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Las vidas-y-la-esperanza-jose-miguel-varas

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Escrito por Alida Mayne-NichollsLunes, 28 de Noviembre de 2011 12:27

El escritor José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006, murió hace poco. Demanera repentina. Dejando en la desazón a muchos, su mujer Iris, sus hijas, todos los que loconocieron. Tenía 83 años pero vivía sin tregua. Permitiéndonos descubrir en sus libros el almade personas y personajes que parecen conocidos y se hacen inolvidables, con humor e ironía.Con una humildad y sencillez que da esperanzas.

“Abatido por el hachazo de un infarto”. Así describió José Miguel Varas la muerte de EnriqueVolpe, poeta italiano que conocía mejor que muchos chilenos las leyendas que esconde estafranja de tierra y su pueblo. Esa misma muerte, no envidiable pero sí ideal, es la que atrapó aJosé Miguel Varas el pasado 23 de septiembre. Quizás no lo sorprendió tanto como a todos losque lo conocíamos. Y admiramos. Es una muerte limpia, libre de la espantosa agonía, perocruel para aquellos que lo rodean, tomados de sorpresa: es la muerte arrebatadora que nopermite el despido.

Me fue dado adivinar su silueta en su penúltimo día, en un restaurante. Más que su persona decarne y hueso, fue su presencia que se esbozó, conocida y tranquilizadora, como si hubieraquerido borrar su rastro, como dicen en el norte de las personas que van a morir, las queavisan o se despiden subrepticiamente de los conocidos, en la forma de un saludo sin serlo.

Tenía ojos inmensos, con una mirada penetrante, detenida, implacable y, a la vez, repleta debondad y de comprensión. Caballero a la antigua, circunspecto, reservado, de una fidelidad ylealtad a toda prueba. De aquellos que hacen guardia, hora tras hora, ante el cadáver de lamujer del amigo, hasta tener la seguridad de que éste será acompañado por sus hijas, queestaban ausentes. Un justo, según la palabra de un gran amigo, Armando Uribe.

Con humildad y discreción, él mismo poseía las cualidades de entereza y tenacidad que tantoadmiraba, “como un sentido ético de la existencia”, y que retrató con maestría en su último

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libro, (2010). Esta obra revela las biografías de personajes de todos los talantes,comunistas chilenos la mayoría, cuyas existencias se mezclan con la historia de Chile. Porque,en un país donde la memoria es frágil, la obra de Varas, Premio Nacional de Literatura 2006,juega un rol en la formación de un relato acerca del pasado común de los habitantes de esteterritorio, en la construcción de su Historia.

En , Varas muestra vidas reales, singulares, de compromiso, esfuerzo, entrega ydignidad. Como el testimonio de Samuel Riquelme, que trabajó en la Imprenta Horizonte dedonde salía el diario , militante histórico, miembro del Comité Central, ysubdirector de Investigaciones al momento del golpe de Estado. Un indomable que, entre lospresos políticos de la dictadura de Pinochet, conservó la fama de haber resistido y no haberhablado:

“Me golpeaban con método en forma combinada, de varios lados al mismo tiempo. Debenhaber sido unos ocho haciendo este trabajo. Uno me golpeaba todo el tiempo en el corazón: yosentía el puño que venía y de nuevo y de nuevo. Otro se encargaba de los riñones, otro delestómago, otro me golpeaba las plantas de los pies con una especie de escobilla metálica. Y lacorriente. Uno de los interrogadores me dijo: “Así que soi choro, concha de tu madre”. Lecontesté: “No soy choro, soy comunista”. La descarga que vino después fue más larga y máslarga”.

En la descripción del horror, Varas deja casi siempre asomarse el humor, discreto y agudo, eneste caso en su novela (2007) que posee características autobiográficas porque, talcomo su protagonista, José Miguel Varas fue hijo de militar, periodista, comunista y trabajó enRadio Moscú: “Al lado derecho de la chaqueta mostraba un gran manchón de sangre, desde elcuello casi hasta el bolsillo lateral derecho; al otro lado algo menos. Lo que procede es darsevuelta la chaqueta. Procedimiento político probado por la historia. Lo hizo”.

Los retratos de Varas no son dolorosos, son testimonios de historias de luchas y amores dondesiempre se entrelaza una ironía, negra, pero generosa. A los 18, cuando publicó (1946), su primer libro de cuentos, muestra la misma agudeza que en sus últimos días. Lamirada es la misma. La prueba de su entereza. De ser tal como es. Todos los personajes desus cuentos, crónicas, relatos y novelas son tan vívidos que el lector cree haberlos conocidos,o se hacen inolvidables, personas enteras, sinceras, llenas de gracia. Con una penetraciónprofunda, un lenguaje sencillo, arrojado y de una pulcritud total, que se distingue por sucapacidad de adoptar y hasta de apoderarse del alma de sus personajes, representaba ahombres, mujeres, niños y hasta animales de este país.

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En , por ejemplo, nos entrega un retrato social de su época. Sostiene que “los chilenosson democráticos inconscientemente y por naturaleza: toda la educación de los niños de clasealta y media, hasta los ocho años de edad, proviene exclusivamente de las empleadas”. Con lapubertad se produce el Primer Retorno a las empleadas, el descubrimiento sexual,conveniente: “Después del Primer Retorno, que normalmente dura entre cuatro meses y dosaños, hay otra etapa de la adolescencia. El muchacho se asquea por la vida ‘depravada, inútil ysucia’ que lleva y decide reformarse. Bruscamente se pone idealista e intransigente. Dice cosasfeas a las visitas, llega tarde a comer y se hace muy comunista, que es la manera que tienenlos niños de sentirse hombres grandes y los hombres grandes para andar gritando por lascalles como niños; o muy católico, que es un pretexto para tener algo que hacer los domingosen la mañana”.

El relato continúa de una lucidez abismante, para la temprana edad en que fue escrito: “(…) Undía cualquiera se casa con una niña cualquiera y, desde aquí en adelante, su vida es apacibley metódica como una planilla de pagos. Al llegar a los cuarenta y cinco años de edad, lasplantas de los pies y las circunvoluciones cerebrales se han llenado de callosidades; la cara, lacorbata y el traje han tomado ya para siempre el mismo color gris, y la voz se ha puesto opaca,como las cintas de las máquinas de escribir, de tanto decir cosas sin importancia”.

Las personas retratadas por Varas son las más variadas, hombre grandes y mujeres también,Neruda, Isidora Aguirre, los hermanos Soria, Elena Caffarena; y seres anónimos, pequeños enapariencia, aunque en la mano de Varas terminan mostrando su mayor humanidad.Representaciones donde cada cual puede recordar a un conocido, si no es a sí mismo, comoen “Venidos a menos” de uno de sus últimos libros (2009): “La señor Carmen, lamadre, había sido una belleza en otro tiempo, pero los años la habían sepultado en manteca.Nunca había trabajado. Tenía desde chica la idea de que el mundo estaba hecho paracomplacerla, ‘todos son tan amables y tan buenos’, y nunca había entendido bien lo quepasaba a su alrededor. Ella sonreía o ponía unos ojos tristes, y Hernán, ‘que la adoraba’, loarreglaba todo. Así fue acumulando kilos. Sus rasgos eran finos y bien dibujados, una caritainfantil. Parecía un bello botón marfilino en medio de esa montaña de carne blanda”.

En la antítesis de este retrato, extraído del mismo cuento, Varas esboza otra descripción deuna mujer, característica funcionaria judicial llena de amargura que ejerce con placer el poderque le es dado: “Un día llegaron con una orden de embargo. La Justicia recorrió la casa y fueanotando en un papel todo lo que había de algún valor: cada mueble, cada cuchillo y tenedor,cada lámpara, cada artefacto sanitario. Era una mujer de edad incierta, con grandes ojerasamarillentas y dientes con rellenos de gutapercha. Fumaba continuamente y derramaba cenizasobre su traje sastre manchado y brillante. Con un dedo teñido de nicotina señalaba y

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graznaba: -A ver eso”.

Las temáticas pasan de lo profundo a la sencillez de lo cotidiano: , en voz de esta última,

da luces de lo que es la fe: “Me alejé de las monjas, de la práctica tan seguida de la religión,me hice comunista de la noche a la mañana, pero no dejé de rezar a veces y en ocasiones deir a misa. Son cosas que una nunca deja o que no la dejan a una. (…) Y otra cosa es que lamoral del Partido tiene muchas cosas parecidas a la moral católica. Por ejemplo, que hay queayudar a los demás, que es la solidaridad, ¿no es cierto? Que tú no tienes que enriquecerte acosta de los otros. Ni andar el hombre tomando por ahí y con otras mujeres o pegándole a laseñora. Una exigencia moral muy alta. Además que éramos un poco beatos. ¡Bastante beatos!Como comunistas, quiero decir”.

En una crónica rescatada por su hija Cristina Varas Largos y publicada en el libro póstumo

(2011), se percibe la realidad de otros tiempos cuando Varas hace recuerdos de infancia luegode releer La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán, cuando la cocinera de su casa“una mujer gorda y de bigotes y que siempre se reía mucho” lo llevó a la Plaza de laConstitución para la llegada de Pedro Aguirre Cerda a La Moneda:

“Llegamos temprano, pero ya se había juntado mucha gente. Más hombres que mujeres yenjambres de chiquillos a pata pelada. No llamaba gran cosa la atención en esos tiempos veren Santiago a niños y aun adultos, descalzos. Se veían hombres morenos de indudableestampa proletaria, que vestían trajes deformados. Junto a ellos, mujeres flacas o muy gordas,con pocos dientes, algunas embarazadas y una cuantas cabras jóvenes, redondeadas, que sedefendían a empujones, codazos y aletazos de los atrevidos. También había otros hombresdescamisados, greñudos, incluso harapientos, algunos con ojotas, o con zapatos rotos, o sinellos. Y por encima de todo un olor inolvidable a ropa vieja, a cuerpos añejos y a vino litriado”.

Varas dice que la multitud creció como una boa ondulante hasta que apareció el flamantePresidente bajando de una calesa negra: “descendió con agilidad un hombrecito moreno,vestido de frac y con sombrero de copa, que me dio, desde lejos, la impresión de un monito deorganillero, y saludó a la muchedumbre agitando un brazo”. Una última escena de esta crónicasigue mostrando un Chile perdido: “La masa humana avanzaba como una marea hasta losmismos muros de La Moneda (…) un rotito ‒así se decía entonces- un hombre flaco y chico(…) saltó y se agarró de las rejas de una de las ventanas del primer piso y luego, no sé cómo,con una agilidad inconcebible, apoyando los pies en salientes que no se veían, trepó y trepóhasta llegar al balcón donde estaba don Pedro, a quien le dio la mano, en medio del delirio

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colectivo”.

Decenas de años antes, Varas escribe en otro libro de cuentos, (1969),cómo un joven “entabló conocimiento con los muebles y los dirigentes del Estado”, traspasandouna atmósfera del poder que hoy ya tiene otros rostros y olores: “Al dejarse caer en uno de lossillones, con una determinada concepción sobre el tamaño del mueble ‒concepción basada enuna observación visual rápida, efectuada en la penumbra de la gran habitación y que resultófalsa, posiblemente porque el color oscuro del cuero o la extremada anchura del sillón o acasosu penetrante olor inducían a error-, al dejarse caer, pues, sintió que se hundía en un extrañopantano, al parecer sin fondo, mientras lo envolvía una nube de olor a cuero, a polvo y a cola.Alarmado, turbado por un agudo malestar, intentó sujetarse de los anchísimos brazos, tanseparados, del sillón. Pero éstos no ofrecían ni la menor rugosidad o irregularidad de la quepudiera valerse. Sus manos crispadas resbalaban sobre la superficie cóncava, sus uñasarañaban inútilmente un pequeño botón muy metido en el cuero y su cuerpo se hundía.Entonces cuando creía ya todo perdido, perdida toda esperanza, su hundimiento se detuvo.Quedó depositado allá abajo, muy cerca del suelo, en un plano inclinado, resbaladizo,inseguro, con los brazos muy abiertos y las puntas de los dedos tocando todavía, temblorosas,los lejanos brazos del sillón”.

En muchos cuentos, Varas retrata la rudeza de la vida de los mineros del norte, pero meatrevería a destacar a uno de sus personajes, Diego Chacaltana, como el más entrañable ymagistral, el protagonista del cuento “El ojo de la papa”, publicado en 1996 en el libro : “Este cabro no le ha visto el ojo a la papa, dijo el Patemu muy concluyente. Eso me colmó lapaciencia. Yo ni sabía qué era eso de la papa. Pero el tonito. Yo no me metía con ellos, peroigual. Siempre tenían que estar echando boca. Como me veían chico, por eso. (…) Todosempezaron a reírse de mí y yo, tieso, ¡Claro que le he visto el ojo a la papa! Y el Patemu, ¿Ycuándo? Y yo, Muchas veces. Y el otro, ¡No me digai! Tan chico y tan gallito que te han de ver,¿y con quién? Entonces yo, como leso le contesto, Con doña Rosa”.

Diego en primera persona transmite su visión transparente de la vida, con la simplicidad eingenuidad que todos habrán tenido algún día. Cuando su padre le pregunta si le ha visto el ojoa la papa y le dice luego que cuando menos se piensa salta la liebre, Diego dice que quedó“medio confundido pero no le hice preguntas, el ojo a la papa, salta la liebre… Purascuestiones raras. En la noche soñé con una liebre que tenía tetitas de mujer y que saltaba poruna papa así de grande”.

Es huérfano de madre: “Yo tengo al Diego unicuijo, decía mi mamá. Ahora es muerta, ladejamos en Copiapó, yo no quería que la enterraran, lloraba y pateaba y rabiaba, que no la

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metan ahí en ese hoyo, nadie me podía sujetar. Pero de nada sirvió”.

Trabaja desde los 13 años descubriendo pepitas de oro junto a su padre: “Siempre trataba deconseguir leche para hacer el cocho con la harina tostada, aunque fuera de cabra, y a mí mequedaba la guata como tambor. Salíamos de amanecida, la tierra tan helada que crujía alpisarla, espolvoreada de azúcar como torta curicana. Quemaban los sabañones de las orejas yyo caminaba a la faena igual que los viejos, con la pala al hombro y el balde colgando de laotra mano, ni las sentía del frío, las manos digo, pero el cocho por dentro era una estufita ycuando llegábamos al cerro y partíamos cada uno por su lado, porque nunca estuve en lamisma cuadrilla que el viejo, pues él decía que no era bueno padre con hijo en la mismacuadrilla, yo tenía hasta calor”.

En el tren, el Longino desde el norte para Santiago, Diego Chacaltana va a descubrir otromundo -ojo de la papa incluido-, al ser elegido como delegado en un congreso de la FederaciónObrera de Chile (Foch). Su primer aprendizaje es el aguante, característica muy chilena:“Desde que salimos de La Chaya (Antinao) no me había dicho más de tres palabras. Ahora memiró y dijo otras tres palabras, Mejor no moverse. Me senté a su lado y traté de hacerle caso.Hasta puse una cara como él, cara de indio. Y era verdad. Me olvidé de la sed, me olvidé delhumo, del carboncillo, de la tierra, del encierro. Y ahí seguí no más, sin pensar en nada, sinestar despierto ni dormido. Aguantando no más. Sin moverme. Así fueron pasando las horas”.

Seguir leyendo a Varas es seguir encontrando citas memorables, personajes conocidos, elperiodista policial o el poeta borrachín: “Tampoco sé cómo pude hacerlo caminar las ochocuadras, hasta la población. Traía cara de muerto. A ratos se iba de un costado a otro de lavereda y casi me hacía caer. Después paraba bruscamente y empezaba en cámara lenta asentarse en el aire, se iba aflojando, y yo tenía que gritarle muy fuerte, sacudirlo y sujetarlo contodas mis fuerzas. Era como tratar de subir un colchón por una escalera. Si llegaba al suelo, yano lo levantaba nadie. Yo sudaba y sacaba fuerzas de flaqueza casi llorando hasta queconseguía ponerlo de pie. En otro momento, él agarraba una especie de trotecito a tropezones(eso era mejor en todo caso), acompañado de un quejido o como un rezo sin palabras” (“Elpoeta”, ).

“Bueno, ¿y qué más puedo decir? Así ha sido mi vida. No sé de qué pueda servir mi vida”. Esel final de . Un final sencillo y sincero. Las vidas que Varas nosdio a descubrir, la suya propia y la de los tantos otros que él sacó del anonimato, nos sirventanto. Para comprobar que la existencia tiene muchos intersticios de luminosidad.

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