Las Hortensias Felisberto Hernandez

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Cuento largo del escritor uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964), aparecido en 1949 en la revista Escritura de su país.

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FELISBERTO HERNNDEZLas Hortensias(1949)

A MARA LUISA

I

Al lado de un jardn haba una fbrica y los ruidos de las mquinas se metan entre las plantas y los rboles. Y al fondo del jardn se vea una casa de ptina oscura. El dueo de la casa negra era un hombre alto.Al oscurecer sus pasos lentos venan de la calle; y cuando entraba al jardn y a pesar del ruido de las mquinas, pareca que los pasos masticaban el balasto. Una noche de otoo, al abrir la puerta y entornar los ojos para evitar la luz fuerte del hall, vio a su mujer detenida en medio de la escalinata; y al mirar los escalones desparramndose hasta la mitad del patio, le pareci que su mujer tena puesto un gran vestido de mrmol y que la mano que tomaba la baranda, recoga el vestido. Ella se dio cuenta de que l vena cansado, de que subira al dormitorio, y esper con una sonrisa que su marido llegara hasta ella.Despus se besaron; ella dijo:Hoy los muchachos terminaron las escenasYa s, pero no me digas nada.Ella lo acompa hasta la puerta del dormitorio, le acarici la nariz con un dedo y lo dej solo. l tratara de dormir un poco antes de la cena; su cuarto oscuro separara las preocupaciones del da de los placeres que esperaba de la noche. Oy con simpata como en la infancia, el ruido atenuado de las mquinas y se durmi.En el sueo vio una luz que sala de la pantalla y daba sobre una mesa.Alrededor de la mesa haba hombres de pie. Uno de ellos estaba vestido de frac y deca: Es necesario que la marcha de la sangre cambie de mano; en vez de ir por las arterias y venir por las venas, debe ir por las venas y venir por las arterias. Todos aplaudieron e hicieron exclamaciones; entonces el hombre vestido de frac fue a un patio, mont a caballo y al salir galopando, en medio de las exclamaciones, las herraduras sacaban chispas contra las piedras. Al despertar, el hombre de la casa negra record el sueo, reconoci en la marcha de la sangre lo que ese mismo da haba odo decir en ese pas los vehculos cambiaran de mano y tuvo una sonrisa.Despus se visti de frac, volvi a recordar al hombre del sueo y fue al comedor. Se acerc a su mujer y mientras le meta las manos abiertas en el pelo, deca:Siempre me olvido de traer un lente para ver cmo son las plantas que hay en el verde de estos ojos; pero ya s que el color de la piel lo consigues frotndote con aceitunas.Su mujer le acarici de nuevo la nariz con el ndice; despus lo hundi en la mejilla de l, hasta que el dedo se dobl como una pata de mosca y le contest:Y yo siempre me olvido de traer unas tijeras para recortarte las cejas!Ella se sent a la mesa y viendo que l sala del comedor le pregunt:Te olvidaste de algo?Quin sabe.l volvi en seguida y ella pens que no haba tenido tiempo de hablar por telfono.No quieres decirme a qu fuiste?No.Yo tampoco te dir qu hicieron hoy los hombres.l ya le haba empezado a contestar:No, mi querida aceituna, no me digas nada hasta el fin de la cena.Y se sirvi de un vino que reciba de Francia; pero las palabras de su mujer haban sido como pequeas piedras cadas en un estanque donde vivan sus manas; y no pudo abandonar la idea de lo que esperaba ver esa noche. Coleccionaba muecas un poco ms altas que las mujeres normales.En un gran saln haba hecho construir tres habitaciones de vidrio; en la ms amplia estaban todas las muecas que esperaban el instante de ser elegidas para tomar parte en escenas que componan en las otras habitaciones. Esa tarea estaba a cargo de muchas personas: en primer trmino, autores de leyendas (en pocas palabras deba expresar la situacin en que se encontraban las muecas que aparecan en cada habitacin); otros artistas se ocupaban de la escenografa, de los vestidos, de la msica, etc. Aquella noche se inaugurara la segunda exposicin; l la mirara mientras un pianista, de espaldas a l y en el fondo del saln, ejecutara las obras programadas. De pronto, el dueo de la casa negra se dio cuenta de que no deba pensar en eso durante la cena; entonces sac del bolsillo del frac unos gemelos de teatro y trat de enfocar la cara de su mujer.Quisiera saber si las sombras de tus ojeras son producidas por vegetacionesElla comprendi que su marido haba ido al escritorio a buscar los gemelos y decidi festejarle la broma. l vio una cpula de vidrio; y cuando se dio cuenta de que era una botella dej los gemelos y se sirvi otra copa del vino de Francia. Su mujer miraba los borbotones al caer en la copa; salpicaban el cristal de lgrimas negras y corran a encontrarse con el vino que ascenda. En ese instante entr Alex un ruso blanco de barba en punta, se inclin ante la seora y le sirvi porotos con jamn. Ella deca que nunca haba visto un criado con barba; y el seor contestaba que sa haba sido la nica condicin exigida por Alex.Ahora ella dej de mirar la copa de vino y vio el extremo de la manga del criado; de all sala un vello espeso que se arrastraba por la mano y llegaba hasta los dedos. En el momento de servir al dueo de casa, Alex dijo:Ha llegado Walter. (Era el pianista).Al fin de la cena, Alex sac las copas en una bandeja; chocaban unas con otras y parecan contentas de volver a encontrarse. El seor a quien le haba brotado un silencio somnoliento sinti placer en or los sonidos de las copas y llam al criado:Dile a Walter que vaya al piano.En el momento en que yo entre al saln, l no debe hablarme. El piano, est lejos de las vitrinas?S seor, est en el otro extremo del saln.Bueno, dile a Walter que se siente dndome la espalda, que empiece a tocar la primera obra del programa y que la repita sin interrupcin hasta que yo le haga la sea de la luz.Su mujer le sonrea. l fue a besarla y dej unos instantes su cara congestionada junto a la mejilla de ella. Despus se dirigi hacia la salita prxima al gran saln. All empez a beber el caf y a fumar; no ira a ver sus muecas hasta no sentirse bastante aislado. Al principio puso atencin a los ruidos de las mquinas y los sonidos del piano; le pareca que venan mezclados con agua, y l los oa como si tuviera puesta una escafandra. Por ltimo se despert y empez a darse cuenta de que algunos de los ruidos deseaban insinuarle algo; como si alguien hiciera un llamado especial entre los ronquidos de muchas personas para despertar slo a una de ellas. Pero cuando l pona atencin a esos ruidos, ellos huan como ratones asustados. Estuvo intrigado unos momentos y despus decidi no hacer caso. De pronto se extra de no verse sentado en el silln; se haba levantado sin darse cuenta; record el instante, muy prximo, en que abri la puerta, y en seguida se encontr con los pasos que daba ahora: lo llevaban a la primera vitrina. All encendi la luz de la escena y a travs de la cortina verde vio una mueca tirada en una cama. Corri la cortina y subi al estrado era ms bien una tarima con ruedas de goma y baranda; encima haba un silln y una mesita; desde all dominaba mejor la escena. La mueca estaba vestida de novia y sus ojos abiertos estaban colocados en direccin al techo. No se saba si estaba muerta o si soaba. Tena los brazos abiertos; poda ser una actitud de desesperacin o de abandono dichoso. Antes de abrir el cajn de la mesita y saber cul era la leyenda de esta novia, l quera imaginar algo.Tal vez ella esperaba al novio, quien no llegara nunca; la habra abandonado un instante antes del casamiento; o tal vez fuera viuda y recordara el da en que se cas; tambin poda haberse puesto ese traje con la ilusin de ser novia. Entonces abri el cajn y ley: Un instante antes de casarse con el hombre a quien no ama, ella se encierra, piensa que ese traje era para casarse con el hombre a quien am, y que ya no existe, y se envenena. Muere con los ojos abiertos y todava nadie ha entrado a cerrrselos. Entonces el dueo de la casa negra pens:Realmente, era una novia divina. Y a los pocos instantes sinti placer en darse cuenta de que l viva y ella no. Despus abri una puerta de vidrio y entr a la escena para mirar los detalles. Pero al mismo tiempo le pareci or, entre le ruido de las mquinas y la msica, una puerta cerrada con violencia; sali de la vitrina y vio, agarrado en la puerta que daba a la salita, un pedazo del vestido de su mujer; mientras se diriga all, en puntas de pie, pens que ella lo espiaba; tal vez hubiera querido hacerle una broma; abri rpidamente y el cuerpo de ella se le vino encima; l lo recibi en los brazos, pero le pareci muy liviano y en seguida reconoci a Hortensia, la mueca parecida a su seora; al mismo tiempo su mujer, que estaba acurrucada detrs de un silln, se puso de pie y le dijo:Yo tambin quise prepararte una sorpresa; apenas tuve tiempo de ponerle mi vestido.Ella sigui conversando, pero l no la oa; aunque estaba plido le agradeca, a su mujer, la sorpresa; no quera desanimarla, pues a l le gustaban las bromas que ella le daba con Hortensia. Sin embargo esta vez haba sentido malestar. Entonces puso a Hortensia en brazos de su seora y le dijo que no quera hacer un intervalo demasiado largo. Despus sali, cerr la puerta y fue en direccin hacia donde estaba Walter, pero se detuvo a mitad del camino y abri otra puerta, la que daba a su escritorio; se encerr, sac de un mueble un cuaderno y se dispuso a apuntar la broma que su seora le dio con Hortensia y la fecha correspondiente. Antes ley la ltima nota. Deca: Julio 21.Hoy, Mara (su mujer se llamaba Mara Hortensia; pero le gustaba que la llamaran Mara: entonces, cuando su marido mand hacer esa mueca parecida a ella, decidieron tomar el nombre de Hortensia como se toma un objeto arrumbado para la mueca) estaba asomada a un balcn que da al jardn; yo quise sorprenderla y cubrirle los ojos con las manos; pero antes de llegar al balcn, vi que era Hortensia. Mara me haba visto ir al balcn, vena detrs de m y me solt una carcajada. Aunque ese cuaderno lo lea nicamente l, firmaba las notas; escriba su nombre, Horacio, con letras grandes y cargadas de tinta. La nota anterior a sta, deca: Julio 18:Hoy abr el ropero para descolgar mi traje y me encontr a Hortensia: tena puesto mi frac y le quedaba graciosamente grande.Despus de anotar la ltima sorpresa, Horacio se dirigi hacia la segunda vitrina; le hizo seas con una luz a Walter para que cambiara la obra del programa y empez a correr la tarima. Durante el intervalo que hizo Walter, antes de empezar la segunda pieza, Horacio sinti ms intensamente el latido de las mquinas; y cuando corri la tarima le pareci que las ruedas hacan el ruido de un trueno lejano.En la segunda vitrina apareca una mueca sentada a una cabecera de la mesa. Tena la cabeza levantada y las manos al costado del plato, donde haba muchos cubiertos en fila. La actitud de ella y las manos sobre los cubiertos hacan pensar que estuviera ante un teclado. Horacio mir a Walter, lo vio inclinado ante el piano con las colas del frac cadas por detrs de la banqueta y le pareci un bicho de mal agero. Despus mir fijamente la mueca y le pareci tener, como otras veces, la sensacin de que ella se mova. No siempre estos movimientos se producan en seguida; ni l los esperaba cuando la mueca estaba acostada o muerta; pero en esta ltima se produjeron demasiado pronto; l pens que esto ocurra por la posicin, tan incmoda, de la mueca; ella se esforzaba demasiado por mirar hacia arriba; haca movimientos oscilantes, apenas perceptibles; pero en un instante en que l sac los ojos de la cara para mirarle las manos, ella baj la cabeza de una manera bastante pronunciada; l, a su vez, volvi a levantar rpidamente los ojos hacia la cara de ella; pero la mueca ya haba reconquistado su fijeza. Entonces l empez a imaginar su historia. Su vestido y los objetos que haba en el comedor denunciaban un gran lujo pero los muebles eran toscos y las paredes de piedra. En la pared del fondo haba una pequea ventana y a espaldas de la mueca una puerta baja y entreabierta como una sonrisa falsa. Aquella habitacin ser un presidio en un castillo, el piano haca ruido de tormenta y en la ventana apareca, a intervalos, un resplandor de relmpagos; entonces record que haca unos instantes las ruedas de la tarima hicieron pensar en un trueno lejano; y esa coincidencia lo inquiet; adems, antes de entrar al saln, haba odo los ruidos que deseaban insinuarle algo.Pero volvi a la historia de la mueca: tal vez ella, en aquel momento, rogara a Dios esperando una liberacin prxima. Por ltimo, Horacio abri el cajn y ley: Vitrina segunda. Esta mujer espera, para pronto un nio. Ahora vive en un faro junto al mar; se ha alejado del mundo porque han criticado sus amores con un marino. A cada instante ella piensa:Quiero que mi hijo sea solitario y que slo escuche al mar. Horacio pens: Esta mueca ha encontrado su verdadera historia. Entonces se levant, abri la puerta de vidrio y mir lentamente los objetos; le pareci que estaba violando algo tan serio como la muerte; l prefera acercarse a la mueca; quiso mirarla desde un lugar donde los ojos de ella se fijaran en los de l; y despus de unos instantes se inclin ante la desdichada y al besarla en la frente volvi a sentir una sensacin de frescura tan agradable como en la cara de Mara.Apenas haba separado los labios de la frente de ella vio que la mueca se mova; l se qued paralizado; ella empez a irse para un lado cada vez ms rpidamente, y cay al costado de la silla; y junto con ella una cuchara y un tenedor. El piano segua haciendo el ruido del mar; y segua la luz en las ventanas y las mquinas. l no quiso levantar la mueca; sali precipitadamente de la vitrina, del saln, de la salita y al llegar al patio vio a Alex:Dile a Walter que por hoy basta; y maana avisa a los muchachos para que vengan a acomodar la mueca de la segunda vitrina.En ese momento apareci Mara:Qu ha pasado?Nada, se cay una mueca, la del faroCmo fue? Se hizo algo?Cuando yo entr a mirar los objetos debo haber tocado la mesaAh! Ya te ests poniendo nervioso!No, me qued muy contento con las escenas. Y Hortensia? Aquel vestido tuyo le quedaba muy bien!Ser mejor que te vayas a dormir, querido contest Mara.Pero se sentaron en un sof. l abraz a su mujer y le pidi que por un minuto, y en silencio, dejara la mejilla de ella junto a la de l. Al instante de haber juntado las cabezas, apareci en la de l, el recuerdo de las muecas que se haban cado: Hortensia y la del faro. Y ya saba l lo que eso significaba: la muerte de Mara; tuvo miedo de que sus pensamientos pasaran a la cabeza de ella y empez a besarla en los odos.Cuando Horacio estuvo solo, de nuevo, en la oscuridad de su dormitorio, puso atencin en el ruido de las mquinas y pens en los presagios. l era como un hilo enredado que interceptara los avisos de otros destinos y recibiera presagios equivocados; pero esta vez todas las seales se haban dirigido a l; los ruidos de las mquinas y los sonidos del piano haban escondido a otros ruidos que huan como ratones; despus Hortensia, cayendo en sus brazos, cuando l abri la puerta, y como si dijera: Abrzame porque Mara morir. Y era su propia mujer la que haba preparado el aviso; y tan inocente como si mostrara una enfermedad que todava ella misma no haba descubierto. Ms tarde, la mueca muerta en la primera vitrina.Y antes de llegar a la segunda, y sin que los escengrafos lo hubieran previsto, el ruido de la tarima como un trueno lejano, presagiando el mar y la mujer del faro. Por ltimo ella se haba desprendido de los labios de l, haba cado, y lo mismo que Mara, no llegara a tener ningn hijo. Despus Walter, como un bicho de mal agero, sacudiendo las colas del frac y picoteando el borde de su caja negra.

II

Mara no estaba enferma ni haba por qu pensar que se iba a morir.Pero haca mucho tiempo que l tena miedo de quedarse sin ella y a cada momento se imaginaba cmo sera su desgracia cuando la sobreviviera. Fue entonces que se le ocurri mandar a hacer la mueca igual a Mara. Al principio la idea pareca haber fracasado. l senta por Hortensia la antipata que poda provocar un sucedneo. La piel era de cabritilla; haban tratado de imitar el color de Mara y de perfumarla con sus esencias habituales; pero cuando Mara le peda a Horacio que le diera un beso a Hortensia, l se dispona a hacerlo pensando que iba a sentir gusto a cuero o que iba a besar un zapato. Pero al poco tiempo empez a percibir algo inesperado en las relaciones de Mara con Hortensia. Una maana l se dio cuenta de que Mara cantaba mientras vesta a Hortensia; y pareca una nia entretenida con una mueca. Otra vez, l lleg a su casa al anochecer y encontr a Mara y a Hortensia sentadas a una mesa con un libro por delante; tuvo la impresin de que Mara enseaba a leer a una hermana. Entonces l haba dicho:Debe ser un consuelo el poder confiar un secreto a una mujer tan silenciosa!Qu quieres decir? le pregunt Mara. Y en seguida se levant de la mesa y se fue enojada para otro lado; pero Hortensia se haba quedado sola, con los ojos en el libro y como si hubiera sido una amiga que guardara una discrecin delicada. Esa misma noche, despus de la cena y para que Horacio no se acercara a ella, Mara se haba sentado en el sof donde acostumbraban a estar los dos y haba puesto a Hortensia al lado de ella. Entonces Horacio mir la cara de la mueca y le volvi a parecer antiptica; ella tena una expresin de altivez fra y pareca vengarse de todo lo que l haba pensado de su piel. Despus Horacio haba ido al saln. Al principio se pase por delante de sus vitrinas; al rato abri la gran tapa del piano, sac la banqueta, puso una silla (para poder recostarse) y empez a hacer andar los dedos sobre el patio fresco de teclas blancas y negras. Le costaba combinar los sonidos y pareca un borracho que no pudiera coordinar las slabas. Pero mientras tanto recordaba muchas de las cosas que saba de las muecas. Las haba ido conociendo, casi sin querer; hasta haca poco tiempo, Horacio conservaba la tienda que lo haba ido enriqueciendo.Todos los das, despus que los empleados se iban, a l le gustaba pasearse solo entre la penumbra de las salas y mirar las muecas de las vidrieras iluminadas. Vea los vestidos una vez ms, y deslizaba, sin querer, alguna mirada por las caras. l observaba sus vidrieras desde uno de los lados, como un empresario que miraba sus actores mientras ellos representaran una comedia. Despus empez a encontrar, en las caras de las muecas, expresiones parecidas a las de sus empleadas: algunas le inspiraban la misma desconfianza; y otras, la seguridad de que estaban contra l; haba una, de nariz respingada, que pareca decir: Y a m qu me importa. Otra, a quien l miraba con admiracin, tena cara enigmtica: as como le vena bien un vestido de verano o uno de invierno, tambin se le poda atribuir cualquier pensamiento; y ella, tan pronto pareca aceptarlo como rechazarlo. De cualquier manera, las muecas tenan sus secretos; si bien el vidrierista saba acomodarlas y sacar partido de las condiciones de cada una, ellas, a ltimo momento, siempre agregaban algo por su cuenta. Fue entonces cuando Horacio empez a pensar que las muecas estaban llenas de presagios. Ellas reciban da y noche, cantidades inmensas de miradas codiciosas; y esas miradas hacan nidos e incubaban en el aire; a veces se posaban en las caras de las muecas como las nubes que se detienen en los paisajes, y al cambiarles la luz confundan las expresiones; otras veces los presagios volaban hacia las caras de mujeres inocentes y las contagiaban de aquella primera codicia; entonces las muecas parecan seres hipnotizados cumpliendo misiones desconocidas o prestndose a designios malvados. La noche del enojo con Mara, Horacio lleg a la conclusin de que Hortensia era una de esas muecas sobre la que se poda pensar cualquier cosa; ella tambin poda trasmitir presagios o recibir avisos de otras muecas.Era desde que Hortensia viva en su casa que Mara estaba ms celosa; cuando l haba tenido diferencias para alguna empleada era en la cara de Hortensia que encontraba el conocimiento de los hechos y el reproche; y fue en esa misma poca que Mara lo fastidi hasta conseguir que l abandonara la tienda. Pero las cosas no quedaron ah: Mara sufra, despus de las reuniones en que l la acompaaba, tales ataques de celos, que lo obligaron a abandonar, tambin, la costumbre de hacer visitas con ella.En la maana que sigui al enojo, Horacio se reconcili con las dos.Los malos pensamientos le llegaban con la noche y se le iban en la maana. Como de costumbre, los tres se pasearon por el jardn. Horacio y Mara llevaban a Hortensia abrazada; y ella, con un vestido largo para que no se supiera que era una mujer sin pasos pareca una enferma querida.(Sin embargo, la gente de los alrededores haba hecho una leyenda en la cual acusaban al matrimonio de haber dejado morir a una hermana de Mara para quedarse con su dinero; entonces haban decidido expiar su falta haciendo vivir con ellos a una mueca que, siendo igual a la difunta, les recordara a cada instante el delito).Despus de una temporada de felicidad, en la que Mara preparaba sorpresas con Hortensia y Horacio se apresuraba a apuntarlas en el cuaderno, apareci la noche de la segunda exposicin y el presagio de la muerte de Mara. Horacio atin a comprarle a su mujer muchos vestidos de tela fuerte esos recuerdos de Mara deban durar mucho tiempo y le peda que se los probara a Hortensia. Mara estaba muy contenta y Horacio finga estarlo, cuando se le ocurri dar una cena la idea parti, disimuladamente, de Horacio a sus amigos ms ntimos. Esa noche haba tormenta, pero los convidados se sentaron a la mesa muy alegres; Horacio pensaba que esa cena le dejara muchos recuerdos y trataba de provocar situaciones raras. Primero haca girar en sus manos el cuchillo y el tenedor imitaba a un cowboy con sus revlveres y amenaz a una muchacha que tena a su lado; ella, siguiendo la broma levant los brazos; Horacio vio las axilas depiladas y le hizo cosquillas con el cuchillo. Mara no pudo resistir y le dijo:Ests portndote como un chiquiln mal educado, Horacio!l pidi disculpas a todos y pronto se renov la alegra. Pero en el primer postre y mientras Horacio serva el vino de Francia, Mara mir hacia el lugar donde se extenda una mancha negra Horacio verta el vino fuera de la copa y llevndose una mano al cuello quiso levantarse de la mesa y se desvaneci. La llevaron a su dormitorio y cuando se mejor dijo que desde haca algunos das no se senta bien. Horacio mand buscar el mdico inmediatamente. ste le dijo que su esposa deba cuidar sus nervios, pero que no tena nada grave. Mara se levant y despidi a sus convidados como si nada hubiera pasado. Pero cuando estuvieron solos, dijo a su marido:Yo no podr resistir esta vida; en mis propias narices has hecho lo que has querido con esa muchachaPero MaraY no slo derramaste el vino por mirarla. Qu le habrs hecho en el patio para que ella te dijera: Qu Horacio, ste!Pero querida, ella me dijo: Qu hora es?Esa misma noche se reconciliaron y ella durmi con la mejilla junto a la de l. Despus l separ se cabeza para pensar en la enfermedad de ella.Pero a la maana siguiente le toc el brazo y lo encontr fro. Se qued quieto, con los ojos clavados en el techo y pasaron instantes crueles antes que pudiera gritar: Alex!. En ese momento se abri la puerta, apareci Mara y l se dio cuenta de que haba tocado a Hortensia y que haba sido Mara quien, mientras dorma, la haba puesto a su lado.Despus de mucho pensar resolvi llamar a Facundo el fabricante de muecas amigo de l y buscar la manera de que, al acercarse a Hortensia, se creyera encontrar en ella, calor humano. Facundo le contest:Mira, hermano, eso es un poco difcil; el calor durara el tiempo que dura el agua caliente en un porrn.Bueno, no importa; haz como quieras pero no me digas el procedimiento.Adems me gustara que ella no fuera tan dura, que al tomarla se tuviera una sensacin ms agradableTambin es difcil. Imagnate que si le hundes un dedo le dejas el pozo.S, pero de cualquier manera, poda ser ms flexible; y te dir que no me asusta mucho el defecto de que me hablas.La tarde en que Facundo se llev a Hortensia, Horacio y Mara estuvieron tristes.Vaya a saber que le harn! deca Mara.Bueno querida, no hay que perder el sentido de la realidad. Hortensia era, simplemente, una mueca.Era! Quiere decir que ya la das por muerta. Y, adems eres t el que habla del sentido de la realidad!Quise consolarteY crees que ese desprecio con que hablas de ella me consuela! Ella era ms ma que tuya. Yo la vesta y le deca cosas que no le puedo decir a nadie. Oyes? Y ella nos una ms de lo que t puedes suponer. (Horacio tom la direccin del escritorio).Bastantes gustos que te hice preparndote sorpresas con ella. Qu necesidad tenas de ms calor humano!Mara haba subido la voz. Y en seguida se oy el portazo con que Horacio se encerr en su escritorio. Lo de calor humano, dicho por Mara, no slo lo dejaba en ridculo sino que le quitaba la ilusin en lo que esperaba de Hortensia, cuando volviera. Casi en seguida se le ocurri salir a la calle. Cuando volvi a su casa, Mara no estaba; y cuando ella volvi los dos disimularon, por un rato, un placer de encontrarse bastante inesperado. Esa noche l no vio sus muecas. Al da siguiente, por la maana, estuvo ocupado: despus del almuerzo pase con Mara por el jardn; los dos tenan la idea de que la falta de Hortensia era algo provisorio y que no deban exagerar las cosas; Horacio pens que era ms sencillo y natural, mientras caminaban, que l abrazara slo a Mara. Los dos se sintieron livianos, alegres, y volvieron a salir. Pero ese mismo da, antes de cenar, l fue a buscar a su mujer al dormitorio y le extra el encontrarse, simplemente, con ella. Por un instante l se haba olvidado que Hortensia no estaba; y esta vez, la falta de ella le produjo un malestar raro. Mara poda ser, como antes, una mujer sin mueca; pero ahora l no poda admitir la idea de Mara sin Hortensia; aquella resignacin de toda la cara y de Mara ante el vaco de la mueca, tena algo de locura.Adems, Mara iba de un lado para otro del dormitorio y pareca que en esos momentos no pensaba en Hortensia; y en la cara de Mara se vea la inocencia de un loco que se ha olvidado de vestirse y anda desnudo. Despus fueron al comedor y l empez a tomar el vino de Francia. Mir varias veces a Mara en silencio y por fin crey encontrar en ella la idea de Hortensia. Entonces l pens en lo que era la una para la otra. Siempre que l pensaba en Mara, la recordaba junto a Hortensia y preocupndose de su arreglo, de cmo la iba a sentar y de que no se cayera; y con respecto a l, de las sorpresas que le preparaba.Si Mara no tocaba el piano como la amante de Facundo en cambio tena a Hortensia y por medio de ella desarrollaba su personalidad de una manera original. Descontarle Hortensia a Mara era como descontarle el arte a un artista. Hortensia no slo era una manera de ser de Mara sino que era su rasgo ms encantador; y l se preguntaba cmo haba podido amar a Mara cuando ella no tena a Hortensia.Tal vez en aquella poca la expresara en otros hechos o de otra manera. Pero haca un rato, cuando l fue a buscar a Mara y se encontr, simplemente con Mara, ella le haba parecido de una insignificancia inquietante.Adems Horacio segua tomando vino de Francia Hortensia era un obstculo extrao; y l poda decir que algunas veces tropezaba en Hortensia para caer en Mara.Despus de cenar Horacio bes la mejilla fresca de Mara y fue a ver sus vitrinas. En una de ellas era carnaval. Dos muecas, una morocha y otra rubia, estaban disfrazadas de manolas con el antifaz puesto y recostadas a una baranda de columnas de mrmol. A la izquierda haba una escalinata; y sobre los escalones, serpentinas, caretas, antifaces y algunos objetos cados como al descuido. La escena estaba en penumbra; y de pronto Horacio crey reconocer, en la mueca morocha, a Hortensia. Podra haber ocurrido que Mara la hubiera mandado buscar a lo de Facundo y haber preparado esta sorpresa. Antes de seguir mirando Horacio abri la puerta de vidrio, subi a la escalinata y se acerc a las muecas. Antes de levantarles el antifaz vio que la morocha era ms alta que Hortensia y que no se pareca a ella. Al bajar la escalinata pis una careta; despus la recogi y la tir detrs de la baranda.Este gesto suyo le dio un sentido material de los objetos que lo rodeaban y se encontr desilusionado. Fue a la tarima y oy con disgusto el ruido de las mquinas separado de los sonidos del piano. Pero pasados unos instantes mir las muecas y se le ocurri que aquellas eran dos mujeres que amaban al mismo hombre. Entonces abri el cajn y se enter de la leyenda:La mujer rubia tiene novio. l, hace algn tiempo, ha descubierto que en realidad ama a la amiga de su novia, la morocha, y se declara. La morocha tambin lo ama; pero lo oculta y trata de disuadir al novio de su amiga. l insiste; y en la noche de carnaval l confiesa a su novia el amor por la morocha. Ahora es el primer instante en que las amigas se encuentran y las dos saben la verdad. Todava no se han hablado y permanecen largo rato disfrazadas y silenciosas. Por fin Horacio haba acertado con una leyenda: las dos amigas aman al mismo hombre: pero en seguida pens que la coincidencia de haber acertado significaba un presagio o un aviso de algo que ya estaba pasando: l como novio de las dos muecas, no estara enamorado de Hortensia? Esta sospecha lo hizo revolotear alrededor de su mueca y posarse sobre estas preguntas: Qu tena Hortensia para que l se hubiera enamorado de ella? l sentira por las muecas una admiracin puramente artstica? Hortensia, sera, simplemente un consuelo para cuando l perdiera a su mujer?, y se prestara siempre a una confusin que favorecera a Mara? Era absolutamente necesario que l volviera a pensar en la personalidad de las muecas. No quiso entregarse a estas reflexiones en el mismo dormitorio en que estara su mujer. Llam a Alex, hizo despedir a Walter y qued solo con el ruido de las mquinas; antes pidi al criado una botella de vino de Francia. Despus se empez a pasear, fumando a lo largo del saln. Cuando llegaba a la tarima tomaba un poco de vino; y en seguida reanudaba el paseo reflexionando: Si hay espritus que frecuentan las casas vacas por qu no pueden frecuentar los cuerpos de las muecas?. Entonces pens en castillos abandonados, donde los muebles y los objetos, unidos bajo telas espesas, duermen un miedo pesado: slo estn despiertos los fantasmas y los espritus que se entienden con el vuelo de los murcilagos y los ruidos que vienen de los pantanos En este instante puso atencin en el ruido de las mquinas y la copa se le cay de las manos. Tena la cabeza erizada. Crey comprender que las almas sin cuerpo atrapaban esos ruidos que andaban sueltos por el mundo, que se expresaban por medio de ellos y que el alma que habitaba el cuerpo de Hortensia se entenda con las mquinas. Quiso suspender estas ideas y puso atencin en los escalofros que recorran su cuerpo. Se dej caer en el silln y no tuvo ms remedio que seguir pensando en Hortensia: con razn en una noche de luna, haban ocurrido cosas tan inexplicables. Estaban en el jardn y de pronto l quiso correr a su mujer; ella rea y fue a esconderse detrs de Hortensia bien se dio cuenta l de que eso no era lo mismo que esconderse detrs de un rbol y cuando l fue a besar a Mara por encima del hombro de Hortensia, recibi un formidable pinchazo. En seguida oy con violencia, el ruido de las mquinas: sin duda ellas le anunciaban que l no deba besar a Mara por encima de Hortensia. Mara no se explicaba cmo haba podido dejar una aguja en el vestido de la mueca. Y l, haba sido tan tonto como para creer que Hortensia era un adorno para Mara, cuando en realidad las dos trataban de adornarse mutuamente.Despus volvi a pensar en los ruidos. Desde haca mucho tiempo l crea que, tanto los ruidos como los sonidos tenan vida propia y pertenecan a distintas familias. Los ruidos de las mquinas eran una familia noble y tal vez por eso Hortensia los haba elegido para expresar un amor constante. Esa noche telefone a Facundo y le pregunt por Hortensia. Su amigo le dijo que la enviara muy pronto y que las muchachas del taller haban inventado un procedimiento Aqu Horacio lo haba interrumpido dicindole que deseaba ignorar los secretos del taller. Y despus de colgar el tubo sinti un placer muy escondido al pensar que seran muchachas las que pondran algo de ellas en Hortensia.Al otro da Mara lo esper para almorzar, abrazando a Hortensia por el talle. Despus de besar a su mujer, Horacio tom la mueca en sus brazos y la blancura y el calor de su cuerpo le dieron, por un instante, la felicidad que esperaba; pero cuando puso sus labios en los de Hortensia le pareci que besaba a una persona que tuviera fiebre. Sin embargo, al poco rato ya se haba acostumbrado a ese calor y se sinti reconfortado.Esa misma noche, mientras cenaba, pens: necesariamente la trasmigracin de las almas se ha de producir slo entre personas y animales? Acaso no ha habido moribundos que han entregado el alma, con sus propias manos a un objeto querido? Adems, puede no haber sido por error que un espritu se haya escondido en una mueca que se parezca a una bella mujer?Y no podra haber ocurrido que un alma, deseosa de volver a habitar un cuerpo, haya guiado las manos del que fabrica una mueca? Cuando alguien persigue una idea propia, no se sorprende al encontrarse con algo que no esperaba y como si otro le hubiera ayudado? Despus pens en Hortensia y se pregunt: De quin ser el espritu que vive en el cuerpo de ella?Esa noche Mara estaba de mal humor.Haba estado rezongando a Hortensia, mientras la vesta, porque no se quedaba quieta: se le vena hacia adelante; y ahora, con el agua, estaba ms pesada. Horacio pens en las relaciones de Mara y Hortensia y en los extraos matices de enemistad que haba visto entre mujeres verdaderamente amigas y que no podan pasarse la una sin la otra. Al mismo tiempo record que eso ocurre muy a menudo entre madre e hija Pocos instantes despus levant la cabeza del plato y pregunt a su mujer:Dime una cosa, Mara, cmo era tu mam?Y ahora a qu viene esa pregunta? Deseas saber los defectos que he heredado de ella?Oh!, querida, en absoluto!Esto fue dicho de manera que tranquiliz a Mara. Entonces ella dijo:Mira, era completamente distinta a m, tena una tranquilidad pasmosa; era capaz de pasarse horas en una silla sin moverse y con los ojos en el vaco.Perfecto, se dijo Horacio para s. Y despus de servirse una copa de vino, pens: no sera muy grato, sin embargo que yo entrara en amores con el espritu de mi suegra en el cuerpo de Hortensia.Y qu concepto tena ella del amor?Encuentras que el mo no te conviene?Pero Mara, por favor!Ella no tena ninguno. Y gracias a eso pudo casarse con mi padre cuando mis abuelos se lo pidieron; l tena fortuna; y ella fue una gran compaera para l.Horacio pens: Ms vale as; ya que no tengo que preocuparme ms de eso. A pesar de estar en primavera, esa noche hizo fro; Mara puso el agua caliente a Hortensia, la visti con un camisn de seda y la acost con ellos como si fuera un porrn. Horacio, antes de entrar al sueo tuvo la sensacin de estar hundido en un lago tibio; las piernas de los tres le parecan races enredadas de rboles prximos: se confundan entre el agua y l tena pereza de averiguar cules eran las suyas. III

Horacio y Mara empezaron a preparar una fiesta para Hortensia. Cumplira dos aos. A Horacio se le haba ocurrido presentarla en un triciclo; le deca a Mara que l lo haba visto en el da dedicado a la locomocin y que tena la seguridad de conseguirlo. No le dijo que, haca muchos aos, l haba visto una pelcula en que un novio raptaba a su novia en un triciclo y que ese recuerdo lo impuls a utilizar ese procedimiento con Hortensia. Los ensayos tuvieron xito. Al principio a Horacio le costaba poner el triciclo en marcha; pero apenas lograba mover la gran rueda de delante, el aparato volaba. El da de la fiesta el buffet estuvo abierto desde el primer instante; el murmullo aumentaba rpidamente y se confundan las exclamaciones que salan de las gargantas de las personas y del cuello de las botellas. Cuando Horacio fue a presentar a Hortensia son en el gran patio, una campanilla de colegio y los convidados fueron hacia all con sus copas. Por un largo corredor alfombrado vieron venir a Horacio luchando con la gran rueda de su triciclo. Al principio el vehculo se vea poco; y de Hortensia que vena detrs de Horacio, slo se vea el gran vestido blanco; Horacio pareca venir en el aire y trado por una nube. Hortensia se apoyaba en el eje que una las pequeas ruedas traseras y tena los brazos estirados hacia adelante y las manos metidas en los bolsillos del pantaln de Horacio. El triciclo se detuvo en el centro del patio y Horacio, mientras reciba los aplausos y las aclamaciones, acariciaba, con una mano, el cabello de Hortensia. Despus volvi a pedalear con fuerza el aparato; y cuando se fueron de nuevo por el corredor de las alfombras y el triciclo tom velocidad, todos lo miraron un instante en silencio y tuvieron la idea de un vuelo. En vista del xito, Horacio volvi de nuevo en direccin al patio: ya haban empezado otra vez los aplausos y las risas; pero apenas desembocaron en el patio al triciclo se le sali una rueda y cay de costado. Hubo gritos, pero cuando vieron que Horacio no se haba lastimado, empezaron otra vez las risas y los aplausos. Horacio cay encima de Hortensia, con los pies para arriba y haciendo movimientos de insecto. Los concurrentes rean hasta las lgrimas; Facundo, casi sin poder hablar, le deca:Hermano, parecas un juguete de cuerda que se da vuelta patas arriba y sigue andando!En seguida todos volvieron al comedor. Los muchachos que trabajaban en las escenas de las vitrinas haban rodeado a Horacio y le pedan que les prestara a Hortensia y el triciclo para componer una leyenda. Horacio se negaba pero estaba muy contento y los invit a ir a la sala de las vitrinas a tomar vino de Francia.Si usted nos dijera lo que siente, cuando est frente a una escena le dijo uno de los muchachos creo que enriquecera nuestras experiencias.Horacio se haba empezado a hamacar en los pies, miraba los zapatos de sus amigos y al fin se decidi a decirles:Eso es muy difcil pero lo intentar. Mientras busco la manera de expresarme, les rogara que no me hicieran ninguna pregunta ms y que se conformen con lo que les pueda comunicar.Entendido dijo uno, un poco sordo, ponindose una mano detrs de la oreja.Todava Horacio se tom unos instantes ms; juntaba y separaba las manos abiertas; y despus para que se quedaran quietas, cruz los brazos y empez:Cuando yo miro una escena aqu se detuvo y en seguida reanud el discurso con una digresin: (El hecho de ver las muecas en vitrinas es muy importante por el vidrio; eso les da cierta cualidad de recuerdo; antes, cuando poda ver espejos ahora me hacen mal, pero sera muy largo de explicar el porqu me gustaba ver las habitaciones que aparecan en los espejos). Cuando miro una escena me parece que descubro un recuerdo que ha tenido una mujer en un momento importante de su vida; es algo as perdonen la manera de decirlo como si le abriera una rendija en la cabeza. Entonces me quedo con ese recuerdo como si le robara una prenda ntima; con ella imagino y deduzco muchas cosas y hasta podra decir que al revisarla tengo la impresin de violar algo sagrado; adems, me parece que se es un recuerdo que ha quedado en una persona muerta; yo tengo la ilusin de extraerlo de un cadver; y hasta espero que el recuerdo se mueva un pocoAqu se detuvo; no se anim a decirles que l haba sorprendido muchos movimientos rarosLos muchachos tambin guardaron silencio, a uno se le ocurri tomarse todo el vino que le quedaba en la copa y los dems lo imitaron. Al rato otro pregunt:Dganos algo, en otro orden, de sus gustos personales, por ejemplo.Ah! contest Horacio, no creo que por ah haya algo que pueda servirles para las escenas. Me gusta, por ejemplo, caminar por un piso de madera donde haya azcar derramada.Ese pequeo ruidoEn ese instante vino Mara para invitarlos a dar una vuelta por el jardn; ya era noche oscura y cada uno llevara una pequea antorcha. Mara dio el brazo a Horacio; ellos iniciaban la marcha y pedan a los dems que fueran, tambin en parejas. Antes de salir, por la puerta que daba al jardn, cada uno tomaba la pequea antorcha de una mesa y la encenda en una fuente de llamas que haba en otra mesa. Al ver el resplandor de las antorchas, los vecinos se haban asomado al cerco bajo del jardn y sus caras aparecan entre los rboles como frutas sospechosas. De pronto Mara cruz un cantero, y encendi luces instaladas en un rbol muy grande, y apareci, en lo alto de la copa, Hortensia. Era una sorpresa de Mara para Horacio. Los concurrentes hacan exclamaciones y vivas. Hortensia tena un abanico blanco abierto sobre el pecho y detrs del abanico una luz que le daba reflejos de candilejas.Horacio le dio un beso a Mara y le agradeci la sorpresa; despus mientras los dems se divertan, Horacio se dio cuenta de que Hortensia miraba hacia el camino por donde l vena siempre. Cuando pasaron por el cerco bajo, Mara oy que alguien entre los vecinos, grit a otros que venan lejos: Aprense, que apareci la difunta en un rbol. Trataron de volver pronto al interior de la casa y se brind por la sorpresa de Hortensia.Mara orden a las mellizas dos criadas hermanas que la bajaran del rbol y le pusieran el agua caliente.Ya habra transcurrido una hora despus de la vuelta del jardn, cuando Mara empez a buscar a Horacio; lo encontr de nuevo con los muchachos en el saln de las vitrinas. Ella estaba plida y todos se dieron cuenta de que ocurra algo grave. Mara pidi permiso a los muchachos y se llev a Horacio al dormitorio. All estaba Hortensia con un cuchillo clavado debajo de un seno y de la herida brotaba agua; tena el vestido mojado y el agua ya haba llegado al piso. Ella, como de costumbre, estaba sentada en su silla con los grandes ojos abiertos; pero Mara le toc un brazo y not que se estaba enfriando.Quin puede haberse atrevido a llegar hasta aqu y hacer esto? preguntaba Mara recostndose al pecho de su marido en una crisis de lgrimas.Al poco rato se le pas y se sent en una silla a pensar en lo que hara.Despus dijo:Voy a llamar a la polica.Pero ests loca? le contest Horacio. Vamos a ofender as a todos nuestros invitados por lo que haya hecho uno? Y vas a llamar a la polica para decirles que le han pegado una pualada a una mueca y que le sale agua? La dignidad exige que no digamos nada; es necesario saber perder.La daremos de nuevo a Facundo para que la componga y asunto terminado.Yo no me resigno deca Mara, llamar a un detective particular.Que nadie la toque; en el mango del cuchillo deben estar las impresiones digitales.Horacio trat de calmarla y le pidi que fuera a atender a sus invitados. Convinieron en encerrar la mueca con llave, conforme estaba. Pero Horacio, apenas sali Mara, sac el pauelo del bolsillo, lo empap en agua fuerte y lo pas por el mango del cuchillo. IV

Horacio logr convencer a Mara de que lo mejor sera pasar en silencio la pualada a Hortensia. El da que Facundo la vino a buscar, traa a Luisa, su amante. Ella y Mara fueron al comedor y se pusieron a conversar como si abrieran las puertas de dos jaulas, una frente a la otra y entreveraran los pjaros; ya estaban acostumbradas a conversar y escucharse al mismo tiempo. Horacio y Facundo se encerraron en el escritorio; ellos hablaron en voz baja, uno por vez y como si bebieran, por turno, en un mismo jarro. Horacio deca:Fui yo quien le dio la pualada: era un pretexto para mandarla a tu casa sin que se supiera, exactamente, con qu fin.Despus los dos amigos se haban quedado silenciosos y con la cabeza baja. Mara tena curiosidad por saber lo que conversaban los hombres; dej un instante a Luisa y fue a escuchar a la puerta del escritorio.Crey reconocer la voz de su marido, pero hablaba como un afnico y no se le entenda nada. (En ese momento Horacio, siempre con la cabeza baja, le deca a Facundo: Ser una locura; pero yo s de escultores que se han enamorado de sus estatuas). Al rato Mara pas de nuevo por all; pero slo oy decir a su marido la palabra posible; y despus, a Facundo, la misma palabra. (En realidad, Horacio haba dicho: Eso tiene que ser posible. Y Facundo le haba contestado: Yo har todo lo posible").Una tarde Mara se dio cuenta de que Horacio estaba raro. Tan pronto la miraba con amable insistencia como separaba bruscamente su cabeza de la de ella y se quedaba preocupado. En una de las veces que l cruz el patio, ella lo llam, fue a su encuentro y pasndole los brazos por el cuello, le dijo:Horacio, t no me podrs engaar nunca; yo s lo que te pasa.Qu? contest l abriendo ojos de loco.Ests as por Hortensia.l se qued plido:Pero no, Mara; ests en un grave error.Le extra que ella no se riera ante el tono en que le salieron esas palabras.S querido ya ella es como hija nuestra, segua diciendo Mara.l dej por un rato, los ojos sobre la cara de su mujer y tuvo tiempo de pensar muchas cosas; miraba todos sus rasgos como si repasara los rincones de un lugar a donde haba ido todos los das durante una vida de felicidad; y por ltimo se desprendi de Mara y fue a sentarse a la salita y a pensar en lo que acababa de pasar.Al principio, cuando crey que su mujer haba descubierto su entendimiento con Hortensia, tuvo la idea de que lo perdonara; pero al mirar su sonrisa comprendi el inmenso disparate que sera suponer a Mara enterada de semejante pecado y perdonndolo. Su cara tena la tranquilidad de algunos paisajes; en una mejilla haba un poco de luz dorada del fin de la tarde y en un pedazo de la otra se extenda la sombra de la pequea montaa que haca su nariz. l pens en todo lo bueno que quedaba en la inocencia del mundo y en la costumbre del amor; y record la ternura con que reconoca la cara de su mujer cada vez que l volva de las aventuras con sus muecas. Pero dentro de algn tiempo, cuando su mujer supiera que l no slo no tena por Hortensia el cario de un padre sino que quera hacer de ella una amante, cuando Mara supiera todo el cuidado que l haba puesto en organizar su traicin, entonces, todos los lugares de la cara de ella seran destrozados: Mara no podra comprender todo el mal que haba encontrado en el mundo y en la costumbre del amor; ella no conocera a su marido y el horror la trastornara.Horacio se haba quedado mirando una mancha de sol que tena en la manga del saco; al retirar la manga la mancha haba pasado al vestido de Mara como si se hubiera contagiado; y cuando se separ de ella y empez a caminar hacia la salita, sus rganos parecan estar revueltos, cados y pesando insoportablemente. Al sentarse en una pequea banqueta de la salita, pens que no era digno de ser recibido por la blandura de un mueble familiar y se sinti tan incmodo como si se hubiera echado encima de una criatura.l tambin era desconocido de s mismo y reciba una desilusin muy grande al descubrir la materia de que estaba hecho. Despus fue a su dormitorio, se acost tapndose hasta la cabeza y contra lo que hubiera credo, se durmi en seguida.Mara habl por telfono a Facundo:Escuche, Facundo, aprese a traer a Hortensia porque si no Horacio se va a enfermar.Le voy a decir una cosa, Mara; la pualada ha interesado vas muy importantes de la circulacin del agua; no se puede andar ligero: pero har lo posible para llevrsela cuanto antes.Al poco rato Horacio se despert; un ojo le haba quedado frente a un pequeo barranco que hacan las cobijas y vio a lo lejos, en la pared el retrato de sus padres: ellos haban muerto, de una peste, cuando l era nio; ahora l pensaba que lo haban estafado; l era como un cofre en el cual en vez de fortuna, haban dejado yuyos ruines; y ellos, sus padres, eran como dos bandidos que se hubieran ido antes que l fuera grande y se descubriera el fraude. Pero en seguida estos pensamientos le parecieron monstruosos. Despus fue a la mesa y trat de estar bien ante Mara. Ella le dijo:Avis a Facundo para que trajera pronto a Hortensia.Si ella supiera, se dijo Horacio, que contribuye, apurando el momento de traer a Hortensia, a un placer mo que ser mi traicin y su locura! l daba vuelta la cara de un lado para otro de la mesa sin ver nada y como un caballo que busca la salida con la cabeza.Falta algo? pregunt Mara.No, aqu est dijo l tomando la mostaza.Mara pens que si no la vea, estando tan cerca, era porque l se senta mal.Al final se levant, fue hacia su mujer y se empez a inclinar lentamente, hasta que sus labios tocaron la mejilla de ella; pareca que el beso hubiera descendido en paracadas sobre una planicie donde todava exista la felicidad.Esa noche, en la primera vitrina, haba una mueca sentada en el csped de un jardn; estaba rodeada de grandes esponjas, pero la actitud de ella era la de estar entre flores. Horacio no tena ganas de pensar en el destino de esa mueca y abri el cajoncito donde estaban las leyendas: Esta mujer es una enferma mental; no se ha podido averiguar por qu ama las esponjas. Horacio dijo para s: Pues yo les pago para que averigen. Y al rato pens con acritud: Esas esponjas deben simbolizar la necesidad de lavar muchas culpas. A la maana siguiente se despert con el cuerpo arrollado y record quin era l, ahora. Su nombre y apellido le parecieron diferentes y los imagin escritos en un cheque sin fondos. Su cuerpo estaba triste; ya le haba ocurrido algo parecido, una vez que un mdico le haba dicho que tena sangre dbil y un corazn chico. Sin embargo aquella tristeza se le haba pasado.Ahora estir las piernas y pens:Antes, cuando yo era joven, tena ms vitalidad para defenderme de los remordimientos: me importaba mucho menos el mal que pudiera hacer a los dems. Ahora tendr la debilidad de los aos? No, debe ser un desarrollo tardo de los sentimientos y de la vergenza. Se levant muy aliviado; pero saba que los remordimientos seran como nubes empujadas hacia algn lugar del horizonte y que volveran con la noche.

V

Unos das antes que trajeran a Hortensia, Mara sacaba a pasear a Horacio; quera distraerlo; pero al mismo tiempo pensaba que l estaba triste porque ella no poda tener una hija de verdad. La tarde que trajeron a Hortensia, Horacio no estuvo muy carioso con ella y Mara volvi a pensar que la tristeza de Horacio no era por Hortensia; pero un momento antes de cenar ella vio que Horacio tena, ante Hortensia, una emocin contenida y se qued tranquila. l, antes de ir a ver a sus muecas, le fue a dar un beso a Mara; la miraba de cerca, con los ojos muy abiertos y como si quisiera estar seguro de que no haba nada raro escondido en ningn lugar de su cara. Ya haban pasado unos cuantos das sin que Horacio se hubiera quedado solo con Hortensia.Y despus Mara recordara para siempre la tarde en que ella, un momento antes de salir y a pesar de no hacer mucho fro, puso el agua caliente a Hortensia y la acost con Horacio para que l durmiera confortablemente la siesta. Esa misma noche l miraba los rincones de la cara de Mara seguro de que pronto seran enemigos; a cada instante l haca movimientos y pasos ms cortos que de costumbre y como si se preparara para recibir el indicio de que Mara haba descubierto todo. Eso ocurri una maana. Haca mucho tiempo, una vez que Mara se quejaba de la barba de Alex, Horacio le haba dicho:Peor estuviste t al elegir como criadas a dos mellizas tan parecidas!Y Mara le haba contestado:Tienes algo particular que decirle a alguna de ellas? Has tenido alguna confusin lamentable?S, una vez te llam a ti y vino la que tiene el honor de llamarse como t.Entonces Mara dio orden a las mellizas de no venir a la planta baja a las horas en que el seor estuviera en casa. Pero una vez que una de ellas hua para no dejarse ver por Horacio, l la corri creyendo que era una extraa y tropez con su mujer. Despus de eso Mara las haca venir nada ms que algunas horas en la maana y no dejaba de vigilarlas. El da en que se descubri todo, Mara haba sorprendido a las mellizas levantndole el camisn a Hortensia en momentos en que no deban ponerle agua caliente ni vestirla. Cuando ellas abandonaron el dormitorio, entr Mara. Y al rato las mellizas vieron a la duea de la casa cruzando el patio, muy apurada, en direccin a la cocina.Despus haba pasado de vuelta con el cuchillo grande de picar carne; y cuando ellas, asustadas la siguieron para ver lo que ocurra, Mara les haba dado con la puerta en la cara.Las mellizas se vieron obligadas a mirar por la cerradura; pero como Mara haba quedado de espalda tuvieron que ir a ver por otra puerta. Mara puso a Hortensia encima de una mesa, como si fuera a operar y le daba pualadas cortas y seguidas; estaba desgreada y le haba saltado a la cara un chorro de agua; de un hombro de Hortensia brotaban otros dos, muy finos, y se cruzaban entre s como en la fuente del jardn; y del vientre salan borbotones que movan un pedazo desgarrado del camisn. Una de las mellizas se haba hincado en un almohadn, se tapaba un ojo con la mano y con el otro miraba sin pestaear junto a la cerradura; por all vena un poco de aire y la haca lagrimear; entonces ceda el lugar a su hermana. De los ojos de Mara tambin salan lgrimas; al fin dej el cuchillo encima de Hortensia, se fue a sentar a un silln y a llorar con las manos en la cara. Las mellizas no tuvieron ms inters en mirar por la cerradura y se fueron a la cocina. Pero al rato la seora las llam para que ayudaran a arreglar las valijas. Mara se propuso soportar la situacin con la dignidad de una reina desgraciada. Dispuesta a castigar a Horacio y pensando en las actitudes que tomara ante sus ojos, dijo a las mellizas que si vena el seor le dijeran que ella no lo poda recibir. Empez a arreglar todo para un largo viaje y regal algunos vestidos a las mellizas; y al final, cuando Mara se iba en el auto de la casa, las mellizas, en el jardn, se entregaron con fruicin a la pena de su seora; pero al entrar de nuevo a la casa y ver los vestidos regalados se pusieron muy contentas: corrieron las cortinas de los espejos estaban tapados para evitarle a Horacio la mala impresin de mirarse en ellos y se acercaron los vestidos al cuerpo para contemplar el efecto. Una de ellas vio por el espejo el cuerpo mutilado de Hortensia y dijo: Qu tipo sinvergenza. Se refera a Horacio. l, haba aparecido en una de las puertas y pensaba en la manera de preguntarles qu estaban haciendo con esos vestidos frente a los espejos desnudos. Pero de pronto vio el cuerpo de Hortensia sobre la mesa, con el camisn desgarrado y se dirigi hacia all. Las mellizas iniciaron la huida. l las detuvo:Dnde est la seora?La que haba dicho qu tipo sinvergenza lo mir de frente y contest:Nos dijo que hara un largo viaje y nos regal estos vestidos.l les hizo seas para que se fueran y le vinieron a la cabeza estas palabras: La cosa ya ha pasado.Mir de nuevo el cuerpo de Hortensia: todava tena en el vientre el cuchillo de picar carne. l no senta mucha pena y por un instante se le ocurri que aquel cuerpo poda arreglarse; pero en seguida se imagin el cuerpo cado con puntadas y record un caballo agujereado que haba tenido en la infancia: la madre le haba dicho que le iba a poner un remiendo; pero l se senta desilusionado y prefiri tirarlo.Horacio desde el primer momento tuvo la seguridad de que Mara volvera y se dijo para s: Debo esperar los acontecimientos con la mayor calma posible. Adems l volvera a ser, como en sus mejores tiempos, un atrevido fuerte. Record lo que le haba ocurrido esa maana y pens que tambin traicionara a Hortensia. Haca poco rato, Facundo le haba mostrado otra mueca; era una rubia divina y ya tena su historia: Facundo haba hecho correr la noticia de que exista, en un pas del norte, un fabricante de esas muecas; se haban conseguido los planos y los primeros ensayos haban tenido xito. Entonces recibi, a los pocos das, la visita de un hombre tmido; traa unos ojos grandes embolsados en prpados que apenas poda levantar, y peda datos concretos. Facundo, mientras buscaba fotografas de muecas, le iba diciendo: El nombre genrico de ellas es el de Hortensia; pero despus el que ha de ser su dueo, le pone el nombre que ella le inspire ntimamente. stos son los nicos modelos de Hortensias que vinieron con los planos. Le mostr slo tres y el hombre tmido se comprometi, casi irreflexivamente, con una de ellas y le hizo el encargo con dinero en la mano. Facundo pidi un precio subido y el comprador movi varias veces los prpados; pero despus sac una estilogrfica en forma de submarino y firm el compromiso. Horacio vio la rubia terminada y le pidi a Facundo que no la entregara todava; y su amigo acept porque ya tena otras empezadas. Horacio pens, en el primer instante, ponerle un apartamento; pero ahora se le ocurra otra cosa; la traera a su casa y la pondra en la vitrina de las que esperaban colocacin. Despus que todos se acostaran l la llevara al dormitorio; y antes que se levantaran la colocara de nuevo en la vitrina. Por otra parte l esperaba que Mara no volvera a su casa en altas horas de la noche. Apenas Facundo haba puesto la nueva mueca a disposicin de su amigo, Horacio se sinti posedo por una buena suerte que no haba tenido desde la adolescencia. Alguien lo protega, puesto que l haba llegado a su casa despus que todo haba pasado. Adems l podra dominar los acontecimientos con el impulso de un hombre joven. Si haba abandonado una mueca por otra, ahora l no se poda detener a sentir pena por el cuerpo mutilado de Hortensia. La vuelta de Mara era segura porque a l ya no se le importaba nada de ella; y deba ser Mara quien se ocupara del cuerpo de Hortensia.De pronto Horacio empez a caminar como un ladrn, junto a la pared; lleg al costado de un ropero, corri la cortina que deba cubrir el espejo y despus hizo lo mismo con el otro ropero. Ya haca mucho tiempo que haba hecho poner esas cortinas. Mara siempre haba tenido cuidado de que l no se encontrara con un espejo descubierto: antes de vestirse cerraba el dormitorio y antes de abrirlo cubra los espejos. Entonces sinti fastidio de pensar que las mellizas, no slo se ponan vestidos que l haba regalado a su esposa, sino que haban dejado los espejos libres. No era que a l no le gustara ver las cosas en los espejos; pero el color oscuro de su cara le haca pensar en unos muecos de cera que haba visto en un museo la tarde que asesinaron a un comerciante; en el museo tambin haba muecos que representaban cuerpos asesinados y el color de la sangre en la cera le fue tan desagradable como si a l le hubiera sido posible ver, despus de muerto, las pualadas que lo haban matado. El espejo del tocador quedaba siempre sin cortinas; era bajo y Horacio poda pasar, distrado, frente a l e inclinarse, todos los das, hasta verse solamente el nudo de la corbata; se peinaba de memoria y se afeitaba tantendose la cara. Aquel espejo poda decir que l haba reflejado siempre un hombre sin cabeza. Ese da, despus de haber corrido la cortina de los roperos, Horacio cruz, confiado como de costumbre, frente al espejo del tocador; pero se vio la mano sobre el gnero oscuro del traje y tuvo un desagrado parecido al de mirarse la cara. Entonces se dio cuenta de que ahora, la piel de sus manos tena tambin color de cera. Al mismo tiempo record unos brazos que haba visto ese da en el escritorio de Facundo: eran de un color agradable y muy parecidos al de la rubia. Horacio, como un chiquiln que pide recortes a alguien que trabaja en madera le dijo a Facundo:Cuando te sobren brazos o piernas que no necesites, mndamelos.Y para qu quieres eso, hermano?Me gustara que compusieran escenas en mis vitrinas con brazos y piernas sueltas; por ejemplo: Un brazo encima de un espejo, una pierna que sale de abajo de una cama, o algo as.Facundo se pas una mano por la cara y mir a Horacio con disimulo.Ese da Horacio almorz y tom vino tan tranquilamente como si Mara hubiera ido a casa de una parienta a pasar el da. La idea de su suerte le permita recomendarse tranquilidad.Se levant contento de la mesa, se le ocurri llevar a pasear un rato las manos por el teclado y por fin fue al dormitorio para dormir la siesta. Al cruzar frente al tocador, se dijo:Reaccionar contra mis manas y mirar los espejos de frente. Adems le gustaba mucho encontrarse con sorpresas de personas y objetos en confusiones provocadas por espejos. Despus mir una vez ms a Hortensia, decidi que la dejara all hasta que Mara volviera y se acost. Al estirar los pies entre las cobijas, toc un cuerpo extrao, dio un salto y baj de la cama; qued unos instantes de pie y por ltimo sac las cobijas: era una carta de Mara: Horacio: ah te dejo a tu amante; yo tambin la he apualado; pero puedo confesarlo porque no es un pretexto hipcrita para mandarla al taller a que le hagan herejas. Me has asqueado la vida y te ruego que no trates de buscarme. Mara. Se volvi a acostar pero no poda dormir y se levant. Evitaba mirar los objetos de su mujer en el tocador como evitaba mirarla a ella cuando estaban enojados. Fue a un cine; all salud, sin querer, a un enemigo y tuvo varias veces el recuerdo de Mara. Volvi a la casa negra cuando todava entraba un poco de sol a su dormitorio. Al pasar frente a un espejo y a pesar de estar corrida la cortina, vio a travs de ella su cara: algunos rayos de sol daban sobre el espejo y haban hecho brillar sus facciones como las de un espectro. Tuvo un escalofro, cerr las ventanas y se acost. Si la suerte que tuvo cuando era joven le volva ahora a l le quedara poco tiempo para aprovecharla; no vendra sola y l tendra que luchar con acontecimientos tan extraos como los que se producan a causa de Hortensia. Ella descansaba ahora, a pocos pasos de l; menos mal que su cuerpo, no se descompondra; entonces pens en el espritu que haba vivido en l como en un habitante que no hubiera tenido mucho que ver con su habitacin. No podra haber ocurrido que el habitante del cuerpo de Hortensia hubiera provocado la furia de Mara, para que ella deshiciera el cuerpo de Hortensia y evitara as la proximidad de l, de Horacio? No poda dormir; le pareca que los objetos del dormitorio eran pequeos fantasmas que se entendan con el ruido de las mquinas. Se levant, fue a la mesa y empez a tomar vino. A esa hora extraaba mucho a Mara. Al fin de la cena se dio cuenta de que no le dara un beso y fue para la salita. All tomando el caf pens que mientras Mara no volviera, l no deba ir al dormitorio ni a la mesa de su casa.Despus sali a caminar y record que en un barrio prximo haba un hotel de estudiantes. Lleg hasta all. Haba una palmera a la entrada y detrs de ella lminas de espejos que suban las escaleras al comps de los escalones; entonces sigui caminando. El hecho de habrsele presentado tantos espejos en un solo da era un sntoma sospechoso. Despus record que esa misma maana, antes de encontrarse con los de su casa, l le haba dicho a Facundo que le gustara ver un brazo sobre un espejo. Pero tambin record la mueca rubia y decidi, una vez ms, luchar contra sus manas. Volvi sus pasos hacia el hotel, cruz la palmera y trat de subir la escalera sin mirarse en los espejos. Haca mucho tiempo que no haba visto tantos juntos; las imgenes se confundan, l no saba dnde dirigirse y hasta pens que pudiera haber alguien escondido entre los reflejos. En el primer piso apareci la duea; le mostraron las habitaciones disponibles todas tenan grandes espejos l eligi la mejor y dijo que volvera dentro de una hora.Fue a la casa negra, arregl una pequea valija y al volver record que antes, aquel hotel, haba sido una casa de citas. Entonces no se extra de que hubiera tantos espejos. En la pieza que l eligi haba tres; el ms grande quedaba a un lado de la cama; y como la habitacin que apareca en l era la ms linda, Horacio miraba la del espejo. Estara cansada de representar, durante aos, aquel ambiente chinesco. Ya no era agresivo el rojo del empapelado y segn el espejo pareca el fondo de un lago, color ladrillo, donde hubiera sumergido puentes con cerezos. Horacio se acost y apag la luz; pero sigui mirando la habitacin con el resplandor que vena de la calle. Le pareca estar escondido en la intimidad de una familia pobre. All todas las cosas haban envejecido juntas y eran amigas; pero las ventanas todava eran jvenes y miraban hacia afuera; eran mellizas, como las de Mara, se vestan igual, tenan pegado al vidrio cortinas de puntillas y recogidos a los lados, cortinados de terciopelo. Horacio tuvo un poco la impresin de estar viviendo en el cuerpo de un desconocido a quien robara bienestar. En medio de un gran silencio sinti zumbar sus odos y se dio cuenta de que le faltaba el ruido de las mquinas; tal vez le hiciera bien salir de la casa negra y no orlas ms. Si ahora Mara estuviera recostada a su lado, l sera completamente feliz. Apenas volviera a su casa l le propondra pasar una noche en este hotel. Pero en seguida record la mueca rubia que haba visto en la maana y despus se durmi.En el sueo haba un lugar oscuro donde andaba volando un brazo blanco.Un ruido de pasos en una habitacin prxima lo despert. Se baj de la cama y empez a caminar descalzo sobre la alfombra; pero vio que lo segua una mancha blanca y comprendi que su cara se reflejaba en el espejo que estaba encima de la chimenea. Entonces se le ocurri que podran inventar espejos en los cuales se vieran los objetos pero no las personas. Inmediatamente se dio cuenta de que eso era absurdo; adems si l se pusiera frente a un espejo y el espejo no lo reflejara, su cuerpo no sera de este mundo. Se volvi a acostar. Alguien encendi la luz en una habitacin de enfrente y esa misma luz cay en el espejo que Horacio tena a un lado.Despus l pens en su niez, tuvo recuerdos de otros espejos y se durmi. VI

Haca poco tiempo que Horacio dorma en el hotel y las cosas ocurran como en la primera noche: en la casa de enfrente se encendan ventanas que caan en los espejos; o l se despertaba y encontraba las ventanas dormidas. Una noche oy gritos y vio llamas en su espejo. Al principio las mir como en la pantalla de un cine; pero en seguida pens que si haba llamas en el espejo tambin tena que haberlas en la realidad. Entonces, con velocidad de resorte, dio media vuelta en la cama y se encontr con llamas que bailaban en el hueco de una ventana de enfrente, como diablillos en un teatro de tteres. Se tir al suelo, se puso la salida de bao y se asom a una de sus propias ventanas.En el vidrio se reflejaban las llamas y esta ventana pareca asustada de ver lo que ocurra a la de enfrente. Abajo la pieza de Horacio quedaba en un primer piso haba mucha gente y en ese momento venan los bomberos. Fue entonces que Horacio vio a Mara asomada a otra de las ventanas del hotel. Ella ya lo estaba mirando y no terminaba de reconocerlo. Horacio le hizo seas con la mano, cerr la ventana, fue por el pasillo hasta la puerta que crey la de Mara y llam con los nudillos. En seguida apareci ella y le dijo:No conseguirs nada con seguirme.Y le dio con la puerta en la cara.Horacio se qued quieto y a los pocos instantes la oy llorar detrs de la puerta. Entonces contest:No vine a buscarte; pero ya que nos encontramos debamos ir a casa.Andate, ndate t solo haba dicho ella.A pesar de todo, a l le pareci que tena ganas de volver. Al otro da, Horacio fue a la casa negra y se sinti feliz. Gozaba de la suntuosidad de aquellos interiores y caminaba entre sus riquezas como un sonmbulo; todos los objetos vivan all, recuerdos tranquilos y las altas habitaciones le daban la impresin de que tendran alejada una muerte que llegara del cielo.Pero en la noche, despus de cenar fue al saln y le pareci que el piano era un gran atad y que el silencio velaba a un msico que haba muerto haca poco tiempo. Levant la tapa del piano y aterrorizado la dej caer con gran estruendo; qued un instante con los brazos levantados, como ante alguien que lo amenazara con un revlver, pero despus fue al patio y empez a gritar:Quin puso a Hortensia dentro del piano?Mientras repeta la pregunta segua con la visin del pelo de ella enredado en las cuerdas del instrumento y la cara achatada por el peso de la tapa.Vino una de las mellizas pero no poda hablar. Despus lleg Alex:La seora estuvo esta tarde; vino a buscar ropa.Esa mujer me va a matar a sorpresas grit Horacio sin poder dominarse. Pero sbitamente se calm:Llvate a Hortensia a tu alcoba y maana temprano dile a Facundo que la venga a buscar. Espera le grit casi en seguida. Acrcate y mirando el lugar por donde se haban ido las mellizas, baj la voz para encargarle de nuevo:Dile a Facundo que cuando venga a buscar a Hortensia ya puede traer la otra.Esa noche fue a dormir a otro hotel; le toc una habitacin con un solo espejo; el papel era amarillo con flores rojas y hojas verdes enredadas en varillas que simulaban una glorieta. La colcha tambin era amarilla y Horacio se senta irritado: tena la impresin de que se acostara a la intemperie. Al otro da de maana fue a su casa, hizo traer grandes espejos y los coloc en el saln de manera que multiplicaran las escenas de sus muecas. Ese da no vinieron a buscar a Hortensia ni trajeron la otra. Esa noche Alex le fue a llevar vino al saln y dej caer la botellaNo es para tanto dijo Horacio.Tena la cara tapada con un antifaz y las manos con guantes amarillos.Pens que se tratara de un bandido dijo Alex mientras Horacio se rea y el aire de su boca inflaba la seda negra del antifaz.Estos trapos en la cara me dan mucho calor y no me dejarn tomar vino; antes de quitrmelos t debes descolgar los espejos, ponerlos en el suelo y recostarlos a una silla. As dijo Horacio, descolgando uno y ponindolo como l quera.Podran recostarse con el vidrio contra la pared; de esa manera estarn ms seguros objet Alex.No, porque aun estando en el suelo, quiero que reflejen algo.Entonces podran recostarse a la pared mirando para afuera.No, porque la inclinacin necesaria para recostarlos en la pared, har que reflejen lo que hay arriba y yo no tengo inters en mirarme la cara.Despus que Alex los acomod como deseaba su seor, Horacio, se sac el antifaz y empez a tomar vino; paseaba por un caminero que haba en el centro del saln; hacia all miraban los espejos y tenan por delante la silla a la cual estaban recostados. Esa pequea inclinacin hacia el piso le daba la idea de que los espejos fueran sirvientes que saludaran con el cuerpo inclinado, conservando los prpados levantados y sin dejar de observarlo.Adems por entre las patas de las sillas, reflejaban el piso y daban la sensacin de que estuviera torcido.Despus de haber tomado vino, eso le hizo mala impresin y decidi irse a la cama. Al otro da esa noche durmi en su casa vino el chfer a pedirle dinero de parte de Mara. l se lo dio sin preguntarle dnde estaba ella; pero pens que Mara no volvera pronto; entonces, cuando le trajeron la rubia, l la hizo llevar directamente a su dormitorio. A la noche orden a las mellizas que le pusieran un traje de fiesta y la llevaran a la mesa. Comi con ella enfrente; y al final de la cena y en presencia de una de las mellizas, pregunt a Alex:Qu opinas de sta?Muy hermosa seor, se parece mucho a una espa que conoc en la guerra.Eso me encanta, Alex.Al da siguiente, sealando a la rubia, Horacio dijo a las mellizas:De hoy en adelante deben llamarla seora Eulalia.A la noche Horacio pregunt a las mellizas (ahora ellas no se escondan de l):Quin est en el comedor?La seora Eulalia dijeron las mellizas al mismo tiempo.Pero no estando Horacio, y por burlarse de Alex, decan: Ya es hora de ponerle el agua caliente a la espa.

VII

Mara esperaba, en el hotel de los estudiantes, que Horacio fuera de nuevo. Apenas sala algunos momentos para que le acomodaran la habitacin.Iba por las calles de los alrededores llevando la cabeza levantada; pero no miraba a nadie, ni a ninguna cosa; y al caminar pensaba: Soy una mujer que ha sido abandonada a causa de una mueca; pero si ahora l me viera, vendra hacia m. Al volver a su habitacin tomaba un libro de poesas, forrado de hule azul y empezaba a leer distradamente, en voz alta y a esperar a Horacio; pero al ver que l no vena trataba de penetrar las poesas: era como si alguien sin querer, hubiera dejado una puerta abierta y en ese instante ella hubiera aprovechado para ver un interior. Al mismo tiempo le pareci que el empapelado de la habitacin, el biombo y el lavatorio con sus canillas niqueladas, tambin hubieran comprendido la poesa; y que tena algo noble, en su materia, que los obligaba a hacer un esfuerzo y a prestar atencin sublime. Muchas veces, en medio de la noche, Mara encenda la lmpara y escoga una poesa como si le fuera posible elegir un sueo. Al da siguiente volva a caminar por las calles de aquel barrio y se imaginaba que sus pasos eran de poesa. Y una maana pens: Me gustara que Horacio supiera que camino sola, entre rboles, con un libro en la mano.Entonces mand buscar a su chfer, arregl de nuevo sus valijas y fue a la casa de una prima de su madre: era en las afueras y haba rboles. Su parienta era una solterona que viva en una casa antigua: cuando su cuerpo inmenso cruzaba las habitaciones, siempre en penumbra, y haca crujir los pisos, un loro gritaba: Buenos das, sopas de leche. Mara cont a Pradera su desgracia sin derramar ni una lgrima. Su parienta escuch espantada; despus se indign y por ltimo empez a lagrimear. Pero Mara fue serenamente a despedir al chfer y le encarg que le pidiera dinero a Horacio y que si l le preguntaba por ella, le dijera, como cosa de l, que ella se paseaba entre los rboles con un libro en la mano: y que si le preguntaba dnde estaba ella, se lo dijera; por ltimo le encarg que viniera al otro da a la misma hora. Despus ella fue a sentarse bajo un rbol con el libro de hule; de l se levantaban poemas que se esparcan por el paisaje como si ellos formaran de nuevo las copas de los rboles y movieran, lentamente, las nubes. Durante el almuerzo Pradera estuvo pensativa: pero despus pregunt a Mara:Y qu piensas hacer con ese indecente?Esperar que venga y perdonarlo.Te desconozco, sobrina; ese hombre te ha dejado idiota y te maneja como a una de sus muecas.Mara baj los prpados con silencio de bienaventurada. Pero a la tarde vino la mujer que haca la limpieza, trajo el diario La Noche, el da anterior y los ojos de Mara rozaron un ttulo que deca: Las Hortensias de Facundo. No pudo dejar de leer el suelto: En el ltimo piso de la tienda La Primavera, se har una gran exposicin y se dice que algunas de las muecas que vestirn los ltimos modelos sern Hortensias.Esta noticia coincide con el ingreso de Facundo, el fabricante de las famosas muecas, a la firma comercial de dicha tienda. Vemos alarmados cmo esta nueva falsificacin del pecado original de la que ya hemos hablado en otras ediciones se abre paso en nuestro mundo. He aqu uno de los volantes de propaganda, sorprendidos en uno de nuestros principales clubes:Es usted feo? No se preocupe. Es usted tmido? No se preocupe. En una Hortensia tendr usted un amor silencioso, sin rias, sin respuestas agobiantes, sin comadronas.Mara despertaba a sacudones:Qu desvergenza! El mismo nombre de nuestraY no supo qu agregar. Haba levantado los ojos y cargndolos de rabia, apuntaba a un lugar fijo.Pradera! grit furiosa, mira!Su ta meti las manos en la canasta de la costura y haciendo guiadas para poder ver, buscaba los lentes.Mara le dijo:Escucha y ley el suelto. No slo pedir el divorcio dijo despus, sino que armar un escndalo como no se ha visto en este pas.Por fin, hija, bajas de las nubes grit Pradera levantando las manos coloradas por el agua de fregar las ollas.Mientras Mara se paseaba agitada, tropezando con macetas y plantas inocentes, Pradera aprovech a esconder el libro de hule. Al otro da, el chfer pensaba en cmo esquivara las preguntas de Mara sobre Horacio; pero ella slo le pidi el dinero y en seguida lo mand a la casa negra para que trajera a Mara, una de las mellizas. Mara la melliza lleg en la tarde y cont lo de la espa, a quien deban llamar la seora Eulalia. En el primer instante Mara la mujer de Horacio qued aterrada y con palabras tenues le pregunt:Se parece a m?No, seora, la espa es rubia y tiene otros vestidos.Mara la mujer de Horacio se par de un salto, pero en seguida se tir de nuevo en el silln y empez a llorar a gritos. Despus vino la ta.La melliza cont todo de nuevo. Pradera empez a sacudir sus senos inmensos en gemidos lastimosos; y el loro, ante aquel escndalo gritaba: Buenos das, sopas de leche. VIII

Walter haba regresado de unas vacaciones y Horacio reanud las sesiones de sus vitrinas. La primera noche haba llevado a Eulalia al saln. La sentaba junto a l, en la tarima, y la abrazaba mientras miraba las otras muecas. Los muchachos haban compuesto escenas con ms personajes que de costumbre. En la segunda vitrina haba cinco: pertenecan a la comisin directiva de una sociedad que protega a jvenes abandonadas. En ese instante haba sido elegida presidente una de ellas; y otra, la rival derrotada, tena la cabeza baja; era la que le gustaba ms a Horacio. l dej por un instante a Eulalia y fue a besar la frente fresca de la derrotada.Cuando volvi junto a su compaera quiso or, por entre los huecos de la msica, el ruido de las mquinas y record lo que Alex le haba dicho del parecido de Eulalia, con una espa de la guerra. De cualquier manera aquella noche sus ojos se entregaron, con glotonera, a la diversidad de sus muecas. Pero al da siguiente amaneci con un gran cansancio y a la noche tuvo miedo de la muerte. Se senta angustiado de no saber cundo morira ni el lugar de su cuerpo que primero sera atacado. Cada vez le costaba ms estar solo; las muecas no le hacan compaa y parecan decirle: Nosotras somos muecas; y t arrglate como puedas. A veces silbaba, pero oa su propio silbido como si se fuera agarrando de una cuerda muy fina que se rompa apenas se quedaba distrado.Otras veces conversaba en voz alta y comentaba estpidamente lo que iba haciendo: Ahora ir al escritorio a buscar el tintero. O pensaba en lo que haca como si observara a otra persona: Est abriendo el cajn.Ahora este imbcil le saca la tapa del tintero. Vamos a ver cunto tiempo le dura la vida. Al fin se asustaba y sala a la calle. Al da siguiente recibi un cajn; se lo mandaba Facundo; lo hizo abrir y se encontr con que estaba lleno de brazos y piernas sueltas; entonces record que una maana l le haba pedido que le mandara los restos de muecas que no necesitara. Tuvo miedo de encontrar alguna cabeza suelta, eso no le hubiera gustado. Despus hizo llevar el cajn al lugar donde las muecas esperaban el momento de ser utilizadas; habl por telfono a los muchachos y les explic la manera de hacer participar las piernas y los brazos en las escenas. Pero la primera prueba result desastrosa y l se enoj mucho. Apenas haba corrido la cortina vio una mueca de luto sentada al pie de una escalinata que pareca el atrio de una iglesia; miraba hacia el frente; debajo de la pollera le sala una cantidad impresionante de piernas: eran como diez o doce; y sobre cada escaln haba un brazo suelto con la mano hacia arriba. Qu brutos, deca Horacio, no se trata de utilizar todas las piernas y los brazos que haya. Sin pensar en ninguna interpretacin abri el cajoncito de las leyendas para leer el argumento: sta es una viuda pobre que camina todo el da para conseguir qu comer y ha puesto manos que piden limosna como trampas para cazar monedas. Qu mamarracho sigui diciendo Horacio esto es un jeroglfico estpido. Se fue a acostar, rabioso; y ya a punto de dormirse vea andar la viuda con todas las piernas como si fuera una araa.Despus de este desgraciado ensayo, Horacio sinti una gran desilusin de los muchachos, de las muecas y hasta de Eulalia. Pero a los pocos das, Facundo lo llevaba en un auto por una carretera y de pronto le dijo:Ves aquella casita de dos pisos, al borde del ro? Bueno, all vive el tmido con su mueca hermana de la tuya; como quien dice, tu cuada (Facundo le dio una palmada en una pierna y los dos se rieron). Viene slo al anochecer; y tiene miedo que la madre se entere.Al da siguiente, cuando el sol estaba muy alto, Horacio fue solo, por el camino de tierra que conduca al ro, a la casita del Tmido. Antes de llegar al camino pasaba por debajo de un portn cerrado y al costado de otra casita ms pequea, que sera del guardabosque. Horacio golpe las manos y sali un hombre, sin afeitar, con un sombrero roto en la cabeza y masticando algo.Qu desea?Me han dicho que el dueo de aquella casa tiene una muecaEl hombre se haba recostado a un rbol y lo interrumpi para decirle:El dueo no est.Horacio sac varios billetes de su cartera y el hombre, al ver el dinero, empez a masticar ms lentamente. Horacio acomodaba los billetes en su mano como si fueran barajas y finga pensar. El otro trag el bocado y se qued esperando. Horacio calcul el tiempo en que el otro haba imaginado lo que hara con ese dinero; y al fin, dijo:Yo tendra mucha necesidad de ver esa mueca hoyEl patrn llega a las siete.La casa est abierta?No. Pero yo tengo llave. En caso que se descubra algo dijo el hombre alargando la mano y recogiendo la baza, yo no s nada.Tiene que darle dos vueltasLa mueca est en el piso de arriba Sera conveniente que dejara las cosas esatamente como las encontr.Horacio tom el camino a paso rpido y volvi a sentir la agitacin de la adolescencia. La pequea puerta de entrada era sucia como una vieja indolente y l revolvi con asco la llave en la cerradura. Entr a una pieza desagradable donde haba caas de pescar recostadas a una pared. Cruz el piso, muy sucio, y subi una escalera recin barnizada. El dormitorio era confortable; pero all no se vea ninguna mueca. La busc hasta debajo de la cama; y al fin la encontr entre un ropero. Al principio tuvo una sorpresa como las que le preparaba Mara.La mueca tena un vestido negro, de fiesta, rociado con piedras como gotas de vidrio. Si hubiera estado en una de sus vitrinas l habra pensado que era una viuda rodeada de lgrimas. De pronto Horacio oy una detonacin: pareca un balazo. Corri hacia la escalera que daba a la planta baja y vio, tirada en el piso y rodeada de una pequea nube de polvo, una caa de pescar. Entonces resolvi tomar una manta y llevar la Hortensia al borde del ro. La mueca era liviana y fra. Mientras buscaba un lugar escondido, bajo los rboles, sinti un perfume que no era del bosque y en seguida descubri que se desprenda de la Hortensia. Encontr un sitio acolchado, en el pasto, tendi la manta abrazando a la mueca por las piernas y despus la recost con el cuidado que pondra en manejar una mujer desmayada. A pesar de la soledad del lugar, Horacio no estaba tranquilo.A pocos metros de ellos apareci un sapo, qued inmvil y Horacio no saba qu direccin tomaran sus prximos saltos. Al poco rato vio, al alcance de su mano, una piedra pequea y se la arroj. Horacio no pudo poner la atencin que hubiera querido en esta Hortensia; qued muy desilusionado; y no se atreva a mirarle la cara porque pensaba que encontrara en ella, la burla inconmovible de un objeto. Pero oy un murmullo raro mezclado con ruido de agua. Se volvi hacia el ro y vio, en un bote, un muchachn de cabeza grande haciendo muecas horribles; tena manos pequeas prendidas de los remos y slo mova la boca, horrorosa como un pedazo suelto de intestino y dejaba escapar ese murmullo que se oa al principio. Horacio tom la Hortensia y sali corriendo hacia la casa del Tmido.Despus de la aventura con la Hortensia ajena y mientras se diriga a la casa negra, Horacio pens en irse a otro pas y no mirar nunca ms a una mueca. Al entrar a su casa fue hacia su dormitorio con la idea de sacar de all a Eulalia; pero encontr a Mara tirada en la cama boca abajo llorando. l se acerc a su mujer y le acarici el pelo; pero comprendi que estaban los tres en la misma cama y llam a una de las mellizas ordenndole que sacara la mueca de all y llamara a Facundo para que viniera a buscarla. Horacio se qued recostado a Mara y los dos estuvieron silenciosos esperando que entrara del todo la noche. Despus l tom la mano de ella y buscando trabajosamente las palabras, como si tuviera que expresarse en un idioma que conociera poco, le confes su desilusin por las muecas y lo mal que lo haba pasado sin ella.

IX

Mara crey en la desilusin definitiva de Horacio por sus muecas y los dos se entregaron a las costumbres felices de antes. Los primeros das pudieron soportar los recuerdos de Hortensia; pero despus hacan silencios inesperados y cada uno saba en quin pensaba el otro. Una maana, paseando por el jardn, Mara se detuvo frente al rbol en que haba puesto a Hortensia para sorprender a Horacio; despus record la leyenda de los vecinos; y al pensar que realmente ella haba matado a Hortensia, se puso a llorar. Cuando vino Horacio y le pregunt qu tena, ella no le quiso decir y guard un silencio hostil. Entonces l pens que Mara, sola, con los brazos cruzados y sin Hortensia, desmereca mucho. Una tarde, al oscurecer, l estaba sentado en la salita; tena mucha angustia de pensar que por culpa de l no tenan a Hortensia y poco a poco se haba sentido invadido por el remordimiento. Y de pronto se dio cuenta de que en la sala haba un gato negro. Se puso de pie, irritado, y ya iba a preguntar a Alex cmo lo haban dejado entrar, cuando apareci Mara y le dijo que ella lo haba trado. Estaba contenta y mientras abrazaba a su marido le cont cmo lo haba conseguido. l, al verla tan feliz, no la quiso contrariar; pero sinti antipata por aquel animal que se haba acercado a l tan sigilosamente en instantes en que a l lo invada el remordimiento.Y a los pocos das aquel animalito fue tambin el gato de la discordia.Mara lo acostumbr a ir a la cama y echarse encima de las cobijas. Horacio esperaba que Mara se durmiera; entonces produca, debajo de las cobijas, un terremoto que obligaba al gato a salir de all. Una noche Mara se despert en uno de esos instantes:Fuiste t que espantaste al gato?No s.Mara rezongaba y defenda al gato.Una noche, despus de cenar. Horacio fue al saln a tocar el piano. Haba suspendido, desde haca unos das, las escenas de las vitrinas y contra su costumbre haba dejado las muecas en la oscuridad, slo las acompaaba el ruido de las mquinas. Horacio encendi una porttil de pie colocada a un lado del piano y vio encima de la tapa de los ojos del gato, su cuerpo se confunda con el color del piano.Entonces, sorprendido desagradablemente, lo ech de mala manera. El gato salt y fue hacia la salita; Horacio lo sigui corriendo, pero el animalito, encontrando cerrada la puerta que daba al patio, empez a saltar y desgarr las cortinas de la puerta; una de ellas cay al suelo; Mara la vio desde el comedor y vino corriendo.Dijo palabras fuertes y las ltimas fueron:Me obligaste a deshacer a Hortensia y ahora querrs que mate al gato.Horacio tom el sombrero y sali a caminar. Pensaba que Mara, si lo haba perdonado, en el momento de la reconciliacin le haba dicho: Te quiero porque eres loco ahora no tena derecho a decirle todo aquello y echarle en cara la muerte de Hortensia; ya tena bastante castigo en lo que Mara desmereca sin la mueca; el gato, en vez de darle encanto la haca vulgar. Al salir, l vio que ella se haba puesto a llorar; entonces pens: Bueno, ahora que se quede ella con el gato del remordimiento.Pero al mismo tiempo senta el malestar del saber que los remordimientos de ella no eran nada comparados con los de l; y que si ella no le saba dar ilusin, l, por su parte, se abandonaba a la costumbre de que ella le lavara las culpas. Y todava, un poco antes que l muriera, ella sera la nica que lo acompaara en la desesperacin desconocida y casi con seguridad cobarde que tendra en los ltimos das o instantes. Tal vez muriera sin darse cuenta: todava no haba pensado bien en qu sera peor.Al llegar a una esquina se detuvo a esperar el momento en que pudiera poner atencin en la calle para evitar que lo pisara un vehculo. Camin mucho rato por calles oscuras; de pronto despert de sus pensamientos en el Parque de las Acacias y fue a sentarse a un banco. Mientras pensaba en su vida, dej la mirada debajo de unos rboles y despus sigui la sombra, que se arrastraba hasta llegar a las aguas de un lago. All se detuvo y vagamente pens en su alma: era como un silencio oscuro sobre las aguas negras; ese silencio tena memoria y recordaba el ruido de las mquinas como si tambin fuera silencio: tal vez ese ruido hubiera sido de un vapor que cruzaba aguas que se confundan con la noche, y donde aparecan recuerdos de muecas como restos de un naufragio.De pronto Horacio volvi a la realidad y vio levantarse de la sombra a una pareja; mientras ellos venan caminando en direccin a l, Horacio record que haba besado a Mara por primera vez, en la copa de una higuera; fue despus de comerse los primeros higos y estuvieron a punto de caerse. La pareja pas cerca de l, cruz una calle estrecha y entr en una casita; haba varias iguales y algunas tenan cartel de alquiler. Al volver a su casa se reconcili con Mara; pero en un instante en que se qued solo, en el saln de las vitrinas, pens que poda alquilar una de las casitas del parque y llevar una Hortensia. Al otro da, a la hora del desayuno, le llam la atencin que el gato de Mara tuviera dos moas verdes en la punta de las orejas. Su mujer le explic que el boticario perforaba las orejas a todos los gatitos, a los pocos das de nacidos, con una de esas mquinas de agujerear papeles para poner en las carpetas. Esto hizo gracia a Horacio y lo encontr de buen augurio. Sali a la calle y le habl por telfono a Facundo preguntndole cmo hara para distinguir, entre las muecas de la tienda La Primavera, las que eran Hortensias.Facundo le dijo que en ese momento haba una sola, cerca de la caja, y que tena una sola caravana en una oreja. La casualidad que hubiera una sola Hortensia en la tienda, le dio a Horacio la idea de que estaba predestinada y se entreg a pensar en la recada de su vicio como en una fatalidad voluptuosa. Hubiera podido tomar un tranva; pero se le ocurri que eso lo sacara de sus ideas: prefiri ir caminando y pensar en cmo se distinguira aquella mueca entre las dems.Ahora l tambin se confunda entre la gente y tambin le daba placer esconderse entre la muchedumbre. Haba animacin porque era vspera de carnaval. La tienda quedaba ms lejos de lo que l haba calculado. Empez a cansarse y a tener deseos de conocer cuanto antes, la mueca. Un nio apunt con una corneta y le descarg en la cara un ruido atroz. Horacio, contrariado, empez a sentir un presentimiento angustioso y pens en dejar la visita para la tarde, pero al llegar a la tienda y ver otras muecas, disfrazadas, en las vidrieras, se decidi a entrar. La Hortensia tena un traje