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BICICLETA Enero 2014 • Número 187 • $20 La bicicleta: medio de transporte, de vida, de inspiración, de conocimiento LEER EN Verónica Gerber Xitlalitl Rodríguez Mendoza Guido Arroyo Liliana Colanzi Björn Kuhligk

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La revista Tierra Adentro, de Conaculta, arranca el año con su número 187 dedicado a la bicicleta. Excelente contenido.http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/

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BICICLETA

Enero 2014 • Número 187 • $20

La bicicleta: medio de transporte, de vida, de inspiración, de conocimiento

LEER EN

Verónica Gerber • Xitlalitl Rodríguez Mendoza • Guido Arroyo • Liliana Colanzi • Björn Kuhligk

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3 UmbralPOESÍA 4 De México: Apache. Un pequeño poema western, Xitlalitl Rodríguez Mendoza

31 De lengua española: Te digo que los libros de poesía actuales son cabezas de pescado pudriéndose: Diarios, Guido Arroyo

48 Del mundo: El amor, Björn Kuhligk

CRÓNICA18 No pedaleo, Óscar David López

20 Einstein y la dinámica meditación en bicicleta, Raúl Fierro

22 La bicicleta blanca, el memorial invisible del ciclista que nadie vio, Vanesa Robles

26 La bicicleta y yo, Eugenia Coppel

LA PLÁTICA OPTIMISTA 8 Vidas en bicicleta. Una conversación con Ingrid Drexel, Agustín Monterrubio y Juan Pablo RamosCUENTO28 El ojo, Liliana Colanzi

PORTAFOLIOS Los privilegios de la bici, obra de Eugenia Coppel. Así se ve Guadalajara en bici, presentación de Xitlalitl Rodríguez Mendoza

ARTE19 Ulysses Way, Andrea Torreblanca

32 Notas de un paseo en bicicleta, Verónica Gerber Bicecci

38 Rueda que rueda: La bicicleta en el cine, José Antonio Valdés Peña

CÓMO LEER EN BICICLETA42 Cuatro glosas sobre un texto de Gabriel Zaid: Ximena Atristain, Diego Salas, Efraín Velasco, Óscar David LópezMATERIA TÓPICA49 Ciclismo, Luis Vicente de Aguinaga

RELOJ EN VELA50 El manual de la diseñadora descalza, por Selva Hernández

51 Nacimos irritilas en el acuario del mundo, por Odette Alonso

52 La fragilidad del campamento, por Ingrid Solana

53 Diarios de bicicleta, por Ana León

54 Blitz, por Luis Alberto Arellano

55 En medio de extrañas víctimas, por Joaquín Guillén Márquez

ALACENA56 Gabriel Zaid: El arte de detenerse a leer mientras se pedalea / De la

bicicleta considerada como musa moderna / Bicicletas lisérgicas / José Emilio Pacheco, traductor / Tres inéditos de Salinger

58 Richard McGuire: Todo se mueve en bicicletaTierra Adentro es una publicación mensual del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Los textos firmados son responsa-bilidad de su autor. Los editores no comparten necesariamente el punto de vista de los autores. Los títulos de los textos son responsabilidad de los editores. Periodo de exhibición: enero de 2014. Domicilio: Av. Paseo de la Reforma 175, piso 3, colonia Cuau-htémoc, México, Distrito Federal, CP 06500; teléfono: 41550200, ext. 9094; correo electrónico: [email protected]. Editor responsable: Rodrigo Castillo. Publicación registrada en la Dirección de Derechos de Autor de la Secretaría de Educación Pública, con Reserva de Derechos de Título núm. 04-2011-051212064200-102. Certificado de Licitud de Título, núm. 9776. Certificado de Licitud de Contenido, núm. 6837, expedido por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación, ISSN 0185-0938. Impresión: Gráfica, Creatividad y Diseño, S.A. de C.V. Distri-bución: Educal S.A. de C.V., Avenida Ceylán núm. 450, Colonia Euzkadi, Azcapotzalco, México, Distrito Federal, CP 02660.

Rafael Tovar y de TeresaPresidente Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Saúl JuárezSecretario Cultural y Artístico

Francisco Cornejo RodríguezSecretario Ejecutivo

Ricardo Cayuela GallyDirector General de Publicaciones

Rafael VargasDirector General Adjunto Programa Cultural Tierra Adentro

Rodrigo CastilloDirector Editorial

René López VillamarEditor web

Fco. Javier Becerril MendozaDistribución y ventas

RevistaTierraADENTRO

DirectorRafael Vargas

EditoresRodrigo Castillo Luis Manuel Amador

Asistentes de ediciónNoemí MorenoClaudia Sandoval

CorrecciónValentina Gatti

DiseñoGermán Montalvo Zabdiel Pérez Florentino

Coordinación editorialXitlatilt Rodríguez Mendoza

Consejo editorialVerónica Gerber, José Pérez Espino, Jezreel Salazar, Andrea Torreblanca

CorresponsalesYasnaya Aguilar (Oaxaca); Luis Vicente de Aguinaga (Guadalajara); Amaranta Caballero (Tijuana); Julián Herbert (Saltillo); José Homero (Xalapa); Francisco Magaña (Tabasco); Eugenia Montalván (Durango); Adán Echeverría (Mérida)

Director fundadorVíctor Sandoval †

PROGRAMA CULTURAL TIERRA ADENTRO

enero 2014 • número 187

www.TIERRAADENTRO.CONACULTA.GOB.MX

C N T E N I D O S

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U m b r a lPara Gabriel Zaid, que sabe leer en bicicleta, por sus espléndidos ochenta años

LA hISTORIA de la bicicleta se remonta a 1696, cuando el matemático francés Jacques Ozanam planteó en sus Récréations Mathématiques et Physics la posibilidad de crear un vehículo capaz de moverse sin caballos, empleando sólo la fuerza de las piernas de su conductor. Un aparato en el que uno podría “ir libremente a donde quisiera” y, al mismo tiempo, hacer un buen ejercicio. Pero no concebía ese aparato con dos, sino con cuatro ruedas, y no imagi-naba que su tripulante viajaba sentado, sino de pie, sobre un par de pedales más cercanos a lo que hoy parecería una escaladora mecánica que al estilizado vehículo al que estamos habitua-dos. Por eso en un comienzo se habló de velocípedo (“pie rápido”), y sólo hasta 1860 comenzó a utilizarse el término que ahora nos es común, y que no es sino la sucinta descripción de su rasgo principal: dos ruedas que giran.

Hoy estamos acostumbrados a ella, pero la bicicleta es una máquina que parece surgida de un sueño. Los poetas dan cuenta de su naturaleza fantástica y con todo tino señalan que algo tiene de insecto (Neruda, en su “Oda a la bicicleta”), algo de quebradiza osamenta (Anne-Ma-rie Coppi, en “Imágenes de la bicicleta”), que es una singular aleación de alambre y viento (Fabio Morábito, en sus “Canciones Defeñas”).

Es un medio de transporte maravilloso, y un extraordinario instrumento para hacer ejer-cicio, como lo anticipaba Ozanam. Pero también —en la medida en que el pedaleo es lo más parecido al paso, que favorece la meditación—, una magnífica manera de estimular la imagi-nación y la inteligencia.

La bicicleta, dice François Soulages, “es un medio para que el niño salga de la infancia y para que el adulto vuelva a ella.”

En nuestros días vemos con regocijo que el uso de la bicicleta es cada vez más popular en todo el mundo. Como en la encantadora sátira de Cortázar (“Progreso era el de antes”), en la que la historia del transporte se cuenta al revés (los aviones de hélice ofrecen más ven-tajas que los jets, las bicicletas más que los ferrocarriles y los automóviles, y la cima de las formas de locomoción es de nadar y andar a pie), la bicicleta demuestra su clara superioridad como medio de transporte urbano respecto de los automóviles. No sólo no contamina el aire ni satura y deteriora las calles; propicia que la población sea más sana física y mentalmente, que conviva de modo mucho más amable y que sea mucho más disfrutable trasladarse.

Si antes, para demeritar a una comunidad pequeña solía decirse que era un “pueblo bicicle-tero”, en nuestros días, ante el caos y destrucción que han producido los automóviles en las ciudades, esa expresión adquiere una resonancia utópica. Ya quisiéramos ver nuestras ciuda-des llenas de bicicletas —y tanto mejor si estas fuesen propiedad colectiva.

En este sentido, hay que subrayar que la bicicleta —o, para decirlo mejor: el ciclismo— entraña muchas cosas: no es sólo una opción de transporte individual, una actividad depor-tiva, una manera de disfrutar el tiempo de ocio, sino una posibilidad de reconstruir la vida urbana, de hacer vida en común con nuestros vecinos, de ser, contra la grosería del dinero y las imágenes que nos impone, más modestos e igualitarios. No es exagerado decir, entonces, que el ciclismo es un humanismo.

Rafael Vargas

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Parque Morelos, territorio inhóspito. Hogar de oficinistas con vans que se creen superiores a los oficinistas con zapatos. Una banda de cretinos mexicanos de Los Angeles que se cree superior a una banda de cretinos mexicanos de la Calzada. Misma entrañable mierda.

Allá voy pedaleandoya dos cuadras lejos de casa. Logré atravesar Angulo un matadero de transeúntes arrollados por la estampida de camiones grises y transportistas esclavizados. Pedaleo.Yo soy yo y mi Apachetriciclo rojo con tres llantas y una caja de metal la Reina, mi perrita corriente, me acompaña odia a niños y policías (no sabe lo que soy). Pedaleo.

Nada de lo que llevo me salvará la vida: un cuaderno con mi abuelo muerto dibujado y algunos recortes de hostias. Nada de lo que llevo me salvará la vida. Pedaleo.

Allá voy a través de San Diego hasta llegar al desierto de grava, afuera de la Cruz Roja. Me introduzco al parque. Pedaleo. Su centro es un espacio oscuro cielo tapiado de flechas todavía con hojas una pequeña cantina con borrachos que se miran pobres y un futbolito. Pedaleo. Ellos no son oficinistas. Pedaleo. Son desempleados, basureros, jardineros. Pedaleo. El mobiliario: animales de cementococodrilo, jirafa, elefante uno que no reconozco. Dejo mi triciclo monto sobre ellos. Cuellos largos, cuellos tiesos, cuellos cansados de tumbar niños hambrientos

Apache. Un pequeño poema westernXITLALITL

ROdRÍgUEz MENdOzA

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por montón. Patas huesudas, abiertas de cabalgarles sus crujientes cabecitas de avellana crujientes cabecitas muertas de nenes olvidados en el imss, de nenes no adoptados por mi madre a pesar de sus preguntas sistemáticas.

¿Y vos querés un hermanito? Habría dicho mi madre sudamericana, pero no la mía —pequeña oficinista con zapatos.

Que dejaron a un niñito en los cuneros, decía.

Más de alguno habrá quedado con pupilastransparentes bajo lozas transparentesde plástico que otorgael seguro social gracias a los pagos tripartita.

Ojalá no hayan muerto. No aún.

Otros habrán llegado a montar este elefante bofo de estómago agujereado (buen escondite)sin colmillossin orejasmemoria de pez

A estas bestias hay que saltarles al lomo y recorrerlas una y otra vez, día tras día, como si de eso dependiera no quedarse ahí por siempre, y convertirse en un oficinista con vans. ¡A trepar jirafas se ha dicho! A gatas por el lomo de lagartos y a rasparse.

Ahora grita el oficinista mayor, el gran jefedice que baje pero no quieroestá altoque baje o me baja dispara con su apuntador láser

Caigo sobre él y me llevo sus lentes de pasta al piso Reina ladra

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Subo a mi triciclo y aúllo. Pedaleo. Aúllo como nunca lo haré de nuevo en 25 años. Pedaleo. El oficinista con vans me insulta y corre detrás blandiendo el puño, pedaleo, como en una mala traducción de Dostoievski, pedaleo. Su pie plano y pantalones apretados mis aliados. Pedaleo. Casi nos alcanza. Pedaleo. No miramos atrás. Pedaleo. Hay chamizos cruzándose en nuestro camino ruedas de plástico con figuras geométricas ensamblables para niños con edades de entre 12 y 23 meses de edad girando sin control. Pedaleo. No miramos atrás pero yo miro al lado. Pedaleo. En una banca, una pareja se besa. Pedaleo. No puedo dejar de mirar. Pedaleo. Los ojos cerrados, la mano de él escondida en la espalda de ella, el rostro de ella inexistente. Pedaleo. Todo es una nuca y cabello negro y espalda blanca y cuatro piernas. Pedaleo. Demasiado malo para ser mentira. Pedaleo. No puedo dejar de mirar. Pedaleo. Si no me volteo seré una niña atroz por siempre. Pedaleo. No puedo dejar de mirar. Pedaleo. Me acerco demasiado pedaleo pedaleo pedaleo

Apache se vuelca y caigo. La pareja voltea sorprendida y ríe. El oficinista se ha detenido y ríe aún más. Mi boca abierta rodilla sangrantecuaderno deshojado

Mis pies se contraen zapatos vuelan zapatos de piel de animal cimentado

Reina se come los recortes de hostias

Las tres llantas del triciclo giran en el aire y bajo ellas voy pequeño insecto que antes de morir da la última vuelta al parque patas al cielo.

Todos los caminos. Llantografía/Papel Amate, 50x30 cm. 2013

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LA PLÁTICA OPTIMISTA

Vidas EN bICIClETa

Una conversción con Ingrid Drexel, Agustín Monterrubio y Juan Pablo Ramos

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HAy ObjETOS que transforman la vida al punto de hacer que ésta quede ligada siempre a ellos. La bicicleta, por ejemplo. Sus más fieles usuarios no sólo la consideran como su medio de transporte favorito, sino como una manera de hacer amable el espacio en el que habitan —es decir, como un recurso vital. Por ello quisimos que ocurriera esta conversación entre quienes entienden que hay un antes y un después de los primeros pedaleos.

El pasado 11 de noviembre, en una pequeña sala de Reforma 175, Tierra Adentro recibió a la campeona nacional de ciclismo: la neoleonense Indrid Drexel (a quien agradecemos que haya abierto un espacio en su agenda para acompañarnos un día

entero en la Ciudad de México), al comunicador, diseñador y empedernido ciclista Agustín Monterrubio (director fundador de las asociaciones civiles Bicitekas y Jinetes Sampleadores de Imágenes, y actual vocero de la organización Bicired) y al pedalero en ciudad Juan Pablo Ramos (director de la revista Cletofilia y coordinador editorial de las revistas Triathlón Plus y Shape México).

Lo que sigue es una versión editada de la charla que esos tres devotos de la bicicleta sostuvieron para Tierra Adentro, en un viaje que va de la memoria al presente, de la ciudad a la pista, y de la desordenada convivencia urbana de hoy al modelo de convivencia que plantea de cara al futuro este medio de locomoción.

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Rodrigo Castillo (Tierra Adentro): Muchas gracias por aceptar la invita-ción, gracias a por acompañarnos. La idea es que charlemos, que se sientan cómodos, que platiquen alrededor de la bicicleta, cómo es que la utili-zan, en tu caso, Ingrid, por ejemplo, como herramienta de trabajo. Hay gente en el D.F., por ejemplo, que se dedica a hacer mensajería en la bici-cleta. Contratamos a uno y resultó maravilloso. Creo que las empresas todavía no se acercan con ellos por el asunto de que es peligroso que repartan y los contraten y pueda pa-sarles algo.

Y hay más cosas. Son ustedes gen-te que está entregada al mundo de la bicicleta y queremos que esta con-versación sea completamente libre. También pueden quejarse.

Luis Manuel Amador (Tierra Aden-tro): Habíamos hecho en la Redac-ción un trabajo en equipo, una relación de puntos que podrían ser preguntas o detonantes sobre qué tiene o cómo se relaciona la bici-cleta en la vida de cada uno de noso-tros y también de ustedes, que están específicamente ligados a un asunto de la bicicleta. Por un lado, Ingrid es una corredora profesional tanto como de ruta como de pista. Por lo menos hasta 2012 se había agen-ciado casi 40 medallas de oro para Nuevo León y algunas de plata. Nos honra mucho que hayas aceptado venir a platicar sabemos que estás súper ocupada, gracias por tu tiem-po en el uso de la agenda. También ustedes, Juan Pablo y Agustín, es-tán estrechamente ligados a la vida en bicicleta.

Lo que queríamos saber es, como primer punto, de manera personal sobre todo y profesional, qué repre-senta para cada uno de ustedes, con todo lo que implica representar, la bicicleta. Cuánta importancia tiene

en su vida diaria, dedicándose a lo que hacen y en qué momento co-menzó a significar algo para ustedes en la vida.

Ingrid Drexel: Yo empecé con la bicicleta a los siete años. Desde en-tonces creo que me marcó la vida porque no la dejé. Antes de empezar con el ciclismo estuve en todos los deportes imaginables y ninguno me llamaba la atención. Empecé con la bicicleta primero por diversión o hobby. Conforme fue pasando el tiem-po la cosa se empezó a poner más seria: competencias nacionales, in-ternacionales. Ahora la bicicleta es mi herramienta de trabajo, represen-ta mi prioridad cada día. También la uso como medio de transporte para moverme desde mi casa al área de entrenamiento, en vez de irme en automóvil, la uso para transpor-tarme e igualmente para entrenar y cumplir con mis objetivos.

Agustín Monterrubio: Gracias por la invitación. Para mí la bicicleta representa libertad y diversión. Re-cuerdo que mi primera bicicleta era una Vagabundo, y para mí era un ca-ballo. Yo salía a mi pueblo, dentro de la gran ciudad, lleno de calles empedradas, que era Santa Úrsula Coapa, en Coyoacán. Mi sensación era que fue mi aliada para ser inde-pendiente. Yo dormía amarrado a ella, como una conexión, una for-ma de descubrir el mundo. Siento que desde ese momento comenzó a cobrar significado. Pero cuando la comencé a usar de forma utilitaria vi que en lugar de ir apretado, in-cómodo, en un microbús, podía ir divertido, haciendo ejercicio y veloz. Fue cuando descubrí lo que ahora también es una manera de lucha por cambiar las ciudades, de pensar en el medio ambiente: qué estamos res-pirando y qué estamos haciendo; de

ser como un juego y una forma de descubrir el mundo ahora también es una manera de lucha.

Juan Pablo Ramos: Mi primer acercamiento fue el más fuerte al principio, de forma deportiva como a los trece años empecé a hacer ci-clismo de montaña. Soy de Tehua-cán, Puebla, y hay muchos cerros, lo cual es una maravilla. Desde en-tonces y hasta que me fui a la uni-versidad a los dieciocho años viví en el cerro. Después, en la universidad estuve cinco años sin usarla (estudié Ciencias de la Comunicación) pero ahí se fue forjando otro interés: traba-jar en medios, principalmente impre-sos. Cuando me vine a la Ciudad de México comencé a trabajar en una edi-torial a hacer una revista de ciclismo (Bike donde estuve como corrector de estilo y luego como redactor). Co-menzando a ver los movimientos ciclistas urbanos me surgió la inquie-tud con otros compañeros de hacer un medio especializado o enfocado a hablar de lo que estaba sucediendo en la ciudad y así fue como hicimos Cletofilia hace cuatro años y ahora la bicicleta es además de mi medio de transporte (porque comencé a con-vencerme a mí mismo de que era la mejor forma de desplazarme en la ciudad) uno de mis trabajos princi-pales. Edito otras revistas pero este es un proyecto personal. Así que la bici está sumamente presente en mi vida cotidiana.

Castillo: ¿Y de ese convencimiento personal se ha logrado algo? ¿An-dar en bicicleta en la ciudad les ha ayudado a tener el convencimiento pleno de que es el transporte que quieren utilizar?

Ramos: Sí, definitivamente, cada día me convence más. No estoy en contra de otros medios de transporte

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(cuando tengo que llevar cargas, por ejemplo).

Monterrubio: O cuando llueve mucho, se puede contrarrestar con buen equipo, pero no es igual.

Ramos: Digo cargas, pero en lo personal, si tienes que llevar un mue-ble o revistas o vas con un grupo de amigos que no tienen bici, dices: ¡No!, me voy en coche. Pero en tus activida-des: ir al banco, ver a un cliente, ir a una entrevista, te mueves en la bici, la ciudad se te hace más pequeña.

Monterrubio: Yo empecé cuando me movía en bici. Venía de Santa Úrsula a la Roma, trabajaba y todo mundo me decía: “pero va a llover”, “te van a robar”, “vas a llegar suda-do”, todos tenían un pretexto.

Drexel: Todos tenían un pero…

Monterrubio: Un pero y un miedo también. Yo balanceaba lo que me hacía sentir irme en bici o irme en el metro y prefería siempre hacerles un poquito más de tiempo pero lle-gar en bici y llegar contento y llegar como con buena actitud. Creo que se ha podido desde hace mucho. De hecho, el momento ciclista de la Ciudad de México son los años 80, cuando Greenpeace junto con la Fundación Arturo Rosenblueth hi-cieron un movimiento y traían toda una campaña para que los automovi-listas voltearan a ver cuando abrían la puerta, que las coladeras en lugar de ser paralelas a las calles fueran perpendiculares… En la ciudad de México hay una historia de lucha por espacios ciclistas y la ciudad no

es tan complicada como otras ciuda-des para andar en bici: hay espacios, es plana, el clima es agradable. Ma-drid, por ejemplo, es complicada de verdad; los carriles son pequeños y sólo pasa el coche; si te metes, si se te ocurre meterte, estás “pecando”. En la Ciudad de México creo que es posible. El clima y otras cosas se prestan para que normalmente lo hagamos.

Castillo: A pesar de que la ciudad es complicadísima por el nivel de au-tomóviles que hay.

Ramos: A veces esa cantidad te hace más fácil rodar y avanzar por-que no se mueven los autos. Más bien, adaptándote a esta falta de in-fraestructura te queda bien porque no avanzan, vas tranquilo. Si te metes

Juan Pablo Ramos, Ingrid Drexel y Agustín Monterrubio. Fotografía: Archivo Tierra Adentro, L.M.A.

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a una avenida donde van rápido y no hay luz o no hay iluminación ni tampoco un carril confinado, eso sí es ponerte en riesgo.

Monterrubio: Yo creo que aquí las complicaciones son las barreras urba-nas. También todas las supervías repri-midas, periféricos, y todas esas obras que no están pensadas para que pase un peatón o un ciclista. Esas sí me parecen barreras. Hay zonas que son

infranqueables si no tienes bien pues-to tu casco y el ánimo debido. Creo que también la ciudad impone barre-ras de construcción de elementos que han sido pensados para el auto.

Amador: Ya que están con la bici todo el tiempo, ¿cómo es una jornada de ustedes o de cada uno acompañado de su bici, desde que se despiertan?

Drexel: Yo me levanto en la ma-ñana a desayunar. Lo primero que hago es entrenar, aproximadamente entre cinco horas y o cinco horas y media. Todo el tiempo acompañada de mi bicicleta. Llego a la casa, la re-viso, la lavo, le doy mantenimiento. Reviso siempre que todo esté bien

porque si no, no funciona como debe ni da uno su mejor rendimien-to. Eso es en las mañanas y en las tardes si tenemos doble sesión la vol-vemos a usar, y si no pues tenerla bien cuidada porque la verdad también es como un vehículo, le tienes que estar dando mantenimiento.

Castillo: ¿Tu bicicleta es muy cara?

Drexel: Sí.

Castllo: ¿Qué tipo de bicicleta tienes?

Drexel: Tengo una Felt y una Fuji.

Monterrubio: ¿Y le metes mano?

Drexel: Sí. No soy tan experta pero sí me gusta moverle y sí sé. Pero cuan-do necesita un mantenimiento más profundo la llevo a una tienda a que la desarmen y le den servicio, pero por lo general si sé y me gusta moverle.

Castillo: ¿Has tenido en algún momento una relación de odio con la bicicleta?

Drexel: Sí. Nosotros como com-petidores, como llevamos una vida

muy pesada, constante y de muchos sacrificios y esfuerzos, etcétera, llega un punto en que explotas y te hartas porque tu cuerpo también se agota de tanta carga. En esos momentos es cuando no quieres ver una bici-cleta. Al menos yo, después de dos tres días de que me dicen: “está bien, descansa”, ya la quiero otra vez. En-tonces tiene sus etapas de que no la quiero ni ver, pero dura poquito.

Castillo: ¿En qué momento sen-tiste que odiaste más a la bicicleta?

Drexel: Cuando tenía quince años. Estaba en mi primera etapa de esos viajes de quince años que a las amigas les dan como vacaciones. Nosotros no tenemos vacaciones y no podemos salir. Entonces me invita-ban y yo decía “Ay, es que no pue-do”. Ni un día con las amigas de mi infancia. No puedo esto y no puedo aquello, y no puedo nada. Ahí fue donde exploté y dije “¡Hasta aquí! Ya no quiero”. La hice a un lado y me aventé como tres meses de descanso y dudaba: “regreso o no regreso, re-greso o no regreso”.

Ramos: Creo que es la edad en la que más desertan, ¿no?

Drexel: Sí, la plena etapa de ado-lescencia. Si la pasaste, ya la hiciste, pero si no…

Monterrubio: ¿Y aprovechaste ese tiempo para pasear?

Drexel: Sí, fui a mil viajes, hice de todo. Obviamente, después de eso piensas “fiestas siempre habrá”, “viajes siempre habrá”, pero no es lo mismo, por la satisfacción que ganas después de todo el sacrificio. Sí con mis amigas que siempre van a fiestas y el antro, pero para mí era simple estar así, en lo mismo. ¡Qué flojera!

De hecho, el momento ciclista de la

Ciudad de México son los años 80, cuando

Greenpeace junto con la Fundación Arturo

Rosenblueth hicieron un movimiento y

traían toda una campaña para que los

automovilistas voltearan a ver cuando

abrían la puerta, que las coladeras en

lugar de ser paralelas a las calles fueran

perpendiculares…

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Hay que hacer cosas diferentes y con algo que te gusta.

Castillo: Una pregunta que quiero hacerte, más en el plano personal: ¿te has imaginado sin la bicicleta?, ¿has pensado qué sería de ti si no fue-ras una campeona o si fueras ciclista pero no hubieras alcanzado el éxito que tienes?

Drexel: Pues no sé, a lo mejor no seguiría en este deporte porque mi amor también se fue agrandando por el hecho que fui exitosa o me iba bien. Me gusta ser una perso-na exitosa y ganar. Creo que es lo que quiere todo deportista. No sé. Por algo las cosas se me dieron y ahí la llevo. Pero cuando me he imagi-nado sin una bicicleta es cuando yo haya cumplido todas mis metas, mis objetivos, lo que quiero lograr. Guardo la bicicleta pero la de alto rendimiento, deportiva, porque ob-viamente en lo libre andaré de hobbie o para transportarme. Me veo así cuando cumpla todo. Quiero for-mar una familia y esas cosas, y cargan-do una bicicleta es muy arriesgado.

Castillo: ¿Y cuál es tu objetivo?

Drexel: Obviamente una meda-lla olímpica. Ya tuve la oportuni-dad de estar en los juegos olímpicos donde no hice lo que hubiera querido porque tuve un accidente, pero quie-ro ir a unos juegos olímpicos no para decir “fui a los juegos olímpi-cos” sino para estar satisfecha con los resultados y con lo que yo hice, obviamente traer una medalla, ese es mi objetivo.

Amador: ¿Y te han robado una bicicleta?

Drexel: No, por suerte nunca me han robado una bicicleta. Siempre

la tenemos muy segura. Por mi casa tenemos una bodega con llave don-de guardamos las bicicletas porque yo tengo varias bicis y mi mamá y mi papá también. Gracias al cielo nunca ha pasado nada y cuando via-jamos siempre la tenemos muy segu-ra. También hay que estar siempre cuidándola. Si vamos a hoteles y no dejan subirla al cuarto, nos la asegu-ran o firmamos algo extra que diga que si les pasa algo es su responsabi-lidad, pero nunca hemos tenido ese tipo de problemas por el hecho de que nos roben.

Monterrubio: ¿Tus papás te indu-jeron?

Drexel: Yo a ellos. Mi mamá, cuando era joven, hacía triatlón, que de alguna manera involucraba bicicleta. Pero cuando yo empecé, mis papás se empezaron a interesar. Mi papá nadaba mucho y compró una bicicleta. Ahora tiene su grupo. Siempre anda en bici y mi mamá y un tío también; gente cercana a mí se está interesando…

Amador: ¿Y a ustedes dos, les han robado la bicicleta?

Monterrubio: Yo, la verdad, no he perdido una bici en la calle nunca. Nadie me ha robado, sino en mi casa, donde rento. Gente que llega a pedir un cable, de otros departa-mentos. Ahí dejo mis bicis y tengo ya varias que me han robado. Lo que hago con este tema, como dicen en Colombia: “nunca doy papaya”, no me confío. Me parece que los robos comienzan cuanto te confías. Siem-pre se la dejo a alguien y le digo: “us-ted se hace responsable y le doy lo que sea, no importa”. O la llevo con-migo, o llevo mi candado de crip-tonita, y ya. La dejo donde sea. O traigo conmigo una bici vieja si voy a

meterme a un lugar rudo y así nadie la pela. Esa es una buena estrategia.

Ramos: A mí, jamás. Estoy lim-pio. Por ahora.

Castillo: Juan Pablo, como editor de una revista de bicicletas, ¿en qué momento te fijaste que era momento de hacer una revista así, exclusiva, una revista nicho? Ese nicho es, ob-viamente, comercial. La bicicleta es en parte lo mismo.

Ramos: Primero, porque me en-cantaba leer revistas de bicis. Antes de trabajar en Bike yo compraba la edición de Bike España

Amador: ¿Quién edita Bike?

Ramos: Motorpress, que es ale-mana. En México la hace Editorial Televisa. Estamos ahorrando para comprarla ahora, pero primero tene-mos que invertir en nosotros (risas). Leía esa revista y estaba muy clavado en ciclismo de montaña. Esa era “la” revista junto a Sólo bici. Yo sabía que había gente que compraba esa revis-ta de ciclismo y que había más gente a la que le interesaba conocer más marcas y accesorios. Cuando empe-cé a ver lo que hacían en la ciudad noté que era diferente. Todavía sigo aprendiendo mucho de cómo es el ciclista urbano: en realidad muchas veces no se fija en la bicicleta sino lo que hay alrededor de ella. Enton-ces, pensamos en hacer un balance e intentamos decirle y enseñarles mar-cas, distintos tipos de bici, precios, porque eso también ayuda a que se tenga una cultura, pero sí a ofrecer-les lo que ellos buscan. Si ya se com-praron una bici, muchas veces ya no se compran una en cinco, siete años, o en toda su vida. Si tienen su bici con la que se mueven, seguro la van a adorar hasta la tumba. Entonces,

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¿qué les ofreces?: rutas, lugares qué visitar, libros qué leer. Incluso, te-nemos una sección donde Armando Vega Gil escribe cuentos, una nove-leta por capítulos. Hablamos todo sobre el tema de la bici y, más bien, con todo lo que se puede mover alrededor de este medio de trans-porte. Así, el subtítulo de la revista conlleva ciclismo urbano y estilo de vida. Eso es invocador.

Castillo: Agustín, ustedes en Bicite-kas también tienen una parte edito-rial, libros que regalan con licencia Creative Commons, como el pdf que nos encontramos del libro Mi ciudad en bicicleta. También el nuevo texto de Ivan Ilich. ¿Cómo dan con estos temas de la bicicleta si están tan car-gados en la literatura? ¿A alguno de ustedes le interesa las artes?

Monterrubio: Comenzamos con una revista hace quince años (soy di-señador). En ese momento estaba un reportero de Bélgica que era corres-ponsal en México. Desde el primer momento nos dimos cuenta de que el arte era importante si queremos influir. Fuimos a ver al delegado de la Cuauhtémoc para proponer una ruta de ciclovías. Él nos recibió y dijo “claro sólo convenzan a los ve cinos y vayan a algunas reuniones, que son lo más difícil”. Pensé ¿cómo le hacemos? Hagamos una revista y repartámosla con todos los vecinos que están alrededor de la futura ciclovía. Inventábamos fotonovelas, invitábamos a que la gente escribiera, estuvimos siempre identificando a autores. Por ejemplo Waldo Frank, que escribía de temas sobre cómo modificaba la velocidad el hecho de los coches, cómo modificaba el pensamiento de los ciudadanos. Res-catando textos y modificando cosas, se nos ocurrió que era la forma de llegar a más gente, convencer. Fue

como una bola de nieve como em-pezó la revista. Nos desgastaron y la ciclopista jamás se hizo. Nos dimos cuenta de que había que hacer más sacrificios. Para qué queríamos una ciclopista si nadie la iba a usar. Ne-cesitábamos a gente pedaleando en la calle. Entonces hicimos el paseo nocturno, y se empezó a volver una masa, una escuelita de ciclistas ur-banos. Desde el principio empeza-mos con una onda de publicar. A la

gente, en el momento en que lo veía impreso le parecía posible y real. No existió la ciclopista pero lo vieron factible como un proyecto. El perió-dico Reforma hizo una infografía. La gente decía “¡Ah!, me late”. Un abogado vio esa revista y empezó a dejar su coche, luego se hizo promo-tor del tema. Se hizo el abocleto de la banda. Una vez se vistió de azteca. Él fue el biciteca. La cultura siempre era el cometido y puede ser un gran asunto involucrarla para poder lle-gar a las personas de otras formas, no sólo con datos duros. Jugar un poco, involucrar a las personas con performances, acciones. Una vez convo-camos y llegaron siete personas y esas siete nos subimos al segundo piso a protestar en un performance urbano.

Esas son las cosas que trascienden y logran algo.

Amador: ¿Y cómo ven, en el pre-sente que les toca vivir como perso-nas involucradas en el ciclismo, cómo era antes y cómo ven que se proyecta hacia el futuro?, ¿hay un buen des-tino para este proyecto y forma de vida con la bicicleta? ¿Ha mejorado la convivencia entre el ciclista y su entorno desde otros años con la pre-

sencia o acompañamiento de este medio de locomoción? ¿ha habido un cambio? ¿En el caso del depor-te, hay más apoyo para la gente que quiere dedicarse al ciclismo de ma-nera profesional?

Drexel: En ese campo sí ha mejo-rado, por parte de las instituciones ya sean estatales o nacionales. Ha crecido mucho el ciclismo profesio-nal. En el mundo del ciclismo ha crecido todo. Pero creo que más bien se trata de un asunto de ciclis-mo urbano.

Castillo: Cuando mencionas la palabra ciclismo, en tu caso Ingrid, te refieres al asunto profesional de la bicicleta o la competencia, pero

Fuimos a ver al delegado de la

Cuauhtémoc para proponer una ruta de

ciclovías. Él nos recibió y dijo “claro

sólo convenzan a los vecinos y vayan

a algunas reuniones, que son lo más

difícil”. Pensé ¿cómo le hacemos?

Hagamos una revista y repartámosla con

todos los vecinos que están alrededor

de la futura ciclovía.

En sus marcas, listos, fuera! Xilografía/Papel Amate, 80x110 cm. 2009

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ustedes, Juan Pablo y Agustín, tam-bién se llaman ciclistas. ¿Qué suce-de ahí?

Ramos: Yo lo veo como dos mun-dos diferentes que comparten una herramienta parecida. Por ejemplo, hay temas en el mundo del ciclismo: deportivo, de ruta, de montaña, cada una es diferente, las dos tienen dos ruedas, pero de ahí en fuera todo cambia.

Drexel: Geometría, peso, mate-rial, todo cambia.

Castillo: ¿Pero el ciclista es el mis-mo o no?

Drexel: Claro que no.

Ramos: Por ejemplo, no es lo mis-mo un ciclista de ruta que un ciclista de downhill.

Drexel: Hasta en el área del ci-clismo profesional todo es diverso. Y ese ciclismo tiene más diferencias con el ciclismo urbano.

Ramos: Por poner otro ejemplo,

el automovilista de fórmula uno, no tiene nada qué ver con el que corre la Carrera Panamericana; y el que corre rallys en la montaña es muy distinto del que conduce todos los días al trabajo.

Castillo: ¿Lo que los diferencia es la técnica?

Ramos: La técnica, la máquina. Creo que en mi caso, aunque sé ma-nejar, ni siquiera podría arrancar un auto fórmula uno.

Amador: A lo mejor lo que cam-

Nosferatu. Gráfica Digital y Serigrafía/Papel Amate, 10.2x12.9 cm. 2012

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bia aquí es el objetivo, aunque se trate del mismo objeto de uso. De algún modo hay diferentes estilos y los móviles son otros: ganar meda-llas, competir y salir triunfador, me-jorar la vida…

Monterrubio: Rogelio Garza, au-tor del libro Las bicicletas y sus dueños decía, justamente, que “es todo”. Una cosa no excluye a la otra. Aún con todo el ruido, y siendo estos temas distintos entre sí, siendo otras perso-nalidades y otras formas de vida, el uso de la bicicleta implica un deporte y un acto político, porque se rompe el ciclo del petróleo. No estás siguien-do lo que el mundo te dicta como el medio de transporte en el que debes moverte.

Amador: Además, pones a prueba otro reto: tu cuerpo como motor de ese destino que elegiste.

Monterrubio: Creo que todos los aspectos van en ese sentido. Ahí está tu voluntad (para subir a una mon-taña, para llegar antes), la voluntad que te mide contra todo, el clima, tu propia pereza o la idea que tienes del éxito. Es como una forma de hacer, aunque suene ambicioso decirlo, seres humanos “chidos” y mejores, buenos ciudadanos. Porque te relaciona con la ciudad y además te forja una vo-luntad, te pone en contacto y no te aísla del otro. Ves un policía que está ahí, todo el día parado, y lo saludas. Todo cambia.

Amador: Aquí hay algo curioso: dices que tiene que ver con volun-tad, pero también no es un medio que te acorace, que te aísle del mun-do sino que te vincula con él. Tienes contacto con el aire, estás en presen-cia del viento. Hay cierta carga poé-tica verdadera en el hecho de andar bicicleta, aunque no lo parezca.

Ramos: Totalmente. Es estar en contacto pleno con lo que te rodea, cuando te trasladas en la bicicleta te mueves con un ritmo, con cada parte de tu cuerpo. Si no empiezas a pedalear aunque estés en una ba-jada (para llegar a ella tuviste que haber subido) no llegarás entonces. Es una máquina que mueves con tu propio organismo, no hay nada que te cubra, no tienes un armazón. Además, los sentidos se agudizan y se conectan. Tienes que estar en un estado “aquí y ahora”.

Juan Carlos Kreimer, un escritor argentino, escribió el libro Bici Zen donde dice que andar en bici es estar en un estado de contemplación o de meditación pero al mismo tiempo es estar conectado con todo: lo sabes, te das cuenta.

Nunca he competido, pero su-pongo que cuando inicias una ca-rrera y la terminas quizá fue un “ya acabé”, pero al mismo tiempo sabías de la competidora que venía detrás o, en el caso del ciclismo urbano, de pronto llegas a tu destino como sin querer, aunque ibas en un estado relajado y sabías que te pisaba los ta-lones una micro y que el de delante podía frenar en cualquier momento. Estás conectado con todos tus senti-dos pero relajado al mismo tiempo. Y no exagero.

Drexel: Vas concentrado en lo que haces, como dice Juan Pablo, estás conectado de cierta forma con el entorno que se va desarrollando. Aunque a veces no te des cuenta de lo que pasa, sabes que puede pasar algo. Sabes si viene un ciclista o si viene un auto; tus sentidos ya lo sa-ben, por el hecho de que manejas mucho la bicicleta te percatas del entorno y de todo.

Castillo: Hay en los deportes, no sé si en todos, el asunto de la “visión

periférica”. Ves hacia el frente pero pones atención alrededor.

Ramos: Es lo que dice el autor argentino, “ver con todos los senti-dos”.

Drexel: Sí, independientemente de lo que siempre vayas viendo al frente, tu cuerpo y tus sentidos es-tán conscientes de lo que pasa alre-dedor, sin tener que voltear a cada rato. Y se agudizan.

Monterrubio: Con el tiempo lo vas afinando.

Ramos: Es un tema importante. Algunos políticos promueven manua-les o restricciones obligatorias. Por ejemplo el retrovisor. Perdón, pero los espejos retrovisores surgieron para los autos como dos postes que necesitas cuando no vas conectado con tu entorno. No lo entienden a menos que se los expliquemos los que sí nos movemos siempre en bici-cleta. Pero ellos nunca se han subido a una y no pueden llegar a compren-derlo.

Drexel: Creo que en bicicleta un retrovisor hasta te puede distraer en lo que estás haciendo. Puede causar accidentes. No viene al caso.

Castillo: Hay un proyecto, que publicamos en esta misma revista, de una artista de Guadalajara que se llama Eugenia Coppel. Lo que hace esa chica, (ella es fotógrafa), es foto-grafía a través de los retrovisores, imágenes que se reflejan: la catedral, la tienda, los árboles, los paisajes de la ciudad.

La versión completa de esta conversación puede leerse en la página www.tierraadentro.conaculta.gob.mx

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EL MÁS JOVEN de mis herma-nos, aunque diez años mayor que yo, trató de enseñarme a pedalear una bicicleta. Yo había cumplido once y era verano. Para esa aventura, salía-mos a media mañana a la colonia de junto. Además de deshabitada, ha-bía una avenida que la gente usaba para correr, aprender a conducir o andar en bici. La llamaban El Ki-lómetro porque esa era la suma de ida y vuelta. Ahí, mi hermano pedía que me subiera al asiento y, antes de que estuviera instalado, gritaba: pedalea, cabrón.

Recuerdo que mi miedo estaba dividido en una balanza. Por un lado era el temor al accidente, y por el otro, a la burla de mi hermano. Su carcajada se reflejaba en cada gota de mi sudor. Sus dientes chocando entre sí miles de veces mientras yo trataba de mantener el equilibrio. Un equilibrio que logré mantener dos o tres veces, cien o doscientos metros, después de que él soltaba el asiento que llevaba sujeto al correr detrás o al lado mío, simulando protegerme. De regreso a casa, una vecina que ahora es solterona me decía: hasta que te dignas a subirte a la bici. El miedo social me rodeaba.

Esas veces sentí lo que escribió Julio Torri sobre ir en bicicleta: “En

ella va uno como suspendido en el aire”. Caí muchas veces. Traté de hacerlo solo. Hacer el equilibrio. La pieza del arte de andar en bicicle-ta que más me costó fue esa que hace que uno se mantenga sin caerse. En el aire. Sobre su propulsión. Dentro de su velocidad. Sin romper amarras con la tierra ni con los límites de la tercera dimensión. Parece que la fór-mula de mi hermano funcionaba: su presión social aplicada a mi poca destreza hacían de mí un intrépido gozador de la velocidad.

Parecía, hasta que hubo un verda-dero accidente. Mi hermano subió a la camioneta donde llevábamos la bicicleta y arrancó. Yo no había subido pero me quedé agarrado de la puerta: me arrastró unos treinta metros. No me soltaba porque en mi cabeza todo eran regaños. No era la primera vez que mi familia trataba de enseñarme a andar en bici. De mi infancia a mi adolescencia me rega-laron cuatro bicicletas. Todas tenían rueditas de apoyo. Nunca aprendí del todo. Esa vez estuve cerca hasta que la grava me dejó las rodillas con los huesos expuestos. Pasé el resto de ese verano comiendo helado y leyendo.

En la prepa volví a intentarlo. No pude. El cuerpo era distinto y

el miedo mayor. Si el bullying de mi hermano me arrastró, el de mis com-pañeros me llevó a la hoguera. Me decidí por los deportes de salón o de campo. Jugué futbol americano y luego hice pesas. Descubrí la bicicle-ta estática. Era una maravilla. Ponía música y entonces era mía esa sensa-ción juliotorriana de ir como suspen-dido en el aire. Comprendí que, en efecto, el ciclista es una aprendiz de suicida. Para eso, mi suicidio ideal no sería en la velocidad, sino en lo estático: con una pistola o con la ca-beza metida en la estufa. Jamás en una bicicleta cruzando cual venadi-to una vía rápida.

Tengo la idea de que vivo so-bre una bicicleta mental. Camino como si pedaleara la ciudad. He recorrido muchos territorios a pie. Así como Thoreau disfrutaba cami-nar los bosques, yo lo hago en las ciudades y los desiertos. El paso del tiempo, el reconocimiento, la memo-ria, ser uno mismo con la mirada justa sobre las cosas. Caminar en cier-tas ciudades también es ser un suicida. El exceso de tráfico deja fuera a los peatones: incluso a las aceras. Algu-nos vivimos sobre una bicicleta mental. Sobre un no pedaleo. Un deambular para ir al encuentro de quizá lo más bello: nuestro propio ritmo.

CRÓNICA

No pedaleoÓscar David lópez

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Ulysses Wayandrea Torreblanca

SERÍA INTERESANTE ver nue-vas obras de arte todos los días. Sobre todo aquellas que funcionan como gestos, comentarios de la vida co-tidiana, críticas visuales sobre políti-ca, cuestiones sociales o desastres naturales. Porque a veces parece que las obras de arte se pierden en la historia; su tiempo no les permi-te alcanzar lo contemporáneo.

El artista Damián Ortega se pro-puso realizar una obra de arte dife-rente cada día por un lapso de un mes. El diario del Reino Unido The Independent le sirvió como referencia para construir ready mades que tu-vieran un tiempo similar a las noti-cias. Los encabezados, imágenes y fragmentos que el artista encontró en el periódico funcionaron como ideas que el artista transformó en objetos.

Ulysses Way es una bicicleta que sostiene una casa, o al menos los res-tos de ella. Ortega se basó en una imagen que mostraba las inundacio-nes en Pakistán en el año 2010. En ella, las personas intentan encontrar un lugar fuera del caos mientras cargan sobre sus hombros los muebles y únicas posesiones que han podido recuperar. El título de la obra es cla-ramente una referencia a la Odisea de Homero, aunque el periplo de los pakistaníes parece no tener un lugar

de retorno. Pues la bicicleta apenas funciona como vehículo y más como andamio paralizado en el tiempo. En realidad la bicicleta se convierte efímeramente en una casa que diva-ga sin rumbo como lo hace Leopold Bloom en el Ulises de Joyce.

Contrario a las obras en donde Ortega fragmenta los objetos, Ulysses Way ensambla en un solo objeto una especie de monumento provisional, como las imágenes en las noticias

ARTE

que se agotan y se olvidan pronto. Y por ello la pregunta que queda abier-ta es si la obra de Ortega critica la amnesia colectiva o funciona como un memorial. Andreas Huyssen nos recuerda la frase de Musil: “No hay nada en el mundo tan invisible como los monumentos”. Y quizá por ello el acierto de Ortega es hacer la relación entre el carácter efímero de las noticias y la permanencia de la es-cultura como monumento.

Ulysses Way, de Damián Ortega.

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Einstein y la DINámICa mEDITaCIÓN

EN bICIClETaRAúl FieRRo

CRÓNICA

“El movimiento se demuestra andando.” ¿Y qué buscaba Einstein, sino una teoría del movimiento?

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hAy COSAS que se descubren partir de lo está-tico y otras que necesitan del movimiento. La teoría de la relatividad de Einstein nace del movimiento. Tal vez el gusto por la velocidad de la bicicleta, que a principios del siglo pasado era el tercer objeto más rá-pido que se había inventado, inspiró a Einstein para refutar trescientos años de física newtoniana. Eins-tein cambió la idea de la ociosidad estática de un tiempo absoluto a través de una teoría que se basa en un tiempo dinámico, un tiem-po vagabundo.

Si la física clásica inició con la ociosa observación de la caída de una manzana, la física moderna inició con la dinámica meditación en bicicleta. Cabe señalar que la caída de la manzana y la epifanía newtoniana son un mito. Newton lo inventó para adjudicarse la pater-nidad de la ley de la gravedad. Sin embargo el vagabundeo en bicicleta fue uno de los métodos científicos que Einstein más valoró.

“La inspiración es hermana del trabajo diario”, dice Baudelaire. Einstein reformularía esa frase de manera más científica: “la ciencia es uno por ciento inspiración y noventa y nueve por ciento trans-piración”. Las ideas llegan a par-tir del trabajo constante. Pero el vagabundeo propicia ese uno por ciento que logra las revoluciones. Los filósofos grie-gos lo sabían, la máxima expresión de la vagancia en Diógenes, “El perro”, nos dice: “El movimiento se de-muestra andando.” ¿Y qué es lo buscaba Einstein sino una teoría del movimiento?

También podríamos preguntarnos si Galileo ha-bría podido concebir la teoría de la relatividad einste-niana. Las metáforas son los carceleros de una época y las cosas que inventa el ser humano son producto de esos celadores. Mientras Galileo pensaba a bordo de barcos, Einstein lo hacía montado en su bicicleta. La relatividad es un concepto físico muy importante que responde a la pregunta: ¿serán iguales los princi-pios de la física aquí y en Marte?

Está pregunta no es trivial y Galileo encontró una respuesta en sus principios de relatividad. Einstein hizo lo mismo pero dio una vuelta de tuerca a las metáforas de Galileo.

Imaginemos esa parte de la historia de las ideas que sólo queda en la realidad de su creador. Para ha-cerlo, volvamos la mirada a Berna, Suiza, en 1905.

Einstein, un joven recién casado que se ganaba la vida aprobando patentes, después de cumplir sus ocho diarias de trabajo, montó su bicicleta y decidió regresar a casa. Algo en el camino le hizo recordar el constante llanto de su bebé. Cambio de opinión y decidió dar vueltas sin rumbo fijo, es decir, vagar.

Andar a pie le permitía vagabun-dewar a baja velocidad; Einstein gustaba de aumentar la velocidad de esa errancia a través de la bi-cicleta. Así solía hundirse en sus reflexiones. Probablemente busca-ba un atisbo de luz a la idea que desde hacía tiempo le daba vueltas la cabeza: la teoría de la relativi-dad de Galileo era falsa. Quizás pensó, mientras pedaleaba: “Sí, seguiré en movimiento hasta des-cubrir algo”.

Acaso habrá pensado: “Si New-ton descubrió cómo se comporta la fuerza de gravedad sólo quedán-dose acostado fue porque tenía que ser de esa manera, no es ne-cesario caer con el objeto… pero la relatividad es distinta. Todos los objetos se están moviendo sólo que hay que decir con respecto a qué. Es una teoría que se basa en el movi-

miento, no sólo de un objeto, sino con respecto al movimiento de otro objeto. Tengo que moverme para poder comprenderla o al menos sentirla… ¿Y sí no es necesaria sentirla? Si no pudiera percibir que estoy en movimiento, ¿cómo sabría que lo estoy? ¿Y si no sólo se mueven con respecto al espacio sino también con respecto al tiempo?”

Einstein no sabía si su teoría era verdadera, pero tendría que hacer el trabajo del filósofo: encontrar la pregunta idónea para encontrar una solución a sus di-vagaciones. Por el momento él sabía que las soluciones sólo podían vivir en experimentos que desarrollaba en su mente y que se reflejaban sobre el papel lleno de símbolos matemáticos que esa tarde dejó sobre la mesa. “Tal vez si la velocidad de la luz es una cons-tante, el tiempo es una ilusión como todo lo que nos rodea”, junto con esa idea, esa noche, el oficinista re-gresó a su casa.

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la bICIClETa

blancaE l mE mOr I a l INv IS Ibl E DEl CIClISTa quE NaDIE vIO

VAnesA Robles

EN MéxiCO la vida se pone sobre la línea en cada trayecto ciclista. La bi-cicleta blanca está ahí para recordarlo, como detalla en este texto Vanesa Robles, Premio Jalisco de Periodismo 2013 en crónica. Suspendidas entre las calles para regresar a lo humano, las espeluznantes cifras de muertes en bici-cleta, son testimonios que, desde Guadalajara, nos urgen a voltear la vista no sólo al peligro que acecha al ciclista, sino hacia problemáticas que estrangulan nuestra convivencia en el cada vez más complejo acto de desplazarnos.

CRÓNICA

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Guadalajara es una de las metrópolis del mundo que más acumula altares de conmemoración a los que fueron sor-prendidos mientras pedaleaban. Incluso así no se le ve el fin a la expansión del parque vehicular.

Vanesa Robles

Necesitas un coche nuevo, piensas esta mañana. Nun-ca has tenido uno, ni siquiera de los económicos. Nunca te ha ajustado para sentir la magia de los ochen-ta por hora, sin que el motor de tu carcacha tiemble, ago-nizante. Eso vas pensando con la saliva amarga cuando llegas a la esquina de Tapalpa y Barra de Navidad, donde te impiden el paso las Lobos, Hondas y Mercedes que a las ocho de la mañana entregan chamacos en el colegio más exclusivo de Guadalajara. Vie-jas cabronas. Sacas la envidia a pitazos. Las pocas que te miran, te miran feo. Qué te va a importar. Como puedes te les metes, te les metes, te les metes... Pero al final del cru-ce, en el último acelerón, te espera otro maldito obstácu-lo. El barrendero de la colo-nia está distraído, amarrando su escoba de popotillo sobre una bicicleta vieja. Metes freno. Te pasa todo hoy, cuando tienes tanta prisa por encontrar una bicicleta blanca.

Las bicicletas blancas comienzan a notarse en Guadalajara, dicen los que son buenos para notar cosas. Según quienes las ponen, en 2008 aparecie-ron las primeras y, desde 2009 hasta noviembre de 2013, se han instalado ciento treinta y una (en la ciudad de México la organización Bicitekas instaló diez en este tiempo). Así Guadalajara, que hace ape-nas treinta años era una provincia “bicicletera”, es quizá la urbe del mundo con más memoriales a esa muerte que sorprendió al prójimo mientras peda-leaba.

Eso te dicen. Hasta hoy tú nunca habías visto una y dudas que otro automovilista –tan automovilista como tú– la haya visto.

***

Antes del 20 de octubre de 2012, Ollín Monroy tam-poco sabía de bicicletas blancas. Ese día por la maña-na un autobús atropelló a su amigo, Jesús García, de veinticuatro años, en la zona rosa. Tras una semana de luto, Ollín visitó la asociación Gdl en Bici. Ahora es el responsable de la instalación de los memoriales

en la ciudad. Por eso Ollín Monroy trae las fechas y los si-tios en la punta de la lengua.

Como ocurrió con los au-tos motorizados, la idea del memorial llegó a México des-de Estados Unidos, relata. Allá la primera instalación fue un biciclo níveo y ala-do, en el ingreso del túnel Stockton de San Francisco, en 2001. Se le ocurrió al movi-miento Critical Mass, que lidera el activista Chris Carlsson. Dos años más tarde, en 2003, en St. Louis Missouri nació el movimiento Bicicleta fantasma (ghost bike), que se ha dispersa-do por ciudades de 26 países (ghostbikes.org).

En Guadalajara, el grupo Ciudad para Todos adoptó la idea desde 2008, con el nom-bre Bicicleta blanca y, un poco

después, el movimiento Bicitekas hizo lo mismo en la Ciudad de México.

La bicicleta blanca es los tenis del vencido colgados en los cables del barrio, es la cruz al pie de la carrete-ra, el recordatorio de que algunos obstáculos estaban vivos. El equipo de Ollín Monroy cuenta a los caídos. La instalación de bicicletas blancas nunca ha podido alcanzar a los muertos, que acá son muchos.

En 2008, compara, entre Holanda, Bélgica y Luxemburgo tuvieron cuatro ciclistas muertos en ac-cidentes viales; Nueva York, donde hay 8.3 millones de habitantes, tuvo veintitrés. En Guadalajara, que no llega a los cinco millones de pobladores, Gdl en Bici halló treinta y cinco cadáveres de ciclistas, en las pequeñas notas que los diarios dedican a lo que se volvió común. Casi dos terceras partes murieron por las lesiones, tras haber sido arrollados por vehículos particulares y de transporte público (sólo una ruta

Fotografías cortesía de Colectivo Bicicleta Blanca

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abonó cuatro). Otras víctimas cayeron en los baches y alcantarillas abiertas de las calles.

***

Río Nilo es una avenida humeante e irregular, y una de las más congestionadas de la zona metropolitana. En el oriente bronco de la urbe se conurban Guadalajara y Tonalá, uno de sus municipios más pobres. En esta frontera, Patricio Gómez dejó la vida, recién cumpli-dos los treinta y ocho de edad. Su memorial está en la esquina con Ignacio Navarrete.

La noche del 5 de octubre de 2013, la hija pequeña de Patricio tenía calentura, por lo que el velador su-bió a su hijo, de siete años, en la parrilla y se fueron a conseguir unas medicinas. Cuenta su viuda, Rosa Feliciano, que apenas se habían ido cuando le toca-ron la puerta del cuarto donde vivían, para avisarle que su esposo se había accidentado. Ella pensaba en-contrarlo con una pierna rota y lo encontró cubier-to con una sábana blanca. Desde esa noche, el niño sigue sin recuperarse de una fractura expuesta del fémur izquierdo. No sabe qué le ocurrió a su papá.

Los que vieron, le dijeron a Rosa Feliciano que un borracho se pasó el semáforo de Río Nilo y se llevó a Patricio. Y todo lo cuenta ella a través de un celular, desde el cual sale una voz ansiosa. No puede recibirme, se defiende. Se quedó sin esposo y sin tiempo, porque antes era ama de casa y ahora debe mantener a una prole de tres. Cuelga pronto, pero antes lanza un par de preguntas rabiosas: “¿Porque a mí me dejaron sin esposo, oiga? Un borracho causa un accidente y no da la cara, mientras nosotros… ¿Con qué voy a mantener a mis niños?”

***

Guadalajara tiene veinticuatro paseos ciclistas, sin contar a la Vía Recreativa, un espacio dominical que comenzó en 2004 y, para 2013, convoca a más de doscientas mil personas en veinticinco kilómetros de avenidas. Desde 2008 han surgido rodadas con fines políticos, familiares, feministas, para ciegos, de coleccio-nistas... “El problema es que han sido empoderados por el gobierno del estado que, inclusive, les asigna escolta policiaca. Ellos haciendo dagas y la policía cuidándolos, el sueño de cualquier marginal”, publicó hace unos me-ses un lector en la página de un periódico.

La pelea por el espacio público huele a viejo. Hace poco más de un siglo, en el verano de 1896, unos cien

mil ciclistas se manifestaron en las calles de San Fran-cisco para exigir el respeto de los primeros coches de motor que recorrían el puerto, narra la revista elec-trónica Processedworld. La competencia comenzó pronto; los autos habían nacido apenas treinta años antes.

Como su popularización fue lenta, los automoto-res no fueron tema de discusión científica al princi-pio. Pero parece que ya en los años cincuenta del siglo xx se notaba su influencia en las emociones huma-nas, o así lo percibió Walt Disney Pictures, que en 1950 mostró, en su cortometraje Motor Mania, cómo Mr. Walker, “un hombre agradable y honesto”, puede transformarse en Mr. Wheeler apenas pisa el acelera-dor de su convertible amarillo. Y Mr. Wheeler es el mismísimo diablo. “Soy el dueño de la vía. La pago con mis impuestos y la usaré como quiera”, grita.

El tema ocupó, en 1973, al filósofo y periodista André Gorz, quien cuestionaba: “Un automóvil, igual que una finca con playa, ¿no ocupa acaso un espa-cio que escasea? ¿Acaso no priva a los otros que utilizan las calles (peatones, ciclistas, usuarios de tranvías o autobuses)? […] El automovilismo de masa […] funda y sustenta la creencia ilusoria de que cada individuo puede prevalecer y beneficiarse a expensas de todos los demás”. El conductor, continúa Gorz, “a cada mi-nuto asesina simbólicamente a los demás, a quienes ya no percibe más que como estorbos materiales y obstáculos que se interponen a su propia velocidad” (Letras Libres 132). Para André Gorz, la paradoja de los muchos carros es que crean más distancias de las que acortan.

Cómo podría ser distinto, si millones, en la Ciu-dad de México, Guadalajara y Monterrey, pasan hasta una décima parte de su día dentro de un automóvil. Si el coche es “el único espacio de intimidad”, desde donde miles de personas pueden “sentir y expresar libertad, vértigo, euforia, bronca y violencia […] Si es el único ámbito de gobierno sobre la vida personal”, le dijo el psicólogo público Gustavo Zaldívar a la pe-riodista Carolina Brunstein en la “Radiografía de un automovilista chocador” (El Clarín, 16 de marzo de 1997).

***

A principios de los años setenta, André Gorz llamó al mundo a la cordura, “a sentirse como en casa en sus barrios, dentro de su comunidad, dentro de su ciu-dad a escala humana”, a pie o en bicicleta. La verdad

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es que en las grandes ciudades de México hay pocas oportunidades de montarse en una bicicleta sin salir herido o, ya de menos, asustado. Ollín Monroy, el ac-tivista de la Bicicleta blanca en Guadalajara, confiesa que cada vez que instala un memorial se pregunta si el próximo será para él.

Siempre, recomienda, el de la bicicleta debe hacer contacto con la mirada del automovilista, antes de cualquier movimiento. Resulta que la técnica de co-municación más antigua de la humanidad es lo que queda en las ciudades que crecen en la medida de su parque vehicular.

Y las grandes metrópolis de México tienen un serio problema. Guadalajara posee casi trescientos treinta vehículos motorizados por cada mil habitan-tes, mientras que, por ejemplo, la zona metropolitana de la Ciudad de México tiene unos doscientos noven-ta y uno, según el Centro de Transporte Sustentable (Santiago de Chile alcanza ciento cuarenta y nueve por cada mil; Bogotá, Colombia, ciento quince, y Lima, Perú, cincuenta).

En México los reyes del camino son los coches parti-culares: determinan la nueva cara de los barrios viejos, esculpen el cuerpo que tendrán las colonias nuevas y dictan una parte considerable del gasto público, aun-que sólo mueven a treinta por ciento de los pobladores. En un país que prohibió el cigarro en las cantinas, a nadie se le ocurriría prohibir el exceso de automotores, aunque contribuyen hasta con ochenta por ciento de algunos contaminantes asesinos.

El tema ha llamado la atención de organismos internacionales, como el Banco de Desarrollo para América Latina. Uno de sus últimos inventarios so-bre movilidad en la región acusa que en 2007 Gua-dalajara no había destinado ni un centímetro de sus once mil quinientos kilómetros de vías a la circula-ción de las bicicletas (Curitiba, Brasil, con seis mil

seiscientos kilómetros, tiene ciento veintiuno de ci-clovías). La cosa pinta para que las bicicletas blancas sigan apareciendo colgadas de los postes de la ciudad (en los países donde la gente no tiene necesidad de vender chatarra, las ponen al nivel del suelo).

***

“El chiste es que cuando a los automovilistas les toque un alto, miren hacia arriba y tomen conciencia y se acuerden de que sobre cada bicicleta blanca había una persona viva”, dice Ollín Monroy. Piensas que Ollín es ingenuo. Hasta ahora tú, que recorres diario la ciudad, jamás viste una. En cambio la idea del coche sigue taladrándote el cerebro mientras él habla.

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EN MIS EXPERIENCIAS traumáticas más re-cientes ha estado presente la bicicleta. Dos tipos me asaltaron a mano armada mientras cargaba mi bici para cruzar las vías del tren. Pedaleaba alegremente hacia la universidad cuando fui arrollada por una camioneta de señora. Dos veces salí de eventos que cubría para el periódico y no encontré en el bicipuer-to más que un candado roto. Ninguno de esos eventos me ha quitado el gusto de pedalear por la ciudad.

Hace cinco años que me transporto regularmente en bicicleta. Primero en Toulouse (Francia), luego en Guadalajara (México) y ahora en Madrid (España). Y en definitiva no empecé a hacerlo por mi amplia conciencia medioambiental. Tampoco tenía inquietu-des de activismo ciudadano ni estaba intentando ser fashion o cool. Incluso, más de una vez me avergoncé de ir cargando con tantos tiliches, de llegar sudada a los lugares o de complicar algún traslado grupal. La razón de mi necedad era más simple: necesitaba des-plazarme distancias medias y quería ahorrarme los euros del transporte.

CRÓNICA

euGeniA CoPPel

Entonces me empecé a enamorar de la bicicleta, que hasta el momento había sido –si acaso– un buen recuerdo de infancia. Descubrí las múltiples bonda-des de las dos ruedas y me hice adicta a avanzar con la sensación del aire en la cara. Conocí los entresijos de la ciudad en la que crecí y de las que elegí para escaparme un rato. La bici mejoró mi humor y mi economía. Y me dio la idea (y el pretexto) para hacer un proyecto de fotos urbanas que se convirtió en un librito: Ciclovista Guadalajara.

***

Cada vez es más común ver, en Guadalajara y otras ciudades, a jóvenes que optan por este medio de transporte. Pero hace apenas cinco años, al menos yo no contemplaba otra opción que no fueran los des-plazamientos motorizados. Primero, por las largas distancias de una ciudad que ha crecido sin nin-gún control, y cuya infraestructura se ha planteado en función del automóvil. Después, por el enorme

la bICIClETa

y yo

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déficit de cultura vial de los tapatíos, personificado de manera magistral por los temerarios camioneros. Y quizá lo más importante: porque apenas surgían, o eran muy jóvenes, las asociaciones ciudadanas en pro del ciclismo urbano. En el último lustro no sólo se han multiplicado, sino que han logrado tener una presencia importante en la ciudad. Con la bicicleta como estandarte han promulgado los valores de eco-logía, la ciudadanía y el activismo, y las redes sociales han contribuido para que muchos tapatíos hayan co-menzado a escuchar.

También la Vía Recreactiva, que cumplirá diez años en septiembre de 2014, ha sido un factor fun-damental para este paulatino cambio de mentalidad. Basta con salir un domingo a alguna de las avenidas reservadas a bicicleteros y peatones, para respirar una atmósfera de ciudad amable y cosmopolita.

***

Cuando regresé de Europa (en 2009) y decidí que también quería ser ciclista en Guadalajara, más de al-guno consideró que era un acto poco menos que sui-cida. Especialmente mi papá, quien insistió en que abandonara cuanto antes mis ideas progre: las cosas no funcionaban igual en nuestro entorno y era dema-siado riesgoso pretender lo contrario.

Y es cierto que no es cualquier cosa transportarse en bicicleta en una ciudad con más de un millón y medio de automóviles. O mejor dicho, en las ciuda-des en general. No en vano existe el movimiento glo-bal de Bicicletas Blancas (o ghost bikers), con el cual los grupos ciclistas denuncian la muerte de sus colegas en accidentes que involucran vehículos de motor. Las vie-jas bicis blancas colocadas como esculturas urbanas en postes o camellones buscan crear conciencia sobre las vidas perdidas en la ruta.

Aun así, seguí adelante con mis planes. Me compré una linda bicicleta antigua en el tianguis de El Baratillo y empecé a hacer mis traslados en bicicleta. Me atropellaron una semana después. Afortunadamente no fue nada grave. Lo peor fue el tremendo susto, después algunos moretones y claro, el golpe al ego. Pero no podía desistir tan pronto y decidí equiparme lo mejor posible: casco, luces, timbre, guantes y un espejo circular que fue el punto de partida para la serie de fotos de Ciclo-vista Guadalajara.

Con esas imágenes hechas a través del retrovisor, quise decir que mi percepción de la ciudad cambió

por completo cuando me convertí en ciclista. Nací y crecí en Guadalajara pero durante muchos años la vi casi siempre desde el coche en movimiento. A una fría distancia que creía natural, y que sólo se fue rom-piendo al ritmo del pedaleo.

***

También mi relación con la bicicleta ha ido cam-biando con el tiempo. Aquel proyecto fue posible gracias a mi desempleo post-universitario, pues mi ocupación en esos días consistía básicamente en pasear y hacer fotografías. Inevitablemente el libro reflejó esa visión romántica: estaba convencida de que la bicicleta era el culmen de la civilidad y una herramienta con todo el potencial para cambiar el mundo.

Luego me convertí en reportera y mis días se llena-ron con prisas. La bici adquirió de nuevo el carácter utilitario que me impulsó a adoptarla en un principio, pues sin duda era la mejor opción para moverme por el centro de Guadalajara y sus alrededores. A las mu-chas ventajas del pedaleo urbano se añadió el combate contra el estrés. Pero después de la segunda bicicleta robada fue inevitable mi desencanto con la ciudad y con el ciclismo.

Ahora en Madrid he regresado a un justo punto medio. Tengo una bicicleta plegable que utilizo más para el ocio que para el transporte habitual, y así la ciudad es más disfrutable. A diferencia de Toulouse, la capital española no tiene demasiadas ciclovías, pero las bicicletas tienen su sitio en el segundo carril de la derecha –a un lado de los autobuses— y los auto-movilistas son bastante respetuosos.

Sigo creyendo que la bicicleta tiene la capacidad para cambiar al mundo. Y más en estos tiempos, cuando está comprobado que la principal causa del cambio climático es la quema de combustibles fósiles. Pero hablar en escala global es demasiado.

Lo que es seguro es que la bici mejora las ex-periencias individuales de quienes emprenden una relación con ella. El ciclista se ahorra la membresía del gimnasio. No gasta en metro, ni autobús, ni com-bustible. No pierde el tiempo en atas automovilísti-cos o en encontrar estacionamiento. Se conoce las calles como su mano. Avanza con una sensación de libertad que nunca podrá darle un traslado bajo tie-rra. Y ya de paso, reduce su injerencia en esa amenaza latente llamada calentamiento global. Es menos parte del problema y más de la solución.

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A ella le cayó mal desde que él la dejara plantada a última hora para un trabajo de grupo durante el primer año de la universidad. Estoy enfermo, dijo él por teléfono con el tono de voz neutro de quien no reclama simpatía, y ella ofreció hacerse cargo del trabajo. Esa noche, mientras ella regresaba a casa en el auto de su madre –el trabajo hecho y cuida-dosamente copiado en un flash memory–, lo vio caminando por la calle de un mercado junto a una chica goth, las manos en los bolsillos y la mirada fija en algún punto en la distancia. La chica le pareció un vampiro con zancos que movía agitadamente las manos mientras hablaba; él, en cambio, se limitaba a asentir, la cabeza un poco inclinada, avan-zando hacia la oscuridad de la calle.

La escena la tomó por sorpresa. Se quedó paralizada en medio del tráfico, demasiado aturdida como para decidirse a avanzar o llamar al chico por la ventanilla del auto. Más tarde, mientras cenaba con su madre, regresó una y otra vez a la misma imagen, a la expresión atenta de él y a la chica vestida de negro, semejante a una urraca o una viuda. Sintió náuseas.

Estás rara, le dijo su madre, escrutándola por encima del plato de raviolis. Algo has hecho.

Simplemente estoy cansada.¿Es un hombre?, insistió la madre, y la chica negó con la cabeza y se puso colorada. La

madre acostumbraba a revisar el kilometraje del auto cada día para asegurarse de que no se fuera a otra parte en las horas en que debía estar en la universidad.

La madre prosiguió:El Enemigo viene disfrazado de ángel, pero su verdadero rostro es terrible. No te

olvides nunca de que llevas su marca en la frente. Él conoce tu nombre y escucha tu llamado.

La madre hizo la señal de la cruz y la chica se atragantó con un raviol. Hipó. Muéstrame las manos, ordenó la madre.Mamá, protestó nerviosamente, pero la madre insistió. La chica colocó con reticencia

las manos pecosas, de uñas mordisqueadas, sobre el mantel a cuadros. La madre las inspeccionó y, con un gesto rápido, se las llevó a la nariz.

Basta, gritó la chica, desasiéndose, y corrió a su habitación. Echó el cerrojo a la puer-ta y se tiró de bruces en la cama, donde sus muñecas –regalos de su madre que no se atrevía a arrojar a la basura– la observaban con sus implacables ojos de vidrio. Todavía la abrumaba el peso de la traición del chico. Cuando el profesor explicó días atrás que

El ojoliliana Colanzi

CUENTO

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los trabajos se realizarían en grupo, ella se acercó de inmediato a él: lo había escogido. Era la primera vez en su vida que tomaba la iniciativa. Al pensar en lo que había arriesgado mintiéndole a su madre para poder reunirse con él, en lo comprensiva que se había mostrado ante su enfermedad ficticia, en el tiempo que le había tomado hacer la parte del trabajo que le correspondía a él, en el maquillaje estridente de la chica gótica, algo en ella se agitaba como ante la presencia de una víbora. El mundo, de pronto, era un lugar hostil. Quería graduarse con honores, de manera que pudiera postular a un doctorado en el extranjero y así alejarse para siem-pre de la estricta vigilancia de su madre, de su Ojo que lo abarcaba todo. La mentira del chico era una afrenta personal, un atentado contra el futuro que había diseñado para sí misma, contra su idea de la felicidad y del mundo, y de pronto se sintió impo-tente y estafada y a punto de llorar.

Corrió al baño, montó el pie sobre el inodoro y se levantó la falda. Tomó la navaja y, sin un solo sus-piro, se hizo un corte transversal en el muslo, don-de se desvanecían algunas cicatrices antiguas. Luego se dio tres, cuatro, cinco cachetadas veloces, hasta que el espejo del baño le devolvió la imagen de sus mejillas encendidas. Entonces se acomodó el cabello detrás de la oreja, se limpió la sangre del muslo con un pedazo de papel higiénico que tiró al inodoro y luego volvió a la cama, donde permaneció leyendo El maravilloso secreto de las almas del Purgatorio, de Ma-ria Simma, hasta quedarse dormida.

Al día siguiente llegó a la universidad con el tra-bajo impreso. Había borrado el nombre del chico. Anticipaba su reacción cuando se enterara de las consecuencias de su mentira: el trabajo final era decisivo para aprobar la materia. Lo imaginaba con-fundido al verse descubierto, tartamudeando excusas para finalmente rendirse ante la evidencia de su engaño. Dejaría que le rogase un poco an-tes de volver a escribir su nombre en la carátula en un último gesto magnánimo, para enseñarle que ella sabía perdonar. Sólo entonces el orden de las cosas sería restablecido. Sin embargo el chico no llegó jamás a clases y ella entregó el trabajo sin su nombre, y no supo más de él ni intentó acercarse nunca más a nadie.

Por entonces la madre había comenzado a olis-quear la ropa interior de la chica a sus espaldas, e insistía en dejarla en la puerta de la universidad y en pasar a buscarla todos los días, a pesar de que se

trataba de una precaución inútil. Mi madre tiene razón, pensaba la chica. Llevo una marca que me se-para del resto como el fuego. No había forma de borrar la marca, de disimularla. Así que se empeñó ciega-mente en conseguir notas perfectas, hasta que una profesora la llamó un día a su oficina y le informó que no le daría la nota máxima aunque hubiera cumplido con todas las tareas.

Usted, señorita, lo que tiene que hacer es apren-der a desobedecer, le dijo, mirándola con impa-ciencia. O mejor dicho, aprender a pensar por usted misma, que no es lo mismo que memorizar.

La chica –que amaba y temía a la profesora– se ruborizó violentamente, apretó la mochila contra el pecho y no dijo nada. A la profesora le exasperaba la docilidad casi inhumana de la chica; quería ha-cerle ver que la suya era una actitud antiintelectual contraria al espíritu de indagación de la universi-dad. Ahora que la tenía enfrente se daba cuenta de que sus argumentos se desbarrancaban ante el mutis-mo de la chica. La fragilidad de la chica –¿o era acaso esa fragilidad otro tipo de voluntad, una voluntad alienígena que se le escapaba?– le causaba repulsión.

Usted confunde inteligencia con memoria, repitió la profesora.

La chica no levantó los ojos. Un temblor imper-ceptible le cruzó los labios. La luz de la tarde hizo resplandecer las partículas suspendidas en el aire.

Eso era lo que tenía que decirle, dijo la profe-sora, ya del todo convencida de la inutilidad del encuentro.

La chica murmuró una disculpa y corrió a encerrarse en uno de los baños de la universidad. Las paredes estaban cubiertas de garabatos super-puestos: Puta la que lee esto viva el pichi Yeni ve visiones FEMEN viva el MAS mujeres libres, lin-das y locas TE VOY A MATAR PUTA DESGRA-CIADA. El corazón le golpeaba enloquecido. Se inclinó sobre la tapa rota del inodoro y empujó dos dedos hasta el fondo de su garganta. La comida del almuerzo salió casi sin esfuerzo, convertida en una papilla amarillenta. Utilizó los dedos hasta escupir un líquido amargo que le incendió la garganta, pero el alivio tardaba en llegar. Desde el inodoro, emergiendo en medio de una burbuja de vómito, vio aparecer al Ojo. Carecía de párpado; sin embar-go, la chica reconoció en el iris azul oscuro la mira-da –¿burlona? ¿amenazante?– de su madre. El Ojo –¿era posible?– sonreía. Largó la cadena. Un chorro de agua se llevó al Ojo y a los restos de la masa

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amarillenta. Antes de salir del baño, la chica miró varias veces por encima del hombro para cerciorar-se de que el Ojo no volviera a aparecer flotando desde las cañerías.

A partir de ese día agudizó todos los sentidos. Es-peraba aquello que iba a suceder, porque algo estaba claramente a punto de suceder: debía ser importante para haber despertado al Ojo. El Ojo –así lo había entendido– era la señal. Por eso no sufrió ni se tajeó los muslos cuando la profesora le dio una nota me-diocre por el trabajo final –con un solo comentario: “¡Piense!”– ni se inquietó al descubrir a su madre cada vez más absorta en el bordado del camisón que quería llevar puesto al momento de su muerte. Su madre, no tuvo dudas, también esperaba.

Faltaban pocos días para la Navidad cuando se encontró con el chico en una calle del centro. Ella caminaba mirando la nieve artificial de las vitri-nas cuando chocaron de frente. Él la saludó como si nunca hubieran dejado de verse en todos esos meses. Durante ese tiempo, notó ella, la cara de él había perdido la redondez de la infancia. Era una cara hermosa, afilada y distante. La cara de alguien que aún no es del todo adulto pero que nunca ha sido un niño. Ella cruzó la mano instinti-vamente sobre su cartera. Él dijo que iba al cine, ella no se sorprendió cuando la invitó a acompañarlo. Pensó en su madre esperándola en la casa, obser-vando a intervalos cada vez más breves el reloj de la cocina mientras bordaba el camisón a velocidad alucinada, pero ya sus pasos iban tras los del chico. Durante el camino se dijeron poco. Ella le preguntó tímidamente por qué había abandonado la univer-sidad. Él contestó que la universidad lo aburría y que ahora tenía una banda de rock. A esto ella no tenía mucho qué agregar; por suerte el chico cami-naba con los oídos cubiertos por los audífonos de su iPod. En la taquilla del cine cada uno pagó su propia entrada. Era la función de la tarde y una pareja de niños se entretenía arrojando pipocas al aire varias filas más adelante. Apenas se apagaron las luces y las letras ensangrentadas anunciaron el nombre de la película, los dedos de él se cerraron sobre su muslo. Tú eres aquel que viene y toma, pensó ella, y un espasmo le recorrió la espalda con la intensidad de un relámpago. En la pantalla un enorme monstruo verde se deslizaba en medio de una selva tenebrosa. Se estremeció. El Ojo acababa de brotar de entre el follaje de los árboles y ahora se dirigía flotando hacia ella; se detuvo a pocos

centímetros de su butaca, brillando acusador en la oscuridad. Procuró espantarlo cerrando los ojos. Llevas la marca de tu origen en la frente, le susurró la voz de su madre al oído. Pero la lengua del chico le hacía cosquillas en la oreja. Pequeño cordero en la colina, rezó, corre lo más rápido que puedas, tu vida ni siquiera empieza, ni siquiera ha empezado. El chico le succionó los dedos de la mano, uno a uno, mientras sus propios dedos buscaban el cami-no hacia la boca de ella y en la pantalla una mujer aullaba, arrollada bajo una cosechadora mecánica que avanzaba enloquecida. Las tripas de la mujer salieron volando a un costado. La chica soltó un suspiro y mordió a ciegas las yemas de esos dedos que hurgaban en su boca. Yahvé Dios hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, chilló en-furecida la voz de la madre, y las butacas del cine se elevaron unos centímetros por encima del suelo. Los niños de la fila de adelante gritaron de placer. El chico se abrió la bragueta, y sosteniendo a la chica por el cuello, forzó su cabeza sobre su verga. La chica empezó a lamer, a chupar, a ahogarse con los pelos de él, que la sostenía por la nuca y los cabe-llos sin delicadeza alguna, y entonces ella fue tocada por el rayo de la gracia como un haz cegador de luz que la inundaba. Era como si hubiera perdido su vida para reencontrarla en la sala del cine, y entendió que había sido traída al mundo para ese momento, y que todo lo que había sucedido hasta entonces no era otra cosa que una preparación para ese encuen-tro, para el momento de una revelación que la supe-raba y ante la cual se rendía por completo, como ante la corriente de un río bajo el sol del mediodía. Era el chico quien la había elegido. El chico había esperado desde el principio de los tiempos el momento en que, a través de ella, echaría a andar los motores de la gran destrucción. El chico era el Enemigo del que siem-pre le había hablado su madre, pensó, maravillada, y su propia vocación –ahora lo sabía– había sido la de abrir las compuertas del vacío. ¡Qué destino el suyo, el de propiciar la llegada de la noche de los tiempos!

¿Estás bien?, murmuró el chico, algo molesto, su-biéndose la cremallera del pantalón, pero a ella –la cabeza aún apoyada en su entrepierna– ya no la alcan-zaban las palabras. El Ojo había desaparecido y la chica podía sentir en sus huesos el crepitar de las pri-meras bolas de fuego que se dirigían hacia la tierra.

Había empezado.

"El Ojo" forma parte del segundo libro de cuentos de Liliana, Mordor.

P o r t a f o l i o s

LOS PRIVILEGIOS DE LA BICI

Fotografías de Eugenia Coppel

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Galeanas, primaveras, jaracandas. Naranja, amarillo, morado.Parece que fui daltónica durante los veinticinco años que viví en Gua-

dalajara, y ahora que veo las fotografías de Eugenia Coppel siento que miro estos colores por primera vez. Susan Sontag decía que fotografiar es apropiarse de lo fotografiado, y eso es precisamente lo que esta joven tapatía hace: se apropia de la ciudad mientras la recorre; hace un mapeo de la zona geográfica y, al parecer, de mis recuerdos de infancia. Llega a lugares que son parte de mi turismo sentimental, más que el turismo que el gobierno de la ciudad se ha empeñado en hacer a lo largo de décadas. De esta forma, Eugenia me regresa algo de lo que, siento, he perdido. Se-guramente esto le pasará a más de alguno al mirar estas fotografías.

Más que sólo registrar la ciudad de forma lineal, como uno se es-peraría que lo hiciera si viaja en bicicleta, Eugenia recurre a su espejo

Así sE vE GuAdAlAjArA En biCiXitlalitl RodRíguez Mendoza

Yair y su fixie. Página anterior: Minerva

retrovisor, lo que produce un efecto mucho más nostálgico, porque por medio de este dispositivo, la artista (y el espectador) ve las cosas que ha dejado atrás.

En esta serie, Eugenia Coppel recupera algo de la experiencia de reconocer la ciudad desde otro punto de vista que no es ni el del paseo a pie, ni el del automóvil; una perspectiva por la que cada vez más habitantes de la ciudad han optado: el del ciclista. Esto es aún más conmovedor porque parece que incluso Guadalajara quiere volver a Guadalajara y ser de nuevo el pueblo bicicletero que fue a principios de siglo xx.

Doy gracias a Eugenia, a su bici, a su cámara y su espejo retrovisor por recordarnos que siempre que miremos hacia atrás estará esta ciu-dad aun aquí.

Muchacho en bici

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Jacaranda Lluvia de oro

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Niños en bici

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UDG y Expiatorio

Templo Sagrada Familia

Cabañas

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Alto no seas güey Auto maceta

Vías del tren

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Primeros encuentrosDe niña tuve dos bicicletas, una rosa y una morada. Ambas fueron juguetes divertidos, pero no creo que les diera un valor especial. Mi reencuentro con ella fue en Toulouse, Francia, donde cursé un año de universidad. Lo primero que hice fue comprarme una bicicleta usada en un mercadillo del barrio árabe. Entonces tuve una relación más cercana con la ciudad. Esa experiencia me animó a seguir pedaleando cuando volví a Guadalajara.

Respirar la ciudadAhora vivo en Madrid y tengo una bicicleta plegable que uso al menos dos o tres días a la semana. Curso una maestría en el diario El Mundo, que está en las afueras de la ciudad. Ir en bici me toma casi lo mismo, pero es más divertido que viajar en me-tro, donde la meto plegada y rodando como una carriola. De regreso me pongo el casco, lentes oscuros, guantes, enciendo una luz roja parpadeante en mi mochila, y me monto en la bici. Pedaleo de regreso, porque son ocho kilómetros desde mi casa y en la mañana hace frío. En algunos tramos me voy por la banqueta y en otros por la calle, según la velocidad de los coches. Los fines de semana la utilizo para divertirme. Pedaleo más lento para conocer y disfrutar y mejor la ciudad. Mejor la bicicletaLa primera necesidad de un reportero es moverse. A veces lo más práctico es hacerlo en bici, especialmente en una ciudad como Guadalajara, donde el tráfico es cada vez más desespe-rante y el transporte público deficiente. Cuando trabajé en El Informador, que está en el centro histórico, la bicicleta era la mejor opción para desplazarme en distancias cortas y medias.

Cuando no pedaleoHay ciclistas radicales que no se mueven sino pedaleando. Yo me considero bastante flexible. Cada circunstancia requiere un transporte adecuado, y me gusta utilizarlos según lo necesi-to. Cuando voy al súper, salgo de noche, o cuando visito a mi mamá, que vive en las afueras de Guadalajara, siempre voy en auto. En el centro y las zonas aledañas, uso la bicicleta. Si voy más cerca me gusta caminar. Cuando tengo flojera de peda-lear o de buscar estacionamiento, uso el transporte público. En Madrid utilizo el metro y a veces el bus.

Lo que uno veHe viajado a otros lugares y es interesante observar las diferen-cias en el uso de la bici: en cuanto a infraestructura, nivel de organización entre grupos ciclistas y percepción general sobre la actividad. Hace unos días, cuando el director de mi maes-tría me vio viajar en bici, me advirtió que tuviera muchísimo cuidado porque “Madrid no es Copenhague”. Nunca he es-tado en Copenhague, pero sí en ciudades de Holanda, y estoy de acuerdo en que no hay comparación: Madrid tiene pocas ciclovías; no hay un sistema de préstamo de bicicletas (como Ecobici), que sí hay en Barcelona y Sevilla. Ciertamente no se ven demasiados entusiastas de la bici por las calles. Aun así, no está tan mal. Los ciclistas tienen su lugar en el segundo carril de la derecha (el primero es para autobuses y taxis) y los automovilistas son respetuosos. Claro, al tener a Guadalajara como punto de comparación, casi todo es ganancia. Creo que un factor que reduce los riesgos para los ciclistas en Europa es lo complicado y costoso que es obtener la licencia de conducir. A diferencia de México, donde es un trámite barato y no hay un examen tan riguroso. Puede parecer banal, pero creo que marca una diferencia importante en cuanto al grado de res-ponsabilidad que le otorgan a conducir un automóvil.

Según el momentoAhora me considero más fotógrafa, porque me acabo de comprar un lente muy luminoso y lo que más se me antoja es hacer fotos. Pero hasta hace unos días, y durante los últimos dos años y medio, me he considerado más periodista, porque dedico la mayor parte del tiempo a mi trabajo (ahora a mis estudios). Me digo ciclista porque es mi medio de transporte preferido. A veces también soy automovilista, peatona, usuaria del transporte público.

Intereses sostenidosMe interesan las artes en general, sobre todo el cine, la música, la literatura y la fotografía. Considero un lujo ser reportera de cultura, pues gran parte de mi trabajo consiste en ver expo-siciones, ir al teatro, hablar con artistas o intelectuales, ir a conciertos, escuchar conferencias. Este contacto intensivo con la creación contemporánea es una fuente inagotable de ideas e inspiración. Desde hace ocho años practico yoga de manera constante, un ejercicio que considero necesario para estar sa-ludable física y mentalmente. Curiosidad y silencioPara un periodista es fundamental la curiosidad, una de las pocas cosas que creo que no se me van a agotar. A veces hay que ser extrovertido, para hablar con gente que sabe mucho, por ejemplo, pero otras veces es mejor pasar inadvertido para no interferir en un ambiente. Hay que saber observar y escu-char. En una primera etapa, escribir una nota o un reportaje requiere estar en contacto con la gente, que es emocionante y divertido; pero el trabajo no se puede completar si no hay después un momento de reflexión o de silencio.

Palabras recogidas por Luis Manuel Amador

EuGEniA CoppEl: “ME diGo CiClistA”

Pájaro amarillo

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gUIdO ARROyO

crónica roja pasada por té de jazmíno farándula de un autor que carecede amigos, vida o lana para la terapia –que en todo caso, de nada sirve

o tráfico de citas avant la lettreque incitan al público a tocarse el mentón con cara de católicos en misa de latín: polaroid certera de un país anoréxico –no olvidar

que la onda de remos de la Niña la Pinta o la Sancta Maríasigue arrasando nuestras costas: de verdad quisieracomenzar esto diciendo en el principio está mi fin,pero en el paisaje de acá, no hay espaciopara llorar sobre los hilos de la hoja

porque en las costas de Isla Negra yacen cuerpos esperando sus nombres junto a jeringasrestos de afiches presidenciales o metales pesados –no poemas–.

La película sigue filmándose en el fondola superficie hace rato es pura marcha militar.

Por eso te digo que los libros de poesíaque según contratapas se precian de capturarla nervadura, el espíritu revolucionario de una época: son pescados, cheques al portador, letras de Adorno

–sus redactoresmás torpes que Cucurto escribiendo poesía (escena que podría figurar en un museo)versando sobre la nueva experienciade esta forma de nostalgia: un modeloque a todas luces se consumecomo ouroboros en basuco, crack, paco o pasta base

regresando a las preguntas diluidas, quién es el ladrónquien roba versos o funda una escuela, para qué la poesía si las piedras no nos hablansi los cuerpos, si los cuerpos.

Poema inédito, pertenece al libro Plankton.

Te digo que los libros de poesía actualesson cabezas de pescado pudriéndose: Diarios

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Al CiNE nada de lo humano le es ajeno. Desde la emblemática italiana Ladrones de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica, la iraní El ciclista (1987), de Mohsen Makhmalbaf, El prado de las estrellas, de Mario Camus, o la española Las bicicletas son para el verano, de Jaime Chávarri, la bicicleta ha tenido momentos estelares en el celuloide. Es el objeto de deseo, la herramienta de trabajo, el camino a la aventura, la amistad entrañable, la metáfora de la esperanza y la libertad. El siguiente es un recuento monográfico y crítico a través de la histo-ria del cine sobre ruedas.

CINE

rUEda quE ruEDa: la bICIClETa EN El CINE

JosÉ Antonio VAlDÉs PeñACineteCA nACionAl

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Para Alma Aguilar Funes,sin cuyo apoyo este texto no existiría…

Decía el escritor norteamericano Christopher Mor-ley, reconocido por su refinado sentido del humor, que “seguramente la bicicleta será siempre el vehículo de los escritores y los poetas”. Yo me atrevería a decir que también de los cineastas, porque muchos filmes, algunos de ellos entre los más importantes de la histo-ria del cine, giran en torno a una bicicleta, o bien, algunas de las secuencias memorables en el imaginario colectivo cinematográfico cuentan con uno de estos vehículos como protagonistas relevantes.

“Siempre que veo a un adulto montado en una bi-cicleta, recupero la esperanza en el futuro de la raza humana”, decía otro escritor, H. G. Wells. Pues sí, a veces una bicicleta puede significar una luz en medio de la oscuridad. En sus llantas, su manubrio, en su existencia misma, puede soportar los sueños de mu-chos miles que tratan de sobrevivir, como le sucede al obrero Ricci (Lamberto Maggiorani) en Ladrones de bicicletas (Italia, 1948) de Vittorio de Sica.

Obra cumbre del Neorrealismo italiano, Ladrones de bicicletas es el urgente retrato de la desesperación colectiva. La Italia de la posguerra inmediata, con sus calles ruinosas, estaba habitada por seres desespe-ranzados, sin empleo, sin higiene. Por eso, cuando al protagonista del filme se le ofrece un empleo que implica contar con una bicicleta propia, éste es ca-paz de empeñar hasta sus sábanas para conseguirla. La bicicleta lo es todo. Por eso, cuando un raterillo roba su bicicleta mientras trabaja pegando carteles en la calle, la tragedia colectiva de la supervivencia diaria se vuelve la tragedia de un hombre común solo con-tra un mundo con demasiados problemas como para compadecerse de él.

La búsqueda de la bicicleta por las calles de Roma se vuelve una pesadilla kafkiana, en la cual el objeto deseado parece reproducirse hasta el infinito. En las plazas públicas, en los mercados populares, en cada esquina, en el nutrido número de ciclistas que pululan por doquier. Pero la suya no aparece. No aparecerá nunca. Y ante el silencio del mundo entero, Ricci de-cide entonces pagar con la misma moneda con la cual lo despojaron. Pero no alcanza a huir a tiempo y es casi linchado por una turba iracunda, de la que lo rescatan las lágrimas de su hijo. El plano final los mira perdiéndose entre la multitud; tan solo una tra-gedia entre muchas. Hombres y bicicletas caminan hacia el sol que se oculta como punto final de un

día en el cual una odisea personal se convirtió en una de las historias más memorables de la historia del cine. La figura de la familia unida por la bicicleta en medio de un entorno adverso fue retomada por el comediante y cineasta Roberto Benigni en La vida es bella (1998), cinco décadas después de la aparición del clásico filme de Vittorio De Sica.

“La vida es como montar en bicicleta. Para man-tener el equilibrio hay que seguir pedaleando”, decía nada menos que Albert Einstein. Porque hay algunos que no dejan de pedalear la bici. Tal es el caso del nieto obstinado de la ancianita protagonista de Las trillizas de Belleville (2003), película de animación del belga Sylvain Chomet. Sin diálogos, pletórica en un sentido del humor absurdo y de comedia física que parecen extraídos de una película de Jacques Tati, Las trillizas… se vale de la figura del ciclista y su bicicleta, inseparables ambos, para orquestar una metáfora de la obsesión. El nieto no dejará de pedalear, siempre hacia adelante, aunque lo secuestre una extraña y fa-mosa organización que lo usará para juegos clandesti-nos. Mientras, su anciana abuela, con la ayuda de las trillizas titulares, una simpática triada de cantantes en decadencia, vive su propia obsesión por recuperar a su querido nieto. La bicicleta como metáfora de la vida misma, que si se detiene, todo colapsa.

“Si te preocupa caerte de la bicicleta, nunca te su-birás”, decía el campeón ciclista Lance Armstrong,

Fotograma de Bárbara, Christian Petzold, 2012

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antes de mostrarnos que no todo lo que brilla es oro. Pero lo cierto es que no pocas películas toman la figura de la bicicleta como una herramienta impres-cindible en el proceso de autodescubrimiento del ser humano. Como le sucede a Elliott, el niño protago-nista de E.T. el extraterrestre (1982). Steven Spielberg consiguió un momento icónico para el cine de Holly-wood cuando –para ponerse a salvo de una caída desde un risco que pone en riesgo las vidas del niño

y la criatura titular– la bicicleta en la cual ambos se dirigen hacia un punto en el bosque donde el ser de otro planeta se contactará con los suyos, emprende el vuelo hacia las alturas, cruzando sobre la luna. El vuelo termina de forma abrupta, el aterrizaje se com-plica un poco y ambos ruedan por el suelo. En E.T. la bicicleta es el vehículo ideal para los jóvenes prota-gonistas del filme; es un refuerzo a su ímpetu, a sus ganas de vivir en un mundo creado por imperfectos adultos que los dañan con sus decisiones, erróneas o no. La película es entonces una elegía a la necesidad de crecer, de encontrar la fuerza interna. Por eso, en la fuga de los muchachos para llevar al extraterrestre hacia su nave, el viaje los lleva justo frente al sol. Y el vuelo termina ahora en un aterrizaje perfecto. Las cosas han cambiado. Elliott y todos los involucrados en la aventura de E.T. en la tierra ya no son los niños del principio. Se subieron a la bicicleta de sus vidas y no volverán a temer la caída.

“Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el traba-jo parezca monótono, cuando resulte difícil conser-var la esperanza, simplemente sube a una bicicleta y date un paseo por la carretera, sin pensar en nada

más”. Así pensaba Sir Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes. Varios paseos por la provincia belga tiene Cyril, el conflictivo adolescente protago-nista de El niño de la bicicleta (2010), película de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, retratistas privilegiados de la Europa moderna de los desposeí-dos, económica y emocionalmente hablando. Dichos recorridos los lleva a cabo el joven protagonista en compañía de Samantha, una mujer joven que se vuel-ve su principal sustento emocional durante los fines de semana. Fines de semana soleados, alegres, que contrastan con la tragedia personal de Cyril, quien padece el rechazo de su irresponsable padre, lo cual le provoca arrebatos de furia que ponen en riesgo su integridad. De acuerdo con la frase de Conan Doyle, la bicicleta encarna para el protagonista una felicidad siempre en movimiento, nunca estable, nunca quieta, y a final de cuentas, inalcanzable si se deja de peda-lear, si se decide no seguir adelante.

El movimiento perpetuo de la bicicleta también puede dar pie a la expresión de lo romántico. En una hermosa secuencia de Las dos inglesas y el continente (1971) de François Truffaut, crónica de una historia de amor, obsesión, locura y desencanto entre un jo-ven francés y dos hermanas inglesas con muy distin-tas razones del corazón, hay un momento en el cual los protagonistas viajan por los caminos empedrados de la campiña. En un punto del trayecto, los tres viajan cuesta abajo por una ladera. Él queda rezagado, pu-diendo observarlas desde atrás, casi como un hombre invisible. Entonces, la voz en off que acompaña casi todo el relato dice una de las frases más hermosas que se hayan escuchado en el cine: “Me gusta tu nuca. Por-que en ella puedo admirarte sin que te des cuenta…”.

“La tolerancia requiere el mismo esfuerzo del ce-rebro que el necesario para mantener el equilibrio sobre una bicicleta”, dijo alguna vez Hellen Keller. ¿Puede una bicicleta representar un motivo de revuel-ta social? Según lo planteado por la cineasta Haifaa Al-Mansour (la primera mujer directora saudiárabe) en su ópera prima La bicicleta verde (2012), puede su-ceder. Wadjda, la protagonista del filme, es una niña de doce años que vive con su madre en un subur-bio de la capital de Arabia Saudita. Pero a diferencia de otras niñas de su edad, ella es emprendedora, inde-pendiente, con una idea propia de lo que quiere enla vida, características que la vuelven una amenaza para el orden de una sociedad en particular represora hacia las mujeres. Todo se complica aún más cuando Wadjda decide vencer a un compañero de juegos en

“la tolerancia requiere el

mismo esfuerzo del cerebro que

el necesario para mantener el

equilibrio sobre una bicicleta”,

decía Hellen Keller. ¿Puede una

bicicleta representar un motivo

de revuelta social? según el

filme La bicicleta verde, eso es

posible.

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una carrera de bicicletas para demostrarle su valor. Pronto descubrirá una bicicleta verde a la venta con la cual conseguir su objetivo. Sin embargo, su madre y el mundo entero se opondrán, pues el Islam considera indigno que una mujer use una bicicleta. Lo que Haifaa Al-Mansour propone con La bicicleta verde es enfatizar el papel de la mujer en la sociedad árabe como motor de cambio, cuyo mayor impulso viene por parte de las nuevas generaciones, que escuchan rock, hablan en voz alta, rechazan el velo y, claro, andan en bicicleta.

“Nada es comparable al sencillo placer de dar un paseo en bicicleta”, dijo alguna vez el ex presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy. Puede ser. El cine se ha encargado de que la bicicleta, como hemos podido ver, simbolice la libertad, la felicidad fugaz, la subversión, la capacidad de creer en uno mismo y hasta poder volar.

Hay otras muchas bicicletas memorables entre las imágenes en movimiento que pueblan el imagi-nario colectivo. Está esa bicicleta que, con muchos esfuerzos, llevaba de un cine a otro los rollos de una película en plena función, retratada por Giuseppe Tornatore en Cinema Paradiso (1989). O ese deli-cioso momento, tan erótico como extremo, que el protagonista de Las fantasías de Lila (2004), de Zaid Doueiri, experimenta mientras conduce su bicicleta llevando muy cerca de él a la mujer que subyuga su deseo. O la bicicleta como posibilidad de fuga de un entorno autoritario, como planea la protagonis-ta de la cinta alemana Bárbara (2012), de Christian Petzold. Pero, más allá de la imaginación de los ci-neastas, queda claro que, en palabras del reformista inglés John Howard, “la bicicleta es un vehículo cu-rioso. El pasajero es su motor”.

Fotograma de Ladrones de bicicletas, Vittorio De Sica, 1948

Fotograma de La bicicleta verde, Haifaa Al-Mansour, 2012Fotograma de E.T. el extraterrestre, Steven Spielberg, 1982

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CÓmO

En la página inicial de Leer poesía, el gran lector que es Gabriel Zaid se pregunta cómo puede o debe o cabe leerse ese género. Él mismo brinda la respues-ta: “no hay receta posible. Cada lector es un mundo, cada lectura diferente”. Y añade:

“La historia, la sociología, el marxismo, el psicoa-nálisis, el estructuralismo, la crítica textual, el estudio de variantes, de fuentes, de influencias, la estadística, la lingüística, la semiótica, la hermenéutica, la glo-sa, la traducción, la parodia, la desconstrucción, la teología, todo puede servir para ver con otros ojos y enriquecer la lectura.”

Con el ánimo de poner en práctica esa multiplicidad posible de lecturas pedimos a cuatro jóvenes poetas que leyeran la primera página de otro gran clásico de Zaid, Cómo leer en bicicleta (del que deriva el título de este nú-mero), y redactaran a partir de ella una nueva página, de la misma manera en que Zaid toma como punto de par-tida unas líneas del artículo “Bicicleta”, de la Enciclope-dia Espasa, para contarnos la reacción que tuvo al leer tal artículo en la solemne sala de una biblioteca.

Valga citar in toto la página de Zaid para quien aún no la conozca:

Para montar en bicicleta es preciso

no tener miedo, sujetar el manillar con

flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.

Enciclopedia Espasa, artículo BICICLETA

Siguen detalladas instrucciones para el pie izquierdo y el de-

recho. Para “evitar irritaciones (prostatitis)”. Para “los neuras-

ténicos”. Así como advertencias si “los riñones no funcionan

bien” y reflexiones sobre “las aplicaciones que este rápido me-

dio de locomoción pudiera tener en la guerra” tales como “la

creación de cuerpos de infantería montada en bicicletas...”

Lo que no viene es cómo seguir tan largas instrucciones: si

han de aprenderse de memoria, o ser leídas en voz alta por

un amigo que lleve el pesadísimo volumen al galope, él a pie

y uno en bicicleta, o si ha de ponerse un atril sobre la mis-

ma para ir leyendo... No hemos podido contener la risa. Se

oye un largo chiiit, y todos en la sala nos miran. Sí, fue una

profanación. La bicicleta se hizo real, nos hizo reales: entró,

bárbaramente, como a caballo en una iglesia. Pero si leer no

sirve para ser más reales, ¿para qué demonios sirve?

He aquí las páginas que nuestros convocados escri-bieron. Son, como cabía esperar, totalmente diversas y, por fortuna, imaginativas, juguetonas —arriesga-das cabriolas para saludar a quien ha demostrado absoluta maestría en el arte de leer mientras vuela en bicicleta.

l E E r EN bICIClETa

CuaTrO glOSaS SObrE uN TExTO DE gabrIEl ZaID

Generación espontánea. Xilografía/Papel Amate, 16x20 cm. 2011 Dibujos de Kely Rojas González

Page 30: Leer en Bicicleta. Revista Tierra Adentro 187 (Enero, 2014)

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dIEgO SALAS

Si lo que no le gusta es que lo manden, lea. Al cuerpo lo

vigilan los obispos, la policía y la programación televisiva. Al

habla, los padres, los maestros y los compañeros delatores.

Lo que se gana, lo cuida Hacienda; lo que se pierde, el

banco. Y por si fuera poco, el narcotráfico se encarga de

todo al mismo tiempo. ¿Y al pensamiento, quién lo cuida?

¿Dónde está su ministerio, su actuario o su verdugo? Para

eso no hay prisión que lo contenga todavía.

Pensar con las palabras de los otros es abrir una puerta

con el pico de un amigo, y darse a la fuga en una noche

despejada.

Cómo leer en bicicleta (Meditación)

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ÓSCAR dAVId LÓPEz

No sirven las precauciones cuando se trata de montar,

señora. Aunque la gente de la clase alta suele utilizar una

silla, todo método es poco apropiado.

Yo recomiendo TROTIFY. Sé que piensa que la

publicidad es un montaje. Pero déjeme explicar. Hemos

revolucionado el mercado.

Hoy más gente decide transformar su bicicleta en

caballo. Con TROTIFY su paseo se vuelve una cinta

medieval o campirana proyectándose detrás de su trote.

Cabalgue pero sobre ruedas.

¿Mencioné que la naturaleza no viene con instructivo?

No viva, señora. La vida es un peligro. Mejor haga que su

bicicleta relinche con TROTIFY.

Cómo leer en bicicleta (Anuncio)

Page 31: Leer en Bicicleta. Revista Tierra Adentro 187 (Enero, 2014)

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XIMENA ATRISTAIN

Para despertar es preciso no tener miedo, sujetar la taza de café con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para ser libre es preciso no tener miedo, sujetarel mundo con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para decir un poema es preciso no tener miedo, sujetar la voz con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para escuchar una historia es preciso no tener miedo, sujetar la cabeza con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para soltar un golpe certero es preciso no tener miedo, sujetar a la víctima con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo. Para nadar en el mar es preciso no tener miedo, sujetarse de las olas con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para decir te amo o la verdad es preciso no tener miedo, sujetarse a uno mismo con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para leer un libro es preciso no tener miedo, sujetarlo con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para hablar con los niños es preciso no tener miedo, sujetar la sonrisa con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para enfrentar el espejo es preciso no tener miedo, sujetar las lágrimas con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para mentir es preciso no tener miedo, sujetar la verdad con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para leer el futuro es preciso no tener miedo, sujetar la vida con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para viajar en el tiempo es preciso no tener miedo, sujetar el presente con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo.Para leer en bicicleta es preciso no tener miedo, sujetar la memoria con flexibilidad y mirar al frente y al suelo.

Cómo leer en bicicleta (Letanía)'

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EFRAÍN VELASCO

aaadvertenciasalaltaamigoaplicacionesaprenderseasíatrilbárbaramentebicicletabicicletabicicletasbiencaballochiiitcomocomocomocómocontenercreacióncuerposdededededededemoniosderechodetalladaselelelélenen

enenenenentróesesteevitarfuefuncionangalopeguerrahahanhemoshizohizoiglesiainfanteríainstruccionesinstruccionesirirritacionesizquierdolalalalalalalargaslargolasleerleídasleyendollevelolocomoción

loslosmásmediomemoriamiranmismamontadaneurasténicosnononononosnosoooyeparaparaparaparaparaparaperopesadísimopiepiepodidoponerseporprofanaciónprostatitispudieraquequequequérápido

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Cómo leer en bicicleta (Desmontaje)

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BJöRN KUhLIgK

No acerté con el tema, quería sobre el amor

quería sobre eso, quería sobre sus cejas, hablar

sobre sus cejas delgadas, sobre ese lugar impreciso

el momento, en que mi rostro fue al encuentro

del suyo, no acerté con el tema, me decido por la

orquesta ambulante del comedor asistencial, por la grasa del antojo

por las palabrotas de la valla de seguridad, no acerté con

el tema, quería sobre el amor, sobre displaced people

el amor, no acerté con el tema, la plática

bajo una rama del amor, es la charla bajo una excrecencia

la observo abajo y sobre mí, la observo convencida

por el destello, no acerté con el tema, el sitio de más iluminado

Traducción de Daniel Bencomo

El amor

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El jueves 13 de julio de 1967, a un kilómetro de la cima del Monte Ventoux, cuando se corría la etapa Marse-lla-Carpentras del Tour de Francia, el ciclista británico Tom Simpson sufrió un paro cardiaco. Simpson ha-bía ganado la carrera París-Niza unos meses atrás y el campeonato mundial de ciclismo en ruta sólo dos años antes. Era, pues, uno de los favoritos de aquel Tour, y en vísperas del 14 de julio estaba entre los líderes del pelotón. Se ha calculado que, aquella tarde, la tempe-ratura en el Monte Ventoux era de cuarenta y cinco grados. Una mezcla temeraria de coñac y anfetaminas causó la deshidratación que provocaría el colapso de Simpson, cuya muerte se declaró a las 17:40 horas. No muy lejos de ahí, pero en 1327, Francesco Petrarca vio por primera vez en Aviñón a Laura de Noves.

Una pequeña historia de bicicletas, corazones ro-tos, vidas truncadas y mundos por atravesar comien-za en este punto. Juan José Arreola, gran aficionado al ciclismo, escribió tras la muerte de Simpson un brevísimo poema en prosa que habría de recoger en Palindroma, libro de 1971. Finitud e infinitud, tiem-po y eternidad, realidad e ilusión confluyen en esas cuarenta y tres palabras de Arreola: “Se me rompió el corazón en la trepada al Monte Ventoux y pedaleo más allá de la meta ilusoria. Ahora pregunto desde lo eterno en el hombre: ¿Cómo puedo emplear con ventaja los tres segundos que logré descontar a mi más inmediato perseguidor?”

Poco antes de la muerte de Simpson, en 1964, se habían publicado las “Prosas dispersas” de Julio Torri como tercero y último de sus Tres libros (1964). Arreo-la, con toda probabilidad, había leído ahí “La bicicleta”, pequeño ensayo del coahuilense. Que lo hubiera leído Simpson no sería nada fácil de probar, aunque ima-ginar al ciclista británico leyendo ciertas líneas de un remoto prosista mexicano daría, como mínimo, resultados conmovedores. El ciclista, según Torri, es por definición un solitario. El camino que se va re-corriendo en bicicleta es metáfora de otro camino:

m a T E r i a T o P i c aLuis Vicente de Aguinaga CIClISmO

el que se va recorriendo hacia la muerte, ni más ni menos. Eso sí, la muerte a la que se llega pedaleando no es cualquier muerte, a decir de Torri: “El ciclista es un aprendiz de suicida”.

Pero el ciclismo es una cosa y andar en bicicleta es otra. En francés, para echar mano de un caso elo-cuente, la diferencia es categórica: entre la bicicleta recreativa (bicyclette) y el ciclismo deportivo (vélo) hay una gran distancia. Philippe Delerm trata el asunto con pinzas aristotélicas: “Nacemos bicyclette o nace-mos vélo; es algo casi político”. El que nace bicyclette es hedonista, pensativo y un tanto melancólico. El que nace vélo es competitivo, práctico y veloz. El coñac y las anfetaminas, názcase como se nazca, corren por cuenta de Tom Simpson.

Mitad bicyclette, mitad vélo, según se baje o se suba, es el velocípedo que circula por un bello poema de María Baranda que forma parte de Moradas imposibles (1998). También es legítimo decir: mitad Santa Teresa de Jesús, mitad Sor Juana Inés de la Cruz. Alitera-ciones, transposiciones y encabalgamientos aceleran la respiración y después la refrenan intempestivamente, como si la voz poética y el oído lector se precipitaran juntos por una cuesta empinada sin perder la gracia: “Hubiera yo veloz por él el mundo / recorrido en velo-cípedo. […] / De Oriente / a Occidente en velocípedo habría / yo ido hasta ese territorio de aves / y serpien-tes, por edificios y santuarios, / por puertas interiores y gradas ordinarias, / buscándolo geométrico, animal / que embellece las fachadas”.

De poco sirve preguntarse quién es, en el poema, “él”: ¿un dios, cualquier dios, o un hombre, cualquier hombre? Importa, en cambio, entenderlo como el objeto de un deseo, como el término de un viaje in-dispensable, como la meta de un camino y acaso de todos los caminos. Y comprender que hasta él se va, por supuesto, en bicicleta: “Hubiera yo por él / natu-ralista ido periférica / en ese siglo atestiguando / el Nuevo Mundo entre dos ruedas”.

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rEloJen velaL I B R O S

MAnuAl De lA DiseñADoRA DesCAlzA

• Selva Hernández

Carla Fernández, El manual de la diseñadora descalza (edición bilingüe). Traducción de Jason Woods. Conaculta, México, 2013

La palabra texto, textil y textura tienen el mismo origen. El hilo del habla, el hilo de la vida, aquel que se desenreda, se anuda y entreteje con otros hilos. Del texto y del textil surge la trama, el telar, el tejido; es el origen religioso del tan-tra, que significa por igual trama, tela y libro. Las hilanderas dan vida: entrete-jen el destino desde el hilo del cordón del vientre materno. Hay un acto de dar vida en el hilar, otro en el tejer. No

es casual que para muchos pueblos, el hilo represente la palabra.

El Manual de la diseñadora descalza, de Carla Fernández, toma su título de la singular obra del holandés Johan Van Lengen, Manual del arquitecto des-calzo, “la persona que diseña y constru-ye las edificaciones pequeñas en una comunidad, o quien dirige a un grupo de personas que han decidido cons-truir juntas una obra más grande para beneficio del pueblo”.

El libro de la diseñadora coincide con el del arquitecto: está escrito para el beneficio de los pueblos. Ambos desga-jan una técnica, entienden su estética, función y simbología. Saber qué atiende a lo práctico, qué se ciñe a lo simbólico, y dónde queda el lugar para el capricho.

“Cuando surgió la gente en el mun-do se encontraba sin ropa y se dieron cuenta de que podían hacer algo para protegerse del frío y del calor”. Así co-mienza Otilia Sandoval su explicación sobre el huipil triqui de San Andrés Cacaxtla, en Oaxaca. La narración, que inicia con la función primordial de protección del cuerpo desnudo y culmina con la figura de una maripo-sa, describe en menos de tres párrafos el origen de su vestimenta tradicional, arraigado en el inicio de los tiempos.

Las prendas del Taller Flora están desprendidas de la moda y el tiem-po. Permanecen entre la cambiante vorágine de la estética y perduran por sus materiales, pueden heredarse de

madre a hija, seguramente se hereda-rán de abuela a nieta –su belleza no aburre–, serán reparadas con amoroso cuidado, nunca harán basura. Cum-plen de forma horizontal la labor de la diseñadora contemporánea que convi-ve con personas de otras tradiciones, se sorprende, aprende, y sólo después crea. “Tuve que hacer un ejercicio in-tensivo de observación para entender sus sistemas endémicos. Si quería ense-ñar, primero tuve que aprender”, dice la diseñadora descalza en la página 124 de su Manual.

Conocedora de su trabajo, el Ma-nual es un regalo generoso del cono-cimiento y los métodos que el Taller Flora ha desarrollado para su trabajo en conjunto con las comunidades indígenas. El Método de la Raíz cua-drada, una bitácora de la práctica, el syllabus del taller, la organización de la producción generada en éste, el sistema de ventas, comunicación y mercadeo, despliegan el modo de hacer las cosas, los secretos del profesionista puestos al servicio del pueblo, regalados y des-plegados con orden y estructura: un verdadero manual para las industrias creativas.

Carla Fernández aconseja en una entrevista reciente a los diseñadores jóvenes escribir un libro; en la página 122 dice: “La elaboración de manuales debe ser una responsabilidad de las in-dustrias creativas. [...] No sólo se trata de llevar el conocimiento al campo, sino de crear un puente que nos permita reinterpretar y reinventar los oficios rurales. Un manual es sólo un punto de partida, pues la única forma de con-servar la tradición es por medio de la innovación”.

El formato del libro, un rectángulo que surge de la suma de dos cuadrados (1:2) y que al abrirse forma un gran cuadrado, reproduce la forma primaria de la composición geométrica de los textiles tradicionales: un cuadrado for-mado por cuatro cuadrados, en el que se

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PoetA iRRitilA: Julio CÉsAR FÉlix

• Odette Alonso

Julio César Félix, Nacimos irritilas en el acuario del mundo, Andraval Ediciones, México, 2013

En el principio, cuando el mundo era simplemente una bahía, entre la nada y el caos ya flotaban los deseos. De ellos brotó todo lo imaginable: “caza, pesca, fauna, alucinaciones”. Desde entonces, aquella tierra fue el acuario del mundo, la dársena paradisíaca y al mismo tiempo, un “mundo violento, ridículo”.

Heredero de irritilas, los pobladores originales de La Laguna, a quienes los misioneros jesuitas describieron como “medio peces, medio hombres”, Julio César Félix Lerma canta en este libro a los mares del Pacífico y a las lagunas de

Mayrán, al valle, a la sierra y a las cria-turas que allí habitan. Para decirlo con sus palabras, celebra al “mar y la arena/ en coito”; a “los seres planetarios [que] rodean nuestras casas”.

Desde el principio, el poeta declara su premisa: la intención de registrar “los quehaceres cotidianos de los hom-bres/ y sus visiones nocturnas”. Des-de ahí queda planteada la noción de dualidad que recorre todo el libro: el hombre y su circunstancia de los que hablara Ortega y Gasset; naturaleza ex-terior y naturaleza humana. Afuera, el paisaje: la blancura del desierto, los azu-les del mar, los cielos enverdecidos, las especies animales, un río vertiginoso; adentro, el reencuentro diario con el amor: el aroma del cáliz, la boca dulce, la concupiscencia de los cuerpos que se buscan, que se anclan uno en el otro.

El cuaderno se estructura sobre la base de un rejuego de dicotomías. Hay una segunda: de un lado, ese pai-saje prístino “de tinta de pulpo y de cactácea”; del otro, la selva urbana: la violencia del entorno social, ese caos que regresa, tornasolado y sangriento, y que marca una cotidianidad a ratos escalofriante.

“Navego mar adentro en la víspera de la noche”, dice Julio César y describe “un cuadro azul marino en todo su esplendor”. Yo, sin embargo, también preveo navegaciones hacia esos mares interiores que se tornan luminosos en-tre el celaje de los cuerpos que aúllan

en medio de las emanaciones insaciables del amor. Porque a través de estas pá-ginas desfilan, en un constante vaivén —como el de las mareas y el oleaje, como el de las visiones del desierto—, “soles y sexos”: los fuegos naturales y los ín-timos, los de la noche ardiente y las lenguas precisas del deseo.

“Mi carne precipitada al juego de nuestros abismos”, versa Julio César, y aun en la noche singular, el canto se hace plural. Ya lo asentaba el propio tí-tulo de la colección: Nacimos irritilas en el acuario del mundo; no se trataría del poeta en su torre de marfil o su jaula de oro, sino del hombre en su comuni-dad, en su tierra prometida. Una vez más, mundo adentro y mundo afuera, ahora en forma de individuo y colec-tividad: son los habitantes terrestres, ebrios de luminosidad, de vino tinto y de palabras, embarcados en esta nave de los locos que es la vida.

“Hay que colgar a la poesía/ de un gancho […] en la incertidumbre/ del aire/ y de las miradas transitorias”, dice Julio César y huele a nostalgia de pala-brero. Brazos y puertos se vuelven alas sobre el desierto de Mayrán. Como en el origen, en esa noche de los abandona-dos que es la misma noche de los aman-tes, siguen flotando los deseos. Brotando desde ellos, “el agua estimula los partos de la luz” y “germinan sueños,/ duendes/ y música”. Así, al final, y lo digo con los versos del poeta, “sobrevive un presen-te/ embriagante,/ fundador”.

han colocado todas las piezas que inte-gran el diseño: textos, imágenes, folios y plecas que activan los blancos y des-pliega la información como el bordado de un textil. El diseño editorial se debe a Estudio S, dirigido por Sofía Broid y Eduardo Sánchez, autores que saben que el diseño es contenido y que la información en las páginas de un libro, antes texto e imágenes sueltas, adquie-ren sentido y voz a través de la puesta

en página. Es de mencionar también en el esfuerzo de Jason Woods por lograr una traducción notable al español que incluye palabras de diversas lenguas como mecapal, julio, lanzadera, ma-chete, lizo, carrizo, malacate, jícara.

La indumentaria, sujeta a los ca-prichos de la moda (nunca pregunte usted, lector, a qué responden estos caprichos) es lenguaje, función y estética. Que la vestimenta tradicional

mexicana no se ciña al cuerpo, a di-ferencia de los dictados de la moda occidental, habla, en su trama de hi-los, de la otredad y la diferencia. La ropa que se despliega a lo largo de este libro cohesiona modernidad y tradición. Cumple con aquella frase que Octavio Paz usó para referirse a la obra de Luis Barragán: Para ser moder-nos de verdad tenemos antes que reconci-liarnos con nuestra tradición.

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a un “gobierno por discusión” en el que la razón suscite la participación política y el diálogo. El fin buscado es la cons-trucción de “un futuro menos injusto”.

Como sujeto histórico –mujer de de-terminada edad, perteneciente a una co-munidad específica, miembro de una clase social, etc.–, coincido con todos los puntos que implica la tolerancia esgrimida por la Fragilidad…; sin embar-go, considero que las claves más signifi-cativas de la misma se lanzan al final del libro cuando se reconocen las ligas entre barbarie, falta de educación y desigual-dad. Son aspectos cuya resonancia se encuentra en el seno mismo de los con-flictos sociales y en la maneras en las que determinados grupos son incapa-ces de tolerar. ¿Cuáles son las situacio-nes y problemas que impiden tolerar y, desde ellos, comprender la intole-rancia? La barbarie, nos dice Muñoz, coexiste con la humanidad “porque todo hombre puede volverse bárbaro” y entonces es necesario “aprender a vivir con la barbarie”; nuestra tarea es indignarnos ante ella, aislarla para no contribuir con su proliferación. Pero la barbarie, habría que añadir, adquiere rostros distintos según provenga del Estado o de las sociedades mismas y, en este sentido, más que caer en el rela-tivismo inadmisible, que también para Muñoz es una forma tibia de reflexio-nar, habría que agudizar el sentido crí-tico y recordar siempre que la mirada y el acto provienen de su relación con el espacio y con el instante preciso en el que se ejecutan, enmarcados por un en-torno particular que no puede obviarse.

Para tolerar y, por tanto, para conver-sar, es necesario saber guardar silencio. El que sabe hacerlo escucha al otro y después, quizá, pueda responder. Y aquí cabe recordar aquel apunte de Blanchot cuando reflexiona en el habla del dicta-dor, un habla solitaria, sorda, que es un soliloquio que no admite réplica. Saber escuchar es ser civil, es tolerar, es, por fin, saber que hay Otro.

el bien CoMún: esCuCHARnos

• Ingrid Solana

Luis Muñoz Oliveira, La fragilidad del campamento: un ensayo sobre el papel de la tolerancia, Almadía, México, 2013

La fragilidad del campamento —hermoso y atinado título— es un recuento de defini-ciones y características de la tolerancia. Muñoz Oliveira no hace un recorrido exhaustivo ni erudito por las implicacio-nes de ésta en la filosofía, la historia o la cultura. Escoge con puntualidad a los au-tores desde los cuales aborda el problema y los ejemplos que ilustran la perspectiva andada –el caso de Miguel de Servet, el mito de la caverna de Platón, los músicos que compiten por un empleo, etc.–. Hay reflexiones sobresalientes: el pensamien-to de Amartya Sen, John Rawls, Michel de Montaigne, Platón, Stephen Toulmin, Richard Rorty. Pero estas lecturas son discutidas para reflexionar el concepto y obtener definiciones pro-pias; una de ellas es la de la tolerancia como “disenso racional persistente”, lo que la sitúa en un marco que in-cita a los lectores a discutir con el texto. El libro se inscribe así en una categoría que podríamos denominar “ensayo inteligente”, pues se exponen una serie de argumentos cuyo fin es lanzar determinadas perspectivas y

producir conversaciones. Por momen-tos, el tono tiene conexiones con la enérgica voz de Damián Tabarovsky y su espléndida Literatura de izquierda, un libro que desmantela los entendi-mientos de lugar común en torno a la literatura contemporánea; La fra-gilidad del campamento, a su vez, colo-ca el acento en un nervio central de la terminología adyacente a la democra-cia, y lo hace desde la ética, saliendo de los usos de sentido común de la tolerancia en la publicidad política. La ética, disciplina del pensar olvida-da, malversada por discursos serviles tendientes a buscar la simpatía de las masas desde determinados poderes, espacio de desprecio hacia estratos a los que no conviene meditar en los valo-res, se nos muestra como un ámbito fundamental de la práctica de la toleran-cia; allí donde es posible abatir los pre-juicios que nos alejan de los otros para generar el bien común.

La tolerancia es un presupuesto im-plícito, inherente o sinónimo del ideal democrático. Si los términos son corre-lativos en la esfera del ideal, ¿qué sentido tiene reflexionarlos en paralelo a deter-minados contextos?, ¿por qué parece que la ejecución de la democracia del siglo xxi no solventa ni prueba su valor central –si es que éste fuera la tolerancia– y, por el contrario, muestra innumerables con-tradicciones que continuamente abaten dicho “valor” –el fundamentalismo o la crueldad, por ejemplo?–. ¿Cómo pueden “encarnarse” los valores democráticos en países en vías de desarrollo, en los que la miseria, la falta de educación y las realidades sociales generan intolerancia colectiva? Las preguntas son apremiantes y la definición de la tolerancia las implica.

Contra la indiferencia, en busca del diálogo, el respeto a la diferencia, La fragilidad..., evoca canales expresivos a través de los cuales la tolerancia aban-done el espacio falso –la indiferencia comodina que acepta lo otro porque no tiene más remedio–, para dar paso

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DiARios De biCiCletA

• Ana León

David Byrne, diarios de bicicleta, Sexto Piso, México, 2011

Para David Byrne los viajes en bicicle-ta, durante los últimos treinta años, han sido una ventana panorámica a través de la cual ha mirado el mundo. A partir de los años ochenta la bicicle-ta se convirtió en su principal medio de transporte, primero en Nueva York, ciudad en la que vive, y luego en todas las ciudades que visita. Des-de entonces, su manera de observar se ha filtrado a través de dos ruedas. En Diarios de bicicleta (2009), el mú-sico y artista plástico demuestra, en su faceta como escritor, que no sólo es un observador audaz sino también un habitante que se apropia de la ciu-dad circulando todos los días por sus principales arterias.

Al iniciar la lectura, una bicicleta a pie de página aparece. Nos acompa-ñará durante toda la lectura, yendo y viniendo como si, a bordo de ella, se filtrara también nuestra mirada, pues el ex líder musical de la banda Tal-king Heads va más allá de las peripe-cias de un ciclista ingenuo; el registro de cada rodada, corta o extensa, ha sido el pretexto perfecto para afilar la

pluma y adentrarse en diferentes ciu-dades del mundo, en su cultura, diná-micas sociales y políticas, y sobre todo en la mirada del otro.

Byrne se ha convertido en un ver-dadero crítico de la ciudad, pues se co-necta directamente con la vida de la calle. Salir a andar en bicicleta en una geografía diferente implica entender el pulso vital de ésta. Comprender la mentalidad de su población expresa-da en la urbe que habita. ¿Qué histo-ria cuenta el paisaje? ¿Cómo responder ésta pregunta ante ciudades como Berlín, Estambul, Buenos Aires, Ma-nila, Sidney, Londres, San Francisco y Nueva York? La ciudad es transforma-da, responde a necesidades espaciales, temporales, económicas y sociales. Es el vertedero de intereses e ideas, pero también de desechos.

Más allá de hablar de bicicletas, Byrne habla de urbes, del paisaje de las ciudades, de la arquitectura de las ciudades, de los drásticos contrastes de intereses para desplegarlas y de la forma en que para quienes fue-ron hechas las ciudades, el impulso primigenio de su creación, han sido olvidados: los ciudadanos. Así, se aventura a entender las ciudades por su diseño, una construcción men-tal no azarosa en el caso del músico quien pasó un año de su vida como estudiante en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Su mirada está permea-da por su práctica en el arte contem-poráneo y el interés inherente en la forma, la función y la estética. Por ello, nos increpa con preguntas como: “¿Tiene cada cultura su propia paleta de colores?” ¡Claro!, lo civilizado de las calles de Berlín (que parecen es-tar bajo los efectos del Prozac, como lo menciona Byrne) no tienen el mis-mo matiz que las devastadas calles de Nueva Orleans: la primera responde a una gama de colores fríos que acen-túan su perfección, mientras que la segunda, a pesar de la devastación, es

cálida. ¿A qué color puede responder una ciudad como Manila en donde el espacio para un ciclista se vuelve des-venturado? El recorrido por el que nos lleva el músico reflexiona hasta llegar a hablar de la arquitectura emergen-te como una forma de automanteni-miento social. La arquitectura, un reflejo de cómo se ve la sociedad a sí misma. “Una manifestación en tres dimensiones de lo social y lo perso-nal”. ¿En qué clase de gente nos con-vierte la ciudad? ¿Cuánto tiempo hay que vivir en una ciudad para que se empiece a pensar como las personas que la habitan?

Diarios de bicicleta es, también, un libro de referentes, en sus páginas desfilan diseñadores, urbanistas, ar-tistas plásticos, escritores, músicos y políticos. La bicicleta es el medio por el cual el escritor se inserta en la diná-mica social, pero es también su papel como ciclista desde donde habla so-bre la política exterior estadouniden-se, la dictadura y represión argentina de los años setenta y la era Marcos en Manila. El libro está lleno de las opi-niones políticas abrigadas en pláticas con colaboradores o en comidas con amigos y colegas. Apostado desde los pedales de su vehículo, David Byrne es capaz de ponerse en los zapatos del otro, de entenderlo. Pensar que “un árbol retorcido ha llevado una vida interesante” es algo que sólo alguien que se da tiempo para observar puede concluir.

Pasar la mirada por las páginas que componen el texto es también pasar-la por la vida de un hombre que con más de sesenta años cree en los ciuda-danos del mundo como los principales agentes transformadores que lograrán que, en algún momento, los diferen-tes gobiernos doten de espacios deco-rosos a quienes como él han adoptado la bicicleta no sólo como medio de transporte alternativo, sino como es-tilo de vida.

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gura de lo circular, de lo que retorna, son leitmotiv en estas páginas. Las esferas que forman un panal por acu-mulación de hexágonos; la pista de carreras donde un Porsche Giocon-da realiza sus evoluciones; el mundo que nunca se acaba, sino que retorna más siniestro e imposible de creer; Jonás el profeta que no se decide a salir a pregonar la buena nueva. Es decir, procesos inacabados, pero que comienzan de nuevo cada vez más de-gradados, sin terminar de consumir-se. Esto es lo que la poesía de Padilla pone de relieve: la necesidad de un cierre es un lujo para la humanidad. Esta serie de poemas dan cuenta de los impulsos para vencer la resisten-cia de las cosas que nunca llega a ser del todo fructífera.

Mención aparte merecen dos poe-mas que han sido replicados en redes sociales desde la salida del libro: “Del-ta” y “La fecundación de las cajeras chinas”. En el primero, el viaje de un padre con su hija rumbo a la zona más poblada de su región les permite ver en el lago un grupo de patos azulados. De este encuentro fortuito se deriva una reflexión sobre lo torcido que parece estar el mundo en sus ribetes y sobre cómo la “normalidad” es un imperativo que la naturaleza no se da el gusto de cumplir. La figura de los patos permite adentrarse en las fisuras que ese mundo relajado y feliz, que aparece en la superficie del poema, no permite ocultar del todo y que toma con mucha fuerza el papel de narrativa predominante. En “La fecundación de las cajeras chinas”, el yo poético rea-liza un diálogo mental con la cajera del supermercado que asegura que la especie se siga perpetuando. El instru-mento de sujeción al mundo que ope-ra es el de la fantasía como motor de la voluntad. En nuestra cabeza todos somos grandiosos, potentes rockstars. La realidad es una simple y muy abu-rrida sugerencia.

PRoFÉtiCAs Del FRACAso

• Luis Alberto Arellano

Eduardo Padilla, Blitz, filodecaballos, México, 2013

En el folklore malayo, la figura de Naranath Branthan es conocida por ser un mujta (una persona de origen divino) que simulaba estar loco y que, debido a su comportamiento excéntri-co, revelaba enseñanzas de muy diversa índole. Naranath es representado si- empre como un hombre que empuja grandes rocas hasta la cima de una co-lina, para dejarlas caer rodando hasta el valle, mientras ríe a carcajadas de la constatación permanente de la ley de gravedad. Una vez que la roca deja-ba de rodar, volvía a comenzar el as-censo, difícil y escarpado, empujando la roca, con la seriedad de quien realiza una tarea de suma importancia para la comunidad. La colina de estos ejer-cicios, en donde se ha construido un templo dedicado a la diosa Devi, se encuentra en el estado indio de Kera-la, cerca de la ciudad de Palakkad, al sur de la península índica. En la cima, al lado del templo, hay una gran escul-tura del profeta loco y una gran roca que empuja hasta la cima. El loco del Naramad, se le conoce también a este Sísifo malayo, con más humor, realiza el trabajo inútil una vez y otra con un placer inusitado, porque de él se des-

prenden enseñanzas sobre el mundo y su futilidad.

Este personaje es uno de las apa-riciones extraordinarias que pueblan los poemas de Blitz, de Eduardo Pa-dilla. En la galería de personajes mí-nimos, pero tocados por algo parecido al genio, que Padilla hace dialogar con un entorno siempre enfermizo y particularmente cercano al fracaso, la figura de Naranath se acompaña por la profesional del theremin, Cla-ra Rockmore, y por Jonás, el profeta que tuvo por residencia temporal el interior de una ballena. Vale la pena aclarar qué es el theremin: es un ins-trumento electrónico que funciona con dos antenas en los extremos de una caja, una colocada en forma vertical, a la derecha (que es el control del tono); y una a la izquierda, y colocada de for-ma horizontal (que es el control del volumen). Debido a que el ejecutante no toca las antenas, sino que regula la amplitud y frecuencia de las ondas que emiten por la proximidad de sus manos, pareciera que se palpa el vacío para producir música. Al inicio de su producción industrial, al theremin se le conocía como eterófono, por aludir a que la digitación accionaba el éter para producir sonido. Suena inverosímil que existiera una concertista profesio-nal, reconocida a nivel mundial, que tuviera ese instrumento como el elegi-do para dar recitales. Pues bien, Clara Rockmore es la mayor exponente del theremin que la historia consigne. Así, aparece un patrón. Los personajes que Padilla convoca son partícipes de una visión única, pero imposible de consig-nar comunalmente. Son una especie de genios autistas, que encontraron su nicho de desarrollo en un devaneo que tiene muy poca importancia y que la historia recuerda como una curiosidad al pie de página.

“He observado que las cosas no terminan nunca de acabarse”, dice un poema de este libro. Y es que la fi-

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en MeDio De extRAñAs VíCtiMAs

• Joaquín Guillén Márquez

Daniel Saldaña París, En medio de extrañas víctimas, Sexto Piso, México, 2013

Al leer En medio de extrañas víctimas es difícil quitarse la sensación de que se está leyendo la biografía de momen-tos específicos. Una línea del tiempo que se comparte entre varias personas. Para empezar se encuentra a Daniel Saldaña París, escritor que llegó a mí gracias a unos poemas suyos publicados en Punto de partida. También, aunque quizá de manera mucho más velada, me encontré con las vidas retratadas de Ro-drigo y Marcelo, ambos protagonistas entrelazados de la novela.

La evolución de Saldaña es clara y, además, notoria para los que hemos tenido la suerte de leerlo con anterio-ridad: de su poesía queda la facilidad con que dos ideas se conectan, casi de la nada, creando una especie de flujo de conciencia que en En medio de extrañas víctimas, su primera nove-la, encuentra una voz en Rodrigo. La biografía literaria del autor no sólo es un crecimiento, sino un cambio, una vuelta sin sobresaltos porque los temas y el estilo ya fueron sembrados.

La trama, en principio, presenta dos historias cuyo único punto de co-

nexión está en Los Girasoles, un lugar que pasa de ser desapercibido a prota-gónico. Antes de Los Girasoles está la Ciudad de México, en la que vive Ro-drigo, quien abandonó su licenciatura en letras inglesas y que ahora trabaja como “administrador del conocimien-to” (una mezcla de ghost writer mil usos) en el Museo de la Ciudad, un burócra-ta cultural sin gracia. Saltan a la mente dos referentes literarios que ayudan a componer una mejor imagen de Rodri-go: los hombres grises de Momo y Bart-leby, el icónico personaje de Melville. La famosa frase de Bartlebly se transforma en acción, pero no en deseo. Rodrigo no es tan imposibilitado (¿o necio?) como Bartleby, pero su vida se mece entre un “preferiría no hacerlo” y “preferiría no cambiarlo”.

La segunda parte sigue la vida de Marcelo Valente, un académico es-pañol que llegó a Los Girasoles para realizar una tesis sobre Richard Foret (basado en Arthur Cravan), un escritor y boxeador que, como muchos artistas extranjeros que encontraron salvación y perdición en México, viaja al país sólo para conseguir un desenlace digno de un caricaturesco Geoffrey Firmin.

Saldaña presenta tres historias que emergen ya entrada la segunda mitad de la novela: la de Rodrigo, contada por él mismo, la de Marcelo, por medio de un narrador omnisciente, que se en-vuelve con la de Richard Foret. La vida de Foret se presenta como uno de los tantos juegos de personajes espejo que hay en esta novela, sin embargo traspa-sa el paralelismo. Además de estable-cerse como un relato independiente, lo que el lector sabe de Foret es a través de las lecturas y redacción del académi-co. Las referencias a “estudiosos” y textos críticos sobre el boxeador permean, sin que se perciba la voz de un narrador, sino la de un ensayista y biógrafo que entrega partes de su investigación.

Es en el cambio de voces que la novela encuentra su ritmo. Quizá es

por eso que encontré mucho placer en descubrir a Rodrigo y ver el deterio-ro que sufre a través del lenguaje. El “No hace falta comenzar describiendo las acciones que configuran mi ruti-na. Esa tediosa enumeración vendrá luego. Primero quiero asentar que mi cabeza flota unos cinco centímetros por arriba de donde termina mi cue-llo, desprendida de mí” del principio contrasta con el desorden y el flujo de conciencia más pronunciado que se encuentra hacia el final: “Pero no se me ha ido la pinza, sino todo lo contra-rio: me siento cuerdo. Aunque claro, no se puede confiar en la propia sensa-ción: los locos también se sienten, a su manera, cuerdos: sólo el prójimo pue-de darnos una pista de nuestra propia salud mental, y si el prójimo, él mismo, loco, se pierde la posibilidad de saber quién es el loco…”.

Marcelo, por otro lado, no es un descanso de la voz del primero. Salda-ña comprende tan bien los cambios de voces narrativas que se le escapa, el na-rrador omnisciente de Marcelo se siente cansado, casi gris. Si bien es un impor-tante paralelismo a tomar en cuenta, la comodidad que Saldaña tiene para crear a Rodrigo es evidente.

Todos los detalles del libro son necesarios, sin embargo es inevitable pensar en que la trama tarda en despe-gar, lo que ocasiona un cierre apresura-do e imprevisible. No es una novela de lenguaje vertiginoso ni, por momen-tos, fluido, pero eso pasa a segundo término. Saldaña tiene un dominio del lenguaje profundo y disfrutable por su densidad.

Las digresiones de Saldaña, tanto en Marcelo como en Rodrigo, tienen una claridad ensayística que otros escritores envidiarían y que los lectores, sin duda, apreciarán. Y aquí se encuentra la ma-yor virtud del libro: la novela no aleja a sus acompañantes, quienes dejan de ser las extrañas víctimas para convertirse en cómplices confiables.

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bien conocidas las páginas de Henry Miller (Mi bicicleta y otros amigos) así como los elogios que H. G: Wells, Samuel Becket, Amos Oz y Julio Cortázar le han dedicado. La bicicle-ta no es sólo el mejor vehículo para conocer cualquier lugar, como bien lo dijo Hemingway, sino también para conocerse a uno mismo y estimular la imaginación.

bicicletas lisérgicas

De allí que la veloz bicicleta haya de-jado su huella en las páginas de tan-tos libros. Pero mucho menos sabido es que el Día de la bicicleta se cele-bra el 19 de abril en honor al genio suizo de la bioquímica que sintetizó el lsd en los laboratorios Sandoz. Ese genio es Albert Hofmann, quien realizó el primer viaje en ácido lisér-gico que la historia registra mientras pedaleaba en su bicicleta por su na-tal Basilea. Tomamos estas líneas del espectacular libro de Rogelio Garza titulado Las bicicletas y sus dueños:

“Hofmann se sometió a un plan experimental y se suministró una dosis de 0.25 miligramos de lsd. Le

Gabriel zaid: el arte de detenerse a leer mientras se pedalea

Aprender un idioma mediante el estudio de su gramática es imposible, decía Américo Castro. Por lo menos, tan difícil como “andar en bicicleta leyendo tratados de mecánica”.

Hace treinta y ocho años Gabriel Zaid tomó esa celebrada imagen y le cambió el signo. No sólo para decir que la paradójica combinación de esos dos placeres, leer y pasear en bicicleta, es posible, sino para subra-yar que la comprensión de nuestra realidad exige justo eso que parece impracticable: compaginar dos ac-tividades mutuamente excluyentes por el grado de concentración que cada una exige: leer mientras se con-duce una bicicleta.

Zaid ha dado sobradas muestras de poseer ese singular talento: leer con todo detenimiento sin perder el equilibrio ni perder de vista el ho-rizonte, y por ello, aun en caso de desacuerdo con sus ideas, nadie le escatima admiración.

De la bicicleta considerada como musa moderna

La historia de los escritores monta-dos en bicicletas comenzó a tomar forma hacia mediados de los años setenta del siglo xix. Si bien es cierto que algunos de ellos habían hecho de la bicicleta su medio de transpor-te desde que eran jóvenes, hubo ca-sos excepcionales como el de León Tolstoi, que a los 67 años de edad tuvo el vigor y el valor de aprender a andar sobre dos ruedas.

Entre los primeros, uno de los más destacados era Horacio Qui-roga, quien dejó testimonio de su pasión por ese singular y prodigio-so aparato: “El gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse, llevarse uno mismo, devorar distan-cias, asombrar al cronógrafo y excla-mar al fin de la carrera: mis fuerzas me han traído”. Esto lo dijo días des-pués de un viaje que realizó entre Salto y Paysandú en 1897.

Por cierto, Quiroga y uno de sus amigos más cercanos, Carlos Berru-ti, fundaron un Club Ciclista que llevaría al escritor a pedalear por las calles parisinas en 1900, año en que se celebró en aquella ciudad la gran Exposición Universal visitada por mi-llones de personas. Tanto presumía Quiroga de que su mayor pasión era el ciclismo que tuvo la ocurrencia de decirle a otro amigo suyo, Julio Payró: “Créame, yo fui a París sólo por la bicicleta”.

Existen cientos de anecdotarios de escritores que aman la bicicleta, tan-tos, que fácilmente podría hacerse un gran libro en tres volúmenes. Son

a l a c e n a

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conmemorar los sesenta años del fallecimiento de Eliot, ocurrido en 1965?

tres inéditos de salinger

El 28 de noviembre aparecieron en internet, merced a un documento mal digitalizado, tres textos inéditos del legendario J. D. Salinger: “The Ocean Full of Bowling Balls” (El océano lleno de bolas de boliche), “Birthday Book” (libro de cumplea-ños) y “Paula”. El primero de estos tres textos llamó especialmente la atención pues es una suerte de preludio de El guardián en el centeno. Kenneth Slawenski, biógrafo de Salinger, con-firmó que se trata de textos auténti-cos. Los textos estaban disponibles solo para consultas bajo supervisión en la biblioteca Firestone de la Uni-versidad de Princeton y en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas. Los herederos de Salinger tenían planeado presentar nuevo material inédito en 2015, pero no sa-bemos si la aparición de estas copias piratas cambiará esos planes.

pidió a su asistente W.A. Kroll que lo acompañara a casa y se fueron en las bicicletas, porque la guerra restringía el uso del automóvil. En ese trayecto, el ácido encendió su mente y descubrió algo nunca an-tes visto que lo aterró y lo fascinó: un universo por explorar, el paisaje de la mente humana. Este primer viaje lisérgico, un viaje fantástico en bicicleta, es bellamente descri-to en su libro Mi niño problema. ¿Qué velocípedo tuvo el honor de llevar a Hofmann el proclamado Día de la bicicleta? A pesar de ser un país neutral, en Suiza todos los hombres deben cumplir el servicio militar. El ejército es preciso como sus navajas y sus relojes. Su principal medio de transporte entonces era la Swiss Army Bicycle, fabricada desde 1904 por la compañía Condor-Werke-AG, también fabricante de las primeras motocicletas europeas. La Condor que seguramente montó Hofmann era un rediseño mejorado de la Ra-leigh DL-1, creada por el ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial, equipada para transportar a las tropas, con un sistema de siete velocidades.”

Lo mismo sucede con las artes visuales. Pocos objetos hay tan re-producidos en oleos, acrílicos, acua-relas, grabados, dibujos y esculturas como la bicicleta, cuyo diseño parece alentar el trazo. Objeto de júbilo o de melancolía, pretexto para probar la soltura de la mano, la inventiva en el uso del color y la capacidad de econo-mía en términos de líneas o de volu-men, la bicicleta es una musa y más aún: es en sí misma un objeto de arte y sus piezas sirven para crear nuevos objetos, como lo han hecho Marcel Duchamp en 1913, Pablo Picasso con su cabeza de toro, en 1942 y, muy recientemente, el coreano Tho-mas Yang, constructor de paisajes.

José emilio Pacheco, traductor

Hace unas semanas leímos con de-leite, en las páginas del número 1931 del semanario Proceso, la más reciente y acabada versión de “Burnt Norton”, el primero de los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot, realizada por José Emilio Pacheco.

La versión, presentada con una escueta nota bajo la firma de JEP, ocupa seis de las catorce páginas que esa revista dedica normalmente a cuestiones culturales. Algo inusita-do, pero acorde a la importancia del poema, que este año cumple setenta de haber sido publicado, y al anun-cio que se hace en esa nota: “Durante un cuarto de siglo continué trabaja-do en el texto que al fin doy por ter-minado, aun a sabiendas de que una labor así nunca se acaba.”

En realidad, nuestro querido José Emilio comenzó a verterlo al espa-ñol hace casi veintiocho años, y en 1989 el Fondo de Cultura Económica imprimió una primera versión íntegradel poema, que Octavio Paz calificó en su momento como la mejor que se hubiese hecho en cualquier idio-ma. No obstante, José Emilio conti-nuó trabajando en ella —ya se sabe que su obra se rige por el principio de que todo lo que se escribe es per-fectible— y ahora entrega al lector una traducción verdaderamente ex-cepcional, acompañada, por si fuera poco, de un erudito y copioso apa-rato de notas que permite un mayor disfrute del poema.

Saludamos el ejemplar empeño de José Emilio, cuyas traducciones a nuestro idioma han sido siempre magistrales, y esperamos con im-paciencia la nueva edición de los Cuatro cuartetos, que cualquier casa editorial se enorgullecerá de ofre-cer al público lector —¿quizá para Dibujos de Lope

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Nacido en Nueva Jersey en 1957, Richard McGuire es un artista multidisciplinario, autor de una obra tan vasta como diversa, que incluye libros para niños, cortometrajes de di-bujos animados, cómics muy innovadores, esculturas sonoras, juguetes y juegos de mesa. Muchos lo conocen sólo por su trabajo como músico —es el bajista del grupo post-punk Liquid Liquid, que cofundó en 1980 y con el que aún toca—, pero para muchos otros es el autor del cómic “Here” que Art Spiegelman publicó en 1989 en la célebre revista Raw.

Los dibujos que ahora presentamos aparecieron hace muy poco en las páginas de The New Yorker, otra gran revista con la que McGuire colabora frecuentemente. Los reproduci-mos ahora con el permiso del autor.

r I C h a r D m c g u I r E :T O D O S E m u E v E E N b I C I C l E T a

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Nacida en Guadalajara en 1982, Xitlalitl Ro-dRíguez Mendoza ha publicado tres libros, Polvo lugar (2007), Datsun (2011) y Apache (2013). Ahora vive en la Ciudad de México. La bicicleta es su medio cotidiano de transporte | Desde los catorce años,cuando fue seleccionada para representar a Mé-xico en el Panamericano Juvenil de Pista (2008), in-gRid dReXel dedica la mayor parte de su tiempo al ciclismo, Ahora pedalea rigurosamente entre la pis-ta y la licenciatura en Negocios Internacionales que estudia en línea. | Juan Pablo RaMos es poblano de Tehuacán. Actualmente dirige la revista de ciclismo urbano Cletofilia y coordina la edición de las revistas Triathlon Plus y shape México | Fundador de Bicitekas A.C. y Jinetes Sampleadores de Imágenes A.C., agustín MaRtínez MonteRRu-bio dirige el estudio de diseño y comunicación au-diovisual Designio Editores. | Óscar David López (Monterrey, 1982) es escritor y transformista. Su libro más reciente es Farmacotopía (Bonobos, 2013) que recibió el Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” 2011 | andRea toRReblanca es curadora de arte y escritora. Tuvo a su cargo la Sala de Arte Público Siqueiros-La Tallera (2011). | Egre-sado de la unam, Raúl FieRRo combina su tra-bajo como físico con su pasin por la literatura. Vive en Oaxaca, donde realiza labores de difusión de la ciencia y el arte. Forma parte del consejo editorial de la revista El Avispero | La falta de tiempo y los coches viejos están entre los problemas cotidianos de Vane-sa Robles (Guadalajara, 1973), quien practica el deporte extremo del periodismo freelance. Este año obtuvo el Premio Jalisco de Periodismo en Crónica. | Autora del libro Ciclovista Guadalajara, publicado en 2011, eugenia coPPel (Guadalajara, 1985) es ciclista urbana, fotógrafa y periodista por accidente. | liliana colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1981) escribe su segundo libro de cuentos, Mordor. Lleva cin-co relatos, pero quiere llegar a ocho o diez. Hay muer-tos-vivos, fanáticos religiosos, drogadictos, dealers, encuentros sobrenaturales. Hasta el diablo aparece. | guido aRRoyo nació en la lluviosa ciudad de Valdivia, al sur de Chile, el año que estalló Chernob-yl. Escritor y editor, publicó recientemente el libro La poesía no es personal, que reúne fragmentos de en-trevistas del poeta Gonzalo Millán | VeRónica geRbeR bicecci acaba de recibir el III Premio

Internacional de Literatura Aura Estrada 2013. En su libro Mudanza (2010, Ed. Auieo/Taller Ditoria) narra la transformación de cinco escritores en artistas vi-suales, como ella, que es una artista visual que escri-be | José antonio Valdés Peña conduce la sección Miradas al Cine en el noticiario matutino Once Noticias y asimismo es conductor del programa Kinestesias: Voces de la Cineteca Nacional, en Hori-zonte 107.9 de fm | El poeta diego salas (Xala-pa, 1984) ha cambiado de vida más veces que de casa. Alguna vez el fonca le dio su bendición, y ahora, tam-bién el pecda. Ha escrito Andar, La caja para encender, La ciega intermitencia, Las formas del derrumbe y La seña del quieto. Colabora con revistas como La Palabra y el Hombre, Punto de partida, La Gaceta de la Universidad Veracruzana y Performance | Escritor y artista concep-tual, eFRaín Velasco estudió arquitectura e historia del arte. Su libro & mi voz tokonoma, por el que recibió el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino, forma parte de nuestro fondo editorial. A veces experimenta en asuntos visuales y sonoros pero también le hace a la función pública. | Fundadora de Editorial Lenguaraz y directora de la revista homóni-ma, XiMena atRistain lóPez (Coatzacoal-cos, 1978) las puso en coma inducido por dos años a falta de recursos, pero planea su resurrección para el 2014. También traduce, cocina y acostumbra sentarse en las bancas de los parques para ver las copas de los árboles por horas. | El poeta bJöRn KuhligK (Berlín, 1975) es autor de los libros Aquí no hay calles costeras (2000), Al final vienen turistas (2002), Gran cine (2005), De la superficie de la tierra (2009) y La calma entre el cero y el uno (2013) todos inéditos en español. | A daniel bencoMo (San Luis Potosí, 1980) le gusta la ciencia ficción tanto como salir de día de campo y trepar lomas y pirámides. Es autor de los libros Apuntes en el baño (2005), De maitines y vísperas (2008), Morder la piedra (2009) y Lugar de residencia (2010) | A luis Vicente de aguinaga le entusiasma dar clases casi tanto como conversar. Par-te de esa conversación es su columna, “Materia Tópi-ca”, que enriquece las páginas de esta revista | sel-Va heRnández es diseñadora de libros desde la década del noventa del siglo pasado. Rige su trabajo una desbordada pasión por los libros, la palabra y la letra impresa. Nacida en el seno de una familia de libreros de viejo, a los 14 años empezó a coleccionar

C O l a b O r a D O r E S

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ILUSTRAN: El escritor abRahaM MaRtí-nez azuaRa, “cuervoscuro” (Tampico, Tamauli-pas, 1975) es el guionista de la novela gráfica digital Fe-mmes Fatales y miembro fundador del comic mexicano de ciencia ficción Horizonte Cero. Su obra en prosa ha sido publicada en los libros Escritos de noche y Romina y el rey urraca. Es colaborador habitual de la famosa re-vista norteamericana Heavy Metal. | Fabián co-bos, filósofo por formación académica pero artista autodidacta por convicción, comenzó como aprendiz con el maestro de cómic Óscar González Guerrero. Ha colaborado con el colectivo 656 Cómics de Ciu-dad Juárez y hasta el año pasado trabajó con el estudio Graphikslava. Actualmente es freelance dibujando y coloreando cómics independientes. Ahora está reali-zando el color para una historia de la revista Heavy Metal en colaboración con el escritor R.G. Llarena. Su trabajo navega por www.fabian-cobos.com y anda en twitter: @fabcob y en Facebook como /fabcob donde postea sus cosas. | Kely RoJas gonzá-lez trabaja como freelancer en proyectos editoriales y de ilustración. Vive comprometida con la triple “r” (reducir, reutilizar, reciclar). Le gusta moverse en bi-cicleta por la ciudad, leer y ver películas en el cine. Ama los gatos y las veladas. RobeRto caRlos MaRtínez (Ciudad de México, 1985) es ciclista, grabador, pintor, promotor cultural y también de la bicicleta. En 2011 fundó el Taller de Gráfica Nahual con la intención de ofrecer un espacio que favorezca el encuentro, el diálogo y la retroalimentación entre artistas para que se hagan mutuamente el paro.

ex libris y libros ilustrados, a estudiarlos, investigarlos, dictar conferencias, montar exposiciones, y escribir sobre ellos. Desde 2011 publica autores inusuales en Ediciones Acapulco. | odette alonso nació en Santiago de Cuba y reside en México desde 1992, por lo que ya mienta madres como toda una chilanga. Es autora de once libros, aunque ahora sólo destaca-mos tres: la novela Espejo de tres cuerpos (México, Qui-mera, 2009), y los libros de relatos Con la boca abierta (Madrid, Odisea, 2006) y Hotel Pánico, de la Univer-sidad Veracruzana | ingRid solana (Oaxaca, 1980) estudió la licenciatura y la maestría en Letras en la unam y ahora realiza el doctorado en la misma casa de estudios. Ha publicado dos libros: De tiranos y Contramundos. Actualmente escribe una novela, una obra de teatro y entrena box para descargar la ira con-tra un costal y no en el tráfico del D.F. | Redactora de las revistas La Tempestad y Folio, ana león (Ciudad de México, 1984) se formó como latinoame-ricanista en la unam. Escribe una tesis de doctorado sobre una revista de poesía de los años veinte llama-da Prisma. Divide su tiempo entre la tesis, Fallout y la crianza de un adolescente: luis albeRto aRellano, quien es Escorpión, ascendente Tau-ro, y Dragón en el horóscopo chino. | Joaquín guillén MáRquez (Ciudad de México, 1990) estudió literatura inglesa en la unam y fue botargue-ro. Ha colaborado con narrativa, ensayo o crítica en La Jornada Semanal, Tierra Adentro, Cuadrivio y Her-mano Cerdo. Cuentos suyos aparecen en diversas an-tologías. Telescopio (Alabastro) es la más reciente. |

Uno para todos y todos para uno. Xilografía, Díptico/Papel Amate. 16x20 cm. 2011

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