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Lectio Sagrada Familia

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AMBIENTACION

En unos tiempos en que la familia humana y cristiana es puesta en peligro

incluso en su misma institución, es bueno que escuchemos lo que la Palabra bíblica nos dice acerca de ella. Navidad, fiestas hogareñas por antonomasia. Y

dentro de ellas, celebramos el día de la Sagrada Familia de Nazaret. Nuestra Celebración Eucarística es una reunión de la Familia Cristiana para

dar gracias a Dios, escuchar su palabra orientadora y pedir perdón por nuestras incomprensiones y pecados dentro de la familia del mundo.

Hoy queremos poner nuestra atencvión en aquella familia pobre y humilde en

la que nació el Salvador del mundo. Una familia en la que faltaban muchas cosas,

pero sobraba amor y esperanza.

PREPARACIÓN: Invocación al Espíritu Santo

Espíritu Santo, que procedes del Padre y del Hijo, ilumínanos para que nos dispongamos a

acercarnos y escuchar la Palabra que nos visita y nos anima.

Tú que bajaste sobre María y los Apóstoles, ven ahora sobre nosotros

y enséñanos a descubrir la misión de la familia como «Iglesia doméstica»

Amén.

LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto?

Sir. 3, 3-7.14.17a: «El que teme al Señor honra a sus padres» La primera lectura de esta fiesta, tomada del libro del «Sirácida», o

Eclesiástico, nos pone en contacto con la enseñanza de un venerable sabio de Israel. Son palabras llenas de experiencia humana y de sabiduría divina. Son palabras que invitan a todas las generaciones presentes en la asamblea -los niños, los jóvenes, los adultos- a plantearse los deberes filiales. El texto adquiere un relieve especial si tenemos en cuenta que en el prólogo de la traducción griega de este libro, el que lo presenta es el nieto del autor, hablando afectuosamente de su "abuelo Jesús" (Pról. v.7).

Esta lectura del libro del Eclesiástico (= Sirácida) es una especie de

comentario del cuarto mandamiento: «Honrar a padre y madre». La esencia de

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este comentario es que este mandamiento es una alta forma de caridad. La

caridad es para todo el mundo, pero sigue un orden de proximidad: debe comenzar por nuestros padres. Toda práctica de la caridad es un medio para el perdón de nuestros pecados; esto es particularmente verdadero con respecto a nuestros padres.

Sal. 128(127): «¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus

caminos!» El salmo también habla del ambiente familiar: con la mujer al frente de la

casa, como «vid fecunda», y los hijos en torno a la mesa, gozando todos de la bendición de Dios.

El esposo, la esposa, ¡os hijos, la mesa del hogar... he aquí la imagen de la

familia. Y, dando sentido a todo ello, la fidelidad al Señor y su bendición, que

todo lo une y perfecciona. Más allá de las imágenes culturales, las palabras de este salmo son revelación de lo que Dios quiere para la familia, y su realización es la mejor garantía para la felicidad de cualquier hogar.

Una familia que se construya únicamente sobre la base de las relaciones

humanas y que no pide la bendición de Dios, encontrará a faltar una motivación decisiva en el momento en que estas relaciones humanas entren en conflicto.

Col. 3, 12-21: La vida de familia vivida en el Señor En el mensaje a los Colosenses el Apóstol nos entrega algunos consejos

sobre la práctica de la caridad en las comunidades cristianas: soportarse y perdonarse unos a los otros; ser agradecidos; ayudarse mutuamente; orar en común... Estos mismos consejos se podrían dar igualmente con respecto a la vida familiar. Y a justo título: las ¿amibas son una forma muy básica de comunidad cristiana. Es un programa ideal de vida comunitaria lo que propone San Pablo en su mensaje.

La vida familiar es el nivel primario y universal de convivencia. La exhortación

del apóstol es todo un programa, a la luz de la fe. Si alguna cosa es necesario destacar, sería quizá la exhortación al perdón. Una convivencia sólo puede ser alegre y serena cuando los que la realizan saben introducir constantemente en sus

relaciones el «momento del perdón» (Juan Pablo II), a causa del perdón de

Dios sobre todos.

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Lc. 2,41-52: «Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los doctores»

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS

R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la

Pascua. 42

Cuando cumplió los doce años, subieron como de costumbre a la fiesta.

43 Al volverse ellos pasados los días, el niño

Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44

Creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y lo buscaban entre los parientes y conocidos;

45 pero, al no

encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 46

Al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas;

47 todos los que le oían, estaban

desconcertados por su inteligencia y sus respuestas. 48

Cuando lo vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo:

«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,

angustiados, te andábamos buscando.» 49

Él les dijo: «Y ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?» 50

Pero ellos

no comprendieron la respuesta que les dio. 51

Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos.

Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

52 Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

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RE-LEAMOS LA PALABRA PARA INTERIORIZARLA

Momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en

nosotros e iluminar nuestra vida. El evangelista Lucas es el único que nos narra esta escena de la infancia de

Jesús, repleta de significación profética de lo que será el misterio pascual. También en su pasión Jesús desaparecerá en el sepulcro, para manifestarse, al tercer día, como Hijo de Dios, dador del Espíritu Santo. También entonces habrá una celebración de la Pascua. La atención a este texto se pone hoy, sobre todo, en esta relación entrañable y ejemplar entre Jesús, María y José, llena de misterio de Jesús, pero humilde y sencilla como la de cualquier familia de Nazaret.

Nos encontramos en los versículos finales de los así llamados «relatos de la infancia» según Lucas (cap. 1-2). Un prólogo teológico y cristológico más que

histórico, en el que vienen presentado los motivos que se harán después frecuente en la catequesis de Lucas: el templo, el viaje a Jerusalén, la filiación divina, los pobres, el Padre misericordioso, etc.

Con una lectura retrospectiva, en la infancia de Jesús ya aparecen los signos

de su vida futura. María y José conducen a Jesús a Jerusalén para participar en una de las tres peregrinaciones ( en la Pascua, en Pentecostés, y para la fiesta de las Cabañas) prescriptos por la ley (Dt 16,16).

Durante los siete días legales de fiesta la gente participaba en el culto y escuchaba a los Rabinos que discutían bajo el pórtico del Templo. “El niño Jesús se quedó en Jerusalén”, la ciudad que el Señor ha escogido para su sede (2Re 21,4-7; Jer 3,17; Zc 3,2), donde está el Templo (Sal 68,30; 76,3; 135,21), único lugar de culto para el judaísmo (Jn 4,2).

Jerusalén es el lugar en el que «todo lo que fue escrito por los profetas se cumplirá» (Lc. 18,21), el lugar de su «despedida» (Lc. 9, 31.51; 24,18) y de

las apariciones del resucitado (Lc. 24,33.36-49).

Los padres «se pusieron a buscarlo» con ansia y angustia (vv.

44.45.48.49). ¿Cómo es posible perder un hijo, no caer en la cuenta que Jesús no va en la caravana? ¿Es Cristo el que debe seguir a los demás o al contrario?

«Después de tres días» termina la «pasión» y encuentran a Jesús en el

Templo, entre doctores, enseñando, entre el estupor general.

MEDITACION: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Algunas preguntas para orientar la meditación y la actualización. ¿Por qué el evangelista Lucas narra este episodio de la vida de Jesús? ¿Cuál

es el culmen, el centro del pasaje? Llega el momento en el que las relaciones

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familiares (comunitarias) son tensas y difíciles, surgen incomprensiones. ¿Buscamos la autonomía y la independencia? ¿Qué es lo que llega a ser lo más importante a un cierto punto de nuestra existencia?

Los afectos, las relaciones, la afirmación de sí mismo, los valores, los

negocios, la moral, ¿se pueden ordenar jerárquicamente? Cuando la familia (una comunidad multiétnica), como a veces hoy se puede encontrar, es «ampliada» con padres casados de nuevo, hijos e hijas, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas, parientes del padre o de la madre, ¿sobre qué punto firme se puede apoyar? ¿Hay que someterse a alguno o toca rebelarse?

Desde el punto de vista de la fiesta, lo que destaca es la inserción de Jesús en su familia y en las prácticas de la fe de Israel -incluido el sentido del

Templo- y al mismo tiempo la trascendencia de Jesús, que es el verdadero Maestro, que «asombra» a todos quienes lo escuchan. Y Maestro, también, con su vida oculta en Nazaret.

El Padre es primero

El texto evangélico del ciclo C es propio de Lucas, y se centra sobre todo en el

encuentro de Jesús en el Templo, con su respuesta a las palabras de María.

Son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Lucas. Es interesante

notar que sus últimas palabras antes de morir son una oración confiada al

Padre, y las últimas dirigidas a los apóstoles antes de la Ascensión son

también un anuncio del cumplimiento del don del Padre.

Igualmente el tema de la presencia de Jesús en el Templo, «en la casa de mi Padre», llega a ser paralelo con la conclusión de Lucas: los apóstoles vuelven al Templo dando gracias a Dios (cfr. Lc. 24, 53)

Comienzan a desvelarse las características de su misión, que encuentran su

compendio en las primeras palabras pronunciadas por Jesús en el evangelio de

Lucas: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?»

Pero ¿quién es su padre? ¿Por qué buscarlo? Es el mismo «Padre» de

las últimas palabras de Jesús, según Lucas, en la cruz «Padre, en tus manos entrego mi espíritu» (Lc. 23,46) y en la ascensión al cielo: «Y yo les mandaré lo que mi Padre ha prometido» (Lc. 24,49).

Ocurre, ante todo, que se debe obedecer a Dios, como bien lo había

entendido Pedro, después de Pentecostés (Hch. 5,29), buscar primero el Reino de

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Dios y su justicia (Mt. 6,33), buscar al Padre en la oración (Mt. 7,7-8), buscar a Jesús (Jn. 1,38) para seguirlo.

Cuando se refiere al Padre celestial, Jesús declara su independencia de su

familia terrena: «¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc. 2, 49). Crea, Con todo, crea una distancia, una «ruptura», con

respecto a los suyos. Antes de los lazos afectivos, de la realización personal, de

los negocios... está el proyecto de Dios: «¡Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz! Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Lc. 22,42).

Para la madre María empieza a realizarse la profecía de Simeón (Lc. 2,34), «pero ellos no comprendieron» (Lc. 2,50). La incomprensión de los suyos es también la de los discípulos cuando el anuncio de la Pasión (Lc. 18,34) ¿Rebelarse? ¿Someterse? ¿Irse?

Jesús «vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos» (Lc. 2, 51a), dice Lucas, y

María «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc.

2, 51b). La conducta de María expresa el desarrollo de la fe de una persona

que crece y progresa en la inteligencia del misterio. Jesús revela que la obediencia a Dios es la condición esencial para realizarse

en la vida, por un camino de participación en la familia y en la comunidad.

La obediencia al Padre es lo que nos hace hermanos y hermanas, nos

enseña a obedecer el uno al otro, a escucharnos, a reconocer el uno en el otro el

proyecto de Dios. En este clima se crean las condiciones para crecer «en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc. 2,52) y

caminar juntos.

La Familia de Nazaret

La fiesta de la Sagrada Familia entra bien en el contexto de la octava de Navidad, ya que contempla la realidad humano-histórica de Jesús: una familia, como todos los hombres, si bien con unas características del todo propias.

De la familia de Nazaret -a la que siempre nos deberíamos acercar con un

infinito respeto, porque está sumergida en el misterio de Dios- no sabemos muchas cosas. Pero una cosa sí es segura: el Hijo de Dios quiso nacer y vivir en una familia, y experimentar nuestra existencia humana, por añadidura en una familia pobre, trabajadora, que tendría muchos momentos de paz y serenidad, pero que también supo de estrecheces económicas, de emigración, de persecución y de muerte.

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Esta familia de Nazaret aparece como un modelo amable de muchas virtudes que deberían copiar las familias cristianas: la mutua acogida, la comunión perfecta, la fe en Dios, la fortaleza ante las dificultades, el cumplimiento de las leyes sociales y de la voluntad de Dios.

La Palabra nos ofrece las claves más profundas, humanas y cristianas, de la

convivencia en el interior de la familia. Habrán cambiado las condiciones sociales y el modo de relacionarse padres e hijos en comparación con las que describía, por ejemplo el libro del Sirácida (cfr. Sir. 3,2-6.12-14) o San Pablo en su tiempo (cfr. Col. 3, 12-21) . Ahora, por ejemplo, se tienen mucho más en cuenta los derechos de cada persona, y el papel de la mujer, como esposa y madre, es muy diferente del de hace siglos. Pero los principios y los valores principales siguen ahí: el respeto mutuo, el amor, la solidaridad, la tolerancia, la ayuda mutua.

Es interesante que los tres miembros de la familia de Nazaret son presentados a lo largo de los evangelios como personas que se distinguen por su

escucha de la Palabra. José, cuando despierta, cumple lo que le había dicho el ángel de parte de Dios. María contesta en su diálogo con el ángel: «hágase en mí según tu palabra». Y Jesús afirma que debe estar en las cosas de su Padre y en toda su vida aparece siempre atento a cumplir la voluntad de Dios.

ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?

Te damos gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque me has revelado tu bondad y tu amor.

Eres verdaderamente el Único que puedes dar pleno sentido a mi vida.

Amo a mi padre, pero Tú eres el Padre; amo a mi madre, pero Tú eres la Madre.

Aunque no hubiese conocido el amor de mis padres, sé que tú eres el Amor, estás conmigo

y me esperas en la morada eterna, preparada para mi desde la creación del mundo.

Haz que, junto conmigo

puedan cumplir tu voluntad también mis familiares, hermanas y hermanos,

todos los que hacen un camino comunitario conmigo para, así, anticipar en esta tierra y después gozar en el cielo

las maravillas de tu amor.

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Padre de bondad y misericordia, te damos gracias porque nos haces nacer en una familia.

Nos diste, en la Familia de Nazaret, un maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo.

En ella aprendemos, para nuestras familias, las virtudes domésticas y su unión en el amor.

Guarda a nuestras familias en tu gracia y en tu paz verdadera

Permítenos vivir en nuestras familias según tu voluntad

para que lleguemos a gozar de los premios eternos en la alegría de tu casa.

Amén.

CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la

PALABRA? La fiesta de la Sagrada Familia es cada año una llamada a la valoración de la

vida familiar. La familia cristiana, como la de Jesús, no minusvalora la participación común en las celebraciones de la Iglesia, porque sabe que esta es una forma muy significativa de expresar -y de aprender- que la familia es una "iglesia doméstica", en tanto que está integrada en la Iglesia de Dios que celebra los santos misterios. Esto se realiza sobre todo en la celebración de la Eucaristía. Lo dice

explícitamente la Plegaria eucarística III: «Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia».

Para una vida familiar y comunitaria sólida necesitamos la fe, porque el

motivo último de este amor que se nos pide es el amor que Dios nos ha mostrado en su Hijo. Necesitamos la ayuda de Dios. Una agrupación humana, sea la familia o una comunidad religiosa, no puede superar las mil dificultades que encuentra para la convivencia, si no es también con la ayuda de Dios.

La vida de una familia comporta a menudo momentos de tensión interna o

externa, como los que leemos en el evangelio de hoy. José tuvo que decidirse a tomar a su mujer y a su hijo y huir a Egipto, con todo lo que eso supone de incomodidades de viaje y de estancia en un país extranjero, sin conocer a nadie ni hablar su lengua. Y, de nuevo, la vuelta a su patria, instalándose en Nazaret. No serían las únicas dificultades que pasaría esta familia. Ya se le anunció a María

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que una espada de dolor atravesaría su alma. Y cuando perdieron al hijo en el Templo sufrieron la angustia de la búsqueda y la incomprensión del lenguaje de Jesús.

A la vez que meditamos y celebramos el misterio del Dios hecho hombre, nos

miramos al espejo de la Sagrada Familia para mejorar el clima de la nuestra. Precisamente ahora en que tantos interrogantes se levantan contra la

institución de la familia humana y cristiana, en un tiempo en que tal vez más que en otros sentimos las dificultades de la convivencia familiar y se multiplican los ejemplos de violencia doméstica, y también se ve más difícil que en otros tiempos la estabilidad de nuestras opciones y relaciones, la Palabra de Dios ilumina desde la luz cristiana y navideña la realidad de nuestras familias.

Ojalá las nuestras imiten esas consignas de unión y mutua acogida y

tolerancia que escuchamos en las lecturas de hoy, basadas también en la referencia necesaria a Dios. Y ojalá también que miremos con ojos más amables a los inmigrantes que vienen a nuestro país buscando un modo de vida más humano.

Por eso, la Familia de estas tres inefables personas nos resulta un modelo de

armonía y de fidelidad a Dios tanto en los momentos de gozo como en los de dolor, incluidos los que pasaron como emigrantes o prófugos.

Una familia que cada domingo acude a celebrar la Eucaristía tiene un apoyo

consistente, en la escucha de la Palabra y en la comunión con Cristo como su alimento, para su camino de convivencia y de crecimiento humano y cristiano. Así es como crece más expresiva y testimonialmente como una «iglesia doméstica» (LG 11).

Desde nuestras dificultades, preocupaciones y anhelos recurrimos a la Familia

de Nazaret paras encontrar en ella motivos para comprendernos, respetarnos y ayudarnos. La Famiilia de Nazaret compartía gozos y tribulaciones porque Dios estaba en ella. En nosotros debe suceder lo mismo.

P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

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