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«LEYENDO OTROS QUE SEAN LUZ DEL ALMA»: EL QUIJOTE Y LA LITERATURA DEL ARS MORIENDI RACHEL SCHMIDT Universidad de Calgary (Canadá) En la hora de su muerte don Quijote, o sea Alonso Quijano el Bueno, lamenta que le falte tiempo para hacer alguna recompensa por su «amar- ga y continua leyenda de los destestables libros de las caballerías» (DQll: 74, p. 1063). Dicha recompensa habría sido la lectura de libros piadosos, «otros que sean luz de alma». De acuerdo con las costumbres de aquel día, se quitaba de la presencia del moribundo la literatura profana para reemplazarla con la sagrada 1 . Como es de esperar, se destacaba el géne- ro del ars moriendi, textos de índole devocional que preparaban al cris- tiano para el bien morir. Antonia Morel d'Arleux ha propuesto distinguir entre tres etapas del género: 1) los ars moriendi de finales del siglo XV, que se originan en un ma- nuscrito alemán del siglo xrv y que contienen una serie de gra- bados en madera que ilustran la batalla entre las fuerzas de bien y mal que tiene lugar en el lecho del agonizante 2) los Artes de bien morir y de bien vivir de la primera mitad del siglo XVI, los que parten del Libro del aparejo que se debe hacer para bien morir de Erasmo; y 3) los tratados de la Contrarreforma que refuerzan el control de la Iglesia sobre la muerte por insistir en un ceremonial de la muer- te basada en los sacramentos y su financiamiento 2 . Aunque su diferenciación histórica de las varias clases de libros resulta importante, en este estudio se va a tratar de ellos todos como fuentes de ideas e imágenes de la muerte que circulaban en la España del tiempo de Cervantes y que entraban en el discurso de don Quijote y Sancho Panza. 1 Manuel José de Lara Rodenas, La muerte barroca: ceremonia y sociabilidad funeral en Huel- va durante el siglo XVII (Huelva, Universidad de Huelva, 1999), p. 69. 2 Antonia Morel d'Arleux, «Los tratados de preparación a la muerte: aproximación me- todológica», Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro, eds., Manuel García Marín, Ignacio Arrellano, et al, (Salamanca, Universidad de Salamanca), II: pp. 719-34. «Cervantesy el Quijote.» Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004) CERVANTES Y EL QUIJOTE. Rachel SCHMIDT. «Leyendo otros que sean luz de alma»: El...

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«LEYENDO OTROS QUE SEAN LUZ DEL ALMA» : EL QUIJOTE Y LA LITERATURA DEL ARS MORIENDI

R A C H E L S C H M I D T

Universidad de Calgary (Canadá)

En la hora de su muerte don Quijote, o sea Alonso Quijano el Bueno, lamenta que le falte tiempo para hacer alguna recompensa por su «amar­ga y continua leyenda de los destestables libros de las caballerías» (DQll: 74, p. 1063). Dicha recompensa habría sido la lectura de libros piadosos, «otros que sean luz de alma». De acuerdo con las costumbres de aquel día, se quitaba de la presencia del moribundo la literatura profana para reemplazarla con la sagrada1. Como es de esperar, se destacaba el géne­ro del ars moriendi, textos de índole devocional que preparaban al cris­tiano para el bien morir. Antonia Morel d'Arleux ha propuesto distinguir entre tres etapas del género:

1) los ars moriendi de finales del siglo XV, que se originan en un ma­nuscrito alemán del siglo xrv y que contienen una serie de gra­bados en madera que ilustran la batalla entre las fuerzas de bien y mal que tiene lugar en el lecho del agonizante

2) los Artes de bien morir y de bien vivir de la primera mitad del siglo X V I , los que parten del Libro del aparejo que se debe hacer para bien morir de Erasmo; y

3) los tratados de la Contrarreforma que refuerzan el control de la Iglesia sobre la muerte por insistir en un ceremonial de la muer­te basada en los sacramentos y su financiamiento2.

Aunque su diferenciación histórica de las varias clases de libros resulta importante, en este estudio se va a tratar de ellos todos como fuentes de ideas e imágenes de la muerte que circulaban en la España del tiempo de Cervantes y que entraban en el discurso de don Quijote y Sancho Panza.

1 Manue l José de Lara Rodenas, La muerte barroca: ceremonia y sociabilidad funeral en Huel-va durante el siglo XVII (Huelva, Universidad de Huelva, 1999), p. 69.

2 Antonia More l d 'Arleux, «Los tratados de preparación a la muerte: aproximación me­todológica», Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro, eds., Manue l García Marín, Ignacio Arrel lano, et al, (Salamanca, Universidad de Salamanca), II: pp. 719-34.

«Cervantesy el Qui jote . » Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004)

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Aunque don Quijote no consiguiera leer ningún texto de este géne­ro, resulta evidente que Cervantes conocía bien tanto los aforismos y axio­mas que se repetían como la doctrina católica acerca de la muerte y la vida después de la muerte que estos libros promulgaban. De hecho, sien­do socio de la Hermandad de Esclavos del Santísimo Sacramento y la Ve­nerable Tercera Orden de San Francisco, habría sido su deber asistir a las muertes y funerales de todos los socios3. Los muchos comentarios so­bre la naturaleza de la muerte, los que Cervantes incluye sobre todo en la segunda parte del Quijote, pertenecen a un discurso social y religioso ya ajeno a nuestra cultura, el que se basa en una serie de metáforas y tro­pos: la danza de la muerte, la muerte como el puerto para el náufrago, la muerte como el tránsito del exiliado a su verdadera patria en el cielo, el sueño como figura de la muerte, y la muerte como espejo de la vida, entre otros. Es más, la muerte de Alonso Quijano en su realización co­rresponde a las pautas proporcionadas para asegurar la buena muerte, las que regían la escritura del testamento además del cumplimiento de los ritos y sacramentos ofrecidos al moribundo. Al releer el segundo libro del Quijote teniendo en cuenta las varias imágenes de la muerte pertinentes a la época de Cervantes, no se puede pasar por alto que la muerte es una de las temáticas más sobresalientes del libro. A propósi­to, el lector atento nota una matización irónica de los tópicos de la muer­te que sirven no sólo para burlarse del discurso elevado de los libros pia­dosos, sino también para expresar una ambivalencia típica de la época hacia la muerte. Casalduero explica bien la transformación frente a la muerte que tiene lugar en la época de Cervantes: «El hecho ordinario y general —la muerte— se está transformando en un hecho extraordina­rio y particular —la muerte individual—, gran espectáculo que todos los vivos contemplan» 4.

El vínculo temático entre la muerte y el teatro depende de un silo­gismo: la muerte es un espejo de la vida, la comedia es un epejo de la vida, pues la muerte funciona como una especie de comedia con que re­flejar sobre la vida 5. Este silogismo no se encuentra solamente en el Qui­jote, pues hubo un libro de Jaime Montañés con el título El espejo de bien vivir y de bien morir. El encuentro con los comediantes en el carro de las Cortes de la Muerte (II: 11) sirve, pues, como trasfondo de la problemá­tica de la muerte en la novela. John T. Culi ha iluminado varios vínculos iconográficos entre este episodio y los muchos emblemas sobre la mor-

3 Carlos Eire, From Madrid to Purgatory: The Art and Craft of Dying in Sixteenth-Century Spain, (Cambr idge , Cambr idge University Press, 1995) p. 29.

4 Joaquín Casalduero, Sentido y forma del Quijote, 4 4 ed. (Madrid, ínsula, 1975), p. 399. 5 Hay varias representaciones de índole teatral que tienen lugar en la segunda parte, las

que incluyen no sólo la aparición de la muerte en la figura de Merl ín y los funerales de Alti-sidora, estos dos eventos organizados por los duques, sino también la procesión de Belerma en la Cueva de Montesinos. Hace falta más estudio sobre estos episodios, especialmente al te­ner en cuenta que muchas ceremonias allí descritas resultarían ilegales o anticuadas en aquel entonces (Lara Rodenas, p. 311).

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talidad que circulaban en la época cervantina, entre ellos uno que se repite en la descripción de Sancho Panza de la vida como un juego de ajedrez6. Culi observa, con razón, que el episodio sirve de desengaño para don Quijote, pues le hace recordar por un momento que no es un ca­ballero andante, sino un simple ser mortal sujeto a la muerte 7. En su dis­curso después del encuentro con el carro de los comediantes, don Qui­jote entrelaza el tópico medieval de la danza de la muerte con el tópico clásico de la comedia como espejo de la vida8. «Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales» (II: 12, p. 617). La úni­ca diferencia entre la comedia y la vida es que «cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan igua­les en la sepultura».

A pesar de arraigarse en fuentes clásicas y medievales, el tópico de la muerte como espejo de la vida que maneja don Quijote es muy tí­pico de los libros renacentistas y barrocos del ars moriendi, pues trans­forman el bien morir en el bien vivir. Los manuscritos medievales re­presentan la lucha del moribundo con las fuerzas diabólicas en el lecho de muerte, hasta representar los varios momentos de tentación en gra­bados. Así la muerte se convierte en el punto decisivo de toda la vida, puesto que la vida eterna depende sólo de lo que pasa en estos mo­mentos cruciales. De igual manera, el cuarto del moribundo se trans­forma en el lugar de batalla entre el cielo y el infierno. La tentación de la avaricia se destaca entre los pecados por su peligro, porque el ape­go a las cosas terrenales, hasta el amor filial y conyugal, impide que el moribundo acepte con tranquilidad y conformidad su destino. Los ars moriendi posteriores, aunque se basan en los textos medievales, cons­tituyen una postura nueva y típica de los siglos XVI y XVII ante la muer­te. Según Philippe Aries, el arte de vivir reemplaza al arte de morir, ya que se desplaza el tiempo que determina el destino del moribundo des­de los últimos momentos hasta su actuación cotidiana en la vida 9. Los libros de bien morir se convierten en libros de bien vivir, pues institu-

6 « [ Q ] u e mientras dura el j uego , cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el j uego , todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura» (II: 12, pp. 617-18). Dicha imagen aparece en los Emblemas morales de Sebastián de Covarrubias Orozco (1610), pero también en un sermón de fray Alonso de Ca­brera. En cuanto al emblema, véase John T. Culi, «Death as Great Equalizer in Emblems and in D o n Quixote» , Hispania 75: 1 (marzo 1992), p. 15. Para la referencia al sermón, véase la edición de Martín de Riquer del Quijote. 9 a ed. (Barcelona, Juventud, 1979), de donde pro­vienen las citas que se usa en este trabajo (II: p. 618).

7 Culi, p. 13. 8 El mismo don Quijote menciona el b ien que la comedia hacía a la república, una alu­

sión obvia a Platón. Tal como menciona Culi, la imagen también se encuentra en Epicteto (P- 14).

9 Philippe Aries, L'Homme devant la Mort (París, Seuil, 1977), p. 296.

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yen la práctica de prepararse (o, en las palabras de los libros, aparejar­se) para la muerte durante toda la vida. Se introduce, asimismo, un nue­vo concepto de la muerte del buen cristiano, o sea la del justo, «celui qui pense peu á sa propre mort physique quand elle vient, mais qui y a pen­sé toute sa vie» 1 0 .

Según Antonio de Alvarado, autor de uno de los muchos ars morien-di, los creyentes piadosos deben dedicar cada miércoles a la meditación sobre la muerte, esta meditación siendo «una de las más saludables y pro­vechosas que se pueden considerar porque sola ella basta para hacer per­fecta la vida» 1 1. Aunque dicho tópico proviene de San Gregorio, Alvara­do, como otros de su tiempo, le da un giro barroco al proponer que el memento morí, que está en todas partes de la vida, nos despierta del sueño de la vida. «Es la muerte un espejo claro, en el cual, mirándose y remi­rándose uno muchas veces, ve las manchas y fealdades que causan los pe­cados y vicios en el alma, y las quita, y limpia, y se compone, y adorna de las virtudes contrarias»1 2. No es de sorprender, pues, que don Quijote se perciba a sí mismo tal como es, un hidalgo mortal que sólo quiere ser ca­ballero andante, cuando se enfrenta con el carro de la muerte y en la hora de su propia muerte. Tampoco sorprende que Sancho Panza, «sepulta­do de vida» en la sima, salga renunciando su deseo de ser gobernador (II: 60, p. 940). Lo que don Quijote dice de la comedia, que «todos son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un es­pejo a cada paso delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida hu­mana» (II: 12, p. 617), se podría decir de la muerte tal como se entendía en los libros de ars moriendi

SANCHO PANZA: ENTRE LA MUERTE MEDIEVAL Y LA MODERNA

En cuanto al concepto de la muerte que se expresa, el Quijote se si­túa entre el Medioevo y la modernidad. Tal hecho nos permite, pues, percibir las tensiones de un momento de transición histórica, tanto en las prácticas en torno a la muerte como su ideación. Philippe Aries ha caracterizado la muerte medieval como domesticada, porque la muerte se entiende como una parte integral de la vida 1 3. Al contrario, la muer-

1 0 Aries, p. 306. 1 1 Antonio de Alvarado, Arte de bien vivir, y guia de los caminos del cielo (Madr id , Lucas An ­

tonio de Bedmar, 1717), I: p. 380. U n mode lo de la meditación como una parte integral de la buena práctica de la fe lo constituyen los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Tam­poco se limita este movimiento al m u n d o católico, pues se encuentra la misma práctica de con­templación piadosa sobre la muerte en el protestantismo de la época (Aries, pp . 296-301).

1 2 Alvarado, I: p. 380. 1 3 A u n q u e la historia de la muerte que Aries traza presenta unos problemas serios para el

hispanista ( po r ejemplo, su ignorancia de la importancia del purgatorio para el país antes del siglo X V I I ) , todavía ofrece algunas ideas claves con que entender la imagen social de la muer­te medieval (pp . 20-32).

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te moderna la describe Aries como la fiera, pues el mundo moderno, en su afán por ocultar la muerte y hasta anularla, la envuelve en la vela de la alteridad. Es de esperar que Sancho Panza vocalice muchos re­franes e ideas populares que representan las imágenes medievales de lo universal y lo inevitable que es la muerte. Hablando de ésta, el cam­pesino nota que «todos estamos sujetos a la muerte», y prosigue con una descripción de la muerte que se parece a la danza de la muerte: «la muer­te es sorda, y cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siem­pre va de priesa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos los dice por esos pulpitos» (II: 7, p. 585). El refrán, «todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte» se repite en varias ocasiones y versiones, en boca de Sancho por lo menos dos veces (II: 10 y 43) y una vez en boca de don Quijote (II: 64). A veces el discurso de Sancho Panza adquiere reso­nancias bakhtineanas, por ejemplo cuando implica que la muerte des­nivela las clases sociales al devolver a los altos igual que los bajos a la tierra: «y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan es­trecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro; que, al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y enco­gemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas no­ches» (II: 33, p. 784) 1 4 .

Tal vez sea más insólita la manera en que Sancho introduce imágenes y aún frases procedentes de la literatura piadosa en su repertorio dis­cursivo. Ya en el prólogo a la primera parte del Quijote, Cervantes cita a Horacio acerca de la universalidad de la muerte: «Pallida mors aequo pul-sat pede pauperum tabernas/Regumque turres». Sancho Panza, en su manera inimitable, repite la frase en una descripción vivida da la muer­te durante una pequeña discusión con su amo en las bodas de Camacho 1 5. El escudero se pone de parte de Camacho, puesto que queda bien satis­fecho con sus ollas llenas de gansos, libres, conejos y gallinas. Don Qui­jote lo regaña no sólo por su opción interesada, sino también por nunca dejar de hablar, y termina por plegar a Dios que vea a su escudero mudo antes de morirse él. Después de discutir sobre quién va a morirse primero, Sancho aplaca a su señor con una descripción de la muerte que se basa en una mezcla grotesca de varias figuras, entre ellas el esqueleto y la muer­te segadora: «A buena fe...que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres» (II: 20, p. 686). Según el mismo Sancho relata, aprendió el axioma clásico de su cura -de ahí evidencia de cómo el contenido de los libros piadosos circulaba aún entre el sector

1 4 Mikhail Bakhtin, Rabelais and His World., trad. He lene Iswolsky (Bloomington, Indiana University Press, 1984), pp. 21-3.

1 5 Riquer., ed., Don Quijote, II: p. 686.

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analfabeto de la España del Siglo de Oro 1 6 . Sancho, ensartando las per­las de su conocimiento iconográfico, agrega otra imagen, la de la «ham­brienta carnicera»: «que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría». Tal imagen figurada de la muerte se alude a un concepto popular, pues se nota en una glosa a las coplas de Jorge Manrique, además del refrán re­copilado por Correas, «La muerte por todo muerde» 1 7 . Hay evidencia en la iconografía y literatura medievales, por ejemplo en La danza general de la muerte, de que se asociaba la muerte con el morder de la manzana en el Paraíso, así vinculando el momento de la caída de Adán y Eva, el even­to que ocasionaba la introducción de la muerte en el mundo 1 8 .

De manera semejante -es decir, mezclando lo popular con lo erudi­to, Sancho saca provecho de la metáfora que asocia la muerte con el sue­ño (II: 68). Don Quijote, maravillado de la capacidad de su escudero de dormir bien, lo despierta para instarlo a seguir con el desencantamien­to de Altisidora. Desesperado de que Sancho se niegue a azotarse, el amo se queja de la dureza de su criado y de su propia muerte próxima: «que yo post tenebras spero lucem» (II: 68, p. 1030). Es interesante que Sancho entienda el significado literal del axioma, frase que viene de Job 17, 12 y que fue el lema de Juan de la Cuesta19, pues responde con una alaban­za elegante del sueño como «capa que cubre todos los humanos pensa­mientos, manjar que quita el hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y finalmente, moneda ge­neral con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto». De hecho, semejantes ala­banzas de la muerte ocurren en los libros barrocos de ars moriendi, don­de los autores recurren a los tópicos sensoriales y antitéticos de los escritos místicos para describir la buena muerte que sirve de puerta al cielo 2 0. La referencia al «peso que iguala al pastor con el rey» repite un símil de las coplas de Jorge Manrique, donde se describe cómo la muerte trata a los

1 6 D e hecho, se encuentra este axioma horaciano en el sermón de Manue l Sarmiento que se presentó para conmemorar la muerte de Felipe II en la Universidad de Salamanca (Sermo­nes funerales, en las honras del Rey nuestro Señor don Felipe II, Madrid , Impresor del Licenciado Va-rez de Castro, 1599, p. 317).

17 Coplas de Jorge Manrique. Con una glosa muy devota y cristiana de un religioso de la Cartuxa (Francisco de Guzmán) (Sevilla: A lonso Picardo, 1555) glosa a copla X, s. p., y Gustavo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627) (Madr id , Castalia, 2000), p. 430.

1 8 Karl S. Guthke, The Gender ofDeath. A Cultural History in Art and Literature (Cambr idge , Cambr idge University Press, 1999), pp. 41 y 63-65.

1 9 Riquer, ed. Don Quijote, II: p. 1030. 2 0 Véase, po r ejemplo, la descripción de los favores prometidos a los creyentes por Dios

en el Guia de pecadores de Fray Luis de Granada: «aquel ja rd ín de regadío que es el verdor y hermosura de la gracia, aquella fuente que nunca le faltan aguas, que es la provisión y su­ficiencia de todas las cosas» (Madr id , Espasa-Calpe, 1966, p. 70) .

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papas y emperadores «como a los pobres pastores de ganados» 2 1. A pe­sar de haber alabado al sueño, Sancho termina: «Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.»

DON QUIJOTE: EL IMPULSO POR ADORNAR EL ALMA

Sancho, con su sencillez ingeniosa, invierte las relaciones metafóricas del sueño y la muerte de modo que prefiere la vida sobre la muerte. Sin embargo, la imagen de la muerte de los justos como un sueño sirve para fundamentar el nuevo modelo de morir y vivir del cristiano piadoso. El tópico de la muerte como sueño tiene raíces en el episodio cuando Je­sucristo resucita a la hija de Jairo, diciendo que ella no está muerta, sólo dormida 2 2. Llegó a ser un lugar común en toda la literatura piadosa de la época de Cervantes, y se repite en sermones que se predicaron para conmemorar la muerte de Felipe II. En el sermón de Agustín Davila (Va-lladolid, el 8 de noviembre 1598), el fallecer del monarca se representa según el patrón del buen morir: «Llegábasele ya la hora de su descanso, y como la muerte de los justos es sueño: así trataba de su muerte, como de irse a dormir una siesta: platicaba en su ataúd, y en las cosas de su muer­te, con la quietud que trataba de las de su vida: aquí la lució la paz de los que aman la ley de Dios» 2 3. La muerte de Felipe II se convirtió en una es­pecie de lección de bien morir y generó muchos sermones y memorias de testigos que funcionaban como ars moriendi, puesto que el monarca, a pesar de su sufrimiento físico tan gráficamente descrito, murió defen­diendo el catolicismo2 4. Para los católicos del siglo XVI, Felipe II demos­tró la santidad y heroicidad de su vida en su muerte.

A propósito, se nota en sus comentarios sobre la muerte en el segun­do Quijote, que don Quijote agrega a su repertorio de modelos heroicos el del moribundo justo y cristiano. La buena muerte, tal como don Qui­jote la describe en capítulo 24 de la segunda parte, es la mors repentina, tan temida en el Medioevo. Al contrario, según los libros de ars moriendi barrocos, lo que «se ha de temer, no es el morir presto, sino el vivir mal» 2 5 . En camino a las Cuevas de Montesinos con Sancho Panza y el primo, el caballero andante se encuentra con un paje que quiere ir de soldado a

2 1 Jorge Manrique, «Coplas que hizo a la muerte del maestre de Santiago, don Rodr igo Manrique, su padre » , Poesía, ed. María Morras (Madrid, Castalia, 2003), p. 248.

2 2 También se ha notado la semejanza entre este pasaje y el L ibro VI de la Eneida de Vir­gilio (Francisco Rico, ed. Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Crítica, 1998, p. 1180).

23 Sermones funerales, en las honras del Rey nuestro Señor don Felipe II (Madr id , Impresor del Licenciado Varez de Castro, 1599), p. 78v.

2 4 Para un análisis de todos los elementos de la muerte de Felipe II, desde los funerales hasta los testimonios escritos, véase Eire, pp. 255-368.

2 5 Thomas Bernabé, Diálogo de la alegría del alma contra el temor de la muerte (Cuenca, Casa Salvador Viader, 1612), p. 94.

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la guerra. Este encuentro da lugar a una pequeña disputa acerca de la superioridad de las armas sobre las letras con el primo. Después de arti­cular los argumentos corrientes acerca del provecho de servir a Dios y al rey con las armas, don Quijote añade que es precisamente la muerte re­pentina del soldado la que le da «un no sé qué de esplendor» (II: 24, p. 718). Partiendo de un tópico de los libros de ars moriendi, don Quijote hace hincapié en la visión paradójica de la muerte que caracteriza el cris­tianismo: de los sucesos que puede pasarle a uno, «el peor de todos es la muerte, y como ésta sea buena, el mejor de todos es el morir». Antonio de Alvarado da voz a esta ambivalencia cuando menciona ambos el do­lor de la muerte ( « N o hay lengua humana, que pueda declarar las mise­rias, y aflicciones de este trance riguroso de la muerte» ) 2 6 y el consuelo que es la muerte para los justos («Es la muerte para los justos último tér­mino de las miserias y principio de la felicidad») 2 7 . En este momento de su vida, don Quijote entiende la muerte buena como la del soldado así: «Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte; respondió que la impensada, la de repente y no prevista; y aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdade­ro Dios, con todo eso, dijo bien, para ahorrarse del sentimiento huma­no» 2 8 . Este comentario acerca de la cita cesariana nos revela, aunque de manera más indirecta, hasta qué punto los modales para el buen morir habían infiltrado en el pensamiento quijotesco. Ambos los ars moriendi medievales y los artes de bien morir barrocos insistían en la necesidad de alejar al moribundo de los intereses de este mundo, aún hasta el pun­to de aislarlo de sus parientes y amigos más íntimos si éstos lo incitaron a añorar las cosas de este mundo en vez del más allá.

El contexto en que don Quijote repite el refrán, «Para todo hay re­medio, si no es para la muerte» (II: 64, p. 1010), nos revela cómo los dis­cursos heroicos del caballero andante y del caballero cristiano se entre­lazan. En el capítulo anterior (II: 63), Ana Félix relata el suceso de su amante don Gaspar Gregorio, quien se encuentra en aquel momento ves­tida de mujer en el háren del rey de Berbería. Don Antonio decide man­dar al cristiano renegado, el que había acompañado a Ana Félix en su vuelta a España, a volver a Berbería a rescatarlo. En el siguiente capítu­lo, don Quijote comenta a don Antonio lo imprudente que le parece su

2 6 Alvarado, I : p. 389. 2 7 Alvarado, I : p. 393. 2 8 A l hablar con el paje en camino a la guerra, don Quijote alaba la muerte repentina del

soldado con palabras de Julio César. N o obstante esta referencia a la honra y fama que un sol­dado puede ganar en el Campo de la batalla, el protagonista cervantino sigue con una cita apó­crifa de Terencio, que «más bien parece le soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida» (II: 24, p. 718). Don Quijote resalta la situación difícil de los soldados viejos, para quie­nes la muerte representa un escape del hambre . A q u í parece que resuena la voz del autor Cer­vantes, pues su personaje sostiene la honradez del soldado viejo y critica la práctica contem­poránea de no apoyarlo con ayuda financiera: «los hacen esclavos del hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte» .

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decisión, y le ofrece ir él mismo a África para sacar al joven, tal como don Gaiferos había rescatado a Melisendra. Sancho Panza, ya adepto en cier­tos aspectos de la literatura caballeresca, pone en claro su reparo: don Gaiferos pudo salvar a su esposa porque sólo había que pasar por la tie­rra firme de Francia. Como él explica, «pero aquí, si acaso sacamos a don Gregorio, no tenemos por dónde traerle a España, pues está el mar en medio». Invirtiendo el dicho de Sancho, don Quijote responde, «Para todo hay remedio, si no es para la muerte...pues llegando el barco a la marina, nos podremos embarcar en él, aunque todo el mundo lo impi­de» . El ingenio de don Quijote se muestra no sólo en su uso del lengua­je -e l juego con medio y remedio-, sino también en su manera de retor­cer de significado la visión de la muerte. Mientras que Sancho emplea el dicho con connotaciones tradicionales de fatalismo y de desprecio para el mundo terrenal, don Quijote lo reenfoca para insistir en la posibili­dad de lograr vivir bien en este mundo.

El hecho de que don Quijote se inclina por la muerte del justo se evi­dencia tanto en sus reflexiones sobre la vida y la muerte como en su pro­pia muerte. No sorprende que prefiera la muerte repentina del soldado, pues el individuo no corre peligro en la muerte subdita si ha vivido bien. Sin embargo, el protagonista también alaba el fallecimiento del justo que tiene lugar en su lecho de muerte en compañía de sus queridos. Es más, don Quijote concibe de sus famosos consejos a Sancho Panza, los que le otorga cuando el escudero sale para Barataría, como una especie de arte de bien vivir y bien morir (II: 42). Sus primeros mandatos, que hay que temer a Dios primero y conocerse a sí mismo segundo, se confor­man al armazón intelectual del género de los libros de bien morir y vi­vir. Aun su preferencia por la clemencia en los gobernadores parte de la visión de un Dios compasivo que domina el discurso de los libros de bien morir: «porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la jus­ticia» (II: 42, p. 842) 2 9 . Al actuar y vivir así, Sancho Panza se garantizará ambas, la buena vida y la buena muerte:

Si estos p r e c e p t o s y estas reg las s igues , S a n c h o , s e r án l u e n g o s tus días , tu f a m a será e t e rna , tus p r e m i s o s c o l m a d o s , tu f e l i c idad i n d e c i b l e , casarás tus hi jos c o m o quis ieres , títulos t e n d r á n e l los y tus n ietos , vivirás e n p a z y b e n e p l á c i t o d e las gentes , y e n los ú l t imos pasos d e l a v ida te a l canza rá el d e l a m u e r t e , e n vejez suave y m a d u r a , y c e r r a r á n tus ojos las tiernas y de l i ­cadas m a n o s d e tus terceros netezue los .

Para no dejar lugar de duda acerca de la temática de su discurso, don Quijote resume: «Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma...». Dicha frase, adornar el alma, hace eco de la metáfora de alumbrar el alma que predomina en el ars moriendi medie-

2 9 Eire, pp. 24-5.

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val, a la vez que asocia este discurso con los libros que sean «de luz del alma» que Alonso Quijano se propone leer al morirse él mismo.

Para recapitular, el morir bien en la época de Cervantes resulta ser prueba de la bondad y valor del moribundo, de manera que refleja, como un espejo, su vida. Además, tal como nos revela Fray Luis de Granada, «General regla es, que cual es la vida de cada uno, tal es su muerte...» 3 0. Nuestro protagonista, después de haber fracasado en su papel de caba­llero andante, luce en su nuevo papel de caballero cristiano. Ya en el ca­pítulo 58, al ver el cuadro de la conversión de San Pablo, don Quijote se tiende hacia una nueva especie de caballería, alabando al apóstol por ha­ber sido «caballero andante por la vida, y santo a pie quedo por la muer­te» (II: 58, p. 954). Esta aventura suave y dulce, pues así la describe San­cho Panza, nos proporciona la pista con que entender los últimos pasos del camino de don Quijote. La imagen del buen cristiano como caba­llero se remonta a la descripción paulina del armamento del cristiano y a la imagen bíblica de una guerra santa entre Dios y el diablo, pero se resucita precisamente en los libros de bien morir. En el Arte de bien vi­virás Zaragoza (1488-1491) se nota la presencia del arcángel Miguel en la sala del moribundo, siendo ése el «príncipe de la celestial caballería, el cual en el fin del mundo ha de matar al Anticristo que se levantara soberbiosamente contra Dios» 3 1. Erasmo, en su Preparación y aparejo para bien morir, compara los ensayos para la muerte que debe hacer el cristia­no, con los de los soldados que se preparan para una escaramuza32. De hecho, el mismo Concilio de Trento, en sesión 14 sobre el sacramento de la extrema unción, enfatiza la necesidad de aparejar al cristiano con las armas necesarias para protegerse del mal en el momento de fallecer. Dicho consejo Joan de Salazar lo comparte con la clerecía en su Arte de ayudar y disponer a bien morirá todo género de personas (1608) así: «instituyó Jesucristo Señor nuestro el sacramento de la extrema unción, para ayu­dar y fortificar al enfermo, en tan grave y estrecho peligro; ungiendo con óleo santo al caballero y soldado cristiano, para que pelee valerosamen­te en aquel último y postrero combate... » 3 3. Además, la muerte provee al individuo una oportunidad para probar su propia fuerza y vencer sobre el diablo, aún si ése ha fracasado en la vida. Volviendo a Erasmo: «La muerte [e]s batalla que examina nuestro esfuerzo. Y vemos muchas ve­ces acontecer en la muerte lo que en las guerras del mundo, que los que

3 0 Luis de Granada, p. 80. 3 1 Esta frase es del ejemplar que pertenece a la biblioteca Bodleian, el Arte de bien morir

(Zaragoza: Pablo Hurtus, 1479-1484), folio 27v. 3 2 Desiderio Erasmo, Preparación y aparejo para bien morir, trad. Bernardo Pérez (Anvers: Mar­

tín Nunc io , 1555), p. 7v. L a influencia de Erasmo en la literatura de ars moriendi se puede tra­zar a través de Alejo Venegas y su Agonía del tránsito de la muerte, influencia que pasó desaper­cibida hasta Marcel Bataillon (Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, trad. Antonio Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1966, pp . 565-72).

3 3 Joan de Salazar, Arte de ayudar y disponer a bien morir a todo género de personas (Roma, Car­los Vulliet, 1608), pp . 22-3.

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parecían en el real cobardes, y que en tocando la trompeta se despavo­rían, son en la batalla esforzadísimos»34. La muerte representa para don Quijote/Alonso Quijano, igual que para Felipe II, no solamente el últi­mo campo de batalla, sino también el escenario donde probar, de una vez por todas, su valor y valentía.

Ya se ha analizado en detalle la muerte de Alonso Quijano, pues me limito aquí a indicar hasta qué medida prosigue según las pautas del «bien morir» 3 5 . El protagonista acepta su muerte con «ánimo sosegado» (II: 74, p. 1063) de acuerdo con el modelo del buen cristiano que no teme por su vida eterna y se conforma a la voluntad divina. Asimismo, Alon­so Quijano alaba a Dios, destacando su misericordia y compasión que absuelven los pecados de los seres humanos. Pide perdón a los que ha ofendido, sobre todo a Sancho Panza por haberle hecho caer en el error de la caballería andante. Hace su confesión y su testamento tal como se manda, dando pruebas de su cordura. El escribano, cuya presencia es imperativa en las muertes de aquella sociedad, comenta, como es su deber, que su muerte ha sido sosegada y cristiana. Todo el rito se ha cum­plido bien, y el loco don Quijote se convierte en la hora de la muerte en Alonso Quijano el Bueno, una transformación que refleja como en un espejo positivamente sobre su vida. A pesar de todo eso, Cervantes nos deja con algunos matices irónicos, muchos de ellos ya notados, como la alegría que sienten los herederos 3 6. Por ejemplo, hay un cambio de re­gistros al narrar la muerte, el que nos baja del elevado lenguaje piado­so de los libros de bien morir al castellano llano del narrador: «dio su espíritu, quiero decir que se murió» (II: 74, p. 1067). Pero volviendo a los mismos ars moriendi, hay que recordar que la tradición medieval ale­ga que el diablo trata de hacer al moribundo desviarse del camino de la salvación, por medio de tentarlo con varios pecados. Entre ellos se cuen­ta la desesperación, la que causa que el moribundo tenga dudas y escrú­pulos acerca de lo que ha hecho en su vida.

CONCLUSIÓN: CERVANTES ANTE LA MUERTE

No obstante la ortodoxia de los muchos refranes y dichos sobre la muerte que se encuentran en el texto, ambos el mismo contexto narra­tivo de ellos y la manera en que los personajes los entretejen en su dis­curso, revelan una tensión ideológica que subyace la representación de

3 4 Erasmo, p. 25v. 3 5 Jaime Fernández, S. J., «Muerte de Don Quijote: en torno al valor ético del personaje»,

Anales cervantinos 23 (1985), pp. 9-17; Rachel Schmidt, « The Performance and Hermeneutics of Death in the Last Chapter of Don Quijote», Cervantes 20: 2 (otoño 2000), pp . 101-26.

3 6 Veáse, por ejemplo, Le land Chambers, «Irony in the Final Chapter of the Quijote», Ro­manic Review 61 (1970), pp . 14-22, y josé Nieto, Consideraciones del Quijote. Crítica, Estética, So­ciedad (Newark: Delaware: Juan de la Cuesta, 2002), pp. 123-35.

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la muerte. Dicho conflicto gira en torno a la primacía del mundo más allá en la teología católica frente al mundo material y profano. En tér­minos generales, el Quijote de 1615 manifiesta la problemática de la muerte en un momento histórico cuando se coinciden los esfuerzos de la iglesia postridentina por reglamentar la práctica de la muerte con el inicio del materialismo moderno que la va a definir como un final en vez de un tránsito. En términos personales, el Quijote manifiesta la acti­tud ambivalente del autor Cervantes ante su mortalidad. A diferencia de su protagonista Alonso Quijano, quien se esfuerza por representar una muerte ajustada a las normas del «bien morir», Cervantes se deja expre­sar una gama de sentimientos frente a la muerte. En el prólogo de las No­velas ejemplares, el autor constata que « [m] i edad no está ya para burlarse con la otra vida» 3 7. No obstante, es palmario que se mofa de la muerte a lo largo del Quijote, desde las representaciones teatrales burlescas de los duques hasta los intercambios ingeniosos de don Quijote y Sancho Pan­za. Tal vez se atribuya el afán por burlarse de la muerte a la bravata de un viejo soldado; tal vez se atribuya a la domesticación medieval de la muer­te ya ajena de nuestros tiempos. De todas maneras, en el prólogo de Los trabajos dePersilesy Sigismundo, Cervantes adopta una postura intermedia entre el mundo del más allá y éste: «¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!» 3 8 Aunque no rechaza el cielo -de hecho, cree que se reunirá con sus amigos allá—, tampoco rechaza este mundo. Su ca­riño por sus íntimos y su pasión por la conversación ingeniosa matizan su despedida con un anhelo patente por los placeres terrenales.

3 7 Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, ed.Juan Bautista Avalle-Arce (Madr id , Castalia, 1989), I: p. 64.

3 8 Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismundo, ed. Juan Bautista Avalle-Arce (Madr id , Castalia, 1969), p. 49.

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