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LA LETRA HERIDA: LAS ENEMISTADES LITERARIAS (Reseña del Libro de los enemigos, de Ramón Quintanas Ostos) Robinson Quintero Ossa La dedicatoria es el único gesto amistoso que contiene este ensayo. A Javier Huérfano. En las bandejas del sistema de información de la biblioteca central de mi ciudad, en la sección Libros Satíricos y Humorísticos, descubrí una obrita que sedujo poderosamente mi atención, Libro de los enemigos, de Ramón Quintanas Ostos, a cuyo rótulo proseguía un subtítulo provocador: la letra herida. La reacción al título fue inmediata, luego me trajo a la memoria otro volumen que leí en mi juventud y que me produjo agradables momentos de lectura, Libro de los amigos, de Henry Miller; éste, claro está, de sentido y compostura contrarios al de marras, que reflexiona sobre los textos memorables dejados por las disputas entre poetas: poemas, fragmentos de diarios, notas críticas, declaraciones públicas. Fui pues ansioso por el ejemplar a las estanterías. Publicado por un sello editorial sin prestigio, la portada mostraba, limpiamente impreso, un dibujo renacentista (sin señales del dibujante) que figuraba el duelo de dos espadachines cuyos floretes, en las puntas, concluían en plumas entintadas. Pasando la carátula y una sobria portadilla, en la hoja de epígrafes, dos frases daban al lector un adelanto esclarecedor y rotundo del contenido de las siguientes páginas. La primera, de Charles Baudelaire, el poeta de Las flores del mal y de los inquietantes Diarios íntimos, anotaba: El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida.

Libro de los enemigos

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De las enemistades literarias nos habla esta obra que el poeta y promotor colombiano nos reseña de manera significativa y oportuna

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Page 1: Libro de los enemigos

LA LETRA HERIDA:

LAS ENEMISTADES LITERARIAS

(Reseña del Libro de los enemigos, de Ramón Quintanas Ostos)

Robinson Quintero Ossa

La dedicatoria es el único gesto amistoso que contiene este ensayo.

A Javier Huérfano.

En las bandejas del sistema de información de la biblioteca central de mi ciudad, en la

sección Libros Satíricos y Humorísticos, descubrí una obrita que sedujo poderosamente

mi atención, Libro de los enemigos, de Ramón Quintanas Ostos, a cuyo rótulo proseguía

un subtítulo provocador: la letra herida. La reacción al título fue inmediata, luego me

trajo a la memoria otro volumen que leí en mi juventud y que me produjo agradables

momentos de lectura, Libro de los amigos, de Henry Miller; éste, claro está, de sentido

y compostura contrarios al de marras, que reflexiona sobre los textos memorables

dejados por las disputas entre poetas: poemas, fragmentos de diarios, notas críticas,

declaraciones públicas.

Fui pues ansioso por el ejemplar a las estanterías. Publicado por un sello

editorial sin prestigio, la portada mostraba, limpiamente impreso, un dibujo renacentista

(sin señales del dibujante) que figuraba el duelo de dos espadachines cuyos floretes, en

las puntas, concluían en plumas entintadas. Pasando la carátula y una sobria portadilla,

en la hoja de epígrafes, dos frases daban al lector un adelanto esclarecedor y rotundo del

contenido de las siguientes páginas. La primera, de Charles Baudelaire, el poeta de Las

flores del mal y de los inquietantes Diarios íntimos, anotaba:

El odio es un borracho al fondo de una taberna,

que constantemente renueva su sed con la bebida.

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La segunda inscripción, de Lope de Vega, prestada de una de sus comedias, La

viuda valenciana, acto I, esc. IV, rezaba:

La envidia astuta tiene lengua y ojos largos.

Lo que sigue en Libro de los enemigos es un inusitado como controvertido

prefacio, a modo de ensayo, que marca los motivos que tuvo en cuenta su autor para

emprender una compilación de tal naturaleza. Son nueve párrafos, redondos en su

concepción y estilo, en los cuales Quintanas defiende la tesis de que el odio, que

deviene burla y desprecio, ha sido fecunda causa de creación para los poetas tanto como

lo ha sido el amor, en contravía de lo que habitualmente se cree y enseña, en especial —

añade—, “en cofradías cristianas y de similares índoles. El odio, el malhumor, la

inconsistencia, la envidia, la intriga, la vanidad, la mentira, el desacato, la malevolencia,

etc. (ese largo etcétera que son nuestras emociones lóbregas y mezquinas), están en

nosotros, pero de modo más sensible y punible en el artista. El poeta más que semejante

es un desemejante, un fuera de lo común y de lo convencional, algo así como nuestra

propia personalidad vista con la objetividad de la distancia y es, tal vez por ello, nuestro

prójimo más equivalente”, se atreve a aseverar Quintanas, añadiendo una frase del

escritor estadounidense Kenneth Rexroth a su reflexión: “El noventa por ciento de los

peores seres humanos que conozco son poetas”.

El texto del prólogo continúa así: “La frase de Víctor Hugo que señala que

‘cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga’, pierde valor si observamos con

detención y justo peritaje los poemas escritos por numerosos poetas impulsados por la

aversión para contradecir, insultar o poner por debajo a sus contendientes en sus

polémicas literarias. La frase de Hugo transmite un ideal ingenuo; ribeteada de un

romanticismo excesivo, desconoce que las llanezas y las asperezas conviven en el alma

humana, unas y otras aportando su manantial revelador y sorprendente. Sería necio

afirmar que ‘pequeño’ es el corazón de Góngora, de Quevedo, Marcial o Neruda —

quienes sostuvieron contiendas de alto tenor y de aversión extrema, pero llenas de

ingenio y de tenaz ironía—; o que pequeño es el espíritu de Lope de Vega, quien de sí

mismo confesó, con grandeza: ‘Yo nací en dos extremos que son amar y aborrecer; no

he tenido medio jamás’.”.

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Quintanas, seguidamente, medita sentencias del mismo espesor, entre otras, esta

del escritor católico Alphonso Daudet (“el odio es la cólera de los débiles”), la cual

pone en entredicho, manteniéndose en sus trece. Anota: “Un escritor que, movido por el

resentimiento, responde a los agravios recibidos con inteligencia y punzante lenguaje, y,

además, con la ineludible malquerencia que exige toda refriega, toda urgencia de

defensa y ataque, comete más que un acto propio de espíritus débiles de espíritus

osados. En la agresión al contendor, su odio vale tanto como la defensa de su amor

propio (llámese esto dignidad, autoestima, orgullo, conciencia de superioridad), aunque

esa defensa le signifique desvelos, iras, desazón, paranoia, malhumor, impaciencia,

agresión a sí mismo”.

Después de esto, el prologuista aproxima una categórica conclusión: “El primer

arte que debe aprender el poeta, como los que aspiran al poder, es el de ser capaz de

soportar el odio y de dar odio”, reflexiones que trajeron a la memoria de este reseñador

algún tratado de Séneca.

Sin embargo, en el tercer párrafo del prólogo, Quintanas Ostos hace una

aclaración perentoria: “la antipatía y el deseo de burla del semejante llega en verdad a

ser fecunda cuando estos ánimos se traducen en pieza artística, memorable; lo contrario,

que es más notable, es meollo de comportamientos enfermizos y de seres sin

imaginación, de sórdidas diatribas donde no destacan los caballeros”. Y cita, para

apoyar su pensamiento, el ensayo “Arte de injuriar” de Jorge Luis Borges, que medita

sobre los métodos corrientemente utilizados en las denigraciones admirables (el desaire,

la exageración, el desdén, la mediación de sofismas, etc.), métodos de la vituperación

que —amplía el prologuista— “son escasos o apenas remedos en las más domésticas

lidias y en las tropelías de la calaña”.

Párrafo seguido, Quintanas allega otra de sus temerarias afirmaciones: “El odio

excitado que lleva al poeta a la burla y el desprecio de quien lo injurió, no es un

sentimiento que se da en el poema. Todo pensamiento abominable, si se plasma en

poesía, se vuelve puro. La escritura limpia por dentro, exorciza, da linimento a la

estima, aunque su resorte activador haya sido el odio o cualquier otro de sus

malhumorados cortesanos”.

Y dedica Quintanas Ostos los restantes párrafos de su prólogo para presentar e

ilustrar su teoría de la influencia por reacción en la creación poética.

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***

Quintanas piensa que todo es influencia para un escritor: la nostalgia de sus

lecturas, las pinturas que observa, la música que escucha, los objetos que lo rodean, el

paisaje que lo circunda, los sueños obsesivos, las reflexiones de su vigilia, los amores y

desamores, los amigos y, claro está, sus enemigos. Quintanas no encasilla su teoría de la

influencia por reacción en aquéllas que son eminentemente de tipo literario,

manifestadas como imitación, recreación y hasta plagio de un estilo; esos ascendientes

que ponen al joven escritor en el dilema de la tradición o de la originalidad, en la

inquietud de descubrir la presencia del poeta mayor en su obra de poeta menor, en la

zozobra de aceptarse hijo de un padre literario, predominios sobre los cuales reflexionó

Harold Bloom en La angustia de las influencias.

Tampoco acerca Quintanas Ostos su teoría de la influencia por reacción a esos

influjos que recibe, en su obra como poeta, el traductor del traducido, ni de esos que

imprime el traductor, que es poeta, en la obra del traducido. Y excluye también a esas

supremacías que ejerce sobre algunos escritores una obra maestra que el tiempo hace

mítica, a tal punto que se convierte en modelo de composición de algunas de sus obras,

en las cuales prolongan trazos de su trama y sentido, como acontece con los libros

robinsoneanos: Robinson Crusoe de Daniel Defoe, Escuela de Robinsones de Julio

Verne, Robinson suizo de Johann David Wyss; o con los libros faustianos: Fausto de

Espies, Historia del doctor Fausto de Christopher Marlowe, Fausto de Goethe y

Doctor Fausto de Thomas Mann.

La creación literaria impulsada por la reacción la encuentra Quintanas esbozada

en ciertos casos, casi siempre como signo de resistencia a un poder que pretende

avasallar; como gesto de necesidad natural, en el que será posiblemente influido, de un

pensamiento y proceder a contracorriente, como sucede en el tema del joven poeta con

la obra de su padre, que es también poeta (se citan los ejemplos Pablo de Rokha y

Carlos de Rokha, Eduardo Carranza y María Mercedes Carranza, entre otros), en la

relación de un matrimonio en el que ambas partes son escritores (casos Robert

Browning y Elizabeth Barret, Silvia Plath y Ted Hughes) o en la correspondencia entre

hermanos que escriben versos (caso Antonio y Manuel Machado).

Pero lo que el autor de Libro de los enemigos llama influencia por reacción es de

otro carácter y alcance. Esta es una atribución que se transmite mediante la letra

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cáustica que, leída, hiere de muerte al escritor ofendido, que sabe que lo que lo ofende

al mismo tiempo hace reír a otros, en su detrimento; una atribución que altera en

comienzo sus órdenes mentales desatando su indignación e ira, estimulando su envidia

por cualquier afecto o bien que sea disfrutado por el autor de la infamia, excitando su

soberbia, su codicia por humillar así como fue humillado y el deseo apremiante de

represalia, lo cual se convierte para él en cargante obsesión. A este caos de eventos —

agrega Quintanas—, “parece seguir en el ofendido un estado de pausa, una suerte de

forma callada de su odio, en la que idealiza y pone en práctica una fina y malajosa trama

para la conjura, que es la que llevará al poema, influenciado por la virulencia de los

versos de su contendiente, trama que elabora con la misma morosidad y delirio con que

compone un texto amoroso o de elogio.

“Los poetas no se leen, se vigilan, suele decirse. El hecho de ser diferente

estéticamente —motivo que impulsa la mayoría de las escaramuzas entre escritores—,

implica ya el odio hacia lo opuesto; su omisión, su negación. La conciencia excitada de

esta diferencia es causa, en muchos casos, de celo obstinado y feroz, a tal punto que la

consulta de la obra de un poeta convierte al poeta-lector, más que en un leedor

desprevenido, en un espía, cuya misión es la de inventariar todo defecto detectado, a la

vez que de encontrar argumentos anticipados para desvalorizar todo poema afortunado,

ese que, precisamente, despierta más su recelo y encono contra el bardo opositor; eso

pasa mientras que el poeta que es leído sobremuere en un estado de turbia expectación,

atento a la reacción de ese lector intratable”.

A propósito de lo que escribe Quintanas, recordé una máxima anónima que

endosa ese celo entre musagetas: “el poeta, como la puta, mira a su colega como a su

peor enemigo”. La cita no es textual; mi memoria no es fiel. En mi trabajo de reseñador

de libros las referencias son numerosas pero muchas veces imprecisas.

Cuando la trifulca literaria se da —suma Quintanas precisando su teoría—, “es

en ese momento en que obra la influencia por reacción; en ese intervalo en el que el

poeta, mientras tantea el papel en blanco, ya no es él solo sino también el otro, el

contendor activo, vehemente, corrosivo que lo ofende, que lo mira con desprecio por

encima del hombro, escamoteando sus palabras, incidiendo en el poema por escribirse.

Surge, entonces, una discontinua serie de desdoblamientos: el poeta difamado carga su

propia ojeriza, pero también la del contendiente, y esa doble carga, casualmente, entre

más conflictiva y enfadosa sea, más abonará en las excelencias satíricas del poema que

está por componerse.

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Dicha obsesión por menoscabar la integridad moral y artística del adversario,

por someterlo al escarnio público, puede manifestarse no sólo en el poema sino también

por fuera de él, en la vida diaria; hasta allí llega el alcance de esta porfiada influencia,

concluye Quintanas Ostos. “¿O qué espíritus —resalta— son los que mueven a Lope de

Vega a escribir una carta a Luis de Góngora, que residía en Córdoba, avisándole de la

publicación en Madrid de un librillo desafortunado que se le atribuía, aconsejándole

darse prisa en deshacer el entuerto porque la obra era tan mediocre que su fama de poeta

podría verse disminuida? El tal libro, que Lope describía como ‘un cuaderno de versos

desiguales y consonancias erráticas’, era en realidad la enseña de la poesía culterana,

Soledades, que Góngora consideraba su obra maestra”.

Anota después Quintanas: “Claro está, estas pasiones, igualmente exacerbadas y

dañinas, se observan asimismo en las pendencias entre integrantes de diversas

sociedades: banqueros, médicos, académicos, artistas, clérigos, periodistas, científicos,

bandidos, prostitutas… Pero a la hora de la reyerta —enfatiza—, el poder semántico que

posee la palabra y el óptimo uso de sus recursos de expresión, valías que conocen al

dedillo los buenos escritores, le da un componente especial, muchas veces sorprendente,

a los textos que relatan sus altercados. El utensilio principal del escritor es la palabra,

que puesta en la riña mediante símbolos, alegorías, alusiones, hipérboles, elipsis, en fin,

finísimas o despojadas sugerencias, produce en la persona puesta en entredicho por ella

un daño moral letal, en especial si ésta alcanza perspicacia y alta acrobacia literaria,

pues impresa en libros, menoscaba la dignidad del ofendido más allá de la disputa, con

lo cual el oprobio puede ser perpetuo”.

Para proporcionarle peso a su alegato y darle a entender al lector las causas que

mueven a los escritores a conducirse en las controversias con tales conductas, Quintanas

transcribe las reflexiones de varios científicos y escritores sobre el tema. La primera

reflexión es de un psicólogo colombiano, Adolfo de Francisco Zea, de su ensayo “La

metamorfosis de Kafka: ¿autobiografía o poesía?”, publicado en 2009 en la revista Casa

Silva”; ésta explica el origen de la autoestima y del anhelo de reconocimiento en el ser

humano, y revela también el por qué de su denodado afán por defenderlos:

El hombre aspira a guardar para sí las cosas que ha logrado obtener con

su esfuerzo, al paso que el poder le incita a dar cumplimiento cabal a

todos sus deseos, sus metas y sus aspiraciones. Pero el hombre ambiciona

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también lograr metas mucho más elevadas, como la de contar con el

afecto de los demás y ser reconocido plenamente como ser humano…

Ese anhelo de reconocimiento, que equivale al “thymos” de los griegos

antiguos, se sustenta en el valer que el hombre cree alcanzar por sus

méritos. Poder y valer son entonces valores de la persona humana que

abren al hombre amplios espacios en donde poder desempeñarse para

alcanzar los logros que pretende en su vida. La pérdida del poder, sentida

como una disminución de los espacios en donde se actúa, y la del valer,

como un empobrecimiento o pérdida de la autoestima, dan origen en el

hombre a situaciones existenciales peculiares que inciden de modo

decisivo en sus maneras de ser y conducirse…

La vejación de su obra y de su persona, la pérdida de poder y de valer, el

desprestigio de su nombradía entre lectores y críticos, según Quintanas, es lo que teme

mayormente el poeta cuando un colega enemigo, lanza en ristre, desde una bien urdida

injuria, lo acomete, poniendo al descubierto sus yerros y fragilidades, esos vicios que,

paradójicamente, tiene él por aciertos y fortalezas.

La segunda cita en que gravita Quintanas su teoría de la influencia por reacción

es de Charles Baudelaire. Del ensayo del poeta francés “De la esencia de la risa y en

general de lo cómico de las artes plásticas”, presenta el siguiente aparte:

El Sabio, es decir, el que está animado por el espíritu del Señor, el que

posee la práctica del formulario divino, no ríe, no se abandona a la risa

sino temblando (…) Se detiene al borde de la risa como al borde de la

tentación (…)

Quintanas se une a esta afirmación a la que el mismo Baudelaire da otra vuelta

de tuerca: “la risa es uno de los más claros signos satánicos del hombre y una de las

numerosas pepitas contenidas en la simbólica manzana (…) La risa proviene de la idea

de la propia superioridad. ¡Idea satánica si alguna vez la hubo! ¡Orgullo y aberración!...

La risa es patrimonio de los locos (…) ¿Conocéis un loco humilde?”.

Desde estas sentencias explica Quintanas otro elemento de su teoría: “Hay en el

poeta injuriado, en su ánimo de venganza, una inclinación natural por la caricaturización

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del disputado, así como él fue caricaturizado; una tendencia por menospreciar, así como

él fue menospreciado. Al poeta hecho ascos le complace el diablo, le complace la sátira,

ese humor que pierde la paciencia; ‘la poesía es el vino del diablo’, rezaba San

Agustín”.

***

Lector, antes de referirme a las conclusiones finales del prólogo de Libro de los

enemigos, pasaré a los ejemplos que son para su autor los textos y comentarios más

célebres inspirados bajo la influencia de la reacción. No son numerosos. El compilador

dedica unas palabras a las Fábulas literarias de Tomás Iriarte, a las diatribas a

quemarropa entre Lope de Vega y Góngora, entre Cervantes y Lope de Vega; a los

escasos párrafos conocidos de la controversia en el siglo XVII entre Christopher

Marlowe y Ingram Frizer, a los careos de W. H. Auden y Philip Larkin y a las apostillas

de Saki sobre Ralph Waldo Emerson, una de las cuales cito: “Waldo es una de esas

personas que serán enormemente mejoradas por la muerte”.

También trata someramente Libro de los enemigos la confusa relación, con

fondo político, entre Pablo Neruda (autor de Canto general) y Leopoldo Panero (autor

de Canto personal), los comentarios cáusticos de Ralph Waldo Emerson sobre Emily

Dickinson (“Señora campanita”, la llamaba), los mínimos comentarios de Borges sobre

García Lorca (de “andaluz profesional” lo tildaba, por su abuso del estilo folclórico), la

energúmena tirria de Neruda por Juan Larrea, a quien dedica una de sus Odas

elementales (“A Juan Tarrea”), en la que reseña al español como ladrón de reliquias

precolombinas en sus viajes por Latinoamérica: “Sí, conoce la América,/ Tarrea./ La

conoce./ En el desamparado/ Perú, saqueó las tumbas./ Al pequeño serrano/ al indio

andino,/ el protector Tarrea/ dio la mano/, pero la retiró con sus anillos/. Arrasó las

turquesas./ A Bilbao se fue con las vasijas/. Después/ se colgó de Vallejo;/ le ayudó a

bien morir/ y luego puso/ un pequeño almacén/ de prólogos y epílogos…”.

Nos detalla Quintanas que Larrea, en “Carta a un escritor chileno interesado por

la ‘Oda a Juan Tarrea’”, comentó sobre la oda: “Ese dizque poeta de palabras largas

pero de humanidades cortas, había sido siempre un quejumbroso y crepuscular

"desalmado" que, si me echaba en cara haberle ayudado a Vallejo a bien morir, era a

causa de su envidiosa calidad de retórico de mala muerte”, observaciones estas sobre

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Neruda que, para este reseñador, son absolutamente verificables, aunque este

comentario suene aquí impropio.

La compilación de Quintanas también dedica párrafos a controversias de la

poesía colombiana, por ejemplo, la que se dio entre José Asunción Silva y los

imitadores de Rubén Darío, de la cual nació el poema “Sinfonía color de fresas en

leche” como burla, dedicado a los colibríes decadentes. “Silva —nos aclara

Quintanas— pensó que estos colibríes rubendariacos mostraban las peores

amaneramientos del Modernismo parnasianista como lo son la musicalidad afectada (el

llamado burlonamente rin tin tin modernista) y el abuso de los efluvios y colores, de los

pajes y princesas, tics que caricaturizó así:

¡Rítmica, Reina lírica! Con venusinos

cantos de sol y rosa, de mirra y laca

y polícromos cromos de tonos mil,

oye los constelados versos mirrinos,

escúchame esta historia Rubendaríaca,

de la Princesa verde y el paje Abril,

rubio y sutil.

Es bizantino esmalte do irisa el rayo

las purpuradas gemas que enflora junio

si Helios recorre el cielo azul del edén,

es labial albura que esboza mayo

en una noche diáfana de plenilunio

cuando las crisonidas nieblas se ven

a tutiplén!

En lasa víridas márgenes que espuma el Cauca,

-áureo pico, ala ebúrnea- currucuquea,

de sedeñas verduras bajo el dosel,

de las perladas ondas se esfuma glauca:

¿es paloma, es estrella o azul idea?...

Labra el emblema heráldico de áureo broquel,

róseo rondel.

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Vibran sagradas liras que ensueña Psiquis,

son argentados cisnes, hadas y gnomos,

y edenales olores, lirio y jazmín

y vuelan entelechias y tiquismisquis

de corales, tritones, memos y momos,

del horizonte lírico nieve y carmín

hasta el confín.

Liliales manos vírgenes al son aplauden

y se englaucan los líquidos y cabrillean

con medioevales himnos al abedul,

desde arriba Orión, Venus, que Secchis lauden

miran como pupilas que cintillean

por los abismos húmedos del negro tul

del cielo azul.

Tras las cordilleras sombrías, la blanca

Selene, entre las nubes de ópalo y tetras

surge como argentífero tulipán

y por entre lo negro que se espernanca

huyen los bizantinos de nuestras letras

hacia el Babel Bizancio, do llegarán

con grande afán.

¡Rítmica Reina lírica! Con venusinos

cantos de sol y rosa, de mirra y laca

y polícromos cromos de tonos mil,

¡estos son los caóticos versos mirrinos,

esta es la descendencia Rubendaríaca,

de la Princesa verde y el paje Abril,

rubio y sutil!

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El autor de Libro de los enemigos tampoco quita el ojo a las controversias entre

Eduardo Castillo y José Eustasio Rivera y a las diatribas de Rafael Gutiérrez Girardot

contra Guillermo Valencia, Julio Flórez, Porfirio Barba Jacob, Luis Carlos López, los

piedracielistas y los cuadernícolas, y de León de Greiff contra los piedracielistas, a

quienes reseñaba como gregarios de Juan Ramón Jiménez, pasionistas pueriles y

“narcisos poetillos de aguachirle”, agravio que uso siglos atrás Quevedo contra

Góngora:

¡Abur! ¡Abur! Narcisos de hojalata,

Juan Ramonetes de algodón y acera.

“¿Cómo era, Dios mío, cómo era?”

¿Cómo sería diablos, esa chata?

***

Quintanas prefiere, para puntualizar las hipótesis de su prólogo, meditar algunos

poemas escritos bajo la influencia por reacción. Los primeros son dos sonetos, de los

numerosos que se cruzaron Quevedo y Góngora. Antes de transcribirlos, el compilador

anota que “las diferencias principales entre los poetas eran de tipo estético (también las

había en sus formas de vida y sus visiones del mundo): Góngora culterano (afán por el

sentido ilustrado); conceptista (afán por el sentido intelectual) Quevedo.

Leamos el primer soneto, bastante renombrado:

CONTRA D. LUIS DE GONGORA Y SU POESIA

Este cíclope, no siciliano,

del microcosmo sí, orbe postrero;

esta antípoda faz, cuyo hemisferio

zona divide en término italiano;

Este círculo vivo en todo plano;

Este que, siendo solamente cero,

Le multiplica y parte por entero

Todo buen abaquista veneciano;

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el minoculo sí, más ciego vulto;

el resquicio barbado de melenas;

esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,

esté es el culo, en Góngora y en culto,

que un bujarrón le conociera apenas.

“Góngora —nos aclara Quintanas, demostrando hasta qué escatologías puede

llevar la influencia por reacción— es autor del poema Fábula de Polifemo y Galatea,

cuyo protagonista, Polifemo, es un cíclope oriundo de Sicilia, Italia, que tenía un solo

ojo en el centro de la frente. Este ojo del Cíclope le sirve a Quevedo para arremeter

contra el ojo de la posadera de Góngora, haciéndole propaganda negra a su

homosexualismo. Por otra parte —amplía Quintanas, resaltando la sutileza perversa de

Quevedo—, cuando este escribe “Sicilia”, escribe la raíz latina de ‘ceja’, es decir, ‘Ojo

sin ceja’.

El segundo soneto, también conocido, es la respuesta de Góngora, en el que ese

“ojo ciego” vuelve a ser centro de la trama:

A DON FRANCISCO DE QUEVEDO

Anacreonte español, no hay quien os tope.

Que no diga con mucha cortesía,

Que ya que vuestros pies son de elegía,

Que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,

Que al de Belerofonte cada día.

Sobre zuecos de cómica poesía

Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos

Dicen que quieren traducir al griego,

Page 13: Libro de los enemigos

No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,

Porque a luz saque ciertos versos flojos,

Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Para el soneto “A don Francisco de Quevedo”, el autor de Libro de los enemigos

no suma mayores explicaciones; apenas dos que transcribo: “cuando Góngora llama a

Quevedo ‘Anacreonte español’, lo que quiere decirle es imitador, pues Anacreonte era

uno de los poetas griegos con más seguidores en el Renacimiento (es más, Quevedo lo

tradujo). Y la otra aclaración: “cuando Góngora escribe ‘sobre zuecos de cómica

poesía’, alude a que Quevedo es un imitador de poesía cómica cuando escribe en 1609

su “Contra don Luis de Góngora y su poesía”.

Nos cuenta Quintanas, además, que Quevedo en los sucesivos asaltos de la pelea

llamó a Góngora “capellán del rey de bastos”, “verdugo de los vocablos”, “escoba de la

basura de las musas del Parnaso” y hasta “almorrana de Apolo”. Y que más allá de los

epítetos que apuntaló en sus poemas, tocó el extremo —cuando Góngora llegó a viejo,

enfermo y pobre— de comprar la casa donde el cordobés habitaba, para darse el

mezquino placer de echarlo. Después Quevedo, muerto ya Góngora, en un poema

titulado “Epitafio al mesmo”, dijo del finado: “Fuese con Satanás, culto y pelado:/

¡Mirad si Satanás es desdichado!

***

El Libro de los enemigos tiene también un aparte para Charles Baudelaire, cuya

obra es de mucha estimación para Ramón Quintanas. Allí se habla de sus Diarios

íntimos, y de la sección titulada Mi corazón al desnudo, que apunta unos “hermosos

cuadros” sobre la canalla literaria, “unos bonitos retratos de imbéciles” en los que se

burla con inquina de académicos, magistrados, funcionarios, dramaturgos, directores de

periódicos y escritores. En esos diarios, por ejemplo, Baudelaire le da con estopa a

Voltaire: “Me aburro de Francia, sobre todo porque aquí todo el mundo se parece a

Voltaire. Emerson olvidó a Voltaire en sus Representantes de la humanidad. Habría

podido escribir un precioso capítulo titulado: Voltaire o el antipoeta, el rey de los

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papanatas, el príncipe de los superficiales, el anti-artista, el predicador de las

porteras…”.

Los Diarios íntimos son breves notas sobre la religión y la moral, el suicidio y la

locura, la política y el arte, la locura, el mal y, por supuesto, sobre la chusma de los

hombres de letras; se publicaron después de la muerte del poeta y fueron recibidos con

distintos desaires por varios lectores. Algunos vieron en ellos “una mistificación y una

banalidad amplificadas” de Baudelaire. El crítico Ferdinand Brunetière lo tildó como

“un diario digno de lástima de su impotencia”; Jules Lemaitre, por su parte, lo calificó

de “balbuceo pretencioso y penoso”.

Los detractores de los Diarios íntimos fueron muchos, tantos supone este

reseñador como enemigos tenía Baudelaire, que no eran pocos.

Uno de esos deliciosos y ásperos retratos de la canalla literaria trazados por

Baudelaire es dedicado a George Sand (1804-1876), la novelista y dramaturga francesa,

reconocida en su época por sus escandalosos romances con Alfred de Mussett y

Federico Chopin. Ramón Quintanas no suma mayores explicaciones sobre el motivo

que desencadenó el rencor del poeta —tildado por muchos como ascético— hacia la

fogosa escritora y su obra; inserta que “Baudelaire, además de numerosas enemistades

como acreedores, era un dandi que aspiraba a distinguirse por su elegancia y su buen

tono, su cultura y su desembarazo en el ocio. Desconfiaba de los gustos populares y de

los literatos que escribían para estos. Baudelaire se llamaba a sí mismo un ‘alquimista

del pensamiento’ y su credo era para él religioso. Así, llegó a afirmar: ‘Sólo existen tres

seres respetables: el sacerdote, el poeta y el guerrero. El que ora, el que canta y el que

sacrifica’. En cuestiones políticas, su razonamiento era rotundo: ‘el único gobierno

razonable y firme es el aristocrático. Monarquía o república, basadas en la democracia,

son igual de absurdas y débiles’. Es razonable, pues, que el poeta francés viera en la

vida y la obra de George Sand lo apuesto a sus aspiraciones éticas y estéticas.

El primero de los fragmentos extraídos de los Diario íntimos es el siguiente:

Sobre George Sand.

La Sand es el Prudhomme de la inmoralidad. Siempre ha sido moralista.

Sólo que en el pasado practicaba la contramoral. Por eso nunca ha sido artista.

Tiene ese estilo fácil tan mentado y apreciado por los burgueses.

Es tonta, pesada, charlatana; en las ideas morales tiene la misma profundidad de

juicio y la misma delicadeza de sentimiento que las porteras y las mantenidas.

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Lo que ha dicho de su madre.

Lo que dice de la poesía.

Su amor por los obreros.

El que algunos hombres se hayan podido enamorar de esa letrina es una prueba

clara de la degradación de los hombres de este siglo.

El segundo fragmento es también tajante:

El diablo y George Sand.

No hay que creer que el diablo sólo tienta a los hombres excepcionales.

[…]

Mirad a George Sand. Es, sobre todo y más que nada, una gran bestia; pero está

poseída. El diablo es quien la ha convencido de que se fíe de su buen corazón y

de su sentido común, para que luego ella convenciera a todas las demás grandes

bestias de que se fiaran de su buen corazón y buen sentido.

No puedo pensar en esa criatura estúpida sin un estremecimiento de horror. Si

me la encontrara no podría evitar tirarle una olla a la cabeza.

La tercera mención a George Sand es otro cacerolazo a la cabeza:

George Sand es una de esas viejas ingenuas que no quieren dejar nunca las

tablas.

Últimamente he leído un prefacio (El prefacio de Mademoiselle La Quentinie)

en el que afirma que un verdadero cristiano no puede creer en el Infierno.

Tiene motivos para querer suprimir el infierno.

[…]

A la Sand le interesa creer que el Infierno no existe.

***

Otro de los ejemplos célebres que compila Quintanas para demostrar su teoría de

la influencia por reacción en la creación literaria es un texto de Huidobro contra Pablo

Neruda, publicado en la revista Vital. Nos cuenta:

“Volodia Tetelboim, cercano a la banda de Huidobro, opuesta a Pablo Neruda

(Volodia Tetelboim escribiría después una de las más completas biografías de Neruda),

señaló a este último de plagiar un poema del indio Rabindranath Tagore. La revista

Page 16: Libro de los enemigos

Proa, aparecida el 4 de noviembre de 1934, publicó los poemas, en los que es evidente

el parecido, sin comentarios. Los ‘compinches’ de Huidobro alegaban plagio; los de

Neruda, paráfrasis. El episodio hace parte de uno de los asaltos de la tropelía Neruda

Huidobro. De causantes del escándalo, los amigos del autor de Residencia en la tierra

culparon al creador de Altazor, que respondió en la ya citada revista Vital con magnífica

ironía, con absoluta displicencia, con afable altanería y con fino sarcasmo, así:

Publicado este plagio, se produce un fenómeno curioso en los Los

Compinches: Gran indignación, furia (uterina).

¿Contra quién? ¿Contra Neruda por haber plagiado? ¿Contra Tagore por

haber escrito diez años antes un poema bastante tonto y con las mismas

ideas que iba a tener diez años después Pablo Neruda?

No. La indignación va contra el que descubrió el plagio.

Es el colmo.

Y por no dejar de equivocarme, los compinches se enfurecen con

Huidobro, quien no tenía arte ni parte en el asunto. Es más colmo.

¿De dónde proviene el odio a Huidobro? ¿Acaso porque algún critico ha

dicho que Neruda no existiría sin Huidobro? Pero no se enojaría si le

dijeran que él no habría podido existir sin Rimbaud o sin Apollinaire.

Huidobro es culpable de todo lo que le pasa a Neruda.

Huidobro tiene la culpa de que Neruda haya plagiado.

Huidobro tiene la culpa de que Tagore se dejara plagiar.

Huidobro tiene la culpa de que Neruda leyera a Tagore.

Huidobro tiene la culpa de que Tagore gustara a Neruda.

Huidobro tiene la culpa de que Volodia descubriera el plagio.

Ataquemos a Huidobro, calumniemos a Huidobro.

Si los jóvenes no admiran a Neruda es culpa de Huidobro.

Si hay un poeta en Magallanes, que encuentra viejo y pasado a Neruda es

culpa de Huidobro.

(…)

¿Es qué mi presencia, en el mundo es un obstáculo para la felicidad del

señor Neruda y sus amigos?

Siento mucho no poderme suicidar por el momento”.

Page 17: Libro de los enemigos

“Huidobro pensaba que Neruda escribía para niñas de 15 años. En una entrevista

publicada en 1938 subrayó que su obra era ‘fácil, bobalicona, al alcance de cualquier

plumífero. La poesía especial para todas las tontas de América’. Palabras semejantes a

las que escribió Pablo de Rokha, otro de los irascibles enemigos de Neruda, en un

artículo titulado ‘Poeta a la moda’; allí afirmó que Crepusculario era el ‘evangelio de la

poesía de pacotilla’ y Veinte poemas de amor y una canción desesperada la ‘biblia

típica de la mediocridad versificada’.

“Neruda, por su parte, en la recepción del Premio Nobel en 1973 y en respuesta

a la socarronería del fundador del Creacionismo, cobró venganza, cuando escribió en su

discurso que ‘el poeta no es un pequeño dios’, renegando de lo que Huidobro había

dejado escrito en su poema ´’Arte poética’: ‘el poeta es un pequeño dios’. Neruda ya

había afirmado sobre Huidobro: ‘No sé cómo un aristócrata puede escribir poesía’, a lo

que éste ripostó: ‘No veo como haya que ser hijo de cocinera para escribir poesía’”.

***

“La riña Pablo Neruda vs. Pablo de Rokha fue de las más virulentas”, nos

adelanta el autor de Libro de los enemigos. “De Rokha siempre tildó a la poesía de

Neruda de boba y azucarada y de abyecta al marketing editorial, reacción que tiene

antecedentes en el hecho de que cuando de Rokha publicó en 1922 su libro Gemidos

sólo vendió doce ejemplares, mientras con Veinte poemas de amor y una canción

desesperada, publicado por la misma época, pasó lo contrario: las ventas fueron

exitosas, dentro y fuera de Chile”. Detalles de esta contienda, nos suma Quintanas, se

encuentran relatados en Neruda y yo y en una serie de artículos escritos por De Rokha

para la prensa: “Epitafio a Neruda” (1933), “Esquema de un plagiario” (1934). Para De

Rokha Neruda es, además de plagiador, un mistificador de los trabajadores y un artista y

militante falso. Es “el poeta de lo turbio y de lo pegajoso, y lo vago y lo agonizante del

ser, el poeta de la decadencia burguesa, el poeta de los fermentos y los estercoleros del

espíritu y de la literatura”.

Del mismo modo lo desdibuja en “Tercetos dantescos para Casiano Basualto

(Dedicado a Pablo Neruda). Quintanas comenta sobre el pus que supura el texto:

“¿Envidia, justos razonamientos, rencor exacerbado, exagerada deferencia? Lo cierto es

que el poema tuvo que ser largamente meditado, con ponderada morosidad construido,

nutrido continuamente por el odio y la altivez; y por el desvelo, por el deseo de la

Page 18: Libro de los enemigos

venganza en el desvelo. La escritura de sus 92 tercetos, acaballados unos sobre otros,

sucesivamente más intensos, más impetuosos en su maledicencia, son signo de su

persistencia en su aversión contra Neruda y su obra; signo de su dedicación para que el

poema no fuera sólo producto de la animadversión y del desprecio, sino del genio

poético; horas incontables para que dichos tercetos fueran memorables e hicieran

memorable —lo que para él era asunto principal— la tenebrosa personalidad del autor

de Canto general. He aquí algunos fragmentos de los

TERCETOS DANTESCOS A CASIANO BASUALTO

Gallipavo senil y cogotero

de una poesía sucia, de macacos,

tienes la panza hinchada de dinero.

Defecas en el portal de los maracos,

tu egolatría de imbécil famoso

tal como en el chiquero los verracos.

Llegas a ser hediondo de baboso,

y los tontos te llaman: ¡«gran poeta»!

en las alcobas de lo tenebroso.

Si fueras un andrajo de opereta,

y únicamente un pajarón flautista,

¡sólo un par de patadas en la jeta!...

Pero tu índole sadomasoquista,

un tiburón de las cloacas suma

a la carroña del oportunista.

Y si eres infantil como la espuma,

eres absurdo Cacaseno oscuro,

si el escribir con menstruación te abruma.

Page 19: Libro de los enemigos

Gran burgués, te arrodillas junto al muro

del panteón de la Academia Sueca,

a mendigar... ¡dual amoral impuro!

Y emerge el delincuente hacia la pleca

de la carátula facinerosa,

que exhibe al sol la criadilla seca.

Astuto, ruin, tarado, voz gangosa,

saqueas a la U.R.S.S, envilecido,

con la tremenda mano estropajosa.

Flojo arribista, tonto y bien comido,

dijiste de este enorme pueblo ardiente:

«Chile, país de cafres», ¡gran bandido!

Eres la negra cabeza de puente

de la horrorosa corrupción burguesa

en el filo-marxismo decadente.

Ávido como pájaro de presa,

refleja tu persona a un mar de idiotas,

y es su retrato, en ti, lo que interesa.

Por eso no caminas, y rebotas

contra la parte más noble y sufriente

de tu partido, y te ladran las botas.

¡Tú, el discriminador impenitente,

burócrata y plutócrata racista

que insulta a herida, a eterna, a heroica gente!...

Es que tienes costumbres de alquimista

de fiambrería, y es que estás vendido,

Page 20: Libro de los enemigos

todo, al gran criminal imperialista.

La baba oscura del hampón, hundido

en la maldad oblicua del plagiario,

te chorrea del corazón podrido.

Y las pelotas del «estravagario»,

juegan al campeonato del canalla

en el gran orinal «crepusculario»…

Neruda, por su parte, llegó a decir de Pablo de Rokha y de Vicente Huidobro, en

un fragmento de uno de sus poemas: “Y me cago en la puta que os malparió,/ Derokas,

patíbulos,/ Vidobras,/ … comunistas de culo dorado”.

***

En las últimas páginas de Libro de los enemigos, Quintanas inserta una breve

miscelánea de comentarios injuriosos sobre escritores, hechos por escritores, ejemplos

notables de sentencias influidas por la reacción a la lectura de ciertas obras, opiniones

todas ellas llenas de razones como de malquerencias. Leamos algunas:

De Nietzsche sobre Dante Alighieri: “Una hiena que escribía poesía entre

tumbas”.

De Lord Byron sobre John Keats: Su escritura es una especie de masturbación

mental. No digo que sea indecente, sino que lleva viciosamente sus ideas hasta

un estado que no es ni poesía ni ninguna otra cosa salvo una visión infernal

producida por el jamón crudo y el opio”.

De Walter S. Landor sobre Shakespeare: “Sus sonetos son fogosos y pedantes;

hay mucha condensación y poca delicadeza; como la mermelada de frambuesa

sin crema, sin crostines, sin pan”.

Page 21: Libro de los enemigos

De Yvor Winters sobre Emily Dickinson: “De todos los grandes poetas, ella es

la que más carece de gusto; hay innumerables versos bellos malgastados en el

desierto de sus salvajadas; sus defectos, más que los de cualquier gran poeta que

yo haya leído, están constantemente en el borde —o adentro— de sus mejores

poemas”.

De Thomas Carlyle sobre Samuel Taylor Coleridge: “Nunca he visto semejante

maquinaria preparándose para pensar, y tan poco pensamiento. Monta

andamios, instala poleas, trae baldes, reúne todas las herramientas del vecindario

con esfuerzo, ruido, exhibiciones, preceptiva, y alza… tres ladrillos”.

De Wystam Hugh Auden sobre Rudyard Kipling: “Hay algunos poetas, como

por ejemplo Kipling, cuya relación con el lenguaje se asemeja a la de un

sargento instructor; a las palabras-reclutas se les enseña a lavarse detrás de las

orejas, a prestar atención y a ejecutar maniobras complicadas, pero al costo de

que nunca puedan pensar nada por sí mismas”.

***

Después de transcribir esta suma de ejemplos, volvamos al prólogo de Libro de

los enemigos. Quintanas piensa que “la influencia por reacción se manifiesta también en

el lector avisado, que escribe bien crítica literaria o reseñas de libros. Frases dignas de

compilación se encuentran en magazines y revistas literarios. Ésta por ejemplo, del

crítico Max Eastman, tomada del Diccionario de frases injuriosas de Colin Jarman —

traducido parcialmente por Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich—, que se burla de la

escasa eficiencia de la poesía en nuestro tiempo y que escupe la figura del poeta en

cierne: “Un poeta en la historia es divino; pero un poeta en el cuarto de al lado es un

chiste”. Y esta reseña aparecida en 1928 en una revista londinense sobre un libro de

Chuang Tzé : “Chuang Tzé nació en el siglo IV antes de Cristo. La publicación de este

libro en inglés, dos mil años después de su muerte, es obviamente prematura”.

Para el prologuista, la influencia por reacción es notable igualmente en el recién

llegado a la poesía, que comenta desde otras disciplinas, como los periodistas

defraudados por los libros de poemas que llegan a sus manos. Del comentarista Rusell

Page 22: Libro de los enemigos

Baker se transcribe esta esquirla: “El público casi no lee poesía, previendo que casi toda

ella será peor que cargar un equipaje pesado por todo el aeropuerto de Chicago”.

Y del también periodista Myles Ná Gopaleen, esta diatriba: “La poesía no le deja

dinero a nadie, es cara de imprimir por su absurda forma de malgastar papel al no llenar

la hoja, y promueve casi siempre conceptos ilusorios acerca de la vida. Pero el

argumento definitivo para prohibir la poesía es que casi toda ella es mala. Nadie se pone

a fabricar mil toneladas de mermelada con la expectativa de que cinco kilos sean

comestibles. Un poema, si se lo disemina ampliamente, puede alimentar no menos de

mil copias inferiores”.

La influencia por reacción está también en los comentarios de los editores de

libros, quienes, según Quintanas, han dejado sentencias inolvidables, producto de su

decepción ante el escaso marketing de las colecciones de poesía que publican. Se cita

esta, por ejemplo, del editor Henry de Vere: “Un editor de hoy tiene tantas ganas de ver

a un poeta en su despacho como de ver a un ladrón”. Y una más, de otro editor

desamparado: “Publicar un libro de versos es como dejar caer un pétalo de rosas en el

Gran Cañón del Colorado, y quedarse esperando el eco”. Y esta adicional, del editor

Eugene Field, que es malvada: “Misiva de rechazo devolviendo un poema titulado ‘Por

qué vivo’. Porque tuvo el buen tino de enviar su poema por correo”.

El ensayo-prólogo de Quintanas Ostos dedica también unas líneas a los

frecuentes lectores de obras satíricas y humorísticas, y por derecha, a los reseñadores de

ellas, como es mi caso. Nos dice: “La polémica entre poetas no sería lo mismo sin la

asistencia del lector. Toda contienda, toda carnicería, como en el circo romano, se aviva

con la presencia de espectadores. No basta el odio secreto, compartido apenas por los

oponentes; es necesario el escarnio público, la burla compartida, la incriminación de la

masa. El lector es el que azuza la llama ya encendida, el que aviva la discordia ya

pactada; el que propaga la pasión de la letra herida. Está en la mitad, entre el poeta

injuriado y el poeta que injuria, captando su atención. Los lectores son casi siempre, en

estos casos, concurrentes morbosos, voyeristas en constante excitación; como los poetas

en discordia, voraces comedores de odio, celos y envidia: letra herida”.

Quintanas concluye su prólogo afirmando que esos poemas, notas de diarios y

declaraciones satíricas compilados por él, son en todo caso de género menor: “no

alcanzan a igualar las grandezas de las mejores gestas épicas, de los más apreciados

poemas amorosos y eróticos, de los más ilustres retratos líricos, de las más hermosos

salmos, elegías y cantares. El arte es un estado del alma, nos han enseñado, y en ese

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variado espesor que es el alma, la literatura satírica humorística no ha sido para el

hombre más asombrosa que la que le habla del enigma de la muerte, de la perplejidad

ante el tiempo, de la locura por el amor y el desamor, del elogio de las artes, las ciencias

y los oficios”.

Baste aquí, para terminar mi reseña de este libro imaginario de autor imaginario,

transcribir la sentencia que el editor de Libro de los enemigos insertó en el colofón,

después de la fecha de impresión. Del Diccionario del diablo, de Ambroise Bierce, el

significado de la palabra “Amistad”, que cabe como anillo al dedo para la amistad entre

poetas: “Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno

solo en caso de tormenta”.

Medellín, junio 18 de 2009.