Lacan Seminario La Angustia_044

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Freud nos hace notar que el sujeto del duelo tiene que cumplir una tarea que e n cierto modo sera la de consumar por segunda vez la perdida provocada por el accidente del destino del objeto amado. Qu decir? Acaso el trabajo del duelo no se nos aparece, con una luz a la vez idntica y contraria, como el trabajo destinado a mantener, a sostener todos esos lazos de detalle?. Y Dios sabe cunto insiste Freud, y con razn, sobre el costado minucioso, detallado, de la rememoracin del duelo, en lo relativo a todo lo que fue vivido del vnculo con el objeto amado. Este es el vnculo que se trata de restaurar con el objeto fundamental, el objeto oculto, el objeto a, verdadero objeto de la relacin al cual a continuacin se le podr dar un sustituto que al fin de cuentas no tendr ms alcance que aquel que ocup primero su lugar. Como me deca uno de nosotros, humorista, durante una de nuestras jornadas Provinciales, es la historia destinada a mostrarnos en el cine que cualquier "alemn irreemplazable" -- alude a la aventura descripta en el film Hiroshima mon amour-- puede encontrar un sustituto inmediato y perfectamente vlido en el primer japons que aparezca a la vuelta de la esquina. El problema del duelo es el del mantenimiento de los vnculos por donde el deseo est suspendido, no del objeto a en el nivel cuarto, sino de i(a), p or el cual todo amor, en tanto que este trmino implica la dimensin idealizada que expres, est estructurado narcissticamente. Y esto constituye la diferencia con lo que sucede en la melancola y la mana. Si no distinguimos el objeto a del i(a), no podemos concebir lo que Freud recuerda y articula en la misma nota, as como lo hace en el bien conocido artculo Duelo y melancola , sobre la diferencia radical que hay entre melancola y duelo. Recurdese el pasaje donde, despus de haberse embarcado en la nocin de retorno, de reversin de la libido pretendidamente "objetal" sobre el Yo propio del sujeto, Freud confiesa: es evidente que en la melancola ese proceso no culmina (lo dice el propio Freud), el objeto supera su direccin y es el objeto el que triunfa. Y por que esto es diferente del retorno de la libido en el duelo, tambin por eso todo el proceso, toda la dialctica se edifica de otro modo; es decir que, con respecto al objeto a, Freud expresaI Sdeseo de no ver Desconocimiento (deseo de no saber)Impotencia OmnipotenciaConcepto de angustia SuicidioIdealDueloAngustiaPero lo que nos importa es reencontrar aqu la confirmacin de las verdades que ya hemos abordado por otros sesgos. Que cosa articula Freud al trmino de su especulacin sobre la angustia, sino esto: "Despus de todo lo que acabo de decirles, despus de haber encarado las relaciones de la angustia con la prdida del objeto, qu puede distinguirla del duelo?". Y todo ese codicilo, ese apndice a su artculo no marca sino el ms extremado embarazo para definir la manera en que puede comprenderse que esas dos funciones, a las que l da la misma referencia, tengan manifestaciones tan diversas. Les ruego se detengan un instante conmigo en lo que creo tener que recordarles, es decir, aquello a lo cual nos condujo nuestra interrogacin cuando se habl de Hamlet como personaje dramtico eminente, como emergencia -- en la linde de la tica moderna-- de la relacin del sujeto con su deseo ausencia del duelo seal entonces que a la vez es la ausencia del duelo --y slo del duelo en su madre-- lo que en l hizo desvanecerse, disiparse, hundirse hasta el ms radical impulso posible de un deseo en ese ser que por otra parte nos es bastante bien presentado, creo, para que tal o cual lo haya reconocido y hasta identificado con el estilo mismo de los hroes del Renacimiento. Salvador, por ejemplo. Tengo necesidad de recordar?: es el personaje del cual lo menos q ue se puede decir es que no se echa atrs y que tiene agallas ... Lo nico que no puede hacer es precisamente el acto que est destinado a hacer, porque el deseo falta, y falta por cuanto se ha hundido el Ideal. Qu ms dudoso en las palabras de Hamlet que esa suerte de aspecto idoltrico, la reverencia de su padre por ese ser ante el cual nos sorprende que el rey supremo, el viejo Hamlet, el Hamlet, muerto, se incline literalmente para rendirle homenaje, agazapado en su juramento amoroso?. No tenemos aqu los signos de algo demasiado forzado, demasiado exaltado para no ser del orden de un amor nico, de un amor mtico, de un amor emparentado con el estilo de lo que llame "amor corts", el cual, fuera de sus referencias propiamente culturales y rituales -- por donde es evidente que seque entonces es preciso -- dejo de lado por qu es as en este caso-- que el sujeto se explique, pero que, como ese objeto a est habitualmente oculto detrs del i(a) del narcisismo, y el i(a) del narcisismo est all para que en el cuarto nivel el a quede oculto, desconocido en su esencia, esto es lo que el melanclico necesita que pase, por as decir a travs de su propia imagen, y atacndola primero para poder alcanzar en ese objeto a que lo trasciende aquello cuyo mando se le escapa y cuya cada lo arrastrar en la precipitacin, en el suicidio; ello con ese automatismo, con ese mecanismo, con ese carcter necesario y fundamentalmente alienado con el cual saben ustedes que se realizan los suicidios de los melanclicos, y no en cualquier marco; porque si tan a menudo tiene lugar por la ventana, si no a travs de la ventana, esto no es casual: se trata del recurso a una estructura que no es otra que la que yo acento como la del fantasma Tal relacin con a, donde se distingue todo lo que pertenece al ciclo "mana-melancola" de todo lo que pertenece al ciclo "Ideal", de la referencia "duelo o deseo" no podemos captarlo sino en la acentuacin de la diferencia de la funcin de a con respecto a i(a), con respecto a algo que confiere a la referencia al a su carcter de bsica, radical, ms arraigante para el sujeto que cualquier otra relacin, pero tambin de fundamentalmente desconocida, alienada, en la relacin narcisista. Digamos al pasar que en la mana, lo que est en juego es la no-funcin de a, y no ya simplemente su desconocimiento. Es aquello por lo cual el sujeto ya no es lastrado ( lest) por ninguna, que a veces, sin ninguna posibilidad de libertad, lo entrega a la metonimia infinita y ldica, pura, de la cadena significante. Esto --y sin duda he eludido aqu muchas cosas-- nos permitir concluir en el nivel donde este ao tengo la intencin de dejarlos. Si el deseo, como tal y en su carcter ms alienado, ms profundamente fantasmtico, es lo que carcteriza al cuarto nivel, pue den observar que si comenc a encarar la estructura del quinto, si indiqu que en este nivel el a se recorta, esta vez abiertamente alienado, como soporte del deseo del Otro que esta vez se nombra, tambin fue para decirles por que este ano voy a detenerme al llegar a este trmino. La dialctica de lo que sucede en el quinto nivel implica una articulacin ms detallada de lo que hasta ahora pudo efectuarse, con lo que hace poco design como introyeccin, la cual implica -- me content con indicarlo-- la dimensin auditiva y tambin la funcin paterna. Si el ao prximo las cosas ocurren de manera que yo pueda proseguir mi seminario segn el camino previsto, ser alrededor no slo del nombre sino de los nombres del padre que les dar cita. No es por nada que en el mito freudiano el padre intervenga de la manera ms evidentemente mtica como aqul cuyo deseo sumerge, aplasta, se impone a todos los dems. No hay aqu una evidente contradiccin con el hecho, manifiestamente ofrecido por la experiencia, de que por su intermedio lo que se opera es precisamente otra cosa, a saber: la normalizacin del deseo en las vas de la ley? Pero es esto todo?. Acaso la necesidad misma, al lado de lo que aqu se nos traza, senos representa, se nos torna sensible por la experiencia y hasta por los hechos, muchas veces pesados por nosotros, de la carencia de la funcin del padre, acaso la necesidad del mantenimiento del mito no atrae nuestra atencin sobre otra cosa, sobre la necesidad de la articulacin, del apoyo, del mantenimiento de esta funcin: que el padre, en la manifestacin de su deseo, sabe a qu a se refiere dicho deseo? El padre n o es causa sui -- de acuerdo con el mito religioso-- , sino sujeto que ha llegado lo bastante lejos en la realizacin de su deseo, para reintegrarlo a su causa cualquiera que sea, a lo que hay de irreductible en la funcin del a, como aquello que nos permite articular, al principio de nuestra bsqueda misma y sin eludirlo de ninguna manera, que no hay ningn sujeto humano que no tenga que proponerse como un objeto finito del que estn suspendidos deseos finitos, los cuales no toman la apariencia de infinitiza rse sino en la medida en que al evadirse unos de los otros alejndose cada vez ms de su centro, llevan al sujeto cada vez ms lejos de toda realizacin autntica. Ahora bien, dicho desconocimiento del a deja una puerta abierta. Siempre lo supimos, ni siquiera hubo necesidad del anlisis para mostrrnoslo, pues cre poder hacerlo manifiesto en un dilogo de Platn: El Banquete. El objeto a, en tanto que al trmino -- trmino sin duda nunca acabado-- es nuestra existencia ms radical, la nica va en la cual el deseo pueda entregarnos aquello en lo cual nosotros mismos tendremos que reconocernos, ese objeto a debe ser situado como tal en el campo del Otro, y no slo tiene que ser situado all sino que all es situado por cada uno y por todos. Y esto es lo que denominamos posibilidad de transferencia. La interpretacin que ofrecemos se dirige siempre a la mayor o menor dependencia de los deseos, los unos en relacin con los otr os. Pero esto no es afrontamiento de la angustia. No hay superacin de la angustia sino cuando el Otro se ha nombrado(34). No hay amor sino por un nombre, como cada cual sabe por experiencia. Y bien sabemos que el momento en que el nombre de aqul o aquella a quien se dirige nuestro amor es pronunciado, constituye un umbral de la mayor importancia. Esto no es ms que una huella, una huella de aquello que va de la existencia del a a su paso a la historia. Lo que hace de cada psicoanlisis una aventura nica es esta bsqueda del agalma en el campo del otro. Varias veces les interrogu sobre qu conviene que sea el deseo del analista para que, si tratamos de impulsar las cosas ms all del lmite de la angustia, el trabajo resulte posible. Sin duda, conviene que el analista sea aqul que ha podido, en la medida que fuese y por algn sesgo, por algn borde, reintegrar su deseo en ese a irreductible, en grado suficiente como para ofrecer a la cuestin del concepto de la angustia una garanta r eal.Final del Seminario 10