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SALVADOS POR GRACIA MEDIANTE LA FE El hombre es conciencia abierta a la verdad del propio ser: de una apertura a su verdad no fenoménica y abstracta, sino profunda y vital. El hombre, en efecto, es un ser-en-cuestión, siempre orientado a la verdad decisiva: verdad al mismo tiempo epistemológica y ontológica. Verdad de la vida: dadora y garante de la vida. Verdad creadora (por la cual él es) y salvífica (por la cual es sustraído al no-ser). Esta es la verdad a medida del hombre: capaz de dar significado y de reconciliar al hombre. Ahora bien, esta verdad sólo es posible como gracia: no como una deducción/producción/realización humana, sino como revelación/donación/redención divina. Creación y salvación, son posibles como don: no se da una autocreación ni una autosalvación. La verdad es creadora y salvífica en la autorevelación de Dios al hombre: última y máximamente en la epifanía de Dios en Jesucristo para nosotros. El hombre es alcanzado por esta verdad y le corresponde mediante la fe. La fe es el modo de sintonizar con la verdad de la gracia: lugar de encuentro del amor donante de Dios y de la invocación receptiva del hombre. Encuentro creador y redentor: “Salvados por gracia mediante la fe” (Ef 2,8). Por la fe, el hombre es él mismo en la irreductibilidad de su propio ser, en la fe está la vida: “Quien cree tiene la vida” (Jn 6,47; cfr. 3,15.16.36; 5,24; 6,40; 20,31). La fe es la posibilidad de apertura y realización de la verdad existencial para el hombre: ser en la fe. La fe que abre a la verdad salvífica dinamiza todo el ser para la vivencia ética de la fidelidad. La fe es fuente de motivaciones del obrar, en cuanto dadora de sentido salvífico que abre la conciencia a la verdad y suscita la libertad. Indica los valores y presenta con autoridad las normas morales que dirigen creativa y redentoramente la acción humana. El ser en la fe se expresa como deber-ser efusivo de la verdad salvífica. Porque la verdad es difusiva de sí misma: noéticamente comprendido y ontológicamente renovado por la verdad de la fe, el cristiano se vuelve éticamente su testigo. LA FE DEL CRISTIANO La fe es cristiana en el testimonio recibido y profesado de Jesús el Señor: “Fe en el Señor Jesús” (Ef 1,15). El cristiano profesa la fe en Dios como fe en Jesucristo: unitariamente, indivisiblemente. En Jesucristo se le ofrece al hombre la verdad de la fe, la verdad de Dios; en Jesucristo el rostro del Dios invisible se hace visible al hombre. El teísmo de las teodiceas, en tanto verdad sobre Dios a partir del hombre, no apela a la fe: el Dios de las filosofías no se ofrece a la fe sino a la sola razón. A la fe apela la verdad de Dios que parte de Dios: de su libre iniciativa, de su gratuita donación. Jesús, verdad autoreveladora de Dios al hombre, lo

Las virtud de la fe

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Virtud teologal de la fe

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Las virtudes del corazn nuevo: La fe

La virtud teologal de la fe

SALVADOS POR GRACIA MEDIANTE LA FE

El hombre es conciencia abierta a la verdad del propio ser: de una apertura a su verdad no fenomnica y abstracta, sino profunda y vital. El hombre, en efecto, es un ser-en-cuestin, siempre orientado a la verdad decisiva: verdad al mismo tiempo epistemolgica y ontolgica. Verdad de la vida: dadora y garante de la vida. Verdad creadora (por la cual l es) y salvfica (por la cual es sustrado al no-ser).

Esta es la verdad a medida del hombre: capaz de dar significado y de reconciliar al hombre. Ahora bien, esta verdad slo es posible como gracia: no como una deduccin/produccin/realizacin humana, sino como revelacin/donacin/redencin divina. Creacin y salvacin, son posibles como don: no se da una autocreacin ni una autosalvacin. La verdad es creadora y salvfica en la autorevelacin de Dios al hombre: ltima y mximamente en la epifana de Dios en Jesucristo para nosotros. El hombre es alcanzado por esta verdad y le corresponde mediante la fe. La fe es el modo de sintonizar con la verdad de la gracia: lugar de encuentro del amor donante de Dios y de la invocacin receptiva del hombre. Encuentro creador y redentor: Salvados por gracia mediante la fe (Ef 2,8). Por la fe, el hombre es l mismo en la irreductibilidad de su propio ser, en la fe est la vida: Quien cree tiene la vida (Jn 6,47; cfr. 3,15.16.36; 5,24; 6,40; 20,31). La fe es la posibilidad de apertura y realizacin de la verdad existencial para el hombre: ser en la fe.

La fe que abre a la verdad salvfica dinamiza todo el ser para la vivencia tica de la fidelidad. La fe es fuente de motivaciones del obrar, en cuanto dadora de sentido salvfico que abre la conciencia a la verdad y suscita la libertad. Indica los valores y presenta con autoridad las normas morales que dirigen creativa y redentoramente la accin humana. El ser en la fe se expresa como deber-ser efusivo de la verdad salvfica. Porque la verdad es difusiva de s misma: noticamente comprendido y ontolgicamente renovado por la verdad de la fe, el cristiano se vuelve ticamente su testigo.LA FE DEL CRISTIANOLa fe es cristiana en el testimonio recibido y profesado de Jess el Seor: Fe en el Seor Jess (Ef 1,15). El cristiano profesa la fe en Dios como fe en Jesucristo: unitariamente, indivisiblemente. En Jesucristo se le ofrece al hombre la verdad de la fe, la verdad de Dios; en Jesucristo el rostro del Dios invisible se hace visible al hombre. El tesmo de las teodiceas, en tanto verdad sobre Dios a partir del hombre, no apela a la fe: el Dios de las filosofas no se ofrece a la fe sino a la sola razn. A la fe apela la verdad de Dios que parte de Dios: de su libre iniciativa, de su gratuita donacin. Jess, verdad autoreveladora de Dios al hombre, lo llama a la fe. La verdad de Dios forma un todo con la persona y la historia de Jess. En l Dios se hizo verdad por nosotros: Yo soy la verdad (Jn 14,6). Por esto, la fe en Dios es fe en Jesucristo: Creen en Dios, crean tambin en m (Jn 14,1).

Jess, el Seor, es la clave de bveda de la fe; en primer lugar, para comprender el camino veterotestamentario como historia de los signos parciales y provisorios de la revelacin de Dios y la acogida creyente del hombre; signos que remiten al signo ltimo, en la plenitud de los tiempos, en relacin al cual se define la fe cristiana. Para comprender, adems, el camino de la fe que se abre desde Jesucristo, de modo definitivo e irreformablemente nuevo, sin que pueda darse una revelacin divina ulterior a la de la Verdad-Verbo de Dios. Para comprender, por ltimo, el camino irreflejo e incompleto de fe de hombres y de pueblos que se orientan tangencialmente a Cristo, en la bsqueda de la verdad reconciliadora y salvfica. Jesucristo es la verdad nodal de la fe: verdad-fuente, verdad-objeto, verdad-motivo.

En l la fe es teologal: fe-don, en cuanto posibilidad de la gracia de conocer a Dios y, en el rayo de luz de la verdad de Dios, re-conocernos a nosotros mismos. Posibilidad en Cristo, por medio del Espritu: la fe es habitus que nos abre a la verdad, del Espritu de Dios en el espritu del hombre.

La teologalidad (sobrenaturalidad) de la fe, como acontecimiento-virtud de gracia, tiene un imprescindible contexto natural-humano. La fe concierne al hombre: sujeto y destinatario suyo. La teologa no slo no puede prescindir de tal contexto, minusvalorndolo o desconocindolo dualsticamente, sino que lo reconoce y asume como presupuesto e infraestructura antropolgica de una teologalidad de la fe, capaz de llevar a la verdad y liberar al hombre. Los presupuestos antropolgicos constituyen la plataforma experiencial humana de fecundacin y maduracin de la fe teologal/sobrenatural. Fe por gracia, que no slo no prescinde de lo humano (como ha sostenido, en cambio, K. BARTH en polmica con la teologa liberal) sino que lo reconoce y asume como contexto y momento imprescindible de su dinamismo sobrelevante (ya SANTO TOMAS formulaba la expresin catlica de la relacin entre naturaleza y gracia: Gratia supponit naturam et perficit eam, Suma de Teologa I, q.1, a.8. La naturaleza es una disponibilidad, una potencia obediencial respecto de la gracia, DELHAYE, Ph., Rencontre de Dieu et l'homme, p. 17). El hombre, en efecto, es el destinatario de la verdad-gracia, el partner de Dios llamado al dilogo de la fe. Un don es tal no slo porque es ofrecido sino tambin porque es acogido, y la palabra es tal no slo en cuanto dirigida sino tambin en cuanto es recibida. La fe est en el punto de encuentro entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Es el lugar en el cual Dios encuentra al hombre y ste se deja encontrar por Dios y le co-responde.

De esta manera, el hombre vive y comprende la fe, don de Dios, como algo propio: no algo que recibe en sobre cerrado, un acto fidesta; sino un acontecimiento que abarca todo el hombre en una libertad de invocacin, adhesin y fidelidad a la palabra de Dios.

Se afirman, as, tanto las posibilidades de Dios (de la gracia y la revelacin) como las del hombre (de respuesta y de sentido). Es por el hombre que Dios se hace palabra-gracia y se revela, y el hombre lo reconoce como Deus pro nobis. En el pro nobis Dios revela el se ipsum, que de otro modo no podramos conocer. Lo conoce, claro, no a la manera de las teodiceas filosficas que buscan aislar el in se de Dios, sino segn el modo de la revelacin bblica, como eleccin-vocacin del hombre a la alianza divina creadora y salvfica. Lo conoce segn la manera como Dios se ha dado a conocer a travs de los signos indicadores de su palabra: signos-acontecimientos mediante los cuales el hombre se relaciona con Dios. Por ltimo y mximamente, a travs de la Palabra- Verbo eterno de Dios, que se hace acontecimiento histrico en Jess de Nazareth. Este conocer plantea el triple y concomitante problema del acto, el contenido y la verdad del creer.

1. La fe que cree: el acto de feEn la fe est comprometido todo el hombre en el acto de encontrar/dar un sentido y fundamento a su propio existir. En el AT creer es encontrar fundamento en Dios: fundar sobre l toda la propia vida (cf. el verbo hebreo 'man); quien cree no vacilar (Is 28,16); al contrario, si no creen no tendrn estabilidad (Is 7,9). El mismo tema est presente en el NT respecto de Jess: Quien escucha mis palabras y las pone en prctica es semejante a un hombre sabio que ha construido su casa sobre la roca... (Mt 7,24-25). Creer es, antes que nada y claramente una cuestin ontolgica (ser o no ser) ms que una cuestin epistemolgica (saber o ignorar) (DE BOVIS, A., Foi en Dictionnaire de spiritualit, asctique et mystique, Beauchesne, Paris 1964, vol. V, p. 539).

Creer es decir amn a Dios: un decir que abarca toda la existencia creyente en el acto de decidirse fundamentalmente en relacin con Dios. En esta total entrega a Dios, el hombre recibe su existencia como existencia fundada. En el acto de fe convergen todas las potencias anmicas, entendimiento, voluntad y sentimiento. El acto de fe es una actitud existencial totalizadora que abarca todas las potencias del hombre, el entendimiento, la voluntad y el sentimiento. La fe significa afirmarse en Dios, fundar toda la existencia en Dios (KASPER, W., La fe que excede todo conocimiento, Sal Terrae, Santander 1988, p. 59). La verdad de la fe es primaria y constitutivamente la de la fides qua: credere Deo/in Deum; de modo derivado es la verdad asertiva/enunciativa de la fides quae: credere Deum.

Jess, autor y perfeccionador de la fe (Hb 12,2) es su primer y mayor testigo. Jess nos ensea qu significa vivir la fe. La fe cristiana es como Cristo: su existencia es vivir de Dios, su Padre, de su palabra, de su voluntad.

Pero Jess es ms que el testigo de la fe. La fe exigida por El es ms que la del AT. La fe en Dios se hace fe en Jesucristo, revelador/sacramento de Dios (cfr. Jn 3,11).

La presencia, ltima y definitiva, de Dios en Jesucristo llama a la conversin de la fe (cfr. Mc 1,15; Hch 20,21; 2,38; 3,19): Con-virtanse y crean (Mc 1,15), como radical y total renuncia a gloriarse de las propias obras, a confiarse totalmente al don salvfico de Dios en Cristo (cf. 1Jn 4,16). As lo exige Jess (cf. Mc 16,16; Jn 8,24) y lo har tambin la predicacin apostlica centrada sobre Jess el Seor (Rm 10,9; 1Co 12,3; Hch 16,31; cf. DV 5).

Esta conversin obediente de la fe es el acto decisivo de todo el existir cristiano. En continuidad con el 'man veterotestamentario, el pisteuein neotestamentario expresa y realiza, no simplemente un modo de conocer, sino de ser: de ser en Cristo (cfr. Ef 3,17). Salvo que el conocer sea entendido en sentido bblico, jonico, como expresin de una relacin profundamente unitiva.

Al afirmar que somos hijos de Dios por la fe en Jesucristo (Gal 3,26) y partcipes de su Espritu por la misma fe (cfr. Gal 3,14), expresamos en perspectiva trinitaria la dinmica transformante de la fe como justificacin (cf. Rm 5,1) y salvacin (cf. Ef 2,8). As, la conversin tica de la fe -en cuanto renuncia a toda autosuficiencia y autojustificacin para abandonarse completamente a la accin salvfica de Dios en Jesucristo- significa la conversin ontolgica del hombre: en la fe est la vida. Vida nueva, vida eterna (cfr. Jn 5,24; 3,16; 11,25-26; Rm 1,17; Gal 3,11).

Esta fe que da la vida es suscitada en nosotros por el evangelio, en el cual el acontecimiento-Cristo se hace palabra y, por ende, anuncio-kerygma (predicacin). En este sentido, Juan dice expresamente haber escrito su evangelio para que crean que Jess es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengan vida en su nombre (Jn 20,31).

La fe incluye la dinmica unitiva, comunional de la caridad: credere in. La fe es participacin de la vida personal de la Santsima Trinidad; una actitud esencialmente receptiva en s misma y en relacin a su objeto.

En s misma, porque la fe es gracia: es virtud donada, infusa. No el resultado de una demostracin o el efecto de una produccin. Es obra de la accin atrayente del Padre (cfr. Jn 6,44), de la mediacin reveladora y meritoria del Hijo, de la interiorizacin iluminante y atestiguante del Espritu (cf. 1Co 12,3). Esto no exime al hombre de su responsabilidad en buscar a Dios, pero esta misma bsqueda es preparada y suscitada por la gracia.

En relacin a su objeto, en cuanto ste es una libre iniciativa divina, expresin de la gratuita autocomunicacin de Dios al hombre, en relacin a la cual el acto de fe se configura como respuesta, como acogida del don.

Esta respuesta es la escucha de la fe. El creyente es, primordialmente, quien escucha la palabra de Jess y sobre Jess: Fides ex auditu (pistis ex akos) (la fe viene del escuchar) (Rm 10,17). La fe es suscitada por el oir, no por el ver; si por el ver, slo en cuanto lo visto es mediacin sacramental (signo visible) de la Palabra: as Cristo (cf Jn 14,9), as la Iglesia, los sacramentos, por s mismos inseparables de la palabra interpretativa. El oyente de la palabra es llamado a una fede ex auditu, a la fe que tiene por objeto lo que todava no se ve, a una fe que es, sin embargo, al mismo tiempo, una praelibatio visionis, en razn de aquel dinamismo que la hace tender al cumplimiento escatolgico ms all de la historia.

La palabra oda debe ser acogida en la fe como palabra-llamada: el cristiano la recibe con docilidad (St 1,21), como palabra de Dios (cfr. 1Ts 2,13), a diferencia de un oir distrado, superficial, refractario y, por eso mismo, inoperante (cf. Mt 13,13). Anlogamente, se distingue el ver receptivo de la fe, de la incapacidad de ver (cfr. Mt 13,13-14) y del mirar superficial incapaz de discernir y captar los signos de Dios y su presencia operante en la historia (cfr. Lc 12,54-56).

El acto de creer, que abarca e informa toda la existencia creyente, se expresa e intensifica en la oracin, como lugar del encuentro y de la comunin dialgica con Dios, en las formas modulares de la invocacin, la escucha, la meditacin, el arrepentimiento, la profesin, la ofrenda, la entrega, la peticin, la alabanza, la accin de gracias. No se da fe sin la oracin porque la fe con-siste en la oracin. Y por esto, el debilitamiento y el extinguirse de la oracin significa la crisis de la fe. Se hace estril su terreno de fecundacin y maduracin. Es imposible cultivarla en otro lugar. Se intent, intilmente, el secularismo cristiano. Hay que volver a la oracin: a una oracin liberadora en cuanto liberada, en la cual hagamos una autntica experiencia de Dios en Jesucristo, para la cual el hombre de la sociedad tecno-informtica no es, a pesar de todo, menos sensible y disponible (cf. KASPER, W., Introduccin a la fe, p. 99ss.).

2. La fe que creo: el contenido de la fePor la confianza-conversin-escucha el creyente se abre a la verdad de Dios. Conoce a Dios segn el modo nico y propio de la fe. Y este conocimiento constituye el contenido que se expresa en la confesin de la fe. Es una verdad que toma cuerpo en formulaciones-asertos (verdades temticas) de fe (que no hay que concebir en sentido intelectual y abstracto) como enunciados sobre Dios (dogmas) que se ofrecen a una comprensin meta-racional.

En el origen de la crisis de fe de hoy ha jugado un papel determinante la excesiva acentuacin de los contenidos de la fe (fides quae) en detrimento del aspecto fiducial (fides qua). No es extrao que hoy se caiga a veces en el extremo opuesto: no importa qu cosa se crea, sino que se crea.

Hay que volver a la Biblia, la cual no formula un contenido doctrinal y abstracto de la fe, sino concreto y viviente, en relacin con la actuacin histrica de Dios y de las decisiones-respuestas del hombre.

El contenido de la fe veterotestamentaria es la confesin histrico-salvfica del obrar potente y fiel de Dios, que poco a poco se condensan en enunciados particulares (como el pequeo credo del Deuteronomio 26,5-9). Pronunciar estas confesiones es ms que considerar verdaderos ciertos hechos: es alabanza a Dios expresada en el culto, que remite a la historia como lugar de la revelacin-eleccin de Dios y de la respuesta agradecida, fiel y siempre nueva de la fe (cfr. KASPER, W., Introduccin a la fe, p. 111ss).

Tambin la fe neotestamentaria se coloca en el cauce histrico-salvfico. La persona de Jess, sacramento de Dios, del amor salvfico de Dios por nosotros, es el contenido de la fe. Creer en Jess es acogerle y seguirle. Todo el evangelio es testimonio de esta fe que nace del encuentro y del dilogo con Jess. La confesin de Pedro (Mt 16,16) es su proclamacin ms alta y significativa; tambin la expresan las primeras confesiones de la comunidad primitiva, ya las nominales: Jess es el Seor (Rm 10,9; 1Co 12,3), Jess es el Cristo (1Jn 1,22; 5,1; 2Jn 7), Jess es el Hijo de Dios (Hch 9,20; 1Jn 4,15; 5,5); ya las verbales (frmulas de fe) como en 1Co 15,3-5.

La accin de Dios a travs de la persona e historia de Jesucristo es, por consiguiente, el ncleo y centro de la fe cristiana. Toda predicacin posterior est remitida a este centro, lo debe explicitar y actualizar de nuevo (KASPER, W., Introduccin a la fe, p. 115). Y es lo que hizo la comunidad cristiana a lo largo de los siglos, comenzando con los smbolos de la fe (se trata de las primeras profesiones de fe en forma estructurada -a partir del s. III- , la primera de las cuales es el smbolo apostlico, del cual toman los dems el esquema estructural, que es histrico-salvfico), en el constante empeo por profundizar, defender (de la hereja), explicitar y reformular el depositum fidei.

Cristo es el centro fontal y fundante, en relacin al cual las mltiples verdades enunciadas por la fe de la Iglesia se estructuran en forma unitaria y concntrica, como lo ensea el Vaticano II en UR 11. Por lo tanto, las diversas verdades de la fe no deben ser indiferenciadamente enumeradas o sumadas, sino ms bien sopesadas y proporcionadas segn el diverso nexo con el centro o vrtice.

El mismo smbolo apostlico, distingue el creo en Dios, en Jesucristo, en el Espritu Santo, del creo la Iglesia: la fe se refiere inmediatamente a Dios, que por Cristo y el Espritu es nuestra salvacin; mediata y subordinadamente a la Iglesia, con sus sacramentos y sus funciones, que es, en cambio, mediadora en la historia de la salvacin divina.

La fe confiesa su contenido y la confesin es acto de fe. As como la fe no es un mero tener por verdaderos una doctrina y unos dogmas, tampoco es una confianza vaca, expresin de una libertad carente de verdad. La fe es una adhesin cognoscitiva y asertiva al T de la fe. Acto y contenido, confianza y confesin se implican en una correlacin inescindible (cfr. DV 5). La fe es la opcin decisiva de la libertad (inteligencia y voluntad) que se entrega totalmente (acto) al Dios que, en Jesucristo, se revela (contenido) como nuestra salvacin. La fe es salvfica, junto e indivisiblemente, en la confianza y en la confesin: Si confiesas con tu boca que Jess es el Seor y crees con todo tu corazn que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, sers salvo. Con el corazn, en efecto, se cree para obtener la justicia y con con la boca se hace la profesin de fe para tener la salvacin (Rm 10,9-10).

3. La fe por la cual creo: la verdad de la feEl acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado por Jesucristo a recibir la adopcin de hijo, no puede unirse a Dios, que se revela a S mismo, a no ser que, atrayndolo el Padre hacia El, entregue a Dios el don racional y libre de la fe (DH 10). Porque la fe es acto de la persona humana en relacin a la persona divina, tiene que darse como expresin y dentro del mbito de las relaciones interpersonales, que exigen la razn y la libertad.

La fe es, ante todo, un razonable obsequio (Rm 12,1): un acto conforme a la razn (cfr., Vat. I, Const. Dei Filius, D 1790). Esto significa que debe ser adecuadamente fundado y justificado (de lo contrario, sera ciego, irracional y, por eso mismo, voluntarista, fidesta, no digno de la persona humana). Non enim crederet nisi videret esse credenda (no lo creera si no viera que debe ser credo) (SANTO TOMAS, Suma de Teologa II-II, q.1, a.4).

Pero, al mismo tiempo, la fe es un obsequio libre a la libre iniciativa divina. La libertad de Dios remite a la cualidad de don de la fe; la libertad del hombre remite a la responsabilidad de su respuesta como acogida del don.

Razonabilidad y libertad de la fe deben ser afirmadas irrenunciablemente, y consideradas en una sntesis dialctica y armnica.

En primer lugar, el hombre puede mostrar por la razn que es humanamente legtimo y moralmente debido, creer. La razn filosfica, sin embargo, se detiene en el umbral de la fe revelada. No puede la razn demostrar la verdad de la fe, sino que es razonable creer. El supremo paso de la razn -afirma Pascal- consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. Ante este horizonte de la fe, abierto pero no abarcado por la razn filosfica, est el hombre con su libertad.

Ahora bien quin me dice que la fe que creo es verdadera? Cul es su fundamento? Cmo puedo justificarla para dar razn de ella?

La dinmica del credo (creo) en la bsqueda de la verdad es diferente de la del cogito (pienso). El credo se caracteriza como lgica de la libertad: es un conocer que se desarrolla dentro del mbito de una libertad de revelacin-don-llamada a una libertad de encuentro-acogida-participacin. La certeza del credo se hace posible slo mediante la libertad. Vengan y vern es la respuesta de Jess a los discpulos de Juan el Bautista (Jn 1,39; 1,46). Fuera de esta libertad de acogida y participacin no se da la verdad de fe; se extiende el campo del cogito dominado por la lgica necesaria de la evidencia.

Dentro de la lgica de libertad del credo, la verdad no se ofrece a la inteligencia como un dato que ella pueda alcanzar por s misma, porque es trascendente al mismo cognoscente y a su inteligencia: el conocido por la fe es Dios en la insondabilidad inefable de su misterio y en la libertad incalculable de su obrar; frente a El est el hombre con toda su limitacin, capacidad de error y caducidad, incapaz de comprender, de ver, de certificar a Dios. El hombre no puede conocer a Dios fuera de la autorevelacin iluminadora con la cual Dios se le comunica en la fe.

Y por esto, el conocer de la fe est estrechamente articulado con la libre autocomunicacin de Dios, con los signos que Dios da de s mismo y de su obrar, con el Espritu en el cual se hace posible el creer. Es lo que ha querido decir el Vaticano I al afirmar que el motivo intrnseco y el fundamento de la fe es la auctoritas Dei revelantis (la autoridad de Dios que revela) (D 1789): la autoridad testimoniante de Dios (motivo objetivo), percibida mediante el lumen fidei (luz de la fe) (motivo subjetivo; cf. SANTO TOMAS, Suma de Teologa II-II, q.1, a.5), o sea la iluminacin interior divina que habilita la libertad humana a reconcoer y asentir a la verdad. Se da una muy profunda relacin entre el creyente y lo credo; se da una connaturalidad de gracia (SANTO TOMAS habla de cognitio per connaturalitatem, conocimiento por connaturalidad: Suma de Teologa II-II, q.45, a.2) entre inteligencia humana (creyente) y la inteligencia divina (testimoniante). El testimonio de Dios adquiere as plena autoridad en la inteligencia creyente: En tu luz vemos la luz (Sal 35,10).

Todo lo cual equivale a decir que el motivo/fundamento de la fe es interno a la misma fe: la fe cree su fundamento. Si fuera de otro modo, un motivo creado fundara la verdad increada, la razn humana sera medida de la verdad divina, la fe no sera ya, realmente, teologal.

Por lo tanto, no es injustificado hablar de una autofundacin de la fe: en realidad, la fe se pone como el conocimiento ms alto, que no acepta ser juzgado desde fuera (cfr. 1Co 2,15). Esta soberana le es concedida al hombre espiritual, al pneumatiks, en oposicin al hombre carnal (psychiks nthropos), fundamentalmente por su fe, obrada en l por el pneuma tou Theou (espritu de Dios). La fe no depende, pues, ni toma su medida de una teologa fundamental crtico-racional, que ciertamiente tiene su valor y su funcin. Pero aqu no estamos al nivel de las verdades universales vlidas para todos, sino de lo singular, de la verdad vlida para cada uno: para el hombre que se deja penetrar en su razn por la luz del Espritu.

El cristiano percibe el testimonio creble de Dios mediante los signos que lo revelan. Estos desempean un rol fundante y no ajeno a la fe, pero como mediaciones del testimonio divino, que por ellos se expresa, toma cuerpo: se hace presente a la razn creyente. El signo culminante, definitivo y decisivo, unificador de todos los dems, es Jesucristo, el Verbo mismo de Dios, revelador y revelado, testigo-sacramento de Dios para los hombres. Puesto que la resurreccin es el acontecimiento que condensa toda la existencia de Jess (cf. Mt 12,39-41; 16, 1-4; Lc 11, 29-32), san Pablo se referir a ella como el signo que sostiene la fe (cf. 1Co 15, 14.17-20). El testimonio de Jess es verdadero porque l ha resucitado y su resurreccin es la propuesta de sentido ms significativa para el hombre (cf. KASPER, W., Introduccin la fe, p. 71ss.).

El fundamento de la fe est, pues, en su objeto: es objeto de fe. Esto no puede ser demostrado de modo extrnseco a la fe misma. El acontecimiento indito e indeducible de la resurreccin de Jess no se puede probar prescindiendo de la fe. Los signos (sepulcro vaco, comer con los discpulos) y los testimonios de la resurreccin, no son unvocos y se prestan a muchas interpretaciones. No son decisivos para la fe sino dentro de la fe. Por eso, Pablo se remite a sus propias experiencias de fe para poner de manifiesto la fuerza de la Pascua (cfr. 2Co 1, 3-11; 4, 7-15). Y recomienda hacer la prueba de la propia fe (cfr. 2Co 13,5). Slo quien se abandona a la fe y hace la experiencia de la fe, puede experimentar su verdad. La verdad de la fe se capta slo en el obrar de la fe. Es la experiencia de una verdad de amor profundamente razonable a la ojos de la inteligencia de quien la vive; que se puede testimoniar, pero no se puede probar al margen de esa experiencia.

As, el s en quin he puesto mi confianza (2Tm 1,12), se muestra slidamente fundado, pero no de modo coercitivo. Lo es siempre y slo en la libertad. Es el acto de la libertad ms grande, de la libertad fundamental: el amn que en Cristo revela y redime toda la existencia humana.

FE Y VIDA MORALLa fe afecta toda la existencia creyente. La estabilidad ('man) por la fe, en Cristo -y, por Cristo, en Dios- es al mismo tiempo un modo de ser y de obrar: es una profesin viviente de toda la vida. Creer es vivir en la fe del Hijo de Dios (Gal 2,20). De modo que toda la vida tica encuentra significacin, motivacin y orientacin desde la fe: fe es vida moral. Y ste es el amen vitae (amn de la vida). Esta dimensin tica de la fe suscita la libertad de la fe, y proyecta la moral como tica de la fe.

1. FE Y LIBERTADLa fe es actitud y acto moral que el hombre realiza y cultiva en total libertad. En cuanto tal, est bajo el signo de la decisin y de la responsabilidad moral, en relacin con el bien-valor que ella significa y al cual orienta: Dios, que en Cristo se ha hecho nuestra salvacin. Y desde el momento en que la fe es opcin decisiva y cualificadora de toda la existencia creyente, coincide con la libertad fundamental de la persona.

Analicemos esta libertad tica de la fe y su carcter fundamental que exige la fidelidad.1.1 LA LIBERTAD TICA DE LA FEHemos visto que la verdad de la fe no se revela/ofrece ms que a una libertad de participacin, de adhesin, de fidelidad. El acto de fe es por su misma naturaleza un acto libre (DH 10). La fe es a partir de la libertad, y se desarrolla en la libertad de la confianza-adhesin-participacin-comunin. Como la libertad es decisin y responsabilidad tica, podemos distinguir una decisin y responsabilidad ante la fe y una decisin y responsabilidad del cristiano en la fe.1.1.1 Decisin y responsabilidad por y ante la feDesde el momento que todo hombre ha de plantearse la cuestin del sentido de su propia vida de manera ineludible, la libertad humana misma nos habla de la responsabilidad de todo hombre por y ante la fe, de considerar seriamente la posibilidad de decidirse por la fe, de abrirse a la verdad metaemprica del Dios que se revela y a su dimensin salvfica.

Esta responsabilidad adquiere hoy un espesor sociocultural, puesto que la explosin intensiva y extensiva del progreso cientfico-tcnico ha impuesto masiva y prepotentemente su lgica. El conocer se ha polarizado totalmente sobre el hacer y el tener: sobre lo que ofrece una respuesta en trminos de eficiencia y utilidad. Esto condiciona fuertemente las conciencias distrayendo o desviando del sentido de lo trascendente. Se podra hablar de un pecado de races socio-culturales, de un pecado social, puesto que hay una responsabilidad por la cerrazn notica a la verdad inverificable e indisponible de Dios y de Cristo.

1.1.2 Decisin y responsabilidad en la fe

Hay, en segundo lugar, una decisin y responsabilidad en la fe, dentro de la fe, en cuanto no se puede hacer de la fe un hecho ni de tradicin ni de costumbre. La fe debe ser una eleccin personal, significativa y comprometedora de la propia existencia. La fe debe fecundar la vida cotidiana, incidir sobre la realidad. Para la fe, no es suficiente con decirse cristianos. Es preciso ser cristianos en la fe, viviendo toda su dinmica y aceptando todas sus consecuencias. Por lo tanto, es precisa una opcin permanente de fe, segn la cual se vive la propia vida en toda su extensin. Es una responsabilidad que cada uno debe aceptar y cultivar dentro de su propia vocacin y estado de vida. Porque el riesgo de instalarse lo corremos todos. La fe no viene dada por el estado o el rol en la Iglesia sino por la fidelidad a Cristo con la cual cada uno vive la propia vocacin y realiza su ministerio.

1.2 LA LIBERTAD FUNDAMENTAL DE LA FELa fe constituye la opcin fundamental del cristiano: el acto con el cual la persona decide absolutamente sobre s mismo, dando significado y orientando toda la propia existencia. No se trata, por tanto, de una opcin entre otras de las muchas que realiza el hombre en su vida, sino de aquella libertad que cualifica a la persona moral y dinamiza todo su obrar. Ms que un acto o una serie de actos la fe es una actitud personal, fundamental y total, que imprime a la existencia una direccin nueva y permanente. Surge en lo ms profundo de la libertad del hombre, all donde el hombre es invitado interiormente por la gracia a la ntima comunin con Dios y abraza toda la persona humana, en su inteligencia, voluntad y accin (ALFARO, J., Fe en Sacramentum mundi).

Por la globalidad del compromiso humano y la radicalidad y absolutez del bien-valor en juego, en relacin a la fe se define la libertad fundamental del hombre. En cuanto libertad fundamental, la fe llama al cristiano a una doble fidelidad tica: la fidelidad de la fe y la fidelidad a la fe.

1.2.1 Fidelidad de la fe

En primer lugar, el cristiano est llamado a la fidelidad de la fe, o sea a la irradiacin y traduccin operativa, categorial y concreta de la opcin fundamental de fe, la cual debe expresarse en las diversas opciones particulares de la existencia cristiana. Es decir, la fe debe penetrar en el tejido concreto y cotidiano de la vida dndole significado y orientndolo operativamente.

La opcin fundamental de fe ilumina el nivel de lo que debe hacerse aqu y ahora, o sea, el juicio prctico de la conciencia moral. Es decir, la fe ilumina el discernimiento moral (el dokimzein paulino), cumpliendo una funcin fundamental en la decisin moral cristiana (cfr. Rm 12,2; 2Co 13,5; Rm 2,18; Flp 1,10; Ef 5,10.17; 1Ts 5,21).

Esta funcin es de tipo formal, es decir, orientada a informar todo el obrar tico humano: a darle a ese obrar la forma de Cristo, del Evangelio. La fe nos lleva a vivir la vida humana como vida cristiana, como quienes estn llamados a desarrollar todas las virtualidades del ser imagen e hijo de Dios en Cristo.

Hay que subrayar que este discernimiento no es sino la traduccin y expansin operativa de la fe; es la libertad fundamental de la fe que se hace fidelidad mediante el discernimiento. Es lo que tradicionalmente se llam espritu de fe, o sea disposicin permanente a valorar los hechos y las situaciones y a decidirse ante ellos desde el punto de vista de la fe: es el pensamiento de Cristo (1Co 2,16) y el Espritu de Cristo (Rm 8,9) en nosotros, la inteligencia espiritual (Col 1,9) de la que habla el Apstol; los ojos de la fe de los que hablan los Padres. El espritu de fe es obra en nosotros del Espritu Santo, por la accin convergente de los dones de inteligencia, ciencia, sabidura y consejo.1.2.2 Fidelidad a la fe

Fidelidad a la fe segn una doble responsabilidad hacia s mismo y hacia los otros.

La responsabilidad hacia s mismo exige acoger y crecer en la fe, como as tambin su maduracin progresiva y constante mediante la oracin, la liturgia, la meditacin de la Palabra, la instruccin y formacin cristiana, la fidelidad de las obras. Se trata de llegar a ser firmes en la fe (1Co 16,3; Col 2,7; 1Pe 5,9; Col 1,23), y conservar la fe (2Tm 4,7). Exige, tambin, la conciencia de la posibilidad de pecar contra la fe y de la gravedad de la infidelidad. El pecado contra la fe toma forma en el descuido, la negligencia en procurar su crecimiento; en el desconocimiento de la fe, como se expresa en la incredulidad; en la adhesin selectiva a las verdades de la fe y negacin o puesta en tela de juicio de algunas de ellas, como se da en la hereja; en el rechazo global de la fe, la apostasa; en la falsificacin mtico-mgica de la relacin con Dios, propia de la supersticin.La responsabilidad hacia los dems es, fundamentalmente, la del anuncio de la fe: la evangelizacin. Es un deber exigido por la comunin eclesial y la vocacin misionera de todo cristiano desde el momento en que, por el bautismo, ha sido hecho partcipe del munus propheticum de Cristo, como servicio de la Palabra. La evangelizacin tiene lugar mediante el testimonio de una vida autnticamente cristiana, la proclamacin verbal del mensaje, la celebracin de la liturgia, la catequesis, el dilogo interpersonal, el uso de los medios actuales de comunicacin social.

No es posible vivir la fe de modo individualista. La fe es siempre acontecimiento eclesial, que se madura en el compartir celebrativo y testimonial ad intra y ad extra de la Iglesia (cf. PABLO VI, Exhortacin apostlica Evangelii nuntiandi).

2. ETICA DE LA FELa fe es virtud que cualifica toda la libertad y el obrar del cristiano. Pero se pueden sealar algunas actitudes propias del habitus de la fe.

2.1 FIDELIDADEl sujeto de la fe, el cristiano, es el fiel (Hch 10,45; 2Co 6,15; Ef 1,1). La fidelidad es el permanecer de la confianza de la fe; la fidelidad es la fe que plasma toda la libertad cristiana activndola operativamente.

Primariamente, es fidelidad al Dios fiel de la Alianza, pero abarca toda la vida moral, que ha de ser vivida bajo el signo de la fidelidad: no slo los deberes temtica y directamente religiosos, sino tambin aquellos propios de otros mbitos de la vida tica (como la poltica, la sociedad, la economa, la comunicacin, la familia, la vida fsica, la sexualidad).

Esto significa que el cristiano no vive su vida moral en dicotoma respecto de la vida de la fe, sino que encuentra en sta el centro unificante e irradiante. La vida de fe es vida moral: exige la fidelidad moral. Y la vida moral es vida de fe: expresa la fidelidad creyente.

Significa, tambin, que el cristiano no considera el deber tico como imposicin autoritaria de Dios, sino que lo acoge como exigencia y deber de fidelidad. El cristiano percibe la ley moral como expresin exigente de la fidelidad de la fe y la cumple como un modo de actualizar esta fidelidad (Mt 7,21; Lc 6,46; 1Jn 2,3-4; Jn 14,15.21.23-24; 15,10; Lc 11,28). As, el pecado, ms que un acto no conforme a la ley, es un acto de infidelidad salvfica, destructivo del propio ser en Cristo y de la comunin eclesial.

2.2 RESPUESTALa relacin interpersonal de la fe se configura como dilogo vocacional entre la iniciativa-llamado de la gracia y la acogida-respuesta de la libertad humana. Virtud teologal, la fe procede de Dios, no es adquirida por el hombre. Sin embargo, no se actualiza plenamente sin la respuesta libre del hombre a la llamada de Dios.

La fe es, ante todo, respuesta al don creador de Dios. El hombre no slo recibe el ser de Dios, sino que es llamado al ser. Dios ha querido al hombre como un t que, a diferencia de las dems creaturas, cante la gloria de Dios no simplemente con su existir, sino desde su libertad agradecida.

La fe, principalmente, es la respuesta del hombre a la radical gratuidad de la intervencin salvfica de Dios. La respuesta de la fe que pide Jess es operativa y concreta: es la vida tica del seguimiento (es significativo que lo que es el seguimiento de Cristo para los Sinpticos, es la fe para Juan). La fe como tica de la respuesta lleva a ofrecer toda la vida como una ofrenda grata a Dios: como una liturgia continua que pasa de la celebracin a la accin, como una doxologa viviente del cristiano a Dios.

El pecado, al contrario, es el cerrarse distrado o refractario a la Palabra que llama; tambin, el escuchar que no pasa a las obras, que no se hace seguimiento. El pecado como no correspondencia a la Palabra y a la gracia.

2.3 OBEDIENCIALa fe es mucho ms que una visin del mundo que no compromete a nada. La fe comporta un dinamismo propio: el ako (escuchar) se hace hupako pisteos: obediencia de la fe (Rm 1,5; 16,26; Hch 6,7).

La obediencia es la forma ms intensiva del escuchar, por la cual la palabra oda se vuelve decisin de la libertad. Se hace, precisamente, obediencia: adhesin tica, ms que notica, a la palabra. Fe y obediencia se reclaman recprocamente, indivisiblemente: creer es obedecer y obedecer es creer. Pablo llama a la incredulidad, deso-bediencia (cf. Rm 11,30.32; Ef 2,2; 5,6).

Obedecer es permitir al Evangelio, libremente aceptado, expresar su fuerza transformante en el hombre; es un dejarse conducir en todo por la gracia, rechazando el seoro del pecado (cf. Rm 6,16). Jess es el testigo de la obediencia de la fe y la exige de sus discpulos (cfr. Jn 15,10).

Vivida como obediencia de la fe, toda la vida moral cristiana est signada por la personalizacin del deber. La obediencia no es la sumisin pasiva del siervo que soporta la voluntad del superior, sino la disponibilidad que realiza las exigencias de la gracia contenidas en la palabra redentora del Evangelio. La obediencia est en la lnea de la fidelidad, del indicativo que se hace imperativo, del akoein que se hace hupakuein.2.4 CONVERSINLa opcin fundamental de la fe exige prioritaria y concomitantemente la opcin de conversin. No es posible la fe sin la conversin. El mismo anuncio llama a la conversin y a la fe: el kerygma de la basileia (seoro) de Dios que se hace presente en Jess (cf. Mc 1,15).

La exigencia fundamental de la basileia es la fe, pero una fe que supone una metanoia (conversin): el paso de un pensar segn los hombres a un pensar segn Dios (cfr. Is 55,7-9; Mt 16,23). La fe es este cambio de ruta que polariza radical y totalmente en Dios toda la existencia creyente.

Esta metanoia de la fe, significa esencialmente, para Pablo, una doble conversin: de la lgica de la evidencia y de la presuncin de la autojustificacin.

Conversin de la lgica de la evidencia, porque la fe exige que el hombre, como Abrahm, confe que ser realidad aquello que a todas luces parece imposible (cfr. Rm 4,18-20). La fuerza de gravedad natural del hombre lo lleva siempre a lo visible, a aquello que puede captar y aferrar hacindolo suyo. La fe es inversin de esta tendencia y conversin a la libertad de la Verdad (cf. 2Co 4,18).

Conversin de la presuncin de autojustificacin; la autojustificacin es salvacin que se funda en la propia justicia: la que procede del poder del tener y del hacer, y la que se deriva de las propias obras y mritos, personificadas respectivamente en el evangelio por el rico y el fariseo, ambos incapaces de abrirse en la fe al anuncio de la salvacin (cfr. Lc 6,24-25; 18, 24-25; Mt 5,20). No tienen necesidad de Dios, se bastan a s mismos, les basta su propia justicia. La justicia de la fe, en cambio, es la de la libertad mediante la cual el hombre, renunciando a toda autojusticia, se entrega total y solamente a la justicia de Dios, manifestada en Cristo rica de gracia y salvacin (cf. Rm 3,22 . 28; Rm 10,2,3; Gal 2,16).

En la fe el hombre renuncia a s mismo para gloriarse slo de Dios (Rm 5,11; 1Co 1,31; 2Co 10,17; Flp 3,3; Gal 6,14). El pecado es, en sustancia, negacin de la gloria de Dios, ingratitud, exaltacin de s. En la fe el hombre vive en el gozoso agradecimiento de Aquel por quien ha recibido nuevamente la vida.

La fe no puede reducirse a un comportamiento religioso con el cual el hombre busca agradar a Dios. Porque el creyente no se autocomplace en la propia fe, no presenta a Dios la cuenta de su fe (cf. Ef 2,8-9): la fe es renuncia a toda autoconfianza, an de orden religioso y tico, como la que podra suscitarse de una supuesta irreprensibilidad cultual y moral. Jess estigmatiza la autocomplacencia tico-religiosa de los fariseos, en tanto se pone del lado de los pecadores que se abandonan a la justicia perdonante de Dios. Y Pablo insistir en la justificacin no viene de las obras de la ley sino de la fe.

2.5 TESTIMONIOEn la medida en que la fe penetra y transforma toda la vida del cristiano, hace de ste un testigo de la fe. La profundidad ontolgica e interior de la vida de la fe emerge al plano tico y social como testimonio: luz que no puede ocultarse sino que resplandece ante todos los hombres (cfr. Mt 5,14-16).

En el plano tico, el testimonio de la fe significa comprender en clave personalista la vida moral cristiana. El testimonio del cristiano es, entonces, y al mismo tiempo, fidelidad a Dios y a s mismo. Atestiguando con el obrar el propio ser de gracia l es fiel a Dios, por cuya gracia es lo que es (cfr. 1Co 15,10).

Vivir ticamente es vivir como fotisms: luz de Luz; esplendor-reflejo de la gloria divina que resplandece en el rostro de Cristo y, por l, de gloria en gloria, segn la accin del Espritu del Seor, en nosotros (2Co 3,18). Es dar testimonio de las mirabilia Dei (las maravillas obradas por Dios) en nosotros: la moral cristiana es testimonio de las grandes cosas que hizo en m el Todopoderoso (Lc 1,49).

En el plano social, vivir la fe como testimonio significa su irreducibilidad individualista y privatista, y reconocer su insuprimible dimensin socio-poltica. Todo cristiano vive la propia fe frente a los dems, en la sociedad y en la polis. Su deber es el testimonio (martyria): ser signo con toda su vida -un signo creble- de la fe que profesa. Esto hace emerger la dimensin de ortopraxis de la fe.

En efecto, no se puede hacer de la fe y de su verdad una cuestin de pura ortodoxia: sera desequilibrarla intelectualsticamente. Hay una dimensin de ortopraxis igualmente decisiva en la profesin de la fe. La ortopraxis es la razn prctica de la fe, que traduce a travs de la conciencia y la voluntad, las exigencias morales de la fe. El cristiano autntico no slo no se sustrae, no puede sustraerse concientemente a las implicancias y consecuencias socio-polticas de la fe, sino que las asume como exigencia tico-verificadora de la misma fe.

El testimonio asume la dimensin de ortopraxis de la fe segn el carisma y la vocacin de cada uno. Cada cristiano tiene que interrogarse acerca del testimonio del Evangelio (cf. Hch 20,24) que est llamado a realizar, siguiendo a Cristo el testigo fiel del Padre (Ap 1,5).

En el signo del testimonio de la fe el cristiano vive toda la vida moral. Porque no hay otro camino hacia la santidad y la salvacin que el reconocer y confesar a Cristo ante los hombres (cfr. Mt 10,32). Vida de fe y vida moral se unen, as, en la nica vocacin de ser para los dems signo revelador de Cristo.

3. FE Y TICA

En cuanto acontecimiento fontal y significativo de toda la vida cristiana, la fe determina el obrar tico de manera global y exigente. La conciencia de la esencia propiamente cristiana de la moral plantea la cuestin de la relacin lo universalmente humano que en ella se encuentra. Si no se quiere hacer de la moral algo exclusivamente cristiano -casi como si el hecho tico surgiera de la fe y no de la naturaleza y la razn- es preciso determinar la exacta incidencia de la fe sobre la moral [es la cuestin del proprium de la moral teolgica].

Ciertamente, la vida cristiana nace con la fe. Pero esta es propiamente un re-nacimiento (cfr. Jn 3,3-8). Es lo humano que nace a la vida divina. Lo humano en el plano tico es un complejo de valores, principios y normas pertenecientes al orden de la creacin, que por la fe emergen en el orden de la re-creacin salvfica. La vida nueva no es una creatio ex nihilo: es una re-creatio innovadora de la creatio. Por esta misma razn, la fe no crea la moral sino que la asume innovadoramente [estamos en el orden innovador de la gracia en relacin con la naturaleza: gratia supponit naturam et perficit eam, como dice santo Toms en la Suma Teolgica I, q. 1, a. 8]. En este sentido hablamos, no de una moral cristiana exclusiva, paralela o aadida respecto de la moral humana, sino de algo especficamente cristiano de la moral [La designacin de tica cristiana sera profundamente mal comprendida si se la entendiese en el sentido que para el cristiano tiene vigencia una moral sustancialmente distinta que para el no cristiano: una tica especial, exclusiva, como una isla, que no tuviera ninguna comunicacin con una tica humana. No queremos de ninguna manera favorecer la posicin que afirma que la palabra de Dios condena a la insignificancia a toda palabra y esfuerzo humano de valor tico, como lo queran K. Barth y la teologa dialctica (B. Stoeckle, Introduzione al Dizionario di etica cristiana, p. 22)].

La fe consiste esencialmente en el encuentro con Jesucristo. El encuentro en s, en razn de su densidad comunional, es un acontecimiento transformador y dador de sentido, y por ello mismo de motivaciones y requerimientos para el obrar. Esto vale sobre todo para el encuentro mximamente comprometedor con Jesucristo en la fe (cfr. Ef. 3,17). La fe une tan ntimamente al creyente con Cristo que llega a transformar su ser profundo, produciendo en l, mediante el bautismo, una nueva fuente de vida (S. Pinckaers, Les sources de la morale. Sa mthode, son contenu, son histoire, Editions Universitaires Editions du Cerf, Fribourg Suisse Paris 1985, p. 126): Por el bautismo fuimos sepultados con l en la muerte, a fin de que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, as tambin nosotros podamos andar en una vida nueva (Rm 6,4). Por lo tanto, el que est en Cristo, es una nueva creacin; pas lo viejo, todo es nuevo (2Co 15, 17).

Por la fe, el cristiano es bautizado en la Pascua de Cristo, reflejando en l, ontolgica y ticamente, la dinmica salvfica de muerte y resurreccin(cfr. Col 2,12; Rm 6,3-4), como despojamiento del hombre viejo con sus obras, y revestimiento del hombre nuevo que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, segn la imagen de su Creador (Col 3,9-10; cfr. 2,20-4,6). La fe es conocimiento ontolgica y ticamente transformante de la verdad de Jess: Han aprendido a conocer a Cristo, si es que realmente han odo hablar de l y en l han sido enseados conforme a la verdad de Jess a despojarse, en cuanto a la vida que llevaban antes, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seduccin de las concupiscencias, a renovar el espritu de la mente, y a revestirse del Hombre Nuevo, creado segn Dios, en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4,20-24).

El hombre nuevo en Cristo es el ser espiritual, que vive segn el Espritu, produciendo sus frutos. Al contrario, el hombre viejo es el ser carnal que vive segn la carne produciendo sus obras (cfr. Rm 8,5-11; Gal 5,16-25). De este modo, toda la moral, en la variedad temtica de las virtudes y de los comportamientos a practicar y de los vicios a evitar, est concretamente referida a la vida del hombre en Cristo y segn el Espritu, y de ella se deriva, en contraposicin con la vida del hombre viejo y carnal (cfr. Col 3,4; Gal 5-6; Rm 8,12-15; Ef 4-6).

Todo esto es profundamente significativo de lo especficamente tico de la fe, que define lo especficamente cristiano de la tica, en relacin tanto al sujeto como a los contenidos normativos de la moral.

3.1 El sujeto tico en la economa de gracia de la feDesde el punto de vista del sujeto tico la vida moral refleja la economa de la gracia, que la llena innovadoramente. Es expansin operativa de la vida-en-Cristo por la fe y la accin del Espritu. La potencia del Espritu Santo comunica a los cristianos la vida nueva surgida de la resurreccin. Ella los re-crea, los transforma en su ser. Ella produce en ellos una presencia que los hace vivir en Cristo y los forma a imitacin de Cristo (S. Pinckaers, o.c. pp. 129-130). La vida cristiana es vida en Cristo (Gal 2,20-21; Fil 1,21; Rm 6,11; 14,8; 1Jn 5,20). Es una santificacin configuradora con Cristo de todo nuestro ser: es la vida misma de Cristo resucitado que transforma a los creyentes y los transforma a su imagen (S. Pinckaers, o.c. p. 130). Esta conformacin ontolgica con Cristo suscita por s misma la imitacin tica: En esto conocemos que estamos en l. Quien dice que permanece en l, debe vivir como vivi l (1Jn 2,5-6). La nueva existencia fundada sobre el acontecimiento de Jesucristo, en su muerte y resurreccin, si, en primer lugar es un don interior, se vuelve luego indudablemente, la instancia de una traduccin existencial conforme a la situacin y al nuevo estatuto ontolgico (F. Bckle, Morale fondamentale, p. 191). Tengan en ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jess (Flp 2,5): esta es la mediacin fundante y motivadora del obrar tico cristiano. Es la fidelidad operativa a Cristo, forma-modelo de toda la propia vida: es el indicativo que se hace imperativo.

Es mucho ms que una simple imitacin exterior, tal como se la puede referir a la vida ejemplar de cualquier personalidad. Cristo es criterio y principio ejemplar interior de vida moral. El cristiano encuentra en l no slo el cmo, sino tambin el por qu de su obrar. El adverbio griego kats, expresivo de esta ejemplaridad, significa junto e inseparablemente como y porque (cfr. Jn 13,34; Ef 5,2; 1Jn 2,6) [cfr. H. Schlier, Per la vita cristiana, pp. 87-88; J. Alfaro, Esistenza cristiana, p. 191). La vida moral cristiana es obrar como y porque Cristo. Cristo es el ejemplo motivador del obrar. Su imitacin es prolongacin de la accin del Espritu Santo que nos configura con l, haciendo brotar en nosotros los sentimientos de Cristo Jess, disponindonos y capacitndonos para traducirlos operativamente en nuestra vida.

Obrar ticamente es traducir en la imitacin el vnculo ntimo con Cristo establecido por la fe. Lo especficamente tico de la fe es dado, pues, primariamente, por la novedad de vida cristiana que articula con el acontecimiento de Cristo en nosotros, todo el obrar cristiano. El proprium cristiano de la moral es Cristo en nosotros: verdad-sentido-criterio-fundamento-principio de vida moral. Es un proprium de naturaleza metatico-fundante, ms y antes an que tico-normativo.

3.2 Los contenidos normativos, en el horizonte de sentido de la feDesde el punto de vista axiolgico-normativo toda la moral recibe una nueva luz de la intencionalidad salvfica de la fe. Esto no significa que los valores, virtudes, mandamientos y normas cambien en sus contenidos y en su cantidad. La lex naturae (ley natural) no es suplantada por la lex gratiae (ley de la gracia). Ni tampoco sta consiste en un suplemento normativo de la ley natural. El impacto de la fe o, para retomar un trmino de J. Lacroix, la repercusin de la fe sobre la moral humana, la hace cambiar de significado, integrndola en la economa de la salvacin, que es la realidad primera y fundamental, y que sita al hombre frente al llamado que le viene de Dios en Jesucristo (R. Simon). Esto significa que la lex naturae es sobreelevada como lex gratiae: los preceptos de la ley natural se vuelven los contenidos de la ley de gracia: exigencias-deberes de gracia y su mediacin temtica. La ley natural no cambia materialmente: cambia en modo formal-intencional, se vuelve ley de gracia.

Acontece exactamente lo que ocurri con el impacto de la predicacin moral de Pablo con la justicia juda y la sabidura griega. La confrontacin se inicia como una oposicin radical -locura y escndalo- que hace emerger el elemento especfico primario de la moral cristiana: la fe en Jesucristo, que ha llegado a ser para nosotros, por su humildad y por su obediencia, justicia y sabidura de Dios, en contraste con el orgullo y el pecado que determinan el fracaso de las morales demasiado humanas. Pero despus, cuando el fundamento de la fe est afirmado en el corazn de los cristianos, san Pablo no duda... en asumir las virtudes humanas en su enseanza y recomendarlas. Obrando as, nos presenta un nuevo orden moral, regido por nuevas virtudes, la fe, la esperanza y la caridad, que asimilan todo lo que puede encontrarse de verdadero y de bueno en la ley antigua y en la sabidura filosfica (S. Pinckaers, Les sources de la morale, pp. 141-142). Efectivamente, los listados de virtudes, referidos por Pablo como exigencias de la vida nueva en Cristo, no difieren de catlogos anlogos que podemos hallar en la filosofa helenstica, de los cuales evidentemente proceden. Lo mismo hay que decir de los comportamientos de vida personal, familiar, relacional y social, exigidos como fidelidad tica del hombre en Cristo: son claramente normas de ley natural. No obstante, la aceptacin de virtudes y de normas que sigue a la fe, no es la misma de aquella que la precede; la fe ha obrado una transformacin profunda que la modifica desde adentro... le hace entrar en un orden moral nuevo (S. Pinckaers, Les sources de la morale, pp. 136-137).

Innovacin que representa un valor, una medida, un dinamismo y una finalidad que no se encuentran en otra parte y que determinan la especificidad de la moral cristiana: de su contenido, en diversa pero inseparable articulacin con el sujeto agente. La fe no subsiste independientemente del creyente: ste es quien reconoce y le da de hecho a la ley moral el valor, la medida, el dinamismo y las finalidades innovadoramente cristianas.

El valor es Cristo como verdad-sentido intencional-salvfico de toda la vida moral. Cristo -venido no a abolir sino a dar cumplimiento a la ley (Mt 5,17)- da valor pascual, es decir, significado de salvacin, de resurreccin, de vida eterna a toda la ley moral (cfr. Rm 10,4). Esta no es expresin-funcin de un mero autoperfeccionamiento o de una pacfica coexistencia social, sino del ser intensivo en Cristo, y por Cristo en Dios, y, por tanto, de la realizacin en plenitud (en vida trinitaria) de la propia vida. Obrar tico y obrar salvfico: la ley moral es ley de salvacin. De tal modo que lo especfico cristiano de la moral se encuentra primariamente en el nivel motivacional: en el nivel de la re-significacin de toda la ley moral, que se vuelve y puede ser llamada ley de la fe (Rm 3,27), ley de Cristo (Gal 6,2), ley del Espritu (Rm 8,2). Es el indicativo de salvacin lo que le da el sentido, el verdadero elemento especfico del imperativo tico cristiano [G. Gatti, Temi di morale fondamentale, Ldc, Torino-Leumann 1988, p. 30).

Cristo, valor del obrar cristiano, constituye la medida de la ley moral. El como axiolgico-normativo comprende tambin el cunto, tambin l implicado innovadoramente por la cristicidad del obrar moral. Esta implicacin, en la dimensin por as llamarla, extensiva, significa la radicalidad que asume en el testimonio y en el mensaje de Jess la ley moral. La radicalidad es una medida de totalidad que no admite componendas, de urgencia que no tolera demoras, de incondicionalidad que no consiente reservas en la realizacin del bien. Es la radicalidad de la moral evanglica en el seguimiento de Cristo: el camino tico del discpulo que responde a la llamada preeminente y exigente del Reino.

Es el camino trazado por el Sermn del Monte (Mt 5-7), exigentemente comprendido, en su primera seccin, entre el llamado inicial a la justicia superior (Mt 5,20) y la indicacin final de la perfeccin del Padre como unidad de medida del obrar tico cristiano (Mt 5,48). Es un camino de superacin del minimalismo tico-legal y de crecimiento intensivo en el reconocimiento y prctica del bien, especialmente significado por las anttesis - Han odo que se dijo... pero yo les digo... (cfr. Mt 5,21-47)- entre el obrar tico cristiano y aquel otro tradicional y culturalmente corriente. Esta radicalidad toma cuerpo y forma sintticamente en la caridad de Cristo participada vocacionalmente por el cristiano, como totalidad-autoimplicante de amor (cfr. Jn 13,1; 10,27), oblatividad en el don (cfr. Lc 10,29-37; Jn 15,13) y en el per-dn (cfr. Lc 15,11-32; Lc 23,24), solicitud mximamente inclusiva (cfr. Mt 5,44-47).

La medida de la ley moral tiene adems una dimensin de profundidad personal. En ella la novedad cristiana es la interioridad: Las distinciones morales de bien y de mal adquieren una interioridad y una profundidad radicales... El carcter de llamado y lo absoluto de la exigencia moral alcanzan una determinacin directamente personal y una profundidad existencial (R. Hoffmann, Bene, en Dizionario di etica cristiana, p. 78). La fe abarca innovadoramente al hombre en la integralidad de su persona, y esta es, sobre todo, interioridad. La fe consagra el primado ontolgico y tico de la vida interior. El bien y el mal, antes an de emerger en los actos exteriores, se radican en la profundidad del espritu, como lugar del conocimiento y de la voluntad y, por lo tanto, de la libertad, de la cual provienen las decisiones ticas y en la cual hunden sus races los actos exteriores (cfr. Mt 15,18-19; Mc 7,20-23). De modo que la bondad o la malicia de una accin se determina, antes que por sus manifestaciones externas (cfr. Mt 15,19), en la profundidad del ser (cfr. Mt 6,22-23), all donde el hombre se encuentra ante la verdad plena de s mismo ante los ojos del Padre que ve en lo secreto (cfr. Mt 6). Jess, que diagnostica la dureza de los corazones como la causa subjetiva del pecado (cfr. Mc 3,5; 10,5; Mt 19,8) -dando cumplimiento al anuncio proftico del corazn nuevo y del espritu nuevo (cfr. Ez 11,19; 36,26), en los que se grabar la ley moral (cfr. Jer 31,33)- viene a curar y sanar el corazn del hombre, en cuanto centro constitutivo-expresivo de la persona moral.

Es all donde lo alcanza la gracia transformante y elevante del Espritu (cfr. Gal 4,6-7; Rm 8,14-16), que escribe la ley no sobre tablas de piedra, sino sobre las tablas de carne de nuestros corazones (1Co 3,3; cfr. Jer 31,33). De modo que la ley hunde sus races en el ser mismo del cristiano, del cual brota como deber-ser: ser de gracia que dinamiza como deber-tarea de gracia. El cristiano no sufre la ley como una coaccin exterior: ley del pecado y de la muerte (Rm 8,2); sino que la cumple como exigencia interior (cfr. Rm 8,21; 2Co 3,17; Gal 5,25): Ley del Espritu que da vida en Cristo Jess (Rm 8,2). Precisamente, por la transcripcin viviente que el Espritu hace de ella en el corazn del hombre, la ley se vuelve nueva: ley de gracia (cfr. Sto. Toms, S.Th., I-II, qq. 106-108). La gracia no cambia la ley, pero cambia lo ntimo del hombre que pasa a ser del Seor. La ley, cayendo sobre el hombre del Seor, es aceptada por este hombre, inclinado siempre e ntimamente al bien indicado por la ley. Ms an, la ley notifica a qu cosas en el fondo el Espritu impulsa al hombre nuevo... La ley sigue siendo obligante, pero no contraria al hombre de la gracia, es decir, no coactiva, y en este sentido, no exterior; la gracia interioriza la ley. En consecuencia, tambin la gracia a veces es llamada ley del cristiano: es la ley del Espritu que da vida en Cristo Jess (Rm 8,2)... Esta ley es plenamente interna en cuanto que crea la actitud del hombre, e interioriza tambin la ley, que de s es solamente letra (J. Fuchs, Essere del Signore, P.U.G., Roma 1981, pp. 85-86).

La fe significa adems para la moral un nuevo dinamismo, humanamente indeducible, suscitado por la gracia del Espritu Santo, como fuerza animadora y habilitadora de la libertad cristiana para la vivencia tica segn el evangelio. Animadora en el sentido que la gracia es la dynamis de toda la vida cristiana: es gracia que mueve como deber-ser el ser nuevo en Cristo; que fecunda como tarea (Aufgabe) el don (Gabe) de Dios; que interioriza como motivo a-trayente la verdad-luz del evangelio. Habilitadora en el sentido que la gracia hace practicable la radicalidad y la interioridad de la moral evanglica. Frente a la instancia de totalidad, profundidad, urgencia y carcter incondicionado de la tica del evangelio, el cristiano no se descorazona ni se rinde retrayndose al minimalismo o al conformismo del obrar medio que prevalece, sino que se confa a la gracia que obra la conformacin de su libertad a la libertad de Cristo, y as lo habilita a la imitacin y al seguimiento. Esta animacin y habilitacin estn ligadas a los sacramentos, eficazmente significativos de la gracia, no slo en el plano del ser sino tambin del obrar: la eficacia constitutiva (santificante) del ser lo dinamiza (anima y habilita) en cuanto deber-ser.

Finalmente, hay una finalidad de la moral, caracterstica de la fe. Es el horizonte del reino de Dios abierto por el evangelio, que orienta fundamental y situacionalmente todo el obrar cristiano. Por esto mismo, ejercita sobre l una accin motivadora, que suscita y orienta segn el tlos (fin, meta) escatolgico de la Pascua. Es la accin propia de la esperanza de la fe, como fuente de persuasin, que mueve a la disponibilidad ms sufrida, comprometida y oblativa (cfr. 1Tim 4,10). Bajo la accin polarizante del eschaton, toda la moral asume la radicalidad y la profundidad propia del evangelio. La ley moral reviste y refleja la tensin salvfico-escatolgica de la fe: es ley de salvacin, imperativo de vida eterna.3.3 La densidad humana del radicalismo tico de la fe

Hemos visto que la fe est en la base del carcter imperativo y vinculante de toda la moral cristiana. Y esto sin presuponer necesariamente que los contenidos de las normas y virtudes categoriales deban ser deducidas inmediatamente de la fe o de la palabra de Dios, de la cual se nutre. Como quiera que sean obtenidos, tales contenidos son vividos a la luz de la fe que les da su carcter decididamente salvfico (G. Gatti, Temi di morale, p. 29). Est claro, entonces, que la especificidad del obrar moral se encuentra ms en el orden de la intencionalidad de la fe que en el orden de los contenidos (P. Piva, Persona umana, p. 111). Pero no sin incidencia sobre los contenidos, puesto que a la luz de la fe y en la economa de la gracia, reciben una amplitud y profundidad de reconocimiento, de exigibilidad y de cumplimiento que, por s mismas, la razn y la naturaleza humana, de hecho, no llegan a darle.

Esto no significa necesariamente que tales exigencias ticas propiamente evanglicas lo sean de modo exclusivo. Sera como decir que son inaccesibles a la razn y humanamente incomprensibles e inexplicables. Significa, ms bien, que la fe sale al encuentro de la razn, con la accin iluminadora y elevante que le es propia, para hacerla consciente de contenidos normativos que no emergen a su consideracin, o no lo hacen en toda su amplitud, profundidad y exigibilidad. No por una intrnseca inadecuacin de la razn para captar el bien en su totalidad e intensidad; sino por extrnsecas interferencias que as la determinan y revelan su insuficiencia y su incapacidad de hecho, y de las cuales la misma fe tiene una explicacin propia: la pesadez del pecado que condiciona histrica y culturalmente al hombre ante la conciencia del bien.

Hay que prestar atencin a no confundir el plano histrico y el plano metafsico cuando se reconocen las capacidades de la razn de captar el bien moral. La insuficiencia y el fallo contingentes no comprometen la intrnseca apertura de la verdad moral a la razn misma; no se trata de un hecho que tenga necesidad de ser histricamente comprobado, puesto que se funda sobre la racionalidad del bien en s mismo. []En este sentido, an las exigencias ms radicales del bien mejor evanglico p. e., la ms grande oblatividad del amor, la vocacin virginal, la indisoluble comunin conyugal, la renuncia a los bienes, la knosis de la cruz, el testimonio del martirio, la absoluta no-violencia- no pueden no ser inteligibles a la razn: lo que quiere decir que se las reconoce como plenamente humanas. Y lo son de hecho. No hay ninguna que pueda decirse que es irrazonable, innatural o inhumana. Por otra parte, la alternativa a la apertura racional y humana de estas exigencias ticas sera un positivismo teolgico que las referira en su fundamento a una voluntad divina positiva y arbitraria. En cuyo caso se establecera un cortocircuito entre el orden natural de la razn y el salvfico de la revelacin, siendo ambos expresin de la misma sabidura creadora y recreadora de Dios en Cristo: uno juzgara como insensato e inadmisible lo que el otro presenta y exige como sentido-valor-norma.

No se trata, evidentemente, de racionalizar el misterio de la salvacin, que fundamenta de manera indeducible y exigentemente nuevo toda la ley moral: esto es accesible slo a la fe. Sino de afirmar la inteligibilidad para la razn moral de la relacin fundante entre el misterio de la fe (la verdad salvfica creda) y la exigencia tica, entre el indicativo de salvacin y el imperativo de salvacin que de l se desprende. El mismo Magisterio de la Iglesia, en sus pronunciamientos normativos, trata de explicitar siempre esta inteligibilidad, de modo que ninguna norma valorada en cuanto cristiana resulta humanamente insensata. Lo expresa tambin al dirigir su mensaje a todos, cristianos y no cristianos, y al solicitar y obtener la aceptacin de todos.

Por muy radicales e incondicionadas que sean, las instancias ticas de la fe no constituirn nunca algo exclusivamente cristiano, ajeno a lo humano o simplemente alienante. La radicalidad de la exigencia moral cristiana... ser siempre una radicalidad en el sentido de lo ms plenamente humano posible (S. Bastianel, Autonomia morale del credente, p. 76). An cuando contingentemente esta humanidad no sea percibida, o lo sea en una escasa medida, en s misma y/o en su obligatoriedad tica. A veces, se percibe la instancia axiolgica que sustenta a un precepto evanglico, pero no aquello que lo determina y vincula concreta e incondicionadamente hasta en sus ms interiores y radicales implicancias.

Vemos cmo la razn humana puede reconocer ciertas exigencias mnimas del bien y percibir su absoluta obligatoriedad; pero vemos tambin que puede darse cuenta de que ms all del horizonte de obligatoriedad que ella percibe, se extiende todava una especie de tierra de nadie de las virtudes: la zona del bien hipottico, abstractamente definible como tal, aunque no perceptible como vinculante o como verdaderamente deseable, por falta de motivaciones adecuadas. La fe aporta este surplus de motivaciones que ampla el horizonte de lo urgente y lo deseable ms all de la medida razonable de una virtud, comprensible como vinculante tambin a nivel puramente humano; ilumina exigencias nuevas que se encuentran siempre a lo largo de aquella direccin del bien, de la cual la razn humana puede reconocer las coordenadas, pero ms all de lo que la sola razn podra considerar razonable. El signo de exclamacin inmenso, que marca los indicativos que narran los acontecimientos de salvacin, ampla la materia de los imperativos que de ellos brotan. Es este el significado, tambin a nivel de contenido, de la radicalidad cristiana (G. Gatti, Temi di morale, p. 61). Es la recta ratio la que define la norma para el obrar. Para el cristiano existe una recta ratio slo dentro de la fe personal en Jesucristo (J. Fuchs). La recta ratio fide illuminata es la posibilidad normativa humana ms exigente y comprometedora; comprende y asume la radicalidad y la profundidad normativa del evangelio. []Si la radicalidad cristiana no estuviera en la lnea de lo ms humano, sera irrazonable y absurda, y por eso mismo inmoral. Pero si no superase aquello que en esta direccin la razn humana puede por s misma, traicionara el surplus de esperanza y de motivaciones que son su aportacin especfica (G. Gatti, Temi di morale, p. 62). La fe no slo no introduce en la tica elementos de irracionalidad, sino que provoca a la razn tica a una racionalidad ms intensa, a toda la racionalidad de la cual el hombre es capaz, y para la cual se hace, de hecho, capaz por la fe. En el horizonte de la fe se le abre al hombre el bien moral en toda su realidad: como valor-luz para el hombre nuevo en Cristo y fuerza que impulsa al hombre en bsqueda de la verdad.

Poner la relevancia tica de la fe sobre todo y principalmente en la vertiente fundante, ms que en la normativa, significa otorgarle a la moral densidad personalista y, adhesin al sujeto tico -el hombre- . Este hombre que, en la actual cultura crtica, est a la bsqueda del por qu que da significado y motiva la norma, ms que del cmo de la norma, fcilmente relativizado y descuidado. La fe, portadora de la verdad salvfica, es la oferta del sentido ticamente ms elevado, ltimo y decisivo para el hombre que se abre a l en el acto moral ms alto y determinante de la libertad: la fe, precisamente, mediante la cual la libertad decide absolutamente de s en relacin a la verdad significante y motivadora de la gracia.

La moral cristiana es una tica de la fe, y encuentra en la fe el sentido ltimo que la mueve desde la interioridad ms profunda, hasta la radicalidad ms exigente. Pero la fe en Cristo conduce a comprender a la luz de la fe toda la moral. Toda la moral es tica de la fe: fe como adhesin a aquel Absoluto del cual todo valor, que subyace a la norma y suscita el acto moral, es reflejo y llamado. No se obra moralmente por hobby, conveniencia o convenciones. Se obra por fe: detrs de cada acto moral (opcin por el bien) est el efectivo creer en un Bien que mueve exigentemente la accin. Esta fe es refleja, explcita, en el cristiano, para quien el absoluto tico fundante y motor es Dios en Jesucristo. Es irrefleja, implcita, en el no cristiano, quien, disponindose al bien entra en la rbita de significacin exigente y obediente de Dios en Jesucristo. Debajo de la parte visible del iceberg de una experiencia moral puramente humana, hay siempre, inmerso en la penumbra de lo menos consciente y de lo vitalmente implcito, un acto de fe annima que remite a Cristo esta experiencia y en l la hace plena de sentido y de eficacia salvfica (G. Gatti, Temi di morale, p. 35; cfr. S. Bastianel, Autonomia morale del credente, op. cit., pp. 91-93).17