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40 | EMEEQUIS | 5 DE MAYO DE 2008 FOTOS CORTESÍA DE CARLOS MONSIVÁIS

Lectura monsi

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“Precoz, Protestante y Presuntuoso”, se describía a los 28 años

La autobiografía que

quisiera sepuLtarSelección de Patricia Vega

[email protected]

Carlos Monsiváis es un nombre esencial para entender el mundo intelectual, literario, progresista y crítico del México de las últimas cinco décadas. Mon-si, como lo llaman con afecto sus amigos, ha estado presente una y otra vez en la vida pública de este país. Mexicano de excepción con un sentido único de la ironía y autor de frases que sólo él puede imaginar, cumple este domin-

go 4 de mayo sus primeros 70 años de vida. A partir de hoy, tendremos Monsiváis hasta para aventar: homenajes, coloquios, deba-

tes, etcétera. Frases de Monsi en el Metro, Metrobús, espectaculares y carteles. De su obra se dirá demasiado. Pero muy poco de su primer libro: una autobiografía

escrita a los 28 años de edad y publicada en 1966, inconseguible en librerías o bibliotecas de este país. De esa obra, escrita gracias al impulso del crítico literario y editor Emmanuel Carballo, Monsi ha tratado de borrar todo rastro, a tal grado que ha pedido a todos los libre-ros de viejo que la saquen de circulación cuando de casualidad les llegue. No se entiende el pudor del autor frente a esta muestra inicial del estilo antisolemne que con los años le daría el renombre que hoy tiene.

emeequis rescata algunos de los fragmentos de esa obra, de apenas 62 páginas, en los que habla de su niñez, de su asistencia a la escuela evangélica, de su iniciación en el activis-mo político de izquierda, de su llegada al mundo de los santones de la cultura, de la enton-ces vanguardista Zona Rosa y de otras cosas más. Monsiváis por sí mismo.

Fotografías: cortesía de Carlos Monsiváis

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[…] Nací of all places, en el Distrito Federal y muy niño fui llevado en una emigración terrible, de la Merced a la Colonia Portales, “por la Calza-da de Tlalpan”. Imagino esa diáspora a la luz de John Steinbeck, John Ford y Las viñas de la ira. Un carromato polvoso, una familia apiñada que entretiene la odisea cantando himnos, pruebas del cielo bajo la forma de agentes de tránsito y al final Canán-Portales, la tierra prometida donde los hijos crecerán en paz, sin el espectro del ham-bre y la intolerancia. […] Mi única actividad pre-uruchurtiana ha sido la niñez. Mi infancia trans-currió en la dorada época de los pioneros, en los albores de la Conquista del Viaducto. […]

Las razones migratorias de mi familia, en ese éxodo atroz de los cuarenta, fueron religiosas. Pertenezco a una familia esencial, total, férvida-mente protestante y el templo al que aún ahora y con jamás menguada devoción sigue asistiendo, se localiza en Portales. Familia fundamentalista, que abomina del licor y el tabaco, la mía decidió otorgarme una educación singular. En el Princi-pio era el Verbo, y a continuación Casiodoro de

Reyna y Cipriano de Valera tradujeron la Biblia, y acto seguido aprendí a leer. El mucho estudio aflicción es de la carne, y sin embargo la única característica de mi infancia fue la literatura: himnos conmovedores […] cultura puritana […], y libros ejemplares […]. Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical. Allí en el contacto semanal con quienes aceptaban y com-partían mis creencias, me dispuse a resistir el escarnio de una primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría pro-testante, siempre representada por mí. […]

A la Escuela Dominical debo asimismo una estructura mural que, con sorprendente male-volencia, vuelve a mí en los momentos menos oportunos. El pecado fue el tema central de mi niñez y la idea que de algún modo, no sé cuál, ha seguido rigiéndome hasta ahora […] Para cono-cer a los demás, siempre he recurrido al recelo. En última instancia, podría definir mi formación moral como la vieja necesidad de poner en tela de juicio “incluso el menor movimiento del dedo meñique”.

En donde el autor confiesa haber nacido en la Merced el 4 de mayo de 1938, acepta sin rubor su condición de héroe de esta historia, proclama su intolerable afición al DF, y se

presenta sin más trámite como precoz, protestante y presuntuoso.

Capítulo I

firmes y adeLante, huestes de La fe

Capítulo II

Viaje aL corazón de monsiVáisEn donde el protagonista devela su intimidad, inventa a medias su infancia porque

ésta fue, en verdad, poco memorable, y ennoblece sin mala fe su pasado cultural.

P: Resuma su infancia.R: Nada de “coladeritas”, nunca el “chiras pelas” o el “tochito”, jamás el “Señora, ¿le da permiso a Carlos para irse de excursión al Ajusco?” No hay calacas ni palomas. A cambio de ello, pornogra-fía: el alumno Monsiváis, del Sexto A, propone la creación de una biblioteca. Si he de hacer caso a mis detractores, soy un “matado”, el estudioso triste que nunca falta en las mejores familias […]P: ¿Su Iniciación en la Cultura?R: Aquel infausto día en que el instructor de la Guay me confesó que yo jamás podría nadar como Alberto Isaac, se decidió mi destino. De allí en adelante sería pedante y libresco. En la prima-ria, después de Homero y Virgilio y los clásicos protestantes, leí las divulgaciones freudianas de Gómez Nerea y agoté a Jane Austen y vislumbré a través de Mr. Pickwick, Mr. Tupman y Mr. Snod-

grass, las posibilidades de la sátira, y me fascina-ban las novelas de Martín Luis Guzmán y Rómulo Gallegos, los folletones de Eugenio Sue y Vicente Riva Palacio, las biografías de Ludwig y Zweig y Los Sertones de Euclides Da Cunha.P: ¿Seguro no se está usted adornando?R: Ya que no tuve niñez, déjeme tener currículum […] las fuentes primordiales de mi infancia fueron la mitología griega y la literatura policial […] Li-teratura siempre, a todas horas. Y oía con mayor precisión el Llamado de las Letras al comprobar mi sucesivo y reiterado desinterés ante aquello que condujese a las matemáticas, la medicina, la biología, la química, la física, la jurisprudencia, la economía, la veterinaria, la arquitectura, las artes plásticas, la música y el contrabando de ropa ín-tima. No me quedaba entonces sino la novelería y en ella me refugié con ánimo ortodoxo […]. Y mi

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En 1951, en mi segundo año de secundaria se decide mi politización a través de la inevitable vía indirecta […] Acudo al local de Municipio Libre donde los hen-riquistas mantienen oficinas y consigo propaganda y engomados que afanosamente reparto y distribuyo El henriquismo me apasiona y los artículos de Piñó Sandoval, las caricaturas de Arias Bernal, los poemas satíricos de Renato Leduc me señalan otras rutas, que me absorben al contrastarlas con la invencible y muy nues-tra del PRI. Oigo hablar del General Mújica, de Graciano Sánchez, Genovevo de la O, Jaramillo, Muñoz Cota; vivo gozoso los días de la campa-ña. Me indigna el asesinato de campesinos henriquis-tas, me subyuga la vitalidad de la Federación del Pueblo. La derrota y la represión de julio de 1952 representan mi ingreso al escepticismo y el desencanto.

También en 1951, un maestro de Historia, al ver-me leyendo un folleto leni-nista, me invita a ingresar a un club […]

De inmediato, me com-pro tres escuditos de la URSS y muchos folletos […] Del club “Luis Carlos Prestes” recibo mi primera encomien-da política: participar en una brigada que consiga firmas para la Paz. Recorro San Juan de Letrán y la Avenida Juárez y llego al local ya tarde, orgulloso, hombre nuevo so-viético. He conseguido muchas firmas. Al revisarlas, el responsable del Club me mira compasivamente. Veo la lista y me avergüenzo: contamos 4 Pedro Infante, 3 Sara García, 8 Jorge Negrete, 2 Mario Moreno y así hasta el fin. Sólo diez de los autógrafos colectados pa-recen auténticos.

Como parte de mis obligaciones debía vender un periódico en mi sector de trabajo. La primera vez yo

mismo compré todos los ejemplares y discretamente los regalé. […]

En esos años de confusión primitiva, practiqué dos lecturas definitivas. ¡No pasarán!, el relato de Up-ton Sinclair sobre la Guerra Civil española, y En lucha incierta, la novela de Steinbeck sobre una huelga de recolectores de manzanas. Leí una y otra vez, con avi-dez, la saga de los radicales norteamericanos que mi-

litaban en las Brigadas Internacionales y la descrip-ción de los activistas profesionales enfrentados a una burguesía hija de su. […] Después John Reed y Los diez días que conmovieron al mundo; luego una Historia de las luchas sociales de Max Beer y ya está: un nuevo, decidi-do socialista sentimental. Como casi todos los pequeños burgueses que se radicalizan, mi proceso fue visceral, emotivo y no fue sino más tarde cuando quise otorgarle bases teóricas a tanta irritación…

Capítulo III

de pie juVentud, VaLiente eL corazón

infancia es la síntesis y la acumulación de libros, series de episodios (¡Oh Flash Gordon y Los Peli-gros de Mongo! ¡Oh reloj de Dick Tracy! ¡Oh Jova

la Ciudad perdida! ¡Oh Calaveras del terror!), re-vanchas mexicanas del Charro Negro, colección Billiken, himnos y soledad.

En donde se describe la sección izquierdista de una educación sentimental, se añoran los folletos Cardenistas y se recogen firmas para la paz.

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1958 fue también el año de la Huelga estudian-til por el alza de las tarifas camioneras. Se in-tegró la Gran Comisión y se decomisaron los autobuses suficientes para convertir C.U. en un cementerio impresionante […] Aunque mi descubrimiento del mundo literario y mi re-

nuencia a sumarme a las acciones mayoritarias me redujeron a la condición de simple testigo, durante varias noches hice guardia en C.U. por curiosidad. Mi sanchopragmatismo no veía la razón para esas vigilias ya que de seguro nadie invadiría los académicos y autónomos dominios

de la Universidad. Pero el ímpetu estudiantil exigía la disciplina. Los más entusiastas eran los preparatorianos que acogían full-time las perspectivas de pertenecer a una palomilla de treinta mil miembros. En verdad el carácter del movimiento era esencialmente lúdico. Las ma-

nifestaciones eran enormes y vociferantes y participaban los maestros y los sindicatos de petroleros, ferrocarrileros y electricistas…

1959 se prodigó en en-señanzas. Fue un año in-tenso, con Demetrio Vallejo dirigiendo la huelga de fe-rrocarriles, con Othón Sala-zar insistiendo en el M.R.M. [Movimiento Revoluciona-rio del Magisterio]. Para mí, la política oposicionista se convirtió en obsesión, sen-tido vital, perspectiva única. Los intelectuales iniciaban una radicalización que lue-go, a fines del sexenio, habría de morir sin aspavientos. Yo pertenecía al César Valle-jo, un grupo de Filosofía y Letras, y la idea de vivir de-fendiendo posiciones abier-tamente minoritarias me complacía muchísimo más que pedir una inmovilidad de tarifas. Además, apoyar a los obreros era una empresa ries-gosa […] Yo repartía volan-tes, asistía a pintas y pegas, discutía (o mejor, escuchaba) toda la noche en casa de Car-los Félix, atendía preocupado las novedades de que inevi-tablemente Luis Prieto ha-bía de enterarse. Cuando los

vallejistas ganaron la primera huelga fuimos a Buenavista. Llegó Othón Salazar con un grupo de maestros. Habló Vallejo; la banda tocó La Rielera; los ojos de todos los presentes estaban humedecidos. También los petroleros se con-movieron al verse expulsados, con bomberos y

Capítulo VII

corren Los granaderos, Los grandotes y Los chiquitos

Donde se insiste en evocar situaciones políticas, por el convencimiento de que todo pesimismo cívico surge de canijas frustraciones

La muerte de Héctor disipó mis dudas sobre

la militancia. Ingresé al Comité Universitario

pro-Libertad de los Presos Políticos

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gases lacrimógenos, del Monumento a la Revo-lución. Después la segunda huelga y la represión increíble o (según quienes nada más esperan de la Clase Encaramada actitudes consecuentes) totalmente creíbles. Miles de presos en todo el país y el Campo Militar Número Uno rebosante de ferrocarrileros y estudiantes. En Monterrey, un líder comunista, Román Guerra Montema-yor, fue asesinado y le pintaron los labios y las uñas de las manos para simular un crimen de homosexuales. En ese instante, el gobierno hizo posible la creación del Comité Pro-Libertad de los Presos Políticos.

Mi inconsciencia debía ser absoluta puesto que no me atemorizaba ni, en el fondo, me en-teraba bien a bien de lo ocurrido. Resentía las injusticias y eso era bastante. Un asesinato me modificó: un gran amigo mío, Héctor Zelaya, lombardista acérrimo, murió fusilado en Nica-ragua. Había acudido como voluntario mexica-no de las guerrillas antisomocistas y se le envió en grupo a recoger armas a una hacienda. El hacendado resultó ser delator; al llegar fueron recibidos por los soldados y allí mismo se les ejecutó. La muerte de Héctor disipó mis dudas sobre la militancia. Ingresé de inmediato al Co-mité Universitario pro-Libertad de los Presos Políticos y en 1960, el día de la inauguración de cursos en la Universidad, delante del Presiden-te López Mateos, se repartieron unos volantes donde Martín Reyes y yo exigíamos la libertad de los ferrocarrileros. El acto, obviamente, ca-reció de consecuencias.

A partir de marzo se inició una labor de agitación bastante modesta. Agitar, desde nuestro punto de vista, era abrumar las paredes con pintura roja, repartir volantes en las facul-tades, desfilar por la C.U. y complacernos en trueque de mentadas con los reaccionarios de Comercio e Ingeniería. Un día resulté comisio-nado para repartir volantes en la Prepa dos, el nido tradicional de los pistoleros. A mis bizan-tinas objeciones y argumentos sobre la utiliza-ción más conveniente de los intelectuales, se me respondió con el ejemplo de Louis Aragon, “que vendía folletos en la puerta del Louvre, y Aragon es mucho más importante que tú”. Aunque me negué a creer en tamaña devoción, fui sin em-bargo a la Prepa. Para mi fortuna, un golpeador, el Pariente, me despojó de mis volantes y me dejó marchar despavorido […].

La experiencia de esos años me fue defi-nitiva, por enseñarme de modo inobjetable el sentido de la expresión “vivir peligrosamente”. Y no porque yo hubiese puesto en riesgo nada, ni porque mi audacia fuese más allá de embadur-nar, empavorecido, algunas paredes blancas a

mi alcance, sino porque me sentía necesario y solidario y porque a la vez me entendía de algún modo lejano, incapaz de participar del júbilo común. Pasábamos las noches discutiendo y mi posición, tímidamente antisectaria, me hacía asumir una actitud dizque prudente […].

En 1961, alentado por la actitud de José Re-vueltas (uno de mis mayores estímulos, un gran escritor que a causa de su firmeza ideológica ha ido dos veces a las Islas Marías, ha arriesgado cárceles y enconos universales y ha vivido un anticonformismo ejemplar en medio del fari-seísmo ambiente), me animé a incorporarme a una huelga de hambre en apoyo de otra llevada a cabo en Lecumberri por los presos políticos. También participaban Pitol, Carballo, Juan de la Cabada, Guerrero Galván, Pacheco, los Li-zalde, González Rojo, Labastida. Se escogió la Academia de San Carlos como el lugar para la demostración y durante famélicas 62 horas permanecimos al amparo de cobijas, agua elec-tropura, demostraciones de afecto, escaso pú-blico, sanwiches arrojados por los provocadores y pancartas de adhesión. Por mi parte fui débil: acepté un chocolate de manos de las Hermani-tas Galindo.

En 1962, en una taquería frente al cine Insurgentes, me enteré por la Extra del asesinato de Rubén Jaramillo, su mujer Epifa-nia (embarazada) y sus tres hijos. Y de nuevo me di cuenta de mis limitaciones: no enten-día nada en absoluto, ni una sola palabra. Un año después, intentando el homenaje a quien volvió a hacer posible el heroísmo, trabajé en una suerte de documental a su memoria, que se exhibió en tres febriles ocasiones y des-apareció para siempre. Ante estos hechos, el asesinato de Jaramillo, el asesinato de Enedi-no Montiel y su mujer; Vallejo, Campa, Lum-breras, Rojo Robles en Lecumberri, sólo se me ocurrren reflexiones obvias, inútiles: ¿por qué ellos, por qué los mejores? Y mis dudas y torpezas se agravaron cuando Arturo Gámiz, Pablo Gómez y otros siete asaltaron el cuartel de ciudad Madera y murieron en el intento. Si tenían razón o no, y si la actividad guerrillera en México concierne al delirio y no a la políti-ca, no es asunto que yo pueda discernir. (Des-pués de todo, sigo siendo cuáquero pacifista y sigo siendo respetuoso de las leyes; cuando el Ejército entró a la Universidad de Morelia sólo se me ocurrió reaccionar con una frase: ¡Han violado la Constitución!). El hecho es que murieron por un ideal y la frase cobra un significado atroz en esos años presupuesta-les, donde vivir y pensar en voz baja es la con-ducta idónea, la actitud ideal.

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De izquierda a derecha, Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Fernando Benítez

y Carlos Fuentes

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De izquierda a derecha, Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Fernando Benítez

y Carlos Fuentes

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Capítulo VIII

por medio de La presente, sírVome manifestar mi gratitud

Donde se agota cualquier posibilidad de exhibir la vida privada en aras de un afán teorizante y del deseo de mostrar que no se es parricida si bien se quería ser iconoclasta.

Al entrar a Ciudad Universitaria para llevar una mañana-Jeckyll en Economía y una tarde-Hyde en Filosofía, abandoné temporalmente mis es-tremecimientos políticos en beneficio de una for-mación cultural. Gracias a Sergio Pitol me exilié de las lecturas a que Vicente Magdaleno –el úni-

co maestro que había conocido– me llevó. Bor-ges, Alfonso Reyes, Faulkner, Dos Passos, Scott Fitzgerald, Nicholas Blake, Thomas Mann, Gide, Hemingway, Nathaniel West, E. M. Forster, sus-tituyeron de golpe a Hesse, Ehrenburg, los bien-aventurados escritores españoles y demás ídolos de mi primera adolescencia. En la literatura nor-teamericana hallé la viva conciencia de un país en pleno movimiento, mucho más allá de su tiempo. Veía en Norteamérica el lugar donde la literatura

transforma al país y donde el país se hacía visi-ble, intenso en la novela. La generación perdida me sacudía y los comprometidos (Caldwell, John Steinbeck, James T. Farrell, Robert Penn Warren) me absorbían. Por la literatura inglesa y a través de mi regocijada lectura de Cuerpos viles y Deca-

dencia y caída, las novelas de Waugh, descubrí la sátira, los límites del chiste y el humor de Jardiel Poncela. De pronto, Waugh me reveló, al burlarse de las pretensiones sociales de la Inglaterra de los veintes, la falibilidad absoluta de un neoporfirismo que entonces iniciaba su marcha triunfal. Yo ya tenía maestros en el arte de hallar la grotecidad esencial de los demás: Luis Prieto y Sergio Pitol. […]

Economía me derrotó. En Letras Españolas, fuera de las clases de Sergio Fernández, nada había con poder retenti-vo. De modo que me hice auto-didacto, con lo cual no insinúo el estilo infragorkiano que ha guiado el periodismo nacional, sino el desordenado y caótico desfile de lecturas e influen-cias. Mis primeras incitaciones al plagio se llamaron Alfonso Reyes y Salvador Novo. Reyes me deslumbraba al proponer una cultura mexicana donde la etiqueta resultase lo de menos; donde lo importante fuese re-

cuperar el tiempo perdido de una continua tarea de expropiación cultural. Por Novo entiendo que el español no es nada más el idioma que los aca-démicos han registrado a su nombre, sino algo vivo, útil, que me pertenece. Por Novo aprendí que el sentido del humor no difamaba la esencia nacional ni mortificaba excesivamente a la Ro-tonda de los Hombres Ilustres; en Novo he estu-diado la ironía y la sátira y la sabiduría literaria y si no he aprendido nada, don’t blame him […].

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Capítulo IX

niza y hamburgo, con paraguas de cherburgo

Donde se describe una ciudad y un cuarto, con la vana esperanza de hacer méritos y convertirme, si no en el cronista del DF, por lo menos en mi biógrafo oficial

La ciudad a partir de los años finales de la dé-cada del cincuenta intentó desesperadamente el cosmopolitismo. Surgía la Zona Rosa y era posible captar cierta vida nocturna. La una de la mañana no era aún deadline y los depar-tamentos todavía no se volvían la única zona libre del relajo. Una incierta y primitiva dolce vita, distinta ya de las borracheras épicas de los cuarentas, de la bohemia en el Club Leda, se iniciaba. El folklore todavía era posible y no estaba mal visto dolerse con No Volveré. A las fiestas acudía Chabela Vargas para cantar Ma-corina. Por ineptitud, los intelectuales desde-ñaban el rock’n’roll y revalidaban el folklore, exhumando corridos decimonónicos. Después vendría la radicalización política y al concluir ésta, se iniciaría una racha de falsa y verdadera frivolidad. Con el twist ya lo pop haría una en-trada triunfal. Después Alejandro Jodorowsky introduciría los happenings y el nudo y a con-tinuación des departamentos se conmoverían con sus variantes, el nudo con temblor, la ta-rántula tlalocan, la defensa de Stalingrado, la caída de Berlín, la pira. Se abandonaron los jueguitos psicológicos que me hacían temblar y estremecer. Del freudismo naïve de la botella o el cerillo (los juegos de la verdad donde todo el mundo preguntaba indiscreciones mayús-culas cuya respuesta todo el mundo conocía), se pasó al frenesí destructivo. La consigna era vulnerar, pulverizar los departamentos, gol-pearse, revivir el infantilismo, nudo, nudo. Y como culminación el a go-go. Oh, baby, come on, let me take you where the action is. Las Golondrinas al mito de la tristeza del indio. Hay que uniformar según dictado de Carna-by Street a los vigilantes Don Porfirio y Doña Carmelita y enseñarles que el cuerpo del mexi-cano no se hizo sólo para inmovilizarse al oír la Diana o hincarse al escuchar el Angelus.

Si debo aparecer sincero, y aunque acepté esta suerte de autobiografía con el mezquino fin de hacerme ver como una mezcla de Albert Ca-mus y Ringo Starr, sólo puedo interpretar mi actitud contra el nacionalismo cultural como un angustioso strip-tease o epojé o método ex-

hibicionista para deshacerme de los prejuicios heredados. Vivo bajo la aprensión básica, la piedra angular de nuestras acciones: nos pasa lo que nos pasa por ser subdesarrollados. El pesimismo, siempre una constante ideológica, se ha vuelto ya el segundo estado de ánimo na-cional, sólo inferior a la incertidumbre. Ahora, el subdesarrollo es el culpable: nada ni nadie lo evita o lo evade. Para mí, el subdesarrollo es la imposibilidad de ver El silencio de Bergman o de contemplar a Margot Fonteyn y Nureyev o de gozar una buena comedia musical o de es-tar al día en Últimos Gritos y lecturas y giros existenciales. […] El subdesarrollo es el signo de estas generaciones, es el espectro que nos vuelve espectrales, el poder de convertir en fantasmagoría a todo un país, la seguridad de ser ectoplásmicos. El subdesarrollo es no po-der mirarse en el espejo por miedo a no refle-jar.

Mi cuarto me expresa fielmente. Es una simple acumulación de libros y objetos, un teléfono invariablemente ocupado, un cuadro de Pedro Coronel, una colección de dibujos de Cuevas, un collage de Vicente Rojo, posters de Alfred Neuman, los Beatles y The Dynamic Duo, un gran afiche de Vaghe Stelle dell’’ Orsa, un cartel enorme donde se ve una niña vietnamita que-mada por el napalm y que dice: “Why are we Burning, torturing, Killing the people of Viet-nam? To prevent free elections”. También un gato, Pío Nonoalco, déspota indudable, mar-qués de Sade antes de Charenton y un escrito-rio, conmovido bajo una montaña de papeles que yo, categóricamente me niego a remover o examinar. En la pequeña sala, más libros y dos tocadiscos y, esparcidos profusamente entre los muebles, bajo los sofás, todos mis long y standard plays. Requiero del ruido sin cesar y desde siempre estar al día en pop-mu-sic, aunque nunca falta Raúl Cosío que viene y me informa de mi enorme atraso en relación al Hot Ten. En este instante escucho Strangers in the Night y me dispongo a oir Color me Barbra y la vida musical de Agustín Lara. ¿No es esto eclecticismo?

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Además de la gran cantidad de prólogos y capítulos en libros, así como las in-numerables crónicas y ensayos publicados en revistas y en periódicos, Carlos

Monsiváis tiene una vasta obra de la cual elegir. Como en toda selección, la ar-bitrariedad marca también a ésta nuestra lista de sus libros imprescindibles.

1.-Antología de la poesía mexicana del Siglo XX (compilación y prólo-go). Empresas Editoriales, 1966.Esta es a la fecha una de las anto-logías más recordadas y celebradas en las letras mexicanas del siglo pa-sado; una antología que mantiene su vigencia y que en opinión de Emma-nuel Carballo, debería ser consulta-da por muchos jóvenes.

2.- Amor perdido. Editorial Era, México, 1977. Tomando como marco el bolero de Pedro Flores interpretado por Ma-ría Luisa Landín, en Amor Perdido conviven personajes disímiles pero claves en la cultura mexicana. En este libro se encuentran espléndi-dos retratos de personajes de varias épocas como Agustín Lara, José Revueltas, José Alfredo Jiménez, Siqueiros, Fidel Velázquez, Raúl Ve-lasco, Irma Serrano o Isela Vega.

3.- A ustedes les consta: antología de la crónica en México (compila-ción y prólogo). Era, México, 1980.Con el sugerente título “Y yo pregun-taba y anotaba y el caudillo no se dio por enterado”, el prólogo aborda el desarrollo de este género periodís-tico y a la vez literario, para luego reunir algunos de sus ejemplos más sobresalientes, desde Manuel Pa-yno y Guillermo Prieto hasta José Joaquín Blanco y Jaime Avilés.

4.- Escenas de pudor y liviandad. Grijalbo, México, 1981.Sucesión de escenas donde el pu-dor es la forma más ostentosa de la liviandad. La pequeña historia en el México del siglo XX: el mural

disperso y siempre recién inaugu-rado donde participan María Félix y los chavos-banda, Dolores del Río y los chavos-punk, las vedettes y los economistas, Juan Gabriel y la pare-ja en dancing, una Celia Montalbán que anima el hoyo fonqui y el pachu-co que dirige a María Conesa.

5.- Entrada libre: crónicas de la so-ciedad que se organiza. Era, México, 1987.Una serie de crisis en la ciudad de México provocan una resistencia civil extraordinaria que ha sido do-cumentada de manera paciente y persistente por Monsiváis.

6.- Días de guardar.Editorial Era, México, 1971. Días que son profundamente sim-bólicos para los mexicanos como el año nuevo, el día de la Constitución, el día del amor y la amistad, el día del trabajo, el día de las madres. Sin embargo, destacan los “días de observancia” y las crónicas que co-rresponden al movimiento estudian-til de 1968 y que ya forman parte de la mayoría de las antologías sobre el tema: La manifestación del rector, La manifestación del silencio y Día de Muertos.

7.- Los rituales del caos.Era/Profeco, México, 1995.Reúne un conjunto de crónicas ur-banas sobre personajes y creen-cias que convocan a multitudes. Un muestrario diverso que admite la convivencia de Luis Miguel y el Niño Fidencio, de El Santo y Gloria Tevi, de Sting y los coleccionistas de pin-tura virreinal. Y el caos usa también

de esas fijezas en el tumulto que lla-mamos rituales.

8.- Salvador Novo: Lo marginal en el centro. Era, México, 2000.Crónica biográfica de Novo que permite un acercamiento muy do-cumentado a uno de los escritores más complejos y contradictorios del siglo XX en el mundo de habla hispana, una figura excepcional en su valentía personal y literaria y en su transformación del cinismo y del descaro en la defensa inteligente de su derecho a la diferencia.

9.- Aires de familia: cultura y socie-dad en América Latina.Anagrama, Barcelona, 2000. Este ensayo es una aproximación a cambios y permanencias de la cultu-ra latinoamericana del siglo XX, en un panorama que va del culto a los héroes a la sociedad del espectácu-lo, de las migraciones culturales a la influencia de Hollywood en las so-ciedades en penumbras, del canon literario al idioma televisivo, de la fe devocional en la revolución a los proyectos democráticos. Con este libro, obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo.

10.-“No sin nosotros”. Los días del terremoto 1985-2005. Era, México, 2005.La primera parte se dedica a la cró-nica de procesos primordiales de la sociedad civil en México desde 1985. En la segunda se reproduce la crónica de Monsiváis escrita en los días del terremoto, en esos meses de dolor, confianza y solidaridad de la comunidad.

Los 10 imprescindibLes de monsiVáis

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Capítulo X

innocents abroad y de regresoDonde ya no se puede más, se presume de un viajecito y se insiste

como quien no quiere la cosa, en la walermittyficación.

Estos dos últimos años me han alevantado. En 1965, viví algunos meses en la Universidad de Harvard, en calidad, dicho sea de paso, de Repre-sentante de mi País en el seminario Internacional […] Yo era el primer representante mexicano en su historia y como es natural al principio acepté con solemnidad todos los compromisos a que el Seminario obligaba: conocí los talleres del Chris-tian Science Monitor, pasé el más terrible weekend de mi vida en casa de una agradable familia de Boston, accedí a describir Acapulco, canté Cieli-to Lindo en un café y me aburrí. Por fortuna asis-tí a un teach-in sobre la guerra de Vietnam y mi actitud se transformó. El teach-in, ese remozado diálogo socrático, tenía a Norman Mailer como orador central. Oí a Mailer y lo vi después beber copio-samente en una reunión. […]

Para mí, un proto-pocho con-victo y confeso, Norteamérica es, permanentemente, una lección y un ejemplo. Fuera de su sistema políti-co, de su conducta racial, de su pre-tensión de líder mundial y de su pre-sencia en Vietnam, todo lo demás de Estados Unidos me resulta definiti-vamente admirable. Su música –el jazz, el spiritual, el blues, el rock– hace posible la vasta utilización de los sentidos contemporáneos; su literatura me hace entender el valor perdurable de los testimonios sobre una sociedad que se destruye a dia-rio; su poder autocrítico, desde la adolescencia de Mad Magazine has-ta la perspicacia demoledora de The New York Review of Books, revela que la autocomplacencia no sólo recompensa con un reloj en la Sala Ponce al cumplir los 80 años o un discurso laudatorio en la Cámara de Dipu-tados. También con el autoaniquilamiento, con la extinción.[…] Antes de irme había entregado una Antología de la Poesía Mexicana del Siglo XX, que la generosidad y paciencia de don Rafael Giménez Siles, la amistad de Emmanuel Carballo y la ayuda de Alí Chumacero, me habían hecho terminar, la primera cosa conclusa de mi vida, si exceptúo la traducción de un libro sobre James Bond que Tito Piazza, Introductor de Realidades y Creador de Mitos, me había confiado. Sin que la

considere definitiva ni mucho menos, la antolo-gía me importa por darme la oportunidad de ren-dir homenaje a mis Monstruos Sagrados, porque su publicación trajo consigo notas, un elogio de Octavio Paz que ya me mandé tatuar y mi trans-formación: antes, de niño quería ser bombero o humorista. Hoy sólo me interesaba aplicar el sentido del humor. Sé que la mayor de las agonías es proponerme hacer reír a alguien y mis pre-tensiones ya no son hacer reír o hacer pensar; mi meta es más humilde: desearía reír y pensar por cuenta propia. (Abadabada ba said the monkey to the chimp.)

No admiro a mi generación: la veo demasiado

uncida al régimen imperante, la recuerdo siempre ligada a las generaciones anteriores en el empeño de ahorrarse trabajo, de disfrutar lo conquistado por otros. La veo inerte, envejecida de antemano, lista para checar y reinar. Aunque, desde luego, admito y admiro y trato cotidianamente a las ex-cepciones, las gloriosas, insólitas, renovadoras excepciones. Me apasionan mis defectos: el ex-hibicionismo, la arbitrariedad, la incertidumbre, el snobismo, la condición azarosa. No sé si pueda llevar a cabo una obra siquiera regular, pero no sirvo para las finanzas o la política. Me aterra terminar. Tengo 28 años y no conozco Europa. ¶

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os Tres Huastecos. Así llama Luis Prieto Reyes a la trinidad integrada por tres grandes ami-gos: Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y él mismo, mencionados de menor a mayor edad. Trini-dad que encarnaba vitalmente

una actitud satírica, burlándose siempre de las falsas glorias.

Con una memoria prodigiosa, Luis recuerda:“Conocí a Monsiváis en abril de 1954, ya hace

54 años. Cuando se fundó la Sociedad de Amigos de Guatemala, en apoyo al gobierno legítimo en-cabezado por Jacobo Arbenz [depuesto por un gol-pe de Estado alentado por Estados Unidos]. Hubo la consigna de formar comités en todos lados: en la Universidad, en el Poli, en la Normal… Y a Ser-gio y a mí, que éramos estudiantes en la Escuela de Derecho, nos pidieron que fuéramos a hablar a la Escuela Nacional Preparatoria”.

Al ir a volantear y a hablar a la Prepa, en uno de los salones se encontraron con Carlos Monsi-váis, quien entonces tenía 16 años:

–Era chistosísimo –comenta Luis Prie-to– porque como era protestante andaba de cor-bata y saco. Pero luego luego, me di cuenta de que era inteligente: le brillaban los ojos y se ofreció a acompañarnos a otros salones a repartir volantes y a hablar.

En el camino me di cuenta de que Monsiváis ya era un tipo muy popular: lo querían muchos y otros lo trataban muy raro. Le gritaban ‘pinche sabio’, porque ya había salido en un programa de radio que se llamaba Los niños catedráticos. Ya después cuando empezamos a tratar a Monsi y fuimos alguna vez a su casa en la colonia Portales, también los peladillos le gritaban con su clásica entonación “pinche sábioooo”.

Mi relación con Monsi fue fundamental-mente política, pero una de las cosas que siempre me llamó la atención fue su enorme capacidad de lectura. Leía como un loco, era un chamaco de 17 años y ya se manejaba las literaturas americana e inglesa al dedillo. Por Monsiváis conocí un do-cumento extrañísimo de Oscar Wilde, “La vida en el socialismo”, una utopía muy ingenua, con algunas cosas proféticas, que se despega mucho de las frivolidades características de otras obras de Wilde.

Ahora que anda en los 79 entrados en los 80 años, Luis Prieto Reyes se acuerda de cosas genia-les de su juventud y en las que Monsiváis fue muy importante. De entre las muchas anécdotas, una más:

–Un día veníamos por la avenida Madero, con todos los de antropología. Ahí venía Monsi-váis muy activo, cante y cante cosas de la Inter-nacional, porque fue bastante rojillo. Y al llegar a una determinada parte de la avenida, los malditos granaderos nos empiezan a cerrar la calle por los dos lados. Entonces Monsiváis, que tenía una ca-pacidad de respuesta inmediata y genial, nos dijo “cantemos ‘Oh María, oh Madre mía’” y como estábamos cerca de todas las iglesias que hay en Madero, los granaderos nos dejaron pasar y ya cuando estábamos como a una cuadra, les menta-mos la madre y nos fuimos corriendo…

* * *A sus 28 años, Monsiváis dedica su autobio-

grafía a su madre, “por disponerse a negar con fundamento, cualquier posible veracidad de estas páginas”.

Luis Prieto Reyes confirma que doña Esther Monsiváis fue, probablemente, la persona más importante en la vida de Carlos.

“Monsiváis nunca usó el apellido de su padre. En cambio su mamá era una maravilla, una pro-testante rigidísima y cultísima. Como yo vengo de una familia católica, con una mochería horri-pilante, la primera vez que oí hablar bien de Lu-tero, con argumentos totalmente inteligentes, fue por boca de Esther Monsiváis. Además de ser una persona generosísima, le pasaba a máquina los textos al Monsi y hasta le corregía el estilo.

“Yo inventé que doña Esther era obispa de la iglesia presbiteriana y mucha gente se lo creyó. Pero Monsi sí le tenía cierto respetillo a la obispa, por eso nunca bebió, no era fiestero y se acostaba temprano.

“Ni Monsi ni yo nos fuimos nunca de nues-tras casas. Con nosotros nada de esos niños grin-gos que antes de los 20 años se independizan y se van. Nosotros siempre hemos permanecido en nuestras casas familiares.

“Por eso te digo que en estos homenajes al Monsi, no debemos de olvidarnos de doña Es-ther”. ¶

luis Prieto, uno de los tres Huastecos

si Vamos a homenajear a monsi, no hay que oLVidar a doña esther

L

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si Vamos a homenajear a monsi, no hay que oLVidar a doña esther