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LAS PALMERAS Y EL "BEATO" DE NUESTRA CATEDRAL por José M~^ Pía Dalmáu La idea de «palmoj?, o seo de «hoja de pal- mera», parece ser que, tnicialmente, pudo es- tar relacionado con la de «abanico». De muy antiguo, los hombres debieron darse cuento de que el viento movió las hojas de los árboles y dedujeran, o la inversa, que moviendo una hoja se engendraba cierto movimiento del aire; un autor dice que quizá Evo, al extender la mono para arrancar, de alguna planta cer- cana, uno hojo ancho y olorosa, ya se diero cuenta de que, moviéndola en vo-y-ven, pro- ducía débil pero agradable vientecillo; es pues presumible que, así, nociera la primero noción de abanico. Los pueblos de la Antigüedad clásica vivie- ron en tierras de clima caluroso; el airecillo que puede producirse moviendo un abanico ac- tiva lo evaporación del sudor que humecede lo piel, y como poro tal evaporación se pre- cisa calor, éste es robado del cuerpo y ello se troduce en una agradable sensación de fres- .cor; consecuencia directa fue que, entre esas gentes, surgiera una verdadera estima hacia toda posible tormo de «abanicarse». Cobe suponer que fueron las hojas de loto y las de palmera las que pudieron resultar más idóneas poro ser utilizadas como ((abanicos»; la amplia superficie frondol de los primeras y la textura coriáceo junto con la total amplitud de las segundas, determinaría lo idoniedad alu- dida y su utilización paro tai fin. Indudoblemente, los de palmera, y en es- pecial las de la especie asiática apodada «de abonicow o «de sombrilla» {Corypha umbrocu- lifera), ofrecían mayores ventajas para ser empleados como removedoros del oiré; por este motivo, los altos dignatarios las eligieron pora ser atadas al extremo de pértigas, for- mando así grandes abanos que, haciéndolos oscilar, los esclavos, en suave va-y-ven, ofi- ciaban de potables «ventiladores»; además, con tales movimientos de las frondas, eran alejados los Insectos molestos que, como mos- cas y mosquitos, abundaban en exceso y esta- ban muy lejos de ser victimas de los cloroe- tonos. Los primitivos y amplias abanicos fueron evolucionando y quedaron convertidos en dis- tintivos de las altas jerarquías; en el séquito de los grandes personajes figuraban, invaria- blemente, portadores de esos macroscópicos abonos. La referida evolución derivó hacia lo suntuosidad, y los simples hojas de palmera fueron sustituidos por bellas y polícromas plu- mas de avestruz; de esta forma el abanico se convirtió en uno especie de dosel portátil que daba majestad o lo figura de los personajes preeminentes, como fueron los faraones. Imá- genes de estos cortejos los ofrecen frescos como los de Medinet-Abou, uno de las cuatro aldeas que ocupaban lugar en la antigua To- bas, en la orilla izquierdo del Nilo, casi en- frente de Luxor; también figuraron imágenes 133

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LAS PALMERAS Y EL "BEATO" DE N U E S T R A

CATEDRAL

por José M~^ Pía Dalmáu

La idea de «palmoj?, o seo de «hoja de pal­mera», parece ser que, tnicialmente, pudo es­tar relacionado con la de «abanico». De muy ant iguo, los hombres debieron darse cuento de que el viento movió las hojas de los árboles y dedujeran, o la inversa, que moviendo una hoja se engendraba cierto movimiento del aire; un autor dice que quizá Evo, al extender la mono para arrancar, de alguna planta cer­cana, uno hojo ancho y olorosa, ya se diero cuenta de que, moviéndola en vo-y-ven, pro­ducía débil pero agradable vienteci l lo; es pues presumible que, así, nociera la primero noción de abanico.

Los pueblos de la Ant igüedad clásica vivie­ron en tierras de cl ima caluroso; el airecil lo que puede producirse moviendo un abanico ac­tiva lo evaporación del sudor que humecede lo piel , y como poro tal evaporación se pre­cisa calor, éste es robado del cuerpo y ello se troduce en una agradable sensación de fres-

.cor ; consecuencia directa fue que, entre esas gentes, surgiera una verdadera estima hacia toda posible tormo de «abanicarse».

Cobe suponer que fueron las hojas de loto y las de palmera las que pudieron resultar más idóneas poro ser ut i l izadas como ((abanicos»; la amplia superficie frondol de los primeras y la textura coriáceo junto con la total ampl i tud de las segundas, determinaría lo idoniedad a lu ­dida y su ut i l ización paro tai f in .

Indudoblemente, los de palmera, y en es­pecial las de la especie asiática apodada «de abonicow o «de sombrilla» {Corypha umbrocu-l i fera), ofrecían mayores ventajas para ser empleados como removedoros del o i ré; por este motivo, los altos dignatarios las eligieron pora ser atadas al extremo de pértigas, for­mando así grandes abanos que, haciéndolos oscilar, los esclavos, en suave va-y-ven, o f i ­ciaban de potables «venti ladores»; además, con tales movimientos de las frondas, eran alejados los Insectos molestos que, como mos­cas y mosquitos, abundaban en exceso y esta­ban muy lejos de ser vict imas de los cloroe-tonos.

Los primit ivos y amplias abanicos fueron evolucionando y quedaron convertidos en dis­t int ivos de las altas jerarquías; en el séquito de los grandes personajes f iguraban, invaria­blemente, portadores de esos macroscópicos abonos. La referida evolución derivó hacia lo suntuosidad, y los simples hojas de palmera fueron sustituidos por bellas y polícromas p lu­mas de avestruz; de esta forma el abanico se convirt ió en uno especie de dosel portát i l que daba majestad o lo f igura de los personajes preeminentes, como fueron los faraones. Imá­genes de estos cortejos los ofrecen frescos como los de Medinet -Abou, uno de las cuatro aldeas que ocupaban lugar en la ant igua To­bas, en la ori l la izquierdo del N i lo , casi en­frente de Luxor; también f iguraron imágenes

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liclifvc, procedente tfe i\íni.ve, que 7ii.neHÍfit ti Ion rri/rn t;e!rhrn)n!(¡ una victoria: cada unii dv ellon (¡parece junto lü uhaiio ijue dinihigue au jrrarquia; [a eftcnia nc ewmnrca

eiitfr !u'n»oN(iN fuihiierníf.

análogos en bajos relieves, como los del tem-plo de Rhamesseum, monumento funerario de Ramsés I I , situado en un extremo de la ne­crópolis de Tebas, y en decoraciones de tum­bas como las de Beni-Hassan, los monarcas asirios, en las ceremonias, iban acompañados de eunucos portadores de ampulosos abonos y parasoles. Aún en nuestros tiempos el sé­quito papal se acompaño de altos abonos plu-moscs, de tipo abisinio, cnálogcs a los que enmarcaren I3 f igura de los «leones de Judo».

Tal vez, por la «populorizoción» de estos antiguos simbololismos, los palmos u hojas de polmero fueron y vayan siendo consideradas como emblemas de t r iunfo y de alegría. En los Salmos (98.8) se canto, en alabanza o Dios, después de lo V ic tor ia : «Batan palmos los ríes, recocijonse o su vez los montes». Si­món Mocobeo, y los suyos, entraren en Jeru-salén llevando ramos de ((palma», y no pre­cisa recordar que Jesús entró, también en Je-ruso lén, acompañado de uno mu l t i t ud que enarbolabo «palmos».

Además, en lo segunda porte de «El Apo­calipsis», cuando después de referirse o los ciento cuorento y cuatro millares de «morco-dos», convertidos de lo gent i l idad, el Profeta hablo de \a muchedumbre que estaba delonte

del trono y del Cordero, se preciso que iban vesHdcs con túnico y llevaban «palmas'>'> en sus monos.

Ezequiel, al explicar los preparativos con­cernientes o lo restauración del templo (40.26), cuenta: «Había o codo lodo palmos en los postes». Y en el Levítico (40.26), se relata que, pora celebrar lo Fiesta de Yové, «tomaréis .. .romos de ((palmera» ... y os regocijaréis ante vuestro Dios durante siete días».

Como señal de victorio, de felices consecu­ciones y de valer, las «palmos del mart ir io» simbolizan lo gloria eterno que han merecido los elegidos del Señor que tuvieron el temple de saber morir por la Fe; y los «palmos acadé­micos» se otorgan, en Francia, o los que t r iun­fan en el campo de lo intel igencia.

Y aún, en el transcurso de lo Histor ia, apre­ciamos que los palmos tuvieron otros simbolis-mics: en un relieve del Egipto foroónico que perteneció o lo tumba de Soqqorah, oporece el cuerpo de un d i funto , momif icado, rodeado de «lloronas» y de individuos que ogi ton ra­mos de «palmo»; lo escena es interpretable como lo representación del r i to de alejar ma­los espíritus que podio atormentar al d i funto de lo mismo manera que, con movimientos onálcgos, se apor tan los insectos. Estas cos­tumbres perduran en muchos pueblos salvajes, ccmo en algunos que pertenecieron o las an­tiguas Indias holandesas, pues sus habitantes se sirven de palmos para ahuyentar el espíritu

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Fif/itro (Iv mi "</(•}} ¡o nlndo t/r Iti fcci(ii.<H(}ad" rcfrc-gaudn la infhírvucencia inuaciíHiia df una- pnlmerii coít-íí-íf otra, ft'¡i\fii¡ua. de hr mi-siiia cupecir; rtilicvi: asirio

(Mitíít'o de CoiixiouÜwopIfi).

m¿í^\.^

fíf}t¡o fnictSfiendor (relieve itobrr rtlahaí^tro •pror-cdvutc dr S'imnul-Kalah); rsfn figura, qitr farvia partr de un

frÍKo, siffur. a la def rvy Ashnrhainpaf / / . (Ilrif ish M useií-m).

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nefasto de Aswang. En consecuencia, las hojas de palmera pueden considerarse igualmente como un símbolo de protección.

Se atr ibuyen aún a las «palmeras» simbo­lismos más especiales: en los pueblos de vida pr imi t iva estos vegetales son tenidos como símbolos de fecundidad y de vida renovada; ello no debe extrañarnos porque, de muy an­tiguo^ se practicó la fecundación de los flores femeninas de las palmeros espolvoreando o colgando sobre ellos racimos de flores mascu­linas en el justo momento de la polinización (1); la tradición explico que toles operaciones fueron conocidas y practicadas por los propios dioses; Herodoto, el gran precursor de lo His­tor ia , nos narro haber observado dichas ope­raciones de fecundación provocada; en diver­sos relieves asirios aparecen f iguras de hom­bres y, especiolmente, de «genios de lo fecun­didad», alados, frut i f icodores de palmeras, que con uno mano sostienen un cesto con in­florescencias masculinas y, con la ot ra, refr ie­gan éstas sobre las inflorescencias femeninas; las f iguras de los «genios», por lo general, acompoñon o las de personajes reales.

En los tiempos de Herodoío fa l taban aún X X I I I siglos poro que el inglés John Roy des­cubriera el proceso biológico de fecundación de los plantos, pues hasta entrado el siglo X V I I no pudieron tenerse claros ideas del mismo debido a que no había surgido la f i ­gura de Zacarías Jansen, el inventor del mi ­croscopio.

Si Roy fue el real identif icador del elemen­to masculino de conjugación f loral (del polen}, no cabe más remedio que admit i r que fueron los «dioses» (como mít ica concreción del es­pír i tu de observación que el Creador infundió a l género humano), quienes dieron luz y ayu­do a los hombres de la Ant igüdad para poder potenciar, provechosamente, la reproducción de diversas palmáceas; los que sentimos avi­dez paro conocer el desarrollo de los procesos biológicos, estamos acostumbrados a gozar de la perfección de muchos de ellos, y también o valorar las interpretaciones que pudo darles la mente humana la cual, carente entonces de bases y de medios científ icos, tuvo que recu­rrir o las intervenciones sobrenaturales y a la generosidad mitológica.

Indicamos antes que los palmeras equiva­len también a un símbolo de «vida renovada», eso vida que los seres logran cuando, moral y mater ia lmente, se reponen de los fat igas y desgastes del vivir. Poro los antiguos, no ero el pon el símbolo del más necesario a l imento: las palmeras ofrecen frutos que, pora muchos pueblos, supusieron un al imento básico y f un ­damenta l ; aún hoy, en varios países africanos, se elaboro, con una especie de moltura de dátiles secos, uno posta que, debidamente sa­zonado y después de experimentar fermenta­ción por lo acción de levaduras, se convierte en un al imento que sustituye o nuestro pan de cada día.

Los palmeros, paro muchos pueblos, han representado un importante recurso a l iment i ­cio. Yo indicó Estrabón que «las palmeros eran una providencia a l imentar io».

Y este simbolismo de las palmeros, como árbol providencial, quedo potenciado cuando su esbelta f iguro aparece en un oasis, t run ­cando lo árida monotonía de los desiertos; esas palmeros no anuncian solamente que el nómada podrá allí apagar su sed, sino que ho­llará «otra vida» resguardándose, bajo su f ron­da, de los tórridas radiaciones solares, y re­poniendo el cansancio derivado de su duro pe­regrinar por el «mor de areno».

(1) Precisa que el polen se halle bien formado y que los estigmas adquieran idónea humedad y cierta turgencia; ei polen puede conservarse cierto t iempo en aceptables condiciones genéticas.

Los botánicos han clasif icado más de un m i ­llar de especies distintas de palmeras; vamos o referirnos únicamente, o los especies que se destocan en nuestros ambientes:

— La dati lera (Phoenix dact i l í fera), que produce los frutos aboyados que conocemos por dáti les; esto especie, que tan magníf ica­mente se desarrollo en Elche y en Canarios, ul t ra los sabrosos y dulces frutos que ofrece en hermosos racimos, puede proporcionarnos materias azucaradas y uno especie de vino (el « tar i») ; sus hojas, cuando se desarrollan o! abrigo de la luz, son los palmos que decoran el Domingo de Romos y tienen diversas ap l i ­caciones industriales.

— El cocotero (Coccus nucífero), produce las drupas denominadas nueces de coco, y es considerado como el vegetal más u t i l i t a r io : lo tradición indio le otorga 99 aplicaciones dist intas, rozón por lo cual se le tiene por «Rey de los Vegetales». La modero del coco­tero es muy resistente (modero de palmiro) ; sus hojas son empleadas por los indígenas del trópico para techar chozas; de sus fibras se obtienen hebras fi lamentosas poro tejer; sus yemas son comestibles y hervidas antes de la f loración dan un concentrado al tamente azu­carado («joggery» o azúcar de palmo) que, fermentado, adquiere grado alcohólico (vino

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¡•'¡¡/itnrK (¡lu: /«rrutihotí jui/'lc de /« t/i'i'.t'fiif-ion. ih'l ayli'íiiMiiuiu lic la ¡{¡¡cít'ui dr /tr ^aiií/rc, (fe Liria. (Valrvcia); siglo X- (Foto Arxitt Mus).

de palma); las frutos del cocotero tienen el mesocarpio comestible, de gusto agradable^ y, en Su interior^ contienen un jugo {«tubo») re­frescante y que, fermentado y sometido o des­t i lación, se convierte en un fuerte aguardien­te («orrak»}; de lo carne del coco y, por ex­presión, puede obtenerse un estimado oceite (•aceite de coco), e t c . . El nombre de coco de­rivo de «coquio» («koqui») que, en portugués, signif ica mono; es sabido que muchos simios son hábiles en coger y abrir estos frutos y que se recreon bebiendo su agua y degustando su pulpa. El cocotero se hallo en la f loro tropical americano (autóctono en el valle del Rio Cau­co, al Norte del Ecuador) y también en varios islas de Oceonío, de donde posó o lo Indio y Q las costos de Tanzania (Mombosa, Dor-es-Saloam).

•— Otra palmóceo apreciada es el «palmi­to» (Chamoerops humil is), cuyo tol lo blando, casi ci l indrico, y que corresponde o cada uno de las yemas aun no desarrollados, es ut i l iza­do en al imentación; también sus hojas t ienen aplicaciones industriales (texti les especial­mente).

— La arenga (Arenga Sacchorifera) es lo palmera de mayor producción azucarero, y el «sagú» (Metroxylon rumphi i ) , que posee la médula muy rico en fécula, es uno especie típica de Filipinas («Buri»).

Los dotes expuestos parecen más que suf i ­cientes paro que no puedo ser considerado como ilógico que las palmeros hayan sido equiparados a árboles providenciales, árboles que apogan la sed, que sotisfocen el hambre, que recreon el paladar, que don zumos con los cuales se obtienen bebidas agradables e, incluso, espirituosas y reconfortantes; árboles que ofrecen maderas resistentes, combustibles de fuerte calori f icación, fibros text i les. . . y tombién hojas que, al moverlas, regalan al cuerpo con cierto airectllo refrescante; en uno palabra, árboles «sagrados», vegetales ton extraordinarios de los cuales derivan leyendas y ritos, ton peculiares e imaginativos, que con­jugan escrúpulos religiosos y pudores hasta inducir a que sean abrazados, bajo lo bendi­ción de A ló , como si se t ratoro de uno esposa querida y adorado.

En muchas expresiones del A r te , incluso de lejanas épocas, aparecen fiauros de palmos y palmeras; en el Primer Libro de los Reyes, al t rotar de lo edif icación del Templo (6.35), se hallo escrito: «Hizo esculpir en ellos (en los puertas) querubines, «palmos» y botones de f lor». Los asirlos gustaron de emplearlas como motivo ornamental , y tal inercia, más o me­nos complicada en diferentes tipos de urd im­bres y combinaciones, ho perdurado en las Artes decorativos que los generaciones han Ido produciendo con posterioridad.

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Año5 Gtrás, visitando la Iglesia de la San­gre, de Liria (Valencia), nos cautivó la deco­ración que enriquecía el artesonado; lamen­tablemente, esta Iglesia fue destruida, pero se ha salvado el f ragmento de pintura que reproduce el grabado; esta pintura muestra una pareja de personajes (uno de ellos coro­nado) que acarician les frutos u órganos se­xuales de una palmera, seguramente como símbolo de que su unión también promete producir frutos venturosos; por el tamaño y morfología del vegetal representado cabe su­ponerse que el ar t í f ice quiso pintar un dati le­ro, especie abundante en t ierra valenciana, o tal vez algún ejemplar de palmero real de peca al tura.

Lo que llevamos redactado en los líneas precedentes viene sugerido por el gozo que nos produjo visitar la magna exposición de los «Beatos» celebrado a finales de 1975 en el Palacio Episcopal de Gerona, a la cual esto Re­vista dedicó su número 73,

Dice Camón Aznar que los decoraciones de estos hermosos y milenarios libros «correspon­den a viejas inspiraciones (romanas y b izant i ­nas) con marcado arcaísmo poleo-cristiano y que t ienen, indudablemente, sus simbolismos». Pues bren, una de los imágenes simbólicas que en los Beatos aparece es la de una palmera. La palmera que se representa en el Beato de lo Catedral de Gerona en una i lustración a toda página, parece corresponder a un dat i lero, pues los morfologías que se aprecian, tanto en la parte fol iar como en lo del tronco (éste con los cicatrices o restos ramosos), coinciden con las características de la ci tada especie del género Phoenix; en cuanto a los frutos, que o prime­ra vista podrían interpretarse como cocos, el largo pedúnculo que sostiene los racimos y los espotas envolventes de éstos, permite creer igualmente que se pretendió representar un da­t i lero (de drupas redondeadas integrantes de infrutescencias globosas y de tronco de elevada al tura) {2). Los racimos de dátiles eran tan estimados que incluso en el «Cantar de los Cantares» (5.11), se relacionan con los rizos que lucía la ((esposo». En el 7.8 se cuenta que el «esposo» se d i jo : «Voy a subir a la palmera, a recoger sus racimos; sí, sean tus pechos ra­cimos paro mí».

Comentando la i lustración referida con per­sona tan erudita como es el Dr, D. José Calzada Oliveras, canónigo y f igura destocodo en los Servicios arqueológicos de la Diputación de Ge-

| 2 | Existen dati leros muy altos, de más de 20 metros, y otras variedodes de escasa a l tu ra .

roño, pudimos tener noticia de que en el texto del propio Beato se comenta el simbolismo de lo palmera, interpretación que, sin dudo alguna, resulta más espiritual que las que han quedado anter iormente expuestas; en lo transcripción de H.A. Sonders — p á g . 400 (ed. 1930)— se dice; «no sin razón la vida de los justos es comparable o la palmera, porque lo polmera, en lo parte inferior, es áspero ol tocto y está cubierta de secas cortezas; en cambio, la porte superior es bello o la vista y por sus f ru tos; la parte inferior se estrecha por el ape-lotamiento de los restos de corteza; en cambio, lo porte superior se despliega con omplio ma­jestad y uno hermosa verdor. Así es, efectiva­mente, lo vida de los justos: menospreciable, en la parte inferior, y, hermosa, en la porte superior; en este mundo, la parte baja se cubre con mucha corteza cuando es constreñida por innumerables tr ibulaciones; en cambio, en lo eternidad del Cielo, se despliega hermosa ver­dor y todo adquiere ampl i tud como un premio». «Lo palmera tiene aun otro condición que la diferencia de otras especies de árboles: cual­quiera de éstos retiene su fortolezo cerca de lo t ierra, pero a medida que crece, que se ele­va (hacia arr ibo), se estrecha, y como más rá­pidamente gana a l tura, más delgado queda su tronco. En cambio, la palmera comienza su estrechez de tronco desde el nivel del suelo y el d iámetro de aquél aumenta en anchura al irse elevando, y también asi aumento progre­sivamente la ampl i tud de sus romas y el tánga­no de sus frutos; ovanza débil desde el suelo y adquiere gran incremento en la parte o l to . Los árboles altos se parecen a las olmas de­seosas de los bienes terrenos; por el contrar io, los palmeros se asemejan o lo vida provschosa de los justos, los cuales de ninguna mañero son vehementes en los deseos terrenales ni débiles en los celestiales».

Es obvio, pues, que toda representación de palmero que aparezca en los paginas de los Beatos simboliza, o pretende representar, la vida de los justos. Esta interpretación coincide con los versículos 13 y 14 — C . 92 (vulg. 91) del Libro de los Salmos, cuyo texto es el s i ­guiente:

Florecerá el justo como la palma, crecerá como los cedros del Líbano. Plantado en la casa de Yavé florecerá en los atr ios de nuestro Dios.

Ahora bien; en las ilustraciones de los Bea­tos en los cuales aparece una palmero «como f igura esencial, de paraíso terrenal, árbol único en el que se concentran todos los hermosuras f i tomórf icas», se halla generalmente, junto o ella, lo representación de uno f iguro humano. En la i lustración del Beato de Gerona que co­mentamos, uno f igura humana (desnuda) pa­rece que asciende o se esfuerza por ascender, por encaramarse, bocio lo cima del árbol , posi­blemente para alcanzar el estado de perfección

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Reproducción, n- iavinvo rrduciihi, (Ir hi /lu»tn¡-ciiui. ¡xilifífoma que fifi"' ra en la páí/iiia l/,7 (vuflta) <li-Í "Uralíi"' de !a Catedral f/efundcv.st'.

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fimos interpretar la escena como que el se­gundo hombre (el vestida), ayuda al primero (que, como va desnuda, parece puedo repre­sentar mejor uno olma), en lo ascensión hacia lo Glorio.

También podrió interpretarse esto escena como que el que t ira de lo cuerda representa la ayudo o solidaridad humana, cooperación en la toreo de conseguir el premio de los justos, pero esta interpretación nos parece menos ve­rosímil.

A ambos lados del tronco de la palmera a que venimos refiriéndonos, aparece uno breve leyenda: «Uhic omo cupiens crapulare palme, et hic alter juvomine porrigt p. (per) fuñe». El latín de la frase, realmente imperfecto des­de lo ortodoxia gramatical de lo lengua roma­no, puede traducirse en la siguiente fo rmo: «Este hombre desea comer de lo palmero, y este otro le -ayudo (o encaramarse) por medio de la cuerda». Es posible que «crapulare» equi­valga mas o «embriagarse» (en lo acepción de perder los sentidos o adormecer); lo Acade­mia admite la frase «embriagarse de júbi lo»; cabe la posibilidad de interpretar esto frase como «embriogorse de palmero», equivalente a «embriagarse de Glorio» o, mejor «adormecer en la Gloria». En tal coso, y apoyándonos en lo segunda interpretación citada, que es la que modestamente apoyamos, el signif icado de las dos Proses aludidas, frases definidoras del sim­bolismo de la ilustración que comentamos, se­ría: «Este hombre deseo adormecer en la Glo­ria y lo Religión le ayudo a ello».

y fel ic idad — l o Glor io—, srmbolizable en uno de les sabrosos frutos de la palmera o en una hermosa palma. Culminar lo ascensión podrá suponer el logro del máximo objet ivo de la v ida ; cortar la palma, símbolo de victoria (paro lo cual lleva un cortante).

Pero en esta bella página del Beato de Ge­rona, la referida f igura humano no es la única: el hombre antes aludido y que asciende, está enlazado con una cuerda que poso por un gar­f io o punto de apoyo, y otra f igura humana —ésto algo vest ida— cobra la sega, ayudando al primero en su ascención,

A lo escena representada pueden atr ibuirse diferentes simbolismos; en el texto del Beato no f igura ninguna explicación concreta. Pa­rece ser que, hasta ahora, ha predominado lo interpretación de que la f igura vestida repre­sento uno olmo humana, la cual ayuda al cuer­po a ascender pora alcanzar los frutos que merecen los justos.

Tal vez esto interpretación podría pecar de «carnal», pues no es el cuerpo, sino el a lma, la que puede merecer lo Glorio. Por ello suge-

La justa interpretación del simbolismo de lo ilustración de la página del Beato de Gerona conocida por «página de lo palmera», es, en real idad, un pequeño detalle de tan excepcio­nal cbra, algo insignif icante entre el amplio contenido del milenario l ibro; pero, por hallar­se relacicnado, este aspecto, con una palmero y con posibles puntos de visto bíogenéticos o de alusión palinológico, creemos que, el comen­tarlo, resulta de indudable interés. Además, desde un enfoque volorodor de lo intuición hu­mano, ofrece un ejemplo de excepcional cal i­dad, enmarcado bellamente en esas figuras que obedecen a representaciones gráficas bidimen-sionoles, sin perspectiva, propios de la época, y o lo composición ornamental , colorista y geo­métr ica, que, sin disimular cierta influencia arábiga, resulta tan característica del primer estadio de Románico.

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En otra pagina del «Beato» f iguro tombién una palmero; nos referimos a lo página 70 (retro) que se reproduce en el grabado cont i ­guo. Esta i lustración, que viene o ser lo cabe­cera o pórtico del Libro I I , represento un ángel que entrega un Übro al apóstol San Juan, autor del Apocalipsis, escena que puede relacionarse con el siguiente pasaje bíbl ico; cuando fal taba poco t iempo tiempo pora f in i r el primer siglo de nuestro Ero, Juan, «el discípulo amado del Señor», ú l t imo representante del Colegio de los Doce, fue desterrado por Dominiciano a lo islo de Potmos; allí recibió lo inspiración divino (1.10) de escribir el Apocalipsis y darlo o cono­cer a los siete iglesias de aquello provineio proconsulor, lo primera de los cuales ero lo de Efeso ( l . I l ) .

En lo i lustroción que comentamos, la inspi­ración divina quedo simbolizada por el ángel y, el l ibro que éste entrego a Juan, representa el caudal de ideas aportodos en tal inspiroción.

Entre los figuras del ángel y de Son Juan, aparece la frase siguiente: «Donde Juon hablo con el ángel» (3); Camón Aznor interpreta la escena y lo leyenda como que «el ángel adoc­tr ino al apóstol»; es decir, que cobe suponer que el ángel comunicó verbalmente a Juan los conceptos que «la fuerte voz» sobrenatural le ordenó escribir en el libro destinado o los siete iglesias.

En lo porte inferior de lo página comienza el texto del Libro 11 con los siguientes polo-bros: «Al Ángel de la Iglesia de Efeso, escrí­bele» (2.1) (4).

Pero poro nosotros, bajo el punto de visto que enfocomos estos comentarios, lo más in­teresante de esto página es que f iguro en ello lo representación de dos árboles; es posible que ambos imágenes de vegetales no pasen de ser bellos motivos decorativos; pero como la i lustración que f igura en este tipo de libros no era oigo improvisado y, sí, por el controrio, elementos bien pensados y planeados, creemos interesa buscar uno posible identif icación bo­tánico.

Uno de los dos árboles, el de lo derecha, en el cual incluso parece que el ángel se apoyo, no hay dudo que quiere representar uno pal­mera; Camón Aznor admite que pudiera ser también el dibujo de un sauce (tal vez un «souce llorón)) por el arqueado de sus romos); no obstante, las formas foliares y de los ramos, y lo gran Inflorescencia opanoiodo central, nos inducen o creer que se troto de uno palmero, órbol del Bien que, como vimos ontes, se le ha

f 3 | «Ubi Johonnes loquit cum angelo». (4) «Angelo eftesi eccle. scribe»,

dado el signif icado de «lo vida de los justos». Si realmente el ángel se apoya en la palmera y ello no resulta uno simple superposicióri de imágenes, cabrío pensar que se quiso simbol i­zar que el mensaje que aquél transmite eran los fundomentos del Bien, aquellos que i lumi ­nan y rigen «la vida de los justos».

Más dif íci l de interpretar es lo represento-ción vegetol que Camón Aznor refiere como «un árbol lanceolado». Inicialmente pensamos que podría trotarse de un dibujo esquemático del árbol denominado manzani l lo, el fatídico «órbol de la muerte», euforbiácea de látex y frutos venenosos entorno del cual se urdió la inverosímil leyenda de que incluso produce lo muerte o los que permanecen un roto a su som­bra; pero esta especie y otros (como los árboles del dioblo, del paraíso, de lo vida, de lo san­gre, etc.) que centran igualmente legendarios consideraciones relocionables, más o menos forzadamente, con lo misión encomendada al opóstol Juan, o no encojon suficientemente sus característicos morfológicas con lo representa­ción aludido, o se trato de plantos americanos que no pudieron ser conocidos, y por lo tonto representadas, por lo primorosa Ende y por el presbítero Emeterius que vivieron unos cinco siglos antes del descubrimiento del Nuevo Mundo.

Es oigo port iculor que este árbol se represen­te en formo de uno solo hoja; tal detal le, y por aparecer el árbol en cuestión como respaldo o «dosel» de lo f igura de Juan, puede significor que este respaldo no es múl t ip le o polivalente como el número de hojos de un árbol, sino mo­novalente, como alusión al sentido uni tar io de nuestra Religión.

Cabe considerar, ademós, que, por el peri-gonio camponul i forme de los florecí I las que aparecen sobre lo fronda (dispuestas éstos en racimos unílateroles), y por lo formo ampl io y apuntado de los referidos hojos —s i solvo-mcs lo disposición parólelo de los nerviociones fo l iares— lo ilustración que se comento puede considerarse inspirado en lo especie ((Convollo-ria moiol is», el delicado «Lirio de los valles», esmilaceo de exquisito perfume denominada también «Fleur du coeur», «Flor del amor» y «Lágrimas de Salomón». Los alusiones al «co­razón» y ol «amor» que dichos nombres supo­nen, podrían tener fácil relación con el aludido «dosel» fol iar; no obstante, el ant iguo nombre de esto planto —«Lágr imas de Salomón»— creemos que puede relocionorse verosímilmente con el simbolismo que pudo dorse o tal repre­sentación botánica. En efecto, la «Convollario» o «Mugueto», como ocabomos de indicar, es uno planta de flor de gran fragancia, de excep-cionol perfume; pues bien, recordamos que er-; el Libro de los Reyes (10.10) se dice «no se vieron nunca tantos aromos como los que la Reino de Soba dio o Salomón». Por otro porte, según una tradición judaico, al parecer trons-

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Page 10: LAS PALMERAS Y EL BEATO DE NUESTRA … · significa mono; es sabido que muchos simios son hábiles en coger y abrir estos frutos y que se recreon bebiendo su agua y degustando su

mit ido por San Jerónimo (5), cuando el sabio rey de Israel, al f in de su vida, hastiado de placeres, escribió el «Eclesiastes» y fue sospe­sando su pasado, comentó (3.4): «todo tiene su t iempo. , , hoy. . . t iempo de llorar y tiempo de re i r . , . » ; y en otro punto del citado texto aña­de: «mejor la tr isteza que lo risa, porque lo tr isteza del rostro (las lágrimas) es bueno paro el corazón (7.8)».

Relacionando estos conceptos, fáci l es con­jeturar que el nombre de «Lágrimas de Solo-mórf:> que, de muy ant iguo, se ha dado a esto especie botánica, proviene: de suponer que el rey de Israel, aunque tardíamente, se arrepin­t ió de la vida licenciosa y de vanidades que llevó durante su existencia; de la comparación

| 5 | Ciertamente, ahora muy discut ido, pero que pudo in f lu i r , en tiempos lejanos, en dar el nombre de «Lágrimas de Solománií a la conval lar ia.

de los florecidos de «Convallaria» —por su formo y disposición en rac imo— con los got i -tos de humor que vierten los ojos y corren por los meji l las; y, también,- de lo relación del olor de] «Mugeto» con los perfumes que aromat i ­zaren el ambiente en que vivió Salomón con la reino de Sobo.

En consecuencia : el árbol esti l izado que apa­rece o lo izquierda de lo página 70 del «Beato» puede equivaler al «dosel» que respalda lo Religión; y las florecillos del «Mugueto» —las «Lágrimas de Salomón»— simbolizarían las lágrimas de dolor que vierten los pecadores que^ después de haber obrado mal , experimen-(an sincero arrepentimiento. Ambas ideas equi-volen o las bases esenciales para que todo mor­tal pueda logror lo reconciliación con el Señor,

Y e! conjunto de imógenes de la página que comentamos, puede signif icar, en resumen, que los revelaciones del Apocalipsis inducirán, a sus lectores, a situarse bajo el (ídosel» de lo Religión y o potenciar el arrepent imiento que propiciará la Gloria,

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