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LECTURAS PARA LECTORES EMPRENDEDORES http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/la- cara-perfecta LECTURAS PARA LECTORES EMPRENDEDORES La isla de las dos caras (Cuento Autor: Pedro Pablo Sacristán La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu. La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta. Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla, creciera un

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LECTURAS PARA LECTORES EMPRENDEDORES

http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/la-cara-perfecta

LECTURAS PARA LECTORES EMPRENDEDORES

La isla de las dos caras

(Cuento

Autor: Pedro Pablo Sacristán

La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu.

La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta.

Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla, creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el que pudieron construir dos pértigas. La expectación fue enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.

Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto... y dieron tanta vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando se vieron así, pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar viejas historias y leyendas de saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había mokoko que no supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto. Y allí se quedaron las pértigas, disponibles para quien quisiera utilizarlas, pero abandonadas por todos, pues tomar una de aquellas pértigas

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se había convertido, a fuerza de repetirlo, en lo más impropio de un mokoko. Era una traición a los valores de sufrimiento y resistencia que tanto les distinguían.

Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor, decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero todos trataron de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.

- ¿Y si fuera cierto lo que dicen? - se preguntaba el joven Naru.- No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre decidida.- Pero si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.- Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en este lado de la isla nos saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto devorado por las fieras o por el hambre? Ese también es un final terrible, aunque parezca que nos aún nos queda lejos.- Tienes razón, Ariki. Y si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas para dar este salto... Lo haremos mañana mismo

Y al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras recogían las pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el miedo apenas les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura. Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y alborotados, pensaron que no había sido para tanto.

Y mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas, como en un coro de voces apagadas:

- Ha sido suerte- Yo pensaba hacerlo mañana- ¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga...

Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla sólo se oían las voces resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de miedo y desesperanza, que no saltarían nunca...

Elementos principales

Idea y enseñanza principal Ambientación PersonajesHay que tratar de mejorar siempre, sin dejarnos vencer por el miedo de aquellos que nunca han intentado lo que pretendemos. Especialmente pensado para quienes se plantean emprender algo nuevo.

Un islaUna pareja de una tribu

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Infinitas vidas más que el gato tiene el libro

Por Danilo Sánchez Lihón

Airoso y triunfante

El libro ha sobrevivido a muchas órdenes de ejecución, juicios sumarios, hogueras infamantes.

Ha sufrido ¡dictámenes de arresto, de secuestro, de desahucio!

Se le ha infligido castigos ominosos. Ha sido calumniado, vejado, crucificado.

Pero sigue vivo y libre. Cada vez más fresco y radiante. Hasta impulsivo y fregando la vida de los jerarcas.

¡Denodado, ingenioso y bizarro!

Sólo haciendo un recuento de las últimas décadas, he aquí una relación de las veces en que el libro ha estado condenado a muerte, a veces súbita y violenta. Y, sin embargo, ¡ha salido airoso y triunfante!.Primera muerte y vieja resurrección

En los últimos tiempos, la primera vez que se entonó el responso fúnebre al libro fue cuando apareció en el universo de nuestras vidas la radio. Resultó convincente oír a los agoreros, pronosticar la muerte inminente del libro que con el nuevo invento quedaba -se dijo-, comprobadamente obsoleto.Pero en dicha ocasión el libro se levantó saludable y vigoroso de su lecho de reposo con más ganas de seguir atormentando la vida a los adivinos..Segunda, prueba de fuego

La segunda ocasión –ésta vez sí fue en serio– ocurrió con las piras de libros que nazis y fascistas levantaron, secundados después por tantos dictadorzuelos que hay extendidos en toda la faz de la tierra. El libro ahí supo que era inflamable y ardía muy fácilmente.

De esta prueba salió, como sale cualquier hijo de vecino después de una encerrona, sabiendo que la justicia es ciega y hace pender una espada de Damocles en el vértice de nuestros cuellos.

Pero uno olvida, volviendo a empinarse hasta las nubes a sorber otra vez el aire del cielo y la luz de las estrellas.

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Tercera, con sus atuendos doradosLa tercera fue en Fahrenheit 451 de Rad Bradbury, que ensombreció a la multitud de lectores y radioescuchas que noche tras noche seguían la secuencia de la obra.

Sentían correr por sus venas el estremecimiento de ya no poder sus hijos ni los hijos de sus hijos tener el encanto de sentarse a la luz de la ventana a solazarse en las páginas de un libro, en donde se deslizan imágenes, metáforas, historias, y uno mismo destejiendo la madeja de su destino.

Pero el libro, en los siguientes días, se levantó igualmente rejuvenecido con todas sus galas y fulgores –puesto que salía de un incendio– ¡y hasta vestido con sus atuendos dorados!

Cuarta, al desaparecer los parques

La cuarta muerte del libro fue cuando se tumbaron los árboles en las huertas, de lo que antes eran aldeas y hoy son grandes ciudades.

Entonces, ¿montados en qué ramas hacer la mejor lectura?Pero el libro siguió viviendo, curiosamente, refugiado en sótanos, en tugurios polvorientos, en callejones trashumantes y hasta en las celdas de las cárceles..Quinta, tercamente siguió apareciendo

La quinta muerte fue pronosticada de infalible, y el libro pasó a ser desahuciado impenitente, cuando aparecieron los audiovisuales y las ondas hertzianas de la televisión invadieron nuestras míseras vidas.

¿Para qué leer, entonces, si en la TV me entretengo, me informo y hasta puedo instruirme? No tiene sentido por lo tanto enchufarme a las páginas de un texto.

Definitivamente el libro: ¡Pieza de museo! Con el agravante de ser fenecible, pues lo horadan de pies a cabeza –¡qué vergüenza!– nada menos que unos bichitos insignificantes: ¡las polillas!Pero el libro tercamente siguió apareciendo en los escaparates, se apuraron las rotativas, las fajas de doblado, de encuadernación y etiquetado. ¡Una reverenda burla para los urdidores de desastres!.Sexta, solitario y clandestino

La sexta muerte –esta vez sí bajo enfermedad grave– fue cuando entró a la clandestinidad, a circular a altas horas de la noche bajo la capa de unos estudiantes famélicos dispuestos a petardear el mundo. Al libro entonces se lo metió entre las rejas, se lo torturó inmisericorde, se derramó fango y sangre sobre sus páginas titubeantes.Esta vez, sinceramente, le costó recuperarse. Estuvo silencioso, buscando cada retazo de sol para calentarse los huesos. Se le notó caviloso, andando solitario por los caminos. Pero se recuperó y ahí anda, incorregible, como lo ven ahora..Séptima, más terco que una mula

La séptima vez que se le diagnosticó sepultura definitiva ha sido por obra y gracia de la

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fotocopiadora; muerte certificada, además, por la compra indiscriminada de Derechos de Autor de la mejor ciencia y literatura, a cargo de la IBM. Todo a fin de ya no tener libros sino sólo “copias”.Pero el libro siguió saliendo más terco que una mula..Octava, se volvió espíritu

La octava muerte fue mucho más pensada, casi un crimen perfecto por la sofisticación puesta en juego. Se hizo responsable de ella a la cibernética, al procesador en línea, a la digitación telemática, a la comunicación interactiva vía satélite: el “INTERNET Y OTRAS HAZAÑAS”, en donde el libro se vuelve nada; sí, ¡nada! O, nos corregimos, apenas es vibración magnética, es decir entra en coma, es onda que se digita.  Allí sus signos de vida sólo se ven en una pantalla. Se tornó aura, viaje al infinito. Murió, para volverse espíritu, nostalgia, recuerdo querido.Pero el libro apareció otra vez en las calles, gritando sus inconformidades y rebeldías, en la coyuntura y en lo que es eterno..Novena, metamorfosis y conversión

La novena muerte del libro –aquí hace rato superó al gato y se volvió definitivo– es cuando tú lo tiras a un lado en la banca del parque y me das las letras de tus ojos.Y, después, el libro de tus labios; para que en ellos me olvide definitivamente de mí, de ti y de todo lo que los libros dicen..Décima, última resurrección y vida definitiva

En esta prueba, la décima, el libro se vuelve definitivamente esencia de libro, es decir pálpito, suspiro, corazonada. ¡Y vibra!

Ya no se imprime como tal, porque se volvió imagen, tañido y profecía.

El libro se tornó conciencia de que tú y yo podemos estar para siempre unidos, abrazados, entrando y saliendo de un libro.

Y habitando felices en el fondo de las páginas de un texto, como es el mundo y como es la vida. Y como es toda resurrección definitiva.

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Hombres del agua (Relato amazónico)

Por Danilo Sánchez Lihón

.El principioAl principio del mundo reinaba una tenue claridad. No había luna, ni sol, ni luceros. En lo alto se elevaba el cielo que en aquel tiempo era un árbol corpulento y gigantesco que cubría con su follaje la tierra.

Debajo de él se deslizaba tranquilo el río Ucayali.

A sus orillas vivía un Inca con su mujer. Su cabaña se alzaba en un paraje de tierra fértil que entraba en el río donde crecían papayos, pomarrosas, cedros y otros árboles que daban frutos abundantes.

Selva adentro vivían otros paisanos.

Una mañana la mujer del Inca se puso a lavar sobre una balsa amarrada a las playas del río, cuyas aguas en aquel tiempo eran límpidas y sin reflejos, salvo en los sitios en donde había remolinos. .La prendaCerca un bufeo colorado nadaba en las aguas azuladas, agitando sus deslumbrantes aletas. Aparecía en la superficie y luego se sumergía levantando chorros de espuma.

Mientras tanto la mujer torcía sus vestidos y los iba dejando sobre uno de los troncos.De pronto, se dio cuenta que una des sus prendas ya no estaba en el madero donde la había puesto.

– Pero si aquí la dejé, decía buscándola por uno y otro lado.

En ningún sitio la encontró.

Pensó entonces que la había dejado mal puesta y posiblemente se había caído. Miró y se zambulló en las aguas.

Nada.

La prenda había desaparecido como por encanto.. Los sueñosEse mismo día mientras dormía se apareció en sueños un joven hermoso que vestía de blanco. Lo llamó por su nombre que nunca había oído pero que al escucharlo le pareció su nombre verdadero:

– ¡Iwa!– Se levantó llena de admiración.– ¡Iwa! ¡Eres mía!

– ¡Quién eres tú y por qué dices eso! ¡Yo tengo marido! –Contestó ella desde su tarima.

La siguiente noche nuevamente el extraño repitió su nombre pero con más insistencia.

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Entonces ella se enderezó en la cama y caminó hasta la puerta en donde él la esperaba. Allí conversaron largamente mientras su esposo dormía.

Otra noche ya platicaron a la orilla del río, bajo las pomarrosas, donde ella cedió a los requerimientos de amor que él le hacía.

Cuando se despidió vio que el joven poco a poco se introducía en el Ucayali y dando un salto se sumergía al fondo del río..Las aguas– ¡Tú me has mentido! ¡Tú eres el bufeo colorado! –Le dijo otro día.

– Tal vez su figura he tomado para conquistarte, –contestó el joven, sin vergüenza alguna.

– Tú robaste una prenda mía mientras lavaba en el río.

– Sólo con ella pude entrar en tu sueño.

Poco a poco él la fue animando a ingresar más y más al Ucayali hasta que una noche la arrastró consigo bajo las aguas.

La condujo por un valle donde había jardines, caminos, caseríos. Un mundo donde todo está invertido, los techos de las casas cuelgan de las paredes de caña y el árbol del cielo se mira hacia abajo sumergido.

Son las casas de las yacu-huarmi que viven para contemplarse en los espejos, sin percibir el paso del tiempo.. ¿Dónde estás?Ellas viven sin preocuparse en talar los árboles para hacer siembra, ni en abrir trochas para cazar, ni en labrar madera para fabricar flechas, canoas, arcos o cuchillos.

Iwa al poco tiempo regresó a su cabaña y se presentó en sueños a su marido.

– ¡Esposo! He venido a despedirme, el bufeo colorado me ha hechizado. El espíritu del río está dentro de mí.

Al escucharla él se levantó de donde dormía, con el rostro angustiado por mirarla, pero en la oscuridad nada veía.

– ¿Dónde estás? –Le habló él con voz quebrada.

– Estoy en tu sueño.

– Dime entonces cómo ir a buscarte.

– No puedes, –contestó ella. –El río es hondo y además sin orillas. ¡Adiós! –respondió ya desde lejos.

Él tendió las manos en la dirección en que oía su voz y lloró amargamente llamándola..

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El olor a la tierraIwa vivía bajo el agua, en un valle en donde no hay principio ni término, viendo su reflejo cada vez más hermoso en los espejos, sin sentir ni dicha ni pena, entrando por mil puertas y no saliendo por ninguna.

Pero un día pudo salir a la superficie del río y nadar plácidamente bajo la tenue claridad del alba.

Mientras alzaba la cabeza y la volvía a sumergir, escuchó el rumor de las hojas a lo lejos, aspiró el olor de la madera y la fruta madura, el vaho de la tierra humedecida.

Entonces se atrevió a acercarse a las orillas.

Vio la tierra llana y florida.

Se acostumbró a salir cada tarde tomando la figura de un bufeo. Merodeaba las playas cercanas a su antigua cabaña, observando los quehaceres del Inca, su anterior compañero..Irás muy lejos conmigoAl anochecer seguía de lejos su canoa en donde aquel remaba pensativo.

Un día, acercándose con la mirada puesta en la nuca querida, pudo ver los cabellos crecidos que le caían detrás de las orejas, la curva de la espalda, sus manos encallecidas.

La sangre le golpeó con pasión las venas de la frente y sin poder resistir, alzando la cola volteó la canoa donde él iba y abrazando su cuerpo bajo el agua trató de llevarlo a los espacios bajo el agua donde vivía.

Pero el Inca era fuerte, luchando la hizo subir a la superficie, sacándola hasta tierra.

– ¡Quién eres!

– Tu esposa, –dijo ella.

La abrazó emocionado.

Entonces la convenció para internarse en la selva.

– Irás muy lejos conmigo. Así nos apartaremos del río.. Y salen a buscarlaDejándolo todo se encaminaron selva adentro.

Anduvieron muchos días hasta dar con un lugar que les pareció distante y apacible.

Los espíritus del río esperaron vanamente el regreso de Iwa. Cuando la dieron por perdida, sus pupilas que antes eran cristalinas se tornaron turbias por la cólera.

Dijeron:

– Vamos a buscarla.

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Las olas encolerizadas del Ucayali fueron saliendo a las playas y después cubriendo palmo a palmo la tierra colorada, los campos, los sembríos.

Lentamente iban cubriendo la selva.

Llegaron al borde de las casas y luego entraban en ellas.

Al ingresar a las viviendas de los nativos y tocar los objetos, éstos se iban convirtiendo en distintos animales y peces que ahora habitan en las aguas.. El árbol de lupunaLas canastas de pajilla se tornaron en tortugas, taricayas y motelos.

Las flechas se hicieron anguilas.

De ollas y sartenes se desprendieron paiches, palometas y gamitanas.

De tambores y tinajas aparecían sachavacas y delfines.

De las canoas empezaron a mecerse los lagartos.

De las hamacas se deslizaron las boas marinas.

La gente que había en uno y otro sitio corría a treparse a los árboles. Pero el río se acercaba hasta ellos y de los pies los jalaba hundiéndolos en su remolino.

Cuando vio a las aguas asomarse el Inca ordenó:Subamos hacia el monte.

Allí crecía un árbol gigantesco de lupuna cuya copa no alcanzaba a ser vista desde la tierra y se perdía entre las nubes. A él se acercaron, pero pronto el río comenzó a lamer sus raíces.. La ascensiónEntonces decidieron subir. Primero lo hicieron a la rama más baja de donde vieron que el río se agitaba con más espanto y furia.

Llegadas las aguas hasta sus rodillas subieron a la rama siguiente. La lluvia tampoco cesaba de parar y la neblina cubría el horizonte.

Después de un tiempo las ramas de las cuales se cogían eran cada vez más y más delgadas.

Ya estaban en la copa, que se agitaba de un lado para otro.

Hasta que ya no hubo rama de dónde sostenerse. Se pararon por fin en una hoja que flotaba.

El río los fue cubriendo poco a poco.

Y cuando estuvieron a punto de ahogarse en sus aguas, alzando los brazos, descubrieron un bejuco que pendía.

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A él se cogieron fuertemente y por él subieron, mientras escuchaban el fragor producido por el tallo del cielo que caía separándose de su follaje.. El sol y la lunaIwa y el Inca caminaron lo más que pudieron.

Como no podían permanecer juntos, porque el follaje del cielo con su peso podía romperse, cada uno tomó el sendero que le señalaba una rama.

Iwa se convirtió en la luna, con manchas en la cara por la pintura de genipa con la cual pretendió antes ocultarse.

El Inca, que caminó más lejos, se tornó en el sol que nos alumbra cada día.

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Leyenda peruana sobre el agua

Esta es una historia conservada en los quipus en hilos y nudos que los quipucamayocs[2] le trasmitieron al cronista jesuita Blas Valera [1]. Dichos versos cuyo autor fue un Inca poeta y astrologo fueron hallados por Garcilaso de la Vega entre los papeles del Padre Valera. La leyenda trata de dos hermanos en el cielo, el con su honda y ella con su cantaro lleno de agua. Los movimientos de la honda causan los relampagos y al alcanzar el cantaro este se rompera derramando el agua en forma de lluvia.

La doncella en el cielo y el cántaro de agua

Hermosa doncellaAqueste tu hermanoEl tu cantarilloLo está quebrantando.Y de aqueste causaTruena y relampaguea.También caen rayosTu, real doncellaTus muy lindas aguasNos darás lloviendo.También a las vecesGranizar nos hasNevaras asimismo.El hacedor del mundoEl dios que lo animaEl gran Wiracocha.Para aqueste oficioYa te colocaronY te dieron alma.

Fuente: “Nuestra Agua; Mitos y leyendas para niños” de Carolyn Hayward

Leer el libro en la Biblioteca Internacional Digital para niños- ICDL AQUI

[1] Blas Valera (Chachapoyas, 1545 - Cádiz, 1597)

[2] Quipucamayocs: palabra quechua que significa "quien hace hablar los quipus"

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TENDER PUENTES - EDUCACIÓN POR LA PAZ

Tender puentesPor Danilo Sánchez Lihón

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La paz hay que anhelarla y luchar por ella para que se imponga no sólo en donde hay guerras o conflictos bélicos, porque tan importante es allí como en el ámbito cotidiano, al interior de una familia o comunidad. De allí estas reflexiones:.Hay tantas formas y clases de puentesHay miradas que inician una nueva historia, que juntan destinos que venían por rumbos diferentes. Son miradas puentes.Hay puentes que unen islas, parajes, continentes. ¡Y son tan bellos sus arcos detrás de la neblina ¡en el amanecer de un día propicio!Hay tantas formas y clases de puentes. Pero ninguno que no sea hermoso. Y los hay: livianos y fuertes; unos horizontales y otros curvos.El dueño salió para hacer asuntos en la ciudad.Al regresar vio con espanto que el carpintero en vez de erigir una valla había tendido un puente sobre el riachuelo.–¡Qué insolencia es esta! –gritó–. Pero en ese momento vio que su hermano cruzaba el tablado con los brazos abiertos. Un momento el hermano mayor dudó, pero el impulso fue mayor y también se echó a correr al encuentro de su hermano con los brazos abiertos.Vistos desde la base hacia arriba son celestes. Y mirados desde el aire son lazos entre dos heridas.A veces son anhelos y pura ilusión, trazos que uno imagina cuando nada nos une y todo nos separa, pero eso nos salva.Y hay tantas maneras de ser puentes. El asa de este pocillo en que sorbo el café que me abriga y me contenta es un puente.Las palabras son en realidad grandes puentes.¡Cuán distinto sería si en vez de callar hubiéramos dicho la palabra exacta que tendía un puente entre una y otra orilla!.Escuché una historia que más o menos cuenta lo siguiente:Dos hermanos se amaban. A la muerte de su padre repartieron la herencia que colindaba, apenas dividida por un riachuelo que cada tarde vadeaban, contentos el uno o el otro de reunirse para conversar alegremente.Un día surgió de algo pequeño una desavenencia. Pronto los reproches subieron de tono y pasaron a las palabras hirientes. Dejaron de verse. Ya ninguno cruzaba el arroyuelo y el encono fue en aumento.Un día tocó la puerta de la casa del más viejo un carpintero que portaba sus herramientas y le dijo:–Busco trabajo. De repente usted tenga algún servicio que pueda hacer.–¡Cómo no! –le dijo el dueño– Al frente vive un vecino para mí desagradable. En realidad es mi hermano. Pero quisiera que con la madera que está arrumada aquí alce una valla tan alta que ni yo ni él podamos ni siquiera vernos.–He entendido el problema. Haré una obra de la cual usted quedará satisfecho. –Respondió el hombre.

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PARA COMPARTIR EN EL DÍA DEL ÁRBOL

Pensar en los árboles es pensar en la vida, en un refugio, en un amigo, en la esperanza y en el futuro de nuestro planeta. En 1840, Suecia fue el primer país de las sociedades contemporáneas en reconocer la importancia e impacto que los recursos forestales tienen sobre la vida de los seres humanos y la necesidad de inculcar a los niños el amor y respeto hacia los árboles, es decir, enseñarles lo que es ser socialmente responsables con su entorno. Desde esa época, muchos países han adoptado un día para el árbol, el cual generalmente se celebra a fines de agosto o principios de setiembre. En Perú, un país privilegiado por la madre naturaleza, celebramos su día HOY, 1ero de setiembre. Aquí los dejamos con una tierna historia sobre una pequeña casuarina, una historia contada por el Sr. Danilo Sánchez Lihón, presidente del INLEC- Instituto del libro y la lectura..

EL ÁRBOL Y LAS AVES DE LA INFANCIAPOR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

Si algo conozco de jilgueros, gorriones y picaflores es porque tuve en mi infancia un árbol que era un amigo, un confidente y hasta un protector a donde subía  a compartir alegrías, confiarle penas y formularle preguntas.¡Era una casuarina! Subido a ella permanecía horas admirando vida y milagros de aves y de todo ser que transitara por sus ramajes: orugas, mariposas, abejorros; pero también contemplando iridiscencias fugaces, panales de mieles y nidos estupefactos.

Allí el balancearse de las hojas, el rumor de la vida recóndita, como los cambios de tonos en los arreboles del cielo; o el oír desde su copa la conversación o el habla de la gente que es muy distinto a escucharla desde tierra.Ese árbol lo plantaron mis padres en Urupamba, a media hora de camino en la parte alta de Santiago de Chuco, al lado de una casa de campo de mi tía Carmen.Y lo sembraron allí porque mis padres, recién casados, no tenían ni un metro de tierra dónde caerse muertos ni lo tuvieron tampoco después, pero sí nos concibieron a nosotros, sus hijos, que en realidad somos gajos de tierra temblorosa.Cuando niño yo iba frecuentemente a ese sitio, donde se erigía la casuarina en medio de aquel campo fragante y al costado de la cabaña que se adormilaba a la sombra de aquel árbol, orgulloso y raro en ese paisaje silvestre.Lo adopté como mío mucho antes de que yo pudiera entender la historia de cómo mis padres se hicieron de esa planta y la sembraron allí donde creció. Ahora simboliza para mí una tierna historia de amor: el cariño que mis padres se profesaron; porque los hechos ocurrieron así:

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.Qué pobres pueden ser dos enamoradosy no darse cuentaMi madre era una niña muy linda e hija de una de las familias más ricas del pueblo. Y don Pascual Danilo, en cambio, era un muchacho humilde, con mucho arraigo hacia todo lo campesino; hermano mayor de una familia numerosa cuyo padre había muerto.Cuando él se atrevió a pedir la mano de mi madre fue una tremenda concesión sólo el hecho de que mi abuelo Benigno Rojas lo recibiera. Hasta ahí llegó y no pudo ir más allá el ruego que le hiciera su hija predilecta y consentida.Formulada la petición mi abuelo preguntó al que sería después mi padre si se había dado cuenta cómo vivía la señorita con la cual él pretendía casarse, a lo que el inocente muchacho respondió que sí.

Ahí vino entonces la pregunta categórica: ¿Iba a poder darle la misma condición social e igual situación económica?Cuando mi padre, el colmo de sincero el pobre –¡cándida es la gente de alma campesina y no se da cuenta del ridículo que hacen ante los señores!– le expuso cuáles eran sus ingresos y recursos económicos, mi abuelo ya enojado montó en cólera.Y lo amenazó con recluirlo en un asilo de locos o mendigos si se atrevía a seguir mirando a la niña de sus ojos quien, bañada en lágrimas, no sabía cómo decirle a su padre adorado que ella amaba a ese muchacho inerme e indefenso en lo que él exigía.

Después de esta entrevista mi futuro padre trató de convencer a esa niña preciosa que se olvide de él a fin de ser feliz y hacer dichosa a su familia, aunque prometió nunca dejar de amarla.Ahí vino la decisión terrible de la niña rechazar de plano la sugerencia y al contrario resolvió abandonar su casa donde todo lo tenía y fugarse con él que no tenía nada salvo la devoción que a ella le deparaba.Este hecho significó para mi madre ser desheredada y privada del apellido, de lo contrario yo firmaría Sánchez Rojas..Dos pajarracos en TrujilloEn Trujillo ella incluso tuvo que lavar ropa ajena para ayudar a mi padre en los estudios a fin de ser Preceptor Rural de Educación, con lo cual reafirmaban para siempre su vocación de pobreza.

–Aprendí a comer camotes –dice mi madre– que antes los botaban y nadie los comía. ¡Ahora se sirve hasta en los platos de lujo! ¡Y son ricos! –refiere, resistiéndose a llorar y más bien haciendo la mueca de querer sonreír para disimular.

Los dos pajarracos en Trujillo salían a matar el hambre paso a paso, cogidos de la mano por la Placita del Recreo, de inmensos ficus y confiterías luminosas bajo toldos multicolores, mostrando helados y productos apetitosos que ellos no podían probar.Como dos provincianos desubicados y tímidos, daban vueltas y vueltas sin poder probar bocado en la ciudad colonial, de balcones enrejados, carrozas relucientes que pasaban llevando dentro gente atildada y de abolengo.

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Mirándose a los ojos y observando los juegos y tío-vivos, llegaron hasta una tómbola donde se rifaban variedad de artefactos y cachivaches.Todo ocurrió tan rápido que mi padre, sin saber cómo ni por qué ya tenía entre los dedos un boleto que el animador zamarro, criollo y avispado, dejaba en las manos de los distraídos caminantes que se acercaban.

–Nunca tengo suerte en rifas –se disculpó quien sería mi papá ante la jovencita, quien sería mi mamá, y a quien él nunca dejó de tratar como una princesa nacida en cuna de oro–. ¡Yo nunca he ganado nada en sorteos! –le repitió a ella tratando de devolver el papelito.Pero al verla a su lado tan inocente, candorosa e ilusionada, por deferencia le preguntó:

–De repente, ¿tú quieres apostar?–¡A ver! –le dijo ella sonriente y cogiendo el boleto. Y añadió enternecida– ¡Todo por nuestro amor!Y mi padre tuvo que alcanzar las únicas monedas que tenía y que eran para el pan de esa noche y los panes de los días venideros..Se ganaron una plantitaCorrió la ruleta y se fue deteniendo hasta dar con el número que justo era el que la jovencita, y mi futura mamá, tenía en la mano.–¡Suerte! ¡Suerte! Vean cómo a esta linda parejita, ¡señores y señoras!, les sonríe la suerte, –gritaba sensacional y a todo pulmón el vendedor.

Ellos se alegraron. ¡Por fin les sonreía el destino y no todo sería sacrificio y privaciones! Ahora la suerte, hasta entonces de rostro adusto para ellos, les hacía por lo menos un guiño dulce. ¿Qué se habrían ganado? Ellos no sabían lo que se había puesto en juego.

–¿Qué es? ¿Qué es? –preguntaban con ansiedad.¡Se habían ganado una plantita, chiquita y enjuta como un pollito!¡Qué decepción, en esos días de hambre, frío y desamparo!

Se sonrieron por compromiso y siguieron caminando ya con la bolsita húmeda y acunada en los brazos de la que sería mi mamá; pero cada uno pensando en la ironía del destino: ¡no tenían casa donde vivir, ni luz en el cuarto, ni agua corriente sino que había que traerla del caño de enfrente! Y ahora se les agregaba un ser todavía más débil y tenue, que ella cansada después de caminar varias cuadras, apretaba contra su vientre.

–No lloré por orgullo y por el cariño que le tenía a tu papá –se seca unas lágrimas mi madre, pero ahora ya sin poder contener su llanto.–¿Qué hago con ella? –le preguntó humilde al verlo a él cabizbajo y meditabundo.–Si quieres déjala por ahí, –le respondió, más confundido que seguro de lo que decía.

Pero, más por vacilación que por creer que hacía bien, mi madre no pudo deshacerse de ella.Tres meses duraron los cursos vacacionales, tiempo en el cual mi madre cuidó de la plantita en la habitación alquilada, fría y oscura. Cuando tuvieron que regresar ¡aún vivía, sin haber

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desarrollado por recato ni decrecido por cautela! Y fue lo único que en su equipaje trajeron a Santiago de Chuco, aparte de lo que habían llevado. .Arrullaba nuestro sueñoLa sembraron en Urupamba, al lado de una cabaña de campo perteneciente a mi tía Carmen, a donde nosotros frecuentemente íbamos. Allí creció, al principio titubeante e indecisa, porque era rara entre todas las plantas de la comarca, en donde reinaban altivos alisos, robles centenarios, eucaliptos ariscos, fresnos primorosos y señoriales jacarandás.Pero después tomó confianza y creció indetenible, tanto que superó en altura a los árboles más soberbios y ufanos. Eso sí, un poco torcida y ladeada hacia el techo de la cabaña, como queriendo protegerla, cubriéndola con su sombra y sus trinos.

Cuando yo era niño, ni bien cruzaba la tranquera, por donde corría una acequia, ya iba tirando la alforja, la gorra, el saco y cuanto me dificultara en los brazos, para treparme por su tronco sonoro hasta sus ramas altas.Allí se posaban todas las aves que hay en el universo y a toda hora: sea en la mañana, en la tarde o en la noche asombrada. Allí yo espiaba los nidos de gorriones bulliciosos, las santa rositas azuladas, las cuculíes que nos enternecían con sus zureos.

Bajo su sombra protectora ya a oscuras llegaban hasta sus ramas las lechuzas y el tuco temible que donde se pose la gente lo corre y espanta a pedradas.Para nosotros, por el hecho de guarecerse en nuestra casuarina, dejaba de ser un anuncio de malagüero.Y, al contrario, nos daba confianza porque era tener al malvado pero de aliado y consejero:– Tucúuu, tucúuu, tucúuu, –arrullaba nuestro sueño..Danilo Sánchez Lihón- INLEC

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La Flor de Lirola

"El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado." Schiller.

La Flor de Lirolá

Por Roxana Rojas

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Mi mamá acostumbraba contarnos (no leernos) historias antes de dormir con ese mismo tono de voz, seguramente, con el que su adorada abuelita se los había contado a ella y a sus hermanas bajo la luz de una lámpara. El hecho es de que aquellos cuentos me producían los sentimientos más profundos, especialmente por el hecho de que mamá utilizaba nuestros nombres para representar a los personajes. Esos mismos cuentos se los leo ahora a mis hijas con hermosas ilustraciones y bajo la firma de Andersen, Perrault y los hermanos Grimm; todos menos uno, La Flor de Lirolá. Era el cuento más triste.

Yo era la niña que vivía con su padre y hermanos. El padre les decía a sus hijos que fueran en busca de la Flor de Lirolá y que el que la encontrase se quedaría con todas sus riquezas. La niña caminaba y caminaba por senderos desconocidos hasta encontrarse con una viejecita (en realidad era una hada) que le pedía un favor y ella, tan generosa, lo cumplía. Entonces, en agradecimiento la anciana le revelaba el lugar donde se encontraba la Flor. Mientras tanto los hermanos, que ya habían pasado por allí pero que ni siquiera se habían detenido a escuchar a la abuelita, seguían en su búsqueda dispuestos a todo. Cuando la niña regresaba con la flor repetía esta frase: Qué miedo si mis hermanitos supieran que he encontrado la Flor de Lirolá. Y la escondía detrás de su mandil. Mas tarde repetía la misma frase y escondía la flor bajo su sombrero. Por tercera vez repetía la frase y la escondía en su zapatito (siempre imagine una flor aplastada, pero mi mama me explicó que era mágica). .

Después de caminar y caminar se encontró con sus hermanos. Ellos le hicieron preguntas y luego buscaron: primero el mandil, luego el sombrero y finalmente el zapatito. Le quitaron la flor y acto seguido enterraron a la niña viva, de pie (esto me resultaba terrorífico, aterrador, profundamente triste y lo peor es que la niña se llamaba igual que yo, era yo) y se fueron a decir a su padre que habían sido ellos quienes encontraron la flor y que no sabían nada de su hermana.

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El padre lloraba al no poder ver nunca más a su hija pero les entregaba las riquezas (aquí siempre yo preguntaba por que no la buscó, pero mamá decía que sí lo hizo, pero no pudo encontrarla). Un día, un leñador pasó por el lugar donde se encontraba la niña enterrada, y como había pasado mucho tiempo, del cabello de ella habían brotado unos carrizos (hasta ahora busco en el diccionario lo que significa esta palabra, tenia la idea de que eran como bambu y creo que acerté). El leñador arrancó algunos de estos (a este punto yo siempre preguntaba si le había dolido a la niña y mamá decía que no, pues los carrizos también eran mágicos) y con ellos se fabricaba una flauta. Lo milagroso del asunto es que cuando el leñador se ponía la flauta en la oreja escuchaba la voz de la niña que decía: "Leñadorcito, leñadorcito, no me dejes de tocar, mis hermanitos me enterraron por la Flor de Lirolá".

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Un día el leñador pasó por la casa del padre de la niña (esta era la parte que me llenaba de esperanza y ánimo). El viejo escuchaba de lejos lo que decía la flauta. Llamaba al leñador y cuando se ponía el instrumento a la oreja escuchaba lo siguiente: "papacito, papacito, no me dejes de tocar, mis hermanitos me enterraron por la flor de Lirolá". Entonces le pedía al leñador que lo llevase hasta el lugar donde había arrancado los carrizos. Allí encontró y desenterró a su hija. En cuanto a sus hijos varones, los arrojo descalzos a la calle a un lugar donde había piedras calientes y les quitó todas las riquezas que ya habían estado disfrutando. La niña recibió todo los tesoros y fue feliz con su padre por siempre.

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Aunque el final era alegre, el sentimiento en mi corazón me acompañaba toda la noche y en mis sueños, la tristeza infinita de ser traicionada por mis hermanitos y esa soledad, cuanto pesaba esa soledad de niña sin mamá. Ahora que

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soy adulta le he reprochado lo que sentía esas noches tristes y profundas. Ahora que lo pienso, debo agradecérselo. Con ese cuento ella me entrego el tesoro que había recibido de su abuela. Ese tesoro hizo que "la realidad no fuera solo un duro golpe del despertar" (como dice Bruno Bettelheim en su libro Psicoanálisis de Los Cuentos De Hadas), sino que hizo que mi vida sea "un universo mágico con dosis de realidad". Y aunque las situaciones en aquel cuento (como en muchos otros) eran espantosamente tristes o peligrosas, me mostraban que si uno se propone resolverlas, podrá llegar con éxito al final y salir triunfante. Creo que ese cuento tiene mucho que ver con que yo sea una persona fuerte.

De ahí que ahora que soy adulta haya creado mi propio universo mágico con dosis de realidad. Me he casado con un Ogro (tipo Shrek), soy una Ogra (tipo Fiona), mi madre y mi padre son la Bella y La Bestia; y por ultimo, mis hijas las princesas más hermosas, soñadoras y encantadoras de mi mundo mágico y real. Y soy feliz.

Publicado originalmente en A doce horas, Abril 2006.

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Historia de promesa

Por Verónica Torres.

Con profunda emoción esperaba su visita desde aquella hermosa ciudad, la Perla de Occidente. Ávida de historias en las que libraba batallas, combatía, vencía dragones, conocía príncipes, princesas y secretos que sólo a mí se me revelaban, la pequeña niña anhelaba tanto la llegada del tío Cecilio. Lo cierto es que las primeras historias, las evocadas bajo el ala materna, despertaron esa inquietud por descubrir, imaginar y soñar, pero la cansada voz de Cecilio, a quien desde niña recuerdo como el abuelo que en sus piernas me sentaba, formaba parte del ritual en el que la lectura se conformaba, para mi, como parte de un placer de encuentros y reencuentros. .Y ni tarda ni perezosa lo abordaba con un beso y el libro que estrenaba empastado color tinto con hojas que, añejas por el tiempo, se tornaron amarillentas. “Un cuento, por favor” y con una sonrisa convencía al viejo y –de nuevo– Cecilio, mi tío Cecilio, leía las maravillosas historias de Los piojitos de la princesa, La salchicha que no quería ser asada, ¡Firlefanz! o El jarrito que quiso ir a pasear. .Cada vez que don Cecilio nos visitaba, tres, cuatro, cinco historias eran parte del regalo que su llegada me traía. Con el pasar de los años, su voz, que aún me susurra de vez en vez algunas palabras, hacía pausas, bajaba de volumen, se oía cansada… y de pronto; cuando el héroe herido casi lograba vencer al dragón de tres cabezas, la historia se detenía y tras el silencio, un sonoro ronquido comenzaba…el tío vencido por el sueño, se había dormido.

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Pacto de honor“Si me sigues leyendo, te prometo –apenas balbuceé que cuando yo sepa leer, te voy a visitar y te leeré todas las historias que quieras y no me dormiré”. El héroe, el dragón y todos los personajes cobraban vida mientras el tío luchaba contra el sueño que le obligaba a cabecear de vez en cuando. Las visitas de Cecilio ya no fueron tan comunes. La lectura, desde niña mi fiel compañera, comenzó a formar parte de mis más importantes actividades. Después de la literatura fantástica vinieron historias reales que

dejaban entrever parte del entorno que me rodeaba y del cual yo aprendía a cada instante. .Un pasaje claro de mi infancia es mi padre en los juegos mecánicos del parque tratando de invitarme a brincar, correr y yo, con el libro en la nariz; leyendo cada frase, letra por letra y fascinada de poder, yo misma, dar vida a esas historias y a esos personajes. Mis juegos eran derroche de imaginación, sin estereotipos ni estándares, sin límites o barreras…inventábamos (mi hermano y yo) historias nuevas, desenlaces fantásticos; a veces tristes, a veces sumamente divertidos y nuestra fantasía se desplegó..Descubría el mundo, indagaba sobre él, crecía y de esta manera me hice adulta. Si algo tengo claro es que el crecer de la mano de la lectura contribuye en gran medida a que hoy mi preocupación principal sea precisamente fomentar el hábito de la lectura en niños, a través de ciertos lineamientos educativos..Una promesa es una promesa

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Toda vez que mi lectura fue mejorando y antes, incluso de entrar a la escuela, visité la hermosa ciudad de Guadalajara y en la casa del tío, en Colinas de la Normal, recorrí el pasillo de entrada corriendo, al llegar a la habitación del fondo, abracé fuertemente las piernas de mi viejo y grité: “ya sé leer, ya sé leer… y vengo a cumplir mi promesa”.Sentada en sus piernas tomé el periódico y comencé a leer, letra por letra, palabra por palabra cada una de las notas hasta que una gota cayó en una de las páginas…el buen tío llorando murmuraba, “ya sabe leer, ya sabe leer… y vino a cumplir su promesa”.………………………………………………….Verónica Torres reside en México, D.F y estudió comunicación y relaciones públicas en la Universidad Latinoamericana. Actualmente se desempeña en el área de Administración y marketing de la empresa MicroStrategy México.