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LAS TEORÍAS DE LA URBANIZACIÓN LATINOAMERICANA Las teorías de la urbanización latinoamericana se asocian estrechamen- te con los cambios económicos registrados a partir de la depresión de 1929 y que para la mayor parte de la región significaron una transición definitiva de economías de exportación, agrícola y de materias primas, dominantes durante la colonia y la post-independencia, a una fase de crecimiento soste- nida en la expansión de la industria. Esta expansión involucró profundas transformaciones demográficas y político-sociales, incluyendo la rápida ur- banización y la toma del control político del estado pot parte de la naciente burguesía industrial, desplazando lentamente la antigua oligarquía que se sostenía en el control sobre la tierra. Desde la década de los 20 había cobrado bastante fuerza, en la literatura sobre el cambio económico, la discusión acerca del papel de los países periféricos en la economía mundial, y la búsqueda de explicación a lo que parecían unas condiciones crónicas de atraso. Una discusión que era, a su vez, la continuidad del proyecto modernizador emprendido por las élites latinoamericanas desde finales del siglo XIX y que se sostenía políticamente en regímenes autoritarios; ideológicamente en la incorporación de valores arquitectónicos y culturales europeos (principalmente franceses y con una gran influencia de Haussman) y financieramente en los recursos generados a través de la inserción en la economía mundial en estrecha colaboración con el imperio británico, el cual había penetrado con sus capitales en casi toda la región (Almandoz 2001; 2002). Inglaterra sería desplazada por la irrupción de los Estados Unidos desde comienzos del siglo XX (ibid.). En ese contexto, se había desarrollado una tradición de estudios urbanos que Almandoz (2003) resume en la citación de varios trabajos tipo ensayo desarrollados durante el siglo XIX y organizados alrededor del debate entre civilización y barbarie (p. 124); los cuales, empero, no poseían unidad temáti- ca y disciplinar. Estos trabajos se clasifican indistintamente como tratados so-

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LAS TEORÍAS DE LA URBANIZACIÓN LATINOAMERICANA

Las teorías de la urbanización latinoamericana se asocian estrechamen­te con los cambios económicos registrados a partir de la depresión de 1929 y que para la mayor parte de la región significaron una transición definitiva de economías de exportación, agrícola y de materias primas, dominantes durante la colonia y la post-independencia, a una fase de crecimiento soste­nida en la expansión de la industria. Esta expansión involucró profundas transformaciones demográficas y político-sociales, incluyendo la rápida ur­banización y la toma del control político del estado pot parte de la naciente burguesía industrial, desplazando lentamente la antigua oligarquía que se sostenía en el control sobre la tierra.

Desde la década de los 20 había cobrado bastante fuerza, en la literatura sobre el cambio económico, la discusión acerca del papel de los países periféricos en la economía mundial, y la búsqueda de explicación a lo que parecían unas condiciones crónicas de atraso. Una discusión que era, a su vez, la continuidad del proyecto modernizador emprendido por las élites latinoamericanas desde finales del siglo XIX y que se sostenía políticamente en regímenes autoritarios; ideológicamente en la incorporación de valores arquitectónicos y culturales europeos (principalmente franceses y con una gran influencia de Haussman) y financieramente en los recursos generados a través de la inserción en la economía mundial en estrecha colaboración con el imperio británico, el cual había penetrado con sus capitales en casi toda la región (Almandoz 2001; 2002). Inglaterra sería desplazada por la irrupción de los Estados Unidos desde comienzos del siglo XX (ibid.).

En ese contexto, se había desarrollado una tradición de estudios urbanos que Almandoz (2003) resume en la citación de varios trabajos tipo ensayo desarrollados durante el siglo XIX y organizados alrededor del debate entre civilización y barbarie (p. 124); los cuales, empero, no poseían unidad temáti­ca y disciplinar. Estos trabajos se clasifican indistintamente como tratados so-

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ciológicos, histotiográficos o simplemente como obras literarias, una situa­ción que el autor encuentra asimilable al lento proceso de consolidación de los estudios urbanos propiamente dichos, que tuvo lugar también en Europa.

Durante la primera mitad del siglo XX, el urbanismo comienza a afian­zarse simultáneamente en la academia y en el sector público. Los trabajos adelantados por Karl Brunner y Lecorbusier en varias capitales latinoameri­canas, generarían el embrión de una tradición urbanística que consolidaría las oficinas de planeamiento en varias capitales y marcaría, además, las polí­ticas económicas y urbanas a partir de 1960 ' , cuando se institucionaliza la planificación urbana, que sería luego complementada con instituciones de planificación al nivel regional y nacional (Violich y Daughters 1987). Sin embargo, a pesar de la tradición en planeamiento mencionada, el interés era mayor sobre la actuación física en el medio urbano, más que en la compren­sión de la dinámica de cambio en las ciudades. En ese sentido uno de los primeros trabajos con una intención de sistematizar las condiciones de la urbanización latinoamericana es el texto de Violich (1944), que incluye una descripción detallada de los países y sus ciudades, lo mismo que las condi­ciones de la economía urbana y la urbanización informal.

Empero, coincidiendo con Almandoz (2002b), es en la década de los 60 que los estudios de la urbanización despegan siguiendo, en líneas generales, dos tendencias: aquella del estudio de la cultura urbana impulsada por las obras de Rama y Romero (ibid.); y una tradición marxista que, recogiendo parte del legado de la CEPAL, construyó la Teoría de la dependencia, la cual dinamizaría el debate hasta el presente. La tradición neoclásica, empe­ro, también se ha mantenido y no solo vigorosa en la parte teórica, sino también activa en la parte normativa a través de la planificación económica y urbana. Detallemos, entonces, esta última tradición en la figura de las teorías modernizadoras.

Las Teorías de la modernización Bradshaw y Noonan (1997) sistematizan tres grandes corrientes en el aná­

lisis de la relación entre urbanización y desarrollo económico: modernización, sesgo urbano y Teoría de la dependencia. La primera de ellas corresponde con las teorías neoclásicas de cambio económico y se sostienen en la aparente liga-

1 El señalamiento de cierta ruptura en la planificación es de cuidado en tanto se hace

necesario reconocer una tradición de planificación urbana que se remonta a la época

colonial (Violich y Daughters 1987).

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zón que existe entre urbanización e industrialización. La teoría retoma enton­ces, la idea clásica de que los centros urbanos corresponden a un espacio de acumulación y que el capitalismo industrial transformó completamente las relaciones urbano-rurales en función a las necesidades crecientes de la indus­tria, principalmente el control y disposición de la mano de obra, lo cual, ade­más, permitió a la ciudad escapar a las restricciones que sobre ella, hasta ese momento, había impuesto la dependencia de la explotación de la tierra como factot esencial (Roncayolo 1997). Esta posición es reivindicada por Castells (1974), quien condiciona lo urbano a una expresión de las relaciones sociales de clase, definida esencialmente por las interacciones económicas.

No son, empero, los escritores marxistas a los que frecuentemente se asocian con esta línea de pensamiento. Por el contrario, corresponde esen­cialmente a las que Potter (1999) llama teorías tradicionales-clásicas del desarrollo y Peet y Hattwick (1999) denominan teorías sociológicas de la modernización (p. 65). Estos discursos, donde se incluye también la ecología urbana, se basan según Kasarda (1991) en tres principios: uno, que la urba­nización está estrechamente asociada al proceso de modernización; dos, que la tecnología, y el cambio tecnológico, son fundamentales en el cambio social y tres, considerar que la difusión cultural y tecnológica hará conver­ger los niveles de desarrollo del Primer y Tercer Mundo en el futuro.

A pesat de que el discurso más conocido sobre la modernización corres­ponde a Rostow (1971) y su idea de una evolución en el desarrollo por etapas hasta alcanzar un nivel ideal de consumo masivo, la geografía tam­bién elaboró un discurso de la modernización. Pottet (1999) y Forbes (1984) exponen como ejemplo el trabajo de Soja (1968) en el que se asocia la mo­dernización a la construcción del estado-nación y confía el desarrollo a la estabilidad del gobierno y el progreso tecnológico (p. 1), en una visión op­timista en la que veía, pot ejemplo, el cambio económico y social en África como "la superimposición [que no la imposición] de un sistema moderno de organización social, económico y político y un comportamiento [tam­bién moderno] sobre un mosaico de sociedades tradicionales predominan­temente de pequeña escala" (p. 114). A este trabajo se anexa también la propuesta de Perroux y los polos de crecimiento (Pottet 1999), una idea que tendría un gran peso en las políticas de crecimiento industrial, en el intento de resolver las desigualdades regionales en el desarrollo; y que sería concretizados en proyectos de descentralización industrial en varios países, Venezuela y Chile entre otros (Gwynne 1985).

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Las tesis de Rostow y de los otros teóricos de la modernización fueron sometidas a fuertes críticas, especialmente por el excesivo simplismo de la explicación del cambio económico y en general la consideración de que correspondía a "generalizaciones descriptivas y poco satisfactorias" (Crafts 2001). A pesat de ello este texto abrió la puerta para la imposición de un discurso desarrollista en el que, partiendo de la ptemisa de que la moderni­zación proveía un "modelo gradual y no revolucionario del desarrollo basa­do en la creencia en el progreso, la racionalidad y la mecanización o la in­dustrialización" (Rimmer y Forbes citado pot Forbes 1984, 57), se impulsaron una serie de políticas de desarrollo económico que estimulaban la rápida industrialización de la región.

El resultado fue una vertiginosa conversión de las áreas rurales, basada en la premisa de que una condición para el éxito en la industrialización era superar la persistencia de unas economías tradicionales que impedían a los agentes económicos, léase industriales, aprovechar al máximo los recursos de mano de obra y materias primas a bajo costo. Para Dos Santos (1998), todo este proceso fue simplemente el tinglado de las élites latinoamericanas que buscaban afanosamente la mejor manera de entrar a participar en el capitalismo mundial.

El dominio de esta posición, en el discutso del desarrollo, coincidió con un contexto económico internacional favorable a la aplicación de la teoría. Efectivamente, Roberts (1995) indica que el final de la década de los sesenta mateaba el fin de un período económico de expansión que había empezado en 1930, el cual se apoyaba fundamentalmente en la reducción de la depen­dencia tanto en el consumo de manufacturas importadas como de la exporta­ción de materias primas. Sin embargo la exportación de matetias primas entra en crisis por los cambios tecnológicos que hacían tránsito a la utilización cada vez mayor de sintéticos en la industria y el crecimiento de la productividad en los países desarrollados (Castells 1996). La década de los sesenta marca enton­ces el agotamiento tanto del modelo de exportación como el de sustitución de materias primas, quedando en perspectiva una crisis económica debido a la carencia de recursos suficientes para continua! el proyecto de modernización industrial. Ante esa situación, los gobiernos se ven obligados a liberalizar no­tablemente sus economías para satisfacer las exigencias de los prestamistas (De Oliveira y Roberts 1996), que de otro lado, aprovechaban el exceso de liquidez derivado de los petrodólares. Bajo está situación las agencias interna­cionales presionan a los gobiernos latinoamericanos para que utilicen grandes

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sumas de dinero en forma de endeudamiento, y que llevó a un aumento impottante de los flujos de capital; además estos dineros comenzaron a ser sistemáticamente proveídos por la banca internacional, con la consiguiente contracción de la participación del sector público de Estados Unidos y de otros países en la provisión de recursos de endeudamiento. Gwyne (1985, 10) ofrece algunas cifras: los flujos financieros netos pasaron de 2.6 millardos en 1966 a 21.8 en 1978, a la vez que los bancos subían su patticipación de un 10% en 1966 a un 57% en 1978.

Las consecuencias a nivel económico y urbano son reflejadas en la trans­formación de la estructura productiva de la región y en una reorganización de las ciudades, tanto a nivel de las relaciones interurbanas como en la estructura interna de la ciudad. En el primer caso, la región conoció una expansión importante de las emptesas orientadas a la exportación, la mayor parte de ellas filiales de transnacionales norteamericanas, en el marco de la alianza para el progreso (Roberts 1995); a la vez que las compañías basadas en el mercado interno comenzaron a debilitatse (De Oliveira y Roberts 1996). De otra par­te, las manufacturas ganaron un peso importante en las exportaciones, contra­rio a los productos agrarios que cayeron en su participación, a la vez que la exportación de productos mineros creció (datos en Gwyne 1985, 4). Estos datos son importantes para establecet que de todas maneras los proyectos de desarrollo adelantados en la época fueron hechos en función a los intereses en recursos y de deslocalización industrial de los países desarrollados, especial­mente de Estados Unidos. Gwynne (1985, 147) recalca, por ejemplo, que la industria latinoamericana ha tenido siempre un peso mucho mayor que la agricultura, siendo espacialmente concentrada y orientada a la producción de bienes de consumo, con procesos intensivos en capital y una alta dependencia tecnológica; razón por la cual la capacidad del sistema productivo para absor­ber los altos excedentes de mano de obra es muy baja.

De otro lado, los impactos sobte la estructura urbana se sintieron en un crecimiento notorio de la utbanización. Las estadísticas muestran que la población utbana de la región pasó de 69 millones en 1950 a 108 millones en 1980 y 534 millones en 2000 (UN 2002). De otro lado las estadísticas demogtáficas (CEPAL 2001), muestran como las 7 ciudades más grandes en 1950 corresponden a las mismas 7 grandes ciudades (más de 5 millones) del 2000 (más de 1 millón de habitantes), lo cual indica que los procesos de descentralización fueron de magros resultados y se reforzó el crecimiento de las grandes ciudades. El mapa de la figura 1 muestra la evolución del creci-

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- A .

Forta leza

Poblaciónl975 (miles)

Crecimiento

1950-1975 (%)

15,9

12,9

7 5,24

3,53 0,13 Datos : U N P D , W o r l d U r b a n i z a t i o n Prospec t 2001

Realizado con Philcarto - http://perso.club-internet.fr/philgeo

Figura 1. Dinámica demográfica de las grandes ciudades latinoamericanas

(> 750.000 habitantes), 1950-1975.

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miento de las ciudades entre 1950 y 1975 y si bien no todas las de mayot tamaño presentan porcentajes altos de crecimiento, es evidente que las tasas mayores se concentraron en ciudades cercanas a las grandes capitales, dando inicio a un proceso de conurbación que se desarrollaría en las décadas si­guientes. Nótese pot ejemplo las agrupaciones de ciudades que comienzan a conformarse alrededor de los nodos primaciales de Sao Paulo, Ciudad de México y Buenos Ares. El mapa también ilustra la creciente influencia nor­teamericana en la región que se manifiesta en las altas tasas de crecimiento para algunas ciudades antillanas y el norte de México pot donde, en la déca­da de los 70, comienza a penetrar la industria maquiladora.

La Teoría del sesgo urbano La oleada de inversiones y acciones encaminadas a fortalecer la indus­

trialización y por tanto a estimulat el crecimiento utbano, llevó a algunos académicos a buscar las causas de la urbanización acelerada del Tercer Mun­do en los prejuicios de los políticos y de la planificación, frente a la econo­mía y a la vida rural; en los que les confería a estos espacios unas condiciones de imposibilidad de desarrollo, por demás no demostradas.

La tesis fue desarrollada por Lipton (1977), pattiendo de la ptemisa de que en los países pobres el cambio social estaba dinamizado esencialmente pot el conflicto entre clases urbanas y clases rurales : "El más importante conflicto de clases en los países pobres del mundo hoy no es entre trabajo y capital, no es tampoco entre inteteses nacionales y extranjeros. Es entre las clases rurales y las clases urbanas" (p. 13). Así, en la gestión pública de los países en desarrollo se identificaba claramente una tendencia sistemática a rechazar algunas alternativas y preferir otras, más favorables a ciertos gtupos y en este caso a los sectores utbanos que están concentrados, articulados y por tanto son más poderosos (ibid.).

Desde esta petspectiva, Lipton sostiene que la localización sistemática de recursos y equipamentos en las ciudades responde más a las prioridades de las élites industriales y financieras de la ciudad, así como a las organiza­ciones sindicales, que a una evaluación racional de la eficiencia de las inver­siones, la equidad y la lucha contra la pobreza. Para los teóricos de esta corriente, la urbanización en el Tercer Mundo es financiada a través de la explotación del campo; los mecanismos utilizados incluyen la provisión de servicios a menor costo, unas tasas impositivas altamente preferenciales para las actividades urbanas, el sostenimiento de precios bajos, y ficticios de los

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productos agrícolas, revendidos luego en el mercado internacional por los estados a alto ptecio y cuyos excedentes son teinvettidos en la ciudad (Bradshaw y Noonan 1997).

El trabajo de Lipton hace una fuerte crítica a los prejuicios que hacia lo rural han hecho los teóticos de la modernización, y reconoce en los planifi-cadores, académicos y políticos, de origen esencialmente urbano, un des­precio hacia el campo. Este desprecio es parcialmente explicado por ser para ellos un mundo ajeno. Los planificadores actúan, entonces, más en función de la pobreza urbana, más evidente que la pobreza rural, pero también por la presión de las élites industriales y el temor frente a la acción del proleta­riado urbano sindicalizado (ibid.). Gugler (1997: 120) igualmente añade que la inversión pública se gasta de manera desproporcionada en la ciudad para asegurar la colaboración continua de las clases medias y aplacar estraté­gicamente algunos elementos del sectot obtero; simultáneamente, la pobre­za tural se agudiza en tanto pietde la población joven y más emprendedora.

La teoría del sesgo urbano es generalmente poco mencionada en los discursos sobre la urbanización y esencialmente, en mi juicio, porque rei­vindica unas prerrogativas para el desarrollo rural que empíricamente no son suficientemente evidentes; pero también porque la sociología se ha cons­truido en tomo a los conflictos urbanos y de las relaciones sociales derivadas de la actividad industrial y terciaria, e incluso el marxismo clásico ha mani­festado siempte un claro desprecio por lo rural (Blomstrom y Hettne 1984: 37). El valot de esta teoría está, entonces, en la reivindicación, muy válida para el Tercer Mundo y para América Latina, de mantenet un espacio para las problemáticas rurales y no considerar que solamente los espacios urba­nos tienen posibilidad de generar bienestar

La Teoría de la marginalidad y economía dual En este contexto de transferencia económica y demográfica, la pobreza

urbana se convirtió en una problemática de interés para las Ciencias Sociales. Así, los discursos se orientarían a tratar las problemáticas relacionadas con la absorción de una masa de población migrante y el crecimiento de la urbanización marginal; un sujeto que había sido de interés en la sociología, desde comienzos de siglo. Weisberger (1992) identifica el trabajo de Robert Patk migración y el hombre marginal, como pionero en el análisis del sujeto, si bien en tal texto se enfatizaba más sobte las relaciones intetculturales producto de la migración, que sobre las relaciones sociales al interior de la

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ciudad. A mediados de siglo, la marginalidad fue derivando hacia el estudio de la pobreza urbana y, en función a las estrategias de desarrollo económico, las preguntas centrales correspondieron a por qué las ciudades del Tercer Mundo mantenían unas condiciones perennes de pobreza urbana y cómo la urbanización y la industrialización dejaban un gran excedente de la pobla­ción pot fuera de esos beneficios.

De otro lado, si bien Park había identificado la marginalidad como parte de un proceso civilizatorio en el que los migrantes de una cultura chocan con otra (Weisberger 1992), lo cual nos remite, a su vez, a los discursos modemizadores ya mencionados; su énfasis era especialmente sobre las condi­ciones de adaptación de los migrantes y fenómenos de desigualdad cultural condicionados pot los prejuicios impuestos por la cultura dominante (ibid.). La discusión de la marginalidad, en el contexto del Tercer Mundo, derivó así a cierto tipo de determinismo cultural en el que marginalidad y pobreza se explicaban a partit de las "deficiencias culturales y compottamentales", inclu­yendo allí la idea de que los pobres padecían de pasividad, fatalismo y aspira­ciones limitadas. Esta posición se basó grandemente en la obra de Osear Lewis, La cultura de la pobreza (Kowarick 2003) y se extendió al análisis de la pobre­za en las ciudades latinoamericanas dando lugar al llamado mito de la marginalidad que sería objeto de fuertes ataques en la década de los 70. Las premisas esenciales de esta teoría de la marginalidad, aplicadas a la pobreza urbana en América Latina, hacía responsables a los pobres por su incapacidad de integrarse a la vida urbana a ttavés de su vinculación a la economía y a los mercados de vivienda formales: "la marginalidad fue considerada la fuente de todas las formas de desviación, perversidad y criminalidad, purificando así la auto-imagen del testo de la sociedad (o lo que denomino una 'interrelación especular')" (Perlman 2003, 19).

Castells (1983) encuentra también, que "la teoría de la marginalidad propone una explicación de la sociedad en la que la migración rural y la marginalidad ecológica aparecen como variables independientes inexplica-das, afectando los atributos culturales de las personas viviendo en los már­genes urbanos, tales como la anomia psicológica, un comportamiento des­viado y la apatía política" (1983, 180). Aparte de conectar causalmente el caráctet incivilizado de lo rural a las condiciones marginales de los barrios populares, esta posición tendría un propósito político que permitiría tildar a los pobres de inútiles y responsables de su condición (Kowarick 1980 cit por Kowarick 2003, 65), a partir de la cual se justificaría durante mucho

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tiempo, (y lo hace aún hoy en muchos de los programas de renovación urbana), las políticas de remoción de barrios informales, legitimando el ca-ráctet excluyente y segregado de la ciudad latinoamericana en lo que Jaramillo (1993, 17) llama una política urbana de tipo quirúrgico, que se aplicó con los programas de erradicación de tugurios en los años cincuenta. Perlman insiste, además, que esta teoría cumplía una función ideológica y política para sostener un orden social previamente impuesto y justificar así la des­igualdad extrema y la incapacidad del estado para ofrecer unos estándates mínimos de calidad de vida (2003, 18).

La descalificación de esta postura comienza, según Perlman (2003), con varios trabajos empíricos desarrollados en América Latina y se centra en la discusión de las razones esttucturales de la marginalidad. De una parte, se plantea que ese tipo de matginalidad, reclamado por la teoría, no existe en tanto que los pobres son parte de la dinámica urbana, aunque integrados eso si, de una manera desfavorable para sus intereses (Perlman citado Por Perlman 2003,16) De otra parte, Castells teclama que la asociación entte la marginalidad espacial y los otros tipos de marginalidad es inexistente en tanto que la elec­ción de vivienda (asociada a la marginalidad espacial), no responde solamente a la precariedad del salario, (que define la marginalidad ocupacional), sino a otros factotes más de otden político como la búsqueda de control social en los sectores populates a través de la provisión de vivienda.

Castells (1983, 181) concluye, entonces, que la matginalidad urbana no es un detetminante político sino un resultado político. Así, la existencia de batrios informales y las condiciones de exclusión en las ciudades, comien­zan a explicarse de otra manera. Tradicionalmente la sociología urbana ha­bía descartado el conflicto como elemento fundamental en la construcción de la ciudad; el detetminismo físico de los ecologistas urbanos y el idealis­mo cultural en la tradición de Wirth con los que se buscaba explicar el cambio social, ceden lugar a una ciudad vista como un producto social re­sultante de intereses y valores conflictivos (ibid.).

En esta discusión sobre la población marginal, el concepto de sobreurbanización ganó un considerable intetés, atgumentándose que las ciudades del Tercer Mundo habían crecido más allá de su capacidad para absorber tal cantidad de mano de obra. La tesis era nuevamente de tipo otganicista, en el que la ciudad experimentaba una patología como resulta­do de un proceso irracional de urbanización y donde el exceso era explicado o por la incapacidad de adaptarse a la vida urbana o como una "desviación"

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del camino del desarrollo, principalmente por insuficiencia de oferta de trabajo en el sector industrial (Gugler 1997). Las respuestas a esta cuestión abrieron el debate sobte la dualidad de la economía urbana de las ciudades del Tercer Mundo y especialmente la discusión de la relación entre econo­mía formal e informal, una tema en el que Santos (1979) terciaría constru­yendo un discurso sobre los circuitos de producción y consumo en la ciu­dad del Tercer Mundo. Santos (1979) argumenta que, dado el recorrido histórico particular de las ciudades del Tercer Mundo, estas no pueden estu­diarse como una unidad sino, al menos, como parte de dos subsistemas o circuitos, el superior, correspondiente a las actividades "formales", banca, industria y servicios, reglamentadas por el estado y resultado directo del proceso de modernización tecnológica; y un circuito inferior, que corres­pondería a actividades de pequeña escala diseminadas en los barrios popula­res, intensivo en mano de obra y no en capital, con niveles de comercialización locales (ibid., 18). Santos conecta, además, estás economías con el consumo según la esttuctura de clases en la ciudad, rechazando empero, el enfoque dualista que pretendía hacer estos dos sectores independientes en la econo­mía urbana.

Por otro lado Quijano (1983) buscaría explicación a la sobreurbanización y al excedente de mano de obra en una necesidad del capitalismo depen­diente pata regular el costo de la mano de obra y mantenerlo en un nivel bajo y estable, de tal manera que los salarios solamente fluctuasen en fun­ción a los ciclos de expansión y contracción de la economía. Igualmente Quijano (ibid.) reconoce tal excedente no solo a escala regional, sino a esca­la global, empujado por la internacionalización del capital y el dominio de los medios técnicos sobre el trabajo humano.

Así, marginalidad y sobreurbanización, esta última condición en la prác­tica inexistente en un sentido negativo en tanto es una condición necesaria para la urbanización capitalista, setían parte de la estructura única que ga­rantiza el éxito del capitalismo global y donde las ciudades del Tercer Mun­do actuarían como espacios de amortiguación reteniendo y soltando la mano de obra a fin de hacer variar los salarios y permitit que la economía mundial se dinamice, pues de lo contrario se mantendría estancada al ser insuficiente la transformación tecnológica para bajar los costos de producción y aumen­tar, simultáneamente, la demanda. En ese sentido, es la despensa humana del Tercer Mundo la que a través del consumo, de la deslocalización indus­trial y de la migración internacional, la que da movilidad a una economía

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mundial paralizada por el estancamiento del consumo y el costo de los sala-ríos en el Primer Mundo.2

Sin embargo Quijano (ibid.) anota que, en tanto el excedente de pobla­ción no se incorpora al sistema productivo aún en ias fases expansivas, no puede ser considerado en la perspectiva clásica de un ejército laboral de reserva y aventura la posibilidad de que sea una nueva "modalidad de su existencia" (p. 83). Esta aclaración permite, al menos, llamar la atención sobre la dificultad de asociat directamente el excedente de población como una necesidad del capitalismo local y de otra lado, cuestionar el adjetivo de marginalidad, para la designación de un proceso que así calificado sería exógeno al sistema capitalista y no esencial a su dialéctica: "en palabras de Mumis (1969) [la marginalidad] es central a y una parte constitutiva de el proceso corriente de explotación y acumulación capitalista y excluye abso­lutamente cualquiet forma de dualismo" (ibid., 85).

Por último, De Oliveira y Roberts (1996) añaden una interesante re­flexión al examinar la estructura ocupacional de las ciudades y observar, entre otros elementos, la inserción de nuevos sectores en la economía for­mal e informal (la mujer por ejemplo) y la relación de esa nueva esttuctura ocupacional con las cambiantes estructuras de clase y gtupos de clase. Un sujeto que también fue incorporado al análisis de los movimientos sociales y su importancia en la dinámica urbana de las ciudades latinoamericanas (Castells 1983;Walton 1998).

Los discursos previamente descritos, habían generado un debate inte­lectual intenso, sobre el cual se posicionaría entre la década de los sesenta y la de los setenta, la Teoría de la dependencia, que se trata a continuación.

La urbanización dependiente Bajo este encabezado se agrupan las teorías de línea marxista desarrolla-

das durante la década de los sesenta y setenta y consolidada en los ochenta, constituyendo una reacción a la acumulación de frustraciones en las políti­cas de desarrollo económico, al desengaño de los discursos sobre el desarro­llo y en suma, el fracaso evidente de las ideas de modernización. Un peso importante tuvo también la revolución cubana, la cual se mostró inicial-

2 Este razonamiento siempre genera el cuest ionamiento de otorgar al capitalismo una

capacidad voluntatista difícil de reconocer empír icamente. Mantengo entonces el argu­

mento , en el nivel de una posibilidad resultado de la confluencia de factores, más que una

consecuencia premeditada de intereses concretos.

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mente como alternativa al estancamiento del sistema soviético y al monotematismo del marxismo ortodoxo.

El estructuralismo cepalino

La Teoría de la dependencia mantiene como antecedentes directos la propuesta industrialista de la CEPAL y especialmente los trabajos desarro­llados por Prebisch (Cardoso y Faletto 1978); su condición como antece­dente no deriva, empero, de una comunalidad ideológica, en tanto el esttucturalismo cepalino se asocia más con una línea keynesiana de pensa­miento económico, sino porque visualizó y patentizó las razones estructura­les de la desigualdad en el desarrollo. 3

El trabajo de Prebisch fue esencialmente una reacción a la perspectiva que sobre el desarrollo mantenían los economistas clásicos y de las teorías del comercio internacional. Estos pretendían imponer la idea de que la re­gión debía especializarse en la producción agrícola, lo cual generó, como anota Dos Santos (1998), una rechazo de las clases dominantes que se opo­nían a regresar a la condición de exportadotes de materias primas, tal como había sido América Latina hasta 1920. Tal conflicto es bien ilustrado por Prebisch en 1953 cuando señala la reacción de un experto a los primeros escritos de la CEPAL, luego de una corta visita a la región:

"Después de aparecer uno de nuestros primeros informes, acertó a pasar por aquí uno de los más ilustrados profesores en materia de comer­cio internacional.... Ha condenado la industrialización latinoamericana, arrastrándonos en su execración a los economistas de la CEPAL que la preconizamos. Ha impugnado también toda forma de control deliberado del crecimiento y de la orientación del comercio exterior. Pero por lo menos nos ha dejado una fórmula única y positiva de desarrollo econó­mico: dedicarse a la agricultura y controlat la natalidad". Citado por Rodríguez (2001, 100).

La propuesta de Prebisch fue basada en dos preceptos; uno, reconocer el

peso del progreso técnico en el crecimiento económico y dos, reafirmar la

1 Conviene anotar que me restringiré a ofrecer los elementos generales de las teorías estructutalistas, como soporte al desarrollo de las teorías dependentistas. La tazón es que los trabajos de la CEPAL se orientaban más al campo del desarrollo económico que al análisis de la urbanización,

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imposibilidad de analizar la dinámica de los países en desarrollo independien­temente de su posición dentro de la economía mundial (Ocampo 2001). En el primer punto, entonces, existía una dependencia tecnológica donde el cen­tro mantenía el control sobre la producción de maquinaria y equipo, además de concentrar el progreso técnico y mantener una transferencia tecnológica excesivamente lenta. Sin embargo Prebisch creía que tal problemática sería resuelta si los países en desarrollo lograban alcanzar un progreso industrial significativo, pues consideraba que la industrialización era la palanca del desa­rrollo y el mejor mecanismo para canalizar la difusión del progreso técnico.

En el segundo ítem, Prebisch sostenía que las oportunidades económi­cas estaban condicionadas pot la posición en la jerarquía internacional y existía, pot tanto, una marcada dependencia en las relaciones de comercio extetiot. De allí que recurriera a la idea de ver la economía internacional organizada alrededor de una intetrelación entte un centro y una periferia, la cual se constituía históricamente como resultado de la manera en que el progreso técnico se propagaba en la economía mundial (Rodríguez 2001, 105). Ello daba como resultado un centro con una esttuctura económica diversificada y homogénea, (es decir niveles altos de productividad en todos los sectores), en comparación con una periferia especializada en productos de exportación y heterogénea (ibid.).

Prebisch reconocía que la especialización agrícola no conduciría al desa­rrollo, puesto que sus precios se estancarían tanto pot el proteccionismo a la producción agrícola en el centro, como por el hecho de que su demanda no podía crecer más allá de los límites de la demanda necesaria de alimentos por la población. Este argumento petmitiría extender el análisis a la explica­ción del bajo crecimiento del empleo en las ciudades latinoamericanas tanto poique el lento aumento de los salarios no dinamizaba la economía, como porque la industrialización desarrollada era tecnológicamente dependiente (Baet 1971). Igualmente, Presbich afirmaba que los mercados competitivos prevalecían en la periferia, donde los estados tenían menos maniobrabilidad de regulación macroeconómica, mientras en ei centro operaba bajo condi­ciones monopólicas (ibid., 195).

Las tesis neomarxistas Aunque en cierto sentido revolucionarias, las ideas de la escuela cepalina

apuntaban más a la búsqueda de una alternativa de desarrollo de la periferia dentro del sistema capitalista, que a una alternativa socialista. Para Frank

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(1979) este estructuralismo era un estudio abstracto de tipos idealizados de mercados en competencia que no respondía al sistema real de organización social, no cuestionaba la estructura colonial monopolista del capitalismo ni tampoco revisaba la estructura interna colonial de América latina donde las metrópolis derivaban los recursos para su desarrollo desde las periferias que mantenían en condiciones feudales (ibid., 394). Peet y Hartwick (1999, 108), igualmente critican el desconocimiento, en ese análisis, de las relacio­nes de clase y la concesión de privilegios excesivos a la burguesía industrial. De esta manera, la Teoría de la dependencia sería una respuesta a las condi­ciones políticas de la región sostenida, al modo de vet de Frank (1985), en el rechazo a la legitimación ideológica a través del estructuralismo y las aspiraciones nacionalistas progresistas. Los trabajos de Frank, Dos Santos y Quijano serían la base de la teoría.

En el desarrollo del subdesarrollo, un compendio de ensayos publicados a lo latgo de la década del 60 en Chile y otros países latinoamericanos, Andre Gunder Frank (1979) establecería los primeros elementos de lo que sería la Teoría de la dependencia. Frank rechazaba la visión dualista que había do­minado tanto en las concepciones modernizadoras neoclásicas, como en las versiones Keynesianas del desarrollo. Para él, el capitalismo había penetrado rodos los sectores, incluso los más aislados, y por tanto sostenía que había una relación estrecha entre las diferentes estructuras sociales tanto en el intetiot de los países en desarrollo, como de estos con respecto al centro. Ello obligaba, entonces, a una lectura "del total de las relaciones imperialistas así como la participación consciente y voluntaria en el sistema neoimperialista bajo el liderazgo de la burguesía, incluida la burguesía industrial progresis­ta" (Frank 1985, 248).

En el desarrollo de su argumentación Frank (1969) plantea tres hipóte­sis a saber: (1) el desarrollo de las metrópolis subordinadas, excepto el de la metrópoli mundial que no es subordinada a ninguna, es siempre limitado por su condición de satélite (p. 25); (2) los satélites conocen su mayor desa­rrollo cuando sus vínculos con la metrópoli son más tenues (ibid.); (3) las regiones hoy más subdesarrolladas son aquéllas que tuvieron en un pasado los vínculos más estrechos con las metrópolis, especialmente como expottadoras de materias primas (p. 29).

Así, Frank pretende contradecir algunos de los fundamentos básicos del pensamiento desarrollista; en primera medida que el desarrollo no es un proceso que pueda difundirse de los países desarrollados hacia la periferia;

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dos que la incorporación al sistema capitalista de un espacio genera su pér­dida de autonomía y significa el deterioro de su capacidad industrial, desa­rrollada previamente; tres que el desarrollo capitalista se soportó en la ex­plotación de otros países y pot tanto si los países subdesarrollados quieren seguir la trayectoria propuesta pot Rostow, tendrían que encontrar otros pueblos para explotar (ibid., 164). Así, Frank indica que los flujos de recur­sos hacia las regiones en desarrollo son un mito en tanto que los flujos hacia el exterior en la forma de transferencia de ganancias o pagos de deuda son superiores y el capital extranjero se apodera, entonces, de las actividades más rentables, desplazando el capital nacional. En conclusión, el centro, siguiendo el argumento de los estructuralistas, solo cede actividades a la periferia cuando encuentra actividades más rentables a desatrollar, un pro­ceso que puede ser hoy asimilado al desplazamiento de la manufactura ha­cia el Tercer Mundo, posible una vez ha emergido un sectot terciario y tecnológico que posee un mayor margen de beneficios.

El trabajo de Quijano (1975) recalcaría, a su vez, la necesidad del análisis unitario del sistema capitalista, indicando que, ante el excesivo énfasis de los estructuralistas en la dependencia externa, era necesario reconocer la imposi­bilidad de separar los procesos internos de las sociedades dependientes, de aquellos que son inherentes a su situación dentro del sistema de interdepen­dencia. Así, la intetdependencia moldea y determina las estructutas de las sociedades dependientes (p. 124), lo que se opone a la idea de ver esas socie­dades como un reflejo de los problemas creados por los obstáculos internos al desarrollo (por ejemplo la baja modernización de la agricultura).

De otra parte, las teorías del imperialismo económico habían sugerido la idea de unas acciones unilaterales de las sociedades más poderosas; posición rechazada por Quijano (1975) que ve la dependencia como un sistema de interdependencias donde los cambios en la sociedad dependiente no derivan solamente del sistema general de dominación, sino que responde a la cohe­rencia entre el interés intetno dominante, que podría ser el caso las burguesías nacionales, y los intereses mas generales dei sistema de dominación, (p 137). Esta apreciación rompe el esquema de la dependencia como un mero asunto de dominación imperialista y recalca que la dominación, como lo reconoce Frank (1996), también se ejerce desde adentro y secuencialmente desde las metrópolis nacionales y regionales hacia sus periferias. En ese orden de ideas, es particularmente interesante el modelo metrópolis satélite, esquematizado por Blomstrom y Hettne (1984, 69), y que se refuerza con la idea de Roberts

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(1995) sobre como "las cadenas de explotación que une la metrópoli regional a la ciudad principal y a las clases dominantes del país dependiente, se extien­de también a comerciantes y productores de los asentamientos provinciales, hasta el productor campesino" (p. 8).

La idea de dependencia fue, entonces, una de las mayores fuentes de crí­tica. Varios autores, tanto marxistas como neoclásicos, tildaban tal idea de reduccionista en tanto lo que realmente existía era una intetdependencia (Blomstrom y Hettne 1984; Hettne 1995). Dos Santos (1970) haría preci­sión en que efectivamente es una relación intetdependiente pero asimétrica, en la que la economía de los países dependientes es condicionada por el desa­rrollo y expansión de la economía a la cual está sujeta (Dos Santos 1970). Cardoso y Faletto (1978) igualmente reivindicarían la necesidad de buscar cuales son las formas de explotación económica y social, y no considerar todo como el resultado de una lógica abstracta de acumulación. La dependencia, a partir de la idea anterior, debería ser mirada en su especificidad histórica, en tanto las sociedades periféricas tuvieron particularidades en su inserción, o mejor relación, al capitalismo internacional. Las relaciones externas e inter­nas, constituyen así "un todo complejo, donde los vínculos esttucturales no se basan en simples formas extemas de explotación y coerción" (p. 17), es nece­sario buscar las interrelaciones entre clases locales e internacionales que, en la perspectiva de los autores citados, no podía ser respondida indicando única­mente que las burguesías nacionales actuaban solo como agentes de los países dominantes, tal y como había argumentado Frank.

Establecidos los fundamentos de la teoría, veamos ahora los principales sujetos de crítica y la vigencia o caducidad de la Teoría de la dependencia.

Dependencia revisitada : críticas y contracríticas Para Blomsttom y Hettne (1984) la Teoría de la dependencia puede ser

considerada como una ruptura paradigmática en términos de Thomas Kuhn, en el sentido en que, acudiendo a un alto nivel de abstracción, pueden ser aislados unos principios claramente opuestos a la teoría dominante en el momento de su nacimiento (la teoría de la modernización), con la cual compitió e incluso la reemplazó.

Si se mantiene tal condición de paradigma para la Teoría de la depen­dencia, es consecuente que ella fuera sujeto de un duro cuestionamiento por las otras teotías rivalizantes en el discurso del desarrollo e incluso reem­plazada por otra teoría. Tal situación no es completamente clara y a pesar de

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LAS TEORLAS DE LA URBANIZACIÓN LATINOAMERICANA

que comúnmente se acepte que la escuela de la dependencia ha sido proba­da como irrelevante y por tal razón sujeto de rechazo, tal cosa está lejos de ser cierta (Hettne 1995, 101). Es más, los supuestos básicos de los dependentistas aparecen sustancialmente reforzados después de analizar el camino seguido por los países latinoamericanos en las dos últimas décadas. Resulta entonces, más convincente la idea de que, en su evolución, la Teoría de la dependencia refino sus conceptos y hoy podríamos estar de acuerdo con Smith (1996, 11) cuando afirma que dependencia y Sistema-mundo (Teoría de), es una combinación que ha probado ser poderosa en el análisis de los problemas de cambio estructural en el Tercer Mundo.

Las más fuertes críticas a la Teoría de la dependencia fueron formuladas desde lo que genéricamente se denomina marxismo clásico, en oposición a los "neo-marxistas", corriente de la cual harían parte varios dependentistas y que se reconocerían en la influencia que obtuvieron de los procesos revoluciona­rios y socioeconómicos del Tercer Mundo, especialmente Cuba y Chile en América Latina (Blomstrom y Hettne 1984). Las principales críticas se con­centraron en la posición del imperialismo y la lucha de clases en el nuevo discurso; para los marxistas clásicos, el imperialismo constituía una fase del desarrollo capitalista absolutamente necesaria en el tránsito hacia el socialis­mo, y América latina era colocada incluso en una etapa precapitalista, (feu­dal), que debía pasar por una proceso de industrialización (Frank 1985). Los dependentistas veían el subdesarrollo ligado orgánicamente al sistema capita­lista, reconociéndolo como una consecuencia de la condición marginal de la periferia y de su proceso de integración al sistema. Para Cardoso (1984, 90), además, la dependencia no era contraria a la ¡dea de imperialismo sino com­plementaria, más si se consideraba que éste había dejado de ser un obstáculo a la industrialización y se había convertido en el motor de la misma. En con­clusión, dependencia y desarrollo podían coexistit, una tesis opuesta a los pri­meros planteamientos dependentistas, aunque tal desarrollo no resolviera los problemas estructutales de las sociedades latinoamericanas.

Sobre ia lucha de clases, el marxismo clásico había siempre considerado que el conflicto se desarrollaba al interior de las unidades nacionales, entre las oligarquías y los grupos explotados, y pensaban que la lucha revolucio­naria descansaba esencialmente en el proletariado urbano. Los dependentistas como Frank, sostenían que las burguesías nacionales eran extensiones de las burguesías internacionales y simplemente garantizaban en los países depen­dientes, la ejecución de los intereses del capital imperialista (Dos Santos

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1998). Igualmente varios trabajos habían mostrado la fuerza de los movi­mientos sociales en América latina, muchos de origen rural y que no res­pondían a la idea de la revolución industrial soviética; incluso varios dependentistas consideraban el proletariado industrial de América Latina como una "aristocracia trabajadora", incapaz de asumir su rol como libera­dor de las fuerzas de producción (Blomstrom y Hettne 1984).

Esa posición relativamente simple, fue refinada con el trabajo de otros teóricos (Dos Santos 1970; Cardoso y Faletto 1978) en los que se reconocía un esfuetzo importante de las burguesías nacionales, especialmente la brasilera, porconsttuir un proyecto nacional democrático (Dos Santos 1998, 11), proyecto opacado por una burguesía conservadora que para el autot llevó a los países latinoamericanos por un camino de sumisión estratégica creciente (ibid., 12). Cardoso y Faletto (1978) recalcarían, además, que en los países dependientes las estructuras sociales reflejan las dos dimensiones del sistema económico, esto es, sus vínculos con la economía internacional, pero también sus raíces internas, por lo que las relaciones de dependencia no constituían una simple relación de acción dominante del centro hacia la periferia, sino que tales relaciones se construyen a partir de la acción de grupos, clases, organizaciones y movimientos sociales.

Otras críticas a la dependencia llegaron, a su vez, de lo que Blomstrom y Hettne (1984) denominan reacción neoclásica y que se restringió, según Frank (1985), a resaltar algunas discrepancias empíricas menores para in­dicar que su compromiso político le impedía un análisis objetivo del capi­talismo. Una crítica singular fue formulada por Llay en el sentido de que el sistema económico era interdependiente y que en ese orden de ideas, Canadá, por ejemplo, era más dependiente de los flujos internacionales de capital, que Brasil, luego la dependencia no explicaba el atraso (citado por Blomstrom y Hettne 1984). Esta tesis parte de una lectura simplifica­da, principalmente de la obra de Frank (1979), y a partir de ella se ha descalificado la dependencia, reivindicando generalmente dos elementos, por demás bastante exagerados en los textos de los críticos, Saunders (1995) por ejemplo, pero menos evidentes en los textos de los dependentistas, (Cardoso 1984; Cardoso y Faletto 1978; Frank 1979); estos elementos son la posibilidad de un desarrollo autárquico, independiente del sistema capitalista, y la relación directa de dependencia centro-periferia a través de la transferencia de riqueza desde ésta última, una idea excelentemente diagtamada en Pottet (1999, 95).

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En el primer caso es difícil encontrar que los dependentistas hoy sosten­gan que sea factible un desarrollo autárquico en el marco del sistema capitalis­ta, si bien Frank (1979) había postulado la idea, empíricamente indefendible, de una correlación casi directa entre desconexión al sistema capitalista y altos niveles de desarrollo. En el segundo caso, la complejidad de las interacciones en el sistema capitalista ha hecho difícil demostrar empíricamente que, al menos hoy, el centro se sostiene en la explotación de la periferia; aunque ello de ninguna manera contradice la tesis de que el subdesarrollo de la periferia es resultado de la asimetría de sus relaciones económicas con el centro.4

Así, las críticas se basan generalmente en elementos formales, pero no en refutaciones contundentes de los postulados básicos de la dependencia; Becket (1992) por ejemplo señala como principal falencia la escasa claridad matemá­tica de la teoría, bien que Catdoso y Faletto (1978) de entrada habían señala­do que el principio básico de su análisis era la naturaleza sociopolítica de las relaciones de producción y no su demostración matemática.

Saunders (1995, 30), de otra parte, sostiene su crítica a la dependencia señalando como inválida la tesis de que el norte es rico porque se basa en la explotación del sur, y ofrece tres razones 5 : Primera, que la mayor parte de la enetgía necesaria para el desarrollo se produce en el norte, (aunque con los recursos de petróleo y carbón del sur); segundo que no puede ser culpa­do solamente el norte cuando los gobiernos del sur han implementado po­líticas que han atrasado esos países y tercero que no es posible entender como, por ejemplo, la prosperidad de Suiza se debe a la explotación de Papua Nueva Guinea. Ninguno de esos argumentos es contundente contra la dependencia más si se reconoce el papel que esa teoría asigna a las élites gobernantes de la periferia. Así, buscar una relación directa y palpable entre riqueza y explotación, sin identificar los procesos históricos de transforma­ción social es de un simplismo excesivo. Otto argumento que sostiene Saunders es que no es la conexión al sistema si no la desconexión al mismo lo que genera subdesarrollo; tal posición la ilustra con la "revolución cultu­ral china", señalando como la resistencia al capitalismo generó una tragedia

4 Sogge, (citado por Power 2003: 23), señala por ejemplo que entte 1980 y 1991 los países del sur sufrieron un acumulado estimado de pérdidas en ganancias sobre exporta­ciones, en términos reales, de cerca de US$290, (US$25 billones anuales), lo que, unido al carácter especulativo de la invetsión extranjera y las condiciones impagables del endeu­damiento, significan una transferencia permanente de recursos periferia-centro. 5 Una caricaturización por demás exagerada de la teoría dependentista.

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económica. Esto es, empero, un argumento favorable a la idea de depen­dencia, porque si la desconexión genera empobrecimiento es que efectiva­mente existe una relación causal en esa conexión, donde la economía de la periferia estaría condicionada por el centro.

La tercera fuente de críticas se asocia con la nueva izquierda y sus aportes que, según Ftank (1985), harían avanzar la teoría en una evolución identifica­da con el desatrollo de la Teoría de sistema-mundo Dos Santos (1998). Las principales críticas se centraban, en esta corriente, sobre el excesivo peso que se daba a las relaciones externas y la mínima atención prestada a la dinámica interna de los países dependientes (Smith 1996, 10). Frank (1985) reconoce que es necesario hacer más visible la acción de las clases sociales al interior de las unidades nacionales, otorgándoles mayor protagonismo en la determina­ción del proceso histórico. Es claro, sin embargo, que acudir a la simple lucha de clases como factor explicativo del cambio social y urbano, como lo hacia el marxismo clásico, lleva a desconocer la complejidad de las relaciones de poder entre clases y facciones de clase, y oculta también el peso de la dependencia económica, política e ideológica de los países del Tercer Mundo.

En síntesis, podría decirse que la Teoría de la dependencia conserva una incontestable vigencia en sus postulados fundamentales, si bien desde un punto de vista político se podría plantear que el socialismo se ha desvirtua­do como la vía para el desarrollo autónomo.6 Tal vigencia se mantiene, siguiendo a (Jaramillo y Cuervo 1993, 31), en dos condiciones: una que América Latina sigue siendo una región subordinada en el marco de las relaciones capitalistas y la fase neoliberal dominante los últimos veinte años ha reforzado tal condición (Phillips 1998). Dos, que el capitalismo ha in­gresado en un fase monopolista avanzada, en donde nuevos tipos de mono­polio se erigen y reesttucturan la división internacional del trabajo; en ella, América Latina tiene una nueva función y es a partit del análisis de la espa-cialidad del capitalismo contemporáneo que se encuentra una respuesta más precisa a las condiciones de subdesatrollo de la periferia y los cambios que experimenta en su esttuctura espacial. Así, la vigencia del discurso dependentista se encuentra en que "hoy la dependencia se piensa como una realidad que atraviesa el conjunto de las condiciones de acumulación periférica" (ibid., 82).

6 Gwynne y Kay (2001) plantean que ante la crisis del socialismo y el fracaso del neoliberalismo, es necesario buscar un paradigma alternativo del desattollo que bien podría apoyarse en los aportes de estructuralistas y dependentistas.

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Dependencia y urbanización Si bien los teóricos de la dependencia no se ocuparon de manera específica

de la urbanización latinoamericana, evidentemente sus argumentaciones so­bre el desarrollo económico son concomitantes con explicaciones plausibles del proceso de urbanización; o dicho de otra manera, en la estructura espacial de la red de ciudades, las relaciones urbano-regionales y la estructura interna, se reconocía el carácter de una urbanización dependiente. Además, las relacio­nes de dependencia serían una determinante, entre otras, en la organización espacial de los países latinoamericanos (Jaramillo y Cuervo 1993, 26).

El reconocimiento de la organización espacial de América latina, a lo largo de su historia colonial, republicana y contemporánea, como subordi­nada a los diferentes centros imperialistas sucedidos a lo largo de los últimos 500 años (Gilderhus 2000, 194), implica unos patrones claramente identificables. La primera característica es la primacía urbana. Mientras que generalmente los países desarrollados generaron una estructura policéntrica en la medida en que nuevos espacios fueron incorporados a una dinámica económica endógena, en América Latina la estructura urbana ha estado ge­neralmente condicionada por la forma como la región se articula a la econo­mía internacional y a los intereses de los países dominantes. Una condición que se ilustra con la evidencia, por ejemplo, de que la red básica de ciudades en América Latina se construyó en 60 años, mientras que la de Estados Unidos se fue consolidando en tres siglos (Portes 1976).

Cuervo y González (1997), también encuentran que, en la historia ur­bana de América Latina, la tendencia concentracionista del podet político y económico en pocas ciudades solo se rompió parcialmente en los periodos de crisis económica. Un argumento reconocible en la idea de los dependentistas de que es en esos períodos cuando las economías nacionales pudieron orientar sus esfuerzos hacia la creación de un mercado interno y el fortalecimiento de las regiones. Igualmente Chase-Dunn (1985) y Gwyne (1985) han asociado el carácter petmanente de la primacía urbana, al domi­nio de unas economías de exportación y el peso de la industrialización, sos­tenida en la inversión extranjera. La tesis cenital es que en condiciones de dependencia la escasa infraestructura existente generalmente se concentra en las grandes ciudades y por lo tanto los inversores las privilegian como lugar de sus negocios, generándose un efecto de permanente reforzamiento. Así, se desmitifica la tesis frecuentemente expuesta, principalmente pot los teóricos de la modernización y adalides del librecambio, de que la indus-

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trialización y la liberalización económica estimulan la desconcentración espa­cial de las actividades económicas y resuelven, a largo plazo, la desigualdad espacial en el desarrollo.

Los trabajos adelantados sobre sistemas urbanos en América Latina (Cuer­vo y González 1997; Gwynne 1985; Jaramillo y Cuervo 1993; Parnreiter 2002; Portes 1989; Portes y Dore 1996; Potter 1989; Roberts 1995), en general muestran que la organización espacial regional, y con ella el sistema de ciuda­des, difícilmente cambian de dirección, es decir que las condiciones primaciales preexistentes tienden a consolidarse. Las respuesta al por qué se da tal tenden­cia, puede encontrarse en el hecho de que, independientemente del lugar que ocupe en la división internacional del trabajo la unidad espacial en cuestión, esa posición es siempre dependiente de intereses exógenos, y por tanto refuerza los patrones de concentración previos que se habían desarrollado en la explotación dependiente de otros recursos o actividades. Así, el rompimiento de las estruc­turas primaciales solo se logra, parcial y difícilmente, cuando se incorporan espacios que ofrecen recursos nuevos capaces de generar un nivel continuo de ganancias por un tiempo sustancial. Ejemplo de esa situación ha sido la activi­dad cafetera y la competencia equilibrada de ciudades como Medellín y Cali frente a Bogotá (Gouéset 1998) o el desplazamiento de la centralidad de la economía brasilera desde Río de Janeiro hacia Sao Paulo (Santos 1994) en la segunda mitad del siglo XIX.

Miremos, entonces, cual fue la evolución urbana de América latina en la década de los ochenta y como esos cambios se relacionan con una nueva posición en un sistema económico mundial que, en la opinión de Phillips (1998) comenzaba desde los setenta a organizarse en torno al proyecto neoliberal.

La década de los ochenta fue adjetivada como la "década pérdida" de América Latina. Efectivamente los ochenta comenzó con una aguda crisis desatada por el endeudamiento exagerado en los setenta, el crecimiento de la inflación y la incapacidad de responder a las obligaciones financieras, que llevaron a México a declarar la moratoria en el pago de su deuda en 1982, lo cual desató una crisis que golpeó toda la región y significó un retroceso en los avances de industrialización y desarrollo adelantados en la fase de sustitución de exportaciones. Si bien las causas directas de la crisis estaban en el endeudamiento, para autores como De Oliveira y Roberts (1996) ella fue simplemente la catatsis de la reestructuración económica de la región que se había adelantado como un salto abrupto hacia la modernización (p. 82), para venir luego una fuerte contracción con la caída de

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los flujos de capital, estimados en un 40% entre 1980 y 1986. Castells y Laserna (1989) señalan igualmente como causas la reestructuración del mercado global y la generación de una nueva dependencia, ahora tecnológica, que hacía difícil que la región pudiese competir en el mercado mundial de manufacturas y otros segementos, especialmente el sector de la electrónica, que se exhibía como el de mayot crecimiento a finales de los ochenta.

Las consecuencias de la crisis se reflejaron en un estancamiento del creci­miento (promedio de 1.1 % durante la década), una inflación que alcanzó máximos de 4900% (Argentina 1989) y un deterioro de las condiciones de vida para la mayor parte de la población a causa de las medidas de ajuste impuestas por el Banco Mundial y el FMI (Gwynne, Klak, y Shaw 2003; Phillips 1998). Tal retroceso se evidencia en la intensificación de la pobreza que pasó del 35% de los hogares en 1980, al 4 1 % en 1990, 38% en 1994 y retornó al 35% en 1999; esto es, 20 años de cero avances en disminución de la pobreza (datos CEPAL 2002).

Cuadro 1. Distribución Países seleccionados.

del ingreso de los hogares urbanos 1980-2000.

Argentina

Brasil

Colombia

México

Venezuela

Fuente de c

1980 1990

1999 1990

1999 1980 1994

1999 1984 1994

1981

1990

1999 latos: CEPAI

10%

más pobre 2,8

2,3

2,3

1,1 1,1 0,9

1,1 1,2 3,2

2,9

2,5 2

1,2 . 2002, 62-6

10%

más rico

30,9 34,8

36,7 41,8

45,7 41,3

41,9 38,8 25,8

34,3 33,6

21,8

28,4 31,4

3.

20%

más pobre

6,8 6,2

6

3,3

3,3 3,4

3,7 4

7,9 6,8 r -7 O , /

6,9

5,7 4,4

20%

más rico

45,3 50

51,6 59,2

61,6 58,8 57,2

54,2

41,2

49,6 4 9

37,8

44,6 47,8

38 LA CIUDAD LATINOAMERICANA

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LAS TEORÍAS DE LA URBANIZACIÓN LATINOAMERICANA

La crisis, de otra parte, golpeó con más fuerza a los pobres, mientras que la población rica continuó concentrando los ingresos, situación que está en el centro de la polarización social y el aumento del conflicto que se define como una característica de las ciudades en la década (Portes 1989). El cua­dro 1 muestra como en varios países las capas más altas de la población aumentaron su participación, de por si alta, en la distribución de la riqueza lo cual tendría repercusiones en la forma urbana al permitir un cierto grado de suburbanización, jalonada por las clases medias que escapaban así a la densificación, la contaminación y la criminalidad (De Oliveira y Roberts 1996). Algunos países como Colombia, con una mayor tradición de desa­rrollo regional y menos ligado a la economía internacional, mantuvieron casi invariables las tasas de concentración del ingreso mientras otros que implementaron procesos de liberalización más fuertes, como México, vie­ron subir la concentración en casi 10 puntos porcentuales. En el caso de México el balance a nivel urbano de dos décadas de neoliberalismo es deta­lladamente elaborado por Parnreitet (2002).

En las dos décadas de liberalización que siguieron a la crisis de la deuda de 1982, el proceso de urbanización continuó a despensas de unos espacios rura­les fuertemente golpeados por la modernización de la agricultura, pero prin­cipalmente pot la desapatición de muchas de las actividades agrarias, incapa­ces de competir con las importaciones de alimentos y con la especialización en productos de exportación. La contracción del campo se ejemplifica en la caída de las exportaciones agropecuarias que pasaron de ser un 29% de los bienes exportados en 1980, al 24% en 1990 y al 15% en el 2000 (CEPAL 2002, 83). En consecuencia, la región cambió de 235 millones de habitantes urbanos en 1980, a 313 en 1990 y 391 en el año 2000; lo cual significó que de una tasa de urbanización del 64,9% en 1980 se llegara al 75,1% en el 2000.

Así, a pesar de que demográficamente la región disminuyó su creci­miento y las grandes ciudades ralentizaron su expansión, no fue suficiente para evitar que en los noventa varias ciudades alcanzaran la categoría de megaciudades.

Revisemos ahora como se expresa ésta dinámica económica en la red de ciudades. El mapa de la figura 2 permite visualizar los patrones regionales de la urbanización, respondiendo parcialmente al grado de inserción en la dinámica económica norteamericana: de norte a sur, se identifica una red de ciudades con una dinámica de crecimiento económico importante aso­ciada con el NAFTA y especialmente con la expansión de la maquila, inicia-

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Ciudad Juárez ,-

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Población2000 (miles)

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Crecimiento 1975-2000 (%)

6,67

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_Porto Alegre Montevideo

>ariHagrQ.' ^ gtieft/s Aires

m 5,68

3,20 2,12

0,47 D a t o s : U N P D , W o r l d TJrbaniza t ion P r o s p e c t 2001 Realizado con Philcarto - http://perso.club-internet.fr/philgeo

Figura 2. Dinámica demográfica de las grandes ciudades latinoamericanas (> 750.000 habitantes), 1975-2000.

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da en los 70 en la frontera y que explica el crecimiento de ciudades como Tijuana y Juárez, las cuales, junto con Matamoros, significaban más del 44% del empleo industrial en 1996 (MacLachlan y Aguilar 1998); según estos mismos autores, la dinámica maquiladora avanzó hacia el sur hacién­dose significativa para los estados del interior.

De otro lado, es necesario considerar, como elemento explicativo de la expansión demográfica y económica de las ciudades mexicanas, la fuerte di­námica de crecimiento que comenzó a finales de la década de los 80 y estuvo jalonada por el Distrito Federal. Esta recuperación económica se sustentó en el crecimiento de la industria manufacturera, pero especialmente en la expan­sión del sector servicios (particularmente de servicios al productor), lo cual reforzó la concentración del poder económico en Ciudad de México y su zona metropolitana, hacia donde fluyó el 60,3% de lainvetsión extranjera para el período 1994-2001 SECOFI citado por Parnreiter (2002, 13).

En América Central el sector turístico, dominado en más del 50% por el mercado norteamericano, se ha convertido en una actividad importante para países como Bélice, Costa Rica y El Salvador, cuyas capitales naciona­les si bien no corresponden al destino final de los viajeros, tienen la función de servir de receptáculo inicial y de "base de operaciones" de los turistas para los recorridos interiores (Inman et al. 2002). La industria maquiladora también se expandió hacia América Central, especialmente Guatemala, Sal­vador, Honduras y Costa Rica; ejerciendo un impacto importante en el crecimiento de las ciudades capitales, concentradoras de la mayor parte de la inversión. Estas maquilas, de origen asiático principalmente, se concen­traron en el sector de la confección para atender el mercado de Estados Unidos. Así, la región pasó de exportar confecciones por 811,7 millones de dólares en 1990, a 3.073 millones en 1995; esto es, un crecimiento de 30.5% en los cinco años, con países como Honduras y Salvador que aumentaron más de 50% tales exportaciones (OIT 1997).

Un tercer subsistema puede identificarse en las Antillas Mayores y los núcleos litorales de Colombia y Venezuela. Esta red de ciudades se apoya inicialmente en el desatrollo de las islas por la expansión del turismo, que en la década de los 90 tuvo un crecimiento promedio de 4.3% (Inman et al. 2002, 7). En la región, los destinos más significativos son Cuba, Jamaica, República Dominicana y Puerto Rico. Estos datos se complementan con la observación de Potter (1989) respecto a que la dependencia significó la concentración de la población y las actividades en una porción del territorio

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nacional, usualmente el cinturón costero, a la vez que la producción agríco­la para el consumo doméstico desaparecía.

A nivel de América del sur el amplio "vacío" del centro andino'amazónico, contrasta con la densificación urbana descrita para Centroamérica. Efecti­vamente la excesiva primacía de Lima y La Paz, así como las barreras orográficas, dificultan la distinción de unos ejes andinos de urbanización; los sistemas de ciudades de Ecuador-Colombia-Venezuela aparecen más orientados hacia el Caribe y Estados Unidos7. En Brasil, Sao Paulo presenta una posición primacial, especialmente por el poder de la economía brasilera, y la dinámica de MERCOSUR que ha permitido formar un mercado regio­nal inexistente en el resto del subcontinente. Mírese pot ejemplo en el mapa de la figura 3 como todos los flujos se dirigen invariablemente hacia Miami desde no importa que ciudad; el único caso diferente es el eje Santiago-Buenos Aires-Sao Paulo. Sin embargo, los lazos de este eje con el resto de las principales ciudades de Suramérica son débiles.

La anterior descripción ratifica la idea de la creciente influencia norte­americana expuesta por autores como O'Brien (1999) y Phillips (1998) y ello es evidente en la jerarquía de las relaciones intetutbanas: el mapa de la figura 3 muestra una dependencia en el ttáfico aéreo casi absoluta con res­pecto a Miami, (haciendo la salvedad que los flujos hacia otras ciudades norteamericanas no han sido cattografiados). Brown, Catalana, y Taylor (2002) identifican igualmente que las conexiones de América Central con la red de ciudades mundiales, graneada a partir de los datos de cotrespon-dencia bancada, privilegian ciudades como Miami (138 conexiones) y Nueva York (35), mientras Ciudad de México escasamente posee 10 conexiones, a pesar de supuestamente ser, junto con Sao Paulo las ciudades primadas de América Latina.

7 A pesar de que algunos autores verifican sin ambages la existencia de unos corredores

andinos (Barco 1998), las distancias inteturbanas constituyen una dificultad importante ,

incluso para los corredores de M E R C O S U R . En el caso de Buenos Aires — Rosario hay

288 km y 4 horas de viaje, pero frente a Sao Paulo la distancia es de 2291 k m (aproxima­

damente 3 veces la distancia Nueva York-Totonto) y más de 20 horas de viaje. En el caso

de Colombia, a las distancias entre las cuatro ciudades más grandes, se añaden las dificul­

tades propias de la comunicación intracordillerana donde el tránsito de los 390 km signi­

fican más de 8 horas de viaje. En ese sentido, ofrecer la idea de un eje urbano casi

cont inuo Buenos Aites - S a o Paulo o Bogotá - Q u i t o - Caracas, es controvertido po t la

dificultad de supetat las grandes distancias que separan esos núcleos y la inexistencia de

corredores férreos o de otro t ipo, de alta velocidad.

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Recife;

Salvador

orizonte ^ io de Janeiro

Paulo

legre

Pasajeros totales desde cada ciudad 2001

2360105

996206 598159 146881

Flujos d e Pasajeros interciudades 2001

Datos: Agrupados de comisión latinoamericana de aviacion-CLAC

El uso de dos tonos en el abaco de flujos distingue valores por encima de 100.000

Figura 3. Flujo de pasajeros interurbanos entre las principales ciudades

latinoamericanas

JHON WILLIAMS MONTOYA

683254 188805 96248 58133 40358

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Finalmente nótese como en la transformación de la red urbana regional durante las dos últimas décadas, Miami se ha constituido en la capital eco­nómica de América Latina, no solamente por su "vocación internacional" que la convirtió en el "cuartel general" de las principales compañías del mundoque mantienen intereses en América Latina, sino también porque drena, desde la periferia latinoamericana, una masa importante de migrantes, incluyendo las élites ricas y educadas; pero también un porcentaje alto de personas escasamente calificadas sobre las que descansa la construcción físi­ca de la ciudad. La pujanza de Miami se apoya, simultáneamente, en una excelente gestión y en una concentración nada despreciable del dinero pro­ducto del tráfico de armas, drogas y otras actividades ¡lícitas como la co­rrupción política, todas provenientes de América Latina (Sassen y Portes 1993). Dependencia y urbanización se conjugan en el nuevo contexto de una urbanización latinoamericana, marcada ahora por la globalización y la emergencia de nuevos centros de poder o Ciudades mundiales.

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