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7/31/2019 Las Cosas Colectivas, Juan Carlos Prgolis
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Palabras dichas en un aniversario de la Universidad Nacional de Colombia conmotivo de la promocin a Maestro Universitario. 2002
LAS COSAS COLECTIVASJuan Carlos PrgolisFacultad de Artes
Aunque haba pasado unas horas en el aeropuerto de Cali, mi primer
contacto con Colombia se produjo en Cartagena; era una de esas maanas
hmedas en que el sol lucha por desgarrar la bruma y como si estuviera yaprevisto, la fascinacin de esa ciudad y de su gente me retuvieron.
All tuve la sospeche de que nunca me ira de este pas; ms tarde, esa
sospecha se convirti en realidad en Bogot, cuando descubr que la ciudad
como dice el personaje de Lawrence Durrel es un mundo si se ama a uno de
sus habitantes. En Bogot conoc a Mara Isabel y la ciudad se volvi un mundo.
. . .
Quisiera mirar hacia atrs por un momento y recordar el da de mi llegada a
Bogot, cuando el tren que vena de la costa, despus de cruzar las sabanas,
despus de bordear el Magdalena entre rboles, para m nunca vistos y cuando se
cumplan treinta horas de viaje, se enfrent a la cordillera para trepar hasta esta
Sabana. Abajo quedaba el ro Magdalena con sus temperaturas infernales;
adelante se vean paredes rocosas, casi verticales, cuyas cimas se perdan en la
bruma; ms arriba an, entre las nubes, estaba Bogot.
La tarde se oscureci y estall una lluvia desaforada, justo en el momento
en que el estrecho corredor por donde trepamos se convirti en una enorme
extensin cuyos lmites se perdan entre el agua que formaba telones de
diferentes grises; la Sabana de Bogot nos recibi con una de sus habituales
tormentas. Los truenos hacan vibrar las ventanillas del tren y el granizo
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amenazaba romper los vidrios. Bajo el diluvio, el suelo se deshaca entre charcos,
montones de hielo y pasto color verde tierno.
El tren, bamboleante, atravesaba la ciudad en la ltima hora del da,cuando un repentino rayo de sol cort la tarde de lluvia y todo se encendi con
una helada luz amarilla que ti los muros de las casas y convirti las ventanas de
los edificios en reflejos incendiados. Al fondo, los cerros que limitan la ciudad se
vean envueltos en nubes como en una alucinada pintura manierista.
Desde entonces, Bogot y yo, no nos separamos. Algunas veces digo que
esta ciudad me adopt, otras, pienso que yo adopt a la ciudad e hice de ella, no
solamente mi campo de trabajo, sino tambin el lugar de mi existencia. Por ltimo,
creo que la ciudad y yo nos adoptamos para satisfacer mutuos deseos y s que la
Universidad Nacional, mi lugar, tuvo mucho que ver en esa adopcin recproca.
. . .
Qu pasa?, pregunt... Tal vez los muchachos se rebotaron, me
respondi el taxista y luego agreg: Hay demasiada polica, debi de pasar algo
ms grave... la calle est cerrada, hasta aqu llegamos. Ese da, el da de la toma
de la Embajada Dominicana deba presentar la entrevista para el concurso deTeora de la Arquitectura en la Facultad de Artes; finalmente lo hice unas semanas
ms tarde y Bogot, que para m ya era un mundo, se convirti en un universo: el
de los profesores de la Universidad Nacional, con sus cdigos, incomprensibles en
aquel momento, aunque el ambiente de la Universidad con sus intereses, alegras
y enojos eran los mismos que yo haba conocido en mi vida de estudiante y en mis
primeros aos de docencia en otra Universidad Nacional, en el otro extremo de la
misma Amrica.
Por momentos senta que haba encontrado la continuidad con aquella
parte de mi vida, la utopa, que haba dejado seis mil kilmetros atrs, en la ciudad
de La Plata; porque las utopas siempre han buscado la construccin de
sociedades ideales y ese era el anhelo de esta universidad y de aquella lejana,
que la intolerancia destruy en apenas unas horas.
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Mientras en las fantasas el nico objetivo es la imaginacin en s misma,
en las utopas prevalece el pensamiento social; por eso, despus de tantos aos,
contino mirando con desconfianza las fantasas y contino sintindome protegidopor el pensamiento utpico.
Por eso tambin quiero mantener vivo el recuerdo de aquellos primeros
das en la Universidad Nacional, cuando senta que cada conversacin era la
continuacin de otra que haba quedado trunca all, en la ciudad de La Plata, en
esa larga noche de horror que vivi el sur del continente a finales de los aos
setenta...
Me asombra ver el paso del tiempo, porque todo eso que ocurri hace ms
de veinte aos, casi treinta, hoy lo cuento como si fueran sucesos recientes; tal
vez el clima parejo y sin estaciones me confunde los tiempos, porque eso mismo
me pasa cuando hablo de Bogot: el tiempo de las ciudades y esto siempre lo
digo en clase no es el de los hombres, es el de las generaciones. Entonces,
qu puedo decir de esta ciudad y de su Universidad de las que apenas conozco
un instante, aunque ese instante contenga casi toda mi vida?... El tiempo de las
ciudades insisto no es el de los hombres.
. . .
Otra tarde nublada y lluviosa, casi sin luz. Mi imagen se reflejaba en la
ventanilla de la buseta y se superpona al paisaje de las calles de Bogot; los
pasajeros suban mojados y los paraguas formaban un pequeo arroyo en el metal
del piso. Dejamos la carrera Trece, con sus vitrinas iluminadas, pese a la
temprana hora de la tarde y por la calle 45 llegamos a la Nacional: era mi primer
da de clase con los alumnos de Teora 2, Imagen urbana. Yo soy de Firavitova,
dijo uno ante mi pregunta; -yo de Caparrap, agreg otro; nosotras de
Sogamoso, dijeron en coro dos nias; y, quin es de Bogot?En los extremos
del saln, casi simtricos, se levantaron unos pocos brazos... Yo soy de La
Plata, dije, y vamos a hablar de las ciudades. Y lo sigo haciendo veintids aos
despus, en la Maestra de Teora e Historia de la Arquitectura y el Arte, mi lugar
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de trabajo, o como decimos los profesores de ese posgrado, nuestro nicho
ecolgico.
Veintids aos aqu, en esta casa que a veces, por cercana y por hacerparte demasiado ntima de la vida diaria se nos desdibuja y olvidamos que no hay
otro lugar en el pas ni puede haberlo por su obvia condicin de Universidad de
la Nacin toda donde, como en un cruce de caminos, el afn por el
conocimiento y la voluntad investigativa se encuentran con la amplitud y diversidad
de las miradas. Como en ninguna otra parte, aqu, en la Universidad Nacional de
Colombia, el otroes el coprotagonista.
As trabajamos Sobre lo clsico en la arquitectura y Elementos de
significacin en las ciudades latinoamericanas, esta ltima para el Congreso de
Americanistas que se celebr en Bogot; luego Express, arquitectura, literatura y
ciudad, Las otras ciudades, Bogot fragmentada, hasta Estacin Plaza de Bolvar
y pronto -espero- La plaza, el centro de la ciudad.
Cuando veo esos ttulos en la vitrina de alguna librera entiendo el sentido
de la vida universitaria, porque ms all de transmitir conocimientos, la
Universidad es el lugar de la investigacin que crea los nuevos conocimientos, los
que da a da nos abren el horizonte, convierten el mundo en universo y nosasombran, nos entusiasman, nos encarretancomo diramos en el habla bogotana
y justamente, esa expresin tan local, que se refiere a la pasin, expresa como
ninguna otra, el significado de la vida universitaria, que es el amor por el
conocimiento. Porque uno se apasiona por aquello en lo que cree, pero mucho
ms se apasiona por aquello que ama.
Esa es la clave de los cdigos que hace ms de veinte aos me resultaban
incomprensibles y que hoy conforman mi lenguaje, as como aquellos profesores
de la entrevista para el concurso de Teora 2, hoy son mis amigos ms cercanos.
Y esa es otra maravilla de la Universidad Nacional, me refiero a la densa y
apretada red de afectos que nos une a los colegas y permite que cada texto que
escribimos, cada clase o charla que hacemos en el marco de esa pasin que es la
Universidad, sea parte de la vida de todo un grupo que opina, comenta y juzga con
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la certeza con que slo los colegas lo pueden hacer, que coincide con el acierto
con que pueden juzgar los amigos desde su horizonte de afectos.
...en el cierre del 71, recuerdas?, me dijo un colega durante una charlaen la cafetera. En el 71 yo viva en La Plata, respond. Me mir con la expresin
de quien cae en cuenta de algo que no haba considerado: - es cierto... se me
olvida que t eres de por all, concluy. En ese momento entend que ya era de
por ac, que los cdigos se haban unificado y que la memoria, que siempre
hace trampas, buscaba o inventaba- recuerdos comunes para compartir una
historia.
. . .
Cuando me propusieron decir estas palabras, pens en una frase del
italiano Marco Romano, el gran terico de la ciudad, que dice que as como el
deseo de amar est latente en el nimo de cada persona hasta que encuentra el
objeto de ese amor, del mismo modo, el deseo por las cosas colectivas existe en
lo ms ntimo de cada uno y lo que lo despierta es algo que le da un nombre
reconocido.
Escog esa frase porque creo que nuestra actividad acadmica apunta a lasatisfaccin de ese deseo, ya que el conocimiento es la cosa colectiva ms
importante que tenemos: es nuestro patrimonio. Me atrevera a decir que la
segunda cosa colectiva es la ciudad. Pero hablemos de la primera, el
conocimiento, que es la materia prima de nuestras vidas y es tambin lo que
permite identificarnos como comunidad; porque el conocimiento compartido es
nuestro primer rasgo de identidad.
Tambin creo y aqu aparece la segunda cosa colectiva que cada uno
de nosotros lleva una ciudad por dentro, referencia que tenemos para hablar de
las otras ciudades; es una ciudad de emociones, objetivos y recuerdos que filtra y
tie todas las otras ciudades que conocemos. Durante mucho tiempo cre que mi
ciudad interior era La Plata, luego pens que era Bogot, hoy creo que esa ciudad
interior tiene algo de las dos, aunque est adornada con cpulas bizantinas,
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atravesada por canales venecianos y sembrada de rascacielos que se pierden en
las nubes. Hace un momento deca que la memoria hace trampas... a veces, le
ayudo a hacerlas.
Por ltimo, mi ciudad est formada por todas las ciudades a donde llev mi
pensamiento acadmico y donde, a la vez, lo enriquec con la experiencia de las
otras ciudades, que es el encuentro de ese pensamiento acadmico, como modo
de vida y como lente para mirar el mundo, con las emociones y los amores de la
vida diaria.