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1 Yousef, ben Jacob: El Formando de Dios Leopoldo Báez Ornelas, mj. I. Introducción Desde mi año de noviciado y, sobre todo, desde mi última etapa de Filosofía, me ha llamado la atención el fenómeno de la deserción vocacional en nuestro Instituto. Y no lo menciono como un hecho que esté aconteciendo solamente en el presente, sino que desde tiempos atrás se viene dando. La deserción vocacional, las salidas de la vida religiosa, o como se le guste llamar, es un claro hecho de que las circunstancias vocacionales han cambiando; la experiencia fundante de muchos de nosotros ya no es la misma que la de hace diez años, como tampoco lo es la vida fraterna y la misión en muchos de nuestros hermanos mayores, que ven la realidad desde donde fueron formados. Grande es el reto que se nos presenta ante dicha dificultad, y es que si el sólo hecho entrar a tratar el plano formativo en su generalidad ya es algo delicado, con mayor razón será el ver la formación desde el principal de sus agentes: el formando. ¿Quién es el verdadero formador? ¿Quién es el buen formando? ¿Qué es lo mejor para la formación? Preguntas como éstas pueden surgir a lo largo del trabajo formativo, pero aquí no quiero comprobar que una línea formativa es mejor que otra, sino, por el contrario, mi finalidad es concientizar el papel que juega este agente formativo, y desde allí poder buscar medios y herramientas que nos permitan trabajar a formandos y formadores, desde cada una de nuestras etapas formativas: Prenoviciado, Noviciado y Posnoviciado. 1 A lo lejos se oye la voz, y más que una voz, la presencia viva y auténtica de un hombre que, siendo humilde y sencillo, estuvo siempre al servicio de Dios y de los suyos: María y Jesús; no hay palabra que lo defina en su totalidad, pero sí palabras que lo intentan definir. Me refiero a José, hijo de Dios y padre de Jesús. Hago alusión a que es hijo de Dios, porque en todo camino formativo hay alguien que guía y, en este caso, se presenta la figura de Dios Padre como formador de san José; y a la vez, aludo a san José como padre, porque es formador de Jesús. Pero, para formar, hay que haberse dejado formar. Con esto dejo claro el camino que dicho trabajo llevará a feliz término: En una gran parte, ver en José las virtudes que nos iluminan el caminar como formandos desde cada una de nuestras etapas; y desde esta óptica poder dar pistas a los formadores para que logren dar un mejor y asertivo acompañamiento. II. Planteamiento sobre la formación 1 Nomenclatura actual de las etapas de formación, de acuerdo a las Constituciones vigentes de los Misioneros de San José.

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Yousef, ben Jacob: El Formando de Dios

Leopoldo Báez Ornelas, mj.

I. Introducción

Desde mi año de noviciado y, sobre todo, desde mi última etapa de Filosofía, me ha llamado la atención el fenómeno de la deserción vocacional en nuestro Instituto. Y no lo menciono como un hecho que esté aconteciendo solamente en el presente, sino que desde tiempos atrás se viene dando. La deserción vocacional, las salidas de la vida religiosa, o como se le guste llamar, es un claro hecho de que las circunstancias vocacionales han cambiando; la experiencia fundante de muchos de nosotros ya no es la misma que la de hace diez años, como tampoco lo es la vida fraterna y la misión en muchos de nuestros hermanos mayores, que ven la realidad desde donde fueron formados.

Grande es el reto que se nos presenta ante dicha dificultad, y es que si el sólo hecho entrar a tratar el plano formativo en su generalidad ya es algo delicado, con mayor razón será el ver la formación desde el principal de sus agentes: el formando. ¿Quién es el verdadero formador? ¿Quién es el buen formando? ¿Qué es lo mejor para la formación? Preguntas como éstas pueden surgir a lo largo del trabajo formativo, pero aquí no quiero comprobar que una línea formativa es mejor que otra, sino, por el contrario, mi finalidad es concientizar el papel que juega este agente formativo, y desde allí poder buscar medios y herramientas que nos permitan trabajar a formandos y formadores, desde cada una de nuestras etapas formativas: Prenoviciado, Noviciado y Posnoviciado.1

A lo lejos se oye la voz, y más que una voz, la presencia viva y auténtica de un hombre que, siendo humilde y sencillo, estuvo siempre al servicio de Dios y de los suyos: María y Jesús; no hay palabra que lo defina en su totalidad, pero sí palabras que lo intentan definir. Me refiero a José, hijo de Dios y padre de Jesús. Hago alusión a que es hijo de Dios, porque en todo camino formativo hay alguien que guía y, en este caso, se presenta la figura de Dios Padre como formador de san José; y a la vez, aludo a san José como padre, porque es formador de Jesús. Pero, para formar, hay que haberse dejado formar. Con esto dejo claro el camino que dicho trabajo llevará a feliz término: En una gran parte, ver en José las virtudes que nos iluminan el caminar como formandos desde cada una de nuestras etapas; y desde esta óptica poder dar pistas a los formadores para que logren dar un mejor y asertivo acompañamiento.

II. Planteamiento sobre la formación                                                                                                                          

1 Nomenclatura actual de las etapas de formación, de acuerdo a las Constituciones vigentes de los Misioneros de San José.

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Habrá que empezar por aclarar qué es la formación, y desde allí vislumbrar el camino formativo de José. Comienzo citando el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), el cual define el término formación como: acción y efecto de formar o formarse. Y formar, lo define como: Dar forma a algo, entre otras definiciones. Tomando este verbo transitivo, en su indicativo y en su voz activa, nos señala la finalidad del formador: dar forma. Y en su voz pasiva, nos denota la tarea del formando: Dejarse formar. Estos términos, dar forma y dejarse formar, no son dos hechos lineales y separados, sino un solo acto cíclico, presente y continuo. Para este trabajo quisiera traer una palabra que me parece adecuada: proceso, ya que me permite completar la idea que quiero dar a entender sobre la formación, como un proceso de dar forma, o un proceso de dejarse formar.

Con esta idea clara, ahora nos toca ponernos en el lugar actual de la formación, y para lograrlo es necesario recordar viejos modelos formativos que se han hecho presentes en la formación religiosa. A continuación enlisto algunos que considero importantes, por su gran impacto en la actualidad, que son:

a) Modelo de la perfección: su objetivo está centrado en la conquista personal de la santidad-perfección, bajo la modalidad de la eliminación de cuanto se opone a la idea de la perfección. Este modelo fue muy reconocido por su claridad, su metodología, su fin y sobre todo su disciplina, aunque se duda de su pretensión poco realista y su fomento al individualismo.2

b) Modelo de la observancia común: Se centra en alcanzar la perfección, pero ya no sólo de manera individual, sino grupal. La característica esencial es la uniformidad de comportamientos, maneras de vestir y hasta la manera de pensar. De positivo, este modelo tiene el esfuerzo social y colectivo, pero se tiende a caer en formalismos y, sobre todo, en conformismos.3

c) Modelo de la auto–realización: Centrado en la autoestima y la autoafirmación, que se alcanza en la realización de dotes y cualidades personales, logrando de esta manera un sentido de unicidad y dignidad del yo, pero olvidándose de los resultados frustrantes y depresivos.4

d) Modelo de la auto-aceptación: su objetivo es la acogida de la propia realidad integral, mediante el conocimiento de uno mismo sin pretensión de eliminar lo negativo. Esto trae consigo una disminución de la tensión y acogida del límite, pero también trae la mediocridad general sin motivación para cambiar.5

e) Modulo único: Es una propuesta de lo que se considera central y vital, a través de un camino unitario que se caracteriza por la coherencia y la precesión antidispersiva; pero dejando una visión subjetiva, parcial y unilateral de la persona.6

                                                                                                                         

2 Cfr. CENCINI, Amedeo. El árbol de la vida, San Pablo, Madrid 2005, 147. 3 Ibid. 4 Ibid. 5 Ibid. 6 Ibid.

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f) Modelo de la integración: El objetivo del método es recapitular la vida de la persona entorno a la cruz, para después asumir creyentemente la propia realidad, con la intención de recuperar la integridad personal, y transformar los aspectos negativos, pero con la tendencia a caer en el poco esfuerzo por integrar las heridas del pasado.7

El hacer brevemente el recorrido de estos modelos formativos tiene el propósito de tener una idea de cómo ha evolucionado el prototipo de la formación, y descubrir que la formación actual tiene su base en dichos modelos. No pretendo criticarlos ni encomiar uno por encima de otro, sino hacer conciencia de cómo podemos vivir nuestras etapas formativas desde la óptica de un gran hombre: José. Recuerdo que el trabajo está escrito desde la perspectiva de los formandos, pero teniendo claro que en el proceso de éstos va implícito el trabajo del formador.

III. Prototipo de la Formación

José, formando de Dios

• Aspirante

María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18).

Entre los judíos del s. I, era preciso que, cuando dos personas se amaban y querían comprometerse en matrimonio, se realizaran los esponsales, que eran la promesa de matrimonio hecha entre ambas partes, y que duraba un cierto antes de las nupcias; 8 desde estos momentos, el hombre y la mujer ya estaban comprometidos. Aquí es donde el evangelista nos sitúa, nos pone con el José que está comprometido con María y que comienza a vivir su matrimonio, desde la tradición de la que era parte.

He querido iniciar con este pasaje evangélico, que nos muestra como José fue un judío de su época, no un extraño que participó accidentalmente en la obra de Dios. José se nos presenta como el varón joven que quiere comprometerse con su amada, con sus ímpetus y sus alegrías, sus miedos y preocupaciones; José no se nos presenta como alguna figura angélica que aparece por simple coincidencia; se nos presenta como el hombre que dará más tarde su ascendencia a Jesús.

                                                                                                                         

7 Ibid. 8 DE VAUX, R., Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1964, 65.

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El punto central aquí es que José toma una decisión: comprometerse con María. Queremos suponer que José tuvo que escuchar las palabras de su suegro, que expresan su validez y su aprobación, como lo presenta 1 Sam 18, 21 en el dialogo de Saúl y David: “Ahora serás mi yerno”; estas palabras son con las que queda sellado el compromiso y que después se concretizaba con el pago del mohar; lo que viene para esta pareja es comenzar a vivir una época de preparación previa sus nupcias. Hasta aquí, José se presenta como el hombre que quiere comenzar una nueva aventura en su vida y en compañía de una persona diferente a él, con todo lo que una persona encierra.

Esta imagen de José que decide emprender una aventura en su vida, es un claro ejemplo para todos aquellos que nos hemos decidido por adentrarnos a un estilo de vida, ya sea la vida matrimonial, la soltería o, en este caso de nosotros, la vocación sacerdotal o religiosa.

En la formación inicial, la primera etapa suele a semejarse a esta parte de la vida de José. El neoformando suele llegar con sus alegrías, sus preocupaciones, sus miedos, sus tristezas, sus gozos y, sobre todo, su ímpetu por vivir ese encuentro con Jesús, a quien desea seguir de cerca. Considero que el gran problema que se nos presenta aquí no es tanto si el joven tenga tal o cual cualidad para formarse, sino, como José nos enseña, la disposición y la atención.

José nos predica con la disposición durante su vida, sobre todo en los momentos que se deja formar por su tradición judía; es decir, José entiende que su amor por María es grande y sabe de las ganas e impulsos que existen en él por ver hecho realidad su sueño del matrimonio, pero a la vez es consciente de que no sabe nada de cómo se hacen las cosas en este proceso hacia la unión de los dos. Así, el formando debe aprender de José la disposición, como un medio que le permita encausar sus sueños y metas, no se trata de cortar las alas a la jovialidad, la alegría y el ímpetu que cada formando tiene, sino que se trata de comenzar a darle forma. Creo que el más grande problema de nuestras etapas iniciales en los seminarios, casas de formación, apostólicas, etc., es que en vez de darle forma al muchacho, no como materia prima, sino como prójimo que es, tratamos de quitarle esas cualidades que le dan identidad y pertenencia, para sustituirlas por perfecciones, profesionistas en una área académica, o simplemente hacer de ellos soldaditos en serie.

La segunda virtud que José nos presenta es la atención, la atención que pone en su entorno; es decir, José está atento a las disposiciones que hay que seguir para llevar a buen éxito su unión con María, y por ello sigue tal cual la tradición judía, que en estos momentos de su vida es una guía y luz de su obrar. Formandos, seminaristas o apostólicos de primeras etapas, deben de practicar esta virtud a ejemplo de José de Nazaret. Día a día, muchos jóvenes que viven la primera etapa de formación ponen sus ojos en un mundo que les facilite las cosas y que los lleve pasando etapas por pasarlas; pero la invitación de José es otra, es poner atención en aquellos que nos están enseñando a vivir este estilo de vida, no para juzgar, sino para aprender todo aquello que nos lleve al encuentro con Jesús de Nazaret.

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Habría que mencionar aquí que la figura del formador es clave, y que, por lo tanto, su testimonio, su ejemplo, su vida y todo su obrar son importantísimos para la persona que acompaña; porque si no predica con las obras, ¿la palabra bastara? Concluyo este segmento, invitando a todos los formandos de etapas iniciales, a que aprendan de san José la disponibilidad, para que vivan una etapa más sincera y transparente. Y presten atención, para que aprendan lo mejor de sus formadores e intenten superarlo; y que lo malo que vean en sus guías, no lo copien.

¡José, bendice con la disponibilidad y atención a nuestros hermanos menores!

• Novicio

José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 20-21).

Cita bíblica que nos evoca a pensar en una explicación del Ángel a José sobre lo que acontecía en María, su esposa. La acción de no temer está vinculada a la duda y la sospecha de que algo puede ser o no ser, o a la idea de que pase algo bueno o algo malo. Así es, José duda en aceptar a María porque se ha dado cuenta de que ella está embarazada, y que por tanto, ese niño no es suyo. ¡Vaya problemática en la que entra nuestro personaje! Lo peor está por venir, José debe decidir: Aceptar que ese niño es Hijo de Dios o repudiar a María y al niño conforme la ley, sabiendo las consecuencias que ello tenía.

José sabía que la formalidad del repudio era sencilla: el marido hacía una declaración contraria a la que había concertado el matrimonio,9 y listo: Ella ya no es mi esposa y yo ya no soy su marido (Os 2,4). José tenía que demostrar y comprobar la infidelidad de María, pero no fue esa su opción. José, siendo justo, escucha la voluntad de Dios en su corazón y decide dócilmente ir contra corriente, obrando de esta manera conforme a Yahvé. En este bello pasaje se esconden dos virtudes que este gran hombre nos muestra: la escucha y la docilidad.

La escucha o la acción de escuchar, según el DRAE, es prestar atención a lo que se oye; o, en un segundo significado, es dar oídos, atender a un aviso, consejo o sugerencia. Estas dos definiciones nos permiten entender mejor como la figura de san José. Se nos muestra, como ya decía en la etapa pasada, atento. José está dando su total atención a quien le habla; y en esa persona que le habla, se da cuenta de que está encontrando una respuesta a sus dudas y temores; se da cuenta de que está oyendo un consejo                                                                                                                          

9 Ibid., 68.

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para su vida; se da cuenta de que la voz que escucha es una invitación para toda su vida. José ha escuchado la respuesta más clara a sus temores y preocupaciones. La acción de escuchar no solo se queda en el prestar oído, sino en el interiorizar lo escuchado y poder hacer vida todo aquello que le sirva a la persona para poder responder a sus circunstancias con toda la felicidad del mundo.

Bien define el P. José María Vilaseca, Fundador de los Misioneros Josefinos, lo que es el Noviciado: es el santo tiempo para que los novicios entren dentro de sí mismos, y tomen las reflexiones convenientes de perseverancia.10 Esta definición nos lleva a pensar que el tiempo del noviciado es un tiempo idóneo para la escucha de Dios. Cada Instituto de vida consagrada, congregación de vida religiosa o seminario diocesano tiene un espacio y un tiempo en la formación que se dedica para los formandos puedan escuchar la voz de Dios y sepan descubrir lo que Dios va pidiendo de cada uno de ellos.

El novicio de hoy se enfrenta a un mundo de dudas y temores: ¿Soy apto para este estilo de vida?, ¿soy capaz de vivir los votos de pobreza, castidad y obediencia?, ¿verdaderamente éste es mi camino?, ¿soy feliz aquí?, etc. Muchas son las cuestiones que nublan la mente del novicio, pero es necesario que el joven se deje ayudar, y ¿quién lo ayudará? El evangelio según san Mateo nos dice que Dios hablo a José por medio de un ángel; hoy Dios nos habla de muchas formas y a través de muchas personas. Un novicio no puede perder nunca de vista que está en este tiempo para escuchar y dejarse ayudar; es decir ser dócil. José nos mostró su capacidad de escucha, hoy cada novicio no puede negarse a la escucha de Dios a través de su formador, de su director espiritual, de su hermano de comunidad, de las personas con las que entra en contacto a diario, de la naturaleza, de la creación, etc. Y si a través de estas mediaciones el novicio discierne que sí es para esto, o no lo es, ¡bendito sea Dios!, porque este religioso o joven ha aprendido a escuchar como lo hizo el noble carpintero.

La segunda virtud que José nos propone en esta etapa es la docilidad; es decir, la capacidad de dejarse labrar con facilidad, en el caso de que fuéramos piedras, pero como somos personas, entendemos la docilidad como la capacidad de aprender una lección con facilidad.11 Ambas definiciones no están lejanas una de la otra, me queda claro que una persona que saber escuchar a los otros y sabe interiorizar lo que ha escuchado es más capaz de poner en práctica lo aprendido y de abrirse a la corrección de los demás. Bien decía mi vicemaestro de noviciado: somos como las piedras del río que cuando van cayendo de la montaña, bajan ásperas y rasposas, pero conforme van golpeando con las otras, se van puliendo y van quedando más lisas.

                                                                                                                         

10 Cfr. VILASECA, José María, El Espíritu Primitivo, Biblioteca Religiosa, México 1905, 37-38. 11Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, 22ª ed. (fecha de consulta: julio 06, 2013); disponible en: http://lema.rae.es/drae/?val=Docilidad

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José de Nazaret nos presenta un modelo para vivir la docilidad, sobre todo en estos ires y venires que tuvo entorno a la encarnación, y que en estas dudas que vivió nos ha dejado claro que él también se dejó labrar por Dios. Un novicio debe aprender de todo lo que lo rodea, debe dejarse guiar por el Espíritu de Dios, por las palabras de ánimo y de corrección de sus formadores, por las críticas constructivas y reconstructivas de sus hermanos, etc. Quiero concluir esta etapa diciendo que un novicio debe saber escuchar, para lograr ser dócil.

¡José, llena de escucha y docilidad a nuestros novicios!

• Posnovicio

Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer (Mt 1, 24).

Esta cita bíblica nos refleja a un José que, habiendo escuchado y siendo dócil, tomó una decisión e hizo lo que le competía hacer. Mateo nos quiere dar a entender que José ha escuchado en su sueño la voluntad de Dios, misma voluntad que lo lleva a obrar conforme a todo el plan de salvación que Dios tiene para la humanidad. El hecho de que nos mencione que tomó a su mujer nos sirve como parámetro para interpretar que José decide darle su linaje a Jesús, darle el nombre y con ello aceptarlo como su hijo También es un acto de aceptar el amor de María, como su esposa y el amor de Jesús como su hijo. Este versículo de Mateo nos muestra dos virtudes esenciales de José; en un primer momento se nos presenta a un José decidido; y, en un segundo momento, un José que hace.

Una acepción de la Real Academia de Lengua Española para el verbo “decidir” es: cortar la dificultad, formando un juicio definitivo sobre algo dudoso o contestable. Es tomar una opción de las posibles, tomando con ella todas sus consecuencias. Esta es la primera virtud que José nos regala a todos los posnovicios: la decisión. José nos enseña que el temor y la duda existen ante cualquier paso que tomemos en nuestras vidas, pero, sobre todo, nos deja ver que él ha tomado una decisión y que está dispuesto a entregar la vida si es necesario para lograr la voluntad de Dios.

Esta virtud de José es la primera acción que todo neorreligioso realiza en su vida consagrada. En otras palabras, cuando uno está convencido de que la voluntad de Dios se manifiesta en su vida y que este convencimiento no es otra cosa que el más sublime ejemplo de un discernimiento, se decide por un bien mejor: Jesús. He aquí la gran maravilla de la opción de José por Jesús. Hoy nosotros decidimos optar o no optar por Jesús, al igual que José lo hizo al optar por el niño; José nunca se imaginó lo que sería decir sí a un hijo que no es de él, pero está convencido que verdaderamente es el Hijo. José apostó todo por el Todo.

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Un posnovicio debe ser, a ejemplo de san José, un verdadero hombre que apueste todo por el Todo, un hombre que esté convencido de que la decisión que ha tomado es una opción por un bien mejor. El religioso recién profeso debe tener claro que es una persona que ya ha optado por un estilo de vida, una manera de vivir, una esperanza del futuro, pero que, sobre todo, ha optado por una persona: Jesús de Nazaret. Posnovicio, ¡no esperes a que alguien decida por ti lo que tienes que decidir tú!, ¡sé disponible, atento, escuchante y dócil, para que tú puedas decidir tu destino!

La segunda virtud que encuentro en José el carpintero es simplemente la acción, su hacer. El DRAE nos dice que el verbo hacer es: ejecutar, poner por obra una acción o trabajo. Esta virtud nace del evangelista Mateo que nos recalca que José “hizo”, acción pasada de haber realizado algo, que recae en una tercera persona “él”, y que nos denota una acción en silencio. Así fue José. Decir que san José hizo es hablar de una persona que tomó una decisión, y que a partir de ella se entregó sin medida ni reserva por alcanzar el máximo de su decisión. José estaba convencido que había optado conforme a la voluntad de Dios, que su decisión traería momentos amargos y tristes, pero también momentos de dicha y felicidad; él conocía los riesgo, los miedos y las dificultades que dicha opción traería, pero también sabía la grandeza que le traería ser el padre del Hijo, ser el servidor de Dios.

José ofrece al posnovicio el testimonio de entregarse por lo que hace, de realizar sus actos en el anonimato, en la persona de un tercero y no de un primero. Es una invitación a que nos convenzamos de entregarnos sin medida: cumpliendo con los compromisos de religioso, viviendo conforme a la voluntad de Dios, entregándonos a la opción por la que hemos optado, a darnos en libertad a los demás, etc. ¡Vaya proceso de discernimiento constante debe realizar todo posnovicio, con la finalidad única de entregar su vida por el Reino de Dios en donde quiere que esté y con quien sea que esté! Un verdadero posnovicio josefino es un hombre que es consciente de que tiene que darse por completo, porque ya ha decido entregarse por Jesús, como nos lo ha enseñado José en su caminar.

¡José da a nuestros posnovicios la capacidad decisión y de hacer la voluntad de Dios!

IV. Conclusiones

Cuando me propuse escribir estas líneas acerca de san José, lo hice con la intención de dar ciertas pistas y pautas de cómo podríamos ver el camino formativo al lado de san José, y aunque hay muchas cosas más que faltan por decir, quisiera resumir estas seis virtudes de San José en una séptima: la sensibilidad. Esta virtud, según el DRAE, es la facultad de poder sentir, es la propensión del hombre a dejarse llevar por los de compasión, humanidad y misericordia. Estoy convencido que José fue un hombre que vivió en carne propia la sensibilidad porque fue un hombre justo que escuchó y aceptó la

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voluntad de Dios, y que desde esa docilidad, estuvo siempre atento para ser un hombre responsable y decidido en todo momento por el reino de Dios. José nos deja claro, a lo largo de los evangelios de la infancia, que siempre estuvo al pendiente y preocupado por la educación de Jesús y de que nada le faltara ni a él ni a su madre. José nos muestra con sus actitudes que sentía lo que los otros podían sentir, y que gracias a esa sensibilidad logró vivir para con, en y por los demás, especialmente al cuidado de María y Jesús.

Este trabajo nos invita a los formandos de las diferentes etapas a ser jóvenes entregados y comprometidos con el reino de Dios, al estilo de san José. No pretendo aquí decir que debemos seguir a José y olvidarnos de Jesús, sino que en la entrega y en la vida diaria por el Nazareno que murió en la cruz, tenemos muchos ejemplos de seguirle, y sobre todo de seguir su de instaurar el Reino de Dios entre nosotros. Aspirante, Novicio y Posnovicio fíjense en las actitudes y obras de José no como un ídolo al que hay que invocar por invocar, sino para que a ejemplo de él sean mañana sacerdotes, religiosos u hombres comprometidos y amantes de la decisión que han tomado en sus vidas. José no es algo lejano y celestial, es algo cercano, y tan cercano que es de carne y hueso: es un hombre como nosotros. José fue un hombre igual que nosotros: que sufrió, rio, lloró, se enojó, se frustró, se alegró, etc. Hermanos no tengan miedo a dar una respuesta positiva y concreta al llamado de un hombre que, como nosotros, soñó con un reino de perdón, amor y misericordia; y despertemos del sueño, pongámonos en camino y hagamos lo que tenemos que hacer, para que al final de nuestras vidas nos describan igual que José: hizo la voluntad de Dios.

Quisiera decir a los formadores que si no toqué el tema de su papel con tal especificidad para ellos, es porque espero que cada uno de ellos tome sus consideraciones necesarias y saque pistas y elementos que le permitan acompañar de una manera mejor a cada joven que le sea confiado. Formador, tú eres ese José que ya se dejó formar por los medios que Dios te dispuso, y que ahora, al igual que el carpintero, tienes la misión de educar, o mejor dicho de formar a los futuros seguidores de Jesús. Hay muchas actitudes que podríamos deducir por el contexto histórico que tuvo que haber tenido san José, pero no es la finalidad de este trabajo; más aún creo que estas actitudes pueden ser una buena invitación a que cuestiones tu tarea formativa, no como negativo, sino como un examen para mejorar y acrecentar tu gran labor, porque al igual que san José, tú tienes que decidir si ayudar a los futuros seguidores o simplemente cerrarles las puertas.

La sociedad actual vive una serie de cambios constantes, que denotan grandes retos y necesidades que cubrir; la formación actual no puede quedarse en los viejos modelos de seguridad de formación, ni tampoco puede ir dando palos al aire, sino que necesita cambios y medidas que respondan a las diferentes exigencias. No quiero decir que lo viejo esté mal, ni que lo nuevo no sirva, sino que creo que es necesario que pongamos nuestra formación en cuestión, para que podamos ver qué elementos del pasado nos pueden seguir ayudando, y qué elementos actuales nos pueden dar respuesta a los nuevos

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retos formativos. El actualizar a José como modelo inspirador en los seminarios puede ser una nueva pauta para entender y vivir mejor nuestros procesos formativos. ¿Por qué si actualizamos o contextualizamos las palabras de Jesús, no atrevernos a contextualizar o actualizar la imagen de un hombre común que supo en su momento decir sí a Dios?

Finalmente, cabe decir que la imagen de san José como protector y modelo de formandos y formadores es muy amplia, pero si trabajamos en una pequeñez de ese todo, habremos de aprender la riqueza que se esconde en el hombre que dio cobijo, protección y seguridad a Jesús. José no está lejano a nosotros, somos nosotros los que lo alejamos y sólo lo colocamos en una estatua, cuando podemos ser nosotros mismos la presencia viva de aquel hombre que dio su vida por hacer la voluntad de Dios. José nos enseña el camino para llegar a Él, a nosotros nos toca hacer el nuestro.

Que José nos ilumine, nos guíe y nos acompañe para que todas nuestras casas de formación sean una verdadera casa de Nazaret, no físicamente sino humanamente, donde habite la disposición, la atención, la escucha, la docilidad, la decisión, el trabajo y sobre todo la sensibilidad por el otro que se expresa en el amor por los demás, como lo vivió Jesús en los brazos de María y en el regazo de José. Bendito sea José, esposo de María y padre de Jesús.

¡José, modelo de la formación, ruega por nosotros!