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Prestad atención, os quiero contar una historia...
Cuando por fin se oyó el grito, a Kia se le paró el corazón en el pecho. El
empujón que le dieron en la espalda fue lo único que la obligó a ponerse en
marcha. Corrió como el resto de las mujeres, porque era lo que se esperaba
de ella. Sus botas para la nieve crujían mientras de su boca escapaban
nubecillas blancas creadas por su aliento cálido que flotaban delante de ella
como los cuerpos luminosos de las personas que hacía tiempo que habían
pasado al más allá. El jadeo que se escapó de su garganta era de angustia, no
de cansancio. Kia miró a la izquierda y luego a la derecha mientras las veinte
mujeres aproximadamente, de diversas edades, corrían hacia el agua gélida.
Sin duda, podría haber corrido más que todas ellas de haber querido, pero
Kia no tenía prisa por alcanzar a los hombres. Su padre adoptivo, Nube
Blanca, ya le había dicho que el cazador que cobrara la primera pieza de la
temporada sería su nuevo compañero.
Kia no era lo que el Pueblo consideraría bella. Su madre, Sunni, decía
que había gente que se parecía más a Kia que los demás de la tribu. Kia no
era como los demás. Mientras que ellos eran bajos y fornidos, Kia era alta y
le costaba ganar peso. Aunque tenía la piel tan oscura como ellos, sus ojos
eran distintos. Su nombre, Kia, significaba el color del cielo en el idioma
antiguo, y se lo habían puesto haciendo todo un alarde de falta de
originalidad. Con él se había quedado a medida que iba creciendo. Kia
descubrió tras su octavo ciclo que en realidad no era del Pueblo...
—¡Dámelas! —le ordenó.
—¡No! —Kia le apartó las manos y se metió las piedras en los bolsillos
de su abrigo de piel de foca.
El niño le quitó la capucha de piel y la miró furioso a los ojos azules.
—¿Por qué estás aquí? Tú no eres del Pueblo. Mírate. Eres fea, tus ojos
no son como la tierra y eres demasiado alta para servir de nada a un hombre.
¡Ahora dámelas! —Volvió a intentar coger las piedras.
—No, son mías —dijo Kia con firmeza, pero él la empujó con
brusquedad y le quitó las piedras.
—Pekeha —gruñó por lo bajo y se alejó.
Kia se quedó sentada largo rato reflexionando sobre las cosas hirientes
que le había dicho Lobo Negro. ¿Cómo no iba a ser del Pueblo? Había vivido
con ellos toda su vida. Nube Blanca y Sunni eran sus padres.
Los pekehas eran monstruos. No eran reales, sólo cosas que te decían tus
padres para que te callaras y te durmieras. Kia y su prima Miko se habían
quedado una vez despiertas toda la noche para ver si venían. Cada una
aferraba con miedo un trozo de colmillo de morsa mientras esperaban la
aparición de los monstruosos y mal olientes hombres blancos. Pero nunca
aparecieron y Kia y Miko se sintieron fuertes, pues ahora sabían que no había
hombres blancos grandes y monstruosos de pelo dorado y rojo, cuyo horrible
olor bastaba para hacer hibernar a un oso antes de tiempo. Kia sacudió la
cabeza. Lobo Negro estaba loco. Tendría que preguntárselo a Sunni cuando
volviera a la tienda. Pero primero, tenía que recuperar sus piedras. Las
encontró dos horas después, sucias y olvidadas. Kia las lavó muy contenta, se
las metió en el bolsillo y corrió a buscar a su madre.
La crueldad de Lobo Negro todavía le dolía a Kia después de tantos
ciclos. A causa de sus palabras, le había preguntado a Sunni por qué,
efectivamente, era tan distinta. La respuesta provocó un cambio radical en
Kia. La hasta entonces alta y fuerte Kia empezó a encorvar los hombros, para
no parecer tan alta. Dejó de reír tan alto con Miko, para no llamar la
atención. Rara vez miraba a nadie a los ojos por miedo a que notaran que el
color de sus ojos no era el de la tierra. Pero lo peor de todo era que ese día
cayó en la cuenta de que los pekehas sí que existían y que como contaba la
historia, realmente te robaban la vida. Kia contuvo las lágrimas mientras se
preguntaba cómo sería la vida en casa de Lobo Negro. Éste llevaba un tiempo
jactándose de que él sería su compañero al final de la cacería. Kia se quitó un
copo de nieve de la mejilla mientras corría, recordando cómo había estado
sirviendo a su padre y a los demás hombres sentados alrededor del fuego
mientras ideaban estrategias para la cacería que se avecinaba. Esa mañana
habían avistado ballenas y la posible abundancia de carne y aceite bastó para
llenar de alegría a la aldea entera. Una sola presa era suficiente para darles a
todos alimento y aceite durante semanas, por no decir un mes. Y para el
afortunado cazador que clavara la lanza mortal... los huesos de la ballena y
parte de su piel servirían para construir un nuevo hogar donde recibir a su
nueva compañera... Kia.
El hielo seguro estaba marcado con dos arpones de púas clavados en el
suelo para que Kia y las demás mujeres supieran que debían esperar en este
punto a que los hombres tiraran de la ballena hasta la orilla. Así a todo el
campamento de invierno le resultaría más fácil limpiar y abrir al animal sin
caerse en las aguas gélidas. La habitual emoción por la primera ballena caída
de la temporada no existía para Kia. No sentía la oleada de excitación que
normalmente sentía en sus ensoñaciones. Un fuerte grito la sacó de sus
apesadumbradas reflexiones justo a tiempo de ver un arpón con los colores
de Lobo Negro que volaba hacia la espalda de un cazador desprevenido.
A Kia se le atrevesó un grito en la garganta al ver el arpón que volaba
certero hacia la espalda del cazador. Va a morir, pensó Kia justo cuando el
pequeño cazador se daba la vuelta. Ya fuera por habilidad o por instinto, una
mano enguantada se alzó a tiempo de desviar el arpón. Sin embargo, el
cazador había perdido el equilibrio por el esfuerzo y por la fuerza del golpe
en la mano y se cayó al suelo, golpeándose la cabeza con el duro hielo.
Kia fue la primera en reaccionar. Echó a correr todo lo deprisa que le
permitieron sus largas piernas, frenándose sólo un poco a causa del hielo.
Oyó a su padre y a los demás hombres reprendiendo a Lobo Negro por lanzar
el arpón de manera tal que había puesto a alguien en peligro. Ninguno de
ellos se acercó para ayudar al pequeño cazador que seguía tirado en el hielo.
Kia se arrodilló y se inclinó sobre la figura tendida justo cuando unas
pestañas rojas se agitaron y luego se abrieron, revelando unos ojos de un
sorprendente y vivo color verde.
—Kia.
Kia se quedó tan pasmada que se olvidó de hablar. Era la que llamaban
Zorro. Una mujer.
—¿Estás herida?
Zorro cerró los ojos y dijo que no con la cabeza antes de incorporarse.
Se le estaba mojando la ropa de estar tumbada en el hielo y eso no le
convenía si quería quedarse a supervisar la limpieza de su pieza. ¡Mi primera
ballena! Con la emoción, Zorro casi se olvidó de lo que había hecho que
estuviera tirada en el hielo con Kia inclinada sobre ella. El fuerte dolor que
sentía en la mano a causa del arpón de Lobo Negro le inundó el cuerpo de
rabia. Lobo Negro había sido el que más se había opuesto a que ella
participara en la cacería de ballenas y caribúes. Zorro nunca había
intercambiado palabra con él, pero él había dejado claro que si fuera el jefe,
ya no sería bienvenida en el campamento de invierno. Había dejado muy
claro que iba a ser él quien se iba a unir a Kia. Ninguno de los demás hombres
quería pelearse con él. Pero Zorro no era como ninguno de los demás
hombres.
El Pueblo trataba a Zorro bastante bien porque tenían miedo de la
abuela. E incluso después de su muerte, hacía cuatro ciclos, seguían tratando
a Zorro con respeto aunque a regañadientes. Como cazadora, Zorro había
conseguido abatir muchas presas. Las cacerías de alces y antas siempre
terminaban con casi el doble de lanzas con los colores de Zorro que de los
demás clavadas en los animales. Lobo Negro era el único cazador que se
acercaba a la habilidad de Zorro, hecho que lo molestaba muchísimo: le daba
mucha rabia que una mujer fuese mejor cazadora que él. A Zorro no le
importaba: rara vez hablaba con nadie aparte de Nube Blanca. Como su
abuela, estaba convirtiéndose rápidamente en algo a medio camino entre el
mito y la leyenda. Bajaba de las colinas sólo para participar en la gran cacería
y luego desaparecía con la parte que le correspondía de carne y pieles. Hasta
sus perros, criados a partir de dos cachorros blancos de su abuela, parecían
inspirar el pavor del Pueblo.
Zorro se esforzó por ponerse en pie. Sus ojos buscaron y encontraron a
Lobo Negro, que estaba explicando avergonzado al padre de Kia que, por
rabia, había lanzado el arpón al aire: no tenía intención de alcanzar a Zorro.
Zorro corrió hacia él, presa de una rabia tan absoluta que no se paró a
pensar lo que podría parecerle su comportamiento a Kia. Los dos cazadores
acabaron en el suelo antes de que el padre de Kia agarrara a Zorro por los
brazos y la apartara a rastras de Lobo Negro, que sonreía burlón. Zorro se
negó a apartar los ojos de Lobo Negro mientras se la llevaban a rastras y las
mujeres y los cazadores la miraban como si fuera un perro rabioso. Lobo
Negro había intentado matarla, de eso no le cabía duda.
Cuando la tuvo a una distancia segura de Lobo Negro y de los atentos
oídos del Pueblo, Nube Blanca sujetó a Zorro por los hombros y la sacudió un
poco para llamarle la atención. Zorro, que seguía mirando con saña a Lobo
Negro, miró por fin a Nube Blanca, el padre de Kia, le informó su mente.
Zorro cerró los ojos presa del miedo e intentó explicarse.
—Es que me he puesto furiosa.
—Debes aprender a escuchar antes de reaccionar, Pequeño Zorro. —
Zorro se miró las botas. Hacía casi cuatro ciclos que nadie la llamaba así,
desde la muerte de la abuela. Lo echaba de menos—. Sabes lo que significa,
¿verdad? ¿El que hayas cobrado la primera pieza?
Ella tragó.
—¡Sí!
—Muy bien, ¿entonces sabes que tienes la opción de unirte a mi hija
Kia?
Todos sus pensamientos sobre Lobo Negro desaparecieron de la mente
de Zorro al mirar a Nube Blanca, con el corazón palpitante y la boca
entreabierta. El aliento cálido de los dos se mezclaba con el aire frío, dando
un aire onírico a aquel momento. Al menos, así era como Zorro lo recordaría
para siempre.
—Sí —murmuró algo temblorosa.
—Así pues... ¿deseas unirte a mi hija?
Zorro miró fijamente al jefe Nube Blanca un momento y luego asintió
con fuerza.
—Con todo mi ser.
—Pues muy bien, así será —dijo él con expresión satisfecha y se alejó,
dejándola boquiabierta.
Zorro levantó la vista al cielo, que estaba casi tan blanco como la nieve,
pero no tanto.
—Gracias, abuela.
Se encaminó de nuevo al hielo, ahora empapado de la sangre del
ballenato... recordando...
Zorro entró en la casita de piedra y se quitó las botas cubiertas de nieve
y barro como siempre lo había hecho. Los perros ya estaban alimentados,
pero Zorro había pasado más tiempo que de costumbre con ellos, pues
últimamente tenía muchas cosas en la cabeza.
—¿Abuela?
—Sí, Pequeño Zorro. —La abuela, sentada con las piernas cruzadas
delante del fuego, levantó los ojos para mirarla. Estaba intentando coser un
agujero que se había hecho Zorro en los pantalones por tercera vez en una
semana. Sacudió la cabeza exasperada. Por enésima vez, se preguntó por qué
se molestaba siquiera. De todas formas, Zorro se los iba a volver a romper.
—Quiero preguntarte una cosa —dijo Pequeño Zorro nerviosa al
subirse a su plataforma de dormir.
—Pues pregunta.
Pequeño Zorro apoyó la mano en el codo y contempló a su abuela un
momento antes de hacer su pregunta.
—¿Por qué no te has unido nunca?
—Porque la persona a la que amaba me fue arrebatada. —El tono de la
abuela era muy triste y Pequeño Zorro dudó de si debía seguir adelante.
—¿Por qué no te has vuelto a unir?
—Porque no ha habido nadie que haya vuelto a ganarse mi corazón.
—¿Entonces la mayoría se une por amor?
—No, la mayoría no, Pequeño Zorro. La mayoría se une porque es una
buena unión, buena para la familia, buena para todo el mundo.
—Gracias, abuela. —Pequeño Zorro se tumbó y se quedó mirando el
techo de piedra.
—Pequeño Zorro, ¿por qué me haces estas preguntas?
—El Pueblo parece tener miedo de nosotras, abuela.
—Eso es porque tienen miedo de las personas diferentes. Yo soy
diferente y tú también lo eres. —Pequeño Zorro asintió. La abuela sí que era
diferente. Igual que el pelo de Pequeño Zorro era rojo, el de ella era de un
color amarillento, o eso le había dicho a Pequeño Zorro. Ahora era de un
color gris parecido a la nieve en la que vivían la mayor parte del ciclo—. ¿A
qué vienen tantas preguntas, Pequeño Zorro?
—Simple curiosidad, abuela.
—No, sé que hay algo más, dímelo.
Pequeño Zorro sonrió a su abuela desde el otro lado de la estancia y
luego miró el mango de su cuchillo, su posesión más preciada.
—Hay alguien a quien creo que me gustaría unirme.
La abuela se quedó mirando a Pequeño Zorro un momento y luego
siguió cosiendo tranquila, con los labios fruncidos.
—¿Esta persona desea unirse a ti?
—No lo sé. No, probablemente no. No creo que ella se haya fijado en
mí. —Pequeño Zorro cerró la boca de golpe y se preguntó cómo iba a
reaccionar su abuela ante la noticia de que quería unirse a una chica.
La abuela observó el pelo rojo de Pequeño Zorro, sus brillantes ojos
verdes y su piel clara. Meneó la cabeza.
—No, estoy segura de que se ha fijado en ti.
Pequeño Zorro le dijo que la primera vez que se fijó en ella, que se
fijó de verdad, fue el ciclo pasado, cuando fueron al campamento de
invierno. Kia estaba pescando con las demás mujeres. Zorro no le había
podido quitar los ojos de encima.
—Estuve mirándola de lejos; ella ni me vio.
—Bueno, ¿y sabes cómo se llama?
Pequeño Zorro asintió y apartó la mirada, pues no quería decir el
nombre en voz alta por miedo a que un espíritu maligno le hiciera algo a su
amor.
—Pues háblame de ella. —La abuela dejó su labor a un lado y prestó
toda su atención a Pequeño Zorro.
—No se parece en nada a mí.
—Bueno, ninguno de nosotros se parece en nada a ti, mi Pequeño
Zorro.
Pequeño Zorro sonrió a su abuela. A lo largo de su vida había habido
muchas ocasiones en que había deseado ser como el Pueblo o incluso como
su abuela. Lo único que Pequeño Zorro había deseado en su vida era encajar
y no tener tantos ojos oscuros, asustados o curiosos clavados en ella en todo
momento. Pequeño Zorro se había acostumbrado a llevar la capucha puesta
siempre que estaba cerca de los campamentos. Eso mantenía a raya parte de
la curiosidad aunque no pudiera ocultar su piel blanca ni sus ojos claros.
—Lo que quiero decir es que creo que ella tampoco es del Pueblo, al
menos no del todo. Tiene los ojos claros como yo, sólo que azules. Y es alta.
Más alta incluso que tú, abuela, pero tiene el pelo oscuro y fino como el
Pueblo. A mí... a mí me parece preciosa.
—Ahhh. —La abuela asintió con aprobación. Tendría que haber sabido
que iba a ser Kia quien llamaría la atención de Zorro. Kia era, efectivamente,
una muchacha preciosa, aunque no creía que se lo hubiera dicho nadie en
mucho tiempo, si es que se lo habían dicho alguna vez. Aunque no le cabía
duda de que su familia la quería y la mimaba. Las cosas que hacían diferentes
a Pequeño Zorro, a Kia y, en menor grado, a ella misma no siempre eran
apreciadas por el Pueblo.
—Abuela, me gustaría saber cómo... me gustaría unirme a ella algún
día. Cuando tenga mis propias cosas —terminó Pequeño Zorro
apresuradamente y luego se dio la vuelta.
La abuela se esforzó por contener la risa. Qué joven e impetuosa era su
Pequeño Zorro. Sin embargo, cuando se lo proponía, podía ser tan terca
como el que más.
—Como todo en la vida, tienes que cerrar los ojos y desear que se
cumpla, Pequeño Zorro.
—Pero abuela, no sé si Kia esperará a que se cumpla mi deseo —dijo
Pequeño Zorro con exasperación.
—Pues entonces, Pequeño Zorro, más vale que te des prisa. Kia estará
pronto en edad de casarse y no querrás que se case con otro, ¿verdad? —La
abuela bajó la cara para ocultar la sonrisa burlona que le curvaba los labios.
—¡Oh, no! —La idea hizo que los ojos de Pequeño Zorro soltaran
chispas—. Quiero que sea mi compañera, de nadie más.
—Pues muy bien, hablaré con su padre. Es un viejo amigo, me
escuchará.
Pequeño Zorro toqueteó la piel en la que estaba sentada, muy
ensimismada. La promesa de la abuela de que la iba a ayudar por un lado la
hacía feliz, pero por otro no. Por primera vez en su corta vida, Pequeño Zorro
tenía miedo.
—¿Abuela?
—¿Sí, Pequeño Zorro?
—¿Qué hago con ella?
—¿Qué quieres decir, Pequeño Zorro? —preguntó la abuela
cansinamente al tiempo que se levantaba para subirse a su propia
plataforma de dormir. El dolor de la pierna iba a peor. Le estaba costando
ocultarle a Pequeño Zorro que se estaba poniendo enferma. Aunque ansiaba
reunirse con su amor perdido en el más allá, estaba preocupada por su
Pequeño Zorro. Aunque Pequeño Zorro era capaz de cuidar de sí misma,
sabía mejor que nadie la soledad que se podía sentir en la tundra helada
viviendo fuera de los campamentos, aceptada pero no bienvenida. No,
Pequeño Zorro necesitaba una familia y ella iba a hacer todo lo posible por
asegurarse de que tuviera la oportunidad de conocer el amor.
—O sea, ¿cómo... me uno a ella?
La abuela sí que se echó a reír entonces. Pero le entró una sensación de
tristeza. No creía que fuera a vivir el tiempo suficiente para ver a Pequeño
Zorro unida, pero tenía una idea de cómo asegurarse de que fuera feliz.
—Bueno, Pequeño Zorro, ésa es una larga lección que podemos
empezar pero no terminar esta noche. Pero tienes que prometerme que vas
a escuchar sin interrumpir, ¿comprendes?
—Sí, abuela.
Pequeño Zorro se tumbó en sus pieles y escuchó la voz de su abuela
hasta altas horas de la noche. Quería preguntar muchas cosas, muchas cosas
que no entendía, pero tenía miedo de que su abuela se detuviera, de modo
que se limitó a escuchar atentamente hasta que ya no pudo más de sueño.
—Que duermas bien, Pequeño Zorro, hay más cosas que aprender.
Pero tendrá que ser otro día.
—Que duermas bien, abuela.
Los cánticos eran tan alegres que a Kia le dolían los oídos. Todo el
campamento de invierno parecía celebrar el inminente matrimonio: todo el
mundo lo veía como un feliz acontecimiento. Es decir, todo el mundo salvo
Kia y Lobo Negro. Kia tenía miedo de Zorro, siempre lo había tenido, con ese
pelo de fuego, rojo y alborotado, y esos ojos verdes que nunca había visto.
Zorro no era lo que imaginaba al soñar con el aspecto que tendría su
compañero. Dejando aparte el hecho de que efectivamente era una gran
cazadora, Zorro era una mujer y no podía darle hijos. Lo único que a Kia le
había apetecido siempre de la idea de unirse a alguien era tener un hijo.
Cuando era más joven, había sido una niñera muy solicitada. Kia pensaba que
tal vez éste era su castigo por todas las cosas horribles que le había deseado
a Lobo Negro.
El toldo de la tienda se retiró tan deprisa que Kia pegó un respingo.
Sunni entró en la tienda y la abrazó.
—¿Estás lista, hija mía? Sé que estás asustada, pero acabará pronto.
—Pero... pero no puedo casarme con ella.
—Puedes y lo harás —le dijo Sunni a su hija adoptiva con severidad.
Aunque ella misma le había expresado dudas parecidas a su compañero
hacía apenas un momento, no podía dejar que Kia advirtiera su miedo—. Es
el deseo de Nube Blanca. Lo ha prometido. Así debe ser. —Luego Sunni
repitió las palabras que su compañero le había dicho para calmarla cuando le
pidió histéricamente que no obligara a su única hija a unirse a la extraña
Zorro—. ¿Es que quieres causarle vergüenza?
—No —dijo Kia en voz baja. Nube Blanca había sido un padre
maravilloso. Kia lo quería muchísimo y nunca haría nada que le hiciera
quedar mal ante los ojos del Pueblo.
—Zorro te ha honrado con su presa. La carne de esa sola pieza dará de
comer a todo el campamento de invierno nada menos que durante dos
semanas. Con las pieles se podrán hacer buenos hogares. No tendrás que
preocuparte del tema de los hijos...
—¡Pero yo quiero hijos! —exclamó Kia, con el corazón en un puño.
—Bueno, seguro que eso es algo que tendrás que hablar con tu... Zorro.
El toldo se apartó y Miko, prima de Kia, asomó la cara redonda por la
puerta.
—Es la hora, prima. —Sonrió alegremente y a Kia le dieron ganas de
tirarle algo. Miko se alegraba de que se fuera a casar con Zorro porque así se
quedaría con Lobo Negro, puesto que sería la única mujer casadera que
quedaría en el campamento.
Kia no tenía el menor deseo de ser la compañera de Lobo Negro, nunca
lo había tenido, pero en cierto modo habría preferido casarse con Lobo
Negro antes que con la misteriosa y terrorífica Zorro.
—Ahora debo dejarte, hija mía, porque va a empezar la ceremonia.
Kia se quedó mirando a Sunni mientras se marchaba y en su mente se
puso a idear formas de romper el acuerdo sin dañar la reputación de su
padre. A lo mejor Zorro no quería casarse con ella, en cuyo caso, las dos
saldrían beneficiadas si se ayudaban la una a la otra.
El toldo se retiró y entre fuertes gritos y horribles alaridos, levantaron a
Kia del sitio que ocupaba junto al fuego y la sacaron a rastras de la tienda.
Todo el campamento de invierno estaba alrededor de una gran hoguera,
todos ellos bien envueltos en sus pieles y observando como si estuvieran a
punto de ver una especie de milagro. Kia intentó llamar la atención de Zorro,
pero ésta tenía la mirada clavada en Nube Blanca y no se volvió hacia ella.
Para Kia era como un sueño. No podía creer que en cuestión de un
momento fuera a quedar unida a alguien a quien sólo había visto unas
cuantas veces durante las cacerías. Las palabras que pronunciaba Nube
Blanca no tenían el menor sentido para Kia y al poco, el cordón de cuero
marrón rodeó las manos de Zorro y Kia. Ésta las miró un momento, muy
turbada: su mano era más grande que la de Zorro, lo cual la sorprendió hasta
tal punto que casi dio un paso atrás. Los fuertes gritos comenzaron de nuevo
y a Zorro y a ella las empujaron al interior de la tienda de la unión y las
dejaron a solas.
Kia miraba a Zorro con los ojos llenos de miedo.
Zorro se adelantó. Me presentaré como me enseñó mi abuela, pensó al
tiempo que alargaba la mano para tocar la de Kia, pero ésta retrocedió con
cautela.
—No deseo esto —soltó por la boca sin poder contenerse. Se le escapó
una especie de sollozo de entre los labios que flotó en la tienda como un
espíritu maligno a la espera de apoderarse de una nueva alma.
Zorro se quedó paralizada, olvidando la presentación formal cuando la
fría verdad le abofeteó la cara.
—¿No deseas esto? —repitió como una boba porque no sabía qué más
decir.
—No —sollozó Kia angustiada, mirando los relucientes ojos verdes y el
espeso pelo rojo.
—¿Por qué no lo has dicho antes? ¿Por qué has dejado que nos
unamos? —Zorro notó que se iba enfadando a medida que hablaba, pero
intentó calmarse por temor a que Kia llorase más.
—Yo... —La respuesta de Kia quedó ahogada por la música. El redoble
de los tambores y los fuertes cánticos indicaban que la ceremonia de unión
había empezado. Duraría hasta que los ancianos decidieran que la unión se
había consumado. Los cánticos y los tambores eran un intento ceremonial de
dar intimidad a las parejas recién unidas.
—¿Estarías dispuesta a deshonrar a tu familia rechazándome? —
preguntó Zorro enfadada.
—No... yo...
—¿Entonces qué vas a hacer cuando la madre te examine y no hayas
sido probada?
—No lo sé.
Zorro volvió la espalda a Kia, desilusionada y furiosa. Recordaba las
palabras de su abuela tan claramente como si se las estuviera diciendo en
ese mismo momento. Debes asegurarte de que no tenga miedo; si no, no
disfrutará de lo que le ofrezcas.
Zorro se devanó los sesos y se apartó nerviosa el pelo rojo de la cara. El
escozor de la herida causada por el arpón de Lobo Negro fue lo que le dio la
idea. Se giró bruscamente y miró furiosa a Kia un momento hasta que por fin
suavizó la mirada para no asustarla. Tranquila, Zorro, tú no te comportas
como una mujer, pero debes aprender a estar tranquila para no asustarla.
—Se me ha ocurrido una idea, pero sólo funcionará si me ayudas.
Kia miró un momento a Zorro con desconfianza y luego asintió con la
cabeza.
—La madre te examinará para asegurarse de que nuestra unión se ha
consumado.
Kia sintió una oleada de temor. Claro que lo comprobaría, siempre lo
hacían. Era la única manera de asegurarse de que más adelante un hombre
no afirmara que otro hombre había probado a su compañera y la devolviera
a su familia. La única ocasión en que no lo comprobaban era en el caso de
una unión en que el compañero de la mujer hubiera muerto. En ese caso, el
segundo compañero debía recibir honores si el primero había tenido una
buena muerte. Todos los honores y bienes materiales propiedad del primero
pasarían al segundo tras la unión.
—Sí, siempre lo comprueban. Es la costumbre —contestó Kia abatida.
—Entonces tenemos que hacer que parezca que lo hemos hecho.
—¿Y cómo vamos a hacer eso? —preguntó Kia temerosamente.
—Quítate la ropa y échate.
Kia sacudió la cabeza vigorosamente.
—No, no lo voy a hacer.
—No nos queda mucho tiempo, Kia. La madre no tardará en venir y te
examinará y si cree que no has sido probada, será una deshonra para ti y
también para mí.
Kia pensó cuidadosamente en lo que decía Zorro. Ésta tenía razón. Del
mismo modo que las mujeres probadas antes de la unión quedaban
estigmatizadas, lo mismo les sucedía a los hombres que no conseguían
cumplir con sus deberes conyugales.
—Pero... pero tú eres una mujer como yo, a lo mejor no lo
comprueban.
—Lo comprobarán —dijo con seguridad—. Tendrás que desnudarte. No
tenemos mucho tiempo, ¿o quieres decirles que has sido probada antes de la
unión?
Kia se mordió el labio. Reconocer haber sido probada antes de estar
unida era un sino peor que la muerte para la mayoría de las chicas. Ningún
hombre se casaría jamás con ellas, pues era probable que dejaran que
cualquiera las probase. Lo mejor que podían esperar era una vida de
servidumbre o abandonar al Pueblo, lo cual equivalía a una muerte casi
segura.
—No creo que se vayan a creer que yo no he podido cumplir, así que
eso no va a funcionar...
Kia estaba deseando preguntarle por qué, pero no lo hizo. Daba igual.
De modo que empezó a desnudarse. Primero se quitó el abrigo y la camisa de
piel de ciervo con las cuentas de colores alrededor del cuello. Luego se quitó
las botas y por último los pantalones. Durante todo este tiempo, se negó a
mirar a Zorro. Por fin, se echó y se cubrió hasta los hombros con las pieles de
la unión. Eran de la mejor calidad y si Kia no hubiera tenido tanto miedo,
podría haber disfrutado de su suavidad. Tal y como estaban las cosas, había
empezado a temblar.
—¿Tienes frío? —La pregunta sonó, daba la impresión, justo encima de
ella.
Kia sofocó un grito al levantar la mirada y ver a Zorro desnuda. Desvió
la mirada ante la visión en primer plano de todo su cuerpo. Se apartó como si
se hubiera abrasado.
Zorro empezó a enfadarse. Su abuela le había dicho que fuera amable y
ella no había hecho otra cosa. Iba a conseguir ganarse a Kia, cosa que
ninguna otra mujer del pueblo podía hacer. Pero empezaba a pensar que Kia
nunca la aceptaría como compañera y Zorro sabía que no podía permitir que
pasara eso. Zorro suspiró y cogió el largo abrigo de piel de oso. Sus dedos
acariciaron admirados la piel blanca. El oso era un símbolo de longevidad y
fortuna para un cazador. Era el enemigo más peligroso. Todos los hombres
del pueblo que tenían una hija, en algún momento antes de que ésta
estuviera en edad de casarse, debían dar caza y matar al oso blanco. Antes
de que su hija se uniera, el padre regalaba un abrigo al hombre, igual que su
padre se lo había regalado a él. La creencia era que la fuerza del oso se
fundiría con su alma y lo ayudaría a fecundar a la mujer. Zorro había recibido
el abrigo de manos de Nube Blanca. No había hecho caso de las risas que
estallaron entre los hombres cuando le entregó el regalo. Nada de eso tenía
importancia: había escuchado a su abuela, había tenido paciencia y había
deseado que se cumpliera. Por fin, Kia era suya. Zorro deslizó los brazos en el
abrigo y respiró hondo.
—Kia, ¿me miras?
Kia la miró atemorizada y Zorro tuvo que tragar para poder terminar lo
que iba a decir. Sería difícil, pero dejaría que Kia tomara sus propias
decisiones y esperaba que aprendiera a amar a Zorro tanto como Zorro la
amaba a ella.
Zorro alargó la mano hacia Kia y ésta pegó un respingo de miedo.
—¿Ves esto? —Abrió la mano despacio y le mostró a Kia lo que tenía.
—No tengo hambre —dijo Kia suavemente, lo cual hizo reír a Zorro por
un instante.
—No, supongo que no. —Miró las bayas rojas que tenía en la mano y
luego volvió a mirar a Kia—. Las usamos para pintarnos la cara durante la
cacería de la ballena. ¿Sabes por qué?
—Porque simboliza la sangre de la ballena, para agradecerle el
alimento y abrigo que nos va a dar.
—Así es —asintió Zorro, imitando inconscientemente el gesto de su
abuela.
Kia se quedó mirando las bayas un momento y vio que la mano de
Zorro se cerraba a su alrededor y una sustancia roja como la sangre se colaba
entre sus dedos. Zorro recogió con la otra mano las gotas que si no, habrían
caído sobre el suelo cubierto de pieles de la tienda.
—Ahora échate, Kia, no nos queda mucho tiempo. —Los cánticos se
iban haciendo cada vez más fuertes. Zorro intentó no pensar en el hecho de
que no estaba llevando a su compañera al orgasmo como se suponía por los
fuertes cánticos. Quería gritar que no había necesidad de que cantaran, pues
no había nada que oír. Sabía que estaban todos ahí fuera bebiendo,
comiendo y fumando y haciendo bromas obscenas sobre lo que estaba
pasando en la tienda en ese mismo instante.
—Zorro, por favor... tengo miedo... no quiero esto.
—Kia, no te voy a hacer daño —explicó Zorro exasperada—. Te voy a
poner esto. Cuando entre la madre, si no se fija mucho, creerá que te he
tomado.
Kia aspiró bruscamente y miró a Zorro con incredulidad.
—¿Y tú qué? ¿A ti no te van a examinar?
Por alguna razón, la pregunta hirió a Zorro en el corazón, pero meneó
la cabeza.
—No. Yo soy una cazadora, no me van a examinar.
Kia se reclinó y se echó las cálidas pieles por encima de los hombros.
—Kia, tienes que bajar las mantas. No quiero manchar las pieles de
jugo.
Kia se apartó despacio las mantas de los hombros. El frío de la estancia
no le hacía temblar tanto como el miedo que sentía. Miró los febriles ojos
verdes de Zorro y cerró los suyos de golpe. Se detuvo un momento antes de
mostrar sus pechos a esos febriles ojos de animal y casi saltó de las pieles
cuando Zorro dijo con voz ronca y acalorada:
—Date prisa, Kia, van a venir dentro de nada.
Kia asintió y se deslizó las pieles por el cuerpo hasta que le llegaron a
las rodillas.
—Apártalas, Kia —dijo Zorro suavemente, al tiempo que sus ojos se
posaban en Kia por primera vez. Tuvo que recordarse a sí misma que tenía
que respirar. Su abuela tenía razón, Kia era preciosa y sería digna de la
espera. Zorro no hizo caso del hormigueo que tenía en el estómago ni del
calor que sentía entre las piernas y se acercó más—. Abre las piernas —
susurró suavemente.
Los cánticos casi habían terminado: era el momento en que se elegía a
"la madre". Ésta no era necesariamente la madre de ninguno de los recién
unidos. Era un cargo de honor que se asignaba en cada ceremonia de unión.
Sin embargo, Zorro no tenía la menor duda de que "la madre" sería la propia
madre de Kia, puesto que había sido elegida más que cualquier otra mujer
mayor de edad de la aldea. Esperaba que el hecho de que se trataba de su
propia hija la llevara a no examinarla demasiado a fondo.
Kia se echó a llorar apagadamente al abrir las piernas con temor. Zorro
se sentía mal por asustar a Kia, pero había que hacerlo y tal vez más adelante
Kia apreciara la delicadeza con que estaba manejando la situación.
Zorro empujó delicadamente las piernas de Kia para que las abriera
más y tuvo que parpadear dos veces para aclararse la vista al ver por primera
vez el sexo de Kia. Como una piel sedosa y bella, instaba a Zorro a tocarlo, a
explorar su suavidad. Era tan distinto del de Zorro que de repente ésta sintió
una vergüenza que no había sentido desde la primera vez que advirtió que su
propio sexo estaba cubierto de rizado pelo rojo y no negro, como el de las
demás mujeres del Pueblo. Zorro volvió en sí y se colocó entre las piernas
abiertas de Kia y se echó hacia delante para poder ver lo que hacía a la
escasa luz del fuego.
Extendió el jugo de las bayas sobre los muslos de Kia con dedos
temblorosos, sin apartar los ojos del sexo de Kia, pero un leve gemido le hizo
levantar la mirada rápidamente para ver que Kia se había tapado los ojos con
las manos y estaba llorando suavemente. Zorro ardía en deseos de pedirle
perdón por asustarla, pero era la única forma. Estaba segura de que Kia se lo
agradecería más adelante. Los cánticos cesaron de repente, indicando que se
había elegido a "la madre" y que ésta entraría en la tienda en cualquier
momento. Zorro tragó y terminó de pintar los muslos de Kia y luego susurró
su nombre.
—Kia, ahora te voy a tocar. No te haré daño, sólo te voy a poner el jugo
de las bayas, no grites.
Kia asintió aunque siguió llorando en silencio. Las dos pegaron un
respingo por el primer contacto de las manos de Zorro en el sexo de Kia.
Zorro pensó por un instante que debería dejar que fuera Kia la que lo hiciera,
pero no tenía tiempo de explicárselo, de modo que separó delicadamente los
labios del sexo de Kia y con la punta de los dedos, que seguían temblándole
de nervios, extendió con cuidado el jugo de las bayas sobre Kia. Ésta se había
echado a temblar también y tenía la cara bañada en lágrimas y los ojos
cerrados como si agonizara y a Zorro le dolió el corazón por ella. El grito de
fuera hizo que Kia abriera los ojos de par en par. Había asistido a suficientes
ceremonias de unión como para saber que "la madre" iba a entrar de un
momento a otro. Miró suplicante a Zorro.
—Tienes que limpiarte las manos, hay demasiado... —susurró
desesperada entre lágrimas.
Zorro buscó frenética a su alrededor algún sitio donde esconder las
bayas aplastadas que tenía en la mano. Miró asustada a Kia, no había
pensado en esto. Tenían que librarse de las bayas aplastadas o alguien podría
darse cuenta. Casi nada más pensarlo, Zorro se metió casi todas en la boca al
tiempo que cubría el cuerpo de Kia con el suyo. Kia se quedó tan sorprendida
por el repentino movimiento que se le escapó un ligero grito, pero Zorro la
hizo callar con una mirada feroz.
—Ayúdame, Kia. —Zorro metió el resto de las bayas en la boca abierta
de Kia, encajando las caderas entre las piernas de Kia. Con el corazón
desbocado, cubrió la boca de Kia con la suya y la besó por primera vez. De su
garganta brotó un leve gemido cuando el sabor de las bayas y de los labios
de Kia penetró sus caóticos pensamientos. Zorro pensó que era su
imaginación lo que la llevaba a creer que notaba el leve olor almizcleño del
sexo de Kia. Volvió a mover los labios sobre los de Kia con la esperanza de
recuperar ese ligero sabor a almizcle. Casi al instante se perdió en el beso.
La respiración de Kia era agitada y entrecortada. El sobresalto inicial de
tener el cuerpo desnudo de otra persona encima de ella fue desapareciendo
y Kia cobró conciencia total de la sedosa humedad que había entre ella y
Zorro. Ésta movió las caderas de manera casi imperceptible al principio y
luego con algo más de fuerza cuando a Kia se le escapó un leve gemido de
entre los labios. Se le llenó el estómago de calor cuando la lengua de Zorro
empezó a solicitar delicadamente permiso para entrar en su boca. Se había
esperado cualquier cosa menos este beso dulce y cálido que le hacía desear
pegarse más a Zorro.
Se oyó una risita detrás de ellas y Zorro alcanzó su cuchillo y se giró
bruscamente. "La madre" llevaba una máscara ceremonial, al igual que el
jefe durante una unión. Sin embargo, Zorro se dio cuenta por el cuerpo de
que efectivamente iba a ser la madre de Kia quien la iba a examinar.
Asintiendo a "la madre" para pedirle disculpas, Zorro dejó el cuchillo y
se apartó con cuidado de entre las piernas de Kia, advirtiendo con cierta
satisfacción que el jugo realmente parecía sangre y que incluso ella misma se
había manchado un poco. Mientras "la madre" estaba inclinada sobre Kia,
Zorro se limpió con cuidado la boca con el dorso de la mano. Miró la boca de
Kia y se sintió aliviada al ver que no quedaba ni rastro de las bayas. Y al
menos Kia había dejado de llorar, aunque todavía tenía la cara
completamente mojada.
La madre miró su sexo separando delicadamente las piernas de Kia y
observándolo a través de la máscara. Una vez más, Kia apartó la cara
avergonzada. A Zorro le pareció que pasaba una estación completa antes de
que "la madre" se levantara en silencio, le hiciera a Zorro un gesto de
aprobación con la cabeza y saliera de la tienda. El grito de júbilo que hubo
fuera de la tienda fue lo que le dijo a Zorro que había tenido éxito con el
engaño. Cuando los tambores empezaron a sonar con fuerza, Zorro se dejó
caer al suelo llena de debilidad. Lo había conseguido. Kia era suya y nadie
podía quitársela. Miró a Kia, cuyo pelo oscuro y sedoso se fundía casi a la
perfección con las pieles, y vio que volvía a echarse a llorar suavemente. Le
dio la espalda a Zorro y se hizo un ovillo para consolarse a sí misma. La
alegría que sentía Zorro por haberse unido por fin a Kia empezó a
desaparecer al ver la espalda de su compañera estremecida por la fuerza de
sus sollozos.
La celebración duró toda la noche y hasta bien entrada la mañana. Kia
lo sabía porque había estado despierta casi todo el tiempo. Le resultaba
irreal que hubiera gente celebrando su unión y sin embargo, ella no pudiera
encontrar un motivo de regocijo en ello.
Había sido incapaz de pensar en algo que decirle a Zorro mientras
miraba a su compañera pelirroja colocar sus pertenencias en su trineo. Los
perros blancos de Zorro gimoteaban y tiraban de las correas de cuero que los
rodeaban como si percibieran el nerviosismo en el aire. Ni siquiera pudo
animarse a darle las gracias debidamente por no empeñarse en una unión en
toda regla, como era su derecho, y ahora debía despedirse de su familia y
partir con Zorro a un lugar desconocido. Pues nadie sabía realmente dónde
vivía Zorro. Siempre había aparecido en el campamento con su abuela y
luego sola para comerciar y participar en las cacerías. Kia aún oía a algunos
de los hombres protestando al principio ante la idea de permitir que Zorro
participara en las cacerías de caribúes. Sin embargo, Nube Blanca había
puesto fin a aquello inmediatamente señalando que ni Zorro ni su abuela
tenían a un hombre que cazara por ellas, por lo que era lógico que Zorro
cazase si no quería morir de hambre. Hubo cierto descontento, pero a Zorro
no se le impidió unirse a la cacería y no tardó en convertirse en la mejor
cazadora de todos ellos, por lo que nadie volvió a protestar de que
participara en las cacerías.
—¿Estás lista? —preguntó Zorro en voz baja, sobresaltando a Kia, que
había estado contemplando las negras montañas coronadas de hielo.
—Sí —contestó secamente. Se sentía un poco avergonzada de no
haberle dicho más que cuatro palabras a Zorro desde que se despertaron por
la mañana, pero realmente no sabía qué decir. Había ocurrido todo tan
deprisa que no había tenido tiempo de pensar y mucho menos de hablar. Kia
se volvió hacia su madre y la estrechó ferozmente contra su pecho. Éste ya
no sería su hogar. Y en menos de un cuarto de ciclo, su familia y todo el
Pueblo abandonarían el campamento de invierno para seguir al caribú. Zorro
y su abuela nunca se habían trasladado con ellos. Kia estaba segura de que
Zorro no iba a cambiar sólo porque ahora estaba unida.
Kia deseaba a menudo poder quedarse y no tener que arrancar sus
raíces con cada cambio de estación. Ahora lamentaba ese deseo: esta vez no
había cosa que deseara más que marcharse con su familia.
Kia se sentó en el trineo, con sus escasas pertenencias atadas a la parte
de delante junto con el abrigo de unión y otros regalos que Nube Blanca le
había hecho a Zorro. Kia se volvió para mirar a Zorro, pero ésta tenía una
expresión inescrutable. Antes de que pudiera levantar la mano para saludar a
su madre por última vez, Zorro se puso en marcha, por lo que Kia tuvo que
agarrarse a su cintura para evitar salir despedida por la parte de atrás.
Sin que Kia lo supiera, Zorro estaba perdida en sus propios
pensamientos oscuros. Al salir de la tienda de la unión, Lobo Negro la había
acorralado.
—Así que te crees un hombre, ¿no?
—No soy un hombre.
—Así es y no eres una cazadora.
Zorro sonrió.
—Soy mejor cazadora de lo que lo serás tú en toda tu vida —dijo con
suficiencia, retando con la mirada a Lobo Negro para que la desafiara.
Lobo Negro la miró con furia y luego en sus ojos apareció un brillo
malévolo.
—Te crees que has ganado, pero no es así. ¿Qué harás cuando no
puedas darle hijos?
—A las dos nos abandonaron, ¡ya encontraremos a quien cuidar! —dijo
Zorro con más convicción de la que sentía. Nunca se le había ocurrido que Kia
pudiera querer hijos. De hecho, no se le habían ocurrido muchas cosas,
como, por ejemplo, que Kia nunca llegara a sentir por Zorro lo que ésta
deseaba que sintiera.
Zorro se quedó tan anonadada al pensarlo que se apartó de Lobo
Negro sin mirarlo siquiera. Lobo Negro, convencido de que la había herido,
entró a matar como un auténtico cazador, gritándole:
—No te preocupes. Cuando no puedas darle placer, ¡volverá corriendo
a mí!
Zorro apretó los labios al recordar las palabras de Lobo Negro con la
claridad que sólo poseen las palabras hirientes. Estaba tan ensimismada que
no advirtió el pequeño tiro de cuatro perros con trineo que la seguía a cierta
distancia.
Zorro aflojó las manos y dejó que los perros corrieran hasta su refugio
por su cuenta. Observando la zona que rodeaba su hogar con su aguda vista,
no vio nada fuera de lo normal y se concentró en descargar las escasas
pertenencias de Kia de la parte delantera del trineo. Zorro fue por delante y
Kia la siguió al interior de la casa de piedra.
El Pueblo vivía en tiendas construidas con la piel del caribú. Se apilaba
nieve a los lados para impedir que el aire frío se llevara las tiendas. Que Zorro
pudiera recordar, siempre había vivido en esta casa de piedra con su abuela.
Era la única razón por la que no se trasladaban como el Pueblo.
Kia carraspeó cuando ya habían pasado varios minutos sin hablar.
—¿Dónde voy a dormir? —preguntó nerviosa, observando las paredes
cubiertas de turba. Lo único que le resultaba familiar de la vivienda era que,
como en su tienda del campamento de invierno, el suelo estaba cubierto de
suaves pieles.
Zorro tenía varias mantas en los brazos y miró a Kia sin comprender. Se
dio cuenta por la expresión nerviosa de Kia de que ésta no quería dormir con
ella, de modo que se dio la vuelta y se limitó a decir:
—Te lo enseñaré. —Zorro se esforzó por que no se le notara la
decepción en el tono, pero estaba segura de que había fracasado
miserablemente—. Ahí. —Señaló la plataforma de dormir que ahora era suya
y antes había pertenecido a su abuela. Era el doble de grande que la que
estaba al otro lado de la estancia. Las dos estaban a cada lado del fuego para
recibir calor.
Kia asintió satisfecha y se puso a mirar la estancia con asombro. Ya
había oído hablar de este tipo de vivienda, pero nunca había visto una. Su
pueblo nunca construía viviendas permanentes. La suya no era una vida
sedentaria. Vivían y se alimentaban de acuerdo con las idas y venidas del
caribú y rara vez se quedaban en el mismo sitio más de un cuarto de ciclo.
—¿Esto... esto no se va a caer cuando llegue la nieve?
—No, es fuerte. He vivido aquí toda la vida.
—¿Quién construyó este sitio? —preguntó Kia, cuya curiosidad natural
le hizo olvidar por el momento todas sus cuitas. Zorro estaba arrodillada
junto al círculo del fuego, haciendo chocar dos trozos de pedernal nuevo que
le había dado Nube Blanca, por lo que tardó un momento en contestar.
—Mi abuela y su amor.
—¿Su amor? —Kia se quedó sorprendida. Desde que conocía a la
abuela, sólo habían estado Zorro y ella y nadie más y tampoco había oído
hablar de un compañero cuando los hombres hablaban de ellas alrededor del
fuego.
—¿Y qué fue de él?
—Ella.
—¿Ella?
—Sí, creo que era una mujer.
—¿No lo sabes?
—No, no lo sé. La abuela no hablaba de ella. Y no sé qué fue de ella.
Kia observó mientras Zorro se quitaba parte de la ropa, pues la estancia
se había caldeado. Se acercó a un estante y cogió unas cuantas especias.
—Voy a comprobar mis trampas. Nadie viene nunca por aquí, así que
estarás a salvo.
Kia asintió, contenta de tener un rato para estar sola y examinar este
extraño sitio que iba a ser su nuevo hogar. Zorro se marchó en silencio y Kia
soltó un suspiro de alivio y la tensión que sentía en presencia de Zorro fue
desapareciendo al asimilar lo que la rodeaba sin esos penetrantes ojos
verdes observando todos sus movimientos.
Se sentó en la plataforma de dormir hecha de piedra y miró a su
alrededor. Aparte del alegre fuego que ardía en el círculo central, no había
ningún adorno. Ni pieles de colores, ni mantas, ni cerámica, nada que
revelara el tipo de persona que vivía allí. A lo largo de una pared había un
estante hecho con el mismo tipo de piedra del que estaba hecha la casa, con
numerosos tarros llenos de algo que parecían especias. Justo enfrente de Kia
había una pequeña plataforma de dormir que suponía que era de Zorro. En
un rincón había una pequeña muñeca tallada en lo que parecía ser un
colmillo de morsa. Kia la cogió y la examinó, con una pequeña sonrisa en la
cara. Había visto muñecas así en su propia aldea, pero le sorprendió ver una
en posesión de Zorro. Kia dio la vuelta a la muñeca con cuidado y se le borró
la sonrisa al ver que alguien se había tomado la molestia de ponerle pelo rojo
como el de Zorro. Probablemente mediante las mismas bayas con que Zorro
le había manchado el cuerpo para simular el mismo color. Kia se alegró de
que alguien hubiera querido tanto a Zorro como para hacerle un juguete así.
Ella misma siempre había tenido muñecas como las de las demás niñas.
Ningún adulto se había molestado nunca en ponerles ojos o una cara como
los suyos. Kia dejó la muñeca en su sitio y continuó su inspección.
El tintineo de algo metálico llamó la atención de Kia. Escuchó por si
volvía a oírlo y, efectivamente, se repitió de nuevo, esta vez más cerca que
antes. Kia se acercó a la puerta y con cuidado echó a un lado la gruesa piel
colgada allí para mirar fuera. El trineo y el tiro de perros le resultaban
conocidos, pero era evidente que no eran los característicos perros blancos
de ojos azules de Zorro. La aprensión de Kia fue en aumento a medida que se
acercaba el trineo. Zorro había dicho que nadie salvo Nube Blanca sabía
dónde vivía, pero ahora se acercaba un desconocido y, por la trayectoria de
los perros, se dirigían a propósito hacia la casa de Zorro. Kia se preguntó
difusamente si debía esconderse. Había oído historias horribles sobre lo que
les hacían los pekehas a las mujeres del Pueblo si las encontraban solas. La
propia Kia nunca había visto a uno y esperaba no verlo jamás. Una orden
áspera y brusca le reveló a Kia al instante quién se acercaba y aunque su
cuerpo se relajó ligeramente, en su cara se formó un ceño preocupado.
¿Por qué venía Lobo Negro hasta aquí? Zorro y él no habían hecho más
que mirarse con rabia cada vez que entraban en contacto, después del
incidente durante la caza de la ballena.
Lobo Negro detuvo a sus perros justo delante de la casa, sin molestarse
en ponerlos a refugio. Se bajó de los esquíes de su trineo y se acercó a la
casa, con cara de determinación. Kia esperó a que Lobo Negro estuviera más
cerca antes de preguntar preocupada:
—¿Ocurre algo, Lobo Negro? ¿Por qué has venido?
Lobo Negro se detuvo delante de Kia y dijo cortésmente:
—Deseo hablar contigo, Kia.
Kia asintió y se apartó de la puerta. Lobo Negro entró en la casa de
piedra y miró a su alrededor como si esperara que el techo se fuera a hundir,
como había hecho Kia.
—¿Por qué has venido, Lobo Negro? Si Zorro te encuentra aquí, no te
va a dar la bienvenida.
Lobo Negro se volvió furioso hacia Kia, olvidando por el momento su
asombro ante la casa de piedra. Como Kia, nunca había visto un hogar
permanente. Todo el Pueblo e incluso otras tribus con las que entraban en
contacto vivían en tiendas o en iglués construídos casi enteramente de nieve.
Los asentamientos se podían desmontar y trasladar enteros en cuestión de
días. Era su forma de vida. Esta vivienda y sus dos viviendas más pequeñas
estaban construídas para soportar las fuertes nevadas del invierno, así como
para mantener el aire fresco en el verano. Siempre se había preguntado
cómo sobrevivían Zorro y su abuela en un solo lugar.
—Me da igual que no me dé la bienvenida. ¡He venido para hablar
contigo! —gruñó Lobo Negro con rabia antes de poder controlarse. Suavizó
el tono y continuó—: No he venido para hablar con esa... con Zorro. He
venido para hablar contigo.
—¿Conmigo? ¿Por qué? —Kia frunció el ceño de nuevo. Lobo Negro y
ella rara vez se hablaban, ni siquiera para saludarse. Él se había burlado de
ella sin piedad cuando eran pequeños, pero aparte de eso, no había habido
ofrecimientos de amistad por parte de ninguno de los dos.
—Kia, he venido para llevarte de vuelta al campamento de invierno.
—¿Le pasa algo a mi madre? —preguntó Kia, buscando frenética su
abrigo.
—No, está bien, todos están bien.
Kia se detuvo y miró interrogante a Lobo Negro.
—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué tengo que volver?
—Estoy aquí porque no te corresponde estar con esa... con
esa... pekeha. Yo soy con quien te tienes que unir. Esto, —agitó la mano con
desdén—, no es el lugar que te corresponde, tu sitio está con el Pueblo como
madre de mis hijos. —Al decir esto, Lobo Negro se irguió cuan alto era. En su
mente no cabía duda de que Kia le agradecería que la rescatara.
Kia se quedó boquiabierta al oír las palabras de Lobo Negro.
—Lobo Negro, estoy unida. Lo que dices haría que mi padre nos
desterrara a los dos del Pueblo. Estoy unida a Zorro —declaró Kia, pasmada
al ver que Lobo Negro se atrevía a desafiar la ley.
—No puedes estar unida a ella. Es una mujer. ¿Cómo puede darte lo
que te puedo dar yo?
—No puede —contestó Kia con sinceridad. Al mirar a Lobo Negro
moviéndose por el hogar de Zorro con desprecio, se preguntó si en realidad
había querido alguna vez lo que le ofrecía. Estaba a punto de decir, "Y
tampoco lo desea", cuando Lobo Negro la interrumpió.
—¡Entonces estás de acuerdo conmigo! —dijo Lobo Negro con
satisfacción y una sonrisa de triunfo en la cara—. Coge tus cosas, vamos a ver
a tu padre. Le explicaremos que así no es como deberían ser las cosas. No
puedes quedarte con alguien que no te da placer ni hijos. Ella no te puede
dar ninguna de las dos cosas. —Dio la espalda a Kia y se acercó a la
plataforma de dormir más pequeña, donde cogió la pequeña muñeca que la
abuela de Zorro había hecho para ella y con una carcajada despreciativa la
volvió a tirar sobre la piedra, sin molestarse en ponerla de nuevo donde la
había encontrado. Lobo Negro ya se había puesto a pensar en lo que le diría
al tonto del padre de Kia. Estaba seguro de que podría convencerlo para que
viera las cosas como él. Lobo Negro ni se molestó en volverse para mirar a
Kia. Estaba convencido de que simplemente seguiría sus órdenes.
—¿Lobo Negro? —dijo Kia, en un tono que hasta a ella le sonó
apocado. Lobo Negro se volvió y al ver que Kia no se había movido, empezó a
poner mala cara. Tendría que enseñarle que cuando él decía que hiciera algo,
esperaba que lo hiciera deprisa. Ya tendría tiempo para eso después de la
unión—. Quiero que te vayas de mi casa.
Lobo Negro se quedó rígido y se le oscureció la piel de rabia al asimilar
las palabras de Kia.
—¿Tu casa? Ésta no es tu casa, es la casa de esa... de ese demonio
blanco.
Kia sintió que se le llenaba el pecho de rabia y miró a Lobo Negro con
dureza. Aunque tenía miedo de Zorro, sabía lo hirientes que podían ser las
palabras de Lobo Negro y no deseaba que Zorro se sintiera como se había
sentido ella hacía tantos ciclos.
—¡No es un demonio! Es como yo y es mi compañera. Aquí ya no eres
bien recibido. Por favor, vete.
—Kia... —Lobo Negro se puso pálido al ver la expresión resuelta de Kia.
Luego se sonrojó al darse cuenta de que la había perdido.
En realidad, nunca había sido suya, pero esto le daba aún más motivos
para odiar a la que llamaban Zorro.
—Kia, ven conmigo. —Lobo Negro alargó furioso la mano para agarrar
a Kia del brazo. Kia se apartó bruscamente, ante lo cual Lobo Negro se la
quedó mirando sin dar crédito.
Kia se irguió ante él cuan alta era. Con la rabia, no se molestó en
encorvar los hombros. Apretó los labios.
—Por favor, vete y no vuelvas. He dejado claros mis deseos. Estoy
unida.
—Si no vienes conmigo ahora, tomaré a Miko como compañera.
Tendrás que quedarte aquí con esa pekeha.
A Kia le dieron muchas ganas de decirle a Lobo Negro que prefería
quedarse aquí con Zorro antes que unirse a él, pero no dijo nada,
simplemente se acercó a la puerta y apartó la piel, diciéndole con los ojos lo
que no expresaba con la boca.
Lobo Negro fue a la puerta sin mirar a Kia. Anonadado por su propio
fracaso a la hora de apartar a Kia de una mujer, dijo:
—Me casaré con Miko esta noche. Si vienes a mí antes de entonces, me
uniré a ti en cambio. —Cruzó la puerta sin imaginarse siquiera el grado de
odio y asco que sus últimas palabras habían provocado en Kia. Hubo un
tiempo en que aceptaba que algún día acabaría unida a Lobo Negro. Ahora se
daba cuenta de que unirse a él habría sido el peor error que podría haber
cometido. Kia dejó caer la pesada piel en su sitio delante de la puerta y se
volvió hacia el fuego. Tenía que agradecerle a Zorro el haberla salvado de ese
error.
Un copo de nieve bajó volando del cielo y se posó delicadamente en el
extremo de unas pestañas de color claro. Cambiando rápidamente de sólido
a líquido, se movió en forma de gota de agua solitaria por la pestaña y se
metió en un ojo abierto. Zorro no parpadeó: estaba paralizada mirando el
trineo de Lobo Negro que bajaba por el otro lado de la colina hasta
desaparecer de su vista. Zorro se quitó la capucha de la cabeza como si eso la
fuera a ayudar a verlo mejor. Sus ojos se clavaron sin parpadear en el punto
donde lo había visto por última vez. Una rabia tan ardiente como el pelo que
ahora se agitaba alrededor de su cara pálida subió por su cuerpo hasta que
su puño abrasador se aposentó satisfecho en su corazón. Pensó en ir tras él,
pero le costaría alcanzarlo antes de que llegara al campamento de invierno.
Nolo, el perro guía de Zorro, se volvió para mirar a la mujer inmóvil que tenía
detrás y gimoteó un poco pidiendo sus órdenes. Zorro lo miró en silencio y
con un suave silbido, empezaron a moverse despacio hacia casa. Zorro soltó
a los perros de los arneses más despacio que de costumbre. Ni siquiera
cuando Lobo Negro le lanzó el arpón se había sentido tan furiosa como
ahora.
Kia volvió a colocar cuidadosamente la pequeña muñeca en la esquina
de la plataforma y se puso a explorar el resto de la vivienda. Para ella fue
algo natural empezar a limpiar y a colocar sus pieles de dormir y estaba tan
contenta canturreando por lo bajo cuando oyó el crujido de las raquetas de
Zorro que se acercaba a la puerta. Zorro entró en su hogar y tuvo que
parpadear dos veces para darse cuenta de que efectivamente no se había
equivocado de casa.
—Te has instalado, bien —dijo Zorro tensamente al advertir que Kia
parecía contenta y que ya no caminaba con los hombros encorvados como
en las muchas otras ocasiones en que Zorro la había observado.
—He pensado que si colocaba mis cosas, no echaría tanto de menos mi
casa.
Zorro asintió, se sentó en la pequeña piedra que había al otro lado del
fuego y empezó a quitarse las botas. Kia la miró como hipnotizada y por fin
se lanzó hacia delante para ayudarla.
—Deja que te ayude. —Agarró la bota de Zorro y se puso a tirar.
Zorro pegó un respingo y le apartó las manos como si hubiera hecho
algo malo.
—Me puedo quitar las botas yo sola —gruñó.
Kia se echó hacia atrás como si Zorro le hubiera pegado y retrocedió
confusa. Su madre siempre había ayudado a su padre a quitarse las botas
cuando llegaba a casa. Era la costumbre.
Zorro se quitó las botas y se quedó mirando la tela que le mantenía los
pies calientes e impedía que las botas le hicieran rozaduras al caminar.
—Yo no soy un hombre. No deseo que se me trate como tal. —Zorro se
levantó y se puso a preparar la carne para el fuego. Kia observó atónita
mientras Zorro preparaba la comida con mano experta.
Por fin, Zorro miró a Kia, que observaba en silencio.
—¿Tienes hambre?
—Sí. —Kia había decidido que sólo hablaría cuando se le dirigiera la
palabra y que haría lo que se le ordenara hasta que pudiera comprender
mejor a esta persona tan extraña. Se quedaron sentadas así largo rato,
ninguna de las dos dispuesta a hablar. Kia se conformaba con su reciente
libertad y Zorro bullía como el conejo que se estaba cocinando en el fuego.
Con la rabia, empezaba a creer que Kia había permitido a Lobo Negro unirse
a ella. No se le había ocurrido pensar que Kia pudiera hacer una cosa así. Por
eso había estado dispuesta a esperar para unirse a ella, conformándose con
el hecho de que su unión ya había sido bendecida.
Zorro se acercó al estante y cogió un cuchillo y dos cuencos de piedra.
Cortó dos grandes piezas de carne del conejo que se asaba al fuego y le
entregó la más grande a Kia. Las dos comieron en silencio pero con hambre.
—No quería ser tan brusca contigo —dijo Zorro al cabo de unos
cuantos bocados.
Kia apartó los ojos de la suculenta carne y se encontró con la firme
mirada verde de Zorro.
—Lo comprendo. —En realidad no lo comprendía. Zorro la había
regañado por hacer algo que era su deber. ¿Por qué otras cosas iba a ser
reprendida?
Zorro asintió y volvió a concentrarse en su cuenco. Tomó dos bocados
más y luego empezó a comer más despacio y se quedó mirando el cuenco sin
ver. Se preguntó si Kia le hablaría de la visita de Lobo Negro. No sabía cómo
sacar el tema, de modo que se quedó en silencio hirviendo de rabia.
Kia observó en silencio mientras Zorro sacaba varias trampas de su
zurrón hecho de piel de caribú y se ponía a comprobarlas con seriedad.
Durante horas, Kia se quedó mirando a Zorro mientras ésta trabajaba en las
trampas hasta que todas estuvieron limpias. Las volvió a meter con cuidado
en el zurrón. Kia pensó por un momento en contarle a Zorro lo de la visita de
Lobo Negro, pero decidió que eso no le haría ningún bien a nadie.
Cuando Zorro se dio cuenta de que Kia no le iba a hablar de la visita de
Lobo Negro, sus peores temores se vieron confirmados.
—Es hora de dormir —dijo con tal brusquedad que Kia se sobresaltó y
estuvo a punto de dejar caer la piel que había estado cosiendo. Se levantó
rápidamente y se desnudó, con cuidado de no mirar a Zorro mientras lo
hacía. Kia se acostó rápidamente y volvió la cara hacia la pared cuando Zorro
empezó a desnudarse.
Apartando las pieles que estaban enrolladas y colocadas pulcramente
bajo la plataforma de dormir, la furia de Zorro se calmó un poco al advertir
que Kia había extendido hierbas blandas debajo para que la superficie no
fuera tan dura al echarse.
Zorro se acostó e intentó cerrar los ojos con fuerza para ahuyentar los
pensamientos que se negaban a dejarla dormir. Los recuerdos de Lobo Negro
marchándose apresuradamente de su casa hacían que Zorro se estremeciera
de rabia. Los recuerdos de la piel de Kia debajo de ella y el sabor de las bayas
en sus labios llevaron a Zorro a aferrar con ira sus pieles de dormir. Por fin,
como el puñal en el corazón que pretendían ser, las palabras de Lobo Negro
atravesaron el corazón de Zorro, que se incorporó en la cama casi sin aliento.
Miró al otro lado del fuego el lugar donde estaba echada Kia.
No iba a permitir que esto siguiera adelante. Kia era su compañera: era
deber de las dos consolarse mutuamente. Zorro fue a la plataforma de
dormir donde estaba acurrucada Kia y alargó la mano para apartar las pieles.
Sólo quería dormir a su lado. Esperaría a que saliera el sol para hablar de
Lobo Negro.
—¿Qué haces? —preguntó Kia en voz alta, incorporándose. Al instante,
Zorro empezó a arder de rabia y vergüenza. ¿Cómo se atrevía? No iba a
consentir que le hiciera sentirse como una extraña en su propio hogar.
—Eres mi compañera.
—Lo sé.
—Entonces debes yacer conmigo.
—Sé cuáles son mis deberes, pero... —Kia estaba confusa. Se había
resignado a la idea de que tendría que cumplir con sus deberes, pero como
Zorro no había insistido, había supuesto que le iba a permitir tomarse su
tiempo para acostumbrarse a la idea. Con el estómago atenazado, vio que
Zorro se apartaba.
Zorro buscó desesperada su abrigo de unión y por fin vio la piel blanca
embutida debajo de su plataforma de dormir como si fuera algo sin
importancia. Por alguna razón, esto también contribuyó a que su rabia
ardiera con fuerza. Sacó el abrigo y se lo puso y luego volvió a la plataforma
de dormir más grande donde Kia estaba sentada mirando temerosa,
sujetándose las pieles sobre el pecho como para protegerse.
—¿Me vas a rechazar, Kia?
Kia tragó con dificultad. ¿Podía rechazar a Zorro? Hacerlo sin duda
haría que la devolviera al campamento de invierno. Y eso supondría la
vergüenza para Nube Blanca y Sunni. Por mucho miedo que tuviera, Kia no
estaba dispuesta a hacer eso.
—No, no te... no te rechazo, Zorro —dijo en voz tan baja que temió
tener que repetirlo para que la oyera.
—Pues échate —dijo Zorro, con tono grave y tenso.
Kia hizo lo que se le ordenaba. Zorro se abrió el abrigo para que Kia
pudiera verlo todo, incluido el vello rojo que le cubría el sexo delicadamente.
Kia recordó lo que le había dicho Sunni. Una mujer debe someterse a
las necesidades de su compañero. Es su deber, pero eso no quiere decir que le
tengan que gustar. No es bueno parecer bien dispuesta la primera vez; si no,
tu compañero podría considerarte una mujer fácil. Kia tenía miedo: no sabía
por qué de repente Zorro estaba tan enfadada con ella, pero lo peor de todo
era que no sabía qué se esperaba de ella. Kia aferró las pieles que tenía
debajo del cuerpo y apartó la cara para no ver a Zorro. Sunni le había dicho
muchas cosas. Pero Zorro era diferente, no era un hombre.
Kia se sobresaltó al sentir unas manos cálidas que le tocaban el
hombro. Su primer impulso fue apartar esas manos, pero se contuvo.
—Kia, no tengas miedo. —La voz de Zorro parecía nerviosa al decir su
nombre, pero Kia se negó a mirarla.
Zorro había querido decirle lo que sentía. Lamentaba haber sido tan
brusca, pero ahora sentía que la rabia le ardía en el pecho y tuvo que
parpadear varias veces. Sabía que Kia no había deseado sus atenciones, que
incluso le había rogado a su padre que no la obligara a casarse con Zorro.
Ésta había actuado como si simplemente siguiera la tradición, pero deseaba a
Kia con una pasión tal que no tenía palabras para expresarla. Aunque sólo la
había visto unas pocas veces, pensaba en ella casi todas las noches antes de
dormir.
Zorro se echó encima del cuerpo de Kia, con el cuerpo tembloroso al
entrar en contacto con Kia de una forma tan absoluta. Las palabras de Lobo
Negro ardían en su mente: "No te preocupes. Cuando no puedas darle placer,
volverá corriendo a mí".
—Kia, por favor, ¿quieres mirarme?
Pero Kia no quería mirar a Zorro por temor a estallar en lágrimas. Le
temblaba el cuerpo de miedo y nervios, sintiendo el cuerpo más pequeño
que la cubría, tocándola en sitios que sólo las personas unidas tenían
derecho a tocar.
Te daré placer, Kia. No te voy a dar motivos para que me dejes, pensó
Zorro, mirando el pelo oscuro de su compañera. Le voy a decir ahora que la
amo y entonces lo entenderá.
El abrigo las tapaba a las dos por completo, no debería haber tenido
frío, pero lo tenía.
—Kia, mírame, por favor.
—No, no puedo. —Kia se sentía toda confusa. Sin duda le faltaba cierta
información que explicara por qué sentía tantas emociones en guerra unas
con otras.
—Por favor, Kia.
Kia se limitó a hacer un gesto negativo con la cabeza, negándose
incluso a dar una respuesta en voz alta. Zorro se sintió como si acabara de
caer al agua durante una cacería de la ballena. Se le quedó el cuerpo
paralizado al darse cuenta de que lo que le había dicho Lobo Negro era
cierto. Kia quería ser la compañera de él y seguro que le había permitido
gozar con ella. Rechazaba a Zorro porque pensaba que ésta la devolvería a
sus padres si descubría que ya había sido probada.
—No te voy a devolver, Kia. No pienso hacerlo. —Dicho esto, Zorro
cerró los ojos y bajó la cabeza. Con sus piernas más cortas y fuertes, separó
los muslos de Kia y empezó a moverse sobre ella. Kia se encogió al notar la
humedad en su muslo, pero aparte de eso, no hizo el menor gesto para
impedir lo que estaba pasando. Como le había dicho su madre, se quedó lo
más quieta posible, esperando que acabara pronto.
A Zorro se le escapó un gemido de la garganta al moverse sobre las
largas extremidades de Kia. Recordando lo que había aprendido en aquella
embarazosa estación en que le confesó a su abuela por primera vez sus
sentimientos por Kia, se movió más despacio y empezó a frotar el pecho de
Kia. Ésta pegó un respingo debajo de ella, por lo que Zorro siguió adelante.
Tragó acaloradamente y luego aplicó la boca al pecho de Kia. Ésta empezó a
debatirse débilmente, pero Zorro se aferró a ella, rodeándola con sus fuertes
piernas, y siguió chupando. Bajó rápidamente la mano por el cuerpo de Kia
hasta alcanzar el triángulo del sexo que sólo había visto cuando Kia creía que
estaba dormida. El tiempo pareció detenerse cuando la mano de Zorro
cubrió el oscuro triángulo del sexo y sus dedos se hundieron en la humedad
que encontró allí como un manantial caliente. De la garganta de Zorro brotó
un gemido que sobresaltó a Kia por su tono primitivo.
Kia cerró los ojos con fuerza, se puso rígida y se quedó lo más quieta
posible.
—Por favor, Kia —susurró Zorro entrecortadamente. Quería que Kia se
entregara a ella, que aceptara lo que le ofrecía, que no le hiciera sentirse
como si se lo estuviera arrebatando a la fuerza.
Sus movimientos sobre el cuerpo alto y delgado empezaban a ser
espasmódicos y aunque Kia estaba cada vez más excitada, todavía no se
había movido y seguía sin mirar a Zorro. No sabía qué era lo que se esperaba
de ella, de modo que estaba ahí echada sintiendo una oleada de emoción
que no era capaz de describir.
"No debes sentir placer antes de que lo sienta ella, pues eso sería
egoísta y pensará que no la amas". Zorro oyó el recordatorio de su abuela y
casi al instante redujo la intensidad de sus movimientos.
Kia se mordió el labio y contuvo la respiración. Se preguntó si ya se
había acabado. Los movimientos de Zorro eran más lentos. Kia notó la
primera contracción de un calambre en la pierna por haberse mantenido tan
inmóvil. Trató de no hacer caso, pero siguió trepándole por la pierna como
un terco tejón. Se le dobló la pierna y sin darse cuenta, al cambiar de
postura, se apretó con más fuerza contra Zorro, que seguía moviéndose
despacio encima de ella.
—Oh... no —gimió Zorro al oído de Kia y al instante se puso a temblar.
Kia no sabía si apartarse de ella o quedarse quieta como se le había dicho—.
¡Kia! —gimió Zorro al apretarse contra la suavidad que tenía debajo y tras sus
párpados estallaron chispas de luz al tiempo que el calor inundaba sus partes
inferiores. Notó que su cuerpo se contraía sobre Kia y cada contracción
parecía más placentera que la anterior.
Zorro alzó la cabeza para mirar a Kia, con una decepción tan grande
que tenía ganas de llorar, cosa que no había hecho desde la muerte de su
abuela. Kia se volvió por fin y miró a la mujer que yacía encima de ella y sólo
vio pesar y tristeza. De modo que cerró su corazón y su mente ante Zorro y
apartó la cabeza y de esa forma, sin saberlo, le hizo más daño del que podría
haberle hecho un arpón de púas.
Zorro se apartó con dificultad de la plataforma de dormir y se puso de
pie. Cerrando el abrigo alrededor de su cuerpo, se quedó mirando a la mujer
que era su compañera y sintió rabia, esta vez por su propia incapacidad.
—No volveré a tocarte —juró rabiosa. Fue hasta el fuego y metió dos
paños en el agua caliente. De espaldas a Kia, se limpió, casi llorando al sentir
las contracciones que todavía le recorrían el cuerpo, como para recordarle
que no se le iba a permitir olvidar el placer.
Se acercó a Kia, que se había tapado con una piel pero seguía echada
con la cabeza vuelta para no mirar a Zorro. Ésta le dejó el paño mojado en el
pecho, lo cual hizo que levantara la vista con ojos llorosos y asustados.
—Lávate —le ordenó antes de ir al otro lado de la estancia y, dando la
espalda a Kia, se tumbó y fingió quedarse dormida. No tenía fuerzas para
quitarse el abrigo. Estaba tan segura de que no tenía la menor posibilidad de
obtener el amor de Kia que lo único que deseaba era cerrar los ojos y dormir,
con la esperanza de que la espantosa soledad que sentía por lo que había
hecho fuera desapareciendo.
Kia se quedó petrificada un momento y luego cogió el paño y se limpió
como se le había ordenado. A la luz vacilante, apenas veía el abrigo que
todavía llevaba puesto Zorro.
Zorro hundió la nariz en el abrigo que llevaba, aspirando
profundamente, e hizo una mueca por el placer doloroso que la atravesó
cuando el olor de Kia le acarició la nariz y le alborotó los sentidos. Oh, abuela,
no me quiere, no me quiere... Esto fue lo último que pensó antes de sumirse
en una duermevela abatida.
Kia dejó que le resbalaran grandes lágrimas por las mejillas mientras se
quitaba del cuerpo los restos de la necesidad de Zorro. Había intentado
quedarse lo más quieta posible y creía que Zorro estaba disfrutando, pero
por la reacción de Zorro, ahora pensaba que se había equivocado. Se hizo un
ovillo y se quedó mirando la pared sin ver. En su mente no había duda de que
Zorro la devolvería al campamento de invierno al día siguiente por no darle
placer. Kia lloró hasta quedarse dormida. Sus sueños se llenaron de imágenes
de Zorro gozando con otras mujeres del Pueblo mientras Kia miraba sin
poder impedirlo.
Durante varios días Zorro y Kia se dirigieron la palabra sólo cuando era
necesario. Zorro estaba llena de dolor y no sabía qué hacer para remediarlo y
Kia estaba muy confusa y asustada. Aunque intentaba no pensarlo, su mente
volvía una y otra vez a la noche en que Zorro había acudido a ella. Zorro no le
había hecho daño, de hecho, había intentado que estuviera a gusto, pero Kia
estaba tan asustada que no había sabido qué hacer. Por un lado, Kia tenía
miedo de Zorro, pero por el otro, tenía miedo de que Zorro la devolviera a
casa con deshonra.
Los días se fueron haciendo más cortos. Kia advirtió que cada vez con
más frecuencia, Zorro volvía a casa y caía exhausta en las pieles de la cama, a
veces sin molestarse siquiera en saludar a Kia. Generalmente se había ido
antes incluso de que Kia se despertara. En días así, Kia sentía la soledad y
desolación absolutas de vivir fuera del campamento de invierno como si
tuviera un puñal clavado en el corazón. No tenía a nadie con quien hablar y a
nadie con quien compartir las cosas. Sólo una compañera que tenía que
hacer un esfuerzo para decirle dos palabras seguidas.
Zorro sufría tanto como Kia, si no más. Quería disculparse por
empeñarse en que Kia se uniera a ella, pero la idea de volver a estar con ella
nunca estaba muy lejos de sus pensamientos. Cada vez que la miraba, sentía
la necesidad de estar más cerca de ella, de tocarla de alguna manera. Lo
único que se lo impedía era la promesa que había hecho llevada por la rabia
y la vergüenza.
Sin embargo, a medida que los días se acortaban, Zorro empezó a
temer que Kia la dejara. Al principio eran pequeños detalles. Kia la observaba
cuando creía que Zorro no miraba. Se sobresaltaba cuando Zorro se acercaba
demasiado. Seguía ocultándose al quitarse la ropa para lavarse. Y
murmuraba en sueños. Fueron estos detalles los que impulsaron a Zorro a
olvidar su rabia con la esperanza de conseguir que Kia se quedara con ella. La
idea de que Kia se marchara hacía que Zorro se sintiera como si nunca más
pudiera volver a entrar en calor.
Zorro introdujo el cuchillo por la piel y luego cortó las patas del conejo
y se las dio a los perros. No tenía la mente en lo que estaba haciendo, pero
eso no suponía el menor peligro para Zorro. De ser necesario, podía cazar y
desollar conejos en plena tormenta de nieve. Su mente estaba concentrada
únicamente en Kia. Deseaba tanto estar con ella... ¿cómo podía haberse
equivocado tanto? Había visto lo cariñosa que era Kia con sus amigos y su
familia. ¿Por qué Kia no estaba dispuesta a darle una oportunidad? Las
palabras de Lobo Negro flotaban ominosamente por encima de Zorro desde
el día en que las pronunció. Una vez más, Zorro se sintió llena de rabia al
pensar en Kia, su compañera, yaciendo con Lobo Negro, dándole a él el
placer que se negaba a darle a ella. De repente, Zorro se quedó helada,
levantó la vista para mirar el desolado cielo gris y a sus perros,
sorprendentemente silenciosos, y se esforzó por contener las ganas de llorar.
En su cabeza, se repitió una pregunta a la que nadie salvo Kia podía
responder. ¿Por qué no puede amarme?
Kia metió el trozo de grasa de ballena en la lámpara y encendió la
mecha. Apartándose del fuego, colocó la pequeña lámpara junto a la
plataforma de dormir de Zorro. La lámpara le daría a Zorro un poco más de
calor y luz que el fuego situado en el centro de la estancia. Zorro había
adquirido la costumbre de sentarse ahí en lugar de junto al fuego para
limpiar sus trampas. Kia sabía que era para no tener que estar cerca de ella y
eso la hacía sentirse dolida y confusa. Fue a la puerta y apartó la gruesa piel.
Se quedó mirando las interminables llanuras de nieve. Todavía no había
señales de Zorro. Suspirando, Kia volvió a su labor de costura, con el ceño
fruncido de preocupación. Su mente empezó a flotar y cerró los ojos para
entregarse a la que ya era una fantasía habitual. Estaba desnuda encima de
Zorro, sus cuerpos se movían a la vez, Zorro tenía las manos hundidas en su
pelo y le susurraba palabras de amor al oído.
Kia notó que se le formaba una sonrisa de satisfacción en la cara al ver
claramente la expresión de placer que inundaba el rostro de Zorro.
—Kia.
Kia bajó de un salto de la plataforma de dormir y corrió hacia Zorro.
Levantó las manos para ayudar a Zorro a quitarse el abrigo, pero recordó
cómo la había regañado en una ocasión anterior y retrocedió rápidamente,
dejando caer nerviosa las manos a los lados.
—No, ayúdame... por favor. —Zorro miró fijamente a Kia, acercándose
para dejar que la ayudara a quitarse la pesada prenda. Zorro cerró los ojos al
pensar que olía la piel cálida de Kia.
—¿Estás bien, Zorro? —preguntó Kia tímidamente.
Zorro tragó con dificultad bajo la presión de los interrogantes ojos
azules de Kia.
—Sí, estoy bien.
Kia asintió y siguió ayudando a Zorro a quitarse las prendas externas,
notando con cierta preocupación que Zorro estaba temblando.
—Tal vez deberías sentarte junto al fuego.
Kia estaba preocupada por Zorro, pero al mismo tiempo se alegraba de
que estuvieran hablando. Zorro se acurrucó de buen grado junto al fuego.
Consiguió no sobresaltarse cuando Kia le puso el gran abrigo de piel de oso
alrededor de los hombros. Había intentado evitar tocar el abrigo desde la
noche en que había obligado a Kia a unirse a ella.
—¿Tienes hambre, Zorro?
Zorro no podía mirarla. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella?
¿Por qué no se marchaba de una vez y le decía a toda la aldea que Zorro no
la satisfacía? Zorro sacudió la cabeza y siguió contemplando el fuego.
—Te... te he hecho esto. —Kia le entregó con timidez una pequeña
bufanda de pieles que había cosido unas con otras. Era casi tan larga como
Zorro y Kia la había doblado cuidadosamente—. Es... es para que no se te
enfríe la cara cuando conduces el trineo.
Zorro cogió la bufanda y la acarició delicadamente con los pulgares,
llevándosela a la nariz. Intentó hablar varias veces, pero ni siquiera consiguió
abrir la boca. Por fin, habló y se avergonzó al notar que su voz sonaba como
la de una niña pequeña.
—Kia, ¿puedo acostarme contigo, por favor? No haré nada, te lo
prometo. Es que tengo frío.
Zorro no podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta. Pero lo
había hecho. Ahora esperó a que Kia se riera de ella, o peor aún, que la
insultara y le dijera que no. Pero Kia no respondió y Zorro empezó a pensar
que no debería haber expresado sus sentimientos.
—Zorro. —Zorro levantó la vista rápidamente y vio que Kia ya se había
metido en sus pieles y estaba más cerca de la pared que de costumbre para
que Zorro pudiera echarse cómodamente a su lado en la estrecha
plataforma—. Ven.
Zorro se levantó, dejando su regalo en su plataforma de dormir, y se
acercó a Kia. Le empezó a temblar el cuerpo al echarse, con cuidado de no
tocar a Kia.
—Lamento haberte asustado —soltó. No era lo que quería decir, pero
eso fue lo que le salió.
—Sé que no querías hacerlo —dijo Kia sin pensarlo. Aunque no conocía
muy bien a Zorro, recordaba lo cuidadosa y delicada que había sido. De
haber querido, Zorro podría haber empeorado las cosas tomándola en el
campamento de invierno, pero en cambio había ideado un plan para que Kia
pudiera conservar su virginidad. Incluso la primera noche que habían pasado
aquí, no se había empeñado en tomarla, sino que se había limitado obtener
su propio placer. Incluso ahora, Kia se preguntaba a qué estaba esperando—.
¿Zorro?
Kia se apoyó en los codos y se inclinó sobre Zorro. Pero la respiración
lenta y regular le indicó que Zorro estaba efectivamente dormida. La escasa
luz del fuego le permitió a Kia estudiar a su compañera. Zorro parecía
cansada e infeliz. No se parecía en nada a la persona llena de energía que
había sido antes de que se unieran. Kia se tumbó, pero no podía apartar la
mirada del perfil de Zorro. Sus ojos se posaron en la curva de su oreja. Era
tan delicada, nada propia de Zorro. Los ojos de Kia bajaron por la mandíbula
de Zorro hasta su cuello y su hombro. Había sido muy fácil verla como
cazadora, pero no había sido tan fácil verla como mujer o como compañera.
Kia había mirado a Zorro como lo hacía el Pueblo, como a alguien que era
más una leyenda que otra cosa. No una persona de carne y hueso que podía
cometer y cometía errores. A lo mejor está tan asustada como yo, pensó Kia
antes de unirse a su compañera en el sueño.
Al día siguiente Zorro se había ido cuando Kia se despertó. Sin
embargo, estaba bien arropada en las pieles de dormir y el fuego había sido
avivado para que la habitación estuviera caliente y acogedora. Incluso había
agua ya preparada para que Kia pudiera lavarse cuando se despertara.
Sonriendo muy contenta, Kia se vistió rápidamente y se dispuso a matar el
tiempo hasta que volviera Zorro. Kia llevaba limpiando sólo una hora o dos
cuando oyó ruido de perros. Frunciendo el ceño, fue a la gruesa piel que
cubría la puerta y miró fuera. Era demasiado pronto para que volviera Zorro.
Kia estaba segura de que Lobo Negro había cumplido su amenaza y ahora
haría todo lo posible por comportarse como si Kia no existiera. Kia se quedó
sorprendida cuando el conductor se acercó y se dio cuenta de que
efectivamente era Zorro. Se quedó mirando mientras Zorro llevaba a los
perros al refugio y descargaba sus bártulos.
Kia se apartó de la puerta cuando Zorro entró en la cálida estancia con
una ristra de peces.
—Hola.
—Hola —dijo Kia a su vez tímidamente y luego se apresuró a cogerle
los peces a Zorro—. Voy a limpiarlos...
—Ya lo he hecho yo.
—Ah, gracias. —Kia farfulló las palabras al tiempo que un rubor cálido
empezaba a subirle por el pecho hasta las mejillas.
—Los he limpiado antes de venir para poder dar de comer a los perros
al mismo tiempo —explicó Zorro cohibida.
Kia sonrió y se dispuso a hacer un rico guiso. Hablaron poco, pues Zorro
parecía estar totalmente entregada a la limpieza y comprobación de sus
trampas. Kia quería preguntarle por qué había venido tan pronto, pero le
daba miedo hacerlo. En realidad, estaba contenta, pero no sabía muy bien
por qué.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos al notar un ligero toque en
la espalda. Se volvió y se encontró a Zorro tan cerca de ella que tuvo que
controlarse para no retroceder. Zorro abrió la mano. En ella tenía un
pequeño colmillo de morsa, en el que había hecho laboriosamente un
agujero por el que había pasado un cordón de cuero retorcido para poder
llevarlo alrededor del cuello. Kia había notado que Zorro llevaba uno
parecido.
—Gracias —dijo maravillada al coger el regalo de la mano de Zorro.
Tocó el liso colmillo y se volvió de espaldas a Zorro muy emocionada—. ¿Me
lo pones, por favor? —Con la emoción, se olvidó de su timidez y dobló las
rodillas automáticamente para que Zorro pudiera llegar. Con manos
temblorosas, Zorro apartó el pelo de Kia y parpadeando, ató el cordón
alrededor de su cuello. Zorro se apartó rápidamente de Kia por temor a que
las ganas de besarle el cuello pudieran con ella.
—Cuéntame una historia —le pidió Zorro bruscamente, al tiempo que
cogía su zurrón y se ponía a hurgar en él para parecer ocupada.
—¿Una... una historia?
Zorro asintió.
—Te he visto contarles historias a los niños. A menudo me he
preguntado qué les estabas contando. Nunca he estado lo bastante cerca
para oírlo.
—Está bien, ¿qué te gustaría oír?
Zorro se quedó quieta un momento.
—¿Me podrías contar la de la zorra y la liebre? Ésa me gusta.
Kia asintió y se puso a contar la historia al tiempo que removía el guiso.
De vez en cuando, levantaba la vista para asegurarse de que Zorro seguía
escuchando y cada vez la pillaba mirándola. Se apresuraba a apartar la
mirada y Kia continuaba con la historia como si no hubiera sucedido nada.
—Y así fue como la zorra de las nieves y la liebre de las nieves se
convirtieron en almas gemelas.
—Siempre me ha gustado esa historia —dijo Zorro suavemente—. ¿Tú
te la crees, Kia?
—Sí, me la creo casi toda.
—También es triste. Que la zorra tuviera que dar la vida para que la
liebre pudiera vivir.
—Sí, pero estuvieron juntas para siempre: compartían una misma alma.
Kia se quedó mirando mientras Zorro servía la comida distraída. Aceptó
su cuenco primero y luego miró mientras Zorro preparaba su propio cuenco.
—Lo sé, pero no es lo mismo.
Kia asintió con la cabeza y las dos comieron en agradable silencio. Kia
estaba contenta. Era en realidad la primera conversación que había
mantenido con Zorro. Hablaron más después de comer y Zorro consiguió
incluso que Kia le contara otra historia. Kia terminó la historia e intentó sin
éxito sofocar un bostezo, que Zorro imitó.
Zorro se levantó y se quedó paralizada por un instante de indecisión.
Quería volver a dormir con Kia, pero no quería destruir la reciente
comodidad mutua que habían conseguido. Le costó volverse hacia sus
solitarias pieles de dormir, pero Zorro se sintió reconfortada al pensar que
Kia no había parecido asustada ni incómoda. Mañana también regresaría
temprano y a lo mejor podían hablar más.
Zorro regresó a casa temprano y a partir de entonces todos los días se
ocupaba deprisa de sus perros y entraba casi corriendo para ver a Kia. Ésta la
esperaba con la cena lista y una gran sonrisa, que Zorro le devolvía
torpemente. Las dos se intercambiaban historias casi todas las noches, a
menudo metidas en sus pieles de dormir, contándolas a la escasa luz del
fuego. Sin saberlo, las dos se volvían hacia la voz de la otra e imaginaban una
sonrisa o un ceño de acuerdo con cada parte de la historia.
En una noche de éstas, Kia estaba echada en sus pieles, escuchando la
voz grave y tranquila de Zorro. Había hecho mal en tener miedo de Zorro,
ahora lo sabía. Zorro nunca le haría daño y ahora parecía disfrutar de su
compañía.
—Kia... ¿estás dormida?
—No, estoy despierta.
—Estabas tan callada que pensaba que te habías quedado dormida otra
vez —dijo Zorro tomándole el pelo.
—¿Otra vez? —Kia se volvió de lado y miró a Zorro, que estaba al otro
lado de la estancia apoyada en el codo en la misma postura.
—Sí, siempre te quedas dormida.
—¡No es cierto! Zorro, eso no es verdad. —Kia intentó parecer
enfadada, pero el destello de sus dientes en la penumbra le indicó a Zorro
que la broma no le había molestado en absoluto.
—Mmm, sí, bueno, ayer ocurrió. Echabas el aire por la nariz como un
caribú parturiento. —Zorro imitó el ruido con fuerza.
—Oh, pero... ¡Zorro, eso no es cierto! —dijo Kia, haciendo como que
estaba enfadada.
—Sí que es cierto, Kia. Haces ese ruido cuando duermes. —Volvió a
imitar el ruido, sólo que esta vez más fuerte, incorporándose en las pieles
para asegurarse de que el ruido llegaba al otro lado de la habitación.
Kia salió de un salto de sus pieles y corrió hasta Zorro.
—¡Di que no es verdad! —gritó, igual que cuando jugaba con Miko
cuando eran pequeñas.
—¡No! —dijo Zorro con altivez—. No es culpa mía si pareces un...
Kia saltó sobre Zorro y con un leve grito, localizó las costillas de Zorro
debajo de su camisa. Zorro se echó a reír a carcajadas cuando Kia movió los
dedos por sus costillas.
—Ah... no... por favor... Kia... para —rió Zorro con los ojos llenos de
lágrimas.
—Pues dime que no parezco un caribú parturiento.
—¡No!
Kia subió con los dedos por el estómago cálido y plano de Zorro y
consiguió metérselos debajo de los brazos. Zorro chilló con fuerza e intentó
quitarse a Kia de encima, pero Kia era más fuerte de lo que parecía y logró
aferrarse a ella con sus fuertes piernas.
—Por favor... Kia... por favor, para... Noparecesuncaribúparturiento —
gritó por fin sin aliento antes de sufrir otro ataque de risa. Desde su posición
encima de Zorro, Kia apartó de mala gana los dedos de la piel suave de Zorro
y con una gran sonrisa en la cara, se quedó mirando mientras Zorro se iba
calmando por fin. Kia le quitó a Zorro las lágrimas de risa de los ojos con los
pulgares.
La sonrisa de los labios de Zorro fue desapareciendo al mirar a los ojos
azules de su compañera. Si así es como debe ser... si esto es todo lo que
puedo tener contigo... entonces esto es lo que aceptaré y me sentiré
agradecida.
Zorro cerró los ojos y lo deseó como le había enseñado su abuela.
Zorro abrió los ojos y sólo le dio tiempo de pensar que se había
apagado el fuego al sentir en los labios unos besos dulcísimos y
delicadísimos. Abrió los ojos de par en par y notó distraída que la oscuridad
era a causa del pelo de Kia, no porque se hubiera apagado el fuego. Volvió a
cerrar los ojos e intentó acordarse de respirar mientras el beso duraba tan
sólo unos segundos más y luego la presión desapareció de sus labios y de su
cuerpo cuando Kia se levantó y regresó a sus propias pieles.
—Que duermas bien, Zorro —dijo Kia suavemente al volver a sus pieles,
con una sonrisa desconcertada en la cara.
Zorro, que seguía echada con los ojos cerrados, tuvo que tragar dos
veces antes de poder desearle lo mismo con voz ahogada.
Kia se despertó con una sonrisa en la cara. Había decidido que iba a
regresar caminando al campamento de invierno para hablar con su madre.
Tenía varias preguntas que hacer. Kia se sonrojó al pensar en la reacción de
su madre. Habían hablado de sus deberes con un hombre, pero Zorro le
había dejado claro a Kia que no era un hombre y que no deseaba que se la
considerara como tal.
Kia se incorporó en las pieles y estiró los brazos por encima de la
cabeza. Bostezando, se echó hacia atrás el largo pelo y se estiró más al
levantarse de la plataforma. Esta mañana Zorro no había avivado el fuego y
hacía un poco de frío. Parpadeando para despertarse, Kia fue a la esquina de
la estancia cerca de la puerta para coger más leña y huesos de animal para el
fuego.
—¿Has dormido bien, Kia? —preguntó Zorro cuando Kia estaba
inclinada sobre la pila de leña.
Kia se alzó con un alarido y se le cayó un gran trozo de leña en el pie, lo
cual le hizo soltar un grito de dolor. Zorro corrió hasta ella al instante, la
ayudó a sentarse en su pequeña plataforma de dormir, que estaba más
cerca, y se arrodilló delante de ella para examinarle el pie.
—No ha pasado nada. ¿Te duele mucho?
Kia, que se había estado mordiendo el labio para no llorar, dijo que no
con la cabeza, aunque todavía le dolía.
Zorro se levantó.
—Siento haberte asustado.
—¿Por qué estás aquí todavía? —preguntó Kia bruscamente y luego se
sintió mal cuando Zorro apartó la mirada.
—He pensado... he pensado que a lo mejor podíamos hablar más —dijo
Zorro con tono apagado, queriendo hundirse en sus pieles y ocultar la
cabeza—. No necesito cazar todos los días. Tengo carne almacenada en el
cobertizo de detrás.
—¿Entonces por qué lo haces? —preguntó Kia confusa. Había mirado
en el cobertizo días antes y había visto la carne pulcramente apilada en el
rincón. En ese momento, no había sabido qué pensar.
—Para que tengas tiempo de pensar, supongo.
—Ah. Me gustaría hablar —dijo Kia tímidamente.
—Está bien... me gustaría intentar ser... —Zorro se detuvo y empezó de
nuevo—. Me gustaría que tú... que fuéramos amigas —terminó débilmente,
pues hablar delicadamente nunca había sido su fuerte.
—Yo creo que eres mi amiga, Zorro —dijo Kia, mirándola a los ojos y
luego apartando la mirada.
—Me... me ha gustado el beso.
—A mí también —contestó Kia y se preguntó dónde podía posar la
mirada.
—Puedes hacerlo otra vez si quieres —dijo Zorro con tono apagado y
luego añadió—: Es decir, si tú quisieras, a mí no me importaría y no pensaría
nada ni querría más ni nada —dijo de carrerilla, con el estómago revuelto
como si estuviera a punto de devolver. Tendría que haberse ido a cazar y
practicar con los perros antes de hablar con Kia, sonaba mejor al ensayarlo
en su mente a primeras horas de la mañana.
—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó Kia con cautela.
—Sí, me gustaría, pero sólo si no te da miedo.
—Entonces lo haré. Tú... tú puedes besarme también si quieres. —Kia
entrelazó los dedos y los apretó angustiada.
—Oh. —Zorro se quedó sentada un momento y luego frunció el ceño—
. Está bien. ¿Cuándo?
—¿A qué te refieres? —preguntó Kia, frunciendo el ceño en una
imitación inconsciente de Zorro.
—¿Cuándo puedo besarte? ¿Por la noche? ¿Al irme a cazar o...?
—Sí, esos me parecen buenos momentos —contestó Kia, que ahora
estaba sonriendo. Le gustaba que Zorro pareciera tan preocupada y tímida.
—Ah... ¿y ahora? —preguntó Zorro, sintiéndose algo más segura.
—¿Ahora?
—Sí, ¿y si te quiero besar ahora? ¿Eso estaría bien? —preguntó Zorro
suavemente, sentándose al lado de Kia.
—Sí, eso estaría bien.
Zorro se miró las manos y por fin miró nerviosa a Kia.
—Pues te voy a besar ahora —anunció con toda la confianza de que fue
capaz.
—Bien.
—Bien —repitió Zorro nerviosa, echándose hacia delante y
deteniéndose un momento con la respiración entrecortada. No sabía qué le
pasaba: ya había besado a Kia una vez, Kia incluso la había besado a ella la
noche anterior y, sin embargo, se sentía como si éste fuera su primer beso.
Zorro se echó hacia delante, acarició con la mejilla la piel cálida de Kia, aspiró
su olor e hizo lo mismo con la otra mejilla, luego posó sus labios sobre los de
Kia y se fundió con ella. Sus manos se apoyaron sin fuerza en los hombros de
Kia. Una de ellas gimió, nunca sabría quién, y el beso, increíblemente, se hizo
más profundo. Kia tuvo que apartarse de Zorro por temor a perder el
sentido. Nunca hasta entonces había sentido una cosa igual. Había sido
terrorífico pero cómodo, excitante pero dulce y agradable, como quien llega
a su hogar.
—Hoy me gustaría ayudarte en la casa —dijo Zorro en voz baja,
haciendo que Kia pegara un respingo y abriera los ojos. Zorro sonrió
dulcemente y repitió lo que acababa de decir antes de preguntar—: ¿Te
gustaría ir a cazar conmigo alguna vez? —Y se apresuró a añadir—: Sólo si tú
quieres.
—Sí. Me... me encantaría ir a cazar contigo, Zorro —dijo Kia
absolutamente pasmada.
—Pues muy bien, ¿por dónde empezamos? —Zorro observó su hogar
con interés. En todas las paredes y espacios vacíos, Kia había dejado una
parte de sí misma: ya no era el refugio de Zorro, sino el hogar de Kia y Zorro.
A Zorro le gustó. Se pasó el día muy contenta recibiendo las tímidas órdenes
de Kia. De vez en cuando, refunfuñaba y Kia le clavaba una mirada severa o le
gruñía en broma y Zorro hacía lo que le mandaba. Daba gusto no sentir la
tensión flotando sobre ellas. Esa noche hubo muchas historias. Y antes de
dormir, Zorro se acercó a Kia y le acarició suavemente los labios con los
suyos. Esta vez estaba segura de que fue Kia la que gimió de placer. De vuelta
en sus pieles de dormir, Zorro sonrió ampliamente por todo y por nada en
concreto.
A medida que pasaban los días, Kia y Zorro fueron intimando cada vez
más y los besos dulces y tímidos que compartían se convirtieron en algo
normal de su vida. Pero como es lo natural con estas cosas, el cuerpo de Kia
no tardó en desear más. Todavía era demasiado tímida para expresarle sus
deseos a Zorro, de modo que intentaba hacerle saber a Zorro que compartía
sus sentimientos de la única manera que sabía. Kia prestaba atención a cada
palabra que decía Zorro. Abría mucho los ojos con las historias que le
contaba Zorro. Le asombraba la cantidad de cosas que sabía Zorro sobre el
mundo de fuera. Cosas que la misteriosa abuela de Zorro le había contado.
Una noche, al regresar de un día de caza, Zorro descubrió que quería
contarle a Kia cosas sobre sí misma. Kia se acostó mientras Zorro reparaba
una trampa rota sentada al otro lado del fuego. Comenzó su historia casi
como en sueños, recordando una época en que era ella la que estaba
acostada con su abuela sentada junto al fuego.
—Mi madre era del Pueblo. Un día estaba fuera sola cuando
un pekeha la encontró y la violó.
Kia, que nunca había averiguado los orígenes concretos de su propio
nacimiento, sofocó una exclamación de horror. Al contrario que los animales
y monstruos de las historias que Zorro y ella se contaban, los pekehas eran
reales. Una raza de hombres altos —como ninguna mujer había visto jamás
entre los suyos— que tenían la piel blanca y un olor horrible. Venían en
grandes barcos y solían dejar una masacre a su paso. Kia había oído a los
hombres hablar de algunas tribus que comerciaban con ellos, pero Nube
Blanca había prohibido todo contacto con ellos y Kia nunca había visto a uno
de ellos.
—¿Y el Pueblo lo persiguió? —preguntó Kia horrorizada.
—No, ¿cómo iban a hacerlo? Estaba en uno de esos barcos
monstruosos. Se fue y dejó a mi madre destrozada. El Pueblo la trató como si
fuera... un mal agüero. Nadie quería tratarse con ella. La abuela me dijo que
huyó embarazada de mí porque tenía miedo de que quisieran matarme
cuando naciera.
—Oh, no, no habrían... —dijo Kia con tono defensivo.
—Las cosas eran distintas antes de que llegáramos nosotras, Kia, lo
habrían hecho. Lo hicieron con otros. Tú tuviste suerte —dijo Zorro
tajantemente. No quería asustar a Kia, pero tenía que saber la verdad.
—¿Cómo... cómo sobrevivió?
—La abuela la oyó gritar durante el parto. Al principio creyó que era un
animal, pero fue a investigar y la encontró. La trajo a su casa y mi madre me
dio a luz.
—¿Qué le pasó a tu madre? —preguntó Kia con temor.
—Murió. Creo que nunca se recuperó del parto. Es una de las razones
por las que nunca podré vivir con el Pueblo. Sus costumbres están mal y son
rígidas —dijo Zorro con rabia.
—Mi padre no habría dejado que la maltratasen —protestó Kia con los
ojos llenos de lágrimas.
—No, Kia, pero tu padre no era jefe entonces. Fue su padre el que
permitió que atormentaran a mi madre.
Kia inhaló bruscamente. Nunca había conocido a su abuelo. Había oído
que era un jefe duro, pero aparte de eso, no había oído nada tan negativo
como lo que ahora decía Zorro.
—No la recuerdo —dijo Zorro, con la voz apagada.
—¿Entonces la abuela no era tu abuela de verdad?
—No más que tu madre y tu padre son tus padres de verdad, Kia. Las
dos fuimos abandonadas.
—No, Zorro —dijo Kia con tristeza—. A mí me abandonaron, tú tuviste
una madre que te quería tanto que dejó al Pueblo para que pudieras vivir. Yo
no sé quién es mi verdadera madre.
Zorro lo pensó un momento hasta que el dolor que sentía entre los ojos
le indicó que debía dejarlo. Había pasado tanto tiempo enfadada con tanta
gente que ya no vivía que no se le había ocurrido pensar la suerte que tenía.
A ella, al igual que a Kia, la habían querido. La abuela se había asegurado de
que pudiera valerse por sí misma desde muy pequeña y nunca le había
faltado nada. La abuela la había querido con una tranquila intensidad que
Zorro le había correspondido con todo su corazón. La echaba de menos con
cada bocanada de aire que tomaba.
Kia vio que Zorro se frotaba los ojos cansada, con la frente arrugada
como si le doliera algo.
—¿Zorro? ¿Quieres dormir aquí esta noche?
—Sí, me gustaría.
Kia se movió para hacerle sitio a Zorro y se echaron la una al lado de la
otra, Zorro todavía muy apesadumbrada por sus pensamientos. La primera
caricia suave de los labios de Kia fue tan leve que Zorro ni se molestó en abrir
los ojos: creyó que no eran más que imaginaciones suyas. La segunda caricia
fue más sólida y el dulce aroma del aliento de Kia inundó los sentidos de
Zorro. El tercer beso fue lo que hizo abrir los ojos a Zorro y le llenó la
entrepierna de calor; clavó los dedos en las pieles y abrió la boca para recibir
el asalto de Kia. Ésta exploró a Zorro con autoridad. Los muchos días y
noches que habían pasado besándose le habían dado una seguridad en sí
misma de la que hasta entonces había carecido. La punta de su lengua rozó
el paladar de Zorro, haciendo gemir con fuerza a la mujer que tenía debajo.
Zorro puso las manos en los hombros de Kia y la obligó a echarse. Con el
corazón desbocado, cubrió el cuerpo más largo de Kia con el suyo,
colocándose delicadamente entre las piernas abiertas de Kia. En el curso de
las numerosas noches de exploración, Zorro siempre se había detenido al
llegar a este punto por temor a asustar a Kia o hacerle revivir la primera
noche en que la había obligado a unirse a ella.
El corazón de Kia latía al mismo ritmo que el de Zorro cuando ésta la
cubrió. Sus dedos se clavaron en la espalda de Zorro a través de su ropa.
Jadeó cuando Zorro empezó a moverse despacio encima de ella. El placer
que había estado rondando al fondo en las dos últimas ocasiones en que se
encontraron en esta posición empezó a aumentar en su interior al notar que
la mano de Zorro le cubría el pecho.
Zorro apartó la cara, rompiendo el contacto con los labios de Kia, pues
tenía la respiración demasiado entrecortada para continuar. ¿Era
imaginación suya o Kia también se estaba moviendo debajo de ella?
Kia no sabía qué hacer. La respiración de Zorro resonaba con fuerza en
su oído; el corazón apretado contra sus pechos latía tan fuerte que no sabía
si Zorro estaba disfrutando de esto o si de algún modo le estaba causando
dolor. La idea de causar dolor a Zorro hizo que Kia se pudiera rígida y Zorro
detuvo sus movimientos desesperados de inmediato. Kia gimoteó al sentir
los latidos del corazón de Zorro sobre su pecho y la respiración agitada de
Zorro en su oído. Deseaba con todas sus fuerzas dar placer a Zorro, pero su
madre nunca la había preparado para esto.
Zorro se quedó encima de Kia. Había notado que el cuerpo de su
compañera se ponía rígido y había detenido sus movimientos al instante. Se
le cayó el alma a los pies al oír el leve lloriqueo de Kia. Ya lo había vuelto a
hacer: ahora tendría miedo de ella. Habían llegado tan lejos y ahora todo se
echaría a perder.
—Kia —dijo Zorro lo más suavemente que pudo—. No tengas miedo. —
Se apartó de Kia y se echó con ella entre sus brazos, intentando calmarse lo
suficiente para poder hablar.
—Lo siento, yo no... —Kia se sentía demasiado avergonzada para
decirle a Zorro que no sabía qué hacer. No sabía cómo darle placer más que
con sus besos.
—Lo comprendo y lamento haberte asustado. —Zorro se estaba
regañando a sí misma. Había prometido que se conformaría con los besos. Y
se había conformado. ¿Por qué había tenido que volver a forzar las cosas?—.
Duérmete, Kia, y no te preocupes.
Ni Zorro ni Kia durmieron bien esa noche: las dos sufrían los mismos
temores, pero ninguna estaba dispuesta a ser la primera en expresarlos.
En el momento en que se estaba despertando, la mano de Kia buscó el
cuerpo de su compañera. En las pieles que tenía al lado no quedaba calor
corporal y Kia abrió los ojos de golpe. Levantó la cabeza y buscó a Zorro
frenéticamente, pero no se veía a Zorro por ninguna parte. Kia saltó de la
cama y echó a un lado la gruesa piel de la puerta. Se estremeció al ver las
huellas de Zorro en la nieve y si los perros hubieran estado todavía allí, al
menos uno de ellos ya habría aullado o ladrado. Kia se volvió aturdida y
sofocó un sollozo. Había querido hablar hoy con Zorro, pero tal vez lo había
echado todo a perder al no saber qué hacer por su compañera. Zorro no se
había marchado sin besarla desde que habían empezado a estar más cerca la
una de la otra.
Kia empezó a vestirse mientras en su mente repasaba una y otra vez los
días maravillosos que había pasado con Zorro. ¿Había destruido todo aquello
por no saber qué hacer? ¿Había decidido Zorro devolverla a la aldea porque
no sabía cómo satisfacerla? Kia estaba ya totalmente vestida y apenas
lograba contener las lágrimas. Zorro tardaría un tiempo en volver: si se daba
prisa, podría llegar a la aldea y volver sin que Zorro se enterara. Le
preguntaría estas cosas a su madre: a lo mejor ella sabía qué era lo que más
convenía hacer.
Zorro miró seriamente los claros ojos azules, asegurándose de hablar
con suavidad, como le había indicado su abuela.
—Te amo. Te amo desde hace mucho tiempo. Haré cualquier cosa por
ti si me prometes que no me dejarás. —Zorro se sentó sobre los talones y
repasó lo que acababa de decir—. Parezco una niña. —Sacudiendo la cabeza
con desprecio, empezó de nuevo—. Me pareces preciosa. Te amo desde hace
mucho tiempo y aceptaré lo que puedas darme, aunque sólo sea amistad. —
Zorro volvió a sacudir la cabeza, seguía sin estar bien. Quería más que
amistad.
Cogió delicadamente la cara que tenía delante entre las manos
enguantadas y se acercó. Asegurándose de mirarla a los ojos y de que no
hablaba demasiado alto, dijo:
—Te amo, Kia. Te amo con todo mi ser. Por favor, únete a mí.
Protegeré tu corazón durante el resto de mi vida e incluso en el más allá. —
Los ojos azules parpadearon y una gran lengua rosa se desplegó y lamió la
mano enguantada de Zorro—. Así, ¿verdad, Nolo? —En la cara de Nolo
apareció una sonrisa lobuna y Zorro se puso en pie de un salto. Una
bocanada satisfecha de vaho blanco salió flotando por delante de ella.
—Está bien —dijo nerviosa y miró a sus seis perros; todos ellos
parecían un poco desconcertados por su conducta. Nolo gimoteó una vez
como para decir que todo iba bien y se tranquilizaron—. Está bien, pues
vamos a volver. Se acerca una tormenta. —Zorro saltó a los esquíes de su
trineo y se puso en marcha. Gritó una orden que obligó a los perros a
detenerse de golpe. Bajó de un salto del trineo, volvió corriendo con
dificultad a la roca donde había pasado dos horas declarando su amor eterno
a su perro guía Nolo y cogió la ristra de peces frescos que había atrapado
antes. Regresó corriendo y dejó los peces en la parte delantera de la
plataforma del trineo.
—Está bien —dijo nerviosa, se subió a los esquíes y gritó la orden para
volver a casa. Mientras los vientos gélidos de la tormenta inminente le
azotaban la cara, Zorro repitió mentalmente su pequeño discurso una y otra
vez.
Kia tardo poquísimo en llegar al campamento de invierno. Saludó
agitando la mano a todos los que la saludaban, pero no quiso detenerse
mucho. Necesitaba hablar con su madre lo antes posible. Sabía que se
avecinaba una tormenta y no quería correr el riesgo de verse atrapada en el
campamento antes de poder volver con Zorro.
Entró a la carrera en la tienda de sus padres, dando tal susto a su
madre que ésta dejó caer la labor que tenía en las manos.
—Madre...
—Kia... me has dado un susto, hija.
Sunni recogió su labor y miró a Kia con una sonrisa.
—Me alegro de verte, ha pasado mucho...
—Madre, necesito... —Kia se echó a llorar y los ojos de Sunni pasaron
de la alegría a la preocupación al ver a Kia tan atormentada.
—¿Qué te pasa, hija? Por favor, dímelo.
El cuerpo de Kia se estremeció varios minutos por los sollozos mientras
intentaba pensar en lo que quería decirle a su madre.
—Quiero... Zorro... no... no quiere amarme —explicó Kia de mala
manera y miró a los confusos ojos de su madre. La desesperación de su
situación volvió a hacerle estallar en lágrimas—. No me deja... no puedo...
ella no... —Siguió intentando contar su historia, pero no podía. Sunni meció a
su única hija entre sus brazos. Cuanto más lloraba su hija, más se endurecía
el corazón de Sunni contra Zorro. Su compañero había hecho mal en permitir
la unión. No sólo ya no vería a Kia cuando siguieran al caribú: Zorro estaba
haciendo infeliz a Kia. Ella misma se había preguntado cómo podían darse
placer dos mujeres la una a la otra. Ahora sabía la respuesta: no podían.
Justo entonces, Nube Blanca entró en la tienda. Se le llenaron los ojos
de alegría al ver a Kia. Conociendo la reticencia de Zorro para venir al
campamento de invierno, le había prometido a su compañera hacerles una
visita cuando pasara la próxima tormenta.
Kia se quedó en los brazos de su madre llorando más que nunca. Tenía
el corazón destrozado. Su madre no lo entendía, ¿cómo podía entenderlo? La
habían educado para casarse con un hombre, un cazador, y eso era
precisamente lo que había hecho. No habría sabido las respuestas a las
preguntas de Kia aunque Kia hubiera tenido fuerzas para hacerlas. Kia sollozó
más fuerte en el pecho de su madre.
—Hija, ¿qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a Zorro? —Al contrario
que su compañera, Nube Blanca conocía a Zorro lo suficiente como para no
creer que le pudiera hacer jamás daño a Kia a propósito. Conocía a la abuela
de Zorro, incluso la había amado, pero no había tenido fuerzas para
enfrentarse a la tradición y pedirle que fuera su compañera. En cambio, se
había casado con Sunni y había aprendido a amarla con el paso de los
inviernos. Y cuando Sunni demostró no poder darle un hijo, fue de lo más
lógico que cuando encontraron el pequeño fardo con Kia dentro, Kia fuera
suya.
Kia miró a su padre con el dolor y la confusión plasmados en los ojos y
dejó de llorar para mirar al hombre que había contribuido a formar sus
opiniones sobre tantas cosas. Su padre era bueno, generoso y cariñoso. No
se parecía en nada a Lobo Negro. Ésa era una de las razones por las que se
había opuesto con tanta fuerza a casarse con él. Sabía que nunca podría
casarse con alguien que no le hiciera sentir lo que Nube Blanca hacía sentir a
su madre. Lo que Zorro le hacía sentir.
—Lobo Negro nunca podría... —Kia se calló. Había estado tan
ensimismada que sin darse cuenta había hablado en voz alta.
—¿Lobo Negro? —Nube Blanca frunció el ceño y se acuclilló al lado de
su compañera y su hija—. ¿Se trata de Zorro, hija mía? —Había tenido la
esperanza de que Zorro pudiera convencer a Kia de que la amaba, pero tal
vez se había equivocado.
—¿Qué te ha hecho? —preguntó Sunni enfadada.
—No... —exclamó Kia—. No es culpa suya. Es que... no le puedo dar lo
que quiere.
—Deja de llorar, hija —le ordenó Nube Blanca con severidad—. Ven
conmigo. Vamos a pasear antes de que llegue la tormenta.
—Nube Blanca, ¿no crees que debería ser yo la que hable con Kia de
esto?
Nube Blanca volvió la mirada severa hacia su preocupada compañera y
la suavizó al ver la preocupación de sus ojos.
—No, en este caso, Sunni, creo que yo soy más adecuado.
Nube Blanca se levantó y salió de la tienda, enderezando la espalda
mientras se preparaba para una conversación que nunca había pensado que
fuera a tener. Kia sorbió y medio agachada para pasar por la puerta, siguió a
su padre, dejando que su agitada y preocupada madre llenara los huecos de
la historia por su cuenta.
Los perros conocían el camino de vuelta a casa, de modo que Zorro no
se molestó en dirigirlos. Si hubiera estado prestando atención en lugar de
ensayando lo que le iba a decir a Kia, habría visto la piedra que sobresalía en
la nieve y habría podido desviar a los perros. Tal y como salieron las cosas,
los perros sí que rodearon la piedra, pero no se echaron lo suficiente hacia la
derecha para evitar que el trineo en el que iba Zorro pasara justo por encima.
El trineo chocó con estruendo y Zorro salió volando por el aire y acabó
aterrizando con un sonoro "uuuff".
Zorro se quedó tumbada boca abajo un momento y luego se obligó a
darse la vuelta para poder recuperar el aliento. Maldiciendo, intentó ponerse
en pie. Un dolor le atravesó la espalda y la obligó a caer de rodillas. Uno de
los perros gimoteó una disculpa y Zorro maldijo de nuevo. No era propio de
ella no mirar por dónde iba. Eso era muy peligroso y su abuela se lo había
advertido muchas veces. Con cierto esfuerzo, enderezó el trineo y calmó a
los perros. Zorro les dio la orden y reemprendieron el regreso a casa mucho
más despacio, mientras ella se regañaba a sí misma por no tener más
cuidado, sobre todo hoy.
Zorro meneó la cabeza cuando los perros la llevaron al claro donde se
alzaba la casa de Kia y ella. Soltó deprisa los arneses de los perros y les dio
dos peces para que comieran. Caminando lo más deprisa que podía, pues la
espalda y el costado seguían doliéndole, se acercó a la casa. Antes incluso de
echar a un lado las pieles de la puerta ya sabía que algo iba mal. No había un
humo alegre saliendo por el agujero del techo, no se olía el aroma de la carne
al guisarse despacio ni se oía la voz de Kia cantando.
—¡Kia! —llamó Zorro con temor. Miró por la casa y vio que las ropas y
botas de abrigo de Kia habían desaparecido. Zorro salió corriendo de la casa
y estudió el suelo. Las huellas de Kia todavía eran visibles en la nieve: se
había dirigido al campamento de invierno. Zorro corrió al refugio de los
perros y los enganchó rápidamente a los arneses. Por la razón que fuera, Kia
había ido a la aldea justo antes de una tormenta y Zorro sabía que no iba a
conseguir volver a tiempo caminando.
Zorro se sujetó el costado al caminar, esforzándose por contener las
lágrimas de dolor. Se montó en la parte trasera del trineo y gritó la orden a
los perros. Sujetándose, los dejó a su aire, pues conocían el camino casi tan
bien como ella. Kia se había marchado a pie y sola e incluso con la tormenta
casi encima ya habría llegado al campamento de invierno sin problemas y
Zorro se sentía agradecida por eso.
¿Por qué se habrá ido sin decírmelo? Zorro se preguntó si habría sido
porque ella no había cumplido su promesa. Había prometido no tocar a Kia y
sin embargo, anoche había ido demasiado lejos. La había besado y abrazado
y si Kia no hubiera llorado, habría seguido adelante.
Zorro volvió a gritar a los perros y estos, como si percibieran la angustia
de su voz, corrieron a través del viento y la nieve cortante. Por fin, Zorro vio
los difusos contornos de las tiendas de la aldea. Zorro se bajó deprisa del
trineo y se encaminó lo más rápido que pudo a la tienda de los padres de Kia.
Entró y se quitó rápidamente la bufanda de piel que le tapaba casi toda la
cara.
—Madre, ¿dónde está Kia? Se ha marchado de casa sin decirme dónde
iba —preguntó, demasiado preocupada para acordarse de saludar con
formalidad.
—Siéntate, Zorro.
—¿Pero dónde está, madre?
—Se ha ido con Nube Blanca. Quería hablar con él. Estaba muy
alterada.
Zorro se levantó rápidamente, dispuesta a encontrar a su compañera.
—Zorro, espera. No creo que desee verte.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué te ha dicho? —Zorro bajó la voz mientras
su mente se rebelaba contra lo que decía Sunni. Cayó de rodillas y miró a
Sunni con aire suplicante.
—No me ha dicho gran cosa. Entró aquí corriendo, poco antes que tú,
llorando. Lo único que decía es que tú no la amas.
Zorro volvió a levantarse, esta vez enfadada.
—Siéntate, hija —le ordenó Sunni.
—¿Por qué diría una cosa así? —Zorro no comprendía qué había hecho
mal. Había dejado de tocarla en cuanto Kia se sintió incómoda, no se había
empeñado en que se acostaran juntas como compañeras y estaba segura de
que Kia la había perdonado por el error anterior. Cualquier hombre del
campamento la habría obligado a yacer con él. Kia parecía tan feliz en las
últimas lunas, incluso le había contado historias a Zorro y había hecho
comidas deliciosas. ¿Acaso una sola noche había cambiado todo eso? Zorro
estaba segura de que Kia había disfrutado haciendo el amor tanto como ella.
Y cuando fue demasiado para ella, Zorro se paró y siguió abrazándola toda la
noche—. No lo entiendo —dijo Zorro aturdida, rogándole a Sunni que
continuase.
—Nos dijo que no... la satisfaces. —Sunni se atragantó al decirlo, pues
era un gran insulto que no se debía decir a la ligera.
Zorro, todavía confusa, sacudió la cabeza, sin comprender lo que decía
Sunni.
—¿Que no la satisfago? Pero si ella no... —Zorro se calló. No iba a
humillarse a sí misma ni a Kia hablando con nadie de cómo hacían el amor, ni
siquiera con la madre de Kia—. ¿Dónde está? Tengo que hablar con ella.
—Se ha ido con su padre.
—¿Dónde? —insistió Zorro. Empezaba a estar desesperada y Sunni se
dio cuenta.
De repente, aparecieron las garras que había estado ocultando bajo
una capa de amabilidad cuando Zorro entró en la tienda. Y en un tono tan
dulce como las bayas que había usado Zorro para fingir la primera sangre de
Kia, dijo:
—Creo que su padre y ella han ido a hablar con Lobo Negro sobre la
posibilidad de una unión entre los dos.
—¡Pero no puede! —dijo Zorro petrificada—. Es mi compañera. ¡Tú
misma sellaste nuestra unión!
El hecho de que Zorro dijera la verdad endureció el corazón de Sunni y
como una osa que teme por la seguridad de su cachorro, atacó para hacer
daño a la posible fuente de peligro.
—Kia dice que no te ama y que tú no la amas a ella.
—¿Te ha dicho eso? —preguntó Zorro, casi sin voz por el dolor.
Sunni asintió, aunque empezaba a preguntarse si su hija no se habría
equivocado. Nunca había visto a Zorro mostrar emoción alguna en las
ocasiones en que su abuela y ella venían a la aldea. Pero ahora veía muchas
emociones, de la rabia al miedo, que le cruzaban la cara de tal manera que
estaba segura de que Zorro amaba a su hija.
—Zorro, a lo mejor me he...
—No —dijo Zorro ferozmente—. Si desea a Lobo Negro, que se queden
juntos.
—No sé si lo desea —reconoció Sunni avergonzada.
—Me da igual —dijo Zorro, mientras su corazón protestaba dolorido
por la mentira—. No me ama. Nunca me amará —dijo furiosa y luego, con un
tono más apagado—: Se equivoca, sí que la amo. La amo desde que recuerdo
haber sabido lo que era el amor.
Sunni se quedó petrificada. En el fondo de su corazón, sabía que nunca
en su vida había estado más equivocada.
Ante ella no estaba Zorro la cazadora, sino una joven herida a la que
acababan de decirle que no satisfacía a su compañera.
—Dile... dile que no me opondré a su decisión —dijo Zorro con la voz
ronca.
Sunni llamó a Zorro, pero ésta ya ni oía por el dolor tan profundo que le
atravesaba el corazón. Sin darse cuenta, empezó a envolverse la cara con la
bufanda de piel. Aspiró el olor que tanto quería y casi se dobló en dos por el
dolor al darse cuenta de que probablemente nunca volvería a oler su aroma.
—Zorro, por favor, vuelve y habla con Kia. No tardará en volver —le
dijo Sunni con desesperación.
Sin volverse a mirar a Sunni, dejó caer la bufanda al suelo y gritando a
los perros, se marchó, jurando que jamás regresaría a la aldea. No creía que
pudiera soportar ver a Kia unida a Lobo Negro. Zorro gritó enfurecida a sus
perros y los azuzó más que nunca, esperando sólo a medias llegar a casa
antes que la tormenta que se avecinaba.
Con la cara ceñuda, Zorro se quedó mirando un tiro de perros que se
acercaba a su casa procedente del campamento de invierno. Reconoció el
tiro al instante y resistió las ganas de darle la espalda cuando se acercó.
Había estado preparándose para salir a cazar antes de que llegara la
siguiente oleada de tormentas. Aunque tenía carne de sobra para comer,
necesitaba obligarse a salir para no consumirse en su casa. Durante tres días,
Zorro y la tormenta de fuera rugieron de ira hasta que por fin, agotadas y
cansadas, las dos se calmaron, resignándose a una paz temporal.
Zorro no dijo nada cuando Nube Blanca bajó de su trineo y se acercó.
No hizo ni caso a Kia y a Sunni, que ahora estaban de pie junto al trineo, y se
concentró en Nube Blanca.
—Tú siempre eres bienvenido aquí porque mi abuela te consideraba su
amigo. Tus mujeres no. Haz el favor de dejarlas en el campamento si tienes
pensado visitarme en el futuro. —Zorro se dio la vuelta y se encaminó hacia
su casa. Nube Blanca meneó la cabeza. Zorro se esforzaba por ocultar la
expresión de dolor de sus ojos e incluso al darse la vuelta, sus ojos no
pudieron evitar buscar a Kia, aunque fuera un instante.
Zorro oyó que Nube Blanca la llamaba, pero no contestó ni se
volvió. ¿Cómo se atreven a venir aquí, para qué, para recoger las cosas de
Kia? Debería haberles prendido fuego y haberlas tirado en la tienda de Lobo
Negro. Este pensamiento fruto de la rabia no contribuyó en nada a que Zorro
se sintiera mejor. Al entrar en su casa, se sentó en la plataforma de dormir
pequeña. No había podido dormir en la más grande porque no soportaba la
idea de captar el olor de Kia en las pieles.
Totalmente vestida, Zorro se hizo un ovillo e intentó no oír a Nube
Blanca dando la orden a sus perros para marcharse. Qué ganas tenía de
rogarle a Kia que no se fuera. Habría hecho cualquier cosa por oponerse a la
restricción que le imponía su orgullo, pero no consiguió obligarse a hacer
este ruego. Zorro cerró los ojos y se colocó boca arriba. Al instante, creyó
sentir la presencia de Kia. Se imaginó que sentía su cálida caricia en la cara y
la forma en que Kia decía a veces su nombre cuando se besaban sin más
razón que el placer de sentirlo deslizarse entre sus labios. Las lágrimas
empezaron a caer bajo los párpados firmemente cerrados de Zorro.
Kia se las secó dulcemente con los pulgares.
Zorro abrió los ojos rápidamente y se quedó mirando a Kia.
—¿Qué... por qué estás aquí? Se acerca una tormenta, debes
marcharte ya.
—Éste es mi hogar.
Zorro se levantó rápidamente y se apartó de Kia. Todavía se temía que
pudiera rogarle a Kia que se quedara. No lo iba a hacer. Kia le había hecho
daño.
—¿Es que Lobo Negro te ha rechazado? —gruñó.
Kia miró a Zorro a los ojos con sinceridad.
—No deseo a Lobo Negro, estoy unida a ti. Lobo Negro está unido a
Miko.
Zorro notó que su boca hacía un gesto de desprecio. No pudo evitar ser
cruel: nadie tendría jamás el poder para hacerle un daño como el que le
había hecho Kia.
—¿Así que esperas que yo te vuelva a aceptar? —preguntó con
aspereza. Se volvió furiosa hacia el fuego y se puso a atizarlo con un
palo. Maldita seas, Kia, por haber vuelto aquí, pensó con los ojos llenos de
lágrimas de dolor—. ¿Qué quieres de mí? Tus cosas están ahí. —Señaló el
rincón y se sintió algo avergonzada por la forma en que había tirado las cosas
de Kia, incluido su abrigo de unión, con la intención de prenderles fuego—.
Cógelas y vete —ordenó, con la voz aún más áspera por la vergüenza.
—Me iré —dijo Kia suavemente y Zorro aguantó la respiración por
temor a gritar de dolor y quedar en vergüenza—. Pero no sin que antes me
hayas escuchado.
—No quiero oír lo que tengas que decir. Sunni me lo ha contado todo.
Vete de aquí, no eres bienvenida.
—Sunni ha cometido un error, Zorro. Un error al interferir en un
malentendido entre mi compañera y yo y un error al decirte las cosas que te
dijo. Ahora lo sabe. Quería pedirte disculpas, por eso ha venido con nosotros.
Le he dicho que tendrá que esperar hasta que hayamos hablado. —Fuera se
oyó un fuerte aullido de la tormenta que se acercaba, interrumpiendo el
apasionado ruego de Kia. Ésta movió las dos grandes piedras para sujetar al
suelo la piel que tapaba la puerta. Zorro hizo como si no supiera que estaba
allí.
Kia se acercó a Zorro y se acuclilló detrás de ella. Le puso a Zorro una
mano en el hombro.
—No, Kia. —Zorro detestó la debilidad que se oía en su voz. Quería
sonar furiosa y decidida, pero no podía. Lo único que quería era recuperar a
Kia.
—Zorro, escúchame. No tenía intención de dejarte. Estaba asustada y
confusa. Fui a ver a mi madre porque creía que ella tenía las respuestas. Me
equivoqué. Tendría que haber hablado contigo primero.
Zorro agarró con más fuerza el palo.
—¿Qué era tan importante para que fueras corriendo a verla justo
antes de una tormenta?
A Kia le dolía el corazón por Zorro. Percibía la indecisión en el tono de
Zorro, así como la necesidad de creer que no le estaba contando una
mentira.
—Tenía miedo...
—Yo no te habría vuelto a forzar, Kia. Te prometí que no lo haría. —
Zorro cerró los ojos por el dolor al recordar que había prometido no volver a
tocar a Kia y tampoco había sido capaz de cumplir esa promesa.
—No, escúchame, Zorro —le ordenó Kia, con una fuerza en su voz
normalmente suave y tímida que Zorro nunca había oído hasta entonces. Su
furia al enterarse del engaño de su madre había sido terrorífica. Ni siquiera
su padre se había atrevido a decir nada para calmarla. De hecho, Nube
Blanca se había sentido bastante orgulloso de la forma en que su hija se
había enfrentado a su compañera. Sólo había intervenido cuando Sunni
estalló en lágrimas. Había sido un momento muy tenso, pero Kia se animó
cuando Sunni le dijo que se había equivocado con Zorro, que ésta había
confesado su amor antes de irse.
Kia se había visto obligada a esperar a que pasara la tormenta en su
antiguo hogar con su madre y su padre a su lado y había llorado en silencio
por su compañera. Les había causado mucho dolor a las dos por marcharse
como lo había hecho. La revelación de Sunni sobre el amor de Zorro no fue
una sorpresa para Kia: lo había sabido incluso la primera vez que Zorro se
había echado encima de ella. Su miedo la había llevado a buscar el consejo
de su madre cuando todo lo que necesitaba saber se lo habría enseñado
amorosamente su compañera si se lo hubiera preguntado.
—Zorro... no deseo a nadie más, ni a Lobo Negro ni a nadie. Sólo te
deseo a ti. Vino aquí poco después de que nos uniéramos y me pidió que me
fuera con él, pero yo me negué. Nunca lo he deseado, Zorro.
Zorro se abrazó a sí misma, negándose a mirar a Kia, mientras lo que
ésta le decía empezaba a curarla.
—No te puedo dar hijos —dijo débilmente, señalando la única cosa que
nunca podría arreglar.
—Me da igual —dijo Kia, mirando el pelo rojo de su compañera.
Zorro abrió la boca y la volvió a cerrar, preparada para expresar otra
protesta pero incapaz de pensar en una. Kia la deseaba. Decía que no
deseaba a Lobo Negro; decía que la deseaba a ella. Kia me desea. Los ojos de
Zorro se llenaron de lágrimas. Se negó a dejarlas caer y respiró hondo.
—Te amo, Kia. Te amo con todo mi ser. Por favor, únete a mí y yo
protegeré tu corazón durante el resto de mi vida e incluso en el más allá. —
Zorro aguardó la respuesta de Kia, pero lo único que oyó fueron unos suaves
sollozos. Se dio la vuelta, cogió a su compañera entre sus brazos y no pudo
evitar echarse a llorar ella también.
—Yo también te amo, Zorro. Nunca quise hacerte daño —farfulló Kia
mientras se consolaban mutuamente en el suelo del hogar que iban a
compartir durante muchos ciclos aún por venir.
—¿Por qué necesitabas hablar con tu madre? —preguntó Zorro largo
rato después, con la voz ronca de llorar.
Kia se echó a reír y su fuerza recién encontrada menguó bajo los ojos
amorosos de su compañera.
—Tenía miedo de no saber cómo satisfacerte.
La piel clara de Zorro se encendió por el rubor y abrió los ojos de par en
par.
—¿Le preguntaste a tu madre cómo satisfacerme?
Kia se levantó y se acercó al rincón donde estaban amontonadas sus
pertenencias. Cogió el grueso abrigo de piel de oso y empezó a quitarse la
ropa, esperando que Zorro no advirtiera el temblor de sus manos mientras se
desvestía. Miró a Zorro por entre las pestañas y se lamió el labio.
—No, se lo pregunté a mi padre.
—¿Estás cómoda?
—Sí.
Kia estaba sentada detrás de Zorro, sujetándola estrechamente bajo el
calor del abrigo de unión de piel de oso.
Recorrió el brazo de Zorro con los dedos, rozando la piel cálida y
dejando un rastro de piel de gallina a su paso. La sensación de poder le
producía vértigo y la empujaba a acelerar las cosas, pero se controló
haciendo más lentos sus movimientos.
—Échate hacia atrás, Zorro.
Zorro asintió temblorosamente, se apoyó en el pecho de Kia y cerró los
ojos, disfrutando de la sensación de ser amada por fin por su compañera. Las
manos de Kia tocaron por fin el estómago de Zorro, haciendo que los
músculos saltaran y se estremecieran.
—¿Estás bien? —preguntó Kia, preocupada al oír a Zorro tomar aire
bruscamente.
—Sí.
Kia volvió a rozar el estómago de Zorro y la besó delicadamente en la
nuca antes de rozarle los brazos con los dedos. Zorro tenía algo que hacía
olvidar a Kia lo pequeño que era su cuerpo en realidad comparado con el
suyo. De repente, sintió un enorme afán protector hacia ella y volvió a
besarle el cuello y por fin subió las manos para coger los pequeños pechos de
Zorro.
Zorro gimió y cerró los ojos, agradeciendo que Kia no viera cómo se
mordía el labio para evitar gritar. Esto era mucho más de lo que había
deseado en su vida. La sensación de los pechos desnudos de Kia en su
espalda era maravillosa. Las manos delicadas sobre su cuerpo estaban
haciendo que Zorro se sintiera como en un mundo de sueños. Si era un
sueño, no quería despertar.
Con manos torpes, Kia abrió la parte superior de las polainas de Zorro.
Dejó la mano en el vientre de Zorro para recuperar el aliento. Había
escuchado atentamente mientras su padre intentaba explicarle lo que debía
hacer, llegando al punto de hacer un dibujo en la nieve con su bastón. Había
tenido que volver a empezar varias veces hasta que Kia, parpadeando llena
de desesperación y vergüenza, le dijo que lo comprendía. Aliviado, él le había
prometido que lo entendería cuando llegara el momento y, efectivamente,
mientras sujetaba a Zorro delante de ella, la inundó una sensación de
maravilla al subir los dedos por los brazos de Zorro y ver cómo se le
estremecía la carne como respuesta. Cada vez que respiraba, cada vez que
mordisqueaba cálidamente el hombro de Zorro, la respuesta era un jadeo de
deseo.
Los largos dedos de Kia bajaron las polainas de Zorro por sus caderas y
finalmente por sus piernas. Zorro, aturdida, intentó ayudarla quitándose las
polainas de una patada y estuvo a punto de tirarlas al fuego. Sonrió a Kia con
aire de disculpa y soltó una exclamación al ver la expresión de deseo que
inundaba la cara de su compañera. La tímida Kia que conocía había
desaparecido y en su lugar estaba la diablesa excitada que tenía detrás. Zorro
se volvió rápidamente y se quedó mirando fijamente el fuego hasta que le
lloraron los ojos buscando alivio.
Kia deseaba que Zorro se diera la vuelta para poder verle la cara, pero
se daba cuenta por la postura de la espalda de que había adoptado su
personalidad de cazadora. Kia estaba decidida a demostrarle que mostrar
amor no era una debilidad. Pegó aún más el pequeño cuerpo al suyo.
—Ahora me gustaría unirme a ti, Zorro. ¿Me aceptas? —preguntó
suavemente.
—S... sí —graznó Zorro sin poder creérselo. Volvió a sofocar una
exclamación cuando los dedos de Kia acariciaron el vello de su sexo y Zorro
perdió el control de la cabeza, la echó hacia atrás y la apoyó débilmente en el
hombro de Kia.
—Levanta las piernas, Zorro.
Zorro se sonrojó al levantar las piernas de inmediato siguiendo la orden
de Kia, lo cual dejó su húmedo centro expuesto al doble calor del fuego y los
dedos de Kia que la exploraban delicadamente.
—Algún día me gustaría volver a ver esto —dijo Kia y entonces ella
también se sonrojó. Las palabras eran un pensamiento que no había querido
expresar en voz alta. Kia siguió acariciando con los dedos el vello de Zorro y
sintió un hormigueo en las puntas de los dedos al notar la presencia de
humedad. Recordó que la humedad era buena señal, de modo que siguió
acariciando a Zorro con una mano, mientras con la otra frotaba sin parar con
el pulgar un rígido pezón y luego el otro. De los labios de Zorro se escapó un
pequeño gemido que cortó bruscamente.
Zorro no podía creer lo débil que se sentía. ¿No debería ser ella la que
diera este placer a Kia? ¿No debería ser ella la que hiciera a Kia sentirse como
una mujer recién unida? Quería decirle a Kia que parase, pero no podía. Su
cuerpo no se lo permitía.
Kia tragó, obligándose a acercarse más a la abertura de Zorro, y como
esperaba, Zorro pegó un respingo e hizo un gesto para detener a Kia.
—Eres tan bella, Zorro —susurró Kia. Su padre le había dicho que debía
decirle cosas bonitas a su compañera: pensó que empezaría por la verdad y
seguiría a partir de ahí. Estaba convencida de que Zorro, a su manera y por su
forma de caminar y cazar, era realmente bella. Su fuerza atraía a Kia.
Zorro se quedó tan pasmada al oír la tranquila declaración que la mano
que tenía preparada para detener a Kia cayó olvidada sobre las pieles. Me ha
llamado bella. Sabía por el tono de voz de Kia que ésta lo decía de todo
corazón. En ese momento, Zorro, a quien nadie había llamado otra cosa que
no fuera Zorro durante toda su vida, entregó su corazón por completo a Kia.
—Tú también eres bella —dijo débilmente y luego deseó no haber
dicho nada porque la delicada exploración de los dedos de Kia se detuvo un
momento.
—Sólo para ti, Zorro, sólo para ti.
Zorro abrió la boca para protestar, pero sólo pudo jadear, pues los
dedos y su propia excitación se unieron para abrir su sexo, por lo que quedó
expuesta al aire ligeramente helado y la sensación opuesta del calor del
fuego. Kia cerró los ojos cuando sus dedos tocaron la humedad. Sí, esto está
muy bien, pensó, acariciando el núcleo de la excitación. Zorro también cerró
los ojos e inconscientemente empezó a mover las caderas hacia delante y
hacia atrás siguiendo el ritmo de las caricias de los dedos de Kia. Ésta tragó
con dificultad y apretó a Zorro, que ahora respiraba pesadamente, contra su
propio sexo húmedo. Zorro se echó hacia atrás de buen grado y se pegó a Kia
con firmeza y Kia aceleró el movimiento de la mano hasta que los leves
jadeos de Zorro se hicieron audibles. Kia levantó más las piernas y apretó a
Zorro contra su cuerpo, deslizando el dedo cada vez más cerca de su meta.
Las caderas de Zorro se alzaban de las pieles con cada caricia, haciendo que
el dedo de Kia se metiera cada vez más en la abertura caliente y húmeda.
Zorro gemía ahora sin disimulos, al haber renunciado a la necesidad de que
Kia la respetara por la necesidad más exigente de la satisfacción. Alzaba las
caderas sin parar, intentando que Kia se metiera dentro de ella.
Kia gimió en el espeso pelo de Zorro cuando su dedo chocó
delicadamente con el himen de Zorro. Ésta estaba tan húmeda, tan
empeñada en alcanzar la satisfacción que incluso sus jadeantes gemidos
exigían que Kia siguiera adelante hasta alcanzar su meta. Por fin Kia alzó la
mano izquierda y le volvió la cabeza a Zorro para poder besarla en los labios.
Por favor, quiero hacerlo bien. Y con este ruego mudo, Kia atravesó el
himen de Zorro. Ésta se agarró a los brazos de Kia con fuerza al tiempo que
tres gemidos guturales se le escapaban de entre los labios.
Oh, por favor, no, pensó Kia cuando el cuerpo de su compañera se
quedó rígido por la invasión y luego se estremeció con más fuerza. La
garganta de Zorro emitía pequeños gemidos y los músculos de su sexo
aferraban el dedo de Kia con fuerza. El miedo de estar causándole más dolor
que placer se disipó, sacó despacio el dedo empapado del interior de Zorro y
siguió acariciando su excitación.
El cuerpo de Zorro se estremeció con varias oleadas más de placer y
por fin volvió en sí. Se ruborizó muchísimo al darse cuenta de lo que le había
pasado. Se avergonzaba de lo débil que había sido bajo las caricias de Kia,
pero al mismo tiempo estaba deseosa de volver a sentir el estallido de
placer. Se quedó sentada en silencio, temerosa de mirar a la mujer que la
sostenía firmemente entre sus brazos como si fuera un cachorrito.
—¿Estás enfadada conmigo, Zorro? —preguntó Kia insegura. Estaba
segura de que Zorro había gozado, pero notaba que su cuerpo empezaba a
ponerse rígido al recuperarse y sospechaba que Zorro lamentaba lo que
había permitido que sucediera. Esta idea angustió tanto a Kia que se
apresuró a levantarse para distanciarse un poco de Zorro.
Zorro también se levantó.
—No, espera, Kia, no estoy...
La exclamación sofocada de Kia hizo que Zorro bajara la vista para
mirarse y se sonrojó de vergüenza. La palidez de su piel hacía que la sangre
que le manchaba los muslos pareciera más brillante de lo que realmente era.
A Zorro se le puso un nudo en la garganta y rápidamente le dio la espalda a
Kia, con los hombros hundidos, conteniendo las lágrimas de vergüenza y
rabia. Intentó taparse todo lo que pudo con las pieles del suelo. Zorro
recordó el momento en que tuvo que pintar a Kia con las bayas: entonces
había pensado que la reacción de Kia era exagerada, pero ahora comprendía
cómo se había sentido.
Acercándose rápidamente al fuego, Kia se arrodilló, metió un paño en
el agua y luego intentó apartar delicadamente las manos de Zorro.
—Puedo hacerlo yo —gruñó Zorro, con la voz áspera por la vergüenza.
Kia levantó la mirada rápidamente, pero siguió moviendo el paño
caliente por las caderas y el sexo de Zorro y contestó en voz baja:
—Lo sé.
Kia no apartó la mirada de lo que estaba haciendo al preguntar:
—¿Te ha dolido, Zorro?
—Sí... No, no lo sé... sí, pero no.
Kia asintió y le entregó el paño a Zorro. Se apartó mientras Zorro
terminaba de limpiarse.
—No estoy enfadada contigo, Kia. No sabía que iba a ser así. Me he
sentido tan débil.
Kia se miró las manos.
—Tal vez no lo he hecho bien, Zorro. Podría... podríamos volver a
intentarlo.
Zorro sintió que la tristeza invadía su corazón. Llevaba tanto tiempo
soñando con un día como éste con Kia. Ésta incluso había hablado con su
padre para poder satisfacerla y ahora creía que no lo había conseguido.
Zorro abrió la boca para hablar y la cerró frustrada cuando de su
garganta no salió nada salvo un débil suspiro.
—Kia, yo... Sí que me has dado placer. Nunca he sentido una cosa así.
Por favor, mírame, Kia. Ha sido todo lo que siempre he querido, es sólo que
me ha dado vergüenza de... —Zorro se calló, incapaz de terminar la frase.
—¿Te ha dado vergüenza de lo que te he hecho sentir?
—No, no lo sé, Kia, no esperaba que fuera a ser así. Creía que la que te
daría placer sería yo.
—Pero Zorro, eres mi compañera. A mí también me gustaría darte
placer. Todos los días... si quisieras —dijo Kia tímidamente.
—No sé si podría hacer eso todos los días, pero podríamos intentarlo.
—Zorro colocó bien las pieles y las abrió, ofreciéndole un sitio a Kia con
timidez.
Kia se arrimó a Zorro y ésta la abrazó. Insegura, Zorro movió la nariz por
la oreja de Kia, aspirando profundamente como si fuera la última vez que
fuera a tener oportunidad de hacerlo. Al darse cuenta de que Kia era ahora
su compañera de verdad en todos los sentidos se sintió muy aliviada. Tendría
la oportunidad de estar con ella muchas veces, por lo que no había necesidad
de correr.
Zorro tumbó a Kia con cuidado y se echó encima de ella, besándole el
cuello y la mandíbula y por fin los labios. A Kia ya se le había acelerado la
respiración y Zorro notaba que se movía debajo de ella.
Zorro se alzó y bajó los dedos por el estómago de Kia hasta los suaves y
húmedos rizos de su sexo. El sexo de Kia ya estaba mojado. Zorro tuvo
tentaciones de explorarla ya, pero no quería que las cosas fueran demasiado
deprisa para Kia: quería que fuera algo tan especial como lo había sido para
ella. Zorro besó el estómago de Kia y luego su pelvis varias veces. Kia pegó un
respingo y sofocó un grito, pero las manos delicadas que la sujetaban con
firmeza la tranquilizaron. Por fin, Zorro se tumbó entre las piernas de Kia y
observó su sexo húmedo.
—¿Zorro? —Kia no deseaba interrumpir. Estaba disfrutando de lo que
hacía Zorro, pero ahora se sentía un poco tímida al saberse observada tan de
cerca. Se le estremeció el cuerpo con un escalofrío cuando una leve brisa se
coló por la pesada piel de cuero que bloqueaba la entrada. Kia volvió a
sobresaltarse cuando algo húmedo y cálido la acarició con firmeza entre las
piernas—. ¿Zorro?
Al no recibir respuesta, Kia miró entre sus piernas y vio la cabeza de
Zorro metida entre sus muslos. La caricia cálida y firme la causaba la lengua
de Zorro al introducirse delicadamente entre los labios del sexo de Kia hasta
que se abrieron para recibirla en su interior.
Kia jadeó y se tumbó de golpe mientras la lengua de Zorro acariciaba
despacio la zona excitada hasta que se hinchó, exigiendo atención. Las
caderas de Kia se alzaron involuntariamente y Zorro deslizó la mano por
debajo del trasero de Kia para que su pelvis quedara en la posición perfecta
para recibir sus atenciones.
Zorro tenía los ojos cerrados mientras saboreaba a Kia. Desde el primer
contacto electrizante con la punta de la lengua, supo que era algo que iba a
repetir. La primera vez que se enteró de la existencia de esta forma concreta
de dar placer, estaba convencida que no era algo que le fuera a gustar.
Ahora, sin embargo, estaba igualmente convencida de que Kia y ella iban a
tener que hacerlo todas las noches si quería ser feliz. Los pequeños ruidos de
placer que emanaban de Kia eran casi tan embriagadores como la prueba de
su placer que Zorro perseguía vorazmente. Zorro seguía inmersa en la
experiencia cuando notó que las manos de Kia se hundían en su pelo.
—¡Z... Zorro! —gimió y quiso apartarse de la boca ansiosa de Zorro. Kia
no sabía si intentaba parar a Zorro o alargar el placer, pero estaba
convencida de que lo mejor en este momento sería hacer un pequeño
descanso.
Zorro, por el contrario, sabía lo suficiente como para agarrar las
caderas de Kia con ambos brazos. Y con los labios mojados por la esencia de
Kia, agarró la excitación de su compañera y empezó a chupar, aumentando la
presión hasta que Kia se puso a jadear ásperamente, al tiempo que
pronunciaba su nombre y gemía. Zorro soltó las caderas de Kia y le metió una
mano entre los muslos. Con un dedo, empezó a distribuir la abundante
humedad de Kia hasta que el dedo mojado se situó en la entrada del canal de
Kia. Con mucho cuidado, Zorro penetró delicadamente a Kia, haciendo
coincidir la succión de la boca con las caricias penetrantes del dedo,
metiéndose despacio en el interior de Kia, primero la punta del dedo y luego
un poco más. Kia gemía de placer y Zorro se planteó por un momento
esperar para tomar la virginidad de Kia. A ella le había dolido un poco y temía
que para Kia fuera a ser peor.
Al notar la indecisión de Zorro, Kia alzó la cabeza. El leve movimiento
hizo que Zorro levantara la suya. No se molestó en disimular su preocupación
ante Kia.
—Zorro, quiero unirme a ti. ¿Por favor? —pidió Kia. Su inseguridad la
hizo hablar con timidez y Zorro tuvo que parpadear para asegurarse de que
no estaba soñando. Volviendo a cerrar la boca sobre Kia, Zorro juró en
silencio que haría feliz a su compañera durante el resto de su vida. La acarició
despacio y con paciencia hasta que estuvo tan excitada como antes. Y
cuando notó el himen que impedía que Kia fuera totalmente suya, aguantó
las ganas de atravesarlo rápidamente y, en cambio, con varias caricias
constantes y fuertes, lo fue rompiendo poco a poco hasta que no quedó nada
que le impidiera sentir a Kia por completo. Siguió acariciando a Kia, sus labios
continuaron acariciando la excitación de Kia mientras su dedo la penetraba
delicadamente. Zorro sacó el dedo y con cuidado metió dos y la garganta de
Kia emitió un gemido largo y grave. Zorro se detuvo, dejando que Kia se
acostumbrara a la sensación, y luego empezó a moverse de nuevo dentro de
ella. Al poco, las caderas de Kia respondían a cada empujón con vigor.
De repente arqueó la espalda y de sus labios brotó una mezcla de grito
y gruñido. Zorro levantó la cabeza y vio el cuerpo de Kia paralizado por un
momento en un arco por encima de las pieles, la piel oscura pintada por el
fuego de trémulos tonos anaranjados, y por fin sus caderas cayeron al suelo y
empezaron a moverse con creciente frecuencia.
El placer atravesó a Kia cada vez más y se movió más deprisa sobre los
dedos de Zorro. El placer continuó en oleadas hasta que Kia temió que se iba
a desmayar de respirar con tanta dificultad. Por fin, las oleadas fueron
disminuyendo y Zorro se movió más despacio. Cuando Zorro sacó los dedos
del interior de Kia, observó la cara de su compañera por si veía alguna señal
de dolor. Frunció el ceño preocupada al ver que Kia tenía los ojos cerrados y
parecía que seguía intentando recuperar el aliento.
—¿Kia? ¿Estás bien? —susurró Zorro, sin querer despertarla si se había
quedado dormida.
—Sí, Zorro, estoy bien —contestó Kia con una sonrisa, aunque seguía
sin abrir los ojos.
—Yo... —Kia abrió los ojos y vio a Zorro mirándola con preocupación—.
¿Ha sido...?
—Ha sido maravilloso. Más que maravilloso.
Zorro se pegó más a Kia y no pudo evitar abrazarla con todas sus
fuerzas. Lobo Negro se había equivocado. Podía dar placer a su compañera y
se lo había dado.
—Mmm, ¿Zorro?
Zorro se quedó paralizada al oír una pregunta en el tono de su
compañera.
—¿Sí, Kia?
—¿Me toca a mí otra vez?
Zorro miró a Kia con los ojos muy redondos y algo temerosos.
—Oh... eeeh... tal vez deberíamos esperar... yo... debes de estar... ¿No
estás dolorida?
Kia pareció decepcionada un momento y estiró las piernas entumecidas
hacia delante. Tendría que aprender a no tensarlas tanto. Estaba segura de
que le iban a doler aún más por la mañana. Asintió apesadumbrada.
—Sí, estoy un poco dolorida —reconoció. Suspiró, con evidente cara de
decepción. Había querido probar a hacer lo que le había hecho Zorro a ella.
—Bueno, a lo mejor podemos si tenemos cuid...
Kia ya había colocado a Zorro boca arriba y la besaba
apasionadamente. Zorro soltó un gran suspiro. Estaba segura de que su
compañera iba a necesitar muchas noches como ésta. Zorro sonrió muy
contenta. Cosas peores había en la vida.
Zorro y Kia entraron en el campamento de invierno. Kia agitó la mano
muy emocionada saludando a Miko y a su madre y saltó del trineo antes de
que éste se hubiera parado del todo. Zorro intentó ignorar el miedo que
tenía de que, tras llevar juntas un ciclo completo, Kia todavía fuera a dejarla.
Lo hacían todo juntas, incluida la caza, y Zorro no podía ni pensar en cómo
sería la vida sin Kia. Sólo de pensarlo se ponía mala. Se quedó mirando
mientras su compañera, que había echado a correr muy contenta hacia su
madre y su prima, se detenía de golpe y se daba la vuelta. Regresó a todo
correr y cogió la cara de Zorro entre sus manos. Miró a Zorro a los ojos con
ferocidad, pues un ciclo de amar y ser amada por Zorro le había dado una
fuerza y una seguridad que nunca habría creído posibles.
—No te quedes mucho tiempo con padre. Te voy a echar de menos.
Besó a Zorro dulcemente en la boca. El beso quiso ser rápido, pero se
prolongó y como siempre, Zorro sintió que se le llenaba el vientre de deseo.
Kia terminó el beso y su aliento cálido se mezcló en el aire un momento y
luego se desvaneció mientras los ojos azules acariciaban los verdes. Kia soltó
la cara de Zorro y con una leve sonrisa, corrió hacia su madre y su prima,
erguida y moviéndose con la misma despreocupación que cuando era niña.
Zorro sonrió al verlas abrazarse y bromear unas con otras. Miko ofreció un
gran fardo a Kia para que lo examinase. Observó a Kia haciendo carantoñas al
bebé y sintió algo de pena por no poder darle un hijo a Kia.
—Bienvenida, Zorro, ha pasado bastante tiempo.
Zorro había estado tan ensimismada mirando a su compañera que no
había oído a Nube Blanca acercarse por detrás.
—Nube Blanca. —Zorro le ofreció la mano como un cazador saludaba a
otro cazador y se volvió para seguir mirando a Kia, Sunni y Miko—. Me alegro
de volver a verte.
—Parece feliz. —Nube Blanca observó a su hija con cara de
satisfacción—. Deberías llamarme padre, como Kia.
Zorro miró a Nube Blanca y volvió a mirar a Kia.
—Sí, sí que parece feliz... padre. —Zorro no pudo evitar sonreír
ligeramente aunque quería parecer impasible. Estaba segura de que la
capucha le ocultaba la cara, pero no quería correr el riesgo, de modo que
borró la sonrisa de su cara.
—¿Y tú eres feliz? —Las palabras de Nube Blanca sorprendieron tanto a
Zorro que se volvió para mirarlo con evidente expresión de pasmo.
—Sí, soy muy feliz.
—Bien. Le prometí a la que llamabas abuela que me ocuparía de ti
cuando me habló de tu interés por mi Kia hace muchos ciclos.
Zorro tomó aliento y apartó la mirada avergonzada.
—Y... ¿Kia lo sabe?
—Se lo dije cuando vino a vernos y se quedó aquí atrapada. Estaba
convencida de que nunca volverías a aceptarla. Era lo único que le daba
esperanzas. —Nube Blanca miró a Zorro con una sonrisa en la cara. Zorro se
volvió rápidamente, con la cara sonrojada. Hacía mucho tiempo que había
confesado su amor por Kia, pero nunca le había hablado de su deseo de
infancia de unirse a ella. Nunca le había dicho que la había amado de lejos
mucho antes de haberle dirigido la palabra siquiera. Zorro sabía que lo que
sentía ahora por Kia era distinto de lo que había sentido entonces. Era real y
más fuerte que cualquier cosa que pudiera haber soñado de niña. Pero aún
conservaba esos deseos de infancia por su inocencia y porque la habían
empujado a ganarse el corazón de Kia, cosa que entonces sólo había tenido
la esperanza de que fuera posible.
Una vez más, una pequeña duda enfrió la alegría de Zorro. Miró a Nube
Blanca y luego de nuevo a Kia, que ahora sujetaba al bebé en brazos y le
hacía cariñitos.
—Nube Blanca. —Se volvió para mirarlo y se encontró con su mirada
severa—. Padre... tengo una pregunta.
Nube Blanca puso los ojos en blanco y siguió mirando mientras otras
mujeres del campamento de invierno salían para saludar a Kia.
—Me dijeron que las chicas eran más fáciles. No lo sé. Creo que las
preguntas son mucho más difíciles de contestar. —Meneó la cabeza al ver la
expresión desconcertada de Zorro y dijo—: ¿Qué quieres preguntar, Zorro?
—No puedo darle hijos a Kia. ¿Tú crees... tú crees que será feliz
conmigo?
—¿Es que Kia no te ha dicho lo que siente por ti?
Zorro se sonrojó y apartó la mirada de Nube Blanca.
—Sí, me lo dice todas las noches antes de dormir y a veces más.
—¿Dudas de la veracidad de mi hija?
—¡Oh, no, Kia no miente! —dijo Zorro, enfadada con Nube Blanca por
insinuar siquiera semejante cosa.
Nube Blanca se rió por lo bajo.
—¿Entonces por qué te preocupas?
—Porque me gustaría darle un hijo. Creo que sería una buena madre.
—Zorro, te voy a contar una cosa. Sunni y yo no pudimos tener hijos.
Mi padre dijo que debería tomar a otra mujer porque estaba seguro de que
Sunni no era una buena compañera para mí. Yo me negué y un día, cuando
había salido a cazar, me encontré un pequeño fardo con un bebé dentro con
los ojos como el cielo. Creo que encontrarla fue un regalo. Para nosotros es
más importante que si la hubiéramos tenido por nuestros propios medios.
Porque la deseamos tanto... es nuestra. ¿Lo comprendes?
Zorro asintió.
—Sí, padre, lo comprendo. —Zorro quería seguir hablando, pero no
pudo. Kia, Miko y Sunni se acercaban a ellos, riendo y sonriendo muy
contentas.
Nube Blanca observó a Zorro cuando ésta bajó la máscara sin darse
cuenta y el amor que sentía por su hija se hizo evidente. La vida y el mundo
cambiaban día a día. Aunque su padre nunca habría aprobado una unión
como la de Kia y Zorro, él la había visto como una señal de lo que traería el
futuro. Cada vez con más frecuencia, su gente estaba entrando en contacto
con los pekehas, pues todos cazaban y pescaban en la misma tierra. Su padre
habría dejado que Kia muriera. Él no lo había hecho y a cambio había vivido
muchos ciclos bajo la mirada cariñosa de una hija. Nube Blanca asintió por
dentro al ver a Kia acercarse a Zorro y besarla amorosamente en la mejilla. Sí,
estaba seguro de que algún día, si lo deseaban lo suficiente, ellas también
tendrían hijos.
Nube Blanca estaba en lo cierto, por supuesto. Con el tiempo, hubo un bebé
que no era fruto ni de Kia ni de Zorro, pero a quien las dos querían más que a
la vida misma. Pero ésa es una historia para otro día...
FIN