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Las nubes Las nubes (Nephélai) , en esencia, es una comedia despiadada contra Sócrates y su escuela. En ella Aristófanes centra su crítica en el modo de educar que tiene el maestro, tomando a éste como un simple embaucador y corruptor de la juventud contra el que dirigir todos los tópicos que, de manera tan abundante, circulaban en torno a la crisis de autoridad. El argumento de la obra es el siguiente: la afición inmoderada de un joven a las carreras de caballos ha terminado por arruinar a su padre, un modesto labrador casado con una mujer de ciudad y rico linaje. Estrepsiades está perdiendo los nervios y la fortuna por culpa del despilfarro de este hijo adicto y de su mujer, quien gusta de fiestas y placeres. El “paleto”, contrario a esta vida suntuosa de ciudad, se ve abocado con pesar a pagar una deuda cada vez más insalvable. Los gastos aumentan a un ritmo mayor que los ingresos. Así que, abrumado, decide buscar un modo de librarse de la carga, producto de su mala elección. La vecina escuela socrática le ofrece la oportunidad deseada. Sólo ahí, en ese “caviladero” de iniciados, le pueden enseñar cómo librarse de pagar la deuda contraída. Sócrates y sus seguidores pueden brindarle los argumentos apropiados para el fraude y a ellos se dirige. Entra, pues, en el antro y se somete atemorizado a sus enseñanzas y rituales. Pero su torpeza y falta de memoria le impiden seguir, entonces pide consejo a las nuevas divinidades que Sócrates le ha dado a conocer: las Nubes. Estas, con la voz del coro, le dicen que debe recurrir a su hijo, para que sea éste, representante de una nueva generación, quien, en su lugar, aprenda a esgrimir los argumentos. El hijo, Fidípides, acepta de mala gana, pero rápidamente progresa en las argucias de los sofistas hasta el punto de emplear lo aprendido contra su propio padre, a quién propina una paliza. “La nueva educación” se vuelve así contra el padre, contra

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Las nubes (Nephélai), en esencia, es una comedia despiadada contra Sócrates y su escuela. En ella Aristófanes centra su crítica en el modo de educar que tiene el maestro, tomando a éste como un simple embaucador y corruptor de la juventud contra el que dirigir todos los tópicos que, de manera tan abundante, circulaban en torno a la crisis de autoridad.El argumento de la obra es el siguiente: la afición inmoderada de un joven a las carreras de caballos ha terminado por arruinar a su padre, un modesto labrador casado con una mujer de ciudad y rico linaje. Estrepsiades está perdiendo los nervios y la fortuna por culpa del despilfarro de este hijo adicto y de su mujer, quien gusta de fiestas y placeres. El “paleto”, contrario a esta vida suntuosa de ciudad, se ve abocado con pesar a pagar una deuda cada vez más insalvable. Los gastos aumentan a un ritmo mayor que los ingresos. Así que, abrumado, decide buscar un modo de librarse de la carga, producto de su mala elección. La vecina escuela socrática le ofrece la oportunidad deseada. Sólo ahí, en ese “caviladero” de iniciados, le pueden enseñar cómo librarse de pagar la deuda contraída.Sócrates y sus seguidores pueden brindarle los argumentos apropiados para el fraude y a ellos se dirige. Entra, pues, en el antro y se somete atemorizado a sus enseñanzas y rituales. Pero su torpeza y falta de memoria le impiden seguir, entonces pide consejo a las nuevas divinidades que Sócrates le ha dado a conocer: las Nubes. Estas, con la voz del coro, le dicen que debe recurrir a su hijo, para que sea éste, representante de una nueva generación, quien, en su lugar, aprenda a esgrimir los argumentos. El hijo, Fidípides, acepta de mala gana, pero rápidamente progresa en las argucias de los sofistas hasta el punto de emplear lo aprendido contra su propio padre, a quién propina una paliza. “La nueva educación” se vuelve así contra el padre, contra los dioses y contra todo principio de autoridad al aprender el propio hijo tales modos argumentales. La consunción de esta fractura generacional se materializa con ocasión de un banquete.

 Declive de la ley y fracaso de la palabra en Las nubes.La sátira de Aristófanes apunta al rechazo de esta socialidad, cuya referencia y ley se han de buscar en el “remolino” del discurso persuasivo. En la Atenas decadente, quien persuade vence. La crisis[xii] social queda marcada por el declive de la función paterna, debilitada desde finales de la época arcaica. De estar el padre en posesión de la patria potestas (el cabeza de una casa era su rey)[xiii] y delimitar su territorio con el signo de la envidia -proyectada “como el dios envidioso que regatea a sus hijos el deseo de su corazón” (Dodds)-, pasó a ejercer un poder más limitado como padre justo y severo. Naturalmente se le debía el debido respeto, pero él, a su vez, debía justificar su potestad, no con un “tú harás esto porque yo te lo mando”, sino con un “tú harás esto porque es lo que se debe hacer”. Del padre de la horda al padre limitado por la ley. De la sociedad arcaica a la sociedad política. Al menos esta es la visión que podemos extraer de una fuente tan solvente como Dodds.Esta posición relativa del padre está estrechamente relacionada con el abandono de lo que

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el autor mencionado llama “cultura de la vergüenza” y con la modificación de la hybris (ΰβρις), es decir con el cambio en este “pecado” de la arrogancia que consiste en afirmarse frente al dictado de los dioses (en última instancia, del padre Zeus). El castigo a esta insolencia, dentro de la mentalidad religiosa no psicologizada, no puede atraer todavía una autocrítica moral, ni una mala conciencia, sino tan sólo una fuerza peligrosa y externa portadora del desastre y la ruina (άτή). Sin ánimo de establecer una teoría general, y con toda precaución, podemos suponer que el cambio de la cultura de la “vergüenza” a la cultura de la “culpa” viene de la mano de la transferencia de poder de la tribu familiar a la polis y de una cierta introyección de la ley moral. Podemos suponer (teniendo en cuenta a Dodds) que los cambios de esta función comenzaron, de manera significativa, a partir de las reformas emprendidas en el s. VI a. por Solón. Su legislación abarcó todos los ámbitos de la vida, incluyendo los necesarios límites legales al derecho de los padres sobre los hijos, para restringir su potestad y transferirla a la polis. De ahí en adelante fue ampliándose esta liberalidad en las relaciones hasta el punto de hacer temer lo peor a Aristófanes, quien de manera irónica presenta Nabucolandia como una tierra cuyo máximo placer está en pegar al padre. Es un miedo exagerado tal vez, pero de profundas raíces en la cultura griega.Ahora bien, cometer delito, ofender, pegar al padre en el tiempo de Aristófanes -observa Dodds- es ya κακόν (malo) y no (o no solo) αίσχρόν (vergonzoso); pues entretanto, se ha operado una interiorización de la conciencia moral antes inexistente.

En el escenario se une la sombra de quien, desesperado, busca una salida y la luz engañosa e incierta de quien ostenta un saber vacuo aparecen contiguas. ¿A quién mejor acudir que a un maestro en el arte del fraude para esquivar a deuda y deudores? La figura de un padre que viene no a pacificar y establecer ley, sino a malversar lo que la palabra esconde de promesa, se pinta en la figura de un Sócrates amigo de las nubes y de las sutilezas sin sustancia.Cuando se representa Las nubes, el ánimo de una parte de los espectadores está caldeado. Hace tan sólo ocho años que se ha roto el tratado entre Atenas y Esparta y ha comenzado la guerra del Peloponeso. El conflicto, desde que el propio Pericles diseñara su estrategia de dar la batalla por mar y sacrificar la tierra, ha ido calando en los campesinos que ven desde las murallas las incursiones de los espartanos para talar los olivos y las vides, y para asolar sus campos de cereales. Pericles ya cayó en desgracia y sus sucesores no tienen su carisma. Pero la oportunidad la pintan calva para el sucesor más belicoso. Cleón, partidario acérrimo de endurecer el la guerra, aprovecha la estrategia lanzada por Demóstenes y su flota y logra apropiarse de la ciudad de Pilos. De ese éxito hace ya casi dos años. Con él logró levantar la moral de los atenienses y hacerse con una fama, que supo aprovechar para recaudar más impuestos e invertirlos en la guerra. De todos modos, la fortuna no le ha sido tan favorable, pues detrás de esa victoria los de Anfípolis han aceptado las condiciones de Brásidas y se han convertido en un peligroso ejemplo a seguir. Si todos los aliados les siguen en la iniciativa, Atenas se quedará sola. Así, pues, cuando los atenienses miran ahora, el espectáculo que Aristófanes les ofrece, están inquietos y tienen los ojos cansados. Llevan

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tiempo viniendo desplazados de otros demos.Aristófanes, ante este conflicto, adopta una posición pacifista como Nicias, pero más conservadora. La guerra ha supuesto una tala masiva de olivos, pieza clave de sus exportaciones, y ha mermado, en general, los recursos agrícolas. Por si fuera poco, no hace tanto tiempo, una epidemia entró en el Pireo y diezmó la población. El triste recuerdo aún perdura. Además, con los planes de Pericles y tras la reforma de Clístenes, los hombres del campo han debido refugiarse en la ciudad y amoldarse a estilos de vida que desconocen. Campesinos como Estrepsiades, protagonista de la obra, ven en la ciudad el peligro de una ley que les intimida y cuyo código ignoran.