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LAS EXTRAÑAS AVENTURAS DE ARTHUR GORDON PYM 2ª PARTE CAPÍTULO I I El Pingüino entró en puerto hacia las nueve de la mañana, después de haber capeado una de las borrascas más recias desencadenadas en Nantucket. Augustus y yo logramos llegar a casa de Mr. Barnard a la hora del desayuno, que, por fortuna, se había retrasado algo, debido a la reunión de la noche anterior. Imagino que todos los que se sentaban a la mesa se hallaban demasiado fatigados para advertir nuestro aspecto de cansancio, pues, naturalmente, no hubiera resistido el más leve examen. Sin embargo, los muchachos de nuestra edad escolar pueden realizar maravillas para fingir, y creo firmemente que ninguno de nuestros amigos de Nantucket tuvo la más ligera sospecha de que la terrible historia contada por unos marineros en la ciudad acerca de que habían pasado por encima de una embarcación en el mar y de que se habían ahogado unos treinta o cuarenta pobres diablos, tenía que ver con nuestra barca Ariel, con mi compañero y conmigo mismo. Los dos hemos hablado muchas veces del asunto, pero sin estremecernos jamás. En una de nuestras conversaciones, Augustus me confesó francamente que nunca en toda su vida había experimentado una sensación tan aguda del desaliento como cuando a bordo de nuestra pequeña embarcación se dio cuenta del alcance de su embriaguez y sintió que se estaba hundiendo bajo los efectos de su influencia. CAPÍTULO II En cuestiones de mero prejuicio, en pro o en contra nuestra, no solemos sacar deducciones con entera certeza, aunque se parta de los datos mas sencillos. Podría imaginarse que la catástrofe que acabo de relatar enfriaría mi incipiente pasión por el mar. Por el contrario, nunca experimenté un deseo más vivo por las arriesgadas

Las Extrañas Aventuras de Arthur Gordon Pym 2ª Parte

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LAS EXTRAAS AVENTURAS DE ARTHUR GORDON PYM 2 PARTECAPTULO IIEl Pingino entr en puerto hacia las nueve de la maana, despus de habercapeado una de las borrascas ms recias desencadenadas en Nantucket. Augustus y yologramos llegar a casa de Mr. Barnard a la hora del desayuno, que, por fortuna, se habaretrasado algo, debido a la reunin de la noche anterior. Imagino que todos los que sesentaban a la mesa se hallaban demasiado fatigados para advertir nuestro aspecto decansancio, pues, naturalmente, no hubiera resistido el ms leve examen. Sin embargo,los muchachos de nuestra edad escolar pueden realizar maravillas para fingir, y creofirmemente que ninguno de nuestros amigos de Nantucket tuvo la ms ligera sospechade que la terrible historia contada por unos marineros en la ciudad acerca de que habanpasado por encima de una embarcacin en el mar y de que se haban ahogado unostreinta o cuarenta pobres diablos, tena que ver con nuestra barca Ariel, con micompaero y conmigo mismo. Los dos hemos hablado muchas veces del asunto, perosin estremecernos jams. En una de nuestras conversaciones, Augustus me confesfrancamente que nunca en toda su vida haba experimentado una sensacin tan agudadel desaliento como cuando a bordo de nuestra pequea embarcacin se dio cuenta delalcance de su embriaguez y sinti que se estaba hundiendo bajo los efectos de suinfluencia.CAPTULO IIEn cuestiones de mero prejuicio, en pro o en contra nuestra, no solemos sacardeducciones con entera certeza, aunque se parta de los datos mas sencillos. Podraimaginarse que la catstrofe que acabo de relatar enfriara mi incipiente pasin por elmar. Por el contrario, nunca experiment un deseo ms vivo por las arriesgadasaventuras de la vida del navegante que una semana despus de nuestra milagrosasalvacin. Este breve perodo fue suficiente para borrar de mi memoria la parte sombray para iluminar vvidamente todos los aspectos agradables y pintorescos del peligrosoaccidente. Mis conversaciones con Augustus se hacan diariamente ms frecuentes yms interesantes. Tena una manera de referir las historias del ocano (ms de la mitadde las cuales sospecho ahora que eran inventadas) que impresionaba mi temperamentoentusiasta y fascinaba mi sombra pero ardiente imaginacin. Y lo extrao era quecuando ms me entusiasmaba en favor de la vida marinera era cuando describa losmomentos ms terribles de sufrimiento y desesperacin. Yo me interesaba escasamentepor el lado alegre del cuadro. Mis visiones predilectas eran las de los naufragios y lasdel hambre, las de la muerte o cautividad entre hordas brbaras; las de una vidaarrastrada entre penas y lgrimas, sobre una gris y desolada roca, en pleno ocanoinaccesible y desconocido. Estas visiones o deseos, pues tal era el carcter que asuman,son comunes, segn me han asegurado despus, entre la clase harto numerosa de losmelanclicos, y en la poca de que hablo las consideraba tan slo como visionesprofticas de un destino que yo senta que se iba a cumplir. Augustus estaba totalmenteidentificado con mi modo de pensar, y es probable que nuestra intimidad hubieseproducido, en parte, un recproco intercambio en nuestros caracteres.Unos dieciocho meses despus del desastre del Ariel, la casa armadora Lloyd yVredenburgh (que, segn tengo entendido, estaba relacionada en cierto modo con losseores Enberby, de Liverpool) estaba reparando y equipando para ir a la caza de laballena al bergantn Grampus. Era un barco viejo y en malas condiciones para echarse ala mar, aun despus de todas las reparaciones que se le hicieron. No llego a explicarmecmo fue elegido con preferencia a otros barcos buenos, pertenecientes a los mismosdueos; pero el caso es que lo eligieron. Mr. Barnard fue encargado del mando yAugustus iba a acompaarle. Mientras se equipaba al bergantn me apremiaba7constantemente sobre la excelente ocasin que se me ofreca para satisfacer mis deseosde viajar. Yo le escuchaba con anhelo; pero el asunto no tena tan fcil arreglo. M padreno se opona resueltamente; pero a mi madre le daban ataques de nervios en cuanto semencionaba el proyecto. Y sobre todo mi abuelo, de quin yo tanto esperaba, jur queno me dejara ni un cheln s volva a hablarle del asunto. Pero lejos de desanimarme,estas dificultades no hacan ms que avivar mi deseo. Resolv partir a toda costa, y encuanto comuniqu mi resolucin a Augustus, nos pusimos a urdir un plan para lograrlo.Mientras tanto, me abstuve de hablar con ninguno de mis parientes acerca del viaje, ycomo me dedicaba ostensiblemente a mis estudios habituales, se imaginaron que habaabandonado el proyecto. Posteriormente, he examinado mi conducta en aquella ocasincon sentimientos de desagrado, as como de sorpresa. La gran hipocresa que emplepara la consecucin de mi proyecto, hipocresa que presidi todas mis palabras y actosde mi vida durante tan largo espacio de tiempo, slo pudo ser admitida por m a causadel ansia ardiente y loca de realizar mis tan queridas visiones de viaje.En la prosecucin de mi estratagema, me vi necesariamente obligado a confiar aAugustus muchos de los preparativos, pues se pasaba gran parte del da a bordo delGrampus, atendiendo por su padre a los trabajos que se llevaban a cabo en la cmara yen la bodega. Mas por la noche nos reunamos para hablar de nuestras esperanzas.Despus de pasar casi un mes de este modo, sin dar con plan alguno que nos pareciesede probable realizacin, mi amigo me dijo al fin que ya haba dispuesto todas las cosasnecesarias. Yo tena un pariente que viva en New Bedford, un. tal Mr. Ross, en cuyacasa sola pasar de vez en cuando dos o tres semanas. El bergantn deba hacerse a lamar hacia mediados de junio (junio, 1827), y convinimos que un par de das antes de lasalida del barco, mi padre recibira, como de costumbre, una carta de Mr. Rossrogndole que me enviase a pasar quince das con Robert y Emmet (sus hijos).Augustus se encarg de escribir la carta y de hacerla llegar a su destino. Y mientras mifamilia me supona camino de New Bedford, me ira a reunir con mi compaero, quienme tendra preparado un escondite en el Grarnpus. Me asegur que este escondite serasuficientemente cmodo para permanecer en l muchos das, durante los cuales no medejara ver de nadie. Cuando el bergantn ya estuviera tan lejos de tierra que le fueseimposible volver atrs, entonces, me dijo, me instalaran en el camarote con todacomodidad; y en cuanto a su padre, lo ms seguro es que se reira de la broma. En elcamino bamos a encontrar barcos de sobra para enviar una carta a mi casaexplicndoles la aventura a mis padres.Al fin, lleg mediados de junio y el plan estaba perfectamente madurado. Se escribi yse entreg la carta, y un lunes por la maana sal de mi casa fingiendo que iba aembarcarme en el vapor para New Bedford; pero fui al encuentro de Augustus, que meestaba aguardando en la esquina de una calle.Nuestro plan primitivo era que yo deba esconderme hasta que anocheciera, yluego deslizarme en el bergantn subrepticiamente; pero como fuimos favorecidos poruna densa niebla, estuvimos de acuerdo en no perder tiempo escondindome. Augustustom el camino del muelle y yo le segu a corta distancia, envuelto en un gruesochaquetn de marinero, que me haba trado para que no pudiese ser reconocido. Pero aldoblar la segunda esquina, despus de pasar el pozo de Mr. Edmund, con quien metropec fue con mi abuelo, el viejo Mr. Peterson.Vlgame Dios, Gordon! - exclam, mirndome fijamente y despus de unprolongado silencio -. Pero de quin es ese chaquetn tan sucio que llevas puesto?Seor - respond, fingiendo tan perfectamente como requeran las circunstanciasun aire de sorpresa, y expresndome en los tonos ms rudos que imaginarse pueda -,seor, est usted en un error. En primer lugar, no me llamo Gordon ni Gordin, ni cosa8que se le parezca, y, usted, pillo, tendra que tener ms confianza conmigo para llamarsucio chaquetn a mi abrigo nuevo.No s cmo pude contener la risa al ver la sorpresa con que el anciano acogi midestemplada respuesta. Retrocedi dos o tres pasos, se puso muy plido primero y luegoexcesivamente colorado, se levant las gafas, se las quit al instante y ech a corrercojeando tras de m, amenazndome con el paraguas en alto. Pero se detuvo en seguida,como si se le hubiese ocurrido repentinamente otra idea, y, dando media vuelta, se fuetranqueando calle abajo, trmulo de ira y murmurando entre dientes:- Malditas gafas! Necesito unas nuevas! Hubiera jurado que este marinero eraGordon.Despus de librarme de este tropiezo, proseguimos nuestra marcha con mayorprudencia y llegamos a nuestro punto de destino sin novedad.A bordo no haba ms que un par de marineros, y estaban muy atareadoshaciendo algo en el castillo de proa. Sabamos muy bien que el capitn Barnard sehallaba en casa de Lloyd y Vredenburgh y que permanecera all hasta el anochecer, demodo que no tenamos nada que temer por esta parte. Augustus se acerc al costado delbarco, y un ratito despus le segu yo, sin que los atareados marineros advirtieran millegada. Nos dirigimos en seguida a la cmara, donde no encontramos a nadie. Estabamuy confortablemente arreglada, cosa rara en un ballenero. Haba cuatro excelentescamarotes, con anchas y cmodas literas. Observ que tambin haba una gran estufa, yuna mullida y amplia alfombra de buena calidad cubra el suelo de la cmara y de loscamarotes. El techo tena unos tres metros de alto. En una palabra, todo pareca muchoms agradable y espacioso de lo que me haba imaginado. Pero Augustus me dej pocotiempo para observar, insistiendo en la necesidad de que me ocultara lo msrpidamente posible. Se dirigi a su camarote, que se hallaba a estribor del bergantn,junto a los baluartes. Al entrar, cerr la puerta y ech el cerrojo. Pens que nunca en mivida haba visto un cuarto tan bonito como aqul. Tena unos nueve metros de largo, yno haba ms que una litera, espaciosa y cmoda, como ya dije. En la parte ms cercanaa los baluartes quedaba un espacio de algo menos de medio metro cuadrado con unamesa, una silla y una estantera llena de libros, principalmente libros de viajes. Habatambin otras pequeas comodidades, entre las que no debo olvidar una especie deaparador o refrigerador, en el que Augustus me tena preparada una selecta provisin deconservas y bebidas.Augustus presion con los nudillos cierto lugar de la alfombra, en un rincn delespacio que acabo de mencionar, hacindome comprender que una porcin del piso, deunos cuarenta centmetros cuadrados, haba sido cortada cuidadosamente y ajustada denuevo. Mientras presionaba, esta porcin se alz por un extremo lo suficiente parapermitir introducir los dedos por debajo. De este modo, levant la boca de la trampa (ala que la alfombra estaba asegurada por medio de clavos), y vi que conduca a la bodegade popa. Luego encendi una pequea buja con una cerilla, la coloc en una linternasorda y descendi por la abertura, invitndome a que le siguiera. As lo hice, y luegocerr la tapa del agujero, valindose de un clavo que tena en su parte de abajo. De estaforma, la alfombra recobraba su posicin primitiva en el piso del camarote, ocultandotodos los rastros de la abertura.La buja daba una luz tan dbil, que apenas poda seguir a tientas mi camino porentre la confusa masa de maderas en que me encontraba ahora. Mas, poco a poco, mefui acostumbrando a la oscuridad y segu adelante con menos dificultad, cogido a lachaqueta de mi amigo. Despus de serpentear por numerosos pasillos, estrechos ytortuosos, se detuvo al fin junto a una caja reforzada con hierro, como las que suelenutilizarse para embalar porcelana fina. Tena cerca de un metro de alto por casi dos de9largo, pero era muy estrecha. Encima de ella haba dos grandes barriles de aceite vacos,y sobre stos se apilaba hasta el techo una gran cantidad de esteras de paja. Y todoalrededor se apiaba, lo ms apretado posible, hasta encajar en el techo, un verdaderocaos de toda clase de provisiones para barcos, junto con una mezcla heterognea decajones, cestas, barriles y bultos, de modo que me pareca imposible que hubisemosencontrado un paso cualquiera para llegar hasta la caja. Luego me enter de queAugustus haba dirigido expresamente la estiba de esta bodega con el propsito deprocurarme un escondite, teniendo como nico ayudante en su trabajo a un hombre queno perteneca a la tripulacin del bergantn.Mi compaero me explic que uno de los lados de la caja poda quitarse avoluntad. Lo apart y qued al descubierto el interior, cosa que me divirti mucho. Unacolchoneta de las de las literas de la cmara cubra todo el fondo, y contena casi todoslos artculos de confort del barco que podan caber en tan reducido espacio,permitindome, al mismo tiempo, el sitio suficiente para acomodarme all, sentado ocompletamente tumbado. Haba, entre otras cosas, libros, pluma, tinta y papel, tresmantas, una gran vasija con agua, un barril de galletas, tres o cuatro salchichones deBologna, un jamn enorme, una pierna de cordero asado en fiambre y media docena debotellas de licores y cordiales.Inmediatamente proced a tomar posesin de mi reducido aposento, y esto conms satisfaccin que un monarca al entrar en un palacio nuevo. Luego, Augustus meense el mtodo de cerrar el lado abierto de la caja, y, sosteniendo la buja junto altecho, me mostr una gruesa cuerda negra que corra a lo largo de l. Me explic queiba desde mi escondite, a travs de todos los recovecos necesarios entre los trastosviejos, hasta un clavo del techo de la bodega, inmediatamente debajo de la puerta de latrampa que daba a su camarote. Por medio de esta cuerda yo poda encontrar fcilmentela salida sin su gua, en caso de que un accidente imprevisto me obligara a dar este paso.Luego se despidi, dejndome la linterna, con una abundante provisin de velas yfsforos, y prometiendo venir a yerme siempre que pudiera hacerlo sin llamar laatencin. Esto suceda el diecisiete de junio.Permanec all tres das con sus noches (segn mis clculos), sin salir de miescondite ms que dos veces con el propsito de estirar mis piernas, mantenindome depie entre dos cajones que haba exactamente frente a la abertura. Durante aquel tiempono supe nada de Augustus; pero esto me preocupaba poco, pues saba que el bergantnestaba a punto de zarpar y en la agitacin de esos momentos no era fcil que encontraseocasin de bajar a yerme. Por ltimo, o que la trampa se abra y se cerraba, y enseguida me llam en voz baja preguntndome si segua bien y si necesitaba algo.Nada contest -. Estoy todo lo bien que se puede estar. Cundo zarpa elbergantn?Levaremos anclas antes de meda hora respondi -. He venido a decrtelo, puestema que te alarmase mi ausencia. No tendr ocasin de bajar de nuevo hasta pasadoalgn tiempo, tal vez durante tres o cuatro das. A bordo todo marcha bien. Una vez queyo suba y cierre la trampa, sigue la cuerda hasta el clavo. All encontrars mi reloj;puede serte til, pues no ves la luz del da para darte cuenta del tiempo. Te apuesto aque no eres capaz de decirme cunto tiempo llevas escondido: slo tres das; hoyestamos a veinte. De buena gana te traera yo mismo el reloj, pero tengo miedo de queme echen de menos.Y sin decir ms, se retir.Al cabo de una hora percib claramente que el bergantn se pona enmovimiento, y me felicit a m mismo por haber comenzado felizmente el viaje.Contento con esta idea, resolv tranquilizar mi espritu en la medida de lo posible y10esperar el curso de los acontecimientos hasta que pudiese cambiar mi caja por los msespaciosos, si bien apenas ms confortables, alojamientos de la cmara. Mi primercuidado fue recoger el reloj. Dejando la buja encendida, fui serpenteando en laoscuridad, siguiendo los innumerables rodeos de la cuerda, en algunos de los cualesdescubra que despus de afanarme largo trecho, volva a estar a dos pasos de miprimera posicin. Por fin, llegu al clavo y, apoderndome del objeto de mi viaje,regres sin novedad. Me puse a buscar entre los libros de que haba sido provisto tanabundantemente y eleg uno que trataba de la expedicin de Lewis y Clark a ladesembocadura del Columbia. Con esta lectura me distraje un buen rato, y cuando sentque me dominaba el sueo, apagu la luz y en seguida ca en un sueo profundo.Al despertarme sent una extraa y confusa sensacin en mi mente, y transcurrialgn tiempo antes de poder recordar las diversas circunstancias de mi situacin; pero,poco a poco, fui recordando todo. Encend la luz para ver la hora en el reloj; pero sehaba parado, y, consiguientemente, me qued sin medio alguno de averiguar cuntotiempo haba estado durmiendo. Tena los miembros entumecidos, y hube de ponermeen pie entre las cajas para aliviarlos. Al sentir ahora un hambre casi devoradora, meacord del fiambre de cordero, del que haba comido antes de irme a dormir, y queencontr excelente. Cul no sera mi asombro al descubrir que se hallaba en completoestado de putrefaccin! Esta circunstancia me llen de inquietud; pues, comparndolacon la turbacin mental que haba experimentado al despertarme, sospech que habaestado durmiendo durante un tiempo exageradamente largo. La atmsfera enrarecida dela bodega poda haber contribuido algo a ello y, a la larga, poda producir los efectosms serios. Me dola mucho la cabeza; me pareca que respiraba con dificultad y, en unapalabra, me senta agobiado por una multitud de sentimientos melanclicos. Pero no meatreva a abrir la trampa ni a hacer nada que llamase la atencin y, dando cuerda a mireloj, me anim lo mejor que pude.Durante las insoportables veinticuatro horas que siguieron, nadie vino a yerme, yno pude menos de acusar a Augustus de la ms grosera falta de atencin. Lo que mealarmaba sobre todo era que mi provisin de agua se haba reducido a medio cuartillo, ypadeca muchsima sed, pues haba comido salchichas de Bologna en abundancia,despus de la prdida del cordero. Era tal mi inquietud, que no me distraan los libros.Adems me dominaba el deseo de dormir, pero temblaba ante la idea de que pudieraexistir en el viciado ambiente de la cala una influencia perniciosa, como la de lasemanaciones de los braseros.Mientras tanto, los movimientos del bergantn me indicaban que ya estbamosen alta mar, y un sordo mugido que llegaba a mis odos, como desde una inmensadistancia, me permiti comprender que estaba soplando un vendaval de intensidad pococorriente. No me explicaba la ausencia de Augustus. Con seguridad que ya habamosavanzado lo suficiente en nuestro viaje para poder ir arriba. Deba de haberle sucedidoalgn accidente; pero por mas vueltas que le daba a mi magn, no daba con ningunarazn que explicara su indiferencia dejndome tanto tiempo prisionero, a no ser quehubiera muerto repentinamente o se hubiese cado por la borda; y esta idea se me hacainsoportable. Tal vez el bergantn haba tropezado con vientos contrarios y noshallsemos an en las cercanas de Nantucket. Pero tuve que abandonar esta idea,porque en este caso el barco tena que haber virado Varias veces; y yo estabaplenamente convencido, a juzgar por la constante inclinacin a babor, de quenavegbamos con firme brisa de estribor. Adems, aun suponiendo que nos hallsemostodava cerca de la isla, por qu no bajaba Augustus para informarme de estacircunstancia? Meditando de esta forma sobre mi solitaria y triste situacin, resolvaguardar otras veinticuatro horas, y si no reciba ningn alivio, me dirigira a la trampa e11intentara hablar con mi amigo o, al menos, respirar un poco de aire fresco y renovar miprovisin de agua.Preocupado con estos pensamientos y, a pesar de todos mis esfuerzos, ca en unprofundo sueo o, ms exactamente, sopor. Mis ensueos fueron de los ms terrorficosy me senta abrumado por toda clase de calamidades y horrores. Entre otros terrores, mevea asfixiado entre enormes almohadas, que me arrojaban demonios del aspecto msferoz y siniestro. Serpientes espantosas me enroscaban entre sus anillos y me mirabande. hito en hito con sus relucientes y espantosos ojos. Luego se extendan ante mdesiertos sin lmites, de aspecto muy desolado. Troncos de rboles inmensamente altos,secos y sin hojas, se elevaban en infinita sucesin hasta donde alcanzaba mi vista; susraces se sumergan bajo enormes cinagas, cuyas lgubres aguas yacan intensamentenegras, serenas y siniestras. Y aquellos extraos rboles parecan dotados de vitalidadhumana, y balanceando de un lado para otro sus esquelticos brazos, pedan clemencia alas silenciosas aguas con los agudos y penetrantes acentos de la angustia y de ladesesperacin ms acerba. La escena cambi, y me encontr, desnudo y solo, en losardientes arenales del Sahara. A mis pies se hallaba agazapado un fiero len de lostrpicos; de repente, abri sus ojos feroces y se lanz sobre m. Dando un brincoconvulsivo, se levant sobre sus patas, dejando al descubierto sus horribles dientes. Uninstante despus, sali de sus enrojecidas fauces un rugido semejante al trueno, y caviolentamente al suelo. Sofocado en el paroxismo del terror, medio me despert al fin.Mi pesadilla no haba sido del todo una pesadilla. Ahora, al fin, estaba en posesin demis sentidos. Las pezuas de un monstruo enorme y real se apoyaban pesadamentesobre mi pecho; senta en mis odos su clido aliento, y sus blancos y espantososcolmillos brillaban ante m en la oscuridad.Aunque hubieran dependido mil vidas del movimiento de un miembro o de laarticulacin de una palabra, no me hubiese movido ni hablado. La bestia, cualquiera quefuese, se mantena en su postura sin intentar ataque alguno inmediato, mientras yosegua completamente desamparado y, segn me imaginaba, moribundo bajo sus garras.Senta que las facultades fsicas e intelectuales me abandonaban por momentos; en unapalabra, senta que me mora de puro miedo. Mi cerebro se paraliz, me sent mareado,se me nubl la vista; incluso las resplandecientes pupilas que me miraban me parecieronms oscuras. Haciendo un postrer y supremo esfuerzo, dirig una dbil plegaria a Dios yme resign a morir.El sonido de mi voz pareci despertar todo el furor latente del animal. Seprecipit sobre m: pero cul no sera mi asombro cuando, lanzando un sordo yprolongado gemido, comenz a lamerme la cara y las manos con el mayor y las msextravagantes demostraciones de alegra y cario. Aunque estaba aturdido y sumido enel asombro, reconoc el peculiar gemido de mi perro de Terranova, Tigre, y las cariciasque sola prodigarme. Era l. Sent que se me agolpaba sbitamente la sangre en lassienes, y una vertiginosa y consoladora sensacin de libertad y de vida. Me levantprecipitadamente de la colchoneta en que haba estado echado y, arrojndome al cuellode mi fiel compaero y amigo, desahogu la gran opresin de m pecho derramando unraudal de ardientes lgrimas.Como en la anterior ocasin, mis ideas se hallaban en la mayor confusin allevantarme de la colchoneta. Durante un buen rato me fue casi imposible coordinar mispensamientos; pero, muy gradualmente, fui recobrando mis facultades mentales yvolvieron de nuevo a la memoria los diversos detalles de mi situacin. En vano trat deexplicarme la presencia de Tigre, y despus de hacerme mil conjeturas acerca de l, melimit a alegrarme de que hubiese venido a compartir mi espantosa soledad y areconfortarme con sus caricias. La mayora quiere a sus perros, mas yo senta por Tigre12un afecto ms all de lo comn, y estoy seguro de que no haba ningn ser que se lomereciese ms. Durante siete aos, haba sido mi compaero inseparable, y en muchasocasiones haba dado prueba de todas las nobles cualidades que ms apreciamos en losanimales. De cachorro, le haba arrancado de las garras de un perverso y ruin bellaco deNantucket, que lo llevaba con una soga al cuello para tirarlo al mar; y el perro me pagesta deuda tres aos despus, salvndome del ataque de un ladrn en plena calle.Alcanc el reloj y, aplicndomelo al odo, vi que se haba vuelto a parar; pero nome sorprend mucho, pues estaba convencido, a juzgar por el peculiar estado de missensaciones, que haba dormido, como antes, durante un buen espacio de tiempo, sinpoder determinar cunto. Me abrasaba la fiebre y ya no poda resistir la sed. Busqu atientas lo que me quedaba de mi provisin de agua, pues no tena luz, ya que la buja sehaba consumido por completo, y no poda encontrar la caja de fsforos. A tientasalcanc el cntaro; pero vi que estaba vaco. Indudablemente, Tigre haba saciado sused, as como haba devorado el resto del cordero, cuyo hueso encontr muy mondadoen la puerta de la caja. Poda comerme los salchichones medio podridos, pero desist alpensar que no tena agua.Estaba tan extremadamente dbil, que al menor movimiento o esfuerzo meestremeca de arriba abajo, como un azogado. Para colmo de males, el bergantncabeceaba y daba violentos bandazos, y los barriles de aceite que haba encima de micaja amenazaban caerse a cada momento y cerrar de este modo el nico paso de entraday salida de mi escondite. Adems, sufra horriblemente a causa del mareo. Estasconsideraciones me decidieron a dirigirme a la trampa, a fin de pedir auxilio inmediato,antes de quedarme incapacitado por completo. Una vez que tom esta resolucin,busqu a tientas la caja de fsforos y las velas. No sin trabajo, encontr los primeros;pero como no diese con las velas tan pronto como esperaba (pues recordaba casiexactamente el sitio donde las haba puesto), dej de buscarlas por el momento, yordenando a Tigre que se estuviese quieto, emprend con decisin mi camino hacia latrampa.En este intento, mi gran debilidad se hizo ms patente que nunca. Slo con lamayor dificultad poda avanzar medio a gatas, y con frecuencia se me doblaban laspiernas bruscamente; cuando caa postrado de bruces, permaneca por espacio de variosminutos en completo estado de insensibilidad. Sin embargo, segua esforzndome poravanzar poco a poco, temiendo a cada momento desmayarme entre los estrechos e.intrincados recovecos de la estiba, en cuyo caso la muerte no se hara esperar. Por fin,haciendo un gran esfuerzo para avanzar con las pocas energas que me quedaban, mifrente choc violentamente contra el canto de una enorme caja reforzada de hierro. Esteaccidente slo me dej aturdido por unos instantes; pero con indecible pena descubrque los rpidos y violentos balanceos del barco haban arrojado por completo la caa enmedio de mi senda, de modo que el paso quedaba realmente obstruido. A pesar de misesfuerzos, no pude moverla ni una pulgada, tan encajada qued entre las cajas que larodeaban y el armazn del barco. Por tanto, a pesar de mi debilidad, tena queabandonar la cuerda que me serva de gua y buscar un nuevo paso, o saltar por encimadel obstculo y reanudar la marcha por el otro lado. La primera alternativa ofrecademasiadas dificultades y peligros para no pensar en ella sin estremecerse. En mi actualestado de debilidad fsica y mental, me perdera infaliblemente en mi camino si lointentaba, y perecera miserablemente en medio de los lgubres y repugnantes laberintosde la bodega. Por ello, proced sin vacilar a reunir todas mis energas y mi voluntad paraintentar, como mejor pudiese, saltar por encima de la caja.Al ponerme en pie con vistas a este fin, vi que la empresa era an ms ardua delo que mis temores me haban hecho imaginar. A ambos lados del estrecho paso se13levantaba una muralla de pesados maderos que a la menor torpeza ma podan caersobre mi cabeza; o, si tal no suceda, la senda poda quedar obstruida por detrs de m,dejndome encerrado entre dos obstculos. La caja era larga y difcil de manejar y nopresentaba ningn asidero. Trat en vano, por todos los medios que estaban a mialcance, de asirme al borde superior, con la esperanza de poder subirme a m mismo apulso. Aunque lo hubiera alcanzado, es evidente que mis fuerzas no eran suficientespara la tarea que intentaba, as que era preferible, a este respecto, que no lo consiguiese.Finalmente, al hacer un esfuerzo desesperado para levantar la caja, sent una fuertevibracin en el lado prximo a m. Puse la mano vidamente en el borde de las tablas ydescubr que una, muy ancha, estaba floja. Con la navaja, que por fortuna llevabaconmigo, logr, despus de mucho trabajo, desclavarla por completo; al mirar por laabertura descubr, con gran alegra ma, que no tena tablas en el lado opuesto; en otraspalabras, que careca de tapa, siendo el fondo la superficie a travs de la cual yo habaabierto mi camino. Ya no tropec con ninguna dificultad importante al seguir a lo largode la cuerda; hasta que, finalmente, llegu al clavo. Palpitndome el corazn, me puseen pie y oprim con suavidad la tapa de la trampa. sta no se levant con la facilidadque yo esperaba y la empuj con ms energa, aun temiendo que hubiera en el camarotealguna otra persona que no fuera mi amigo Augustus. Pero, con gran extraeza ma, lapuerta sigui sin abrirse, y comenc a inquietarme, pues saba que antes haca falta pocoo ningn esfuerzo para levantarla. La empuj vigorosamente, pero sigui firme; empujecon todas mis fuerzas, y tampoco cedi; empuj con furia, con rabia, con desesperacin,pero desafiaba todos mis esfuerzos. Era evidente, a juzgar por lo firme de la resistencia,que el agujero haba sido descubierto y clavado, o que haban puesto encima algn pesoenorme, por lo que era intil tratar de levantarla.Mis sensaciones fueron de un extremado horror y desaliento. En vano trataba derazonar sobre la probable causa de mi encierro definitivo. No poda coordinar las ideasy, dejndome caer al suelo, me asaltaron, irresistiblemente, las ms lgubresimaginaciones, en las que las muertes espantosas por sed, hambre, asfixia y entierroprematuro me abrumaban como desastres inminentes que me aconteceran. Por fin,recobr algo de mi presencia de nimo. Me levant y palp con los dedos, buscando lasgrietas o ranuras de la abertura. Al encontrarlas, las examin detenidamente, para ver sisala alguna luz del camarote; pero no se vea nada. Entonces met la hoja de la navajaentre ellas, hasta que di con un obstculo duro. Al rasparlo descubr que era una slidamasa de hierro, la cual, por su peculiar ondulacin al tacto cuando pasaba la hoja a lolargo de ella, deduje que era una cadena. El nico recurso que me quedaba eraretroceder en mi camino hasta la caja y abandonarme all a mi triste hado, o intentartranquilizar mi mente para meditar algn plan de salida. As lo hice inmediatamente y,despus de vencer innumerables dificultades, regres a mi alojamiento. Cuando ca,completamente exhausto, en la colchoneta, Tigre se tendi cuan largo era a mi lado, ypareca como si, con sus caricias, quisiera consolarme y darme nimos.Pero lo extrao de su comportamiento concluy por llamarme la atencin.Despus de lamerme la cara y las manos durante un rato, dej bruscamente de hacerlo ylanz un sordo gemido. A partir de este momento, siempre que alargaba mi mano hacal, lo hallaba invariablemente tumbado sobre el lomo, con las patas en alto. Estaconducta, repetida con frecuencia, me pareci extraa y no poda explicrmela deningn modo. Como el perro pareca afligido, pens que se haba hecho dao con algoy, cogindole las patas, se las examin una a una, pero no encontr rastro alguno deherida. Supuse entonces que tendra hambre y le di un trozo de jamn, que devor conavidez; pero despus reanud sus extraordinarias maniobras. Me imagin que estabasufriendo, como yo, los tormentos de la sed, y ya iba a dar por buena esta conclusin,14cuando se me ocurri la idea de que no le haba examinado ms que las patas y que talvez estuviera herido en el cuerpo o en la cabeza. Le toqu esta ltima cuidadosamente,sin encontrar nada. Pero, al pasarle la mano por el lomo, not una ligera ereccin delpelo que se extenda por todo l. Palpndole con el dedo, descubr una cuerda y, al tirarde ella, hall que le rodeaba todo el cuerpo. Al examinarla detenidamente, tropec conuna cosa que pareca un papel de cartas, sujeto con la cuerda de tal manera, que quedabainmediatamente debajo de la paletilla izquierda del animal.CAPTULO IIIInmediatamente se me ocurri la idea de que el papel era una nota de Augustus,y que haba sucedido algn accidente inexplicable que le impeda bajar a liberarme demi calabozo, por lo que haba ideado aquel medio para ponerme al corriente de laverdadera situacin de las cosas. Trmulo de ansiedad, comenc de nuevo a buscar losfsforos y las velas. Tena un confuso recuerdo de haberlos guardado cuidadosamentepoco antes de quedarme dormido; y creo, sinceramente, que antes de mi ltimaexpedicin a la trampa me hallaba en perfectas condiciones de poder recordar el sitioexacto donde los haba depositado. Pero en vano me esforzaba ahora en recordarlo, yemple ms de una hora en la intil e irritante bsqueda de aquellos malditos objetos;jams me he hallado en un estado de ansiedad y de incertidumbre ms doloroso. Porltimo, mientras lo tanteaba todo, y cuando tena la cabeza junto al lastre, cerca de laabertura de la caja, y fuera de ella, percib un dbil brillo de luz en la direccin de laproa. Muy sorprendido, me dirig hacia aquella luz que pareca estar a pocos pasos dem. Apenas me mov del sitio con esta intencin, cuando perd completamente de vistaaquel brillo, y para verlo de nuevo tuve que andar a lo largo de la caja hasta que recobrexactamente mi primitiva situacin. Moviendo entonces la cabeza de un lado a otro concuidado, vi que, caminando lentamente y con la mayor precaucin, en la direccinopuesta a la que haba seguido al principio, poda acercarme a la luz sin perderla devista. Enseguida llegu a ella (despus de penoso camino a travs de innumerables yangustiosos rodeos), y descubr que la luz proceda de unos fragmentos de mis fsforos,que yacan en un barril vaco tumbado de lado. Mientras me invada la extraeza deencontrarlos en aquel sitio, puse la mano sobre dos o tres pedazos de cera de vela, queevidentemente haban sido mascados por el perro. Comprend en seguida que habadevorado toda mi provisin de velas, y perd la esperanza de poder leer ya la nota deAugustus. Los restos de cera estaban tan amalgamados con otros desechos del barril,que renunci a utilizarlos, y los dej como estaban. Recog como mejor pude losfsforos, de los que slo haba unas partculas, y regres con ellos, despus de muchasdificultades, a la caja, donde Tigre haba permanecido.No saba qu hacer ahora. La oscuridad que reinaba en la bodega era tan intensa,que no poda ver mis manos, aunque las acercase a la cara. Apenas distingua la tirablanca de papel, y esto no mirndola directamente, sino volviendo hacia ella la parteexterior de la retina, es decir, mirndola un poco de reojo; as descubr que llegaba a serperceptible en cierta medida. De este modo puede comprenderse la oscuridad de miencierro. La nota de mi amigo, si realmente lo era, slo vena a aumentar mi turbacin,atormentando intilmente mi ya debilitado y agitado espritu. En vano le daba vueltas auna multitud de absurdos expedientes para procurarme luz - expedientes anlogos a losque, en igual situacin, imaginara un hombre dominado por el sueo agitador del opio -, todos y cada uno de los cuales le parecan, por turno, al soador la ms razonable y lams descabellada de las ideas, exactamente lo mismo que el razonamiento o lasfacultades imaginativas fluctan, alternativamente, una tras otra. Por ltimo, se me15ocurri una idea que me pareci razonable, maravillndome justamente de que no se mehubiese ocurrido antes. Coloqu la tira de papel sobre el dorso de un libro, y, reuniendolos fragmentos de los fsforos que haba recogido del barril, los coloqu sobre el papel.Luego, con la palma de la mano, frot todo rpida y fuertemente. Una luz clara sedifundi inmediatamente por toda la superficie, y si hubiera habido algo escrito en ella,es seguro que no hubiese experimentado la menor dificultad en leerlo. Pero no haba niuna slaba; slo una blancura triste y desoladora. A los pocos segundos se extingui laluz, y sent dentro de m que mi corazn desfalleca con ella.He afirmado antes ms de una vez que mi intelecto, en un perodo anterior aste, se haba hallado en un estado que bordeaba la imbecilidad. Es cierto que tuveintervalos de lucidez y hasta momentos de energa, pero stos fueron muy raros.Recurdese que llevaba respirando durante muchos das la casi pestilencial atmsfera deun agujero cerrado en un buque ballenero, y que durante buena parte de este tiempohaba tenido insuficiente provisin de agua. En las ltimas catorce o quince horas me viprivado de ella, y tampoco haba dormido durante este tiempo. Provisiones saladas delas excitantes haban sido mi sustento principal y, despus de la prdida del fiambre decordero, mi nico alimento, exceptuando las galletas, y de stas apenas haba comido,pues estaban demasiado secas y duras para que las pudiese tragar mi garganta tumefactay ardiente. Me senta ahora en un estado de fiebre, y me encontraba excesivamente mal.Esto explicar por qu transcurrieron largas y angustiosas horas de abatimiento desdemi ltima aventura con los fsforos, hasta que se me ocurri que slo haba examinadouna cara del papel. No intentar describir todos mis sentimientos de rabia (pues creaque me hallaba ms colrico que cualquier otra cosa) cuando me di perfecta cuenta deltremendo olvido que haba cometido. El desatino no hubiera sido muy importante si mipropia locura e impetuosidad no lo hubiera hecho casi irreparable; en mi desaliento alno hallar ni una sola palabra en el papel, lo desgarr puerilmente y arroj sus pedazos,siendo imposible decir dnde.La parte ms difcil del problema pude resolverla mediante la sagacidad deTigre. Habiendo encontrado, tras largas pesquisas, un pedazo de nota, se la di a oler alperro, esforzndome en hacerle comprender que deba traerme el resto de ella. Con granasombro mo (pues yo no le haba enseado ninguna de las habilidades que dan fama asu raza), pareci entenderme en el acto, y rebuscando durante unos momentos, prontoencontr otro pedazo bastante grande. Me lo trajo, esper un poco y, rozando su hocicocontra mi mano, pareca esperar m aprobacin por lo que haba hecho. Le di uncarioso golpecito en la cabeza, e inmediatamente volvi a sus pesquisas. Pasaron ahoraunos minutos antes de que volviese; pero cuando lo hizo, traa consigo una larga tiraque completaba el papel perdido; al parecer, slo lo haba roto en tres pedazos.Afortunadamente, encontr sin dificultad los escasos fragmentos de fsforos quequedaban, guiado por el brillo que en4-tan an una o dos de las partculas. Misdificultades me haban enseado cun necesario es la prudencia, y me tom tiempo parareflexionar sobre lo que deba hacer. Consider que era muy probable que hubiesealgunas palabras escritas en la cara del papel que no haba examinado; pero cul eraesta cara? La unin de los pedazos no me daba ninguna pista a este respecto, aunque measegurase que las palabras (si haba alguna) se hallaban todas en una de las caras, yconectadas de manera apropiada, como haban sido escritas. Tena la imperiosanecesidad de averiguar esta cuestin sin lugar a dudas, porque el fsforo que quedabasera totalmente insuficiente para una tercera tentativa si fallaba en la que ahora iba ahacer. Coloqu el papel sobre un libro, como antes, y me sent unos momentos ameditar concienzudamente la resolucin del asunto. Al fin, pens que no era imposibleque el lado escrito presentase algunas asperezas en su superficie, que un fino sentido del16tacto podra reconocer. Decid intentarlo, y pas los dedos cuidadosamente sobre la caraque estaba hacia arriba. Pero no percib nada absolutamente, y volv el papel,ajustndolo sobre el libro. Pas de nuevo el ndice con exquisita precaucin, y descubrun brillo muy dbil, pero an discernible, que segua al paso del dedo. Pens que estebrillo deba provenir de algunas diminutas partculas del fsforo con que haba cubiertoel papel en la prueba anterior. Por tanto, la otra cara, la de abajo, era donde estaba loescrito, si finalmente haba algo escrito. Volv de nuevo la nota, y comenc a trabajarcomo anteriormente. En cuanto frot el fsforo, surgi un resplandor, como antes; peroesta vez se distinguan varias lneas manuscritas, en grandes caracteres y aparentementeen tinta roja. El resplandor, aunque suficientemente brillante, slo dur un instante.Mas, si no hubiera estado tan excitado, hubiese tenido tiempo sobrado para repasar porcompleto las tres frases que aparecieron ante m; pues vi que eran tres. Sin embargo, enmi ansiedad por leer todo enseguida, slo consegu leer las siete ltimas palabras, quedecan as: . .sangre...; tu vida depende de permanecer oculto."Si hubiera podido enterarme del contenido de toda la nota, del sentido completodel aviso que mi amigo haba intentado enviarme, estoy convencido de que este aviso,aunque me hubiese revelado la historia del desastre ms inexplicable, no me habracausado ni una pizca del horror atroz e inexpresable que me inspir la advertenciafragmentaria recibida de aquel modo. Y, adems, la palabra sangre, esa palabra suprematan rica siempre en misterios, sufrimientos y terrores -, qu trmula de importancia seme apareca ahora!, qu fra y pesadamente (aisladas, como estaban, de las palabrasprecedentes para calificarla y darle precisin) cayeron sus vagas slabas, en medio deaquella sombra prisin, dentro de lo ms recndito de mi alma!Indudablemente, Augustus haba tenido sus buenas razones para desearme quesiguiese oculto, y me forj mil conjeturas acerca de lo que habra sucedido, sin dar conninguna solucin satisfactoria del misterio. Al volver de mi ltima expedicin a latrampa, y antes de que mi atencin se viese distrada por la singular conducta de Tigreyo haba tomado la resolucin de hacerme or a toda costa por la gente de a bordo o, siesto no era posible, tratar de abrirme paso por el entrepuente. La casi seguridad quesenta de poder realizar uno de estos dos propsitos en ltimo extremo me haba dadoun valor (que de otro modo no hubiese tenido) para soportar los males de mi situacin.Pero las pocas palabras que haba sido capaz de leer me quitaban estos ltimos recursos,y ahora, por primera vez, sent todo lo extremado de mi triste suerte. En el paroxismo dedesesperacin, me arroj de nuevo sobre la colchoneta donde, por espacio de un da yuna noche, permanec en una especie de estupor, aliviado tan slo por momentneosintervalos de raciocinio y de recuerdos.Me volv a levantar al fin, y me puse a reflexionar sobre los horrores que meacorralaban. Apenas era posible que viviera otras veinticuatro horas sin agua, puesdesde luego no poda pasar ms tiempo sin beber nada. Durante la primera parte de miencierro haba consumido liberalmente los licores con que Augustus me haba provisto;pero slo haban servido para excitar la fiebre, sin aplacar en lo ms mnimo m sed.Slo me quedaba una pequesima cantidad de una especie de licor de melocotn muyfuerte, que me revolva el estmago. Las salchichas se haban acabado, y del jamnquedaba tan slo un pequeo trozo de corteza; las galletas se las haba comido todasTigre excepto unos fragmentos de una de ellas. Para colmo de mis males, me di cuentade que el dolor de cabeza se me intensificaba por momentos, sumindome en unaespecie de delirio que me afliga ms o menos desde que ca dormido por primera vez.Llevaba ya varias horas respirando con la mayor dificultad; pero ahora cada vez queintentaba hacerlo senta en el pecho un efecto espasmdico totalmente deprimente. Perohaba an otra causa de inquietud de ndole muy distinta, y cuyos hostigantes terrores17haban sido el principal acicate para decidirme a salir de mi estupor en la colchoneta.Era debida al comportamiento del perro.Primero observ una alteracin en su conducta mientras frotaba el fsforo sobreel papel por ltima vez. Al tiempo de frotar el papel acerc su nariz a mi manogruendo ligeramente; pero estaba yo demasiado excitado para prestar atencin a talcircunstancia. Poco despus, como se recordar, me tumb en la colchoneta y ca en unaespecie de letargo. Luego sent como un particular silbido junto a mis odos, y descubrque proceda de Tigre, que jadeaba anhelante en un estado de gran excitacin, con losojos relucientes en plena oscuridad. Le dirig unas palabras, respondi con un sordogemido y luego permaneci quieto. Enseguida volv a caer en mi sopor, del que despertde nuevo de un modo similar. Esto se repiti tres o cuatro veces, hasta que por fin suconducta me inspir tan gran temor, que me despabil por completo. Tigre estabaechado ahora junto a la puerta de la caja, gruendo medrosamente, aunque en tono bajo,y rechinando los dientes como si estuviese violentamente convulso. No haba dudaalguna de que la falta de agua o la atmsfera viciada de la bodega le haban puestorabioso, y no saba qu hacer con l. No poda soportar la idea de matarlo, que yapareca completamente necesaria para mi propia seguridad. Vea claramente sus ojosfijos en m con expresin de la animosidad ms fatdica, y a cada instante esperaba quese abalanzase sobre m. Finalmente, no pudiendo soportar por ms tiempo aquellaterrible situacin, decid salir de la caja a todo riesgo, y matarlo si su oposicin lo hacanecesario. Para salir tena que pasar precisamente por encima de su cuerpo, y l ya sehaba anticipado a mi designio, levantndose sobre las patas delanteras (como percibpor el cambio de la posicin de sus ojos) y ensendome sus blancos colmillos, queeran fcilmente discernibles. Cog los restos de la corteza del jamn y la botella quecontena el licor, los asegur muy bien contra el cuerpo, junto con un gran cuchillo detrinchar que me haba dejado Augustus y, envolvindome lo mejor que pude en michaquetn, hice un movimiento de avance hacia la boca de la caja. No bien acababa dehacer esto, cuando el perro salt a mi garganta dando un sordo gruido. Todo el peso desu cuerpo cay sobre mi hombro derecho, y rod violentamente hacia la izquierda,mientras el enfurecido animal pasaba por encima de m. Ca de rodillas, quedando conla cabeza entre las mantas, y esto me libr de un segundo y furioso ataque, durante elcual sent los agudos colmillos oprimiendo vigorosamente la lana que envolva micuello, sin que por fortuna lograse atravesar todos sus pliegues. Yo estaba ahora debajodel perro, y en unos instantes me hallara completamente a su merced. La desesperacinme dio fuerzas, y levantndome resueltamente, me desas de l sacudindole con fuerzay arrastrando conmigo las mantas de la colchoneta. Se las arroj enseguida sobre l y,antes de que pudiera salir de entre ellas, atraves la puerta y la cerr, dejndole dentro.Pero en esta lucha no haba tenido ms remedio que dejar caer el trozo de corteza dejamn, y todas mis provisiones quedaron, pues, reducidas a unos tragos de licor. Alpasar por mi mente esta reflexin me sent movido por uno de esos accesos deperversidad que es de suponer que le hubiesen dado, en circunstancias similares, a unnio malcriado, y llevndome la botella a la boca, me beb hasta la ltima gota y laarroj con rabia contra el suelo.Apenas se haba apagado el eco del chasquido, cuando o pronunciar mi nombrecon voz impaciente, pero sigilosa, que vena de la direccin de proa. Tan inesperada eracualquier cosa semejante y tan intensa la emocin que me produjo el sonido, que envano trat de contestar. Haba perdido por completo la facultad del habla, y en laangustia que me produca el terror de que mi amigo me creyese muerto y se retirase sinintentar acercarse a m, me levant entre los cachivaches que haba junto a la puerta dela caja, temblando convulsivamente y haciendo esfuerzos sobrehumanos para hablar.18Aunque mil mundos hubieran dependido de una palabra ma, no hubiese podidoarticularla. Sent de pronto un ligero movimiento entre el montn de maderas, un pocoms all de donde yo me hallaba. Enseguida el ruido se fue debilitando cada vez ms,hacindose ms tenue, ms lejano. Podr olvidar algn da los sentimientos queexperiment en aquel momento? Se iba alejando..., m amigo, mi compaero, de quientena derecho a esperar tanto..., se iba alejando..., me abandonaba..., se haba ido! Medejaba morir miserablemente, me dejaba perecer en el ms horrible y siniestro de loscalabozos..., y cuando una sola palabra, una sola slaba me hubiese salvado... esa nicaslaba no poda pronunciarla! Estoy seguro de que en aquellos instantes sent lasangustias de la muerte mil veces agrandadas. Me empez a dar vueltas la cabeza y ca,mortalmente enfermo, contra el extremo de la caja.Al caerme, se desprendi del cinturn el cuchillo y rod por el suelo,produciendo un ruido metlico. Jams sonaron en mis odos ms vivamente loscompases de la ms dulce meloda! Escuch, con intensa ansiedad, para asegurarme delefecto que el ruido producira en Augustus..., pues saba que la nica persona que mehaba llamado por mi nombre no poda ser ms que l. Todo permaneci en silenciodurante unos momentos. Por fin, volv a or la palabra "Arthur!" repetida en voz baja,como por una persona que vacila. Al renacer la esperanza perdida recobr de golpe elhabla y grit con toda la fuerza de mi voz: " Augustus! Ay, Augustus!" " Silencio! ;Calla, por Dios ! - me contest con voz trmula de agitacin -. Estar contigoinmediatamente..., en cuanto pueda abrirme camino a travs de la bodega."Durante un buen rato le o moverse entre la estiba, y cada momento me parecaun siglo. Al fin, sent su mano sobre mi hombre y, en el mismo instante, me puso unabotella de agua en la boca. Solamente los que han sido redimidos sbitamente de lassombras de la tumba o quienes hayan conocido los insoportables tormentos de la sedbajo circunstancias tan agravadas como las que me rodeaban en mi espantosa prisin,pueden darse idea de las indecibles delicias que proporciona un buen trago, el msexquisito de todos los placeres que pueda gozar el hombre.Cuando hube satisfecho en cierto grado la sed, Augustus sac del bolsillo tres o cuatropatatas cocidas, que devor con la mayor avidez. Traa una linterna sorda, y los gratosrayos de su luz me causaban no menos gusto que la comida y la bebida, Pero yo estabaimpaciente por saber la causa de su prolongada ausencia, y comenz a contarme lo quehaba sucedido a bordo durante mi encarcelamiento.CAPTULO IVEl bergantn se hizo a la vela, como me haba imaginado, a eso de una horadespus de haberme dejado Augustus el reloj. Esto suceda el 20 de junio. Se recordarque por entonces llevaba yo tres das en la cala; y, durante este perodo, rein tanconstante agitacin a bordo, especialmente en la cmara y en los camarotes, que miamigo no haba tenido tiempo de visitarme sin riesgo de que se descubriese el secreto dela trampa. Cuando al fin pudo venir, le asegur que yo estaba lo mejor que poda estar, ypor eso durante dos das no se inquiet mucho por mi situacin, aunque acechasesiempre una ocasin para bajar. sta no la pudo hallar hasta el cuarto da. Varias vecesdurante este perodo haba pensado contarle a su padre la aventura, para que subieseenseguida; pero nos hallbamos an a corta distancia de Nantucket y, por ciertasexpresiones que se le haban escapado al capitn Barnard, no era dudoso que medevolviese a tierra s se enteraba de que yo iba a bordo. Adems, meditando sobre esto,Augustus, segn me dijo, no se imaginaba que yo me hallase en tan gran necesidad, nide que yo vacilase, en tal caso, de acercarme a gritar junto a la trampa para que me19oyesen. As, pues, tomando en consideracin todo esto, decidi dejarme all hasta quetuviera ocasin de visitarme sin que lo advirtieran. Esto, como dije antes, no sucedihasta el cuarto da despus de traerme el reloj, y el sptimo desde que entr por vezprimera en la bodega. Baj entonces sin llevar agua ni provisiones, pues slo sepropona en esta primera ocasin llamarme la atencin para que fuese desde la cajahasta la trampa, al tiempo que l suba al camarote y desde all me tiraba unasprovisiones. Cuando descendi con este propsito me encontr dormido, roncandoestrepitosamente. Por los clculos que me hice sobre este punto, ste debi de ser elsopor en que ca precisamente despus de mi regreso desde la trampa de recoger el reloj,y que, consiguientemente, debi de durar ms de tres das con sus noches, por lo menos.Posteriormente he tenido razones tanto por mi propia experiencia como por eltestimonio de los dems, para enterarme de los poderosos efectos soporferas del hedorque despide el aceite de pescado rancio en sitios cerrados; y cuando pienso en el estadode la cala en que me hallaba aprisionado y el largo perodo durante el cual el bergantnhaba sido utilizado como ballenero, me inclino an ms a maravillarme de habermedespabilado de mi sueo, despus de caer dormido, que no de haber permanecidodurmiendo ininterrumpidamente durante el tiempo arriba especificado.Augustus me llam en voz baja primero y sin cerrar la trampa; pero no lecontest. Entonces cerr la trampa, y me llam ms fuerte y, finalmente, a voces; peroyo segua roncando. No saba qu hacer. Le llevara algn tiempo recorrer el camino atravs de la estiba hasta mi caja, y mientras tanto su ausencia poda ser notada por elcapitn Barnard, quien necesitaba de sus servicios a cada momento, para arreglar ycopiar papeles relacionados con los negocios del viaje. Por tanto, tras de reflexionarlo,decidi subir y esperar otra ocasin para visitarme. Se sinti ms inducido a tomar estaresolucin porque mi sueo pareca ser de la naturaleza ms tranquila, pues no suponaque me hubiese puesto malo por estar encerrado. Estaba justamente meditando sobreestos extremos, cuando le llam la atencin un extrao bullicio, que pareca proceder dela cmara. Salt a travs de la trampa lo ms rpidamente posible, la cerr y abri lapuerta de su camarote. Apenas haba puesto los pies en el umbral, cuando una pistolabrill en su cara y cay derribado, al mismo tiempo, por el golpe de un espeque.Una mano vigorosa le sujetaba contra el suelo del camarote, oprimindolefrreamente la garganta; pero pudo ver lo que estaba sucediendo a su alrededor. Supadre estaba atado de pies y manos, y yaca tendido a lo largo de los peldaos de laescalera de la cmara, cabeza abajo, con una profunda herida en la frente, de la quemanaba un continuo chorro de sangre. No pronunciaba ni una palabra y, al parecer,estaba moribundo. Sobre l se inclinaba el primer piloto, mirndole con expresin dediablica burla, mientras le registraba detenidamente los bolsillos, de los que sac unaabultada cartera y un cronometro. Siete de la tripulacin (el cocinero negro entre ellos)registraban los camarotes de babor en busca de armas, donde pronto se equiparon confusiles y municiones. Adems de Augustus y del capitn Barnard, haba en total nuevehombres en la cmara, entre los cuales figuraban los ms rufianes de la tripulacin delbergantn. Los villanos subieron a cubierta, llevndose a mi amigo con ellos, despus dehaberle atado las manos a la espalda. Se dirigieron directamente al castillo de proa, queestaba trancado. Dos de los amotinados se apostaron all, armados de hachas, y otrosdos se situaban en la escotilla principal. Entonces el piloto grit con voz estentrea:-;Eh, me os, los de abajo! Arriba todos, uno a uno! ~.. Luego, anotar eso... Y noquiero protestas!Pasaron unos minutos sin que apareciese nadie; por fin, un ingls, que se habaenrolado corno aprendiz, subi llorando lastimosamente y le suplicaba al piloto, de lamanera ms humilde, que no lo matase. La nica respuesta fue un hachazo en la cabeza.20El pobre hombre cay sobre la cubierta sin lanzar un gemido, y el cocinero negro lolevant en alto como si fuera un nio y lo tir al mar. Al or el golpe y la zambullida delcuerpo, los que estaban abajo no se atrevan a subir a la cubierta ni con promesas ni conamenazas, hasta que alguien propuso que se les obligase a salir echndoles humo. Seprodujo entonces una lucha general, y por un momento pareci posible que el bergantnfuera recuperado del poder de los amotinados; pero stos lograron al fin cerrar el castilloantes de que pudiesen salir ms de seis de sus contrarios. Estos seis, al encontrare anteun numero tan superior de enemigos y sin armas, se entregaron despus de una brevelucha. El piloto les dio muy buenas palabras, sin duda para inducir a que salieran a losque estaban abajo, pues podan or perfectamente lo que se deca en cubierta. Elresultado demostr su sagacidad, no menos que su diablica villana. Enseguida todoslos que estaban en el castillo de proa dieron a entender su intencin de someterse y, alsubir uno por uno, fueron atados y luego tumbados boca arriba, en unin de los otrosseis, siendo en total veintisiete los marineros que no haban tomado parte en el motn.A esto sigui la escena de ms horrible carnicera que cabe imaginarse. Los marinerosmaniatados fueron arrastrados hasta la pasarela, donde estaba el cocinero con un hachagolpeando a cada vctima en la cabeza mientras era arrojada al mar por los demsamotinados. De este modo perecieron veintids, y Augustus se daba ya por perdido,esperando a cada momento que le tocase el turno. Mas pareci que los asesinos secansaron o que les desagrad en cierta medida su sangrienta labor; para los cuatroprisioneros restantes, junto con mi amigo, que haba sido llevado a cubierta con losdems, hubo tregua, mientras el piloto enviaba abajo por ron y toda la partida decriminales se entregaba a una orga que dur hasta la puesta del sol. Luego comenzarona disputar sobre el destino de los supervivientes, que estaban a menos de cuatro pasosde distancia y oan todo lo que decan. El licor pareca haber aplacado la sed de sangrede algunos de los amotinados, pues se oyeron varias voces en favor de que soltasen a loscautivos, con la condicin de que se uniesen al motn y participasen de sus beneficios.Pero el cocinero negro (que, a todos los aspectos, era un verdadero demonio, y quepareca tener tanta influencia si no ms que el piloto mismo) no quera escucharproposiciones de tal ndole, y se levant repetidas veces con el propsito de reanudar sutarea junto a la pasarela. Por fortuna, estaba tan dominado por la borrachera, que fuedetenido fcilmente por los menos sanguinarios de la partida, entre los cuales figurabauno que se llamaba Dirk Peters. Este individuo era hijo de una india de la tribu de losUpsarokas, que viven en las fortalezas naturales de las Blacks Hills, cerca de las fuentesdel Missouri. Su padre era un comerciante en pieles, segn creo, o al menos relacionadoen cierto modo con los establecimientos comerciales de los indios en el ro Lewis. El talPeters era uno de los hombres de aspecto ms feroz que jams he visto. Era bajo deestatura, no meda ms que metro y medio -, pero sus miembros eran de tipo hercleo.Sus manos, especialmente, eran tan enormemente gruesas y anchas que apenas tenanforma humana. Sus brazos, as como sus piernas, estaban arqueadas del modo mssingular, y pareca que no posean flexibilidad alguna. Su cabeza era igualmentedeforme, de tamao inmenso, con una depresin en la coronilla (como la suelen tener lamayora de los negros) y calva por completo. Para ocultar esta ltima deficiencia, queno era hija de los aos, sola llevar una peluca de cualquier materia peluda queencontrase a mano, a veces la piel de un perro espaol o la de un oso gris americano. Enla ocasin a que me refiero llevaba puesta una de estas pieles de oso, lo que contribuano poco a aumentar la natural ferocidad de su aspecto, el cual representaba el tipocaracterstico del indio upsaroka. La boca le llegaba casi de oreja a oreja; sus labios eranfinos y, como otras partes de su cuerpo, parecan desprovistos de la flexibilidad natural,de modo que su expresin corriente no variaba nunca bajo la influencia de cualquier21emocin. Puede concebirse cul era su expresin corriente considerando que los dienteslos tena excesivamente largos y prominentes, y que jams los cubran, ni siquieraparcialmente, los labios. Al echar una mirada rpida a este hombre se hubiera dicho quetena una risa convulsa; pero una mirada ms detenida daba la escalofriante impresinde que s aquella expresin era de regocijo, este regocijo deba de ser el del demonio.Acerca de este singular personaje circulaban muchas ancdotas entre la gente de mar deNantucket. Estas ancdotas demostraban su fuerza prodigiosa cuando se hallabaexcitado, y algunas de ellas hacan poner en duda su cordura. Mas, al parecer, a bordodel Gram pus era mirado, en la poca del motn, ms con sentimientos de burla que decualquier otra cosa. He hablado en particular de Dirk Peters porque, tan feroz comopareca, fue el principal instrumento de salvacin de la vida de Augustus, y porquetendr frecuentes ocasiones de mencionarle en el curso de mi relato; relato, permitidmeque lo diga, que, en sus ltimas partes, figuran incidentes de naturaleza tancompletamente fuera de la experiencia humana y por esta razn tan completamentefuera de los lmites de la credulidad humana, que sigo escribindolo sin esperanza deque me den crdito a todo lo que dir, aunque confo en que el tiempo y los progresosde la ciencia comprueben un da las ms importantes e improbables de misafirmaciones.Despus de mucha indecisin y de dos o tres disputas violentas, se resolvi quetodos los prisioneros (con excepcin de Augustus, a quien Peters insista de una maneraburlesca en conservar como escribiente) deban ser dejados a merced de las olas en unode los botes ms pequeos. El piloto baj a la cmara a ver si todava estaba vivo elcapitn Barnard, pues, como se recordar, qued abajo cuando subieron los amotinados.Al poco rato reaparecieron los dos; el capitn, plido como la muerte, pero algorepuesto de los efectos de su herida. Dirigi la palabra a los marineros con voz casiinarticulada, pidindoles que no le dejasen en el bote y que volviesen a sus deberes,prometiendo desembarcarlos donde quisieran y no dar ningn paso para entregarlos a lajusticia. Era como hablar a los vientos. Dos de los rufianes le cogieron por los brazos ylo arrojaron al bote que estaba al lado del bergantn, el cual haba sido arriado mientrasel piloto se hallaba abajo. Los otros cuatro prisioneros que yacan sobre la cubiertafueron desatados y se les orden que siguiesen al capitn, cosa que hicieron sin oponerla menor resistencia. A Augustus lo dejaron en su penosa situacin, aunque forcejeaba eimploraba nicamente la triste satisfaccin de que le permitiesen decir adis a su padre.Les dieron un puado de galletas y un cntaro de agua; pero no les dieron mstil, vela,remos ni brjula. El bote fue remolcado unos minutos, durante los cuales losamotinados celebraron otra reunin, y luego cortaron el cable. Mientras tanto se habahecho de noche, no haba luna ni brillaba ninguna estrella y la mar estaba agitada yoscura, aunque no haca mucho viento. El bote se perdi de vista instantneamente, ypocas esperanzas podan abrigar los infortunados que iban en l. Sin embargo, esteacontecimiento sucedi a .35 30' de latitud norte y a 61 20' de longitud oeste, y, porconsiguiente, a no gran distancia de las islas Bermudas. Por eso, Augustus procurconsolarse con la idea de que el bote poda llegar a alcanzar tierra o llegarsuficientemente cerca de ellas para ser recogido por algn barco costero.El bergantn larg todas sus velas y sigui el derrotero primitivo hacia elsudoeste. Los amotinados haban resuelto emprender una expedicin de piratera, en laque, segn pude deducir, se proponan interceptar el paso de un barco que iba de lasislas de Cabo Verde a Puerto Rico. Augustus fue desatado, sin que nadie le prestaseatencin alguna. y qued en libertad de acercarse a la escalera de la cmara. Dirk Petersle trataba con cierta amabilidad, y en una ocasin le salv de la brutalidad del cocinero.Pero su situacin segua siendo de lo ms precario, pues los marineros se22emborrachaban continuamente, y no poda fiarse de su buen humor ni de sudespreocupacin respecto a l. Sin embargo, la ansiedad que senta por m, me dijo, eralo ms triste de su situacin, y ciertamente jams he tenido motivos para dudar de lasinceridad de su afecto. Ms de una vez haba decidido revelar a los amotinados elsecreto de mi estancia a bordo, pero no se atrevi a hacerlo, en parte por el recuerdo delas atrocidades que ya haba visto, y en parte por la esperanza de poder acudir pronto enmi auxilio. Para la realizacin de este ltimo propsito estaba constantemente enacecho; pero, a pesar de su permanente vigilancia, transcurrieron tres das desde que elbote haba sido dejado a merced de las olas, sin que se presentase ninguna ocasin. Porfin, en la noche del tercer da, empez a soplar un fuerte viento del este, y todos losmarineros estuvieron ocupados en recoger velas. Durante la confusin que sigui, bajsin que le viesen y entr en el camarote. Cual no sera su horror y su pesar al descubrirque lo haban convertido en almacn de provisiones y material de a bordo, y que variasbrazas de cadena vieja, que haban sido metidas debajo de la escala de toldilla, habansido arrastradas de all para dejar sitio a un arca, y estaban colocadas precisamenteencima de la trampa! Apartarlas sin que lo notasen era imposible, y regres a cubierta loms rpidamente que pudo. Al llegar arriba, el piloto le cogi por la garganta y,preguntndole qu haba estado haciendo en la cmara, se dispona a arrojarlo al marpor la banda de babor, cuando su vida fue salvada una vez ms por la intervencin deDirk Peters. A Augustus le pusieron las esposas (de las que haba varios pares a bordo)y le ataron fuertemente por los pies. Luego lo llevaron a la cmara de proa y lo arrojaronen una de las literas bajas, cerca de los baluartes del castillo de proa, asegurndole queno volvera a poner los pies en la cubierta "hasta que el bergantn dejase de serlo" stafue la expresin del cocinero, que lo arroj a la hamaca, y es difcil precisar lo quequera decir con esta frase. Sin embargo, todo el asunto result, en fin de cuentas,favorable para mi salvacin, como se ver enseguida.CAPTULO VDurante unos minutos despus de que el cocinero hubiese abandonado el castillode proa, Augustus se entreg a la desesperacin, pensando que jams saldra vivo deaquella litera. Entonces tom la resolucin de revelar mi situacin al primer hombre quese le acercase, creyendo que era preferible dejarme correr mi suerte con los amotinadosque perecer de sed en la bodega, pues haca diez das que yo estaba aprisionado y micntaro de agua slo contena una provisin para cuatro das. Mientras pensaba en esto,se le ocurri la idea de si sera posible comunicarse conmigo por el camino de la calamayor. En cualquier otra circunstancia, la dificultad y el azar de la empresa le hubieranimpedido intentarlo; pero ahora le quedaban muy pocas esperanzas de vida y, porconsiguiente, poco que perder; por tanto, puso toda su alma en la tarea.Sus esposas eran la primera preocupacin. Al principio no vio medio alguno dequitrselas, y temi fracasar nada ms intentarlo; pero un examen detenido le descubrique los hierros entraban y salan a placer, con muy poco esfuerzo o inconveniente,simplemente con encoger las manos; pues aquella clase de esposas eran ineficaces parasujetar a personas jvenes, cuyos huesos, ms pequeos, ceden fcilmente a la presin.Luego se desat los pies y, dejando la cuerda de modo que pudiera ajustarse de nuevofcilmente en caso de que bajase alguien, se puso a examinar el baluarte en el sitiodonde se una con la litera. La separacin era aqu de tablas de pino blando, de unapulgada de grueso, y vio que le costara muy poco trabajo abrirse camino a travs deellas. En aquel momento se oy una voz en la escalera del castillo de proa, y tuvo eltiempo justo para ponerse la esposa de la mano derecha (pues no se haba quitado la de23la izquierda) y ajustarse el nudo corredizo de la cuerda a los tobillos, cuando baj DirkPeters, seguido de Tigre, que inmediatamente salt a la litera y se tumb en ella. Elperro haba sido trado a bordo por Augustus, quien saba el cario que yo le tena alanimal y pens que me agradara tenerlo conmigo durante el viaje. Haba ido a buscarloa mi casa inmediatamente despus de dejarme en la bodega, pero no se haba acordadode decrmelo al traerme el reloj. Desde que estall el motn, Augustus no haba vuelto averlo y lo daba por perdido, suponiendo que lo habra echado por la borda alguno de losmiserables villanos de la pandilla del piloto. Al parecer se haba escondido en unagujero debajo de un bote, de donde no poda salir por falta de espacio para dar lavuelta. Por fin, Peters lo haba sacado y por una especie de sentimiento bondadoso quemi amigo supo apreciar muy bien, se lo llev al castillo de proa para que le acompaase,dejando al mismo tiempo un trozo de cecina salada y patatas cocidas, con una lata deagua. Luego subi a cubierta, y prometi volver al da siguiente con ms comida.Cuando se fue, Augustus se liber de las esposas de ambas manos y se desat lospies. Luego levant la cabecera de la colchoneta en la que haba estado echado y, con sucortaplumas (pues los rufianes no lo haban juzgado digno de registrarle) comenz acortar vigorosamente una de las tablas de la separacin lo ms cerca posible al fondo dela litera. Escogi este sitio porque, si tena que interrumpirlo bruscamente, poda ocultarlo que estaba haciendo dejando caer la cabecera de la colchoneta en su posicinadecuada. Pero durante el resto del da no le molest nadie, y por la noche haba cortadola tabla del todo. Hay que observar aqu que ninguno de los marineros de la tripulacinocupaba el castillo de proa como dormitorio, pues desde el motn vivan todos juntos enla cmara, bebiendo y comiendo los vveres del almacn del capitn Barnard, y sinpreocuparse ms que de lo absolutamente necesario para la navegacin del bergantn.Estas circunstancias nos favorecieron tanto a m como a Augustus: pues; si las Cosashubiesen sucedido de otro modo, le hubiera sido imposible llegar hasta m, mientras queas pudo realizar con confianza su propsito. Pero amaneca ya antes de que completaseel segundo corte de la tabla (que estaba aproximadamente a unos treinta centmetros porencima del primero), dejando as una abertura suficientemente ancha para pasar confacilidad a la cubierta principal del entrepuente. Una vez aqu, se dirigi sin muchadificultad a la escotilla principal inferior, aunque para ello tena que trepar a lo alto delas pilas de barricadas de aceite, que llegaban casi hasta debajo de la cubierta, dondeapenas quedaba espacio suficiente para su cuerpo. Al llegar a la escotilla se encontrcon que Tigre le haba seguido, deslizndose entre dos filas de barricas. Pero ya erademasiado tarde para intentar llegar hasta m antes del amanecer, pues la mayordificultad estribaba en atravesar la apretada estiba de la bodega inferior. Por eso,resolvi volverse y esperar a la noche siguiente. Con este fin, se puso a desapretar latapa de la escotilla, de modo que se detuviese lo menos posible cuando volviese denuevo. No bien acab de aflojarla cuando Tigre salt con ansia a la pequea aberturaque formaba, olfate un momento, y lanz un prolongado gemido, al tiempo que sepona a escarbar como si quisiera apartar la tapa con sus patas. Su comportamiento noofreca duda alguna: se daba cuenta de que yo estaba en la bodega y Augustus pensque era posible que me encontrase si lo dejaba bajar. Al mismo tiempo ide un recursopara enviarme una nota, porque era muy de desear que yo no hiciese ningn intento pormi parte para salir de mi escondite, al menos mientras durasen aquellas circunstancias,pues no haba ninguna certeza de que llegase hasta m al da siguiente, como sepropona. Los acontecimientos posteriores demostraron lo afortunado de esta decisin;pues, si no hubiera sido porque recib la nota, habra dado indudablemente con algnplan, por desesperado que fuese, para llamar la atencin de la tripulacin y, en ese caso,hubiera sido ms que probable que nos hubiesen matado a los dos.24Una vez que decidi escribir, la dificultad estaba en procurarse materiales parahacerlo. Un mondadientes viejo fue convertido rpidamente en pluma, y esto a tientas,pues las entrecubiertas estaban ms negras que el betn. El papel lo obtuvo arrancandola hoja posterior de una carta del duplicado de la carta falsificada para Mr. Ross -. stehaba sido el borrador original; pero no parecindole bastante bien imitada la letra,Augustus haba escrito otra, guardndose, por fortuna, la primera en el bolsillo de suchaqueta, donde acababa de encontrarla con tanta oportunidad. Slo faltaba la tinta,pero el sustituto fue encontrado enseguida por medio de una ligera incisin con elcortaplumas en la yema de un dedo, justamente por encima de la ua, de donde sali uncopioso chorro de sangre, como suele suceder en las heridas de este lugar.La nota fue escrita lo mejor posible, dada la oscuridad y las circunstancias. Enella explicaba brevemente que haba habido un motn, que el capitn Barnard haba sidoabandonado en un bote y que yo poda esperar inmediato auxilio en lo que a lasprovisiones concerna, pero que no deba aventurarme a ningn movimiento. La cartaconclua con estas palabras: "He garrapateado esto con sangre. Tu vida depende depermanecer oculto".Despus de atar la tira de papel al perro, Augustus lo ech por la escotilla y lregres enseguida al castillo de proa, donde no encontr ningn indicio de que hubierabajado nadie de la tripulacin durante su ausencia. Para ocultar el hueco de la particin,clav la navaja por encima y colg un chaquetn de marinero que encontr en la litera.Luego volvi a ponerse las esposas y a atarse la cuerda alrededor de los tobillos.,Apenas acababa de terminar sus preparativos cuando baj Dirk Peters, muyborracho, pero de un humor excelente, trayendo a mi amigo las provisiones para el da.stas consistan en una docena de grandes patatas irlandesas asadas y un jarro de agua.Se sent un rato en un arca, junto a la litera, charlando libremente del piloto y de losasuntos generales del bergantn. Su comportamiento era excesivamente caprichoso, yhasta grotesco. Hubo un momento en que Augustus se alarm mucho por su extraaconducta. Pero, al fin, subi a cubierta murmurando la promesa de traer a su compaerouna buena comida a la maana siguiente. Durante el da bajaron dos marineros de latripulacin (arponeros), acompaados del cocinero, los tres casi en el ltimo grado de laembriaguez. Lo mismo que Peters, no se abstuvieron de hablar sin reservas de susplanes. Al parecer estaban muy divididos entre s en lo referente al derrotero definitivo,no estando de acuerdo en ningn punto, excepto en el ataque al barco que vena de lasislas de Cabo Verde, y al que esperaban encontrar de un momento a otro. Por lo quepoda deducirse de sus palabras, el motn no haba estallado por cuestin de piratera:una disensin personal del primer piloto contra el capitn Barnard haba sido la causaprincipal. Ahora pareca haber dos bandos principales entre la tripulacin: unocapitaneado por el piloto, y otro por el cocinero.El primer bando quera apoderarse del primer barco que pasase y equiparlo enalguna de las islas de las Antillas para dedicarlo a la piratera. Pero el ltimo bando, queera el ms fuerte y entre cuyos partidarios se encontraba Dirk Peters, quera proseguir elderrotero primitivo del bergantn en el Pacfico del Sur, para dedicarse a la pesca de laballena o a lo que aconsejasen las circunstancias. Las manifestaciones de Peters, quehaba visitado con frecuencia aquellas regiones, tenan gran peso, aparentemente, entrelos amotinados, vacilantes, como estaban, entre sus confusas nociones de provecho y deplacer. Peters les hablaba de un mundo de novedades y diversiones en las innumerablesislas del Pacfico; de la perfecta seguridad y de la libertad sin trabas que podan disfrutarall, y ms particularmente de lo delicioso del clima, de los abundantes medios paradarse buena vida y de la voluptuosa belleza de sus mujeres. Sin embargo, no se habaresuelto nada an; pero las escenas que pintaba el marinero mestizo se iban quedando25grabadas en las ardientes imaginaciones de los marineros, y era muy probable que susintenciones fueran las que finalmente surtieran su efecto.Los tres hombres se marcharon al cabo de una hora, y nadie ms entr en el castillo deproa en el resto del da. Augustus no se movi hasta que se acerc la noche. Luego sedesembaraz de los hierros y de la cuerda, y se prepar para su tentativa. Encontr unabotella en una de las literas, y la llen de agua del cntaro que le haba dejado Peters, altiempo que se llenaba los bolsillos de patatas fras. Para alegra suya, se encontr unalinterna con un pequeo cabo de vela, que poda encender cuando quisiera, pues tena ensu poder una caja de fsforos.Cuando fue completamente de noche se desliz por el agujero del mamparo,teniendo la precaucin de arreglar las mantas de la litera de modo que simularan el bultode una persona acostada. Cuando pas por el agujero colg de nuevo el chaquetn.como antes, para ocultar la abertura, maniobra sta que era fcil de ejecutar, pues noreajust la tabla que haba sacado hacia fuera. Se hall luego en el entre puente,continuando su camino, como antes, entre las barricas de aceite y la parte inferior de lacubierta, hasta la escotilla principal. Al llegar a sta encendi la vela y baj con grandificultad entre la compacta estiba de la caja. Por unos momentos lleg a alarmarse, aladvertir el hedor insoportable y denso de la atmsfera. Crey que no era posible que yohubiese sobrevivido a tan largo encierro, respirando un aire tan malsano.Me llam varias veces por mi nombre sin obtener respuesta alguna, y sus temoresparecan confirmarse as. El bergantn se balanceaba violentamente, con tal estrpito,que era intil aplicar el odo para escuchar un ruido tan dbil como el de mi respiracino el de mi ronquido. Abri la linterna y la levantaba tan alto como poda cada vez queencontraba espacio suficiente, a fin de que, al observar yo la luz, pudiera comprender, siestaba vivo, que se acercaba el socorro. Sin embargo, no perciba reaccin alguna ma, yla suposicin de que yo haba muerto comenz a tener carcter de certeza paraAugustus. No obstante, resolvi abrirse camino, si le era posible, hasta la caja, para salirde dudas respecto a la verdad de sus temores. Camin algn tiempo en el estado deansiedad ms lastimoso, hasta que encontr, por fin, el paso completamente obstruido yno haba ninguna posibilidad de seguir adelante. Vencido por la desesperacin, se dejcaer sobre un montn de tablas y empez a llorar como un nio. Fue en aquel momentocuando oy el ruido de la botella que yo haba tirado. Afortunado, en verdad, fue aquelincidente, pues, por trivial que parezca, de l depende el destino de mi vida. Hantranscurrido muchos aos hasta que me enter de este hecho, una vergenza natural y elremordimiento de su debilidad e indecisin le impidieron a Augustus manifestarmeenseguida lo que, con una intimidad ms profunda y sincera, se decidi a contarmedespus. Al encontrar obstruido su camino por multitud de obstculos, que no podavencer, decidi abandonar su empresa y regresar al castillo de proa. Antes decondenarle por esta decisin, deben tenerse en cuenta las terribles circunstancias que lerodearon. La noche avanzaba de prisa y su ausencia poda ser descubierta; estosucedera inevitablemente si no se hallaba en su litera al romper el da. La vela se estabaagotando y le sera muy difcil encontrar en la oscuridad el camino hacia la escotilla.Tambin debe recordarse que tena sus buenas razones para creerme muerto, en cuyocaso no resultara ningn beneficio para m llegando hasta la caja, y, en cambio,tropezara con un mundo de peligros sin utilidad alguna. Me haba llamado repetidasveces y no le haba contestado, yo llevaba once das con sus noches sin ms agua que laque contena el jarro que l me haba dejado, provisin que no era muy probable que yohubiese economizado al comienzo de mi encierro, pues esperaba una pronta liberacin.La atmsfera de la cala, por otra parte, deba de haberle parecido, al llegar desde el airecomparativamente puro del castillo de proa, de naturaleza totalmente txica y26muchsimo ms intolerable de lo que me haba parecido a m al tomar posesin de mialojamiento en la caja, pues entonces la escotilla llevaba muchos meses abierta.Adase a estas consideraciones las escenas de sangre y terror que haba presenciadoltimamente mi amigo; su encierro, sus privaciones y sus milagrosas escapadas de lamuerte, junto con la frgil y equvoca situacin en que se hallaba su vida, circunstanciastodas ellas capaces de quitar las energas al ms fuerte y el lector se explicarfcilmente, como yo me lo he explicado, esta aparente falta de amistad y de fidelidad,con sentimientos ms bien de pena que de resentimiento.El chasquido de la botella se oy claramente; pero Augustus no estaba seguro desi proceda de la cala. Sin embargo, la duda fue suficiente para hacerle perseverar.Trep por los objetos amontonados casi hasta el techo y luego, esperando un momentode calma en los balanceos del barco, me llam lo ms fuerte que pudo, sin preocuparsepor el momento de que pudiera orle la tripulacin. Se recordar que en esta ocasin osu voz, pero estaba yo tan completamente dominado por una violenta agitacin; que nofui capaz de contestarle. Convencido ahora de que sus peores aprensiones estaban bienfundadas, descendi con nimo de volverse al castillo de proa sin prdida de tiempo. Ensu precipitacin derrib unas pequeas cajas cuyo ruido o por casualidad, como serecordar. Ya haba avanzado mucho en su retirada, cuando el ruido del cuchillo le hizovacilar de nuevo. Volvi sobre sus pasos inmediatamente y, trepando a lo alto de laestiba por segunda vez, me llam por mi nombre, tan fuerte como antes, en un momentode calma del barco. Esta vez pude contestarle. Lleno de alegra al descubrir que estabavivo, resolvi vencer todas las dificultades y peligros para llegar hasta m. Sorteando loms rpidamente posible el laberinto de la estiba por la que estaba rodeado, hall al finun hueco que ofreca mejor camino y, despus de una serie de luchas, lleg a la cajacompletamente extenuado.CAPTULO VILos puntos principales de esta narracin me los comunic Augustus mientraspermanecimos junto a la caja; hasta ms tarde no me enter por completo de todos losdetalles. Tena mucho miedo de que lo echasen de menos y yo arda en deseos de salirde aquella detestable crcel. Decidimos dirigirnos en seguida al agujero del mamparo,junto al cual yo haba de permanecer por el momento, mientras Augustus sala a hacerun reconocimiento. Dejar a Tigre en la caja era cosa que ninguno de los dos podamossoportar; mas, por otra parte, no sabamos qu hacer. El animal pareca estar ahoracompletamente tranquilo, y ni siquiera percibamos el ruido de su respiracin al acercarel odo a la caja. Yo estaba convencido de que estaba muerto, y decid abrir la puerta.Lo encontramos tendido cuan largo era, aparentemente sumido en un profundo sopor,pero vivo todava. No haba tiempo que perder, pero yo no me avena a abandonar a unanimal que por dos veces haba sido el instrumento para salvar mi vida sin antes intentaralgo para salvar la suya. Por eso, lo arrastramos lo mejor que pudimos, aunque congrandes dificultades y fatigas; Augustus, a veces, tena que trepar con el enorme perroen brazos por encima de los obstculos que aparecan en nuestro camino, cosa que a mme era totalmente imposible realizar por la debilidad que me dominaba. Por fin,llegamos al agujero y cuando Augustus hubo salido, pasamos a Tigre. No habaocurrido ninguna novedad, y dimos gracias a Dios por habernos librado del inminentepeligro que acabbamos de correr. Por el momento, se convino en que yo me quedasecerca del agujero, a travs del cual mi compaero podra facilitarme parte de suprovisin diaria, y porque all tena la ventaja de respirar una atmsfera relativamentepura.27Como explicacin de algunos puntos de este relato, en el que he hablado tanto dela estiba o colocacin del cargamento del bergantn, y que pueden parecer oscuros aaquellos de mis lectores que no hayan visto cargar un barco, debo decir aqu que elmodo como se haba hecho tan importante trabajo a bordo del Grampus era unvergonzoso ejemplo de negligencia por parte del capitn Barnard, quien no eraciertamente un marino tan cuidadoso y experimentado como lo exiga imperiosamentela arriesgada ndole del servicio que se le haba encomendado. Una estiba adecuada nopuede realizarse de una manera descuidada, y muchos accidentes desastrosos, inclusodentro de los lmites de mi propia experiencia, se deben a ignorancia o negligencia eneste particular. Los barcos costeros, que suelen cargar y descargar de prisa yatropelladamente, son los ms expuestos a desgracias por no prestar la debida atencin ala estiba. Lo ms importante es que no haya ninguna posibilidad de que ni elcargamento ni el lastre cambien de posicin por violentos que puedan ser los balanceosdel barco. Para esto, hay que prestar mucha atencin no. slo al bulto que se carga, sinoa su naturaleza, y si el cargamento es slo parcial o total. En la mayora de los casos laestiba se realiza por medio de un gato; de este modo, un cargamento de tabaco o deharina queda tan oprimido por la presin del gato en la cala del barco, que los barriles otoneles, al descargarlos, estn completamente aplastados y tardan algn tiempo enrecobrar su aspecto original. Sin embargo, se recurre al gato principalmente paraobtener ms espacio en la cala; pues un cargamento completo de cualquier clase demercancas, tal como el tabaco o la harina, no hay peligro alguno de desplazamiento o,al menos, no ocasiona perjuicios. Se han dado casos, ciertamente, en que este sistemadel gato ha acarreado lamentables consecuencias, por causas completamente distintas alas del peligro de desplazamiento de los fardos. Por ejemplo, un cargamento de algodn,fuertemente comprimido en determinadas condiciones, se ha dilatado luego hasta elpunto de abrir el casco del buque. Y no hay duda alguna de que lo mismo sucedera enel caso de un cargamento de tabaco, cuando sufre su fase usual de fermentacin, si nofuera por los intersticios que quedan entre la redondez de los toneles.Cuando se trata de un cargamento parcial, el peligro reside principalmente en eldesplazamiento de los bultos, y hay que tomar siempre precauciones para evitarsemejante contratiempo. Slo los que han capeado un violento temporal o, ms bien,quienes han experimentado el balanceo del barco en una calma repentina despus deuna tempestad, pueden formarse idea de la tremenda fuerza de los embates del mar, ydel consiguiente mpetu terrible que se da a todas las mercancas sueltas que van abordo. Por eso es obvia la necesidad de una estiba cuidadosa cuando el cargamento esparcial. Estando al pairo (especialmente con una pequea vela de proa), un barco que notenga bien modelados los costados se inclina a menudo sobre una banda u otra; estosuele suceder cada quince o veinte minutos por trmino medio, sin que se ocasionenserias consecuencias, siempre que la estiba est bien hecha. Pero si sta se haamontonado descuidadamente, al primero de estos recios bandazos toda la carga cae dellado del barco que se inclina hacia el agua, impidindole recobrar el equilibrio comodebiera recobrarlo necesariamente, se llena de agua en pocos instantes y se hunde. No esexageracin decir que la mitad, por lo menos, de los naufragios que ocurren durante losrecios temporales pueden atribuirse a desplazamiento de la carga o del lastre.Cuando se embarca un cargamento parcial de cualquier clase, ste, despus dehaberlo apretado lo ms compactamente posible, debe cubrirse con una capa de fuertestablones extendidos de costado a costado del barco, fuertemente apuntalados con estacasque llegan hasta las tablas de arriba, asegurando as cada cosa en su lugar. Cuando elcargamento es de grano o de mercancas similares, se precisan, adems, precaucionesadicionales. Una cala completamente llena de grano al salir del puerto, slo contiene28tres cuartas partes al llegar a su destino, aunque al medirlo el consignatario, fanega porfanega, rebasen con mucho (a causa de la hinchazn del grano) la cantidad consignada.Este resultado se debe a que se asienta durante la travesa, y tanto mas sensiblementecuanto peor tiempo ha hecho. Aunque el grano embarcado a granel vaya bien aseguradocon tablones y puntales, si el viaje es largo, puede desplazarse y acarrear las msterribles calamidades. Para impedir esto se recurre a muchos sistemas antes de salir delpuerto para asentar lo ms posible el cargamento; y para esto se conocen diversasinvenciones, entre las que pueden mencionarse la que consiste en meter cuas en elgrano. Mas incluso despus de hacer todo esto y de tomarse toda clase de molestias paraasegurar los tablones, ningn marinero que conozca su oficio se sentir totalmenteseguro durante un temporal algo violento con cargamento de grano a bordo, y muchomenos si el cargamento es parcial. Sin embargo, hay centenares de barcos de cabotajeen nuestras costas y, al parecer, muchos ms en los puertos de Europa, que navegan adiario con cargamentos parciales, incluso de las especies ms peligrosas, sin tomarprecaucin alguna. Lo asombroso es que no sucedan ms desastres de los que ocurren.Un ejemplo lamentable de descuido que yo conozco fue el caso del capitn Joel Rice, dela goleta Firefly, que se hizo a la mar en Richmond (Virginia), para Madeira, concargamento de maz, el ao 1825. El citado capitn haba hecho muchos viajes sinaccidentes serios, aunque tena la costumbre de no prestar atencin a la estiba, ms quepara asegurarla de la manera corriente. Nunca haba navegado con cargamento de grano,y en esta ocasin carg el maz a granel, llenando poco ms de la mitad de la cala.Durante la primera parte del viaje no se encontr ms que con brisas ligeras; perocuando se hallaba a un da de Madeira se levant un fuerte ventarrn del NE. que leoblig oponerse al pairo. Dej la goleta al viento slo con el 'trinquete con dos rizos, ynaveg como pudiera esperarse que lo hiciera cualquier barco, sin embarcar ni una gotade agua. Pero al anochecer amain el viento y la goleta comenz a balancearse con msinestabilidad que antes, marchando bien, sin embargo, hasta que un fuerte bandazo latumb sobre el costado de estribor. Entonces se oy que el maz se desplazpesadamente y con la fuerza del embate rompi la escotilla principal. El barco se fue apique como un rayo. Esto sucedi a la vista de un balandro de Madeira, que recogi auno de los tripulantes (la nica persona salvada), y que aguantaba ,la tempestad con tanperfecta seguridad como lo hubiera hecho el chinchorro mejor gobernado.La estiba a bordo del Grampus se haba hecho desmaadamente, si se puedellamar estiba a lo que era poco ms que un confuso amontonamiento de barricas deaceite y aparejos de barco. Ya he hablado de la clase de artculos que haba en la cala.En el entre puente quedaba espacio suficiente para mi cuerpo (como ya dije) entre lasbarricas y el techo; alrededor de la escotilla principal quedaba un espacio vaco, y otrosvarios espacios de bastante consideracin quedaban en la estiba. Cerca del agujero queAugustus haba abierto a travs del mamparo haba espacio suficiente para toda unabarrica, y en este espacio me vi cmodamente situado por el pronto.En el momento en que mi amigo lleg a la litera y se volvi a poner las espo