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LAILA PEAK 1 historia completa por Juanjo San Sebastián LAILA PEAK Sebastián Álvaro Álvaro Corrochano José Manuel Fernández Mariano Izquierdo David Pérez Ramón Portilla Juanjo San Sebastián Alex Txikon

Laila Peak - Historia Completa

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“Una expedición de viejos roqueros a la montaña más hermosa”, así describía Juanjo San Sebastián poco antes de emprender la aventura. 30 años después, Ramón Portilla, Juanjo San Sebastián, Álex Txikon y José Manuel Fernández emprenden de nuevo la aventura del Liala, esta vez en Invierno. Ésta es la historia, contada de primera mano por Juanjo.

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historia completa por Juanjo San Sebastián

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Sebastián ÁlvaroÁlvaro CorrochanoJosé Manuel FernándezMariano Izquierdo David Pérez Ramón PortillaJuanjo San Sebastián Alex Txikon

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Alfe Laila. Las mil noches Ramón es una especie de oso a veces arisco, a veces solitario y gruñón, que sin embargo jamás consigue dejar de ser entrañable. Se le ocurrió nacer en la carnicería que su padre regentaba en el madrileño barrio de Embajadores, como pretendiendo definir y pregonar ante el mundo sus gustos gastronómicos. Hace de esto 55 años.

En este último viaje a la República Islámica de Pakistán, no ha parado de jactarse de vivir con Rosa, una mujer “de pata negra” a la que es imposible conducir por el “recto camino” definido en las suras del Corán. Su hijo Samuel, que ahora tiene 15 años, es sorprendentemente un adolescente cuerdo. Valiente como pocos, Ramón es de esa clase de personas incapaz de soñar sin comprometerse en perseguir sus sueños. Tiene alma de lobo solitario, pero contagia tantas emociones que casi nunca consigue llegar solo a ningún sitio. “Yo no te dije que viniéramos, yo sólo te pregunté qué tal estaría ir al Laila en invierno”, le dice a José después de ver su expresión al leer los -18º que marca el termómetro dentro de la tienda y de recordar el espesor de una nieve fría y seca como no habíamos visto antes.

Todos cuantos nos hemos dado cita aquí (José y Álvaro vienen por tercera y segunda vez respectivamente; Ramón, por quinta), debemos a su cabezonería la materialización de este proyecto compartido. Yo, además, debo a Ramón Portilla–también al argentino Sebastián de la Cruz- mis últimos 19 años de vida que, sin su ayuda arriesgada, hubiera terminado alguno de los primeros días de agosto de 1994 en la vertiente norte del K2.

Ramón, disfrutando de una bebida caliente en mitad del frío.

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Ramón es, pues, el instigador de esta historia cuyos inicios se remontan a otro verano de tragedia –la enésima- cercana y repetida: la de 1996. Aquel año, la ayuda de Ramón no llegó a tiempo y la muerte alcanzó a Manolo Álvarez en el Gasherbrum I. Tras la tragedia, vivió momentos extraños y días más tarde, por primera vez en su vida, Ramón supo lo que era escalar una montaña sin desearla. Después, también por primera vez, cambió el camino de regreso y en lugar de desandar el Baltoro, cruzó con contratiempos el paso del Gondogoro, que se convirtió así en algo similar a un vertiginoso balcón hacia un mundo nuevo y desconocido.

Fue en aquel momento especial cuando allá, hacia el sur, apareció una montaña que iba a convertirse en una obsesión. Puede que sólo fuera la belleza de sus líneas, o quizá el consuelo que aquellas formas perfectas procuraron en el maltrecho estado de ánimo de Ramón, o su nombre, que entonces ignoraba. Probablemente ni él mismo pudo imaginar entonces hasta qué punto estaba atrapado por aquella belleza. Su nombre –luego lo supo- era Laila, y todos los años a partir de 2009, Ramón ha tratado de alcanzar su cima. Por si fueran pocas las razones, en el invierno de 2013, 17 años y –para Ramón- 5 intentos después, nuestro amigo Akbar Syed nos contó la leyenda de Laila:

Hace muchos años, en un lejano país, habitaba un rey cuyo hijo, de nombre Queés, se enamoró de una muchacha pobre a quien todos llamaban Laila –noche- por el oscuro color de su piel. Nadie entendía qué podía ver Queés en aquella mujer y él siempre decía: “Laila es la más bella. Pero quien quiera mirarla y verla de verdad, tendrá que hacerlo a través de mis ojos”. Su padre, el rey, terminó prohibiendo aquella relación y entonces Queés abandonó su familia, su pueblo y su entorno, y pasó a vivir como un vagabundo entre montañas y desiertos. Todos olvidaron su nombre y pasó a ser conocido por Majnoon: loco. Finalmente, Majnoon murió solo en el desierto y cuando Laila localizó su cuerpo, una tormenta de arena lo sepultó junto a él, de modo que ya nunca volvieron a separarse.

El Laila visto desde el paso del Gondogoro.

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La historia real de la montaña no desmerece en absoluto a su leyenda. No está clara su altitud exacta, que debe de rondar los 6.200 metros a pesar de que en algunos mapas aparece con 6096. Fue una montaña ignorada hasta 1997, un año después de que Ramón la avistara por primera vez desde el Gondogoro. Aquel verano, un grupo italiano solicitó el entonces necesario permiso para escalarla y cinco de sus seis componentes: Fabio Iacchini, Paolo Cavagnetto, Camillo della Vedova, Iovani Ongaro y Guido Ruggeri llegaron a su cima.

Puede resultarnos fácil imaginar su doble alegría: por el hecho en sí de alcanzarla, y porque pensaban que aún era una montaña virgen. Pero es más difícil imaginar su sorpresa cuando en esa cúspide, que debe de ser más amplia de lo que parece, encontraron un cartucho de gas con los nombres de cuatro alpinistas británicos: Simon Yates, Sean Smith, Mark Miller y Andy Cave, que la habían escalado discretamente, por su línea más elegante y en el más puro estilo alpino, con cuatro vivacs (el último en la cumbre) en el verano de 1987.

Sabemos que es una montaña deseada e intentada con frecuencia. También sabemos que, como en el caso de Ramón, la mayoría de los intentos han sido fallidos, pero tampoco disponemos de muchos datos acerca de las veces que se ha alcanzado su cumbre. Por lo que nosotros sabemos, los únicos afortunados que hasta ahora lo han hecho fueron los cuatro británicos de 1987, los cinco italianos del 97 y un grupo suizo en 2010.

Y en éstas, llegó el invierno de 2013, con una conjunción irrepetible de elementos. Empezando por una de esas conclusiones magistrales a las que tan propicio es el hijo del carnicero de Embajadores. Él siempre ha mantenido, con buen criterio, que subir al Laila es una cuestión más de condiciones que de meteorología. En todos los anteriores intentos, las condiciones habían sido pésimas y en el último, el de junio de 2012, Ramón y José hubieron de desistir por las altas temperaturas y la nula consistencia de la nieve de la pala final. Así que estaba clara la moraleja: había que ir en una época más fría. Podían haber pensado en abril, en mayo… pero no. Pensaron que lo mejor era ir en enero. No simplemente en invierno (finales de febrero, primeros de marzo, cuando las temperaturas se han suavizado algo y los días son más largos…) no, tenía que ser en enero.

En la pala final, durante el primer intento.

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Posiblemente, esto fue lo que atrajo a Álex Txikon: adicto al frío, joven en edad, pero veterano curtido en experiencias invernales en el Karakorum, Álvaro Corrochano: otro joven viejo amigo de salidas anteriores, que sumaba también su segundo intento al Laila, Sebastián Álvaro: para el que cualquier cosa que suceda cerca de Hushé, en Baltistán, puede ser una buena razón para hacer las maletas y que pensó que “eso del Laila, con gente así, tenía un buen documental”, Mariano Izquierdo y David Pérez: también veteranos de “Al Filo” ( el primero como cámara y el segundo como técnico en todo lo que tenga que ver con imagen, sonido y comunicaciones) en colaborar con el proyecto. Por si fuera poco, contábamos en Madrid con un meteorólogo particular: José Miguel Viñas, que iba a enviar partes casi a diario.

Mientras todo eso sucedía, yo era más o menos feliz soñando con cortos períodos -tres o cuatro días máximo- con roca caliente, poco grado, seguros cerca… así que todavía no entiendo cuál pudo ser el motivo para que, quince días antes de la salida, decidiera embarcarme rumbo al gélido paisaje del Karakorum invernal. Me da la impresión de que hay momentos en la vida en que no hacen falta preguntas, en que todo es cuestión de concentración e instinto, momentos en los que uno prefiere arrepentirse de lo que ha hecho que de lo que dejó por hacer, momentos en los que uno no se encuentra ante una elección, sino ante una oportunidad; en momentos así, uno sólo puede decir sí. Viví épocas así. Pero desde hace tiempo, me da la sensación de que las mejores citas son aquellas a las que uno dice sí pudiendo haber dicho no. Y hay también citas, momentos, circunstancias en que, a veces sospechándolo a veces inopinadamente, uno encuentra sentido a los posos que desordenadamente ha ido acumulando, y descubre respuestas a preguntas que antes nunca necesitó plantearse; respuestas que pensaba que no existían. Poco antes de decir que sí al Laila, me asaltó la sensación de que así podía ser. Además, a veces también me da la impresión de que uno debe arriesgarse a volver a lugares en los que fue feliz.

Efectos posteriores a hacer la colada: el forro polar, congelado y rígido, tardó días en secarse.  

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Ecos de treinta añosEl sábado 19 de enero, Islamabad nos recibió oscura y fría. Apenas eran las cinco de la mañana y mientras recorría los últimos metros previos al umbral del aeropuerto me asaltaron multitud de sensaciones y recuerdos. Tan nítidos que temí, por un momento, haber viajado no solamente hacia el este, sino también hacia el pasado. Fue la noche quien disipó todas las dudas: estábamos en Pakistán, camino a una montaña esbelta, deseada y difícil, en una cordillera solitaria. Las mismas razones, la misma situación que en 1983 nos habían llevado a la cara oeste del K2. Tres de los que allí estuvimos, estamos también aquí. Nos sentimos afortunados por tantas cosas vividas y por seguir tan vivos. Pero es el invierno de 2013, no cualquiera de aquellos veranos irrepetibles del K2, Chogolisa, Broad Peak…

De nuestro grupo de ocho, nadie somos los mismos: Sebastián Álvaro, Ramón Portilla y yo somos distintos de aquellos jóvenes que un día de abril del 83 cruzaban el umbral de este mismo aeropuerto, con la ilusión de ser la séptima expedición de la historia en alcanzar la cima del K2, “La Montaña de las Montañas”. Benito Lertxundi no lo sabe, pero también nos acompaña en esta ocasión: esta mañana, en la habitación del hotel, Sebas y yo hemos vuelto a escuchar su “Bizkaia Maite”. Puede parecer una tontería, pero ha sido emocionante: su voz y los múltiples ecos de situaciones vividas, de caminos recorridos, de amigos que ya no están, de una exultante sensación de haber sido afortunados. Tanto, como para poder atesorar experiencias, mantener recuerdos evitando nostalgias y perseguir sueños nuevos, transitando por caminos viejos como el mundo.

El Raja Bazar, principal mercado de Rawalpindi.

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Me emociona el regreso al Raja Bazar, el gran mercado de Rawalpindi donde antes, cuando aquí no existían las agencias de turismo, dedicábamos días a realizar las compras de comida y menaje de cocina para aquellas expediciones, que entonces se prolongaban hasta tres y cuatro meses. En medio del bullicio, uno olvida la tensa situación que afecta a esta zona del mundo, rodeado de gentes tan amables como recordaba que buscan desde hortalizas o verduras hasta joyas, pasando por pescados, carnes, vísceras o simplemente una conversación, una fotografía o un té con estos extranjeros que han tenido la deferencia de venir a ver su país.

Raja Bazar, un reencuentro entre pasado y presente.

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Alejandro El Grande y el Athletic ClubCon cierta pena, descartamos recorrer la Karakoram Higway. Iremos en vuelo hasta Skardú (capital del Baltistán), región que concentra a cuatro de los cinco ochomiles y a buena parte de los sietemiles pakistaníes.

Hay quien dice, que el término Skardú procede de Iskander, Alejandro, y que debe su fundación al rey macedonio. Por aquí pueden verse numerosas monedas acuñadas –eso dicen- bajo su imperio, que sí alcanzó estos rincones. Hoy, como si de una reencarnación se tratara, viaja con nosotros otro grande: Jon Alexander (Alex Txikon para los amigos). Ramón Portilla dice de él que se debió de caer, de niño, en la marmita de la hiperactividad y ya no tiene remedio. Trae un paracaídas de salto base, y se le van los ojos detrás de cualquier protuberancia que se eleve en vertical más allá de 20 metros. Si la protuberancia en cuestión supera los 80, entonces ya no puede evitar echar una mirada al punto de salto, al de aterrizaje, a la dirección e intensidad del viento…

Una de las dos cosas más memorables que nos sucedieron en Islamabad fue el descubrimiento del “Centaurus”, un futuro complejo hotelero saudí, de siete estrellas siete, compuesto por tres torres de más de 90 metros, ubicado en plena Jinnath Avenue. Después de explicar (Alexander) a los vigilantes “que formamos parte de la selección española de cricket”, llegamos a compartir té y un rato realmente divertido con varios directivos del complejo, incluido el jefe de seguridad. Por poco, el salto estuvo a punto de realizarse.

Alex, maquinando su salto.

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La segunda cosa memorable sucedió en nuestro hotel. La primera mañana, recién despertados y con el cambio horario en pleno apogeo, creímos volver a escuchar ecos del pasado; los ecos alcanzaban la escalera y las plantas inferiores. Solo al llegar a recepción nos convencimos de que lo que escuchábamos era real: el recepcionista, muy serio, y a su lado nuestro buen Jon Alexander, muriéndose de risa. La letra de la canción, que no eran ecos, decía “Athleeetic gorri ta zuuuuria, denontzat zu zara geeeeuria…”. Sí, era el himno del Athletic, que terminó conociendo todo el barrio porque nuestro buen Txikon, Jon Alexander, Iskander, Alejandro, El Más Grande, había explicado al recepcionista que daba muy buena suerte escuchar aquella canción durante todo el día.

Skardú se despierta blanca, con una luz mágica, exclusiva de invierno. La pista es lo único libre de nieve. El K2, rocoso y negro como nunca antes lo había visto, desparece tras montañas más modestas y cercanas durante una maniobra de aproximación, delicada, precisa, digna más de un práctico que de un piloto experto. El aire, frío y denso, se encuentra en completa calma y no hay una nube en el cielo. La atmósfera es cristalina y la temperatura exterior de 12 bajo cero. La ciudad ha crecido, como su vetusto parque móvil; pero aquí, además de intensos humos de distintos tonos con sabor a aceite quemado, también se respira tranquilidad. Compartimos abrazos, té y comidas con viejos amigos, cuyas miradas penetran hasta el alma. Como la de Ibrahim Akhon.

En sus ojos, leo algo parecido a un reproche. Como si me dijera: “¿por qué has dejado pasar tanto tiempo?” Ibrahim trabajó de cocinero con nosotros en unas cuantas expediciones. Nosotros conocimos el Karakorum de su mano y él Bilbao, San Sebastián, Granada, Córdoba… de la nuestra. Ibrahim es el principal culpable, junto con Jon Lazkano y Felix Iñurrategi, entre otros, del proyecto de cooperación que la Fundación Félix Baltistán lleva a cabo en los alrededores de Machulu desde el año 2000. Es un hombre bueno y honesto a carta cabal. Antes de comer con él y con Shamshair Alí, otro de los responsables del proyecto, revisamos el material de escalada, las tiendas, hacemos las últimas compras de comida, visitamos a los nietos de Karim, a quien aún no he visto… y olvido ya los recuerdos y los ecos para centrarme en el futuro más inmediato.

Mediodía en el aeropuerto de Skardú, con -12º de temperatura ambiente.

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Una y otra vez, miramos las fotos de la montaña deseada, repasamos el itinerario que queremos seguir, calculamos lo que serán nuestras jornadas de trabajo en función de las horas de este sol invernal, que cada día nos irá regalando unos dos minutos más de luz, preguntamos cuánto ha nevado últimamente, cuánto frío ha hecho, cuánto viento, cuál puede ser el riesgo de avalanchas… deseamos saberlo todo para poder trazar planes precisos que, como muchas veces ocurre, puede que no sirvan para nada.

El recorrido en todo terreno, primero por los alrededores de Khaplu y después ya por el valle de Hushé, va salpicándose de paradas. En Saling pasamos por la casa de Ishaq, quien ahora habita la de Álex, en Lemona. En Machulu, el hotel y la oficina de la Fundación Félix Baltistán, y visitamos también las casas nuevas y la escuela de Kande. Ya entrada la noche, alcanzamos Hushé, punto final del trayecto rodado. Hushé es el pueblo de Karim, uno de los mejores amigos que tenemos en Pakistán.

Su nombre completo es Abdul Karim, aunque todo el mundo le conoce por “Litle Karim”. Pura energía concentrada en poco más de metro y medio de fibrosa estatura. Como es normal por estos parajes, desconoce su edad exacta, aunque debe de rondar los 58. Tiene 7 hijos y unos cuantos nietos, y es un hombre extremadamente amable, cálido y hospitalario. Allá por finales de los 70 y, sobre todo en los 80, Karim fue uno de los porteadores de altura más fuertes, leales y solicitados por la expediciones. Nosotros tuvimos el lujo de compartir con él tres intentos al K2 y la ante cima del Broad Peak, entre 1983 y 1989. Es el principal culpable de que Sebastián Álvaro y unos cuantos amigos más montaran en Hushé y alrededores la Fundación Sarabastall, un proyecto de cooperación que ha cambiado la vida de estas gentes.

Cenamos y nos alojamos en el refugio-hotel. Ahora no hay electricidad ni agua corriente. La temperatura interior es de 7º bajo cero. Fuera, ronda los 15º bajo cero. Vuelvo a escuchar a Ramón decirle a José: “Yo no te dije que viniéramos, yo sólo te pregunté qué tal estaría ir al Laila en invierno.” Estamos a 3250 metros de altitud.

En casa de nuestro amigo Karim, en Hushé, disfrutando del calor de la estufa y de su hospitalidad. En la foto, sólo falta su autor: Álex Txikon.

Al fondo, el Nanga Parbat, con la enorme cresta que lo une a los Ganalo.

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Llegada al Campo BaseLa marcha de aproximación es corta. Tan solo dos días, con parada en Saitcho. Cuando llegamos al Campo Base, Akbar y su gente lo tiene ya prácticamente montado. Hace mucho frío; la nieve, extremadamente seca y profunda lo tapiza todo. No conocía el invierno del Karakorum, ni estos paisajes, tan próximos y tan diferentes a los del Baltoro: salvajes, solitarios, primigenios, espolvoreados de un blanco como no parece haber igual, bañados por una luz clara, prístina, azulada por el frío. Son el territorio del leopardo de las nieves. Somos afortunados: podríamos no haber visto ninguno de estos paisajes, ninguna de estas luces. El tiempo, tan frío, también ha sido amable. Estamos al pie del Laila Peak, pero diferentes agujas, paredes y contrafuertes, que asustan por su verticalidad, lo ocultan a nuestra vista. Las últimas nevadas, caídas a temperaturas bajísimas, cubren los valles con más de medio metro de nieve. Las laderas, bastante más inclinadas, se encuentran también muy cargadas de nieve polvo, inconsistente, sin capa alguna de nieve dura intermedia. Cada metro ganado a la pendiente exige un esfuerzo enorme, muchos pasos, muchos resbalones, muchas zancadas partiendo y casi llegando al mismo punto. Si además, como en el caso de Ramón y José, que ya pasaron por aquí mismo el pasado y otros veranos, y saben del esfuerzo infinitamente inferior que exige superar estas mismas cotas, el resultado es desolador: 250 metros de desnivel, partiendo de 4200, en dos horas largas de trabajo.

Mohammad Kham, Gulam y Mansoor forman el espléndido equipo de cocina. Por lo demás, ni la certidumbre de las malas condiciones en que se encuentra la montaña, ni las incertidumbres que esto crea, hacen mella en el sentido del

Camino hacia el Campo Base, en las proximidades de Saitcho.

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humor de la expedición, ni en las magníficas comidas que nos está preparando este trío de “chefs”: La primera noche cenamos verduras salteadas y brochetas de pollo en pinchos morunos (¡preparado con carbón vegetal!). Tras la cena, Jon Alexander Txikon se estrena como disjockey. Todo ha empezado bien con Benito Lertxundi o Mikel Laboa. Con la “Polla Records” se ha ido calentando el ambiente… hasta llegar, primero a lo más moderno del Hit Parade Pakistaní, que Álex conoce a la perfección tras sus últimos dos inviernos por esta zona, y por fin a las últimas novedades del folklore baltí: palmas, tambores improvisados, bailes, gritos de ánimo… Después, en el interior de la tienda personal que comparto con Sebas, el termómetro marca 18º cero. Entonces me asalta la frase de Álex, machaconamente repetida lo largo de la tarde: “¡Aquí estamos de puta madre!”

Verduras salteadas y pinchos de pollo para la cena.

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¡A por el coloso!El Laila Peak no presenta dificultades extremas, si bien es una montaña compleja. Tiene tres partes bien diferenciadas:

• Los primeros 1000 metros de desnivel (entre 4200 y 5200) donde instalaremos el campo I, consisten en un corredor rematado por una larga pala, que muere contra una cresta secundaria pocos metros por encima de donde colocamos las tiendas. • El siguiente tramo discurre en travesía a media ladera por unas fuertes pendientes cargadas de nieve, hasta un primer collado donde colocamos un depósito de material y un campo II provisional. • Después trasladaremos dicho campo al segundo collado a 5500 metros, al pie de la pala final del Laila, unos 700 metros de desnivel por debajo de su cumbre.

Después de los primeros porteos, noches en el Campo I y traslados de material hasta el II provisional en los que todos participamos, decidimos acometer el primer intento. El terreno es exigente, delicado, a veces peligroso, pero casi siempre de ambiente muy variado y de gran belleza. El frío nos castiga implacable y nuestra aclimatación es un poco justa. Por eso y porque la predicción meteorológica es buena para los próximos seis días, hacemos un planteamiento conservador de la escalada, dividiéndola en tramos que contemplan poco desnivel cada día. Salimos con Álex y José siempre en cabeza. Álex, que vive en un pueblo muy cerca de Bilbao, añade a su carga los 10 Kg del paracaídas con el que pretende saltar desde la cumbre y aún le falta tiempo para ofrecerse a cogernos algo de peso a Ramón y a mí.

En el primer tramo de las ascensión, al poco de abandonar el Campo Base.

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La larga travesía que conduce del Campo I al primer collado no es difícil, pero sí delicada. Requiere bastante atención y cruza laderas de fuerte inclinación que en algunos tramos se encuentran muy cargadas de nieve reciente. Este primer collado es un mirador excepcional, desde el cual disfrutamos del Masherbrum, Ángelus, K2, Broad Peak, los Gasherbrum… es la primera vez que veo el K2 “de verdad” desde aquel 1994 en que perdimos a Atxo. Y me sorprende no sentir ninguna emoción especial. Quizá sea que la vertiente sur de esta montaña, la de Pakistán –en el 94 subimos por el espolón norte- sólo pueda transmitirme recuerdos muy gratos. Sí me llama la atención la escasísima carga de nieve que presentan todas estas altas montañas, debido sin duda a la acción de los fuertes vientos invernales.

El tercer día de escalada, recogemos las tiendas y con toda la impedimenta proseguimos hacia el segundo collado. El frío es constante y el tiempo mediocre. Nieva algo y con frecuencia se levanta una molesta ventisca. Después de algunas dudas, decidimos evitar la torre mediante un largo flanqueo que, por su derecha, nos lleva directamente al collado. El desnivel es escaso, pero el terreno complicado. Vamos asegurándonos y escalando a largos de cuerda, pero cuando alcanzamos el segundo collado y podemos observar en toda su dimensión la pala final, los últimos 700 metros que sustentan la cumbre de nuestra montaña, la sensación de cansancio y desgaste, al menos para Ramón y para mí, es superior a lo que correspondería por las poco más de cuatro horas de esfuerzo que hemos invertido en este tramo.

El día siguiente, cuarto desde que salimos del campo base, amanece tan frío como todos, pero más ventoso y cubierto. Ramón y yo desistimos de continuar, pero no así Álex y José, que escalan varios largos de 80 metros antes de regresar también al abrigo de las tiendas. Vuelven con la ilusión y parece que también con las fuerzas intactas: si mañana sale bueno, subiremos los cuatro. En cierta ocasión, en un curso de guión de cine, nos explicaron qué diferencia una gran película de una obra maestra. Decía la profesora que en ambos casos son imprescindibles los trabajos impecables de todos cuantos componen los diferentes equipos y ámbitos de la producción cinematográfica: desde guionistas, pasando por el director, hasta iluminadores o scripts. Decía la profesora que una

Pocos metros por encima del Campo I, rumbo al primer collado.

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obra maestra surgía en una de cada muchas producciones, nunca dependiendo solamente del talento del director y sí de que, además de que cada equipo en cada ámbito hubiera conseguido un trabajo perfecto, todos esos trabajos perfectos, sin excluir algunas dosis de azar, fueran susceptibles de sumarse entre sí.

Cada vez que reflexiono sobre lo que nos ha sucedido en esta expedición, me reafirmo en la convicción de habernos acercado mucho a la realización de una obra maestra. Hace ya bastantes años de que tanto Ramón como yo nos integramos en los equipos B de nuestras expediciones; ya sabe: el A es el bueno y ahí nos mantuvimos en épocas ya pasadas, el B es el malo, la “basura” (de ahí la inicial) de la expedición, que es donde estamos en épocas presentes. Pero en esta ocasión ha sido diferente. Nunca nos hemos sentido más integrados, considerados, reconocidos, tomados en cuenta, queridos, como en esta mágica experiencia invernal en el Laila Peak, por estos jovenzuelos que, en realidad, no nos necesitan para escalar esta ni ninguna otra montaña. “Mañana, si sale bueno, subiremos los cuatro”. Con ese pensamiento regresaron José y Álex de su primer intento fallido y con esa idea funcionaron durante las cinco semanas compartidas en Pakistán, con esa actitud actuaron de principio a fin. Aquella noche la cena fue escasa, apenas nos quedaban alimentos.

El día siguiente, el quinto desde que habíamos abandonado el campo base, amaneció más claro y apacible. Y salimos los cuatro. Álex y José, como siempre, siguieron encabezando largos de 80 metros por pendientes de nieve profunda sobre hielo bueno, que pocas veces bajaban de unos 60º de inclinación. Lenta, pero inexorablemente fuimos desviándonos hacia la derecha de la pala, ganando metro a metro a la montaña, pero el intento terminó al alcanzar la arista noroeste. El paso por el que Álex apostó, no existía. No quedaba más remedio que cruzar la pala hacia la izquierda y enmendar el error. El altímetro de José marcaba 6020 metros, pero eran las tres y media de la tarde, estaríamos próximos a los 35º bajo cero, faltaban apenas dos horas para que oscureciera y no íbamos a arriesgar tanto.

En total, pasamos cinco noches consecutivas en altitudes superiores a 5200 metros. Seis días de esfuerzos -los dos últimos apenas sin comer ni beber- no

Ramón, en pleno ascenso.

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exentos de tensión, con temperaturas que nunca subieron de los 20º bajo cero. Pasamos la quinta de aquellas noches nuevamente en el segundo collado de nuestro itinerario, a 5600.

La sexta y última jornada, es decir, el descenso desde aquella cota hasta la seguridad del campamento base a 4200 metros, fue realmente infernal, en medio de una fuerte ventisca que consumió nuestras últimas fuerzas y dejó patente nuestra fragilidad frente al invierno desatado. Finalmente, en las últimas horas de la tarde del 11 de febrero alcanzábamos, eufóricos, el campo base. Ningún otro lugar del mundo se nos antojaba mejor: estábamos a salvo, volvíamos a tener comida y líquidos, podíamos entregarnos al descanso sin reserva y, a pesar de que dentro de la tienda-comedor la temperatura tampoco alcanzaba los 0º, nos arropaban Akbar, Mohammed Khan, Mansoor y Gulam, para devolvernos todas las fuerzas y el calor perdidos en esta bella montaña. Echamos en falta a Sebas, David, Mariano y Álvaro, quienes junto a nosotros, formaron parte también, en todo momento, del equipo A. Ellos hubieron de partir el día anterior a nuestro regreso al campo base. Nos dejaron su ausencia.

Habíamos sido audaces, peleado hasta el límite de nuestras fuerzas en unas condiciones durísimas… No, no estábamos frustrados. Pocas veces me había sentido tan recompensado por el esfuerzo vivido como entonces, satisfecho por sentirme tan vivo. Álex era el único que sentía su error, pero él había llevado mayoritariamente el peso del ataque y ¿quién sino el que toma decisiones puede equivocarse? Habíamos cometido algunos errores, pero también disponíamos aún de algunos días para repararlos. Y, tras unos días de descanso, volvió a llegar una predicción meteorológica favorable limitada a dos días. Ramón tenía tres dedos tocados por congelaciones de segundo grado. Muy afectado, tomó la decisión de no participar en el segundo intento. Yo aún no lo sabía, pero una lesión de rodilla iba a impedirme continuar a apenas tres horas de haber salido del campo base. Lo sentí por mí, pero sobre todo por Álex, que al subir solo con José, debió descartar su proyecto de saltar con el paracaídas desde la cumbre.

Descendiendo de nuestro primer intento.

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Segundo intentoFinalmente, a la escalada del Laila no le faltaron emociones. La predicción era buena para los días 17 y 18 de febrero, dos de los tres días necesarios sólo para el ascenso. El 16 de febrero (día que había que partir del campo base) salió pésimo, con una profundísima capa de nieve fría, seca e inconsistente acumulada en valle y laderas, nevando, con nubes plomizas, niebla y ventisca. El segundo día, José y Álex alcanzaban en perfectas condiciones el campo II, en el segundo collado, aún con un buen susto en el cuerpo: durante la travesía hacia el primer collado, una enorme placa de nieve se desprendió de la ladera, apenas un metro por debajo de sus pies. Aún hoy piensan que continuaron… porque la roca más próxima se encontraba un poco más hacia adelante y no un poco más hacia atrás.

El 18, el día de cumbre, hubo frío, dificultades, malas condiciones de la nieve, ventisca… pero no hubo más errores: salieron temprano, escalaron sin detenerse, colocaron y señalaron de subida todos los anclajes –con avalakoffs- necesarios para el descenso. En las pendientes de inclinación más suave que conducen a proximidades de la cumbre -que llegaron a acariciar sin pisar- se hundieron hasta el pecho…

Con buena predicción para el día de cumbre, el tiempo, sin embargo,era pésimo al salir del Campo Base.

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De lo que ocurrió aquel día, escribí lo siguiente:

Laila Peak, invierno de 2013 : todo toca a su fin18 de enero. Se acabó la expedición. En dos días habremos levantado el campamento y nos encontraremos caminando hacia las zonas bajas del valle, rumbo a casa. Nos encontramos a la espera de una llamada telefónica, deseando escuchar una doble noticia: confirmar que Alex Txikon y José Fernández están bien en el Campo II, a 5600 metros, y lo segundo en importancia, que han alcanzado, con mucho esfuerzo pero sin problemas físicos, los 6200 metros de la cumbre del Laila. Son las 16:15, hora tardía teniendo en cuenta que estamos en invierno. En el campo base estamos impacientes por su suerte, aunque confiamos –no podemos hacer otra cosa- en la suerte y en el buen hacer demostrado de nuestros dos amigos.

Eso fue lo que escribí a las 16:15, pero cuando ya pasaban de las 9 de la noche, en realidad la sospecha de tragedia flotaba en el ambiente y ya no confiaba en nada.

- Ramón ¿Y si ha ocurrido “algo”?- No ha podido ocurrir nada. No puedo pensar eso ni como posibilidad remota. Algo así no puede pasar. Otra vez, no.- Ya, pero… ¿Pensamos en qué hacer mañana, por si acaso?- No- Bueno, nos llevamos el teléfono a la tienda… ¿Dormimos juntos, Portilla?- ¿En tu tienda o en la mía?

Fue en la mía. El teléfono-satélite nos sobresaltó numerosas veces, pero eran Fernando, periodista de El Correo, entre interesado y preocupado, y Leire, compañera de Álex, angustiada. Les tranquilicé todo lo que pude. A Leire le conté que podía haberles pasado cualquier cosa, excepto algo grave. Le dije que a Álex se le podía haber caído el teléfono, la batería… pero que era imposible algo más grave que eso. Terminé ambas conversaciones mintiendo como un bellaco: “aquí, la verdad, estamos muy tranquilos”.

Pasadas las 10 de la noche llegó la alegría con la señal acústica del teléfono. Antes de responder miré a la pantalla del Thuraya, que se iluminaba con un nombre: Alex

Ventisca, nieve profunda y riesgo de avalanchas.

Page 19: Laila Peak - Historia Completa

LAILA PEAK

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Txikon. Habían sufrido bastante por la fuerte ventisca, la nieve profunda y el riesgo de avalanchas, pero ambos estaban bien. Cansados, helados pero no congelados, y felices. Habían llegado hasta escasos 10 metros de la cumbre, que no se animaron a pisar por el pésimo estado de la nieve. Eso había sido a las cuatro y media de la tarde. Hasta pasadas las ocho y media, ya bien entrada la noche, no consiguieron llegar al interior de la tienda. Después, dedicaron casi dos horas enteras a calentarse dentro de los sacos, cocinar para poder beber en abundancia y comer algo.

El último susto lo tuvimos al día siguiente. Al mismo tiempo que Álex llegaba al campo base y justo cuando José acababa de salir del corredor, una enorme avalancha de nieve polvo lo barrió entero. Ninguno respiramos hasta que, en el medio de la polvareda helada, la voz de José nos indicó que estaba bien. Ya en el calor de la tienda, en uno de esos momentos felices y fugaces, de los que dan sentido a una vida, Ramón nos devolvió a la realidad: “Juanjo y yo no hemos subido, Álex no ha saltado de la cumbre… ¿volvemos en junio?”

Nada hace mella en el sentido de humor de la expedición.