantes de su modo de ser, es decir, de ser injustos o licenciosos, unos obrando mal, otros pasando el tiempo en beber y cosas semejantes, pues son las conductas particulares las que hacen a los hombres de tal o cual índole”5.

2. La importancia de la moderaciónLa templanza contempla los deseos que tienden a satisfacerse. Lo característico de

todo deseo es que va dirigido a la satisfacción (porque detecta un bien ausente que se pretende alcanzar). El deseo está en el orden de los motivos y busca satisfacerse inmediatamente. Establece por decirlo así un arco entre el ímpetu o el anhelo humano que pretende ser simultáneo, de manera que se busca anular el tiempo y la espera.

Por ejemplo, si puedo comer ahora, como ahora y no hay razón para esperar a mañana. Si puedo tener tal dinero ahora, ¿qué estoy esperando? Los deseos buscan la satisfacción directa, no esperan, cuando se espera uno se siente frustrado (querer y no poder).

Pero justamente lo que le viene mejor a la tendencia sensible es saber esperar. Si no hay virtud que controle el deseo, no se puede ser fuerte, uno se hace débil y entonces la consecuencia es que se hace incapaz de adoptar una actitud ante lo arduo. El hombre a diferencia del animal puede y debe controlar sus deseos6, y si busca satisfacerlos inmediatamente aunque parezca que es activo en realidad no lo es, porque al abandonarse a 3 Ética a Nicómaco, Libro III, capítulo 114 Ética a Nicómaco, Libro III, capítulo 125 Ética a Nicómaco, Libro III, capítulo 5

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sus deseos se hace pasivo. Hacerlo le quita vigor e iniciativa. El fuerte es justamente el que pospone la satisfacción y enfrenta a lo arduo, a lo que no es satisfactorio, a lo que no se presta a sus deseos.

Por tanto la templanza proporciona una fuerza necesaria para acometer grandes proyectos. En realidad, los deseos que se pueden satisfacer inmediatamente son los de muy poca entidad. Por eso Polo considera que el hombre que cede al régimen funcional de los deseos se pierde una cosa muy importante que es el gozo. De ahí que el hedonista no suele ser alegre7.

Los grandes proyectos son difíciles, requieren controlar el placer, pero a cambio nos otorgan una alegría profunda. El hedonismo es una disminución tremenda de humanidad porque es una pérdida de la capacidad de fines, hace que éstos sean de muy poca monta. Los deseos de lo inmediato son de corto alcance. Evidentemente esto tiene que ver con la esperanza, que es una virtud que nos conecta directamente con el Fin final. Si lo único que tenemos son objetivos inmediatos, perdemos de vista el Fin final. El hedonismo actual es una forma larvada de desesperación.

Por otra parte, desde los comienzos de la cultura humana, se ha tratado de que la satisfacción de los deseos no sea enteramente brutal. En general el deseo humano no se contenta con lo que de entrada le ofrece la naturaleza. Eso se debe a la dimensión espiritual que no está separada del deseo. Por eso el hombre no se satisface con los alimentos tal como se dan sino que inventa el arte culinario. Comer con arte es ya ser templado, es un modo humano de satisfacer el apetito, el hambre.

En el momento en que condimentamos los alimentos, estamos interponiendo una mediación –un espacio y un tiempo– entre el deseo y su satisfacción. Esto es propiamente humano. Es la raíz de la templanza y de la correspondiente alegría. La satisfacción es diferente del gozo porque lo primero conlleva un límite, la satisfacción se detiene cuando el deseo se ha cumplido8. Sin embargo, el gozo puede aumentar.

Por eso la capacidad de gozar empieza con el arte. Su antigua definición es que el arte es lo que agrada a la sensibilidad. Entre la satisfacción placentera y el agrado ya hay una diferencia. El ser humano tampoco se contenta con los ruidos y entonces hace música9. Al hombre tampoco le bastan los colores de las cosas, sino que trata de mejorarlos. Su vista influida por la inteligencia se agudiza y con las técnicas requeridas el hombre hace pintura.

El arte es muy edificante especialmente por todo lo que conlleva, por el mensaje que trae. Por ejemplo, cuando uno mira un cuadro de Goya, no solo ve un conjunto de colores, 6 En el animal cuando se presentan los deseos, no hay espera. Pudiera parecer que sí hay casos, como cuando se le entrena, pero aún ahí impera el deseo de contentar a su dueño y ese deseo dominante hace que los otros deseos se puedan posponer.7 Pero además de su tono sombrío, como si algo le estuviera constantemente amenazando para quitarle el poco placer que tiene, es alguien que por la pasividad que le han impuesto el dominio de sus deseos, siempre está quejándose de todos y de todo. En cambio, una persona activa, fuerte, no suele ir quejándose, o si lo hace es muy poco.8 Freud lo llama pulsión y descargar, algo automático9 Algunos conjuntos de Rock and Roll no hacen música, son solo un conjunto de ruidos.

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ve lo que ese autor ha querido plasmar. Por esta vía se encuentra la capacidad productiva del ser humano, su inventiva personal.

Esto arranca justamente de lo espiritual en el hombre. El que se conforma con el placer es el que apuesta a lo menos y pierde. El que cede a los deseos es un hombre desmoralizado, no tiene tono vital. En el fondo es un cobarde, dispuesto a huir del esfuerzo y de las dificultades. El hedonista hace continuamente la siguiente ecuación:

Placer=bienDolor=mal.

Con todo, el ser humano tiene una capacidad de placer muy limitada. A lo largo de la historia el hombre no ha inventado ningún placer nuevo. Quizá la velocidad, a partir del placer de pisar el acelerador a fondo. Pero como todos sabemos eso puede ser muy peligroso. La velocidad es una buena imagen del deseo cuando se le deja suelto.

Por otra parte, el placer a diferencia del dolor –que trataremos en la fortaleza–, enajena al sujeto, porque éste se zambulle en el placer, queda como “capturado” por aquel. En cambio, en el dolor, debido a que en cierta manera es un ataque, hace que el sujeto se repliegue en sí mismo y sea más consciente de sí y de lo que lo rodea. Ese realismo es lo que le ayuda a madurar. En cambio, las sociedades entregadas al consumismo y hedonismo son sociedades adolescentes.

La virtud de la templanza es el control de los deseos y corresponde a la capacidad de gobierno que tiene el hombre. Por eso gobernar quiere decir controlar. Lo primero que el hombre controla es justamente sus propios deseos. Aristóteles lo dice de la siguiente manera: hay tres tipos de razón, una sin pasiones, otra con pasiones y capacidad de controlarlas y existe una con pasiones pero incapaz de controlarlo. El primero es la ley, el nomos que es implacable. El segundo es el ser humano y el tercero es el incontinente.

El hombre es una razón con pasiones controlables. No puede dejar que sus pasiones se apoderen de él. La satisfacción de los deseos supone la apropiación de la cosa. Si uno quiere comer se tiene que apropiar de la comida. Sin embargo, el hombre debe controlar su deseo de poseer. Con todo lo más alto, lo propio de la persona, no es apropiarse sino aportar, y si se apropia es con miras a aportar.

3. Las partes de la templanza:

a. Respecto de los apetitos primarios o sensibles: Se refiere principalmente a dos:

1) tendencia a comer y beber: tiene como fin la sobrevivencia individual. Nadie puede comer ni beber por otro. Es deber de cada uno alimentarse para así poder vivir y desarrollarse.

Como las actividades del comer y del beber son muy importantes para la vida, entonces la naturaleza las ha dotado de placer, como un facilitador de dichos actos.

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De lo contrario, si hubiera que realizar un esfuerzo o sacrificio cada vez que tuviéramos que comer muy probablemente no lo haríamos.

Si hubiéramos tenido que hacer un sacrificio para desayunar, almorzar, cenar, y no lo hubiéramos realizado, no habríamos tenido los nutrientes suficientes ni la reposición celular correspondiente, con lo cual se hubiera dado paso a las enfermedades y luego a la muerte.

El placer contribuye en la realización de actividades tan importantes para la sobrevivencia humana, por eso considerado en sí mismo no es malo, es humano. El que quiere negarlo niega su condición humana. Pero por encima de él hay otros bienes. Si magnificamos el placer estamos en el hedonismo. Pero el que busca meramente placeres acaba por no tener gusto ya que su inteligencia va dejando de intervenir y entonces pierde capacidad para apreciar la belleza.

Lo que hay que tener claro es que la finalidad es alimentarse, el fin no es el placer. Cuando sustituimos el placer por la finalidad se produce lo que en la Roma decadente. Que se come por placer. Ellos llegaron a construirse unos cuartos de baño que se llamaban vomitaderos, con lo cual se daban grandes comilonas, luego acudían ahí, arrojaban lo que habían comido y volvían al banquete para seguir comiendo, por placer.

Comer por placer y no por alimentarse es falta de templanza. De ahí que no tiene que ver solo con la cantidad de comida. Evidentemente, un hombre adulto tiene que comer más que un niño de un año. También por eso, aún cuando se coma poco, pero si se hace por placer y no se cumple el objetivo de alimentarse, se está siendo destemplado.

Las virtudes que protegen contra la falta de templanza se llaman abstinencia y sobriedad. La abstinencia modera los apetitos de la comida y la sobriedad los de la bebida. Sin embargo, actualmente se ha extendido estos nombres a otros apetitos como luego veremos.

La finalidad de la tendencia a comer y beber es alimentarse. De acuerdo con esto, habrá que abstenerse cuando tengamos suficiente para cumplir esa finalidad. Como advierte Tomás de Aquino la abstinencia consiste en “abstenerse del alimento en la medida de lo conveniente, conforme a las exigencias de los hombres con los que vive y de su propia persona, además de la necesidad de su salud”10.

2) tendencia sexual: tiene como fin la sobrevivencia de la especie humana: generar nuevos seres humanos y como los actos relacionados con la reproducción humana no pueden hacerse solos, sino en pareja, la segunda finalidad es cuidar del cónyuge.

Con esta tendencia sucede algo parecido a la tendencia de comer y beber, que siendo tan importantes de lo contrario la sobrevivencia de la especie se pondría en

10 Suma Teológica., II-II q146 a1 co.

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peligro, se ha acompañado dichos actos con el placer correspondiente, para facilitarlos.

Pero por eso mismo no se puede sustituir la finalidad (procreación-educación de la prole y cuidado del cónyuge) por el placer. Si se busca solo el placer sexual, pero no los hijos, se produce esa alteración que es grave para la pareja y para la sociedad, los problemas del divorcio, aborto, y los índices demográficos son algunas de las consecuencias.

A veces se escucha hablar del conocido slogan de que la planificación familiar es necesaria para salir de la pobreza y del sub desarrollo. Sin embargo, si bien hay que ser responsable en algo tan importante como traer hijos al mundo, la solución no es buscar el placer sin las consecuencias –los hijos– porque eso precisamente crea una sociedad inmediatista, dispuesta a entregarse fácilmente al placer, huyendo de las responsabilidades correspondientes.

A diferencia del comer y del beber, teniendo en cuenta que la finalidad de dichos actos es la sobrevivencia de la especie, no todos los seres humanos están obligados a realizarlos, ya que si la mayoría los realiza, unos pocos pueden abstenerse del matrimonio y de ellos por motivos justificados.

La castidad es la virtud que modera la tendencia sexual, que es muy importante porque está relacionado con el origen de la vida humana. Poner ahí la racionalidad es muy necesario, dada la trascendencia de la sexualidad. Como recuerda Tomás de Aquino: “cuanto más importante es una cosa, tanto más ha de seguirse en ella el orden de la razón”11.

Meter la razón para moderar esa tendencia es lo que genera la virtud de la castidad. Ésta atañe tanto al cuerpo como al alma. Cuando se hace especial referencia a esta última se llama pureza, radica en el corazón, en los pensamientos, en los sentimientos. En el fondo esta virtud está muy relacionada con la sencillez y transparencia. La mirada como la vida limpia se asientan en vivir en la verdad.

La castidad no es solo corpórea, no quiere decir solo abstenerse de realizar los actos de la procreación, sino que atañe a toda la persona. De ahí que la castidad no es solo para los solteros, hay una castidad también para los casados, porque la moderación del apetito sexual debe tener bajo la mira la finalidad que como hemos dicho es doble (los hijos y el cónyuge).

b. Respecto de los apetitos secundarios: son aquellos que no son sensibles o no se disparan al bien placentero inmediato, y que se refieren al apetito de riquezas, de poder, de honores, del saber y en general de la propia excelencia. Las virtudes que moderan estos apetitos son la humildad, la estudiosidad y la generosidad.

11 Suma Teológica, II-II q153 a3 co.

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1) La humildad es estar en la verdad. Es una virtud que se fundamenta en el propio conocimiento y en la estimación o valoración correspondiente. La moderación en este aspecto es asunto de madurez y del equilibrio que ella da, para que esa apreciación no sea ni tan alta que suscite soberbia, o complejos de superioridad, que lleven a despreciar a los demás; pero tampoco tan pequeña que ignore los dones recibidos, origine complejos de inferioridad o lleve a infravalorarse.

La humildad lleva a no tener una visión distorsionada de la propia excelencia y valía. Pero para evitar ese desequilibrio requiere poner el “yo” en su sitio y reconocer la dependencia con el Autor de todos los bienes. Es decir que en el fondo la humildad lleva a reconocer los dones como algo recibido.

Por eso la humildad se decide cara a Dios, no respecto de los demás, esto último es consecuencia de lo primero. Podemos ser soberbios cara a los demás debido a que hemos perdido nuestra dependencia con Dios12. Dicho rápido, la soberbia lleva a ponernos en el centro, pero si el centro de nuestra vida es el propio yo nos desequilibramos, el centro no somos nosotros sino Aquel de quien dependemos.

2) Generosidad: Junto con la humildad está la generosidad del aportar. Ser persona es ser capaz de aportar. Y solo desde ella se modera el afán de poseer que puede descontrolarse. La generosidad impide que uno se cierre en sí mismo, desinteresándose de los demás y termine acortando mucho su radio de interés.

Como el profesor Leonardo Polo lo ha recordado, la radicalidad de la persona es efusiva, no apropiativa. Como el animal no es persona solo tiene deseos y tener deseos no es nada malo, pero éstos no se pueden magnificar, en primer lugar porque la dotación humana deseante es fija y segundo porque el hombre no es radicalmente deseante sino efusivo. Precisamente porque es efusivo puede consultar su propia capacidad y sacar algo adelante

Es muy importante que el deseo no sepulte el afán efusivo. Por eso hace falta una virtud que ponga el poseer en subordinación del aportar. El hombre es aportativo y por tanto inventivo. Producir, gobernar, inventar, todo ello mira a aportar.

El diálogo es efusivo. El que no es efusivo se calla y se aísla. La línea inventiva (por ejemplo en la producción y en la técnica), o se hace en clave de aportación, de estricta generosidad, o se nos va de las manos y se vuelve contra nosotros. A largo plazo las apropiaciones son paralizantes13.

12 Cuando campea la soberbia abunda también las ofensas y el desprecio al prójimo.13 Lo característico del hedonista es que es taciturno, es obsesivo, tan torpe como el fanático. El hedonista obsesivo es un refugio del cínico.

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De ahí que una de las cosas más importantes para un empresario es saber armonizar la tendencia a la apropiación y la efusividad, porque solo en tanto es efusivo es empresario. De lo contrario, queda el hedonismo con su lógica consecuencia: un individualismo paralizante.

Un sistema hedónico es el consumismo. El consumista no sabe más que satisfacer deseos, es un acaparador y a veces las actividades empresariales fomentan el consumismo, pero una cosa es promover adecuadamente un nivel de vida cómodo y placentero, y otra distinta es quedarse solo en ello. Una sociedad consumista se paraliza.

3) La estudiosidad: es una virtud que modera el deseo de saber, que es algo natural. “Esa moderación entraña dos cosas: por una parte, reprime el deseo inmoderado de saber, tanto en el orden sensible como en el intelectual, pero por otra parte, vigoriza y refuerza ese deseo para que no se desista del conocimiento de la verdad por las dificultades que su estudio entraña, y esto también en el orden sensible y en el intelectual”14

La estudiosidad es una virtud compleja, porque tiene las funciones tanto de frenar la curiosidad o el exceso de estudio, como la de espolear la voluntad para que se anime a estudiar a pesar de las dificultades.

En realidad, en la mayor parte de los casos se trata de animar más que frenar, pero también es necesario poner el estudio en su lugar, porque siendo algo necesario e importante, no es la única actividad ni la más valiosa.

De lo contrario uno puede hacerse maníaco, o desarrollarse solo unilateralmente. Algo así como si en lugar de crecer armónicamente, un brazo creciera más que los demás. Estudiar es un deber, pero también hay otros, por ejemplo un padre de familia no puede dejar de dedicarse a sus hijos porque estuviera en pos del Premio Nobel. Ciertamente habrá temporadas, pero no siempre será así, atender y ayudar a su familia, es algo que si bien no le diera prestigio como el estudio, sí contribuye a la mejora personal de todos.

En la vida social aparecen las aspiraciones que son como una prolongación de los deseos, las cuales también necesitan virtud. Las aspiraciones en la vida social están dadas por los roles sociales, metas que alcanzar y el prestigio.

Si los roles se desarticulan, si son inarmónicos, se escapan del control. Es viciosa una sociedad en la que los roles estén incomunicados, entonces se produce una ruptura del hombre. Hay que unificar los roles. Lo mismo pasa

14 GARCIA LÓPEZ, J., El sistema de las virtudes humanas, op. cit., p. 380

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con las metas que si son unilaterales son destempladas. Si se produce una atrofia se cae en la destemplanza.

Por ejemplo, el deseo de ser campeón en el deporte. Es una hipertrofia si se exagera esa dimensión a costa de otros. Lo mismo tendría que decirse del empresario o del filósofo, que no solo se pueden dedicar a su tarea empresarial o intelectual, porque dejarían desatendidos otros aspectos de su vida.

Es evidente que ciertas especializaciones son convenientes, pero todo lo que sea unilateral hay que evitarlo. El hombre no puede descompensarse. El prestigio no se puede pretender alcanzar de modo inmediato, rodeándose de signos externos. El prestigio debe ceder a la mejora personal.

4) La vergüenza: tiene dos sentidos: uno es el pudor que consiste en la resistencia a que se conozcan aspectos de la propia intimidad por parte de extraños. El otro sentido es la resistencia de alguien a ponerse en evidencia delante de extraños respecto de su falta de control o destemplanza.

La destemplanza va contra la índole racional del hombre. El conocimiento humano es lo más propio del hombre y sin control el hombre es acrásico (a=sin, crasos=gobierno), es decir incontinente. Pero la incontinencia produce –y debe producir– vergüenza. Es natural que el hombre tenga vergüenza cuando no conforma sus deseos con su razón. Porque es signo de falta de virilidad no controlar los deseos.

Perder la hegemonía del conocimiento sobre lo sensible eso es lo que produce vergüenza, como lo recuerda Aristóteles. Hoy vivimos en una sociedad un poco desvergonzada que ha perdido esa característica humana. Los animales no se avergüenzan. La vergüenza es muy sana.

La vergüenza que aparece en el adolescente es explicada por los psicólogos diciendo que consiste en la aparición de una serie de factores vitales, hormonales, psicológicos, de los cuales el adolescente no tiene experiencia previa y no sabe cómo controlar.

La incontinencia es la pérdida del control racional sobre nuestras pasiones, nuestros deseos, pero eso es lo mismo que una pérdida de libertad. Cuando uno es arrastrado ya no se orienta a ningún fin, sino que sucumbe, suprimiendo la mediación necesaria para mejorar, para apuntar a fines más altos.

El pudor es una virtud que está en la línea de la castidad en cuanto que defiende la propia intimidad respecto de extraños. Por eso el pudor está relacionado tanto con el cuerpo como con el corazón. El pudor en cuanto al cuerpo, conlleva a no exponer las partes íntimas del cuerpo a la vista de todos. Esto está muy relacionado con el vestido y el aspecto personal, con

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los que se establece un lenguaje, un diálogo, un mensaje que se da a los demás respecto de cómo se valora uno a sí mismo y a su propio cuerpo, si está dispuesto o no a entregarlo a cualquiera o a un desconocido.

Pero el pudor no solo es corpóreo sino también del corazón. Por eso la segunda dimensión del pudor es el lenguaje. Conlleva no “intimar” contando las cosas muy personales. Poner la intimidad en las manos de una persona es semejante a poner en conocimiento de otras personas aspectos íntimos de nuestra vida, ya que el conocimiento es posesivo.

En este punto la prudencia es muy necesaria, porque si uno tiene compromisos que atañen a su vida entera y a su corazón, debe cuidar este aspecto del lenguaje y las conversaciones, ya que contar las cosas íntimas une mucho. En muchos casos hay que saber prever y tener guardado el corazón, con muchos cerrojos, como el de tratar de Ud., a determinados colegas.

4. Los vicios opuestos a la templanza

a. La gula: es el vicio que consiste en la inmoderación en la comida. Es un vicio que entorpece y vulgariza bastante a las personas que lo sufren. Al perder el predominio de la razón, el glotón se hace incapaz siquiera de saber apreciar lo que come: come por comer.

Así, el glotón no sabe distinguir entre un marisco y un plato de arroz, es como un animalito, come por comer. Evidentemente, tampoco se trata de ser un sibarita, sino que el punto de equilibrio consiste en saber apreciar lo que se lleva uno a la boca.

Existe una educación del gusto, que compete a la pedagogía y que ahora no hay tiempo de detallar, pero su clave es el arte y consiste en aprender a apreciar lo bueno y lo bello.

b. La lujuria: es un vicio que consiste en la falta de moderación, de control, del apetito sexual. Concretamente, Santo Tomás, entre las consecuencias de la lujuria, cita: la ceguera mental, la inconsideración y la precipitación, corrupciones todas ellas de la prudencia; la inconsistencia, corrupción de la fortaleza; el egoísmo, corrupción de la justicia; etc.15.

Lo pernicioso de la lujuria es que embrutece, ciega mentalmente. Por tanto, toda persona, pero especialmente un directivo que tiene que tener la cabeza clara para tomar decisiones debe tratar de evitarla porque le resta lucidez:

“la lujuria destruye de una manera especial esa fidelidad del hombre a sí mismo y ese permanecer en el propio ser. Ese abandono del alma, que se entrega desarmada al mundo sensible, paraliza y aniquila más tarde la capacidad de la persona en

15 Cfr. Suma Teológica, II-II q153 a5 obj

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cuanto ente moral, que ya no es capaz de escuchar silencioso la llamada de la verdadera realidad, ni de reunir serenamente los datos necesarios”16

En el fondo la lujuria es avaricia, que también es una forma de destemplanza y de entregarse a los bienes sensibles.

c. La avaricia: Es el amor desordenado de riquezas. Es la avidez, la codicia. Por eso no es algo que pertenece solo a los que poseen muchas riquezas, porque se puede tener avidez de ellas sin poseerlas y al revés, se puede tener riquezas sin estar apegados a ellas.

En la avaricia, se ha puesto el corazón en los bienes materiales de modo que todo lo que se hace tiene como centro ese amor. Y aunque no se posean, se da el deseo desordenado de tenerlas, o si se tienen se trata de aumentarlas desasosegadamente.

Por eso cuando a veces se ha visto decaer personas o hasta instituciones, al preguntar por el origen de aquella debacle, en muchos casos estaba la falta de pobreza, les perdió las riquezas porque si no se está vigilante ellas mancillan el corazón, van inclinándole solo a lo cómodo y placentero, van cambiando poco a poco a la persona, llevándola del placer de gustar solo lo sensible y a renunciar el esfuerzo que comporta la virtud o el sacrificio de la entrega.

El placer que hay que vigilar no es solo el relacionado con la comida y la bebida, tampoco se reduce exclusivamente al placer sexual. Lo que acompaña a la avaricia es el aburguesamiento, esa comodidad que se va asentando en el fondo del alma y que nos hace incapaces de cualquier negación y esfuerzo sacrificado. Son los ojos que se quedan como “pegados” a lo material. Con ese peso, ¿cómo se puede levantar el espíritu a proyectos de gran valía? ¿Cómo se podrá afrontar el esfuerzo que comportan?

Como venimos señalando, una de las características de nuestros tiempos es el hedonismo que va muy unido al consumismo, todo lo cual ha sido potenciado ampliamente por los niveles de producción a los que nos ha empujado las nuevas tecnologías y que serán aún mayores en el presente siglo. Estamos atrapados en una sociedad en que el imperativo es solo consumir. Como siempre sucede, no se trata de que el consumo sea malo, sino de que “solamente” tengamos la atención puesta en eso.

Una sociedad empecinada solo en producir tiende a la auto destrucción porque la abundancia lleva en las entrañas un sutil engaño: el que estamos seguros y de que todo es fácil. Pero ser bueno no tiene nada de fácil, es difícil porque como ya hemos recordado con Aristóteles hay muchas maneras de equivocarse y una sola de acertar. Continuamente tenemos que estar pensando acerca de cómo dirigir bien nuestra

16 PIEPER, J., Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid, 1980, p. 240.

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acción. El auto control no va de suyo, no es mecánico, cuando dejamos de luchar vamos hacia abajo.

Esa caída es la misma intemperancia o descontrol que en el caso de los bienes materiales nunca tiene bastante: “Una tendencia descontrolada no tiene fin porque nunca hay bastante, la riqueza no es más que el modo de satisfacer la no bastantía de la suficiencia humana. Si uno se empecina en ella cae en un proceso al infinito en el cual desaparece el fin: se agota en los medios según una tendencia infinita, que por carecer de fin es insaturable”17.

d. La soberbia: Con todo, hay que ir más al fondo. La avaricia, la tendencia al regalo, a lo placentero, a disfrutar de cuantos más bienes materiales se pueda, está muy relacionada con la soberbia. En sentido general se entiende por avaricia al desmesurado afán de poseer cuantos bienes considere un sujeto que puedan asegurar su grandeza y su dignidad entendida como excelencia.

De ahí que lo que está en el fondo de la avaricia es la soberbia: se ama tanto el yo que nada es suficiente para “asegurarlo”, para afirmar clara e indiscutiblemente la propia consideración, preeminencia y majestad.

Por eso una señal inequívoca de humildad es que aún cuando se tengan muchos bienes (materiales y espirituales) no se ponga en ellos el corazón, de manera que el “yo” quede libre. Nuestra seguridad no está ahí, aunque se tenga abundancia de dinero, de inteligencia, etc.

Vivir “al día”, con “lo puesto”, aún cuando se tenga abundancia, lleva a una sencillez de vida que es muy sana, especialmente para el directivo, ya que evita marearse con la propia excelencia.

La peor intemperancia es la soberbia porque es querer hacer propio un bien espiritual, tratando de enaltecerse de manera exclusiva por amor a la propia excelencia. Es lo que está en el fondo del pecado angelical: querer a Dios, que es el máximo bien espiritual, solo para “mí”, querer disfrutarlo “yo solo”18 y no darlo a participar como Bien Común.

Sin embargo, tratar de compartirlo con cuantas personas se pueda es la esencia de la caridad cristiana que es eminentemente apostólica. No es querer solo la propia excelencia, sino también la de los demás. No es tratar de estar uno bien y los demás que se apañen como puedan. Evidentemente, no podemos llegar a todos, pero tomarse en serio a los demás es no desentenderse, procurar su bien –en todos los niveles– en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades.

17 POLO, Leonardo, La persona humana y su crecimiento, op. cit., p. 17918 En el fondo del pecado angélico habría la rebeldía respecto del designio divino de hacer participar al hombre de Dios, mediante la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad Divina.

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Tomado del libro “Virtudes del Trabajo Profesional”, de Genara Castillo, editado por PAD-Escuela de Dirección de la Universidad de Piura, Lima, 2009

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