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CONCLUYE SEMINARIO DE CMI CON EL RETO DE EDIFICAR UNA DIACONÍA PROFÉTICA José Aurelio Paz “Edificar y equipar a la comunidad local para la diaconía, tiene que ser una actividad profundamente profética”, expresa la declaración final del Seminario que, sobre el tema, acaba de concluir hoy, en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, organizado por el Consejo Mundial de Iglesias. “La diaconía profética viene a ser, entonces, una de sensibilidad, abierta, capaz de captar la fuerza de la palabra. También es una diaconía rechazada, como lo fueron Jeremías, Isaías y el propio Jesús. Hace diagnóstico del tiempo y, a base de ello, juzga lo que pasará. De igual manera, la comunidad diaconal profética está llamada a resistir en situaciones de profunda injusticia y profunda asimetría. Amós es un buen ejemplo de ello. Se trata de una resistencia frente al fatalismo, una manera de capacitarnos en la espera, la espera utópica, escatológica, el saber ‘aguantar’, porque vendrían días mejores. Por otro lado, la diaconía profética enseña a la congregación a saber deconstruir las ideologías falsas”. Expresa el texto y hace un análisis que implica una caracterización coyuntural de la región mesoamericana y caribeña, el testimonio y las acciones diaconales de las iglesias, la formación teológica y ecuménica, una exégesis y una reflexión teológica en el empoderamiento para ejercer la diaconía, a través de una planificación estratégica y de sustentabilidad que haga énfasis en los fundamentos bíblicos. De esa manera, el texto desemboca en cinco desafíos y recomendaciones que piden continuar el énfasis en la diaconía como contenido esencial de la misión de la Iglesia; promoverla como clave de interpretación en la lectura bíblica comunitaria; colegiar las diferentes experiencias formativas de la región con el objetivo de hacer un diseño curricular para la formación diaconal; la autogestión de esa labor y la estimulación en la formación de redes, entre las diferentes iglesias e instituciones que trabajen en ese sentido para el intercambio de experiencias, además de contar con el apoyo a la formación y sustentabilidad de los proyectos, trabajando con diversos organismos e iniciativas ecuménicas afines como AIPRAL, CANAAC, CLAI, CCC y los Foros de Alianza ACT, entre otros. En las palabras finales del doctor Carlos Emilio Ham, coordinador de este Seminario de Empoderamiento para la Diaconía en América Central y el Caribe hispano, a cargo del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), dijo que lo que era sólo un sueño de trabajo se convirtió en una verdadera manera de compartir insumos y experiencias, gracias al apoyo financiero de la Obra Misionera Evangélica de Alemania (EMW) y la Fundación Karibu, de Noruega, y el inestimable aporte del biblista holandés Hans de Wit, de la Universidad Libre de Ámsterdam, como facilitador al proceso de reflexiones bíblico-teológicas, y de Humberto Shikiya, director ejecutivo del Centro Regional Ecuménico de Asesoría y Servicio (CREAS) […] “Los resultados han sobrepasado todas las expectativas por cuanto la calidad de profesores y ponentes se complementó, de manera muy positiva, con los aportes de los grupos de participantes que, desde diversos países y contextos, trajeron sus experiencias y las compartieron, de manera que se ha creado todo un tejido de historias de vida en alcanzar estrategias comunes de cómo caminar, juntos y juntas, hacia el empoderamiento de las iglesias una paz con justicia”, comentó Ham. […] LA POSIBILIDAD DEL REINO DE DIOS EN CRISTO COMO PRESENCIA INMEDIATA EN LA HISTORIA José Peña Mendoza www.cirab.cl El ya del reino de Dios es posible porque se ha concretado en la historia el hecho más significativo de la revelación, es decir, la introducción del Hijo al mundo. Su encarnación es la máxima prueba de que ese reino ha llegado y se ha hecho parte de nuestra historia humana. En ese acontecimiento el Hijo ha pasado a ser el nexo entre la realidad inefable de lo divino y nuestras imposibilidades; entre lo infinito y lo que está sujeto a las limitaciones de la existencia en el tiempo y el espacio; se hace historia para que sea en nosotros la posibilidad concreta, cercana, inmediata y eficaz de la salvación de Dios. Para el mismo Jesús el reino debía ser una realidad inmediata en el presente, que se pudiera disfrutar ya, de modo que en su predicación la idea de su implantación aquí no era extraña. Con ello se deja ver que jamás el reino de Dios tuvo en Jesús la idea de mera esperanza futura, como si fuese algo que el ser humano llegaría a disfrutar sólo para la consumación de los tiempos. Al contrario, todos sus gestos y enseñanzas eran animados por la clara intención de hacer que los hombres tomaran consciencia de que estaban, ya, frente al reino de Dios. Sus hechos de sanidad fueron un claro anuncio de la presencia del reino de Dios en la tierra: “Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc. 11.20) Esto porque el reino de Dios, para Jesús, no podía centrarse en simples discursos, ajenos y distantes a la realidad de quienes en verdad necesitaran respuestas concretas a sus carencias humanas; como lo diría san Pablo: “El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Co. 4.20) Jesús sana, hace milagros y realiza cientos de gestos que se transforman en signos de la llegada del reino de Dios en la tierra, precisamente, para dar la nota positiva a un mundo carente de esperanzas concretas. Pero no se concentra en sanar o hacer milagros solamente. Es más, todo hace concluir que si esos milagros, o señales como los presenta Juan, se están dando, es porque antes se ha manifestado, ya, un hecho superior, es decir, el mensaje bienaventurado de Jesús que salva. Él anunció la llegada del reino de Dios: “Se ha acercado a vosotros el

Letra 279, 22 de julio de 2012

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“Edificar y equipar a la comunidad local para la diaconía, tiene que ser una actividad

profundamente profética”, expresa la

declaración final del Seminario que, sobre el tema, acaba de concluir hoy, en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, organizado por el Consejo Mundial de Iglesias.

“La diaconía profética viene a ser, entonces, una de sensibilidad, abierta, capaz de captar la fuerza de la palabra. También es una diaconía rechazada, como lo fueron Jeremías, Isaías y el propio Jesús. Hace diagnóstico del tiempo y, a base de ello, juzga lo que pasará. De igual manera, la comunidad diaconal profética está llamada a resistir en situaciones de profunda injusticia y profunda asimetría. Amós es un buen ejemplo de ello.

Se trata de una resistencia frente al fatalismo, una manera de capacitarnos en la espera, la espera utópica, escatológica, el saber ‘aguantar’, porque vendrían días mejores. Por otro lado, la diaconía profética enseña a la congregación a saber deconstruir las ideologías falsas”.

Expresa el texto y hace un análisis que implica una caracterización coyuntural de la región mesoamericana y caribeña, el testimonio y las acciones diaconales de las iglesias, la formación teológica y ecuménica, una exégesis y una reflexión teológica en el empoderamiento para ejercer la diaconía, a través de una planificación estratégica y de sustentabilidad que haga énfasis en los fundamentos bíblicos.

De esa manera, el texto desemboca en cinco desafíos y recomendaciones que piden continuar el énfasis en la diaconía como

contenido esencial de la misión de la Iglesia; promoverla como clave de interpretación en la lectura bíblica comunitaria; colegiar las diferentes experiencias formativas de la región con el objetivo de hacer un diseño curricular para la formación diaconal; la autogestión de esa labor y la estimulación en la formación de redes, entre las diferentes iglesias e instituciones que trabajen en ese sentido para el intercambio de experiencias, además de contar con el apoyo a la formación y sustentabilidad de los proyectos, trabajando con diversos organismos e iniciativas ecuménicas afines como AIPRAL, CANAAC, CLAI, CCC y los Foros de Alianza ACT, entre otros.

En las palabras finales del doctor Carlos Emilio Ham, coordinador de este Seminario de Empoderamiento para la Diaconía en América Central y el Caribe hispano, a cargo del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), dijo que lo que era sólo un sueño de trabajo se convirtió en una verdadera manera de compartir insumos y experiencias, gracias al apoyo financiero de la Obra Misionera Evangélica de Alemania (EMW) y la Fundación Karibu, de Noruega, y el inestimable aporte del biblista holandés Hans de Wit, de la Universidad Libre de Ámsterdam, como facilitador al proceso de reflexiones bíblico-teológicas, y de Humberto Shikiya, director ejecutivo del Centro Regional Ecuménico de Asesoría y Servicio (CREAS) […]

“Los resultados han sobrepasado todas las expectativas por cuanto la calidad de profesores y ponentes se complementó, de manera muy positiva, con los aportes de los grupos de participantes que, desde diversos países y contextos, trajeron sus experiencias y las compartieron, de manera que se ha creado todo un tejido de historias de vida en alcanzar estrategias comunes de cómo caminar, juntos y juntas, hacia el empoderamiento de las iglesias una paz con justicia”, comentó Ham. […]

LLAA PPOOSSIIBBIILLIIDDAADD DDEELL RREEIINNOO DDEE DDIIOOSS EENN CCRRIISSTTOO CCOOMMOO PPRREESSEENNCCIIAA IINNMMEEDDIIAATTAA EENN LLAA HHIISSTTOORRIIAA

JJoosséé PPeeññaa MMeennddoozzaa

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El ya del reino de Dios es posible porque se ha

concretado en la historia el hecho más

significativo de la revelación, es decir, la

introducción del Hijo al mundo. Su

encarnación es la máxima prueba de que ese

reino ha llegado y se ha hecho parte de

nuestra historia humana. En ese

acontecimiento el Hijo ha pasado a ser el nexo

entre la realidad inefable de lo divino y

nuestras imposibilidades; entre lo infinito y lo que está sujeto a las limitaciones de

la existencia en el tiempo y el espacio; se hace historia para que sea en nosotros

la posibilidad concreta, cercana, inmediata y eficaz de la salvación de Dios. Para el

mismo Jesús el reino debía ser una realidad inmediata en el presente, que se

pudiera disfrutar ya, de modo que en su predicación la idea de su implantación aquí

no era extraña. Con ello se deja ver que jamás el reino de Dios tuvo en Jesús la idea

de mera esperanza futura, como si fuese algo que el ser humano llegaría a disfrutar

sólo para la consumación de los tiempos. Al contrario, todos sus gestos y

enseñanzas eran animados por la clara intención de hacer que los hombres

tomaran consciencia de que estaban, ya, frente al reino de Dios. Sus hechos de

sanidad fueron un claro anuncio de la presencia del reino de Dios en la tierra: “Mas

si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha

llegado a vosotros” (Lc. 11.20) Esto porque el reino de Dios, para Jesús, no podía

centrarse en simples discursos, ajenos y distantes a la realidad de quienes en

verdad necesitaran respuestas concretas a sus carencias humanas; como lo diría

san Pablo: “El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Co. 4.20)

Jesús sana, hace milagros y realiza cientos de gestos que se transforman en

signos de la llegada del reino de Dios en la tierra, precisamente, para dar la nota

positiva a un mundo carente de esperanzas concretas. Pero no se concentra en

sanar o hacer milagros solamente. Es más, todo hace concluir que si esos milagros,

o señales como los presenta Juan, se están dando, es porque antes se ha

manifestado, ya, un hecho superior, es decir, el mensaje bienaventurado de Jesús

que salva. Él anunció la llegada del reino de Dios: “Se ha acercado a vosotros el

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reino de Dios” (Lc. 10,9); invitó a los hombres a participar de éste, convirtiéndose en

sus ciudadanos: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…” (Mt. 6,33);

y enseñó a orar por la aproximación del reino en el Padrenuestro, con la

expresión: “Venga tu reino” (Mt. 6,10; Lc. 11,2). Respecto a esto último, referido a la

oración que Jesús enseñó a sus discípulos, donde se pide la venida de la basileia tou

theou, se encuentra una idea interesante en el planteamiento de Joachim Jeremias. Él

comenta que el “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino” del Padrenuestro,

guarda un estrecho parecido con una antigua oración del culto de las sinagogas, y que

para Jesús no debió ser desconocida. Era la oración del Qaddish, que decía

así: Ensalzado y santificado sea tu gran nombre en el mundo, que él por su voluntad

creó. Haga prevalecer su reino en nuestras vidas y en los días y en la vida de toda la

casa de Israel, presurosamente y en breve. Y a esto decid: Amén.

Jeremias da cuenta de una diferencia sustancial entre esta oración judía, y el

padrenuestro de Jesús; de manera que mientras el Qaddish es la oración de una

comunidad, que inserta en un mundo de tinieblas suplica porque el cumplimiento del

reino llegue pronto, en el Padrenuestro, aunque la comunidad dice lo mismo, sabe

que el reino ya ha irrumpido con la presencia encarnada de Cristo. Él es, entonces, la

más grande demostración de la presencia de dicho reino de Dios. Al respecto,

Schelkle observa que por lo mismo Cristo, en tanto es el reino de Dios mismo, se

transforma, así, en la presencia actual del reino de Dios.

Por otra parte, A. Schweitzer resalta que el mensaje del reino de Dios fue

radicalizado por Jesús hacia una posición más cercana a las realidades terrenas.[10] Si

bien es cierto que la esperanza del fin del mundo, con su consiguiente transfiguración

a través de la expectativa de un reino divino, es propia de la concepción judía, Jesús

vino a darle un nuevo acento al proporcionarle facticidad inmediata, es decir, al

anunciar la urgencia de experimentar la presencia del reino de Dios aquí y ahora,

como una realidad absolutamente positiva. En esa dirección se tuvo que concentrar el

esfuerzo por no caer en el ánimo pesimista que embargaba a las religiones greco-

orientales, ya que mientras éstas luchaban por rescatar o libertar lo espiritual del

mundo de la materia, no llegando a importar sustantivamente el destino del mundo

concreto, en el cristianismo, a pesar de mantener una mirada también un tanto

pesimista, se espera la transfiguración del mundo, apoyado en el deseo amoroso de

Dios por hacer que el hombre tome razón de su trascendencia en este mundo, y, en

él, llegar a ser alegres instrumentos del amor divino, tarea que implica un primer paso

a la bienaventuranza que se les deparará en el mundo perfecto del reino de Dios.

Es claro que el mensaje del reino de Dios comenzó con Jesús, dándole un fuerte

realce intrahistórico, es decir, un mensaje que participa de la dinámica de la historia.

Pero lo anterior no anulaba el hecho de que el reino, con ello, no dejaba de tener una

connotación trans-histórica, es a saber, una respuesta a las ambigüedades de dicha

dinámica de la historia, aportándole el valor, que representa para dicho reino de Dios,

la vida eterna. Y es aquí donde se juega el justo equilibrio del reino de Dios; se llegan a

conjugar la inmanencia y la trascendencia del reino.

No se puede desconocer que Jesús, en tanto cabeza del reino de Dios, está

situado en la historia, y, junto con ello asume nuestras limitaciones, para

transformarlas en esperanzas concretas. No en vano ese aspecto fue determinante en

el siglo veinte para el surgimiento de las teologías de la esperanza y de la liberación.

Todo lo relativo a Jesús ocurre en el marco de la historia. Se hace carne; convive entre

nosotros (Jn. 1,14); muere y resucita, precisamente en la historia. Todo el misterio de

la gracia de la salvación ocurre en el tiempo y espacio históricos; Dios nos salva, en

Cristo, en la historia, el lugar que nos es más propio y en el cual nos sabemos

instalados. Y si bien es cierto el acontecimiento de Jesús se realiza en la historia, ello

no dificulta el hecho de ver en Jesús el reflejo de la esperanza supra-terrena. En

efecto, Jesús pertenece a la historia, pero también la trasciende, dando a entender

que el reino no ha perdido su carácter futuro. El mismo Jesús indicó que llegará el

momento en que los hombres vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, “…y

se sentarán a la mesa en el reino de Dios” (Lc.13,29); del mismo modo, cuando

aparezcan las señales en el cielo, se sabrá que “…está cerca el reino de Dios” (Lc.

21.31), y, asimismo, los propios hijos de ese reino deben orar porque su venida sea

pronta, por medio del ya conocido “…Venga tu reino” , e incluso, hasta el ladrón en la

cruz le pide a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, a lo cual Jesús le

respondió: “…hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23,42s).

Es imposible, entonces, no reconocer ambos estadios del reino de Dios. Ambos

son reales, a la vez que están fuertemente relacionados entre sí; no se puede pensar

en uno sin el otro, porque en definitiva son lo mismo, solamente que en diferentes

ámbitos de realidad: terreno y espiritual; presente y futuro; ya, pero todavía no. Se

iluminan y necesitan entre sí para lograr la comprensión de la trascendencia del reino.

Nuestra salvación ha ocurrido aquí porque Jesús se hizo carne, acercando el reino de

Dios a nuestro ser en el tiempo; pero también es una salvación que se

consumará plenamente al fin de la historia solamente. Por lo mismo todo fiel

cristiano es capaz de soportar las ambigüedades de la historia, muchas veces

traducida en groseras injusticias, incomprensión, rechazo, crítica y hasta persecución,

con la sincera expectativa de que la esperanza escatológica pronto se vuelva realidad,

para ser redimidos de este eón, entendido como un reino gobernado por las tinieblas.

Por eso el mundo, con sus ambigüedades y todo, sigue teniendo coherencia para el

cristiano en tanto le inspire a esperar algo mejor: “Pues tengo por cierto que las

aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en

nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8,18). Ruiz de la Peña advierte que si el futuro no

tuviera relación con lo presente, luego tal futuro sería el sinsentido para nosotros hoy.

Para él, debe darse, entre presente y futuro, una suerte

de “continuidad” y “novedad.” Y aquí nos lo jugamos todo; o seguimos el reino de

Dios a contar de nuestra realidad inmediata y terrena, y comenzamos a vivir las

anticipaciones de éste, o lo rechazamos para finalmente darnos cuenta que lo hemos

perdido todo; como dijo E. Schillebeeckx: “La salvación aparece, en primer lugar, en

la realidad secular de la historia”, a lo que agrega: “…aquí, la salvación se consigue en

primera instancia…o bien se rehúye con el consiguiente desastre.”