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Mathilde ocupa un puesto directivo en udepartamento de marketing. Atraviesa umal momento en el trabajo y su vidpierde sentido: ha entrado en crisis.Thibault es mdico y atiende paciente
desplazndose de un lado a otro de lciudad. Atraviesa un mal momento en suvida sentimental, se siente atrapado en s
rabajo, no encuentra sentido a nada: hentrado en crisis.Sus vidas se alejan, se acercan, se cruzaen los caminos subterrneos de la gra
ciudad, de sus trabajos, de supensamientos. Es posible que en algmomento se encuentren? Es posible e
amor o simplemente la vida en una ciuda
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competitiva y cruel pero que tambin sabser generosa y humana?
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Delphine de Vigan
Las horas
subterrneas
ePUB v1.0
Enylu20.11.12
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Ttulo original:Les heures souterrainesDelphine de Vigan, 2009Traduccin: Juan Carlos Durn Romero
Pginas: 170Editor original: Enylu (v1.0)Colaboran: Crubiera, Mapita, Mstica y NatgePub base v2.1
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A Alfia Delanoe
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Se ven cosas minsculas quebrillan,
son personas dentro de camisascomo durante estos siglos de la
larga nocheen el silencio y en el ruido.
Como un lego, Grard Manse
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L a voz atraviesa el sueo, oscila en lsuperficie. La mujer acaricia las cartavueltas sobre la mesa, repite varias vecescon ese tono de certeza: El 20 de mayosu vida va a cambiar.
Mathilde no sabe si est todav
dentro del sueo o ya en la jornada quempieza, echa un vistazo a la hora de lradio despertador: son las cuatro de l
maana.Lo ha soado. Ha soado con esmujer que visit hace algunas semanasuna vidente, s, eso es, sin chai ni bola d
cristal, pero una vidente a pesar de todoCruz todo Pars en metro, se sent detrdel espeso cortinaje, en los bajos de u
edificio del distrito diecisis, le di
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ciento cincuenta euros para que le leyesa mano e interpretase las cifra
relacionadas con su vida, fue porque n
ena nada ms, ni un rayo de luz hacia eque dirigirse, ni un verbo que conjugar, na perspectiva de un despus. Fue porqu
a algo hay que agarrarse.Se march con el bolsit
balancendose al final de su brazo y es
prediccin ridicula, como si estuviernscrita en las lneas de la palma de smano, su hora de nacimiento o en las ochetras de su nombre, como si pudier
notarse a simple vista: un hombre el 20 dmayo. Un hombre, cuando su vida estcambiando, que la liberara. As que s
puede tener una licenciatura e
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econometra y estadstica aplicadaconsultar a una vidente. Unos das marde le pareci que haba tirado cient
cincuenta euros por la ventana, y nadms, eso es lo que pens mientramarcaba con un trazo rojo los gastos de
mes sobre el extracto de su cuentcorriente, y se dijo a s misma que lmportaba un bledo ese 20 de mayo, y lo
otros das tambin, al ritmo que iba.El 20 de mayo qued como una vagpromesa, suspendida encima del vaco.
Es hoy.Hoy, algo podra pasar. Algo
mportante. Un acontecimiento qu
cambiara el curso de su vida, un punto d
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nflexin, una cesura, inscrita desde hacvarias semanas con tinta negra en sagenda. Un acontecimiento maysculo
esperado como un salvamento en alta marHoy, el 20 de mayo, porque ya h
legado al lmite, al lmite de lo soprtale
al final de lo humanamente soportableEst escrito en el orden del mundo. En ecielo lquido, en la conjuncin de lo
planetas, en la vibracin de los nmerosEst escrito que hoy ha llegadexactamente all, al punto de no retornoall donde ya nada normal pued
modificar el curso de las horas, all dondnada puede pasar que amenace econjunto, que lo cuestione todo. Tiene qu
pasar algo. Algo excepcional. Para sali
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de all. Para que se detenga.En unas semanas, se imagin de todo
Lo posible y lo imposible. Lo mejor y l
peor. Que sera vctima de un atentado, emedio del largo pasillo que une el metrcon el tren de cercanas explotara un
bomba potente que arrasara todopulverizara su cuerpo, quedaresparcido en el aire saturado de la
maanas en la hora punta, por las cuatresquinas de la estacin, y ms tardencontraran trozos de su vestido de florey de su abono de transporte. O bien s
rompera el tobillo, resbalara de formestpida sobre una superficie grasa comas que a veces hay que evitar, brillant
sobre las baldosas claras, o bie
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ropezara en lo alto de la escalermecnica y se caera dislocndose lpierna, habra que llamar a los bomberos
operarla, ponerle placas y tornillosnmovilizarla durante meses, o bien ser
secuestrada por error, en pleno da, por u
grupsculo desconocido. O bieconocera a un hombre, en el vagn o eel caf de la estacin, un hombre que l
dira: Seora, no puede usted continuaas, dme la mano, cjase de mi brazo, dmedia vuelta, deje su bolso, no se quedde pie, sintese en esa mesa, se acab, y
no ir ms, ya no es posible, va usted uchar, vamos a luchar, yo estar a suado. Un hombre o una mujer, al fin y a
cabo importa poco. Alguien qu
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comprendiera que ella ya no puede ir, qucada da que pasa pierde su sustanciapierde lo esencial. Alguien que l
acariciase la mejilla, o el pelo, qumurmurase como para s mismo: Cmha hecho usted para aguantar tanto tiempo
con qu valor, qu recursos. Alguien quese opusiera. Que levantara la voz. Que sencargara de ella. Alguien que la obligar
a bajarse en la estacin anterior o ssentara frente a ella en el fondo de un barQue mirara pasar las horas en el relocolgado de la pared. A medioda, l o ella
sonreira y le dira: Ya est, se acab.
Es de noche, la noche anterior a es
esperado da a su pesar, son las cuatro d
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a maana. Mathilde sabe que no volvera dormirse, se sabe el guin de memoriaas posturas que va a adoptar una tra
otra, la respiracin que intentar relajara almohada que se encajar bajo la nuca
Y despus acabar encendiendo la luz
coger un libro en el que no conseguirnteresarse y mirar los dibujos de su
hijos colgados en las paredes, para n
pensar, para no anticipar la jornada.No verse bajar del tren.No verse decir hola con ganas d
gritar.
No verse entrar en el ascensor.No verse avanzar a pasos sordos po
a moqueta gris.
No verse sentada detrs de esa mes
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de despacho.
Estira sus miembros uno por uno, tiencalor, el sueo est todava all, la mujee sostiene la palma de la mano vuelt
hacia el cielo, repite por ltima vez: E
20 de mayo.
Hace tiempo que Mathilde ha perdid
el sueo. Casi cada noche la despierta langustia, a la misma hora, sabe en quorden va a tener que contener lamgenes, las dudas, las preguntas, s
sabe de memoria el recorrido densomnio, sabe que va a darle vueltas odo desde el principio, cmo empez
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cmo se agrav, cmo lleg a ese punto,esa imposible vuelta atrs. Su corazate ms deprisa, la mquina est e
marcha, la mquina que lo tritura todoentonces todo aparece, las compras qudebe hacer, las citas a las que deb
acudir, los amigos que debe llamar, lafacturas que no debe olvidar, la casa qudebe buscar para el verano, todas esa
cosas antao tan fciles y que ahora svuelven tan arduas.En la suavidad de las sbanas lleg
siempre a la misma conclusin: no lo va
conseguir.
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N o se va a poner a llorar como ugilipollas, encerrado a las cuatro de lmaana en el cuarto de bao de un hotesentado sobre la tapa del vter.
Se ha puesto el albornoz todavhmedo que Lila ha utilizado al salir de l
ducha, aspira el tejido, busca en l esperfume que tanto le gusta. Se observa eel espejo, est casi tan plido como e
avabo. Sobre las baldosas del suelo, supies desnudos buscan la suavidad de lalfombra. Lila duerme en la habitacinos brazos en cruz. Se ha dormido despu
de haber hecho el amor, inmediatamentdespus se ha puesto a roncar suavementesiempre ronca cuando ha bebido.
Mientras se dorma, ha murmurado
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Gracias. Es eso lo que le ha rematadoLo que le ha apualado. Ha dicho gracias
Ella da las gracias por lodo, gracia
por el restaurante, gracias por la veladagracias por el fin de semana, gracias poel amor, gracias cuando l la llama
gracias cuando se preocupa por cmest.
Concede su cuerpo, una parte de s
iempo, su presencia algo lejana, sabe qul da y que ella no suelta nada, nadesencial.
El se levant con precaucin para n
despertarla, se dirigi en la oscuridahasta el cuarto de bao. Una vez dentrosac la mano para encender la luz y cerr
a puerta.
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Hace un rato, cuando volvieron de lcena, mientras se desnudaba, ella le hab
preguntado:Qu es lo que necesitas?
Qu necesitas, qu te falta, que tgustara, en qu sueas? Por una especide ceguera provisional o irrevocabl
obcecacin, plantea a menudo esapreguntas. Ese tipo de preguntas. Con ecandor de sus veintiocho aos. Esa nocheestuvo a punto de responderle:
Agarrarme a la barandilla debalcn y gritar hasta quedarme sin alientocrees que es posible?
Pero se haba callado.
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Han pasado el fin de semana eHonfleur. Han caminado por la playapaseado por la ciudad, l le ha regaladun vestido y unas sandalias, han tomadalgo, cenado en el restaurante, hapermanecido echados, las cortina
cerradas, entre los efluvios mezclados dperfume y de sexo. Regresarn maanpor la maana a primera hora, l la dejar
delante de su casa, llamar a la baseempezar su jornada sin pasar por casa, lvoz de Rosa le indicar una primerdireccin, al volante de su Clio ir
visitar a un primer paciente, despus a usegundo, se ahogar como cada da en unmarea de sntomas y de soledad, s
hundir en la ciudad gris y pegajosa.
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Fines de semana como ste, ya hvivido otros.
Parntesis que ella le concede, lejode Pars y lejos de todo, cada vez menos menudo.
Basta con mirarles cuando ella camina su lado sin rozarle ni tocarle nuncabasta con observarles en el restaurante
en cualquier terraza de caf, y esdistancia que les separa, basta con verledesde lo alto, al borde de cualquiepiscina, sus cuerpos paralelos, esa
caricias que ella no le devuelve y a laque ha renunciado. Basta con verles aquo all, en Toulouse, Barcelona o en Pars
en cualquier ciudad, l tropezando con la
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baldosas y perdiendo pie en el bordillo das aceras, en desequilibrio, cogido e
falta.
Porque ella dice: Mira que ereorpe.
Entonces 61 querra decirle que no
Querra decirle: Antes de conocerte yera un guila, un ave rapaz, antes dconocerte volaba por encima de la
calles, sin golpearme con nada, antes dconocerte yo era fuerte.
Est a las cuatro de la maanencerrado en el cuarto de bao de un hotecomo un gilipollas porque no consigudormirse. No consigue dormirse porque l
quiere y a ella le da igual.
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Ella, sin embargo entregada, en loscuridad de la habitacin.
Ella, a la que puede tomar, acariciar
amer, ella, a la que puede penetrar dpie, sentada, arrodillada, ella, que le dsu boca, sus senos, sus nalgas, que no l
pone ningn lmite, que se traga todo sesperma.
Pero fuera de una cama, Lila se l
escapa, desaparece. Fuera de una camella no le besa, no le pasa la mano por lespalda, no acaricia sus mejillas, apenae mira.
Fuera de una cama, l no tiene cuerpoO bien un cuerpo del que ella no perciba materia. Ella ignora su piel.
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Huele un par de frascos colocadosobre el lavabo, leche hidratante, champgel de ducha, dispuestos en una cesta dmimbre. Se moja la cara, se seca con loalla que est doblada sobre el radiador
Echa cuentas de los momentos pasado
con ella, desde que la conoci, lrecuerda todo, desde el da en el que Lile cogi de la mano, a la salida de u
caf, una tarde de invierno en la que l nhaba podido entrar en su casa.No intent luchar, ni siquiera a
principio, se dej llevar. Lo recuerd
odo y todo concuerda, sigue la mismdireccin. Si lo piensa, el comportamientde Lila indica mejor que cualquie
palabra su ausencia de impulso, su form
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de estar ah sin estar, su posicin dfigurante, salvo quizs una o dos veces eas que l crey, lo que dura una noche
que algo era posible, ms all de esnecesidad oscura que ella tena de l.
No es eso lo que ella le haba dicho
esa noche u otra?: Te necesito. Puedeentender eso, Thibault, sin que ellsuponga un juramento de fidelidad o alg
ipo de dependencia?.Le haba cogido del brazo y habrepetido: Te necesito.
Ahora ella le agradece que est allEn la espera de algo mejor.
No tiene miedo de perderle, d
decepcionarle, de disgustarle, no tien
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miedo de nada: le da igual.Y contra eso, l no puede hacer nada.Tiene que dejarla, listo tiene qu
erminar.Ha vivido lo suficiente como par
saber que esto no tiene vuelta atrs. Lil
no est programada para enamorarse dl. Esas cosas estn inscritas en el fondde la gente como datos en la memori
nalterable de un ordenador. Lila no lreconoce en el sentido informtico dermino, exactamente igual que alguno
ordenadores no pueden leer un document
o abrir ciertos discos. El no entra en suparmetros. En su configuracin.
Haga lo que haga, diga lo que diga
ntente lo que intente imaginar.
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l es demasiado sensible, demasiadepidrmico, se implica demasiado, edemasiado afectivo. No esuficientemente lejano, no lsuficientemente distinguido, no lsuficientemente misterioso.
El no es suficiente.La suerte est echada. Ha vivido l
suficiente como para saber que hay qu
pasar a otra cosa, ponerle trmino, salide all.
La dejar maana por la maanacuando suene el telfono pardespertarles.
El lunes 20 de mayo le parece un
buena fecha, algo que suena redondo.
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Pero todava esa noche, como cadnoche desde hace un ao, se dice que no va a conseguir.
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D urante mucho tiempo Mathilde hbuscado el punto de partida, el principiodonde empez todo, el primer indicio, eprimer fallo. Retomaba el orden inversoetapa por etapa, volva atrs, intentabentender. Cmo haba pasado, cmo hab
comenzado. Cada vez, llegaba al mismpunto, a la misma fecha: esa presentacidel estudio, un lunes por la maana,
finales del mes de septiembre.Al principio del todo, est esreunin, tan absurdo como pueda parecerAntes de eso, no hay nada. Antes de eso
odo era normal, segua su curso. Antes deso, ella era adjunta al director dMarketing de la principal filial d
nutricin y salud de un grupo de producto
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alimentarios internacional. Desde hacms de ocho aos. Coma con sucompaeros, iba al gimnasio dos vece
por semana, no tomaba somnferos, nloraba en el metro ni en el supermercado
no tardaba tres minutos en responder a la
preguntas de sus hijos. Iba a su trabajcomo todo el mundo, sin vomitar la mitade los das al bajar del tren.
Basta con eso, con una reunin, parque todo se tambalee?
Ese da, Jacques y ella reciban a uclebre instituto, que vena a presentarleos resultados de un estudio sobre usos
actitudes en materia de consumo d
productos dietticos que ellos haba
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encargado dos meses antes. Lmetodologa haba sido objeto dnumerosos debates internos, en particula
el apartado de perspectivas, del qudependa la decisin sobre importantenversiones. Haban optado finalmente po
dos aproximaciones complementariascualitativa y cuantitativa, que habaconfiado al mismo contratista. En lugar d
designar un responsable del equipo parencargarse del informe, Mathilde habpreferido hacerse cargo ella misma. Era primera vez que trabajaban con es
nstituto, cuyos mtodos de investigacieran relativamente nuevos. Haba asistida las reuniones de grupo, se hab
desplazado para escuchar las entrevista
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personalmente, haba analizado ellmisma la puesta en marcha decuestionario on line, haba pedido, ante
de realizar la sntesis, la realizacin danlisis cruzados. Estaba satisfecha con lforma en la que se haban desarrollado la
cosas, haba mantenido informado Jacques, como haca siempre qurabajaban con un nuevo socio. Se hab
fijado una primera fecha de entregadespus una segunda, y en el ltimmomento Jacques haba retrasado las doalegando que estaba desbordado. E
quera estar presente. El monto depresupuesto justificaba, en s mismo, spresencia.
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El da de la presentacin, Mathildhaba llegado con antelacin para abrir lsala, verificar que el proyector funcionab
y que la bandeja dlos cafs estabpreparada. El director del instituto venen persona a presentar los resultados. Po
su lado, Mathilde haba invitado aconjunto del equipo, los cuatro jefes dproducto, los dos responsables d
estudios y el estadstico.Se haban sentado en torno a la mesaMathilde haba intercambiado algunapalabras con el director del instituto
Jacques se retrasaba, Jacques se retrasabsiempre. Haba entrado por fin en la salasin disculparse, con aspecto cansado y u
afeitado superficial. Mathilde llevaba u
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raje sastre oscuro y esa blusa de seda quanto le gusta, recuerda aquello co
extraa precisin, recuerda tambin l
forma en que el hombre estaba vestido, ecolor de su camisa, el anillo que llevaben el meique, el bolgrafo que sobresal
del bolsillo de su chaqueta, como si lodetalles ms insignificantes hubiesequedado grabados en su memoria, si
saberlo, antes de que ella cobrasconciencia de la importancia de esmomento, de lo que iba a ocurrir, qunada podra reparar. Tras la
presentaciones de rigor, el director denstituto haba comenzado su exposicin
Dominaba perfectamente el tema, no s
haba limitado a repasar media hora ante
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un informe realizado por otros, comsuceda a menudo. Haba comentado lproyeccin sin ninguna nota, con u
enguaje de claridad excepcional. Ehombre era brillante y carismtico. Algonaudito. Emanaba de l una especie d
conviccin que forzaba a prestarlatencin, lo haba notado enseguida, poa calidad de la escucha que le hab
concedido el equipo y la ausencia dcomentarios al margen que generalmentparasitaban este tipo de reuniones.
Mathilde haba mirado las manos d
ese hombre, lo recuerda, los gestoamplios que acompaaban su discurso. Shaba preguntado de dnde vena es
igero acento, apenas perceptible, esa not
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singular que no consegua identificarHaba comprendido i n mediatamente quaquel hombre molestaba a Jaiques, si
duda porque era ms joven, ms alto, peran buen orador como l. Habanotad
enseguida que jacques se pona tenso.
En medio de la exposicin, Jacquehaba empezado a mostrar algunos signode impaciencia, ostentosos suspiros y s
s pronunciados en voz alta, destinadosupuestamente a subrayar la lentitud o lredundancia del argumento. Despus shaba puesto a mirar el reloj de tal form
que nadie pudo ignorar su impaciencia. Eequipo haba permanecido impasibleodos conocan sus cambios de humor
Ms tarde, cuando el director presentab
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os resultados del estudio cuantitativoJacques se haba extraado de que ssignificadvidad no figurara en los grfico
proyectados. Con cortesa algo afectadael director le haba respondido que slhaban sido presentados los resultado
cuya signi-ficatividad era superior a95%. Al final de la presentacin, comoresponsable del estudio, haba tomado l
palabra para agradecer el trabajrealizado. Jacques deba decir unapalabras. Ella se haba vuelto hacia lhaban cruzado sus miradas y hab
comprendido inmediatamente que Jacqueno agradecera nada. En otro tiempo, l lhaba enseado la importancia d
establecer relaciones de confianza
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respeto mutuo con los proveedoreexternos.
Mathilde haba planteado las primera
preguntas, sealando ciertos detallesantes de abrir el debate.
Jacques haba tomado la palabra e
ltimo lugar, los labios apretados, con lextrema seguridad que ella conoca tabien y, una por una, haba desmontado la
recomendaciones del estudio. No pona eduda la fiabilidad de los resultados, sinas conclusiones que el instituto hab
extrado de ellos. Era hbil. Jacque
conoca perfectamente el mercado, ldentidad de las marcas, la historia de l
empresa. Sin embargo, estab
equivocado.
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Mathilde tena por costumbre estar dacuerdo con l. Primero porqucompartan cierto nmero dconvicciones, despus porque le habparecido que, desde los primeros mesede trabajo en comn, estar de acuerdo co
Jacques era una posicin ms cmoda y a vez ms eficaz. No serva de nad
enfrentarse a l. De hecho, Mathild
consegua siempre explicar sus razonessus propias elecciones, y a veces hacerlcambiar de opinin. Pero esta vez lactitud de Jacques le haba parecido ta
njusta que no pudo evitar retomar lpalabra. Bajo el paraguas de la hiptesissin contradecirle directamente, hab
explicado en qu le pareca que la
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orientaciones propuestas, en vista de levolucin del mercado y de otros estudioefectuados en el seno del grupo, mereca
ser estudiadas.
Jacques la haba mirado un largo rato
En sus ojos, ella no haba ledo otra cosque extraeza.
No haba vuelto sobre el tema.
Por eso haba concluido que l shaba rendido a sus argumentos. Habacompaado al director del instituto hastel ascensor.
No haba pasado nada.Nada importante.
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Haba necesitado varias semanas parvolver a esa escena, para rememorarla esu totalidad, darse cuenta de hasta qupunto cada detalle permaneca presente esu memoria, las manos del hombre, esmechn de pelo que barra su frent
cuando se inclinaba, el rostro de Jacqueso que haba dicho, lo que haba quedad
en el silencio, los ltimos minutos de l
reunin, la forma en la que el hombre lhaba sonredo, su expresin dreconocimiento, la forma en que l habrecogido sus cosas, sin prisas. Jacque
haba abandonado la sala sin despedirsde l.
Ms tarde, Mathilde haba preguntad
a ric qu pensaba de la forma en que s
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haban desarrollado los acontecimientoshaba sido hiriente, descorts, se habpasado de la raya? En voz baja, ric l
haba respondido que ese da ella habactuado como ninguno de ellos habosado hacer, y que estaba bien.
Mathilde haba vuelto a esa escenporque la actitud de Jacques hacia ella s
haba modificado, porque ya nada fucomo antes despus de aquello, porqufue entonces cuando comenz un procesde destruccin al que le llevara meseponerle nombre.
Pero cada vez volva a la mismpregunta: es que aquello bastaba par
que todo se tambaleara?
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Es que aquello bastaba para que svida entera fuera tragada por un combatabsurdo e invisible, perdido de antemano
Si le haba costado tanto tiempadmitir lo que pasaba, el engranaje en e
que haban entrado, era porque Jacqueshasta ese momento, siempre la habapoyado. Trabajaban juntos desde e
principio, defendan posiciones comunescompartiendo la misma audacia, ciertgusto por el riesgo y el mismo rechazo ceder a lo fcil. Ella conoca mejor qunadie sus entonaciones, el lenguaje de sugestos, su risa defensiva, la postura quadoptaba cuando estaba en posicin d
fuerza, su incapacidad para la renuncia
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sus disgustos, sus enfados y suenternecimientos. Jacques tena lreputacin de tener un carcter difcil. Se saba exigente, sin matices, y en mucha
ocasiones tajante. Los dems le teman, sera posible preferan dirigirse a ella ante
que a l, pero reconocan su competenciaCuando Jacques la haba contratado, elllevaba tres aos sin trabajar. La hab
elegido entre varios candidatoseleccionados por la direccin dRecursos Humanos. Era madre de trehijos y viva sola; situacin que, hast
entonces, le haba valido varios rechazosElla tena una deuda con l. Habempezado a participar en la realizaci
del plan de marketing, en las grande
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decisiones relativas a la elaboracin dgrupos de productos de cada marca, aseguimiento de la competencia. Poco
poco, empez a escribir sus discursos y encargarse de la gestin directa de uequipo de siete personas.
Ese da, al final del mes dseptiembre, en un lapso de diez minutos
algo se haba enturbiado. Algo se habnterpuesto en la organizacin precisaproductiva que rega sus relaciones, algque ella no haba visto ni odo. Habcomenzado aquella misma tarde, cuandJacques se haba extraado en voz altadelante de varias personas, de verla parti
a las seis y media, pareciendo olvidar la
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numerosas veladas que ella habsacrificado a la empresa para preparasus presentaciones del grupo y las hora
pasadas en su casa terminando informes.De esa forma se haba puesto e
marcha otro mecanismo, silencioso
nflexible, que no se detendra hastaplastarla.
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P rimero Jacques haba decidido que lominutos que le dedicaba cada maanpara repasar las prioridades y los asuntoen curso constituan una prdida diempo. Ella debera arreglrselas sola,
preguntarle slo en caso de necesidad
Asimismo, haba dejado de ir a verla a sdespacho al final de la jornada, un rituanstaurado desde haca aos, una cort
pausa antes de volver a casa. Copretextos ms o menos plausibles, habevitado toda ocasin de comer con ella
unca ms la volvi a consultar sobre un
decisin, haba dejado de importarle sopinin, nunca haba vuelto a recurrir ella de ninguna forma.
Al contrario, a partir del lune
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siguiente haba comenzado a presentarsen la reunin de planificacin que elldiriga cada semana con el equipo a
completo, a la que no asista desde hacmucho tiempo. Se haba sentado al otrado de la mesa, en posicin d
observador, sin decir una palabra parustificar su presencia, los brazo
cruzados, el cuerpo apoyado en la silla. Y
despus se haba quedado mirndolaDesde la primera vez, Mathilde se habsentido molesta, porque esa mirada no eruna mirada de confianza, sino una mirad
que la juzgaba, que buscaba el error.Despus Jacques haba reclamado un
copia de ciertos documentos, se le hab
metido en la cabeza supervisar l mism
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el trabajo de los responsables de estudioy de los jefes de producto, releer lonformes y aprobar la asignacin d
recursos a los distintos proyectosSeguidamente, en varias ocasiones, habempezado a contradecirla delante de
equipo, con cara de estar reprimiendo unvaga irritacin o con aspecto francamentexasperado; despus ante otras personas
durante las frecuentes reuniones quenan lugar con las diferentes direccionede la empresa.
Despus se haba dedicado
cuestionar sistemticamente sudecisiones, pedir precisiones, reclamapruebas, justificaciones, argumento
basados en cifras, emitir dudas
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recriminaciones.Despus empez a acudir todos lo
unes a la planificacin del equipo.
Despus decidi dirigirla l mismo,por tanto ella podra dedicarse a otrcosa.
Ella pens que Jacques volvera entrar en razn. Que renunciara a sclera, que dejara que las cosa
volvieran a su curso.Aquello no poda cambiar tantoestropearse as, por nada. No tensentido.
Haba intentado no modificar spropia actitud, llevar a cabo los proyectoque se le haban confiado, mantener la
relaciones con el equipo a pesar de
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sentimiento de malestar que se habasentado y que no dejaba de aumentarHaba confiado tiempo, el tiemp
necesario para que Jacques pasara pginaNo haba reaccionado a ninguno d
sus ataques; a las reflexiones irnica
sobre sus zapatos o su abrigo nuevocomentarios descorteses sobre la fecha dsus vacaciones de Navidad o la repentin
legibilidad de su letra, haba respondidcon un silencio paciente, indulgente.Haba respondido con la confianz
que ella tena en l.
Todo aquello, quizs, no tena nadaque ver con ella. Jacques atravesaba uperiodo difcil, senta la necesidad d
marcar su territorio, de retomar lo
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nformes que le haba delegado desdhaca tanto tiempo. Se haba imaginadncluso que estaba enfermo, un
enfermedad que mantena en secreto y que devoraba en silencio.
Rechazando traicionarle, no se hab
quejado a nadie. Haba callado.
Pero Jacques haba continuado por e
mismo camino; cada da un poco mmolesto, lejano, brutal.Poco a poco, Mathilde tuvo qu
admitir que, en presencia o no de Jacquesos miembros del departamento ya no s
dirigan a ella de la misma forma, quahora adoptaban ese tono contrito
prestado, en cuanto se acercaba a ellos
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excepto ric, cuya actitud hacia ella nhaba cambiado.
En noviembre, Jacques olvid
nvitarla a la presentacin interna de lcampaa de publicidad que su agenciacababa de realizar para el lanzamient
de un nuevo producto. Se haba enteradde la cita a ltima hora por la secretaride Jacques y se haba presentado en e
ltimo momento en el despacho dedirector de Comunicacin. Haba llamada la puerta, los haba encontrado a los dosentados en el sof de piel, frente a l
pantalla plana. Jacques ni siquiera lmir, el otro la haba saludado de lejos
inguno de ellos se levant ni se movi
para dejarle un sitio. Mathilde se hab
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quedado de pie, con los brazos cruzadosodo el tiempo que haba durado aquello
el tiempo de pasar y repasar las tre
pelculas, comparar las imgenes, la voe n off y el montaje. Ni Jacques ni edirector de Comunicacin le pidieron s
opinin; se comportaron como si ellhubiese entrado sin autorizacin o poerror y no tuviera ninguna razn para esta
all.
Ese da comprendi que la tarea ddestruccin emprendida por Jacques no simitara a su departamento, que hab
empezado a desacreditarla fuera y tenodo el poder para hacerlo.
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Tras ese episodio, durante variasemanas estuvo reclamndole una reuninpor intermediacin de su secretaria o cadvez que se lo cruzaba en un pasillo frente a la mquina de caf. Jacques shaba negado, con tono afable, dejndol
para ms tarde, alegando una semandemasiado cargada.
En noviembre, se haba decidido rrumpir en su despacho sin llamar, hab
cerrado la puerta tras ella y reclamadexplicaciones.
El no saba de qu estaba hablandoDe ningn modo. Todo era perfectamentenormal. l haca su trabajo. Punto. Ell
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estaba bien situada para darse cuenta demonto del presupuesto anual que gestionaba, la cantidad de cosas en la
que intervena o que dependan de l. Nena tiempo que perder con sus estado
de nimo. Tena cosas mejores que hacer
Su deber era controlar, verificar, tomaas decisiones correctas. Ella er
complicada. Ella lo complicaba todo
Qu mosca la haba picado? Tena algoque reprocharle? Sin duda necesitaba unavacaciones, el ao haba sido difcil, ernormal que
estuviese agotada. De hecho tena uaspecto tenso. Estaba cansada. Nadie erndispensable, ella lo saba bien, no ten
ms que cogerse unos das, lo vera tod
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ms claro.Recordaba su voz, una vo
desconocida para ella, en la que l
costaba contener el tono de odio, una voque no dejaba lugar para una vuelta a lnormalidad. Una voz que la condenaba.
A partir de ese da Jacques dej ddirigirle la palabra.
Mathilde no se haba ido dvacaciones. Se haba quedado en edespacho cada vez hasta ms tarde, habempezado a trabajar los fines de semanaSe haba comportado exactamente como sse sintiese culpable, como si tuviese qu
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reparar una falta grave o demostrar algoHaba empezado a sentirse cansada, eefecto, incluso agotada, le pareca qu
rabajaba ms despacio que antes, dforma menos eficaz. Poco a poco, habdo perdiendo su soltura, su seguridad. E
varias ocasiones Jacques haba anuladalgunas salidas previstas con ella, shaba ido solo o la haba reemplazado e
el ltimo momento por otra personaHaba dejado de informarla de sureuniones con la Direccin General, habempezado a olvidar pasarle documentos
nvitarla a las reuniones, mandarle copide correos importantes. Habaprovechado su ausencia para dejar sobr
su mesa informes repletos de consigna
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legibles garabateadas enpost-it, y poltimo decidi comunicarse con ellexclusivamente a travs de la mensajer
nterna.
A eso se haban aadido un sinfn d
detalles insignificantes, sin importanciaque ella apenas poda describir, que nohaba sabido contar. La forma en que l
miraba cuando se cruzaban, la forma eque no la miraba en presencia de otros, lforma en que la adelantaba parprecederla, la forma en que se sentabfrente a ella para observarla, y el modo eque cerraba cuidadosamente la puerta dsu despacho con llave cuando se iba ante
que ella.
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Un sinfn de detalles insidiososridculos, que haban ido aislndola da da, porque no haba sabido medir l
mportancia de lo que estaba pasandoporque no haba querido dar la voz dalarma. Una suma de pequeas cosas cuy
acumulacin le haba quitado el sueo.
En el transcurso de unas semanas
Jacques se haba convertido en otrpersona, en alguien que ella no conoca.
Ella es capaz, hoy, de definir lo qupasa. Porque se ha pasado noches enterapensando, porque ha revisado todcentenares ele veces. Es capa/ d
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dentificar las diferentes etapas, desde enicio hasta sus ltimas consecuencias.
Pero es demasiado tarde.
l quiere acabar con ella.
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E l da penetraba por las cortinaentreabiertas. Thibault se sent en eborde de la cama, con el cuerpo vuelthacia la habitacin. Durante unos minutoobserv a Lila dormir, su peloalborotado, sus manos abiertas, su cuerp
elevndose al ritmo de la respiracin. Edespertador no haba sonado an. Lila nse haba movido. O bien haba vuelto
esa posicin tranquila, abierta, que haba observado unas horas antes.El no haba pegado ojo. Se hab
pasado el resto de la noche dando vueltas
con esa sensacin de vaco agarrada aestmago. No eran iguales. Ni en el sueni en el amor.
La larga cadena de plata descend
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entre sus senos, despus, por el peso decolgante, se desviaba hacia la izquierdael pesado cristal caa entre las sbanas
Lila conservaba esa joya ele otrrelacin, y no evocaba su valor sino copalabras oscuras. Thibault se acerc a s
hombro, y despus a su cuello, inspirprofundamente. Por ltima vez: el olor dsu piel, el resto tenaz de su perfume. E
rostro de Lila estaba plano, tranquiloslo l le conoca esa expresin cuanddorma. Tendi la boca hacia la suya, loms cerca posible, sin rozarla.
Le asalt la duda. Y si se habequivocado, desde el principio? Y sslo era una cuestin de ritmo, d
enguaje? Quizs ella necesitaba tiempo
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Quizs le amaba en silencio, con esdistancia que slo ceda a golpes, quizsa era su forma de amar, la nica de l
que era capaz. Quizs no haba otrprueba que aqulla: sus cuerpos y sualientos en sincrona.
Son el despertador. Eran las seisLila abri los ojos, sonri. Durante unosegundos, l dej de respirar.
Todava tumbada boca arriba, empeza acariciarle el sexo, el glande, con lpunta de los dedos, muy suavementemirndole a los ojos. Su sexo s
endureci rpidamente, l le acarici lmejilla con la mano derecha, se levantse encerr en el cuarto de bao. Cuand
volvi a entrar en la habitacin, Lil
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estaba vestida y haba metiddesordenadamente sus cosas en el bolsoQuera maquillarse antes de salir, l baj
a pagar la cuenta, se instal en el cochecon las ventanas abiertas, y se repiti quba a conseguirlo.
Record esa maana de noviembre eque la haba esperado en vano delante d
a parada de taxis. Esos minutos quhaban precedido a su llamada, las veintveces que haba mirado el reloj, snombre por fin en la pantalla del mvilas palabras que ella ni siquiera s
molest en pronunciar. Iban a pasar el fide semana en Praga, l lo haba reservad
odo.
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Record otra vez una de esas nocheen que perciba lo lejos que estaba ellarefugiada en uno de esos territoriontimos a los que l no tena acceso, cm
l podra no haber estado all sin que par
ella, al otro lado de la cama, hubiescambiado nada. Se haba vuelto a vestien silencio. En el momento en el que s
pona los zapatos, ella haba abierto loojos. l haba dado una explicacin. Nconsegua dormirse, se iba a su casa, nmportaba, de hecho nada importaba, en e
fondo. Ella haba hecho una mueca. En emomento de marcharse, l haba cogido srostro entre las manos, la haba mirado
haba dicho: Te quiero, Lila, estoy
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enamorado de ti.Ella se haba sobresaltado
exactamente como si le hubieran dado uguantazo, y haba gritado: Ah, no!.
Ese da haba comprendido quizs qu
nada podra vivir ni crecer entre ellosnada podra extenderse y profundizar, que permanecan all, inmviles, en l
blanda superficie de las relacioneextinguidas. Ese da se dijo que quizs uda tendra fuerzas para marcharse y nvolver jams.
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C omo cada da desde hace semanas, edespertador suena cuando Mathildapenas acaba de dormirse. Se estira bajas sbanas.
Eso es lo peor cada nueva maana: enstante de pavor, estar tumbada en l
cama y recordar lo que le espera.Los lunes, los gemelos empiezan la
clases a las ocho, no puede retrasarse
Mathilde se levanta. Su cuerpo estagotado. Agotado incluso antes dempezar. Su cuerpo ya no se recuperaest vaco de materia, de energa, s
cuerpo se ha transformado en un pesmuerto.
Enciende la luz, alisa la sbana con l
palma de la mano, tira del edredn por la
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cuatro esquinas. Sus gestos se le antojaentos, torpes, como si tuviera que pensa
en cada uno de sus movimientos para qu
se produjesen cu el lugar adecuado, cu emomento adecuado. Sin embargo, cincdas a la semana, consigue ponerse de pie
dirigirse al cuarto de bao, meterse en lbaera y cerrar la cortina tras ella. Sdemora bajo el agua tibia. A menudo, en
ese bienestar que le procura la duchaencuentra las sensaciones de antaocuando su vida flua como el agua, cuandse senta contenta de ir a trabajar, cuando
no tena otra preocupacin que la delegir el traje sastre o los zapatos que iba ponerse.
Se abandona a la memoria del cuerpo
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Ese tiempo le parece lejano, pasado.Ahora dara lo que fuera por pode
cerrar los ojos, dejar de pensar, dejar d
saber, escapar de lo que la espera.Cuntas veces hubiese desead
enfermar, gravemente? Cuntos sntomas
sndromes, insuficiencias ha imaginadpara obtener el derecho a quedarse ecasa, el derecho a decir ya no pued
ms? Cuntas veces ha pensado en irscon sus hijos, sin nada ante ella, sin dejadireccin, enfilar la carretera con el saldde su cartilla de ahorros como nic
equipaje? Salir de su trayectoriacomenzar una nueva vida, en otra parte.
Cuntas veces ha pensado que s
podra morir de algo parecido a lo qu
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est viviendo, morir de tener qusobrevivir diez horas diarias en un medihostil?
Se seca con una toalla, percibe unmancha oscura en la parte trasera de l
pantorrilla izquierda. Se agacha, descubruna quemadura, de tres o cuatrcentmetros, profunda. Levanta la cabeza
Reflexiona. Ayer por la noche estabahelada, puso a calentar agua para llenauna bolsa de agua caliente, la meti dentrde la cama antes de acostarse. Debi ddormirse as, con la piel pegada a lgoma. Se pro-dujo una quemadura dercer grado sin darse cuenta. Vuelve
mirar la herida supurante, no acaba d
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crerselo. Hace dos meses se rompi lmueca al caerse en la escalera del metroSe resign a hacerse una radiografa a
cabo de una semana, porque ya no podrcoger ni sujetar nada. El interino dguardia, con la radiografa levantada ant
l, le haba echado un sermn. Por suerta fractura no se haba desplazado. Par
probar si estn cocidos los espaguetis
as judas verdes, mete las manos en eagua hirviendo, con un gesto rpido, sisentir nada. Parece como si estuvierdesarrollando una especie de resistenci
al dolor. Se est endureciendo. Lo notcuando se observa en el espejo. Ve cmosus rasgos se han vuelto ms afilados. Ha
algo cerrado, extremadamente tenso, qu
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no consigue relajar.Mathilde busca en el botiqun la caj
de vendas, elige el modelo ms grande
se lo aplica en la piel. Son la siete y diey tiene que ponerse en marcha. Preparar edesayuno, coger el metro y el cercanas, i
a su trabajo.Debe ponerse en marcha porque viv
sola con tres hijos, porque cuentan co
ella para que les despierte por la maany les espere por la tarde cuando vuelvedel colegio.
Cuando se vino a vivir a este pisoij, pint, mont las estanteras y laiteras, se enfrent a todo. Encontr
rabajo, llev a sus hijos al dentista,
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clases de guitarra, a baloncesto y a judo.Sigui en pie.
Hoy ya son mayores y est orgullosde ellos, de lo que ha construido, de esslote de paz cuyas paredes est
cubiertas de dibujos y de fotos, colgadsobre un bulevar. Ese islote en el qusupo hacer entrar la alegra, adond
volvi la alegra. Aqu, los cuatro haredo, cantado, jugado, han inventadpalabras y cuentos, fabricado algo que loune, que los agrupa. Ella ha pensado menudo que haba transmitido a sus hijouna forma de jbilo, una aptitud para lalegra. A menudo pens que no haba
nada ms importante que ofrecerles s
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risa, por encima del infinito desorden demundo.
Ahora es diferente. Ahora estrritable, cansada, hace esfuerzo
sobrehumanos para mantener un
conversacin de ms de cinco minutospara interesarse en lo que le cuentan; veces se echa a llorar sin razn alguna
cuando est sola en la cocina, cuando leve dormir, cuando se acuesta en silencioAhora se siente mareada desde que ponun pie en el suelo, garabatea en cuadernoo que debe hacer, pega en los espejonstrucciones tiles, fechas, citas. Para n
olvidar.
Ahora son sus hijos los que l
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protegen y sabe que no est bien. ThoMaxime ordenan su habitacin sin quella se lo pida, ponen la mesa, se duchanse ponen el pijama, los deberes esthechos antes de que vuelva y las carteraestn listas para el da siguiente. Cuand
sale con sus amigos el sbado por larde, Simon la llama para decirle dnd
est, le pregunta si no la molesta, s
necesita que vuelva antes para ocuparsde los gemelos, si quiere salir a pasear urato, ver a los amigos o ir al cine. Lobservan sin cesar, los tres, atentos a
ono de su voz, a sus estados de nimo, a duda de sus gestos, se preocupan po
ella, se da perfecta cuenta, le pregunta
cmo est varias veces al da. Ella le
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cont al principio. Les dijo que tenproblemas en el trabajo, que ya spasara. Despus intent contarles
explicarles la situacin, la forma en quse dej atrapar, poco a poco, y lo difcique era ahora salir. Desde lo alto de su
catorce aos, Simon quiso ir a partirle lcara a Jacques, a pincharle las ruedas decoche. Reclamaba venganza. Eso la hab
hecho sonrer, en ese momento, esrebelin de adolescente contra lnjusticia sufrida por su madre. Per
pueden realmente entenderlo? Ignoran l
que es la empresa, su aspecto confinadosus mezquindades, sus conversaciones evoz baja, ignoran el ruido de la mquin
de bebidas, el del ascensor, el color gri
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de la moqueta, las amabilidadesuperficiales y los rencores mudos, loncidentes fronterizos y las guerras d
erritorio, los secretos de alcoba y lanotas transmitidas, incluso para Simon erabajo sigue siendo algo abstracto. Y
cuando intenta traducrselo a un lenguajque puedan entender mi jefe, la seorque dirige el personal, el seor que s
ocupa de los anuncios, el gran graefe le parece estar contndoles lhistoria de unos pitufos brbaros que sdestrozan en silencio en una zona retirad
del mundo.
No habla de ello. Ni siquiera con su
amigos.
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Al principio intent describir lamiradas, los retrasos, los pretextosntent contar los silencios culpables, la
sospechas, las insinuaciones. Laestrategias para evitarla. Esa acumulacide pequeas vejaciones, de humillacione
soterradas, de hechos minsculos. Intentcontar el engranaje, cmo haba llegado esa situacin. Cada vez la ancdota l
pareca ridicula, irrisoria. En cadocasin se haba interrumpido en mitad duna frase.
Conclua con un gesto vago, como s
aquello no la impidiese dormir, no lestuviese royendo poco a poco, como sodo eso en el fondo no tuviese ningun
mportancia.
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Debera haberlo contado.Desde el principio. Desde el principi
del todo.Cuando Jacques comenz a declarar
desde por la maana temprano, con es
ono solcito que tan bien dominabaTiene usted mala cara. Una primervez, despus otra, con algunos das d
ntervalo. La tercera haba utilizado lpalabrapinta: Tiene usted mala pintaCon expresin vagamente inquieta.
Y el odio contenido en esa palabr
que ella no haba querido escuchar.Hubiera debido contarlo aquella ve
que, aislados en el extremo de una zon
ndustrial, la haba dejado esperand
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cuarenta y cinco minutos, el tiempo de ia buscar el coche, cuando eaparcamiento estaba slo a dosciento
metros.Hubiera debido contar las cita
anuladas en el ltimo minuto, la
reuniones cambiadas sin informarla, losuspiros de exasperacin, los comentariohirientes disfrazados de humor, y la
lamadas que ya no contesta, aunque sabque l est en su despacho.Olvidos, errores, molestias que
aislados los unos de los otros, forma
parte del desarrollo normal de un trabajoncidentes sin importancia cuy
acumulacin, sin brillo, sin estruendo
haba terminado por destruirla.
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Crey que podra resistir.Crey que podra hacerles frente.
Se acostumbr, poco a poco, sin darscuenta. Termin por olvidar la situacinanterior, y el contenido mismo de su
puesto; termin por olvidar que trabajabdiez horas al da sin levantar la cabeza.
No saba que las cosas poda
cambiar de ese modo, sin posible vueltatrs.No saba que una empresa pod
olerar tal grado de violencia, aunqu
fuera tan silenciosa. Admitir en su senoese tumor exponencial. Sin reaccionar, sintentar ponerle remedio.
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Mathilde piensa a menudo en el juegde romperlo todo que tanto les gusta os chicos. Esas latas vacas presenteodos los aos en las fiestas del colegio
se apunta a la base, y todas se derrumban
Pero cuando piensa en ello, por lanoches, tumbada en su cama o sumergiden el agua abrasadora de la baera, sab
muy bien por qu calla.Mantiene silencio porque sientvergenza.
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M athilde abre el armario empotradocoge unas bragas, un pantaln y una blusaEn la habitacin de al lado, la radio dSimon se ha puesto en marcha. Unominutos ms tarde, llama a su puerta, lpropone despertar a los gemelos
Mathilde echa un vistazo al reloj, tieniempo. Entra en la cocina, se detiene unstante para pensarse los gestos que deb
hacer, el orden en que deben realizarseo enciende el viejo transistor. Sconcentra. Tho y Maxime surgen traella, le saltan al cuello para besarla. Su
cuerpos conservan el calor de la nocheacaricia su rostro arrugado por el sueorespira su olor. En los pliegues de su
cuellos, durante un corto instante, l
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disposicin de su propia vida le parecsimple. Su lugar est all, cerca de ellosLo dems no tiene importancia. Llamar
al mdico, le har venir a casa, lexplicar. l la examinar y constatarque su cuerpo ya no tiene fuerzas, que n
e queda nada, ni un tomo, ni una onda denerga. Cuando se vaya permaneceracostada hasta el medioda y despus s
evantar, saldr a hacer algunas compraso bien pasar la tarde fuera, se llenar deruido de los dems, de sus colores, de smovimiento. Preparar una comida de la
que vuelven locos a sus hijos, una comidde un solo color en la que los platoempiecen todos por la misma slaba
pondr la mesa para que quede bonita
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esperar su vuelta yVa a llamar al mdico. En cuanto se
vayan los chicos.
En la cabecera de la mesa, medisentado, Tho empieza a hablar. Siempr
ha sido el ms locuaz, se sabe docenas dchistes, de historias alegres, tristes absurdas, de historias de miedo. Reclam
silencio. Esa maana, cuenta a suhermanos un programa sobre los rcordd e lLibro Guinness que vio hace unodas en casa de un amigo. Mathildescucha, al principio distrada; leobserva a los tres, son tan guapos Thy Maxime tienen diez aos, cultivan su
diferencias; Simon ya es ms alto qu
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ella, tiene los hombros de su padre, esmisma forma de sentarse en el borde de lsilla, en desequilibrio. Sus risas l
devuelven a la conversacin. Se trata dun hombre que tiene el rcord de abrisujetadores en un minuto con una sol
mano. Despus de otro que, en el mismiempo, consigue ponerse y quitars
ochenta veces los calzoncillos.
Cuenta ms proezas!, gritMaxime, completamente excitado. Thprosigue. Hay un hombre que anudrabitos de cereza con la lengua, y otro qu
coge Smarties con palillos. Los otros dose carcajean al unsono. Mathilde lenterrumpe para precisar que no deb
hablarse propiamente de proezas, le
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nvita a pensar sobre la naturaleza de esaacciones: no ven que hay algo dhumillante en quitarse y ponerse lo
calzoncillos docenas de veces para ser ecampen del mundo de su categoraReflexionan y asienten. Y entonces Tho
aade con una expresin seria:S, pero hay un to que cort
pltanos en dos con una sola mano, as, e
seco, con piel y todo; eso s que es unverdadera hazaa, verdad, mam?
Mathilde acaricia la cara de Tho y secha a rer.
Entonces ellos ren tambin, los tresextraados de orla rer.
Desde hace semanas, cuando s
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sientan en torno a la mesa de la cocina a luz del amanecer escrutan el tono de s
voz, buscan en su rostro la sonrisa que y
no tiene, y ella no sabe qu decirles, lparece que sus hijos la miran como a unbomba de relojera.
Pero hoy no.Hoy, 20 de mayo, los tres se han ido
carteras y mochilas a la espalda
confortados, tranquilos.Hoy, 20 de mayo, ella ha comenzadoel da rindose.
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L ila ha dejado el bolso en el maleterodespus se ha sentado a su lado. Antes darrancar, Thibault ha llamado a la baspara avisar de que empezara su guardicon media hora de retraso. Rose ha dichque se las arreglara con los otro
mdicos. La vorgine no haba comenzadan.
Viajaron en silencio. Al cabo de una
hora, Lila se durmi, la cabeza apoyadcontra la ventanilla; un hilillo de salivcaa de su boca hasta el nacimiento decuello.
Pens que la amaba, que amaba toden ella, los fluidos, la materia, el saborPens que nunca haba amado de es
forma, perdiendo siempre, con es
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sentimiento de que nada era aprehensibleque nada poda retenerse.
Al acercarse a Pars, el trfico se hit
ms denso. A pocos kilmetros de laentrada al Bulevar Perifrico, se vierocasi parados. Atrapado detrs de u
camin, revivi cada momento de la cendel da anterior. Se vio a s mismoapoyado sobre la mesa, con el cuerp
echado hacia delante, tendido hacia ellaY a Lila, echada sobre su silla, siempre distancia. Se vio, y vio de qu manera shaba ido hundiendo poco a poco
ntentando responder correctamente a lapreguntas que ella no haba cesado dhacerle, qu buscas?, qu quieres?, qu
necesitas?, cul es tu ideal? Una rfag
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de preguntas para evitar contar algo de smisma, de su propia bsqueda, parreconfortarse en su propio silencio.
l, intentando lucirse, mostrarsdivertido, inteligente, simptico y segurde s mismo.
El, desposedo de su misteriodesnudo.
El: una mosca atrapada dentro de u
vaso.
Haba olvidado hasta qu punto ervulnerable. De eso se trataba el estaenamorado, de ese sentimiento dfragilidad? Ese miedo a perderlo todo cada instante, por un tropiezo, un
respuesta desplazada, una palabr
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equivocada? Se trataba de eso, de lnseguridad de uno mismo, tanto a lo
cuarenta como a los veinte? Y, en ese
caso, haba algo ms lamentable, mvano ?
Frente a su casa, par el motor. Lil
se despert. Se acerc para besarlantrodujo la lengua en su boca. Una ltim
vez. Pos la mano sobre su pecho, abierta
os dedos separados, acarici su piel, eese lugar que tanto le gustaba, y despudijo:
Quiero que dejemos de vernos. Ya
no puedo ms, Lila, no puedo ms. Estocansado.
Sus palabras eran de una banalida
nsoportable. Sus palabras gastadas era
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una ofensa para su dolor. Pero no tenotras.
Lila abri la puerta y sali del coche
Fue hasta la parte trasera para abrir emaletero, se acerc a la ventanilla, ebolso colgado de su hombro, se inclin
hacia l y dijo: Gracias.Despus, tras un silencio: Gracia
por todo.
No haba en su rostro ni dolor nalivio; entr en el edificio sin darse lvuelta.
Lo haba hecho.
Avis a Rose de que se haca cargo da guardia, le dio la primera direccin e
voz alta: fiebre alta, sntomas gripales
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Volvi a llamarle unos minutos ms tardequera saber si poda encargarse desector seis adems del cuatro, que ten
asignado. Frazera se haba roto la muecel da anterior, tena el hueso desplazadoEl encargado no haba encontrado otr
mdico para sustituirle.Thibault acept.
Acaba de aparcar en una plaza dcaiga y descarga, al pie del inmuebldonde se le espera. Mira su telfono, sabo que le depara el da. Sabe que va
pasarse el da pendiente de la pantalla dsu mvil, esperando un mensaje. Antes, lgestin de visitas se haca por radio
Ahora, por razones de confidencialidad
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el servicio de urgencias dispona de urepertorio de telfonos mviles y usistema de nmeros abreviados. Cada veque la base le enve a una nuevdireccin, no podr evitar el esperar quel nombre de Lila aparezca en la pantalla
Durante semanas, ese sonido ser sormento.
Espera que le eche de menos, as, dgolpe. Un vaco vertiginoso que ella npueda ignorar. Espera que al cabo de lahoras sea vencida por la duda, que tomconciencia poco a poco de su ausencia. Lgustara que se diese cuenta de que nuncnadie la amar como l la ama, po
encima de los lmites que ella impone, es
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soledad fundamental que impone a los qua rodean pero que slo evoca en vo
baja.Es ridculo. El es ridculo. Grotesco
Quin se ha credo que es? En virtud dqu superioridad, de qu excepcin?
Lila no volver. Se tomar supalabras al pie de la letra. A estas horassin duda se estar felicitando de es
salida: fcil, suave, servida en bandejaSabe que la gente que ama por encima do que se espera de ella siempre acab
siendo una molestia.
Va a visitar a su primer pacienteAbandonar el perfume de Lila que flota e
el aire. Dejar las ventanilla
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entreabiertas.Hay que retirar la perfusin, l
haba dicho una noche Frazeraespecialista en fracturas, y no slo dmueca. Haban quedado para tomar algdespus de un largo fin de semana en e
que los dos haban estado de guardiaAyudado por la tibia onda que el vodkaexpanda por sus venas, Thibault le hab
hablado de Lila: esa sensacin de abrazaalgo soluble, algo que se convierte epolvo. Esa sensacin de cerrar los brazosobre el vaco: un gesto muerto.
Frazera le haba aconsejado la fugnmediata, la retirada estratgica. Y, cona mirada perdida en su vaso, hab
concluido:
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Hay en cada relacin amorosa unespecie de ferocidad infusa e inagotable.
Thibault est en el coche, al pie de uedificio sin carcter, mira una ltima vea pantalla de su telfono, por si n
hubiese escuchado el bip.
Lo ha hecho. Ha terminad
hacindolo: retirar la perfusin.Lo ha hecho y puede estar orgullos
de s mismo.
Ella sonri. Como si se lo esperaraComo si hubiese tenido todo el tiemppara prepararse.
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Haba dicho: Gracias. Gracias poodo.
Puede alguien estar tan ciego ante ldesesperacin del otro?
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E n el momento en que la puerta se cierrras ella, Mathilde hunde la mano en s
bolso hasta sentir el contacto del metaSiempre tiene miedo de olvidar algo, lalaves, el telfono, el monedero, su abon
de transporte.
Antes no. Antes no senta miedoAntes era ligera, no necesitaba verificarLos objetos no se escapaban a s
atencin, participaban de un movimientde conjunto, un movimiento naturafluido. Antes, los objetos no resbalabade los muebles, no se volcaban, n
suponan un obstculo.No ha llamado. Desde que su mdic
general se jubil, no tiene mdico d
familia. En el momento de marcar e
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nmero que acababa de encontrar enternet, le pareci que aquello no ten
sentido. No est enferma. Est cansada
Como cientos de personas con las que scruza cada da. Entonces, qu derechena? Que pretexto? Hacer venir
alguien que no conoca. No habra sabidqu decirle. Decir simplemente: Npuedo ms. Y cerrar los ojos.
Baja andando. En la escalera se cruzcon el seor Delebarre, su vecino dabajo, que sube a su casa dos veces a lsemana porque los nios hacen demasiadruido. Incluso cuando no estn. El seoDelabarre adopta su expresin extenuad
y la saluda en voz baja. Mathilde no s
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detiene, deja que sus dedos se deslicepor el pasamanos, sus pasos son pesadosobre la alfombra de terciopelo. Hoy n
iene ganas de detenerse unos segundopara hablar con l, para ser amable, parmantener un intercambio. No tiene gana
de recordar que el seor Delebarre eviudo y est solo y enfermo, que no tienotra cosa que hacer que escuchar el ruid
que viene de arriba, multiplicarlo, hastnventrselo, no tiene ganas de imaginarsal seor Delebarre perdido en el silencide su gran piso.
Se conoce. Sabe adonde lleva esoSiempre tiene que inventarse excusas paros dems, explicaciones, motivos d
ndulgencia. Siempre acaba por pensa
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que la gente tiene buenas razones para secomo es. Pero hoy no. No. Hoy le gustarpoder pensar que el seor Delebarre e
diota. Porque estamos a 20 de mayoPorque tiene que pasar algo. Porque estno puede seguir as, el precio e
demasiado alto. El precio por tener unarjeta para fichar, un bono de comedor
un carn de salud, un abono de transport
de tres zonas, el precio por seguir emovimiento.
Mathilde bordea la manzana envuelten el frescor de la maana. A esa hora lacalles parecen lavadas, renovadas; a lejos se escucha un camin de basura
Mathilde mira el reloj, acelera el paso
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sus tacones golpean la acera.
Al entrar en el andn del metro, notnmediatamente una afluencia inhabitua
La gente est de pie, amontonada, a pesade que no traspasan la banda de goma qu
marca el lmite de la zona a la que epeligroso acercarse. Los pocos asientodisponibles estn ocupados, el aire est
cargado de una febrilidad malsanaMathilde levanta la vista 1 lacia lpantalla electrnica: el tiempo de esperde los prximos trenes ha sidreemplazado por dos trazos luminososUna voz femenina invade el andn:Acausa de una avera en la lnea, e
rfico en direccin Mairie de Montreui
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no se desarrolla con normalidad.Cualquiera que utilice habitualment
el transporte pblico comprende a lperfeccin el singular lenguaje de lcompaa, sus sutilezas, su vocabulariosu sintaxis. Mathilde conoce los diferente
casos posibles y su probable repercusien la duracin de su trayecto. Una averen la lnea, unproblema de cambio d
agujas o una regulacin del trficoprovocan un retraso moderado. Mnquietante, un viajero enfermo: signific
que alguien, en alguna parte, en otr
estacin, se ha desmayado, ha tirado de lalarma o bien ha tenido que ser evacuadoU n viajero enfermo puede perturbard
orma considerable el trfico. Mucho m
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nquietante, un accidente grave de uviajero, trmino admitido comnmentpara designar un suicidio: paraliza e
rfico durante varias horas. Hay quevacuar los trozos.
En Pars, cada dos por tres un hombro una mujer se tira al metro. Mathilde ley en un peridico. La compa
mantiene la discrecin en cuanto a lacifras exactas, pero desde hace muchiempo dispone de grupos de apoy
psicolgico para los conductoreafectados. Algunos no se recuperan nuncaSon declarados no aptos, destinados ventanilla o a trabajos de oficina. Com
media, un conductor se enfrenta al meno
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una vez en la vida a una tentativa dsuicidio. Es que en las grandes ciudadea gente se suicida ms que en otra
partes? A menudo se hace esa preguntasin tomarse la molestia de buscar unrespuesta.
Desde hace unos meses, cuandMathilde vuelve de su trabajo, puedquedarse observando las vas, fijar s
mirada, fijarse en las piedras que tapizael suelo, la profundidad del agujero. Aveces siente cmo su cuerpo se inclinhacia delante, de forma imperceptible, s
cuerpo agotado buscando reposo.Entonces piensa en Tho, en Maxime
en Simon, su imagen se impone sobre la
dems, todas las dems, dinmica
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uminosa, y Mathilde da un paso atrsalejndose del borde.
Intenta hacerse un hueco entre egento. Hay que ganarse el sitio, eerritorio. Hay que respetar el orden d
legada y la distancia aceptada entre lapersonas, que disminuye a medida que eandn se llena.
No hay metro anunciado.
No podr llegar al tren de las 8.45, nal de las 9.00, ni siquiera al de las 9.15Va a llegar tarde. Y se encontrar conJacques por casualidad cuando salga deascensor, o bien a la entrada de s
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despacho; la habr buscado por todoados y no se habr privado de hacerl
saber aunque no le haya dirigido l
palabra desde hace tres semanasmirar su reloj con mueca dubitativa y eceo fruncido. Porque Jacques vigila d
cerca sus horarios, sus ausenciasbuscando un paso en falso. Porque l viva cinco minutos cu coche y le importan u
comino el trayecto que ella debe realizadiariamente al igual que la mayor partde los asalariados de la sede y enmero de factores objetivos que puede
mpedirle llegar puntual.
Por el momento, se trata d
permanecer en el lado correcto del andn
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no dejarse llevar hacia el fondo, mantenea posicin. Cuando llegue el metro
repleto, irascible, habr que luchar. E
virtud de una ley tcita, una forma durisprudencia subterrnea aplicada desd
hace dcadas, los primeros seguir
siendo los primeros. Cualquiera quntente ignorarlo es abucheado. A lo lejo
se escucha un gruido, una vibracin
parece el ruido del tan esperado convoyPero el tnel permanece vaco, privado duz. La pantalla electrnica sigue sindicar nada. La voz femenina ha callado
Hace calor. Mathilde mira a los otroshombres y mujeres, su vestimenta, suzapatos, su peinado, la forma de su
nalgas, les observa de espaldas, de frent
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o de perfil, en algo hay que entretenerseCuando las miradas se cruzan, baja loojos. Incluso en hora punta, subsiste en e
ransporte pblico algo que pertenece a lntimidad, reservado, un lmite impuesto a vista a falta de poder imponerse a
cuerpo. Entonces Mathilde mira al andde enfrente. Casi vaco.
En el otro lado no se ha detenido l
circulacin, los convoyes se suceden a uritmo normal. No hay explicacin posibleEn sentido inverso, la gente sube al metry llegar a la hora a su trabajo.
Por fin, Mathilde percibe un murmulla la izquierda, cada vez ms claro; lo
rostros se vuelven, tensos, impacientes
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ah est! Hay que inspirar profundamenteestrechar el bolso contra la caderacomprobar que est bien cerrado. E
metro disminuye su velocidad, se detieneah est. Derrama, regurgita, libera lmasa, alguien grita dejen salir, ha
empujones, pisotones, es la guerraslvese quien pueda. De pronto se hconvertido en una cuestin de vida
muerte subir a se, no tener que esperar amprobable siguiente, no arriesgarse legar ms tarde an al trabajo. Deje
salir, joder!. El gento abre paso de mal
gana, no hay que perder de vista lentrada, hay que mantenerse cerca, ndejarse llevar por la masa, colocarse
os lados, permanecer cerca de la puerta
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De pronto la horda se precipita, ladelanta, no lo va a conseguir. El vagya est repleto, no queda ni un centmetr
cuadrado libre. Y sin embargo sabe quepuede entrar. Hay que forzar. Hay queestirar el brazo, atrapar la barra central
gnorar los gritos y las protestasagarrarse y tirar. Tirar con todas sufuerzas para propulsar su cuerpo hacia e
nterior. Tienen que hacerle sitio. Frente asu determinacin, la masa cede.La seal sonora anuncia el cierre d
puertas. A pesar de que su brazo derecho
est fuera, casi lo ha conseguido. Lpuerta se cierra a golpes, ignorandgemidos y lamentaciones.
Mathilde gana cuatro centmetros co
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su pie izquierdo, empuja por ltima vezest dentro.
En el andn, una voz femenina anuncique el trfico en la lnea 9 vuelve a lnormalidad.
Todo es cuestin de perspectiva.En las estaciones siguientes, Mathild
se hunde en el vagn, gana alguno
centmetros suplementarios, se agarrpara no tener que bajar.No hay que ceder ni un milmetro.El aire est saturado, los cuerpos s
han fusionado en una nica masacompacta y agotada. Los comentarios soreemplazados por el silencio, cada cua
aguanta con paciencia, el mentn s
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evanta hacia las ventanillas abiertas, lamanos buscan apoyo.
Mientras, Mathilde piensa que el 2
de mayo tambin empieza as, con estucha absurda y miserable: con nuev
estaciones que aguantar, nueve estacione
asfixiadas, arrancadas a la febrilidad duna maana en hora punta, nuevestaciones buscando aire en medio d
gente que no gasta de media ms que unpastilla y media de jabn al ao.
De pronto, una mujer empieza a emitisonidos extraos, agudos y cada vez margos. No son gritos ni protestas, sin
ms bien un quejido. Est agarrada a l
barra central, comprimida entre uno
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pechos opulentos y una mochila. El ruidque sale de la boca de esa mujer ensoportable. La gente se vuelve, l
observa, intercambia miradas dperplejidad. La mujer busca con la mirada alguien que pueda ayudarla. Mathild
consigue extraer una mano para apoyarlsobre su brazo. Sus miradas se cruzanElla sonre.
La mujer deja de gemir, respirrpidamente, su rostro est deformado poel miedo.
No se encuentra usted bien?
En el momento de hacer la preguntaMathilde toma consciencia de lo absurdque es. La mujer no responde, hac
esfuerzos sobrehumanos para no gritar
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respira cada vez ms rpido, empieza gemir, y entonces grita. Estallan locomentarios, primero a media voz
despus ms alto: vaya idea la de coger emetro despus de una avera cuando ssufre de claustrofobia, dganle que s
baje, ah, no, no tire de la seal de alarmapor favor, lo que nos faltaba.
La mujer es un elemento perturbador
u n a avera humana susceptible dnterrumpir el trfico.Mathilde ha dejado su mano apoyad
sobre el brazo de la mujer, que la mir
ntentando sonrer.Bajar con usted en la prxim
estacin. Slo quedan unos segundos
ve?: el metro est frenando.
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El metro se ha detenido, las puertas sabren, Mathilde precede a la mujer par
abrirle paso: Por favor, muvansedjenla pasar. Tira a la mujer de lmanga.
Mira en qu estacin se encuentra. Eel andn, bajo la inscripcin Charonne, lobliga a sentarse. La mujer parec
ranquilizarse, Mathilde le propone ir buscar un poco de agua o algo de comer a mquina. La mujer empieza a agitarse
va a llegar tarde, no puede, no pued
volver a coger el metro, acaba dencontrar trabajo en una agencia drabajo temporal, s, es claustrofbica
pero normalmente no hay problema, l
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soporta, pensaba que podra conseguirlo.Y entonces la mujer empieza
respirar deprisa, cada vez ms rpido,
sacudidas, busca aire, parece que sumiembros comienzan a sufrir sacudidassus manos estn agarradas la una a la otr
en un gesto que no controla.
Mathilde ha pedido ayuda, alguien h
subido hasta la taquilla. Un hombre de lcompaa en uniforme caqui ha bajadoHa llamado a urgencias. La mujer npuede levantarse, todo su cuerpo estcrispado, se eleva por momentos, sigurespirando agitadamente.
Esperan.
El andn est repleto, los agentes d
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a compaa han creado un permetro dseguridad, ahora son tres o cuatro. Lgente se arremolina alrededor, estirando
el cuello.Mathilde tiene ganas de chillar. Se v
en la misma situacin que esa mujer, la
mgenes se superponen, durante un cortnstante son una sola y nica persona
asfixiada por las luces de nen
acurrucada cerca de una mquina dgolosinas.Y entonces Mathilde mira a s
alrededor. Piensa que todas esa
personas, sin excepcin, un da u otrestarn sentadas all, o en otro lado, y npodrn moverse. Un da de hundimiento.
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H a bajado al metro por una crisis detania en la estacin de Charonne. Lo
bomberos han reenviado la llamada a lbase, estn desbordados por un incendimportante en su zona. Rose ha lanzado u
aviso general, Thibault estaba a una
manzanas de all, se ha detenido.En estado de hiperventilacin, un
mujer de unos treinta aos est sentada e
el andn. En lo que ha tardado en llegarha empezado a calmarse. El gento samontona en torno a ella, las miradacuriosas, de puntillas. El gento no s
pierde nada del espectculo. Entre dohan conseguido llevarla a la salita traserde la taquilla, donde Thibault ha podid
administrarle un sedante. La mujer h
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recuperado la respiracin normal, sumanos se han relajado. El haba aparcaden doble fila, no poda quedarse. U
agente le ha prometido que la llevara a uaxi en cuanto se recuperase.
En el semforo, mira a su alrededor
Esa gente que camina deprisa, que salpor racimos de las bocas del metro, qucruza corriendo, esa gente que hace col
ante los cajeros automticos, fuma al pide un edificio o delante de una cafeteraEsa gente que no puede contar, sometidal flujo, a la velocidad, observada si
saberlo, percibida de lejos, en laesquinas, una infinidad de identidadefrgiles que l slo puede percibir en s
globalidad. Detrs de su parabrisas
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Thibault observa a las mujeres, la ropigera que empiezan a vestir, vestidoivianos, faldas cortas, medias finas. A
veces las piernas desnudas. Su forma dcoger el bolso, el asa en la mano o lbandolera sobre el hombro, la forma d
caminar sin ver a nadie, o bien de esperael autobs, la mirada perdida.
De pronto, piensa en aquella chica quleg al liceo el ltimo curso. Habgravado su nombre sobre un pupitre Venade Caen. O quizs de Alenon. Ahorapiensa en aquella chica. Sus finocabellos. Sus botas de montar y su aspectde chico. Resulta extrao. Pensar e
aquella chica, ahora. Haba estad
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enamorado de ella. De su reflejo en lmirada de los dems. No se hablabanPertenecan a distintos grupos. Pensar e
esa chica, ms de veinte aos despusDecirse: fue hace veinte aos y contahasta veinticinco. Fue hace veinticinc
aos. Antes, cuando su mano izquierdena todava cinco dedos.
Fue hace veinticinco aos. Esa
palabras resuenan como un erroipogrfico, una broma de mal gustoAcaso puede decirse a s mismo sicaerse de espaldas: Fue hace veinticinc
aos?Ha dejado a Lila. Lo ha hecho. Hay e
esa afirmacin algo que transmite un
sensacin de logro, de conquista.
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Sin embargo, la herida de amocontiene todos los silencios, loabandonos, las culpas; y todo eso, al cabde los aos, se suma para formar un dologenrico. Y confuso.
Sin embargo, la herida de amor n
promete nada: ni despus ni en otra parte.
Su vida est dividida. De lejos
parece poseer una unidad, una direccinpuede contarse, describir las jornadas, epasar de las horas y las semanas, seguisus desplazamientos. Conocemos sdireccin, las costumbres con las qucombate, los das en los que va asupermercado, las noches en las que n
puede hacer otra cosa que escucha
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msica. Pero de cerca su vida se enturbiase divide en fragmentos, faltan piezas.
De cerca no es ms que un Playmobiempotrado en el coche, las manoagarradas al volante, un personajillo dplstico que ha perdido su sueo.
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Ejefe de estacin haba anunciado llegada inminente de un mdico. Un nuev
convoy ruga a su izquierda, Mathilde nesper. Ya llegaba muy tarde. Dej a lamujer sentada en el asiento, cuidada pootros. Pareca un poco menos crispad
pero segua sin poder levantarse. La mujee dio las gracias. Mathilde subi a
metro. Empuj para entrar y apoy l
espalda contra el respaldo de un asientoEstaba bien situada. En Nation baj, sabri camino entre el gento impacienteenfil los pasillos de correspondencia
leg a la lnea 1. El trfico parecnormal. Esper menos de un minuto asiguiente metro, despus baj en Gare d
Lyon.
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Esta vez, Mathilde se dirige hacia eandn de cercanas. No mira la horaConoce de memoria los pasillos, laescaleras, los atajos, esc mundsubterrneo tejido como una tela en la
profundidades de la ciudad. Para llegar a lnea D, Mathilde toma desde hac
ocho aos la larga galera que pasa po
debajo de la estacin, en la que se cruzacada da miles de personas: dos columnade insectos desfilando por oleadas sobras losas resbaladizas, una va rpida d
doble sentido en la que hay que respetael ritmo, la cadencia. Los cuerpos srozan, se evitan, se golpean a veces, e
una extraa coreografa. Aqu se opera u
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vasto intercambio entre el dentro y efuera, entre la ciudad y su extrarradioAqu se tiene prisa, se camina deprisa, s
va a trabajar, seora.Antes, Mathilde formaba parte de lo
ms rpidos, se desviaba hacia l
zquierda, adelantaba con paso seguro mponente. Antes se molestaba cuando e
flujo disminua la velocidad, echab
pestes contra los lentos. Hoy se asemeja ellos, puede sentir que ya no es capaz dseguir el ritmo, se arrastra, ya no tienenerga. Se dobla.
Al otro lado de la galera, al pie das escaleras mecnicas, los torniquete
automticos marcan la entrada al tren d
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cercanas. Hay que sacar el billete o eabono de transporte, franquear la fronteraEn esa zona incierta, ms profunda an
puede uno comprarse un cruasn o eperidico, o beber un caf de pie.
Para acceder a las vas 1 y 3, hay qu
bajar an ms, hundirse en las entraas da ciudad. Aqu, metro y cercana
comparten territorio. El viajero de l
nea D ignora lo que pertenece a unootro, se mueve como puede en espermetro comn, en el punto de unin, dnterconexin, da palos de ciego, como u
rehn abandonado a su suerte en tierra dnadie.
Como los dems, Mathilde h
aprendido al cabo del tiempo un lenguaj
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ms, sus rudimentos, lia adquirido algunoreflejos saludables y admitido las reglaelementales necesarias para s
supervivencia. Los trenes llevan nombrecompuestos de cuatro letras maysculasnscritas en la parte delantera de l
ocomotora.En direccin a Melun, para ir a s
rabajo, Mathilde monta cada da en e
RIVA. No es un barco de caoba dehermosas lneas, ni la promesa de otrorilla. Slo es un ruidoso tren sucio dluvia. Si lo pierde, toma el ROVO o e
ROPO. Pero si monta por error en uBIPE, un RIPE o un ZIPE, entonces es ehorror: esos trenes no realizan parada
hasta Villeneuve-Saint-Georges. Y e
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OVO no se detiene hasta MaisonsAlfort. La dificultad reside en el hecho dque todos circulan por la misma va.
Suspendidas del techo comelevisores de hospital, las pantalla
azules muestran la lista de los prximo
renes, su destino final, la hora a la que sespera su llegada y su eventual retraso. Eretraso puede estar evaluado en minutos
caso por caso, o bien la expresin treretrasado parpadea en todas las lneas, lque es muy mala seal. Los tableroelectrnicos de informacin, m
antiguos, estn situados en varios lugaredel andn. Se contentan con anunciar lprxima salida y las estaciones en las qu
no paran, sealadas con un cuadrad
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blanco. A estas diferentes fuentes denformacin se aade cierto nmero d
anuncios aleatorios, realizados por un
voz sinttica. Generalmente contrarios os de las pantallas o los tableros. Si lo
altavoces anuncian un ROPO, no e
extrao que la sealizacin del andndique la llegada de un RIPE.
El viajero de la lnea D recibe e
consecuencia un cierto nmero dnformaciones contradictorias. Con upoco de experiencia, aprende ordenarlas, a buscar confirmacin,
considerar los distintos parmetros paromar una decisin. El novato, el viajer
espordico llegado por azar, mira a todo
ados, enloquece y pide socorro.
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Mathilde tiene cara de alguien a quiese le pide informacin. Desde siempre lparan por la calle, bajan la ventanillcuando pasa, se acercan a ella con esexpresin de preocupacin. EntonceMathilde explica, echa una mano, muestr
el camino.Son las nueve y media, las puertas de
ROVO se cierran delante de sus narices
endr que esperarLa llegada del prximo tren, dentro dun cuarto de hora. Al final del andndomina el olor a orina, pero es el nic
sitio donde sentarse. Est cansadaAlgunos das, mientras espera el ruido deren, el t rasero pegado al plstic
naranja, se pregunta si en el fondo n
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sera mejor quedarse all todo el da, eas entraas del mundo, dejar pasar la
horas intiles, subir a medioda a l
planta superior a comprar un sndwichvolver a bajar, sentarse en su sitioExtraerse del flujo, del movimiento
Rendirse.
Ha llegado el ROPO, ha dudado u
segundo y ha entrado en el vagn. Una vesentada ha cerrado los ojos, slo los habierto cuando el tren ha salido a lsuperficie. El cielo estaba despejado.
Ocho minutos ms tarde, en Vert-deMaisons, ha bajado del vagn, se hdirigido hacia el torniquete de la salid
principal. Un cuello de botella ante el qu
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os pasajeros se amontonan y prontforman una fila, como ante la cajera de uhipermercado. Ha esperado detrs de lo
otros a que llegue su turno, ha respirado pleno pulmn el aire del exterior.
Mathilde sube la escalera, atraviesun tnel que pasa bajo las vas, sube hacia calle.
Realiza cada da ese trayecto desdhace ocho aos, cada da los mismoescalones, los mismos torniquetes, lomismos subterrneos, las mismas miradaa los relojes, cada da su mano se tiendhacia el mismo sitio para agarrar empujar las mismas puertas, se apoy
sobre los mismos pasamanos. Co
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exactitud.
En el momento en el que sale de lestacin, le parece haber llegado a spropio lmite, un punto de saturacin quno es posible traspasar. Le parece qu
cada uno de sus gestos, cada uno de sumovimientos, por haber sido repetido mde tres mil veces, amenaza su equilibrio.
Habindola vivido durante aos sipensar en ella, hoy le parece que esrepeticin es una forma violenta contra ecuerpo, una violencia silenciosa capaz ddestruirla.
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M athilde llega con ms de una hora dretraso; no se apresura, no acelera epaso, no llama para avisar de que est punto de llegar. De todas formas, a todo emundo le da igual. Poco a poco, Jacqueha conseguido apartarla de todos lo
proyectos importantes en los que estabrabajando, alejarla de tod
responsabilidad, reducir al mnimo su
relaciones con el equipo. Mediante ugran esfuerzo de reorganizacin, dredefinicin de misiones y de permetrosha conseguido en unos meses despojarl
de todas las funciones de su puesto. Bajos pretextos ms diversos y cada vez m
oscuros, ha conseguido alejarla de la
citas que hubieran podido permitirl
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mantenerse informada, integrarse en otroproyectos. A principios de diciembreJacques le envi un correo para sealarl
que deba tomarse imperativamente lodos das de vacaciones de los que nhaba disfrutado el ao en curso. Hab
esperado al da antes de su partida parfijar para el da siguiente una fiestnformal para todo el personal. Retras
diez veces la fecha de su entrevista anuade evaluacin, terminando por anunciarlque al final no se celebrara, sin otrexplicacin.
En la calle paralela a las vasMathilde se detuvo. Se enfrent a la luz
el tiempo de sentir el sol sobre su rostro
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de dejar que esa tibieza le acariciara loojos, el pelo.
Son ms de las diez y se dirige a l
puerta de la cafetera de la estacin.Son ms de las diez y le trae si
cuidado.
Bernard, bayeta al hombro, la recibcon una gran sonrisa:
Bueno, seorita, no se pas poaqu el viernes, para la lotera.Ahora juega a la lotera dos veces po
semana, lee su horscopo enLe Parisiy consulta a videntes.
Me cog el da para ir a lexcursin del colegio de mi hijo a
Palacio de Versalles. El profeso
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necesitaba padres que le acompaaran.Estuvo bien?Llovi todo el da.Bernard emite un gruido d
compasin, se vuelve hacia la mquinpara preparar un caf.
Mathilde se dirige hacia una mesaHoy es 20 de mayo, as que no se va
quedar de pie. Hoy, 20 de mayo, va sentarse porque le ha costado ms de hory media llegar y lleva unos tacones docho centmetros.
Va a sentarse porque nadie la esperaporque ya no sirve para nada.
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Bernard coloca la taza ante ellaaparta la silla del otro lado de la mesa.
Y por qu esa car