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Libro La Construccion de La Nacion Argentina El Rol de Las Fuerzas Armadas AAVV

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AUTORIDADES NACIONALES

DRA. CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER

PRESIDENTA DE LA NACIÓN

DRA. NILDA GARRÉ

MINISTRA DE DEFENSA

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LA CONSTRUCCIÓN DELA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

Debates históricos en el marcodel Bicentenario (1810-2010)

PRÓLOGO

DRA. NILDA GARRÉMINISTRA DE DEFENSA

OSCAR MORENOCOORDINADOR

PUBLICACIÓN DEL MINISTERIO DE DEFENSA DE LA NACIÓN - REPÚBLICA ARGENTINA

Page 4: Libro La Construccion de La Nacion Argentina El Rol de Las Fuerzas Armadas AAVV

AUTORES

MORENO, OSCAR COORDINADOR

ANSALDI, WALDO

BALZA, MARTÍN

BARRY, CAROLINA

BASUALDO, EDUARDO

BIANCHI, SUSANA

BRAGONI, BEATRIZ

BOSOER, FABIÁN

BROWN, FABIÁN E. A

DE MARCO, MIGUEL ÁNGEL

DE PRIVITELLIO, LUCIANO

DI TELLA, TORCUATO

FEINMANN, JOSÉ P.

FRADKIN, RAÚL

GALASSO, NORBERTO

GELMAN, JORGE

LANTERI, SOL

LÓPEZ, ERNESTO

MATA, SARA E.

OLLIER, MARÍA M.

OYARZÁBAL, GUILLERMO A.

PAZ, GUSTAVO;

PERSELLO, ANA V.

PLOTKIN, MARIANO B.

RATTO, SILVIA

RUIZ MORENO, ISIDORO J.

SABATO, HILDA

SAÍN, MARCELO

TIBILETTI, LUIS E.

VERBITSKY, HORACIO

WASSERMAN, FABIO

Page 5: Libro La Construccion de La Nacion Argentina El Rol de Las Fuerzas Armadas AAVV

11 Prólogo Dra. NILDA GARRÉ. MINISTRA DE DEFENSA

17 Introducción. OSCAR MORENO Nación y Fuerzas Armadas: notas para un debate

CAPÍTULO 1 (1810-1860) LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

35 FABIO WASSERMAN Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

45 RAÚL O. FRADKIN Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires

y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

57 JORGE GELMAN Y SOL LANTERI El sistema militar de Rosas y la Confederación

Argentina (1829-1852)

69 SARA E. MATA La guerra de la Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos

79 GUILLERMO A. OYARZÁBAL Una estrategia para el Río de la Plata. La escuadra

argentina en el combate naval de Montevideo

CAPÍTULO 2 (1862-1880) LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

85 HILDA SABATO ¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del

Estado en el siglo XIX

95 BEATRIZ BRAGONI Milicias, Ejército y construcción del orden liberal en la Argentina

del siglo XIX

105 GUSTAVO L. PAZ Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado

Nacional en el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

117 MIGUEL ÁNGEL DE MARCO De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

CAPÍTULO 3 (1880-1930) LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

125 SILVIA RATTO La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a

Roca (1829-1878)

135 LUCIANO DE PRIVITELLIO El Ejército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización y

nuevos estilos políticos

145 WALDO ANSALDI Partidos, corporaciones e insurrecciones en el sistema político

argentino (1880-1930)

155 ISIDORO J. RUIZ MORENO Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército

CAPÍTULO 4 (1930-1943) LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA

INSTITUCIONAL

167 NORBERTO GALASSO Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador

177 FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del

pensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón

ÍNDICE

PUBLICACIÓN DEL MINISTERIO DE DEFENSA

República Argentina

Azopardo 250 (C1107ADB)

Fecha de catalogación: 19/03/2010

Coordinador: OSCAR MORENO

Diseño de tapas e interiores: ANDREA P. SIMONS

Revisión: ESTEBAN BERTOLA

Fotografía de tapas e interiores: PEDRO ROTH

(Imagen de tapa: Cabildo Abierto, de Pedro Blanqué, 1900)

© 2010 Ministerio de Defensa

La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

ISBN: 978-987-25356-4-3

La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas/ Nilda Garré ... [et.al.]; coordinado por Oscar Moreno; edición literariaa cargo de Roberto Diego Llumá; con prólogo de Nilda Garré. - 1a ed.- Buenos Aires: Ministerio de Defensa, 2010.

400 p.; 29x23 cm.

ISBN 978-987-25356-4-3

1. Historia Argentina. I. Garré, Nilda II. Moreno, Oscar, coord. III.Llumá, Roberto Diego, ed. lit. IV. Garré, Nilda, prolog.CDD 982

Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723.

Ninguna parte de esta publicación inluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmi-tirse en forma alguna, ni tampoco por medio alguno, sea este eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabacióno fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la editorial.Impreso en Argentina.

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1 Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 25.2 José C. Chiaramonte, Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Emecé, 1997, p. 133.3 Tulio Halperin Donghi, De la revolución de Independencia a la Confederación Rosista, Buenos Aires, Paidós, 2000.

La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas es el resul-tado de la contribución de un conjunto de historiadores, periodistas, políticos y militares quefueron convocados a participar en el Ciclo Anual de Mesas Redondas organizado durante elaño 2009 en el marco de las celebraciones por el Bicentenario de la Nación Argentina.

El ciclo se organizó bajo una idea rectora: la conmemoración del Bicentenariodebe impulsar la comprensión crítica de la historia viva de la Patria. A partir de este objetivo,desde el Ministerio de Defensa, se alentó el análisis acerca del desempeño de las FuerzasArmadas en los acontecimientos decisivos de la historia argentina, con el fin de que éste per-mita, a las futuras generaciones, elaborar una valoración objetiva en la que se potencien losaciertos y se desalienten definitivamente los errores.

Las siete mesas que se desarrollaron entre los meses de mayo y diciembre del año2009 en el Salón de Actos del Ministerio y que fueron transmitidas por el sistema de videoconferencia a distintas unidades militares, contaron con una audiencia poblada de jóvenesoficiales de las tres Fuerzas, algunos altos oficiales y personas de la vida política e intelectual.Es de destacar, en el conjunto de las participaciones, la inquietud y la rigurosidad demostradasen los análisis de las diferentes situaciones problemáticas de la historia argentina y del rol queen ellas desempeñaron las Fuerzas Armadas.

El Ciclo Anual de Mesas Redondas se inscribe dentro del Plan Integral de Modernizacióndel Sistema de Defensa impulsado por el Ministerio de Defensa, que se funda en el principiode conducción civil de los asuntos castrenses, que a su vez se sustenta en el enunciado de diezgrandes líneas de acción, una de las cuales es el fortalecimiento de la vinculación del sistemacon la sociedad civil.

Esta línea de acción promovió el desarrollo de muy variadas actividades, pero todasellas orientadas a la generación y difusión de un espacio de diálogo que resultara útil parafavorecer el acercamiento de la ciudadanía en su conjunto al conocimiento de los hechos delpasado y a la recuperación de la memoria colectiva.

El diseño del ciclo se gestó a partir de definir los más importantes nudos problemáticosde la historia argentina, en función de la construcción de la Nación y las funciones propias delas Fuerzas Armadas en cada una de aquellas situaciones.

La primera de dichas coyunturas está dada por los procesos de la Independenciay de la organización nacional. La Revolución de Mayo se desencadenó en el Río de la Plata comoun acontecimiento que no contó con un programa previamente formulado por sujetos socialeso políticos,1 pero que, con el transcurrir del tiempo, sería constitutivo de la Nación y circuns-tancia de profundo análisis para cualquier perspectiva y desarrollo político futuro. De estamanera, una vez que la Revolución se produjo y se estableció la Primera Junta, fue necesariolegitimarla. Si bien el gobierno se había formado en Buenos Aires, representaba a un territoriomucho mayor, al que ahora había que llegar para convencer a sus autoridades y pobladores.2A partir de este momento, el rol que desempeñan las Fuerzas Armadas se vuelve significativo,ya que las nuevas autoridades, como afirma Halperin Donghi,3 deciden difundir la noticia desu gobierno en todas las ciudades del virreinato a través de expediciones militares; con lo cualla guerra se presentaba como un horizonte inevitable. Esta problemática, que se discute en el

PRÓLOGO

DRA. NILDA GARRÉ MINISTRA DE DEFENSA

189 ANA VIRGINIA PERSELLO ¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de

los intereses en el Estado: la Argentina en los años de 1930

199 MARIANO BEN PLOTKIN Políticas, ideas y el ascenso de Perón

CAPÍTULO 5 (1945-1955) EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

207 TORCUATO DI TELLA Industria, Fuerzas Armadas y peronismo

215 MARCELO SAÍN Defensa Nacional y Fuerzas Armadas. El modelo peronista (1943-1955)

223 SUSANA BIANCHI Hacia 1955: la crisis del peronismo

233 CAROLINA BARRY El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

CAPÍTULO 6 (1955-1976) LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES. EL PARTIDO

MILITAR Y EL PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE LAS

FUERZAS ARMADAS

243 MARÍA MATILDE OLLIER Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden

político sin Perón

253 ERNESTO LÓPEZ La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacional en el Ejército

Argentino

263 LUIS EDUARDO TIBILETTI La sociabilización básica de los oficiales del Ejército en el

período 1955-1976

271 JOSÉ PABLO FEINMANN Ilegitimidad democrática y violencia

CAPÍTULO 7 (1976-1983) LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO. LA

DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMO

279 EDUARDO BASUALDO El nuevo funcionamiento de la economía a partir de la dictadura

militar (1976-1982)

293 FABIÁN BOSOER El Proceso, último eslabón de un sistema de poder antidemocrático

en la Argentina del siglo XX

301 HORACIO VERBITSKY Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos, una relación

impuesta

309 MARTÍN BALZA La Guerra de Malvinas

319 NOTAS BIOGRÁFICAS

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En ese contexto, el sistema político –con sus dobles mediación y lógica, partidaria y corporativa–acentuó la debilidad de los partidos y la fortaleza de las asociaciones de interés, díada que, a suvez, operó en el sentido de un creciente afianzamiento del poder y del papel del Estado”.8

El quinto de los nudos problemáticos se refiere al rol de las Fuerzas Armadas luegodel golpe de Estado de 1930. A partir del gobierno presidido por el general Agustín P. Justo y deldebate de las carnes se inicia en el país lo que Tulio Halperin Donghi denominó la “República delFraude”.9 La influencia que ejerció este período sobre el Ejército afectó la moral y la opinión del cuerpode oficiales: “se perfiló la tendencia a subordinar los valores profesionales a los problemas polí-ticos, y los temas que antes se creían ajenos a la competencia de los oficiales se convirtieronen cuestiones de discusión cotidianos con efectos perjudiciales que fueron evidentes para el nivelprofesional”.10

Además, este período histórico comprende otra coyuntura que requiere ser anali-zada: el modo de considerar el desarrollo industrial argentino, en tanto pilar fundamental parael crecimiento económico y el bienestar social. Tres hombres provenientes del Ejército fueronquienes se habrían de ocupar con mayor compromiso de esta cuestión: Enrique Mosconi, ManuelSavio y Juan D. Perón. Su ideario se incorpora, en este período, al de numerosos oficiales que seinteresaron fuertemente por el manejo de los asuntos públicos.

El sexto de los plexos problemáticos se puede ubicar históricamente durante elperíodo del peronismo clásico. Una de las expresiones más claras de Perón en relación con lasFuerzas Armadas figura en la conferencia que dictara en la Universidad de La Plata en 1944,que se incluye en numerosas publicaciones con el título de “El significado de la defensa nacionaldesde el punto de vista militar”, en la que desarrolló dos conceptos centrales: la “Nación en armas”y el desarrollo industrial argentino.

“La defensa nacional exige una poderosa industria propia y no cualquiera sinouna industria pesada” afirmó Perón en aquella conferencia. Esta perspectiva hacía necesaria“la acción estatal, protegiendo a las manufacturas consideradas de interés estratégico, y la crea-ción de la Dirección General de Fabricaciones Militares que contempla la solución de los pro-blemas neurálgicos que afectan a las industrias radicadas en la Argentina”.11

Durante el período del peronismo clásico la relación entre el gobierno y las FuerzasArmadas se estructuró a partir de la llamada Doctrina de la Defensa Nacional. Ésta se sustentaba enuna concepción de la guerra muy convencional y limitada, en la que se preveían posibles confron-taciones bélicas localizadas con los países vecinos, particularmente con Chile y el Brasil. Estas doshipótesis de conflicto configuraron el canon para la organización y el despliegue de las FuerzasArmadas argentinas.

La siguiente coyuntura se sitúa en el período político que se inaugura en 1955, con elderrocamiento del gobierno de Perón por las Fuerzas Armadas, en el que éstas ocupan el centrode la escena política, y concluye en 1973, a partir de la vuelta de un nuevo gobierno peronista.Al igual que el conjunto de la corporación política que se había opuesto a Perón y al movimientoperonista, las Fuerzas Armadas se dividen en cuanto a la interpretación acerca de su figura y pers-pectivas políticas y a la manera de vincularse con él y con el movimiento. Existe, por ejemplo, elproyecto de construir un peronismo sin Perón (Lonardi). Al mismo tiempo, existe otro proyectoque consiste en una maniobra de “desperonización”, fundada básicamente en la represión delmovimiento (Aramburu). Estas dos concepciones atravesarán todo el período, incluido el primerintento de las Fuerzas Armadas de gobernar el país por ellas mismas, no de manera transitoriapara reponer los valores democráticos supuestamente afectados sino con el fin de llevar adelanteun modelo de país (Onganía). Este análisis permite delinear y comprender el séptimo de losnúcleos problemáticos que fueron debatidos en el Ciclo Anual de Mesas Redondas.

libro, es posible definirla como la militarización del conjunto de la sociedad, y la forma en laque este proceso ha de signar la experiencia política de toda una generación. A esta coyuntura seagrega el análisis de los conflictos relacionados con la Guerra de la Independencia librada por losgauchos de Güemes y la batalla de Montevideo, donde una naciente armada de las fuerzasrevolucionarias al mando del almirante Guillermo Brown derrotará a los realistas y liberará laregión este del que fuera el virreinato del Río de la Plata.

El segundo nudo considerado consiste en la coyuntura que se produjo durante laúltima parte del siglo XIX, en la que: “el Ejército restableció con rapidez el orden interno nece-sario para la puesta en marcha del plan de modernización y apresuró la unificación del país apesar de que ello costó la autonomía real de las provincias”.4 La cuestión se discutió desde unamoderna perspectiva historiográfica que parte de aceptar que la organización militar se encon-traba constituida tanto por el ejército de línea como por la Guardia Nacional, y ambos componíanel Ejército Nacional. Hilda Sabato afirmó, en su ponencia a la segunda de las mesas redondas–y lo reitera en el artículo que se incluye en el presente volumen–, que sólo a fines del siglo, elpredominio de las posturas centralistas condujo a privilegiar el fortalecimiento de los cuerposregulares en detrimento de las milicias, para asegurar de esta manera el monopolio estatal deluso de la fuerza. La participación de los cuerpos regulares y las milicias en la construcción del ordenliberal a finales del siglo XIX se analiza también en los conflictos de poder en la región de Cuyo.

Los dos nudos que se analizan a continuación se inscriben en el período denominadocomo la “Argentina moderna” (1880-1930), considerado como un único período en términos eco-nómicos, con base en el modelo primario exportador y como dos subperíodos en el aspecto polí-tico divididos por la sanción de la Ley Sáenz Peña

Así, el tercero de los nudos históricos se define a partir del emprendimiento llevadoa cabo contra las poblaciones indígenas, con que se inicia el período de la “Argentina moderna”.Esta acción se basaba en un fundamento programático, compartido por los sectores dominantesde Occidente, según el cual las naciones sólo serían viables si contaban con una población blancay cristiana. Esta idea se vincula con aquella afirmación de Juan Bautista Alberdi acerca deque: “somos europeos transplantados en América”. Mientras que en las Bases lo guía la convicciónde que en Hispanoamérica el indígena “no figura, ni compone mundo”.5 Julio A. Roca emprendióuna campaña agresiva para llevar la frontera desde el zanjón hasta los bordes del río Negro,combatiendo a los indígenas, utilizando los instrumentos de la modernización tecnológica comoel telégrafo y el ferrocarril y la profesionalización de las Fuerzas Armadas. La eliminación físicade los indígenas hasta más allá del río Negro significó la incorporación de 15.000 leguas de tierraproductiva.6

Pero la incorporación de esas 15.000 leguas también significó: “según consta en laMemoria del Departamento de Guerra y Marina del año 1879, 1.271 indios de lanza prisioneros,1.313 indios de lanza muertos en combate, 10.539 indios no combatientes prisioneros y 1.049indios reducidos voluntariamente”.7

La cuarta problemática identificada y discutida en la misma mesa que la anteriorestá dada por la relación entre el Ejército –que tuvo, en este período de la historia argentina, unfuerte proceso de conversión a una sólida burocracia estatal y profesional– y la política en las moda-lidades que adquirió después de la sanción de la Ley Sáenz Peña y la posterior victoria de la UCRen 1916. Waldo Ansaldi sostuvo en la tercera de las mesas –y lo afirma en el artículo incluidoen el presente volumen– que: “entre 1880 y 1930 el país atravesó una situación de existencia de unEstado y una sociedad civil fuertes, relación que no terminó de consolidarse en tales términos.Hubo un progresivo fortalecimiento de la sociedad civil, pero fue un fortalecimiento corporativo.

4 Haydée Gorostegui de Torres, La Organización Nacional, Buenos Aires, Paidós, colección Historia argentina(tomo 4), 2000. p. 93.

5 Oscar Terán, op. cit., p. 112.6 Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, La República conservadora, Buenos Aires, Paidós, colección Historia argen-

tina (tomo 5), 2005, p. 42.7 Silvia Ratto, Indios y Cristianos, Buenos Aires, Sudamericana, 2007, p. 183.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

8 Waldo Ansaldi, “Partidos, corporaciones e insurrecciones en el sistema político argentino (1880-1930)”, en elpresente volumen.

9 Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), tomo V, Buenos Aires, Ariel Historia, 2004.10 Robert A Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana, 1981, p. 118.11 Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, colección Biblioteca

del Pensamiento Argentino (tomo VI), 2001, p. 24.

DRA. NILDA GARRÉ PRÓLOGO

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El octavo de los nudos problemáticos está definido por lo que se conoce como elgobierno del Partido Militar. El llamado Proceso de Reorganización Nacional asumió el poder conel objetivo expreso de restablecer el orden: esto implicó, en los hechos, la más brutal represióndel conjunto de las organizaciones populares. Restablecer el orden, para el gobierno de losmilitares, consistió en eliminar físicamente todas las barreras que el pueblo había construido endefensa de los intereses nacionales. La represión fue ejecutada sin ninguna legalidad: no hubo dete-nidos, jueces, ni procesos. Existió la prisión, la tortura y la muerte decidida por los propios represores.

Un documento del Ministerio de Defensa del año 200712 afirma que las FuerzasArmadas se habían volcado hacia la seguridad interior, el despliegue e inteligencia que: “alcanzósu máxima expresión bajo los años de la última dictadura militar con la conformación de las deno-minadas zonas y subzonas de seguridad interior, el despliegue de estructuras de inteligenciaoperativas, una fuerte vinculación operacional con las fuerzas policiales y de seguridad –respectode las cuales ejercía efectivamente la conducción de este tipo de actividades– y el desarrollo deuna estrategia contra subversiva que en gran medida escapó a los parámetros legales y morales yterminó configurando uno de los casos más significativos de terrorismo de Estado en la Región”.

En relación con esta problemática, Horacio Verbitsky sostuvo en la mesa redonda–y lo reitera en el artículo que forma parte de este volumen– que: “la utilización de concep-ciones laxas y ambiguas de seguridad y de defensa y la asignación de tareas sociales para lasFuerzas Armadas en democracia conllevan un alto riesgo de violación de derechos fundamen-tales y pueden alterar la subordinación al poder civil”.13

El último de los nudos problemáticos que también se discutió en el marco de la últimamesa redonda estuvo vinculado con la Guerra de Malvinas, que constituyó el primer conflictoentre dos naciones del mundo occidental luego de la Segunda Guerra Mundial.

Esta guerra presentó en su desarrollo la increíble combinación de elementos nove-dosos con otros que se creían pertenecientes al pasado. Por una parte se produjo el debut delmisil antibuque Exocet y el avión de despegue vertical Harrier; por otra parte, se llevaron a cabocombates nocturnos de infantería a bayoneta como eran habituales durante la Gran Guerra.

En cuanto al comportamiento de las tropas, es de destacar que los soldados, enmuchos casos con muy poca instrucción, demostraron una notable abnegación y se cubrieron degloria enfrentando a una de las mejores unidades del mundo. Sin embargo, no ocurrió lo mismoen el ámbito de la oficialidad, donde si bien hubo una participación valerosa de numerososjóvenes oficiales, también existieron muchos otros que se inclinaban en mayor medida a impartirsanciones a la tropa propia antes que ejemplos para sus subordinados.

Los nudos problemáticos que hemos señalado intentan ofrecer un aporte a la nece-saria discusión de la relación entre la construcción de la Nación y el papel de las Fuerzas Armadas.

Es de destacar también, que el Ministerio de Defensa desarrolla desde hace cuatroaños, un proyecto de reforma y transformación del área de Defensa que incluye procesos en rea-lización y en curso en las áreas legal, de planeamiento estratégico y doctrinario, de la educación,del sistema de justicia militar, de recuperación de la industria de la Defensa, de la racionalizaciónpresupuestaria, de la política de género y de las prácticas y la educación en derechos humanosy derecho internacional humanitario.

Este proyecto impulsado durante las presidencias de Néstor Kirchner y CristinaFernández de Kirchner ha hecho centro en la profundización del control civil del área de Defensa,en la verticalización a la autoridad constitucional de las Fuerzas Armadas como anhelo degeneraciones de argentinos y de mayorías populares que procuraron durante décadas, concluircon el movimiento corporativo autónomo de una concepción militar tutelar del poder civil.

Como esta idea tutelar surgió no solamente de políticas de poderosos grupos econó-micos, culturales, políticos y religiosos, sino de la construcción histórica que los mismos reali-zaron, contribuir a la revisión crítica y a la investigación histórica científica, con perspectivas plu-rales, ha constituido un aporte de esta cartera a la celebración reflexiva del Bicentenario.

La perspectiva de un área de Defensa donde la responsabilidad directiva, perotambién la participación activa de civiles, constituye un elemento fundamental para acentuar esaperspectiva democrática, nacional y popular, que da sustento social a la doctrina del ciudadano-soldado que es, en primer lugar un argentino con todos los derechos y las obligaciones del restode sus compatriotas, luego funcionario público y, finalmente, un profesional militar comprome-tido hasta dar la vida en defensa de la Patria, la Nación y la República constitucional.

Quedan atrás el tutelaje conservador con mirada subyugada por los conflictos de blo-ques y potencias subordinantes de la Argentina, pero también una idea anacrónica del supuestoabrazo “pueblo-Fuerzas Armadas” que encubriera en años recientes aventuras donde el puebloera, en el mejor de los casos un invitado a través de la demagogia o, trágicamente, la víctima derepresiones tan crueles como insensatas.

Hay otra historia posible para el futuro que ya se visualiza con certeza en los mandosde las Fuerzas, en sus cuadros medios y, sobre todo, en las nuevas generaciones militares. Es laconversión de sus cuadros en un nuevo tipo de soldado.

Pero para que esa historia se construya, el debate sobre el pasado castrense quepermite recuperar capítulos fundamentales –en la Independencia– productivos en el apoyo alcrecimiento nacional y los comportamientos heroicos en acciones equivocadas como la Guerra deMalvinas, se debe debatir el pasado desde otra mirada. La expuesta en estas jornadas y con-densada en estas páginas no es, por cierto, la única posible. El Ministerio la pone deliberadamenteen curso para que el progreso del intercambio y la investigación inauguren una nueva edadargentina de la Defensa, que la vincule definitivamente con América Latina y con el proyecto dela paz perpetua universal que el cincelador de la Constitución Nacional, Juan Bautista Alberdi,apuntalara en el siglo XIX en las páginas memorables de El crimen de la guerra.

Que la reconciliación arribe de la mano de la justicia, la verdad y la memoria.

DRA. NILDA GARRÉ

12 Modernización del Sector Defensa, Ministerio de Defensa, Buenos Aires, 2007.13 Horacio Verbitsky, “Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos, una relación impuesta”, en el pre-

sente volumen.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS DRA. NILDA GARRÉ PRÓLOGO

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NACIÓN Y FUERZAS ARMADAS: NOTAS PARA UN DEBATE

El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 reunió a más de 250 vecinos, de los400 convocados, y para consagrar a la Primera Junta, el 25 de mayo, resultó fundamental la par-ticipación de los regimientos militares que venían configurándose desde las invasiones inglesas,de allí la importancia de Cornelio Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios.1

La Junta decidió difundir los contenidos de la Revolución a través de expedicionesmilitares al resto de las ciudades que conformaban el virreinato del Río de la Plata. Lo queimplicó una fuerte militarización de la sociedad a través del sistema de milicias.

La guerra contra los realistas tuvo varios escenarios. En el norte los intentos deavanzar hacia el Alto Perú terminaron en 1815 con el desastre de Sipe-Sipe. Desde allí, Martínde Güemes al mando de sus Gauchos2 habría de rechazar año tras año las invasiones realistas.Mientras que la guerra hacia el este terminaría con el triunfo, en mayo de 1814, de la escuadrarevolucionaria al mando de Guillermo Brown que derrotó a la escuadra realista. Allí tuvo suacta de bautismo la que sería luego la Armada Argentina.3

En 1816 se declaró la Independencia en el Congreso de Tucumán. En 1817, el EjércitoLibertador cruzó la cordillera hacia Chile y con la batalla de Maipú dejó liberado el territoriodel país trasandino. En 1820, habiendo colapsado el gobierno nacional, el Ejército de losAndes marchó hacia la liberación del Perú.

Al finalizar la guerra con Brasil, en 1828, los unitarios, liderados por Juan Lavalletomaron las riendas del poder en la provincia de Buenos Aires y fusilaron a la figura más impor-tante del federalismo, Manuel Dorrego.4

En el período desde 1829 hasta 1853 se desarrolló la Confederación y el gobiernode Rosas.5 El triunfo de Rosas estuvo claramente vinculado con la politización de los hombres decampo. Él tuvo como objetivo la paz por una parte, y la representación de las masas queirrumpieron en la política. En síntesis, se logró la paz interior del país federal en la medida enque los caudillos creyeron que el interior había triunfado sobre Buenos Aires. Distinta fue lasituación en el Litoral, allí la pacificación nunca llegó y, por el contrario, este conflicto conduciríaa la derrota del rosismo.

La gran alianza antiporteña, que se forjó en gran medida a partir del conflicto conMontevideo y las potencias con injerencia en el Río de la Plata (Gran Bretaña y Francia), lideradapor Urquiza derrotó a Rosas en Caseros.

El triunfo de Urquiza, la sanción de la Constitución Nacional en 1853, los enfren-tamientos con Buenos Aires que terminaron en Pavón, se constituyeron en la etapa previa a laformación del Estado nacional.

INTRODUCCIÓN

OSCAR MORENOCOORDINADOR

1 Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 36.2 Sara Emilia Mata, Los Gauchos de Güemes. Guerras de la Independencia y conflicto social, Buenos Aires,

Sudamericana, 2008.3 En el sitio oficial de la Armada <www.ara.mil.ar> se afirma que son cuatro los acontecimientos que constituyen

su historia: “La primera escuadrilla Argentina” (Azopardo y Gurruchaga) es de 1810 con asiento en el apos-tadero de Montevideo; la campaña naval de 1814 desarrollada por la Armada Argentina y comandada por elalmirante Guillermo Brown, que libró la histórica batalla de Montevideo; las campañas corsarias (Brown yBouchard) que contribuyeron, de manera definitiva, a la decadencia del comercio español; y la expediciónlibertadora al Perú que comandó el general San Martín.

4 Raúl O. Fradkin, ¡Fusilaron a Dorrego!, Buenos Aires, Sudamericana, 2008.5 Alejandro Cattaruzza, Los usos del pasado. La historia y la política argentina en discusión (1910- 1945),

Buenos Aires, Sudamericana, 2008, pp. 161-188, cap. 7: “Las huellas de Rosas”.

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6 Haydée Gorostegui de Torres, La Organización Nacional, Buenos Aires, Paidós, colección Historia argentina(tomo 4), 2000, p. 93.

El capítulo que analiza los sucesos ocurridos durante este período se conforma decinco artículos: “Revolución y Nación en el Río de la Plata”, de Fabio Wasserman, que partede aceptar el consenso acerca de la consideración de la Revolución de Mayo como hecho fun-dante de la Nación, para discutirlo a través de diversas perspectivas historiográficas en rela-ción con el proceso a partir de un enfoque preciso acerca de la Nación. “Sociedad y militari-zación revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX”,de Raúl Fradkin, en donde se analizan los impactos y significados de la militarización revolu-cionaria que multiplicó las ya heterogéneas formaciones armadas con que contaba la coloniay la extrema politización de los sectores sociales populares. “El sistema militar de Rosas y laConfederación Argentina (1829-1852)”, de Jorge Gelman y Sol Lanteri, en donde se destacaque la militarización y politización de base rural constituyeron las piezas centrales de la auto-ridad estatal y del exitoso proceso de disciplinamiento social. El texto estudia el entramadomilitar-miliciano en los gobiernos de la etapa federal, y en sus dispositivos coercitivos. “LaGuerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos”, de Sara E. Mata, en el que se con-frontan los perfiles militares, sociales y políticos que presentó la Guerra de Independencia enla provincia de Salta. Güemes no defendió ninguna frontera, defendió la revolución deBuenos Aires y la independencia americana; el extremo norte de la provincia de Salta seríafrontera recién a partir de 1821 y no antes. “Una estrategia para el Río de la Plata. La escuadraargentina en el combate naval de Montevideo”, de Guillermo Oyarzábal, en el que se da cuentade los aspectos políticos y económicos que llevaron a formar la escuadra que libró la batalla deMontevideo derrotando a los realistas en el este.

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La modernización de la Argentina se desarrolló como una necesidad surgida frentea los dos procesos que se afianzaron a partir de 1860, la producción de productos agropecuariosque el mundo demandaba y la apertura del país a la inmigración europea.

El período, que se extiende hasta aproximadamente 1880, se caracterizó por elafianzamiento del orden institucional y una profunda transformación del orden económico ysocial en el país. Se sucedieron en la presidencia tres personalidades por completo diferentes:Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda.

La cuestión de la Capital, en el ámbito interno, y la Guerra del Paraguay, en elinternacional, constituyeron los grandes conflictos del período.

Durante la presidencia de Sarmiento se institucionalizó el Ejército Nacional. En estacreación se advierte la influencia de Mitre que había dado los primeros pasos para constituirloluego de Pavón, al unificar la Guardia Nacional de Buenos Aires con otros grupos dispersos dela Confederación y transferir el Ministerio de Guerra al orden nacional. La constitución integraldel cuerpo no ocurrió hasta 1864, una vez concluida la campaña contra el “Chacho” Peñaloza.

El gobierno procedió de esta manera, a la creación de un ejército permanente y,también, de la Escuela Naval Militar. Si bien todo aquello que complementó a esta disposición(formas de reclutamiento, estructura jerárquica, reglamentos) se produjo posteriormente al decretooriginario, sus lineamientos fundamentales y, por lo tanto, su origen institucional se encuen-tran en éste. Finalmente, la creación del Colegio Militar en 1869 y la ley de 1872, que estableciólas nuevas formas de reclutamiento, antecedente directo de la conscripción obligatoria, fun-daron las normativas que dieron forma definitiva a la institución en la Argentina moderna.

En resumen, y en consideración de las diferentes perspectivas que el análisis per-mite, es posible afirmar, sin abrir juicios acerca de los métodos y de la oportunidad en parti-cular, que “el Ejército restableció con rapidez el orden interno necesario para la puesta enmarcha del plan de modernización y apresuró la unificación del país a pesar de que ello costóla autonomía real de las provincias”.6

7 Silvia Ratto, Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz en las fronteras, Buenos Aires, Sudamericana, 2008, pp.202-203.

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “¿Quién controla el podermilitar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX”, de Hilda Sabato; estetrabajo contiene una referencia a la organización militar en la Argentina del siglo XIX y surelación con el proceso de formación del Estado nacional, en la que se funda el análisis acercade la cuestión de las luchas políticas y las guerras internas, así como la manera en la que éstasafectaron a la organización militar hasta finales del siglo. “Milicias, Ejército y construcción delorden liberal en la Argentina del siglo XIX”, de Beatriz Bragoni, estudia la centralidad del procesode militarización y politización popular, y su impacto en la construcción de la pirámide de poderde los caudillos, que sucedió a la destrucción del poder central en 1820. También demuestrael modo en el que la inestabilidad del sistema de alianzas e inestabilidades interprovincialescoadyuvaron a la institucionalización del poder nacional durante el siglo XIX. “Resistencias popu-lares a la expansión y consolidación del Estado nacional en el interior: La Rioja (1862-1863) yJujuy (l874-1875)”, de Gustavo Paz, se trata de un trabajo que compara las formas de acciónpopular colectiva en dos provincias argentinas durante las décadas de la formación del Estadonacional. “De la Marina ‘fluvial’ a la Marina ‘atlántica’”, de Miguel Ángel De Marco, da cuentade los enfrentamientos entre las marinas fluviales de Buenos Aires y la Confederación, hechosque determinaron, durante la presidencia de Sarmiento, la creación de la Escuela Naval Military con ésta el nacimiento de la Marina moderna.

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No es posible referirse al año 1880 sin considerar previamente la llamada “Conquistadel desierto”. El avance de la línea de fronteras, entre los cristianos y los indios, después deRosas, se realizó en dos etapas. El plan de Alsina que consistió en la construcción de una seriede fortines unidos entre sí por una zanja que extendió la frontera hasta lo que en la actualidades el suroeste de la provincia de Buenos Aires; sin embargo, con la muerte de Alsina, Julio Roca,emprendió una campaña más agresiva con el fin de llevar la frontera hasta los bordes del ríoNegro, procediendo a la eliminación física de los indígenas.7

En 1880 asumió el gobierno el general Julio A. Roca y se origina el denominado elproyecto de la Generación del 80. Las reformas institucionales fueron: en 1884 la Ley de Creación delRegistro Civil, la sanción de la Ley del Matrimonio Civil y fundamentalmente, la ley 1.420 que uni-versalizó la enseñanza primaria, que a partir de entonces debía ser laica, gratuita y obligatoria.

El servicio militar obligatorio comenzó a regir una vez que el ministro de Guerra,el teniente general Pablo Ricchieri consiguió la promulgación de la ley 3.948; los conscriptosnacidos en 1880 constituyeron la primera clase que fue convocada.

A su vez, el siglo XIX estuvo marcado por diferentes conflictos con Chile que cul-minaron con el acuerdo del 23 de julio de 1881, completado con el protocolo adicional de1893. El punto principal del acuerdo fue que el límite entre ambos Estados lo constituía laCordillera de los Andes y que la forma de delimitar la frontera era a partir del principio de altascumbres que dividen aguas. La Argentina no podría tener puerto alguno sobre el Pacífico, niChile sobre el Atlántico. Sin embargo, en este acuerdo no se encontró el fin de la disputa.

Ya durante los primeros años del siglo XX, la crisis económica aumentó la conflic-tividad social, que alcanzó su punto más alto con la huelga general de 1902 que paralizó a laciudad de Buenos Aires. La respuesta del gobierno fue la sanción de la Ley de Residencia quepermitía deportar a quienes perturbaran el orden público.

La crisis y el avance de los sectores medios hicieron crecer en importancia al par-tido que mejor los representaba: la Unión Cívica Radical y a su líder don Hipólito Yrigoyen. Loque impulsó al gobierno de Sáenz Peña a dictar una ley electoral que estableció el sufragiosecreto y universal, con los padrones militares. En 1916, se realizaron los comicios en el marcode dicha ley electoral y triunfaron los radicales.

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8 José Luis Romero, Breve historia de la Argentina, Buenos Aires, FCE, 1996, p. 127. 9 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo I, Buenos Aires, Emecé, 1981, pp. 131-132.

Los sectores sociales que llegaron al gobierno con el radicalismo fueron “los hijosde la ley 1.420”. Los dirigentes del radicalismo surgieron de las profesiones liberales, el comercioy la producción que, a su vez, constituyeron las mayores posibilidades para el ascenso social.Pero quizás este origen, es el que provocaba en ellos un intenso deseo de integrarse de otramanera a las elites y fue lo que los inhibió para provocar los cambios en la estructura económica,que, según demostró la historia, hubiera sido el único camino para mantener y profundizarla democracia formal nacida con la Ley Sáenz Peña.8

Se vuelve necesario un breve comentario acerca de la relación entre los radicales ylos militares, porque hasta la sanción de la Ley Sáenz Peña ellos apostaban al cambio político através de la insurrección, sólo como ejemplo se puede mencionar que en septiembre de 1889,en la creación de la Unión Cívica “[de la] cual surgiría el Partido Radical, cadetes uniformadosparticiparon ostensiblemente del mitin”.9

Las tensiones sociales provenientes de la crisis financiera, la caída de los preciosde los artículos de exportación y el desempleo, explotaron en dos situaciones colectivas, una deellas fue la huelga general de trabajadores industriales en Buenos Aires (1919) que se inició enlos Talleres Metalúrgicos Vasena. A la represión estatal se le sumaron los grupos civiles de laLiga Patriótica con una fuerte impronta antisemita. La otra situación que se produjo fue lahuelga de los peones de las estancias en la Patagonia. La primera es la que se recuerda comola “Semana Trágica” y la segunda como la “Patagonia Rebelde”. En la represión que se produjoa partir de esos hechos, fundamentalmente en la huelga de los peones de las estancias en laPatagonia, el Ejército tuvo una decisiva participación.

La defensa del sistema caracterizado por el ascenso social le proporcionó a Yrigoyen(1916-1922) un fuerte prestigio popular, con el que no contó su sucesor Marcelo T. de Alvear(1922-1928). En la mitad de la década de 1920 comenzó la embestida de los capitales norteame-ricanos, en concordancia con la expansión de Estados Unidos y la vacancia dejada por los capi-tales europeos. Todo ello actuó como revulsivo en la débil estructura económica del país. Estossignos, no fueron comprendidos por el gobierno de Alvear que se mantuvo apegado a normasy ritos propios del sistema económico tradicional.

En su corto segundo período, Yrigoyen no logró adaptarse a los cambios de lavida argentina y mundial, no comprendió las transformaciones que se habían producido en elEjército a partir de la politización que él mismo había provocado, ni que un grupo importantede sectores conservadores habían abandonado su fidelidad al sistema democrático y abrazabancon disimulo algunos de los principios del fascismo italiano. Finalmente no desarrolló ningunaestrategia en el nivel económico que le permitiera enfrentar la crisis mundial desatada en1929. Entre las contradicciones propias de estos gobiernos radicales se debe destacar la defensade la soberanía en materia energética, fundamentalmente en el accionar del general Mosconial frente de YPF. Estas circunstancias confluyeron para hacer posible el triunfo del golpe deEstado del 6 de septiembre de 1930.

Los cuatro artículos que conforman este capítulo son: “La ocupación militar de laPampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)”, de Silvia Ratto, donde se analiza el modoen el que la política de fronteras y la política respecto de la población aborigen se confundie-ron en una sola discusión. Éstas se desarrollaron de dos maneras: una consistió en el avance através de la negociación que tenía como fin la incorporación de la población indígena al terri-torio conquistado. La otra, a partir de los avances militares que sometieran a la población origi-naria. “El Ejército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización y nuevos estilos políticos”, deLuciano de Privitellio, se trata de un trabajo que investiga la relación entre el Ejército –luegode las transformaciones de 1890– y la política –a partir de los cambios de 1912–. El modelomilitar que surge de la renovación se habría de transformar, fundamentalmente, en la déca-da de 1930 a causa del impacto que provocaron las ideologías de origen europeo impulsadas

10 Darío Cantón, José Luis Moreno y Alberto Ciria, La democracia constitucional y su crisis, Buenos Aires, Paidós,colección Historia argentina (tomo 6), 2000, pp. 121 y ss.

11 En materia de electricidad, la CADE, subsidiaria de SOFINA –con sede en Bruselas–, con mayoritario capital bri-tánico tenía una concesión que vencía en 1957. El Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires (en1936) dictó dos ordenanzas, la primera alargó el plazo hasta 1971, la segunda obligó al Estado a comprartodos los bienes muebles e inmuebles de la compañía al vencimiento de la concesión. El diario La Vanguardia(del Partido Socialista) estimó entre 60.000 y 120.000 pesos lo que la compañía pagó cada voto en el Concejo.Nunca fue desmentido.

12 Gino Germani, Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Solar, 1965.

por la crisis de entreguerras y del rol de la Iglesia católica dentro de la institución. “Partidos,corporaciones e insurrecciones en el sistema político argentino (1880-1930)”, de WaldoAnsaldi, demuestra que entre 1880 y 1930 el sistema político –con su doble mediación, la par-tidaria y la corporatista– acentuó la debilidad de los partidos y la fortaleza de las asociacionesde interés, lo que habría de operar un afianzamiento del poder estatal. El autor concluye afir-mando que la extensión del derecho de ciudadanía política, la paulatina consecución de la ciu-dadanía social y la regulación estatal del conflicto social resultaron insuficientes para asegurarla transición entre el Estado oligárquico y el Estado democrático; el golpe de 1930, además, truncóese proceso. “Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército”, de Isidoro J. Ruiz Moreno, pre-senta una muy detallada descripción de las presidencias que se sucedieron durante este período,desde la primera de Roca hasta la segunda de Yrigoyen, y, asimismo, de las actuaciones de losdiferentes partidos políticos; a partir de esta investigación se configuran las característica másdestacadas de la denominada “Argentina moderna”.

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La crisis económica y financiera que se inició en la Bolsa de Nueva York el 29 deoctubre de 1929 y que se extendió a todo el mundo occidental alcanzó pronto a la Argentina yfue la que le brindó el marco exterior a la restauración conservadora iniciada con el golpe del6 de septiembre de 1930, encabezada por José E. Uriburu y consolidada durante el gobierno deAgustín P. Justo.10

En el seno del gobierno existían dos tendencias: los nacionalistas de Uriburu y los con-servadores de Justo, esta tensión se resolvió a favor de Agustín P. Justo en las elecciones de 1931.

Gran Bretaña enfrentó la Crisis del 30 a partir de la fórmula buy british, que se con-cretó con los acuerdos de la Conferencia de Ottawa, en 1932. A través de éstos la exportaciónde carnes desde la Argentina hacia Gran Bretaña se vio perjudicada. En 1933, Julio Roca, vice-presidente de la Argentina, firmó junto con el presidente del Board of Trade británico, WalterRunciman, el pacto que la historia recordó como el de Roca-Runciman. A partir de ese pacto,a costa de los intereses nacionales, se acordó de manera satisfactoria la situación de los gana-deros y de los frigoríficos.

En el frente interno se practicaron, parcialmente, las recetas keynesianas para lacrisis en Estados Unidos, se crearon el Banco Central y las Juntas Reguladoras de los principalesproductos de exportación.

El transporte, las compañías de electricidad11 y el petróleo fueron, durante elperíodo, el territorio de disputa de los intereses norteamericanos y británicos.

Finalmente, las consecuencias de la guerra y de la crisis dieron nacimiento al procesode industrialización sustitutiva de productos de importación, asentándose físicamente en BuenosAires, el Gran Buenos Aires y el Litoral. Este proceso de industrialización fue, en parte, la causade los procesos de migraciones internas.12

La debilidad política del régimen, la importante presencia de una clase obrera indus-trial, la neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial y la mejora en la situación económica durantela guerra abrieron la puerta al golpe de Estado del 4 de junio de 1943.

Con el gobierno del presidente general Agustín P. Justo y posteriormente al debatede las carnes se ha de inaugurar en el país lo que Tulio Halperin Donghi denominó la “República

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Las necesidades y la identidad del contingente de un millón de personas que entre1936 y 1945 se alojaron en Buenos Aires y el Gran Buenos Aires fueron el objetivo principal deaquella articulación entre Perón y los dirigentes sindicales. Aquel contingente estaba formadopor obreros argentinos y por lo tanto “dotados de franquicia electoral”.17 La influencia de Perónse afirmó en las relaciones con el Ejército y con las organizaciones sindicales.

El crecimiento de Perón llevó a los sectores, autodenominados democráticos, a pre-sionar a los militares hasta que lograron que el 9 de octubre de 1945 destituyeran a Perón y loencarcelaran en la isla Martín García.

El 17 de octubre de 1945 una muchedumbre obrera proveniente del Gran BuenosAires y particularmente constituida por trabajadores de los frigoríficos de la zona de La Plata,Berisso y Ensenada ocupó pacíficamente la Plaza de Mayo y exigió la presencia de Perón. Los tra-bajadores liberaron a Perón, quien habló por la noche desde los balcones de la Casa de Gobiernoy anunció su retiro del gobierno y su candidatura presidencial. El 17 de octubre había modifi-cado el escenario político. La apertura del proceso electoral enfrentó a dos fórmulas: Perón-Quijano (figura proveniente del radicalismo) y la Unión Democrática, integrada por todos lospartidos políticos existentes, desde los conservadores a los comunistas, con la fórmula radicalalvearista integrada por: Tamborini-Mosca.

El 24 de febrero de 1946, el peronismo llegó al gobierno con el 55% de los votosemitidos en todo el país. El gobierno de Perón dispuso de toda la legalidad, por su amplia mayoríaen el Congreso, pero también de la legitimidad que le permitió su capacidad de movilización delos sectores populares. En el camino de la construcción de la hegemonía en el peronismo, EvaPerón jugó un papel protagónico desde la fundación de su mismo nombre, que se ocupó de unagigantesca tarea social, y a partir de la incorporación de un nuevo actor en el sistema electoral:las mujeres, a través del voto femenino. Finalmente, en esta construcción, tuvo un rol preponde-rante la sanción de la legislación obrera (Sueldo Anual Complementario, Vacaciones, Jubilación)y la tarea de los sindicatos, a través de las obras sociales.

En el aspecto económico el peronismo se caracterizó por una fuerte intervencióndel Estado en la economía, que se manifestó en los dos Planes Quinquenales elaborados por elgobierno, así como en la creación del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio)con el fin de comercializar las cosechas de granos y asegurar el precio sostén a los pequeñosy medianos productores.18 A su vez, se produjo el desarrollo de una burguesía industrial nacional,favorecida con los créditos del Banco Industrial y el fuerte consumo que producía la política delos altos salarios. Esta política económica se concretó definitivamente en 1947 con la nacionali-zación de los servicios públicos; de este modo, el gobierno hizo de la nacionalización de los ferro-carriles una bandera de la soberanía nacional.19

Uno de los mejores ejemplos en relación con la importancia de la industria nacional y suincidencia en el Ejército, durante el peronismo, es el de la Fábrica Militar de Aviones que esta-bleció una industria que pronto se irradiaría hacia todo el continente. Fueron diez años de oro yesplendor en los que se concibieron el Pulqui II, el IA 37 y el IA 38, un cuatrimotor carguero de aladelta. Un viejo noticiero en blanco y negro de Sucesos Argentinos todavía permite ver al Pulqui I en elaire: el primer jet argentino es colorado, tiene una escarapela en el fuselaje, su nombre indígenaquiere decir “punta de flecha” y hoy está en el Museo Aeronáutico de Morón, donde a veces lorepasan como para salir a volar, aunque ya sólo lo haga en el celuloide de Sucesos Argentinos.20

Las IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado) pasaron de la fabricaciónde aviones a la de automóviles. La producción automotriz se inicia con el sedán para cuatropasajeros denominado Institec y continuó con un pequeño vehículo utilitario que contaba con

17 Tulio Halperin Donghi, op. cit., p. 31. 18 El IAPI fue muy criticado porque destruyó el negocio de la intermediación que tanto había crecido durante los

gobiernos de la restauración conservadora (Bunge & Born, Dreyfus, La Continental, etc.).19 La nacionalización de los Ferrocarriles fue muy cuestionada por el monto de lo que se pagó y por la forma en

que se realizó.20 Véase <www.virtualcordoba.com.ar>.

del Fraude”.13 La influencia que ejerció este período sobre el Ejército afectó la moral y la opinión delcuerpo de oficiales, “se perfiló la tendencia a subordinar los valores profesionales a los problemaspolíticos, y los temas que antes se creían ajenos a la competencia de los oficiales se convirtieronen cuestiones de discusión cotidianos con efectos perjudiciales que fueron evidentes para el nivelprofesional”.14

Justo quería un ejército apolítico, al servicio, esta vez, de las autoridades legales yconstitucionales: “Un ejército numeroso, bien organizado, dotado con armamentos modernos einstalaciones confortables es a priori profesional, despolitizado y difícilmente conmovible […].Es por esto que la presidencia de Justo está jalonada por medidas apropiadas para asegurar elperfeccionamiento técnico de los cuadros, una mejor organización de las unidades y entrena-miento completo de las tropas”.15

En 1938, con la asunción de la formula Ortiz-Castillo, surgidos del fraude de 1937se agotó el proceso que se pretendió restaurador en la década de 1930. Cuando Castillo, ante laimposibilidad física de Ortiz, se hizo cargo del gobierno, intentó utilizar a las Fuerzas Armadasen su proyecto de permanecer en la presidencia de la República. Allí se ha de generar el caldo decultivo que explica el golpe militar del 4 de junio de 1943. Los militares que encabezaron el golpeno sólo se oponían a tener alguna responsabilidad en una amañada sucesión presidencial, sinoque pensaban en la necesidad de una reconstrucción del proyecto nacional.16

El capítulo que abarca este período está compuesto por los siguientes trabajos:“Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador”, de Norberto Galasso, en elque se investiga acerca de las diversas tendencias ideológicas y los cambios que se adviertenen la historia del Ejército durante el siglo XX, a partir de aceptar que la mayoría de los oficialesprovenían de la clase media, lo que explica por qué en su interior se manifestaron tanto tendenciasconservadoras, como posiciones populares. “La industrialización y la cuestión social: el desarrollodel pensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón”, de Fabián Emilio Alfredo Brown, dacuenta de la manera en la que estos tres hombres surgidos del Ejército entendían la necesidadde industrializar la Argentina, para poder enfrentar la cuestión social. Cuestión que duranteel período se encontraba agudizada por los procesos de migración interna, fundamentalmentehacia el Litoral portuario. “¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de losintereses en el Estado: la Argentina en los años de 1930”, de Ana Virginia Persello, propone unanálisis de las ideas y proyectos generados en el período que tenían por objeto separar la admi-nistración de la política, reglamentar la organización y el funcionamiento de los partidos asícomo reformar el régimen electoral reemplazando el sistema del tercio por la representaciónproporcional. Ideas propias de la democracia liberal, que pretendían superar la perversión que,para los portadores de estas ideas, habían implicado los gobiernos radicales. “Políticas, ideas yel ascenso de Perón”, de Mariano Ben Plotkin, desarrolla la idea de que fueron vanos los esfuerzosde peronistas y antiperonistas, por distintos motivos, de caracterizar al peronismo en sus dosprimeros gobiernos como una ruptura total con la política y la cultura anteriores que habíancaracterizado al país. Perón fue un producto de su tiempo y esto se demuestra en el desarrollode este trabajo a partir de vincular algunas de las dimensiones de la ideología de Perón con elmomento histórico en el que ella se formó.

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El 4 de junio de 1943, un conjunto de oficiales del Ejército tomó el poder sin resis-tencia alguna. Perón, uno de los coroneles de 1943, fue designado como subsecretario de Guerray se hizo cargo del Departamento Nacional del Trabajo, que transformó en Subsecretaría deTrabajo y Previsión y desde allí tejió alianzas con los dirigentes sindicales.

13 Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), tomo V, Buenos Aires, Ariel Historia, 2004.14 Robert A. Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana, 1981, p. 118.15 Alain Rouquié, op. cit., pp. 260-261. 16 Robert Potash, op. cit., pp. 289-340.

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resultaba necesario incrementar las exportaciones tradicionales elevando el ingreso del sectorrural en su conjunto. Asimismo el país requería una modernización de la infraestructura pro-ductiva agraria que incluyera las relaciones laborales; la diversificación e integración de laestructura industrial argentina y, finalmente, la expansión de la explotación de combustibles,sin recurrir al capital extranjero. Sin embargo, este plan generó la resistencia de los sectoresasalariados y de la pequeña industria, que permanecían fieles a Perón, y no complacía a losgrandes sectores exportadores. Éstos constituyeron los límites que habrían de impedir cualquierdespegue de la Argentina y el marco en el que habrían de desarrollarse los hechos políticoscambiantes que caracterizaron el período hasta 1973.

El 13 de noviembre de 1955 asumió la presidencia el general Pedro E. Aramburu, querespondía a los sectores más cerrilmente antiperonistas. Fue intervenido el Partido Peronista,la Confederación General del Trabajo, las federaciones y los sindicatos; al mismo tiempo seprodujo el secuestro del cadáver de Eva Perón. El 9 de junio, ante un intento de asonada sefusilaron y asesinaron a civiles y militares,23 entre ellos el jefe del movimiento, el general JuanJosé Valle. Se dictó el decreto 4.161 que transformó en delito la mención del nombre de Peróny de otras palabras vinculadas a esta extracción política. Se proscribió de la vida pública al con-junto de los dirigentes sindicales que habían actuado con anterioridad a 1955. El objetivo fue elde eliminar la identidad popular peronista y captar a ese conjunto de ciudadanos para la vida deotros partidos políticos democráticos.

La respuesta popular consistió en la organización en la clandestinidad de lo quese conoció como la Resistencia Peronista, liderada inorgánicamente por John W. Cooke,24 quedemostró la ineficacia de la política represiva. Ante estos fracasos, el gobierno decidió volvera la vida política de los partidos y para ello convocó a una Convención Constituyente a fin demodernizar la Constitución de 1853-1860 que se había restituido al derogarse la de 1949. Losperonistas decidieron votar en blanco y constituyeron la fuerza mayoritaria. La ConvenciónConstituyente fracasó, así como también fracasó el intento de normalizar la CGT.

Luego de los fracasos políticos, el gobierno decidió llamar a elecciones presiden-ciales. El 23 de febrero de 1958 fue elegido presidente de la Nación Arturo Frondizi, con elexplícito apoyo del general Perón.

Frondizi era un desarrollista. El “desarrollismo” suponía la necesidad de conciliarpolíticas de expansión industrial a través de una capitalización originada en los recursos externoscon la vigencia de las prácticas electorales e instituciones típicas de la democracia representativa.El gobierno decidió iniciar una política de apertura al capital extranjero en la actividad petro-lera y la inserción de algunas fábricas en líneas elegidas; los contratos petroleros constituyeronel eje del conjunto de su administración.

Los conflictos con los trabajadores y los estudiantes desataron un accionar repre-sivo que debilitó al gobierno, que debió aceptar un plan de estabilización económica y deausteridad que incorporó a Álvaro Alsogaray al gobierno. El plan aumentó tanto la recesióncomo el desempleo y, también, recrudeció el enfrentamiento con los obreros peronistas, lo quecondujo a desempolvar un viejo instrumento represivo: el plan CONINTES, a partir del cual fuerona prisión miles de militantes populares.

Sin embargo, el desarrollo económico, la conflictividad social y la inestabilidadpolítica no fueron enfrentadas desde un unificado frente interno, debido a que los militares,que estaban embarcados en la guerra contrarrevolucionaria25 desconfiaban del accionar delgobierno y lo presionaban permanentemente a través de una fórmula propia de la época: “elplanteo”. Los treinta y dos “planteos” militares le quitaron autonomía al Presidente, pero politi-zaron la Fuerza y a causa de esto favorecieron su fraccionamiento.

A pesar de estos acontecimientos, el gobierno se sometió a una prueba muy impor-tante: el 18 de marzo de 1962 enfrentó electoralmente al peronismo, y resultó derrotado, en

23 Rodolfo Walsh, Operación masacre, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1985.24 Juan D. Perón y John W. Cooke, Correspondencia, Buenos Aires, Papiro, 1972.

una cabina metálica de chapas perfiladas o moldeadas y una caja de madera con capacidadde carga para media tonelada. Había surgido el Rastrojero.21

A principios de la década de 1950 comenzó la decadencia del peronismo, una de lasmás grandes sequías que recuerde la historia argentina complicó las cosechas de 1950-1951 y1951-1952 con lo que se vio afectado el desenvolvimiento normal de la economía, a lo que se debeagregar la impugnación de los militares y la Iglesia a la candidatura de Eva Perón a la vicepresi-dencia de la Nación, un proceso inflacionario que no hacía posible la inversión, y como conse-cuencia de este último la aparición del fantasma de la desocupación y la pérdida del salario real.De esta manera, casi como un símbolo, la muerte de Eva Perón (1952) cierra un ciclo del peronismo.

A partir de 1952 la oposición lograba consolidarse. Las bombas en un acto en laPlaza de Mayo fueron respondidas con la quema del Jockey Club y las sedes de algunos de lospartidos políticos. Parecía que desde allí no había retorno. Luego del enfrentamiento con laIglesia, ésta se sumó decididamente al frente opositor. La quema de las iglesias constituyó elúltimo acto del peronismo y abrió las puertas al golpe de Estado, que fracasó el 16 de junio de1955 en el bombardeo a la Plaza de Mayo a cargo de aviones de la Marina, pero que finalmentetriunfaría el 16 de septiembre de 1955.22

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “Industria, Fuerzas Armadasy peronismo”, de Torcuato Di Tella, en el que el autor plantea el interés que mostraban lasFuerzas Armadas por la industria, al mismo tiempo que los industriales comprendían la impor-tancia de la relación con los militares en tanto éstos son proveedores naturales de los insumosnecesarios, desde el acero hasta el transporte. El análisis del pensamiento industrial a partir dela producción del Instituto de Estudios y Conferencias de la Unión Industrial Argentina cubregran parte de este aporte y refuerza lo antes expuesto. “Defensa Nacional y Fuerzas Armadas.El modelo peronista (1943-1955)”, de Marcelo Saín, parte de la premisa de que a partir de1930 el poder militar se proyectó como uno de los protagonistas centrales del sistema políticoargentino. Según esta perspectiva, el marco conceptual e institucional en el que Perón, desde elgobierno, estructuró su vínculo con las Fuerzas Armadas fue la denominada Doctrina de laDefensa Nacional, basada en dos ejes: por una parte, considerar una visión convencional ylimitada de la guerra, fundamentalmente, el conflicto con los países vecinos; y el de “la Naciónen Armas”. El trabajo de Susana Bianchi, “Hacia 1955: la crisis del peronismo”, da cuenta delas diferentes alternancias de la relación entre el peronismo y el catolicismo oficial; relaciónque oscila entre la Pastoral Colectiva de 1945 donde implícitamente se condenaba a la UniónDemocrática y se apoyaba la candidatura de Perón, hasta el 11 de junio de 1955 cuando la cele-bración de la festividad de Corpus Christi se transformó en una de las más grandes manifes-taciones en contra del gobierno de Perón. “El peronismo político, apuntes para su análisis”,de Carolina Barry, se propone analizar el modo en el que se estructuró el peronismo político ydefinir cuál fue el criterio para marcar y respetar las diferencias entre el Partido Peronista, elPartido Peronista Femenino y la Confederación General del Trabajo.

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El golpe del 16-22 de septiembre de 1955, contó con el apoyo del arco político anti-peronista. En el interior de la fuerza militar se enfrentaron, nuevamente, los sectores naciona-listas-católicos y los sectores liberales. Los primeros impusieron al primer presidente de ese turnomilitar, el general (R) Eduardo Lonardi, quien durante el breve período del gobierno convocóa un hombre de la Restauración Conservadora para que asesorara al gobierno en materia eco-nómica. El Informe Prebisch propuso construir, a largo plazo, una Argentina industrial, máscompleja y diversificada que la que se había heredado del peronismo. Para alcanzar ese objetivo

21 Véase <www.cocheargentino.com.ar>.22 Véase Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, colección

Biblioteca del Pensamiento Argentino (tomo VI), 2001, p. 24.

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conoció la Argentina en la crisis. Se atacó decididamente la inflación mediante la racionalizacióndel Estado, la reducción del déficit y el congelamiento de los salarios;26 asimismo fueron supri-midos los subsidios a las industrias y a ciertas regiones marginales.

En marzo de 1968, la división de los sectores sindicales, en el marco del CongresoNormalizador de la CGT, permitió que surgiera una nueva conducción liderada por el dirigentede los Gráficos: Raimundo Ongaro, quien bautizó a su organización como la CGT de losArgentinos y rápidamente comenzó a editar el periódico CGT.27 Esta organización y su periódicodieron unidad al sinnúmero de protestas obreras, de los sectores medios productivos (por ejemploen Mendoza y en el valle del río Negro) y, al mismo tiempo, las unificaron con los reclamosestudiantiles. El conjunto de este movimiento confluyó en las protestas sociales en Córdoba el29 de mayo de 1969 y fue conocido como el “Cordobazo”. La explosión tuvo tal impacto quemodificó por completo el escenario, renunció Kriegger y Onganía se quedó sin discurso. En elcampo de los movimientos sociales, se mantuvo la agitación en el interior y aparecieron las orga-nizaciones armadas de distinto signo político. Un año después, los “Montoneros” secuestraron ydieron muerte al general Aramburu. Allí concluyó el primer turno presidencial de la dictadura.

En junio de 1970, la Junta de Comandantes designa al general Roberto MarceloLevingston que se “salió de libreto” e intentó encontrar otro camino político, apelando a lo queél llamaba la “generación intermedia”, por fuera de los partidos políticos tradicionales y designóministro de Economía al doctor Aldo Ferrer.

En marzo de 1971, una nueva movilización popular derrocó al segundo presidentede la autodenominada Revolución Argentina. De este modo, la movilización popular caracterizadacomo el “segundo Cordobazo” (el “Viborazo”) puso fin al segundo turno presidencial de la dic-tadura militar.

El 22 de marzo, la Junta reasume el poder y designa presidente al general AlejandroAgustín Lanusse que intentó encontrar una salida política negociada y para ello implementóun programa que se denominó “Gran Acuerdo Nacional”. Los objetivos fueron tres: el repudioa la subversión; el reconocimiento de la inserción de las Fuerzas Armadas en el futuro esquemainstitucional y, particularmente, el acuerdo sobre la candidatura presidencial. Al mismo tiempoque estas negociaciones avanzaban, también crecía en importancia el accionar de las organiza-ciones guerrilleras. Los presos políticos pertenecientes a estas organizaciones planearon la fugade la cárcel de Trelew, que fracasó organizativamente; y la Marina, el 22 de agosto, ejecutó ile-galmente a dieciséis presos políticos alojados en la base Almirante Zar. Allí se agotó la credibi-lidad del gobierno y el proyecto del “Gran Acuerdo Nacional”.

El 17 de noviembre de 1972, Perón retornó al país y acordó28 con los líderes políticosuna salida electoral, transformándose así nuevamente en el gran elector de la vida argentina.El peronismo acordó su fórmula con sus tradicionales aliados y se presentó a las elecciones del11 de marzo de 1973 con la candidatura de Cámpora-Solano Lima, que resultaron elegidos conel 49,5% de los votos.

El gobierno de Cámpora se encontró sometido a la tensión interna propia del movi-miento peronista, que contaba con dos actores principales: la juventud y los sindicalistas. Esatensión creciente, condujo por un lado a la movilización de los sectores populares, la firma delacuerdo entre los empresarios y los trabajadores, y la organización de comandos de extremaderecha para la represión por fuera de la ley en el Ministerio de Bienestar Social que estabaa cargo de José López Rega. Ese enfrentamiento tuvo su punto culminante durante la masivaconcentración en Ezeiza para recibir el retorno definitivo de Perón a la Argentina. Los sectoresde derecha organizaron diferentes emboscadas donde murieron militantes de la Juventud

26 José Luis Romero, op. cit., pp. 178-179.27 Semanario CGT de los Argentinos, fundado por Raimundo Ongaro y Ricardo De Luca, y dirigido por Rodolfo

Walsh. Editado por Página/12 y la Universidad de Quilmes.28 Todas las fuerzas políticas convocadas por Perón se reunieron en el restaurante Nino de Vicente López, provin-

cia de Buenos Aires en la llamada “Asamblea de la Unión Nacional”, a la que también asistieron representan-tes de la CGT y la CGE.

especial en la provincia de Buenos Aires. Un nuevo planteo condujo a Frondizi a decretar la inter-vención federal en las provincias en las que había triunfado el peronismo, pero esto tampocofue suficiente. Los militares lo arrestaron y recluyeron en Martín García el 29 de marzo de 1962.

Mientras los militares que habían arrestado a Frondizi deliberaban acerca del caminoa seguir, el senador por Río Negro, José María Guido a cargo de la presidencia de la Cámarade Senadores (por la renuncia anterior del vicepresidente Alejandro Gómez) se presentó antela Corte Suprema y juró como presidente de la Nación. El nuevo presidente gobernó con loshombres de la Argentina tradicional, este interregno estuvo marcado por la incertidumbre y unnuevo estatuto para los partidos políticos, en el que se volvía a proscribir al peronismo; asi-mismo se produjo el anuncio del cese de las actividades de la CGT.

Pero la incertidumbre se acentuó aun más a partir del enfrentamiento entre lasfacciones del Ejército que la historia recogió como el enfrentamiento entre “azules” y “colorados”,en cuya primera escaramuza, con el triunfo de los azules, fue emitido el comunicado 150 (redac-tado por el periodista Mariano Grondona y el coronel Aguirre) en el que se declaraba pres-cindentes a las Fuerzas Armadas del ejercicio del gobierno, aunque éste podía leerse, clara-mente, como un programa para gobernar. El 2 de abril se desató el enfrentamiento definitivoen el que los azules, al mando del Ejército, terminaron con los colorados y con la Marina.Posteriormente se convocó a elecciones ampliando la proscripción del peronismo.

El 7 de julio de 1963, con una enorme cantidad de votos en blanco, la fórmularadical encabezada por Arturo Illia, derrotó la candidatura del general Aramburu.

El gobierno de Illia se desenvolvió en un marco legal, aunque con escasa legitimidadde origen, lo que limitaba sus posibilidades de acción. En el ámbito económico estableció unalínea, que desde el presente, puede caracterizarse como nacionalista, en tanto fueron adoptdasmedidas tales como la anulación de los contratos petroleros y la modificación accionaria, afavor del país, de la empresa de energía SEGBA, que se había creado durante el gobierno delgeneral Aramburu. Esto le valió a Illia el desagrado de los inversionistas extranjeros, al querápidamente se sumó la Unión Industrial Argentina que se oponía al intervencionismo estatalen la economía, particularmente en la fijación de los precios. Situación que se agravaría con elenvío al Parlamento de la Ley de Medicamentos que los consideraba como “bienes sociales”.

Sin embargo, éste era un gobierno demasiado solitario en el mundo de las rela-ciones políticas. Así, apenas normalizada la CGT, el gobierno se vio obligado a afrontar unPlan de Lucha que inició ésta y que llegó a ocupar más de 11.000 fábricas. El enfrentamientocon el gobierno creció desde el sector de los empresarios que exigían la sanción del estado desitio contra el Plan de Lucha. Comenzaron en ese momento las acusaciones por la lentitud delgobierno, crítica que se estigmatizó con el uso de la imagen de la tortuga.

La aparición de un pequeño grupo guerrillero en el norte argentino fue reprimido(detención, juzgamiento y cárcel) de acuerdo a la legalidad vigente, sin recurrir a prácticas decontrainsurgencia, a partir de lo que se reafirmaban las características más importantes delgobierno. Los dirigentes sindicales peronistas iniciaron el camino del despegue de Perón, parti-cularmente el más destacado de ellos, el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica,Augusto Vandor.

Aunque todos los indicadores de la economía señalaban una muy buena perfor-mance del gobierno, se había iniciado a través de los medios de comunicación una campaña conel fin de quitarle legitimidad. La alianza de los sectores militares azules, los dirigentes sindicalesque respondían a Vandor y los empresarios formaron un solo bloque y el 28 de junio de 1966, lastres Fuerzas Armadas, con el acuerdo explícito de la Iglesia destituyeron al presidente Illia. El lide-razgo recayó en el general Juan Carlos Onganía, quien fue designado presidente de la República.

En marzo de 1967 fue designado ministro de Economía Adalberto Kriegger Vasena,quien anunció uno de los programas más coherentes, desde el pensamiento conservador, que

25 Osiris Villegas, Guerra Revolucionaria Comunista, Buenos Aires, Biblioteca del Círculo Militar Argentino, 1959.

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El llamado Proceso de Reorganización Nacional asumió el poder con el objetivoexpreso de restablecer el orden. Esto implicó, en los hechos, la más brutal represión del con-junto de las organizaciones populares. Restablecer el orden, para el gobierno de los militares,consistió en eliminar físicamente todas las barreras que el pueblo había construido en defensade los intereses nacionales. La represión fue ejecutada sin ninguna legalidad; no hubo detenidos,jueces, ni procesos. Existió la prisión, la tortura y la muerte decidida por los propios represores.

Se implementó un infernal círculo de secuestro-tortura-delación-ejecución clan-destina o cooptación como fuerza propia en la más absoluta clandestinidad, que dio pie alsurgimiento de lugares de concentración y campos de tortura como la ESMA, El Vesubio, La Perla,Campo de Mayo y muchos otros.

Una vez que se hubo forzado el silencio, se puso de manifiesto el otro objetivode la dictadura: la transformación de la estructura económica, según la visión neoliberal queencabezaba el ministro de Economía, don José Alfredo Martínez de Hoz. Dicho de manera muyesquemática, el sentido de la transformación residía en la posibilidad de pasar de una Argentinaindustrial, con todos sus problemas, a una Argentina dominada por el capital financiero. A mediadosde 1977 se puso en marcha la reforma que consistió: “básicamente, en una rápida liberalizaciónde las tasas de interés bancarias y en una gradual, pero firme, eliminación de las restricciones almovimiento de capitales con el exterior”,30 que se habría de completar en 1980. Detrás de esteproceso se encontraba el objetivo de terminar con el subsidio de los empresarios ineficientes porparte de los ahorristas, vía la regulación estatal, para, así, desarrollar un auténtico mercado decapitales.

A mediados de 1978, la Marina y su comandante, Eduardo E. Massera, comenzarona presionar con lo que en el período se denominó el “cuarto hombre”. En el fondo consistía enterminar con la excepcionalidad y a partir de ello que el comandante del Ejército, fuera tam-bién el presidente. Esto se sorteó, luego de muchos cabildeos, con el retiro de Jorge Videla delEjército, su designación como presidente y Roberto Viola como comandante del Ejército, esteúltimo era hombre de buen diálogo con sindicalistas y políticos. Luego del chauvinismo delMundial de Fútbol y el conato de guerra con Chile por el Canal del Beagle, resultaron vanos losintentos de vestir de nacional y popular a la dictadura.

A principios de 1979 apareció “la tablita”31 que se complementaba con la aperturagradual del comercio. Esto ocurría en el marco de una gran dispersión salarial desde un “piso”administrado por el Estado. Los grandes empresarios seguían oponiéndose a este manejo dela economía y pedían volver a las propuestas de 1976: recesión y ajuste del gasto público. Alpersistir el proceso inflacionario, el Ministerio de Economía apresuró las rebajas arancelariasdejando sin protección a la industria argentina; a partir de lo cual se produjo su gran quiebre,aunque debido a que la protección comenzó a darse en forma de tomar posiciones en monedaextranjera, se sucede una muy rápida subida de las tasas de interés, lo que habría de concluir enla crisis financiera y la caída de los bancos.

El 24 de marzo de 1981, asumió como presidente el general Roberto Viola, que habíapasado a retiro en su Fuerza de la que ya era comandante el general Leopoldo Fortunato Galtieri.La situación económica y financiera se encontraba en una crisis que se agudizaba casi a diario, ynada de lo que hizo el gobierno sirvió para calmar el mercado financiero. Las estampidas y corridasprovocadas por el atesoramiento de la moneda extranjera resultaban imposibles de contener através de la devaluación.32

30 Marcos Novaro y Vicente Palermo, La dictadura militar 1976-1983. Del golpe de Estado a la restauracióndemocrática, Buenos Aires, Paidós, colección Historia argentina (tomo 9), 2003, p. 220.

31 Establecía por ocho meses la variación futura del tipo de cambio a tasas decrecientes.32 En medio de estas crisis, Sigaut pronunció un apotegma que ha quedado entre los grandes bloopers de la his-

toria argentina, “el que apuesta al dólar pierde”.

Peronista e impidieron que Perón hablara al pueblo. Allí se inició el camino que conduciría ala renuncia de Cámpora y al enfrentamiento de la Juventud con Perón.

Es a partir de ese momento que comienza a actuar la Triple A, organización deextrema derecha preparada para la represión ilegal, y que luego del triunfo de Perón habría deprovocar algunos resonantes atentados mortales como el del diputado Rodolfo Ortega Peña oel intelectual Silvio Frondizi.

Después de la renuncia de Cámpora es prácticamente plebiscitada la fórmula Perón-Perón. Con Perón en el gobierno se producen una serie de atentados de las organizacionesarmadas a los cuarteles (Comando Sanidad en Buenos Aires, Formosa, Azul, Monte Chingolo) quedesataron una represión a cargo del conjunto de las Fuerzas Armadas.

Muerto el general Perón, durante el gobierno de su viuda, María Estela Martínez dePerón, se agrava la crisis institucional y económica. En relación con esta última, el punto más ele-vado consistió en el severo plan de austeridad que decide implementar su ministro de Economía,Celestino Rodrigo, resistido por los trabajadores organizados que habían logrado un importanteaumento de salarios, y a partir del cual se desató un proceso inflacionario de magnitudes desco-nocidas en la Argentina (el “Rodrigazo”). Desde allí comenzó a tomar forma definitiva el golpede Estado, apoyado por la Iglesia, los sectores dominantes de la sociedad e importantes sectorespolíticos.

Los hombres de las Fuerzas Armadas estaban muy influenciados por: “Los generalesy coroneles franceses que no sólo enseñaron una técnica (la división del territorio en zonas y áreas),la tortura como método de obtención de inteligencia, el asesinato clandestino para no dejar huellas,la reeducación de algunos prisioneros para utilizarlos como agentes propios. También propa-garon el sustento dogmático de esa forma de guerra que llamaban moderna y el ambiguo con-cepto de subversión, entendido como todo aquello que se opone al plan de Dios sobre la tierra”.29

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “Las Fuerzas Armadas en misiónimposible: un orden político sin Perón”, de María Matilde Ollier, se trata de un trabajo que des-cribe el período a partir de dos ejes fundamentales: uno se organiza en torno a la presenciaconcreta de los hombres de las Fuerzas Armadas en el gobierno de la República –con o sin con-senso popular–, no sólo para gobernarla sino también para derrotar el enemigo interno. Elotro eje que atraviesa el período, según afirma la autora, se refiere el descreimiento de las poten-cialidades de la democracia y de la política en tanto procedimientos, cuya consecuencia másimportante consistió en que las elites construyeron sus alianzas en un terreno sin ley. “La intro-ducción de la Doctrina de la Seguridad Nacional en el Ejército Argentino”, de Ernesto López, estu-dia la influencia francesa, que, según las precisiones historiográficas, estuvo presente en la filiaciónde la Doctrina de la Seguridad Nacional; el autor se atreve a afirmar que dicha influencia ya seencontraba presente desde 1955 en el intento de “desperonizar” al Ejército. “La sociabilizaciónbásica de los oficiales del Ejército en el período 1955-1976”, de Luis Eduardo Tibiletti, intentabrindar una perspectiva acerca de la formación que los oficiales del Ejército recibieron en elColegio Militar de la Nación especialmente en dos direcciones: la que se relaciona con el aspectoideológico-político y la que ayuda o dificulta la relación entre el Ejército y la sociedad endemocracia. “Ilegitimidad democrática y violencia”, de José Pablo Feinmann, en cuya exposiciónel autor se sostiene en la hipótesis de que entre 1955 y 1973 no existió la democracia en laArgentina. Existió la ilegalidad, el sofocamiento y la falta de libertad. De este modo, durantedicho período la Argentina no logró constituirse legalmente, debido a la insistencia en la margi-nación de la fuerza mayoritaria del país y del líder de esa fuerza; movimientos que potencianla consideración acerca de ese líder hasta transformarlo en un objeto maldito. Luego examina eltema de la contrainsurgencia y la escuela francesa; para concluir, en un interesante intercambiode preguntas, realizando algunas anotaciones sobre la violencia.

29 Horacio Verbitsky, “Una proeza periodística”, en Marie-Monique Robin, Escuadrones de la Muerte, BuenosAires, Sudamericana, 2005, pp. 7-8.

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En cuanto al comportamiento de las tropas, es de destacar que los soldados, en muchoscasos con muy poca instrucción, demostraron una notable abnegación, se cubrieron de gloriaenfrentando a una de las mejores unidades del mundo. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en elámbito de la oficialidad, donde si bien hubo una participación valerosa de numerosos jóvenesoficiales, también existieron muchos otros que se inclinaban en mayor medida a impartir san-ciones a la tropa propia que ejemplos para sus subordinados. La consecuencia de la derrota militarfue la renuncia de Galtieri y el desprecio popular que ahora exigía la retirada de los militares. Elgeneral Reinaldo Bignone se puso al frente del gobierno, sin el consentimiento de la Marinay la Aeronáutica, para conducir la transición. La de 1982-1983 no fue una transición arrancadapor luchas y movilizaciones populares contra la dictadura, como había sido la de 1973, se tra-taba esencialmente del resultado de la crisis interna del régimen. Fue una implosión del régimenmilitar que se había iniciado en 1976 y que concluyó en Malvinas. Ante la transición surgierondos posiciones, por un lado, la de los viejos caudillos que no comprendieron que la relaciónentre lo civil y lo militar se había modificado a partir de Malvinas y por lo tanto esperaban negociaruna salida electoral; y por el otro lado, la de una parte de la Democracia Cristiana, del PartidoIntransigente, cuyo liderazgo absoluto asumió Alfonsín, posición que comprendía que la relaciónse había fracturado y que en el centro de la escena se encontraba la cuestión de los derechoshumanos. Por lo tanto había que pelear y no negociar. Bignone, un hábil negociador, fijó rápida-mente la fecha de elecciones y con eso apaciguó el frente interno. Al mismo tiempo que lospartidos se preparaban para las elecciones (selección de candidatos, estrategias, etc.) el gobiernointentó salvar la grave situación económica. El primer tema a resolver consistía en el de la deudaprivada externa, ya que los organismos bilaterales de crédito exigían a los países más que a losdeudores. En primer lugar se procuró una reactivación inmediata vía la fijación de tasas deinterés; las tasas comenzaron siendo negativas en alrededor del 20% mensual y aunque luego semoderaron, permanecieron siempre por debajo de la inflación hasta 1983. Éste fue el meca-nismo para “licuar” rápidamente el endeudamiento de los particulares y las empresas, pero conuna particularidad que no tuvo equivalencias en el tratamiento de las acreencias contra el Estadoen manos de los grupos económicos. El endeudamiento externo se resolvió de manera aunmás drástica a través de un seguro de cambio, que no se actualizaba al ritmo de la devaluación,con lo que las empresas descargaron en el Estado sus pasivos.34 Se había cumplido con los orga-nismos internacionales y a través de ellos con el sistema financiero internacional. A partir deallí, las cifras del pago de la deuda externa constituyeron una “pesada carga” para todos losgobiernos hasta el presente. En lo inmediato el pago de los intereses de esa deuda subió del8% del PBI al 40% de los ingresos públicos. Con un correlativo aumento del déficit público.Desde aquí y hasta fines de los años ochenta “la patria financiera” habría de configurarse comoel enemigo de los políticos.

La campaña electoral seguía su rumbo. Alfonsín, siendo aún precandidato, hizo públicauna denuncia que haría carrera política: “el pacto militar-sindical” que con espíritu corporativose transformaba en el obstáculo a vencer para llegar a un sistema democrático. Desde allí, los radi-cales reforzarían la idea de que era necesario democratizar la vida de los sindicatos.

Alfonsín, ya como candidato y luego de haber derrotado masivamente a los viejosbalbinistas representados por Fernando de la Rúa, puso en el centro de la escena la cuestión delos derechos humanos y con ese fin le dio identidad a una fórmula para considerarlos, distin-guiendo en el marco de la dictadura entre quienes habían impartido las órdenes y quienes las habíancumplido;35 pensando quizás, en reducir los juicios por las violaciones de éstos sólo a los altos mandos.

Por su parte, en el peronismo ninguno de los precandidatos (Robledo, Saadi, Menem)tuvo la fuerza suficiente para imponerse sobre los otros. Con lo que el gran elector fue el movi-miento sindical y, en particular, Lorenzo Miguel, el secretario general de Metalúrgicos, que en el

35 La llamada “doctrina de los tres niveles de responsabilidad”.

En noviembre Viola pide licencia por enfermedad y ocupa provisoriamente la presi-dencia el general Liendo. Éste le encargó a Domingo Felipe Cavallo, que para entonces ocupabauna de las subsecretarías del Ministerio del Interior, un conjunto de normas de reactivacióneconómica. El experimento fracasó, sin embargo, de este modo, Cavallo comenzó su camino enla historia que lo tendría como hombre fuerte de la economía del país y como protagonista en lanacionalización de la deuda externa, la convertibilidad y el “corralito”, causa principal del estallidode 2001.

Prohibido el campo de la política, por la dictadura, se hacía necesario politizar la vidacotidiana. En ella se ponía en juego la misma subsistencia del ciudadano y la esperanza de la des-trucción del autoritarismo. El ejemplo más singular fue el de los organismos de derechos humanos,en particular, las Madres de Plaza de Mayo, cuya práctica hizo –en la Argentina contemporánea –de un problema moral, un problema social y político. Allí tomó cuerpo la lucha resistente queobligó a los dirigentes políticos, mayoritariamente nucleados en la Multipartidaria, y a los diri-gentes sindicales a asumir activamente el camino de la oposición, que había permanecido silen-ciada hasta 1980.33

El 22 de diciembre de 1981 asumió la presidencia el comandante en jefe del Ejército:Leopoldo Fortunato Galtieri.

Galtieri se identificaba con la posibilidad de volver a 1976. Es decir, clausurar cualquieratisbo de salida político-partidaria. A comienzos de 1982 resultaba claro que buscaba impulsarel desarrollo de un movimiento propio (Movimiento de Opinión Nacional) para enfrentar a laMultipartidaria.

Galtieri había llegado al gobierno en el momento en el que el sistema capitalista, anivel mundial, se estaba reorganizando, decretando el fin del flujo fácil de capitales y ocasionandoque los acreedores persiguieran el cobro de las deudas. Éstos presionaron, a través de los orga-nismos multilaterales de crédito, para la sanción de las políticas de ajuste que les permitieran cobrarlos intereses de su deuda.

Mientras tanto, el movimiento obrero dividido impulsó una concentración el 30 demarzo en la Plaza de Mayo.

El movimiento fue duramente reprimido y la mayoría de los dirigentes convocantesfueron encarcelados. En concreto, el gobierno de Galtieri se enfrentaba a la oposición de laMultipartidaria, de los dirigentes sindicales, de los sectores industriales, de los sectores financierosnacionales y particularmente de los organismos de derechos humanos. Su continuidad políticaparecía difícil; y en esta situación se encuentra el fundamento por el que el régimen se embarcóen la aventura militar para recuperar las islas Malvinas.

El 2 de abril de 1982, las tropas argentinas desembarcaron en las islas Malvinas y lasocuparon militarmente. La respuesta de Gran Bretaña fue la menos esperada por el régimen,primero lo derrotó diplomáticamente en el marco de la Naciones Unidas e inmediatamente orga-nizó una importante fuerza naval y la dirigió hacia el Atlántico Sur. Estados Unidos, que hasta el2 de abril permanecía neutral ante la guerra, decide apoyar técnica y militarmente a su principalaliado de la OTAN. Ante este panorama la Junta en conjunto con su canciller Nicanor Costa Méndezdecidieron “fugar hacia delante” y enfrentaron la guerra. Esta decisión contó con una impor-tante adhesión popular. La relación de fuerzas pareció cada vez más desfavorable para los argen-tinos; finalmente en junio, luego de la rendición de las tropas argentinas, la guerra terminó conel triunfo de las fuerzas británicas.

La Guerra de Malvinas fue el primer conflicto entre dos naciones del mundo occidentalluego de la Segunda Guerra Mundial, protagonizado por una potencia mundial contra una naciónlatinoamericana que había pretendido disputarle uno de sus últimos enclaves coloniales.

33 Oscar Moreno, “Apuntes para una nueva forma de hacer política”, en Oscar Oszlak (comp.), “Proceso, crisis ytransición democrática/2”, Buenos Aires, CEAL, 1984, pp. 29-43.

34 M. Novaro y V. Palermo, op. cit., p. 527.

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Congreso Partidario ungió la fórmula Luder-Bittel; y apoyando luego la candidatura de HerminioIglesias para gobernador de la provincia de Buenos Aires.

El 30 de octubre el doctor Raúl R. Alfonsín fue elegido presidente contando con el 52%de los votos.

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “El nuevo funcionamiento dela economía a partir de la dictadura militar (1976-1982)”, de Eduardo Basualdo, trabajo que tienecomo propósito realizar un somero análisis de la vinculación que mantienen la política econó-mica y algunas de las transformaciones estructurales más relevantes que se desplegaron en elperíodo. Como allí se advierte, no se trata de hacer un recuento detallado de ambos aspectos dela relación, sino de analizar el modo en el que sus contenidos más generales se vincularon con elpatrón de acumulación de capital que rigió hasta el año 2001. “El Proceso, último eslabón de unsistema de poder antidemocrático en la Argentina del siglo XX”, de Fabián Bosoer, propone unadescripción de la incidencia que tuvieron las relaciones cívico-militares en el interior de la elite delpoder y en la política exterior argentina. Asimismo pretende plantear la relevancia que tuvo undeterminado sistema de creencias fraguado en la socialización cívico-militar y su influencia enel modo de hacer política de la dirigencia. “Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,una relación impuesta”, de Horacio Verbitsky, en cuya primera parte de la presentación se ocupade la relación entre los organismos de derechos humanos y las Fuerzas Armadas, que fueraimpuesta por el secuestro, por parte del personal militar, de miles de jóvenes que reaparecieroncon vida. La segunda parte está destinada a explicar el surgimiento del Partido Militar a partirde la incapacidad de los sectores económicos y sociales dominantes argentinos de transformar suhegemonía y su prestigio social en poder político por medios democráticos. “La Guerra de Malvinas”,de Martín Balza, se trata de un trabajo en el que el autor efectúa un desarrollo del conjunto de losaspectos que rodearon a la guerra, partiendo de una afirmación que aquí se transcribe: “Las Malvinasson incuestionablemente argentinas desde el punto de vista histórico, geográfico y jurídico, laforma de recuperarlas es el diálogo entre las dos partes. La guerra no es una obra de Dios”.

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La Revolución de Mayo como mito de orígenes de la Nación Argentina

Uno de los pocos motivos de consenso que persisten en una sociedad tan dividida como la argentina esla consideración de la Revolución de Mayo como un hecho fundacional de la nación. Se trata en ese sentido de unasuerte de mito de orígenes en el que para muchos estaría cifrado el sentido de toda nuestra historia nacional. Deese modo resulta inevitable que las miradas dirigidas hacia el proceso revolucionario se encuentren condicionadaspor las diversas concepciones acerca de la nación argentina que se fueron forjando a lo largo de su breve historia.

El tramo más reconocible y significativo de esta historia de las representaciones sobre la naciónargentina es el que se inicia entre fines del siglo XIX y principios del XX. Recordemos que en esas pocas décadascobró forma lo que algunos autores dieron en llamar la “Argentina moderna” que surgió como resultado de laconjugación de diversos procesos como la consolidación del Estado nacional, el desarrollo de una economía capi-talista plenamente integrada al mercado mundial y la inmigración masiva a partir de la cual se forjó una nuevasociedad. Fue precisamente durante esos vertiginosos años cuando comenzó a cobrar mayor predicamento la ideaesbozada en la obra historiográfica de Bartolomé Mitre según la cual la Revolución de Mayo debía considerarsecomo el momento de alumbramiento o toma de conciencia de la nacionalidad argentina que, al igual que su terri-torio y su destino de grandeza, habrían comenzado a delinearse durante el período colonial.1 Así, y a diferencia porejemplo de Alberdi o de Sarmiento para quienes la nación argentina constituía un proyecto cuya orientación sólopodía provenir del futuro, Mitre sostenía que su rumbo ya había sido configurado en ese pasado, razón por lacual se hacía necesario elaborar un relato histórico que fuera capaz de desentrañarlo.

Esta forma de pensar a la nación argentina a través del prisma ideado por el historicismo románticotuvo y aún tiene una gran importancia. Pero no sólo por su capacidad para dotar de una identidad nacional a laspoblaciones heterogéneas, sino también porque dicha perspectiva permitió legitimar al Estado nacional argentinoque entonces se encontraba en vías de consolidación. Cabe destacar que esta legitimidad proviene del principiode las nacionalidades que, surgido en Europa durante la década de 1830, se caracteriza por aunar una idea étnicao cultural y una política de nación. Este principio se basa en la suposición de que existen pueblos reconocibles por poseerdeterminados rasgos distintivos y un territorio que le están predestinados o que les corresponde por razones históricas.

1 Esta interpretación, si bien fue esbozada en algunos textos anteriores, recién aparece desplegada en la tercera edición de su Historiade Belgrano y de la Independencia Argentina publicada en 1876-1877. Al respecto puede consultarse Fabio Wasserman, Entre Clio yla Polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata (1830-1860), Buenos Aires, Teseo, 2008, cap. XII.

1810-1860 LA INDEPENDENCIA

Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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CAPÍTULO

FABIO WASSERMANINSTITUTO RAVIGNANIUBA-CONICET

Roux, Guillermo. San Martín Guerrero, 2008. Carbón y pastel, 115 x 84 cm.

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en más, y ante el desconocimiento mutuo de las Juntas y de las autoridades virreinales que mantuvieron su fide-lidad a los gobiernos metropolitanos, la crisis de la monarquía devino en una compleja y extensa guerra civildurante la cual se fueron erigiendo nuevas unidades políticas que no respetaban necesariamente la traza de lasdivisiones administrativas coloniales.

La soberanía de los pueblos y la creación de una nueva nación

Los protagonistas de este proceso en el territorio rioplatense no fueron la nación o la nacionalidadargentina, sino los pueblos que se consideraban soberanos o depositarios de la soberanía ante la ausencia delmonarca legítimo. Cabe señalar en ese sentido que en la tradición hispánica se reconocía como “pueblos” a lascomunidades políticas que tenían un gobierno propio y una relación de sujeción con el monarca como podían serlas ciudades, provincias o reinos. En el virreinato rioplatense estos pueblos eran las ciudades pero entendidas notanto como un asentamiento humano o un ejido urbano, sino más bien como un cuerpo político con autoridad propiaque en este caso eran los Cabildos.

Ahora bien, que los pueblos se consideraran como sujetos soberanos no implicaba en modo algunoque no existiera un concepto político de nación o que éste careciera de importancia. De hecho, los criollos nacidosen el virreinato rioplatense, al igual que el resto de los americanos, se consideraban miembros de una nación: lanación española que estaba integrada por la totalidad de los reinos, provincias y pueblos que le debían obedienciaa la Corona. Sin embargo, el enfrentamiento entre los gobiernos americanos y los representantes de las autoridadesespañolas en América, derivó rápidamente en una lucha contra la metrópoli durante la cual comenzó a invocarseel derecho a constituir nuevas naciones.

Este deslizamiento fue posible porque el concepto político de nación tenía entonces otro sentido queel actual, pues hacía referencia a las poblaciones regidas por un mismo gobierno o unas mismas leyes sin que estoimplicara necesariamente ninguna forma de homogeneidad étnica o de identidad cultural, religiosa, lingüísticao histórica. Dicho de otro modo: la nación como cuerpo político no dependía ni se fundamentaba en la existenciade una población con rasgos en común ni en la posesión de un territorio delimitado de antemano tal como losostiene el principio de las nacionalidades. Además, y en el marco de los procesos revolucionarios que estabansacudiendo al mundo desde fines del siglo XVIII, se había ido difundiendo la idea de que la nación era una aso-ciación que debía constituirse por la voluntad de sus miembros que eran los verdaderos soberanos y no los monarcas.Y era en virtud de esta concepción que los pueblos rioplatenses podían dejar de pertenecer a la nación españolade la que se consideraban colonias, para pasar a constituir una nueva nación o, tal como ocurriría en el caso delvirreinato rioplatense, cuatro naciones: Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Esto permite entender por quénumerosos historiadores prefieren referirse al Río de la Plata y no a la Argentina durante la primera mitad del sigloXIX, procurando así evitar el anacronismo que implica considerar a esa nación como una entidad preexistente ala Revolución o que heredó sin solución de continuidad el virreinato. De hecho si hay un rasgo que caracteriza alperíodo posrevolucionario es la indeterminación con respecto a qué pueblos debían organizarse políticamentecomo nación, cuestión que no se resolvió hasta la segunda mitad de ese siglo.

Pero no sólo no era claro qué pueblos se iban a asociar entre sí para constituirse como naciones, sinoque también estaba en discusión de qué modo lo harían. En ese sentido es posible distinguir dos tendencias aunquelas propuestas concretas solían combinar elementos de una y otra: la de quienes promovían la creación de unanación indivisible de carácter abstracto y compuesta por individuos, y la de quienes consideraban que debía con-formarse a partir de un acuerdo entre los pueblos soberanos. Ambas concepciones animaron respectivamente laspropuestas unitaria y confederal, aunque debe tenerse presente que no eran formulaciones puras pues, por ejemplo,los unitarios también consideraban que la retroversión de la soberanía había sido a los pueblos, pero que éstoshabían decidido constituirse como una nación en 1810 o en 1816.

La nación no era entonces un sujeto ya constituido, sino que más bien podría considerarse como unhorizonte al que se aspiraba a llegar a través de la sanción de una Constitución que debía dar cierre al procesorevolucionario a partir de institucionalizar la libertad y la independencia proclamadas entre 1810 y 1816. Pero entorno a ese punto de llegada había agudas diferencias ideológicas y de intereses que dieron lugar a una extensadisputa en la que se puso en juego no sólo su delimitación espacial (qué pueblos y territorios debían integrardicha Constitución), sino también social (qué sectores la componían, cuáles estaban excluidos, cómo se concebíanlas relaciones sociales) y política (qué derechos y obligaciones tenían sus miembros, cómo se los concebía y se losrepresentaba).

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

FABIO WASSERMAN - Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

Cada uno de estos pueblos constituiría así una nacionalidad que, como tal, tiene derecho a erigir un Estado nacionalsoberano para que la represente políticamente. Desde este punto de vista que rigió y aún suele regir nuestra com-prensión del presente y del pasado, la Revolución de Mayo sólo podía ser una expresión de la nacionalidad argen-tina que procuraba emanciparse del dominio colonial para poder constituirse en una nación soberana.

En verdad, esta interpretación terminó de consagrarse alrededor de 1910 en el marco de las discusionesacerca de la nación y la identidad nacional que se suscitaron durante los festejos por el Centenario. Su éxito sepuede apreciar en su rápida difusión y en su perduración que la convirtieron en una suerte de sentido común dela sociedad argentina, pero también en su capacidad para admitir los más variados contenidos y orientaciones sinque mayormente se pusiera en cuestión su asociación con el origen de la nación. Aunque por ese mismo motivo yano podía haber consenso en la caracterización de la Revolución y en la de sus protagonistas, temas en torno a loscuales se entablaron a lo largo del siglo XX numerosas polémicas históricas que eran también políticas e ideoló-gicas pues estaban teñidas por las diferentes ideas acerca de la nación que tenía cada sector o autor. De ahí queestas disputas tendieran a organizarse en torno a polos antagónicos que obligaban a tomar partido por uno u otro:Saavedra o Moreno; Buenos Aires o el interior; movimiento popular o elitista; origen civil o militar; influencia delpensamiento ilustrado francés o de la neoescolástica española.

Ahora bien, desde hace algunos años los historiadores comenzaron a plantear que la nación es una cons-trucción reciente y no un sujeto que atraviesa toda la historia, la expresión de una esencia atemporal o una entidadpredestinada a constituirse como tal. Este cambio de perspectiva coincidió con la necesidad de revisar la ideatransmitida durante generaciones según la cual la Revolución de Mayo había sido la expresión de la nacionalidadargentina oprimida o de algún agente histórico capaz de representarla (ya sea la elite criolla, la burguesía por-tuaria, el pueblo, un sistema de ideas o valores, etc.). Es que esa nacionalidad no sólo era entonces inexistente sino que,así planteada, también era inconcebible. De ese modo, como veremos a continuación, también se puso en cuestiónla relación de causalidad entre nación y revolución, procurándose dar además otro tipo de explicaciones sobre las causasde esta última y de los conflictos que le siguieron.

La Revolución en el marco de la crisis de la monarquía

Este cambio de enfoque preside buena parte de los estudios recientes sobre el proceso revolucionario.En efecto, la trama que le dio origen tiende a explicarse en el marco de una progresiva crisis económica y políticaque estaba jaqueando a la monarquía española, la cual se fue potenciando por su poca afortunada participaciónen los conflictos entre Francia e Inglaterra a comienzos del siglo XIX. Esta creciente debilidad se hizo evidente enel Río de la Plata cuando las autoridades coloniales se mostraron impotentes para defender sus dominios durantelas invasiones inglesas de 1806-1807. Sin embargo, es bueno advertirlo, eran muy pocos los que entonces pusieronen duda la legitimidad del dominio español o, al menos, la pertenencia de América a la Corona.

Esta crisis, que se había ido agudizando en forma acelerada a partir de 1805 con la derrota de laArmada Española en Trafalgar, se hizo irreversible a partir de 1808 como consecuencia de la acefalía provocada porlas Abdicaciones de Bayona que, promovidas por Napoleón Bonaparte, derivaron en el desplazamiento del trono delos Borbones y en la coronación de su hermano José. Este cambio de dinastía, si bien fue aceptado por algunasautoridades, concitó un fuerte rechazo a ambos lados del Atlántico. En España se produjeron levantamientos popu-lares como reacción a la presencia de las tropas francesas, mientras que el estado de acefalía tuvo como consecuenciaque en los reinos y provincias de la península se erigieran Juntas de gobierno basadas en la doctrina de la retro-versión de la soberanía a los pueblos. Aunque con dificultad, estas Juntas lograron ponerse de acuerdo y crearonuna Junta Central que se puso al frente del gobierno. En América también se crearon algunas Juntas con diversasuerte (México y Montevideo en 1808; Chuquisaca y La Paz en 1809), pero en general se mantuvieron las estructurasde gobierno colonial, se juró lealtad a Fernando VII que permanecía cautivo y se reconoció a la Junta Central como órganolegítimo de gobierno que, además, había hecho una convocatoria a las Cortes en la que los pueblos americanos tendríanuna representación minoritaria.

Este estado de cosas se modificó en 1810 cuando comenzaron a llegar a América las noticias sobre elarrollador avance de Napoleón en España, la disolución de la Junta Central y la creación en su reemplazo de unConsejo de Regencia. En varias ciudades americanas se desconoció el Consejo y se proclamó que, ante la ausenciade toda autoridad legítima, la soberanía debía ser reasumida por los pueblos, promoviéndose en consecuencia lacreación de Juntas para que gobernaran en nombre de Fernando VII, tal como sucedió en Buenos Aires durantela Semana de Mayo que culminó con la elección de la que pasó a la historia con el nombre de Primera Junta. De ahí

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¿Cuándo se ha formado la nación señores? ¿Cuándo se constituyó? ¿Cuándo se aceptó la constitución?¿Cuándo se puso en práctica? Sin estos antecedentes la nación no existe, porque es suponer existenteun ser antes de los atributos constitutivos; es suponer existente una asociación antes de estar aseguradaslas condiciones en que se ha de fundar.2

Para que existiera una nación, argüía Gorriti, los representantes de las provincias debían sancionaruna constitución, vale decir, formar un pacto acordando en forma voluntaria y explícita las reglas que regiríansus relaciones. Es por ello que a pesar de la inminencia de la guerra estimaba que la creación de un EjércitoNacional era inconducente pues primero debía constituirse la nación. En ese sentido le parecía un error formarun ejército pues si las provincias no se constituían no se sabría a qué nación pertenecería y, por lo tanto, de dóndesaldrían sus fondos, a quién habría de obedecer, etc. Esta intervención generó una polémica que se prolongó enla sesión siguiente y en la cual intervinieron varios diputados señalando que la nación existía aunque no estuvieradel todo constituida. Como prueba citaban el Acta de la Independencia, se referían al propio Congreso, a la voluntadde los pueblos y de los ciudadanos, o a los acuerdos firmados con otras naciones. Algunos alegaban que se habíaconstituido en 1810 y otros en 1816. En lo que aquí interesa, y más allá de estas diferencias, todos acordaban en elorigen pactado de la nación como cuerpo político, mientras que en ningún caso se concebía que pudiera tratarsede una entidad preexistente a la propia Revolución.

El Congreso siguió avanzando en esa misma línea y al año siguiente decidió crear el Poder EjecutivoNacional que encomendó a Bernardino Rivadavia, a la vez que dictó una Constitución unitaria cuya aprobaciónpuso a consideración de las provincias. Fue entonces cuando se advirtieron los límites de esta presunción sobre laexistencia de una voluntad nacional ya constituida, pues éstas y otras resoluciones similares provocaron un fuerterechazo por parte de numerosas dirigencias provinciales. Pero no sólo en el interior: los sectores dominantes deBuenos Aires impugnaron la nacionalización de su aduana y su puerto y la división de la provincia para erigir a laciudad como capital de la nación. De ese modo, y en el marco de una aguda crisis potenciada por la torpe nego-ciación llevada a cabo con el Brasil, se produjo la disolución de las autoridades nacionales. Esto tuvo como con-secuencia el recrudecimiento de las luchas políticas y militares entre las facciones conocidas desde entonces comounitarios y federales de las que salieron triunfantes estos últimos a comienzos de la década de 1830.

La Confederación Argentina: 1830-1852

Este desenlace afianzó aun más a las soberanías provinciales como ámbito de institucionalización delpoder, sin que esto implicara en modo alguno su aislamiento. Por un lado, porque las elites locales siguieron man-teniendo fuertes vínculos entre sí. Por el otro, porque la mayor parte de las provincias tenían serias dificultadespolíticas y económicas para poder sostener una autonomía plena. Esta tensión entre el mantenimiento del statussoberano y la necesidad de crear una instancia mayor que las contuviera se expresó en la organización de unaConfederación. Este nuevo orden tuvo como base el Pacto Federal firmado por los gobiernos litorales en 1831, alque durante los años siguientes se fueron adhiriendo las otras provincias, ya sea por convicción, interés o impo-sición, pues la Confederación fue progresivamente hegemonizada por Buenos Aires y por la facción federal rosista.

Si bien durante esos años no desapareció del horizonte la posibilidad de erigir una soberanía nacional,existía consenso en el reconocimiento de las soberanías provinciales y en el hecho de que un acuerdo entre ellasconstituía el punto de partida ineludible a la hora de elaborar cualquier proyecto de organización, incluso en elcaso de aquellos que quisieran apelar al entonces novedoso principio de las nacionalidades como los jóvenesrománticos de la Generación del 37. De ese modo, y si se deja de lado el Estado unitario que para ese entoncesera considerado de forma casi unánime como inviable, este reconocimiento podía implicar diversas alternativas:a) mantener el status soberano en forma indefinida y, en caso de que fuera necesario, celebrar pactos o acuerdosespecíficos, ya fueran bilaterales o multilaterales (solución adoptada durante gran parte de la década de 1820);b) unirse mediante un pacto en una Confederación que reuniera a algunas o todas, delegando atribuciones soberanascomo las Relaciones Exteriores en un Ejecutivo Provincial (solución adoptada en las décadas de 1830 y 1840);

2 Emilio Ravignani (ed.), Asambleas Constituyentes Argentinas, tomo I, Buenos Aires, Peuser, 1937, p. 1.313. En ésta y en todas las citasse modernizó la ortografía.

Como veremos a continuación, buena parte de los conflictos que desgarraron a los pueblos del Platadurante la primera mitad del siglo XIX y que nosotros reconocemos en nuestra historia nacional como guerrasciviles o conflictos entre unitarios y federales, estuvieron vinculados de un modo u otro con esta disputa.

De la Revolución a la Confederación: los poderes políticos entre 1810 y 1830

Durante la década revolucionaria algunos sectores procuraron centralizar el poder, entre otras razones,para poder desarrollar con éxito la Guerra de Independencia. Dicho propósito entró en contradicción con las preten-siones soberanas de los pueblos que a veces podían expresar tendencias confederales como el artiguismo. Sinembargo, en otras ocasiones sólo se trataba de la búsqueda de una mayor autonomía que, incluso, podía darse através de una relación más estrecha con el gobierno central. Éste es el caso, por ejemplo, de las ciudades subal-ternas que procuraban librarse de su sujeción a las ciudades capitales como Jujuy en relación con Salta, o Mendozaen relación con Córdoba.

El fracaso de la Constitución centralista de 1819 y la derrota y disolución en 1820 del poder centralencarnado en el Directorio, marcaron el fin de esta etapa en la que se hizo evidente la dificultad para erigir unorden político que desconociera la soberanía de los pueblos. Sin embargo, la situación se había modificado pueslas ciudades ya no conformaban esos sujetos soberanos sino que a partir de ese momento, éstos fueron consti-tuidos por las provincias. Cabe advertir que estas provincias eran entidades por entero novedosas que surgieronde un doble proceso: por un lado, la desintegración de las antiguas provincias-intendencias y, por el otro, la incor-poración de las campañas a la representación política que hasta entonces se había circunscrito a las ciudades. Sila desintegración de las intendencias se debió a que se trataban de estructuras administrativas que no lograbanexpresar verdaderas unidades políticas, sociales y económicas, la incorporación del mundo rural a la representa-ción política fue consecuencia de la importancia que este espacio había ido adquiriendo en el marco de los pro-cesos de movilización social desatados por las guerras de independencia y las civiles. Ahora bien, este proceso de“provincialización” no puede comprenderse solamente a la luz del accionar de los caudillos que erigieron supoder apelando a la coerción, el carisma o el clientelismo, sino que se produjo en un marco de institucionalizacióndel poder político que en muchos casos había antecedido el ascenso de estas figuras a los primeros planos de lavida pública. Este proceso de institucionalización se fue afianzando en la década de 1820 cuando las provinciasestablecieron sistemas republicanos representativos y procuraron constituirse en Estados al asumir atribucionessoberanas que eran reconocidas en los pactos que celebraban entre sí.

Ahora bien, esto no implicó en modo alguno que desapareciera del horizonte la posibilidad de cons-tituir una nación, aunque su alcance no era un objetivo predeterminado sino un motivo de constantes debates ydisputas. Estos conflictos tenían como protagonistas a las provincias, razón por la cual los proyectos de organizaciónnacional no podían soslayar el reconocimiento de su carácter soberano, tal como quedó expresado en la LeyFundamental dictada por un Congreso Nacional a principios de 1825.

Para entender mejor esta cuestión, y las concepciones acerca de la nación que expresaban los hombresde esa época, resulta útil repasar algunos de los numerosos debates suscitados durante los tres años que duró elCongreso. Entre ellos me detendré brevemente en el que se entabló en mayo de 1825 con motivo de la creaciónde un Ejército Nacional ante la inminente guerra con el Imperio de Brasil por la Banda Oriental que había sidoincorporada a la misma como Provincia Cisplatina.

El debate comenzó en la sesión número treinta y uno del 3 de mayo, cuando la comisión que había exa-minado el proyecto presentó una propuesta que acordaba con la formación de un ejército de poco más de seis milsoldados. Entre otras modificaciones incorporadas por la comisión como por ejemplo la de fijar un límite de cuatro añospara los enganchados, se sugería que los oficiales superiores fueran elegidos por el Ejecutivo Nacional para asegurarla unidad y la dependencia de la autoridad central, pero que los que tuvieran un rango igual o menor al de TenienteCoronel debían serlo por las provincias pues en caso contrario éstas difícilmente aceptarían aportar contingentes.

Más allá de la tensión entre los poderes locales y el poder central en construcción que procuraba sersubsanada mediante este tipo de transacciones, durante el tratamiento de la ley también se puso en discusión lapropia existencia de la nación. Al presentar el proyecto, el clérigo porteño Julián Segundo de Agüero planteóretóricamente que no podía existir una nación sin un Ejército Nacional. Esto fue rebatido por otro clérigo, el salteñoJuan Ignacio Gorriti, quien se permitió invertir su planteo al señalar que lo que no puede existir es un EjércitoNacional sin una nación. Es que si bien Gorriti compartía con Agüero la aspiración de crear un Estado unitario,entendía que hasta que no se diera ese paso no podría hablarse con propiedad de la existencia de una nación:

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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El Estado federal y el Estado de Buenos Aires: 1852-1862

La derrota del régimen rosista a comienzos de 1852 sentó nuevas condiciones para la organizaciónde los pueblos del Plata. En ese marco la cuestión nacional se ubicó en el centro del debate público pues si biensiguieron teniendo una gran importancia los sentimientos e intereses locales, se hizo cada vez más patente lanecesidad de constituir un orden político e institucional capaz de contener a todas las provincias. Las discusionesse centraron por tanto en la forma en la que debía constituirse la nación y en su relación con los poderes locales.

Pero contra lo esperado y deseado por muchos que preferían culpar a Rosas por no haber permitidoun avance en la organización nacional, ese desenlace no fue inmediato. En efecto, el triunfo en febrero de 1852de las fuerzas dirigidas por el entrerriano Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros dio lugar pocas semanasmás tarde a un acuerdo entre las dirigencias provinciales que se agruparon bajo su liderazgo y dieron forma a unEstado federal que se institucionalizó en 1853 con la sanción de una Constitución y la creación de autoridadesnacionales. Esta resolución fue resistida por la dirigencia de Buenos Aires que no quería resignar el control de laAduana y el Puerto. Más aun, la provincia no sólo logró mantener su soberanía y su autonomía, sino que tambiénse dictó una Constitución en 1854.

Las relaciones entre ambos Estados fueron tensas, con momentos de acercamiento y otros de enfren-tamiento como la batalla de Cepeda, en 1859, en la que triunfaron las armas nacionales. Este resultado motivóque al año siguiente se reformara la Constitución en una Convención de la que también participó Buenos Aires.Tras su aprobación, Bartolomé Mitre, que entonces ejercía la gobernación de la provincia, hizo explícito el vínculoque a su juicio unía ese momento con el pasado revolucionario:

Hoy recién, después de medio siglo de afanes y de luchas, de lágrimas y de sangre, vamos a cumplirel testamento de nuestros padres, ejecutando su última voluntad en el hecho de constituir la nacio-nalidad argentina, bajo el imperio de los principios.8

Los conflictos sin embargo no se acallaron, y en septiembre de 1861 Buenos Aires logró imponerseen la batalla de Pavón frente a un adversario debilitado por diferencias internas y dificultades económicas, porlo que meses más tarde el propio Mitre pudo asumir la presidencia de la nación unificada.

Claro que la historia no acabó ahí, pues aún debieron pasar varios años para que pudiera constituirseun sistema de instituciones nacionales cuyo poder fuera incontestable en todo el territorio. En efecto, los enfren-tamientos en torno a la organización nacional y al lugar de los poderes provinciales se prolongaron al menoshasta 1880 cuando se produjo la consolidación del Estado nacional que, no casualmente, suele simbolizarse conla derrota sufrida por las fuerzas de Buenos Aires a manos del Ejército Nacional que se había fortalecido duranteesas dos décadas.

Una vez consolidado el Estado nacional pudo imponerse una concepción de la Nación Argentinacomo único sujeto soberano. Sujeto al que los historiadores (pero no sólo ellos) comenzaron a dotar de un pasadocada vez más lejano y, por tanto, preexistente al proceso revolucionario que sería considerado de ahí en adelantecomo ese momento fundacional en el que la nacionalidad cobró conciencia de sí para sacudir el yugo colonial.

La Revolución de Mayo se constituyó así en el mito de orígenes de la Nación Argentina y, por lo tanto,en motivo de recurrente disputa acerca de su sentido, alcances y proyección tal como sigue sucediendo hoy díaen vísperas de la conmemoración de su Bicentenario.

8 Ricardo Levene (ed.), Lecturas históricas argentinas, tomo 2, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1978, p. 322.

c) realizar esa unión con Estados que no pertenecían a la Confederación como el Uruguay, el Paraguay o Bolivia(alternativas esbozadas en numerosas ocasiones); d) constituir un Estado federal que reconociera a la vez la sobe-ranía de las provincias y la soberanía nacional con preeminencia de esta última (solución que se terminaría impo-niendo jurídicamente tras la sanción de la Constitución de 1853 y políticamente tras la derrota de Buenos Airesen 1880 que permitió la definitiva consolidación del Estado nacional).

Lo notable es que estas opciones no fueron patrimonio de ningún sector, pues era habitual que más alláde su pertenencia facciosa, ideológica o regional, los políticos y publicistas esgrimieran diversas posiciones según cuálesfueran las circunstancias en las que estuvieran actuando. Es por ello que en muchas ocasiones las calificaciones deunitario o federal, si bien no son arbitrarias, dificultan la comprensión de los conflictos y de los intereses en juego.

Consideremos a modo de ejemplo los cambios de posición entre Buenos Aires y algunas provinciascomo Corrientes, cuyos voceros se alternaban en argüir la primacía de la Nación sobre cualquier poder provinciala fin de poder defender mejor sus intereses. Esa necesidad permitió, por ejemplo, que a principios de la décadade 1830 el líder correntino Pedro Ferré fuera el primero en enunciar en la región un programa de organizaciónnacional que en cierto modo estaba emparentado con el principio de las nacionalidades aunque no le diera esenombre, cuando se trataba también de uno de los mayores adalides de la defensa de las soberanías provinciales.3En su reverso, la dirigencia porteña podía argüir, como lo hizo entonces a través del publicista Pedro de Angelis, que

La soberanía de las provincias es absoluta, y no tiene más límites que los que quieren prescribirle susmismos habitantes. Así es que el primer paso para reunirse en cuerpo nacional debe ser tan libre yespontáneo como lo sería para Francia el adherirse a la alianza de Inglaterra.4

Y, sin embargo, pocos años después ese mismo gobierno y sus publicistas podían negarle no sólo alas provincias sino también al Paraguay toda pretensión soberana al alegar que formaban parte de la ConfederaciónArgentina.

Esta inconstancia, si bien resulta fácil de comprender cuando se atiende a las circunstancias políticas,no puede considerarse como una mera actitud cínica. En tal sentido resultan reveladoras algunas posiciones esgri-midas por el político y publicista unitario Florencio Varela en su exilio montevideano desde las páginas de ElComercio del Plata, donde llegó a defender o a tolerar alternativas muy disímiles en relación a lo que hacía a laorganización que debían tener las provincias rioplatenses. Así, y ante la posibilidad planteada en 1846 de que seformara un nuevo Estado que agrupara a Corrientes y Entre Ríos –y, potencialmente al Uruguay y el Paraguay–,sostuvo que aunque esa resolución no lo satisfacía ya que consideraba más conveniente luchar por el libre comer-cio y la libre navegación en el seno de la comunidad argentina, no podía hacerle objeciones de principio ya quelas provincias eran soberanas y podían hacer ese tipo de pactos si les convenía.5 Pocos meses más tarde retomóeste razonamiento pactista, aunque modificó su contenido al sostener que las provincias “forman una asociaciónque ha pactado constituirse en nación independiente pero que todavía no se ha constituido”.6 Casi un año mástarde profundizaba aun más esta idea de nación al señalar que “en nada pensamos menos que en dividir las pro-vincias, en desmembrar la nacionalidad argentina, representación en América de tantas glorias militares, civilesy administrativas”.7

Estas oscilaciones deben entenderse no sólo como expresión de una modalidad que hacía del pacto entreentidades soberanas el fundamento de la constitución de los poderes políticos, sino también a la luz del enfrenta-miento con el régimen rosista, objetivo que para sus opositores opacaba toda otra consideración. De ese modo lasposturas en relación a la posible organización de las provincias podían ir modificándose al compás de las alianzasque se sucedían en el afán por derrotar a Rosas. Pero no es eso lo que aquí interesa sino su consideración como pro-puestas válidas, capaces de ser enunciadas, argumentadas y defendidas públicamente, ya que formaban parte delhorizonte de posibilidades en lo que se refería al ordenamiento político, territorial e institucional de la región.

3 Un análisis del programa de Ferré en José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ariel Historia, 1997, pp. 231-246.

4 El Lucero, Nº 843, Buenos Aires, 17 de agosto de 1832. 5 Comercio del Plata, Nº 207, Montevideo, 20 de junio de 1846.6 Comercio del Plata, Nº 361, Montevideo, 23 de diciembre de 1846. El destacado pertenece al original.7 Comercio del Plata, Nº 592, Montevideo, 8 de octubre de 1847.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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BIBLIOGRAFÍA

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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En 1821 el liberal español Miguel Cabrera de Nevares presentaba ante las Cortes una memoria afavor del rápido reconocimiento de una “independencia concedida” a las colonias. Cabrera acababa de pasar dosaños en Buenos Aires y de su experiencia porteña extraía algunas conclusiones. Me interesa recuperar una de ellas:

acá todos son guerreros, todos han nacido con diversas ideas, todos saben pelear, todos se escenden enel odio contra los españoles, odio que es mucho mas encarnizado que el que tenían entonces contra losingleses. Hay una generación enteramente nueva: los niños que entonces tenían diez años, en el díamandan regimientos y divisiones.1

Lo que Cabrera estaba describiendo era la masiva militarización de la sociedad y cómo ella signabala experiencia política de toda una generación. Registraba, así, una de sus dimensiones que ya analizó HalperinDonghi hace tiempo: la “carrera de la revolución” había constituido una elite política basada en su autoridadmilitar. Su ubicación en el escenario social era compleja en la medida que mientras se separaba de los sectoressociales dominantes que estaban sufriendo profundos de-sequilibrios establecía nuevos lazos sociales con los sec-tores sociales ampliamente movilizados, conformando un triángulo por demás inestable.2

Pero esa nueva dirigencia era sólo una de las dimensiones de la militarización. Otra, era la extremapolitización de los sectores sociales populares que no habría de anularse cuando la dirigencia revolucionaria pro-clamó el fin de la Revolución sino que se iba a acrecentar y profundizar hasta imprimirle a la lucha política rio-platense una ineludible marca plebeya.3 Una y otra serían incomprensibles sin atender a una tercera dimensión:la militarización revolucionaria multiplicó las ya heterogéneas formaciones armadas con que contaba la colonia

1 Miguel Cabrera de Nevares, Memoria sobre el estado actual de las Américas y medios de pacificarlas, escrita de orden del Excmo. Sr.D. Ramón López Pelegrín, Secretario del Despacho y de la Gobernación de Ultramar y presentada a S.M. y a las Cortes extraordina-rias por el Ciudadano Miguel Cabrera de Nevares, Madrid, Imprenta de don José del Collado, 1821, pp. 201-202.

2 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972; y“Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”, en Tulio Halperin Donghi (comp.), El ocaso del orden colonial enHispanoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 1978, pp. 121-157.

3 Un panorama actualizado de esta decisiva cuestión en Raúl O. Fradkin (comp.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para unahistoria popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008; y en Raúl O. Fradkin yJorge Gelman (comps.), Desafíos al Orden. Política y sociedades rurales durante la Revolución de Independencia, Rosario, ProhistoriaEdiciones, 2008.

Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el

Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

RAÚL O. FRADKINUNLU / UBA

1810-1860 LA INDEPENDENCIA

Y LA ORGANIZACION NACIONAL

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CAPÍTULO

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9 Un análisis detallado en Raúl O. Fradkin, “Tradiciones coloniales y naturaleza de las fuerzas beligerantes en el litoral rioplatense durantelas guerras de la revolución”, ponencia al II Encontro da Rede Internacional Marc Bloch de Etudos Comparados em História, Porto Alegre,22 al 24 de octubre de 2008.

10 No se dispone para Montevideo de datos tan precisos como los que existen en relación con el ejército limeño para el cual se ha cal-culado que entre 1810 y 1825 había nacido en América el 35% de los oficiales veteranos y el 80% de los milicianos, mientras quetenía ese origen entre el 70% y el 90% de la tropa. Debe tenerse en cuenta que en ese ejército tuvieron un papel descollante las miliciasindígenas comandadas por sus propios jefes, al punto que el general Pezuela se quejaba de que entre sus soldados “raro era el quesabía hablar castellano” (Julio M. Luqui-Lagleyze, “Por el Rey, la Fe y la Patria”. El ejército realista del Perú en la independencia sudame-ricana, 1810-1825, Madrid, Adalid, 2006, pp. 48-49).

11 Juan Marchena Fernández, “¿Obedientes al rey y desleales a sus ideas? Los liberales españoles ante la ‘reconquista’ de América, 1814-1820”,en Juan Marchena Fernández y Manuel Chust (eds.), Por la fuerza de las armas…, op. cit., pp. 143-220.

12 “Estado de la Fuerza Militar que existía en la plaza de Montevideo” (1814), en “Colección de los documentos oficiales relativos a laocupación de la plaza de Montevideo en 23 de junio de 1814”, en Andrés Lamas, Colección de Memorias y Documentos para la historiay la geografía de los pueblos del Río de la Plata, tomo I, Comercio del Plata, 1849, p. 108.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

RAÚL O. FRADKIN - Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera

mitad del siglo XIX

así como sus tradiciones militares y milicianas. Intentaremos aquí analizar sus impactos y significados y lo haremostratando de cotejar la experiencia porteña con las que vivieron las sociedades del Litoral rioplatense. Dada lacomplejidad del tema, las que siguen son sólo unas notas introductorias.

Legados coloniales

Para esta evaluación se impone una breve consideración inicial: ¿hasta qué punto la militarizaciónera exclusivamente el resultado del ciclo revolucionario abierto por las invasiones inglesas?

Como es sabido, la organización de la defensa de las colonias se había mantenido sin alteracionessustanciales entre fines del siglo XVI y mediados del XVIII cuando la Corona adoptó una nueva concepción queincluía, entre otros aspectos, la dotación de regimientos regulares y el “arreglo” de las milicias. Fue por entoncesque tomó forma el Ejército Imperial en América, un ejército de Antiguo Régimen atravesado por pautas corpo-rativas y estamentales que limitaban su profesionalización y que terminó por estar compuesto de una tropa reclutadamayoritariamente en las colonias y por una oficialidad que, excepto a niveles del generalato, tenía mayoritaria-mente ese origen.4 En el esquema de defensa que se diseñó, los cuerpos veteranos debían encargarse de la defensade algunos puntos precisos y las milicias de las ciudades, las fronteras con los indios, el orden interno y servir defuerzas auxiliares. Por ello, la mayor parte de las fuerzas veteranas eran de infantería y la caballería casi comple-tamente miliciana.

Ahora bien, la “Ordenanza de su Majestad para el regimiento, disciplina, subordinación y servicio desus ejércitos” de 1768 –un cuerpo normativo que orientó la vida militar hispanoamericana hasta bien avanzadoel siglo XIX– contemplaba la existencia junto a los cuerpos veteranos permanentes y de refuerzo de dos tipos demilicias: las nuevas –llamadas “milicias provinciales”, “disciplinadas” o “regladas”– y las antiguas, generalmentedenominadas “urbanas”. Ese sistema de milicias –la piedra angular del nuevo orden que los Borbones pretendíaninstaurar–5 buscaba transformar las antiguas milicias sostenidas y comandadas localmente en una estructuramejor entrenada, que prestara servicio en espacios mucho más amplios que la defensa de la propia localidad y quequedara subordinada a los mandos militares veteranos. Sin embargo, los resultados fueron muy dispares y, paralas autoridades militares imperiales, desalentadores.6

¿Hasta qué punto estos rasgos dan cuenta de la experiencia rioplatense?7 Por lo pronto, no puedeobviarse que el gasto fiscal con fines militares fue un componente central de la prosperidad de Buenos Aires.8 Deeste modo, la ciudad tuvo una importante presencia de fuerzas veteranas que en la década de 1760 llegaron asuperar los 4.600 efectivos para una ciudad que apenas rondaba los 24.000 habitantes. Sin embargo, esa dotaciónno se mantuvo y para 1781 todo el virreinato contaba con sólo 2.500 veteranos permanentes. Además su distri-bución era muy desigual: en la capital se encontraba el 13,6%; en Charcas, momentáneamente, el 12,3%; y en lacosta patagónica un 6,8%; en cambio, en Montevideo estaba acantonado el 38,4% y si sumamos todas las fuerzasveteranas en el territorio oriental (en Colonia y Maldonado, principalmente) llegamos al 66,3%. Es decir, que lamayor parte del virreinato carecía de tropas veteranas, en Buenos Aires su número había decrecido sustancial-mente y la mayor parte se encontraban en la Banda Oriental, particularmente en Montevideo. A ello deben agre-garse las enormes dificultades para cubrir sus plazas, tanto que para 1802 cuando debía haber 4.300 efectivossólo estaban cubiertas 2.500. Pero, además, en esta estimación se incluyen los Blandengues de la Frontera queconstituían el 41% de los veteranos realmente existentes. Esos Blandengues eran un cuerpo de origen milicianotransformado en veterano en 1784 aunque de modo muy limitado: generalmente carecían de armas de fuego,se solventaban con recursos locales y se reclutaban entre la “gente del país” obligada a vestirse por su cuenta ya montar en caballos propios.

4 Juan F. Marchena, “Sin temor de Rey ni de Dios. Violencia, corrupción y crisis de autoridad en la Cartagena colonial”, en Juan F.Marchena y Allan Kuethe (eds.), Soldados del Rey. El Ejército Borbónico en América Colonial en vísperas de la Independencia,Castellón, Ed. Universitat Jaume I, pp. 31-100.

5 Manuel Chust y Juan F. Marchena, “De milicianos de la Monarquía a guardianes de la Nación”, en Manuel Chust y Juan F. Marchena(eds.), Las armas de la Nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850), Madrid, Iberoamericana, 2008, pp. 7-14.

6 Allan Kuethe, “Las milicias disciplinadas en América”, en Juan Marchena Fernández y Allan Kuethe (eds.), Soldados del Rey..., op. cit.,pp. 101-126; y “Las milicias disciplinadas ¿fracaso o éxito?”, en Juan Ortíz Escamilla (coord.), Fuerzas militares en Iberoamérica, siglosXVIII y XIX, México, El Colegio de México/El Colegio de Michoacán/Universidad Veracruzana, 2005, pp. 19-26.

7 El estudio más completo sigue siendo Juan Beverina, El Virreinato de las Provincias del Río de la Plata. Su Organización Militar, BuenosAires, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, 1992.

8 Lyman Johnson, "Los efectos de los gastos militares en Buenos Aires colonial", en HISLA, Nº IX, 1987, pp. 41-57.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

No extraña, por lo tanto, que la defensa frente a las invasiones inglesas hubiera de descansar en lasmilicias. Pero, ¿cómo eran estas milicias? Se trataba de un conjunto extremadamente heterogéneo que incluíamilicias “disciplinadas”, “urbanas”, “compañías sueltas” de caballería, unidades de pardos y mulatos libres y miliciasindígenas. De este modo, la reforma miliciana borbónica aunque cobró nuevo impulso con el reglamento de1801, no abarcó ni a todas las milicias ni a todo el virreinato y estaba en sus comienzos cuando todo el orden polí-tico y militar regional se vio bruscamente alterado en 1806. Para entonces, el número de milicianos creció expo-nencialmente, pero ese crecimiento se operó siguiendo el modelo de las milicias “urbanas”.

En síntesis, a fines de la colonia las fuerzas veteranas eran decrecientes, escasas, mal equipadas, desigual-mente distribuidas y en la práctica su única caballería eran los Blandengues. Mientras tanto, el “arreglo” de lasmilicias fue incompleto, no logró uniformarlas ni subordinarlas pero no por ello dejaban de tener un peso decisivoen las estructuras locales de poder.9

Las guerras de la revolución y la militarización

Estas condiciones prefiguraron las características de las fuerzas que confrontaron a partir de 1810 enel espacio rioplatense. Pero, para comprender mejor su naturaleza, es preciso despojarse –al menos– de dos imágenesconvencionales. Por un lado, aquella que describe el enfrentamiento entre realistas y revolucionarios como unaconfrontación entre un ejército europeo profesional y un ejército americano formado de voluntarios. Por otro,aquella que describe la confrontación entra las fuerzas de Buenos Aires y el artiguismo como un enfrentamientoentre nuevos ejércitos profesionales y porteños contra un conglomerado de fuerzas irregulares. Ambas convencionesestereotipan y simplifican un proceso que fue extremadamente más complejo.

Tres premisas orientan nuestro argumento: 1) los ejércitos se formaron a partir de las estructuras ytradiciones preexistentes y expresaron sus variaciones regionales; 2) si se toma en cuenta la composición social delas tropas puede observarse que las guerras de la revolución no fueron tanto una confrontación entre europeosy americanos sino una guerra civil10 y que las tropas de Buenos Aires tuvieron una alta proporción de efectivosreclutados en otras jurisdicciones; 3) la revolución trajo consigo una guerra mucho más larga y cruenta de lo quepodía imaginarse en un comienzo y a través de ella adquirió sus características: esa guerra destruyó recursos yerosionó jerarquías sociales pero también ayudó a forjar identidades, solidaridades y mecanismos de movilización.En este sentido, fue una experiencia social y política de masas de máxima intensidad y amplitud.

Las fuerzas realistas de Montevideo estaban compuestas por la reducida dotación de veteranos, una partede los Blandengues y los cuerpos milicianos de la ciudad y alrededores. Para organizar la resistencia su gobiernoapeló al reclutamiento forzoso de hombres libres y de esclavos y multiplicó las milicias, entre ellas los cuerpos“emigrados” refugiados en la ciudad que provenían de las áreas rurales y eran comandados por sus propios jefes.Esa situación no fue completamente transformada por los contingentes de refuerzo enviados desde la penínsulaque llegaron con su capacidad muy menguada por las deserciones y sublevaciones.11 De este modo, al momentode su capitulación en 1814, Montevideo contaba con 5.340 efectivos: 3.154 veteranos y 2.186 milicianos.12

En Buenos Aires la revolución se nutrió principalmente de las milicias que emergieron de las invasio-nes inglesas y que eran cuerpos de naturaleza híbrida construidos sobre el modelo de las milicias urbanas perode servicio permanente, remuneración continua, goce del fuero y sin subordinación alguna a las fuerzas veteranas.

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16 Raúl O. Fradkin y Silvia Ratto, “Conflictividades superpuestas. La frontera entre Buenos Aires y Santa Fe en la década de 1810”, enBoletín Americanista, N° 58, 2008, pp. 273-293.

17 Raúl O. Fradkin y Silvia Ratto, “Territorios en disputa. Liderazgos locales en la frontera entre Buenos Aires y Santa Fe (1815-1820)”,en Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman (comps.), Desafíos al Orden…, op. cit., pp. 37-60. Ana Frega, “Caudillos y montoneras en la revo-lución radical artiguista", en Andes. Antropología e Historia, Nº 13, 2002, pp. 75-112.

18 Belgrano a Álvarez Thomas, Rosario, 5 de abril de 1816; y Belgrano a José de San Martín, Tucumán, 26 de septiembre de 1817, enEpistolario belgraniano, Buenos Aires, Taurus, 2001, pp. 291 y 336-337.

13 Raúl O. Fradkin (comp.), El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del estado en el Buenos Aires rural, 1780-1830,Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007, pp. 99-128.

14 El mejor análisis al respecto: Gabriel Di Meglio, ¡Viva el Bajo Pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revoluciónde Mayo y el Rosismo, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2006.

15 Pocos autores han hecho hincapié en esta decisiva cuestión. Con lucidez, recientemente ha llamado la atención Mariano JoséAramburo, Buenos Aires ciudad en armas. Las milicias porteñas entre 1801 y 1823, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras,Universidad de Buenos Aires, 2008.

A partir de ellas, la revolución intentó forjar nuevos ejércitos veteranos apelando a una matriz borbónica e intro-duciendo algunas de las novedades que suministraba el modelo napoleónico.

El intento parece haber sido incompleto pero impregnó la visión de la oficialidad revolucionaria y suautoconciencia. Esa oficialidad, surgida de la convergencia de jefes de milicias, líderes políticos, algunos oficialesde los ejércitos del Rey y otros extranjeros, terminó por concebirse a sí misma como el núcleo dirigente de la sociedady al Ejército como la base de sustentación del nuevo Estado. Pero, a su vez, la formación de esos ejércitos –quesuponía una movilización varias veces superior a las efectuadas en la época colonial– afectó decididamente a lasplebes urbanas y a los sectores populares rurales. Un dato lo muestra: a fines de la colonia la infantería veteranano superaba los 2.500 efectivos, a fines de 1811 la revolucionaria pasaba los 5.000 y para 1817 superaba los13.000. ¿Cuánto pesaba este esfuerzo sobre los habitantes de Buenos Aires? No es fácil calcularlo pero debe con-siderarse que en 1815 la jurisdicción tenía 6.600 efectivos de línea (4.650 de Infantería, 900 de Artillería y 1.100de Caballería), unos 4.000 milicianos en la ciudad y sus arrabales y, al menos, unos 1.000 milicianos activos en lacampaña, aunque podían movilizarse otros 4.000. Es decir, alrededor de 11.000 hombres movilizados en su territoriocuando la población era de 92.000 habitantes, un 12% aproximadamente.

Ese masivo reclutamiento se realizó siguiendo las prácticas coloniales aunque legitimado por unnuevo discurso político y con una extensión tal que afectó el cumplimiento de las normas tradicionales. Así, alenganche voluntario se sumó inmediatamente el contingente compulsivo que afectaba sobre todo a los sectorespopulares rurales fijándose cuotas de reclutas y destinando al “servicio de las armas” a los infractores de las leyes.En tales condiciones, la creciente necesidad de reclutas convirtió a las autoridades revolucionarias en muy depen-dientes de la colaboración efectiva de las autoridades locales y puso en tensión sus relaciones mientras amplifi-caba los contenidos asignados a la figura de la vagancia.13 Pero había una novedad mayor: el reclutamiento deesclavos adquirió tal envergadura que erosionó el régimen de esclavitud. A su vez, se apeló a la utilización de losprisioneros de guerra como reclutas y a la sustracción de milicianos –particularmente los libertos– para completarlas plazas veteranas faltantes.14

En tales condiciones, diversas tensiones atravesaban a los nuevos ejércitos y una en particular: la resis-tencia de los milicianos a convertirse en veteranos. Y no podía haber sido de otro modo pues la población teníabien en claro las diferencias que debía haber entre una y otra forma de organización militar así como sus respectivasconnotaciones sociales.

Sin embargo, la transformación de las milicias en cuerpos veteranos no fue el único desafío puestoque la dirigencia revolucionaria tuvo que embarcarse simultáneamente en una masiva ampliación de las miliciasy consagrar el principio del alistamiento general. Y ello profundizó la necesidad de contar con la cooperación delas autoridades locales.

Por lo tanto, la militarización revolucionaria no puede ser considerada simplemente como la transfor-mación de los cuerpos milicianos en ejércitos de veteranos sino que incluyó como un capítulo central la ampliacióny la multiplicación de las milicias. Para ello esa dirigencia apeló al modelo borbónico y a partir de 1817 las “miliciasdisciplinadas” se denominaron “nacionales” mientras que las “urbanas” pasaron a llamarse “cívicas”. ¿Qué las dis-tinguía? Para las milicias “nacionales” se mantuvo en vigencia el reglamento de 1801, gozaban de sueldo y fuero,se buscaba que estuvieran comandadas por una plana mayor veterana y que tuvieran como “comandantes natos”a los intendentes y sus subdelegados. En cambio, las “milicias cívicas”, no gozaban de sueldo ni de fuero, prestabanun servicio de defensa local y debían estar al mando de los cabildos. Las contradicciones entre ambos sistemas semanifestaban en una cuestión central: los integrantes de las milicias “nacionales” eran considerados “soldadosdel Estado” y debían acudir “al auxilio y reposición de los ejércitos de línea” mientras que las “milicias cívicas” debíanactuar sólo “dentro del recinto” de las ciudades, las villas y los pueblos.15

De esta manera, los primeros ejércitos revolucionarios constituían un aglomerado inestable y hetero-géneo, estructurado a partir de un reducido núcleo veterano y de milicias locales, que reproducían en su interior

las tramas sociales que hacían posible el reclutamiento y la conformación de sus jefaturas intermedias. En esascondiciones, sus relaciones con el ampliado servicio miliciano tendían a ser tensas y conflictivas. Y, en especial, lofueron los ejércitos de Buenos Aires en el Litoral. Esta situación contradictoria puede advertirse con claridad através de un ejemplo: el Ejército de Observación sobre Santa Fe. Este ejército llegó a tener más de 3.000 hombresy estuvo integrado por un núcleo de veteranos entre los cuales se destacaban los regimientos de infantería com-puestos mayoritariamente por “negros”, una buena parte de las milicias bonaerenses de caballería y unidadesmilicianas de “emigrados” de Rosario, Coronda y Paraná estructurados en cuerpos separados y dotados de suspropios jefes.16 Era algo bien distinto de un ejército regular y porteño y evidencia las limitaciones que tuvo la for-mación de un ejército “profesional”. Los sucesos acaecidos a partir de 1819 habrían de demostrarlo: el ejército–al igual que el del norte– se desintegró siguiendo los patrones regionales de reclutamiento y jefaturas intermediasque conformaban su entramado subyacente.

El dilema de la dirigencia revolucionaria residía en que mientras tenía cada vez más al ejército regu-lar como base de sustentación no podía sino multiplicar las fuerzas milicianas y depender de su colaboración. Lasconsecuencias se hicieron notar de inmediato: la dependencia de la influencia política local, la necesidad de“negociar” tanto las condiciones y los momentos del servicio como la obtención de “auxilios”, la extensión delfuero que reforzaba el papel de los jefes, su reticencia a emprender campañas ofensivas, etc. Lo que se ponía demanifiesto era que las tradiciones milicianas expresaban una tensión intrínseca: forjadas en torno a la defensa decada comunidad territorial, las milicias permitían movilizar lazos y recursos, sustentar jefaturas y liderazgos loca-les y eran muy eficaces para una guerra defensiva. Pero, en cambio, eran refractarias a los requerimientos de laguerra ofensiva en escenarios alejados que respondían más a las necesidades del Estado que a las de las comuni-dades y que, por lo tanto, suponían un desplazamiento de recursos y una subordinación a las jefaturas superio-res. En tales condiciones, las milicias servirían de apoyatura a la formación de nuevos liderazgos locales y en eseproceso podían dar lugar a situaciones bien diferentes: en muchas ocasiones se convertían en una suerte de espe-jo militarizado de los entramados y las jerarquías sociales locales; en otras, resultaban del quiebre de esas jerar-quías y permitían el ascenso a posiciones de mando de sujetos provenientes de estratos más bajos.17 En cualquiercaso, la tensión con los jefes del Ejército fue creciente. Así lo reconocía Manuel Belgrano cuando en abril de 1816advertía “la oposición que existe entre soldados y paisanos acerca de esta guerra” y cuando al año siguiente seña-laba que “los anarquistas han conseguido cimentar la idea de que no hay necesidad de Ejército para destruir alos enemigos”.18 El “anarquismo”, el término preferido por la dirigencia directorial para calificar las tendenciasfederalistas, no era sólo una oposición a una forma de gobierno sino también a esos ejércitos y al estilo de mandode su oficialidad por parte de comunidades territoriales que encontraron en las tradiciones milicianas una orien-tación y un sustento para legitimar sus reclamos.

¿Qué puede mostrarnos el análisis de las fuerzas “anarquistas”? La insurgencia oriental extrajo elnúcleo de su fuerza armada de los Blandengues y de las milicias rurales, sobre todo de las “compañías sueltas”que si no fueron directamente su sustento organizativo la dotaron de un formato al que apelar. Sin embargo,intentó también forjar un ejército. En ese intento un lugar relevante lo ocuparon las llamadas “DivisionesOrientales”. Eran unidades de caballería que aglutinaban partidas de milicias territoriales y que permitían reuniruna fuerza equivalente a un ejército de Buenos Aires. Además, ese ejército contaba con una reducida artillería yal menos con dos divisiones de infantería, fue dirigido desde campamentos centrales y constituyó sus propiosregimientos veteranos. Para ello apeló al enganche de voluntarios, levas de vagos, incorporación forzada deesclavos y libertos o indulto a “pasados” y desertores. Las diferencias con los regimientos “porteños” residían enque éstos estaban mejor armados, remunerados y financiados. Esa diferencia remite a su diferente grado de esta-tidad y de allí que las Divisiones Orientales no perdieran su matriz miliciana.

Ahora bien, esas Divisiones contaban con sus “milicias auxiliares” y eran de dos tipos. Por un lado, lasque defendían cada poblado y cada partido, siguiendo el modelo de las milicias “urbanas” o “cívicas”. Pero, a

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24 En este sentido resulta imprescindible la consulta de Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Buenos Aires, SigloXXI, 2008.

25 José C. Chiaramonte, Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997.26 Carlos Cansanello, “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en Cuadernos de Historia Regional, Nº19, 1998, pp. 7-51.27 Registro Nacional, Año de 1825, pp. 29-33.

19 Sarratea al jefe del Estado Mayor, Arroyo de la China, 3 de septiembre de 1812, en Archivo Artigas, tomo X, p. 156.20 Jefes del Ejército Oriental al gobierno, Barra del Ayuí, 27 de agosto de 1812, en Archivo Artigas, tomo IX, pp. 45-47.21 Agustín Beraza, El pueblo reunido y armado, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 196722 Raúl O. Fradkin, “¿‘Facinerosos’ contra ‘cajetillas’? La conflictividad social rural en Buenos Aires durante la década de 1820 y las mon-

toneras federales”, en Illes i Imperis, Nº 4, 2001, pp. 5-33.23 Un desarrollo más amplio de esta decisiva cuestión en Raúl O. Fradkin, “Las formas de hacer la guerra en el litoral rioplatense”, en

Susana Bandieri (comp.), La historia económica y los procesos de independencia en la América hispana, Buenos Aires, AsociaciónArgentina de Historia Económica/Prometeo Libros, en prensa.

diferencia de Buenos Aires, contaban con las milicias auxiliares que suministraban los pueblos misioneros y lasparcialidades indígenas aliadas. Se recogía de este modo una antigua experiencia del Litoral rioplatense.

Las fricciones entre los insurgentes orientales y los jefes militares de Buenos Aires ilustran los conflictossubyacentes. En 1812 Sarratea no sólo pretendía el desplazamiento de Artigas y la subordinación de sus oficialessino también transformar a esas milicias en cuerpos veteranos y que los Blandengues se convirtieran en un regimientode infantería de línea.19 Ello derivó en un conflicto mayor: para los jefes orientales Sarratea “hizo desparecer denra vista el carácter de auxiliadores, que apreciabamos en las tropas”20 mientras que para Sarratea las fuerzasauxiliares debían ser esas milicias orientales y aquellas que no se convirtieran en cuerpos veteranos debían transfor-marse en milicias “disciplinadas”.

Lo que nos interesa subrayar es que esa resistencia no provenía sólo de los jefes orientales sino queanidaba en los pueblos rurales y la ejercían tanto los que adherían al artiguismo como aquellos que obedecían algobierno de Buenos Aires. Además, esa resistencia tenía un corolario: esos pueblos invocaban su derecho a “elegir”al comandante militar que los gobernaba tanto como sus jefes invocaban su derecho a elegir su comandante. Estaconcepción de “pueblo armado” se oponía a la imperante entre las autoridades directoriales del miliciano como“soldado del Estado”.21 Eran dos modos radicalmente distintos y opuestos de entender las relaciones entre mili-cianos y jefes, entre milicias y veteranos y entre comunidades rurales y Ejército. ¿Cómo eran estas “elecciones”? Pocosabemos al respecto pero las evidencias sugieren que se realizaban por “aclamación” y que recogían la tradiciónde las milicias urbanas coloniales de “elegir” a sus comandantes. Sus consecuencias políticas eran ineludibles yquizás ningún ejemplo lo exprese mejor que el reclamo que le hicieron al gobierno de Buenos Aires los milicianosemigrados de Coronda que estaban afincados en San Pedro en 1822: no sólo se negaban a desalojar esas tierrassino que lo hicieron reclamando su derecho a convertirse en un “pueblo”.22

Este choque de concepciones ilumina sentidos más profundos de los discursos políticos. Para el Directorioestas concepciones eran la expresión del “anarquismo” que veía encarnado en el artiguismo. Para el artiguismo,las pretensiones del gobierno y el ejército directorial eran la expresión de un nuevo despotismo, el “despotismomilitar”. Sin embargo, no conviene situar estas disputas sólo en el plano de los discursos o de los conflictos entreregiones. Por lo pronto, porque expresaban realidades materiales apremiantes: a medida que el reclutamiento yel aprovisionamiento de las tropas se fue descargando con mayor intensidad sobre las áreas rurales la imposiciónde auxilios, el reclutamiento compulsivo, la apropiación de caballadas y ganados, el saqueo de establecimientosproductivos y de poblados, el desplazamiento forzado de poblaciones, se convirtieron en parte inseparable de lasguerras en el Litoral. Eran, a un mismo tiempo, tácticas de combate, métodos de represalia y modos de mante-ner a las tropas y satisfacer sus demandas. En tales condiciones, a las poblaciones rurales no les quedaban dema-siadas alternativas para evitar las depredaciones que producían los ejércitos y ellas aparecen recurrentementecomo un factor central que explica los cambios en el alineamiento político de esas poblaciones. En consecuencia,este tipo de guerra implicaba para las poblaciones rurales desafíos y exigencias que amenazaban las bases mate-riales de su orden social local justamente cuando el orden político se estaba desmoronando. Para estas poblacio-nes, sometidas a crecientes dificultades de abastecimiento, al aumento de las cargas, contribuciones, auxilios yobligaciones, a las incursiones de fuerzas beligerantes con su secuela de saqueos y desplazamientos forzados, laguerra era la causa de tamañas dificultades pero también parece haber sido el único medio efectivo para queunos preservaran sus bienes y otros –muchos más– aseguraran su misma subsistencia. Dicho de otro modo, si laguerra amenazaba el orden social local, afrontarla decididamente terminaba siendo el único medio de preservarlo.23

Ello suponía la imperiosa necesidad de preservar los márgenes de autonomía local y en este sentidoconviene advertir que estas tensiones atravesaban las relaciones entre gobierno, ejércitos y comunidades territo-riales en cada espacio. No parece ser casual que su intensidad fuera menor en Buenos Aires que en el espacioLitoral porque aquí la estrategia de poblamiento de los Borbones había derivado en la formación de una miríada

de pueblos, muchos de ellos con estatuto de villas, dotados de sus propios cabildos y sus milicias. Y tampoco lo fueque se expresara intensamente en los pueblos misioneros que contaban con instancias de autogobierno y con suspropias formaciones milicianas. En Buenos Aires, sólo Luján ostentaba esa condición y la subordinación de las miliciasal Ejército fue notablemente mayor.

De alguna manera, entonces, al Directorio se le reprodujeron los dilemas de la reforma borbónica ymientras no lograba convertir a todas las milicias en “disciplinadas” veía cómo recuperaba vigor el modelo milicianomás tradicional. Pero esa revitalización de una antigua tradición servía de canal para la diseminación de las nocionesmás radicales y revolucionarias. No podemos dejar de anotar que posteriormente cada vez que entrara en colapsouna formación estatal volvería a replantearse la confrontación entre una concepción del Estado basada en laautoridad del Ejército y otra que encontraba en las milicias su base de sustentación.24

Después de la Revolución

El Directorio y el artiguismo se desintegraron durante la crisis de 1820 y de ella emergió un variopintoproceso de formación de entidades estatales soberanas que adoptaron el nombre de provincias y que supuso lareorganización de las fuerzas militares y milicianas.25 Las improntas de las tradiciones coloniales y revolucionariassignaron esas diversas reconstrucciones y explican en parte sus diferencias.

Por lo pronto, en algunas provincias –como en Buenos Aires– esa tarea se emprendió a partir de losrestos de los ejércitos directoriales y de las estructuras milicianas que les habían servido de fuerzas más o menossubordinadas; en otras –como en Santa Fe o Entre Ríos pero también en el Estado Oriental– esas entidades estatalesemergieron de la confrontación con esos ejércitos y tuvieron como punto de apoyo a las milicias.

A partir de 1821 el nuevo Estado de Buenos Aires procedió a una completa reorganización institucionalque incluyó a sus fuerzas de línea y sus milicias. Las primeras fueron reducidas y reorientadas hacia la defensa de lafrontera con los indios, de modo que para 1823 el ejército regular contaba con unos 3.100 efectivos. Dos años mástarde eran 3.800 y de ellos, unos 1.800 tenían destino en la frontera y pertenecían a los Regimientos de Húsares,Blandengues y Coraceros. Nada expresaba mejor la combinación de tradición e innovación que estas denomina-ciones. Pero las novedades eran notorias: la caballería rondaba el 50% de los efectivos veteranos –cuando antes nohabía superado el 20%– y en su mayor parte estaba en la frontera.

Las milicias también fueron sustancialmente modificadas.26 En la ciudad fueron disueltos los cuerposcívicos y sustituidos por una Legión Patricia de vecinos a la que más tarde se sumó un batallón de Pardos yMorenos. Todas las fuerzas milicianas quedaron bajo el mando directo del gobierno provincial y tendió a diluirsela distinción entre distintos tipos de milicias, se anuló el goce del fuero militar y cobraron mayor centralidad losregimientos de caballería de campaña. De este modo, para 1826 la provincia contaba con un caballería milicianade 5.000 alistados y una infantería miliciana de 4.000. Como puede verse, los milicianos activos triplicaban prác-ticamente a los veteranos. No sólo por razones financieras sino porque se pretendía imponer su completa subor-dinación al ejército regular y para ello se dispuso que la milicia activa podía ser convocada para suplir la carenciade efectivos del ejército permanente, cada unidad de infantería miliciana estaba dotada de un cuadro veteranoy que cada regimiento de caballería veterana tendría agregado un escuadrón miliciano. Lo que se estaba tratandode construir era un tipo de relación entre fuerzas veteranas y milicianas que ni la reforma borbónica ni la dirigenciarevolucionaria había logrado imponer por completo.

Y esta pretensión se manifestó con claridad y puso en evidencia todas las tensiones que suponía cuandoesas fuerzas debieron servir de base a la formación de un Ejército Nacional para la guerra contra el Imperio del Brasil.Primero se buscó que cada provincia pusiera a disposición sus fuerzas de línea y se dispuso que “serán admitidasen el Ejército con los jefes y oficiales que les corresponda, siempre que estos cuerpos vengan en clase de tales”.27

Se buscaba, así, conformar una fuerza de 7.620 plazas, un ejército mayor a cualquiera de los anteriores y aun asíen 1826 se intentó un reclutamiento adicional de 4.000 efectivos más. De este modo, ese ejército nacía como un

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34 Andrés Lamas, Apuntes históricos sobre las agresiones del dictador argentino don Juan Manuel de Rosas contra la independencia dela República Oriental del Uruguay. Artículos escritos en 1845 para El Nacional de Montevideo, Montevideo, 1849, p. V.

35 Domingo F. Sarmiento, Memoria enviada al Instituto Histórico de Francia sobre la cuestión décima del programa de trabajos que debepresentar la 1° clase, Santiago de Chile, Imprenta de Julio Belin y Ca., 1853.

36 Domingo F. Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, CEAL, 1967, pp. 237-238.37 Domingo F. Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande, Bernal, UNQ, 1997, pp. 160-163.38 Roberto Schmit, Ruina y resurrección en tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el oriente entrerriano postrrevolucionario,

1810-1852, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004.

28 Raúl O. Fradkin, La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006. 29 Pilar González Bernaldo, “El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicancias políticas en un conflicto rural”, en Anuario

IEHS, N° 2, 1987, pp. 135-176. Raúl O. Fradkin, ¡Fusilaron a Dorrego! O cómo un alzamiento rural cambió el rumbo de la historia,Buenos Aires, Sudamericana, colección Nudos de la historia argen

30 Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerense a mediados de la década de 1830”,en Anuario IEHS, N° 18, 2003, pp. 123-152.

31 Juan Carlos Garavaglia, Construir el estado, inventar la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, Buenos Aires, Prometeo libros, 2007,pp. 227-265.

32 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los Franceses, Lavalle y la Rebelión de los Estancieros, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.33 Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino, Buenos Aires, Prometeo, 2005, p. 162.

conglomerado de fuerzas provinciales que debía subordinarse a un mando superior. Pero este patrón inicialmentedefinido chocó con la tendencia a la centralización y a la homogeneización que se impuso en 1826: se dispusoque todas las milicias provinciales quedaran a disposición del nuevo gobierno nacional y que fueran declaradasnacionales todas las tropas de línea. No sólo la magnitud distinguía a este ejército de los anteriores: además, el60% de sus tropas eran de caballería. La magnitud del esfuerzo que suponía y el costo social que implicaba notardó en ponerse en evidencia y las tensiones sociales cobraron una intensidad desconocida hasta entonces en lasáreas donde se descargaba la enorme presión enroladora, particularmente en Buenos Aires.28

La experiencia no dejaba de ser contradictoria pues combinaba una adaptación a las formas de hacerla guerra que emergía de la experiencia americana y conformaba un ejército que tenía como sustrato las unidadesmilitares y milicianas regionales mientras contaba con una oficialidad impregnada de nociones y valores de losejércitos napoleónicos. El fin de la guerra lo puso en evidencia: la transformación del ejército en una suerte de“partido militar” que resolviera la lucha política volvió a poner en el centro las tensiones entre su proclamadocarácter nacional y su matriz provincial así como las tensiones entre el ejército veterano y las milicias. De estemodo, la guerra civil desatada en Buenos Aires fue también una confrontación entre el ejército regular y las miliciasrurales. Pero en esa confrontación se ponía de manifiesto algo más: esas milicias rurales no eran ya las únicas fuerzasrurales sino que actuaban junto a partidas irregulares de “montoneros” y a fuerzas indígenas aliadas.29 Si estas carac-terísticas no eran nuevas para el Litoral rioplatense, en Buenos Aires eran una novedad completa.

Rosas llegaba así al poder a fines de 1829 poniéndose al frente de un masivo y heterogéneo alzamientorural y legitimado inicialmente por su condición de Comandante General de Milicias. Su desafío no era menor:debía disciplinar tanto a las facciones elitistas como a las fuerzas populares que lo habían llevado al poder y mientrastanto tenía que reconstruir un ejército provincial. Analizar cómo lo hizo excede nuestras posibilidades aquí peroconviene esbozar su trazo más grueso.

El nuevo ejército se reconstruyó y su oficialidad fue depurada sistemáticamente; las milicias fueronsubordinadas completamente como fuerzas auxiliares y en ellas volvían a tener un lugar relevante las unidadesde negros libres. Pero la novedad sustancial estaba en la integración de las fuerzas indígenas integradas al dispo-sitivo de defensa al punto que para 1836 en los fuertes de frontera había una fuerza compuesta de 817 hombresde línea, 904 milicianos y 2.360 indígenas que eran también milicianos.30 Para tener una idea más precisa de suimportancia conviene recordar que en ese momento el total de milicianos movilizados en la provincia era de 1.415y las tropas de línea de unos 3.065. Como puede advertirse, los efectivos veteranos eran de magnitud semejante a unadécada antes pero ahora estaban concentrados en la ciudad y la defensa de la frontera descansaba en las miliciasy en las fuerzas indígenas auxiliares.

Pero el Estado provincial que Rosas conducía demostró que tenía la capacidad para ampliar sus fuerzascon enorme rapidez y para 1841 contaba con 10.777 efectivos entre los cuales había 914 oficiales, 2.085 subofi-ciales, 5.222 soldados y 2.445 milicianos sin contar a los indígenas: es decir, había un soldado cada 5 varones adultos y,si se considerara a la milicia pasiva la relación sería de uno cada tres. El Ejército, de este modo, representaba el85,8% del personal estatal remunerado y si se consideran las fuerzas policiales ese porcentaje llega al 96%.31 Esatransformación expresaba una de mayor alcance: la consolidación de una formación estatal que había logradocobrar fuerte autonomía frente a la sociedad.32

De este modo, el rosismo lograba llevar a cabo una tarea que no habían podido cumplir ni las auto-ridades borbónicas ni las revolucionarias ni los unitarios: construir un ejército en el cual predominaran las fuerzasveteranas y que estuviera dotado de un conjunto bien subordinado y disciplinado de milicias auxiliares. Si se con-sidera las condiciones de su llegada al poder resulta claro algo más: había logrado limitar la autonomía de lasmilicias y reorganizar el ejército veterano que pasó a ser “el núcleo del sistema militar de la provincia”.33 Debido a ello,

Buenos Aires pudo constituir una suerte de ejército confederal que subordinaba a las fuerzas de otras provinciasy que le permitía conformar grandes unidades de combate que desplegaran una guerra ofensiva lejos de su territorioy, además, hacerlo durante largos años.

Sus enemigos advertían la magnitud del cambio: de este modo, si en 1849 Andrés Lamas sostenía que“Rosas ha verificado un cambio profundo en la guerra de estos países” y “ha comprendido la superioridad, incontes-table, de las tropas regladas y de la guerra regular”,34 Sarmiento atribuía en 1852 a esta transformación una de lasexplicaciones de su derrota porque la montonera había dejado de ser el “alzamiento espontáneo de aquellas masasde jinetes inquietas y ociosas”.35

Lo que Sarmiento estaba registrando era el cambio sustancial que el rosismo había logrado produciren las relaciones entre Estado y sociedad y el notable contraste que ofrecían las situaciones al comienzo y al final dela hegemonía rosista puesto que desde 1835 “disciplinaba rigurosamente sus soldados, y cada día se desmontabaun escuadrón, para engrosar los batallones”.36

¿Qué había sucedido mientras tanto en el Litoral? Acotemos sólo una observación que ilustra los cambiosy el peso de las tradiciones. El ejemplo entrerriano muestra una trayectoria bien distinta: los 10.000 hombres queUrquiza podía movilizar hacia 1851 eran en su mayor parte milicianos organizados en divisiones de caballería perosometidas a un régimen de servicio casi permanente al punto de que casi la totalidad de la infantería del llamadoEjército Grande era brasilera. Pero, ¿cómo se había logrado organizar una masiva fuerza de milicias de caballeríaen servicio casi permanente? Recurramos otra vez a Sarmiento quien, a pesar de no ocultar su rechazo a este tipo deorganización militar, identificó algunas de las claves:

en el Entre Ríos sale a campaña todo varón viviente propietario o no, artesano, enfermo, hijo deviuda, hijo único, sin ninguna de las excepciones que las leyes de la humanidad, de la convenienciapública han establecido para la organización de la milicia.

Esas milicias, sustentadas en un alistamiento completamente generalizado, eran de infantería en las villasy la caballería estaba formada por la “población de cada departamento de campaña”. De su condición miliciana noparece haber dudas: esos soldados, decía,

se visten a sus expensas, y se presentan al campamento con dos, tres o cuatro caballos si se les pideasí. Estas tropas no reciben salario nunca, ni aún cuando están de guarnición en las ciudades. Para lamanutención de las tropas se provee de ganado, por una lista de vecinos del departamento, segúnsu cupo, por devolución del cuero y del sebo.37

Ninguno de estos atributos puede sorprender pues remiten a las antiguas y arraigadas tradiciones.Sin embargo, hacen necesario agregar algo más para comprender el modo en que este sistema podía funcionar.El Estado entrerriano se basaba en un denso entramado de relaciones sociales completamente militarizadas enel que ocupaban un lugar clave los comandantes departamentales. Ellos constituían el gobierno efectivo de cadaterritorio y eran quienes debían asegurar la movilización de los milicianos y de los recursos para su aprovisiona-miento. El régimen funcionaba como un sistema de flujos que intercambiaba prestaciones militares de los cam-pesinos a cambio de acceso a los recursos y cierta protección de las familias y suponía, por lo tanto, una ciertanegociación a nivel local.38 A la inversa de lo que ocurría en Buenos Aires, el ejército entrerriano seguía siendouna fuerza de neta matriz miliciana organizada en divisiones de caballería reclutadas en cada departamento y quecontaba con una dotación mucho menor de veteranos. Su base de sustentación eran esos comandantes departamentales

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cuyo origen puede rastrearse en la reforma borbónica y cuya centralidad constituía un legado de la era revolu-cionaria hasta convertirse en la pieza clave del sistema político e institucional. Curiosamente, el nuevo ejércitoque se forjaría en Buenos Aires después de 1852 para enfrentarlo tendría como base de sustentación un nuevo tipode milicias: la Guardia Nacional. Y, sobre esa nueva matriz miliciana, Buenos Aires forjaría un nuevo ejército quehabría de triunfar en Pavón y después serviría de sustento a la formación del Ejército Nacional que terminaría porsuprimir las fuerzas milicianas y provinciales.

BIBLIOGRAFÍA

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Organizada la República bajo un plan de combinaciones tan fecundas en resultados, contrájose Rosas ala organización de su poder en Buenos Aires, echándole bases duraderas. La campaña lo había empu-jado sobre la ciudad; pero abandonando él la estancia por el Fuerte, necesitando moralizar esa mismacampaña como propietario y borrar el camino por donde otros comandantes de campaña podíanseguir sus huellas, se consagró a levantar un ejército, que se engrosaba de día en día, y que debía servir acontener la República en la obediencia y a llevar el estandarte de la santa causa a todos los pueblos vecinos.

DOMINGO F. SARMIENTO1

Así describía, uno de los mayores críticos del rosismo y exiliado político como Sarmiento, la importanciade la cuestión militar y el rol del Ejército en el forjamiento del poder de Rosas y del orden federal, de cara a laConfederación Argentina y a los países vecinos. De hecho, el gobierno de Juan Manuel de Rosas (1829-1832 y 1835-1852) afrontó intermitentemente conflictos internos con otras facciones del federalismo porteño y con los “uni-tarios”, con otras provincias y potencias extranjeras, hasta que fue derrocado por el Ejército Grande liderado porJusto José de Urquiza, caudillo de la provincia de Entre Ríos, en febrero de 1852.

Si bien muchos aspectos concernientes al rosismo así como a otros “caudillismos rioplatenses” hansido objeto de revisión historiográfica en las últimas décadas,2 es dable destacar que la militarización y la politi-zación de base rural –comenzada en Buenos Aires desde las invasiones inglesas en 1806-1807 y profundizada apartir del proceso revolucionario de 1810 y en la década de 1820– constituyeron piezas centrales de su afianzadaautoridad estatal y de su exitoso proceso de ordenamiento y disciplinamiento social.

En este texto nos centraremos en el entramado militar-miliciano del rosismo y de los gobiernos de laetapa “federal”, y en sus dispositivos coercitivos, aunque es necesario aclarar que los estudios que han revisadola construcción política de esta etapa han puesto de manifiesto un conjunto de elementos institucionales, discur-sivos, ideológicos, que estos gobiernos debieron desplegar de manera de alcanzar consensos y niveles de legiti-midad, para construir un orden estable que la sola coacción no hubiera logrado imponer.

1 Domingo F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie, Buenos Aires, Emecé, 1999 (1845), p. 273. 2 Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos Rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998.

El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina

(1829-1952)

JORGE GELMAN Y SOL LANTERIUBA / CONICET

1810-1860 LA INDEPENDENCIA

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comprendería a los habitantes de edad entre los cuarenta y cinco y los sesenta años y sería convocada sólo antecasos de invasión o rebelión. Fuera del alistamiento activo se encontraban los enfermos impedidos de cumplir elservicio y los extranjeros transeúntes, entre otros.8

Junto con los principales ministros de gobierno, Bernardino Rivadavia y Manuel José García, JuanManuel de Rosas –conocido propietario rural vinculado a Juan N. Terrero y Luis Dorrego y primo hermano de unade las familias de comerciantes coloniales más ricas de Buenos Aires, los Anchorena– fue adquiriendo visibilidadpolítica mediante su inicial adhesión al Partido del Orden y su posterior filiación al federalismo. NombradoComandante General de Milicias de la Campaña en 1827, Rosas fue acumulando poder y relaciones personalescon diferentes sectores sociales, que lo llevaron al ascenso a la gobernación provincial en 1829. En efecto, para-lelamente a la revolución del 1° de diciembre de 1828, que derrocó a Dorrego, un movimiento de base rural conla intervención de soldados, paisanos de distinto origen, peones, indígenas, etc., en el que confluyen la reacciónal golpe unitario y al fusilamiento del popular Dorrego, los efectos disruptores de la guerra con el Brasil, unasequía muy aguda, entre otros factores, termina siendo encauzado por Rosas hacia sus propios objetivos, quienllega así a su primer gobierno, proclamándose heredero de Dorrego.9

El primer gobierno de Rosas, que asumió con “facultades extraordinarias” y que culminó en 1832, secaracterizó por la construcción de alianzas con los gobernadores de otras provincias –llegando a ser el represen-tante de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina creada mediante el Pacto Federal de 1831–,10 larealización de préstamos financieros a otras provincias como Santa Fe a modo de cooptación política y la gene-ración de consensos tanto con las elites como con los sectores subalternos urbanos y rurales para reconstruir lasbases de poder del Estado. Es dable destacar que si bien en la década de 1820 Rosas había apoyado originalmenteal Partido del Orden, dominado por personas de vocación liberal y centralista, luego se proclamó heredero delfederalismo dorreguista, aunque intentando conciliar también con los sectores propietarios centralistas o unitarios,para tratar de mantener el difícil equilibrio entre las diversas facciones políticas coetáneas.

Además de estas medidas, la llamada “campaña al desierto” de 1833-1834 constituyó un hito funda-mental dentro de su estrategia de poder y de acceso a su segunda gobernación provincial a partir de 1835. Laexpedición militar fue realizada en acuerdo con otras provincias y con el gobierno chileno de Manuel Bulnes paraexpandir la frontera y persiguió a los indígenas que no se aliaran al gobierno, al tiempo que generó vinculacionesrelativamente duraderas y pacíficas con los que sí lo hicieron. Las tres Divisiones del Centro, Derecha e Izquierdafueron comandadas por los jefes Huidobro –en Cuyo y Córdoba–, Aldao –en Mendoza y San Luis– y el mismoRosas en la pampa bonaerense respectivamente, implicando la movilización de 4.000 hombres de tropa y 13.000caballos. Durante la expedición, que se extendió de marzo de 1833 a marzo del año siguiente, la relación de acer-camiento y cimiento de la fidelidad entre Rosas con sus principales oficiales, soldados y caciques “amigos” fue muyimportante, al punto que se refería sobre la división de vanguardia que: “Lo más notable que se advertía era la perfectaarmonía entre todos y cada uno de los que componían, tanto aquella benemérita fuerza, como los que se le habíanagregado”.11 Varios de los jefes militares más destacados de la etapa que se abre en 1835 con la vuelta de Rosasal poder, parecen haber forjado una relación de estrecha confianza con el Restaurador en esta campaña.

La campaña militar logró consolidar los asentamientos al sur del río Salado, al tiempo que extendióel área susceptible de ser colonizada en el centro y sur de la provincia, pasando de 29.970 km2 controlados porla sociedad “hispano-criolla” en 1779 a 182.665 km2 a inicios del decenio de 1830, aunque con un retrocesoimportante luego de 1852.12 Paralelamente, su finalización cristalizó la relación con los principales caciques “amigos”iniciada desde la década de 1820, como los “pampas” Juan José Catriel y Juan Manuel Cachul, incorporados al “negocio

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JORGE GELMAN Y SOL LANTERI - El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1952)

8 Carlos Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes republicanos. Buenos Aires, 1810-1852,Buenos Aires, Imago Mundi, 2003, p. 80; y Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1823.

9 Pilar González Bernaldo, “El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicaciones políticas en un conflicto rural”, en AnuarioIEHS, Nº 2, Tandil, UNCPBA, 1987, pp. 137-176; Raúl O. Fradkin, “Algo más que una borrachera. Tensiones y temores en la fronterasur de Buenos Aires antes del alzamiento rural de 1829”, en Andes, N°17, Salta, 2006, pp. 51-82. Véase también el trabajo de R. Fradkinen este volumen.

10 Firmado entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes como respuesta a la Liga Unitaria del Interior, cuyos integrantes se fue-ron sumando también luego de la derrota unitaria, reguló las relaciones interprovinciales hasta la sanción de la Constitución de 1853.

11 Juan Manuel de Rosas, Diario de la expedición al desierto (1833-1834), Buenos Aires, Plus Ultra, 1965 (1833-1834), p. 131. 12 Juan Carlos Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, Buenos

Aires, Ediciones de la Flor, 1999, p. 41.

De esta manera, aquí abordaremos las principales medidas y conflictos de tipo militar, siguiendo unorden cronológico desde su ascenso al poder provincial en 1829 hasta su derrocamiento en 1852. Como veremos,su numeroso ejército de línea3 –financiado principalmente mediante los importantes ingresos aduaneros provin-ciales provenientes del comercio exterior– le permitieron mantener largas y costosas campañas extraterritoriales,a la vez que fortalecer el poder de Buenos Aires frente al resto de la Confederación, aunque las milicias y los“indios amigos” constituyeron las fuerzas principales en la frontera, articulándose al sistema mediante distintaspolíticas y contribuyendo a disminuir el gasto fiscal en una época de “guerra constante”.4

En términos comparativos aquí hay un fenómeno clave que ayuda a entender muchos de los avataresde la historia argentina del momento y de su desarrollo posterior: los ejércitos necesitan reclutas y pertrechos yéstos se consiguen con dinero. Mientras Buenos Aires disponía de cuantiosos recursos originados en la aduana,que le permitieron costear un importante núcleo militar profesional y movilizar temporalmente a numerosos ejér-citos milicianos, el resto de los Estados provinciales tenían unas finanzas en general paupérrimas, que los obligabaa descansar sobre muy modestos destacamentos fijos y sistemas de milicias movilizadas sobre la base de contra-prestaciones a veces de difícil consecución. En numerosas ocasiones sus gobiernos dependieron de transferenciasfinancieras realizadas por los gobiernos de Buenos Aires, cuando no tuvieron que acudir a recursos y armamentoproveniente de gobiernos exteriores como fue el caso de la ofensiva final emprendida por Urquiza contra Rosas.5De esta manera, en muchas provincias interiores se observan procesos de reducción de las ya escasas fuerzas mili-tares regulares a favor de formaciones de tipo miliciana. Y, si bien es cierto que parte de este proceso se puedeexplicar por la creciente ruralización de la vida política, no menos cierta es su vinculación con la escasez de recursosfiscales que obliga a esos gobiernos a adecuar la movilización militar a esa pobreza.6

El legado de la “feliz experiencia” y los inicios del sistema militar rosista

Luego de la primera década revolucionaria, cuando el Directorio porteño y su intento centralista fuederrotado por los caudillos del Litoral, la conformación política en trece provincias autónomas (catorce a partirde la separación de Jujuy de Salta en 1834), dio origen en Buenos Aires al gobierno de Martín Rodríguez, queimplementó una serie de importantes reformas institucionales, religiosas y militares, que con algunos cambioscontinuaron durante toda la primera mitad del siglo. De hecho, la reforma militar de 1821 fue mantenida, aun-que resignificada por el gobierno de Rosas. Ésta incluyó la baja de más de doscientos oficiales del ejército de líneay su pase a retiro conforme la antigüedad de su servicio y la reorganización del servicio miliciano para acompañara las fuerzas regulares, que se orientaron a la defensa de la frontera en pleno proceso de “expansión ganadera”.7La Ley de Milicia de diciembre de 1823 estableció la distinción entre la activa y la pasiva, recayendo la primerasobre los hombres preferentemente solteros con arraigo en el país o los casados que tuvieran menos hijos, entrelos diecisiete y los cuarenta y cinco años, para suplir la insuficiencia del ejército permanente en la defensa y segu-ridad del territorio. Su enrolamiento se efectuaría con la intervención de la justicia civil en ocho años de serviciopero sin estar obligada una misma fuerza a prestar más de seis meses de auxilio continuo, y mientras éste dura-se recibirían la misma paga que el ejército regular en cumplimiento del código militar. En tanto, la milicia pasiva

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3 Éste ha sido referido como “el más importante experimento disciplinario de la posindependencia” (Ricardo Salvatore, “El mercado detrabajo en la campaña bonaerense (1820-1860). Ocho inferencias a partir de narrativas militares”, en Marta Bonaudo y AlfredoPucciarelli (comps.), La problemática agraria. Nuevas aproximaciones, tomo I, Buenos Aires, CEAL, 1993, p. 63).

4 Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado Argentino (1791-1850), Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005(1982). De hecho, durante el lapso 1829-1852 se han contabilizado quince años de guerra contra ocho de relativa paz (EduardoMíguez, “Guerra y Orden social en los orígenes de la Nación Argentina, 1810-1880”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, UNCPBA, p.18.

5 Para ilustrar esto baste mencionar que hacia 1840, mientras las provincias mejor dotadas fiscalmente como Córdoba, Corrientes oEntre Ríos, recaudaban cifras cercanas a los 100.000 pesos plata al año, y las más pobres apenas lograban entre 10.000 y 30.000pesos, Buenos Aires conseguía ingresos por cerca de dos millones de la misma moneda. De esta manera el gobierno de Rosas disponíade más recursos que todas las otras provincias sumadas (Juan Carlos Garavaglia, “Guerra y Finanzas un cuarto de siglo después”, pró-logo a Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado Argentino (1791-1850), op. cit., p. 10).

6 Silvia Romano, Economía, sociedad y poder en Córdoba. Primera mitad del siglo XIX, Córdoba, Ferreyra Editor, 2002.7 Tulio Halperin Donghi, “La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires (1810-1852)”, en Desarrollo Económico, vol. 3,

Buenos Aires, IDES, abril-septiembre de 1963, pp. 57-110; Marcela Ternavasio, “Las reformas rivadavianas en Buenos Aires y el con-greso general constituyente, 1820-1827”, en Noemí Goldman (dir.), Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires,Sudamericana, colección Nueva Historia Argentina (tomo 3), 1998, pp. 159-199.

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fue referida categóricamente como “la expresión más dramática de una coyuntura de crisis de las bases desustentación del poder de Rosas”17 y produjo una gran movilización social de distintos sectores desde el mismomomento de su descubrimiento –en octubre de 1839– hasta principios de 1840.

Se ha podido calcular que en vísperas de la batalla de Chascomús, producida el 7 de noviembre de1839 y que definió en gran medida la victoria para el bando federal oficial, el total de las fuerzas militar-milicianasde la provincia de Buenos Aires en la campaña y la frontera ascendía a 6.736 personas, siendo mayoría de líneapero con un importante componente de las fuerzas milicianas en los regimientos de milicias de caballería, espe-cialmente en el 5° y el 6°, con jurisdicción en el área austral. Según estos guarismos y el total de población estimadaen la campaña bonaerense para 1838, el servicio activo habría comprendido aproximadamente al 7,6% del total,aunque si sólo se considerara el conjunto de hombres en la edad requerida, la proporción sería mucho mayor; loque muestra de forma elocuente la gran capacidad de movilización y reclutamiento que tuvo la federación rosista.18

Estas cifras coinciden en líneas generales con las referidas para 1837 y 1841, pues para la primera fecha las fuerzasmilicianas de los seis regimientos de milicias de campaña fueron estimadas en un total de 2.267 individuos, y parala segunda en 1.576, aunque junto a las fuerzas regulares esta cifra ascendía a 4.054. Y según se ha podido valorar,el monto de milicianos de los seis regimientos de caballería de campaña era de 2.269 para 1839, y junto a los vete-ranos ascendía a 4.368.19

Ajustando aun más estos números, la zona de Azul y Tapalqué, que constituyó el foco sofocador dela rebelión, comandada por el hermano del gobernador, Prudencio Rosas, revistaba a principios de noviembre de1839 un monto de 1.809 hombres, de los cuales 967 eran regulares y 842 milicianos, que correspondería casi al27% del total general de fuerzas militares provinciales en 1839 y al 21,6% de regulares y el 37,1% de milicianosrespectivamente.20 La participación armada de vecinos, soldados e “indios amigos” en defensa de la causa federal fuerelevante, al sumar más de 500 efectivos en conjunto según referencias de los propios protagonistas, y constitu-yendo, junto con Monte, los bastiones más fieles en el resguardo de la federación durante el levantamiento.21

Lo que también puso de relieve la rebelión de los Libres del Sur, es que el entramado militar del rosis-mo, que parecía tan imponente, no dependía exclusivamente de la disciplina de unos cuerpos militares férrea-mente subordinados al Estado o al gobierno, sino también –y en alta medida– de los apoyos diversos que elmismo alcanzaba en los distintos sectores de la sociedad. La profesionalización y separación de los cuerpos armadosde la sociedad, aun de su máxima oficialidad, era insuficiente y su participación de un lado u otro en situaciones decrisis como ésta dependían más de su ubicación en un complejo entramado de redes sociales y políticas, que de sumera ubicación en una cadena de mandos.

La invasión de Lavalle por el norte de Buenos Aires en el año 1840 puso todavía más de relieve quela capacidad de coerción militarizada dependía en gran medida de los apoyos sociales que el gobierno de Rosaspudiera recibir. Mientras el general unitario recibía el sostén de sectores medios y de la elite rural del norte de lacampaña, a medida que se avecinaba a la ciudad y tomaba asiento en las zonas más campesinas, empezaba a sentir

17 Jorge Gelman, “La rebelión de los estancieros. Algunas reflexiones en torno a los Libres del Sur de 1839”, en Entrepasados, Nº 22,Buenos Aires, 2002, p. 113.

18 Sol Lanteri, “Un vecindario federal...”, op. cit.19 Hacia 1837 la composición miliciana fue muy parecida a la de 1839 en los seis regimientos de campaña, excepto en el 3° que fue

mayor en 1839, y en el 5° que lo fue en 1837: 150/162; 480/414; 470/851; 290/250; 317/105; 560/487, respectivamente (Silvia Ratto,“Soldados, milicianos e indios...”, op. cit., p. 142). En tanto, en 1841 las proporciones serían de 162/128; 414/497; 851/262; 250/320;105/0; 487/369 –considerando seguramente un error de transcripción que repitió el regimiento 4° dos veces en vez del 5°– por lo quese observa coincidencia salvo también en el 3° y el 5° (Juan Carlos Garavaglia, “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el pesode las exigencias militares, 1810-1860”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, UNCPBA, 2003 p. 181. Citado en Sol Lanteri, “Un vecindariofederal...”, op. cit., pp. 297-299).

20 Sol Lanteri, “Un vecindario federal...”, op. cit. 21 Según escribía el juez de paz de Azul al edecán del gobernador: “En este momento que son las tres de la tarde acaba de recibir el

que firma la nota que incluye del teniente Coronel Dn. Bernardo Echeverria que el dia 13 del corriente marcho de este punto con elmayor Dn. Eugenio Bustos y cuatrocientos Indios amigos –y ciento y tantos Soldados de este punto y Tapalqué– y un apra [sic] deArtilleria á tomar alos enemigos de la Libertad é Indepe. Americana los Salvages unitarios Sublevados el indicado Fuerte y cortarles laretirada hacia Bahía Blanca a los derrotados en Chascomus, según lo había indicado era conveniente esta medida el Ciudadano Dn.Pedro Rosas y Belgrano. El infrascripto espera que al elevarlo US. al superior conocimto. Del Exmo Sor Governador […] manifieste micordial felicitación por el triunfo conseguido sobre los salvages unitarios en el Fuerte Indepa. que espresa la adjunta nota” (ArchivoGeneral de la Nación [AGN], X, 20-10-1, carta de Capdevila a Corvalán, Fuerte Azul, 15 de noviembre de 1839, el destacado es nuestro).

pacífico de indios”. Esta política implicaba una contraprestación de bienes y servicios entre el gobierno y algunastribus, mediante la cual las segundas recibían entregas periódicas de ganado (equino y vacuno), vestimenta y artículosde consumo denominados “vicios de costumbre” (yerba, azúcar, aguardiente, tabaco, sal, etc.) y debían formarcontingentes auxiliares en las milicias provinciales, así como cumplir otras tareas (chasques, trabajo rural, etc.).Los “indios amigos” que aceptaron estas condiciones se establecieron dentro de la zona de frontera cercana a losfuertes o pueblos, aunque este asentamiento no implicó ni la permanencia estable de los grupos ni la transferenciaformal de terrenos a éstos durante el lapso rosista, por más que las tribus catrieleras manifestaron una gran conti-nuidad en su asentamiento territorial en la región austral de Azul, Tapalqué y Olavarría hasta finales de la centuria.13

Al regreso de la campaña y con el acceso a su segunda gobernación con las “facultades extraordinarias”y la “suma del poder público”,14 Rosas realizó una depuración de las fuerzas de línea heredadas de la etapa anteriorcon oficiales cercanos, aunque su sistema de defensa militar seguía reposando centralmente en los cuerpos mili-cianos de la ciudad y la campaña, a los que se sumaban los “indios amigos”, con quienes debía negociar conti-nuamente su lealtad y servicio armado en la frontera, valiéndose centralmente de su propia relación personal yde las autoridades políticas y militares regionales. Estas figuras fueron nodales debido a su rol de intermediariasentre el gobierno provincial y las sociedades rurales, controlando y generando consensos con los diferentes sectoressocioétnicos mediante la entrega de tierras fiscales, ganado, etc., a cambio del servicio de armas y de otras contri-buciones para la manutención de la federación rosista.15

La crisis del sistema y su respuesta

Este sistema militar y miliciano fue puesto a prueba con dos sucesos especialmente críticos para elorden fronterizo y la propia continuidad del régimen, como los malones sucedidos en 1836 y 1837, así como porla revolución de los Libres del Sur de 1839. El malón de agosto-octubre de 1836 fue llevado a cabo por una coa-lición de indios boroganos en alianza con los “chilenos amigos” liderados por Venancio Coñuepan, que se habíanlevantado previamente en Bahía Blanca, junto con ranqueles y el apoyo de Calfucurá, y tuvo como corolario elaprisionamiento de la familia de Catriel y otros caciquillos, el robo de 5.000 cabezas de ganado y el asesinato dealgunos vecinos de Tapalqué, pese a que parte del botín se recuperó posteriormente. El de enero de 1837 tuvouna envergadura aun mayor y se produjo sobre la región de Azul, Tapalqué e Independencia también por partede esta coalición de boroganos, ranqueles y “chilenos”, que robaron estancias, reses, tomaron cautivos y mataronpersonas; atacando luego Bahía Blanca y otros lugares del sur. En el sofocamiento de estos ataques, los “indiosamigos” fueron medulares, constituyendo la mayor proporción de las fuerzas militar-milicianas de la región,junto con los vecinos y los soldados regulares. Se ha estimado que Azul y Tapalqué aunaban una gran cantidadde efectivos en comparación a Federación, 25 de Mayo, Independencia y Bahía Blanca, nucleando 1.311 hombresen 1836 –sobre un total general de 4.081– de los cuales 899 (68,6%) eran “indios amigos”, 390 milicias (29,7%) ysólo 22 (1,70%) fuerzas regulares. En tanto, para 1837 el guarismo se había incrementado, pero manteniendo lasproporciones anteriores, pues de un total de 1.613 individuos, 900 eran “indios amigos” (56%), 660 milicianos(40,7%) y sólo 53 soldados regulares (3,3%).16

Esta relevante defensa territorial por parte de los cuerpos fronterizos ante las invasiones de “indiosenemigos” también se repitió luego, con otro episodio crítico para la estabilidad del régimen rosista –generado,a diferencia de los anteriores, fundamentalmente dentro de sus propias filas– como fue el levantamiento de losLibres del Sur en noviembre de 1839. La rebelión de los estancieros sureños –causada, entre otras cuestiones, porlos efectos negativos que el bloqueo francés del puerto porteño estaba produciendo en los intereses del sectorganadero exportador, la reforma fiscal y de la enfiteusis, así como el masivo reclutamiento militar gubernamental–

13 Silvia Ratto, “Una experiencia fronteriza exitosa: el ‘negocio pacífico’ de indios en la provincia de Buenos Aires (1829-1852)”, enRevista de Indias, vol. LXIII, Madrid, CSIC, 2003, pp. 191-222; Sol Lanteri y Victoria Pedrotta, “Mojones de piedra y sangre en la pampabonaerense. Estado, sociedad y territorio en la frontera sur durante la segunda mitad del siglo XIX”, en Estudios Trasandinos, Mendoza,Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e Integración Cultural, 2009, en prensa.

14 Atribución que le confería los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial).15 Sol Lanteri, “Un vecindario federal. La construcción del orden rosista en la frontera sur de Buenos Aires. Un estudio de caso (Azul y

Tapalqué)”, tesis doctoral, Tandil, IEHS-UNCPBA, 2008.16 Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerense a mediados de la década de 1830”,

en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, UNCPBA, 2003, pp. 123-152.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

JORGE GELMAN Y SOL LANTERI - El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1952)

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a principios de 1839 provocó la disolución de la confederación andina y coadyuvó a la caída de Santa Cruz. Dehecho, este conflicto bélico, si bien amparado por Rosas, fue en verdad costeado por los propios cuerpos de lasprovincias del norte, como Tucumán, donde se ha destacado que el gasto militar significó el 60% de las eroga-ciones totales provinciales durante ese momento, generando la movilización de 5.000 hombres y una alta dispensaen sueldos militares, que creció aun más posteriormente.27

Además de las disputas con los países linderos, el gobierno de Rosas mantuvo enfrentamientos conpotencias ultramarinas, como Francia y Gran Bretaña. Con una serie de argumentos circunstanciales que escondían lacompetencia de la primera con la segunda y su voluntad de obtener en Buenos Aires las mismas ventajas queGran Bretaña había obtenido por el tratado de amistad de 1825, en marzo de 1838 Francia inició un bloqueo delpuerto porteño que duró hasta octubre de 1840. La escuadra francesa también se apoderó de la isla Martín Garcíay tuvo injerencia en los principales ríos del Litoral, produciendo importantes perjuicios económicos a laConfederación. Por citar un ejemplo elocuente, se ha estimado que si Buenos Aires exportaba unos 360.000 cuerosvacunos de su puerto en 1838, estos cayeron abruptamente a 8.500 y 84.000 en 1839 y 1840 respectivamente, conigual tendencia declinante en la salida de otros productos pecuarios como los cueros baguales, la lana y el tasajo,que recién se recuperaron a partir de 1841.28 La reducción de los ingresos aduaneros provinciales produjo ademásel aumento de la presión fiscal interna y la disminución del gasto público. Con todo, la alianza francesa con los“unitarios”, Corrientes y el Uruguay finalizó con el tratado Arana-Mackau, mediante el cual se dispuso la finalizacióndel bloqueo, la devolución de la isla Martín García y el reconocimiento francés a la Independencia del Uruguay.

A partir de entonces se produjo un lapso de relativa estabilidad en Buenos Aires hasta mediados deldecenio de 1840, cuando comenzó el bloqueo anglo-francés al puerto porteño durante 1845-1848. Esta vez,ambas potencias actuaban de consuno y amparadas por varios actores de la región como el Brasil imperial o elParaguay, que buscaban terminar de una vez con la voluntad de injerencia rosista sobre el Uruguay, que se encon-traba sitiando Montevideo con un ejército al mando de Oribe, a la vez que intentaban forzar la libre navegación delos ríos interiores que Buenos Aires controlaba. En esta ocasión la movilización y el gasto militar se incrementaron–aunque de forma proporcional con respecto de la etapa anterior, ya que el ejército de 1841-1844 no se anulódurante la época de la “guerra permanente”– alcanzando el 61,95% del total respectivo durante 1845-1848.29 Laflota conjunta europea inició el bloqueo del puerto en septiembre de 1845 ante la negativa de Rosas de levantarel sitio que estaba realizando a Montevideo. Con todo, las tensiones habían precedido a la declaración oficial delbloqueo, pues en agosto de 1845 la escuadra anglo-francesa había apresado a gran parte de la confederada. El 20de noviembre de ese mismo año, la flota confederada intentó frenar en Vuelta de Obligado el paso de las navesbritánicas que querían incursionar y abrir el río Paraná a la navegación externa. Si bien finalmente pudieron pasary escoltar a los buques mercantes europeos, lo sucedido luego mostró los límites del apoyo del Litoral frente accionescomo ésta, que se suponía beneficiaría a sus economías, al liberarlas del yugo mercantil porteño. La excepción fueel caso correntino en el que Ferré volvía al gobierno para intentar una nueva escalada antirrosista con apoyo para-guayo (y brasileño), siendo derrotado con bastante rapidez por las tropas que dirigía Urquiza, todavía fiel bastiónde la confederación rosista. Por fin, luego de tres años de disputa, en marzo de 1848 Gran Bretaña levantó el blo-queo y mediante el tratado Arana-Southern, la intervención inglesa al Río de la Plata se levantó el 24 de noviembrede 1849, haciéndolo Francia un año más tarde por el tratado Lepredour-Arana. La isla Martín García fue devuelta,se reconoció la navegación del río Paraná como un asunto interno a los intereses de la Confederación y Oribe fuereconocido como presidente legítimo del Uruguay.

27 Ibid., pp. 16 y 50.28 Miguel Rosal y Roberto Schmit, “Las exportaciones pecuarias bonaerenses y el espacio mercantil rioplatense (1768-1854)”, en Raúl

O. Fradkin y Juan Carlos Garavaglia, En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en el país de la abundancia 1750-1865, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004, p. 164.

29 Los gastos militares habrían comprendido para el Estado de Buenos Aires el 32,2% en el período 1822-1824; el 35,17% en 1835-1836; el 55,74% en 1837-1840; el 43,75% en 1841-1844; el 61,95% en 1845-1848 y el 53,07% en 1849-1850, según TulioHalperin Donghi, Guerra y finanzas, op. cit., p. 245.

el vacío y la hostilidad de la población. Al punto que, pese a algunas victorias militares, no lograba incorporarnuevos soldados entre los derrotados quienes, según su propia confesión, desertaban o se volvían a SantosLugares, para reincorporarse a las tropas de Rosas.22

La rebelión de los Libres del Sur y la invasión de Lavalle tuvieron como corolario un fuerte enfrenta-miento del gobierno de Rosas con las elites que habían adherido mayormente a sus enemigos, una ampliación desu base social y una fuerte depuración de la oficialidad reestructurada con fieles adeptos a la causa y reforzandoel peso de las tropas regulares sobre las milicianas.23 La derrota de las elites parece favorecer una mayor separacióndel Estado y la sociedad, y la consolidación de un gran ejército federal bajo el mando de una oficialidad incondi-cional a Rosas, con el cual lanza a la vez una campaña de control sobre las provincias del interior que se resistíanal influjo del federalismo rosista.24

La trascendencia de esta fuerza militar de Buenos Aires en la coyuntura que aquí se abre es palmariay se encuentra por ejemplo referida en el periódico federal de Córdoba, El Restaurador Federal, cuando reconoceque para enfrentar la sublevación unitaria allí producida a fines de 1840, el gobierno de esa provincia ha hechorecurso al gigantesco ejército enviado por Rosas: “son por último más de 24.000 hombres de armas los que hanjurado sostener la integridad de nuestro territorio […] sin contar con más de 1.500 hombres que tiene en cam-paña nuestro Gobernador propietario”.25 Más allá de la veracidad de la cifra de las tropas porteñas, lo que resaltaeste párrafo es la insignificancia relativa de las tropas cordobesas. Quedan pocas dudas de que el dominio queRosas alcanza en la década del 40 sobre el territorio de la Confederación expresa en buena medida esta desigualdaden la capacidad de movilización militar, que a la vez tiene estrecha relación con la abismal diferencia de sus recursosfiscales y su capacidad económica. De esta manera, muchos de los gobernadores de los Estados provinciales delinterior van a depender cada vez menos de las redes de alianzas locales y de la capacidad de movilizar en ellasrecursos propios, que del apoyo que les brinde el poderoso gobernador de Buenos Aires…

Dentro de esa crítica coyuntura, signada por profundos conflictos de orden interno y externo, laCoalición del Norte significó la guerra entre varias provincias del interior –Tucumán, Salta, Catamarca, La Rioja yJujuy– con Buenos Aires durante 1839-1841. Descontentos por la dureza del régimen y su monopolio de las rela-ciones exteriores, los gobernadores de esas provincias intentaron derrotar a Rosas. Tras la muerte del gobernadortucumano Alejandro Heredia (que gobernó durante 1832-1838) –que había controlado Jujuy, Salta y Catamarcacon su “Protectorado”, siendo el hombre fuerte de Rosas en el norte– el ejército provincial fue reorganizado,apelándose tanto a las milicias urbanas como a las departamentales rurales, y nombrándose al general Lamadridcomo jefe de las Fuerzas Armadas de la provincia. Uno de los dos “Ejércitos libertadores” de la coalición que seencontraba a su mando reunió aproximadamente 915 individuos, entre cívicos y soldados de línea, siendo el otrocomandado por el general Lavalle, que venía en retroceso de su intentona fallida de Buenos Aires. Sin embargo,estos cuerpos no pudieron hacer frente al gran ejército rosista liderado por el oriental Oribe, Ibarra y Aldao,derrumbándose la coalición en 1841 y retornando el norte a la órbita rosista con la asunción del gobernador tucu-mano Celedonio Gutiérrez, en octubre de ese mismo año.26

Conflictos externos

Paralelamente a los sucesos descriptos, en 1837 la Confederación Argentina declaró la guerra a laConfederación Peruano-Boliviana creada en octubre de 1836, en respuesta a la invitación de Chile. Las causas cen-trales de este conflicto fueron la disputa de Tarija por la provincia de Salta y los antiguos desentendidos y ene-mistades entre los países beligerantes, como la contribución de armamentos que Santa Cruz había realizado a laLiga del Interior en 1831 y demás cuestiones. A diferencia de otros eventos coetáneos, los resultados de este con-flicto bélico no fueron del todo favorables para el ejército rosista, al obtener la victoria el Ejército Chileno, que

22 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.23 Hacia año 1841 se ha estimado la relevante existencia de 836 oficiales, 1.979 suboficiales y 5.107 soldados, más 111 empleados en

el ejército regular (Juan Carlos Garavaglia, “Ejército y milicia...”, op. cit., p. 159).24 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego..., op. cit.25 Citado en Silvia Romano, Economía, sociedad y poder en Córdoba. Primera mitad del siglo XIX, Córdoba, Ferreyra Editor, 2002, p. 302.26 Flavia Macías, Armas y política en el norte argentino. Tucumán en tiempos de la organización nacional, tesis doctoral, Universidad

Nacional de La Plata, 2007. Véase en especial el cap. 1: “Armas, milicias y Comandantes. La configuración del Poder Ejecutivo y delEjército Provincial en la primera mitad del siglo XIX (1832-1852)”, disponible en línea: <www.historiapolitica.com>.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

JORGE GELMAN Y SOL LANTERI - El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1952)

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35 Véase el trabajo de Hilda Sabato en este volumen.36 Carta de Prudencio Arnold a Juan Manuel de Rosas, San Nicolás, 20 de abril de 1873, en Prudencio Arnold, Un soldado argentino,

Buenos Aires, Eudeba, 1970 (1893), p. 126, citada en Sol Lanteri, “Un vecindario federal...”, op. cit., pp. 312-313.

La batalla de Caseros y el fin de la experiencia rosista

Luego de largos años al mando del gobierno provincial y confederal y atravesando con mayor o menoréxito todos los acontecimientos narrados, el poder de Rosas fue disputado directamente desde el interior de suspropias filas. El 1° de mayo de 1851, Justo José de Urquiza, gobernador de la provincia de Entre Ríos, emitió un“Pronunciamiento” en el que expresaba la voluntad que tenía su provincia de reasumir las facultades delegadasal gobierno bonaerense hasta que se produjera la definitiva organización constitucional de la república. A losintereses de Entre Ríos se sumaron posteriormente la provincia de Corrientes y los gobiernos del Uruguay y elBrasil, que consolidaron su alianza mediante un tratado firmado el 29 de mayo de ese año, según el cual se acordabala consolidación de la Independencia del Uruguay y la configuración de una alianza armada contraria a los interesesde Rosas y Oribe.

Quizás no previendo acertadamente la real amenaza a su poder que esta alianza significaba, Rosasno ordenó la organización de la defensa militar de Buenos Aires sino hasta fines de 1851, cuando comenzó elbombardeo de la costa del Paraná por parte de naves brasileras. Finalmente, ambos bandos se dieron batalla enlos campos de Monte Caseros, el 3 de febrero de 1852, saliendo victorioso el Ejército Grande. Según ha sido referidopor varios autores, las guarniciones rosistas –fundamentalmente veteranas y de “no menos de 10.000 hombres”congregados desde fines del año anterior–30 junto con los “indios amigos”,31 no llegaron a dar plena batalla frentea sus opositores,32 cuyas fuerzas estaban compuestas centralmente por cuerpos milicianos. Se ha estimado que envísperas de Caseros, se produjo un gran reclutamiento en Entre Ríos, llegando a reunir más de 10.000 hombresentre infantería, artillería y especialmente caballería. Este reclutamiento habría comprendido entre el 60% y el70% del total de población masculina mayor a 14 años, canalizando el oriente entrerriano per se a 1.778 individuosen 1849, que representaban el 49,66% de todos los hombres de entre 15 y 60 años de la región, de los cuales el71% eran milicianos y sólo el 29% tropas de línea.33 A este núcleo de fuerzas milicianas de Entre Ríos se sumabanotros miles del Litoral, así como de los ejércitos brasileños y orientales. Y si bien el grueso de las tropas proveníade la provincia de quien dirigía la alianza, resultaba fundamental el apoyo en infraestructura militar del Brasil(especialmente su Armada), así como los recursos económicos que el Imperio le brindaba.

Por su parte, las fuerzas rosistas a fines de 1851 fueron estimadas en un total de 7.500 soldados en laDivisión Norte, 5.800 efectivos en la División Centro, 2.800 en la Sud, 17.800 soldados en la ciudad –entre milicianosde policía y tropas veteranas– y 12.700 veteranos más alojados en Palermo y Santos Lugares.34 Sin embargo, éstasno parecen haber logrado una movilización para enfrentar a la coalición enemiga con la misma energía que diezaños antes, en que la federación rosista derrotó a enemigos también muy poderosos.

A partir de la derrota de Caseros, Rosas se exilió en Inglaterra hasta su muerte, acontecida en 1877,al tiempo que se inició la experiencia de la Confederación, con sede política en la ciudad de Paraná y al mandode Urquiza, hasta la definitiva organización de la república con la inclusión de Buenos Aires desde 1862. Cabe

30 Ricardo Salvatore, “Consolidación del régimen rosista (1835-1852)”, en Noemí Goldman (dir.), Revolución, República, Confederación(1806-1852), op. cit., pp. 377-378.

31 Es sabido que la participación militar de los “indios amigos” no era verdaderamente deseada por Rosas, en base a experiencias pasa-das como la sucedida luego del derrocamiento de los Libres del Sur, cuando produjeron desmanes y robos de hacienda en las propiasestancias federales. Según ha sido referido, el mismo gobernador llegó a decir entonces: “Ya sabe usted que soy opuesto a mezclareste elemento entre nosotros, pues que si soy vencido no quiero dejar arruinada la campaña. Si triunfamos, ¿quién contiene a losindios? Si somos derrotados, ¿quién contiene a los indios?” (citado originalmente en John Lynch, Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires,Emecé, 1997 (1981), p. 309; en Jorge Gelman, Rosas bajo fuego..., op. cit., p. 205).

32 Domingo F. Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande, Bernal, UNQ, 1997 (1852).33 Roberto Schmit, Ruina y resurrección en tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el Oriente Entrerriano posrevolucionario,

1810-1852, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004, p. 177. La importancia de los cuerpos milicianos frente a los regulares en las distintasprovincias de la Confederación Argentina, a diferencia del nutrido ejército regular porteño, también ha sido referida para Corrientesy Córdoba, donde se ha destacado el relevante papel de los comandantes de milicia departamental en el primer caso y la gran movi-lización militar-miliciana durante el gobierno aliado de Manuel López en el segundo. Véanse Pablo Buchbinder, Caudillos de pluma yhombres de acción. Estado y política en Corrientes en tiempos de la Organización Nacional, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004; ySilvia Romano, op. cit., respectivamente. Del mismo signo eran las tropas que movilizaba Quiroga en los años 20 y 30, centradas enlos llanos riojanos (Noemí Goldman y Sonia Tedeschi, “Los tejidos formales del poder. Caudillos en el interior y el litoral rioplatensesdurante la primera mitad del siglo XIX”, en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos…, op. cit.).

34 Comando en Jefe del Ejército, Reseña histórica y orgánica del ejército argentino, tomo I, Buenos Aires, Círculo Militar, 1971, p 385.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

JORGE GELMAN Y SOL LANTERI - El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1952)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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señalar que la organización del ejército de línea que realizó Bartolomé Mitre a partir de entonces se hizo central-mente sobre la estructura del de Buenos Aires, y los “nuevos” jefes y oficiales surgieron de los que habían peleadocontra Rosas durante la campaña al Ejército Grande, y luego a favor de Buenos Aires durante la secesión.35 Sinembargo, algunos oficiales, pese a haberse pasado de bando o haber continuado en la función militar con losgobiernos posteriores, no olvidaban el gran sentimiento de fidelidad que Rosas había logrado cimentar con ellosmediante incentivos materiales (entrega de tierras fiscales, ganado, medallas, honores, exenciones impositivas, etc.)y el capital simbólico que significaba el trascendental lugar de pertenencia que la oficialidad militar tenía dentrode la federación rosista. En las propias palabras de un oficial federal que, sobreviviendo a la batalla de Caseros, leescribía al propio Rosas durante su exilio, desde San Nicolás, más de veinte años después:

Sabe Vd. que he sido militar y no político; como tal, mi adhesión siempre es profunda hacia Vd. y mimás íntimo deseo sería verlo y abrazarlo, pero ya que esto es imposible desde aquí tengo el placerde saludarlo, deseándole toda la felicidad y que cuente con el profundo cariño de su más afectísimoservidor y amigo.36

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Revolución de Mayo en Buenos Aires y Guerra de Independencia constituyen, para la historiografíaargentina, dos términos estrechamente unidos en tanto los sucesos que tuvieran lugar en 1810 en la capital delvirreinato del Río de la Plata habrían de desencadenar una guerra que tendrá lugar fundamentalmente en lasprovincias altoperuanas y en la provincia de Salta, resultante esta última de la fragmentación de la Intendenciade Salta del Tucumán dispuesta por el director supremo Gervasio Posadas en agosto de 1814. En el transcurso de lamisma, la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de América del Sur, en la ciudad de Tucumánel 9 de julio de 1816, a la vez que afirmaba el sentido anticolonial de la guerra expresaba un anhelo que sólo podríaconseguirse con la derrota del poder realista en América del Sur. Triunfaba así un proyecto político más amplio yradical que excedía a la jurisdicción del ex virreinato, hasta ese momento el escenario de la revolución rioplatense.

En el transcurso de los años que mediaron entre 1811, cuando Juan José Castelli al frente del EjércitoAuxiliar del Perú se detuvo en el río Desaguadero –límite del virreinato del Río de la Plata con el del Perú–, yenero de 1817 cuando José de San Martín emprendió el cruce de los Andes, la guerra desencadenada en los espaciosandinos del ex virreinato impulsó cambios estratégicos de envergadura. A principios de 1814 y luego de la segundaderrota en el Alto Perú del Ejército Auxiliar enviado por Buenos Aires, José de San Martín, quien había reempla-zado como jefe de ese ejército a Manuel Belgrano dispuso enfrentar a los realistas que ocupaban el territoriosalto-jujeño, desarrollando allí una guerra de guerrillas.1 Esta decisión resultó definitoria para la dinámica de laGuerra de Independencia en los Andes del sur. Fueron responsables de implementar esta estrategia Martín Miguelde Güemes, militar natural de Salta a quien José de San Martín nombró Teniente Coronel de Vanguardia emplazadoen la frontera sur de la jurisdicción de la ciudad de Salta y Apolinario Saravia, capitán de Milicias de la provinciade Salta en el departamento de Guachipas al sur del valle de Lerma. De esta manera Salta y Jujuy se incorporaron“a la guerra de montaña” y de recursos que se libraba desde 1811 en las Provincias Altoperuanas. Pocos mesesdespués, luego de abandonar la jefatura del Ejército Auxiliar del Perú, San Martín fue designado gobernador deCuyo, donde comenzó a organizar fuerzas militares con la finalidad de cruzar los Andes para batir a los realistas enChile y el Perú. La derrota por tercera vez del Ejército Auxiliar del Perú a fines de 1815, fortalecerá la estrategia sanmarti-niana, e impulsará la declaración de la independencia en los momentos más difíciles y complicados de la revolución.

* Proyecto PIP CONICET 7063 y PICTO Agencia 36715.1 Fue Manuel Dorrego quien aconsejó a San Martín acerca de la inutilidad de mantener tropa de línea en Salta ponderando las posibi-

lidades que en cambio ofrecería la ofensiva sorpresiva de grupos milicianos.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos*

SARA E. MATA UNSA / CONICET

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Y LA ORGANIZACION NACIONAL

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ya que “en aquel tiempo ese elemento popular, que tan poderoso ha sido después en manos de los caudillos eracasi desconocido; en consecuencia los generales poco o nada contaban fuera de lo que era tropa de línea”.6

Los testimonios relativos al escaso entusiasmo por participar o sumarse a las milicias no se agotan enlas percepciones desencantadas de los jefes revolucionarios. En los primeros días de febrero de 1813 fue apresadopor los realistas en el valle Calchaquí, en ocasión de intentar reclutar gente del valle, Mariano Díaz, natural de Sinti,comandante de Armas de la Provincia de Atacama y oficial del Ejército de Buenos Aires. Trasladado en calidadde prisionero hasta Oruro después de la derrota sufrida por Pío Tristán en ese mismo mes de febrero en Salta,reconoce la comisión ordenada por Belgrano y su fracaso “por oposición que le hicieron sus moradores”. Del sumariose desprende además que fue capturado por la decisiva oposición de los habitantes del valle que “en San Carlos, eldía tres a la madrugada lo atacaron los moradores del país y lo obligaron a retirarse”.7 No sólo indiferencia sinotambién hostilidad.

La defección a la causa revolucionaria tampoco fue absoluta. La comunicación clandestina con el ejércitoestacionado en Tucumán permitió a Belgrano contar con información acerca de las fuerzas realistas y en los montesy en los cerros del valle de Lerma y la frontera con el Chaco, las partidas milicianas interferían las comunicaciones ysecuestraban mercancías y víveres que llegaban para la provisión de la ciudad. Si bien la base de operaciones deestas milicias se encontraba en Tucumán, muchos de ellos eran salteños conocedores del terreno, condición indis-pensable para este tipo de acciones.

Si en 1812 los pobladores, en su mayoría, miraron con indiferencia e incluso muchos con entusiasmola presencia del ejército real, en 1814 las circunstancias fueron diferentes. En 1814 no contaron con los apoyospolíticos y económicos de los cuales habían gozado en 1812, en parte porque las principales familias realistas habíanemigrado en 1813 hacia el Perú junto con el derrotado ejército del Rey y en parte porque Joaquín de la Pezuela,el jefe realista que ocupó Salta en esta oportunidad actuó con extrema severidad incautando bienes y persiguiendoa todos aquellos sospechados de apoyar a la causa revolucionaria.

Carentes del apoyo que pudieran brindarles comerciantes y estancieros adictos, se vieron en la necesidadde proveerse de víveres y de ganados, especialmente mulas y caballos, procediendo a la requisa y saqueo en lasestancias del valle de Lerma. Corría el mes de febrero cuando alrededor de cuatrocientos hombres integrantes devarias partidas españolas al mando de un vecino de Salta, incorporado al ejército realista y por lo mismo conocedordel territorio, se internaron en el valle de Lerma en búsqueda de provisiones y en la requisa de ganados procedióa confiscarlos tanto de las estancias como de los pequeños y medianos productores, fueran éstos arrenderos opropietarios de tierras, los cuales vivieron con indignación el saqueo al que eran sometidos por los hombres delRey. El paisanaje no sólo resistió la requisa sino que, en no pocas ocasiones, asaltaron las partidas realistas con lafinalidad de recuperar su ganado.

Aun cuando el relato de los hechos, realizado con posterioridad, plantea la resistencia a los saqueosrealistas como una reacción casi espontánea, alentada por algunos estancieros del lugar, la decidida participaciónde Pedro José de Zavala, quien en 1811 revistaba en la Compañía de Chicoana del Regimiento de Voluntarios dela Caballería de Salta modera la interpretación de la resistencia como una simple reacción ante el saqueo.8 La exis-tencia de milicianos que con toda probabilidad participaron en la batalla de Salta y las vinculaciones que indu-dablemente varios de ellos conservarían con los jefes de las milicias que operaban en las serranías de Guachipas,partido al sur del valle de Lerma, permiten suponer que, además del movimiento espontáneo de defensa de susbienes, entre las razones que llevaron a la rebelión se encontraría una red de relaciones que la incitaba.

La rebelión de los vecinos de Chicoana se enmarcó rápidamente en las directivas del Ejército Auxiliar,y en la estrategia diseñada por Manuel Dorrego y José de San Martín e implementadas en el valle de Lerma porApolinario Saravia, capitán de Milicias de Guachipas. Poco después, Martín Miguel de Güemes con las milicias quehabía logrado reunir y organizar ayudado por algunos estancieros de la frontera del Rosario, acosó a las fuerzasrealistas en las proximidades de la ciudad de Salta y estableció sobre ella un férreo cerco que dificultó el aprovi-sionamiento no sólo del Ejército sino también de la población que residía en la ciudad. En julio de 1814, un des-tacado vecino de Salta, Pedro Pablo Arias Velásquez en una carta dirigida al exiliado obispo Videla del Pino

6 José María Paz, Memorias póstumas, tomos I y II, Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 79.7 Archivo General de Indias, Sevilla [AGI], “Causa criminal seguida de oficio contra el Reo Mariano Díaz acusado por caudillo de insur-

gentes y de haber cometido los asesinatos, robos y saqueos que constan de esta sumaria”, Diversos, Ramo 1, N°1. 8 AGN, “Milicias de Salta, 1811”, Sala X, 22.3.5.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

SARA E. MATA - La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos

En esta oportunidad nos interesa presentar los perfiles militares, sociales y políticos que presentó laGuerra de Independencia en la provincia de Salta, por dos importantes razones. La primera por cuanto la mismaocasionó un proceso insurreccional que descubrió las profundas tensiones que agitaban a la sociedad local favo-reciendo la construcción del liderazgo político y militar de Martín Miguel de Güemes. La segunda en virtud de larepresentación que de la autoridad del Ejército Auxiliar alcanzara Martín Miguel de Güemes entre los gruposinsurgentes altoperuanos y la importancia que reviste su muerte en 1821 durante la definición del actual territoriode la República Argentina.

Al momento de la Revolución y ante la necesidad de fortalecer al ejército que desde Buenos Airesmarchaba hacia el Alto Perú, el gobernador Chiclana dispuso en Salta levas con la finalidad de reclutar hombrespara el Ejército Auxiliar. Se crearon asimismo nuevos cuerpos de milicias tales como la de los Cívicos, integradopor miembros de la elite y la de los Pardos y Morenos, ambas en el ámbito urbano, mientras que las milicias ruralesaumentaron el número de hombres. Entre quienes en septiembre de 1810 se abocaron con entusiasmo a la tareade organizar estas milicias rurales se encontraban importantes estancieros que constituían la oficialidad de lasMilicias Regladas de fines de la colonia o de las milicias voluntarias alistadas en ocasión de las invasiones inglesas, entanto es notorio el desplazamiento o la ausencia de otros y la designación de nuevos jefes.2 De esta manera, sibien las milicias coloniales constituyeron las bases de la movilización iniciada en 1810, la militarización tendientea apoyar al Ejército Auxiliar del Perú, ofrecerá nuevas alternativas de poder al abrigo de la adhesión a la causa deBuenos Aires y hará posible la incorporación de nuevos actores sociales al campo militar.3

En estos primeros momentos, el pago del prest o salario debido a los soldados enrolados sirvió de ali-ciente, aun cuando la deserción, al igual que en el resto de los territorios del interior del virreinato fue frecuente. No esposible evaluar en qué medida influyó en estas primeras movilizaciones la experiencia militar previa brindada porlas Milicias Regladas y la presencia de un batallón del Regimiento Fixo de Buenos Aires en Salta. De cualquier modo,es posible observar que aun con escaso o nulo entrenamiento militar, los cuadros jerárquicos de estas estructurasmilitares revalidaron y legitimaron sus cargos en el ejército que organizaba Buenos Aires, en dos instancias deimportancia: el reclutamiento a nivel local y su incorporación como oficiales al mando de milicias en el EjércitoAuxiliar. Pero también es preciso considerar las expectativas y experiencias adquiridas por los hombres que, porsu condición de milicianos, lograron autorización para portar armas y gozaron de un fuero que los sustraía de lasjusticias ordinarias y les brindaba posibilidades de negociación, a pesar de las asimetrías de la relación jerárquica.

En efecto, el fuero militar, fuente de desavenencias y espacio de negociación, adquiere en este contextobélico mayor significación en tanto a través de él se habrán de dirimir espacios de poder entre autoridades civiles ymilitares. La autoridad ejercida por los Alcaldes y los estancieros y hacendados sobre la población rural se resintió visi-blemente frente a las posibilidades concretas de sustraerse de ella por parte de peones y arrenderos sujetos a la milicia.4

De cualquier modo, entre 1810 y 1812 las milicias de Salta tuvieron un protagonismo escaso. Desconocemosel apoyo que pudieron haber brindado en febrero de 1813, cuando el ejército de Belgrano, libró una batalla deci-siva en las proximidades de la ciudad de Salta, logrando recuperar Salta y Jujuy del dominio realista. En esa opor-tunidad, colaboraron oficiales y milicianos salteños que siguieron al derrotado ejército de Castelli, cuando enagosto de 1812 y ya al mando de Belgrano, emprendió desde Jujuy la retirada hacia Tucumán. Los testimonios deManuel Belgrano en los difíciles meses de 1812 muestran a una sociedad local renuente a prestar su apoyo al EjércitoAuxiliar del Alto Perú.5 En sus Memorias póstumas, José María Paz justifica la decisión de Belgrano de liberar alos prisioneros realistas luego de la victoria obtenida en Salta, ante la imposibilidad de vigilar a tantos hombres

2 Entre los ausentes se encontraba el capitán de Milicias Voluntarias de Caballería de esta Capital Francisco Javier de Figueroa, quienen 1807 ofreció vestir, armar y correr con los gastos de traslado de una compañía de cien hombres hasta Buenos Aires para defenderla capital del virreinato (Archivo General de la Nación [AGN], Sala X, Guerra, 43.8.2). Su entusiasmo no se reiteró en 1810. En cambiosu hermano Apolinario habría de colaborar con el capitán don José Antonino Fernández Cornejo en reclutar y acuartelar soldados enla Hacienda de San Isidro propiedad ubicada en la frontera perteneciente a este último (AGN, Sala X, 43.7.9).

3 Sara Mata de López, “Guerra, militarización y poder. Ejército y milicia en Salta y Jujuy. 1810-1816”, en Anuario IEHS, Nº 24, Tandil,2009, en prensa.

4 Sara Mata de López, “Tierra en armas. Salta en la Revolución”, en Persistencias y cambios. Salta y el Noroeste Argentino. 1770-1840,Rosario, Prohistoria & Manuel Suárez editor, 1999.

5 “[Q]uejas, lamentos, frialdad, total indiferencia y diré más odio mortal, que estoy por asegurar que preferirían a Goyeneche cuando nofuese más que por variar de situación y ver si mejoraban. Créame Ud. el ejército no está en pais amigo [...] se nos trata como a verdaderosenemigos” (Citado en Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires, Anaconda, 1950, p. 219).

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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y Caballería (Regimiento de Infernales, Partidas Veteranas, Coraceros, Partidas Auxiliares, Granaderos) y Escuadronesde Gauchos pertenecientes a la jurisdicción de Salta, de la Frontera del Rosario, del valle de Cachi, de Jujuy, de laquebrada de Humahuaca, y en un solo escuadrón los gauchos de Orán, Santa Victoria, San Andrés y la Puna. EstosEscuadrones de Gauchos eran las Milicias Regladas de la provincia y al igual que los cuerpos militares gozabandel fuero permanente. Conformaban un total de 6.610 hombres, una fuerza indudablemente importante.14

Resulta interesante observar que los cuerpos militares contaban con un total de 551 soldados, mientrasque los 15 escuadrones gauchos sumaban 4.888 milicianos. Es decir que el peso de la resistencia a los realistasrecaía indudablemente en las Milicias Provinciales.15 Pero más significativo aun resulta comprobar que de esos4.888 hombres, 2.090 correspondían a los escuadrones del valle de Lerma, es decir que el 44% de los gauchoscorrespondían a los partidos de Chicoana, Guachipas y Rosario de los Cerrillos donde, a fines del período colonial,se concentraba la mayor parte de la población rural del valle en calidad de pequeños propietarios, arrenderos yagregados y donde también la tensión en torno a la tierra era intensa.16 No resulta casual entonces que la movili-zación desatada por la Guerra de Independencia derivase luego en insurrección, la cual fue rápidamente capitalizadapor Güemes al incorporarla en las Milicias Cívicas o Escuadrones Gauchos que organizara en 1815. También allí,a fines de la colonia, se radicó población indígena tributaria procedente del Alto Perú para quienes la abolicióndel tributo dispuesta por el gobierno revolucionario, a partir de 1812, pudo impulsar a sumarse a la defensa delmismo ingresando a las milicias.

Si en abril de 1815 Güemes se presentó en Puesto del Marqués comandando una división de mil hombres,de los cuales quinientos pertenecían a las milicias gauchas del valle de Lerma,17 es indudable que éstas sumaronmuchos voluntarios a sus filas en el transcurso de 1815, cuando decididamente capitalizó la insurrección incorpo-rándola a los Escuadrones Gauchos de las Milicias Provinciales. A pesar de no contar con cifras confiables en relacióncon la población de Salta y su jurisdicción, es factible arriesgar que 2.090 gauchos representarían prácticamentea todos los hombres en condición de tomar las armas. La movilización era, de este modo, masiva.18

A mediados de 1816 Manuel Belgrano, nuevamente general del Ejército Auxiliar del Perú, aceptó conserias reservas la guerra de montaña como única alternativa posible para enfrentar a los realistas en los territoriosdel ex virreinato del Río de la Plata.19 De esta manera, la insurrección salteña, organizada ya en las estructurasmilitares dadas por su Gobernador pasaron a formar parte de la guerra que libraban las guerrillas en el Alto Perúy el Ejército de Buenos Aires no volvería a transitar el territorio de la provincia de Salta.

Al finalizar el año 1816, la revolución rioplatense atravesaba momentos muy difíciles. Los realistashabían consolidado su control sobre las principales ciudades altas peruanas que no volverían más a estar bajo el poderde los revolucionarios porteños. Los principales líderes de la insurgencia altoperuana habían muerto y el movi-miento revolucionario se encontraba desarticulado. El desembarco en Lima de disciplinadas tropas militares al mandodel general José de la Serna, destinadas a recuperar para la monarquía española los territorios sublevados, hacíaprever mayores peligros a las endebles Provincias Unidas del Río de la Plata.

14 “Milicias de Salta al mando del General Güemes”, en Luis Güemes, Güemes documentado, tomo 8, Buenos Aires, Plus Ultra, 1984,pp. 22-43.

15 Sara Mata de López, “Paisanaje, insurrección y guerra de independencia. El conflicto social en Salta 1814-1821”, en Jorge Gelman yRaúl O. Fradkin (comps.), Política y sociedad en el siglo XIX, Rosario, Prohistoria, 2008, p. 70.

16 Sara Mata de López, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia, Sevilla, Diputación de Sevilla,colección Nuestra América, 2000.

17 Carta de Agustín Dávila a Martín Torino, Jujuy, 3 de marzo de 1815, en Luis Güemes, Güemes documentado, tomo 2, Buenos Aires,Plus Ultra, 1979, p. 292.

18 En 1816, Juan Adam Graaner de visita en Salta reconoce que respecto a la población sólo se tienen noticias muy vagas, y que segúnlos datos que ha obtenido la ciudad tendría unos 6.000 habitantes (Juan Adam Graaner, Las provincias del Río de la Plata en 1816,Buenos Aires, El Ateneo, 1949). En 1825 un viajero inglés, José Andrews, calcula para la ciudad y su campaña un total de 14.500 habi-tantes (Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826, Buenos Aires, La Cultura Argentina, Vaccaro, 1920). A finesde la colonia las cifras también son dispares. El censo de 1778 indica un total para Salta, curato rectoral y campaña de 11.565 habi-tantes correspondiendo al valle de Lerma 3.265. Si a estas cifras sumamos parte de la población del curato rectoral que se encontrabaen las quintas, chacras y estanzuelas que rodeaban el centro urbano, podríamos estimar alrededor de 5.000 habitantes en el área ruraldel valle. El crecimiento de población en las últimas décadas coloniales puede constatarse por la migración de población indígena alto-peruana y también por los datos que brinda Malespina en 1789 que consigna para Salta y su jurisdicción un total de 22.389 habitantes(Edberto Acevedo, La intendencia de Salta del Tucumán, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1965, p. 322).

19 AGN, Sala X, 4.1.3

comentaba que en la ciudad “las gentes que quedaron asta aora están saliendo o fugando con mil riesgos y trabajospor la suma miseria que el sitio de nuestros gauchos tiene a aquel pueblo sin dejarles dentrar nada en víveres”.9

La caída de Montevideo en poder de Buenos Aires y los serios reveses militares sufridos por los realistasen el Alto Perú debidos al accionar del general José Antonio Alvárez de Arenales y los jefes insurgentes Padilla,Cárdenas, y muchos otros, convencieron al general realista Joaquín de la Pezuela de la inutilidad de intentar des-plazarse hacia Tucumán, desafiando a las milicias salteñas, para enfrentar al Ejército Auxiliar que allí se encontraba.El desabastecimiento y el peligro de tener que rendirse ante la vanguardia que dirigía Martín Miguel de Güemes,le indujeron a retirarse, abandonando definitivamente Jujuy en el mes de agosto de 1814, para enfrentar un penosoviaje, en invierno y con escasas pasturas, en dirección al Alto Perú.

Si bien el hostigamiento a las fuerzas realistas y el cerco impuesto por el campesinado ya incorporadovoluntariamente en las milicias rurales no fue tan sólo obra de la población rural del valle de Lerma ya que desdela Frontera del Rosario se sumaron las milicias reunidas por Martín Miguel de Güemes, fueron los paisanos del vallede Lerma quienes adquirieron en esta resistencia mayor protagonismo. Estos paisanos voluntarios comenzaron aser identificados como “gauchos”, denominación que adquirió así una clara connotación militar.10 Expulsados losrealistas, y después de la experiencia adquirida permanecieron movilizados en el marco de las desavenencias entreel ejército de Rondeau y el gobernador Güemes. La crisis de 1815 será una de las razones por las cuales la insu-rrección se sostuvo articulándose en el proyecto político de Martín Miguel de Güemes. Debido al ascendente militarlogrado en la resistencia a la ocupación realista de 1814 y al triunfo logrado en Puesto del Marqués en abril de1815 Güemes consiguió, a su regreso a Salta y luego de pasar por Jujuy y tomar de su maestranza seiscientos fusiles,hacerse designar gobernador de la provincia de Salta.11

Desde el gobierno y desafiando las órdenes del Directorio y del jefe del Ejército del Norte se dedicóa organizar cuerpos de línea, entre ellos los Infernales y sobre todo las milicias cívicas de gauchos en la campañade Salta, Jujuy y Orán.12 Con el fin de concretarlo se enfrentó duramente con el Cabildo de Jujuy, que además senegaba a reconocer su designación. En el centro de la disputa se encontraba el otorgamiento del fuero militar alos milicianos. Tanto el Cabildo de Salta como el de Jujuy insistían en negar los beneficios del fuero a los gauchoscuando no se encontraran en acción. En septiembre de 1815, al concluir la organización de las Milicias Cívicas deGauchos y los cuerpos de línea, Güemes contaba con fuerzas suficientes para desafiar a las autoridades de BuenosAires y del Ejército Auxiliar. El fuero, a pesar de la resistencia ofrecida por la elite, operó de manera permanente.Su concesión fue el resultado de la negociación implícita entre el paisanaje incorporado a las milicias y los sectoresrevolucionarios de Salta que apoyaban a Güemes. No cabe duda de que comprendieron cabalmente la necesidadque de ellos tenían para afianzar su proyecto político.

Cuando en marzo de 1816 las fuerzas militares de Rondeau tomaron la ciudad de Salta y declararon aGüemes traidor a la revolución, una partida de gauchos sorprendió y derrotó a una avanzada del Ejército Auxiliar,tomando su armamento. Luego de este revés y acosado por el cerco que las milicias de Güemes realizaban a la ciu-dad impidiendo su abastecimiento, Rondeau accedió a formalizar un pacto en Cerrillos, localidad próxima a laciudad de Salta. Poco después el Gobernador, luego de una reunión con los más importantes propietarios rurales,acordó “eximir” ínterin durase la guerra del pago de los arriendos con lo cual es evidente que el poder ascendentede las milicias lograba arrancar concesiones a la elite propietaria de Salta.13 La insurrección adquiriría así los ribetesde un movimiento social que se fue intensificando en el transcurso de la guerra contra los realistas. Y será también enel transcurso de la guerra que irá transformándose en la expresión armada de un proyecto político, y con ese sentidogran parte de esta movilización habrá de perdurar varias décadas más, luego de concluida la Guerra de Independencia.

La importancia que adquirieron los cuerpos milicianos de la provincia de Salta se refleja en la cantidadde hombres que las integraban. En 1818 las fuerzas militares de Güemes incluían cuerpos de línea como Artillería

9 AGN, Culto-Sala X, 4.7.2.10 Fueron Dorrego y San Martín quienes comenzarían a llamarles así, estableciendo probablemente una velada analogía con los “gauchos”

de la Banda Oriental que al mando de José de Artigas luchaban contra los realistas en Montevideo. Coincide con esta apreciación LuisGüemes, Güemes documentado, tomo 7, Buenos Aires, Plus Ultra, 1982, p. 437.

11 Aprovechó así el vacío de poder que experimentaba el Directorio en Buenos Aires y la partida del Gobernador de Salta incorporadoal ejército de Rondeau en marcha hacia el Alto Perú. Al dejar la ciudad, Hilarión de la Quintana, había depositado en el Cabildo fun-ciones propias del gobernador.

12 Sara Mata de López, “La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder”, en Andes: Antropologíae Historia, Nº 13, CEPIHA, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta, 2002, pp. 128-129.

13 Sara Mata de López, “Tierra en armas. Salta en la Revolución”, op. cit.

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Mientras que la oposición de la elite al gobernador Güemes aumentaba y las conspiraciones en sucontra involucraban incluso a sus capitanes y hombres de confianza, el temor que las invasiones realistas producíanen el vecindario de Salta contribuía a preservarlo en el poder. Uno de los objetivos de Güemes era coordinar,como jefe de la Vanguardia del Ejército porteño, las acciones llevadas a cabo por las guerrillas altoperuanas. Era éstatambién la aspiración de Manuel Belgrano, quien como general del Ejército Auxiliar del Perú confirmaba desdeTucumán los cargos militares de los insurgentes altoperuanos propuestos por Güemes.

Tanto Martín Miguel de Güemes como Manuel Belgrano debieron aceptar la imposición de las jefaturasen las guerrillas admitiendo la imposibilidad de designar a sus jefes. Estas fuerzas irregulares trataron de todosmodos de darse una estructura y organización militar. José Santos Vargas, tambor en la guerrilla de Ayopaya nosbrinda en su diario relatos ilustrativos acerca de estos esfuerzos, de la manera en que elegían a sus jefes, de laparticipación indígena y de la importancia que tenía pertenecer al Ejército de Buenos Aires.22

Si bien el Ejército Auxiliar del Perú no retornó nuevamente a esos territorios, tanto Belgrano comoGüemes abrigaron la esperanza de poder concretar una nueva expedición que fortaleciera en un movimiento de pinzasel avance de San Martín en el Perú. Las condiciones materiales del Ejercito Auxiliar acantonado en Tucumán y laslimitaciones de Güemes para desplazarse hacia el Alto Perú, postergaron este proyecto. Güemes intentó, sin embargo,organizar acciones conjuntas con los jefes de la guerrilla de Ayopaya. En enero de 1821, los jefes realistas infor-maban al Ministro de Guerra acerca de los peligros que acechaban a la causa del Rey en el Alto Perú “No es Exmo.,San Martín y sus satélites los únicos enemigos que tenemos. Son mayores y de más consideración los que por des-gracia de esta guerra abundan ya en todas las capitales, pueblos y aún en las más pequeñas aldeas”. Luego decomentar cómo habían logrado abortar la sedición de tropas de la vanguardia realista que pretendían “asesinar alComandante General, Jefes y Oficiales de la vanguardia y llamar después al caudillo Güemes que viniese a apoderarsedel Alto Perú”,23 refiere acerca del complot destinado a contrarrevolucionar a Oruro, el cual fue descubierto porhaber “sido interceptados en el despoblado de Atacama unos pliegos que el caudillo Chinchilla dirigía al de lamisma clase Güemes”. El fin de este complot era, además de matar a todos los decididos por la causa del Rey y asaltarla Maestranza para proveerse de pólvora, fusiles y otros útiles de guerra, “llevarse la tropa y con ella engrosar la fuertegavilla de Chinchilla y revolver las provincias de la Paz y Cochabamba y por consecuencia todo el distrito de BuenosAires”. Frente a estas evidencias no duda en afirmar que “el plan de los enemigos es combinado y general”.24

La importancia de Martín Miguel de Güemes en la Guerra de Independencia que se libraba en territorioaltoperuano incluyendo a Salta y Jujuy se evidencia en el tratamiento que le da Joaquín de la Pezuela, a la sazónvirrey del Perú. En octubre de ese año siguiendo la Real Orden del 11 de abril de 1820 nombró Comisionados para“que traten y conferencien con las autoridades de las citadas provincias del Río de la Plata”, con el fin de tratar elreconocimiento de la Constitución española. Entre las instrucciones que les entrega dispone

sobre todo tratarán de ganar por todos los medios posibles al Gefe de la Provincia de Salta D. Martinde Guemez pues la incorporación de este en nuestro sistema, acarrearia ventajas incalculables por surango y por el gran influjo que ha adquirido sobre los pueblos de su mando.25

La crisis política que enfrentó a las provincias del ex virreinato con Buenos Aires en 1820 y la disolu-ción del Ejército Auxiliar del Perú significó también, ante la inexistencia de un poder central, abandonar a su suer-te a la provincia de Salta y a la insurgencia altoperuana que combatían a las fuerzas realistas, también ellas debi-litadas. En ese contexto la oposición al gobierno de Martín Miguel de Güemes cobró impulso. El 24 de mayo de1821, en ausencia de Güemes,26 el Cabildo lo destituyó del gobierno argumentando que

22 José Santos Vargas, Diario de un comandante de la independencia americana. 1814-1825, transcripción, introducción e índices deGunnar Mendoza, México, Siglo XXI, 1982.

23 El destacado me pertenece.24 Refutación que hace el Mariscal de Campo D. Jerónimo Valdez del Manifiesto que el Teniente General D. Joaquín de la Pezuela impri-

mió en 1821 a su regreso del Perú. Publica su hijo Conde de Torata, Madrid, Imprenta Viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1895.Documento justificativo número 15 del tomo I, pp. 141-145.

25 AGI, Indiferente, 1570.26 A principios de 1821 Güemes decidió avanzar contra Bernabé Araoz, gobernador de Tucumán. Varias fueron las razones que precipi-

taron esta decisión, entre ellas la separación de Santiago del Estero de Tucumán y la decisión de Aráoz de invadirla así como la deimpedir el envío de dinero que desde Santiago remitían para ayudar a equipar a las fuerzas militares de Salta.

Si bien la provincia de Salta soportó entre 1817 y 1821 sucesivas invasiones, la que tuvo lugar en enerode 1817 fue la más peligrosa para el destino de la revolución, cuando tropas realistas al mando del general LaSerna, avanzaron sobre Jujuy y ocuparon la ciudad de Salta. El objetivo militar de La Serna era Tucumán, ya quesu plan consistía en obligar a San Martín a abandonar Cuyo para auxiliar al Ejército allí estacionado, dando asíoportunidad al ejército realista que se encontraba en Chile para cruzar los Andes y unirse con el suyo, con la finalidadde destruir a las fuerzas militares porteñas y recuperar el virreinato del Río de la Plata. Mientras que La Serna seinternaba en la provincia de Salta, José de San Martín emprendía el cruce de los Andes con destino a Chile.Comenzaban así a fallar las previsiones de los jefes realistas. Un mes después, el triunfo de San Martín en Chile, generózozobra e incertidumbre.

De todas maneras, debieron de haber evaluado la debilidad del ejército de Belgrano estacionado enTucumán al no contar ya con la posibilidad de ser socorrido por el de San Martín y la importancia de sorprender ypropinar una derrota que podría llegar a ser fundamental para recuperar al insurrecto virreinato del Río de laPlata. Estas consideraciones debieron de pesar en las disposiciones que el virrey Pezuela hiciera llegar a La Serna,ordenándole

que si estaba en actitud y haciendo un esfuerzo como lo requería el caso, dispusiese un rápido movi-miento con toda su fuerza sobre el Tucumán para deshacer la poca que tenía el General enemigoBelgrano, y se retirase después a su posición de Jujuy en observación de las conductas de los portu-gueses que se habían introducido hostilmente en Montevideo y Banda oriental el Río de la Plata y secreía que fuese en combinación con los de Buenos Aires y de mala fe, sin embargo de que al propiotiempo se estaban tratando los casamientos de nuestro Rey Fernando y el Infante Don Carlos con dosinfantas Portuguesas.20

Pero avanzar hacia Tucumán resultó mucho más difícil de lo esperado. En la provincia de Salta unavez más, el control de la campaña quedó en manos de los gauchos y de Güemes, quienes impidieron el abaste-cimiento de la ciudad y de las tropas enemigas. A pesar de ello, una partida enemiga intentó llegar a Tucumáneligiendo para ello el camino menos frecuente ante la imposibilidad de hacerlo por el camino real de la fronterao a través del valle de Lerma dada la peligrosidad de las guerrillas gauchas. A sabiendas de que en el valleCalchaquí contaban con mayores adhesiones y que allí la insurrección no era tan generalizada, eligieron atravesarlopara bajar a Tucumán. Llegar hasta ese valle no resultó sencillo ya que para hacerlo debieron internarse variasleguas hacia el oeste por el valle de Lerma donde las milicias gauchas demostraron nuevamente su eficacia enhostigar a las partidas realistas. Acosados permanentemente, sin posibilidades de encontrar alimentos y diezmados,no se atrevieron a atravesar la quebrada de Escoipe, paso obligado hacia el valle Calchaquí. El retorno hasta Saltafue aun más fatigoso. Imposibilitados de avanzar, cual era su intención y asediados en la ciudad de Salta, finalmenteLa Serna dispuso el retiro de sus tropas hacia el Alto Perú.

La derrota sufrida por La Serna fortaleció aun más el liderazgo de Martín Miguel de Güemes, aldemostrar la eficacia de las guerrillas gauchas para enfrentar al ejército realista. Las sucesivas invasiones realistascarecieron ya del sentido estratégico militar que alentaron a las anteriores de 1812, 1814 y 1817, limitándose a serincursiones destinadas a proveerse de ganados y mulas. La guerra se transformó así en una guerra de recursos.Sintieron el peso de la misma los comerciantes y los hacendados de Salta. Los primeros porque no sólo vieron inte-rrumpido el comercio con el Alto Perú sino porque también debieron realizar préstamos forzosos al Estado pro-vincial para cubrir los gastos que demandaba el sostenimiento de los hombres movilizados y los segundos porqueademás de las confiscaciones de ganados se vieron privados del servicio personal y del pago de los arriendos dequienes se encontraban enrolados en las milicias. Facundo de Zuviría escribiría en 1818 que los hacendados “soloven en los defensores de la patria, como en quienes la invaden, hombres que talan sus campos, destruyen sus frutos,arrean y consumen sus ganados y cargan sobre ellos inmensas contribuciones”.21

20 Joaquín de la Pezuela, Memoria de Gobierno de Joaquín de la Pezuela, virrey del Perú. 1816-1821, edición y prólogo de Vicente RodríguezCasado y Guillermo Lohmann Villena, Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1947, p. 119.

21 Archivo y Biblioteca Históricos de Salta [ABHS], “Presentación del ciudadano Facundo de Zuviría a nombre de D.Dr. José Ignacio deGorriti”, Armario Gris, fs. 8 y 8v.

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Desde su colocación en el gobierno, sus primeros empeños fueron perpetuarse en él; engañar a lamuchedumbre, alucinarlas con expresiones dulces sin sustento [...] invertir el orden; disponer de laspropiedades a su antojo [...] ser el principal motor de la anarquía seminada en las demás provinciasque forman el continente.27

La Revolución del Comercio como fue denominado el intento de destituir a Güemes por parte delCabildo no prosperó por cuanto las milicias continuaron reconociendo la autoridad del Gobernador. Dos sema-nas después, el 7 de junio una partida realista ingresó a la ciudad sorprendiendo a Güemes e hiriéndole cuandoal galope de su caballo buscó salir de la ciudad para refugiarse en su campamento. Una semana después fallecía.Los honores que la oposición a Güemes brindó al general realista Pedro Antonio de Olañeta dan cuenta del graveenfrentamiento que aquejaba a la sociedad de Salta, el cual no debe atribuirse tan sólo al deterioro económicoo a la necesidad de restablecer el comercio con el Alto Perú. Si bien éstas indudablemente constituían razonesimportantes, el control social y la búsqueda de una propuesta política viable en el marco de la crisis institucionalque aquejaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata fueron también responsables de la alternativa elegidapor la clase dirigente de Salta.

Las negociaciones, de carácter secreto, entre la oposición a Güemes, autodenominada “Patrianueva”, y el jefe realista, culminan con la firma de un armisticio en julio de 1821 mediante el cual se garantizóel retiro de las tropas realistas más allá de la quebrada de Purmamarca, se dispuso la designación de un gober-nador sin la presión de las tropas y se facilitó la adquisición de vituallas y ganados a las fuerzas realistas, quienespagaron por ellas a los comerciantes y los propietarios que las facilitaron. Ante la ausencia de un gobierno cen-tral la provincia de Salta, representada por el Cabildo, se constituyó en sujeto de soberanía negociando el retirode las tropas realistas y renunciando a continuar la Guerra de Independencia, con lo cual el proyecto de SanMartín de reforzar con la vanguardia del disuelto Ejército Auxiliar del Perú una avanzada hacia el Alto Perú, sehizo trizas. Se fracturó también la vinculación que en tiempos de Güemes existía entre las guerrillas altoperua-nas y la provincia de Salta. El armisticio definió una frontera entre territorios que a partir de su firma se diferen-ciaron políticamente. Las guerrillas altoperuanas y su enfrentamiento con el ejército realista quedaron aisladas ycon la conclusión de la Guerra de Independencia en 1824 las Provincias del Alto Perú se pronunciarían por decla-rarse un Estado independiente. A partir de la Declaración de la Independencia de Bolivia los límites políticos esta-blecidos en el armisticio de 1821 fueron definitivamente, y más allá de algunas modificaciones posteriores, lafrontera norte del país construida por la revolución como afirmara Tulio Halperin Donghi hace ya varias déca-das.28 El extremo norte de la provincia de Salta sería frontera recién a partir de 1821 y no antes. Güemes nodefendió ninguna frontera, defendió la revolución de Buenos Aires y la independencia americana.

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27 ABHS, “Mensaje del Cabildo de Salta a los ciudadanos, 24 de mayo de 1821”, Fondo Documental Dr. Bernardo Frías, Carpeta 10,Documento 148.

28 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

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Hacia 1814, las derrotas de Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma, el crecimiento de la tensiónentre las autoridades de Buenos Aires y el caudillo oriental José Gervasio Artigas y el fortalecimiento de la posicióndel gobernador Gaspar de Vigodet en Montevideo, habían puesto en peligro el éxito de la causa revolucionaria.Pero si como se señala, la situación militar era dramática, los asuntos de política exterior no eran menos graves,José Napoleón claudicaba en España y el retorno de Fernando VII, antes tan improbable, dejaba de ser una quimera.

La Asamblea General Constituyente había señalado el camino de la definitiva separación de la Península,pero ante la nueva situación internacional, hasta los principios justamente declamados se encontraban en discusión.Por entonces, el gobierno de Buenos Aires dudaba de su capacidad para continuar y profundizar las acciones de guerra.

En enero de 1814 Gervasio Posadas, fue designado Director Supremo de la Provincias Unidas, inau-gurando así un régimen de gobierno unipersonal en reemplazo del triunvirato existente. Por otro lado José deSan Martín que estaba preparando su ejército con la clara intención de proyectar operaciones de fondo allendelos Andes y el Perú, presionaba a las autoridades para que declararan la Independencia.

El nuevo mandatario se encontró en el centro de un dramático escenario. Después de dos años, Montevideoparecía indiferente al asedio de las tropas de Rondeau y Artigas que hasta ese momento lo había acompañado enlas operaciones, definitivamente desencantado por el curso que tomaba la política de Buenos Aires decidió retirarse.

Mientras los acontecimientos se precipitaban Carlos de Alvear actuaba con firmeza, y atento a las cir-cunstancias que imponían acciones contundentes, gestó una estrategia de aliento que puso inmediatamente enmarcha. Advirtió entonces que el sitio terrestre sobre Montevideo desgastaba las fuerzas militares criollas en unesfuerzo vano, toda vez que el control del Río de la Plata continuara en manos realistas: “Así pues –explicaba ensus memorias– era preciso una escuadra para apoderarse de tan importante punto con cuya ocupación podíamosmirar como asegurada la causa de la libertad”.2

La idea se difundió con rapidez y en poco tiempo logró el apoyo de figuras influyentes para la con-formación de una escuadra.

1 El autor ha desarrollado esta conferencia sobre la base de su libro Guillermo Brown, Buenos Aires, Librería-Editorial Histórica, 2007. 2 Carlos de Alvear, “Narraciones”, en Gregorio F. Rodríguez, Historia del General Alvear, 1789-1852, tomo I, Buenos Aires, G. Mendesky

e hijo editores, 1913, p. 457.

Una estrategia para el Río de la Plata.

La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo 1

GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBALOFICIAL DEL ESTADO MAYOR (ARA)UCA

1810-1860 LA INDEPENDENCIA

Y LA ORGANIZACION NACIONAL

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CAPÍTULO

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sus proas defendiendo el canal de entrada. Una fuerza significativamente superior a la propia, y a la que debíansumarse también la amenaza de los emplazamientos terrestres. Todo esto vuelve difícil explicar la decisión de forzarel combate sólo por aquel convencimiento de que los tiempos se agotaban, pero la orden fue dada y a pesar dela evidente inferioridad militar argentina las fuerzas navales se enfrentaron.

En Martín García la escuadra patriota fue decididamente derrotada, la mayor parte de los buques sereplegaron eludiendo el combate, dos comandantes murieron y la fragata Hércules, acribillada por la metralla,terminó en Colonia para ser reparada.

Mientras esto ocurría, el Jefe naval visitó personalmente cada buque subordinado “hablando alhonor de sus capitanes, reprochándoles su falta de fe en el triunfo, estimulándoles a la acción desesperada y dán-doles nuevas instrucciones”.5

El proyecto que seguía era tan arriesgado como la fallida empresa de días pasados, pero la experienciaconformaba una estimable carta a su favor. Brown concibió una operación de desembarco que, curiosamente,sostenía sus probabilidades de éxito en la acción conjunta y disciplinada de cada buque de la escuadra.

Según el plan, la fuerza de desembarco compuesta por ciento diez hombres de marinería y doscientostreinta de tropa, debía reducir la isla mientras la escuadra distraía a los buques españoles con maniobras de ataquey abordaje.

La operación iniciada en el sigilo de la noche fue tan sorpresiva como contundente. Al amanecer lasprincipales posiciones estaban en poder de las fuerzas patriotas.

A pesar de la importancia estratégica de Martín García su ocupación apenas modificó la situaciónexistente, pues la escuadra española aunque dividida, se mantenía prácticamente intacta. Romarate, impedidode volver a Montevideo decidió remontar el río Uruguay en procura de medios que le permitieran pasar a la ofen-siva y en Soriano estableció contacto con Artigas, quien accedió a prestarle apoyo. Mientras tanto, Vigodet pre-paraba apresuradamente una división al mando del capitán de navío José Primo de Rivera.

En lo inmediato se tuvo conciencia de la oportunidad que se presentaba, pues divididas aunque novencidas las fuerzas navales españolas, era necesario actuar rápidamente. Por otra parte, Artigas se había trans-formado en un peligroso enemigo con control en la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes. El comandante navalestaba convencido de la necesidad de acabar con el caudillo para asegurar la victoria:

Es menester confesarlo –le escribía a Larrea desde Colonia el 20 de marzo– que el remedio puedeaplicarse sin pérdida de tiempo, cuando hay, como sucede actualmente tanta tropa en Buenos Aires.Trescientos o cuatrocientos hombres de dicha capital, desembarcados en esta banda del río, prontolimpiarían la costa del rebelde y sus cuadrillas que han causado perjuicios considerables, pues a nohaber sido ellos jamás el enemigo habría podido evadirse aguas arriba. Me veo obligado para segu-ridad de esta ciudad a guarnecerla con gente de la escuadra, por lo tanto considere Ud. la urgenciade enviar una fuerza con toda premura [...] es poco más que imposible conseguir carne aquí a causa deArtigas y sus secuaces.6

La amenaza de la escuadra realista de Rivera y su inminente salida condicionaba las decisiones delcomandante argentino, que entre dos fuegos, se vio obligado a dividir la escuadra. Según sus palabras, “ansioso”por apoderarse del enemigo y “temeroso” de que Romarate volviese a Montevideo por el Canal de las Conchas,mandó una fuerza de cinco buques en su persecución.

Mientras tanto, y con el propósito de formar un componente disuasivo que mantuviera al enemigoen puerto, Brown concentró a su alrededor el grueso de la escuadra. Afirmado en sus convicciones la fluidacorrespondencia que mantenía con Larrea se hacía cada vez más perentoria y apasionada: “Ya que se ha iniciado lalucha por agua, no debe Ud. omitir esfuerzos y emplear toda su energía para que se termine de la propia manera...puedo asegurar al país entero, que tomé cartas en ella con la firme resolución de vencer... Y a pesar de la tundaque ha recibido el Hércules estoy resuelto a no volver a puerto antes de dar un golpe mortal”.

5 Hector Raúl Ratto, Historia del Almirante Brown, tercera edición, Buenos Aires, Departamento de Estudios Históricos Navales eInstituto de Publicaciones Navales, 1985, pp. 36-37.

6 Guillermo Brown a Juan Larrea, Colonia, 29 de marzo de 1814, en Academia Nacional de la Historia, Documentos del Almirante Brown,tomo I, Buenos Aires, Comisión Nacional de Homenaje al Almirante Guillermo Brown, 1958, p. 62.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBAL - Una estrategia para el Río de la Plata. La escuadra argentina en el combate

naval de Montevideo

3 Carlos de Alvear, “Narraciones”, op. cit.84 Véanse Ángel Justiniano Carranza, Campañas Navales de la República Argentina, tomos 1 y 2, Buenos Aires, Departamento de

Estudios Históricos Navales, 1962, p. 230; Teodoro Caillet Bois, Historia Naval Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1944, pp. 86-88; yMiguel Ángel De Marco, Corsarios Argentinos, héroes del mar en la Independencia y la guerra con el Brasil, Buenos Aires, Planeta,2001, pp. 82-85.

Mientras Alvear dibujaba el plan definitivo, Juan Larrea, en su papel de secretario de Hacienda,actuaba como un verdadero artífice sin librar ningún aspecto a su suerte. Evaluó las posibilidades de alistar uncomponente de guerra con los barcos de Buenos Aires pasibles de ser armados y envió agentes de inteligencia aMontevideo para obtener una descripción precisa de las capacidades navales del enemigo. Mientras que el pri-mero se preocupó por convencer a Posadas de la aptitud y factibilidad del proyecto, Larrea logró interesarlo porsu aceptabilidad. Presentó en un acabado informe las características, cantidad y costos de los buques que debíanadquirirse, la relación de capitanes y marinos a contratar y propuso finalmente la financiación del empresarionaviero norteamericano Guillermo Pio White.

En febrero, mientras se trabajaba activamente para el acondicionamiento de las unidades y se reclu-taban las dotaciones, una escuadrilla realista compuesta de diez buques al mando del capitán de navío Jacintode Romarate se aproximó amenazadoramente a Buenos Aires. Aunque la modesta fuerza naval siguió su caminorumbo a la isla Martín García, la intimidación causó conmoción entre los porteños. Con la precipitación que imponíanlas circunstancias se embarcaron tropas de línea y hasta en algunos casos se previó la zarpada. Aunque nada ocurrió,la experiencia fue una muestra de las dificultades de todo orden que se deberían superar. En efecto, las tropasmostraron su contrariedad por las tareas que estaban llamadas a desempeñar y las condiciones de la vida a bordo,y en la primera noche algunos se sublevaron “pidiendo a gritos el inmediato desembarco”. En dos de los buquesla violencia de la protesta se tornó en contra de los capitanes, quienes debieron abandonar sin más las unidadesa su mando. La misma desaprobación fue acompañada por el pueblo de Buenos Aires y hasta el DirectorSupremo, en todo punto temeroso, llamó a Alvear para sugerirle la cancelación de lo actuado, afirmando quetodo el mundo miraba ese proyecto como el más solemne desatino, que la irritación que causaba era inmensa yque sus resultados iban a ser que la sublevación de las tropas embarcadas se extendiera hacia las de tierra.3

Como fuera, Posadas tenía enfrente una voluntad inquebrantable y volvió a ser seducido por las pro-mesas, esperanzas y convicciones de su sobrino Alvear

El problema más sensible había radicado en la elección del hombre destinado a conducir la escuadra.Tres eran los candidatos, Benjamín Franklin Seaver, norteamericano preferido de White; Estanislao Courrande, unconocido corsario francés; y Guillermo Brown, un marino irlandés que operaba en el Plata desde 1809 y queactuaba desde diciembre de 1813 sin designación alguna junto con Alvear y Larrea.4

La gravedad del movimiento de Artigas, el descontento popular y las dudas que albergaba el propioDirector Supremo, constituían una advertencia que no podía ser ignorada. Las circunstancias habían confirmadola necesidad de completar las dotaciones, mantener la disciplina, apurar el alistamiento y lanzar sin dilaciones lacampaña. Dentro de este esquema, la designación del comandante naval se hizo apremiante y el 1° de marzo de1814 fue nombrado Guillermo Brown, con el grado de teniente coronel, al mando de la Escuadrilla Nacional.

Según el plan trazado por Alvear la recuperación definitiva de Montevideo sólo sería posible si pormar se cerraba la salida a los realistas. Esto implicaba el dominio del Río de la Plata por la escuadra patriota, peropara ello era imprescindible eliminar el poder naval español en la región.

La isla Martín García que por su situación estratégica constituía la llave de los dos grandes ríos delLitoral y un punto desde donde se podían proyectar operaciones navales, en los últimos cinco meses había sidoreforzada por los realistas con emplazamientos artilleros y una poderosa guarnición, que controlaba los canalesde paso y los principales accesos, convirtiéndose en un eventual punto de apoyo para Montevideo.

Brown era consciente de que un ataque naval sobre aquella plaza, tendiente a controlar las aguasde la región, sólo sería posible si antes conquistaba Martín García y sobre el esquema de ese plan se puso en marcha.

Aquel mes de marzo, la escuadra compuesta por la fragata Hércules, donde Brown izó su insignia, yseis buques de distintas características y capacidades zarpaban luego de una serie de movimientos en busca delenemigo.

El comandante estaba convencido sobre la perentoriedad de obtener una victoria en Martín García,seguro de que en Montevideo se preparaba una fuerza de apoyo superior para hacer inconquistable la isla. Segúnlos partes de guerra el enemigo contaba con trece buques acoderados en el fondeadero sudeste de la isla, con

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El 19 de junio Alvear mandó un ultimátum: “si para mañana no se rinde la plaza, o si se derrama una gotade sangre en estas veinticuatro horas, serán pasados a cuchillo toda la guarnición y todos los habitantes de Montevideo”.8La advertencia cerraba definitivamente todos los caminos y cuatro días después se firmó la capitulación.

El saldo positivo fue extraordinario, se tomaron 8 banderas de los regimientos españoles, casi 6.000prisioneros, entre los que se contaban medio millar de oficiales, 18 buques de guerra y 80 mercantes, 10.000 fusiles,1.500 quintales de pólvora, 213 cañones de bronce y 965 de hierro. Romarate cuya escuadra había quedado aisladaen aguas del Uruguay, finalmente firmó con la Provincias Unidas una capitulación honrosa que le permitió volvera España con su gente.

La ocupación de Montevideo tuvo consecuencias profundas y beneficiosas para la causa revolucionariay la estrategia planteada desde Buenos Aires. Al caer el principal bastión realista de la región, el gobierno delDirectorio pudo centrar sus planes militares en el norte y prestar verdadera atención al incipiente ejército quepreparaba San Martín en Mendoza. Como si fuera un escalón imposible de eludir, los sucesos del Río de la Platacentrados sobre la Banda Oriental, dinamizaron el curso de la guerra, permitiendo que hombres, medios y recursosorientaran sus capacidades hacia las grandes empresas libertadoras de América del Sur.

BIBLIOGRAFÍA

CAILLET BOIS, Teodoro, Historia Naval Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1944.CARRANZA, Ángel J., Campañas Navales de la República Argentina, tomos 1 y 2, Buenos Aires, Departamentode Estudios Históricos Navales, 1962.DE ALVEAR, Carlos, “Narraciones”, en Gregorio F. Rodríguez, Historia del General Alvear, 1789-1852, tomo I,Buenos Aires, G. Mendesky e hijo editores, 1913.DE MARCO, Miguel Ángel, Corsarios Argentinos, héroes del mar en la Independencia y la guerra con el Brasil,Buenos Aires, Planeta, 2001.OYARZÁBAL, Guillermo, Guillermo Brown, Buenos Aires, Librería-Editorial Histórica, 2007.

En contra de quienes opinaban que la escuadra debía salir aguas arriba para apoyar la pequeña fuerzadestacada contra Romarate, que terminó vencida en Arroyo de la China, Brown insistía en el bloqueo de Montevideoy le escribía a Larrea:

La importancia de enviar una fuerza aguas arriba no será, a mi juicio, comparable o tan buena comola de destacar la escuadra frente a Montevideo […] puedo asegurarle que tan sólo el mejor de losmotivos me induce a desear que toda la fuerza se encuentre frente al puerto enemigo.7

Pero sucede que no todos tenían la misma fe en la victoria, además veían en aquella acción otratemeraria maniobra y se conformaban con el inacabado triunfo logrado en Martín García o en la probable gloriaque traería una acción más exitosa en las lejanas aguas del río Uruguay. Para el Comandante, en cambio, todoslos esfuerzos debían centrarse en el punto estratégico vital: la plaza de Montevideo.

La vehemencia de los planteos de Brown cobraban sentido ante la actitud vacilante del Directorio,que en esos días, absurdamente convencido de la carencia de recursos propios, seguramente conmovido por laderrota de Arroyo de la China e inclinado a evitar mayor derramamiento de sangre decidió ceder ante Vigodet,y propuso un armisticio. Pero Vigodet, que apoyado por la opinión del Cabildo sobredimensionaba las dificultadesde Buenos Aires, se hizo grande ante la declarada debilidad del otro, y finalmente rechazó la propuesta.

Con el quiebre de las negociaciones no quedaban razones para justificar la inacción, y Posadas debióceder a las presiones de Brown, Alvear y Larrea, los más convencidos de la viabilidad de la empresa. La ocupaciónde Martín García había cambiado sustancialmente las condiciones del teatro de operaciones y el plan del gobierno,tratado antes tan desaprensivamente, cobraba sentido hasta en los espíritus más reticentes.

Para asegurar la defensa y cubrir la retaguardia del ejército sitiador, Colonia fue reforzada con dosbatallones de granaderos de infantería, un escuadrón de granaderos a caballo y cuatro piezas de artillería y el 19de abril una fuerza bloqueadora compuesta por cinco buques, entre los que se encontraba la fragata Hércules,ocupaba sus posiciones en la línea frente a Montevideo.

Ante la inmovilidad de los realistas, el cerco se fue cerrando y mientras se desmoralizaba el espíritude la guarnición española crecía la confianza de los patriotas. El control del río mostró sus efectos positivos y enpoco tiempo fueron interceptados y apresados los barcos provenientes de la costa uruguaya, del Brasil, el Perú yPatagones, que con su tráfico habían mantenido la plaza en la posibilidad de despreciar el sitio terrestre queahora cobraba sentido. Por otra parte pese a la opinión difundida sobre la sólida organización de la escuadraespañola, sus buques estaban cargados de problemas y tanto el reclutamiento como el mantenimiento de la dis-ciplina y el adiestramiento exigían esfuerzos notables.

En mayo, el gobierno de Buenos Aires en conocimiento de las intenciones realistas decidió precipitarlos acontecimientos. Alvear fue designado para reemplazar a Rondeau en el mando del ejército sitiador y seembarcó en compañía de José Matías Zapiola con un batallón de infantería y dos escuadrones del regimiento degranaderos a caballo; cuando no quedaban dudas de la inminencia del combate decisivo, la escuadra argentinase arrimó hasta la ensenada de Santa Rosa donde fueron embarcados piquetes de los cuerpos de French y deSoler, reforzando las guarniciones de a bordo que habrían de enfrentar un abordaje.

El 14 de mayo la fuerza naval española zarpó del apostadero de Montevideo con la intención de forzarel combate, enfrentándose a la escuadra patriota.

El combate naval de Montevideo, como dio en llamarse a la cadena de acciones que comenzaron el14 en el Buceo y finalizaron el 17 de mayo, fue el punto culminante de un plan estratégico operacional trazadocuidadosamente por Alvear y orientado debidamente por Brown y Larrea, para acabar con el sitio terrestre y ocuparel último bastión español en territorio argentino.

La dispersión y la parcial destrucción de la escuadra de Vigodet cerraron para los realistas todas lasposibilidades de recuperación; a partir de ese momento la rendición de la plaza de Montevideo parecía sólo unacuestión de tiempo.

7 Guillermo Brown a Juan Larrea, Colonia, 3 de abril de 1814, en Academia Nacional de la Historia, op. cit., p. 66. 8 Carlos de Alvear, “Narraciones”, op. cit.

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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naval de Montevideo

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Introducción

En la historia del Estado en América Latina, el monopolio de la violencia por parte de un poder cen-tral se ha considerado un paso decisivo. La adquisición estatal del control efectivo del uso de la fuerza se ha ana-lizado como un proceso acumulativo, que en varios casos sólo habría culminado hacia fines del siglo XIX, con elfortalecimiento de las instituciones militares centralizadas en torno a un Ejército Nacional. La Argentina no hasido una excepción ni en su historia ni en su historiografía. Afirmación del Estado y conformación del Ejército sehan considerado como procesos graduales estrechamente entrelazados, que habrían culminado hacia 1880 conla disolución de las milicias provinciales y la definitiva subordinación de la Guardia Nacional.

Dentro de estos marcos interpretativos, la atención de los estudiosos estuvo dirigida al Ejército comoinstitución. En cambio, se prestó escasa atención a otras formas de organización militar, en particular a las mili-cias, pues se entendía que su vigencia conspiraba contra el proceso progresivo de consolidación estatal. Para lasegunda mitad del siglo XIX, éstas aparecían como fuerzas subordinadas y destinadas inexorablemente a debili-tarse; es decir, residuales. En los últimos años, esta tendencia se ha comenzado a revertir, dando lugar a una cre-ciente producción sobre ése y otros aspectos del pasado militar, que ha servido de inspiración para estas páginas.2En ellas, me referiré primero a las formas de organización militar en la Argentina del siglo XIX, en particular apartir de la sanción de la Constitución de 1853, y a su relación con el proceso de formación del Estado nacional.A continuación, exploro las diversas concepciones vigentes en el período acerca del uso de la fuerza y la natura-leza del poder estatal, las disputas generadas en torno a esa cuestión a partir de luchas políticas y guerras inter-nas y externas, y las transformaciones que fueron teniendo lugar en materia militar hasta finales de ese siglo.

Ejército profesional y milicia

La organización militar en la Argentina de esos años fue consagrada por la Constitución de 1853 yreglamentada por leyes y decretos posteriores. Se apoyaba sobre dos pilares principales: el ejército de línea y laGuardia Nacional, que juntos componían el Ejército Nacional. El primero era de índole profesional y operaba bajola comandancia suprema del presidente de la República. La Guardia, en cambio, reclutaba ciudadanos y aunqueen última instancia debía responder al mismo comando nacional, estuvo en general controlada por los gobiernos

1 Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Programa PEHESA del Instituto Ravignani) y CONICET. 2 Existe una amplia bibliografía sobre estos temas referida a diferentes países de América (del Norte y del Sur) así como del resto del mundo.

¿Quién controla el poder militar?

Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX

HILDA SABATO 1

UBA / CONICET

Centurión, Emilio. Almirante Guillermo Brown. Óleo, 178 x 156 cm.

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

Y LA MODERNIZACIÓN

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

2

CAPÍTULO

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Las fuerzas regulares también tenían su historia. Como hemos dicho, las hubo durante la colonia, lasguerras de independencia y después. En la década de 1850, el presidente Urquiza propuso un ejército para laConfederación, pero apenas contó con el que había formado en Entre Ríos para dotar sus filas. Y cuandoBartolomé Mitre llegó a la presidencia de la República en 1862, hizo algo parecido: a partir de la estructura mili-tar de Buenos Aires sentó las bases del ejército de línea. En las décadas siguientes, ese nuevo ejército, ampliadopara incorporar reclutas y oficiales de diferentes lugares del país, actuó en distintos frentes, desde la defensa delas fronteras y la represión de levantamientos armados contra el poder central, hasta la Guerra de la TripleAlianza contra el Paraguay y la campaña de ocupación de la Patagonia y el Chaco. Desde el gobierno nacional sehicieron esfuerzos por reglamentar la carrera militar y formar a los oficiales, así como por dotar de recursos yequipar a las fuerzas. Hacia 1880, este ejército contaba con una tropa regular de cerca de 10.000 hombres, conuna estructura jerárquica establecida, con una organización que cubría todo el territorio, y con equipamiento ala altura de los tiempos.7

En casi todas las instancias en que intervino el ejército de línea, también lo hizo la Guardia Nacional.Pero la coexistencia entre ambas instituciones no fue fácil, pues si bien cada una de ellas tenía fines específicosdefinidos por la legislación, en la práctica éstas se superponían. Representaban, además, dos modelos diferentesde organización militar –en términos de su composición, estructura y funcionamiento– y de concebir la defensay el poder del Estado. Esta convivencia perduró, con algunos cambios, hasta finales de siglo cuando se instauróun tercer modelo (inicialmente esbozado en las leyes de 1894 y de 1895, y más tarde confirmado por la ley de 1901)basado en la conscripción obligatoria para el reclutamiento de soldados, bajo el mando de oficiales y suboficialesprofesionales.

La Guardia Nacional

En el diseño institucional del Ejército Nacional la existencia de una fuerza profesional se combinaba,entonces, con una reserva que si bien debía responder al mismo comando, en la práctica estaba descentralizada:la Guardia Nacional. Ésta representaba, además, la “ciudadanía en armas” y ocupaba un lugar material y simbó-lico diferente al del ejército de línea. Por una parte, la Guardia se consideró un espacio legítimo de participaciónciudadana y se convirtió en un actor político fundamental. Las redes militares y políticas tejidas en torno a ellajugaron papeles destacados en las luchas por el poder, tanto en tiempos electorales como de revolución. Por otraparte, desde el punto de vista simbólico, las milicias figuraron desde muy temprano en el discurso patrióticoargentino. La actuación de los regimientos coloniales de Buenos Aires contra los ingleses primero y algo mástarde en la Revolución de Mayo se convirtió en una referencia mítica en la historia de la República. La “virtuosamilicia” estaba integrada por ciudadanos libres con la obligación de portar armas en defensa de su patria, unaobligación que era a su vez un derecho, un deber y hasta un privilegio. Tal fue la retórica oficial en torno a lasmilicias y más tarde a la Guardia Nacional, pero ella también formó parte del imaginario colectivo de amplios sec-tores de la población que se identificaban con el papel del ciudadano armado y conocían las diferencias simbóli-cas y prácticas entre esa figura y la del soldado de línea.8

Así, mientras la figura del soldado profesional y pago se asociaba con frecuencia a la del mercena-rio, la del miliciano, en cambio, portaba el aura del ciudadano. A esa distinción clásica de resonancias republica-nas, se sumaba una connotación de índole social o sociocultural. El soldado profesional se asimilaba al pobre que

exija [la] ejecución de las leyes de la Nación, ó sea necesario contener insurrecciones ó repeler invasiones. Disponer la organización,armamento y disciplina de dichas milicias y la administración y gobierno de la parte de ellas que estuviese empleada en servicio de laNación, dejando á las provincias el nombramiento de sus correspondientes jefes y oficiales y el cuidado de establecer en su respecti-va milicia la disciplina prescripta por el Congreso”.

7 Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982,caps. 1 y 2. Entre 1863 y 1881 el ejército regular se componía de doce batallones de infantería, doce regimientos de caballería y tresunidades de artillería (Comando en Jefe del Ejército, Reseña histórica y orgánica del Ejército Argentino, Buenos Aires, Círculo Militar, 1971).

8 Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998 (2ªedición, 2004); “El ciudadano en armas: violencia política en Buenos Aires (1852-1890)”, en Entrepasados, Nº 23, Buenos Aires, 2002;“Milicias, ciudadanía y revolución: el ocaso de una tradición política. Argentina, 1880”, en Ayer. Revista de Historia Contemporánea,Nº 70, Madrid, 2008.

CAPÍTULO 2 / 1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

HILDA SABATO - ¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX

provinciales. Ambas instituciones tenían funciones diferentes y, sobre todo, representaban dos formas distintasde entender el poder de coerción del Estado.

Esta dicotomía no era una novedad argentina ni latinoamericana. La convicción de que la defensa dela República tanto de los enemigos externos como internos correspondía a los propios ciudadanos, y que enco-mendarla a un ejército profesional abría las puertas a la corrupción y la tiranía se remonta a las repúblicas clási-cas. Ese principio, sin embargo, se vio con frecuencia impugnado por quienes sostuvieron la conveniencia y mayoreficiencia de contar con profesionales para la guerra. Esta diferencia de criterios abrió paso al ensayo de distin-tas soluciones. En nuestras tierras, en el siglo XIX se recurrió a una combinación de los dos sistemas –cuerpos regu-lares y milicias–, lo que dio lugar a una coexistencia generalmente conflictiva. Sólo a fines del siglo, el predomi-nio de las posturas centralistas llevó a privilegiar el fortalecimiento de los primeros en detrimento de las segun-das, para asegurar así el monopolio estatal del uso de la fuerza.

En Hispanoamérica, la institución de la milicia se remonta a los tiempos de la colonia, cuando laCorona española, que mantenía fuerzas regulares en sus territorios, también fomentó la creación de batallonesintegrados por los habitantes de cada lugar para la defensa local. En el Río de la Plata, estas milicias se organiza-ron de manera más sistemática a partir de 1801, cuando se estableció que todos los varones adultos con domici-lio establecido, debían integrarlas. Apenas unos años más tarde, en 1806 y 1807, sus batallones –engrosados pormiles de voluntarios– jugaron un papel clave en la derrota de los ingleses en su intento de ocupar Buenos Aires.3

Las milicias habían llegado para quedarse. Su presencia resultó clave durante la Revolución de Mayoy a partir de entonces quedarían asociadas a la aventura que se iniciaba, la de la ruptura del orden colonial y deconstrucción de formas republicanas de gobierno. Por entonces, la institución pasó a considerarse un pilar de lacomunidad política fundada sobre la soberanía popular.4 Y si bien después de la Revolución, las necesidades queimpuso la guerra llevaron a privilegiar la formación de cuerpos profesionales, algo más tarde las milicias fueronreapareciendo tanto en Buenos Aires como en otras ciudades del antiguo virreinato y fueron reguladas por elReglamento Provisorio de 1817, dictado por el Congreso de las Provincias Unidas. Cuando en 1820 cayó el gobiernocentral, las provincias mantuvieron el sistema de milicias ajustado a las disposiciones de aquel reglamento.

Después de Caseros, y del dictado de la Constitución en 1853 que organizó la República, el gobiernode la Confederación Argentina intentó nuevamente la creación de Fuerzas Armadas a escala nacional, a las cua-les debían contribuir todas las provincias. Se estableció así la formación de un Ejército Nacional integrado por elejército de línea, de carácter profesional; las milicias provinciales, para garantizar el orden local, y una nueva ins-titución, la Guardia Nacional, sobre el principio de la ciudadanía en armas. La creación de ésta daba carácternacional a una institución que, como la milicia, había sido hasta entonces netamente local. De acuerdo con lanueva legislación, de 1854: “Todo ciudadano de la Confederación Argentina desde la edad de 17 años hasta los60 está obligado a ser miembro de alguno de los cuerpos de Guardias Nacionales”.5 Aunque la organización deesos cuerpos quedaba a cargo de los gobiernos provinciales, dependían del poder central y, como fuerzas dereserva, debían auxiliar al ejército de línea cuando les fuera requerido por las autoridades nacionales. Sin embargo,con frecuencia las provincias manejaron esos recursos militares con bastante autonomía.6

3 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972; y“Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”, en Tulio Halperin Donghi (comp.), El ocaso del orden colonial enHispanoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 1978; Gabriel Di Meglio, “Milicia y política en la ciudad de Buenos Aires durante laGuerra de Independencia, 1810-1820”, en Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas de la nación. Independencia y ciudada-nía en Hispanoamérica (1750-1859), Madrid, Iberoamericana, 2007; y ¡Viva el pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la políticaentre la revolución y el rosismo, Buenos Aires, Prometeo, 2007; Carlos Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las liber-tades en los orígenes republicanos. Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Imago Mundi, 2003.

4 Los ejemplos de Estados Unidos y Francia fueron importantes en ese sentido. El derecho del ciudadano a portar armas en defensa desu patria fue uno de los pilares del modelo político anglosajón, incorporado a la constitución de los Estados Unidos en su segundaenmienda. En la Francia revolucionaria, la Guardia Nacional se consideró “la soberanía nacional en acto, la expresión visible y arma-da de la nueva fuerza opuesta al absolutismo real” y se asoció con la ciudadanía. Existe abundante bibliografía sobre estos casos.Véanse, entre otros, Edmund Morgan, Inventing the People. The Rise of Popular Sovereignty in England and America, Nueva York yLondres, Norton, 1988; y Pierre Rosanvallon, Le sacré du citoyen, París, Gallimard, 1992.

5 Registro Oficial de la República Argentina, tomo III, 1883, p. 109.6 Flavia Macías, “De ‘cívicos’ a ‘guardias nacionales’. Un análisis del componente militar en el proceso de construcción de la ciudada-

nía. Tucumán, 1840-1860”, en Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas de la nación. Independencia y ciudadanía enHispanoamérica (1750-1859), Madrid, Iberoamericana, 2007. El artículo 67º, inciso 24, de la Constitución Nacional de 1853 estable-cía entre las facultades del Congreso Nacional: “Autorizar la reunión de la milicia de todas las provincias o parte de ellas, cuando lo

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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En suma, durante buena parte del siglo XIX las fuerzas militares fueron parte de la vida civil y políti-ca argentina y no funcionaron como un estamento diferenciado del resto de la población. Sus jefes, aun en elcaso de los oficiales de carrera profesionales del ejército de línea, estaban asociados a otras actividades y se reco-nocían en ellas. La identificación corporativa del “militar”, tan habitual en el siglo XX, resultó –por lo tanto– deun desenvolvimiento posterior.

Ejército Nacional

Si hasta aquí hemos considerado a la Guardia y el ejército de línea como instituciones que tenían suspropias lógicas de organización y funcionamiento, en las páginas que siguen atenderemos a su actuación en losmarcos de un único Ejército Nacional. En los años de la llamada “organización nacional”, éste se desempeñó prin-cipalmente en tres frentes: interior, exterior y de frontera, y consumió parte importante del presupuesto delgobierno nacional. En efecto, los gastos en el rubro “Guerra y Marina” superaron el 50% del total en los años demayor actividad de la década de 1860; bajaron para estacionarse en torno al 40% en la siguiente; después de unpico del 47% en 1880, volvieron a disminuir a porcentajes en torno al 25% en el resto de esa década y aun másen la siguiente.11

En el primer frente, el interno, las disputas políticas incluyeron el despliegue de la fuerza como unaherramienta recurrente, pues la violencia (en ciertos formatos y con ciertas reglas) ocupaba un lugar aceptado enla vida política del período. En ese marco, se observa que el derecho del ciudadano a resistir el despotismo fun-damentó muchas de las luchas del siglo XIX: según una concepción muy difundida en la época, cuando los gober-nantes abusaban del poder, el pueblo (los ciudadanos) tenía no sólo el derecho sino la obligación, el deber cívi-co, de hacer uso de la fuerza para restaurar las libertades perdidas y el orden originario presumiblemente viola-do. La mayor parte de las revoluciones de esas décadas se sostuvieron sobre esos principios.12 Así, el cargo de“despotismo” o “tiranía” fue usado por quienes por diversas razones (no siempre adjudicables a comportamien-tos efectivamente “despóticos”) estaban disconformes con el gobierno local o nacional de turno y entendían quepodían (y debían) actuar en consecuencia por la vía armada. Según esa visión, correspondía a las milicias y laGuardia Nacional un rol fundamental pues representaban a la ciudadanía en armas, rol que no dudaron en asu-mir en levantamientos y revoluciones. Por su parte, si bien al ejército de línea le cabía en cambio el papel de brazoarmado del gobierno nacional, con frecuencia parte de sus efectivos figuraron entre las fuerzas que se levanta-ban contra el orden imperante.

Así ocurrió en muchos de los levantamientos de la década de 1860, donde las “montoneras” funcio-naron como milicias y fueron encabezadas por quienes habían sido (y a veces seguían siendo) comandantes deGuardias Nacionales y donde oficiales del ejército de línea podían aparecer en uno y otro lado de la trinchera,según alineamientos regionales de complicada geografía. Esos enfrentamientos muchas veces se interpretaroncomo conflictos entre un Estado central y fuerzas que se oponían a su creciente poder. La historiografía recien-te, sin embargo, analiza estas guerras en términos más complejos, ya que las alianzas políticas entre dirigentesprovinciales, regionales y “nacionales” muestran un escenario que no puede reducirse apenas a dos términos con-trapuestos. En dicho escenario, el Ejército Nacional estaba atravesado por brechas político-militares: no sólo laGuardia no respondía necesariamente al mando central y dependía de los alineamientos provinciales y regiona-les, sino que aun el ejército de línea, supuestamente bajo el comando del Presidente, muchas veces se encontra-ba partido por rivalidades entre jefes que a su vez tenían lealtades previas a las que debían al Estado nacional.13

11 Oscar Oszlak, op. cit., pp. 112-114.12 Esta concepción –que reconocía también sus variantes– estaba en sintonía con algunos de los lenguajes políticos que circularon en

Hispanoamérica del siglo XIX; se vinculaba con viejas convicciones pactistas y de cuño iusnaturalista a la vez que se realimentaba ennuevas combinaciones con motivos provenientes de las matrices liberal y republicana. Y se articulaba con otros conceptos clave comolos de representación y opinión pública (Elías Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007).

13 Existe una abundante bibliografía sobre estos conflictos. Entre los más recientes, que han inspirado estas reflexiones, véanse en espe-cial María Celia Bravo, “La política ‘armada’ en el norte argentino. El proceso de renovación de la elite política tucumana”, en HildaSabato y Alberto Lettieri (comps.), La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, Buenos Aires, FCE, 2003; TulioHalperin Donghi, Proyecto y construcción..., op. cit.; Gustavo Paz, “El gobierno de los ‘conspicuos’: familia y poder en Jujuy, 1853-1875”, en Hilda Sabato y Alberto Lettieri (comps.), op. cit.; y los textos reunidos en Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (comps.), Unnuevo orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880, Buenos Aires, Biblos, en prensa.

se alistaba porque no tenía otro medio posible de vida o, aun peor, al delincuente, “vago y malentretenido” –enlos términos de la época– reclutado por la fuerza, “destinado”. Milicianos eran, en cambio, todos los ciudadanos,lo que jerarquizaba en principio a la propia fuerza y a sus integrantes. La ley también fijaba diferentes derechosy obligaciones.

Estas diferencias en varios planos no necesariamente se correspondían con clivajes efectivos. En tér-minos de su composición social, las milicias también reclutaban mayoritariamente, aunque no de manera exclusiva,a varones provenientes de las capas populares de la población. Sus derechos eran con frecuencia violados. La arbi-trariedad en el reclutamiento, la falta de paga, el servicio extendido mucho más allá de los plazos estipulados,las privaciones materiales, los castigos físicos y el traslado fuera de la región daban lugar a protestas personalesy motines colectivos. Inspiraron, además, toda una literatura de denuncia de las iniquidades del “contingente” y, enparticular, del servicio de frontera. En cuanto a sus funciones, con mucha frecuencia se superponían con las de lossoldados y entonces era difícil distinguir entre una y otra fuerza.

Aun así, Guardia Nacional y ejército de línea respondían a principios diferentes, que resultaban clarospara los contemporáneos. Quienes defendían a los milicianos de los abusos del sistema, lo hacían señalando laviolación de los principios sobre los cuales éste debía fundarse. Por su parte, la retórica de la ciudadanía en armascumplía un papel importante en la vida política, y las milicias funcionaban, además, como redes concretas de orga-nización política. Y sobre todo, eran una fuerza parcialmente descentralizada, que fragmentaba el poder militar.

Jefes militares

La combinación de diferencias y superposiciones manifiesta en las funciones del ejército de línea y dela Guardia Nacional, también era visible en la organización de sus mandos. Sólo en la década de 1870, durantela presidencia de Sarmiento, se crearon instituciones destinadas a dar una formación sistemática a los oficialesmilitares: el Colegio Militar y la Escuela Naval. Por lo tanto, durante el período que nos ocupa, los jefes surgieronde la llamada “carrera de las armas”, de carácter práctica y política. Así, la formación del ejército de línea en tiemposde Mitre se hizo, como ya señalamos, sobre la base de la Guardia Nacional de Buenos Aires, y sus jefes y oficialessurgieron de allí. A ese conjunto, se agregaron luego otros oficiales, confirmados en la acción, tanto en el frenteinterno como en la frontera y sobre todo, en la guerra contra el Paraguay.9

En cuanto a la Guardia Nacional, los perfiles no eran demasiado diferentes, ya que si bien no habíauna carrera formal equivalente a la del Ejército, los que fungían como comandantes fueron, con frecuencia, figurasciviles pero con trayectoria práctica en el campo de la acción guerrera y muchas veces, con grado en el Ejército.Tanto en una como en otra institución, los jefes operaban en medio de una trama de relaciones y solidaridadeshorizontales y verticales que se desarrollaban a partir de la propia acción militar y política y que alimentaban elespíritu de cuerpo, dando prestigio a algunos de sus jefes por sobre otros y estableciendo vínculos entre oficialesque favorecían el reconocimiento corporativo. Éste no era, sin embargo, excluyente.

En efecto, la mayoría de estos jefes y oficiales tenían, además de su historia militar, actuación políticay pública, como hombres de partido, legisladores y periodistas, entre otros. Por lo tanto, identificarlos –como seha hecho con frecuencia– simplemente como “militares” puede dar lugar a confusiones y anacronismos. En efecto,los alcances y límites de esa profesión estaban todavía en definición. Pues si bien existía una carrera posible en elEjército y en la Guardia Nacional, más que de una formación profesional sistemática o de un escalafón jerárquicoestricto, ésta dependía sobre todo de la actuación en el campo de batalla y de las conexiones y lealtades político-partidarias. Esa carrera no era, por otra parte, incompatible con otras “profesiones”.

Esta situación puede, quizá, explicar otro rasgo común a muchos de los jefes: su identificación con lafuerza no era corporativa y podía quedar subordinada a otras identidades. Así, por entonces nadie se sorprendíafrente a alineamientos fundados sobre identidades y lealtades políticas (y aun personales) que tenían precedentesobre la carrera militar. Al mismo tiempo, y aunque pueda parecer paradójico, aquéllas con frecuencia se forjabano se fortalecían en el seno mismo de las instituciones armadas, pues el Ejército y la Guardia constituyeron espaciosde sociabilidad donde se construían y reproducían redes políticas.10

9 Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980; OscarOszlak, op. cit.

10 Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.

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Frente a ese Ejército aparentemente cohesionado luego de la llamada “Campaña del Desierto”podría pensarse que los días de la fragmentación militar habían terminado. Sin embargo, como veremos, lamodernización no alcanzó para acabar con los conflictos que involucraban tanto disputas partidarias como prin-cipios políticos. Así, poco después se desató una contienda que mostró hasta qué punto aquella fragmentaciónseguía vigente.

La revolución de 1880

En el año 1880 los argentinos debían elegir presidente de la República. Luego de varios meses de dis-cusiones y negociaciones en torno a las candidaturas, dos nombres quedaron en firme: los de Julio A. Roca, minis-tro de Guerra, y Carlos Tejedor, gobernador de la provincia de Buenos Aires. La disputa que siguió involucró nosólo las movilizaciones habituales en tiempos de elección, sino también conflictos violentos en varios lugares delpaís y una última confrontación armada en Buenos Aires.

A poco de iniciada la carrera electoral, Tejedor anunció que su provincia no aceptaría la imposiciónde una candidatura “gubernativa” y que iniciaría la “resistencia”. Convocó, entonces, a la Guardia Nacional aejercicios doctrinales. El gobierno nacional, en la persona de su ministro del Interior, Domingo F. Sarmiento, res-pondió de inmediato: las provincias no tenían potestad para movilizar la Guardia, que reclutaba ciudadanos peroservía de reserva a las fuerzas regulares y debía responder a éstas. El gobernador, sin embargo, insistió en sus pre-rrogativas y decidió, además, apelar a la población civil para que se nucleara en torno de cuerpos de voluntarios,según el viejo modelo de las milicias.

El gobierno nacional, en cambio, volvió a reclamar para sí el monopolio de la fuerza, tomando la ini-ciativa de elevar un proyecto de ley al Congreso referido a la Guardia Nacional. Allí se establecía que ésta “nopodrá ser convocada por las autoridades provinciales, ni aún para ejercicios doctrinales, sino por orden del P. E.de la Nación” y se ordenaba licenciar inmediatamente todos los batallones provinciales. En el gabinete hubo des-acuerdos, pero de todas maneras, el proyecto pasó al Congreso, con un mensaje presidencial donde se afirmabaque el régimen federal no admitía otras fuerzas que no fueran las de la Nación. También en la Legislatura deBuenos Aires se trató un proyecto en el mismo sentido.15

Se pusieron así en escena diferentes concepciones acerca de la organización y el control sobre losrecursos militares y del papel que el Estado nacional y las provincias debían tener en relación con el uso legítimode la fuerza. La posición del presidente Avellaneda y del candidato Roca se fundaba sobre una concepción fuer-temente centralista en la materia. Los rebeldes porteños, en cambio, se oponían a la concentración del poder defuego en el ejército profesional y abogaban por una distribución de ese poder entre éste y las milicias, institu-ción que representaba a la vez a las autonomías provinciales y a la ciudadanía en armas. Esta postura no sólo erasostenida por Tejedor y sus amigos políticos, sino también por muchos de sus adversarios que, como LeandroAlem, si bien se opusieron a la rebelión encabezada por el gobernador, no coincidían con los centralizadores enque la convocatoria a la Guardia fuera prerrogativa del gobierno nacional.

Finalmente, los proyectos centralistas no fueron aprobados ni en la Legislatura de la provincia ni en elCongreso. Y si en ambos casos sus miembros introdujeron medidas para frenar a Tejedor y la revolución en BuenosAires, no estuvieron dispuestos, en cambio, a suscribir la doctrina del Ejecutivo Nacional que retaceaba la potestadde las provincias y sus gobernadores en relación con las milicias.

Todas estas discusiones revelan que hacia 1880 no había consenso respecto a la completa centraliza-ción del poder militar en manos del gobierno nacional. La controversia se dio sobre todo en relación con el gradode control que las autoridades de provincia debían tener sobre la Guardia Nacional, pero remitía a una cuestiónmás amplia acerca de cómo concebir el poder del Estado. Finalmente, esta controversia no se dirimió a través delas palabras, sino de las armas.

Poco tiempo después de la sanción de esas leyes, los rebeldes porteños movilizaron de todas mane-ras la Guardia Nacional de la provincia y los batallones voluntarios de milicias. Contaron para ello no sólo con elapoyo creciente de la población de Buenos Aires sino con la colaboración de varios prestigiosos oficiales del ejér-cito de línea. Si bien ellos habían participado de campañas militares encabezadas por el propio Roca, en esta oca-sión pidieron la baja de la institución para poder liderar las tropas porteñas en su resistencia a la “imposición”

15 Hilda Sabato, “Milicias, ciudadanía y revolución...”, op. cit.; Buenos Aires en armas..., op. cit

En el frente externo, el principal conflicto fue, como sabemos, la Guerra de la Triple Alianza contrael Paraguay. La Argentina movilizó para la ocasión su ejército de línea, que al comenzar la contienda tenía unos6.500 hombres, a la vez que convocó a una parte de la Guardia Nacional hasta completar unos 25.000 hombresen total. Las tropas argentinas tuvieron su compromiso más fuerte en los primeros años ya que, hacia el final,sólo quedaban unos 4.000 efectivos en ese frente. La guerra fue larga, costosa en hombres y recursos, y muy con-trovertida desde el principio. Si bien el gobierno de Mitre inicialmente recibió apoyos de diferentes sectores,incluso de quienes en Buenos Aires se presentaron entusiasmados como voluntarios, también encontró resisten-cias fuertes que, a medida que el gobierno nacional presionaba por reclutar, se convirtieron en rebelión activaen distintos lugares del país. Guardias nacionales de varias provincias se opusieron por fuerza a la movilización yparte de los efectivos de línea y guardias de otras provincias fueron asignados a reprimir esas resistencias.Mientras tanto, en el frente paraguayo la situación era muy difícil, y si bien a la larga los aliados salieron triun-fantes militarmente, los costos humanos y materiales fueron altísimos.

Desde el punto de vista militar, sin embargo, los historiadores han coincidido en señalar que la gue-rra fortaleció al Ejército Nacional como institución y en consecuencia, contribuyó a consolidar el Estado. Al trans-formar un conflicto que inicialmente era de índole partidaria en un enfrentamiento entre naciones, la guerrageneró nuevas alianzas y lealtades no sólo entre la oficialidad sino aun entre la tropa. También, al poner a prue-ba el aparato militar en una contienda de envergadura, fortaleció las relaciones de mando y obediencia, redibu-jó jerarquías, y creó nuevos liderazgos internos. Finalmente, la represión de los rebeldes contribuyó a debilitar engran medida la capacidad de resistencia de las fuerzas de varias provincias, en especial en las regiones del NOAy del Litoral.14

Desde el punto de vista político, por su parte, si bien Mitre y su partido quedaron muy golpeados porlas vicisitudes de la guerra y por las críticas que despertó su accionar, el alineamiento del gran líder federalUrquiza con el gobierno nacional abrió paso a una nueva etapa política. La presidencia de Sarmiento fue, en esesentido, un momento clave, no sólo porque su candidatura se desmarcó de los clivajes tradicionales entre libera-les y federales, sino porque, además, una vez en el poder se ocupó de tomar medidas destinadas a modificar laorganización militar vigente en pos de una mayor centralización y del reforzamiento y la jerarquización del ejér-cito de línea. En consonancia con ello, buscó debilitar la autonomía con que las autoridades provinciales mane-jaban la Guardia Nacional y afirmar su subordinación al poder central.

El tercer terreno de acción fue la frontera con las sociedades indígenas. La existencia de territoriosde contacto y de disputa con diferentes naciones indígenas venía de larga data. En las décadas que nos ocupan,el gobierno central y los de provincia continuaron manteniendo fronteras móviles con dichas naciones, y relacio-nes que alternaban la negociación y la confrontación. Dentro del amplio espectro de acciones que los gobiernosdesplegaban en ese sentido, las militares eran recurrentes. Para operar en ese terreno, recurrían tanto a fuerzasdel ejército de línea como de la Guardia; estas últimas inicialmente correspondían a las provincias con fronteraen disputa, pero a partir de 1870 se dispuso que todas las provincias tendrían que contribuir a ese esfuerzo.Hemos mencionado ya las resistencias y las protestas que hubo en torno a la movilización de milicias en la fron-tera y a los abusos a que dio lugar ese sistema, que fue materia de controversia política permanente. Más quedetallar esas fricciones me interesa, en cambio, marcar un punto de inflexión en la política fronteriza: la que tuvolugar con la decisión de ocupar militarmente los territorios de la Patagonia y el Chaco.

La campaña de ocupación implicó un importante cambio en la política hacia las sociedades indíge-nas, por parte de un gobierno que buscaba fortalecer el poder central, controlar efectivamente el territorio queconsideraba bajo su soberanía y reducir a la obediencia a quienes se opusieran a la potestad estatal. El presiden-te Avellaneda estuvo dispuesto a otorgar al Ejército Nacional la dosis de poder necesaria para alcanzar esos obje-tivos, un ejército más centralizado, modernizado y disciplinado que el de las décadas anteriores. A su vez, esaguerra colocó a la institución en un lugar de gran visibilidad, y el éxito obtenido (en relación con los objetivosplanteados) le dio prestigio no sólo a la fuerza sino también a sus jefes, en especial a Julio Roca, quien a pesarde su alto perfil profesional, operó también, y muy activamente, en el terreno político y pronto se lanzó a la can-didatura presidencial.

14 Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción..., op. cit.; Oscar Oszlak, op. cit.

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de la candidatura del General apoyada por el gobierno nacional. Éste, por su parte, preparó su defensa convo-cando a los regimientos de línea y a la Guardia de varias provincias, los que en junio de 1880 se impusieron a losrevolucionarios en sangrientos combates a las puertas de la ciudad. A esa derrota militar siguió la derrota política,con consecuencias de largo plazo para la organización de la República. Entre las primeras medidas adoptadas porel flamante gobierno del presidente Roca estuvo la ley promulgada el 20 de octubre de 1880 que prohibió “a lasautoridades provinciales formar cuerpos militares bajo cualquier denominación que sea”.

Modelos

Así terminaba una larga historia de ambigüedades y controversias en torno a la organización military al control del uso legítimo de la fuerza. Aunque después de ese año de 1880 hubo otras revoluciones y laGuardia Nacional, en varios casos, volvió a actuar con autonomía del centro, el criterio dominante a partir deentonces privilegió la concentración efectiva del poder militar. Durante décadas, ese modelo había competido endesventaja con uno diferente, que pretendía un sistema menos vertical y más fragmentado, en el que ese poderfuera compartido entre el gobierno nacional y los provinciales. El primero implicaba el fortalecimiento del ejér-cito de línea, formado por soldados profesionales, mientras que el segundo insistía en la necesidad de preservarla institución de la milicia basada en el principio de la ciudadanía armada. Si bien resulta sin duda excesivo veren las propuestas que se enfrentaron en el año 1880 la expresión de dos modelos alternativos de Estado y derepública, lo cierto es que pusieron de manifiesto que había maneras diferentes de pensar la defensa, el uso dela fuerza y la concentración del poder de coerción.16 También, el lugar de los ciudadanos en la vida política. Eldesenlace del año 1880 resultó en el predominio de una sobre otra. No se trató, sin embargo, del resultado linealde un proceso progresivo de formación del Estado, sino del triunfo de un tipo de Estado y de un estilo de repú-blica por sobre otros posibles, que estuvieron en juego durante varias décadas.

Esa afirmación estatal encontró todavía impugnaciones en las décadas finales del siglo, que si nopudieron poner en jaque la preponderancia ya establecida del gobierno central en materia militar, generaronenfrentamientos y perturbaciones no siempre fáciles de controlar. La solución definitiva ocurrió poco después, apartir de la modificación radical del sistema en su conjunto. La instauración del servicio militar obligatorio y laconstitución de un ejército con mandos profesionales y tropa de reclutas fueron las bases de un nuevo modelode defensa que regiría en la Argentina durante casi todo el siglo XX.

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16 Sobre este punto resulta sugerente el análisis sobre el caso norteamericano realizado en Daniel H. Deudney, “The PhiladelphianSystem: Sovereignty, Arms Control, and Balance of Power in the American States-Union, circa 1787-1861”, en International Organization,año 49, Nº 2, primavera de 1995.

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En la Argentina de mediados del siglo XIX la construcción del Estado nacional era todavía un asuntopendiente. El pacto político sellado en la Constitución jurada en 1853, y reformada en 1860, si bien constituyó unhito decisivo en el proceso de unificación política, no resultó suficiente para asentar un orden político estableentre las provincias argentinas. Éste habría de sobrevenir treinta años después cuando el sistema de alianzas yrivalidades que habían dominado el escenario posterior a Caseros, cediera su paso a la emergencia de un sistemapolítico nacional liderado por una nueva clase política que, imbuida de los preceptos liberales, hizo primar laautoridad de la nación por sobre cualquier poder rival o competencia.1

Las milicias y el Ejército se convirtieron en actores cruciales aunque no exclusivos de ese proceso. Nosólo porque el factor represivo resulta un ingrediente insustituible de todo poder estatal moderno sino porquela Revolución de la Independencia hizo de ellas los vehículos de integración y participación política popular quetrastornaron por completo los canales de transmisión de autoridad y poder prevalecientes en el antiguo régimencolonial, convirtiéndose en un dilema crucial del orden posrevolucionario. Aun más, aquella sociabilidad guerreradisparada con la Revolución representó una experiencia colectiva que incluyó a conglomerados de individuos ygrupos sociales nunca antes conocida en el espacio rioplatense, y sujeta a una movilidad territorial por incentivospolíticos sin precedentes con capacidad de generar identidades nacionales no necesariamente idénticas a las quehabrían de prevalecer después de 1830.

Ahora bien, si caben pocas dudas sobre la centralidad de aquel formidable proceso de militarizacióny politización popular, no resulta menos relevante advertir su impacto en la erección de la pirámide caudillescaque sucedió a la pulverización de las Provincias Unidas en 1820 al hacer descansar sobre esos contingentes ines-tables de milicias cívicas movilizadas, el nervio transmisor de la acción política colectiva que superó en mucho lasbases sociales del rosismo alcanzando la casi completa geografía de la Argentina criolla. Menos aun ha de sor-prender que la emergencia de esos liderazgos no resultaba del todo independiente así como tampoco los marcosinstitucionales o normativos que organizaban los precarios y/o desiguales poderes provinciales convertidos en fla-mantes soberanías independientes, ni tampoco el complejo sistema de alianzas y hostilidades interprovinciales queestructuraron, aun en la inestabilidad, la institucionalización del poder nacional en el siglo XIX.

1 Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción de una nación: Argentina, 1846 1880, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984. Natalio Botana,El Orden Conservador, la política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1979; y La tradición republicana, BuenosAires, Sudamericana, 1984.

Milicias, Ejército y construcción del orden liberal en la

Argentina del siglo XIX

BEATRIZ BRAGONIUNCU / CONICET

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CAPÍTULO

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algunas experiencias en procura de responder tres interrogantes centrales: ¿Qué papel cumplieron las FuerzasArmadas en esa construcción política? ¿Qué transformaciones habrían de experimentar las milicias y el Ejércitoante la consolidación del orden liberal? ¿Qué mecanismos sirvieron a la subordinación del poder de las armas ala égida del Estado nación?

Coacción y política en el interior argentino

Como bien se sabe, el éxito de Bartolomé Mitre, y el repliegue del entonces líder del federalismo JustoJosé de Urquiza a su bastión entrerriano, fueron decisivos para retomar la ruta trazada a partir de Caseros en posde asentar un principio de autoridad estable entre las provincias argentinas. A pesar de las polémicas que aúnrepercuten en la historiografía, la victoria de las fuerzas porteñas optimizó las posibilidades de Mitre de unificarel país bajo el liderazgo de la provincia hegemónica. No sólo Mitre confiaba en la inminencia de un resultadoque devolvía a Buenos Aires un lugar de privilegio en la confección de la autoridad nacional. Para entonces eranmuy pocos los que podían poner reparos al entusiasmo depositado en la adopción de los principios republicanoscomo remedio seguro para abandonar la barbarie y transitar la senda de la civilización. Crear el nuevo orden erael programa inminente y esa situación debía traducirse en una efectiva integración política que requería subor-dinar poderes en competencia. Si la Constitución reformada en 1860 daba el marco legal para solventar las basesde la nueva institucionalización, el nuevo poder contaba con instrumentos para conquistarla: al ejercicio de lacoacción física debía sumarse una activa intervención política en las provincias rebeldes para crear gobiernos localesafines a su dominio. Una mirada de mediano plazo permitió corregir la expectativa abierta con Pavón. Los levan-tamientos federales del oeste andino y la guerra internacional en la que el país se vio envuelto a partir de 1865desplegaron una serie de tensiones políticas y territoriales que no sólo puso fin al programa unitario y liberal ori-ginario sino que además trazó un nuevo mapa para los herederos de la tradición federal.

Así, mientras el conflicto internacional despertaba el fervor patriótico entre los grupos dirigentes deBuenos Aires y ganaba la adhesión de los gobiernos aliados de Santa Fe y de la Entre Ríos gobernada todavía porUrquiza, en las provincias del centro oeste argentino la situación habría de diferir exhibiendo un pulular de insu-rrecciones armadas que enarbolaron el cintillo punzó en rechazo al gobierno nacional. Para ese entonces, larebeldía se había desparramado de Catamarca a La Rioja, avanzó desde Cuyo a la Córdoba rural, y alcanzó elLitoral a través de una verdadera proliferación de “revoluciones” armadas, y desafíos a la autoridad de diferentecalibre (como el memorable “desbande de Basualdo” que simboliza la fractura del liderazgo de Urquiza), poniendoen jaque al gobierno nacional, y contribuyendo a resquebrajar los liderazgos políticos que habían prevalecidohasta entonces. Frente a la expansión territorial del movimiento, y la aspiración de los rebeldes de “llegar si espreciso a las puertas de Buenos Aires”,6 el gobierno nacional envió una división del ejército de línea del frenteparaguayo para reprimir la marea revolucionaria. Esa intervención militar que fue también política, no sólo estaríadestinada a preservar o “conquistar” la obediencia de esa dilatada geografía a la esfera de la autoridad nacional;también habría de gravitar en las tradiciones políticas argentinas erigiendo un nuevo estilo político y un nuevoliderazgo dispuesto a catapultar cualquier desafío a la autoridad nacional. Por consiguiente, la Argentina políticaque emergerá de ese atribulado proceso habría de ser muy distinta a la imaginada por los vencedores de Pavón.En ese lapso, el sistema de poder argentino habría de rehacerse en beneficio de la edificación de un centro de poderautónomo sobre la base de un proceso de negociaciones y conflictos del que tampoco saldría invicta la poderosaprovincia de Buenos Aires.

Al interior de esa combinación estratégica entre coacción y política, y entre provincia y nación, habríande gravitar decididamente la participación de las Guardias Nacionales al tratarse de actores políticos susceptiblesde ser movilizados a favor del orden legal, o en su defecto para dar curso a la rebeldía. Si focalizamos por un ins-tante la experiencia política resultante en las provincias cuyanas, y más precisamente en Mendoza, es posibleapreciar el variado repertorio de estrategias políticas y militares instrumentadas con el fin de afianzar el nuevoorden político.

6 La expresión pertenece al coronel Manuel Olascoaga, jefe del Estado Mayor Revolucionario de la revolución de los colorados (1867).Véase de mi autoría, “Cuyo después de Pavón: consenso, rebelión y orden político (Mendoza, 1861-1874)”, en Beatriz Bragoni yEduardo Míguez (eds.), La formación del sistema político nacional argentino, 1852-1880, Buenos Aires, Biblos, en prensa.

2 Beatriz Bragoni, Los hijos de la revolución. Familia, poder y negocios en Mendoza en el siglo XIX, Buenos Aires, Taurus, 1999.3 Hilda Sabato, “El ciudadano en armas: violencia política en Buenos Aires (1852-1890)”, en Entrepasados. Revista de Historia, año XII,

Nº 23, 2002, pp. 149-169; y su reciente Buenos Aires en armas. La revolución porteña de 1880, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. Véasetambién, Flavia Macías, “De civicos a guardias nacionales. Un análisis del componente militar en la construcción de ciudadanía. Tucumán,1840-1860”, en M. Chust y J. Marchena (eds.), Las armas de la nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850),Iberoamericana-Vervuert, 2007, pp. 263-290.

4 Véase a modo de ejemplo, Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Buenos Aires, Kapelusz, 1975. 5 Oscar Oszlack, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional, Buenos Aires, Planeta, 1997.

En las últimas décadas la historiografía ha mejorado la comprensión del violento y creativo procesode construcción estatal edificado entre 1852 y 1880: de Jujuy a Corrientes, de La Rioja a Mendoza, de Tucumán aSanta Fe, de Entre Ríos a Buenos Aires emanan evidencias firmes de las formas asumidas por ese radical procesode transformación, de integración política y territorial que hizo del archipiélago de provincias un edificio repu-blicano capaz de subsumir las tradiciones políticas que hasta entonces habían sido pensadas de convivencia impo-sible. En ese resultado, las elites provinciales cumplieron un papel protagónico: no sólo en lo que atañe a la edi-ficación de los poderes públicos en el variado mosaico de poder de la Argentina independiente, sino en relacióna la compleja trama de relaciones de negociación y conflicto que contribuyeron a conducir cadenas de obedien-cia al interior de cada fragmento del espacio político argentino, para hacer de ellas un resorte decisivo de la con-quista de obediencia al Estado nacional en detrimento de sus rivales. En cualquiera de los casos, las evidenciasreunidas sobre diferentes experiencias políticas provinciales han puesto algunos reparos a las vertientes historio-gráficas que hacían del poder central un actor externo a las situaciones provinciales, o que en última instancia, ytal como lo advirtió Natalio Botana, terminaban asociándolo de manera directa con el predominio de la provinciade Buenos Aires. Mirado en detalle, ese denso proceso de estructuración política pone en evidencia el resultadode un proceso de ida y vuelta a través del cual las elites locales debieron traccionar la obediencia de la periferiaa su favor, al tiempo que se vieron obligadas a resignar las posiciones adquiridas, o bien integrarse a un nuevoactor colectivo –la elite política nacional– la cual pasaría a ocupar un papel primordial en el también nuevo estadode cosas. En tal sentido, el proceso de centralización política que redefinió las relaciones entre nación y provinciasen el ciclo político que se clausura en 1880, difícilmente pudo eludir sino que tuvo que disponer de prácticas einstituciones políticas creadas primero en la dimensión local de poder, y que su efectiva transferencia propició laconducción de cadenas de autoridad de la periferia al centro político.2

En ambas instancias las milicias y el Ejército habrían de operar decididamente al arbitrar dispositivosclaves en función de un mandato constitucional que para hacerse efectivo debía modificar radicalmente el pro-tagonismo que había adquirido en décadas anteriores, y aceptar en última instancia la subordinación al Estadonacional y al poder civil. No obstante, y como ha señalado Hilda Sabato, el problema conduce a un terreno escu-rridizo en cuanto en la Argentina que siguió a Caseros casi ningún dirigente político o aspirante a serlo, podíaeludir echar mano a la movilización miliciana o cívica en cuanto constituía un resorte clave de intervención públicapor representar un canal de transmisión del régimen representativo que aparecía estructurado por un conceptode ciudadano armado que unía el ejercicio electoral con la defensa de la patria.3

Estas breves advertencias resultan necesarias a la hora de abordar rasgos característicos del papel delas Fuerzas Armadas en la formación del Estado argentino, y del sistema político nacional que contribuyó a eseresultado. Generalmente, la preeminencia del protagonismo militar en la cultura política argentina ha sido inter-pretada como herencia intacta del patrimonialismo del antiguo régimen colonial, o por la pervivencia de la mili-tarización de una sociedad civil nacida a la vida política con las revoluciones de independencia y las guerras civiles.4En su lugar, en la Argentina posterior a Pavón (1861) el poder de las armas aparece estrechamente unido a laconstrucción del Estado liberal en el cual gravitan con igual vigor el afianzamiento del orden político interno, lapoderosa transformación política y militar disparada con la guerra internacional (1865-1870) y el giro de la estra-tegia ofensiva contra las parcialidades indias de la frontera entre 1879 y 1882. Ese triple frente de guerra que sesucede casi de manera simultánea en la casi completa geografía del país, fue el que exigió una formidable movi-lización de hombres y de recursos. Oscar Oszlack precisó los costos de semejante empresa política concluyendoque los gastos nacionales destinados al Ministerio de Guerra y Marina oscilaron entre el 55% y el 65% del presu-puesto oficial entre 1863 y 1868.5 Dicha evidencia si resuelve eficazmente el peso de la inversión estatal en la esfe-ra militar, no explica las modalidades que ésta adquirió en la conquista del orden político y en la formación delEstado nacional. En las páginas que siguen el lector ha de enfrentarse a un desarrollo analítico que distingue

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nacional junto con otras medidas de vital importancia: en particular, restableció la injerencia del poder central enmateria de impuestos y sustrajo al poder local la jurisdicción judicial para los delitos de sedición o rebelión.11 Porconsiguiente, el restablecimiento del orden político mendocino había requerido de acciones coordinadas y com-plementarias entre poder local y poder central.

Esa dinámica de poder parece ilustrar, además, que la intervención militar y el arbitraje estratégicoentre coacción y política descansaba en un complejo tejido de instituciones y líderes territoriales con capital políticosuficiente como para inclinar la balanza a favor de la obediencia o para dar curso a la rebeldía. De ese delicadoequilibrio de fuerzas dependía incluso la todavía inestable autoridad de la Nación en los bastiones del interior, y esarazón permite apreciar el carácter parcial de la “fuerza militar”, en sentido estricto, en beneficio de márgenes denegociación al interior del funcionamiento del sistema de alianzas políticas y personales de las que no escapaban nilas elites locales, ni los personeros del poder central como tampoco los líderes políticos que aspiraban a encabezarla pirámide política del país.

Los comicios nacionales de 1868 permiten apreciar el peso relativo de esas mediaciones personalesen los procesos de inclusión/exclusión al cuerpo político. En ellos habrían de gravitar –entre otros actores igual-mente relevantes– el liderazgo de los jefes y oficiales del ejército de línea arribados al interior para ejecutar lapacificación mitrista –conocidos como “procónsules”–, al operar en el sostenimiento de los “gobiernos electores”con el fin de suministrar la mayoría en el colegio electoral y garantizar la sucesión presidencial. Ese desempeñopolítico recostado de igual modo en el poder de las armas y la movilización electoral resultó eficaz en los trabajoselectorales que ubicaron a Sarmiento como presidente. El patriarca de la política mendocina, Francisco Civit, lo des-cribió del siguiente modo en carta a Pedro Agote (1867):

Por lo que he podido leer en los diarios que se publican en la República, por lo que he oído en BuenosAires, antes de regresar a mi provincia y por los trabajos que creo han hecho y siguen haciendo pro-cónsules de que han venido al interior en persecución de las montoneras, se ve que los candidatosque reúnen más opinión hasta el momento son Sarmiento y Alsina.

Para agregar de inmediato:

Es indudable que por el primero hay trabajos mucho más avanzados y bien preparados que por elsegundo. Los hombres de sable que han pasado por las Provincias de Cuyo, Córdoba y La Rioja se hanpreocupado más de la cuestión electoral que de la extinción de los filibusteros que han estado apunto de disolver la nación. Arredondo, Paunero, Miguel Martínez y otros han hecho gobernadoresque trabajen y sostengan la candidatura de Sarmiento. La influencia de estos procónsules es innega-ble y si se retiran dejarán las cosas preparadas de manera que los gobernadores no cambien a menosque vengan nuevas influencias y nuevos procónsules. La elección de Sarmiento en la Provincia deCuyo, en La Rioja y Córdoba, la veo más que probable, segura. La voluntad de los gobiernos es el todo.

A partir de 1870 un nuevo consenso erigido entre los notables habría de sepultar esa forma de hacerpolítica. Para ese entonces, el tucumano Nicolás Avellaneda capitalizó esa relación de fuerzas en el interior y enporciones de la opinión de Buenos Aires, convirtiéndose en el candidato con mejores chances para suceder al san-juanino Domingo Faustino Sarmiento en la más alta magistratura del país. Como antes, los trabajos electoralesvolvieron a mostrar la ingerencia de los hombres armados en la producción del sufragio, y los resultados electo-rales que dieron el triunfo a Avellaneda pusieron en evidencia la emergencia de una arquitectura política casi sinfisuras entre las provincias argentinas. Ese nuevo tipo de cohesión política –reunido en el denominado PartidoNacional– habría de ser impugnada por quienes abrigaban todavía la aspiración de resolver por la vía armada, laconducción del país. Esas controversias se hicieron visibles en Mendoza al convertirse en escenario de una luchapolítica que mostraba la disputa al interior de los grupos locales por ocupar posiciones relevantes en las estruc-turas del poder local, y de la mutua capacidad de movilización de recursos y hombres para la acción política quehabría de exigir la intervención de arbitrajes externos para afianzar de manera definitiva el orden interno.

11 Eduardo Zimmerman, “En tiempos de rebelión. La justicia federal frente a los levantamientos provinciales, 1860-1880”, en Beatriz Bragoniy Eduardo Míguez (eds.), La formación del sistema político nacional argentino, 1852-1880, op. cit.

El 9 de noviembre de 1866 un grupo de federales que habían sido excluidos del gobierno de notablesdepuso a las autoridades legales de Mendoza, y se hizo del poder provincial. La leva ordenada por el gobiernonacional para engrosar las filas del frente paraguayo fue el detonante del movimiento que ganó adhesión en laciudad, y se extendió de inmediato en la campaña desnudando un arsenal de prácticas y estilos políticos inaugu-rados desde la Revolución. Como solía ocurrir en la mayoría de los casos, a la destitución del gobierno y al controlde la Sala de Representantes, le siguió la sustitución de los subdelegados de los departamentos de campaña porhombres adictos al nuevo estado de cosas en cuanto esas magistraturas se convertían en un canal decisivo detransmisión entre el centro y la periferia al centralizar o reunir funciones relevantes de control personal y terri-torial. De ellos dependía la confección de las papeletas de reclutamiento, el registro electoral, la clasificación fiscaly otras funciones de justicia. Aunque las autoridades destituidas de Mendoza buscaron el apoyo del jefe del ejér-cito de línea acantonado en el sur, el éxito de los rebeldes se tradujo en una poderosa movilización miliciana queles permitió avanzar a San Juan e instalar también un gobierno rebelde después de saldar la deuda con algunosoficiales del Ejército que prestaron su adhesión a las jefaturas insurrectas. Poco después, la vecina provincia deSan Luis se hacía eco de la marea insurgente dirigida por “los colorados” a través de la destitución del gobierno legalcon lo cual se ponía nuevamente de manifiesto el precario capital coactivo de los gobiernos provinciales. De talforma, y en conexión con los levantamientos de Felipe Varela, los colorados cuyanos accedían al control de losgobiernos provinciales a la espera de una hipotética respuesta de Urquiza que estuvo lejos de ser favorable.7

La expansión territorial del movimiento no podía pasar desapercibida por el gobierno nacional encuanto ponía en evidencia no sólo las magras condiciones locales para sofocar los bastiones rebeldes; la inestabi-lidad política mostraba a todas luces los límites concretos de la autoridad nacional en el interior rural argentinocomo resultado del fracaso relativo de la “política de pacificación” dirigida por Mitre desde 1861. Esa conviccióno diagnóstico condujo al ministro Rawson a diseñar la estrategia represiva que previó la movilización de fuerzasnacionales, y la cooperación de los gobiernos aliados de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca. Mientraséstos debían asediar el influjo de Felipe Varela en las provincias del norte, el coronel José María Arredondo habríade derrotar al puntano Juan Saá en San Ignacio (1º de abril 1867) con una tropa integrada por 3.800 hombresentre soldados de línea y milicias o guardias nacionales.

Pero esa conquista militar no garantizaba en sí misma ni el avance sobre Cuyo ni menos aun el controlefectivo en las provincias con capacidad de hacer estable la obediencia al poder de la nación. En una conocidacarta dirigida por el ministro Rawson al presidente Mitre, habría de manifestarle que la represión debería recaerespecialmente en el ejército de línea, y para ello debían robustecerse las fuerzas del general Wenceslao Paunerocon guardias nacionales de Santa Fe facilitadas por el gobernador Nicasio Oroño ante la dificultad de avanzardesde el río Cuarto en función de la inestabilidad existente en Córdoba para reclutar guardias nacionales y de losmagros recursos enviados por el gobierno nacional.8 Aunque el éxito de Arredondo despejó el avance de Paunerosobre Cuyo, el restablecimiento del orden político no estuvo exento de dificultades. Entre el arsenal de instruc-ciones que debía ensayar, el comisionado nacional estaba habilitado a movilizar los guardias nacionales de lasprovincias pudiendo “usar de ella en la forma y el número que considere necesario”.9 En plena marcha Paunerohabía tomado medidas con resultados poco satisfactorios. El decreto a través del cual el gobierno nacional habíadeclarado traidores y desertores a todos aquellos que no se presentaran ante la autoridad no había tenido elefecto esperado en el trayecto seguido entre Córdoba y San Luis. Frente a esa evidente resistencia –cuyas moti-vaciones residían en liderazgos rurales ligados al “Chacho” Peñaloza muerto en 1863– la apuesta del general uru-guayo fue mayor al conceder el indulto a todo aquel guardia nacional que abandonara el estado de rebeldía afavor de la autoridad legal.10

Con todo, el avance de las tropas nacionales a Mendoza se tradujo en la restitución de autoridadespreexistentes a la rebelión y en una serie de medidas intermedias orientadas a restaurar la lealtad del poder locala la autoridad de la Nación (más allá de Mitre). No resulta extraño que la sustitución de subdelegados y el nom-bramiento de jefes adictos en los cuerpos armados de ciudad y campaña encabezaran la agenda del comisionado

7 Correspondencia de los “Jefes de la Revolución en la Provincia de Cuyo”, Carlos Rodríguez y Felipe Saá a Urquiza, febrero de 1867,en Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Felipe Varela contra el imperio británico, Buenos Aires, Sudestada, 1966, p. 334.

8 Correspondencia de Rawson al presidente Mitre, 18 de febrero de 1867. 9 Decreto del 21 de noviembre de 1866 (arts. 1 y 3), Luis H. Sommariva, Historia de las intervenciones federales en las provincias, Buenos

Aires, El Ateneo, 1929. 10 Registro Oficial de la Provincia de Mendoza, Mendoza, Imprenta del Constitucional, 1866, p. 15.

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de Línea que mantenía lealtad a la autoridad nacional. Para entonces el coronel Julio A. Roca, al mando de jefesy oficiales del ejército de línea y una tropa conformada en su mayoría por guardias nacionales de Córdoba y Santa Fe,había rechazado los términos del acuerdo propuesto por su superior siguiendo las órdenes de Avellaneda quien habíamanifestado: “no aceptaré jamás de Arredondo un pacto político en que hable de provincias, de Gobernadores”.

Las evidencias expuestas parecen indicar entonces algunas especificidades de la relación entre miliciasy Ejército en la edificación del sistema político nacional que contribuyó a la formación del Estado nacional. Siefectivamente el enrolamiento y la práctica miliciana aparecían unidos al concepto de ciudadanía armada comoinstituto favorable a la inclusión en el cuerpo político, la integración eventual de las Guardias Nacionales al ejércitode línea condicionaba su accionar como vehículo estable a favor de la coacción y la obediencia al poder la Nación.En otras palabras, la doble jurisdicción de las milicias y/o guardias nacionales en la Argentina previa a 1880 hacía deestos hombres y cuerpos armados actores vulnerables (y relativamente autónomos) del accionar de jefaturas militaresleales o contrarias a las autoridades provinciales o nacionales. Esa especificidad estuvo en boca de Aristóbulo delValle al momento de argumentar a favor de la supresión de las milicias provinciales en 1880 al entender que el podernacional no debía ser impotente “frente a la fuerza acumulada por los Estados”.14 Esa opinión difería sustancialmentede concepciones previas que habían sostenido “el derecho de pueblo armado” y de la organización y movilizaciónde la Guardia Nacional un “baluarte de las libertades argentinas”.15

La “cuestión de los indios” y el giro en la profesionalización de las Fuerzas Armadas

Las milicias provinciales y el ejército de línea también dirimen el proceso de conquista territorial ycohesión política en los territorios patagónicos y del Chaco ganados en la lucha contra las parcialidades indias apartir de 1878. En los últimos años numerosas investigaciones han puesto en entredicho importantes imágeneslegadas de las campañas militares que conquistaron el “desierto” para hacer efectivo el control del Estado en elterritorio, y garantizar la incorporación de vastas extensiones de tierras con el fin de acelerar el crecimiento eco-nómico. Si bien la complejidad de las relaciones preexistentes a aquella “solución final” no había sido un temaausente de la agenda historiográfica, las evidencias obtenidas han permitido complejizar las formas asumidas poresa violenta política de exterminio, del arsenal de estrategias y móviles puestas en marcha y de las iniciativas oficialesdestinadas a la colonización después de dar solución definitiva a la “cuestión de los indios”. Por cierto, los fenómenosinvolucrados en la conquista de ese frente que desde los albores de la Independencia, habían intervenido en la vidahistórica argentina del siglo XIX resultan demasiado ricos y complejos como para ser abordados en estas páginas.16

Esa situación no representa un obstáculo para revisar algunos nudos problemáticos en relación al tema que tratamos. Vale recordar que los planes operativos dirigidos por Roca en su avance sobre la frontera –convertido

en ministro después de la muerte de Alsina, y del fracaso de la política de frontera por él auspiciada–, implicaronla movilización de fuerzas militares que incluían el ejército de línea y los contingentes de guardias nacionales pro-vinciales, y de una maquinaria o logística lo suficientemente aceitada de aprovisionamiento en armas, víveres yvituallas para asegurar el éxito de la “solución final”. Una dilatada genealogía literaria que incluye memorias deoficiales, registros periodísticos y documentación oficial permite apreciar el impacto relativo de la inversión materialrealizada para sostener el agresivo movimiento de tropas, al tiempo que infligía mayor vigor a la profesionalizaciónde las “fuerzas armadas” y abría canales de ascenso político y militar entre sus conductores. Sin embargo, el avancey la ocupación efectiva de la autoridad nacional dependió de la reactualización de prácticas ya instituidas en elmundo de la frontera. Como ya se había ensayado en épocas precedentes a lo largo de la línea de los misera-bles fortines que emblematizaban el poder hispanocriollo,17 la estrategia militar no resultó independiente de la

14 Aristóbulo del Valle, “Discurso sobre ejércitos provinciales”, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, Buenos Aires, 16 de octubre1880, en Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Buenos Aires, Ariel, 1997,pp. 196-198.

15 La cita pertenece a Adolfo Alsina, la cual ha sido reproducida por Ezequiel Gallo en Alem. Federalismo y Radicalismo, Buenos Aires,Edhasa, 2009, p. 56.

16 La literatura al respecto es abundante. Un ajustado balance del estado de la cuestión puede verse en Raúl Mandrini y Sara Ortelli, “Lasfronteras del sur”, en Raúl Mandrini (ed.), Vivir entre dos mundos. Las fronteras del sur de la Argentina, siglos XVIII y XIX, BuenosAires, Taurus, 2006, pp. 21-42.

17 Silvia Ratto, “¿Revolución en las pampas? Diplomacia y malones entre los indígenas de pampa y patagonia”, en Raúl O. Fradkin(comp.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata,Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008.

En rigor, las tensiones se retrotraían al año anterior cuando las elecciones de gobernador habíanmostrado por primera vez la competencia electoral entre dos grupos políticos que hasta el momento habían for-mado parte del “gobierno de los notables” en medio de un violento clima de hostilidades y de una intensa movi-lización política en la ciudad y la campaña que incluyó debates en la prensa, mítines, bailes e invitaciones perso-nales.12 Pero la disputa estaba lejos de quedar circunscripta a un asunto doméstico en la medida que los comiciosnacionales introducían un vector adicional que sumó tensiones a las ya existentes. Mientras los reunidos alrede-dor del candidato oficial, Francisco Civit, terminaron inclinando su adhesión al Partido Nacional que apoyaba lacandidatura de Avellaneda, los incluidos en la red política liderada por el ex gobernador Carlos González Pintos,reafirmaron y mantuvieron su opción por Mitre. El tono violento que asumió la movilización electoral tuvo sucorolario pocos días después cuando al conocer los resultados adversos del candidato opositor, el coronel de laNación acantonado en San Rafael, Ignacio Segovia, se rebeló contra las autoridades provinciales dirigiéndose ala ciudad donde un piquete de caballería liderado por gonzalistas también había impugnado el resultado electoral.La respuesta del presidente Sarmiento fue inmediata y contundente: declaró el estado de sitio en la provincia yordenó el avance de Teófilo Iwanovsky a Mendoza para terminar con los insurrectos.

Aunque la intervención nacional fue decisiva, el control político del territorio requirió de ajustes nor-mativos e institucionales de notable impacto: en 1872 la Ley de Municipalidades había prescripto la eleccióndirecta de los municipales en los departamentos de más de 5.000 habitantes modificando la antigua práctica polí-tica que otorgaba al gobernador la facultad de nombrar a los subdelegados de campaña. Esa modificación –deindiscutida inspiración alberdiana– había introducido novedades territoriales de la cuales no casualmente elgobernador Francisco Civit se haría cargo al proponer una nueva reforma municipal de carácter “transaccional”,a través de la cual el Ejecutivo recuperaba la atribución de nombrar los subdelegados postergando el preceptoconstitucional que establecía la elección directa para el gobierno municipal.13 Esa medida que reforzaba la cen-tralización del poder fue acompañada de regulaciones políticas medulares para controlar la población que incluyóel restablecimiento de la “papeleta de conchabo” para el servicio doméstico en la ciudad.

Entre tanto el clima político provincial había acumulado nuevas tensiones entre los desplazados dela red de poder local y el círculo gubernamental provincial que había negociado con relativo éxito su integraciónal conglomerado de políticos provinciales que postulaba a Avellaneda como candidato a ocupar la presidenciadel país. En febrero de 1874 las elecciones de diputados nacionales dieron el triunfo al oficialismo convirtiéndoseen anticipo de los comicios celebrados en mayo con motivo de la elección presidencial, y de la posterior impug-nación del mitrismo sobre los resultados electorales que disparó la revolución armada de la cual participaríanjefes y oficiales a cargo de batallones y regimientos de guardias nacionales. Si la provincia de Buenos Aires se con-virtió en bastión primordial de la revolución alentada por el general Mitre y el elenco de jefes militares plegadosal movimiento, la existencia en Mendoza de esa base territorial y política opositora al círculo avellanedista resultópropicia para que el general José M. Arredondo abandonara la obediencia que había caracterizado su desempeñoal servicio de la autoridad nacional, para plegarse al movimiento dirigido por Mitre y expandirlo por fuera deBuenos Aires. De tal modo, desplazó sus fuerzas desde Río Cuarto a San Luis consiguiendo la adhesión del gobierno quele despejó el avance sobre territorio mendocino y vencer la resistencia ofrecida por las fuerzas leales al gobierno enca-bezado por Civit.

Las crónicas de la época ilustran las características de la movilización que cruzó el espacio provincialy cuyano: mientras Arredondo aumentó su fuerza en San Luis con 2.500 guardias nacionales, el coronel Cataláncondujo 2.000 guardias nacionales de Mendoza con extrema dificultad frente a la persistente deserción de sustropas que contribuyeron a la victoria del militar insurrecto. El éxito en Santa Rosa (29 de octubre) le abrió pasoa la ciudad y a la formación de un gobierno provisional que incluyó a personajes vinculados con el gonzalismoque habían hecho suya la proclama dirigida por Mitre que denunciaba la injerencia de los “gobiernos electores”,y preservaba las libertades públicas. Pero el éxito de Arredondo duró poco: el 7 de diciembre, en el mismo esce-nario que le permitió conquistar la provincia cuyana, fue derrotado por su antiguo subalterno del Regimiento 6

12 Beatriz Bragoni, Los hijos de la revolución..., op. cit.13 Dardo Pérez Guilhou, “Instalación del régimen municipal en Mendoza”, en Revista de Humanidades, tomo XXXVI, Universidad Nacional

de La Plata, 1961, pp. 73-87.

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Ahora bien, si los resultados de ese tejido normativo e institucional podían ser sólo evaluados a futuro,la urgencia de la coyuntura requería de medidas complementarias orientadas especialmente a integrar los cuadrosmilitares a las nuevas reglas del juego en los que estarían destinados a ocupar el lugar preservado en la carta cons-titucional. En tal sentido la política dirigida por el roquismo incidió notoriamente en la profesionalización de lasFuerzas Armadas a través de un variado repertorio de estímulos materiales con el fin de afianzar la obedienciaal Estado nacional. Por una parte, la información suministrada por las memorias del Departamento de Guerrapermite apreciar el aumento de las partidas presupuestarias destinadas a los sueldos de los oficiales. Según lamemoria de 1883 el 70% del presupuesto estaba destinado al salario de los oficiales los cuales oscilaban entre400 y 170 pesos para lo cuadros de mayor jerarquía, y entre 10 y 7 pesos mensuales para sargentos o suboficiales.Un estímulo adicional provino de la Ley de Premios (1884) a través de la cual el Congreso aprobó la distribuciónde las tierras ganadas en la campaña militar contra el mundo indígena que respetaba la jerarquía militar: por ella,los jefes de frontera recibieron 8.000 hectáreas; los jefes de batallones, 5.000; sargentos, 4.000; capitanes y ayu-dantes, 2.500; tenientes, 2.000; subtenientes y alférez, 1.500; en cambio, las lejanas tierras al sur del Río Negro,fueron repartidas entre la “tropa” en chacras de 100 hectáreas.

La medida no dejó de despertar sospechas en relación a las eventuales consecuencias políticas y cultu-rales de la política de premios y compensaciones entre los beneficiarios de la iniciativa oficial. Al respecto, la opi-nión vertida por Alem resulta ilustrativa: “todos los días estamos viendo en la Cámara que todos los individuos quehan hecho algún servicio, se creen con derecho a venir a pedirnos premios, jubilaciones o pensiones porque hanservido ocho o diez años con honradez y rectitud, y generalmente se cree que se comete una gran injusticia no acor-dando el premio. Siguiendo este camino, llegamos a este resultado: que el cumplimiento del deber es una cosa tanrara que merece un premio”.20

Más allá de las variadas interpretaciones que puedan atribuirse al juicio emitido por quien todavíaintegraba las huestes del partido oficial, la cita reactualiza un dilema crucial de la cultura política argentina que hacede las relaciones entre el Estado y los grupos sociales (partidos, corporaciones, etc.) un asunto central de la agendaacadémica y política.

BIBLIOGRAFÍA

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20 Ezequiel Gallo, Alem. Federalismo y Radicalismo, op. cit.

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intermediación ejercida por grupos y liderazgos étnicos a través de un complejo e inestable engranaje de circuitosmercantiles, sociales y políticos. Desde luego, esa suerte de subordinación negociada de la nueva autoridad, repre-sentaba la contracara del amplio espectro de resistencias guerreras ofrecidas por quienes aspiraban a preservarlas posiciones previas al nuevo esquema de poder, ni tampoco omitir el hecho de que la administración de los terri-torios nacionales descansó en el personal político y/o administrativo en abrumadora mayoría ajeno a los pueblos ori-ginarios. Tampoco las políticas de colonización emprendidas los tendrían como beneficiarios.

De cualquier modo, la “conquista” del territorio exigió del personal militar y avanzó más allá delejercicio guerrero en sentido estricto al convertirse en protagonistas de las “exploraciones” destinadas al recono-cimiento de los territorios preservados a la soberanía del Estado nacional. Para ello, en 1879, el gobierno nacio-nal creó la Oficina Topográfica Militar para dirigir (y centralizar) el relevamiento topográfico por parte de oficia-les del Ejército, y de una serie de expediciones científicas en el mar del sur en las cuales se destacaron oficiales dela marina. Esa producción de información cartográfica emanada de los expertos militares habría de ser decisivapara delimitar la jurisdicción territorial del Estado nación. Aun así, el control político de lo que hasta entonceshabía sido la frontera, y la conquista de obediencia de sus antiguos y nuevos pobladores requería la creación delazos políticos, y esa razón explica las razones que impulsaron la instrumentación de las Guardias Nacionales enlos territorios recién incorporados a la esfera de la nación, la cual iba a contrapelo de la ley nacional que habíasuprimido las milicias provinciales. La normativa y la práctica instituida habrían de capitalizar la experiencia mili-ciana inaugurada en tiempos de la Confederación aunque extirparía el derecho ciudadano que antes había tenido,circunscribiendo su accionar al servicio de las armas, despojándolo del sufragio y convirtiéndose en anticipo delservicio militar obligatorio prescripto por la Ley Ricchieri. También como antes, la implementación de la medidafavoreció la erección de un elenco de funcionarios nacionales con potente arraigo territorial que tenían a su cargoel reclutamiento que, al arbitrar discrecionalmente la leva, la hacían recaer primordialmente en nativos e inmi-grantes, la mayoría de las veces ausentes de vínculos sociales condenándolos como antaño a integrar la lista dedesertores por haber eludido el enganche.18

Con todo, la administración de Roca habría de acelerar el proceso de modernización y profesionali-zación de las Fuerzas Armadas, y la correlativa subordinación de éstas al poder civil. Por cierto, el arsenal de inno-vaciones introducidas durante el mandato constitucional no resultaba independiente de un ejercicio militar ensa-yado al servicio de la autoridad nacional, ni tampoco del clima político que lo convirtió en beneficiario exclusivode la liga de gobernadores que lo convirtió en presidente. Poco antes de concluir su mandato, el presidenteNicolás Avellaneda había sido uno de los oradores en las ceremonias dispuestas por el gobierno con motivo de larepatriación de los restos de San Martín, y ese acontecimiento resultaba propicio para enfatizar que ningúnpoder podía erigirse por fuera del mandato constitucional que prescribía la subordinación del sable al poder civil.Asimismo, la revolución porteña que había desafiado a la autoridad nacional en la misma ciudad de Buenos Aires,había terminado de convencer a los todavía dudosos de que ningún gobernador podía estar habilitado a echarmano a las Guardias Nacionales. Ese diagnóstico de situación que ponía en un cono de sombras instituciones yestilos políticos medulares de la Argentina del siglo XIX, dio curso a una serie de innovaciones que estuvieron des-tinadas a monopolizar la fuerza pública en la esfera del Estado nación, y a la integración social y política de lapléyade de jefes, oficiales y tropa que habían tenido un lugar protagónico en la vida política. El mismo LeandroAlem que antes había defendido el derecho de los Estados provinciales a mantener una fuerza militar propia,preservó el papel del Ejército Nacional como “el guardián de nuestras instituciones”.

El roquismo respondió a ese desafío a través de un repertorio de estímulos institucionales con resul-tados relativamente exitosos en el mediano plazo. A la supresión de las milicias provinciales (1880), le siguió unabatería de disposiciones con el objetivo de profundizar la “interiorización” de la subordinación al poder civil queSarmiento había iniciado décadas atrás con la creación del Colegio Militar (1869) y la Escuela Naval (1870). El giromodernizador del roquismo estuvo particularmente dirigido a afianzar la cadena de mandos, y por ello delCongreso Nacional emanaron la Ley de Reglamentación de Carrera de Oficiales (1882), la Ley de Estado Mayor yla Escuela de Cabos y Sargentos (1884) y la creación de la Escuela de Ingeniería Militar (1886).19

18 Marisa Moroni y José Manuel Espinosa Fernández, “El reclutamiento para la guardia nacional en la Pampa central argentina 1884-1902”, en Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas de la nación, op. cit., pp. 247-261.

19 Riccardo Forte, “Los militares argentinos en la construcción y consolidación del Estado liberal (1850-1890)”, en M. Carmagnanni(comp.), Constitucionalismo y orden liberal. América Latina 1850-1920, Torino, Otto editore, 2000, pp. 102-109.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Los observadores de la política argentina entre 1820 y 1880 han señalado la participación popularcomo uno de sus rasgos característicos. Los primeros de ellos –José María Paz y Domingo Faustino Sarmiento–encontraban en las tendencias democráticas e igualitarias de la sociedad argentina inauguradas por la Revoluciónde Mayo el factor principal que explicaba esta participación, liderada desde la década de 1820 por los poderesmilitares provinciales a quienes estos observadores denominaban caudillos.1 Esta situación comenzó a cambiardespués de la derrota de la Confederación Argentina en Pavón (septiembre de 1861) cuando, desde Buenos Airesy con el apoyo de las pequeñas oligarquías liberales provinciales, el gobierno central acorraló a los poderes mili-tares locales mediante la acción contundente del Ejército Nacional. En algunas provincias esta ampliación delorden estatal encontró resistencias populares que defendían la autonomía local y formas tradicionales de vidaque se veían amenazadas a causa de esta violenta irrupción.

En este trabajo me propongo comparar las formas de acción popular colectiva en dos provinciasargentinas en las décadas formativas del Estado nacional: La Rioja en 1862-1863, cuando las milicias provincialesa las órdenes de Ángel Vicente Peñaloza (el “Chacho”) se levantaron contra la intromisión de las tropas porteñas,y Jujuy en 1873-1875 cuando una rebelión de campesinos indígenas en la puna puso en entredicho el derecho depropiedad y la estabilidad política de la provincia. En ambos casos, las autoridades encargadas de la represióncalificaron de “montoneras” a estas movilizaciones y “montoneros” a los sectores rurales que las integraban, uni-ficando de manera discursiva dos fenómenos insurreccionales completamente diferentes. Este ejercicio de com-paración supone en primer lugar una descripción de los hechos, más conocidos en el caso de la rebelión chachistaque en la de los indígenas de Jujuy. Luego ensayaré un cotejo de ambas situaciones en torno de los siguientesaspectos: contexto político, organización, liderazgo, motivación e ideología.

1 Eduardo Míguez, “Guerra y orden social. En los orígenes de la nación argentina, 1810-1880”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, 2003,pp. 17-38. Una aguda caracterización del caudillismo se encuentra en el “Estudio preliminar” de Tulio Halperin Donghi a JorgeLafforgue (ed.), Historias de caudillos argentinos, Buenos Aires, Alfaguara, 2000, pp. 19-48.

Resistencias populares a la expansión y consolidación del

Estado nacional en el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy

(1874-1875)

GUSTAVO L. PAZUNTREF / CONICET

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

Y LA MODERNIZACIÓN

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CAPÍTULO

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batalla de Las Playas en junio de 1863. Peñaloza retornó a La Rioja donde a fines de ese año fue muerto a lanzazosfrente a su familia por un destacamento del Ejército Nacional. En un acto que recordaba las atrocidades cometidaspor las tropas rosistas en los primeros años de la década de 1840, la cabeza cercenada del “Chacho” fue puesta enuna pica y exhibida públicamente como símbolo de castigo ejemplar para sus seguidores.

Esta cruel acción mereció la condena de federales como José Hernández quien en su Rasgos biográ-ficos del general Ángel Vicente Peñaloza denunciaba a los liberales por el violento asesinato: “[E]l partido queinvoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”, mientras que losliberales porteños y provincianos (como Sarmiento) justificaban que ese castigo era el apropiado para un salteadorque obstaculizaba la organización del país.4

¿Por qué el federalismo era tan popular en La Rioja? La pregunta sobre la lealtad de la poblaciónrural al federalismo ya se la había hecho Sarmiento al reflexionar poco después de los hechos. Él encuentra en elárido paisaje de los Llanos riojanos (la “Travesía”) claves para entender este interrogante. En este páramo de pastosralos y escasa agua, la pobreza de las poblaciones de raíz indígena, reducidas a una vida poco menos que miserableexplica su participación en los alzamientos encabezados por el “Chacho”:

los indígenas vivían a la margen de las escasas corrientes, y fueron reducidos en lo que hoy se llamanlos “Pueblos”, villorios sobre terreno estéril, cuyos habitantes se mantienen escasamente del productode algunas cabras que pacen entre ramas espinosas; y están dispuestos siempre a levantarse parasuplir con el saqueo y el robo a sus necesidades… A estas causas de tan lejano origen se deben eleterno alzamiento de La Rioja y el último del Chacho.5

Estas poblaciones reducidas a la pobreza por siglos de dominación colonial libraban una guerra derecursos con las familias propietarias. La “venganza india”, al decir de Sarmiento, reconocía un origen de despojo: elarrebato de tierras y agua por las familias principales. Para ilustrar ese conflicto Sarmiento echa mano de la saga dela familia Del Moral, una de las más antiguas y ricas de La Rioja:

La familia de los Del Moral hace medio siglo que viene condenada a perecer, víctima del sordo resen-timiento de los despojados. Para irrigar unos terrenos los abuelos desviaron un arroyo, y dejaron enseco a los indios ya de antiguo sometidos. En tiempo de Quiroga fue esta familia, como la de losCampos y los Doria, blanco de las persecuciones de la montonera. Cinco de sus hijos han sido dego-llados en el último levantamiento, habiendo escapado a los bosques la señora con una niña y cami-nando a pie dos días para salvarse de estas venganzas indias.6

Si bien las observaciones de Sarmiento identifican con perspicacia el núcleo del conflicto, las investi-gaciones recientes colocan esta tensión social en su precisa dimensión provincial y local. Ariel de la Fuente estudialas variaciones de la tenencia de la tierra en los distritos rurales rebeldes de Famatina y los Llanos para comprenderel levantamiento liderado por el “Chacho”. En Famatina el monopolio del control de las mejores tierras y delagua para la irrigación por una pequeña elite imponía una relación muy tensa entre ella y los campesinos pequeñospropietarios y sin tierras que constituían la amplia mayoría. En los Llanos, estancias agrícolo-pastoriles convivíancon antiguos pueblos de indígenas con tenencia comunal de la tierra, con pequeños propietarios agricultores ypastores, y con ocupantes de tierras vacías. Este patrón más diverso y laxo de tenencia de tierras y la inexistenciade un abismo social entre los grandes propietarios (entre los cuales se contaba el “Chacho”) y los otros sectoresrurales permitió a los primeros movilizar un número importante de seguidores de los Llanos en las rebelionesfederales de 1862-1863. En Famatina, por el contrario, los campesinos rebeldes organizaron una matanza de terra-tenientes locales en medio de la rebelión cuyas raíces se hundían en el conflicto agrario local.7

Basado en una cuidadosa investigación en testimonios judiciales, De la Fuente delinea un perfil social delos “montoneros” chachistas muy alejado de los salteadores o delincuentes denunciados por Sarmiento. Quienes

4 José Hernández, Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza, Buenos Aires, Caldén, 1968 (1863), p. 131.5 Domingo F. Sarmiento, Vida del Chacho, Buenos Aires, Caldén, 1968 (1868), pp. 80-81.6 Ibid. 7 Ariel de la Fuente, Children of Facundo. Caudillo and Gaucho Insurgency during the Argentine State Formation Process (La Rioja,

1853-1870), Durham, Duke University Press, caps. 2 y 3.

CAPÍTULO 2 / 1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

GUSTAVO L. PAZ - Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacional en el interior: La Rioja

(1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

La Rioja, 1862-1863. Federalismo y montoneras

Inmediatamente después de la batalla de Pavón el gobernador de Buenos Aires y encargado delPoder Ejecutivo Nacional, Bartolomé Mitre, se lanzó a la conquista del interior. El primer problema que debióenfrentar su administración fue vencer las resistencias de las provincias, que desconfiaban de los planes políticosde los liberales de Buenos Aires y veían en el orden inaugurado en Pavón un nuevo intento porteño de avasallarsus autonomías.

En el interior, el plan de Mitre fue aceptado sólo por una pequeña minoría. En varias provincias seimpusieron gobiernos liberales que desplazaron a los federales después del triunfo de Buenos Aires en Pavón. Lasituación política de esta “elite letrada” era precaria: aisladas en las ciudades capitales no controlaban las áreasrurales ni movilizaban (salvo excepciones) a las milicias provinciales en favor de la causa liberal. En consecuenciadependían de la crecientemente activa intervención de las tropas nacionales para sostenerse en el poder.2

En el interior, el federalismo era la opción política de la mayoría. Los caudillos federales gozaban aúnde gran popularidad y seguían el distante pero siempre presente liderazgo de Urquiza. Para ellos el triunfo deBuenos Aires sólo podía significar una mayor ruina para las provincias. Este sentimiento de desconfianza era másfuerte en las provincias del oeste del país, que resistieron más vigorosamente la reorganización política bajo lide-razgo porteño. Entre ellas La Rioja se destacó a lo largo de la década de 1860 por la fiereza de su resistencia(“reacción” era el término empleado por los liberales de la época) a la expansión del dominio de Buenos Aires ypor la lealtad al federalismo y a Urquiza. Según observaba un corresponsal de Mitre en viaje por la región, elfederalismo era muy popular en La Rioja donde

había notado que allí reinaba la mazorca en todo el furor, pues que los militares vestían de chiripá,sabanilla y gorra, todo colorado, y que esta última llevaba una cinta de divisa del mismo color, y queá cara descubierta gritaban en las jaranas ¡Viva Urquiza! ¡Muera Mitre!3

Entre 1862 y 1863 la acción del caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza en defensa de la autonomíaprovincial fue decisiva. Liderando vastas montoneras de gauchos, campesinos de los Llanos de La Rioja y las pro-vincias vecinas, empobrecidos por la guerra civil y hambrientos de tierra y agua, y desplazado él mismo de la pree-minencia política por los gobiernos liberales apoyados por Buenos Aires, Peñaloza se rebeló contra el gobiernonacional en dos oportunidades.

El gobierno nacional enfrentó la rebelión del federalismo del interior con violencia. La “guerra depolicía”, como se llamó a la represión de los levantamientos acaudillados por el “Chacho”, estuvo a cargo de las tropasporteñas comandadas por los oficiales orientales veteranos de las guerras contra el rosismo (el general WenceslaoPaunero y los coroneles José Miguel Arredondo e Ignacio Rivas) en quienes Mitre había confiado esas tareas. Lasoperaciones fueron supervisadas por el comisionado de guerra y en breve gobernador de San Juan, DomingoFaustino Sarmiento.

En 1862 el “Chacho” movilizó sus tropas en apoyo del gobernador federal de Tucumán CeledonioGutiérrez quien estaba amenazado por los hombres fuertes en el norte, los hermanos Taboada de Santiago del Esteroque respondían a Mitre. Después de haber sido derrotado en Tucumán, el “Chacho” retornó a La Rioja y desde allípuso sitio y ocupó la ciudad de San Luis. Mitre autorizó al general Paunero a llegar a un arreglo de paz con Peñalozaprometiéndole una amnistía a cambio de la deposición de las armas por el Tratado de la Banderita en mayo de 1862.

Peñaloza y los federales del interior esperaban ansiosamente que Urquiza se pusiera a la cabeza deun amplio movimiento que restaurara el predominio federal sobre el país y derrocara a Mitre. La paz con las fuer-zas nacionales les permitía ganar tiempo y recuperar las fuerzas de sus empobrecidos seguidores. El “Chacho”yUrquiza intercambiaron correspondencia en ese momento, pero el apoyo de Urquiza nunca se hizo efectivo.

En 1863 la montonera del “Chacho” se movilizó una vez más. En carta al presidente Mitre explicabalas razones de su rebelión: los abusos cometidos por las tropas nacionales contra él y sus gauchos no le dejabanopción. Luego de haber apoyado una rebelión federal en Córdoba en mayo, fue completamente derrotado en la

2 Para una caracterización del período puede consultarse la introducción de Tulio Halperin Donghi en Proyecto y construcción de unanación (Argentina 1846-1880), Buenos Aires, Ariel, 1995.

3 Carta de Juan Francisco Orihuela a Ricardo Vera, Jachal, 14 de septiembre de 1862, en Archivo del General Mitre, tomo XI, p. 258.

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de los Llanos) no era insalvable. Benjamín Villafañe nos recuerda en un pasaje de sus Reminiscencias históricas larelación llana que el “Chacho” establecía con sus gauchos, pero a la vez la disciplina y el respeto que éste les imponía:

Es en Peñaloza ó Chacho, que he podido sorprender uno de los secretos de aquella extraña popula-ridad. Este hombre, sobresalía en las cualidades de fuerza y valor; pero he aquí algo mas que lo real-zaba en el concepto de sus iguales. Una, dos veces lo he visto rodeado de los suyos: tendía su ponchoen la llanura y sentabase en una de sus extremidades con un naipe en la mano y un puñado de monedasá su frente. Lo he visto llamar á los gauchos que lo rodeaban, y ellos acudir á la carpeta donde figu-raban primero dos cartas, y en seguida otras dos, sobre las cuales cada concurrente depositaba suparada. Allí, sin espacio suficiente para asistir cómodamente á la fiesta, muchos de ellos agobiabansin piedad sus espaldas. En tales momentos, nada había que lo distinguiese de los otros: jugaba, dis-putaba, apostrofaba, y sufría cuanta revancha y contradicciones le iban encima á consecuencia de sustrampas ó no trampas. Fatigado al fin, por lo que Darwin llamara la lucha por la vida, lo he visto ponersede pié, la frente severa y altiva y decir á la turba – ¡Ea! Muchachos, cada uno á su puesto. Y entoncesobedecer todos, sin chistar palabra como movidos por un resorte.11

Como ejemplo de esta identificación personal con el líder valga el caso de un gaucho que gritaba enuna pulpería de Caucete, San Juan, en junio de 1862, “Me cago en los salvajes [unitarios], soi hijo de Peñaloza ypor él muero, si hai alguien que me contradiga salga a la calle; por los salvajes ando jodido… y no me he de des-decir de lo que digo aunque me metan cuatro balas”.12

Esta identificación, que desde Max Weber caracterizamos como una de las manifestaciones del “carisma”,se complementaba con una ideología que daba sentido al movimiento montonero del “Chacho”. Era ella la defensadel federalismo frente al gobierno de Buenos Aires, tradición en parte heredada de las experiencias políticas pro-vinciales de la primera mitad del siglo XIX y en parte reforzada por la violencia de la represión ejercida por losejércitos porteños en 1862-1863. Un enviado del gobernador Mitre a las provincias le refería el terror que causabanlas tropas porteñas al avanzar sobre las poblaciones rurales de La Rioja:

Pude convencerme á las muy pocas leguas de la villa de Famatina, del terror que inspiran los soldadosdel comandante Arredondo, puesto que la gente del campo confundía á los cuatro gendarmes de lapolicía de San Juan que me acompañan con soldados del ejército de Buenos Aires. Se veía a mi llegadaá cada pequeño pueblo, huir los hombres á los cerros… Probablemente se figuraban que mi gente eravanguardia del terrible comandante Arredondo, verdadera pesadilla de las chusmas de estos lugares.13

Según De la Fuente, el federalismo aparecía ante los gauchos como la opción política que preveníaque la provincia fuera invadida por las fuerzas porteñas. El corazón de esta adhesión residía en lo que el autordenomina “identidad federal” anclada en los clivajes sociales de la campaña riojana que hacía del federalismo elcampeón de los pobres rurales contra los más ricos propietarios y comerciantes identificados como “unitarios” oliberales, de la religión católica contra la impiedad de sus enemigos “masones”, y de los “negros” contra los “blancos”,variable étnica presente en una sociedad donde la mayoría descendía de indígenas o africanos.14

Que el federalismo constituía la ideología unificadora de estos movimientos queda revelado por lacontinuidad de los alzamientos luego del asesinato de Peñaloza. En los años 1866 y 1867 se sucedieron dos oleadasde alzamientos federales en Mendoza, San Juan, San Luis, La Rioja y Catamarca. La “Rebelión de los colorados”llegó a tomar el poder brevemente en Mendoza amenazando a las provincias vecinas. El caudillo catamarqueñoFelipe Varela se levantó contra el gobierno nacional al grito de “Federación o Muerte” y “Viva la Unidad Americana”.Varela luchaba a favor de las autonomías provinciales y en contra de la política exterior del gobierno nacionalque estaba en guerra con el Paraguay, muy impopular en el interior a causa de los reclutamientos forzosos de

11 Benjamín Villafañe, Reminiscencias históricas de un patriota, Tucumán, Banco Comercial del Norte, 1977, pp. 60-61.12 Citado por Ariel de la Fuente en “El Chacho, caudillo de los llanos”, en Jorge Lafforgue (ed.), Historias de caudillos, Buenos Aires,

Alfaguara, 2000, p. 325.13 Carta de Régulo Martínez al General Mitre, La Rioja, 14 de enero de 1863, en Archivo del General Mitre, tomo XI, pp. 265-266.14 Ariel de la Fuente, Children of Facundo, op. cit., caps. 7 y 8.

se sumaron a las movilizaciones lideradas por el “Chacho” provenían en su mayoría de la provincia de La Rioja yen menor medida de las limítrofes San Juan y Catamarca. De entre los riojanos la composición entre llanistas y delos departamentos de los valles se daba en igual proporción, destacándose entre los últimos los de Famatina. Lamitad de los que declararon ocupación ante los jueces manifestaron ser “labradores”, una categoría muy ampliaque englobaba a campesinos propietarios de tierras, arrendatarios, agregados, pero no a peones y jornaleros quejunto a artesanos y arrieros constituían un 40% del total de ocupados. De los 66 que declararon sus edades, 46tenían entre 21 a 40 años, y de los 64 que manifestaron su estado civil, 36 eran casados. Una abrumadora mayoríano sabía leer ni escribir. Es decir, la tropa chachista reflejaba la estructura social del ámbito donde se reclutaba.8

De la Fuente muestra también un patrón de ordenamiento jerárquico en la organización de las mon-toneras modelada en las milicias provinciales. La adhesión a la causa del “Chacho” podía ser espontánea, perouna vez incorporados a sus filas se establecía una jerarquía de mandos basada en la posición que los individuostenían en la sociedad o en sus experiencias políticas y militares previas que se esperaba fuese respetada. Estajerarquía se evidenciaba en las órdenes escritas dictadas por los oficiales y exigidas por los subalternos en casosde decomisos de hacienda o mercaderías y de ejecuciones de enemigos políticos, y en los consejos de guerra quese formaban para sancionar indisciplinas.

Las motivaciones de los movilizados en las montoneras eran varias. En primer lugar las había deorden material. Los montoneros eran movilizados con promesas de compensación material tanto en dinero comoen la distribución de bienes de acceso restringido como carne, calzado y ropa. Los jefes montoneros eran los encar-gados del reparto de estos bienes entre sus seguidores; su incumplimiento podía acarrear la deserción de las tropas.Una carta de Peñaloza al general Paunero solicitando a Mitre una subvención nacional para reparaciones de gue-rra en La Rioja da cuenta de esa necesidad de distribuir bienes entre las tropas para evitar el desbande:

Se encuentran innumerables familias no solamente privadas de todo recurso con que antes pudierancontar, sino reducidas también a la más completa orfandad, por haber perecido en la guerra las per-sonas que pudieran proporcionarles la subsistencia. Todos los días estoy recibiendo en mi casa estosinfelices, y por más que yo desee remediar siquiera sus más vitales necesidades, no puedo hacerlodespués de haber sufrido yo el mismo contraste; mis tropas impagas y desnudas, y sin hallar recursopara tocar para el remedio de estas necesidades.9

A pesar de estas dificultades el “Chacho” logra levantar nuevamente una montonera en 1863. De laFuente ensaya una explicación convincente para este fenómeno centrada en la identificación entre líder y segui-dores que ya habían observado los partícipes de los sucesos. El mismo “Chacho”, en carta al coronel Marcos Paz,comisionado de Guerra en Córdoba y futuro vicepresidente, reflexionaba sobre las bases de su popularidad:

¿[P]orque tengo algún prestigio y simpatía entre mis conciudadanos? Esa influencia, ese prestigio lotengo porque como soldado e conbatido al lado dellos por espacio de cuarenta y tres años compar-tiendo con ellos los asares de la guerra los sufrimientos de la campaña las amarguras del destierro ye sido con ellos mas que Gefe un padre que mendigando el pan del estranjero prefiriendo sus nece-sidades a las mias propias. Y por fin porque como Argentino y como Riojano e sido siempre el pro-tector de los desgraciados sacrificando lo ultimo que e tenido para llenar sus necesidades, constitu-yendome responsable de todo y con mi influencia como Gefe asciendo que el Gobierno Nacionalbuelba sus ojos a este pueblo miserable bigtima de las intrigas de sus propios hijos obteniendo hastabajo mi responsavilida particular, cantidades que llenen las necesidades de la Provincia. Acies Sor.como tengo influencia y mal que pese la tendré.10

La influencia y el prestigio del “Chacho” se fundaban en la identificación entre él y sus gauchos basadaen una matriz cultural común y una distancia social que, si bien existente (él era uno de los principales propietarios

8 Ariel de la Fuente, “‘Gauchos’, ‘montoneros’ y ‘montoneras’”, en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos riopla-tenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998, pp. 267-291.

9 La Rioja, 21 de julio de 1862, en Archivo del General Mitre, tomo XI, pp. 186-188.10 Carta de Peñaloza a Marcos Paz, 29 de marzo de 1862, en Félix Luna, Los caudillos, Buenos Aires, Peña Lillo, 1971, p. 210.

CAPÍTULO 2 / 1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

GUSTAVO L. PAZ - Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacional en el interior: La Rioja

(1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

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vecindad) se sumaban a la manifestación de descontento. Un ejemplo de ellas es el motín que estalló a fines de1857 contra la Receptoría de la Aduana Nacional en Yavi . Unos treinta campesinos armados con sables y espadasirrumpieron en el pueblo, rodearon la Receptoría y, luego de romper la puerta a hachazos, penetraron en ella yla saquearon prolijamente llevándose más de doscientos pesos en plata, cucharas y platos, ropa, sábanas y loslibros y documentos de la Aduana, en los que estaban asentadas las deudas y multas impagas con la misma. Luegodel saqueo los amotinados se retiraron rápidamente del pueblo y se refugiaron en las serranías cercanas. Pocashoras después fueron sorprendidos ocultos en los cerros por el cura y el juez de paz de Yavi, ante quienes se rindieron.Al devolver los bienes saqueados, sólo faltaban la casi totalidad del dinero (posiblemente el producto de las multas)y los libros de la Receptoría. La violencia había durado poco y había afectado exclusivamente a la Aduana.

El motín cuestionaba a la vez los derechos aduaneros y la manera abusiva de su cobro. La AduanaNacional era una institución nueva en la zona, establecida en 1853 al nacionalizarse las aduanas provinciales. Elcelo del administrador, que se excedió en el cobro de las multas pero no en el procedimiento de recaudación,reflejaba la reacción de los campesinos a una institución implantada recientemente que dificultaba movimientosestacionales de mercancías a ambos lados de la frontera internacional y gravaba fuertemente el tránsito de esasmercancías.

El reclutamiento de la Guardia Nacional (creada en la década de 1850) en los departamentos ruralesera también un factor de conflicto. En ocasiones las autoridades departamentales aprovechaban la reunión delas mismas para exigirles a los campesinos que abonaran sus impuestos o simplemente para hacerlos trabajar enobras públicas. En 1873, por ejemplo, 235 campesinos del departamento de Rinconada presentaron un escrito algobernador detallando los abusos cometidos el año anterior por Anselmo Estopiñán, comandante local de laGuardia Nacional y gran propietario. Además de haberlos convocado varias veces al pueblo, con los consiguientesgastos de traslado desde sus lugares de residencia, una vez allí les había cobrado multas y, en combinación conel sacerdote, había forzado varios matrimonios por los que los campesinos debían abonar un derecho. En esa ocasiónEstopiñán había dicho que “los haría marchar hasta emparejar la plaza [de Rinconada], ahora me han de conocerestos indios ojotudos”.16

Desde comienzos de la década de 1870 las tensiones entre campesinos y autoridades provincialesderivaron en un conflicto más complejo y profundo. Si hasta entonces las protestas campesinas se alzaban contralos abusos cometidos por parte de funcionarios locales o de instituciones nuevas, a partir de ese momento loscampesinos comenzaron a poner en entredicho la legitimidad de la propiedad de las tierras.

La cuestión de las tierras fue planteada a fines de 1872 por medio de una denuncia presentada porarrenderos de la finca Cochinoca y Casabindo ante el gobernador de la provincia. En ella sostenían que estas tierrasestaban ilegítimamente en manos de Fernando Campero, quien no contaba con los debidos títulos de propiedad.El gobierno provincial acogió favorablemente la denuncia y decidió traspasar la propiedad de estas fincas a laesfera provincial luego de comprobar la endeblez de los títulos de propiedad.

La decisión oficial y el éxito de la demanda campesina impulsaron a los arrenderos de otras fincas dela puna a denunciar como fiscales las tierras que habitaban, al mismo tiempo que se negaban al pago de losarriendos a sus propietarios. Durante 1873 la protesta se manifestó con una creciente violencia en toda la puna,en particular en Yavi, donde los indígenas sitiaron la cabecera del departamento en dos oportunidades. Caberecordar que Yavi era a la vez casa de la hacienda, sede de las autoridades locales y de la Aduana, única institu-ción nacional que existía en esa lejana zona, y que la principal autoridad del departamento cumplía al mismotiempo la función de administrador de la finca. El sitio del pueblo por los campesinos significaba un abierto desafíotanto a las autoridades provinciales como al propietario de la hacienda. El liderazgo de la insurrección campesinaestaba en manos de un arrendero de Yavi, Anastasio Inca, quien recorría toda la puna incitando a la rebelión ydemandando colaboraciones para el mantenimiento de los indígenas movilizados por “el asunto comunidad”.

Durante la primera mitad de 1874 se hizo evidente que las autoridades provinciales no controlaban losdistritos rurales de la puna. Las cabeceras de los departamentos estaban aisladas en un medio rural hostil, recorridopor bandas armadas de campesinos que se enfrentaban en esporádicas escaramuzas con las escasas patrullas mili-tares que el gobierno de la provincia enviaba en ayuda de esas poblaciones. En una de esas escaramuzas perdió lavida Anastacio Inca.

16 Gustavo L. Paz, “Resistencia y rebelión campesina en la puna de Jujuy, 1850-1875”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina yAmericana “Dr. Emilio Ravignani”, vol. III, Nº 4, 1991, pp. 63-89.

gauchos para las tropas nacionales que eran enviados semidesnudos y engrillados para el frente. Las montonerasde Varela fueron desbandadas por las tropas nacionales, y el caudillo y sus seguidores debieron huir hacia el norteperseguidos por el Ejército. Las autoridades nacionales extendieron su control efectivo en el oeste del país apo-yadas en la fuerza que les daba el manejo del Ejército.

Jujuy, 1872-1875. Comunidad y rebelión indígena

La recuperación del poder por la elite de familias prominentes de Jujuy en 1852 brindó la estabilidadpolítica necesaria para consolidar el orden en la campaña provincial luego de un largo período de tensiones socialesque había comenzado con la movilización campesina durante la Guerra de la Independencia y los conflictos civiles quela sucedieron.

La restauración del orden en las áreas rurales se basaba en el control de la propiedad de la tierra (laelite urbana de Jujuy poseía más de la mitad de las tierras de la provincia), la extensión y consolidación del arriendo,la fijación de la mano de obra mediante la aplicación de la papeleta de conchabo y el monopolio de la provisiónde crédito. Sólo en aquellas zonas de alta densidad de población indígena (la quebrada de Humahuaca y la puna)la sobrevivencia o el recuerdo de instituciones comunales podían desembocar en un desafío al orden rural resta-blecido por la elite provincial. Desde la década de 1840 el Estado provincial colaboró a consolidar el orden en laquebrada de Humahuaca al implementar una política de tierras que favoreció su traspaso y concentración en manosprivadas mediante la abolición legal de las comunidades indígenas, la aplicación de la enfiteusis a las tierras ante-riormente bajo su control y su posterior venta.15

El orden rural fue alterado a mediados de la década de 1870 por la rebelión del campesinado indí-gena de la puna. Allí la endeblez de los títulos de propiedad coloniales de algunos de los hacendados y el recuerdode un pasado de vida comunal impulsaron a los indígenas a desafiar abiertamente la legitimidad del derecho depropiedad.

Los distritos de la puna constituían el caso más notorio de concentración de la propiedad de la tierraen la provincia. A mediados del siglo XIX una decena de grandes propietarios monopolizaban sus tierras, entrelos cuales se destacaba Fernando Campero, heredero del ex marquesado del valle de Tojo. Residente en Bolivia,Campero era propietario de las fincas Cochinoca y Casabindo, que con 200.000 hectáreas abarcaba la totalidaddel departamento de Cochinoca, y de Yavi que con una extensión de 100.000 hectáreas comprendía la mayorparte de las tierras del distrito homónimo.

La enorme mayoría de la población de la puna eran arrendatarios (“arrenderos”) que pagaban una rentaa los propietarios, en su mayoría ausentistas. Además de los arriendos, desde 1855 los indígenas pagaban al Estadoprovincial un impuesto llamado “contribución mobiliar” de un 5% sobre las crías y las cosechas anuales. El Estado dele-gaba el cobro de este impuesto en particulares quienes generalmente eran comerciantes o mineros asentados enlas cabeceras de los departamentos que actuaban a la vez como jueces de paz y comisionados municipales.

La recaudación de arriendos y contribución mobiliar, las multas excesivas y los atropellos de las auto-ridades locales constituían situaciones conflictivas frente a las cuales los indígenas puneños reclamaban la inter-vención de la autoridad superior. Estos reclamos no se canalizaron por vía judicial sino mediante el despliegue deuna amplia gama de estrategias de resistencia que iban desde la presentación de petitorios a las autoridades hastael estallido de motines dirigidos a corregir lo que consideraban abusos.

Con frecuencia los campesinos apelaban mediante petitorios escritos la intervención del gobernadora quien recurrían reconociéndolo como única instancia para que sus demandas fueran oídas y resarcidas. Los cam-pesinos aludían a él como “padre de pobres y huérfanos”, “memorable padre de la patria”, “padre de nosotros”a quien le reconocen su “paternal protección” y “bondad y rectitud” como incuestionables virtudes. Las quejas recaíaninvariablemente en las autoridades locales que los campesinos debían soportar día a día, sin cuestionar el sistemade autoridad. La corrección debía llegar desde la autoridad más alta y aplicarse por vía de una reparación del mal denun-ciado o por el restablecimiento de prácticas tradicionales de la costumbre.

Pero en ocasiones los campesinos puneños recurrían a protestas más violentas. Su organización eraespontánea y sus participantes eran aquellos directamente afectados o los que por solidaridad (de parentesco, de

15 Gustavo L. Paz, “Las bases agrarias de la dominación de la élite: tenencia de tierras y sociedad en Jujuy a mediados del siglo XIX”, enAnuario IEHS, Nº 19, Tandil, 2004, pp. 419-442.

CAPÍTULO 2 / 1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

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(1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

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Conclusiones comparativas

La comparación de estas dos situaciones de resistencia popular tan disímiles girará en torno de lossiguientes aspectos: contexto político, organización, liderazgo, motivación e ideología.

Si bien los contextos políticos de ambos levantamientos eran muy diferentes puede encontrarse unasimilitud significativa entre ellos. La reacción riojana al avance de Buenos Aires después de Pavón y el levanta-miento indígena de la puna de Jujuy enmarcado en la rebelión mitrista de 1874 tenían como referentes políticosa dos fuerzas opositoras al gobierno nacional en franca declinación. Tanto el federalismo urquicista en la década de1860 como el mitrismo en la de 1870 eran fuerzas en retirada que habían perdido apoyos en las provincias y lainiciativa política en el ámbito nacional. Entre las numerosas diferencias entre ambos contextos una es fundamentalpara comprender la represión más rápida y eficaz de la rebelión de Jujuy con respecto a la de La Rioja. Mientrasque a comienzos de la década de 1860 la expansión de las instituciones nacionales estaba en su fase inicial, amediados de la siguiente algunas de esas instituciones contaban ya con una fuerte presencia en las provincias y cola-boraban activamente en poner término a los conflictos locales y sus potenciales proyecciones nacionales. Entre ellasse destacaba el Ejército Nacional que se constituyó crecientemente en árbitro de las situaciones políticas provinciales.

Un segundo aspecto lo constituye la organización de los levantamientos. Las montoneras riojanas del“Chacho” podían enorgullecerse de ser herederas de una tradición miliciana que se remontaba por lo menos ala década de 1820 y cuyo poderío había dado a Facundo Quiroga el predominio político sobre las provincias delinterior entre 1825 y 1835. La existencia de jerarquías militares en el seno de las milicias chachistas, la circulaciónde órdenes escritas, y el mantenimiento de una disciplina de corte militar formaban parte de esa herencia. Encontraposición, los indígenas de Jujuy habían sido movilizados sólo en dos breves períodos: durante las guerrasde la independencia en la década de 1810 y durante la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839), en esta oportunidad a favor de Bolivia. Desde la finalización de esa guerra los jefes étnicos de la punanegociaron con el gobierno provincial el pago de un tributo a cambio de la excepción al reclutamiento militar.Esta situación cambió en 1853 cuando fueron incorporados a la Guardia Nacional de reciente creación, no sin unarecurrente resistencia a esta forma de reclutamiento por parte de los indígenas.

Un tercer aspecto se refiere a las características de los liderazgos rebeldes. Los levantamientos de LaRioja presentaban liderazgo que podemos considerar carismático basado en una familiaridad cultural y una pro-ximidad social entre líder y seguidores. Como líder o caudillo, Peñaloza era percibido por sus gauchos como unode ellos pero de calidad superior, que concitaba simpatía y admiración pero a la vez respeto y obediencia. Losmontoneros seguían a Peñaloza porque se identificaban con él. En la rebelión de los indígenas de la puna deJujuy se sucedieron dos tipos de liderazgo. En los comienzos del alzamiento Anastasio Inca ejerció un liderazgode tipo étnico, indígena, que avanzaba las reivindicaciones comunales apelando a la memoria de una vida comu-nitaria previa. Luego de su muerte se impuso (no está claro si los rebeldes lo buscaron) un liderazgo externo, cir-cunstancial y más táctico. Laureano Saravia, comerciante criollo sin acceso a la propiedad de la tierra, alineado conel derrocado mitrismo, eslabonó una alianza con los cabecillas indígenas que los introdujo de lleno en las disputaspolíticas provinciales y nacionales. Si bien los rebeldes indígenas no abandonaron sus reivindicaciones originales,su consecución quedó subordinada a las disputas políticas de las elites.

Sin duda la vinculación simbólica con el líder era un factor importante para explicar las motivacionesy lealtad de los seguidores, pero su movilización presentaba también aspectos materiales. En La Rioja la compen-sación material, el pago de una suma de dinero y la provisión de alimentos, y vituallas (ropa, bebida y tabaco)era esperada por los montoneros. Peñaloza se desesperaba cuando no podía proveer a sus gauchos de dinero ybienes materiales porque sabía que a pesar de su influencia y prestigio no podría conservarlos movilizados. Buenaparte de su influencia estaba basada en esa capacidad de distribución de bienes materiales. En Jujuy se observalo contrario, los líderes étnicos del levantamiento requirieron la colaboración de los indígenas con módicas sumasde dinero para costear la organización del movimiento campesino. En ningún momento los indígenas movilizadosparecen haber obtenido de sus líderes beneficios materiales, más allá del ocasional y modesto botín producto delsaqueo de edificios públicos.

En ambas rebeliones había motivos que excedían los aspectos simbólicos y materiales que se hanmencionado: en ellas puede reconocerse un mundo de ideas que proporcionaban una causa por la cual pelear.En este aspecto las diferencias entre ambos movimientos son muy notables. En la rebelión riojana el federalismoofrecía al “Chacho” y sus montoneros una ideología de oposición convocante y aglutinante que apelaba a tradi-ciones provinciales de movilización desde la primera mitad del siglo XIX. El federalismo proveía a los rebeldes un

A mediados de 1874 la rebelión se combinó con la contienda electoral por la sucesión presidencialque enfrentaba al candidato oficial Nicolás Avellaneda con el opositor Bartolomé Mitre. En julio de ese año lafacción provincial que apoyaba la candidatura de Avellaneda derrocó al gobernador mitrista Teófilo Sánchez deBustamante. El nuevo gobernador, José María Álvarez Prado, decretó la restitución de la finca Cochinoca yCasabindo a Fernando Campero el 3 de julio se 1874, aunque la provincia se reservó el derecho de aclarar su defi-nitiva propiedad ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación.17

La restitución de las tierras a Campero desencadenó la fulminante expansión de la rebelión campe-sina por toda la puna. En la noche del 12 al 13 de noviembre de 1874 ocurrió un violento ataque al pueblo deYavi: unos trescientos campesinos penetraron en el pueblo, luego de una breve resistencia de la Guardia Nacionalque huyó al verse rebasada. Los indígenas saquearon la casa de la finca y la Aduana, hirieron a su administrador,a su esposa y a su madre, mataron a su hermano y se retiraron a la madrugada. En un informe al gobernador seafirmaba que la invasión se había hecho al grito de “¡Viva el General Mitre i D. Teófilo Sánchez de Bustamante!”.De este modo la conexión del movimiento campesino con la política nacional, y sus correlatos locales era evidente.Ésta era señalada por el comisionado político del gobernador en la puna quien afirmaba:

Los indios alucinados con las promesas que les hacen los antiguos explotadores de su credulidad éignorancia de que ha de producirse el trastorno general el día 13 del corriente [octubre] del queresultará la Presidencia del Brigadier Mitre, quien les ha de dar la posesión de las tierras denunciadascomo fiscales.18

En la visión oficial, el mitrismo provincial derrocado y sus seguidores locales en la puna explotabanla credulidad indígena. Señalaban a Laureano Saravia, quien había sido comisario de policía de Santa Catalina ypuntal mitrista en la zona, quien eslabonó una alianza con los líderes del movimiento campesino. Hacia fines de1874 Saravia conducía la rebelión, dándole al movimiento campesino una cohesión mayor de la que había tenidohasta ese momento.19

A partir del ataque a Yavi el número de campesinos rebeldes aumentaba día a día. Los partes de lasautoridades reflejaban dramáticamente el fortalecimiento de la rebelión: el 18 de noviembre reportaban que losrebeldes eran 500; el 21 ascendían a 700 y para el 25 de ese mes llegaban ya a 1.000, de los cuales 200 a 300 estabanarmados con fusiles. Parecía haber un plan en el desarrollo de la rebelión. Saqueado Yavi, los campesinos rebeldesdestruyeron la población de Santa Catalina, se dirigieron luego a Rinconada, que atacaron a fines de noviembre, y deallí a Cochinoca que tomaron a comienzos de diciembre. A fines de 1874 toda la puna estaba bajo control rebelde.

Desde Buenos Aires le urgían al gobierno de Jujuy que terminara con la rebelión a la que veían comoel último baluarte mitrista del país. El gobernador Álvarez Prado se puso al frente de una fuerza de 300 hombresde la Guardia Nacional de Jujuy; al aproximarse a Cochinoca fue derrotado por los indígenas. Poco después lle-garon refuerzos de la Guardia Nacional de Salta movilizada por orden del gobierno nacional. El gobernadorreemprendió la campaña y el 4 de enero de 1875 se enfrentó con los rebeldes en las serranías de Quera. La derrotade los rebeldes fue completa. Saravia huyó a Bolivia con unos pocos cabecillas indígenas; el resto de los líderesmurieron en combate, fueron fusilados poco después en la plaza mayor de Cochinoca o conducidos prisioneros ala ciudad de Jujuy y empleados en trabajos forzados. En su informe oficial, el Gobernador reportaba con orgulloque en Quera había sido aplastada “la última montonera que subsistía en la República”.20

Inmediatamente después de la batalla las autoridades provinciales y los propietarios restablecieron elorden terrateniente en la puna y evitaron que la protesta campesina se extendiera a otras áreas de la provincia quepermanecieron totalmente tranquilas. La puna fue ocupada militarmente por un destacamento del Regimiento12 de Línea cuyos uniformes y armas fueron costeados por el mismísimo Fernando Campero. La violencia campe-sina había sido suprimida y el orden restablecido en la puna de Jujuy.

17 Gustavo L. Paz, “El gobierno de los conspicuos. Familia y poder en Jujuy, 1853-1875”, en Hilda Sabato y Alberto Lettieri (comps.), Lavida política. Armas, votos y voces en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, pp. 423-442.

18 Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Yavi, 1-10-1874. 19 Gustavo L. Paz, “Liderazgos étnicos, caudillismo y resistencia campesina en el norte argentino a mediados del siglo XIX”, en Noemí

Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), op. cit., pp. 319-346.20 Parte detallado del Gobernador en campaña al Exmo. Gobernador Delegado sobre la sublevación de los Departamentos de la Puna,

Jujuy, Imprenta “El Pueblo”, 1875.

CAPÍTULO 2 / 1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

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entramado ideológico centrado en la defensa de la autonomía provincial contra el avasallamiento porteño, delcatolicismo contra los masones y de los pobres contra las familias poderosas en la guerra social por recursos quelibraban desde antaño. A la vez esta ideología trascendía la realidad provincial y los vinculaba a otras luchas (realeso posibles) y a líderes indiscutidos (Urquiza) con proyección nacional. En la puna de Jujuy los rebeldes indígenascompartían una ideología basada en el recuerdo de una organización comunitaria, que aspiraba a la recuperaciónde tierras ancestrales usurpadas en el pasado por los terratenientes con anuencia (o desidia) del gobierno. La relaciónentre esas comunidades y el Estado se basaba en la apelación a un pacto de inspiración colonial que hacía de laprotección de los indígenas y sus tierras comunales un deber. Este pacto, reeditado en la provincia de Jujuy en1840 se había roto en 1853 cuando una nueva autoridad, esta vez supraprovincial, forzó la instalación de institu-ciones hasta entonces desconocidas, como las Aduanas y la Guardia Nacional que estorbaban la vida de los indí-genas. Pero la ideología sustentada por los rebeldes puneños era meramente local y no encontraba eco siquieraen el campesinado de otras zonas de la provincia. Comparada con el federalismo sustentado por los montonerosriojanos, la ideología comunitaria indígena no era convocante para otros sectores de la sociedad. Y el declinantemitrismo sólo les proporcionó una efímera vía para la consecución de sus reivindicaciones comunitarias.

Con sus profundas diferencias, ambos movimientos rurales constituyen dos instancias de resistenciaa los ajustes que experimentaron las sociedades locales del interior argentino desde 1860 cuando la expansión delas agencias estatales nacionales englobó a poblaciones hasta entonces afectadas primordialmente por las accionespolíticas de las elites provinciales. Desde mediados de la década de 1870 la consolidación del Estado nacional enel interior puso punto final a las resistencias populares. La era de las montoneras había llegado a su fin.

BIBLIOGRAFÍA

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Cuando después de largos años de luchas civiles y de una guerra fluvial con las dos primeras poten-cias mundiales, comenzó tras la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) el proceso de organización nacional, elpaís se hallaba inerme, como en otras etapas de su historia. Los ejércitos y escuadras servían para un fin determi-nado y eran reducidos o prácticamente desarmados hasta que un nuevo peligro obligaba a comprar apresurada-mente armas vetustas y buques inapropiados para salir del paso.

Buenos Aires, que injustificadamente suponía en el director provisorio de la Confederación Argentina,Justo José de Urquiza, el afán de perpetuarse en el poder como el derrocado Juan Manuel de Rosas, se alzó enarmas el 11 de septiembre de 1852, separándose del resto del país.

La segregación implicó la movilización de tropas y naves en ambos bandos. Buenos Aires, mejor pro-vista económicamente, logró formar unidades de línea y de la Guardia Nacional, para resistir al sitio terrestreimpuesto por las fuerzas de la Confederación. También pudo constituir una pequeña escuadra con el objeto deenfrentar a los buques confederados. Luego de intensos combates en distintas zonas de la ciudad, el gobiernoporteño, con el objeto de poner fin a aquella desgastante lucha, adoptó un arbitrio tan innoble para el que lorecibía como para el que lo daba. El oro derramado entre las tropas al mando del general Hilario Lagos, y entre-gado “de espaldas, como merece una traición” –eufemismo poco eficaz para justificar la acción de quienes con-currieron a poner en manos del comodoro norteamericano John Halstead Coe, jefe de la marina confederada quehabía sido un valiente subordinado de Brown en la guerra contra el Imperio del Brasil, las talegas con “el vilmetal”–, obligó a aceptar la ausencia de Buenos Aires en el Congreso General Constituyente de 1853. Esto diolugar a que, meses más tarde, ésta se diera su propia Carta y se convirtiera en una entidad política independiente.

Aceptada la fórmula de status quo, cada parte trató de vivir su propia existencia, hasta que el ahogoeconómico de la Confederación la llevó a romper relaciones con el Estado rebelde, justificando su actitud en lapostura asumida por sus dirigentes ante el asesinato del ex gobernador de San Juan, Nazario Benavídez. Lanación, regida por Urquiza desde Paraná, que apenas contaba con el ejército entrerriano financiado por éste desu propio peculio, logró remontar con gran esfuerzo tropas en las provincias del Litoral y adquirir algunas peque-ñas naves a las que se colocaron cañones de escaso poder ofensivo. Buenos Aires, que tenía abierta una delicada

De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

MIGUEL ÁNGEL DE MARCOUCAACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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CAPÍTULO

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y con una marina sin capacidad operacional. No es del caso explicar en esta comunicación cómo tan complejopanorama regional eclosionó en una guerra abierta entre el Brasil y el Uruguay contra el Paraguay, ni las razones porlas que la Argentina ingresó en la Triple Alianza contra este último país, para librar un conflicto de casi cinco años.5

Sí conviene señalar que al producirse la invasión al territorio nacional por fuerzas fluviales y terrestresdel Paraguay, dos de los buques de la escuadra argentina, amarrados en el puerto de Corrientes, no estuvieronen condiciones de impedir el avance, pues se hallaban en pésimas condiciones, y sus jefes, oficiales y marineríaapenas pudieron resistir con sus fusiles y bayonetas, secundados por algunos militares correntinos, hasta que fuerontomados prisioneros para morir o sufrir varios años de torturas en las selvas paraguayas, como fue el caso del capitánde fragata Vicente Constantino.6

Mientras el país reaccionaba paulatinamente, constituyendo un ejército compuesto por fuerzas delínea y de milicias, la Marina libraba un heroico pero estéril combate contra baterías instaladas en el Paso Cuevas,luego del avance del ejército de López (12 de agosto de 1865). En la cubierta del Guardia Nacional, al mando deLuis Py, en el que izaba su insignia Murature, murieron los guardiamarinas José Ferré, hijo del ex gobernadorcorrentino y paladín del federalismo, y Enrique Py, vástago del comandante de la nave, alcanzados por la metrallade los adversarios.

A partir de entonces, la Armada sólo realizó tareas de transporte. La Marina del Brasil, que contabacon acorazados y otros buques de envergadura y dotados de gran poder de fuego, luego de vencer en Riachueloa la escuadra del Paraguay comandada por un jefe a quien habían privado de la capacidad de decisión, tuvo siemprela iniciativa. Dirigida por el almirante Tamandaré, cuyas ineficacia y mala fe causaban la indignación de sus pro-pios jefes y oficiales, quien demoraba las operaciones para obstaculizar al comando en jefe argentino, se convirtióen árbitro de los ríos sin que Mitre pudiera contar con un solo buque para contrapesar su pésima conducción.Recién cuando el presidente argentino dejó el mando y la escuadra imperial contó con otro almirante, los acora-zados forzaron el paso de Humaitá.

La reciente guerra había demostrado que el país no podía carecer por más tiempo de una eficienteorganización armada. Mantenía problemas limítrofes con dos naciones caracterizadas por sus apetencias territo-riales, el Brasil y Chile, vivía constantemente amenazado por los malones y jaqueado por cruentas revoluciones endistintos puntos de su territorio.

El ya presidente Domingo Faustino Sarmiento, que había contemplado poco antes en su condiciónde embajador en los Estados Unidos, los avances militares originados en la Guerra Civil norteamericana, buscóincorporarlos cuanto antes a las Fuerzas Armadas. En sus despachos diplomáticos y en su correspondencia confi-dencial había descrito el potencial armado de la Unión. Incansable, volcánico, no sólo recorría escuelas y univer-sidades, sino que participaba en desfiles y revistas navales para adquirir experiencias que le sirvieran en su patria.Conocía en detalle las características del armamento portátil, de la artillería, y de los nuevos acorazados y moni-tores empleados en la gigantesca contienda fratricida del país del Norte.7

Con pertinacia e inteligencia, Sarmiento logró su anhelo de fundar el Colegio Militar de la Nación yla Escuela Naval Militar; es decir, concretó el comienzo de una nueva etapa, signada por la paulatina incorporacióna los puestos de comando de las Fuerzas Armadas de personal más capacitado profesional e intelectualmente. Sindejar de lado la experiencia en los campos de batalla ni la eficacia adquirida a través de vidas enteras a bordo delos buques; sin excluir a los veteranos, que por décadas ocuparon posiciones relevantes y en buena medida seadecuaron y aun impulsaron la preparación de los mandos castrenses, los nuevos institutos suscitaron una modi-ficación en los viejos hábitos de intervención en las contiendas electorales, que ponía las espadas al servicio decompromisos políticos; generaron un mayor respeto hacia la sociedad civil y contribuyeron a la integración de los

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vanguardia en la frontera con los indios, volvió a emplear los recursos que le proporcionaba la Aduana, y armósus batallones y también su escuadra. En ambos incorporó a extranjeros.1

La marina confederada se hallaba bajo las órdenes de un argentino, el mayor Bartolomé Cordero,aunque los comandantes y oficiales de las naves eran, en su mayor parte, extranjeros. La armada porteña estabacomandada por un italiano, el coronel José Murature, que daba las órdenes en una media lengua hispano-xeneize,quien también había colaborado con Brown durante la Guerra del Brasil. Era amigo de Giuseppe Garibaldi, conel que se escribía y para el cual reunía fondos entre sus compatriotas de la escuadra.2

Tuvieron lugar varias acciones de guerra fluvial, en las que resultó triunfante la flota confederada. Sinembarco, una sublevación en el vapor General Pinto provocó la muerte de su comandante Alejandro Murature,hijo del jefe de la marina porteña. Las naves de la Confederación habían sido compradas de apuro en Montevideo,por lo que debieron forzar a cañonazos el paso de Martín García, protegido por los porteños, para penetrar en elParaná. La campaña terrestre culminó con el triunfo confederado en Cepeda (24 de octubre de 1859), y los buquesporteños sirvieron para transportar a Buenos Aires a los vencidos.3

La victoria no deparó la real incorporación de Buenos Aires, si bien volvió a ser provincia de laConfederación, al recibir un tratamiento generoso del presidente Urquiza. Luego de intentos de alianza para eli-minar la influencia del caudillo entrerriano, por parte de su sucesor Derqui, Buenos Aires no cumplió con los com-promisos derivados del Pacto de Unión Nacional. Hubo que combatir nuevamente por tierra y por agua y, comoen la campaña anterior, se recurrió a la siempre nefasta improvisación. El inexplicable retiro del campo de batallade Pavón (17 de septiembre de 1861), por parte del comandante en jefe del Ejército Nacional, dejó el campo librea los porteños. La marina confederada, ahora a las órdenes del italiano comandante Luis Cabassa, recorrió desorien-tada las aguas del Paraná hasta que quedó sin mando ni tripulaciones. La escuadra porteña, tras bombardear conpoco éxito las baterías de Rosario, dada su escasa capacidad ofensiva, volvió a transportar, esta vez en triunfo, a losbatallones bonaerenses.4

Lo dicho hasta ahora permite apreciar la negligencia e improvisación de ambas partes en lo que a ladefensa de los ríos se refiere, y también observar el estado en que se hallaban los buques del coronel Murature–cinco vaporcitos y cuatro pequeños veleros– cuando pasaron a ser los únicos elementos de la Marina Argentina,luego de que Bartolomé Mitre fuera ungido primer presidente de la república unificada.

Licenciadas las unidades de la Guardia Nacional de ambos bandos, las tropas de línea porteñas se con-virtieron en Ejército Nacional. Durante los meses en que Mitre, gobernador de Buenos Aires, actuó en calidad deencargado del Poder Ejecutivo Nacional, esas fuerzas incursionaron a sangre y fuego en las provincias, y yareconstituidas las autoridades nacionales, siguieron combatiendo contra el general Ángel Vicente Peñaloza y con-teniendo malones indios. Sus vistosos uniformes, adquiridos como rezagos de la Guerra de Crimea, se hallaban muydeslucidos, y el gobierno tenía tantas dificultades para reponerlos como para responder a los reclamos de Murature,que contemplaba el cotidiano deterioro de sus naves.

En 1863, la situación en el Plata comenzó a deteriorarse como consecuencia de la invasión al Uruguaydel jefe del Partido Colorado de ese país, general Venancio Flores, quien había mandado una de las divisiones por-teñas en Pavón, con el fin de derrocar al gobierno entonces a cargo del presidente Bernardo Prudencio Berro, líderdel Partido Blanco. La posterior intervención del Imperio del Brasil en apoyo del primero, la inmediata declaracióndel presidente del Paraguay, general Francisco Solano López, de que tal situación ponía en peligro el equilibrioen la región, y su consecuente apoyo a los blancos desatarían la guerra.

La Argentina se hallaba poco menos que inerme, con un ejército mal equipado y peor armado, com-puesto de unos 6.000 hombres diseminados por distintos puntos del país, especialmente en las fronteras interiores,

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

1 Teodoro Caillet-Bois, Historia Naval Argentina, 1944, pp. 469-460; Miguel Ángel De Marco, “Organización, operaciones y vida militar”,en Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo 5, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia-Planeta, 2000, pp. 237-251.

2 Enrique Zaracóndegui, Coronel de Marina José Murature, Buenos Aires, Secretaría de Estado de Marina. Departamento de EstudiosHistóricos Navales, 1961, p. 45; Miguel Ángel De Marco, “Los italianos en las luchas por la organización nacional argentina”, en AffariSociali Internazionali, Nº 2, Milán, 1987, pp. 2-12; Horacio Rodríguez y Pablo E. Arguindeguy, Nómina de oficiales navales argentinos,Buenos Aires, Instituto Nacional Browniano, 1998, passim.

3 Isidoro J. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas. La política y la guerra, tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 2006, pp. 653-745;Miguel Ángel De Marco, “Organización...”, op. cit., p 249.

4 Miguel Ángel De Marco, “Los italianos en las luchas por la organización nacional argentina”, op. cit., pp. 107-109.

5 Miguel Ángel De Marco, La Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Planeta, 1995, pp. 15-39; Francisco Doratioto, Maldita guerra. Nuevahistoria de la Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Emecé, 2004, pp. 21-90.

6 Vicente Constantino, Vida y servicios militares del guerrero del Paraguay capitán de fragata don Vicente Constantino, Buenos Aires,Tailhade y Rosselli, Buenos Aires, 1906, passim; Mi prisión en la Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Centro de Estudios para la NuevaMayoría, 1994, passim; Luis G. Cabral, Anales de la Marina de Guerra de la República Argentina, tomo 1, Buenos Aires, Juan A. Alsina,1904, pp. 1-31; Fermín Eletta, “Guerra de la Triple Alianza con el Paraguay”, en Historia Marítima Argentina, tomo VII, Buenos Aires,Departamento de Estudios Históricos Navales, 1989, pp. 383-439; Guillermo Valotta, “La cooperación de las fuerzas navales con lasterrestres durante la guerra del Paraguay”, en Revista de Publi caciones Navales, tomo XXVIIII, Buenos Aires, Ministerio de Marina, 1915,pp. 271-290.

7 Augusto Rodríguez, Sarmiento militar, Buenos Aires, Peuser, 1950, p. 345.

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orden, se limitaron a las visitas de cortesía. Poco después, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, el intentode embarcar en un buque de la Marina Británica los caudales del Banco de Londres implicó la enérgica manifes-tación del ministro de Relaciones Exteriores Bernardo de Irigoyen, quien sostuvo: “Los capitales […] no estaránmás seguros a bordo de un navío de guerra inglés que en cualquier lugar del territorio argentino bajo la guarda delas autoridades nacionales”, para afirmar seguidamente: “Las sociedades anónimas no tienen patria”.11

Aparte de la adquisición de los buques de la denominada “escuadra de hierro” de Sarmiento, seadoptaron otras medidas para garantizar la soberanía en las aguas, en un contexto de conflictos limítrofes con lospaíses vecinos: el artillado de la isla Martín García, la creación del Arsenal de Zárate con el fin de atender a las nece-sidades de los nuevos buques, la iniciación de tareas hidrográficas, la colocación de faros flotantes en el Río de laPlata, etcétera.

Le correspondería al joven y visionario general Julio Argentino Roca, como ministro de Guerra y Marinade Avellaneda, y enseguida en calidad de presidente de la República, ampliar esa perspectiva. El estadista sosteníaque había que mirar al mar y que la Armada debía realizar estudios hidrográficos, canalizaciones, balizamientos,iluminación de las costas, vigilancia sanitaria y policial, protección de los intereses nacionales fuera de las fronterasy conservación del orden y la comunicación con los puntos excéntricos del territorio, pues se trataba de asuntosde importancia vital y permanente para todo país que tuviera señalado un rango entre las naciones modernas.12

Concluida casi totalmente la lucha en la frontera interior y sofocada la rebelión de Buenos Aires enjunio de 1880, el presidente Roca decidió fijar nuevas pautas orgánicas para el Ejército y la Armada. Disponía lacreación de los Estados Mayores permanentes, la sanción de reglamentos que fijaban con claridad las característicasde los uniformes para romper con las tendencias anárquicas de algunos jefes de unidades al respecto, la consti-tución de nuevos agrupamientos al uso de casi todos los países modernos; el establecimiento de normas sobreascensos militares que reemplazaban en ambas fuerzas las ordenanzas españolas de fines del siglo XVIII –aúnvigentes– y la creación de diversos organismos administrativos, de formación y de perfeccionamiento.

La concepción de una Armada que se ocupase de la defensa y protección del mar continental habíaganado terreno, y si Sarmiento y otros políticos se empeñaban en sostener que el escenario de su actividad eranlos ríos, resultaban muchos más los que creían que su presencia debía extenderse hasta el Cabo de Hornos. Si laMarina de Guerra constituía una fuerza oceánica según la concepción actual, que se refiere a la disponibilidad demedios para ocupar grandes espacios, estaba en condiciones de responder, con sus acorazados y otras navesmodernas, a los requerimientos estratégicos del país en la parte del Atlántico que baña sus costas, no sólo en loatinente a la seguridad nacional sino a la preservación de las ingentes riquezas que décadas más tarde definiríael almirante Storni como intereses marítimos argentinos.

BIBLIOGRAFÍA

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hijos de extranjeros a las respectivas fuerzas. En pocos años quedó atrás la posibilidad de incorporar oficialesvoluntarios de otras nacionalidades –como había ocurrido por décadas–, y aun de “distinguidos” que, formados enla dura disciplina de los regimientos, sin más conocimientos que las manidas Tácticas al estilo de la de Perea, habíanpodido alcanzar hasta entonces las más elevadas jerarquías castrenses.

A la creación del Colegio Militar de la Nación, el 30 de junio de 1870,8 siguió la fundación de la EscuelaNaval Militar, el 2 de octubre de 1872. Sancionada la ley que dio vida a este instituto, su primer director fue elmayor de Marina Clodomiro Urtubey, que había sido enviado años atrás a España para estudiar en el célebreColegio Naval de San Fernando, en Cádiz. Con el fin de que los cadetes conocieran desde los comienzos la vida abordo, se decidió que los cursos se dictaran en el vapor General Brown, que fue el primer buque escuela de laArmada Argentina. Como ocurrió con el Ejército, los egresados de la Escuela, cuya cuidada formación facultativalos distinguía de los viejos y meritorios oficiales prácticos, procuraron diferenciarse de éstos, aunque por bastantetiempo los comandos superiores del arma estuvieron en manos de los que habían recibido sus despachos en méritoa los años de servicio y a la pericia demostrada en sucesivas campañas. El viejo General Brown, pese al peligroque entrañaba la navegación en el mar argentino, fue enviado con los cadetes de la primera promoción, para queaprendiesen su oficio en medio de los vientos, las tempestades y la dura vida de a bordo.

Luego de una breve clausura, la Escuela continuaría funcionando embarcada en los buques de guerray sedes en tierra, con nuevos directores y planes de estudio que fueron adaptados al sostenido progreso de la tec-nología naval, del que no tardaría en beneficiarse la Armada Argentina. Los alumnos participaron en 1876 en laexpedición comandada por el comodoro Luis Py, con el fin de reafirmar los derechos argentinos sobre la Patagonia,y tres años más tarde intervinieron en la Campaña al Desierto que encabezó el ministro de Guerra y Marina, generalJulio Argentino Roca. Paralelamente, el personal subalterno recibió instrucción en la llamada Escuela de Marinerosque tuvo por cambiante centro otros buques de la Armada. Así fue hasta que en 1880 quedó establecida en los talleresde Marina de Tigre la Escuela de Aprendices Mecánicos que años más tarde se transformó en lo que el gracejo navaldenominó “la universidad de lata”, por el material con que estaban construidos los primitivos galpones y por lavariedad de especialidades que se brindaba a los aspirantes de la Armada.9

Pero ese quehacer de formación de recursos humanos no hubiera sido suficiente con medios inade-cuados como los que existían cuando Sarmiento ocupó la presidencia. Del mismo modo como equipó al Ejército,dedicó ingentes esfuerzos económicos para la época a la adquisición de una nueva escuadra. A pesar de las dosrebeliones jordanistas y del persistente problema de las fronteras interiores –acerca del cual pugnaban entre losgobernantes y los militares dos tendencias contrapuestas la integración de los aborígenes o la guerra sin conce-siones–, la decisión de modernizar la Marina de Guerra se mantuvo en forma inexorable. En la concepción deSarmiento y de la mayoría de los hombres públicos de la época, los nuevos buques debían garantizar la seguridaddel estuario del Río de la Plata y los cursos de agua interiores. Al fin y al cabo, todas las guerras libradas hastaentonces –si se exceptúan las campañas de corso durante la Guerra de la Independencia y el conflicto bélico conel Brasil– habían tenido lugar en el Mar Dulce de Solís, en el Paraná y en el Uruguay. Por otro lado, en la práctica,el territorio en el que el Estado ejercía su dominio se circunscribía hacia el sur a las poblaciones ubicadas dentrode una línea que no había avanzado mucho desde la colonia. Muy pocos miraban hacia la Patagonia y contemplabanlas riquezas que encerraba el mar Argentino.

Los astilleros ingleses recibieron en 1872 la orden de compra de dos monitores, Plata y Andes. El Brasiladquirió de inmediato, para equilibrar fuerzas, dos unidades similares, el Javary y el Solimoes. Además la Argentinaencargó dos cañoneras, Paraná y Uruguay, cuatro bombarderas, Pilcomayo, Bermejo, Constitución y República, yuna flotilla de pequeñas torpederas, denominadas con números arábigos. Pese a ser buques de empleo fluvial,soportaron muy bien la violencia del mar Argentino para tocar las costas de Santa Cruz, en la operación que ya fueramencionada.10

La compra de dichas naves implicó el fin de la compulsiva presencia de las estaciones navales extran-jeras para apoyar con sus cañones la acción de sus diplomáticos. Las naves de las potencias de primer y segundo

8 Isaías J. García Enciso, Historia del Colegio Militar de la Nación, Buenos Aires, Círculo Militar, 1970, passim.9 Humberto F. Burzio, Historia de la Escuela Naval Militar, Buenos Aires, Departamento de Estudios Históricos Navales, 1972, passim;

Miguel Ángel De Marco, “Organización...”, op. cit., pp. 259-255.10 Teodoro Caillet-Bois, op. cit., pp. 483-496.

11 Miguel Ángel De Marco, La historia contemplada desde el río. Presencia naval española. 1776-1900, Buenos Aires, Educa-LibreríaHistórica, 2007, p. 396.

12 Guillermo Oyarzábal, Los marinos de la Generación del 80, Buenos Aires, Emecé, 2005.

CAPÍTULO 2 / 1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

MIGUEL ÁNGEL DE MARCO - De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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DE MARCO, Miguel Ángel, Notas sobre la política santafesina (de Cepeda a Pavón), Rosario, Facultad deDerecho y Ciencias Sociales, UCA, 1982.______________________, “Los italianos en las luchas por la organización nacional argentina”, en Affari SocialiInternazionali, Nº 2, Milán, 1987.______________________, La Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Planeta, 1995. ______________________, “Organización, operaciones y vida militar”, en Nueva Historia de la Nación Argentina,tomo 5, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia-Planeta, 2000.______________________, “Fuentes hemerográficas y documentales sobre la presencia de figuras del Risorgimentoen la República Argentina y de ex combatientes garibaldinos en sus fuerzas armadas”, en Il Risorgimento Italianoin America Latina, Génova, Casa America-Affinittà elettive, 2006.______________________, La historia contemplada desde el río. Presencia naval española. 1776-1900, Buenos Aires,Educa-Librería Histórica, 2007.DORATIOTO, Francisco, Maldita guerra. Nueva historia de la Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Emecé, 2004.ELETTA, Fermín, “Guerra de la Triple Alianza con el Paraguay”, en Historia Marítima Argentina, tomo VII, BuenosAires, Departamento de Estudios Históricos Navales, 1989.GARCÍA ENCISO, Isaías J., Historia del Colegio Militar de la Nación, Buenos Aires, Círculo Militar, 1970.OYARZÁBAL, Guillermo, Los marinos de la Generación del 80, Buenos Aires, Emecé, 2005.RODRÍGUEZ, Augusto, Sarmiento militar, Buenos Aires, Peuser, 1950. RODRÍGUEZ, Horacio y Pablo Arguindeguy, Nómina de oficiales navales argentinos, Buenos Aires, Instituto NacionalBrowniano, 1998.RUIZ MORENO, Isidoro J., Campañas militares argentinas. La política y la guerra, tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 2006.VALOTTA, Guillermo, “La cooperación de las fuerzas navales con las terrestres durante la guerra del Paraguay”,en Revista de Publi caciones Navales, tomo XXVIII, Buenos Aires, Ministerio de Marina,1915.ZARACÓNDEGUI, Enrique, Coronel de Marina José Murature, Buenos Aires, Secretaría de Estado de Marina.Departamento de Estudios Históricos Navales, 1961.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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125Desde la década de 1820, la creciente demanda de productos pecuarios por parte del mercado mundial incenti-vó un mayor interés del gobierno bonaerense por la expansión territorial hacia el sur para incorporar tierras fér-tiles que permitieran incrementar la exportación de productos pecuarios. A partir de entonces, la política de fron-teras cobró mayor importancia para los gobiernos provinciales. Pero como los espacios sobre los que planteabala expansión estaban habitados por grupos nativos, cualquier definición sobre la política fronteriza llevaba implí-cita la elaboración de una política indígena en el sentido de qué camino debía tomarse con respecto a aquellosgrupos a los que se les iba a usurpar la tierra. Siguiendo a Enrique Mases

la situación de las fronteras [así] como […] la problemática de la sociedad indígena misma [corres-ponden a] cuestiones que en realidad son sólo aspectos diferentes de un mismo problema.1

Pero si ésta fue una de las preocupaciones centrales de los gobiernos provinciales y luego del gobier-no nacional, desde épocas anteriores a la definitiva conquista de la Pampa y la Patagonia, lo que se discutiódurante todo este período fueron los medios mediante los cuales llegar a ese objetivo; se plantearon entoncesdos vías diferentes: el avance a través de negociaciones con los grupos indígenas que iban a ser incorporados alterritorio conquistado o mediante avances militares que llevaran al sometimiento de la población originaria.

El objetivo de este trabajo es presentar cómo se diseñaron estas dos estrategias de avance territorialcentrando la atención en las decisiones tomadas desde el gobierno de Buenos Aires hasta 1862 y desde el gobier-no nacional a partir de ese momento, dividiendo el análisis en tres momentos diferentes: el gobierno de Rosasentre 1829 y 1852, el período de separación entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina de1852 a 1862 y la etapa de unificación nacional que culmina con las expediciones militares de Roca.

1 Enrique Mases, Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910), Buenos Aires,Prometeo/Entrepasados, 2002, p. 16.

La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia

de Rosas a Roca (1829-1878)

SILVIA RATTO UNQ / CONICET

Ripamonte, Carlos. Tormenta en la pampa, 1933. Óleo, 113 x 94 cm.

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL

Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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CAPÍTULO

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general –con 20 soldados–, los vecinos milicianos representaban un 21,7% con 94 personas y los indios amigoscomponían el 73,7% de las fuerzas defensivas, con 320 lanceros.3

En lo que respecta a la política de fronteras, durante el período rosista, no hubo avances territorialesconsiderables pero se llevó a cabo una expedición militar entre marzo de 1833 y enero de 1834, convocada y orga-nizada de manera conjunta por las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y San Luis que tuvo el objetivode consolidar el espacio que se había incorporado al territorio provincial luego de las fundaciones de 1828 y, enpalabras de Rosas “decidir qué indios son amigos y cuáles no”. La expedición contó con tres divisiones: una a cargodel brigadier José Félix Aldao, gobernador de Mendoza, que partió hacia el sur buscando la confluencia de losríos Limay y Neuquén; la del centro, bajo las órdenes del general Ruiz Huidobro, que salió de la provincia de SanLuis y debía recorrer el espacio de norte a sur hasta el río Colorado. Estas dos divisiones debían atacar a los indiosranqueles, con quienes nunca se había podido establecer la paz. La división sur, por último, dirigida por el mismoRosas, se dirigió principalmente sobre los grupos que seguían hostilizando la frontera bonaerense.

La correspondencia de Rosas con distintas autoridades militares y civiles de la expedición y de la pro-vincia es extensísima y evidencia la meticulosidad y detalle que habitualmente se señala como característica desu estilo de gobierno. Las instrucciones del comandante de la división expedicionaria cubrían una amplia gamade situaciones referidas al curso de la guerra, en donde no estaba de más señalar, por ejemplo, qué debía hacersecon los prisioneros indígenas. En una carta verdaderamente aterradora, Rosas le indicaba al coronel Pedro Ramosla forma de proceder con los prisioneros indígenas tomados en las incursiones:

Cuando tome prisioneros indios, una vez que les haya tomado declaración puede, al dejar el punto,mantener una pequeña guardia para que cuando no haya nadie en el campo los fusile. Digo esto asíporque después de prisioneros y rendidos da lástima matar hombres y los indios que van con Ud. quelo vean aunque quizás les gustaría esto porque así son sus costumbres pero no es lo mejor... Si losindios preguntan por ellos debe decírseles que intentaron escapar y fueron ultimados. Por estomismo no conviene que al avanzar una toldería traigan muchos prisioneros vivos, con dos o cuatrohay bastantes y si más se agarran esos allí en caliente nomás se matan a la vista de todo el que estépresente pues que entonces en caliente nada hay de extraño y es lo que corresponde. Cuando asíhablo es de indios grandes y no muchachos chicos que no es fácil escapen y que estos y las familiasson las que deben hacerse prisioneras.4

Del éxito de la campaña al sur dependía, para el Gobernador, la consolidación del sistema de relacionespacíficas que ya se había iniciado sobre la base de la trilogía de caciques amigos –Catriel, Cachul y Venancio–,asentados en la frontera sur; más al sur, la amistad con caciques tehuelches cercanos al fuerte de Carmen dePatagones incentivaría el activo comercio que siempre los había unido al fuerte; los boroganos, asentados enSalinas Grandes, actuarían como barrera de contención ante posibles ataques de grupos trascordilleranos. Paraque el modelo funcionara a la perfección, sólo faltaba organizar algunas piezas sueltas: los ranqueles y los indiosque constantemente arribaban del otro lado de la cordillera. El objetivo final de Rosas era que, logradas estaspaces, los indios se asentaran de manera permanente en un sitio y se dedicaran a sembrar la tierra.

Este esquema contemplaba la idea de incorporar al indígena a la sociedad criolla mediante su partici-pación en la economía provincial (a través del comercio y de la práctica agrícola) pero no de manera forzada sino apo-yada en la misma dinámica de la relación. La convivencia con la población criolla tendería, según Rosas, a fomentaren los indios amigos prácticas económicas que finalmente llevarían a su integración a la sociedad provincial.

3 Los datos se encuentran en Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de `lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerense a mediadosde la década de 1830”, en Anuario IEHS, Nº 18, 2003.

4 Juan Manuel de Rosas a Pedro Ramos, 2 septiembre de 1833, Archivo General de la Nación [AGN], Sala X, Legajo 27.5.7.

CAPÍTULO 3 / 1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

SILVIA RATTO - La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

Primer período: el gobierno rosista (1829-1852)

En 1829 Rosas fue elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires. En su primer mandato, quese extendió de 1829 hasta 1832, se dedicó a estabilizar y perfeccionar la política indígena desarrollada desde1826. Sobre la base de los acuerdos iniciados años antes, se creó un sistema de relaciones pacíficas con algunosgrupos indígenas que se llamó precisamente el “Negocio Pacífico de Indios”, que fue cambiando de contenido yextendiendo su alcance a una diversidad de grupos indígenas durante el extenso gobierno de Rosas, que llegó asu fin en 1852. En términos generales, esta política consistía en el establecimiento de pactos de amistad con algunosgrupos nativos que se comprometían a no atacar los establecimientos fronterizos y a avisar de posibles invasionesde otras agrupaciones, y recibían por tal tarea una serie de obsequios que consistían en cantidades de ganadosy artículos de consumo acordes con la población que integraba el grupo. Definida de esta manera, esta políticaretomaba algunos rasgos desarrollados desde el período colonial; sin embargo, el negocio pacífico de Rosas teníatres novedades con respecto a prácticas anteriores, que derivaron en un relativo éxito en estabilizar la paz fron-teriza que sería reconocida luego de la caída del Gobernador aun por sus más acérrimos enemigos.

La primera novedad era que los grupos indígenas que pactaron su alianza con el gobierno, abando-naron su asentamiento en territorio indígena y pasaron a vivir dentro de la provincia de Buenos Aires, en las cer-canías de algún fuerte fronterizo. De esa manera, podían ser controlados de manera más eficaz por las fuerzasmilitares. Pero la asignación de un lugar de asentamiento en la provincia no implicó de ningún modo un prece-dente para la entrega permanente de tierras en propiedad a estos grupos ya que, a medida que avanzaba la líneafronteriza, eran trasladados a otros espacios con el objetivo de que no quedaran nunca a retaguardia de los nuevosestablecimientos rurales.

Esta instalación en un espacio territorialmente delimitado implicó para los grupos nativos la pérdidao, al menos, la limitación de su patrón de subsistencia móvil, es decir, la práctica de trasladarse constantementeen busca de pastos y aguada para el pastoreo de ganado y para realizar expediciones de caza y recolección. Paracompensar esta disminución en las actividades de obtención de recursos y reconstituir la economía de los gruposindígenas, se les hacía entrega de raciones en ganado y bienes de consumo. Si bien la práctica de entrega deraciones no era novedosa, constituía la segunda novedad del sistema ya que a partir de 1830 el negocio pacíficocontó con una partida presupuestaria propia denominada “Negocio Pacífico de Indios dentro del Departamentode Gobierno”, lo que garantizó la disponibilidad de recursos para hacer frente a esos gastos.

Como contrapartida de estos bienes entregados por el gobierno, los llamados “indios amigos” debieroncumplir una serie de tareas que excedieron las vagas declaraciones de amistad que habían precedido a las rela-ciones pacíficas de otras épocas y que constituyen la tercera innovación de esta política. Estos indios debieroncumplir diversas tareas como las de mensajeros, mano de obra en hornos de ladrillos pertenecientes al Estado yen establecimientos rurales de particulares. Pero la tarea más importante –que con el tiempo se convirtió en lafundamental–, fue la conformación de milicias indígenas auxiliares para la defensa de la frontera.

En efecto, el gobierno provincial organizó la defensa de la región sur de la provincia bonaerenseechando mano a los tres cuerpos militares de que disponía: el ejército regular, los cuerpos de milicias2 y los indiosamigos. La utilización de vecinos-milicianos para el servicio de la frontera se remonta a tiempos coloniales y entodos los casos el motivo era el mismo: la incapacidad de los gobiernos centrales de hacerse cargo de la defensafronteriza. Con estas fuerzas disponibles, a mediados de la década de 1830, la frontera bonaerense se hallabadefendida por las siguientes fuerzas: en el norte, el Fuerte Federación –actual localidad de Junín– contaba con49 soldados de línea, 290 milicianos y 412 lanceros indígenas; y 25 de Mayo tenía 54 soldados regulares, 130 veci-nos-milicianos y 29 lanceros. Como puede verse, el peso de las milicias indígenas no era desdeñable pero en elsector sur de la provincia su contribución a la defensa era mucho más evidente. En Tapalqué y Azul servían sólo22 soldados regulares, 390 milicianos y 899 indígenas que representaban un 68,6% de las fuerzas totales. Unasituación similar se daba en el fuerte Independencia, donde el ejército regular era sólo un 4,6% de la guarnición

2 Sobre las características y formas de organización de las milicias provinciales a partir de la década de 1820, véanse los trabajos deOreste Carlos Cansanello, fundamentalmente “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores rurales bonaerenses entre el AntiguoRégimen y la Modernidad”, en Boletín Ravignani, Nº 11, 1995, y “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en Cuadernosde Historia Regional, Nº 19, Universidad Nacional de Luján, 1998.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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poner en práctica la utilización de los indígenas como soldados para la defensa de la frontera. Por tal motivo, losgastos insumidos por los grupos nativos, aliados al gobierno provincial, se hallaban registrados en la tradicional par-tida del “Negocio Pacífico” y en una nueva que se denominó “Indios a sueldos”. Para el año 1857 se encontrabanpiquetes de indios militarizados incorporados a cuerpos del Ejército en las guarniciones de Junín, Fuerte Argentinoy 25 de Mayo y otros formaban parte del Regimiento de Blandengues y del Regimiento 11 de Guardias Nacionalesque prestaba servicios en la frontera sur.7

Tercer período: la organización nacional hasta las campañas de Roca (1862-1878)

El triunfo porteño en Pavón definió la unión de Buenos Aires al resto de la Confederación y el iniciodel proceso de consolidación política y territorial del Estado argentino. Desde bien temprano se hizo evidente laprioridad que tendrían, a partir de entonces, las fronteras con los indígenas. Al asumir la presidencia, Mitre dejósentada la necesidad de encarar un proyecto más global y definitivo en relación a lo que se consideraba la ame-naza indígena sobre los establecimientos productivos de la campaña. En una carta escrita en 1863, el tenientecoronel a cargo de las Comisiones de Indios, Juan Cornell, recomendaba al Ministro de Guerra la continuación dela política de tratados solicitados por los caciques, no por acordar con esta línea diplomática, sino porque de esamanera “se gana entreteniendo la paz mientras se va conquistando la tierra”.8

Ambas propuestas fueron puestas en práctica por el gobierno. En el transcurso de unos pocos años,se firmaron más de veinte tratados con distintos caciques, cifra que contrastaba fuertemente con el período anterior.Pero en los puntos acordados se hacía evidente el cambio en la relación de fuerzas con un deterioro de la posiciónindígena y mayores exigencias por parte del Estado nacional. Este cambio se expresó además en acciones concretascomo la creación de diez nuevos distritos rurales sobre territorio indígena durante el año 1865 y en la promulgación,dos años después, de la ley 215 que establecía la ocupación por fuerzas del Ejército Nacional del territorio que seextendía hasta el río Negro, fijando en el curso de ese río el nuevo límite fronterizo con los grupos indígenas.9

En la discusión suscitada en la Cámara de Senadores a propósito de esta ley se plantearon distintasposiciones sobre la política a seguir con respecto a los indígenas.10 El proyecto original redactado por la comisiónmilitar proponía en su artículo segundo la entrega de tierras a los grupos indígenas a los que se consideraba ocu-pantes originarios de las mismas; esta concesión fue presentada por los miembros informantes de la comisióncomo una forma de alentar a algunos grupos nativos para que acompañasen al Ejército Nacional en la empresade conquista. Pero el artículo fue criticado por algunos senadores que, como Navarro, consideraban que “esereconocimiento estaría en contradicción con el objeto mismo de la ley [ya que] vamos a tomar una medida denación que está en guerra con otra nación para librarnos de sus acechanzas y de sus incursiones”. De igual manera,el senador Rojo consideraba “imprudente reconocer en los indígenas un derecho cualquiera respecto al territorio[ya que] si se les reconoce derecho sobre las tierras, ¿con qué facultad ni razón vamos a despojarlos de ellas?”.

Esta última posición fue la que se impuso ya que la ley promulgada no preveía la entrega de tierrasy, acentuando la posición más militarista, estipulaba que “de las tribus que se resistan al sometimiento pacíficode la autoridad nacional, se organizará contra ellas una expedición general hasta someterlas y arrojarlas al surde los ríos Negro y Neuquén”.

Esta ley no pudo llevarse a cabo de manera inmediata por el estallido de otros frentes de conflictoque desviaron los recursos del Estado: la guerra con el Paraguay (1865-1870) y el conflicto con las montoneras delinterior (1863 y 1876). Por tal motivo, la alternancia entre expediciones militares enviadas a territorios indígenasacotadas a algunos sectores fronterizos y la práctica de entrega de raciones, sólo a determinados grupos conside-rados estratégicamente aliados, se mantuvo por un tiempo. En este contexto, en el ámbito nacional, desde 1866,se volvió a establecer una partida presupuestaria para el llamado “gasto de indios” dentro de las erogaciones rea-lizadas por el Ministerio de Guerra, repartición de la cual dependía ese rubro.

7 Ibid., 1857, AGN, Sala III.8 Ingrid de Jong, “Acuerdos y desacuerdos: las políticas indígenas en la incorporación a la frontera bonaerense (1856-1866)”, en

Sociedades en Movimiento. Los pueblos indígenas de América Latina en el siglo XIX, editado por Raúl Mandrini, Antonio EscobarOhmstede y Sara Ortelli, en Anuario IEHS, Suplemento 1, Tandil, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires,2007, pp. 47-62.

9 Abelardo Levaggi, Paz en la frontera: historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (siglo XVI-XIX),Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino, 2000.

10 Cámara de Senadores, sesión del 4 de julio de 1867, pp. 142-143.

Segundo período: la confrontación entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires (1852-1862)

En febrero de 1852, la batalla de Caseros puso fin al gobierno de Rosas, pero eso no implicó un acuerdoentre las provincias para avanzar en un proyecto de organización nacional sino que, por el contrario, abrió pasoa un período de confrontación entre la Confederación Argentina liderada por Urquiza y la provincia de BuenosAires, cuya máxima expresión fue la revolución del 11 de septiembre, que llevó a la separación de la última delresto de la Confederación. Poco después, el 1º de diciembre, un movimiento de base rural dirigido por el coronelHilario Lagos, desafió a las nuevas autoridades porteñas por su proyecto separatista. El movimiento mantuvositiada la ciudad de Buenos Aires por espacio de seis meses y su finalización significó el fracaso urquicista porimponerse a la ciudad portuaria y un período de casi diez años de autonomía.

Luego de Caseros, y al menos durante el año 1852, el gobierno de Buenos Aires decidió continuarcon la política indígena rosista sustentada en el abastecimiento de los indios amigos, destinando para tal fin ungasto similar al que se había estado invirtiendo en el período anterior. Sin embargo, esta situación no se mantuvoen los años siguientes. Por un lado, el conflicto con la Confederación produjo una división en las fuerzas militares-milicianas e indígenas entre sectores que apoyaban a los porteños y los que se unieron a los sitiadores, restandoefectivos y disminuyendo los gastos de la política indígena.5 Pero resuelto el conflicto y decidida la separación delos dos poderes, comenzaron a hacerse oír en la provincia de Buenos Aires, nuevos proyectos defendidos por elentonces legislador Bartolomé Mitre, quien planteaba una política fronteriza más agresiva desplazando a lapoblación indígena y reemplazándola por la de colonos. En mayo de 1853, se había creado el nuevo FuerteEsperanza –en la actual Alvear– y a comienzos del año siguiente se autorizó el traslado del pueblo de Tapalquéocho leguas al sudeste de su ubicación original, lo que implicaba el avance sobre grupos indígenas que se hallabanasentados en el lugar desde hacía más de dos décadas. Paralelamente se resolvió la suspensión en la entrega deraciones a algunas tribus.

Las nuevas condiciones de la relación generaron la reacción de los indígenas afectados por las medidas,quienes, unidos a otros grupos, protagonizaron una serie de ataques sobre los establecimientos rurales del surde la provincia. La reacción del gobierno fue una movilización de fuerzas hacia la región afectada para respondera los malones con expediciones punitivas sobre los grupos atacantes. Estas ofensivas del ejército provincial fueronrechazadas en todos los casos por los indígenas y los mismos comandantes militares reconocieron que la clave delfracaso era su falta de experiencia en enfrentamientos con guerrillas indígenas.

Al no poder detener un nuevo avance indígena sobre Azul, Emilio Mitre, destinado al departamentosur de campaña, reconocía en una carta a su hermano Bartolomé, ministro de Guerra de la provincia, que “los indiosse me han ido sin darles siquiera un pescozón aun con riesgo de que ellos me lo hubieran dado a mi”; agregaba quesu primera idea había sido seguirlos hasta las tolderías pero consideró que

con nuestros caballos trasegados quedaríamos postrados sin combatir y hubiéramos tenido que haceruna retirada que hubiera sido un gran triunfo para los indios; estas consideraciones me hicieronmucha fuerza y abandoné mi primera inspiración que hubiera sido tal vez la acertada, aunque meiba a encontrar con 4.000 indios y la verdad creo que tuve un poco de miedo.

Luego de los ataques sufridos y de las derrotas experimentadas a mediados de la década de 1850, elgobierno porteño asumió la necesidad de restablecer una política pacífica con los indígenas. Los caciques plantearonuna exigencia nueva: el reconocimiento de la propiedad de las tierras que ocupaban desde hacía décadas. Así, en1856, se produjo la primera concesión de tierras en propiedad a los indios de Azul mediante la creación de “VillaFidelidad”, extensión de tierra que fue comprada a la corporación municipal y dividida en 100 solares de 50 varasde frente por 50 de fondo, los cuales se organizaron alrededor de una plaza central. En los años siguientes, se entregarontierras en propiedad a los caciques Ancalao en Bahía Blanca, a Raylef y Melinao en Bragado, a Coliqueo en 9 de Julio, aRondeau en 25 de Mayo y a Raninqueo en Bolívar.

La vuelta al racionamiento volvió a formar parte de la política indígena porteña y los presupuestosdel aún llamado “Negocio Pacífico” recuperaron los montos tradicionales.6 El restablecimiento de las paces volvió a

5 En 1852 se gastaron en raciones y obsequios la suma de 419.661 pesos y al año siguiente el monto apenas alcanzó los 27.666 pesos,en Libros Mayores de la Provincia de Buenos Aires, AGN, Sala III.

6 En 1856 se gastaron 445.106 pesos y en el año siguiente 476.939, en Libros Mayores de la Provincia de Buenos Aires, AGN, Sala III.

CAPÍTULO 3 / 1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

SILVIA RATTO - La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Entre 1870 y 1873 –período que media entre el fin de la Guerra del Paraguay y la segunda guerra jor-danista–, los cuerpos de línea estuvieron momentáneamente disponibles para servir en la frontera. Nos pregun-tamos si en ese momento se pudo llevar a cabo la idea de desvincular a las Guardias Nacionales de esa tarea y,además, cómo repercutió en el uso de lanceros indígenas. El cuadro que sigue indica el tipo de fuerzas utilizadasen tres años diferentes en cada comandancia de frontera. Elegimos el año 1869 por ser un momento en el queel gobierno nacional aún mantenía cuerpos del ejército de línea en el Paraguay; el año 1871 corresponde a unmomento intermedio donde podrían haberse comenzado a verificar algunos cambios y el año 1873 –año de laguerra en Entre Ríos– donde volverían a restarse fuerzas de ejército de línea.

Mientras que desde el gobierno se pensaba a los grupos de indios amigos como fuerzas militaresauxiliares, desde otro sector de la sociedad se plantearon medidas tendientes a integrar a los indígenas a la sociedadprovincial. En agosto de 1870, una comisión de vecinos fue enviada a los indios de Azul y Tapalqué para regula-rizar los tratos. Esta comisión se había enviado “teniendo noticias los indios del Azul y de Tapalqué, que juzgabanque en los planes de arreglo definitivo de fronteras serían tratados como enemigos y que esta creencia podríadar lugar a que se aliasen a los demás indios del sur”. El gobernador de Buenos Aires avalaba el envío de la mismacon el argumento de que, aunque se avanzaran las fronteras hasta el río Negro, “los indios del Azul y de Tapalquéquedarán siempre dentro de esa línea y recibiendo las raciones y regalos que se les hacen y que el gobierno de laprovincia procurará ayudar en el mismo sentido al de la nación para darles tierras, haciendas y hacerles poblaciones,dotarlos de escuelas a fin de que tengan cómo subsistir por sí mismos y puedan mejorar su condición y la de sus hijos”.

Los montos de esas erogaciones, desde que se restablecieron hasta las campañas dirigidas por elministro de Guerra Julio A. Roca, sufrieron fluctuaciones. Entre los años 1866 y 1875 se situaron en un 5% de losgastos ministeriales y experimentaron un brusco descenso en los últimos años de la década, al ubicarse en el3,2%. Estos “gastos de indios” comprendían, al igual que en el período rosista, las raciones que mensualmente seentregaban a los grupos con los que se mantenía un trato pacífico, el pago de sueldos militares a determinadospiquetes de indígenas. Pero desde el año 1872 presentaban como innovación un monto destinado tanto paraaquellos grupos que decidieran someterse al gobierno nacional como para los gastos ocasionados por la creaciónde reducciones indígenas a cargo de misioneros. Y de hecho, en la Memoria de Guerra y Marina, Martín de Gainzainformaba en el año 1874 que en el norte de Santa Fe se habían establecido tres reducciones que se hallaban bajola “dirección de padres misioneros que se dedican a la agricultura y construyen sus habitaciones en el sitio que seles asignó y contribuyen a la defensa de la frontera”.11

La inclusión de piquetes indígenas dentro de las fuerzas que defendían la frontera llevó a constantesdiscusiones en el recinto parlamentario en torno a cuáles eran las fuerzas más eficaces para hacerse cargo de esatarea: ¿ejército de línea?, ¿Guardias Nacionales?12 o ¿milicias indígenas?

Con respecto al segundo tipo de fuerza, era una constante en los informes de los comandantes defrontera al Ministro de Guerra, la indisciplina que caracterizaba a los cuerpos milicianos, el escaso interés que demos-traban por defender “el suelo que habitan”, planteando la necesidad de reemplazarlos en cuanto fuera posiblepor soldados de línea. En el año 1870, el propio Ministro esperaba que en el transcurso del año, con la finaliza-ción de la Guerra del Paraguay, se pudieran licenciar a las Guardias Nacionales que durante ese período habíanestado a cargo de la seguridad de las fronteras y, de esa manera reemplazarlas por tropas de línea, “para terminarcon los gastos y quejas de los gobiernos provinciales”.13

Es probable que el problema insalvable de la tan mentada indisciplina miliciana y la necesidad dedestinar a los cuerpos de línea a otras zonas de conflicto, intentaran ser revertidos mediante la utilización mássistemática de cuerpos de lanceros indios a tal punto que en el año 1871, el ministro de Guerra Martín de Gainza yel comandante de la frontera sur, Ignacio Rivas, hayan pensado en reemplazar a las Guardias Nacionales, al menosen la provincia de Buenos Aires, por milicias indígenas. Si bien esto no llegó a suceder, lo cierto es que en algunossectores fronterizos la defensa parecía haberse centrado en ellas.

En Santa Fe, los indios que habitaban las reducciones de San Pedro y del Sauce se habían convertidoen lanceros esenciales para la defensa de la frontera desde hacía varios años antes. En 1864, cuando se discutióen el Senado el rubro “Gastos de indios” del presupuesto correspondiente al Ministerio de Guerra, el ministroGelly y Obes, que participó en la sesión, introdujo un pedido de modificación que no había contado con el votofavorable en Diputados. El Ministro explicaba que los indios de San Pedro, al norte de Santa Fe, así como los delEscuadrón de Lanceros del Sauce, debían ser considerados “propiamente tropas de línea al servicio de la fronteraque se ha establecido como 90 leguas más afuera de la línea que existía anteriormente”. Teniendo en cuenta,entonces, el importante papel que cumplían, el Ministro consideraba que no había ninguna razón para que nofueran pagados a la par de los de Azul y Bahía Blanca –lo que señala claramente la menor importancia dada a lafrontera norte–, puesto que hacen tanto o mayor servicio por lo que propone aumentar los sueldos: sargentos de2,50 a 5; cabos de 2 a 4,70, soldados de 1,50 a 3,75 pesos.

El senador Del Barco apoyaba la propuesta del Ministro agregando que conocía los servicios prestadospor esos indios, que eran “iguales o más fuertes del que prestan los soldados de línea. Estos indios están regi-mentados como soldados de línea y los ocupan en aquellos servicios que son más fuertes, que exigen más forta-leza en los hombres para desempeñarlos; son indios que sirven en cualquier cuerpo de línea y que es imposibleque puedan traicionar porque están tan comprometidos como los cristianos”. De hecho, a inicios de la década de1870, comenzó a incrementarse la cantidad de soldados indígenas que sirvieron en la frontera y a extenderse suutilización en diferentes espacios.

11 Martín de Gainza, Memoria de Guerra y Marina, 1876, p. LXII.12 El 8 de marzo de 1852, el gobierno de Buenos Aires decidió la disolución de las viejas milicias y la constitución, en su lugar, de la

Guardia Nacional que, en lo relativo a su enrolamiento y excepciones, siguieron rigiéndose por la Ley de Milicias del año 1823. Dosaños después, el 28 de abril de 1854, la Confederación Argentina creó sus propias Guardias Nacionales.

13 Martín de Gainza, op. cit., 1870

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En un claro afán integrativo de los indígenas, los integrantes de la comisión, entre otras cosas, pro-ponían crear tres escuelas en Azul, Tapalqué y Olavarría, y “admitir a las mismas escuelas una tercera parte deniños cristianos pobres que mezclados con los niños indios harían mas fácil la enseñanza y cambio de costumbresde éstos” y agregaban la necesidad de entregar tierras en propiedad para consolidar su asentamiento en la región.

Pero estas voces que planteaban una cierta integración indígena ya sea mediante su conversión enGuardias Nacionales o en pobladores rurales con acceso definitivo a una parcela de tierra, se desvanecieron enlos últimos años de la década de 1870, cuando el fin de los conflictos internos del Estado liberó fuerzas militaresy recursos económicos que permitieron al gobierno nacional pensar en la realización de la ley 215. Inmediatamentese llevaron a cabo algunas medidas que mostraban el claro interés del gobierno por colocar el tema de las fron-teras con los indígenas como un asunto prioritario.

El final de esta historia de complejas y cambiantes relaciones entre blancos e indígenas es, tal vez,mucho más conocido que el relato anterior. Entre 1878 y 1879, se llevaron a cabo una serie de campañas militaressobre el territorio indígena que culminaron con la expedición hasta el río Negro dirigida por el ministro deGuerra, el general Julio A. Roca. El resultado de las mismas, según consta en la Memoria del Departamento deGuerra y Marina de 1879, fue de 1.271 indios de lanza prisioneros, 1.313 indios de lanza muertos en combate,10.539 indios no combatientes prisioneros y 1.049 indios reducidos voluntariamente. Los indios prisioneros y losreducidos voluntariamente comenzaron a transitar caminos diversos cuyos destinos podían ser los ingenios yobrajes del norte argentino, el servicio doméstico en la ciudad de Buenos Aires o las reservas de la región pata-gónica. Cualquiera de estos destinos mostraba que los indígenas habían perdido su autonomía y que se integrabande manera claramente subordinada al naciente Estado nacional como ciudadanos de segunda clase.

BIBLIOGRAFÍA

CANSANELLO, Oreste Carlos, “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores rurales bonaerenses entre el AntiguoRégimen y la Modernidad”, en Boletín Ravignani, Nº 11, 1995._____________________________, “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en Cuadernos de HistoriaRegional, Nº 19, Universidad Nacional de Luján, 1998.DE GAINZA, Martín, Memoria de Guerra y Marina, 1876.JONG, Ingrid, “Acuerdos y desacuerdos: las políticas indígenas en la incorporación a la frontera bonaerense(1856-1866)”, en Sociedades en Movimiento. Los pueblos indígenas de América Latina en el siglo XIX, editadopor Raúl Mandrini, Antonio Escobar Ohmstede y Sara Ortelli, en Anuario IEHS, Suplemento 1, Tandil, UniversidadNacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2007.LEVAGGI, Abelardo, Paz en la frontera: historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indígenasen la Argentina (siglo XVI-XIX), Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino, 2000.RATTO, Silvia, “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerense a mediadosde la década de 1830”, en Anuario IEHS, Nº 18, 2003.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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A partir de la década de 1890 comenzaron a producirse una serie de cambios importantes dentro delEjército. Estos cambios cristalizaron en medidas tomadas durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca(1898-1904), entre ellas la más conocida –pero de ninguna manera la única– fue la instauración del servicio militarobligatorio (SMO). A su vez, los cambios en la institución militar son contemporáneos de otras tantas leyes refor-mistas que, en su conjunto, intentaron modificar algunos de los rasgos de la sociedad y de la política argentinas.Hacia el año 1900, la idea de que el país necesitaba reformar sus hábitos, leyes e instituciones se convirtió en unaespecie de sentido común compartido, aunque una vez aceptado este punto se difería enormemente acerca delrumbo que debían seguir esas reformas. La más conocida de todas las leyes reformistas, es la ley electoral de 1912,conocida por el nombre del presidente Roque Sáenz Peña.

Este trabajo tiene como objetivo dar cuenta de la relación entre el Ejército y la política luego de quelas reformas modificaran sustancialmente la naturaleza de esta institución, pero también las de la propia política.Se sostendrá que para comprender la relación entre Ejército y política es necesario prestar atención al fuerte procesode conversión de la fuerza en una sólida burocracia estatal y profesional, y a su relación con las modalidades queadquiere la vida política luego de la aprobación de la Ley Sáenz Peña y la posterior victoria de la UCR en 1916.El Ejército que surge del proceso reformista contrasta fuertemente con los dos modelos anteriores, el de las miliciaso Guardias Nacionales y el del ejército de línea tal como habían aparecido a lo largo de la segunda mitad del sigloXIX. A su vez, sostendremos que este modelo militar comienza a modificarse lenta pero sustancialmente a partirde la segunda mitad de la década del veinte y mucho más profundamente durante los años treinta. Esta vez, yano será tanto un proceso de reforma interna el motor de estos cambios, sino más bien el impacto en la fuerza dela crisis ideológica de entreguerras y, sobre todo, el renovado rol de la Iglesia católica dentro de la institución.

Entre 1880 y 1955 el Ejército tuvo muchos jefes, pero sólo tres caudillos, es decir tres jefes cuyo lugarcomo tales no dependía exclusivamente de su posición institucional en la fuerza. Ellos fueron Julio A. Roca,Agustín P. Justo y Juan D. Perón; los tres fueron, además, presidentes de la Nación. Ciertamente el Ejército tuvootros nombres influyentes, como Pablo Ricchieri, José F. Uriburu, Enrique Mosconi, Luis Dellepiane o Pedro PabloRamírez, pero ninguno de ellos puede ser comparado con los tres personajes mencionados. En buena medida, elproceso militar y político que nos hemos propuesto analizar coincide con la existencia biográfica de uno de ellos,Agustín Justo. Justo no sólo ocupó cargos de enorme importancia en la fuerza, como el de Director del ColegioMilitar (1915-1922) y el de Ministro de Guerra (1922 y 1928), sino que en 1932 se convirtió en Presidente de laNación. A diferencia de Roca y Perón, Justo fue presidente por un único período, pero cuando murió, en enerode 1943, ya estaban en marcha los trabajos electorales destinados a convertirlo en candidato.

El Ejército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización

y nuevo estilo político

LUCIANO DE PRIVITELLIOUBA / CONICET

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL

Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

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CAPÍTULO

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En cambio, los conflictos corporativos que en otras zonas de América Latina tuvieron enorme importancia a la horade definir la existencia de un Estado nacional –como por ejemplo la Iglesia, los pueblos indígenas, los cabildos–nunca tuvieron aquí una relevancia comparable. De esta manera, el enfrentamiento entre dos modelos de ejer-cicio de la violencia legítima, el ejército de línea al mando del Estado central y las milicias provinciales, fue en elcaso argentino el principal problema a resolver durante el período denominado de “organización nacional”.

En 1880 este conflicto comenzó a definirse. La derrota infligida por las tropas regulares de Roca a lasmilicias porteñas en Barracas y Puente Alsina dieron al modelo roquista de ejército de línea una preeminenciaque en adelante acompañará el proceso de centralización estatal que en otros rubros también encaró el roquismo.Pero es preciso no exagerar el significado del ochenta en la historia del Estado argentino. Si bien en nuestra his-toriografía aparece como el momento casi mágico de la consolidación del Estado, esto es cierto sólo en parte: sipor un lado es verdad que en adelante la autoridad nacional ya no sería contestada en nombre de las autonomíasprovinciales, también lo es que el Estado moderno no puede definirse exclusivamente por la ausencia de rivalesa su altura. Si se observa otras dimensiones de lo que llamamos Estado, por ejemplo, la disposición de un amplioconjunto de oficinas y agencias y de una burocracia profesional capaces de administrar los múltiples problemasde un país, en 1880 prácticamente todo estaba por hacer.

Lo mismo sucedía con el Ejército. Pese a que el Colegio Militar había sido fundado recientemente porSarmiento, esto no quiere decir que el ejército de línea fuera un ejército profesional. La actividad de las armas sevive todavía como una extensión de la vida política y, por eso, no es casualidad ver todavía a abogados y hastahombres de letras al frente de tropas. Ciertamente, Roca no era Bartolomé Mitre –en tanto para Roca la actividadmilitar había sido durante años su actividad central, cosa que no había sido así en el caso de Mitre– pero Rocatampoco era un militar profesional de carrera como lo sería, por ejemplo, Perón.

Durante los años ochenta, y a pesar de creer en la importancia de un ejército profesional, Roca norealizó demasiados esfuerzos en ese sentido: por un lado, le preocupaban otras dimensiones de la construccióndel poder estatal que le parecían más acuciantes y, por otro, no hay que descartar que en tanto sabía cómo con-trolar esa máquina bélica tal como era, no consideraba prudente aplicar demasiados cambios sobre ella.

En 1880 el oficial de este ejército de línea no es aún un profesional, las jerarquías no son rígidas, losascensos no están sometidos a una norma común: la actividad militar es en muchos sentidos una expresión másde una vida política signada por un agudo faccionalismo. Ni siquiera se trata de una carrera prestigiosa en símisma: cuando el pequeño Agustín Justo comunicó a su padre4 que ingresaría al Colegio Militar, éste le negó supermiso, y cuando su hijo logró ingresar de todas maneras en contra de sus deseos, dejó de hablarle por largotiempo. Justo padre imaginaba para su hijo un futuro como abogado y político lo cual, a tono con la época, nodescartaba para nada el uso eventual de las armas o las insignias de oficial. Pero una carrera militar iniciada enel Colegio no era aún una opción socialmente apetecible.

Sin embargo, las cosas estaban empezando a cambiar. En 1890, en ocasión de la Revolución delParque, el cadete Justo de apenas catorce años participó en el bando revolucionario de la única acción armadaque vivirá en toda su vida: el futuro caudillo y hombre fuerte de la fuerza, abanderado de lo que en los añosveinte del siglo XX se llamará la línea “profesionalista”, experimentó la única y breve batalla de toda su vida enel seno de la lucha facciosa entre los grupos y partidos políticos. En adelante, su carrera atravesaría por otras ins-tancias más acordes a una burocracia profesional: pero son oficiales como él, con una gran formación pero sinmayor experiencia de combate, los que marcarán el rumbo de la fuerza luego de las reformas del novecientos.

En los años ochenta, aunque muy lentamente, el Ejército ya está comenzando el diseño de un nuevomodelo que se consagrará a comienzos de siglo y que puede caracterizarse por una triple condición: por un lado,una rígida pero eficaz organización jerárquica y burocrática, por otro, una sólida base técnica, por último, unamisión civilizatoria dentro de la sociedad que trascendía el rol de una organización destinada exclusivamente alas tareas militares de defensa.

Uno de los primeros rubros en los que comenzó a delinearse el nuevo modelo que sumaba destrezastécnicas y misión nacional fue el relevamiento y confección de la cartografía del Estado nación. En efecto, fue elEjército, como rama del Estado, la agencia encargada de definir el perfil cartográfico de la Nación Argentina. De esta

4 El padre del futuro presidente era un político destacado de las filas mitristas. Llegó a ser gobernador de Corrientes; combatió primerocomo parte del Ejército Nacional contra López Jordán y luego como parte de la milicia correntina. Más tarde participó de las tropasporteñas que enfrentaron a Roca. Al respecto véase Rosendo Fraga, El general Justo, Buenos Aires, Emecé, 1993; y Luciano dePrivitellio, Agustín P. Justo, las armas en la política, Buenos Aires, FCE, 1997.

CAPÍTULO 3 / 1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

LUCIANO DE PRIVITELLIO - El Ejército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización y nuevo estilo político

Para dar cuenta de la relación de la institución con la política durante el siglo XX es necesario revisaralgunas perspectivas de análisis que pueden dar lugar a miradas demasiado sesgadas y esquemáticas. En primerlugar la propia historia institucional de la fuerza, en segunda instancia, la subsumisión de la intervención de lafuerza en la política en la serie de golpes de Estado iniciados en 1930, por último, la visión que convierte a la fuerza enun actor homogéneo, coherente y a la vez aislado del resto de la sociedad.

En el primer caso, el riesgo es el de toda historia que se sustenta sobre un mito de orígenes y que, alconvertir a un actor en una especie de sustancia siempre igual a sí misma, ignora o quita importancia a los cambios,por más profundos que éstos sean. Es posible que actualmente el Ejército considere que su origen se ubica en1810, sin embargo esto es cierto a condición de que se acepte que dicha continuidad no supone sino el recono-cimiento de un antecedente en extremo remoto y no, en cambio, elementos o características comunes. El Ejércitode las guerras revolucionarias no se parece absolutamente en nada al que analizaremos aquí y tampoco arrastraninguna continuidad institucional, aun cuando el último quiera reconocerse en el primero. Este reconocimientoimplica un proceso de construcción de identidad, por otra parte absolutamente legítimo en términos institucionales–las instituciones construyen su historia identitaria de esta manera– pero del que no deben extraerse mayores con-secuencias analíticas.

El segundo problema es todavía más importante. Con la instauración del régimen constitucional en1983, se construyeron y popularizaron una serie de imágenes del pasado de la Argentina destinadas en buenamanera a fundar una tradición democrática y republicana en un país que, sin embargo, carecía notoriamente deellas. En buena medida, las llamadas teorías de los “demonios” –sean ellos uno o dos– apuntan hacia ese objetivo:si las catástrofes y las tragedias recientes y antiguas se debían a estos demonios, esto era así porque en la sociedad–ajena a dichos demonios– anidaba en cambio una natural tendencia hacia la democracia. No se trata de contrastaresta visión con un análisis detallado del pasado que pretende explicar: es evidente que no resistiría la menor aten-ción crítica. Pero también es notorio que esta imagen resultó ser de capital importancia para dar al frágil procesode institucionalización constitucional y democrática iniciado en 1983 algún pilar sobre el cual sustentarse. De estaforma, los llamados “golpes de Estado” fueron colocados en una serie explicativa más o menos homogénea quese extendería desde 1930 hasta 1976 y que reconocería actores y circunstancias más o menos equivalentes (vg:militares, oligarquías, etc.). Este período pasó a ser considerado como una “era” a la que, a la vez que se da porconcluida, se le otorga una serie de rasgos comunes cuyo resultado es ocultar las diferencias, a veces enormes, quehay entre cada uno de estos sucesos.1

El tercer problema es en muchos sentidos consecuencia de los dos primeros. Al asumirse el esfuerzoa la vez político y analítico por concebir el rol de la fuerza en la política, se puede terminar creyendo que se tratade un actor homogéneo, coherente y, sobre todo, apartado del resto de la sociedad argentina.

La intención de este trabajo es, en cambio, devolverle al período 1900-1930 su condición de presente,analizando estos cambios en su contexto histórico específico y sin pensar en las tensiones que vivirá la fuerza enla segunda mitad del siglo, las que, por otra parte, y como argumentaremos aquí, se vinculan menos con los cambiosque se producen en el paso de un siglo a otro que con otros procesos que se producen al finalizar el período quehemos seleccionado.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el paulatino surgimiento y consolidación del Estado nacionalprovocó una serie de fuertes conflictos que tuvieron por eje el uso y monopolio de la Fuerza Armada.2 Las accionesmilitares que enfrentaron al Ejército Nacional con las milicias provinciales fueron un elemento más, sin dudas elmás importante, de lo que por entonces era un problema fundamental: la relación entre las provincias y el Estadocentral, problema que la aprobación de la Constitución en 1853 no había resuelto. El conflicto por el uso mono-pólico de la Fuerza Armada adquirió desde un principio el sentido que había caracterizado toda la problemáticapolítica que sucedió al colapso del Imperio español en la zona rioplatense y que tuvo su eje en la disputa entreentidades territoriales con base inicial en las ciudades transformadas pronto en provincias al incorporar la campaña.3

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1 Ésta es la hipótesis que desarrolla, por ejemplo, la película La República Perdida que tuvo un gran éxito durante la campaña electoralde 1983, pero es también la que defendió el gobierno de Raúl Alfonsín en su política hacia los sucesos de los años setenta.

2 Sobre esta cuestión véase Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. De la mismaautora: “El pueblo uno e indivisible. Prácticas políticas del liberalismo porteño”, en Lilia Ana Bertoni y Luciano de Privitellio (comps.),Conflictos en democracia, la vida política argentina entre dos siglos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

3 Al respecto véase José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados. Orígenes de la Nación Argentina (1810-1846), Buenos Aires,Ariel, 1997

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nueva misión destinada menos a incrementar su poderío bélico (aunque esto también formó parte de los objetivos)que a garantizar la implantación de una conciencia nacional entre la población: el servicio militar obligatorio.

Cuando Roca asumió por segunda vez el gobierno en 1898, lo hizo con una fuerte autocrítica deloptimismo que había caracterizado su primer mandato. Junto con el temor por una elite política levantisca y fac-ciosa que no duda en tomar las armas y hacer revoluciones –la revolución siguió siendo siempre objeto de suodio–, agregó el temor por una sociedad en la que parecen incubarse varios elementos negativos. Entre ellos, unose trataba de la tendencia al conflicto social; otro, de la presencia de una multitud de inmigrantes que no asumíanla identidad argentina como propia. De allí que el SMO, si bien también se vinculó con la posibilidad de unenfrentamiento con Chile, tuvo un fuerte perfil civilizador: debía convertir a los conscriptos a la vez en ciudadanospacíficos y en argentinos patriotas. Esta tarea no era exclusiva del Ejército –también la escuela, por ejemplo, debíarealizarla–, pero la fuerza acuñó rápidamente el carácter misional de su nuevo rol y se sintió como un eslabóncrucial en la construcción de la conciencia nacional y ciudadana. El SMO formó parte de toda una batería de refor-mas planteadas por el segundo roquismo (reforma electoral de 1902, que fue aprobada aunque luego anuladaen 1905; código de trabajo, que nunca fue aprobado): vista en esta perspectiva, es más fácil advertir hasta dondeel SMO tuvo objetivos de largo plazo a la vez civilizatorios y nacionalizantes, mucho más que los objetivos mili-tares inmediatos y coyunturales.

Hacia el primer Centenario, entonces, se ha consolidado un nuevo modelo militar que no es ni el dela milicia ni el del viejo ejército de línea de los años de 1880. Este modelo se basa en la presencia de un grupo deoficiales profesionales y fuertemente disciplinados, salidos todos de una única institución formadora y sometidaa una única carera de ascenso cuyas etapas estarían pautadas por instituciones de formación superior (como laEscuela Superior de Guerra). A su vez, estas instancias estarían controladas por la propia oficialidad superior dela fuerza, con lo cual los ascensos quedarían sometidos a criterios institucionales y profesionales delineados porel Estado Mayor. En este sentido, la creación de la Escuela de Suboficiales en 1908 consagró la distinción entre loscuerpos de oficiales y suboficiales y eliminó los ascensos entre uno y otro, ascensos que en cambio eran muycomunes anteriormente. De esta forma, los ascensos quedarían fuera de las lógicas anteriores, basadas más bienen criterios políticos o en los desempeños en los campos de batalla los cuales, por otra parte, ya no formaríanparte de la experiencia directa de los militares argentinos.

Cuando en 1912 el presidente Sáenz Peña le otorgó al Ejército un rol de importancia en los procesoselectorales (uso del padrón militar, control de las votaciones y de las urnas), según la ley de reforma electoral quelleva su nombre, eso sucedió porque consideraba que el proceso de construcción del nuevo modelo militar ya seencontraba muy avanzado. Dado que ahora eran el profesionalismo y los saberes técnicos –dentro de una carreraburocrática donde las escalas estaban perfectamente determinadas más allá de cualquier arbitrariedad política–lo que caracterizaba a la fuerza, no había riesgos al comprometerla en los procesos electorales. El Ejército eraconsiderado como una institución ajena a los avatares de la política y, por eso, garantía de la imparcialidad quebuscaba el presidente reformador.

Dos analistas de la relación entre el Ejército y la política (Rouquié y Forte),8 han insistido sobre estepunto y han encontrado aquí una explicación de una parte de lo sucedido durante el siglo XX. Según ambos autores,la intención de todas las reformas consistía en aislar a los oficiales para mantenerlos ajenos a la vida civil y polí-tica. De ello desprenden que los oficiales acentuaron una tendencia hacia el aislamiento (incluso en su vida coti-diana), lo cual habría derivado bien pronto en la formación de una corporación aislada del resto de la sociedad.Y, a partir de este argumento, explican la conformación de un “partido militar”, una fuerza pretoriana guardianade los valores de la nacionalidad que irrumpirá contra gobiernos civiles a través de sendos golpes de Estado. Sinembargo, esta visión de una fuerza aislada del mundo social no resiste el análisis, como tampoco su asociacióncon una modalidad pretoriana y mesiánica de intervención en la política siempre igual a sí misma. El problemaconsiste en pensar el período que va de 1900 hasta los años treinta como un antecedente de un período por venir,y no dentro de su propia lógica de época, y también en creer que la fuerza actúa más o menos de la misma formadesde septiembre de 1930 hasta marzo de 1976.

8 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1978, 2 tomos; Riccardo Forte, “Génesis delnacionalismo militar. Participación política y orientación ideológica de las fuerzas armadas argentinas al comienzo del siglo XX”, enSignos Históricos, año 1, vol. 1, Nº 2, México, Universidad Autónoma Metropolitana, diciembre de 1999.

forma, la fuerza pasó a ocupar un lugar central en lo que se convertiría en uno de los componentes básicos de laidentidad territorial, a saber, la identificación de la nación con un contorno y unos contenidos de orden cartográ-ficos.5 Obviamente, existía una justificación específicamente militar para esa empresa militar, pero esta miradamás estratégica siempre estuvo acompañada por la idea de que cartografiar el país era una condición para el des-arrollo de una conciencia territorial de orden nacional. Paradójicamente, esto sucedía mientras en muchos otrospaíses del mundo occidental se estaba dejando de percibir a la cartografía en un sentido puramente estratégicomilitar, y el trabajo del cartógrafo comenzaba a asociarse con instituciones científicas específicas compuestas porgeógrafos, ingenieros y cartógrafos. En el caso argentino, ante la ausencia de tal universo disciplinar, el Estadorecurrió a la única e incipiente burocracia técnica preparada para esta empresa: la IV sección del Estado Mayorque se convertirá en el Instituto Geográfico Militar (IGM) a comienzos de siglo XX y que en los años cuarenta –apartir de la llamada Ley de la Carta– y hasta prácticamente nuestros días tendrá el monopolio y control de todala cartografía producida e impresa en el país. De esta manera el Ejército comenzó a desempeñar tareas que enotros países se vinculaban con ámbitos civiles, simplemente porque era el único organismo en condiciones de des-arrollarla. Pero, a su vez, esta presencia dejará su impronta hasta nuestros días, cuando no es difícil observar ladimensión geopolítica en la mirada sobre el territorio argentino, por ejemplo, en temas tales como la consideraciónde la porción de la Antártida pretendida por el Estado argentino como un territorio soberano, o la obligación demostrar la isla Martín García en una escala mayor a la del resto del mapa para que aparezca dibujada en ellos.La confección del mapa y la naturalización de una identidad territorial es una de las primeras misiones no estric-tamente militares encaradas por este ejército que estaba cambiando lentamente hacia un nuevo modelo de fuerza.

Pero esta misión atribuida al Ejército preocupado por definir la naturaleza de la nacionalidad y laentidad territorial de la nación, ante el doble temor de la inmigración y la expansión imperial europea, y ante lapresión por la consolidación de fronteras estables y precisas, es sólo el comienzo del involucramiento de la fuerzaen actividades equivalentes.

Durante los críticos años noventa, que hoy sabemos fueron claves en infinidad de sentidos para lahistoria argentina, los cambios en la organización militar comenzaron a acelerarse. La crisis e inestabilidad eco-nómica y política, la inmigración masiva, la conflictividad social y la tensión con Chile alentaron este cambio deperspectiva. En este clima, el ritmo tranquilo de los ochenta, cuando parecía haber tiempo para hacer las cosas,dejó lugar a la preocupación por una rápida profesionalización y una centralización de los mandos y los controlescastrenses. Primero fue el establecimiento de los códigos de justicia militar, que reemplazaron no sólo a los anti-guos reglamentos de Carlos III sino, sobre todo, a la pura arbitrariedad que se había establecido como normaimplícita. Estos códigos garantizaban a la vez una férrea disciplina y un control centralizado del procesamientode las faltas y delitos.6

Con la llegada de Roca al gobierno por segunda vez en 1898 se aceleró el camino de la reforma pro-funda, dirigida por su ministro de Guerra, general Pablo Ricchieri. El Estado Mayor fue reorganizado por completo,con el objeto de establecer una rígida centralización de mandos, dividir las tareas y las áreas de competencia, y acla-rar los caminos que debían recorrer las órdenes. Asimismo, se endurecieron las condiciones para acceder al EstadoMayor, primero estableciendo la obligación de ser egresado del Colegio Militar (que luego se extendería a la con-dición de oficial de la fuerza) y, más tarde, la de haber pasado por la Escuela Superior de Guerra.

Es a esta fuerza que está comenzando a definirse como una burocracia,7 capaz de autorregular sucarrera interna y a la vez de establecer los códigos y sanciones de la profesión, a la que se le encomendará una

5 Evidentemente no nos referimos al territorio real (que por razones obvias es desconocido para una abrumadora mayoría de la pobla-ción) sino a su representación cartográfica. Al respecto véase Carla Lois y Malena Mazzitelli Mastricchio, “Una historia de la cartogra-fía argentina”, en L. Weisert y J. C. Benedetti (comps.), 130 años del Instituto Geográfico Nacional, 1879-2009, Buenos Aires,Presidencia de la Nación Argentina, Ministerio de Defensa, CONICET, 2009.

6 Véase Juan Fazio, Reforma y disciplina. La implantación de un sistema de justicia militar en Argentina (1894 -1905), mimeo (disponibleen línea: <http://historiapolitica.com>). Debo agradecer muy especialmente a Juan Fazio, cuyos trabajos (hasta donde sé inéditos) ycharlas sobre la situación del Ejército a comienzos del siglo XX me han resultado imprescindibles para el desarrollo de estas ideas sobreel Ejército y la política.

7 Cabe aclarar que la palabra burocracia no incluye ningún sentido peyorativo. Por el contrario, a comienzos de siglo la conformaciónde diferentes agencias estatales con burocracias sólidas era un ideal perseguido por muchos pensadores y políticos. Uno de los padresfundadores de la sociología, Max Weber, realizará una sólida teoría al respecto, tomando como ejemplo una de las burocracias másadmiradas en esa época, la del Imperio alemán.

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de Uriburu quien, por otra parte, no ejercía ninguna clase de autoridad institucional en la fuerza. Incluso los ofi-ciales con mando de tropa que no simpatizaban con el Presidente, respondieron a los llamados de Uriburu conuna actitud fuertemente legalista, lo cual contrasta, como hemos señalado, con la actitud que solían tomar antesde las grandes reformas de 1900. Cuando Uriburu se apoderó de la Casa de Gobierno, los mandos de los princi-pales cuerpos del Ejército dudaron todavía en reconocerlo como nuevo presidente. Cuando las cosas fueron másclaras y Uriburu pudo exhibir las renuncias del presidente Yrigoyen y de su vice, Enrique Martínez, sólo entoncesdecidieron acatar al nuevo gobierno. El golpe de 1930 fue mucho más un movimiento civil encarado por la opo-sición a Yrigoyen y una escasa fracción de oficiales, que un golpe institucional del Ejército.11

Esto no debería sorprender. En cuanto se abandonan las miradas teleológicas y sustancialistas que creenque las actitudes del Ejército y de sus oficiales fueron siempre más o menos las mismas, se advertirá que, fueranradicales o profesionalistas, en la amplia mayoría de los oficiales anidaba una mirada respetuosa de las institu-ciones. En el Colegio Militar se enseñaban materias de Instrucción Cívica según los planes diseñados por el propioJusto durante su paso por la dirección de la institución (1915-1922). Desde el punto de vista ideológico-político,los oficiales eran preponderantemente radicales o liberales. Las posiciones proto-fascistas o corporativistas deUriburu gozaban de algunos apoyos castrenses, pero éstos no eran mayoritarios ni mucho menos. Y, por otra parte,el rechazo que tanto en la opinión política como entre los cuadros militares despertaban sus ideas, le garantizóun rápido desgaste de su poder y el abandono de todas sus intenciones de regenerar a la Argentina medianteuna reforma constitucional. La versión uriburista del golpe de 1930 resultó en un fracaso rápido y contundente.

Sin embargo, a mediados de los años veinte estaba comenzando a forjarse el proceso que cambiaríaesta situación de raíz. Desempeñándose Justo como ministro de Guerra del presidente Marcelo T. de Alvear, en1927 monseñor Copello se había hecho cargo de la dirección del vicariato castrense: de su intensa actividad en elcargo nacería una relación destinada a tener profundas consecuencias políticas, tantas como hasta ese momentolas había tenido el proceso de reforma y burocratización.12 Decidida a dejar una marca indeleble en la formaciónde la oficialidad, la vicaría castrense ofreció a los jóvenes oficiales una visión del mundo a tono con los preceptosde la Iglesia preconciliar profundamente refractaria del mundo liberal y democrático: integrista, corporativa,furiosamente nacionalista, antisemita, autoritaria, antidemocrática y antiparlamentaria. El neotomismo imperantese basaba además en una furiosa crítica a las concepciones de la sociedad sostenida en los derechos de los indi-viduos considerados iguales. Esta visión del mundo no sólo se presentó como una alternativa atractiva frente alas perplejidades abiertas por la crisis mundial, que habían puesto a las convicciones liberales y democráticas a ladefensiva, sino que entusiasmó especialmente a los hombres de armas, ya que les reservaba un lugar de privilegiocomo portadores de las virtudes de una nación que ahora se identificaba en una unidad sin fisuras con el catoli-cismo. La guerra civil española, seguida con interés y entusiasmo por sacerdotes y oficiales, consolidó esta iden-tidad agresiva y mesiánica que fue amalgamando la Cruz y la Espada en nombre de los mismos valores. Este pro-ceso fue mucho menos ruidoso que las siempre citadas influencias que los regímenes fascistas europeos habríantenido entre los oficiales, pero, por eso mismo, su concreción fue más firme, sus avatares menos dependientes delos cambios coyunturales y sus consecuencias de más largo aliento. Esta nueva situación militar fue la que produjoun desgaste del poder de Justo dentro de la institución. Su lugar como referente de una visión a la vez profesiona-lista, tecnicista y liberal de la sociedad y la política, que años antes le había garantizado un prestigio y una hege-monía incontrastable, estaba siendo socavado por esta nueva pedagogía de una Iglesia a la que él mismo habíadado cabida dentro del Ejército. Si entre 1914 y 1930 Justo había sabido ganarse el favor de los jóvenes oficialesque recibían instrucción en los institutos castrenses y que ahora ocupaban lugares importantes en la estructurade mando, las nuevas camadas se estaban educando con otros parámetros y otros referentes: sólo faltaba queuna facción nacionalista y profundamente refractaria a la democracia liberal se organizara como tal, encontrarasus líderes y precisara sus objetivos. Retomaba de la vieja estructura la idea de una misión, pero su misión eraotra: la legalidad constitucional no formaba parte de sus preocupaciones. Sí, en cambio, la salvación de una patriaidentificada con la fe católica. Ese sector irrumpió en la escena luego de que la muerte de Justo dejara al sector

11 Acerca del golpe de septiembre de 1930 véase mi “La política bajo el signo de la crisis”, en Alejandro Cattaruzza (coord.), Crisis eco-nómica, avance del Estado e incertidubre política (1930-1943), Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

12 Véase Loris Zanatta, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943, Bernal, UNQ, 1996.

En cambio, sostenemos que hasta los años treinta la tendencia a la profesionalización estará siempreen tensión con la presencia en la fuerza del faccionalismo político, que no fue de ninguna manera erradicado, yque eso sucede precisamente porque ese Ejército tiene lazos sólidos y estrechos con el mundo “civil”. Es indudableque en este período se está creando el espíritu de cuerpo, pero ese proceso de creación describe sólo una partede la experiencia de los oficiales. Más aun, el hecho de que los oficiales superiores tuvieran que insistir constan-temente sobre la importancia de este espíritu podría ser más una señal de la preocupación por crearlo que de sudefinitiva e incontrastable existencia.

Los lazos de los oficiales con la sociedad son mucho más fluidos de lo que la idea de una profesiona-lización y una vida centrada en el Colegio y los cuarteles parece indicar. En primer lugar, porque todavía haymuchos oficiales del “viejo Ejército” en funciones. Uriburu, Dellepiane, Justo, Mosconi son apenas algunos ejem-plos de estos oficiales para los cuales el cuartel constituye sólo una parte de sus vidas. Los dos últimos, por ejemplo,habían obtenido su título de ingeniero en la Universidad de Buenos Aires. En segundo lugar, porque las tareascivilizatorias encomendadas por los sucesivos gobiernos los conectan muy estrechamente con el resto del universosocial. Al circular por los cuarteles de todo el país, al recibir cada año a una nutrida cantidad de jóvenes conscriptosy al interactuar con las sociedades locales del interior, los oficiales aprenden a conocer muchas realidades y ainteractuar con ellas.

Pero, sobre todo, el Ejército no deja de participar en la política facciosa, porque es todavía una cos-tumbre muy arraigada y porque es la propia política la que los convoca recurrentemente. Los convoca por ejemploa la hora de reprimir la conflictividad social, como lo hace Hipólito Yrigoyen en 1919 en la Capital, o un poco mástarde en la Patagonia. También se los convoca a la hora de las intervenciones federales, una vieja modalidad decontrol político que, como sabemos, no se interrumpe con la llegada del radicalismo al poder en 1916.9 Se losconvoca además a la hora de dirigir una empresa energética, como sucede con Mosconi en YPF. Se los convoca,finalmente, al levantarse una parte del arco político contra un gobierno al que se define como una tiranía, comosucede en 1905 y 1930.

En el imaginario del propio Yrigoyen, la existencia de un Ejército puramente profesional era sólo unafalacia de lo que gustaba llamar “el régimen abyecto” (toda la realidad política anterior a su llegada al poder)que, según decía, él venía a sepultar. Por eso, recurrió inmediatamente a la implementación de la llamada “políticade las reparaciones” destinada a premiar a aquellos oficiales que habían participado de las revoluciones radicales(sobre todo la de 1905) con ascensos vertiginosos y destinos de relevancia. Por eso, además, nombró a un civil,Elpidio González, como ministro de Guerra y jefe operativo de la fuerza.10 El presidente radical no advertía hastadonde esta política se enfrentaba con los nuevos criterios burocráticos de la fuerza y con los sistemas de ascensoque eran controlados desde el Estado Mayor. Por eso, aun los oficiales de indudable simpatías con el radicalismo(como Uriburu y Justo) comenzaron a alejarse de él y a constituir una oposición a esta irrupción de un criteriopolítico (en rigor, radical) en nombre del “profesionalismo”. En los años veinte, una logia de oficiales medios lide-rada por el coronel Luis García (la Logia General San Martín) decidió enfrentar al gobierno esgrimiendo precisa-mente banderas profesionalistas. En 1929, las elecciones del círculo militar enfrentaron a una facción de oficialesradicales (cuyo líder era el general Dellepiane) con otra profesionalista (cuya cabeza visible ya era el general Justo).A pocos meses del golpe de septiembre de 1930, ganaron la elección los oficiales radicales.

Evidentemente pese a ser ya una burocracia altamente organizada, la idea de una fuerza profesionalajena a la política no describe adecuadamente la situación del Ejército. Por el contrario, para 1929 la instituciónreproducía con absoluta fidelidad la polarización que ya ganaba la política nacional entre yrigoyenistas y antiyri-goyenistas. En efecto, las viejas identidades políticas en parte se diluyeron en la elección presidencial de 1928:todo el arco político se organizó alrededor del apoyo o el rechazo al líder personalista. Y, como sucedía en la sociedad,en el Ejército también predominaban los yrigoyenistas. Esto explica por qué el movimiento de septiembre de 1930fue un rotundo fracaso en el plano militar como lo revelan, por ejemplo, las memorias del coronel José María Sarobeo del entonces capitán Perón, pero, sobre todo, como lo prueban las escasas tropas que acompañaron la aventura

9 Al respecto véanse Natalio Botana, El Orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1977;y Ana Virgina Persello, El partido radical. Gobierno y oposición, 1916-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.

10 Durante todo el período que abarca este artículo, el Ministro de Guerra es el jefe operativo de la fuerza, por esa razón, la cartera eraocupada generalmente por militares. A diferencia de lo que sucede en nuestros días, el Ministro era la presencia militar en el gobiernoy no un civil que representa al Presidente ante la fuerza.

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liberal sin jefe, en junio de 1943. Esta vez, el golpe tuvo mucho de pretoriano: fue encabezado por la máximaautoridad de la fuerza (el ministro de Guerra, general Ramírez) y se dispuso a modificar de raíz el sistema políticoargentino. Pocos fueron los civiles que aplaudieron, salvo algunos radicales que inicialmente creyeron que se pon-dría fin a la experiencia del fraude y, por supuesto, los militantes nacionalistas. Pero Ramírez carecía de las virtudespolíticas necesarias para ser un verdadero caudillo de la fuerza. Con el ascenso vertiginoso de Perón una nuevaetapa se iniciaba en la historia de la Argentina y de su Ejército.

BIBLIOGRAFÍA

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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145Introducción

El período que los historiadores suelen denominar la “Argentina moderna” (1880-1930) –aunquesería más correcto decir modernizada–, tiende a ser considerado una unidad en términos económicos –por la pre-eminencia del modelo primario exportador, si bien la sustitución de importaciones industriales comenzó en eltranscurso de este período– y subdividido en dos en lo político (1880-1916 y 1916-1930), siendo la llegada del radi-calismo y de Hipólito Yrigoyen a la presidencia de la República el hecho divisorio.

Aquí sostendremos una posición diferente en lo que atañe a la periodización política, considerando1912 como el año de corte. También consideraremos que entre 1880 y 1930 el país atravesó una situación de exis-tencia de un Estado y una sociedad civil fuertes, relación que no terminó de consolidarse. Hubo un progresivofortalecimiento de la sociedad civil, pero fue un fortalecimiento corporatista. En ese contexto, el sistema político–con su doble mediación y lógica, la partidaria y la corporativa– acentuó la debilidad de los partidos y la fortalezade las asociaciones de interés, díada que, a su vez, operó en el sentido de un creciente afianzamiento del podery del papel del Estado. La debilidad del sistema político, la fortaleza estatal y la primacía del principio nacional-estatal sobre el nacional-popular fueron parte del entramado que contribuye a explicar cómo, en el medianoplazo, se constituyeron las bases de un Estado crecientemente partícipe en la mediación conflictiva entre las dife-rentes clases y grupos sociales y, por lo tanto, dispuesto a atender satisfactoriamente las demandas de otros gruposque no fueran exclusivamente los dominantes, función redistributiva del Estado que, como es sabido, alcanzó sumomento culminante bajo el peronismo (1946-1955). Las modificaciones de la forma (por la ley electoral de 1912)y de las funciones del Estado (cada vez más redistributivas, como acaba de señalarse) implicaron la clausura defi-nitiva del Estado oligárquico. No obstante, la extensión del derecho de ciudadanía política, la paulatina consecu-ción de la ciudadanía social y la regulación estatal del conflicto social no alcanzaron para asegurar una adecuadatransición del régimen oligárquico al democrático, la cual se truncó en 1930 con el golpe de Estado.

Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema

político argentino (1880-1930)

WALDO ANSALDI

UBA / CONICET

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL

Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

3

CAPÍTULO

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Los episodios de la Revolución del Parque son muy conocidos y no serán repetidos aquí. Desde elpunto de vista de los sectores más radicales, la insurrección fracasó por varios motivos, entre los cuales fue signi-ficativa la connivencia entre el jefe militar del operativo, el general de brigada Manuel Campos, y el tenientegeneral Julio A. Roca. Otras razones, probablemente de mayor peso, fueron: 1) ausencia de mando político-mili-tar unificado; 2) subordinación de la dirección política a la dirección militar; 3) estrategia insurreccional fundadaen el accionar de un número limitado de cuadros civiles y militares con exclusión de participación y/o moviliza-ción popular organizada y de cierta envergadura; 4) virtual reducción de las operaciones a la Capital Federal.

En lo tocante a este último aspecto, parece harto significativo que un movimiento con aspiracionesde defenestrar el poder político nacional se planteara actuar en un espacio reducido, por más que en él se con-centrara el poder. En rigor, la estrategia se asemejó mucho más a un putsch que a una insurrección popular o, muchomenos aun, a una revolución.

A esas razones de índole técnico-militar deben añadirse otras que permiten comprender el momentopolítico-militar de la insurrección: la heterogeneidad de las fuerzas sociales y políticas involucradas, el carácterinstrumental que unas y otras asignaban a la insurrección y al eventual cambio de gobierno, lo que se apreciómuy bien después de la renuncia del Presidente.

La insurrección fue derrotada militarmente, Juárez Celman y sus acólitos lo fueron políticamente.Según la feliz expresión del senador católico cordobés Manuel D. Pizarro: “la insurrección está vencida, pero elgobierno está muerto”. No todos los perdedores salieron de la crisis de la misma manera. Lo más significativo delacontecimiento del Parque –una encrucijada en la cual los sujetos plantearon diferentes opciones para construirla historia– es que de ahí en más se bifurcaron los senderos políticos: la causa y el régimen, el acuerdo y la intran-sigencia, la oligarquía y la democracia. La división política de la burguesía en dos grandes alas –oligárquica una,democrática la otra– definió una parte esencial del escenario político del siguiente cuarto de siglo, dentro delcual también comenzaron a desempeñar su papel las clases media y obrera urbanas. Inicialmente, el radicalismo–el bonaerense en primer lugar– fue en buena medida expresión de la burguesía democrática y, a partir de ladécada de 1910, de la clase media, si bien en la Capital Federal debió competir con el Partido Socialista, que recogióvoluntades dentro de ella. La Unión Cívica Radical –partido a la norteamericana, abierto, sin programa preciso–y el Partido Socialista –agrupación de cuadros a la europea, doctrinaria y programática– representaron y dividieronel campo democrático, no pudiendo constituir un frente antioligárquico.

La fractura de la UC se produjo en 1891 como consecuencia de las negociaciones entre BartoloméMitre y Julio A. Roca, que culminaron en el llamado Acuerdo, consistente en la aceptación de la fórmula Mitre-Irigoyen, el mantenimiento de las situaciones provinciales y la supresión de toda lucha electoral. Es decir: la con-tinuidad de las prácticas ya consagradas y la total abdicación de los principios enarbolados en 1889.

El Acuerdo dividió a la Junta Ejecutiva de la UC y al conjunto del partido. Alem, senador nacional porla Capital Federal, encabezó la oposición. El 26 de junio de 1891 se reunió el Comité Nacional con el objeto de dis-cutirlo. De sus 56 integrantes, sólo asistieron los 32 opositores. Los 24 partidarios sesionaron por separado, lo rati-ficaron, realizaron luego nuevas reuniones con representantes del PAN y finalmente, reunidos en la ConvenciónNacional, cambiaron la fórmula presidencial, reemplazando a Irigoyen por José Evaristo Uriburu. Los primerosformaron la Unión Cívica Radical (UCR); los segundos, la Unión Cívica Nacional (UCN). La UCR se distinguió por laintransigencia; la UCN, por la componenda (que no es la negociación sin renuncia a los principios). De hecho, unay otra de estas notas distintivas de dos fuerzas que se reclamaban modernas, no hicieron más que expresar, nue-vamente, una constante de la cultura política argentina.

El Parque representa la debilidad y la fortaleza de la hegemonía organicista. La debilidad generó elintento insurreccional democratizador; la fortaleza permitió su derrota y una solución que reforzó el modo oligárquicode ejercer el poder. En el Parque se bifurcaron los senderos de la burguesía (el oligárquico y el democrático) y, asu vez, los senderos de las fuerzas democráticas (un sector de la burguesía, la clase media, y algunos sectores obrerosy trabajadores). El Parque fue el prólogo de la derrota oligárquica y del triunfo democrático de 1912-1916, perosu epílogo fue la derrota democrática de 1930, con su larga secuela de inestabilidad y debilidad, cuando no ausen-cia, de la democracia política.

El año 1890 constituyó, en buena medida, un nudo histórico. La crisis económica y la crisis políticaredefinieron el rumbo de la sociedad argentina, afirmando las corrientes favorables a un modelo económicoagroexportador con dominación política oligárquica. La crisis económica enervó posibilidades de un desarrollo indus-trial autónomo o de uno combinado agroganadero e industrial. Significativamente, poco después, el desarrollorural pampeano viró de la vía farmer –pequeños y medianos productores propietarios de las tierras que trabajaban–,

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WALDO ANSALDI - Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

El Parque de los senderos que se bifurcan

La Argentina modernizada se organizó políticamente bajo la forma oligárquica, es decir, un régimende participación ciudadana restrictivo, con un poder concentrado en un grupo minoritario, reacio a la ampliacióndel quantum con capacidad de decisión.1 El modo oligárquico de ejercer la dominación política fue cuestionadotempranamente. En primer lugar, por otros sectores de la propia burguesía que, al mismo tiempo que reclamabanla ampliación del sistema de decisión política, ratificaban su adscripción al modelo económico y a los valores cul-turales definidos por la fracción políticamente triunfante. A este reclamo por la democracia política se sumaronnuevos sujetos sociales: las clases media y obrera urbanas. La tensión estalló en julio de 1890, entremezclando lacrisis económica con las demandas políticas que, en este plano, también constituían una crisis. Una conjunción defuerzas civiles y militares generó una insurrección en procura de la destitución y reemplazo del gobierno nacional.Empero, la “caldera” política había entrado en ebullición un año antes. En efecto, la oposición porteña al presi-dente Juárez Celman se organizó, a partir del 1º de septiembre de 1889 (mitin del Jardín Florida), en la UniónCívica de la Juventud –de la cual formaron parte, entre otros, Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Aristóbulodel Valle, Leandro Alem–, asociación que reclamó el respeto de las libertades públicas, la pureza de la moral admi-nistrativa, el libre ejercicio del derecho de sufragio, la efectiva vigencia de las autonomías provinciales, dentro deonce puntos que incluyen, desordenadamente, demandas y propuestas de acción.

El 13 de abril de 1890, en la Asamblea reunida en el Frontón de Buenos Aires, en la cual participarontambién los católicos liderados por Pedro Goyena y José Manuel Estrada, se convirtió en Unión Cívica (UC), siendosu presidente Leandro Alem. Entre sus propulsores, integrantes y/o aportantes de fondos se encontraban nombresdestacadísimos de la gran burguesía terrateniente: Anchorena, Ayerza, Beccar Varela, Martínez de Hoz, LeonardoPereyra, Félix de Álzaga, Torcuato de Alvear, Carlos Zuberbühler. Según Mariano de Vedia y Mitre, “la organiza-ción de los clubes parroquiales de Unión Cívica” se apoyó “en las clases más distinguidas de la sociedad”.2 Lanueva organización optó por el camino de la violencia y se dedicó a preparar una insurrección cívico-militar.

Esa insurrección es conocida como Revolución del Noventa o Revolución del Parque. Participaron deella fuerzas sociales y políticas diferentes, cuyos objetivos no siempre eran coincidentes, salvo en el principal, elcambio de gobierno. Un rasgo distintivo fue el de la participación convergente de sectores distintos y antagónicosque lograron articular un “frente único”: mitristas, católicos, la corriente Alem-Del Valle y burgueses terratenientes(como los antes citados). Estos últimos pretendían recuperar un control más estrecho del Estado, al que veían diri-gido por una camarilla que tendía a independizarse de las fuerzas sociales reales que le servían de sustento.Terratenientes y financistas aportaron los fondos necesarios para atender los gastos materiales del movimiento.

Los mitristas (sectores del comercio y la pequeña burguesía) perseguían un acuerdo con el gobierno–con el roquismo, más no con el juarismo–, como fórmula de solución a la crisis económica y política. Los católicosprocuraban limitar el alcance de las reformas laicas, liberales, a menudo anticlericales, dispuestas por Roca yJuárez Celman, amén de una cierta defensa de la industria nacional. Los cívicos de Leandro Alem levantaban latriple consigna del sufragio universal, la frontal e intransigente oposición al acuerdo con el roquismo y la luchacontra la corrupción. Los terratenientes bregaban por una salida que resguardara espacios fundamentales de sobe-ranía económica, reaccionando frente a la política juarista de excesivas concesiones al capital extranjero. La juventuduniversitaria porteña y cuadros del Ejército y la Marina también se encontraban entre los insurrectos, quienes pro-clamaron en el manifiesto:

No derrocamos al gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos paradevolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional.

No se cuestionaba el modelo primario-exportador, la estructura socioeconómica del país. La impug-nación estaba dirigida, inequívocamente –al menos en lo argumental–, contra el orden político vigente, al cualse aspiraba modificar.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

1 Véase Waldo Ansaldi, “Frívola y casquivana, mano de hierro en guante de seda. Una propuesta para conceptualizar el término oligar-quía en América Latina”, en Cuadernos del Claeh, año 17, Nº 61, Montevideo, 1992, pp. 43-48.

2 Mariano de Vedia y Mitre, Historia de la Unidad Nacional, Buenos Aires, Estrada, 1946.

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La cuestión de la mediación entre la sociedad civil y el Estado

En un régimen político democrático liberal –o al menos fundado jurídica y políticamente en sus prin-cipios–, el canal por el cual se expresan las demandas de la sociedad civil ante el Estado lo constituyen los partidospolíticos y el Parlamento. Es decir, los partidos con representación parlamentaria son quienes operan como agentestransmisores de las demandas de la sociedad civil al Estado.

El sistema de partidos durante los años 1891-1930 estuvo constituido, básicamente, por el PartidoAutonomista Nacional (PAN) que desapareció hacia 1910 y fue sustituido por el Partido Conservador, la UniónCívica Radical, el Partido Socialista y, a partir de 1914-1915, por el Partido Demócrata Progresista. Excepto el PAN,no fueron partidos clasistas, al estilo de los europeos o los chilenos, quizás porque la estructura social no estabacristalizada y había una importante movilidad social ascendente.

El Partido Conservador fue el de los grandes propietarios de la tierra, aunque no careció –clientelismomediante– de base electoral popular, sobre todo en las provincias de Buenos Aires, Corrientes y del Noroeste argentino.

La UCR, según Rock, fue un partido inicialmente “retoño, en buena medida, de las facciones terrate-nientes” que, desde 1905, penetró “en los grupos de clase media urbana; luego de 1912 se convirtió en un vastopartido popular que abarcaba muchas regiones del país”, si bien siguió “en gran parte dominado por los propie-tarios de tierras”. En suma: “un movimiento de masas manejado por grupos de alta posición social”.5

La UCR tuvo una pretensión totalizadora: “ser la Nación misma”, como decía el Manifiesto del 30 demarzo de 1916. De allí su preferencia por definirse como movimiento antes que como partido (Manifiesto del 13de mayo de 1905). La síntesis de la concepción omnicomprensiva, abarcadora de la totalidad social, fue formuladapor Hipólito Yrigoyen en su primer mensaje al Congreso Nacional, en 1916: “La Unión Cívica no está con nadieni contra nadie, sino con todos para bien de todos”.

El Partido Socialista era un partido básicamente urbano, integrado por artesanos y pequeños comer-ciantes, empleados, obreros y profesionales. Su fuerte electoral era la Capital Federal, donde obtuvo resonantestriunfos. Algunas esporádicas victorias en localidades del interior (Laboulaye, Resistencia, más tarde San Rafael yMar del Plata) no modificaron el rumbo. En buena medida, esa incapacidad de inserción en las provincias guardórelación con su errónea percepción de la composición étnica de la estructura social extrapampeana. Al igual quela UCR, el Partido Socialista fue un partido intransigente, reacio a alianzas con otras formaciones, a las cuales con-sideraba portadoras de prácticas viciosas del pasado, calificadas como “política criolla”. Recién en 1931 se apartóde esa postura, al constituir con el Partido Demócrata Progresista la efímera Alianza Civil, al solo efecto de enfrentara la fórmula conservadora en las elecciones presidenciales de ese año.

El Partido Demócrata Progresista quiso ser el partido orgánico de la derecha democrática, pero lascontradicciones internas y las ambiciones personales frustraron ese intento y terminó siendo un partido provincial(Santa Fe) con proyección nacional y con base en los sectores medios urbanos.

Esas cuatro grandes formaciones partidarias dominaron la escena política hasta 1945-1946. Sin embargo,no pudieron constituir un sistema de partidos sólido, aunque sí identidades partidarias fuertes.

Si institucionalmente –como ocurre en el caso argentino– los partidos no logran consolidar su papelde mediadores y articuladores entre la sociedad civil y el Estado, tal fracaso se refuerza con el del Parlamento enigual función. Es probable que en éste hayan incidido decisivamente tanto la mecánica de representación oligár-quica prolongada durante la fase democrática cubierta por las administraciones radicales, cuanto la situación deentrampamiento institucional en la cual cayó la UCR, en particular durante la primera presidencia de Yrigoyen,quien gobernó con un Poder Legislativo adverso que trababa u obstaculizaba la adopción de medidas que requeríanel acuerdo parlamentario. Recién en 1918, el radicalismo alcanzó la mayoría en la Cámara de Diputados, consolidandoposiciones en 1920-1921. En el Senado, la mayoría conservadora permitió el efectivo desempeño de reaseguro ogarante del orden oligárquico. Adicionalmente, la práctica contubernista –que los conservadores desarrollaroncon eficacia– contribuyó a complicar el accionar parlamentario de las fuerzas políticas antioligárquicas, dividiendoa éstas y diluyendo la eficacia del Parlamento como ámbito en el cual dirimir, conforme a reglas, las diferencias,las coincidencias, los acuerdos y hasta las fracturas.

abierta con los exitosos procesos de colonización, a la vía chacarera –medianos productores arrendatarios de lastierras, pertenecientes a grandes propietarios–, sin que la proposición signifique establecer una relación casualentre crisis económica y cambio de vía de desarrollo rural. La crisis política, a su vez, puso de manifiesto la decisiónde la burguesía democrática, la clase media urbana y sectores de obreros industriales de terminar con la prácticaoligárquica de la dominación política, lucha para la cual gestaron sus propias fuerzas. La creación de la UniónCívica y los intentos de agrupamiento socialista fueron parte de esta lucha. No obstante, la debilidad de los demó-cratas y la habilidad del núcleo oligárquico para recomponer su fortaleza se combinaron para asegurar la conti-nuidad del régimen.

Antes de concluir, el año 1890 mostró a los argentinos otra novedad. Militantes socialistas comenza-ron a editar –bajo la dirección de Germán Ave Lallemant y la colaboración en la redacción de Augusto Kühn– elperiódico El Obrero, autodefinido “órgano de prensa de la Federación Obrera en formación”. En el primer número,aparecido el 12 de diciembre de 1890, se presentó “Nuestro programa”. Con él se sentaron las bases para crearun partido político de clase obrera, una cuestión clave para entender las discrepancias entre las diferentescorrientes que luchaban por la dirección de la nueva clase (socialistas, anarquistas y sindicalistas, estas dos últi-mas adversarias de la construcción de un partido y de la participación en la lucha política parlamentaria).Finalmente, en 1896, se constituyó el Partido Socialista (PS).

Natalio Botana ha señalado, muy agudamente, que

el ciclo revolucionario iniciado en el noventa [...] fue el primer acontecimiento con la fuerza suficientepara impugnar la legitimidad del régimen político que había dado forma e insuflado contenidos con-cretos al orden impuesto luego de las luchas por la federalización. Los revolucionarios del Parque, el26 de julio, no discutían la necesidad de un orden nacional; la clase gobernante lo consideraba comoun dato incorporado, de modo definitivo, al proceso de la unidad nacional. Discutían, eso sí los fun-damentos concretos de la dominación, el modo como se habían enlazado la relación de mando y deobediencia y las reglas de sucesión.3

En definitiva, el año noventa explicita, pone en la superficie un conflicto generado por una claralínea de conflicto presente en el interior de la sociedad argentina desde el momento mismo de formación delnuevo orden político. La línea de conflicto fue, en este caso, entre el régimen político oligárquico y el régimenpolítico democrático o, abreviadamente, entre la oligarquía y la democracia.

En términos sociales, la demanda de democracia era policlasista, si bien en la práctica no se produjouna acción conjunta o articulada de los sectores que, en el interior de cada clase, la expresaban. Entre los parti-darios de la democracia, los problemas conflictivos aparecieron al proponerse y discutirse sus alcances: voto cali-ficado o sufragio universal; pleno (masculino y femenino) o restringido (sólo masculino); representación segúnsistema de lista completa o incompleta; voto uninominal, por uno y dos tercios, proporcional, etc.

Tras la Revolución del Parque y la bifurcación de los senderos, el régimen oligárquico ratificó su efi-cacia decisoria, que mantuvo hasta 1912-1916, si bien algunas de sus estructuras continuaron operando bajo elrégimen democrático. La línea de conflicto era centralmente política, esto es, la divisoria no pasaba por el mode-lo económico –en el cual coincidían básicamente conservadores, radicales y socialistas– sino por el político: régi-men oligárquico o régimen democrático. La conflictividad política enfrentó, para decirlo una vez más, a oligar-cas y demócratas, planteada ya en 1890. Un corolario de ese antagonismo irresuelto en julio de 1890 será elAcuerdo entre cívicos nacionales y autonomistas, fórmula supresora de la competencia electoral mediante unadistribución de cargos previa a las elecciones.4

Los radicales optaron por la vía de la violencia política armada para terminar con la dominación oli-gárquica. Para llevarla adelante, apelaron a la convergencia cívico-militar, puesta en práctica en 1893 y en 1905(y fuera del período aquí considerado, en 1932). Ellos razonaban –si se me permite decirlo con una boutade– entérminos weberianos: los mandatos del poder político –el régimen– no debían ser obedecidos porque quienes loejercían carecían de legitimidad de origen. Para terminar con él, la insurrección les parecía el único camino viable.

3 Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1977, pp. 171-172. Eldestacado me pertenece.

4 Ibid., p. 172. 5 David Rock, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977, p. 71.

CAPÍTULO 3 / 1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

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Patriótica Argentina –esa mezcla de organización armada parapolicial y de generadora de propuestas políticasde alcance nacional, creada en 1919, durante la “Semana Trágica”– propuso “institucionalizar la participaciónobrera en la resolución de sus conflictos a partir de la creación de nuevas entidades, acordes con una clara regla-mentación estatal”.9 La Liga desconocía la legitimidad de los sindicatos existentes –de filiación anarquista, socia-lista y/o sindicalista– y propiciaba formar otros, orientados por los principios de la misma Liga. La propuesta noimplicaba una posición simétrica de las organizaciones obreras y patronales: por el contrario, la Liga entendíanecesario reforzar el control de la subordinación de los trabajadores, a su juicio debilitados por la gestión del pre-sidente Hipólito Yrigoyen.

Es que la política obrera de Yrigoyen había introducido, parcialmente, cambios en el modo de tratary resolver las demandas de los trabajadores. No las de todos, sino las de aquellos vinculados particularmente a lasactividades estratégicas para la economía agroexportadora, como los ferroviarios y marítimos. Cuando el conflictoobrero estaba dirigido por anarquistas (sobre todo), Yrigoyen reprimió duramente a los huelguistas, como en la“Semana Trágica” (en Buenos Aires y en el interior), pero también reprimió a los petroleros de ComodoroRivadavia, a los peones rurales de la región pampeana y de la Patagonia y a los socialistas. David Rock ha mos-trado la conexión existente entre los dirigentes sindicalistas y el presidente Yrigoyen, unos y otro interesados enquitarle espacio sindical y político al Partido Socialista. No se trató, por cierto, de una operación en la cual los pri-meros abandonaran su posición principista de rechazar relaciones formales con el Estado y/o los demás partidos,pero una parte considerable de ellos descubrió en la política obrera del presidente radical una veta para obtenerbeneficios para sus organizaciones, es decir, una posición pragmática para alcanzar la agremiación masiva y elmejoramiento económico.10 Aunque tal política radical tuvo en su primera fase (1916-1922) más fracasos que éxitos,a partir de la campaña electoral de 1922 –en coincidencia con una combinación de caída de la tasa de sindicali-zación, fragmentación social y ausencia de una clara hegemonía dentro del movimiento obrero–, comenzó a ges-tarse una estrategia fundada en

un nuevo tipo de comité radical destinado a captar los votos obreros [...]. De allí en más la organizaciónen comités de la UCR, sutilmente estructurada, reemplazó lo que antes había hecho Yrigoyen merceda sus contactos personales con los sindicatos, y pasó a ser el cimiento fundamental de la supremacíapolítica de que la UCR continuó disfrutando durante la década del veinte.11

Empero, la dirigencia obrera –la sindicalista mucho más que la socialista– siguió insistiendo en el for-talecimiento de los sindicatos como organización adecuada para satisfacer las demandas obreras. Si en el caso delsindicalismo ello era obvio por razones de principios, en el del socialismo no fue menos perceptible el progresivodesentendimiento de la dirección partidaria en el efectivo liderazgo de los sindicatos controlados por sus afiliadoso simpatizantes. Esta fractura entre partido político y sindicato socialista se hizo más honda en las décadas de1930 y 1940, tal como se apreció en el notable proceso de trasvasamiento de dirigentes y cuadros medios obrerossocialistas al proyecto del coronel Juan Domingo Perón. Pero antes, durante los treinta, los conservadores practi-caron una política que favorecía la representación corporatista obrera en detrimento de la representación partidaria.

Otro caso que ilustra la primacía de la mediación corporatista es el de la Federación Agraria Argentina(FAA), la asociación de interés de los chacareros pampeanos creada en Rosario en 1912. A pesar de los notablesy persistentes esfuerzos del PS, e incluso de algunos chacareros, la organización adoptó una clara estrategia cor-porativa en sus relaciones con el Estado nacional, aun cuando a escala municipal no fue ajena a la práctica departicipar en elecciones comunales –por lo menos en la provincia de Santa Fe–, mediante el explícito apoyo a can-didaturas partidarias (radicales) o bien presentando listas y candidatos propios. Las relaciones con el gobiernoradical experimentaron un creciente deterioro, especialmente durante la segunda presidencia de Yrigoyen.

Las desavenencias entre la FAA y el PS surgieron con el comienzo mismo de la primera y se tradujeronen la temprana separación de su propio presidente, el socialista Antonio Noguera, enfrentado con el sector lideradopor Francisco Netri, más moderado políticamente y defensor de una organización meramente corporatista y

Las dos grandes asociaciones de interés burguesas eran la Sociedad Rural Argentina (SRA), instituciónrepresentativa de los grandes hacendados (especialmente bonaerenses), creada en 1866, y la Unión IndustrialArgentina (UIA), fundada en 1886 por reunificación de los dos agrupamientos empresariales, el Club Industrial(1875) y el Centro Industrial Argentino (escindido del anterior en 1878), que reunía y defendía básicamente aempresarios fabriles de Buenos Aires. La primera de ambas es la institución corporativa burguesa por excelencia.Un mecanismo usual, largamente persistente e ininterrumpido (por lo menos entre 1900 y 1943), es su ubicaciónen instancias claves del Estado y del gobierno. En ese lapso, cinco de los nueve presidentes del país (Roque SáenzPeña, Victorino de la Plaza, Marcelo T. de Alvear, Agustín P. Justo y Roberto M. Ortiz) fueron socios de la SociedadRural y más del 40% de las designaciones ministeriales también recayeron en miembros de ella. Su inserción fueparticularmente acentuada en los Ministerios de Agricultura y Ganadería, Relaciones Exteriores y Hacienda, y encargos militares (especialmente en la Marina). En el caso de Agricultura, doce de los catorce ministros que ocu-paron la cartera en el período indicado pertenecían a la entidad, la que, adicionalmente, era consultada por elgobierno nacional en ocasión del tratamiento de cuestiones ganaderas.

Acaso el hecho más provocativo fuera el que la Sociedad Rural generalmente sobrevivía a las vicisi-tudes de los partidos políticos [...]; la Sociedad estaba fuertemente representada en el gabinete,antes, durante y después de los gobiernos radicales de 1916-1930 [...]. Y en cada uno de esos períodosdistintos, aproximadamente el 15% de todas las bancas del Congreso fueron ocupadas por miembrosde la Sociedad. Esta institución poseía gran poder político; la cuestión es saber cómo lo empleaba.6

Ahora bien, todo el peso político de la SRA no se tradujo necesaria o automáticamente en la existenciade un Estado –ni siquiera un gobierno– corporativo, ni tampoco implicó la ausencia de relaciones conflictivasentre corporación y gobierno. En este sentido, durante la primera presidencia de Yrigoyen hubo, en varias oca-siones, importantes discrepancias entre la poderosa organización y el Poder Ejecutivo. Tales conflictos tampocosupusieron la pérdida de poder político de los ganaderos nucleados en la SRA. Dicho de otro modo, el radicalismoganó y ejerció el gobierno entre 1916 y 1930, mas no tuvo el poder.

Otras asociaciones de interés importantes fueron la Bolsa de Comercio, la Bolsa de Cereales, laConfederación Argentina de Comercio, Industria y Producción (CACIP) y la Asociación Nacional del Trabajo, fun-dada en 1918.

La CACIP se creó en 1916 y tenía una faceta interesante: se trataba de una convocatoria a conformaren el ámbito de la sociedad civil un nuevo tipo de organización representativa de los intereses de la burguesía.Perseguía posibilitar

la emergencia de un plan económico que [...] pudiera ser retomado por los poderes públicos comocontinente del interés global de la sociedad. El planteo apuntaba directamente a abrir para esos sec-tores un nuevo canal de participación en la discusión de las políticas estatales. Consolidado el mismo,el Estado funcionaría en la sociedad argentina en estrecha interpenetración con las organizacionesde interés, funcionamiento que estos dirigentes percibían como base del nuevo poder de las socie-dades más desarrolladas. [...] Se trataba también de una convocatoria al resto de la clase dominantepara acomodar sus prácticas a una realidad que estaba cambiando.7

La CACIP y la Liga Patriótica coincidieron en “la idea de un Estado interviniendo como ordenador yde acuerdo a un plan global que evitara confundir su accionar en la concesión de respuestas inmediatas a reclamossectoriales”, idea considerada “básica para la contención del conflicto obrero-patronal”.8

Lo novedoso estribaba en asumir explícitamente un modelo de articulación entre la sociedad civil yel Estado fundado en la doble lógica de las mediaciones partidaria y corporativa. Reforzando la propuesta, la Liga

6 Peter H. Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1968, p. 55.7 Silvia Marchese, “Proyectos de dominación para la Argentina de posguerra”, en Jornadas Rioplatenses de Historia Comparada. El

reformismo en contrapunto. Los procesos de modernización en el Río de la Plata (1890-1930), Montevideo, Centro Latinoamericanode Economía Humana/Ediciones de la Banda Oriental, 1989, pp. 156-157.

8 Ibid., p. 157.

9 Ibid., p. 161.10 David Rock, op. cit., p. 219.11 David Rock, op. cit., p. 219.

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BIBLIOGRAFÍA

ANSALDI, Waldo, “Frívola y casquivana, mano de hierro en guante de seda. Una propuesta para conceptualizar eltérmino oligarquía en América Latina”, en Cuadernos del Claeh, año 17, Nº 61, Montevideo, 1992.BOTANA, Natalio, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1977.MARCHESE, Silvia, “Proyectos de dominación para la Argentina de posguerra”, en Jornadas Rioplatenses de HistoriaComparada. El reformismo en contrapunto. Los procesos de modernización en el Río de la Plata (1890-1930),Montevideo, Centro Latinoamericano de Economía Humana-Ediciones de la Banda Oriental, 1989.ROCK, David, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.SMITH, Peter H., Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1968.

ajena a vinculaciones partidarias. A la derrota de los chacareros socialistas, en 1912-1913, por alinear a la Federaciónbajo la orientación del PS, le siguió el debate sobre la necesidad de un partido agrario en las deliberaciones delPrimer Congreso (1913), en las cuales en primera instancia se aprobó un proyecto para impulsar la creación deuna formación patrocinada por la propia Federación, rechazado luego en revisión de votación. La cuestión rea-pareció en 1931, después de haber rechazado a socialistas, radicales y demócratas progresistas. El resulta do fuela efímera experiencia de la Unión Nacional Agraria, que en las elecciones de ese año apoyó la fórmula de laConcordancia: Agustín P. Justo-Nicolás Matienzo.

Colofón

La definición de un modo oligárquico –como opuesto al democrático– de ejercicio del poder generóuna hegemonía organicista (1880-1912-1916) que combinó el accionar de un “partido de notables”, de las aso-ciaciones de interés capitalistas y del propio Estado. El pasaje a la hegemonía pluralista o compartida, de cortaduración (1916-1930), no alcanzó a consolidar las bases de una efectiva democracia política liberal. La debilidad–y quizás, incluso, hasta el desinterés– de las fuerzas democráticas –un sector de la burguesía, la clase media y laclase obrera–, su dificultad para organizarse como partidos y la preferencia por la mediación corporativa, operaronen la desestabilización del sistema político, como se apreció claramente en 1930, cuando el golpe militar del 6 deseptiembre desnudó la crisis de dirección política, clausuró la etapa de la hegemonía y potenció soluciones dicta-toriales –gobierno del general José Félix Uriburu (1930-1932)– o híbridas, bajo la forma de una “democracia frau-dulenta” –como en la presidencia del general Agustín P. Justo (1932-1938) y de los abogados Roberto Ortiz (1938-1942) y Ramón Castillo (1942-1943)–, situación que concluyó con otro golpe militar, el del 4 de julio de 1943, quedesencadenó una serie de hechos y fuerzas que culminó produciendo, como efecto no previsto y no querido, elperonismo (1946-1955).

La etapa de la hegemonía pluralista tuvo su paradoja: la ampliación de la democracia política resaltóla debilidad de su principal instrumento –el sistema de partidos– y con ella la de la articulación de la sociedad civilcon el Estado mediante la mediación partidaria y parlamentaria. Se produjo un proceso de disidencias y fracturaspartidarias, algunas particularmente cruciales, que dificultó la función representativa de los partidos.

Mi hipótesis es que durante la hegemonía pluralista (1912-1916-1930) se explicitaron todas las ten-dencias estructurales que apuntaban, más allá de la apariencia, a trabar decisivamente la construcción de unorden social y político efectivamente democrático, en el marco de una sociedad capitalista. La experiencia guber-namental radical potenció, auque no fuese un efecto buscado, los elementos que provocaron la crisis de 1930. Lacolisión entre la dirección política representativa (los partidos y el Parlamento) y la dirección técnica o burocráticarepresentada por un Poder Ejecutivo avasallante (sobre todo con Yrigoyen) coadyuvó –no en exclusividad– a pre-parar esa crisis de representación, de autoridad o de hegemonía, como se prefiera.

Cuando en 1930 se superpusieron la crisis económica y la crisis política, la burguesía y sobre todo elEstado pudieron solucionar la primera desarrollando la industrialización por sustitución de importaciones, procesoque había comenzado mucho antes, acentuándose en la década de 1920 con la instalación de fábricas de capitaleseuropeos y norteamericanos. Las transformaciones sociales tuvieron un sujeto principal, el Estado; como en laetapa anterior, pero en una escala cuantitativamente más elevada. Detalle muy significativo: los cambios se pro-dujeron en la forma del Estado, sin alterar la matriz societal. Pero en el plano de la política se asistió a un fracaso enla reconstrucción (o en la construcción de una nueva) hegemonía, suplida por la inequívoca primacía de la coerción.

En la perspectiva de la larga duración, las fuerzas sociales y políticas argentinas no actuaron de manerasuficientemente consistente para construir una efectiva y sólida democracia política. Conforme al patrón definidohacia 1880 –jamás seriamente cuestionado–, la democracia debía ser liberal. Pero su principal soporte material,la burguesía, nunca asumió posiciones genuinamente democráticas, mientras la clase media osciló entre diferentesposiciones. En la base de la pirámide social, los trabajadores por lo general descreyeron de ella y/o les importópoco. Así, la democracia política no tuvo, en la Argentina, quien la practicara seriamente. Los cincuenta largosaños que vivió el país a partir de 1930 no fueron otra cosa que el lodo resultante de aquellos polvos acumuladosen los cincuenta años anteriores. Sus efectos se sienten todavía hoy.

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En 1880 concluyó lo que podría denominarse el “ciclo heroico” de la Argentina. En efecto, el paíscontaba con una Constitución, se había establecido su Capital definitiva –último punto pendiente de la organi-zación institucional establecida en 1853–, estaba concluido el gravísimo problema de los malones indios y hastafueron superadas una crisis financiera de características terribles y la última guerra civil entre Buenos Aires y lasprovincias del interior. El general Roca asumió en aquel año la presidencia, y se contaba entre los artífices del cambio.

Al anunciar su programa de acción ante el Congreso, al recibir el mando del Poder Ejecutivo, enunciócomo base de su conducta que ella tendería a la paz y administración; esto es, a mantener la tranquilidad públicapor un lado, y por otro a dirigir para que el país progresara. Era lo que el Preámbulo de la Ley Suprema indicabacomo norma general: “Promover el bienestar general”. En materia militar, y para quitar aliciente a algún levanta-miento provincial, una ley prohibió a las provincias “la formación de cuerpos militares bajo cualquier denominaciónque sea”, quedando solamente el Ejército Nacional para custodia de la soberanía y defensa de las instituciones.

Sin considerar en detalle los muchos aspectos y realizaciones llevados a cabo en el período de seisaños durante el cual Roca dirigió a la República, cabe destacar que, superados los aspectos indicados –luchas internas,ataques indígenas–, dificultades de todo orden debían atenderse en un país pobre, poco poblado y mayormenteanalfabeto, sin industrias de relieve excepto escasas artesanías, con un comercio insuficiente y carente de productosnecesarios. Es sabida la transformación que llevó a cabo el presidente Roca, sin que ninguna revuelta turbara sugestión, y que ella fue exitosa, aumentándose la inmigración y el trabajo en variado orden, acompañado por unalegislación liberal de la cual pueden ser ejemplo la ley 1.420 de educación laica y obligatoria, y la creación delRegistro Civil. No hay tiempo para considerar en detalle lo realizado, pero reviste importancia para mencionar eladelanto progresivo de la Argentina.

A esto se lo calificó injustamente de “materialismo” por algunas características de la nueva vida,cuando no se trataba más que de disfrutar de ciertas comodidades postergadas durante largo tiempo por los con-flictos y carencias aludidas. Pero el bienestar creciente tuvo una incidencia negativa: la búsqueda de satisfaccionesmateriales desinteresó a buena parte de la ciudadanía a tomar participación en la acción política. Porque (pensaban):¿para qué ocuparse de asuntos públicos, si hay buenos pilotos que nos conducen? Ahora debía atenderse a lo inme-diatamente personal.

Pero esa apatía cívica tiene un costo para una república.El desinterés mencionado se evidencia cuando llegó a término la presidencia del general Julio A.

Roca, y los tres candidatos para sucederlo surgieron de su mismo partido político, el Autonomista Nacional. Nohubo agrupación fuerte para oponérsele; los candidatos fueron su ex ministro el doctor Bernardo de Irigoyen, el

Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército

ISIDORO J. RUIZ MORENO ESCUELA SUPERIOR DE GUERRA

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL

Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

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CAPÍTULO

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Hasta entonces, el Ejército había respaldado a las autoridades, como era su deber. De tal manera, losmovimientos insurrectos que estallaron durante la época constitucional habían sido dominados, siendo los últimoslos de 1874 y 1880. En su gran mayoría, los jefes militares sostuvieron al gobierno nacional de turno; pero en 1890,la Unión Cívica apeló a los oficiales subalternos, introduciendo una deletérea corrosión dentro de las filas del Ejército.

El golpe de Estado se produjo en el centro de la Capital, en el mes de julio de aquel año, comandadomilitarmente por el general Manuel Campos, con escasos jefes de alta graduación, al tiempo que se constituía unaJunta gubernativa encabezada por Alem.

Pero el gobierno reaccionó rápidamente, dominando el intento tras dos días de lucha en el centrode la Capital. Y si bien el doctor Juárez Celman se vio forzado a renunciar ante la falta de apoyo, se mantuvo elelenco oficial, contrariando los anhelos revolucionarios de los “cívicos” para cambiar a todas las autoridades. Elgobierno “no estaba muerto”, como lo profetizó equivocadamente el senador Pizarro en el Congreso, ya queasumió el vicepresidente Pellegrini, y el general Roca, principal destinatario de las críticas al manejo de influenciasoficiales, fue nombrado ministro del Interior. Una amplia amnistía, continuando una generosa política argentinainiciada después de Caseros y proseguida al vencerse las rebeliones que siguieron, procuró llevar la calma a los espíritus.

Me es imposible tratar ahora la tarea de reconstrucción financiera encarada por el presidentePellegrini –que tuvo que salir de una bancarrota interna generalizada y con el país al borde del incumplimientode sus obligaciones con el exterior–, pero quiero llamar la atención sobre una frase del gran magistrado, válidapara cualquier tiempo: “La confianza vale mucho más que el oro y las armas, porque es todo a la vez”. Ni la dila-pidación de los recursos propios, ni el golpe armado iban a solucionar el estado de la situación nacional, y fueronel nombre y la acción de Pellegrini los que permitieron salir paulatinamente de una situación sumamente grave.

Lo que no cesó fue el trabajo de la Unión Cívica.Al término del mandato del doctor Pellegrini, dicha agrupación inauguró una modalidad en las con-

tiendas electorales: la de que una convención partidaria eligiese por medio de representantes al candidato a lanueva presidencia. La reunión se realizó en Rosario, de donde surgió la fórmula de Mitre para presidente y deldoctor Bernardo de Irigoyen para vice. Entonces volvió el general Roca a la acción, convenciendo a Mitre que noconvenía un enfrentamiento político, pues los ánimos se pondrían en conmoción durante la campaña, y volveríaa recrudecer el antagonismo entre argentinos, de modo que puestos de acuerdo (con este nombre se conoció suentendimiento), Mitre abandonó sus principios del voto libre, y eligieron como candidato al doctor Luis SáenzPeña, venerable magistrado sin mayor energía para dominar una difícil situación. El doctor Leandro Alem rompióruidosamente su alianza con el general Mitre, mostrándose “radicalmente” opuesto al acuerdo con Roca, y de allínació el desmembramiento de la oposición, bajo el nuevo rótulo de Unión Cívica Radical. Su nueva fórmula fue la deBernardo de Irigoyen junto con el doctor Manuel Garro.

En tal momento histórico, otra figura comenzó a buscar su relevancia: Hipólito Yrigoyen, sobrino de donLeandro (sin parentesco alguno con don Bernardo). En la lucha por la supremacía partidaria, Hipólito Yrigoyenadvirtió a Pellegrini un inminente estallido armado del Partido Radical, para que al fracasar, desplazara de la con-ducción a su tío Alem; el gobierno dispuso el estado de sitio y tomó medidas severas para con los opositores, conlo cual se favoreció la asunción al mando del candidato del Partido Autonomista Nacional, don Luis Sáenz Peña,acompañado como vicepresidente por el doctor José Evaristo Uriburu.

La Unión Cívica Radical no se aquietó, y comenzó una agitación constante y peligrosa para la estabi-lidad de las instituciones. El presidente don Luis Sáenz Peña, desorientado, llegó a incorporar a su gabinete a unode los dirigentes opositores para calmar a la oposición, y no precisamente el más prudente de ellos, el doctorAristóbulo del Valle. Puesto que, en efecto, promovió Del Valle desde el mismo gobierno la insurrección en elinterior de la República para derribar a los poderes locales. Los levantamientos armados culminaron en 1893, ten-diendo a la revancha de la derrota de 1890. En Tucumán, se amotinó el Regimiento de Infantería de Guarnición,y en Rosario se sumó a la revuelta el mayor de los nuevos acorazados de la Armada. Mas las medidas impulsadaspor el anterior mandatario Pellegrini, y el concurso del Ejército y la Marina, frustraron el intento. Severas medidasadoptadas por el ministro del Interior, doctor Manuel Quintana, restablecieron el orden, siendo una de ellas laprisión de Alem, jefe del alzamiento, no obstante desempeñarse como senador de la Nación, y la detención y eldestierro de muchos opositores.

Finalmente, sin apoyo alguno, Sáenz Peña renunció, y en su mensaje al Congreso dejó caer esta amargareflexión: “Me retiro seguro de que seré más respetado como ciudadano, de lo que he sido desde que fui investidocon la autoridad suprema de la Nación”. El mando recayó en el doctor José Evaristo Uriburu, manteniéndose lavigencia constitucional. Durante la gestión de éste debió enfrentarse la difícil, peligrosa y constante cuestión de

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gobernador porteño doctor Dardo Rocha, y el ex mandatario cordobés y ahora senador, doctor Miguel JuárezCelman. Triunfó este último, sostenido por la antigua “Liga” del interior, que había llevado al triunfo al propioRoca. El siguiente episodio explica un mote difundido hasta hoy: en cierta oportunidad en la cual Juárez llegabadel interior, en horas de la tarde, lo esperaba una manifestación de sus simpatizantes que, para destacarse en larecorrida que luego se organizó para acompañarlo hasta su casa, portaba faroles. De aquí viene la denominaciónde “faroleros” para quienes buscan llamar la atención sobre sí mismos.

Al efectuarse la transmisión del mando, el 12 de octubre de 1886, el presidente saliente, Roca, dijoal doctor Juárez Celman, como síntesis de lo logrado y de la nueva Argentina que se asomaba al siglo XX: “Ostransmito el Poder con la República más rica, más fuerte, más vasta, con más crédito y con más amor a la estabilidad,y más serenos y halagüeños horizontes que cuando la recibí yo”. En efecto, en 1880 acababa de ser sometida san-grientamente la resistencia de Buenos Aires a la candidatura del propio Roca.

Resulta importante una aclaración: si bien el Partido Autonomista Nacional mantuvo su predominio,ni Avellaneda auspició a Roca, ni éste a Juárez Celman; y este último guardaba diferencias con Pellegrini. Luego,Roca no compartiría la militancia con Quintana. Resulta útil establecer estas precisiones, ante una difundida ver-sión del traspaso del mando entre amigos, que será considerada más adelante.

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En un principio, la gestión de Juárez Celman prosiguió con el impulso progresista. De esta época sub-sisten todavía hoy –pese a que se borra desaprensivamente cualquier vestigio de nuestro pasado histórico– algunosgrandes edificios públicos, de ostentosos frentes, incluso escuelas primarias, suntuosamente contruidas, para dig-nificar la función a que estaban dedicadas.

Pero el crecimiento estaba aparejado por un síntoma de crisis creciente, a causa de mal financiamientoy especulaciones, sumados a la deuda externa que era preciso satisfacer. Y a mediados del período presidencialdel doctor Juárez, los síntomas de peligro se hicieron cada vez más evidentes. Sobrevino la reacción

Ésta fue provocada por una comida de jóvenes universitarios que mostraron su adhesión casi incon-dicional a la figura del primer magistrado, dispensador de favores. Lo que provocó un vibrante artículo en el diarioLa Nación increpando a la nueva generación por dirigirse “en tropel al éxito”, olvidada de lo que su formación y deberciudadano le imponía para no aceptar directivas sin análisis. Esa clarinada del artículo de Francisco Barroetaveñamovió a otro grupo a conformar la llamada Unión Cívica de la Juventud (fines del año 1889), que realizó una granconcentración política en un local de la calle Florida, esquina Paraguay, llamado “Jardín Florida” (donde hoy unlocal público se denomina con vaga reminiscencia, “Florida Garden”). La incorporación de personajes con impor-tante trayectoria y de mayor edad forzó a quitar el aditamento “de la Juventud”, y la nueva agrupación quedósólo como Unión Cívica.

Era, como su nombre lo demuestra, una concentración que mezclaba toda clase de opositores algobierno de Juárez Celman. Se propiciaba la libertad del sufragio, sin imposiciones oficiales, para concluir con el“continuismo” del poder en las mismas filas. Aunque hay que convenir en la frase de que “se votaba mal, pero seelegía bien”. Debe aclararse, antes de proseguir, que no todas las elecciones de tiempos anteriores habían sidofraudulentas o violentas, pues generalizar en historia es equivocarse. La Unión Cívica abrigaba dentro de sí unamezcla de tendencias que sólo tenían como común denominador la crítica al gobierno, agitando la autenticidaddel voto y la moral pública como banderas casi excluyentes de acción. Allí, en dicha Unión, se mezclaban jóvenessin militancia anterior, católicos disconformes con la Ley de Matrimonio Civil, opositores tradicionales como losmitristas y hasta hombres de tendencia conservadora, como el doctor Bernardo de Irigoyen, competidor de Juárezen la campaña presidencial.

La crisis financiera que depreció la moneda en el orden interno, e hizo peligrar el pago de la deudaexterna, agudizó la tensión.

Así las cosas, la Unión Cívica organizó otro acto público a principios de 1890, en el frontón de paleta“Buenos Aires”, donde destacados hombres públicos pronunciaron encendidos discursos. El entusiasmo de la con-currencia impulsó a la Unión Cívica, bajo la dirección del doctor Leandro Alem, a no perder tiempo en derribaral gobierno nacional. Y en vez de debilitarlo mediante una oposición que denunciara insistentemente sus faltas,los cívicos dejaron de serlo para convertirse en sediciosos.

La prédica comenzó a ganar prosélitos entre la oficialidad joven, idealista, que se dejó contagiar poruna campaña política ajena a su función.

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se movilizaba en los cuerpos de la Guardia Nacional. De todos modos el servicio militar quedó establecido, al llegarla ciudadanía a los veinte años de edad. Debió componerse al efecto un padrón de todos los que serían llamadosa incorporarse a las filas del Ejército; y veremos la importancia colateral de esta medida.

Importante innovación fue la modificación de las elecciones para diputados nacionales, para darrepresentatividad más auténtica a los electos. A tal objeto, se dividieron los distritos (provincias) en circunscrip-ciones, de modo que cada barrio –con distintas características poblacionales– pudiera elegir a un vecino surgidodel mismo, en lugar de hacerlo por medio de “listas sábanas”, donde no se conocía a la mayoría de los que figuranen ellas. De la reforma electoral propiciada por el presidente Roca y su ministro González surgió, para ocupar unsitial en la Cámara de Diputados, el joven abogado Alfredo L. Palacios, elegido por La Boca, militante en el agre-sivo Partido Socialista, y vencedor en las elecciones del propio secretario del general Roca, demostración conclu-yente de que no siempre se daba el “fraude patriótico”.

Luego de Roca, asumió la presidencia de la República el doctor Manuel Quintana. El nuevo mandatariono era partidario de su antecesor, y en su discurso de toma de posesión del cargo no dejó de marcar sus diferencias:

Soldado como sois, trasmitís el mando a un hombre civil. Si tenemos el mismo espíritu conservador,no somos camaradas ni correligionarios, y hemos nacido en dos ilustres ciudades argentinas más dis-tanciadas entre sí que muchas capitales de Europa.

Era el 12 de octubre de 1904. Indico esta fecha porque el 4 de febrero de 1905, apenas transcurridoel verano y en receso del Poder Legislativo, estalló un nuevo movimiento revolucionario, el segundo realizadopor la Unión Cívica Radical después del alzamiento de los cívicos en 1890. Los radicales no se habían atrevido ahacerlo durante la gestión de Roca. Ahora se animaron, cobrándole la cuenta al anterior Ministro del Interior(ahora en la presidencia), quien enérgicamente los enfrentara en la repetición de su tentativa de 1893. El estallidorevolucionario se produjo en distantes lugares del país, como en las provincias de Buenos Aires, Córdoba yMendoza. En la capital cordobesa fueron apresados el vicepresidente Figueroa Alcorta y otras prominentes figurasque se hallaban veraneando, amenazados de ser fusilados si el gobierno enviaba tropas para restablecer la situación.Los mensajes cambiados entre el presidente Quintana desde la Casa Rosada, y el doctor Figueroa Alcorta, hacién-dole ver su riesgo, son dignos de conocimiento para demostrar la entereza de aquel hombre mayor de edad, ensalvaguardia del prestigio de las instituciones constitucionales y del orden. La sedición fue vencida, escapando sugestor, Hipólito Yrigoyen, mientras otros correligionarios caían en poder de las fuerzas militares. Al poco tiempo,una ley de amnistía tranquilizó el ambiente público.

Se perfilaba un adelanto cívico: el doctor Carlos Pellegrini, elegido diputado –ese cargo constituía elprimer peldaño de su carrera–, pronunció un discurso en la Cámara abogando por una modificación de la ley elec-toral, para que los votantes lo hicieran con mayor garantía de libertad. “Anular la venalidad”, fue su consigna.

En política, las grandes transformaciones son maduradas antes de su realización, aunque no siemprese perciba el trasfondo que las impulsa.

El doctor Quintana murió al poco tiempo, y asumió el Vicepresidente. Ya se perfilaba la apertura polí-tica aludida, y parlamentarios adversos al nuevo presidente trataron de mantener sus posiciones, siendo el acon-tecimiento más ruidoso su negativa a sancionar la ley de presupuesto para 1908, lo que imposibilitaba al gobiernoa actuar. Ante ello, el doctor Figueroa Alcorta recurrió al arbitrio inédito de clausurar las sesiones parlamentariasde prórroga que había dispuesto el mismo Poder Ejecutivo, y por decreto puso en vigencia el presupuesto del añoanterior. La muerte de Pellegrini y del ingeniero Emilio Mitre privó al primer magistrado de un apoyo importante,y de eventuales candidatos para sucederlo. Durante su período, se celebró con gran pompa el Centenario de laRevolución de Mayo, asistiendo entre importantes personalidades extranjeras la infanta doña Isabel de Borbón,la popular “Chata”, primer miembro de la Casa de Borbón en concurrir a la República Argentina, y cuyo nombrese recuerda en una avenida del Parque 3 de Febrero.

El candidato de Figueroa Alcorta para sucederlo era el doctor Roque Sáenz Peña, a quien, para pre-servarlo del ardor de la confrontación propia del antagonismo electoral, se designó como representante diplo-mático en Europa. Allí, don Roque se puso de acuerdo con otro diplomático argentino, el doctor IndalecioGómez, para promover una modificación en las prácticas electorales, comprometiéndose además a que el gobiernoresultante no intervendría en la elección del futuro primer magistrado. Sería Sáenz Peña el segundo presidenteen resultar electo estando fuera de la Argentina: el anterior fue Sarmiento.

límites planteada con Chile, que llevaron a realizar la primera conscripción militar, concentrándose la reserva endiversos lugares del país, siendo uno de ellos las sierras de Curá-Malal en la provincia de Buenos Aires, donde seadiestraban a las tropas a pelear en la montaña.

En cuanto al radicalismo, en 1896 perdió a sus dirigentes Alem y Del Valle (el primero suicidado, porgrandes desengaños), sucediéndolos en la dirección del partido el señor Hipólito Yrigoyen, quien dispuso la abs-tención revolucionaria de ahí en adelante, como muestra del repudio a la transmisión del mando desde la cúpuladel poder –ya se indicó al principio que ello no se daba por completo–, señalando el medio que se emplearía parallegar a él. Por otra parte, la nómina de presidentes, ministros y miembros del Congreso es elocuente para demostrarla calidad de los funcionarios públicos, a la par de una legislación que gradualmente iba dando respuesta a las exi-gencias populares, con un país en paulatina mejora.

Una nueva tensión de guerra contra Chile sirvió como condicionante a la futura presidencia. Ese inmi-nente conflicto movió a Pellegrini a inclinar al electorado del Partido Nacional en favor del general Roca comoel mejor dotado para enfrentar la situación. Una confluencia de entidades políticas opuestas que se unieron con elsolo propósito de impedir su llegada a la primera magistratura, denominadas “las paralelas” –marchaban al ladopero sin mezclarse–, fueron derrotadas y de este modo Roca se consagró presidente por segunda vez.

Para este tiempo –fines del siglo XIX–, había sido creado en Buenos Aires el Partido Socialista (1896),mediante el impulso del destacado médico doctor Juan B. Justo. Esta flamante agrupación tenía la declaradamisión de favorecer a los obreros, y por tratarse de un partido de clase (es decir, sin lugar determinado de trabajo),comenzó su prédica haciendo ostensible desprecio hacia los símbolos patrios, como la bandera y el himno nacional,lo que motivó violentos enfrentamientos. También se manifestó duramente contra el Ejército y la Iglesia. En tiemposdel festejo del Centenario, en el local socialista se exclamó: “¡No hay que endiosar a los próceres! La Revoluciónde Mayo fue un movimiento netamente económico”, lo que revela la índole sectaria del partido en aquellaépoca. Al respecto, un diputado conservador resumiría ante el Congreso:

No olvidemos que las generaciones pasadas han preparado el momento que vivimos. Y en cuanto afavorecer a la clase obrera, esta Cámara lo ha hecho siempre que se ha presentado una iniciativaplausible, sin necesidad de la colaboración del Partido Socialista, que no se había formado todavíaentre nosotros. ¡Ni era necesario que se formase para que nos preocupáramos de la suerte de los tra-bajadores de la República!

En verdad, las corrientes inmigratorias lograban realizar su ensueño de progreso para las familias quellegaban, mejorando sus condiciones de vida, y ocupando sus hijos y nietos –y aun algunos de ellos mismos– posi-ciones en los más altos cargos de nuestra República.

También hubo manifestaciones de anarquistas provenientes de Europa, terroristas que llegaron aefectuar atentados mortales. A su accionar quiso poner fin la Ley de Residencia, en 1902, que contemplaba laexpulsión del país de los extranjeros indeseables.

3

Si bien durante la gestión del general Julio A. Roca no se dieron rebeliones de índole política, la cre-ciente y novedosa “cuestión social” agitó la vida pública, con frecuentes manifestaciones y huelgas. El gobiernode Roca procuró dar remedio a las protestas, y su ministro el doctor Joaquín V. González proyectó un Código delTrabajo. Hay que destacar que el doctor González llamó a colaborar en su proyecto de Código del Trabajo a variosjóvenes talentosos, aunque no todos fueran de su misma orientación política, encargándoles el estudio de algúncapítulo del mismo, porque la labor gubernativa se destina a toda la población y debían colaborar en ella todoslos capacitados para abordarla. Fueron convocados entre otros Alfredo Palacios, José Ingenieros, Enrique delValle Iberlucea, Augusto Bunge, todos ellos socialistas. Si bien el Código no fue sancionado en su conjunto, sirviópara que en un futuro próximo el diputado Palacios tomara del mismo varias disposiciones que propuso alCongreso como leyes autónomas, que fueron aprobadas por los senadores y diputados del “antiguo régimen”.

Otra medida digna de mención de la gestión presidencial de Roca fue la impulsada por el ministrode Guerra, coronel Pablo Ricchieri, otra vez en relación al enfrentamiento con Chile, al impulsar el servicio militarobligatorio en 1901. El proyecto encontró una fuerte oposición, que entre sus argumentos objetó la falta denecesidad de la conscripción forzosa, ya que cuando la patria entraba en guerra, voluntariamente la ciudadanía

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causaba inconvenientes. Pero ya he expresado que no siempre eran violentas las elecciones, ni fraudulentos losrecuentos de votos.

Los principales caracteres de la reforma eran la obligatoriedad, la universalidad, y el secreto del voto.Aunque todos conocemos ahora su mecanismo, conviene precisar que no era tan general como anunciaba, puesno votaban las mujeres. Uno de los elementos favorables para garantizar la correcta composición de los padrones–evitando ausencias o inclusiones falsas–, fue adoptar la lista –ya conformada– de los ciudadanos llamados a prestarservicio militar, conforme lo dispusiera la Ley de Conscripción Obligatoria.

En cuanto a la obligación de concurrir al comicio, esta ley tendió a desviar a la Unión Cívica Radicalde su peligrosa abstención revolucionaria en los comicios. De aquí la obligatoriedad de votar, forzando a los radi-cales a intervenir en la competencia por ganar el poder; y al obtener bancas en el Congreso participaban en ciertamedida en el gobierno, lo cual, haciendo oír su voz y colaborando en la legislación, sacaba a los radicales de supostura sediciosa. La garantía al sufragante de contar con un voto secreto constituía un elemento fundamentalpara que la Unión Cívica Radical abandonara su postura negativa. Desde luego, el Congreso de mayoría conser-vadora fue el que aprobó la iniciativa para modificar el mecanismo del voto, aunque no le convenía políticamente–resulta necesario recalcarlo–.

Por otra parte, la obligatoriedad de concurrir al acto eleccionario tendía a “argentinizar” a los hijosde los inmigrantes nacidos en nuestro país, muchos de los cuales no se habían integrado plenamente a él, man-teniendo costumbres, cultura y hasta el habla de los territorios de origen de sus padres. Junto con la ley 1.420 deeducación común y obligatoria (del tiempo de Roca), y la afluencia inmigratoria (época de Juárez Celman), laRepública Argentina contaba cada vez más con habitantes y ciudadanos que debían comprometerse con los inte-reses nacionales.

Esta ley electoral fue una verdadera revolución, en cuanto desplazó de la conducción política a la altasociedad que tradicionalmente ocupaba los cargos públicos, para dar acceso al gobierno a la clase media, tantode antiguos criollos como de recientes argentinos. Como medio de llegar al poder, fortaleció la democracia –quees lo accidental– pero no siempre para la República –que es lo fundamental– por los abusos que a veces cometieronquienes ocuparon los puestos del Estado.

Es importante destacar otro aspecto de este tema: cuando en Europa el doctor Sáenz Peña conversósobre su programa político con el doctor Gómez, invitándolo a integrar su gabinete ministerial, éste aceptó conuna condición, que fue compartida, y que el mismo Indalecio Gómez reveló a la Cámara de Diputados tiempodespués: “Es entendido que ni en el Ministerio del Interior ni en algún otro, se producirá acto, se dirá palabra, sehará indicación que importe la preparación de un Gobierno futuro”. “¡Convenido!”, respondió Sáenz Peña. Locontrario hubiese sido mantener la práctica que buscaban superar, de que la ciudadanía careciera de plena libertadde elección libre y auténtica. Ese pacto solemne hizo que durante la gestión de ambos caballeros, “las entrañas deeste Gobierno han quedado esterilizadas, absolutamente esterilizadas –remarcó Gómez al relatar la entrevista en elCongreso– para concebir una candidatura oficial”.

En la imposibilidad –por razones de espacio– de detallar la labor administrativa de las presidencias(lo que tampoco es el propósito de esta colaboración), y concretándome al tema político, diré que en noviembrede 1914 nació un nuevo partido político: el Demócrata Progresista. Tendieron sus fundadores a reagrupar a lascorrientes conservadoras, dispersas y poco afectas al proselitismo popular, desde que llegaban al poder como con-secuencia de acuerdos gestados en las esferas oficiales. Deseaban oponerse al radicalismo anhelante de ocuparlos cargos públicos, como también al socialismo con su prédica disolvente de las instituciones argentinas, y en susorígenes, este Partido Demócrata Progresista mostró una clara tendencia roquista, reflejada en la nómina de suscreadores: Norberto Quirno Costa, Indalecio Gómez, Joaquín V. González, José María Rosa, Carlos Ibarguren, JulioA. Roca (hijo) y Alejandro Carbó. También Lisandro de la Torre, cuya mención dejé para el final, porque éste luegoevolucionó hacia una tendencia contraria. Fue íntimo amigo del general José Félix Uriburu (quien expresó quehabía encabezado en 1930 la rebelión contra Yrigoyen para hacerlo presidente), y siempre un tenaz adversariode Hipólito Yrigoyen y de los radicales.

Hubo esperanzas de que cuando murió enfermo el presidente Sáenz Peña, su sucesor el doctorVictorino de la Plaza, no cumpliera con las promesas oficiales. Lejos de ello, el presidente De la Plaza se atuvoestrictamente a la imparcialidad y no propició ninguna figura para que triunfara en las elecciones.

El 2 de abril de 1915 los electores de presidente –el voto era indirecto– no lograron mayoría absoluta,si bien la Unión Cívica Radical obtuvo más sufragios para su candidato Hipólito Yrigoyen que sus contrincantes:eran 300 los electores representando a las Juntas Provinciales, y la fórmula Yrigoyen-Pelagio Luna carecía de los

Cabe puntualizarse que la elección de Sáenz Peña se produjo ante la persistente abstención delPartido Radical. Curiosa circunstancia: la de que el presidente que forzó la instauración del voto libre, doctrinacasi excluyente del radicalismo, haya surgido como producto del favoritismo oficial, en práctica condenada porla oposición.

Desde otro punto de vista, esa larga ausencia del radicalismo en la liza cívica favoreció al PartidoSocialista, que pudo llevar a la Cámara de Diputados a sus representantes, al renovarse en 1912 por primera vezde acuerdo a la reforma electoral. El Congreso tuvo ocasión de escuchar desde entonces gritos y frases que cho-caban con las costumbres observadas anteriormente. Muestra de las nuevas modalidades fue la incorporacióncomo diputado del doctor Juan B. Justo, presidente del Partido Socialista, quien exclamó en la oportunidad:

¡No puedo disimular la profunda repugnancia que siento al ver que mi diploma legítimo ha necesi-tado la aprobación de una Comisión de Poderes formada por Diputados fraudulentos! […] ¡Tambiénsubleva mis sentimientos democráticos verme rodeado en este recinto por los representantes de oli-garquías cerradas, que en nuestro país, desde hace tantos años, manejan la cosa pública con proce-dimientos de conciliábulos, defendiendo siempre los intereses mezquinos de la clase capitalista!

Los socialistas continuaron su prédica a favor de la clase obrera, atacando con lenguaje desusado yhasta procaz a la política tradicional. De todos modos, esta corriente logró aumentar su representación, y hasta en1913 contaron con un miembro en el Senado, el doctor Enrique del Valle Iberlucea (nacido en España), a quienessiguieron otros –el mismo Justo y Niocolás Repetto–, destacándose el doctor Alfredo L. Palacios de sus “compañeros”(son los primeros políticos que usaron esta palabra para señalarse) por su romanticismo, cultura y patriotismo.Uno de los diputados socialistas de entonces, Federico Pinedo, que evolucionó más adelante al conservadorismo,marcó su conducta:

Los voceros del socialismo en aquellos momentos no tenían el carácter moderado y burgués que pre-dominó más tarde en ellos: eran marxistas cabales y actuaban proclamando la lucha de clases bajo elauspicio de la bandera roja, al son de los virulentos estribillos revolucionarios contra la burguesía, y delas consignas proletarias internacionales. Esta propaganda, si bien conmovió a las multitudes obrerasde la ciudad de Buenos Aires, no repercutió en las provincias ni en los distritos rurales.

Llegó Roque Sáenz Peña a la presidencia de la República, prestigiado su nombre tempranamentecomo diputado nacional y delegado en conferencias internacionales, y lo que era también notorio, su desempeñovaleroso como teniente coronel en el Ejército Peruano durante la Guerra del Pacífico contra Chile, donde se batióheroicamente en la defensa del Morro de Arica contra fuerzas superiores, siendo el único jefe que sobrevivió alasalto, herido y prisionero. Pero venía de Europa con mala salud, lo que quitó a Sáenz Peña energía para cumplirsu tarea con mayor dedicación; aunque la ley de reforma electoral que justamente lleva su nombre, y que logrómediante la eficaz ayuda de su ministro del Interior, el ya aludido Indalecio Gómez, bastó para consagrarlo en laposteridad como uno de los grandes impulsores del progreso cívico argentino.

Se hizo cargo del Poder Ejecutivo el 12 de octubre de 1910, pasados los festejos del Centenario de laRevolución de Mayo. Al jurar ante la Asamblea Legislativa “cumplir y hacer cumplir la Constitución”, ya anunció su“ensayo” (así lo calificó) del voto secreto y obligatorio, y su deseo:

Yo aspiro a que las minorías estén representadas y ampliamente garantizadas en la integridad de susderechos. Es indudable que las mayorías deben gobernar, pero no es menos exacto que las minoríasdeben ser escuchadas, colaborando con su pensamiento y con su acción en la evolución ascendentedel país.

Sáenz Peña agregó que “no bastaba garantizar el sufragio”, sino que “se necesitaba crear y moveral sufragante”.

Antes de Sáenz Peña, el voto era público y voluntario. El habitante que quería convertirse en ciuda-dano, se anotaba en el padrón cívico si lo deseaba pero concurría o no a ejercer su derecho en el comicio (elmismo procedimiento para quien, en la actualidad, se afilia a un partido político en sus elecciones internas). Hastaentonces se recibía el voto anunciado en voz alta, que hacía pública la preferencia del elector, lo que a veces le

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Yrigoyen quedará como la expresión de un momento de rebajadita social. Ha roto el pacto federal,ha menospreciado el Congreso, ha desquiciado la Administración, ha ridiculizado la personería de laRepública en el concierto de las Naciones.

Esto último, por haber aceptado la Argentina ser parte de la Liga de las Naciones, sin condiciones, yluego retirarse al no ser admitida una propuesta para la integración del organismo.

El dominio yrigoyenista del partido, además, lo llevó a designar personalmente, sin recurrir a laConvención Radical reunida para deliberar al respecto, a su sucesor. Fue el doctor Marcelo de Alvear, embajadorargentino en Francia, ajeno al desarrollo de graves alteraciones en la política nacional. Sabía el Presidente que elcandidato no lo traicionaría, pero colocó en la vicepresidencia a un incondicional seguidor, don Elpidio González,quien en caso necesario podría suplantar al elegido. El resultado de los comicios dio el triunfo a la Unión CívicaRadical con 235 votos de las Juntas Electorales, 60 para la fórmula conservadora encabezada por Norberto Piñero,22 para el socialista Repetto, y 10 para la democracia-progresista que postulaba a Ibarguren. Don Marcelo deAlvear no participó en la campaña proselitista, permaneciendo en París.

Al revés de su antecesor, el doctor Alvear pronunció un discurso ante el Congreso en términos carentesde agravios y hasta ponderando el “desarrollo de la riqueza” lograda desde tiempos lejanos, llamado a la cola-boración de todos los argentinos. Su espíritu amplio chocó con los seguidores de su antecesor, de personalidadabsorbente, y pronto quedaron escindidos los radicales en dos grupos cada vez más opuestos, siendo denominadoel que se despegaba de las directivas de don Hipólito “antipersonalista”. El doctor Alvear no tardó en señalar ladiferencia, en su primer mensaje al abrir las sesiones del Congreso en 1923: “No ha de faltarme la energía decarácter que demande el mantenimiento de la alta dignidad de mi investidura. Mi Gobierno no desea encontraren su camino una unanimidad enfermiza de opinión”.

Alvear no llevó adelante la intervención a la provincia de Córdoba para desplazar al doctor JulioRoca, como Yrigoyen quería; y el propio Yrigoyen fue a hacer campaña cuando finalizó el término del mandatarioprovincial; pero las elecciones cordobesas dieron el triunfo al doctor Ramón J. Cárcano, conservador. La divergenciase ahondó cuando al año siguiente (1924) el vicepresidente Elpidio González tildó en el Senado de “contubernio”la coincidencia de actitudes de radicales antipersonalistas con conservadores. Sus palabras motivaron la enérgicacondena de los opositores –entre ellos los socialistas–, y fueron tachadas del diario de sesiones.

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La presidencia de Alvear fue esterilizada por la postura obstruccionista de los partidarios del jefe dela Unión Cívica Radical (calificados de “genuflexos”), y no pudo cumplir con todos sus proyectos, no obstante lacorrección de sus procederes, que enaltecieron a la Argentina ante las naciones extranjeras.

Al agitarse la ciudadanía en 1927 por la renovación del gobierno, lo que debía ocurrir al año siguiente,el presidente Alvear condenó a las agrupaciones “enfermas de sectarismo” –en su expresión–, que vivían poseídas“de la obsesión de considerar irremplazables a los hombres públicos”. En su último mensaje al Congreso, el pre-sidente Alvear se quejó públicamente de la obstrucción que hicieron los radicales yrigoyenistas a muchas de susiniciativas favorables al bienestar y al progreso de la República. Sin embargo, don Marcelo para nada influyó enlas elecciones, en las cuales fue nuevamente electo el señor Hipólito Yrigoyen, con mucho mayor caudal de votos en estaoportunidad que en la primera. Alvear fue tachado de “traidor” por los vencedores, que lo silbaron al retirarse dela Casa Rosada.

A partir del triunfo del conductor radical, el pueblo festejó el triunfo de su “causa” como el de las reivin-dicaciones de las clases sociales más necesitadas. Pero a los 76 años, muy desgastado, no era ya quien doce añosantes llegara a la primera magistratura impelido por ideales de renovación. Su gobierno se aisló de las demásfuerzas cívicas, y él mismo estuvo rodeado y aislado por un círculo que lo adulaba. Se formó un grupo violentopara defender al Presidente de sus censores, llamado el “Klan Radical”, que no dejó de apelar a medios violentospara silenciar. El señor Yrigoyen era entretenido con audiencias intrascendentes, y los ministros debían aguardarmucho tiempo para ser recibidos. A fin de despachar los asuntos que no se resolvían, se ideó la maniobra de los“decretos ómnibus”, consistentes en que entre la primera y la última hoja podían intercalarse varias disposiciones,conforme a la redacción empleada. Es reconocido que se imprimía un ejemplar de periódico para su lectura connoticias falsas. La consecuencia fue un rápido deterioro por no atenderse, nuevamente, a las tensiones sociales,cuyas manifestaciones fueron reprimidas violentamente por la Policía. El crack financiero en Estados Unidos repercutió

151 votos para imponerse por sí sola. Hubo gran tensión, ya que podían combinarse sus opositores en el ColegioElectoral, y además la Asamblea Legislativa (ambas Cámaras del Congreso reunidas), que era la que debía aprobar laelección –art. 67, inc. 18, de la Constitución–, tenía mayoría antirradical. Sin embargo, los electores conservadoresy demócratas progresistas dividieron sus preferencias, y finalmente se impuso el señor Yrigoyen por el estrechomargen de 152 votos contra 148. Desde entonces, el Partido Demócrata Progresista entró en una declinaciónconstante, no obstante haber mantenido cierto predominio en Santa Fe, por acción de su caudillo De La Torre.

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Los radicales tuvieron a su frente, tenaces y ardientes, a socialistas, conservadores, y también luegoa radicales disidentes con la conducción personalista que imprimió Yrigoyen a su gestión partidaria y oficial.

Este personaje no llegaba al poder con una doctrina definida. La bandera radical, desde la apariciónde esta corriente política en 1891, era la libertad del votante; es decir, una tesis de combate opositora. Pero resultaque su anhelo había sido ya obtenido, y debido no a sus esfuerzos, sino al impulso de un presidente surgido delas filas contrarias, a cuya elección los radicales no habían concurrido, absteniéndose por considerar que surgíadel fraude. Esa paradoja de vencer por acción de un adversario, sin otra aspiración que la ahora desaparecida,sería fatal para la Unión Cívica Radical, esterilizando los frutos que se esperaban de la época que se inauguraba.Lo cierto es que careció de plan de gobierno y asumió una política rencorosa contra sus adversarios.

Dada la conformación marcadamente personalista del partido ahora gobernante, todo giraba entorno a la voluntad de su conductor. Fue, sin duda, un personaje misterioso por sus actitudes –su lenguaje inclusodistaba de ser comprensible– y mesiánico. A continuación cito dos de sus frases como ejemplo: “He vivido en lamás absoluta integridad de mis respetos” y “Desde que tuve uso de razón he sido una enseñanza viva del fuegosacro de la vida”. Endiosado por sus continuadores, se mostraba solícito en la comprensión de los pobres y con-trario a una oligarquía “falaz y descreída” (como la calificaba), con desinterés por la riqueza y los goces de suposición pública. Con la marcada egolatría, se describió a sí mismo no como un “gobernante de orden común”.

Pero lo cierto es que su gestión no satisfizo las expectativas vinculadas a la modificación de la cuestiónsocial, tan apremiantemente reclamada por su propio partido.

Pese a la constante prédica demagógica contra el “régimen” desplazado, el presidente Yrigoyen nodio solución a los problemas que esperaban mejoras, lo que llevó a huelgas numerosas, que culminaron en enerode 1919 con el estallido de la denominada “Semana Trágica”. Ante la violencia de los reclamos de los obreros, quesuperada la presencia de la Policía, sólo pudieron ser dominados por el Ejército, Yrigoyen designó un “GobernadorMilitar” para la ciudad de Buenos Aires, solución que constituyó un procedimiento insólito porque dicho cargono existía.

En el campo institucional, el Presidente mostró cada vez de manera más acentuada la tendencia aprescindir de los otros poderes nacionales o locales en todo lo posible, y de dar al gobierno un carácter de cen-tralismo autocrático. En su campaña por desmantelar las antiguas “situaciones oficialistas” en el interior del país,Yrigoyen se impuso la tarea de intervenir casi todas las provincias para desplazar a sus mandatarios, a veces man-teniendo la presencia nacional varios años, y otras veces haciéndolo en más de una oportunidad: San Luis fueintervenida en tres ocasiones.

Tales intervenciones tenían como fin suplantar la representación de las provincias en el Congreso(sobre todo en el Senado), que era en gran parte conformada por los partidos conservadores. No obstante eltriunfo radical en el orden nacional, los conservadores en el interior del país lograron –con el apoyo popular ymediante la aplicación de la nueva modalidad electoral– obtener el gobierno de algunas provincias importantes:Córdoba y Santa Fe, por ejemplo, donde su labor fue sumamente positiva. Aunque corresponde a su segundomandato, señalaré que no “reconoció” como gobernador al doctor Julio Roca (hijo) cuando fue elegido por laprovincia de Córdoba, y se negó a tener trato siquiera oficial con él.

El desdén de Yrigoyen por el Poder Legislativo se tradujo en el hecho de no concurrir a la aperturade sus sesiones, ni de leer ni enviar su mensaje anual para dar cuenta del estado del país, como lo dispone laConstitución.

Al finalizar su mandato en 1922, un de los más enconados adversarios en el Parlamento, el doctorMatías Sánchez Sorondo, afirmó:

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Para finalizar la época rememorada, cabe precisar ante todo que el movimiento fue encabezado porel general José Félix Uriburu, que estaba retirado del servicio activo. Circunstancia importante: Uriburu carecía demando, pero estaba revestido de autoridad. Hay que tener en cuenta esta diferencia.

Por otra parte, la difundida frase de que los opositores “golpearon las puertas de los cuarteles”, esequivocada. Si bien la ciudadanía se hallaba en estado de rechazo al gobierno, nada hacía presumir la posibilidadde recurrir a las Fuerzas Armadas, pese a que los tiempos electorales no alcanzarían para revertir una situacióncalamitosa. Las condenas de La Prensa y de La Nación, más la virulencia de Crítica, no pasaban de reflejar la opo-sición y de señalar los preceptos constitucionales dejados de lado por el oficialismo radical. El golpe de Estado,ocurrido el 6 de septiembre, fue producido por militares que no obedecieron al reclamo de los civiles, los cualesfueron dejados de lado hasta el último momento por expresa indicación del general Uriburu. El complot fue orga-nizado como una operación castrense, y si bien es cierto que fue impulsado por un grupo reducido de iniciados,también hay que tener en cuenta que el Ejército no defendió la estabilidad del Presidente ni del Congreso.

La interrupción del sistema constitucional no fue larga: sólo duró un par de años, y el propio encargadodel Poder Ejecutivo Nacional lo definió como “gobierno provisional”. Sus intentos de reforma de la Constitución de1853 y del régimen de partidos políticos no pudo, felizmente, llevarse a cabo, y con el acceso al poder en 1932 delgeneral Agustín P. Justo, la República Argentino volvió a retomar su rumbo ascendente.

muy desfavorablemente en la situación argentina, agravado por la dilapidación de los recursos del Estado, mane-jados en forma desordenada. Las huelgas y manifestaciones marcaron rápidamente el descontento, agitadastanto por obreros como por estudiantes universitarios. El desorden se unió a los manejos políticos, sin faltar elfraude que se achara a los conservadores.

Un radical de la talla de Ricardo Rojas pronunció en estos términos severos esa conducta:

El gran pecado del radicalismo, acaso, ha consistido no tanto en el desquicio administrativo, sino másbien en haber violentado la Ley Sáenz Peña en Córdoba, Mendoza y San Juan; en haber anulado lacolaboración del Ministerio y el control del Parlamento, por un mal entendido sentimiento de la soli-daridad partidaria; en haber descuidado la selección de sus elegidos, y en haber coaccionado a laoposición mediante ciertos instrumentos demagógicos. Todo esto significa un olvido del radicalismohistórico, de su dogma del sufragio libre, de su programa constitucional, y de sus ideales democráticos.

Un síntoma elocuente de la pérdida del favor del pueblo hacia el gobierno, lo dio en 1929 el triunfo enla Capital de los candidatos a diputados del Partido Socialista Independiente. La unión de los opositores se concretóal poco tiempo: conservadores, socialistas, radicales “antipersonalistas” y el resto de demócratas progresistas. Estabapendiente la amenaza de juicio político al Presidente por “mal desempeño de sus funciones”, tal como lo señalala Constitución Nacional, puesto que entre otras características de su paso por el Poder Ejecutivo, debe repetirseque Yrigoyen había abandonado la función pública que le indicaba la Ley Suprema, en la apatía que le provocabasu estado físico e intelectual. Prácticamente no existía el gobierno: el presidente Yrigoyen estaba aislado por la cama-rilla indicada y no ejercía la función que le estaba encomendada; y, por su parte, el Congreso no se reunía en sesionesordinarias, por temor a la acusación de juicio político que se le haría a aquél: ni Ejecutivo, ni Legislativo.

En agosto de 1930, el Ministro de Agricultura no pudo inaugurar la exposición organizada por laSociedad Rural por haber sido recibido con una fuerte y sostenida silbatina, que lo forzó a retirarse. Graves escán-dalos ocurrían en las provincias del interior, como Mendoza y San Juan, y los diarios criticaban severamente a lasautoridades.

El ambiente público mostraba un continuo y grave descontento contra el gobierno. Las manifesta-ciones callejeras de estudiantes y obreros eran continuas. Sus antiguos partidarios, el Intendente Municipal deBuenos Aires, tanto como el Ministro de Guerra, dirigieron elocuentes mensajes a Yrigoyen señalándole la nece-sidad de un cambio de actitud inmediato, sin ninguna reacción por parte de éste. De su lado, parlamentarios detodos los bloques, identificados como “De los 44” por el número de sus componentes, lanzaron un manifiestoexplicativo de los malos procederes del oficialismo y de las medidas que debían adoptarse en cumplimiento de laConstitución. La renuncia del ministro de Guerra, el general Dellepiane, presentada el 2 de septiembre de 1930–fecha significativa– fue redactada en términos alarmantes para el Presidente y para el sistema republicano degobierno. Véanse algunos de sus conceptos:

He acompañado a pesar de mi voluntad y contrariando mi conciencia, a V.E., en la refrendación dedecretos concediendo dádivas generosas, pensando que esto pudiera liquidar definitivamente unasituación sobre la cual el país no debía reincidir. Me repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor,obra fundamental de incapaces y ambiciosos. He visto y veo alrededor de V.E. pocos leales y muchosinteresados.

Y aludiendo a la personalidad de Yrigoyen, aludía en su dimisión el ministro Dellepiane:

si V.E. no recapacita un instante y analiza la parte de verdad que puede hallarse en la airada protestaque está en todos los labios y palpita en muchos corazones… Sólo lamento no haber podido realizarobra constructiva.

Esta carta es algo así como un fallo casi póstumo a la presidencia radical, apenas cuatro días antes deser desplazada del poder. Porque el 6 de septiembre de 1930 estalló, con gran adhesión de la ciudadanía queantes había apoyado a Yrigoyen, un golpe militar que derribó al gobierno. Hay que remontarse a 1861 (a Pavón),casi setenta años antes, para que se diera un acontecimiento similar: hasta entonces –según expuse al comienzo–los alzamientos sediciosos fueron dominados por las fuerzas que respondían a la autoridad constituida.

CAPÍTULO 3 / 1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

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La composición social del Ejército Argentino

Contrariamente a lo que suponen los simplificadores de la Historia, el Ejército Argentino de aquellostiempos del treinta no es una casta ni constituye tampoco “el brazo armado de la burguesía”.

A partir de la presidencia de Mitre, la clase dominante ha entrelazado sus intereses con el Imperiobritánico, organizando una Argentina semicolonial, “granja de su Graciosa Majestad”, economía complementariade la economía inglesa. Pero el Ejército, sin embargo, no se modela bajo la influencia británica (que, en cambio,opera decididamente sobre la Armada) y tampoco se nutre preponderantemente de hombres de la clase alta. Alconstituirse como fuerza nacional cuando, después de los duros enfrentamientos de 1880, se prohíben las miliciasprovinciales, quedó integrado especialmente por contingentes del interior del país –de extracción federal– y mástarde, por hijos de la inmigración. Por esta razón, en la fuerza militar de principios de siglo palpita un sentimientoantimitrista que marca la singular experiencia del Partido Autonomista Nacional, primero, y luego, una fuerte ten-dencia radical.

Por supuesto, aparecen en sus filas algunos hombres de doble apellido, pero preponderan los quepertenecen a familias de clase media, en muchos casos, empobrecidas. Se puede observar cómo, en su historia, proliferanapellidos de inmigrantes como Velazco, Campero, Montes, Mantovani, Mosconi, Mercante, Farrell, Ferrazano, Pistarini,etcétera.

El investigador Alain Rouquié ha analizado esta cuestión:

Los oficiales argentinos raramente proceden de las familias hidalgas de las viejas provincias coloniales.En su mayoría, son originarios de las zonas más modernas, más urbanizadas y cosmopolitas. Así, pues,los oficiales forman un grupo abierto y no una casta hereditaria reservada a las viejas familias tradi-cionales de ascendencia militar o consular.1

Se trata, pues, si queremos usar una expresión sintética y popular, de “clase media con uniforme”.Con respecto a la clase trabajadora, son escasísimos los oficiales de ese origen aunque, uno de ellos, DomingoMercante era hijo de un trabajador ferroviario.

1 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo II, Buenos Aires, Emecé, 1978, p. 106.

Las contradicciones en el Ejército durante el régimen

conservador

NORBERTO GALASSOHISTORIADOR / ENSAYISTA / ESCRITOR

Vuchon, A. S/título, 1933. Óleo, 89 x 72 cm.

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR

Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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CAPÍTULO

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y su propuesta de que “la causa” llevase a cabo “la gran reparación”. Un caso interesante es el del general PabloRicchieri, a quien el general Roca le aconseja que colabore con Yrigoyen.

A veces, ocurre que ni los mismos dirigentes radicales aprecian la influencia que había alcanzado elpartido sobre los cuarteles y de qué modo muchos militares fueron dados de baja luego de que se sofocó la rebeliónde 1905 o trabados en sus ascensos o enviados a guarniciones remotas.

Tampoco la mayor parte de los historiadores explican por qué razón la clase dominante aceptó el sufra-gio libre, secreto y obligatorio de la Ley Sáenz Peña, en 1912. Generalmente lo adjudican a la honestidad del pre-sidente Roque Sáenz Peña o a la intransigencia de Yrigoyen, factores que influyeron seguramente, pero se des-conoce que otro de los factores fue la influencia del radicalismo sobre el Ejército y la posibilidad de una nuevasublevación. Son los cuarteles agitados por las nuevas ideas de la democracia los que inciden poderosamente enesa decisión que conducirá al poder, cuatro años después, a Hipólito Yrigoyen. Y una de sus primeras medidas serála reincorporación de los militares sublevados en 1905 y sancionados por ese hecho.

Jauretche sostiene:

La historia del radicalismo en los años previos a la ley electoral es casi una historia de cuartel. Nuncalogró dominar los altos mandos, pero las oligarquías vivieron sobre un barril de pólvora, pues faltasde apoyo popular se sustentaban sólo en las armas y los hombres de armas vivieron permanentementeel duro drama de la disyuntiva entre los mandatos de su conciencia nacional y los mandatos de la disci-plina; la historia del radicalismo fue así casi una historia militar […]. Más de una vez, después del 6 deseptiembre, oí de labios del octogenario luchador, decir que hubo momentos en que “el Radicalismosólo fue cosa de unos mozos estancieros y de los jefes y oficiales del ejército que era donde más se sentíanuestra acción”.5

Neutralismo y simpatía por el radicalismo, durante la Primera Guerra atravesaron los cuarteles en esa época.

El golpe militar del 6 de septiembre y los mandos leales a Yrigoyen

Una cuestión a investigar se refiere a la posición de la mayor parte de los mandos militares duranteel levantamiento del 6 de septiembre de 1930. El radicalismo se encuentra acosado por el resto de los partidos y elcaudillo está ya viejo y enfermo, cuando se produce el alzamiento del Colegio Militar liderado por el general Reynoldsy de la Escuela de Comunicaciones, con apoyo de la aviación, sin que se agregue ninguna otra unidad militar. Másaun, un militar, el general Dellepiane, ha alertado a Yrigoyen, desde su cargo de ministro de Guerra, acerca del golpeinminente. Pero el caudillo radical no escucha el consejo.

Lo cierto es que los mandos leales son mayoría ese 6 de septiembre y esperan infructuosamente laorden de Yrigoyen de reprimir. En el Arsenal de Pichincha y Garay se han citado militares de alta graduación que semantienen leales. Los insurrectos eran:

un grupo patéticamente reducido de soldados, en su mayor parte bisoños, en desafío al resto del Ejército,que no se plegó. Mientras avanzaban hacia la Casa Rosada, en una empresa condenada al más sonorofracaso, estaban alertas, esperando órdenes, el coronel Avelino J. Álvarez, en la Escuela de Infanteríade Campo de Mayo, el coronel Francisco Bosch al frente de la caballería destacada en Ciudadela, elcoronel Gregorio Salvatierra con la escuela de Suboficiales, el general Nicasio (o Sabino) Adalid, jefedel Arsenal de Guerra, el teniente coronel Regino P. Lascano, con el Primero de infantería y el tenientecoronel Ferré, del Segundo, ambos en Palermo, es decir, una fuerza capaz de triturar sin trabajo a laanémica columna de Uriburu. Sin embargo, estos jefes no recibieron ninguna orden. El general SeveroToranzo, inspector general del ejército, viajó desde el interior y solicitó al vicepresidente Martínez–presidente en ejercicio a partir del día 5 de septiembre– que lo designara jefe de la defensa paraproceder a la represión. Pero Martínez se negó ante el asombro del general.6

5 Arturo Jauretche, Ejército y política, Buenos Aires, Peña Lillo, 1976, p. 111.6 Miguel Ángel Scenna, Los militares, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980, pp. 159-160.

CAPÍTULO 4 / 1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

NORBERTO GALASSO - Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador

Con respecto a las razones por las cuales se incorporarían al Ejército los hijos de la clase media inmi-gratoria, Rouquié señala: “la educación nacionalista y el culto de San Martín, por ejemplo, y el atractivo de la parada,los desfiles, la bandera y los uniformes constituyen el basamento emocional de muchas elecciones”.2

Origen social y tendencias políticas

Estas reflexiones, resultan importantes para acercarnos a la comprensión de las diversas tendenciasideológicas y los cambios que se advierten en la historia del Ejército durante el siglo XX y que resultan inabordablespara aquellos que suponen que nuestros militares constituyen un conjunto de hombres hechos a imagen y seme-janza de la clase dominante, que comúnmente, en nuestras luchas políticas, se ha denominado “oligarquía”. Desdeese antimilitarismo abstracto resulta incomprensible la historia de nuestro Ejército. En cambio, si entendemos quepreponderan en él quienes provienen de la clase media existe la posibilidad de que se manifiesten tanto posicionesconservadoras como posiciones populares.

Si el Ejército Argentino hubiese sido –desde su cohesión como fuerza moderna a fines del siglo XIX–“el brazo armado de la clase dominante” habría manifestado el probritanismo que cultivaba la clase dominante, encuyo caso habría identificado su destino, de manera permanente, con el partido conservador y los intereses británicos.No fue así, sin embargo.

Probablemente la explicación reside en que la subordinación de la Argentina a Gran Bretaña significabatomar como ejemplo a una potencia fundamentalmente marítima lo cual permitía a nuestra Armada tomarla en arque-tipo, pero no ofrecía iguales posibilidades al Ejército. Así ocurrió la aparente incongruencia de que, en un país satélitedel Imperio británico se diese una competencia, en cuanto a la formación de nuestros militares, entre la influenciafrancesa y la germana. También en este aspecto, Rouquié viene en nuestra ayuda:

El Ejército adoptó un modelo cultural singular en un país cuyos dirigentes civiles mantenían relacionesprivilegiadas con Gran Bretaña en el terreno económico y social y profesaban accesoriamente un cultomás desinteresado por Francia en artes y letras. Esto llevaría a la crisis entre el ejército germanófilo(mucho antes de Hitler, por supuesto) y la oligarquía anglófila.3

En los primeros años de su constitución definitiva, el Ejército Argentino tomó como modelo al EjércitoFrancés, en cuanto a los uniformes, reglamentos, obras teóricas sobre cuestiones bélicas y estratégicas. Más tarde,especialmente a partir de 1904, comenzó a colocarse bajo la influencia germana. Los ensayos, artículos y tratados,así como el casco con punta o “el paso de ganso”, fueron reemplazando a las modalidades francesas. En el plan deestudios de la época, por ejemplo, los cadetes del Colegio Militar estudiaban idiomas francés y alemán, pero no inglés.

En sus recuerdos sobre su paso por el Colegio Militar, Juan Domingo Perón señala:

Las voces de mando eran de estilo alemán, los reglamentos y el manejo de armas eran igualmentealemanas. Toda mi vida he marchado al paso prusiano. Soy un hombre racionalista por temperamentoy por costumbres. Desde 1910, mis profesores fueron alemanes. Cabezas que no dejaban nada al azar.Todo con orden y sentido.4

El Ejército en los inicios del radicalismo

Esa clase dominante escéptica y despilfarradora no se preocupó por darle al Ejército una cohesiónideológica tal que lo constituyera en “su brazo armado”. Entendió probablemente que bastaba con la formaciónconservadora liberal expresada en la biografía del general San Martín, escrita por Mitre y con las hipótesis de con-flicto hacia Chile y Brasil. Por ello, quizá debió sorprenderse del predicamento que iba logrando HipólitoYrigoyen en los cuarteles, expresado en la sublevación del 4 de febrero de 1905. El naciente caudillo estaba con-quistando a las fuerzas populares del interior que habían sido la base social del autonomismo. Asimismo, lograbaque los oficiales y los suboficiales también fueran receptivos a sus denuncias contra “el régimen falaz y descreído”

2 Alain Rouquié, op. cit, p. 108.3 Ibid., p. 100.4 Esteban Peicovich, Hola Perón, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1962, p. 62.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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azotar y torturar de uniforme, por verdugos civiles y policíacos que han emulado a los más sombríosy repugnantes personajes de la historia. Cuando pienso que una hiena como usted se ha disfrazadodurante 47 años con el uniforme de los defensores de la Constitución prometiendo, engañando, adu-lando, mintiendo y corrompiendo conciencias de oficiales de todos los grados, no encuentro mons-truo con quien compararlo en los anales de nuestra vida democrática […]. Simulando patriotismo, esusted, en realidad, un agente venal de turbios intereses extranjeros.8

El 5 de abril de 1931, la dictadura uriburista, se arriesga a otorgar elecciones libres en la provincia deBuenos Aires. El conservadorismo levanta una fórmula típicamente vacuna: Santamarina-Pereda, mientras que losradicales llevan a Pueyrredón-Guido. El triunfo radical provoca la anulación de estas elecciones y una vez más los ofi-ciales yrigoyenistas deciden levantarse al encontrar cerradas las vías electorales. En julio de 1931, el coronel GregorioPomar se subleva en el Litoral. Sin embargo, a pesar de que su acción moviliza fuerzas adictas en otras partes delpaís, el general Justo –que se ha dedicado desde el 6 de septiembre a la tarea de colocar a sus hombres al frentede los diversos cuerpos– extorsiona a Uriburu: el levantamiento de Pomar será sofocado pero Uriburu debe dar elec-ciones antes de fin de año y Justo, merced al fraude, será el nuevo presidente.

En 1932 es asesinado el mayor Regino P. Lascano. Al encontrarse el cadáver, en su chaqueta apareceuna proclama que en sus partes centrales afirma:

Guiados por los más nobles sentimientos de reparación institucional y de justicia social, nos levantamosen armas contra el simulacro de gobierno que preside el General Justo, surgido de las elecciones frau-dulentas y espurias del 8 de noviembre de 1931, realizadas bajo el imperio del estado de sitio y delas deportaciones en masa de políticos, militares, obreros y estudiantes que encarnaban el espíritu deoposición, de democracia y de libertad del pueblo argentino, cuya mayoría representa el radicalismo.Nos levantamos en armas contra los herederos de la nefasta tiranía del General Uriburu […] patroci-nado por el imperialismo petrolero norteamericano que resucita en el país los gobiernos de castas.Frente a la dictadura del General Justo, las dictaduras de las compañías Standard Oil, Bunge y Born,Dreyfus, Asociación de frigoríficos, Tranvías, Unión Telefónica, etc., frente a esta dictadura extranjera,disfrazada canallescamente con los colores de nuestro pabellón y a la que sólo civiles y militares quehan caído en la ignominia de traición a la patria pueden apuntalar, proclamamos la revolución conel fin de reconquistar para el pueblo argentino la suma del derecho y libertades ultrajadas, aherro-jadas por la miserable legión de fascistas del Jockey Club y Círculo de Armas, que no han trepidadoen vender la nacionalidad a cambio de satisfacer sus bastardas y ruines ambiciones personales deorden político y comercial […]. Argentinos: ¡De pie, a las armas! ¡Viva la Unión Cívica Radical!, CuruzúCuatiá, 30/6/1932. Firmado Juan B. Ocampo, Capitán ayudante.9

Hacia fines de 1932, se produce otro suceso que demuestra la consecuente posición de un sector delEjército. El coronel Atilio Cattáneo urde una trama conspirativa cívico militar en la cual participan, entre otros, lostenientes Monti, Reynoso, Egli, Muzlera, Bruzzone, Olguin y los capitanes Cáceres, Domínguez, Coroba, Carriegoy Bravo. Pero la explosión de una bomba dejó al desnudo el complot y los conspiradores son detenidos.

En enero de 1933, estalla una rebelión en Concordia,10 con repercusión en Misiones. Luego, en diciembrede 1933, se produce el levantamiento de Santa Fe y Corrientes, con fuertes enfrentamientos en Paso de los Libres.En esta oportunidad, los aviones del gobierno ametrallan a los insurrectos produciéndose alrededor de cincuentamuertos y una gran cantidad de detenidos, algunos enviados al sur, otros desterrados a Europa.

Esta “resistencia radical” entra en declinación cuando Alvear negocia con el gobierno de la Concordanciapara constituirse en una oposición amable y respetuosa. Esto culmina en la Convención Radical, el 2 de enero de1935, cuando se levanta la abstención y el radicalismo pasa a legitimar los fraudes del régimen.

Asimismo, hasta la noche de ese sábado 6 de septiembre no estuvo asegurado el éxito para el generalUriburu: “En el Arsenal estaban reunidos el ministro González, el inspector general Severo Toranzo y los generalesMosconi, Adalid y Martínez, todavía en condiciones de reaccionar”.7

Resulta evidente que la crisis económica mundial, el periodismo amarillista con Crítica y La Fronda ala cabeza, así como la dirigencia política de derecha a izquierda y el propio engangrenamiento del partido inci-dieron en el camino hacia el abismo del Presidente. Pero son varios los historiadores que no evalúan estos factoresy en cambio, prefieren sostener que el Ejército quebró la legalidad. Para ello, silencian que buena parte de esos mili-tares esperaban una orden que nunca llegó.

Las diversas tendencias dentro del Ejército durante los años treinta

Los radicales

Ya en los sucesos del treinta se pueden advertir tendencias diversas en el seno del Ejército:

a) los militares de filiación radical; b) los nacionalistas de derecha que se nuclean alrededor del general José Félix Uriburu;c) los oficiales de posiciones liberal-conservadoras, probritánicos, que responden al general Justo.

En los sucesos de 1930, los oficiales radicales no intervienen. Los uriburistas se presentan como prota-gonistas principales del golpe militar, mientras los liberales “justistas” participan en segunda línea.

Los militares radicales provienen del Ejército que se organiza después de 1880 y entienden que su fun-ción es garantizar la libre soberanía popular. Es decir, ante las costumbres cívicas adulteradas por el fraude, reclamanque se practiquen comicios limpios, con sufragio secreto, libre y obligatorio quedando encargada la institución develar por la pureza del sufragio.

Para este sector, la función del Ejército consiste en defender la soberanía ante cualquier ataque externo,que en aquellos tiempos suponen que podría provenir desde Chile o desde Brasil. De esta manera, si el pueblootorga su confianza a Hipólito Yrigoyen y éste se subleva frente a las trampas electorales, muchos de estos ofi-ciales están dispuestos a acompañarlo en la patriada. Luego, cuando Yrigoyen triunfa en 1916, consideran quesu deber es la obediencia al presidente legal, aunque ello los obligue, en algunas oportunidades, a reprimir accionespopulares, donde estiman que se expresan intereses chilenos –o de subversión ideológica al sistema– como en la“Semana Trágica” (1919) y los sucesos de la Patagonia (1921 y 1922). Por esta razón no se suman a la conspiración,ni al golpe, en 1930. Entre los más conocidos de ellos pueden citarse a: Enrique Mosconi, Severo Toranzo, AtilioCattáneo, Francisco y Roberto Bosch, Sabino Adalid, Gregorio Pomar, Regino Lascano, Manuel Álvarez Pereyra,Gregorio Salvatierra.

Al poco tiempo de asumir el gobierno el general José Félix Uriburu, estos militares yrigoyenistas selanzan a conspirar contra el gobierno de facto.

En diciembre de 1930 se produce el levantamiento de suboficiales radicales en Córdoba, vinculadosal doctor Amadeo Sabattini. Poco después, el general Severo Toranzo urde una conspiración, con un grupo deoficiales adictos. Con la colaboración de su hijo, Carlos Severo Toranzo Montero, organiza el golpe para deponera Uriburu. La conspiración toma cuerpo y va a estallar a fines de febrero de 1931, pero una delación pone sobreaviso a los servicios de inteligencia y se lanza la orden de detención contra los implicados. Toranzo logra fugarembarcándose hacia Montevideo, desde donde lanza una carta abierta al general Uriburu condenando su golpeusurpador:

Le dirijo estas líneas asumiendo también y por derecho de antigüedad, la representación de los mili-tares de toda jerarquía a quienes usted y sus esbirros han ofendido infamemente, apoyados en lafuerza brutal, que ha tenido en sus manos para deshonra de la civilización, desde el día del malóndel 6 de septiembre hasta la fecha. Solamente en un alma vil y cobarde podían anidar los salvajes ins-tintos que usted ha revelado, ensañándose con sus propios camaradas del ejército al punto de hacerlos

7 Miguel Ángel Scenna, op. cit., p. 160.

8 Atilio Cattáneo, Apéndice de “Plan 1932”, Buenos Aires, Proceso, 1959.9 Atilio Cattáneo, op. cit., p. 251.10 Ibid., p. 86.

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Si bien en algunos casos estos militares admiraban el rearme de los países derrotados en la primeracontienda mundial, en otros esto resultaba en una adscripción a los sistemas corporativos. Son militares que porsobre todo sostienen una posición antiizquierdista, totalitaria, antidemocrática y racista. En algunos casos, va aresultar ostensible su admiración por el nazismo. Así ocurre, por ejemplo, con algunos oficiales cuyo pro nazismoresulta fervoroso, con todos sus ingredientes de odio a las masas, antisemitismo, autoritarismo y otras connotacionesreaccionarias. Entre ellos, pueden citarse a los coroneles Enrique González, Luis Perlinger y Orlando Peluffo.

La línea liberal-conservadora

Como se ha señalado, el general Justo prefirió quedar en segundo plano respecto a Uriburu en losdías del golpe septembrino de 1930. Pero, instalado el nuevo gobierno, se preocupó por colocar a un hombre desu plena confianza en el Ministerio de Guerra, el general Manuel Rodríguez quien se declara partidario de queel Ejército se limite a sus funciones específicas y que el debate ideológico no ingrese a los cuarteles. Por supuesto,ese “profesionalismo” de Rodríguez se basaba en que los militares radicales debían ser detenidos, dados de bajao enviados a los últimos rincones del país. Llevado a cabo ese operativo, durante los primeros meses del gobiernouriburista, resulta comprensible que el amigo de Justo abogase porque el Ejército se cohesionara detrás de sufigura como ministro y detrás de la figura de Justo, quien fue colocando a sus hombres de confianza a cargo delas principales guarniciones. Copado el Ejército por este sector, la institución sirvió a los planes de la clase domi-nante, tanto fuese en asegurar el fraude en las elecciones de 1932 y 1938, como en la política económica probri-tánica implementada por entonces. La crisis económica mundial de 1930 había desajustado la relación entre elImperio y la llamada “su colonia próspera”, para la clase dominante. El tratado Roca-Runciman tuvo por objetoemparchar esos desajustes: para ello el gobierno aceptó toda clase de imposiciones como entregar a los frigorí-ficos angloyanquis el 85% de las exportaciones de carne, crear un Banco Central Mixto con asesoramiento de dosintegrantes del directorio del Banco de Londres (Otto Niemeyer y Mr. Powell), armar la Coordinación de Transportesen beneficio de la empresa inglesa de tranvías para lo cual se apropió de los colectivos que estaban en manos departiculares y otros negocios semejantes.

Este período de represión y entrega tuvo a la Concordancia –confluencia de antipersonalistas, socia-listas independientes y conservadores– con la complicidad del alvearismo, como responsables, pero también tuvoa la mayor parte del Ejército como partícipe, encolumnada detrás de Justo y Rodríguez.

Entre los jefes importantes que se alinearon detrás de esa política, tanto en retiro como en actividad,pueden mencionarse a José María Sarobe, Bartolomé Descalzo, Elbio Anaya, Leopoldo Ornstein, Santos Rossi,José Francisco Suárez, Carlos Márquez, Juan Tonazzi, Arturo Rawson y Adolfo Espíndola.

En 1938, al concluir su período, el general Justo apeló al fraude para colocar en la presidencia a unhombre de su confianza –el doctor Roberto Ortiz, abogado de empresas extranjeras– para asegurarse de que éste,al cumplir su mandato, lo devolviera al sillón presidencial. Pero diversas circunstancias incidieron para que su estra-tegia fracasara. Por un lado, el presidente Ortiz enfermó gravemente y fue suplantado interinamente por el vice-presidente Ramón Castillo. Luego, Ortiz falleció y Castillo asumió plenamente la presidencia. Castillo sostuvo unapolítica neutral durante la guerra y se apoyó en oficiales antiliberales, mostrando, además, cierta atención a las pro-puestas de tipo industrialista que aportaban algunos hombres del Ejército: dio impulso a Fabricaciones Militaresy adquirió algunos barcos, como punto de partida de nuestra flota marítima. Justo, por su parte, se vio envueltoen una acusación con motivo de una adquisición de armamentos en Europa. Además, su ofrecimiento al Brasil paraincorporarse a las fuerzas aliadas en la conflagración mundial, provocó rechazo en los casinos de oficiales. Pocodespués, Justo sufrió un derrame cerebral y falleció el 11 de enero de 1943. A pesar de ello, Rawson, Anaya, Rossiy Ornstein consiguieron jugar roles de cierta importancia en los primeros meses después del 4 de junio de 1943.

Otras tendencias

En la segunda mitad de la década del treinta se manifiestan algunos fenómenos nuevos en la sociedadque repercuten sobre el Ejército. La crisis económica mundial de 1929 ha producido sus efectos generando ciertocrecimiento industrial que se va a acentuar con motivo de la Segunda Guerra Mundial, pues ésta obstaculiza lasimportaciones extranjeras. Ello va aunado a fuertes migraciones internas desde las provincias desamparadas delinterior y asimismo, influye FORJA, cuyas consignas fueron ganando terreno: “Somos una Argentina colonial.Queremos ser una Argentina libre”, “Tenemos una economía colonial, una política colonial, una cultura colonial”,

Los soldados radicales manifiestan su reprobación a la política alvearista y actúan políticamente muycerca de los hombres de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, fundada en 1935, cuyo prin-cipal dirigente era Arturo Jauretche). En 1939, obligados a exilarse por la represión, Roberto Bosch y GregorioPomar, desde Montevideo, rechazan la amnistía con la cual quieren amansarlos tanto el gobierno como su propiopartido alvearizado:

No queremos ser cómplices de leyes que constituyen un Estatuto Legal del Coloniaje, como la de lacreación del Banco Central y del Instituto Movilizador, la de la Coordinación de los Transportes, lasconcesiones de la CADE, etc., y otros actos de entrega del patrimonio nacional, a fuerzas extrañas queexpolian al pueblo argentino.11

Otra figura castrense importante fue el general Ramón Molina. Desvinculado de la línea uriburista,pero también opuesto a las maniobras fraudulentas que prohijaba el general Justo, su figura fue creciendo, pri-mero como un soldado de posición nacional y luego, como hombre ligado al radicalismo combativo. Scenna señalaque Molina propiciaba “un regreso a la pureza del sufragio y asumía una posición crítica ante la indiferencia oficialfrente a la desocupación y la miseria generadas por la crisis y aún no conjuradas”.12 Esta vocación por lo nacionaly lo social lo constituía en un germen de caudillo popular proveniente del Ejército lo cual preocupó a los mandosliberales. Al principio, intentaron desprestigiarlo y le otorgaron el mote de “el burro” Molina. Más tarde, consi-deraron conveniente cerrar el paso a su accionar político: “Justo comprendió que Molina podía llegar a ser unadversario peligroso […]. Molina era un líder en potencia”.13 En 1937 fue arrestado, con la imputación de haberseconvertido al comunismo y debió pedir el retiro, medida que le hizo perder influencia sobre los radicales que lo con-sideraban uno de sus hombres.

En enero de 1941, algunos de esos militares constituyen la Cruzada Renovadora del Radicalismo, fun-dada por el teniente coronel Sabino Adalid, siendo nombrado como primer jefe de la entidad el teniente coronelRoberto Bosch. Tanto Bosch, como el teniente coronel Dándolo Breglia, Gregorio Pomar y Atilio Cattáneo seguiránsiendo consecuentes con su posición radical en los años siguientes.

También alcanzan importancia, en la línea radical de los años cuarenta, los coroneles Aníbal, MiguelÁngel y Juan Carlos Montes. (A Miguel Ángel Montes se le atribuye haber redactado, junto con Juan D. Perón, unade las proclamas que circuló en junio de 1943). Pomar, a su vez, continuó manteniendo relaciones con los forjistas,aunque éstas se debilitaron cuando el grupo de Jauretche, en 1940, se escindió del radicalismo.

La línea nacionalista corporativista y los militares pro nazis

El general Uriburu había sido neutralista durante la Primera Guerra debido a su admiración por elfuncionamiento del Ejército Alemán y en el año treinta mantenía simpatías por el fascismo italiano. El núcleo quelo rodeaba, especialmente Carlos Ibarguren, no se cansaba de aconsejarle que anulase la Constitución del 53 parareemplazarla por la Carta del Lavoro, que Mussolini había sancionado para Italia.

Uriburu sostenía una posición nacionalista de derecha, antipopular y autoritaria, centrada en el ordena rajatabla, que lo condujo a una dura política represiva que incluyó desde encarcelamientos y torturas hasta fusila-mientos; fue el creador de una organización parapolicial denominada Legión Cívica.

Esta organización se integraba con adeptos al nacionalismo que recibían entrenamiento militar enlos cuarteles. El mismo Presidente asistió a su primer desfile de alrededor de diez mil legionarios por las calles deBuenos Aires, en abril de 1931. Sin embargo, el control de los cuerpos militares en manos del general Justo lo llevóa aceptar su retiro y a convalidar el fraude que convirtió a Justo en presidente.

Alejado del país, Uriburu falleció poco después. Sin embargo, esta línea de vocación fascista se man-tiene. Son varios los jefes que durante la década expresan esta tendencia, entre ellos los generales FranciscoFasola Castaño, Benjamín Menéndez, Urbano de la Vega, Basilio Pertiné, Nicolás Accame y Juan Carlos Sanguinetti,pero quien más se destaca por su simpatía con el fascismo es el general Juan Bautista Molina, a quien puede consi-derarse el más consecuente continuador del uriburismo.

11 Atlilio Cattáneo, op. cit., p. 170. 12 Miguel Ángel Scenna, op. cit., p. 168.13 Ibid.

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BIBLIOGRAFÍA

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“Patria, pan y poder al Pueblo”. En sus Cuadernos, FORJA señalaba la dependencia que sufría la Argentina comosemicolonia productora de carnes y cereales para Gran Bretaña y denunciaba que “había hambre en un país muyrico”. Raúl Scalabrini Ortiz lo hacía tanto desde FORJA como desde los diarios Señales y Reconquista, así comodesde los libros Política Británica en el Río de la Plata e Historia de los ferrocarriles. También José Luis Torres desme-nuzó estas claudicaciones en varios libros: Algunas maneras de vender a la patria, La Década infame, La oligarquíamaléfica y Los perduellis. Así también alcanzan mayor predicamento algunos economistas como Alejandro Bungequien publica La nueva Argentina.

La mayor presencia obrera y las ideas antiimperialistas se introducen en los cuarteles y producencambios importantes. Uno de ellos es el desarrollo de una tendencia industrialista, especialmente entre los inge-nieros militares. De este modo, algunos militares, con cierta tendencia antiliberal o antibritánica, expresaron susposiciones nacionales en un creciente interés por la defensa del patrimonio argentino, así como por la industria-lización y el desarrollo de la industria pesada. Entre ellos, sobresalió el general Manuel N. Savio quien se consti-tuyó en el principal defensor de la siderurgia argentina. Sostenía Savio que un ejército no tendría autonomía siel país no fabricaba acero. Con la colaboración de Luciano Catalano, Savio fue el impulsor de Altos Hornos Zapla.

Desde otra perspectiva, pues no venía del radicalismo, Savio siguió los pasos de ese gran defensor delpetróleo argentino que fue el general Enrique Mosconi. En el mismo sentido también merece ser recordado elgeneral Alonso Baldrich.

Asimismo, se produjo un fenómeno interesante en los cuarteles cuando, dada la declinación sufridapor la Argentina y los casos de corrupción y entrega económica sucedidos durante la década, algunos oficialesempezaron a buscar nuevos caminos. En cierta medida, empezaron a hacer síntesis entre los planteos democrá-ticos del radicalismo y la defensa del patrimonio nacional sostenida por algunos nacionalistas, tendiendo haciaposiciones antibritánicas y a favor de una decidida participación popular en las cuestiones centrales de gobierno.

Perón, uno de los hombres clave de esta tendencia, leía los cuadernos de FORJA en Italia, que leenviaban desde Buenos Aires. Julián Licastro señala asimismo que Perón le comentó que se nutría ideológicamentede las publicaciones de los apristas peruanos exilados en Buenos Aires. En esta tendencia se encuentra el coronelDomingo Mercante y algunos compañeros de promoción de Perón como Oscar Silva, Filomeno Velazco, HumbertoSosa Molina y Heraclio Ferrazano.

En ellos fue acentuándose la convicción de que el pueblo debía ser protagonista, que el Ejército nohabía sido creado para reprimir sino para defender la soberanía y en algunos casos, emprender obras de bienpúblico o empresas ligadas a las necesidades bélicas. Además, Perón solía recordar que su viaje a Europa, en 1940,le había servido para convencerse de que había llegado “la hora de los pueblos”.

El 4 de junio de 1943

A partir de esta fecha, las diversas tendencias se cruzarán y chocarán una y otra vez, con sus disímilesproyectos. Poco tiempo atrás se había constituido el GOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo Obra de Unificación)que durante mucho tiempo fue rotulado de pro nazi, aunque la escasa documentación que se logró recuperardada su índole de logia secreta, parece indicar, sin embargo, que a sus integrantes no los unía una concepciónideológica, sino el propósito de reconstruir el Ejército, depurar sus cuadros y darle un rol prestigioso en la sociedad.

El sector liberal-conservador y aliadófilo, que había orientado el general Justo, logró ocupar ciertosespacios en los inicios del golpe, a tal punto que Rawson fue designado presidente, aunque no llegó a jurar, ytanto Anaya como Ornstein ocuparon ministerios. Sin embargo, esta tendencia fue desplazada al poco tiempopor la acción mancomunada de los oficiales pro nazis y los nacionales. Pedro Pablo Ramírez, que tenía relacionescordiales con radicales y nacionalistas, ocupó durante un tiempo la presidencia, manteniendo un equilibrio ines-table entre las tendencias que lo sustentaban. Crecieron por entonces las figuras de Juan Domingo Perón, desdela Secretaría de Trabajo y también las de los coroneles Enrique González y Luis César Perlinger, que expresabana la línea pro nazi, hasta que en julio de 1944, el grupo liderado por Perón logra prevalecer sobre la tendencia dePerlinger, quedando en posición mucho más firme dentro de la fuerza, aunque todavía habría de enfrentar unadura oposición de los viejos partidos políticos con abierto apoyo del embajador norteamericano Spruille Braden,desde mayo de 1945.

El 17 de octubre de 1945, el sector liderado por Perón, que expresa, en ese momento, a la mayoría delEjército, se encuentra con los trabajadores en la plaza histórica, consagrándose así un liderazgo político que per-duró tres décadas y cuyas ideas aún mantienen influencia sobre la Argentina de estos días.

CAPÍTULO 4 / 1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

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177Introducción

El período entre guerras fue un tiempo de cambios trascendentes en el mundo, constituyó un finalde época con la debacle del modelo capitalista acuñado en la denominada “Segunda Revolución Industrial”. Lacrisis de 1930 y sus devastadoras consecuencias sociales, el surgimiento del comunismo y del fascismo como alter-nativas a la democracia liberal y, por sobre todo, la sombra de la guerra mundial como un destino inexorable paralas naciones, mantuvo a las grandes potencias inmersas en problemas que hacían a su propia supervivencia.

En este contexto, los países periféricos gozaron de una mayor libertad de acción para formular estra-tegias de desarrollo independiente. Algunos lo intentaron con distinto grado de éxito.

Durante estos años, en la Argentina se produjo una profunda transformación política, social y econó-mica a partir del desarrollo del primer momento del proceso industrial por sustitución de importaciones cuyocorrelato en el ámbito social fue el crecimiento del movimiento obrero y, en el nivel político cristalizó una formaparticular de Estado de bienestar signado por la inestabilidad de las formas constitucionales a partir del golpemilitar de 1930.

El caso argentino es complejo, presenta paradojas y contradicciones. Abordar estos años desde el pre-sente no es una tarea sencilla para los cientistas sociales pues este período aún no está plenamente desvinculadode cargas valorativas que no permiten recrear las condiciones del pasado con la rigurosidad debida, incurriendoen reduccionismos o anacronismos que dificultan comprender cuáles eran las opciones de las que disponía unargentino de los años treinta y cuáles eran las categorías analíticas para enfrentar los desafíos de su tiempo.

El tema que voy a desarrollar es la industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón. El período que analizaremos es el de 1930-1943, como se comprenderá,las periodizaciones son arbitrios intelectuales que imponemos en un continuum, que, en este caso es válido paraabordar el ámbito de lo político entre dos golpes de Estado, pero los tiempos de los procesos económicos y socialesson distintos y, por lo tanto, en ocasiones deberé transgredir estos límites.

La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del

pensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón

GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR

Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

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CAPÍTULO

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reglas de la convivencia no habrán de encontrar por parte del Estado sino el recono cimiento de suesfuerzo por el engrandecimiento del país. Los obreros, por su parte, tendrán la garantía de que lasnormas de trabajo que se establezcan habrán de ser aplicadas con el mayor celo por las autorida des.Unos y otros deberán persuadirse de que ni la astucia ni la violencia podrán ejercitarse en la vida deltrabajo, porque una voluntad inquebrantable exigirá de ambos la vigencia de los derechos y obligaciones.2

¿Por qué los militares de 1943 nos plantean la independencia económica y la cuestión social como pro-blemas estratégicos esenciales de la defensa nacional?

¿Cuáles eran los principales desafíos de la Argentina de esos años que suponían debía enfrentar el paísy cuáles las opciones estratégicas de su tiempo?

¿Fue el pensamiento de Perón un fenómeno excepcional o está arraigado en un pensamiento estra-tégico que se venía desarrollando desde hacía años, si es que se puede afirmar la existencia de tal pensamiento?

A continuación, trataremos de rastrear el origen de estas ideas que expusieron Perón y Savio y su desarrolloen el período entre guerras.

Una dimensión del fenómeno bélico

Eric Hobsbawm considera que el “siglo XIX largo” finaliza con la Primera Guerra Mundial y sus princi-pales consecuencias sociales y políticas: la Revolución Rusa y el surgimiento del fascismo.

La Gran Guerra fue un hecho inédito en la historia de la humanidad. Si bien algunos conflictos armadoscomo la Guerra de Secesión en Estados Unidos y la Guerra Franco-Prusiana en 1870, preanunciaban algunas de susprincipales características, esta contienda señala el comienzo de un nuevo proceso histórico. Francois Furet plantea que:

Por su naturaleza misma, la guerra es una apuesta cuyas modalidades y efectos son particularmenteimprevisibles […]. De esta regla general, la guerra de 1914 podría ser la ilustración por excelencia. Suradical novedad trastorna en ambos campos todos los cálculos de los militares y de los políticos, asícomo los sentimientos de los pueblos. Ninguna guerra del pasado tuvo un desarrollo y unas conse-cuencias tan imprevistas […].Esta novedad, técnica para empezar, puede compendiarse en algunas cifras. Mientras que francesesy alemanes contaban con obtener triunfos decisivos en las primeras semanas, con ayuda de sus reservasde armamentos acumuladas, ambos agotaron en dos meses sus aprovisionamientos de municiones yde material de guerra: hasta ese grado la nueva potencia bélica de los dos ejércitos había superadotodas las previsiones […]. Los mismos obuses que matan a los soldados también entierran sus cadá-veres. Los muertos en la guerra son “desaparecidos” del combate. El más célebre de todos, bajo elArco del Triunfo, será justamente honrado por los vencedores como “desconocido”; la escala de lamatanza y la igualdad democrática ante el sacrificio han sumado sus efectos para rodear a los héroestan sólo de una bendición anónima.La guerra de 1914, democrática, lo es por ser la de los grandes números de los combatientes, de losmedios, de los muertos. Más por ese hecho también es cuestión de civiles más que de militares; pruebasufrida por millones de hombres arrancados de su vida cotidiana, más que combate de soldados […].La guerra la hacen masas de civiles en regimientos que han pasado de la autonomía ciudadana a laobediencia militar por un tiempo cuya duración no conocen, hundidos en un infierno de fuego en elque es más importante “sostenerse” que calcular, atreverse que vencer.3

Muy tempranamente nuestro país tomó nota de la profundidad de los cambios políticos y socialesque se estaban operando en el viejo continente. Enrique Mosconi, en los primeros años de la década de 1920reflexionaba respecto de las consecuencias de la contienda mundial:

2 Fragmento del discurso de Perón en la Asunción del cargo de Secretario de Trabajo y Previsión el 2 de diciembre de 1943 en JuanCarlos Torre, Los años peronistas, Buenos Aires, Sudamericana, colección Nueva Historia Argentina, (tomo 8), 2002, p. 34.

3 Francois Furet, El pasado de una ilusión, México, FCE, 2005, pp. 59-60.

CAPÍTULO 4 / 1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN - La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensa-

miento estratégico en Mosconi, Savio y Perón

Desarrollo

Para una mejor comprensión de la problemática que analizaremos propongo comenzar por el final delperíodo para establecer cuáles fueron las principales consideraciones respecto al “proceso de industrialización” y ala “cuestión social” que se plantearon los protagonistas a principios de la década de 1940, a fin de intentar responderla siguiente pregunta: ¿Por qué un militar de 1943 pensaba de esta manera? E intentar, de este modo, rastrear losorígenes de este pensamiento.

Planteo del problema

En 1944, el general Manuel Savio expresaba con respecto a la necesidad de industrializar el país:

Consideramos un imperativo impostergable establecer en la Argentina las bases de una siderurgiaracional, pues, de lo contrario, toda la estructura del desarrollo industrial que, lógicamente, esperamosdentro de nuestra evolución económica carecerá de fundamento positivo.

Y agregaba:

No es posible pretender un desarrollo apreciable como nación si no se dispone de un mínimo decapacidad propia para desenvolverse sin tutelaje extraño.

En otro discurso expresaba:

Yo no creo forzar la analogía al comparar nuestra independencia de 1816, en lo político con nuestraindependencia en lo económico en 1945 o aproximadamente, sobre la base de la industria siderúrgicacomo piedra angular en la que han de desarrollarse sanamente todas las actividades de esta índole.1

En relación con la cuestión social, en 1943, el coronel Juan Perón asumía como secretario de Trabajoy Previsión del gobierno de facto, planteando en su discurso de asunción el comienzo de la “Era de la justicia social”en estos términos:

Simple espectador como he sido en mi vida de soldado de la evolu ción de la economía nacional y delas relaciones entre patrones y traba jadores, nunca he podido avenirme a la idea tan corriente de quelos problemas que esa relación origina son materia privativa sólo de las partes interesadas. A mi juicio,cualquier anormalidad surgida en el más ínfimo taller y en la más oscura oficina repercute directa-mente en la economía general del país y en la cultura general de sus habitantes. [...] Por tener muyfirme esta convicción he lamentado la despreocupación, la indiferencia y el abandono en que loshombres de gobierno, por escrúpulos formalistas repudiados por el propio pueblo, preferían adop-tar una actitud negativa o expectante ante la crisis y convulsiones ideológicas, económicas, que hansufrido cuantos elementos intervienen en la vida de relación que el trabajo engendra. El Estado semantenía alejado de la población trabajadora. No regulaba las actividades sociales como era su deber,sólo tomaba contacto en forma aislada, cuando el temor de ver perturbado el orden aparente de la callele obligaba a descender de la torre de marfil, de su abstencionismo suicida. Con la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión se inicia la Era de la Justicia Social en la Argentina.Atrás quedarán para siempre la época de la inestabilidad y el desorden en que estaban sumidas lasrelaciones entre patrones y obreros. De ahora en adelante las empresas podrán trazar sus previsionescon la garantía de que si las retribuciones y el trato que otorgan al personal concuerdan con las sanas

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

1 Selva Echagüe, Savio. Acero para la industria, Buenos Aires, Fundación Soldados, 1999, p. 44.

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Guerra más y más nacional.Masas más y más considerables.Predominio más y más fuerte del factor humano.Necesidad, por lo tanto, de volver a esa conducción de tropas que aspira a la batalla como argumento;que emplea la maniobra para alcanzarla.Conducción caracterizada por preparación, masa, impulsión.Hoy, para cumplir en forma que el país tenga algo que agradecer al ejército, es necesario ajustarse a lasnecesidades de un preparación racional e integral de las fuerzas vivas de la nación, para emplearlasen la guerra que sucederá en un plazo más o menos largo y de la cual sólo pueden vislumbrarse algunasposibilidades.7

Frente a este fenómeno social que arrasa con los grandes imperios, cambia el mundo conocido poruna nueva cartografía e instala la noción de que la revolución y la violencia son fuerzas transformadoras, los mili-tares argentinos decodifican esta realidad con las herramientas teóricas que disponían en su tiempo.

Como se observa en Perón, uno de los pensadores que va a tener una influencia decisiva en el pen-samiento estratégico argentino es Colmar von Der Goltz, un militar alemán que reflexionando acerca de laGuerra Franco-Prusiana de 1870, en 1881, presenta una obra en la cual expone que el concepto de “nación enarmas” formulado por Clausewitz ya no alcanza para explicar la guerra de una sociedad capitalista transformadapor la revolución de los transportes (ferrocarril y barco a vapor) y la industria del acero, proponiendo un nuevoparadigma: “la guerra requiere de todas las fuerzas morales y materiales de la nación”.

Este paradigma inferido de las guerras europeas es reformulado por nuestros militares del períodoentre guerras entendiendo que Rusia implotó y que Alemania perdió la guerra en el frente interno más que enel bélico, de allí que por fuerzas materiales se entendiera la necesidad de lograr el autoabastecimiento industrialdel país y por fuerzas morales, la cuestión social, la cohesión nacional para enfrentar el esfuerzo bélico.

La industrialización

El primero en plantear la necesidad de que el país produzca los insumos básicos para su sustento fueEnrique Mosconi, quien desde su cargo de director de los Arsenales del Ejército, comenzó a predicar sobre lanecesidad de cambiar el modelo productivo por uno que asegurara la autonomía del país:

Creo que los Arsenales de Guerra recién ahora van a empezar a desarrollar su acción, y sobre el fun-damento de los años que han pasado y de estos inmediatos años que han servido para construir laescuela, para preparar el personal que ha de formar la base de los Arsenales futuros, llegarán a cerraruna gran etapa en el desarrollo de nuestra Nación. Digo una gran etapa, porque así lo es; porqueaquella independencia política que hiciera la generación grande de la Independencia, la generaciónde Mayo, no ha sido completada, a pesar del momento incierto en que la humanidad vive, a pesar deque no sabemos todavía en estos momentos cuáles serán los nuevos rumbos y las nuevas fórmulas espi-rituales que den importancia a la institución armada; pero sabemos que es necesario estar prevenidosy preparados para defender el patrimonio que hemos recibido de nuestros antepasados y que tenemosel deber de conservar. [...]La independencia del año 10 debe ser integrada con la independencia de nuestros cañones. Nuestroscañones hoy día no son independientes, todos sabemos por qué, de manera que estamos en unasituación que no puede satisfacernos absolutamente y que sólo podrá llegarnos la tranquilidad al espí-ritu el día que digamos: “La defensa de nuestro país, nuestro derecho, nuestras instituciones políticas,nuestra riqueza nacional, todo está garantizado porque la nación tiene el espíritu firme y cañones quepueden tirar hasta que sea necesario.8

7 Juan D. Perón, Apuntes de historia militar, Buenos Aires, Poder, 1971, p. 115.8 Enrique Mosconi, Demostración ofrecida por el personal de Arsenales de Guerra con motivo del ascenso a Coronel 26/10/1918, en

Dichos y hechos, op. cit., p. 34.

Fuera de esta exigencia, que tiene su fundamento en los caracteres generales de la guerra, según lasenseñanzas de la última conflagración, hay otras razones que nos tocan más directamente, porqueno sólo se refieren a poner nuestra institución armada a la altura de la época, sino a colocarla en con-diciones de equilibrio con respecto a los ejércitos vecinos.4

Y continuaba de este modo:

No basta tampoco el dominio del mar para afrontar los conflictos futuros, porque la supremacía delaire tendrá como consecuencia la destrucción de las fuerzas adversarias en su misma base, hará inevi-table el aniquilamiento de las fuentes productoras imposibilitando toda resistencia.5

En los años treinta, Manuel Savio afirmaba que:

Si la nación no puede mantenerse en condiciones positivas de combatir eficazmente, tendrá queaceptar la voluntad del enemigo […]. Al soldado francés no le faltaba bravura sino municiones […].El propósito esencial que inspiró todos estos trabajos y estudios que habrían de conducirnos al pro-yecto de ley de Fabricaciones Militares, consistió en alcanzar, lo más pronto posible la capacidad deproducir en el país las armas y las balas indispensables para mantener la soberanía y el honor nacio-nal, liberándonos de toda dependencia externa.6

No obstante, será Perón, en su calidad de oficial de Estado Mayor y profesor de la Escuela de Guerra,quien mayores aportes conceptuales brindaría respecto al conflicto armado.

En la década de 1930, Perón como profesor de la Escuela Guerra enseñaba a los alumnos del cursodel Estado Mayor, cuyos trabajos están recopilados en el libro Apuntes de historia militar:

Es, pues la guerra del presente y será a no dudarlo la del porvenir, sin limitaciones en los medios y sinrestricciones en la acción. A esa guerra de todas las fuerzas, llevada a cabo por un pueblo contra otropueblo, ha de sucederle otra guerra de iguales o aun mayores proporciones y de características aunmás siniestras.¿Cuáles son las características de este nuevo período? Son, en nuestro sentir, un más acabado perfec-cionamiento del concepto de la nación en armas, el aprovechamiento al último extremo de todas lasfuerzas del Estado para batir al adversario. Los militares estudiamos tan a fondo el arte de la guerra,no sólo en lo que a la táctica, estrategia y empleo de sus materiales se refiere, sino también comofenóme no social. Y comprendiendo el terrible flagelo que representa para una nación, sabemos quedebe ser en lo posible evitada y sólo recurrir a ella en casos extremos.La guerra, desde la Antigüedad, ha evolucionado constantemente, pasando de la familia a la tribu; deésta a los ejércitos de profesionales y mercenarios; a la leva en masa que nos muestra la RevoluciónFrancesa y Napoleón más tarde. Y por último, a la lucha total de pueblos contra pueblos, que vimosen la contienda de 1914-1918 y que en la actualidad ha alcanzado su máxima expresión.El concepto de la “Nación en armas o guerra total” emitido por el mariscal Von der Goltz en 1883 es, encierto modo, la teoría más moderna de la defensa nacional, por la cual las naciones buscan encauzar enla paz y utilizar en la guerra hasta la última fuerza viva del Estado, para con seguir su objetivo político.La guerra se juega en los campos de batalla, en los mares, en el aire, en el campo político, económico,financiero, industrial, y se especula hasta con el hambre de las naciones enemigas.La guerra moderna se caracteriza por ser una lucha de un pueblo contra otro o de varios de ellos.En ese concepto, esta lucha se desencadena con inesperada potencia y entran en juego insospechadosintereses.Esto ha dado a la guerra un carácter original y ha sentado premisas concluyentes para su realización.Foch, al abordar este tema, sintetiza a la guerra moderna en forma práctica al decir:

4 Enrique Mosconi, Dichos y hechos, Buenos Aires, Círculo Militar, 1928, p. 67.5 Ibid., p. 102.6 Selva Echagüe, op. cit., p. 43.

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En un discurso pronunciado en la Universidad de La Plata en 1944, Perón define las bases de la polí-tica industrial del país orientada a satisfacer las necesidades de la defensa nacional:

Se formularán una serie de previsiones a fin de que la Nación pueda adquirir y mantener ese ritmode producción y sacrificio que nos impone la guerra, al mismo tiempo que se preverá el mejor empleoa dar a sus fuerzas armadas […]. Sólo aspiramos a nuestro natural engrandecimiento mediante laexplotación de nuestras ri quezas y a colocar el excedente de nuestra producción en los diversos mer-cados mundiales para que podamos adquirir lo que necesitamos.Las armas, municiones y otros medios de lucha no se pueden adquirir ni fabricar en el momen to enque el peligro nos apremia, ya que no se encuentran disponibles en los mercados productores, sinoque es necesario encarar fabricaciones que exigen largo tiempo. En los arsenales y depósitos, es nece-sario disponer de todo lo que exigirán las primeras operaciones y prever su aumento y re posición. Elcapital argentino, invertido así en forma segura pero poco brillante, se mostraba reacio a buscar colo-cación en las actividades industriales, consideradas durante mucho tiempo como una aventura desca-bellada, y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío.El capital extranjero se dedicó especialmente a las actividades comerciales, donde todo lucro, por rápidoy descomedido que fuese, era siempre permitido y lícito. O buscó seguridad en el es tablecimiento deservicios públicos o industrias madres, muchas veces con una ganancia mínima, respaldada por el Estado[…]. La economía del país reposaba casi exclusivamente en los productos de la tierra, pero en su estadomás incipiente de elaboración, que luego, transformados en el extranjero con evidentes be neficiospara su economía, adquiríamos de nuevo ya manufacturados.Pero esta transformación industrial se realizó por sí sola, por la iniciativa privada de algunos pionerosque debieron vencer innumerables dificultades. El Estado no supo poseer esa evidencia que debióguiarlos y tutelarlos, orientando y protegiendo su colocación en los mercados nacionales y extranjeros,con lo cual la economía nacional se hubiera beneficiado considerablemente. [...]Lo que digo del material de guerra se puede hacer extensivo a las maquinarias agrícolas, al materialde transporte, terrestre, fluvial y marítimo, y a cualquier otro orden de actividad […]. Los técnicosargentinos se han mostrado tan capaces como los extranjeros. Y si alguien cree que no lo son, trai-gamos a éstos, que pronto asimilaremos todo lo que puedan enseñarnos [...]. El obrero argentino,cuando se le ha dado oportunidad para aprender, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero. […]He pretendido expresar en el curso de mi exposición, y espero haberlo conseguido, las si guientes cuestiones:Que la guerra es un fenómeno social inevitable.Que las naciones llamadas pacifistas, como es eminentemente la nuestra, si quieren la paz, deben pre-pararse para la guerra.Que la defensa nacional de la Patria es un problema integral que abarca totalmente sus diferentesactividades; que no puede ser improvisada en el momento en que la guerra viene a llamar a sus puertas, sinoque es obra de largos años de constante y concienzuda tarea que no puede ser encarada en formaunilateral, como es su solo enfoque por las Fuerzas Armadas, sino que debe ser establecida medianteel trabajo armónico y entrelazado de los diversos organismos del Gobierno, instituciones particularesy de todos los argentinos, cualquiera sea su esfera de acción; que los problemas que abarca son tandiversificados y requieren conocimientos profesionales tan acabados que ninguna capacidad ni inte-lecto puede ser ahorrado. Finalmente, que sus exigencias sólo contribuyen al engrandecimiento de laPatria y a la felicidad de sus hijos.11

A su vez Mosconi afirmaba:

La importancia alcanzada por la repartición fiscal en el último período de trabajos, los beneficioscomerciales y la perfección técnica lograda, la colocan en plano superior, desvirtuando los preconceptosque sobre la incapacidad técnica y administrativa del Estado sostienen los enemigos de toda actividadoficial en los dominios de la industria. [...]Ha llegado el momento de seleccionar hombres y capitales y establecer asimismo protección parahombres y capitales nacionales. Organizando el trabajo y las explotaciones de las riquezas nacionalescon hombres y dinero del país, mejoraremos evidentemente nuestra condición de vida lo que es indis-pensable si, como lo hemos manifestado, nos encontramos aún en la necesidad de continuar atrayendola inmigración deseable. [...] Con la cooperación de Europa hemos organizado el país y lo hemos equipado, colocándolo en condi-ciones de emprender la explotación de sus riquezas y posibilidades en mayor escala; en los últimos añoslos Estados Unidos, con el envío de capitales y representantes de sus grandes empresas, se incorpo-raron a nuestras actividades. Podemos, pues, elegir ahora el elemento que nos convenga; pero, en primertérmino, nuestro deber es realizar con nuestros propios medios, una máxima tarea y luego aceptarla colaboración de hombres y capitales, sin distinción de nacionalidad, siempre que éstos se sometansin reparos a las imposiciones de nuestras leyes. Capitales que pretendan condiciones especiales, exi-giendo un tratamiento de excepción que algunas veces no ha de poder acordarse a los del país, nofavorecen a la Nación; capitales que aspiren al dominio económico, que tengan el propósito de tomaringerencias políticas en los países en que operan, que empleen por sistema procedimientos y normasinmorales, que pretendan no ser regidos por las leyes en que se basa nuestra soberanía, deben ser recha-zados, porque esos capitales llevan en sí gérmenes de futuras dificultades y perturbaciones internas yexternas.9

En la década de 1930 Manuel Savio daba continuidad al pensamiento de Mosconi, en la necesidadde asegurar la independencia económica del país:

Fácil es imaginar que esta fundición “criolla” no podrá competir con la de origen extranjero si úni-camente nos concretamos a comparar sus respectivos precios en el puerto de Buenos Aires. Pero talcomparación es errónea; debemos ponderar factores importantísimos a la luz de nuestra real situaciónactual y, sobre todo, futura. No es necesario hacer muchos cálculos ni enredarse en complicadas teoríaspara llegar a lógicas conclusiones. La industria siderúrgica es fundamental, es primordial, la necesitamoscomo hemos necesitado, en su oportunidad, nuestra independencia de 1816, en lo político, con nuestraindependencia en lo económico en 1945 o próximamente, sobre la base del nacimiento de la industriasiderúrgica como piedra angular en la que han de desarrollarse sanamente todas las actividades deesta índole, en equilibrio con las de orden agrícola-ganadero.Rechazar la implantación de una industria porque no se cuenta en el país con todas las materias primasque ella requiere es una arbitrariedad, es obrar con ligereza, sin fundamento, puesto que son innú-meros los casos contrarios de florecientes resultados […]. Seamos optimistas. ¿Por qué hemos de partirde la base de que si no compramos acero no nos han de comprar trigo y carne? No nos olvidemos deque hemos quemado y malvendido muchas cosechas de trigo y muchas reses de rica carne y que en defi-nitiva, nuestra economía, en lo substancial, no se resintió.La industrialización del país significa una mayor capacidad de consumo que, lógicamente, debe com-putarse en productos nacionales y extranjeros, de manera que no nos deben impresionar los fantas-mas librecambistas a “ultranza”, si tomamos el cuidado de proceder con prudencia; pero, eso sí, contoda decisión […]. Deseamos completar esta apreciación destacando que será un serio error desarrollarplanes de industrialización con el más mínimo menoscabo de la agricultura y de la ganadería.10

9 Enrique Mosconi, Conferencia “El Petróleo y la Economía Latinoamericana”, en Dichos y hechos, op. cit., p. 64.10 Selva Echagüe, op. cit., p. 68.

11 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar” (Conferencia pronunciada el 10 de junio de 1944,en el Colegio Nacional de La Universidad De La Plata), en Obras completas, tomo 6, Buenos Aires, Instituto Nacional Juan DomingoPerón, 1998, pp. 535-557.

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El mundo ha de estructurarse sobre nuevas formas, con nuevo contenido político, económico y social[…]. La explotación de las divisiones y reyertas dentro del bloque de países enemigos para provocarsu desmembramiento, etcétera. Y comprenderemos fácilmente que todo intelecto y capacidad polí-tica debe ser movilizado para servir a la defensa nacional […]. La política interna tiene gran impor-tancia en la preparación del país para la guerra […]. Su misión es clara y sencilla, pero difícil de lograr.Debe procurar a las Fuerzas Armadas el máximo posible de hombres sanos y fuertes, de elevadamoral y con un gran espíritu de Patria. Con esta levadura, las Fuerzas Armadas podrán reafirmar estasvirtudes y desarrollar fácilmente un elevado espíritu guerrero de sacrificio. […]Ante el peligro de la guerra, es necesario establecer una perfecta tregua en todos los proble mas yluchas interiores, sean políticos, económicos, sociales o de cualquier otro orden, para perse guir úni-camente el objetivo que encierra la salvación de la Patria: ganar la guerra. […]Todos hemos visto cómo los pueblos que se han exacerbado en sus luchas intestinas llevan do su ceguedadhasta el extremo de declarar enemigos a sus hermanos de sangre, y llamar en su auxilio a los regímeneso ideologías extranjeras, o se han deshecho en luchas encarnizadas o han caído en el más abyectovasallaje […]. Es necesario dar popularidad a la contienda que se ave cina, venciendo las últimas resis-tencias y prejuicios de los espíritus prevenidos. Se debe establecer una verdadera solidaridad social,política y económica. [...]Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país. Tenemos una excelente materiaprima; pero para bien moldearla, es indispensable el esfuerzo común de todos los argenti nos, desdelos que ocupan las más altas magistraturas del país hasta el más modesto ciudadano […]. La defensanacional es así un argumento más que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo.La posguerra traerá, indefectiblemente, una agitación de las masas por causas naturales: una lógicaparalización, desocupación, y hará, que, combinadas, produzcan empobrecimiento paulatino. Ésasserán las causas naturales de una agitación de las masas; pero aparte de estas causas naturales, exis-tirán también numerosas causas artificiales, como son la penetración ideológica, que nosotros hemostratado en gran parte de atenuar; dinero abundante para agitar, que sabemos circula ya desde hacetiempo en el país y sobre cuyas pistas estamos perfectamente bien ordenados; un resurgimiento delcomunismo adormecido, que pulula como una de las enfermedades endémicas dentro de las masasy que volverá, indefectiblemente, a resurgir con la posguerra cuando los factores naturales tenganpresentes. […]En la Secretaría de Trabajo y Previsión ya funciona el Consejo de Posguerra, que está preparando unplan para evitar, suprimir o atenuar los efectos, factores naturales de la agitación, y que actúa tambiéncomo una medida de gobierno para suprimir y atenuar los factores artificiales; pero todo ello no seríasuficientemente eficaz si nosotros no fuéramos directamente hacia la supresión de las causas queproducen la agitación y sus efectos […]. Es indudable que en el campo de las ideologías extremasexiste un plan que está dentro de las mismas masas trabajadoras, que así como nosotros luchamospor prescribir de ellas ideologías extremas, ellas luchan por mantenerse dentro del organismo del trabajo.Hay algunos sindicatos indecisos que esperan para acometer su acción la presencia de un medio favo-rable; hay también células adormecidas dentro del organismo que se mantienen así para resurgir enel momento que sea necesario producir la agitación de las masas.15

La cuestión social

Como se ha expresado, el pensamiento estratégico desarrollado tras la Gran Guerra percibe en lacuestión social uno de los principales problemas que el Estado debía atender para enfrentar el fenómeno bélico.La Revolución Rusa y la defección interna de Alemania instalaron el concepto de que resultaba fundamental pre-servar la cohesión interna de la nación para preparar a un país para la guerra.

Mosconi, desde muy temprano, plantea la necesidad de que el Estado debe tender a minimizar losconflictos sociales mediante una acción equitativa en la distribución del ingreso, incorporando el concepto de“justicia social”:

La afirmación de nuestra nacionalidad, el concepto arraigado del deber, el culto de la voluntad delcarácter, el irreducible espíritu de justicia, el interés por el deber público, la noción hecha carne deque los gobiernos son para los pueblos y no los pueblos para los gobiernos, el respeto de laConstitución y de la Ley, una mejor distribución de la fortuna pública, la aspiración de todo ciudadanode convertirse en activa molécula de trabajo y de progreso, allí está, señores, nuestra tarea para honrary mantener fieles a los ideales políticos y sociales de los hombres de la Revolución. […]Así nuestra patria será grande como ellos la concibieron y así ocuparemos al sol un prominente lugar.Así nuestro sol flamígero brillará entonces con más fulgor, será más intensa su acción creadora y a sucalor saltarán en escoria las taras ancestrales, quedando sólo las virtudes de las razas que, en buscade una nueva luz, de nuevo aire y nueva vida, vienen a compartir en el trabajo regenerador los bene-ficios de nuestro patrimonio de democracia, de libertad política, de vida intensa, y de abundancia. Ya ese calor se ha de renovar la vida con alma nacional de una pieza, con mente esclarecida, con todaslas disciplinas del espíritu, con corazones animados por sentimientos de justicia y solidaridad social ycon brazos fuertes de soldados apasionados de su misión, de conductores del pueblo en armas, paraafirmar la inviolabilidad de la justicia y nuestro derecho.12

Asimismo afirma:

Todos palpitamos con la misma vibración patriótica, todos anhelamos una patria justa, grande ypoderosa; una patria hecha con el trabajo incansable de sus hijos, en el inquebrantable cumplimientodel deber, con incesante solidaridad social que hermane todos los espíritus, que haga del pueblo todoun solo corazón y un solo brazo.13

En el mismo sentido, una década después Manuel Savio expresará:

A ese precio de costo de nuestra fundición habrá que restarle valores muy importantes como el querepresenta dar trabajo directamente a mineros y fundidores en el norte del país, igualmente los jor-nales de los que efectúan los transportes de materia prima al lugar de elaboración y los transportesde los productos elaborados, todas esas remuneraciones se traducen en comida y hogar para muchosargentinos. Pero a ese pan y a ese techo hay que agregarle el valor extraordinario que significa aprendera fundir, construir hornos, a preparar refractarios, a manejar máquinas importantes ¿Cuánto vale lainfluencia que tiene en la formación de nuestros compatriotas el perfeccionamiento de su capacidadtécnica para tareas en medios mecanizados?14

Como en los conceptos referidos a la guerra, en cuanto a la problemática social será Perón quien conmayor claridad conceptual explique la importancia estratégica de la cuestión social para los militares de los añostreinta y cuarenta:

12 Enrique Mosconi, “La justicia social” (Ceremonia de la colocación de la piedra fundamental del Monumento de Balcarce, en nombrede la Junta Nacional de Homenaje en el centenario de su muerte, noviembre de 1919), en Dichos y hechos, op. cit., p. 46.

13 Ibid. (Coronación de la Virgen Loreto), p. 59. 14 Selva Echagüe, op. cit., p. 68. 15 Juan D. Perón, “Discurso Pronunciado en La Bolsa De Comercio, 25 de agosto de 1944”, en Obras completas, op. cit., pp 560-590.

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Conclusiones

Como planteara al comienzo de esta exposición, he intentado dar respuesta a la pregunta acerca depor qué los militares de principios de la década de 1940 reflexionaban acerca de la necesidad de industrializar elpaís y de encarar la incorporación y organización de amplios sectores sociales dentro de las estructuras del Estado.

No es posible comprender la causa que da origen a este pensamiento, que se ha podido rastreardesde la década de 1920, si no se recrean las condiciones históricas del período entre guerras, las categorías ana-líticas que lo precedieron y las opciones políticas que se le presentaban a un argentino de ese tiempo.

En este sentido, la Guerra Mundial fue un fenómeno social fundamental para analizar las bases delpensamiento político y estratégico que caracterizaron los años veinte y treinta. La Primera Guerra Mundial no sereducía al hecho bélico sino que implicaba la necesidad de un sostén industrial, científico y tecnológico del esfuer-zo de guerra y, había introducido, tras la Revolución Rusa, el concepto de “revolución social” que a su vez habíainfluido decisivamente en el desarrollo de la guerra, particularmente, en la derrota de Alemania.

Los militares argentinos percibieron el fenómeno bélico a través de las categorías analíticas que dis-ponían, siendo Colmar von Der Goltz el pensador más influyente, cuyo paradigma: “la guerra requiere de todaslas fuerzas morales y materiales de la nación”, si bien data de los últimos años del siglo XIX, fue reinterpretadoen los años veinte, entendiéndose por las fuerzas materiales, la necesidad de industrializar para lograr su autoa-bastecimiento y por las fuerzas morales, la de preservar la cohesión social del país, a través de la formación deun sindicalismo nacional, que hiciera frente a la agitación de las masas y la posibilidad de que éstas fueraninfluenciadas por el comunismo internacionalista.

Las bases del pensamiento que expresa Perón, uno de los protagonistas excluyentes de la Revolucióndel 4 de junio de 1943, pueden rastrearse en Mosconi desde principios de los años veinte, pudiendo ser seguidosa lo largo de todo el período entre guerras y, en particular en los años treinta, tanto en las reflexiones de Saviocomo del propio Perón como profesor de la Escuela Superior de Guerra y en los escritos anónimos del Grupo deOficiales Unidos (GOU).

BIBLIOGRAFÍA

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La “decepción” democrática. Los años de 1920

La “decepción” democrática experimentada por muchos de los que en la primera década del siglo XXpropiciaron la ampliación del sufragio a través de la obligación y su depuración a través del secreto se fundamentóen el período de los gobiernos radicales a partir de la tensión inherente a la conciliación entre número y razón.El diagnóstico de los partidos políticos de la oposición que la prensa reproducía y amplificaba coincidía en que lademocracia había adquirido formas plebiscitarias y la incapacidad definía la gestión de gobierno. La administraciónpública, hipertrofiada e inoperante, era producto del electoralismo que se sustentaba en el caudillo y en el comité.Los partidos, y el ejemplo paradigmático era el radicalismo, atravesados por una lógica facciosa, seleccionabansus candidatos desconociendo el mérito y el talento. Los resultados electorales no traducían las diferencias en laopinión y si los procedimientos habían mejorado, la representación no lo había hecho. No sólo el número avasallabaa la razón sino que la sociedad no aparecía “fielmente” representada. La democracia, asociada con el “gobierno delos capaces” requería la racionalización de la administración, la depuración de las prácticas internas de los partidosy el ajuste de los mecanismos representativos.

Una de las respuestas fue la acumulación de proyectos legislativos para separar la administración dela política a través del ingreso por concurso, el ascenso por escalafón y la estabilidad; reglamentar la organizacióny funcionamiento de los partidos y reformar el régimen electoral reemplazando el sistema del tercio por la repre-sentación proporcional. Iniciativas todas que se inscribían en los marcos de la democracia liberal y que partían delsupuesto de que el gobierno radical era un accidente, o en todo caso, una perversión que podía ser superada ajus-tando los mecanismos de la ley. No se trataba de un sistema en crisis sino de una crisis del sistema. Y no faltaronlas propuestas más generales para reformar la Constitución. La mayoría de ellas tendían a producir cambios enel sistema electoral e incluían la sustracción de la designación de los senadores a las legislaturas provinciales,motivo recurrente de interminables conflictos políticos, y su reemplazo por la elección popular. Los proyectos dereforma constitucional de Joaquín Castellanos (1916), Carlos F. Melo (1917), José María Zalazar (1919) y José N.Matienzo, desempeñándose como ministro de Alvear, coinciden en este punto. Los tres primeros proponen, ade-más, la reducción del mandato a seis años y la renovación por mitad cada tres años. En el ánimo de los radicalesimperaba la necesidad de revertir la composición del Senado que durante todo el período contó con una mayoríaconservadora, cuestión que Yrigoyen no pudo resolver aun apelando al recurso de las intervenciones federales.El proyecto del diputado cordobés Zalazar, se hizo cargo, además, de otro de los problemas que desde hacía tiempo

¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de

los intereses en el Estado: la Argentina en los años de 1930

ANA VIRGINIA PERSELLO UNR / CIUNR / CEHP / CONICET

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR

Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

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CAPÍTULO

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“caudillejo de parroquia”. La razón de ser de la revolución era, en este planteo, como lo había expresado el pre-sidente del gobierno provisional en el manifiesto del 1º de octubre de 1930, sentar a los agricultores, obreros,ganaderos, profesionales e industriales en las bancas del Congreso. En todas sus intervenciones públicas,Ibarguren, en nombre del gobierno, puso mucho énfasis en aclarar que no se trataba de suprimir el sufragio uni-versal o eliminar a los partidos para convertir al Congreso en una asamblea “puramente corporativa”. Ni vueltaa la demagogia, ni reforma fascista. Varias eran las soluciones posibles: reorganizar los partidos e introducir losintereses sectoriales en ellos, establecer un sistema de doble representación –territorial y funcional– dando cabidaa los gremios que estuvieran ya organizados, o, finalmente, si esto se juzgara prematuro

por considerarse que la Argentina no está suficientemente evolucionada todavía como para querefleje adecuadamente en el Parlamento representaciones tan complejas, ello no impide que los inte-reses sociales que estén sólida y maduramente organizados participen por medio de delegadosauténticos, no de mandatarios ajenos a esos intereses, en los directorios y consejos técnicos de grandesentidades de la administración. Así, por ejemplo, en las instituciones bancarias oficiales, en losFerrocarriles del Estado, en las cajas de pensiones y en otros importantes órganos de servicios públicosdebieran tener algunos asientos establecidos por la ley en las comisiones directivas, representantesde los intereses sociales vinculados a esas entidades.4

La introducción de la representación gremial logró unificar en la oposición a todo el espectro parti-dario cuyos argumentos recuperaron los ya planteados en años anteriores. El diario La Nación aceptó el diagnós-tico de Ibarguren, pero manifestó en varias editoriales que resultaba “un poco violento” considerar siquiera lahipótesis en cuanto a las soluciones propuestas. El problema no estaba en las instituciones. Y representantes dediferentes partidos políticos se opusieron al mecanismo propuesto por el gobierno: convocar al Congreso paraque debata la reforma aunque manteniendo la presidencia de facto. Aun Carlos J. Rodríguez, cuyo proyecto dereforma constitucional contemplaba algunas de las cuestiones que sustentara Uriburu, escribió inmediatamentedespués del golpe, aunque publicó recién en 1934, Hacia una nueva argentina radical, donde, al mismo tiempoque se reafirma en su propuesta que combina representación territorial y representación corporativa, se separadel gobierno provisional. Apenas iniciada la tiranía –dice en el prólogo– su jefe dio a conocer el propósito doc-trinario de la revolución y esa declaración “me reveló el propósito de la ‘dictadura’, poner las manos en nuestracarta magna, para cimentar un régimen reaccionario, con apariencias de renovación democrática, al estilo fascista”.5

Finalmente, los hechos se impusieron. En abril de 1931, el primer ensayo electoral realizado en la pro-vincia de Buenos Aires demostró que el radicalismo contaba todavía con el favor del electorado. La crisis se tra-dujo en el reemplazo del gabinete y la presentación, en junio, de un proyecto de reforma constitucional. Aunquerevisar el texto constitucional, en el planteo del gobierno, seguía siendo “el contenido y la razón histórica de larevolución”, se obviaba ahora incluir modificaciones en la representación. El personalismo, el centralismo y la oli-garquía que evolucionó a la demagogia, defectos capitales del sistema político, –se decía en la fundamentación–debían ser superados en el marco de la división de poderes y el sistema federal: autonomía del Congreso, de lasprovincias y mayor independencia del Poder Judicial. Nuevamente el espectro político coincidía con el diagnósticopero ahora lo rechazaba en función de su oportunidad –Vicente Gallo y Marcelo T. de Alvear, radicales; Correa,dirigente del PDP; Carlos Melo, antipersonalista, Nicolás Repetto, socialista, emitieron declaraciones en ese sentido–.En los períodos normales –respondió nuevamente Ibarguren en nombre del gobierno– las instituciones no se modi-fican, “la cura en salud es nociva”, y los intereses creados lo impiden, la historia enseña que las grandes reformasson hijas de revoluciones. Los constitucionalistas se dividieron en el análisis de las propuestas puntuales. El Poder

4 La Nación [LN], Buenos Aires, 16 de octubre de 1930.5 “Y entonces, en plena tiranía, entreviendo el peligro de que pudiera ilusionarse al pueblo con este contenido doctrinario novedoso,

para desviarlo de la marcha que venía realizando con la Unión Cívica Radical, hacia la nueva democracia, me apresuré a reunir misprincipales iniciativas parlamentarias, en que, desde 1922, venía propiciando la reforma fundamental de la Constitución [...] y las publi-qué en un folleto [...] La Nueva Argentina, aparecido el 26 de octubre de 1930. [...] Dos meses antes vio la luz el libro del poeta D.Leopoldo Lugones: La Grande Argentina, destinado, entre otras cosas, a combatir ‘la ideología liberal [...] y la democracia mayorita-ria’. [...] Con esta leyenda La Nueva Argentina, síntesis de la idealidad y de la obra de la Unión Cívica Radical, repliqué a los dos inten-tos reaccionarios de reformar la Constitución Nacional para implantar una imitación del régimen fascista [...] estando en prensa estelibro, con esa misma leyenda que hice pública La Nueva Argentina, me informo con sorpresa, que acaban de apropiársela como divisade lucha, varias entidades reaccionarias.” Tal “usurpación” –dice– es lo que lo llevó a modificar el lema agregándole el calificativo radical.

CAPÍTULO 4 / 1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

ANA VIRGINIA PERSELLO - ¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de los intereses en el Estado:

la Argentina en los años de 1930

formaban parte de la agenda política: la exacerbación del presidencialismo. Proponía la elección del presidentey vice por el Congreso, reunidas ambas cámaras en Asamblea Nacional, con quorum de las tres cuartas partes, apluralidad absoluta de sufragios y por votación nominal e introducía la figura del ministro responsable individual-mente y del gabinete ante las Cámaras. Consideraba que sólo el sistema parlamentario realizaba el “gobierno dela opinión pública” y manifestaba haber intentado incluirlo en el programa de la UCR argumentando que la reformapropuesta, en todo caso, llenaría deficiencias y vacíos definiendo mejor lo que la Constitución ya había instituido.

Aunque, paralelamente surgieron planteos diferentes. Ya en 1920, Rodolfo Rivarola, desde las páginasde la Revista Argentina de Ciencias Políticas, planteaba que la única forma de perfeccionar la representación eraincorporar a los agricultores, ganaderos, industriales, comerciantes y militares en los cuerpos representativos. Lapropuesta se resumía en un sistema coordinado de representantes del pueblo en Diputados y de la sociedad enel Senado.1 Y Carlos J. Rodríguez, el dirigente radical cordobés, en su condición de diputado nacional, presentóvarios proyectos que, escalonadamente, recuperaban la preocupación por la representación funcional de interesesque se fundaban en el imperativo de adelantarse a las consecuencias abiertas por la crisis del Estado liberal mar-cando nuevos rumbos. En abril de 1930, presentó una iniciativa de reforma de la Constitución “para dar a la sobe-ranía popular una expresión más directa, más real y exacta de su voluntad, creando órganos más técnicos y espe-cialmente un parlamento más fiel y capaz que éste representativo surgido de un sufragio universal amorfo”.2 Elproyecto combinaba la representación territorial en el Senado y la funcional, en Diputados. A esa combinaciónavalada, según Rodríguez, por la concepción orgánica de la sociedad y el Estado presentes en León Duguit, sesumaba la recuperación de Rousseau. La noción de la soberanía popular indelegable e irrepresentable tenía sutraducción en la revocatoria, no sólo del mandato de los representantes sino de los miembros del Poder Ejecutivoy en el plebiscito.3

Estas propuestas no implicaban la desaparición del partido político que seguía pensándose –a pesarde las críticas a su funcionamiento concreto– como el órgano más adecuado al sistema representativo. El énfasisestaba puesto en separar aquello que en Europa se definía como crisis del parlamentarismo y que ponía en dis-cusión las instituciones democráticas proponiendo la participación corporativa de los gremios en el poder legis-lador, de la crisis del parlamento provocada por la modalidad que adoptaban los partidos locales que considerabanla función parlamentaria como posición de combate o recompensa por servicios electorales, por la falta de iniciativade los ministerios y la absorción ejecutiva de funciones.

Los primeros años de 1930. Debate sobre la reforma constitucional y administración pública

A fines de la década de 1920, el reemplazo de la representación territorial por la representación fun-cional adquirió connotaciones nuevas asociadas a la prédica de los grupos nacionalistas y las apreciaciones entorno al modo en que debía reestructurarse –o no– el régimen político se inscribieron inmediatamente despuésdel golpe en un debate impulsado por la propuesta de reforma constitucional sustentada por el uriburismo que–con más ambigüedades que precisiones– propuso el reemplazo, total o parcial, según quien y cuando la hicierapública, de la representación territorial por la representación de intereses funcionales.

Carlos Ibarguren, en ese momento interventor en la provincia de Córdoba, fue uno de los publicistasinvolucrados en su diagramación y su difusión. Propiciaba la reforma para “evitar irrupciones demagógicas” eli-minando los “defectos” institucionales que habían favorecido el accionar del gobierno radical. Esas deficienciasse resumían en la prepotencia del Poder Ejecutivo que anulaba a los otros poderes y subvertía el sistema federal yen la ausencia de representación y de intervención en el gobierno de los intereses sociales porque “los profesionalesdel electoralismo” todo lo habían acaparado. El Estado debía dejar de ser “burocracia de comité” y el funcionario,

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1 Rodolfo Rivarola, “Un poco de teoría... política y otro poco de ideal... social”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas [RACP], tomoXXI, 1920-1921, pp. 32-56.

2 Cámara de Diputados, Diario de Sesiones [CDDS], tomo I, 1928, reunión 40, p. 680.3 En el período legislativo de 1927, Carlos J. Rodríguez había presentado un proyecto de reglamentación del contrato colectivo de tra-

bajo (CDDS, tomo I, reunión 11, 9 de junio de 1927, pp. 581-583) y Leopoldo Bard, también legislador radical, un proyecto de orga-nización y funcionamiento de asociaciones profesionales (ibid., reunión 10, 8 de junio de 1927, pp. 490-513). En el proyecto de Bard,las asociaciones se organizan por oficio y localidad y convergen en una federación nacional. Su fundamentación se basa en la nece-sidad de resolver los conflictos entre el capital y el trabajo de manera armónica para evitar el caos y la guerra civil “si se entroniza elprivilegio de clases y se permite la expoliación del obrero en beneficio de autócratas y capitalistas” con la intervención del Estado que,con el tiempo –dice– “acabará por predominar”.

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al proceso de selección de candidaturas, espacio que la legislación electoral había dejado a las prácticas, y queahora se pensaba como factible de ser controlado para impedir el entronizamiento de los “peores”. El presidenteJusto, en 1933, elevó una iniciativa a diputados en la que se contemplaba el voto directo para candidatos a cargosrepresentativos y en el mismo año, José N. Matienzo, consecuente con su prédica anterior, propuso también ensu proyecto la selección directa por los afiliados incorporando la representación proporcional, según planteaba,para evitar los cismas. En 1938, el presidente, Ortiz; el senador socialista Alfredo Palacios y el diputado radicalArquímedes Soldano y en 1940 el legislador Santiago Fassi, insistieron en la misma cuestión. El anteproyecto deCódigo Político de 1943 –que entre otras cuestiones excluía el voto de los analfabetos– pautaba un sistema deelecciones primarias por voto directo de los afiliados para la selección de candidatos, con la sola excepción delpresidente y vicepresidente de la Nación, para cuya elección proponía el segundo grado, que comenzaba en la“unidad básica” donde se elegían los candidatos a concejales y diputados provinciales y seguía en el distrito–unión federativa de unidades básicas territorialmente delimitadas– para elegir candidatos a diputados nacionales,electores de senador nacional y gobernadores. Las mujeres votaban en las internas pero no podían ser votadas.

La insistencia en la presentación de iniciativas legislativas que colocaran a los partidos como personasde derecho jurídico, independientemente de que no se sancionaran, implica un reconocimiento, ya otorgado enla práctica, de que eran los espacios donde parte del proceso electoral se sustanciaba. Dan cuenta de ello, otrosproyectos que intentaron reglamentar el sistema de lista. Si en la práctica los partidos presentaban listas de candi-datos éstas no eran obligatorias ni cerradas. La borratina y el desdoblamiento, en todo caso, no eran transgresionesa la norma sino su concreción. Para saldarlo, en 1933, Melo, ministro del Interior de Justo, incluyó en un proyectoal que nos referiremos más adelante, la eliminación del procedimiento de las borratinas estableciendo que ladesignación de candidatos dentro de cada lista debía hacerse de acuerdo con el orden en que figurara en ella ysin acumularle los votos de otra lista. En 1934, una iniciativa de la bancada radical antipersonalista entrerrianaestablecía que debía respetarse el orden de preferencia que determinaran los partidos en la confección de las listas.Es ilógico e injusto, sostenían, que se deje librada la elección de candidatos a factores ajenos al partido que losproclama y hasta se llega al absurdo de que en un partido que obtenga minoría, la elección de los candidatos, lapueda realizar el propio adversario. En 1941 el legislador concurrencista tucumano Fernando de Prat Gay insistióen el mismo sentido al introducir en Diputados un proyecto para que se tuviera por no hecha cualquier modifi-cación a las listas de candidatos fundamentado en la necesidad de prestigiar la vida de los partidos políticos.8

La idea de reglamentar la selección de candidaturas se fundamentaba a partir de la necesidad de eli-minar el caudillismo para lograr que gobernaran los capaces. Esta cuestión volvió a ser planteada en relación aluniverso de votantes. Una de las cuestiones que originó mayores debates en los años treinta fue la extensión delcuerpo electoral. Si bien se planteaba la ampliación a partir de la incorporación del sufragio femenino, los pro-yectos entrados en el Parlamento tendían a restringir el universo de electores a partir de ampliar las inhibiciones.En julio de 1933 Manuel Fresco, Ramón Loyarte, Dionisio Schoo Lastra, Ernesto Aráoz y Pedro Groppo, todos ellosmiembros de la bancada concordancista, presentaron una iniciativa para modificar el art. 2° de la ley 8.871, título 3°,incisos a) y d). Fresco la fundó en la doctrina de la calificación del elector (incorporada a la ley 8.871):9

No quiero para mi país el voto de los delincuentes. Proyecto […] la proscripción del delincuente […]con propósitos antidemagógicos y de higiene social porque quiero reivindicar para mi país el derechode ser gobernado por los mejores […] los mejores no podrán ser ungidos por el voto de los indignos.

Un mes después, Leopoldo Melo presentó un proyecto semejante alegando que con el régimenvigente imperaba el número. Excluía del padrón a los recluidos en asilos públicos; sargentos, cabos y soldados delos resguardos de aduana; aumentaba a diez años la duración de la indignidad de los reincidentes; agregaba nosólo a los quebrados sino a los concursados fraudulentos; los que hubieran sido objeto de cuatro o más sobresei-mientos provisionales; los tratantes de blancas, rufianes, sodomitas, toxicómanos, expendedores de tóxicos; los queatentaran contra la Constitución, pertenecieran a asociaciones ilícitas, mafiosos, terroristas, ladrones, estafadoresy pequeros y los ciudadanos naturalizados que hubieran realizado actos que importaran el ejercicio de la nacio-nalidad de origen (art. 80, ley 346). Establecía que las causas se investigarían de oficio o por denuncia y que las

8 CDDS, tomo IV, 15 de septiembre de 1941, pp. 439-441.9 Ibid., tomo II, reunión 27, 21 de julio de 1933, pp. 457-458.

Judicial ocupó el centro del debate. El proyecto del gobierno involucraba a la Corte Suprema en las intervencionesfederales y le daba participación en el nombramiento de los magistrados. Las críticas más fuertes las esgrimió JoséNicolás Matienzo: se le otorgaban funciones políticas, lo cual era inconcebible y se creaba una “oligarquía” judicial.

Mientras el debate transcurría, el gobierno operaba sobre la administración para cumplir con el obje-tivo prioritario que se había impuesto frente a la crisis económica: equilibrar el presupuesto y en ese sentido nohabía originalidad, se trataba de restringir gastos y aumentar impuestos. Un amplio repertorio de medidas, delas que no nos ocuparemos aquí, se orientó en ese doble objetivo de poner “orden” en la administración y achi-car los gastos del Estado: cesantías, rebajas de los sueldos del personal, refundición de oficinas e introducción denuevos gravámenes, a las transacciones y a los réditos. Y, paralelamente, comenzaron a diagramarse instanciasmás o menos institucionalizadas de consulta y búsqueda de asesoramiento para dar respuesta a los problemasque aparecían como más acuciantes. La función de los nuevos organismos era diagramar políticas, por un lado,relativas a la producción, tales como la Comisión Asesora de la Agricultura, la Comisión Nacional del Azúcar, dela Yerba Mate y del Algodón o la Junta de Abastecimientos, por otro, para “racionalizar la administración”: laComisión de Presupuesto, la reguladora de gastos y la Comisión de personal que se transformó luego en Juntade Servicio Civil y finalmente, para reglamentar y organizar la recaudación de los nuevos tributos. La mayoría deellas combinaba en su composición a funcionarios y representantes gremiales, tal la propuesta de Ibargureninmediatamente de producido el golpe.6

Las juntas y comisiones asesoras creadas por el gobierno de Uriburu, en parte podrían pensarse comofiguras de reemplazo del Parlamento disuelto, sin embargo, sus antecedentes en la administración alvearista y sucontinuidad, superada la coyuntura del gobierno provisional, nos obliga a asumirlas como nuevas formas de arti-culación entre el Estado y la sociedad, nuevas interacciones entre organizaciones de interés, partidos políticos,instituciones representativas y burocracia estatal.

Partidos y régimen electoral

Entre 1930 y 1935 se acumuló el mayor número de reformas institucionales tendientes a limitar elespacio opositor y cuando finalmente el radicalismo decidió levantar la abstención el terreno del fraude estabapreparado. La mayoría de ellas pretendía diagramar, sin derogar la Ley Sáenz Peña, un nuevo mapa electoral.

La selección de candidaturas era uno de los espacios que la legislación electoral había dejado a lapráctica política. El 4 de agosto de 1931 Uriburu, renunciando a sus intenciones corporativistas y “traicionando”el espíritu de la revolución septembrina –en el planteo de aquellos que propiciaban un cambio de régimen queerradicara las instituciones del demoliberalismo–, dictó un decreto reglamentando el funcionamiento de los par-tidos políticos, gesto que implicaba otorgarles legitimidad como personas de derecho público, aunque su intenciónúltima fuera la de controlar su accionar. Establecía para el otorgamiento de la personería la obligatoriedad decontar con una carta orgánica, plataforma (art. 3°), tesoro formado por la cuota de los afiliados (art. 11), mani-festación pública de su composición, registros de la contabilidad y correspondencia ajustado al código de comercio(art. 10) y elección de autoridades locales y delegados a las convenciones o asambleas de distrito por el voto directode los afiliados, aceptando el segundo grado para las autoridades centrales (art. 12). El radicalismo fue el primerpartido en adoptar sus disposiciones reformulando su carta orgánica para ponerse en condiciones electorales.

Entre el estatuto de reglamentación del funcionamiento de los partidos políticos dictado por Uriburuen agosto de 1931 y el anteproyecto de Código Político elaborado por Miguel Culaciatti, ministro del Interior deCastillo en 1943, entraron a las Cámaras, desde todos los sectores políticos, una importante cantidad de proyectosde ley con el objetivo de pautar la organización interna y las actividades de los partidos, organismos centrales delgobierno representativo, para depurar sus prácticas, aunque ninguno fue sancionado.7 Muchos de ellos apuntaron

6 El espacio y las características de este trabajo no nos permiten caracterizar acabadamente a estos organismos, cuestión que puedeverse en Ana Virginia Persello, “El estado consultivo. Argentina en los primeros años 30”, Ponencia presentada a las V Jornadas“Espacio, Memoria e Identidad”, Rosario, octubre de 2008; “Los alcances y límites de la racionalización estatal”, disponible en línea:<www.historiapolítica.com>, y “De las juntas y comisiones al Consejo Nacional Económico”, disponible en línea: <www.saberesdeestado.com>.

7 Adrián Escobar, CDDS, 17 de mayo de 1933, pp.191-198; Agustín Justo/Leopoldo Melo, ibid., 8 de septiembre de 1933, pp. 65-68;José N. Matienzo, CSDS, 1933, pp. 469-472; Alfredo Palacios, ibid., 17 de mayo de 1938, pp. 93-105; Roberto Ortiz/DiógenesTaboada, CDDS, 1º de junio de 1938, pp. 282-284; Arquímides Soldano, ibid., 21 de noviembre de 1938, pp. 345-351; Santiago Fassi,1º de agosto de 1940, pp. 725-728; Armando Antille, 29 de mayo de 1940, pp. 157-159; J. Perkins, A. Arbeletche y J. SancerniJiménez, 2 de septiembre de 1941, pp. 731-733.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS CAPÍTULO 4 / 1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

ANA VIRGINIA PERSELLO - ¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de los intereses en el Estado:

la Argentina en los años de 1930

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era previo a la incorporación. A partir de los cambios introducidos en 1934 se eliminó el requisito de la previaaprobación de los diplomas para la incorporación de los nuevos diputados, dejando abierta la posibilidad de quela Cámara rechazara los que fuesen impugnados. Los argumentos que fundaron la modificación recuperabanprácticas anteriores: abusos y arbitrariedades de las mayorías para asegurar el diploma de sus amigos y rechazarel de sus adversarios; la postergación por largo tiempo de un diploma privando a la provincia de representaciónpor razones puramente políticas; los famosos escrutinios de conciencia; la prolongación de las sesiones prepara-torias indefinidamente por largos debates políticos.

En 1936 la Cámara se constituyó e inmediatamente las fuerzas de la oposición impugnaron los diplomasde los diputados electos por Mendoza y Buenos Aires y presentaron un pedido de investigación sobre los diplo-mas de Santa Fe iniciando un largo e insoluble pleito que se prolongó durante varios meses. Los legisladores dela concordancia sostuvieron que ya estaban incorporados a la Cámara y los opositores inscribieron la reforma delreglamento en el proceso de imponer al sucesor del presidente Justo que se había iniciado con la reforma de laLey Sáenz Peña, continuado con la intervención a Santa Fe y rematado con las interpretaciones rebuscadas delartículo 19 provocadas por el levantamiento de la abstención del radicalismo. El oficialismo lo admitió, se trataba–dijeron– de un problema político. El enfrentamiento estaba planteado con los “desalojados” el 6 de septiembre

que cansados de la abstención e impotentes para la revolución se incorporaban a la vida política ostentando“exacerbados sentimientos de revancha” cuando tenían “la tremenda responsabilidad de dos presidencias quepusieron al país al borde de la ruina” (Solá). Los yrigoyenistas no tenían autoridad ética, derecho moral para acusar,para constituirse en jueces porque “llevan en su entraña, certificadas por el ejército y la historia, las taras de lainmoralidad, de la concupiscencia y de la demagogia, están inhibidas para erigirse en custodias vestales del puebloy en tutores de la dignidad nacional” (Kaiser). Las acusaciones contra el radicalismo justificaban el fraude. Habíaque cuidarse de los excesos del legalismo. Olvido y perdón no implicaban “rehabilitar de oficio a los prófugos ya los delincuentes del 6 de septiembre” cuando el candidato a gobernador de Buenos Aires “prometía que si lle-gaba al poder gobernaría con las mismas normas de conducta moral y política de H. Yrigoyen. Semejante anuncio,de evidente carácter subversivo […] semejante apología desembozada […] significaban un agravio y una ofensapara el ejército y el pueblo”. Fue Manuel Fresco el que asumió la responsabilidad de impedir que “la horda fugitiva.[…] se adueñara, orgullosa y ensoberbecida, del primer baluarte político de la República” (Loncan).13

Los partidos y las elecciones periódicas seguían siendo reconocidos como instrumentos legítimos deasignación de la ocupación de roles en el gobierno aunque en la práctica se utilizaran mecanismos legales y extra-legales para cercenar el lugar de la oposición. Federico Pinedo, ministro de Hacienda entre 1933 y 1935 y uno delos responsables de la profundización de medidas intervencionistas, lo justificó años más tarde apelando a la capa-cidad para el gobierno.

Teníamos sin duda motivos para creer que estábamos haciendo una gran obra, y había entonces algunarazón para suponer que nuestros rivales de aquel momento no estaban muy capacitados para hacerlamejor ni para continuarla. Fue ese convencimiento de que se estaba realizando una tarea de sanea-miento y de progreso imprescindible y que había que salvarla de la incompetencia de los posiblesrivales, exteriorizada de 1916 a 1930 en un gobierno muy malo, uno mediocre y uno abominable, loque llevó a los gobiernos con los cuales he colaborado y a algunas de las fuerzas cívicas cerca de lascuales he actuado a iniciarse en expedientes políticos que paulatinamente degeneraron en prácticaselectorales perniciosas, que nadie puede aprobar.14

Nuevas modalidades administrativas. El Estado consultivo

Las corporaciones no tenían cabida en el diseño institucional. Sin embargo, en la elaboración e imple-mentación de políticas comenzó a otorgárseles un espacio relevante que superaba con creces el que habían desem-peñado en etapas anteriores. La intervención estatal en la economía instauró una nueva modalidad administra-tiva que, aunque tenía antecedentes, se desplegó y, creemos, adquirió perfiles bien definidos, entre el golpe de sep-tiembre de 1930 y el de junio de 1943: el desarrollo de organismos consultivos, juntas y comisiones asesoras del

13 Las expresiones citadas corresponden al largo debate sobre diplomas realizado en la Cámara de Diputados entre abril y junio de 1936.14 Federico Pinedo, En tiempos de la república, tomo I, Buenos Aires, Mundo Forense, 1946.

autoridades policiales remitirían, también de oficio, las listas a los jueces o encargados de los registros electora-les. El “elemento indeseable e indigno” debía ser eliminado del padrón para sanear el ambiente político en lamedida en que ya no se justificaba “la actividad de aquellos que, pensando que de ese modo se aseguran votos,muevan influencias para liberarlos de la policía o la justicia”.10

Los proyectos se unificaron para su tratamiento y en el debate11 que se suscitó, los legisladores de laAlianza Civil –Enrique Dickmann por el socialismo y Pomponio por el PDP– y uno de los miembros del bloque con-cordancista, el diputado radical antipersonalista santafesino Bossano Ansaldo, se opusieron. La negativa a consi-derar las iniciativas propuestas se fundaba en la falta de oportunidad para modificar la ley 8.871 cuando la mayoríade la población bregaba por su respeto antes que por su reforma y en ausencia del radicalismo del Parlamento.Además, uno de los argumentos de peso era que la ley ponía en manos de la Policía la construcción del padrón,con lo cual bastaba un proceso por desacato para eliminar a los comunistas, a los que criticaran al gobierno, a losdirectores de diarios opositores y a los afiliados a los sindicatos para lo cual bastaba declararlos asociaciones ilícitas.

Todo el debate estuvo atravesado por el juzgamiento del radicalismo. El legislador socialista indepen-diente Manacorda, evocando los fraudes cometidos en Mendoza, San Juan y Córdoba en las elecciones legislativasde 1930, sostuvo que se pretendía eliminar de los padrones a los delincuentes porque nadie ignoraba que la políticayrigoyenista se había basado “en que los caudillos han podido influir en la policía para obtener, cuando conveníay cuando estaban en vísperas electorales, la libertad de todos los delincuentes que se procesan, pero que siempreobtienen la libertad porque nunca hay fundamentos bastantes para condenarlos”. Y Fresco, quien alegando queel voto más que un deber y una obligación era una función y como tal requería idoneidad, sostuvo

¿no tenemos el recuerdo panorámico de aquellos comités de la UCR irigoyenista de la Capital, que eranverdaderos refugios de toda clase de elementos antisociales; donde había rufianes caudillos que acau-dillaban masas de rufianes, que llenaban de votos las urnas y donde había ladrones caudillos queincorporaban a la acción política los elementos más inferiores de la sociedad y ejercían una influenciaindiscutible sobre comisarios y jueces.

Otro de los cambios impuestos, tuvo que ver también con el lugar de la minoría. En 1933, Melo pre-sentó un proyecto que propiciaba el reemplazo de la lista incompleta por la representación proporcional. El sis-tema propuesto era el del cociente. Los argumentos para defenderlo no eran nuevos. Habían sido ya expuestosen los debates de 1911 y se había insistido en ellos en los años veinte para frenar el avance del voto radical rei-vindicando la traducción parlamentaria de la diversidad de opiniones. El entonces ministro del Interior recuperóa Sáenz Peña quien habría planteado que la lista incompleta constituía un ensayo transitorio que debía precedera la reforma definitiva, sostuvo que el sistema que fijaba la minoría en el tercio limitaba la posibilidad de la for-mación de nuevas fuerzas políticas y finalmente, que consagraba mayorías relativas. Pero el proyecto no se san-cionó y finalmente el cambio se dio en un sentido casi inverso. En 1935 se produjo el reemplazo de la lista incom-pleta por la completa para las elecciones de electores de presidente y vice y senadores por la Capital. CarlosPueyrredón fundamentó el proyecto en la cámara de diputados y al igual que Melo se apoyó en Sáenz Peña argu-mentando que la propuesta era una copia textual del artículo 44 elevado por el Presidente en 1911 al Parlamento,modificado por una iniciativa del entonces legislador Fonrouge que propuso extender la lista incompleta. Estohubiera sido razonable –dice Pueyrredón – si el Poder Ejecutivo fuera un triunvirato– pero siendo unipersonal loúnico que logra es fragmentar a los electores. Cuando ningún partido alcanza los 189 electores necesarios, la dis-ciplina que obliga al elector a votar por el candidato proclamado por su partido da paso al tráfico de votos, lasconveniencias personales y las venganzas políticas. En este caso, según propuso el conservador bonaerense DeMiguel cuando se discutió el proyecto, la opinión de la mayoría, podía ser defraudada por el conjunto de minoríasrelativas.12

Finalmente, se reformó el reglamento de la Cámara de Diputados. Bajo el régimen anterior, cuandose trataba de elecciones que no ofrecían dificultades los diplomas se aprobaban en sesiones preparatorias y loselectos juraban y se incorporaban de manera definitiva. Y si se trataba de elecciones que ofrecían dificultades, sedejaban los diplomas para las sesiones ordinarias; pero el electo no juraba ni se incorporaba. El juicio de la elección

10 CDDS, tomo III, reunión 39, 23 de agosto de 1933, pp. 354-356.11 CDDS, tomo IV, reunión 50, 14 de septiembre de 1933, pp. 299-309.12 CDDS, tomo II, reunión 26, 20 de julio de 1933, pp. 394-398.

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Poder Ejecutivo, algunas integradas por técnicos, pero las más, por funcionarios y representantes de intereses sec-toriales, cuyas funciones eran amplias e incluían la elaboración de proyectos que serían sometidos al Parlamentopara aportar soluciones a una amplia gama de problemas –diría que casi la totalidad de la agenda de los gobiernosde la década– la producción, la comercialización, el régimen financiero, el sistema tributario y la administraciónpública. Algunas fueron creadas por decreto y otras por ley; las hubo transitorias y permanentes y en muchoscasos superpusieron funciones y áreas de incumbencia o se yuxtapusieron sin articularse con comisiones parla-mentarias creadas con los mismos fines. El diagnóstico que presidió su constitución fue, por un lado, la incapacidaddel Estado para lidiar con la creciente complejidad y, por otro, el déficit de la representación política provocado,para algunos, por la experiencia de los gobiernos radicales y por otros, por las propias características del régimen.El objetivo era racionalizar la administración y fortalecer –no reemplazar– a los funcionarios y al Parlamento. Elargumento consistía en que sólo la colaboración de los directamente interesados, que por otra parte eran los queposeían el saber técnico necesario, otorgaría prestigio al gobierno, uniría a la autoridad con la población y sobretodo, crearía solidaridades para sostener políticas entre el gobierno y los directamente afectados por ellas, hoydiríamos, posibilitaría la gobernabilidad. El diario La Nación, en algunos de sus editoriales, denominó a la nuevamodalidad administrativa “compenetración consultiva” y si bien admitió que la consulta a los “interesados” no eranueva, sí lo era que fuera de carácter público.

Con excepción del Partido Socialista, que con matices internos era la agrupación que más fielmentedefendía los principios del liberalismo, el resto de los partidos aceptaba la intervención estatal para recuperar elequilibrio perdido y centraba sus críticas al gobierno en el carácter sesgado de sus políticas y en la asimetría queimplicaba incorporar a representantes de entidades de representación de intereses sectoriales: mientras la pre-sencia de la Sociedad Rural Argentina estaba sobredimensionada, prácticamente no había consumidores y muchomenos obreros en el seno de las nuevas agencias estatales.

Hacia finales de la década, los mismos que propiciaron y se beneficiaron con las nuevas modalidades adop-tadas por el Estado “consultivo” exigían una intervención diferente, que limitara el peso de la burocracia estataly que institucionalizara la participación corporativa, ya no en cuerpos de consulta, sino en un amplio organismo–un Consejo Nacional Económico– que contuviera y a la vez limitara la injerencia de los cuerpos de funcionarios.

En los hechos, la Constitución no fue reformada, la democracia siguió siendo invocada como el mejorrégimen posible aunque no se dudó en imponer mecanismos de manipulación del sufragio y se desarrolló un pro-ceso de constitución de nuevas agencias estatales que, con matices, incorporaron representantes de intereses sec-toriales y expertos –términos que la mayor parte de las veces aparecen confundidos– para asesorar al PoderEjecutivo, con carácter limitado, experimental y asimétrico. La doble desconfianza, en el régimen democrático y enla capacidad del Estado, condujo a buscar fórmulas que salvaran el déficit representativo, y las transformaciones en laingeniería estatal formaron parte de ese proceso.

BIBLIOGRAFÍA

CÁMARA DE DIPUTADOS, Diario de Sesiones, tomo I, 1928.PERSELLO, Ana Virginia, “El estado consultivo. Argentina en los primeros años 30”, Ponencia presentada a lasV Jornadas “Espacio, Memoria e Identidad”, Rosario, octubre de 2008. _________________________, “Los alcances y límites de la racionalización estatal”, disponible en línea: <www.his-toriapolítica.com>._________________________, “De las juntas y comisiones al Consejo Nacional Económico”, disponible en línea:<www.saberesdeestado.com>. PINEDO, Federico, En tiempos de la república, tomo I, Buenos Aires, Mundo Forense, 1946.RIVAROLA, Rodolfo, “Un poco de teoría... política y otro poco de ideal... social”, en Revista Argentina de CienciasPolíticas (RACP), tomo XXI, 1920-1921.

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El surgimiento del peronismo fue uno de los procesos más decisivos de la historia argentina contem-poránea. El ascenso meteórico del entonces coronel Perón, que pasó de ser un oficial casi desconocido a convertirseen el hombre fuerte del gobierno militar establecido en 1943 y luego en el líder indiscutido del movimiento demasas más exitoso del siglo sin tener el anclaje de un partido político en menos de tres años, ha dado lugar a unaenorme literatura y todavía genera preguntas difíciles de responder. Además, el peronismo ha polarizado a lasociedad argentina redefiniendo por décadas las identidades políticas (y no sólo políticas), las que pasaron a arti-cularse en términos de la dicotomía peronismo/antiperonismo. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos realizadostanto por peronistas como por antiperonistas –aunque desde luego con motivos opuestos– con el fin de caracte-rizar al peronismo –sobre todo los primeros dos gobiernos de Perón– como una ruptura total con el pasado del país,lo cierto es que Perón (como todos los seres humanos) fue un producto de su tiempo; y su surgimiento como líderindiscutido, así como su particular estilo de gobierno, resultan más sencillos de comprender a la luz de la situaciónen la que se encontraban el país y el mundo. Lo que intentaré realizar aquí es focalizar algunas dimensiones de laideología de Perón tratando de vincularlas con el momento en que la misma fue formándose.

El año 1930 marcó un punto de quiebre en la historia argentina del siglo XX. En efecto, durante eseaño un golpe militar, el primero de los que asolarían al país en las décadas siguientes, puso fin a un período decasi ochenta años de relativa estabilidad institucional bajo un régimen constitucional. Si bien es cierto que hasta1916 no puede hablarse de la existencia de una verdadera democracia representativa (la “República Verdadera”con la que había soñado Alberdi), sino de un sistema político bastante cerrado y excluyente –aunque menos delo que habitualmente se consideraba–, es decir, más parecido a la “República Posible” alberdiana, lo cierto es queno eran muchos los países en el mundo de entre siglos que pudieran jactarse de ser gobernados por sistemas másinclusivos. Y si observamos desde una perspectiva actual (2009), no son muchos los países europeos que hayandisfrutado de un período tan largo de democracia constitucional continuada (limitada o no): definitivamente noes el caso de Francia, ni de España, ni de Portugal; y menos los de Alemania, Italia o Grecia, y la lista continúa.

Por lo tanto, podríamos afirmar que la longeva estabilidad institucional argentina hasta 1930 cons-tituyó un caso bastante único, y no sólo si tomamos como punto de comparación al resto de los países latinoa-mericanos, lo cual hace retrospectivamente más dolorosa su ruptura. La otra peculiaridad argentina fue probable-mente la fuerza con que la tradición liberal-democrática se siguió desarrollando en la cultura política del país. Enefecto, la república fraudulenta restaurada en 1932 bajo la presidencia del general Justo, que dio origen a la lla-mada “década infame”, fue menos sorprendente por las limitaciones que las elites gobernantes impusieron alfuncionamiento de la democracia representativa, que por el hecho de que fuera allí, al menos en teoría, dondeel régimen siguiera buscando el fundamento de su legitimidad, en un momento en el que el mundo parecía

Política, ideas y el ascenso de Perón

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1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR

Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL

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CAPÍTULO

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contribuyeron a radicalizar posiciones rompiendo puentes antes existentes. Así, el historiador revisionista JulioIrazusta recordaba en sus memorias, refiriéndose a sus periódicas visitas a la casa de Victoria Ocampo:

Eduardo Mallea, Pedro Henríquez Ureña, María de Metzu, Carmen Gándara [...] e innúmeros otrosque no tengo presentes alternaban con nosotros en un ambiente de convivencia civilizada. [...] Si esteexperimento cesó fue en parte debido a la guerra europea que confundió los espíritus y los dividióen banderías internacionales. Pero a mi ver debiose también a que el nacionalismo degeneró en unainternacional ideológica y ya enteramente maniobrado por el régimen, colaboró con los sucesivosgobiernos y no cuajó en la práctica.3

El campo intelectual argentino se politizaba y al mismo tiempo se polarizaba. Como señalaba lafamosa psiquiatra infantil Telma Reca a un funcionario de la Fundación Rockefeller en 1944, “la situación políti-ca presente [...] ejerce su influencia sobre todas nuestras actividades”.4

Podríamos decir (tal vez a riesgo de simplificar brutalmente dejando de lado matices importantes)que a lo largo de la década de 1930 se van configurando gradual pero rápidamente dos campos cada vez másincompatibles dentro del mundo cultural argentino, campos que fueron definiendo sus propias instituciones conmenos lugar para los representantes del campo contrario: uno vinculado al nacionalismo cada vez más radical,asociado a versiones integralistas del catolicismo sostenidas en numerosas oportunidades por miembros de lajerarquía de la Iglesia, y un polo vinculado al liberalismo al cual se asociaban cada vez más firmemente “compa-ñeros de ruta” inesperados como los comunistas, en el momento en que el PCUS estableció la política de frentespopulares. Esto último, junto con la paulatina recuperación de la actividad sindical controlada en buena medidapor éstos, promovió la alarma de sectores de la elite y también de miembros del cuerpo de oficiales del Ejército,alarma que se manifestó en una influencia cada vez mayor de ideas antiliberales. Si había un punto de superpo-sición entre estas dos corrientes, sin embargo, era la certeza cada vez mayor de que al Estado (definido de mane-ra diferente en cada caso) le correspondería un papel central en definir el futuro del país que se transformabarápidamente social, económica y políticamente.

Juan Domingo Perón, que había participado con el grado de capitán en el golpe de Estado de 1930fue tributario de los cambios que se fueron produciendo. Aunque Perón nunca fue (ni se definió jamás a sí mismo)como un hombre de ideas, sino más bien de ejecución (“la conducción es un arte simple y todo de ejecución” repe-tiría más tarde en sus clases de la Escuela Superior Peronista) podemos encontrar como base de su accionar polí-tico un núcleo ideológico duro que reconoce su origen en la situación en la que hubo de socializarse políticamente.5Es cierto que el peronismo como movimiento jamás logró articular una ideología coherente y precisa. Esto sedebió, en parte, a sus condiciones de origen. Recordemos que el peronismo nació en 1945 como un conglomeradoheterogéneo de diversos sectores políticos y sociales: sindicatos, grupos nacionalistas, católicos tradicionalistas,sectores del Ejército, y otros que se incorporaban al naciente movimiento con objetivos propios y diversos. Perónactuaba como elemento aglutinador de un movimiento cuyas tendencias centrífugas se hicieron notar pronto yla atenuación (o represión en algunos casos) de las cuales se convirtió en una obsesión del líder hasta el día desu muerte. Cada uno de estos grupos constitutivos efectuó una lectura particular del mensaje de Perón, quien asu vez debía responder a las expectativas de cada uno de ellos. Sin embargo, aunque la “ideología peronista” nopuede reducirse a la “ideología de Perón” la centralidad de éste en el movimiento fue absoluta como mito uni-ficador del movimiento y como uno de sus elementos definitorios –y no solamente vinculados al culto a su perso-nalidad que Perón impuso desde el gobierno–. Recordemos que la llamada “doctrina peronista” nunca fue otra cosaque una compilación de las palabras del jefe del movimiento.6 Y recordemos también que, sobre todo durante suexilio y vuelta al poder, la lealtad proclamada a Perón fue uno de los pocos elementos que definía la identidadde un movimiento que ya incluía en su seno a los más diversos extremos del espectro ideológico.

3 Julio Irazusta, Memorias, citado por John King, Sur: A Study of the Argentine Literary Journal and Its Roke in the Development of aCulture, 1930-1970, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, p. 74.

4 Citado en Mariano Ben Plotkin, Freud en las Pampas. Origen y desarrollo de una cultura psicoanalítica en la Argentina (1910-1983),Buenos Aires, Sudamericana, 2003, p. 92.

5 Las clases de Perón en la Escuela Superior Peronista fueron publicadas en Juan Domingo Perón, Conducción política, Buenos Aires,Escuela Superior Peronista, 1952.

6 Partido Peronista, Doctrina peronista, Buenos Aires, 1947.

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encaminarse hacia otro tipo de experimentos políticos, experimentos que, desde luego, contaban con simpati-zantes en nuestro país.1 Aun el Partido Radical, proscripto y derrotado en 1930 aceptó, a partir de 1935, incorpo-rarse al sistema de democracia limitada que en los hechos lo excluía del acceso al poder. Sin embargo, el momentopolítico inaugurado en 1930 dio origen a la aparición de un nuevo actor político cada vez más alejado de los idealesdemocráticos: el Ejército, que ejercería a través de su cuerpo de oficiales, una influencia decisiva en la política argen-tina de las décadas siguientes y que se autoasignó un papel tutelar sobre la misma con las consecuencias nefastasque todos conocemos.

El período que comenzó a partir de la primera posguerra ha sido caracterizado como de crisis ideo-lógica, lo que implicó un brusco desplazamiento y cuestionamientos de ciertas certezas. La Revolución Rusa de1917 y los breves experimentos comunistas en países como por ejemplo Alemania y Hungría, y luego el surgimientode los regímenes de extrema derecha en Europa, mostraron un dinamismo que parecían estar perdiendo lasdemocracias representativas. Por otro lado, los horrores de la Primera Guerra (luego opacados por los aun peoresde la Segunda) pusieron en cuestión la idea de progreso indefinido basado en el avance de la ciencia y la tecno-logía que había, de alguna manera –aunque con fuertes matices–, constituido la ideología dominante durante lasegunda mitad del siglo XIX. En América Latina, los desastres de la guerra forzaron a algunos intelectuales a replan-tear los términos de la dicotomía “civilización y barbarie” establecida por Sarmiento, puesto que los bárbaros ya noestaban sólo de este lado del Atlántico, sino también en los campos de Francia cubiertos de sangre, según la expre-sión del tango “Silencio en la Noche”.

La crisis ideológica, por supuesto, se profundizó en 1930, cuando a ésta se agregó la gran crisis eco-nómica que generó dudas todavía mayores acerca de la posibilidad de supervivencia (y aun su deseabilidad) delsistema democrático liberal. Y todavía dentro de las democracias, parecía claro que la situación también se modi-ficaría y que los cambios serían definitivos. Desde el New Deal de Roosevelt hasta la posterior implantación delas ideas keynesianas que conservarían su hegemonía en Occidente hasta la década de 1970, las áreas de inter-vención del Estado no cesarían de ampliarse, y el consenso, a su vez, parecía indicar que esta ampliación consti-tuiría la base de la supervivencia del sistema en un mundo cada vez más polarizado.

La situación internacional sin duda afectó a la Argentina, pero con matices particulares originadosen la situación local. Si analizamos el clima ideológico de la Argentina hasta la década de 1930 (y me atrevería adecir que hasta mediados de esa década), lo que llama la atención es la fuerza del consenso que venía articulán-dose desde la segunda mitad del siglo XIX alrededor de la democracia liberal. La fuerza de este consenso expli-ca la convivencia pacífica de individuos que en muchos casos se encontraban en los extremos opuestos del poloideológico y, más sorprendentemente, el hecho de que el espacio de convivencia fuera muchas veces el Estadomismo. Un ejemplo claro y particularmente inesperado es el sistema destinado a la “formación de las almas” delos argentinos, es decir, el exitosísimo (y no sólo en términos latinoamericanos) sistema educativo, donde encon-tramos coexistiendo a conocidas figuras de la extrema derecha (recordemos que Leopoldo Lugones fue durantedécadas un funcionario del mismo en tanto director de la Biblioteca Nacional de Maestros) con comunistas activosy algunos simpatizantes anarquistas que, en tanto militantes, se oponían a las políticas de nacionalización de lasmasas que las políticas educativas venían desarrollando desde la década de 1910 pero que cumplían seguramentede manera fiel, en su condición de funcionarios educativos. Así, todavía en 1945, el periódico comunistaOrientación publicó un artículo de Juan Nissen, caracterizado como un asiduo lector del periódico y por lo tanto,suponemos, al menos un compañero de ruta sino un miembro del partido, criticando la orientación antiliberalque estaba imprimiendo el gobierno militar a la educación. Lo curioso es que la afiliación política del autor de lanota no le había impedido tener una carrera exitosa dentro del sistema educativo habiendo ocupado, entre otros,los cargos de profesor de la prestigiosa Escuela Normal de Paraná, secretario del Consejo Escolar de Mercedes,inspector de escuelas primarias de Entre Ríos, culminando su carrera como secretario técnico del Consejo Nacionalde Educación.2

La crisis de 1930, pero ante todo los episodios europeos tales como la Guerra Civil Española, la radi-calización del fascismo (al que a principios del a década de 1920 algunos todavía seguían considerando como unaexperiencia de extrema izquierda), el surgimiento del nazismo y posteriormente el desencadenamiento de laSegunda Guerra Mundial; y a nivel nacional los golpes de 1930 y de 1943 y más aun el surgimiento del peronismo,

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1 Un excelente examen de la situación ideológica del país en esos años y su vínculo con el contexto mundial puede encontrarse en TulioHalperin Donghi, La Argentina y la tormenta del mundo. Ideas e ideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.

2 Véase Juan Nissen, “Grave regresión cultural y derroche de caudales públicos”, en Orientación, 31 de octubre de 1945.

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Nótese la identificación del objetivo del político con el de la nación, lo que no dejaba demasiado espacio para loque es esencial del juego político: el debate y la negociación. Por otro lado, en tiempos de paz, la tarea del polí-tico, diría Perón siguiendo a Von Der Goltz, era preparar la nación lo mejor posible para la guerra para lo cualhabría que lograr la independencia desde el punto de vista económico y fijar objetivos que debían ser únicos, sindisenso. Recordemos, asimismo, que la “independencia económica” parecía ser un objetivo alcanzable. En 1943y como consecuencia de la guerra, por primera vez en la historia argentina la producción industrial había supe-rado en valor a la agropecuaria. Cabe destacar que así como la idea de “justicia social” venía discutiéndose desdedécadas anteriores al ascenso de Perón en diversos ámbitos, la de independencia económica vinculada a la indus-trialización también constituía una vieja obsesión entre círculos intelectuales desde las últimas décadas del sigloXIX pero que fue llevada a la categoría de eslogan por Alejandro Bunge y su grupo desde la Revista de EconomíaArgentina fundada en 1918. No es casual que buena parte del staff técnico de Perón durante su primera presi-dencia fuera reclutado entre antiguos colaboradores de Bunge. A la vieja idea de Bunge y de otros antes que él,el Ejército le agrega el componente de la importancia que la independencia económica tendría para la defensanacional. Recordemos que en 1941 se creó la Dirección de Fabricaciones Militares.

De cualquier manera, de las ideas obtenidas de los manuales de la guerra, compatibles con los fun-damentos del mito de la nación católica, aparece un elemento que constituiría, junto con el miedo a los avancesdel comunismo, el elemento central y probablemente el más perdurable del universo mental de Perón y me atrevoa decir alrededor del cual formuló buena parte de la política propagandística que contribuiría a conformar elnúcleo de la liturgia peronista, de cuyo lugar central me ocupé ya en otro trabajo.10 Me refiero a la idea de “uni-dad espiritual”. Esta idea, en el interior del discurso de Perón, sufrió un desplazamiento desde las situaciones deguerra a la política como un todo. Podemos seguirlo con cierta facilidad. En una situación de guerra, nos dice elPerón profesor en sus Apuntes, “toda disidencia interior debe cesar ante el peligro que amenaza desde afuera lavida de la nación [...]. Los elementos peligrosos para la existencia del Estado deben reprimirse y se deben contra-rrestar los esfuerzos del enemigo”. Una vez que se desata la guerra es el pensamiento del Comandante en Jefe,del conductor en palabras de Perón, el que fija las metas y frente al cual no puede haber disidencia posible. “Elconductor dirá: Ésta es mi concepción. Ella se transforma en hecho. Desde ese momento la principal tarea delcomando consistirá en conseguir que un solo pensamiento domine al de todo el Ejército. Ese pensamiento seráel del Comandante en Jefe”.11

Como veremos, la idea de “unidad espiritual”, que fue desarrollada o tomada por Perón de otrosautores como un concepto aplicable a ejércitos en operaciones iba luego a ser reformulada para ser aplicada a lasociedad como un todo. ¿Es que Perón concebía a la política como una guerra como señala León Rozitchner? Nome atrevo a decir tanto, más bien creo que aplicó a la política parte del arsenal de ideas (formado en su vida militar)disponible para él, puesto que su experiencia de interacción social estaba articulada alrededor de su experiencia conlas tropas. En agosto de 1944, Perón visitó la Bolsa de Comercio de Buenos Aires donde tiene la oportunidad de diri-girse a un grupo de empresarios y ofrecerles su visión de lo que deberían ser las relaciones entre el capital y el trabajo:

Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años que ejercito y hago ejercitar la disciplina, ydurante ellos he aprendido que la disciplina tiene una base fundamental: la justicia. Y que nadie con-serva ni impone disciplina si no ha impuesto primero la justicia. Por eso creo que, si yo fuera dueñode una fábrica no me costaría ganarme el afecto de mis obreros mediante una obra social realizadacon inteligencia. Muchas veces ello se logra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene unhijo enfermo, con un pequeño regalo en un día particular, con un patrón que pasa y palmea amablementea sus hombres y les habla de cuando en cuando, así como nosotros lo hacemos con nuestros soldados.12

En estos consejos un poco pedestres dados a quienes no se lo habían pedido, Perón ponía de mani-fiesto, sin embargo, una idea más importante, la necesidad de eliminar el conflicto social y los mecanismo que

10 Mariano Ben Plotkin, Mañana es San Perón, 2ª ed., Buenos Aires, Eduntref, 2007.11 Juan D. Perón, Apuntes, op. cit., p. 243.12 Juan D. Perón, Obras completas, vol. 7, tomo 3, Buenos Aires, Hernandarias, 1985, p. 377; citado en Tulio Halperin Donghi, “El lugar

del peronismo en la tradición política argentina”, en Samuel Amaral y Mariano Plotkin (comps.), Perón: del exilio al poder, 2ª ed.,Buenos Aires, Eduntref, 2004.

¿En qué contexto se socializó políticamente Perón? Perón era fundamentalmente, y antes que nada,un producto del Ejército que se había profesionalizado rápidamente a lo largo de las primeras décadas del sigloXX. Y dentro de ese Ejército, Perón también fue influenciado por un fuerte cambio ideológico que se fue acele-rando a lo largo de la década de 1930 y que el historiador italiano Loris Zanatta definió como el paso del “Estadoliberal a la nación católica”. El mito de la nación católica, que identificaba a la nación con un orden católico inte-gral, que consideraba al Ejército como una institución que precedía en existencia a la nación y que fue definidapor Zanatta como “un orden diferente de cualquiera de los órdenes políticos fundados por las ideologías secularesmodernas y por ende alternativo a la declinante democracia liberal, pero también a la aborrecida solución comu-nista y a la derivación ‘pagana’ asumida por la reacción antiliberal asumida en algunos estados totalitarios”; unmito (como todo mito) ahistórico, ya que esta identificación era eterna.7 Se trataba del mito de la alianza indes-tructible entre la Iglesia y la espada, alianza previa al surgimiento del propio Estado, del cual Perón tambiénextrajo sus propias conclusiones y que contribuyó de alguna manera a hacer realidad. Y si la preocupación fun-damental que motivaba a los proponentes del mito de la nación católica era la defensa contra los avances (realeso imaginarios) del socialismo y el comunismo, ésta sería y continuaría siendo hasta el final, otra de las obsesionesde Perón. Catolicismo integralista y experiencia militar serían pues dos elementos esenciales en la formación polí-tica de Perón –que luego haría esfuerzos para transformar a su movimiento en una verdadera “religión política”–,como también lo fueron sus viajes a Europa y la particular lectura que realizó de las experiencias que le tocaronvivir sobre todo en la España de posguerra y en la Italia fascista. Como el propio Perón recordaría años más tarde,fue durante su experiencia como militar destinado a diversos puntos del país, donde se puso en contacto con lasmiserias que sufría parte importante de la población del país, lo cual constituía, además, un problema de seguridadnacional. La población masculina subalimentada en muchos casos y con problemas de salud no era consideradaapta para el servicio militar obligatorio. Por otro lado Perón parece haber sido mucho más perceptivo que lamayoría de los políticos respecto a las posibles consecuencias políticas que tendría el fuerte proceso de migracionesinternas acelerado a partir de la rápida industrialización que estaba viviendo el país como resultado de la crisisde 1930. Pero fue en Europa donde se puso en contacto con los horrores de la Guerra Civil Española (que él inter-pretó como consecuencia del avance del comunismo) y con el estilo de movilización de masas que Mussolini estaballevando a la práctica exitosamente.

Aquí hay que hacer, sin embargo, una precisión importante: ni la Iglesia ni el Ejército eran institucionesmonolíticas y en el seno de ambas es posible distinguir importantes matices que se revelan en los avatares delgobierno militar establecido en 1943. Pero el pensamiento hegemónico en ambas –y Perón no se cansaría derepetirlo aunque no logró convencer a quienes deberían ser los interlocutores privilegiados para su mensaje: los sec-tores empresarios– consistía en que la Argentina estaba viviendo una situación prerrevolucionaria y que sólo lacombinación de la Espada y la Cruz, sumada a las políticas de justicia social inspiradas en la doctrina social de laIglesia, podrían ponerle freno. Y esto implicaba terminar con la puerta abierta proporcionada a la revolución porel Estado liberal.

Pero no es mi intención abundar sobre esta dimensión de la formación ideológica de Perón que yaha sido muy estudiada. Más bien me interesa centrarme sobre su concepción militar de la política, lo que el his-toriador José Luis Romero caracterizó como “ideología de Estado Mayor”. Considero que las tendencias sin dudatotalitarias que pueden detectarse en el gobierno de Perón pueden rastrearse más en esta concepción particular dela política que en posibles (aunque nunca desmentidas por él, ni aun luego de su “giro a la izquierda”) admiraciónpor las experiencias europeas de entreguerras.

Perón fue desarrollando una concepción de la política que consistía en una adaptación de la doctrinamilitar que había absorbido a través de sus lecturas de los manuales europeos en particular los textos de Clausewitzy Von Der Goltz (sobre todo la idea de “nación en armas”, vinculada a la industrialización y a cierta idea de justiciasocial) a los que él combinaba con otros elementos locales.8 Para Perón como para Clausewitz, guerra y políticaconstituyen dos instancias complementarias. Decía Perón en sus Apuntes de historia militar escritos como textopara sus clases en la Escuela Superior de Guerra en 1934: “El militar sirve al político en la guerra aniquilando alpoder enemigo, a fin de que el primero consiga imponer su propio objetivo político que es el de la Nación”.9

7 Véase Loris Zannatta, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo, 1930-1943, Bernal, UNQ, 1996.8 Sobre el impacto que las lecturas de los manuales de guerra tuvieron en la formación ideológica y política de Perón, véase León

Rozitchner, Perón, entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política, Buenos Aires, CEAL, 1985.9 Juan D. Perón, Apuntes de historia militar, Buenos Aires, Círculo Militar, p. 123.

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La sociedad tendrá que ser una armonía en la que no se produzca disonancia alguna, no predominiode la materia, ni estado de fantasía. En una armonía que preside la Norma puede hablarse de colec-tivismo logrado por la superación, por la cultura, por el equilibrio. En tal régimen no es la libertaduna palabra vacía, porque viene determinada su incondición por la suma de libertades y por el estadoético y moral.15

Esta unidad espiritual debía ser impuesta por el Estado aun en el universo de las artes y las letras.Como el propio Perón dijo a un grupo de intelectuales con los que se reunió en 1947:

Espero que ustedes [los intelectuales] se organicen en forma de sociedad; espero que se unan, quepiensen como piensen, sientan como sientan y quieran como quieran; pero que cumplan dentro de laorientación que sin duda alguna fijará el Estado [...]. Es necesario que el Estado dé también en esteaspecto su propia orientación, que fije los objetivos y que controle la ejecución para ver si se cumple o no.16

Como vemos la idea de “unidad espiritual”, es decir unanimidad, era central en el universo mental dePerón. Esta idea provenía de diversas fuentes y a ese objetivo se dirigió su acción. El consenso limitaría (o másbien eliminaría) el conflicto social y por lo tanto alejaría el peligro comunista que Perón (y sus mentores espiri-tuales) veían como inminente. El problema fue que este objetivo fracasó en parte porque Perón no fue capaz deconvencer a los sectores capitalistas del peligro en que se encontraban. Paradójicamente, al no contar con elapoyo que esperaba asegurarse de una parte importante de la sociedad, Perón se vio forzado a radicalizar su dis-curso y a apoyarse cada vez más en el sector que se mostraba más hospitalario a sus políticas: los obreros, aunquees justo reconocer que obtener este apoyo le costó más de lo que habitualmente se supone. Por lo tanto, el objetivode construir un amplio consenso social se materializó en una serie de políticas que terminaron ampliando el con-flicto. El resto es historia conocida.

BIBLIOGRAFÍA

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15 Juan D. Perón, Conferencia del Excmo. Señor Presidente de la Nación Argentina, Gral. Juan Perón, pronunciada en la ciudad deMendoza el 9 de abril de 1949 en el acto de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Buenos Aires, 1952.

16 Juan D. Perón, “El Presidente de la Nación Argentina, Gral. Juan Perón se dirige a los intelectuales, escritores, artistas, pintores y maes-tros”, Buenos Aires, 1947.

pondría en juego para lograr este fin: disciplina y justicia social concebida como una gracia tanto en términosreales (el médico en la casa) y simbólicos (la palmada amable) otorgada por el patrón y, más tarde, por el Estado.

Pero detengámonos en la idea de unidad de doctrina y su evolución dentro del discurso de Perón. Launidad de doctrina, nos decía el Perón profesor y militar en 1934 era un concepto indispensable dentro de la órbitamilitar. Diez años más tarde, el Perón ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión cuyas ambiciones polí-ticas no escapaban a nadie, fue invitado a dar la clase inaugural de la cátedra de Defensa Nacional en laUniversidad Nacional de La Plata. En esta oportunidad, cuando sus ambiciones políticas ya eran evidentes, Perónexpandió sus ideas de 1934 exponiendo ante sus alumnos (ahora civiles):

Si en las cuestiones de forma de gobierno, problemas económicos, sociales, financieros e industria-les, de producción, de trabajo, etc., caben toda suerte de opiniones e intereses dentro de un Estado,en el objetivo político derivado del sentir de la nacionalidad de ese pueblo, por ser única e indivisible,no caben opiniones divergentes. Por el contrario esa mística común sirve como un aglutinante máspara cimentar la unidad nacional de un pueblo determinado.13

La necesidad de obtener unidad de pensamiento, aun en cuestiones tan poco definidas como “el sen-tir de la nacionalidad” y aun dejando amplias áreas afuera, ya no se restringía, sin embargo, a la esfera militar,sino que se hacía extensiva a toda la sociedad.

Pocos años después, ya como presidente, Perón tiene una oportunidad de aclarar y precisar estepunto con motivo de la presentación del Primer Plan Quinquenal. En esta ocasión Perón puntualizaba que “ladoctrina es el sentido y sentimiento colectivo que ha de inculcarse en el pueblo mediante la cual se llega a la uni-dad de acción en las realizaciones y soluciones”.

En vista de esta evolución de la idea de “unidad espiritual” es decir unanimidad, no debería sorprenderque durante su gobierno, Perón haya promovido la legislación que declaraba a la “doctrina peronista” (su pen-samiento) como “doctrina nacional”. Esta doctrina no debía ganar adhesiones por persuasión sino por medioscuasi religiosos. En palabras de Perón: “hay que salir a predicar esa Doctrina; no enseñarla sino predicarla”. Unode los mecanismos a través de los cuales se pensaba predicar la doctrina (aparte de una reforma profunda del sis-tema educativo, el control de la prensa opositora y un esfuerzo de propaganda oficial sin precedentes) era pormedio de la publicación de libros tales como el titulado Manual del peronista. He podido detectar al menos dosediciones de dicho manual: una de 1948 y otra de 1954, y en ambas ediciones también es posible observar un despla-zamiento del concepto de unidad espiritual. En la edición de 1948, por ejemplo, las ideas de “unidad de acción”y de “unidad de concepción” eran presentadas como aglutinantes necesarios en el interior del Partido Peronista:“De una misma manera de ver resultará una misma manera de apreciar, y de una misma manera de apreciar, unamisma manera de resolver”. En la segunda edición, la doctrina peronista, el fundamento de la unidad de pensa-miento y de acción, era presentada como el marco que debía fijar la orientación de todo el pueblo:

La doctrina es una concepción total de la vida, fija las orientaciones del Pueblo hacia las grandes obli-gaciones comunes de la nacionalidad. Es el conjunto de postulados que responden a las aspiraciones,necesidades y conveniencias nacionales y por extensión populares [...]. La Doctrina Peronista, que esDoctrina Nacional, es exclusivamente argentina y está basada en lo que llamamos Peronismo, principiode nuestra organización política actual que aplicará cada país de manera distinta.14

Esta doctrina, que tendría un lugar tan importante en la definición de los objetivos de la nación, yque, como se sugiere al final de la alocución, tendría proyecciones internacionales, nunca fue sistematizada demanera coherente, ya que los libros que llevaban ese título consistían en fragmentos de discursos de Perón acercade diversos temas, a veces conteniendo mensajes contradictorios entre sí. Aun en lo que probablemente fue lapresentación más sofisticada de la doctrina, el discurso de Perón pronunciado con motivo del Primer Congreso deFilosofía de 1949, se nos informa que,

13 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, en El pueblo quiere saber de qué se trata, BuenosAires, 1944, p. 79.

14 Partido Peronista, Manual del peronista, Buenos Aires, 1954, pp. 20-21.

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Comenzaré afirmando algo que puede resultar una sorpresa: que yo pertenezco a una familia militar;y que ha visto bastante fuego enemigo. Esa familia, eso sí, fue militar italiana; porque a mi padre, en 1915, yaresidente en la Argentina pero nacido en Italia, le correspondió participar en la Primera Guerra Mundial, dondeestuvo cuatro años en el frente. Era teniente y le ofrecieron ser capitán al final. No lo aceptó y volvió a la Argentina.Y un tío suyo empezó como fraile en un pequeño pueblo del sur de Italia, y al llegar las tropas de Giuseppe Garibaldien 1860 lo reclutaron en el Ejército y terminó, tras dos campañas por la unificación del país, como furier maggiore,un puesto bastante alto dentro de los suboficiales.

La empresa SIAM, creada por mi padre con dos técnicos italianos en 1910, prosperó hasta ser cono-cida por la famosa heladera. No voy a contar su historia, pero sí las experiencias de sus relaciones con la corpo-ración militar, sobre todo con el Ejército. Mi padre era bastante amigo del general Enrique Mosconi, dirigente deYacimientos Petrolíferos Fiscales, y a través de él fue que consiguió durante los años veinte el derecho de instalarsurtidores en la vía pública, producidos por su empresa, que en aquellos tiempos era simplemente “el taller”. Añosmás tarde mantuvo una relación muy estrecha con el general Manuel Savio, a cargo de Fabricaciones Militares.Recuerdo, al respecto, en el año 1942, haber visitado con mi padre el Alto Horno de Zapla, que estaba recién empe-zando a funcionar. Tengo además algunas fotos muy interesantes de la fábrica de SIAM en Avellaneda, del año1935 o 1936, en donde se ve a una veintena de militares visitando las instalaciones, y hay una persona que, creo,era el Ministro de Guerra. Es decir, había un interés de la fuerza militar en la industria, y la industria sabía quelas relaciones en cualquier país con los militares son importantes por la provisión de insumos necesarios para suprofesión, como acero, máquinas y elementos de transporte, además de armamentos.

El Instituto de Estudios y las Conferencias Industriales de la UIA

Un fenómeno crucial aunque poco conocido es el que comenzó en 1942, o sea antes del peronismo,cuando en la Unión Industrial Argentina, de cuyo Consejo mi padre formaba parte, se creó un Instituto de Estudiosy Conferencias Industriales, que organizaba eventos cada dos o tres semanas, que después se publicaban comofolletos, que el ingeniero José Gilli, organizador de esa actividad, juntó en tres volúmenes. Vistos todos juntosforman un material muy impresionante. Ahí se encontraba un grupo amplio de gente. Habían convocado al Rectorde la Universidad de Buenos Aires, y también a quien era un importante candidato presidencial conservador aper-turista, Carlos Saavedra Lamas, que había tenido un rol muy conocido durante la Guerra del Chaco. Estaba porsupuesto Alejandro Bunge, economista católico nacionalista, y además Ricardo Ortiz, un poco extraño porque aunque

Industria, Fuerzas Armadas y peronismo

TORCUATO DI TELLAITDT

1945-1955 EL PERONISMO Y

EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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CAPÍTULO

Quinquela Martín, Benito. Desembarco de anclas. Óleo, 86 x 62 cm.

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progresistas, socialistas y comunistas, respaldados por una Confederación General del Trabajo politizada y activa.La situación ha sido repetidamente analizada, desde muy diversas perspectivas, que buscan aclarar las alianzas,estrategias y tácticas de los actores sociales, muy divididos y desorientados por la existencia de presiones en sen-tidos contrarios en casi todos los niveles.2

La convergencia industrial-militar de los años cuarenta

Lo que corresponde enfatizar aquí son las actitudes de militares e industriales, especialmente en dostemas: la necesidad de industrializar el país para proveer a su defensa, y la prevención de agitaciones sociales quese visualizaban para después de la guerra. Para los militares el tema industrial era esencial, aunque subordinadoa su preocupación profesional por la defensa.3 Para los industriales era consustancial con su propia sobrevivencia,y para consolidar la prosperidad que la guerra les había traído.4 El entonces coronel Manuel Savio, uno de los pri-meros invitados a la serie de exposiciones patrocinadas por la UIA, instaba a aceptar la intervención del Estadopara planificar la economía, porque “el peor aspecto de la posguerra es el caos económico”.5 El año anterior élhabía sido designado director de la recientemente creada Dirección General de Fabricaciones Militares, que yaestaba construyendo el Alto Horno de Zapla, en Jujuy. Su prédica industrialista es por lo demás muy conocida, y porsupuesto se realizaba en conjunción con ciertos sectores del empresariado. La preocupación por lo que ocurriría despuésde la guerra se centraba, para algunos, en el previsible caos productivo, que como lo señalaba el doctor LeopoldoMelo, profesor de la universidad y ex candidato presidencial radical de centro derecha, podía “hacer más víctimasque la guerra misma”, lo que era mucho decir, o ser “más destructiva que constructiva”, como también sosteníaLuis Colombo, presidente de la UIA. O, según el ingeniero Ricardo Gutiérrez, el fin de la guerra sería capaz de induciren la Argentina, por desocupación, “la paradoja de la emigración de sus hijos, remedio sugerido por ciertas ten-dencias teóricas que todo lo resuelven”.6

2 Félix Luna, Ortiz. Reportaje a la Argentina opulenta, Buenos Aires, Sudamericana, 1978; Eduardo Míguez, “El ‘fracaso argentino’.Interpretando la evolución económica en el ‘corto siglo XX’”, en Desarrollo Económico, Nº 44, 2005.

3 El 30 de septiembre de 1943 el coronel Carlos J. Martínez, director de la Fábrica Nacional de Aceros, fundada en 1935, señalaba lanecesidad de prepararse para caso de guerra, y de potenciar el rol del Estado, que debía cubrir “las necesidades mínimas de defensanacional” (La industria siderúrgica nacional, Buenos AIres, UIA, 1943, pp. 42, 45 y 47). En la misma línea el mayor Juan RawsonBustamante, profesor de organización y movilización aeronáutica en la Escuela Superior de Guerra, señalaba el rol que había tenidoel Estado durante la Primera Guerra Mundial (Las posibilidades aeronáuticas de postguerra, Buenos AIres, UIA, 1944). En una confe-rencia del 15 de junio de 1944, inaugurando un ciclo radial patrocinado por la misma entidad industrial, el teniente coronel AlejandroG. Unsain se hacía eco de una “magistral” alocución que el coronel Perón había hecho ante la Universidad de La Plata poco antessobre la relación entre industrialización y defensa nacional (Un ciclo de 22 conferencias radiotelefónicas, Buenos AIres, UIA, 1944).

4 Alejandro Díaz, en su obra Ensayos sobre la historia económica argentina (Buenos Aires, Amorrortu, 1973), niega que la guerra hayasignificado un crecimiento particularmente intenso de la industria argentina (pp. 103-104). Esta afirmación, basada en datos estadís-ticos globales, debe confrontarse con la percepción que tenían los actores de la época, basada quizás en su mayor preocupación porciertos sectores que dependían particularmente de la protección. Para Ricardo Ortiz, miembro del Instituto de la UIA, no había dudade que “la guerra actual ha sido acicate poderoso para estimular nuestra capacidad de transformación” (Un ciclo de 16 conferenciasradiotelefónicas, Buenos AIres, UIA, 1943, p. 15). En el mismo ciclo de radio, Luis Colombo, presidente de la UIA, se ufanaba de que“la industria ha evitado una grave crisis obrera” (p. 12), y en el ciclo del año siguiente Rolando Lagomarsino se refería al “extraordi-nario desarrollo alcanzado por la industria argentina durante el último decenio, particularmente a partir de la iniciación de la guerraactual” (p. 37). Un miembro del Instituto Bunge de Investigaciones Económicas y Sociales, en una obra colectiva basada en artículospublicados en el diario El Pueblo entre junio de 1943 y diciembre de 1944, señalaba que “toda la prédica de unos cuantos precurso-res y los esfuerzos de algunos industriales inteligentes hubieran permanecido en el vacío si la guerra no hubiera cortado la corrienteimportadora de artículos manufacturados” (Soluciones argentinas a los problemas económicos y sociales del presente, Buenos Aires,1945, p. 112). Véase Oscar Cornblit, “Inmigrantes y empresarios en la política argentina”, en Desarrollo Económico, Nº 6, 1967; JorgeSchvarzer, La industria que supimos conseguir. Una historia política y social de la industria argentina, Buenos Aires, Planeta, 1996;Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas, Buenos Aires, Ariel,2003; para un elemento comparativo, Celso Furtado, “Obstáculos políticos para el desarrollo económico del Brasil”, en DesarrolloEconómico, Nº 4, 1965.

5 Conferencia del coronel Manuel N. Savio, 10 de septiembre de 1942 (Política de la producción metalúrgica argentina, Buenos AIres, UIA,1942, p. 33).

6 Leopoldo Melo, La postguerra y algunos de los planes sobre el nuevo orden económico, Buenos AIres, UlA, 1942, p. 15 ; Luis Colomboy otros, Discursos pronunciados con motivo del banquete con que se celebró la clausura del primer ciclo de conferencias, Buenos AIres,UIA, 1942, p. 13; y Ricardo Gutiérrez, alocución en la primera serie de conferencias radiales, del año 1943.

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prestigioso en su profesión era comunista; un poco una mosca en esa leche. Había una participación de radicalesantipersonalistas, con un predominio de Concordancistas que apoyaban los proyectos de apertura institucionaldel presidente Roberto Ortiz. Y más o menos la mitad de los conferencistas eran militares. Uno era Savio, queescribió sobre las necesidades de la industria metalúrgica, y había muchos otros, que hablaban sobre aeronáutica,industrias químicas, textiles y minería. Claro está que el problema principal era la guerra. Había que prepararsepara ver qué pasaba durante su transcurso y luego de finalizada. Claro que en esa época no se sabía quién iba aganarla. Además, eran muchos los que pensaban que podría haber llegado a América. ¿Por qué no, acaso somos paísespacíficos? Llegó a África, llegó a Asia, ¿por qué no a América Latina? Me acuerdo en el año 1941 o 1942, mirar ate-rrorizado unos mapas que publicaba el diario Crítica, donde había unas flechas que salían de Europa, de Alemania, y lle-gaban al Brasil y a la Argentina. La posibilidad de que nuestros países fueran incorporados a la Guerra Mundialno se descartaba, y no necesariamente del mismo lado.

El gran miedo de 1942-1943

En la Argentina, durante la Segunda Guerra Mundial el peligro de la agitación social para cuandoterminara el conflicto llegó a convertirse en una especie de psicosis colectiva, especialmente sentida por quienesestaban más en contacto con el ambiente obrero, y por ciertos especialistas ideológicos, así como por los militares,que a través de la conscripción y de su circulación por los cuarteles del interior podían visualizar mejor las tensionessociales que se acumulaban. Como de hecho después de la guerra no hubo ningún estallido social (excepto quese considere como tal al 17 de Octubre, pero éste fue más bien su alternativa funcional), es común subestimar lasvoces de Casandra como puramente paranoicas, o como provenientes de quienes por todos lados veían la amenazaroja. Sin embargo un examen más cuidadoso de los acontecimientos de la época y su puesta en perspectiva com-parada llevan a considerar razonable la previsión de que al terminar la guerra se desataran, tanto en Europa y Asiacomo entre nosotros, graves conflictos sociales, algunos de ellos revolucionarios. De todos modos, era una per-cepción muy extendida entre los actores de la época.

En el ambiente empresarial era importante lo que pensaba la Unión Industrial Argentina, y algunosgrupos de profesionales cercanos a la temática industrial, como los economistas y otros científicos sociales nucleadosen la Revista de Economía Argentina y en el Instituto Bunge de Investigaciones Económicas y Sociales. Ya hemosvisto la creación, en 1942, del Instituto de la Unión Industrial Argentina, que funcionó hasta 1946, y que fue clara-mente un intento de entendimiento militar-industrial.

En esos años muchos compartían la perspectiva de un mundo permanentemente dividido en cuatrograndes bloques: Estados Unidos, Rusia, Japón y una Europa dominada por Alemania. El general José M. Sarobe,en una conferencia pronunciada en octubre de 1942, vaticinaba la “emancipación material de la Gran Asia”, cual-quiera fuera el resultado de la guerra, y la incorporación de Ucrania al “Nuevo Orden en Europa”, reemplazando ala América del Sur como proveedora de cereales. La Argentina podía intentar hegemonizar una quinta área, yaque era necesario “conquistar una cierta autonomía económica, para conservar la independencia política”.1

Los años de la guerra fueron de particular agitación en el ambiente político y social de la Argentina,como en muchos otros países de la zona. En la Argentina la enfermedad del presidente Roberto Ortiz (alejadodel poder en julio de 1940 y renunciante definitivamente en junio de 1942) creaba una situación favorable a lastendencias nacionalistas y conservadoras del vicepresidente Ramón Castillo, quien pretendía perpetuar el fraudepara evitar una segura victoria radical. Contra él se levantaba una versión local del Frente Popular chileno o delfrancés, que se fue constituyendo a lo largo de 1942, que nuclearía en la Unión Democrática a radicales, demócrata

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

1 José M. Sarobe, Política económica argentina, Buenos Aires, UIA, 1942, pp. 16, 17 y 31. Esta publicación es parte de una serie defolletos editados por la Unión Industrial Argentina, basados en conferencias dadas en su sede y organizadas por el Instituto de Estudiosy Conferencias Industriales. En las referencias siguientes los folletos de esta serie se identificarán con la sigla UIA y el año en que fue-ron publicados, salvo indicación en contrario. El teniente coronel Mariano Abarca, en su conferencia del 31 de mayo de 1944, tam-bién visualizaba la formación de grandes grupos económicos, incluida una Europa bajo hegemonía de “Oriente o de Occidente”, yafirmaba que no era posible mantener en estado de colonia a un país con la capacidad de la Argentina (La industrialización en laArgentina, Buenos AIres, UIA, 1944). Más tarde, el mismo año, el teniente de navío Horacio J. Gómez, presentado por el contralmi-rante Pedro S. Casal, recordaba a su audiencia que “las naciones están siempre potencialmente en conflicto”, y que en las guerrasactuales toda la masa de la población participaba, porque quien las gana es el general Industria (La industria nacional y los problemasde la Marina, Buenos AIres, UIA, 1944, pp. 12 y 16). Véase para la situación económica anterior a la guerra, Arturo O’Connell, “LaArgentina en la depresión: los problemas de una economía abierta”, en Desarrollo Económico, Nº 23, 1984.

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industrial que necesitaba protección estaba en el bando antiperonista, y lo mismo ocurría con la principal orga-nización de los industriales, ¿qué queda de la tesis de la convergencia entre industriales y ciertos sectores popu-lares, aglutinados en el liderazgo del coronel Perón?

Desde ya es preciso decir que en su expresión más simplista la tesis no se puede sustentar. Otra cosaes, sin embargo, si se reformula más cuidadosamente la naturaleza de la alianza y de la elite involucrada. Estaúltima no es necesariamente representante directa de nadie. Es una elite que actúa por sí misma. Pero el hechode que se forma como resultado de tensiones sociales existentes en determinados lugares del espacio social haceque en alguna medida esté signada en su actuar por ese origen. Es preciso rastrear aun más en las característicasespecíficas de ese origen no siempre fácil de documentar, para no caer en alguna versión de la generación espon-tánea de las elites, o de su nucleamiento como simple efecto de la capacidad carismática de un jefe.

Los problemas de una clase social “nueva”

Lo que le ocurrió a la burguesía industrial argentina es bastante típico de clases nuevas, en formaciónen un sistema económico que les permite nacer y progresar, pero que se resiste a entregarles las palancas principalesdel poder. Esas clases en proceso de formación, esos hombres nuevos, en general tienen dificultad para expresarsepolíticamente, justamente debido a lo reciente de su formación y a su escasa tradición generacional en ocuparespacios políticos de manera legitimada. Es así como sólo los sectores más dinámicos, o más decididos por algunarazón, de la clase o grupo en cuestión, se deciden a participar políticamente, y que algún grupo funcional comolas Fuerzas Armadas, o el clero, o una elite político-ideológica asume su rol, como sustituto.12 Este sustituto noestá, por cierto, totalmente desconectado de la clase cuyos intereses representa de alguna manera. Las conexionesexistentes no son siempre obvias ni evidentes sino más bien del tipo de las que se dieron en la convergenciaempresaria y militar de los años anteriores o inmediatamente posteriores al golpe de 1943, que facilitaron elreclutamiento de una elite política en un determinado ambiente social. Por otra parte, en general, las situacionesde transición de este tipo exigen, para entenderlas, que a uno de los actores se lo divida y subdivida con extremaminuciosidad, lo que no es necesario para la mayoría de los otros. Así, pues, no basta plantearse si un individuoera o no industrial y si favorecía o no el proteccionismo. Hay que agregar el tipo de industria del que se trataba,y contra quién se debía construir la barrera aduanera. Porque una cosa es protegerse contra el azúcar cubano obrasileño, y otra hacerlo contra los bienes industriales de consumo duradero que iban a venir directamente desdelas metrópolis. Para protegerse en este último caso había que estar dispuestos a herir intereses mucho más fuertesque los que podrían irritarse por no acceder con sus azúcares al mercado argentino. De ahí que el ejemplo de PatrónCostas no sea relevante para lo que lo emplea Rouquié, aparte del hecho de que con un caso individual no bastapara invalidar una hipótesis sobre relación entre grupos sociales y políticos numerosos.

Los militares tuvieron un rol protagónico en la formación de la coalición populista liderada por elentonces coronel Perón, lo cual es obvio. Pero además expresaron en alguna medida intereses industriales, lo cuales menos obvio. Este rol combinado industrial y militar fue resultado de la coyuntura, pero se trata de un tipo decoyuntura que se repite con frecuencia en condiciones latinoamericanas y en otras tercermundistas, donde hayuna asociación entre los militares y la nueva clase media burocrática en formación. Esa vinculación fue percibidapor Perón. Extrañamente no participó de las reuniones antes aludidas, que siguieron hasta 1946, y luego no hubocondiciones demasiado propicias para seguir actuando de forma independiente y concluyó.

El hecho es que la guerra fue un gran negocio para la Argentina, porque para las empresas que pro-ducían bienes industriales de consumo civil se creó un mercado fantástico, ya que no podía entrar ni un tornillo delexterior, pues sus fábricas estaban ocupadas en otras cosas más urgentes. Y más tarde, Perón, al llegar al poder, man-tuvo esa protección casi total, que había existido durante la guerra sin que nadie la impusiera, y que ahora lo seríaa través de disposiciones de política económica. Esta estrategia de proteccionismo y sustitución de importaciones,que hoy es la bestia negra de los teóricos neoliberales, es la que –en condiciones políticas distintas, pero económicasparecidas– contribuyó a la prosperidad de Estados Unidos durante el siglo XIX. Tan es así que el sistema protec-cionista era conocido como el “American system”, y lo mismo siguió siendo cierto hasta bien entrado el siglo XX,para no hablar del Japón, Corea, Taiwán, y otros tigres asiáticos. La diferencia se debe a muchísimas causas, peroestriba principalmente en la estabilidad política de esos países, comparada con nuestra espeluznante inestabilidad.

12 Fernando Henrique Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes: Argentina y Brasil, México, Siglo XXI, 1971.

La gente del Instituto Bunge, que desde junio de 1943 a diciembre de 1944 tuvo acceso al diario cató-lico El Pueblo para difundir sus análisis de la situación, compartía la opinión de que al reabrirse la importaciónhabría “una competencia ruinosa para buena parte de la industria nacional y se provocaría la desocupaciónindustrial y el estancamiento de la actual diversificación de la producción”. Por eso concluían que “el capitalismo esenemigo de la propiedad”, novedosa formulación de una larga tradición de pensamiento social católico, que ree-mergería en la doctrina de la “tercera posición” planteada por Perón. Más adelante los editores de El Puebloseñalaban que había que evitar que el retorno de la paz “produjera un verdadero cataclismo económico y social parael país”. Señalaban también que aunque la guerra evitaba la desocupación, ésta iba a volver con la paz. Había cadavez más proletarios, y eso, unido a su condición extranjera, hacía temer por “la unidad social de nuestro país”. Era impres-cindible apoyar la reconversión a la paz de las industrias, y aunque no era posible protegerlas a todas, había queevitar la formación de ejércitos de desocupados”.7

El grupo ideológico-político nacionalista más extremo, que fue enviado por la Revolución de Juniode 1943 a la gobernación de la provincia de Tucumán, quiso convertir su experiencia en anticipo del nuevo orden quese iba a instaurar. También ellos estaban seriamente preocupados y, como decía el interventor Alberto Baldrich,“si no se llega a solucionar el problema de los trabajadores, la desesperación humana puede llegar a venderlo todoa quienes llegan con promesas mesiánicas. Para que la Argentina no sea comunista, es necesario que sea cristiana,no sólo en el orden de la fe sino en el de la organización social”. Al poco tiempo agregaba, en una alocución radial,que los que se oponían a su gobierno estaban negando la “única posibilidad de paz social en los días sombríos yamenazantes de las próximas convulsiones sociales o de la turbulencia de la posguerra”.8

Se daba aquí un acercamiento entre ciertos influyentes empresarios industriales y grupos militarescon intelectuales ligados al pensamiento social católico y al nacionalismo. Por diversas razones, todos ellos coin-cidían en una política de industrialización intensificada, proteccionismo y producción de bienes que sirvieran parala defensa nacional, especialmente cuando el Brasil estaba adquiriendo ventajas en base a su alianza con EstadosUnidos.9 Esta convergencia de intereses económicos, actitudes profesionales, ideologías y temores sentó las basespara el reclutamiento de la elite política que llevó a Perón al poder, y que tuvo en el Grupo de Oficiales Unidos(GOU) su expresión militar desde comienzos de 1943. En esta elite política los elementos más visibles fueron losmilitares, los intelectuales nacionalistas, ciertos sectores del clero y algunos dirigentes políticos, y en una segundaetapa dirigentes de los sindicatos. En el conjunto, los industriales no fueron tan evidentes, aunque hubo algunosque alcanzaron prominencia, desde temprano, como el textil Rolando Lagomarsino (miembro del Instituto de laUnión Industrial) y más tarde el metalúrgico Miguel Miranda (también activo en ese instituto).10

Sin embargo la directiva de la Unión Industrial patrocinó, en 1945, a los candidatos de la UniónDemocrática. Tan es así que esto llevó a muchos observadores a afirmar que no hubo una participación de la bur-guesía industrial en la iniciación de la coalición peronista sino todo lo contrario. Alain Rouquié, por ejemplo, asílo señala, adjudicando a la izquierda nacionalista y a ciertos grupos marxistas esa tesis, a su juicio no fundamen-tada en los hechos. Incluso Rouquié ejemplifica la paradoja al constatar que el candidato continuista del gobiernoconservador, apoyado por los intereses agrarios y emblema de aquello contra lo cual se levantó el peronismo,Robustiano Patrón Costas, era un fuerte industrial, y necesitado de protección, como azucarero que era.11 Si un

7 Instituto Bunge, op. cit., pp. 37, 154, 176 y 200-204.8 Intervención Federal en la Provincia de Tucumán, Causas y fines de la Revolución Libertadora del 4 de junio. Nueve meses de gobier-

no en la provincia de Tucumán, Tucumán, 1944, pp. 72 y 145; el doctor Alfredo Labougle, vicerrector de la Universidad de BuenosAires y luego director del Instituto de la UIA, en su conferencia del 14 de julio de 1943, apenas producido el golpe militar, aprovechala oportunidad para solidarizarse con el teniente general Pedro P. Ramírez (presidente de facto), quien ya en 1930 había señalado lacaducidad de la Ley Sáenz Peña en un país “con 40 % de analfabetos”. Agregaba Labougle que no era previsible que viniera muchagente de Europa, después de la guerra, porque allá querían retener a los honestos, y “basta ya de tantos malos elementos que se hanfiltrado” (Las industrias argentinas en el pasado, presente y porvenir, Buenos Aires, UIA, 1943, pp. 33-34 y 62).

9 Mario Rapaport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas: 1940-1945, Buenos Aires, Editorial de Belgrano,1981; Carlos Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-1949, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1983.

10 Respecto del apoyo empresarial al peronismo, véase Judith Teichman, “Interest Conflict and Entrepreneurial Support of Perón”, enLatin American Research Review, 1981; Eduardo Jorge, Industria y concentración económica, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971; MónicaPeralta Ramos, Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina, 1930-1970, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972; Respecto delGOU, Robert Potash, Perón y el GOU, Buenos Aires, Sudamericana, 1984; y El ejército y la política en la Argentina, 3 vols., BuenosAires, Sudamericana, 1994.

11 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 1981-1982, p. 16.

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Para volver a una anécdota familiar, les diré que en el año 1958 el presidente Arturo Frondizi les dijoa los dirigentes de SIAM, entre los cuales estaba mi hermano Guido, que quería que el país tuviera una industriaautomotriz. Ya estaba la IKA norteamericana, y quería que se estableciera la FIAT, y que la SIAM también hicierasu aporte. Otras empresas no podrían entrar, lo cual sería una gran oportunidad de crecimiento para el pelotónseleccionado y, si se toman los ejemplos asiáticos –donde esas decisiones se toman en las casas de té y luego secumplen– sería también bueno para el país. Lo que ocurrió entre nosotros es bien conocido, y a los tres años habíaya no tres sino veintitrés empresas dedicadas a ese rubro, principalmente extranjeras.

Hay que estudiar la experiencia internacional para evaluar cuáles son los componentes políticos deun proceso de industrialización, sobre todo cuando se trata del primer empuje, que nosotros deberíamos habertenido y que ha fracasado, pero los fracasos pueden superarse. Hablando de fracasos, veamos el caso de Alemania:es un país exitosísimo, pero ¿cuánto les costó? ¿Cuánto les costó a los europeos que son tan civilizados, civilizarse?Les costó 50 millones de muertos, entonces yo les dijo, no vengan a darnos tantas lecciones, vamos a aprender deustedes pero no nos hablen como si fueran el cura que está ahí arriba dando el sermón.

Esos países, sobre todo en Europa, constituyen sin duda un gran ejemplo de experiencia y de cómose han recuperado de la carnicería no sólo de la Segunda sino también de la Primera Guerra Mundial. Menos malque mi padre se salvó, y yo no sé si no habrá matado a un par de austríacos, o salvándose por poco de correr igualsuerte a sus manos. Esos desastres han quedado muy marcados en la memoria de esos países. En la nuestra, la deAmérica Latina, no tenemos nada parecido a eso, aunque por supuesto han sucedido cosas gravísimas, incluyendolos millones que mueren de hambre o de enfermedades producidas por la miseria.

Éste es mi aporte a la serie de debates organizados por el Ministerio de Defensa, además de brindarlesalgunas anécdotas personales que tienen algo que ver con el tema. En definitiva, que la vinculación entre los sec-tores industriales y los militares es muy importante históricamente, así como lo ha sido la relación militar y sindical,que justamente Perón en cierto momento trató de incorporar a un proyecto de desarrollo nacional. Las evolucionesy avatares de estas conexiones deben ser estudiadas desapasionadamente, teniendo en cuenta que conocer elpasado es esencial para entender nuestro presente, y prepararnos para el futuro sin repetir los errores cometidos.

BIBLIOGRAFÍA

CARDOSO, Fernando Henrique, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes: Argentinay Brasil, México, Siglo XXI, 1971.ESCUDÉ, Carlos, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-1949, Buenos Aires, Editorial deBelgrano, 1983.GERCHUNOFF, Pablo y Lucas Llach, El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas,Buenos Aires, Ariel, 2003.JORGE, Eduardo, Industria y concentración económica, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.LUNA, Félix, Ortiz. Reportaje a la Argentina opulenta, Buenos Aires, Sudamericana, 1978.PERALTA RAMOS, Mónica, Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina, 1930-1970, Buenos Aires,Siglo XXI, 1972. POTASH, Robert, Perón y el GOU, Buenos Aires, Sudamericana, 1984.______________, El ejército y la política en la Argentina, 3 vols., Buenos Aires, Sudamericana, 1994.RAPAPORT, Mario, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas: 1940-1945, Buenos Aires,Editorial de Belgrano, 1981.ROUQUIÉ, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 1981-1982.SAROBE, José M., Política económica argentina, Buenos Aires, UIA, 1942.SCHVARZER, Jorge, La industria que supimos conseguir. Una historia política y social de la industria argentina,Buenos Aires, Planeta, 1996.

CAPÍTULO 5 / 1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

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A partir de 1930, cuando un golpe castrense exitoso derrocó al gobierno constitucional de HipólitoYrigoyen, el poder militar se proyectó como uno de los protagonistas centrales del sistema político argentino.1Desde entonces, las Fuerzas Armadas se fueron convirtiendo, poco a poco, en verdaderos sujetos de poder, enactores que contaban con un alto y creciente grado de autonomía política y de corporativización institucionaldentro del escenario nacional. Su intervención política tuvo variadas modalidades de expresión que abarcarondesde el ejercicio de formas de arbitraje en las pujas políticas partidarias y sociales hasta el posicionamiento comofactor de poder de fuerzas políticas locales o como grupo de presión contra sectores políticos y gubernamentalesadversos. Tal como se apreció durante los años treinta y, en particular, durante el interregno dado entre el golpemilitar del 4 de junio de 1943 y la asunción de Juan Domingo Perón como presidente constitucional en 1946, lasFuerzas Armadas y, en particular, el Ejército, aún cruzado por numerosos conflictos y disputas internas, se limitó,más bien, a intervenir en procura de encontrar una salida política auspiciosa a corto plazo, conformando gobiernosmilitares de carácter provisorios y orientativos. Se trató de experiencias en las cuales el poder castrense intentódireccionar, orientar y condicionar el proceso político local,2 constituyéndose así en agentes de arbitraje de lasdisputas políticas, pero no de ejercicio directo y permanente del poder gubernamental.

Esta impronta quedó claramente expresada durante el gobierno militar iniciado en junio de 1943. Elentonces coronel Perón, hombre clave del núcleo castrense que ejerció el poder hasta las elecciones de 1946, sedesempeñó como secretario de Trabajo y Previsión y como ministro de Guerra y, desde esos organismos, desarrollólo que Ernesto López denominó un “manejo coyuntural” del Ejército tendiente a proyectarlo como instrumentode reorganización del sistema político y del Estado, apuntando a producir una redefinición política en el marco deuna fuerte alianza entre dicha fuerza y los sindicatos.3

Este proceso no estuvo exento de virulentas confrontaciones desatadas en el interior de esa fuerza.La impronta popular que Perón le infringió a su proyección política desde la estructura del gobierno militar fueresistida tanto por algunos de sus camaradas del Ejército –básicamente, del arma de caballería– como por la

1 Véanse Robert Potash, El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973, 2 tomos, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985; Alain Rouquié,Poder militar y sociedad política en la Argentina, 2 tomos, Buenos Aires, Emecé, 1994.

2 Este tipo de régimen militar es coincidente con el “modelo moderador” de relaciones cívico-militares conceptualizado por AlfredStepan en Brasil: los militares y la política, Buenos Aires, Amorrortu, 1972.

3 Ernesto López, “El peronismo en el gobierno y los militares”, en José Enrique Miguens y Frederick Turner, Racionalidad del peronismo,Buenos Aires, Planeta, 1988.

Defensa Nacional y Fuerzas Armadas. El modelo peronista

(1943-1955)

MARCELO FABIÁN SAÍNUNQ / UTDT

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Así, la defensa nacional era conceptualizada como el esfuerzo desarrollado por el país en función dehacer frente a situaciones conflictivas derivadas de agresiones militares de origen externo, esto es, agresionescontra el territorio nacional llevadas a cabo por las Fuerzas Armadas de otros países. Las Fuerzas Armadas localesconstituían apenas el instrumento militar de tal esfuerzo.

Pues bien, en el marco de estos parámetros conceptuales, era central que la Argentina alcanzara unmayor nivel de autonomía respecto de los recursos estratégicos vitales para sostener un esfuerzo de guerra, par-ticularmente en todo lo relativo a la industria de base y, en su marco, a la producción de acero, petróleo y carbón,así como también en lo relativo a la producción y provisión de armamentos militares. Sin embargo, el estallidode la Segunda Guerra Mundial y el consecuente cierre de los mercados internacionales y la reorientación de laproducción industrial de los países desarrollados, imposibilitó a la Argentina el acceso concreto a recursos estra-tégicos y al mercado de armas; lo que colocaba a las Fuerzas Armadas locales frente a una virtual carencia de ele-mentos básicos en el corto plazo y producía serios obstáculos para el desarrollo de un hipotético esfuerzo de guerrade corte convencional durante un lapso extendido de tiempo. Esta vulnerabilidad de base y defensiva ya era vistacon preocupación por los militares que llegaron al gobierno tras el golpe de 1943.7

El coronel Perón era consciente de la vulnerabilidad argentina en materia de defensa nacional. Por ello,entre los postulados centrales de la DDN se incluía la existencia de un Estado que adoptara un papel protagónicoy dinámico en la planificación, explotación y control de los recursos humanos y materiales fundamentales para undesarrollo nacional autónomo y, en su interior, para un esfuerzo de guerra. Para ello era central lograr un sostenidoproceso de industrialización –en especial, de industrialización pesada– y conseguir una autosustentación econó-mica. En el contexto de la DDN, se postulaba un modelo de desarrollo industrial autónomo en el mayor gradoposible ya que, para Perón, el “problema industrial” constituía el “punto crítico de nuestra defensa nacional”.8

En este marco doctrinal, las Fuerzas Armadas constituían instancias básicas del desarrollo nacional,adjudicándoles tareas productivas de envergadura en el área siderúrgica y petroquímica. La Dirección General deFabricaciones Militares creada en 1941 bajo la orientación del general Manuel Savio recibió un sostenido impulsoen el marco del denominado Primer Plan Quinquenal (1947-1952), del que posteriormente se conformó laSociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA). Del mismo modo, fue notable el grado de reequipamiento sostenidoque tuvieron las Fuerzas Armadas y, en especial, el Ejército, el que mediante la incorporación de blindados y uni-dades motorizadas, la modernización organizativa y la adquisición de nuevos sistemas de armas modernas, alcanzóun amplio despliegue territorial y profesional.

Ahora bien, un paso fundamental para la institucionalización de estos criterios doctrinales estuvodado por la promulgación en 1948 de la primera Ley de Defensa Nacional existente en el país, es decir, la primeraley que reguló la organización institucional necesaria para hacer frente a eventuales situaciones de guerra. Enefecto, el 1º de septiembre de ese año, la Cámara de Senadores de la Nación sancionó la ley 13.2349 destinada a la“organización de la Nación en tiempo de guerra las que serán adoptadas en tiempo de paz”. Dicha ley regulóexclusivamente todo lo atinente a la dirección de la guerra, la organización territorial en tiempo de guerra, la defensainterior en tiempo de guerra y las requisiciones para la defensa nacional.

Con relación a la dirección de la guerra, la ley le fijó al presidente de la Nación, en su carácter de jefesupremo de la Nación, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y presidente del Consejo de Defensa Nacional(CODENA), la “responsabilidad superior de la preparación, organización y dirección de la defensa nacional” (art. 1º).El conjunto de “previsiones necesarias para la organización de la Nación en tiempo de guerra” debía ser adop-tada en tiempo de paz de acuerdo a las directivas fijadas por el CODENA, mientras que a los ministerios o secre-tarías de Estado le correspondía la preparación y ejecución de las medidas destinadas a la aplicación de aquellasprevisiones (art. 2º). De este modo, luego del presidente de la Nación, el CODENA se constituyó en la instancia deconducción y organización superior más importantes en materia de defensa nacional y, particularmente, en la

7 Además, la tradicional tendencia de la política exterior argentina de rechazo y confrontación con los lineamientos proyectados porEstados Unidos hacia la región, sumado a la actitud neutralista seguida por nuestro país desde el estallido de la contienda bélica mun-dial, colocó a la Argentina como una amenaza para los intereses políticos norteamericanos en América Latina. El virtual embargo eco-nómico decretado por Estados Unidos contra la Argentina, sumado al permanente hostigamiento político-diplomático y a la exclusiónde la asistencia militar estadounidense –e incluso a la amenaza militar indirecta–, afectó severamente el desarrollo de las institucionesmilitares locales y minó la posición argentina en el marco de la concepción de guerra vigente en ese momento y en el contexto debalance de poder subregional.

8 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional…”, op. cit., p. 44.9 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 10 de septiembre de 1948.

Marina, dos sectores que en 1945 intentaron desarticular dicha proyección a través del encarcelamiento del polé-mico pero cada vez más popular Coronel. Ellos expresaban, además, el fuerte rechazo que Perón despertabaentre los partidos políticos tradicionales, desde los conservadores hasta los comunistas y radicales. Vale decir,Perón no expresaba al conjunto de las Fuerzas Armadas ni del sistema partidario argentino, pero sí a aquel sectorcompuesto por sindicatos y dirigentes laboristas, socialistas y anarco-sindicalistas que a partir del 17 de octubrede ese año se impuso a través de una incontenible movilización popular.

Así, estas pujas apuntalaron la participación política de los militares y reforzaron aquella pauta de arbi-traje que ya había sido puesta de manifiesto a comienzo de los treinta. Como lo señaló López, “Perón operó políti-camente desde su respaldo en la institución castrense” y, “mediante la alianza del Ejército con los sindicatos y, más tarde,con la constitución de un partido político”, consiguió participar y triunfar en las elecciones de febrero de 1946.El Ejército fue, entonces, el escenario principal en el que se dirimió la correlación de fuerzas político-castrense desatadaen 1945 entre peronistas y antiperonistas y fue el ámbito desde donde Perón conformó la organización política quelo llevó a la presidencia de la Nación. Sin embargo, una vez iniciado su mandato presidencial, Perón postuló un nuevopapel político para los uniformados y propuso una relación “mediada, no directa” entre las Fuerzas Armadas y elsistema político, esto es, una relación asentada en la subordinación militar a los poderes constitucionales.4

El marco conceptual e institucional en cuyo contexto Perón estructuró su vínculo con las FuerzasArmadas giró en torno de lo que se dio en llamar Doctrina de la Defensa Nacional (DDN). Este cuerpo doctrinalvenía siendo sistematizado por Perón desde 1944 y había sido expuesto en numerosas conferencias y eventospúblicos. Se sustentaba, por un lado, en una visión convencional y limitada de la guerra, la que, en proyección,contemplaba la posibilidad de confrontaciones bélicas locales con los países vecinos, en particular con Chile y conel Brasil. Con Chile existían cuestiones limítrofes irresueltas y con el Brasil, la Argentina mantenía una manifiestarivalidad por el predominio político-militar en el área de América del Sur. Desde los años treinta, estas dos hipótesisde conflicto de carácter vecinal configuraban los parámetros predominantes en torno a los cuales se organizarony desplegaron las Fuerzas Armadas argentinas.

Por otro lado, la DDN también suponía una visión total de la guerra. En una conferencia brindada en1944 acerca del significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar, Perón indicó que aquella noconfigura una esfera de la vida nacional restringida únicamente a las Fuerzas Armadas de un país, sino que compro-metía a “todos sus habitantes, todas las energías, todas las riquezas, todas las industrias y producciones más diversas”.En ese marco, dijo que las Fuerzas Armadas no eran más que “el instrumento de lucha de ese gran conjunto queconstituye la ‘Nación en armas’”.

Un país en lucha puede representarse con un arco con su correspondiente flecha, tendido al límitemáximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madero, apuntando hacia unsolo objetivo: ganar la guerra. Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal queconstituye la punta de la flecha; pero el resto de ésta, la cuerda y el arco, son la Nación toda, hastala mínima expresión de su energía y poderío […]. La defensa nacional de la patria es un problemaintegral, que abarca totalmente sus diferentes actividades; que no puede ser improvisada en elmomento en que la guerra viene a llamar a sus puertas, sino que es obra de largos años de constantey concienzuda tarea; que no puede ser encarada en forma unilateral, como es su solo enfoque porlas fuerzas armadas, sino que debe ser establecida mediante el trabajo armónico y entrelazado de losdiversos organismos del gobierno, instituciones particulares y de todos los argentinos, cualquiera seasu esfera de acción; que los problemas que abarca son tan diversificados, y requieren conocimientosprofesionales tan acabados, que ninguna capacidad ni intelecto puede ser ahorrado.5

De acuerdo con esta visión de “guerra total”, Perón asumía que, desatado un enfrentamiento bélico ydados los avances de la tecnología militar, la totalidad de los recursos humanos y materiales de un país así comosus fuerzas productivas nacionales debían comprometerse –y ser organizadas por el Estado– en el sostenimientodel esfuerzo bélico militarmente consumado por sus Fuerzas Armadas.6

4 Ibid.5 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, en Perón y las Fuerzas Armadas, Buenos Aires,

Peña Lillo, 1982, pp. 35-36 y 51.6 Véase Ernesto López, “Doctrinas Militares en Argentina: 1932-1980”, en Carlos Moneta, Ernesto López y Alberto Romero, La Reforma

Militar, Buenos Aires, Legasa, 1988.

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MARCELO FABIÁN SAÍN - Defensa Nacional y Fuerzas Armadas. El modelo peronista (1943-1955)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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comprende todo el territorio nacional que no haya sido declarado zona de operaciones y en ellas las autoridadesciviles nacionales, provinciales y municipales mantendrían sus jurisdicciones y atribuciones típicas de tiempos depaz (art. 17).

Posteriormente, la ley 13.234 establece un conjunto de previsiones referidas a la defensa antiaéreaen la zona del interior y establece un conjunto de prescripciones relativas a la “vigilancia y defensa antiaérea terri-torial pasiva”. También regula el Servicio Civil de Defensa Nacional definiendo a éste como “el conjunto de obli-gaciones que el Estado impone a sus habitantes no movilizados para el servicio militar a los efectos de contribuirdirecta e indirectamente a la preparación y sostenimiento del esfuerzo que la guerra impone a la Nación”. Dichoservicio debía ser decretado por el Poder Ejecutivo Nacional y su preparación estaría a cargo del CODENA.

Finalmente, la mencionada ley establece un conjunto de extensas regulaciones acerca de las requisi-ciones en tiempo de guerra, comprendiendo los servicios personales y de sindicatos, las sociedades y asociacionesde todo género, la propiedad y el uso de los bienes muebles, inmuebles y semovientes, las patentes de invencióny las licencias de explotación que resulten necesarios para la defensa nacional.

Pues bien, la ley 13.234 dejó en manos del presidente de la Nación la conducción superior y centralizadadel esfuerzo nacional en tiempo de guerra y de la preparación de dicho esfuerzo en tiempo de paz. Reflejando,asimismo, los parámetros básicos de la DDN claramente sintetizada por el peronismo, dicha norma no restringíala guerra al conjunto de operaciones bélicas llevadas a cabo por las Fuerzas Armadas, sino que comprometía alsistema político, administrativo, económico y social del país. No se estableció en ella el papel institucional de lasFuerzas Armadas ni fijó sus instancias de conducción, ni sus funciones y misiones o su estructura orgánico-funcional.Estos aspectos quedaron regulados en otras normas. Tampoco se conceptualizó en ella a la defensa nacional, aunque,a partir de su contenido y del marco doctrinal en el que se concibió, quedaba claro que ella englobaba el esfuerzonacional necesario para hacer frente a agresiones militares externas, esto es, agresiones producidas por lasFuerzas Armadas de otro Estado. En cambio, en ella se fijó la estructura de gobierno, de gestión y operativa necesariaa los fines de la defensa nacional en tiempo de paz y de guerra. Para esto, por cierto, se le reservó al CODENA laresponsabilidad institucional máxima en la preparación y coordinación del esfuerzo nacional defensivo, en asis-tencia del presidente de la Nación. Todo ello, en definitiva, convirtió a la ley 13.234 en una norma precursora en lamateria tanto a nivel nacional como regional.

Esta institucionalidad se completó con la creación en 1949 del Ministerio de Defensa Nacional. Estodaba cuenta de otro aspecto básico de la DDN dado por la postulación de la pauta de estricta subordinación militara las autoridades gubernamentales, esto es, el sostenimiento de un profesionalismo militar políticamente pres-cindente. Dicho profesionalismo debía conllevar una estructura institucional de conducción gubernamental sobrelas Fuerzas Armadas y a ello apuntó esta importante medida. En efecto, en junio de ese año, se sancionó y pro-mulgó la ley 13.52912 mediante la cual se establecieron los ministerios de Estado y sus competencias. En ella, alMinisterio de Defensa Nacional se le fijaron importantes funciones en lo atinente a la conducción y coordinación delos asuntos referidos a la defensa nacional y de las fuerzas militares.

En lo atinente al papel institucional de las Fuerzas Armadas, en el marco del esquema normativo einstitucional descrito, se les adjudicaba a éstas el papel central de constituir los instrumentos castrenses de ladefensa nacional, sin injerencia alguna en tareas relativas a la seguridad interior, más allá de las establecidas enla propia Constitución Nacional. El mantenimiento del “orden y la seguridad pública” eran tareas prioritarias delas fuerzas de seguridad y cuerpos policiales federales, tales como la Policía Federal Argentina, la GendarmeríaNacional y la Prefectura Nacional Marítima. La conducción orgánico-funcional de estas fuerzas y de las policíasprovinciales con relación a la seguridad federal era una responsabilidad del Ministerio del Interior. Según lo dis-puesto en la ley 14.071,13 promulgada en noviembre de 1951, la armonización de las tareas policiales nacionalesy provinciales en lo atinente al mantenimiento del orden y la seguridad pública, las disposiciones legales y nor-mativas necesarias para ello, la orientación de las actividades de dichas fuerzas, el estudio y la proposición de losplanes y funciones de las diversas policías y el intercambio de información entre ellas, eran funciones del ConsejoFederal de Seguridad presidido por el Ministro del Interior. Es decir, en este esquema institucional había una claradiferenciación funcional entre la defensa nacional y la seguridad interior y entre las Fuerzas Armadas y las fuerzasde seguridad y policiales.

12 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 15 de julio de 1949.13 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1951.

organización nacional para la guerra. Se le otorgó la responsabilidad de establecer “las medidas tendientes apasar de la organización del país en tiempo de paz a la organización para tiempo de guerra” y de emitir las orien-taciones necesarias a todos los organismos del Estado en todo lo relacionado con la movilización de las FuerzasArmadas; la organización de la defensa civil, la seguridad interior y el funcionamiento de la administración y delos servicios públicos; el aseguramiento del ritmo de trabajo intensivo en todos los órdenes de la producción, elcomercio y la industria; y, finalmente, la creación de los organismos necesarios para planificar, coordinar y dirigirel aprovechamiento del potencial de guerra de la Nación (art. 3º). Para ello, el CODENA debía fijar, en tiempo depaz, las atribuciones y responsabilidades de cada ministerio o secretaría de Estado en la “preparación del paíspara la guerra” y en la “movilización y utilización de las personas y recursos concerniente a cada rama de la admi-nistración pública” y de las actividades privadas (art. 7º). La movilización de las Fuerzas Armadas y de todos aquellosrecursos correspondientes a los ministerios civiles debía ser ejecutada por los respectivos organismos militares ociviles, pero siguiendo la orientación y los planes aprobados por el CODENA (arts. 8º y 9º), para lo cual debía esta-blecer, en tiempo de paz, las prioridades para la utilización de las personas y recursos según las necesidades delas Fuerzas Armadas y de los ministerios civiles y debía disponer y utilizar todas “las fuerzas de que dispone laNación, los establecimientos destinados a la fabricación del material de guerra, la movilización industrial, la dis-tribución de la mano de obra y las materias primas, y todo lo concerniente al abastecimiento general para las tropas,población civil y las necesidades de la producción económica” (art. 10).

El CODENA se componía del conjunto de los ministros del Poder Ejecutivo y las resoluciones tendientesa resolver “los problemas fundamentales que atañen a la organización general de la Nación para la guerra” debíanser tomadas en su seno en acuerdo general de ministros. Había sido creado el 20 de septiembre de 1943 poracuerdo general de ministros y bajo la inspiración del coronel Perón. A través de los decretos-leyes 9.330/43 y13.939/4410 –el primero de ellos era de carácter secreto–, se le fijaron como principales misiones en tiempo depaz las de determinar la correlación entre la política internacional y la preparación de todas las fuerzas del paíspara hacer frente a las necesidades de la defensa nacional; impartir a los diferentes organismos y ramas delgobierno nacional las directivas generales para la preparación y ejecución de la defensa nacional, sin intervenir enla disposición de las propias Fuerzas Armadas; armonizar las potencialidades del país con relación a su posicióninternacional y a los factores que influyen sobre el desarrollo nacional; y estudiar y evaluar los proyectos de leyesrelativos a la organización defensiva del país y a las situaciones de emergencia en caso de guerra. En tiempo deguerra, se le sumaban la función de intervenir en la dirección superior de la guerra y los grandes problemas deri-vados de la misma, sin inmiscuirse en las operaciones militares. La ley 13.234 convalidó ambas normas y las fun-ciones del CODENA allí establecidas.11

La conducción de la guerra en sus aspectos político-militares competía “directamente” al presidentede la Nación, para lo cual éste debía ser asistido por el Gabinete de Seguridad Exterior o Gabinete de Guerra, pre-sidido por el ministro de Relaciones Exteriores y compuesto por los secretarios de Relaciones Exteriores, deGuerra, de Marina y de Aeronáutica (art. 11). A los efectos de la conducción de la guerra y de la coordinación delas fuerzas militares, dicho gabinete debía ser asistido por el Estado Mayor de Coordinación, compuesto por jefesy oficiales de los Estados Mayores de las tres fuerzas castrenses (art. 12). Asimismo, en caso de guerra, el presi-dente de la Nación designaría un Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas encargado de la dirección integralde las operaciones con la asistencia del Estado Mayor de Coordinación (art. 13).

También se organizó un Gabinete de Seguridad Interior, presidido por el ministro del Interior y com-puesto por los secretarios de Justicia e Instrucción Pública, de Obras Públicas y de Salud Pública, y encargado decoordinar los problemas relativos al “frente interno de la Nación en guerra”. Y, finalmente, se conformó un Gabinetede Seguridad Económica, presidido por el ministro de Hacienda y compuesto por los secretarios de Agricultura,Comercio e Industria y de Trabajo y Previsión, y encargado de la coordinación de “los problemas de los abasteci-mientos, la producción, el comercio y las finanzas” (art. 11).

En tiempo de guerra, el país sería dividido en Zonas de Operaciones terrestres, navales o aéreas, y enZona del Interior (art. 14). En las primeras, un Comando Superior castrense ejercerá la autoridad total del gobiernomilitar, civil y administrativo, subordinando inclusive a las autoridades civiles de dichas zonas (art. 15). La segunda

10 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 5 de junio de 1944.11 Horacio Ballester, “El ordenamiento de la defensa nacional. La ley 13.234 de organización de la Nación para tiempo de guerra”, en

Leopoldo Frenkel (comp.), El justicialismo. Su historia, su pensamiento y sus proyecciones, Buenos Aires, Legasa, 1984, p. 338.

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Ahora bien, en lo relativo a las relaciones cívico-militares, la relativa estabilidad político-institucionallograda durante los primeros años del primer gobierno peronista (1946-1952), estabilizada y ciertamente asentadaen una marcada profesionalización de las fuerzas militares, se comenzó a resquebrajar a fines de 1951 a partirdel levantamiento militar encabezado por el general (R) Benjamín Menéndez y del que formaron parte numerososjefes y oficiales que, hacia 1955, formarían parte del grupo que protagonizó el derrocamiento del gobierno pero-nista y el inicio de la llamada Revolución Libertadora (1955-1958).

BIBLIOGRAFÍA

LÓPEZ, Ernesto, “El peronismo en el gobierno y los militares”, en José Enrique Miguens y Frederick Turner,Racionalidad del peronismo, Buenos Aires, Planeta, 1988.________________, “Doctrinas Militares en Argentina: 1932-1980”, en Carlos Moneta, Ernesto López y AlbertoRomero, La Reforma Militar, Buenos Aires, Legasa, 1988.PERÓN, Juan D., “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, en Perón y las FuerzasArmadas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1982.POTASH, Robert, El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973, 2 tomos, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.ROUQUIÉ, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 2 tomos, Buenos Aires, Emecé, 1994.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Con el objetivo de establecer la hegemonía del catolicismo como principio organizador de la sociedad,el ascenso del peronismo había sido percibido por algunos actores de la Iglesia católica como la posibilidad deacercamiento –implementando los aparatos de Estado– a diferentes grupos sociales, en particular, a los sectorespopulares de los que se sabía particularmente alejada.1 La posibilidad de un acercamiento entre la institucióneclesiástica y los gestores del naciente peronismo se abrió a partir de dos consideraciones. En primer lugar, elgeneral Perón era considerado como el “candidato” del Ejército, con el que la Iglesia había establecido una fluidarelación desde los años treinta a partir del temor compartido a la amenaza del comunismo y de la progresivaidentificación entre catolicismo y nacionalidad.2 En segundo lugar, la posibilidad de un acuerdo radicaba en elamplio arco de coincidencias que presentaban sus proyectos de sociedad. Tanto la doctrina social de la Iglesia comoel peronismo reconocían la realidad de los conflictos sociales y proponían su superación a través de una conciliaciónde clases en la que el Estado jugaba un papel central, tanto en el rol de mediador como implementando una políticaredistributiva definida como “justicia social”. Dentro de esta perspectiva, el peronismo podía ser considerado comouna eficaz barrera contra el comunismo.

En esta línea, en noviembre de 1945, una Pastoral Colectiva del Episcopado fue considerada, sin dema-siado margen de error, como la condena a la Unión Democrática –a la que se percibía como peligrosamente cercanaa los temidos Frentes Populares– y el explícito apoyo a la candidatura de Perón. Sin embargo, este apoyo no dejóde producir reticencias dentro de las mismas filas eclesiásticas. Por un lado, Perón distaba de ser el ideal de “militarcatólico”. Su pública convivencia con una joven actriz y su afición por ciertos cultos esotéricos eran vistos con des-confianza. Por otro lado –y era mucho más alarmante– se encontraba el excesivo “obrerismo” de las políticas quehabía desarrollado el candidato. De un modo u otro, la Iglesia no tenía demasiadas opciones y se esperaba alejarlos peligros: sólo era necesario, según la expresión del presbítero Virgilio Filippo, “cristianizar al peronismo”.

1 La ruptura entre el catolicismo y los sectores populares era reconocida explícitamente: “si hay dos términos sociales opuestos, si haydos sectores que se han declarado una guerra implacable, son sin duda, el capital y el trabajo. Ahora bien, todo el mundo sabe queel obrero ha aliado en su mente el capital con la Iglesia, de suerte que el abismo que separa al capital del trabajo es el mismo quesepara a los trabajadores de la Iglesia” (monseñor Emilio Di Pasquo, “Conferencia en las Jornadas de Vocaciones Sacerdotales”, enRevista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, abril de 1946, p. 307).

2 Loris Zanatta, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo, Bernal, UNQ, 1996; Perón y elmito de la Nación católica, Buenos Aires, Sudamericana, 1999.

Hacia 1955: la crisis del peronismo

SUSANA BIANCHIUNICEN

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El tema de la familia ocupó un lugar central en la preocupación de la Iglesia católica por el avancedel “estatismo” en áreas privadas. En rigor, catolicismo y peronismo compartían una misma concepción de la vidafamiliar. Más aun, el núcleo familiar se transformó en el eje articulador de numerosas políticas redistributivas delperonismo. Además, en un país con baja densidad demográfica, el peronismo impulsó políticas de protección ala natalidad, asistencia a la madre y al niño, severa represión del aborto, regulación de las actividades extrado-mésticas de las mujeres. Si bien estas políticas reforzaban una concepción afín al catolicismo, no dejaban de des-pertar las desconfianzas eclesiásticas ante lo que se consideraba una injerencia excesiva del Estado. Se considerabaque “lo que se persigue es una negación de la familia” o por lo menos “una familia sin padre ya que el esposo ha sidosustituido por el Estado”.10

Los conflictos en torno a la familia tuvieron sus puntos más críticos en el proyecto gubernamental deconceder a la concubina los derechos previsionales al fallecimiento del titular (1946), en la reforma del CódigoCivil que reemplazaba la denominación de “hijos adulterinos e incestuosos” por la de “hijos naturales” (1946) yen la Ley de Equiparación de Hijos Legítimos e Ilegítimos (1952).11 Es cierto que la presión eclesiástica frenómuchos proyectos, sin embargo constituían señales de los límites que se imponían. De este modo, a comienzosde 1948, se publicaba un documento titulado “Todo lo que el Estado debe asegurar a la Iglesia”. Entre las garantíasque se exigían figuraban precisamente “aquellas condiciones materiales y espirituales que favorecen la tutela de lafamilia cristiana”.12

La dificultad mayor para el catolicismo parecía radicar en la imposibilidad de penetrar en la finatrama del tejido social, en la imposibilidad de modelar conductas, actitudes y valores, en la dificultad para con-trolar los cuerpos. Un “hedonismo” que, según la perspectiva eclesiástica, era un “explosivo aniquilador” de losvínculos sociales que penetraba en la sociedad.13 Y el problema, también desde la perspectiva eclesiástica, era queese “hedonismo” de la vida cotidiana estaba fomentado por las mismas políticas estatales, por el “bienestar”señalado como el objetivo deseable. “Por tener alguna virtud y cultivarla empieza la dignificación de los pueblosy no porque todos sus habitantes tengan lavarropas eléctricos, cocinas a gas, y puedan ir todas las semanas al cine ycosas por el estilo.”14 Dicho de otra manera, la redistribución de bienes materiales –la “justicia social”– implicabauna redistribución de bienes simbólicos que transformaba profundamente a la sociedad.

Otro punto de conflicto se refirió al papel que las mujeres debían cumplir dentro de la sociedad, cues-tión que tanto para el catolicismo como para el peronismo estaba indisolublemente ligada al tema de la familia.El peronismo, en muchos aspectos, reforzó las ideas dominantes acerca de la posición de las mujeres dentro delnúcleo familiar, con fuertes contactos con el catolicismo, desalentando todo aquello que las alejara “de su destinoy su misión”. En La Razón de mi Vida, un capítulo llamado precisamente “La fábrica o el hogar” es particularmenteexplícito acerca de cuál debía ser la opción:

Todos los días millares de mujeres abandonan el campo femenino y empiezan a vivir como hombres.Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos, la calle a la casa. No se resignan a ser madres ni esposas.[…] Sentimos que la solución es independizarnos y trabajamos en cualquier parte, pero ese trabajonos iguala a los hombres y ¡no! no somos como ellos. […] Por eso el primer objetivo de un movimientofemenino que quiera hacer bien a la mujer, que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar.15

Sin embargo, a pesar de las coincidencias, cuestiones como el sufragio femenino y fundamentalmentela aparición de organizaciones como el Partido Peronista Femenino,16 fueron observadas con creciente descon-fianza. Se temía que la politización femenina privara al catolicismo de su tradicional influencia sobre las mujeres.

10 Juan Francisco Vidal, “Una Pastoral en defensa de la familia”, en Criterio, 13 de febrero de 1947, p. 160.11 Eran medidas que en un país sin ley de divorcio, con numerosas uniones de hecho, intentaban adaptar la legislación a la realidad que

la sociedad ofrecía.12 Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, marzo de 1948, p. 138.13 Gustavo Franceschi, “Por la familia”, en Criterio, Nº 1.092, 26 de mayo de 1949, pp. 259-262.14 “Comentarios. Reflexiones de actualidad”, en Criterio, Nº 1.161, 10 de abril de 1952, p. 242.15 Eva Perón, La Razón de mi Vida, Buenos Aires, Peuser, 1952, p. 15. Este libro se proyectó una vez conocido el carácter terminal de la

enfermedad de Eva Perón. Presentado como una autobiografía, el texto –que fue de lectura obligatoria en los establecimientos esco-lares– estructuraba una serie de principios definidos y definitivos que permitieran suplir el discurso de Eva Perón después de su muerte.

16 Susana Bianchi y Norma Sanchís, El Partido Peronista Femenino, Buenos Aires, CEAL, 1987; Carolina Barry, Evita Capitana. El PartidoPeronista Femenino, Buenos Aires, Longseller, 2009.

Desde que Perón asumió la presidencia (4 de junio de 1943), la Iglesia católica mantuvo una fuertepresencia en el espacio público, mientras el gobierno hacía un gran despliegue de sus buenas relaciones con lajerarquía eclesiástica. Varios de los funcionarios gubernamentales provenían de las filas del laicado católico. Sinembargo, a pesar de estas manifestaciones, pronto se advirtió que “cristianizar al peronismo” no iba a ser una tareafácil. Ya desde comienzos del gobierno de Perón, relevantes actores de la institución eclesiástica comenzaron aobservar con preocupación lo que se consideraban avances del Estado sobre la sociedad civil, fundamentalmentesobre aquellas áreas que la Iglesia tenía particular interés en controlar. En esa línea, muy pronto comenzaron lasdenuncias sobre lo que se definía como “estatismo”. Uno de los intelectuales más destacados del catolicismo argen-tino, monseñor Gustavo Franceschi podía advertir que “De acuerdo con las enseñanzas sociales católicas siemprehemos sostenido que las organizaciones del gobierno no tienen derecho a intervenir en las actividades de las ins-tituciones privadas. Es misión del Estado ayudar pero nunca absorber plenamente al sector privado”.3

Los campos del conflicto

Una de las primeras reacciones católicas estuvo vinculada a la sanción de la Ley de AsociacionesProfesionales (1946).4 La preocupación radicaba en la negativa a reconocer, según las disposiciones de la ley, a aque-llas agrupaciones sindicales constituidas en base a credos religiosos, lo que constituía el fin de todo proyecto deorganizar un “sindicalismo católico”. Las protestas no fueron sin embargo demasiado insistentes. La Iglesia noparecía estar dispuesta a presentar batalla en un campo, como el sindical, en el que nunca habían tenido dema-siado éxito. Por otra parte, se consideraba que la “peronización” de los sindicatos ya constituía una barrera contralos avances del comunismo. Desde la perspectiva eclesiástica, los mayores problemas radicaban en los avances delEstado en áreas consideradas de estricta incumbencia de la Iglesia, fundamentalmente aquellas que eran perci-bidas como básicas para la implementación del proyecto que buscaba colocar a la religión como el principio orga-nizador de la sociedad: la educación, la familia, las organizaciones juveniles y femeninas, y la asistencia social.5

Dentro del campo de la educación siempre se consideró –y con razón– que la aprobación de la Ley deEnseñanza Religiosa en las escuelas públicas era indicativa del amplio espacio que el gobierno peronista otorgabaa la Iglesia católica. Sin embargo, desde el comienzo, la implementación de la ley fue objeto de múltiples conflictosjurisdiccionales: el gobierno peronista no estaba dispuesto a dejar de controlar la designación de funcionarios enla Dirección Nacional de Enseñanza Religiosa, ni de los profesores responsables de enseñar religión en las escuelas.Muy pronto, algunos católicos podían denunciar que “se trata de una educación religiosa impartida por el Estado,con sus propios maestros y bajo su propia dirección”,6 en la que la Iglesia tenía escasa incumbencia.

Pero además los católicos también advirtieron los límites que se presentaban para la enseñanza reli-giosa. Uno de ellos, y no el menor, era la mala formación de los docentes responsables de dicha instrucción.7 Otrolímite para el catolicismo lo constituían tanto la permanencia de contenidos “iluministas” en la enseñanza de lahistoria, la literatura, la filosofía que contradecían los principios religiosos, como algunas innovaciones. En efecto,la introducción de la “escuela activa”,8 la enseñanza de la higiene, el impulso a los deportes eran cuestiones que,desde la perspectiva eclesiástica, estaban demasiado centradas en lo corporal, pudiéndose por lo tanto deslizarsea terrenos vedados. En rigor, el principal obstáculo que paulatinamente se encontró fue el del mismo carácterque asumió la política educativa: los avances crecientes de la “peronización” de la enseñanza. Los textos escolarespusieron su acento en la glorificación de las obras del peronismo mientras se insistía en la comparación del generalPerón con distintos personajes de la historia nacional. Dentro de esta línea fueron los principios del peronismo yno los de la religión, que quedó reducida a unas pocas horas semanales de las llamadas clases “especiales”,9 losque constituyeron la base de las políticas educativas de la “Nueva Argentina”.

3 Gustavo Franceschi, “La Sociedad de Beneficencia”, en Criterio, Nº 959, 1º de agosto de 1946, p. 112. Véase también “Comunidad,sociedad”, en Criterio, Nº 978, 12 de diciembre de 1946.

4 “La Acción Católica Argentina formula reparos al decreto sobre organización y funcionamiento de las asociaciones profesionales obreras”,en Orden Cristiano, Nº 121, primera quincena de noviembre de 1946, p. 23.

5 Susana Bianchi, Catolicismo y Peronismo. Religión y política en la Argentina, 1943-1955, Tandil, Prometeo-IHES, 2001.6 “Reglamentación de la ley de enseñanza religiosa”, en Orden Cristiano, Nº 141, primera quincena de septiembre de 1947, pp. 67-68.7 Gustavo Franceschi, “Después de la sanción”, en Criterio, Nº 992, 27 de marzo de 1947, p. 274.8 Rómulo Amadeo, “La escuela activa”, en Criterio, Nº 982, 9 de enero de 1947, pp. 36-37.9 Las clases “especiales”, como trabajos manuales o gimnasia, eran aquellas que por requerir menor concentración mental figuraban

en los últimos tramos del horario escolar.

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22 La Nación, 16 al 30 de octubre de 1950; Gustavo Franceschi, “Comentarios. A quien me confesare ante los hombres”, en Criterio,octubre de 1950, p. 871.

23 “Pastoral Colectiva del Episcopado Argentino sobre el Espiritismo”, en Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, diciembrede 1954, pp. 469-474.

24 “Hablan varios enfermos tratados por el pastor Hicks”, en Ahora, Nº 2.187, 8 de junio de 1954; “La actuación del viernes en Huracánfue asombrosa”, en Ahora, Nº 2.189, 15 de junio de 1954; “Como arrojó las muletas un joven de Ramos Mejía” y “De todos los puntosde la República y de los países vecinos nos llegan cartas para serles entregadas a Hicks”, en Ahora, Nº 2.190, 18 de junio de 1954.

25 Gustavo Franceschi, “Libertad de cultos y apostolado católico”, en Criterio, Nº 1.218, 26 de agosto de 1954, pp. 603-604.26 Mundo Peronista, Nº 14, 1º de febrero de 195227 Mundo Peronista, Nº 11, 15 de diciembre de 195128 Susana Bianchi, “Peronismo e Iglesia. 1954-1955: La crisis de la hegemonía”, en Criterio, Nº 2.305, junio de 2005, pp. 273-275.

La Iglesia podía además contabilizar, dentro de los espacios perdidos, el de la asistencia social. Las ins-tituciones caritativas católicas no podían competir frente a la poderosa y eficaz Fundación Eva Perón que invadióel campo asistencial otorgándole un vigoroso signo político. Además la Fundación –como el Partido PeronistaFemenino– era indisociable de la persona de Eva Perón que constituía una de las figuras del peronismo más irri-tantes para amplios sectores eclesiásticos: sus orígenes “ilegítimos”, su pasado poco claro, sus vinculaciones artís-ticas, su convivencia pública previa al matrimonio con Perón no eran datos menores. Además, ella había asumidoun particular estilo que contrastaba con la moderación y recato que correspondían al papel de primera dama.

El conflicto en el campo de la religión

A partir de 1950, si bien las relaciones entre las cúpulas mantuvieron su formalidad, las manifestacionespúblicas de mutuo apoyo entre la Iglesia y el Estado se redujeron notablemente. Y el conflicto alcanzó un puntode no retorno al instalarse en el mismo campo de la religión. La jerarquía eclesiástica comenzó a denunciar que,a pesar del estatuto privilegiado que el catolicismo debía gozar, el gobierno peronista había comenzado a dar ungran espacio a otras confesiones religiosas. Según se señalaba, las autoridades habían dejado de cumplir con su“deber de gobernantes” ya que debía ser su obligación “la defensa del patrimonio religioso del pueblo contracualquier asalto de quien quisiera robarle el tesoro de su fe y de la paz religiosa”.17

Muchos aspectos del antijudaísmo católico se habían mantenido incólumes dentro del peronismo.Tanto el presbítero Virgilio Filippo –designado Adjunto Eclesiástico de la Casa de Gobierno y, desde 1948, dipu-tado nacional– como el jesuita Hernán Benítez –representante de Perón ante el Vaticano en 1947 y asesor de laFundación Eva Perón, entre otras responsabilidades– no dudaban en emplear los términos “judío” y “sinagogal”como calificativos denigrantes.18 Otro de los ejemplos –que pueden multiplicarse– es la presencia del antropólogocatólico Santiago Peralta, autor de La acción del pueblo judío en la Argentina (1943), en la Dirección de Migracionesy al frente del Instituto Étnico Nacional.19 Sin embargo, esto no fue obstáculo para que, desde 1946, Perón fuerael primer presidente argentino en saludar a la comunidad judía para sus festividades, ni para que se les otorgaraasueto a los soldados judíos en esas ocasiones, ni para designar funcionarios de ese origen. Las relaciones con elEstado de Israel fueron fluidas y la Fundación Eva Perón colaboró con el envío de alimentos, medicinas y otrosartículos de primera necesidad. Además –ante el sostenido antiperonismo de la DAIA– se creó la OrganizaciónIsraelita Argentina por iniciativa gubernamental con un sector de la colectividad judía dispuesto a apoyar el pero-nismo,20 mientras el rabino Amram Blum era designado asesor presidencial en asuntos religiosos.

Si bien estas relaciones no dejaron de perturbar a aquellos grupos católicos que desde comienzos desiglo denunciaban la inmigración judía como un atentado contra la nacionalidad, el conflicto en el campo de lareligión surgió fundamentalmente a partir del avance de ciertas formas religiosas que competían eficazmentecon el catolicismo dentro de los sectores populares. Y la cuestión se profundizó en la medida en que los sectoreseclesiásticos consideraron que el gobierno peronista favorecía el desarrollo de las disidencias. Entre estas formasreligiosas se encontraba el espiritismo, en una versión local conocida como la Escuela Científica Basilio,21 a la queel gobierno había otorgado personería jurídica y por la que Perón parecía demostrar ciertas simpatías.

El primer enfrentamiento abierto entre el gobierno y sectores vinculados a la Iglesia estalló a raíz deun multitudinario acto que la Escuela Científica Basilio había organizado en el Luna Park, en octubre de 1950. Elacto, convocado bajo la consigna “Jesús no es Dios” –considerada blasfema por los católicos–, fue inaugurado porla lectura de un telegrama de adhesión firmado por Perón y su esposa. Pero el desarrollo del acto se vio impre-vistamente alterado: jóvenes de la Acción Católica ubicados estratégicamente en las tribunas y en las inmediacionesdel estadio provocaron un considerable tumulto. Como consecuencia, la Policía detuvo a cerca de trescientosjóvenes por alterar el orden público, mientras que el arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Santiago Copello,era presionado por sus propias filas para pronunciarse a favor de los militantes católicos que habían actuado con

17 Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, 1952, p. 349.18 Véase, por ejemplo, Hernán Benítez, “La Iglesia y el justicialismo”, en La aristocracia frente a la revolución, Buenos Aires, s/e, 1953, p. 339.19 Susana Bianchi, Historia de las Religiones en la Argentina. Las minorías religiosas, Buenos Aires, Sudamericana, 2004, p. 209.20 La Nación, 21 de agosto de 1948 21 El tono y la frecuencia de los artículos que alertan a la feligresía sobre el peligro del espiritismo constituyen un buen reflejo de la pre-

ocupación eclesiástica. Véase por ejemplo, El Pueblo, 23 de noviembre y 4 y 18 de diciembre de 1947; 7 y 16 de enero; 5, 10, 17 y19 de febrero de 1948. Véase también Lila Caimari, Perón y la Iglesia católica, Buenos Aires, Ariel, 1995.

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una considerable cuota de autonomía. Pocos días más tarde llegaba al país el cardenal Ruffini, como legado papalante el Congreso Eucarístico Nacional. Una multitud aguardó el paso de Ruffini por las calles de Buenos Aires,que lo aclamó al grito de “¡Jesús es Dios!”, lema antiespiritista que deslizó su sentido a consigna antiperonista.Quedaba claro que las manifestaciones religiosas podían tomar un sospechoso cariz antigubernamental.22

El conflicto por la difusión del espiritismo –que desde la perspectiva eclesiástica continuó y se profun-dizó–23 pronto se confundió con otra cuestión que también se ubicaba en el campo de la religión: los avances delprotestantismo a través de las campañas pentecostales que, iniciadas en 1952 alcanzaron un éxito masivo en1954. La Iglesia católica había tolerado al protestantismo de origen inmigratorio en la medida en que se mantu-viese dentro de los límites de sus propias comunidades nacionales. Pero el problema estaba en que el pentecos-talismo –con militante vocación expansiva– no sólo no estaba vinculado a ningún grupo étnico o nacional sinoque encontraba sus bases de reclutamiento, como el espiritismo y el peronismo, en las mismas clases popularesurbanas que se pretendía catolizar. El conflicto alcanzó su punto más alto a mediados de 1954, cuando el predicadornorteamericano Theodore Hicks, que practicaba el “don de la sanidad” reunía multitudes en estadios deportivosde Buenos Aires.24 Y la causa de este éxito, según la perspectiva eclesiástica, radicaba precisamente en el apoyo queel gobierno peronista había dado a la misión pentecostal.25

Pero dentro del campo de la religión también se colocaba el principal obstáculo para la “catolización”de la sociedad: la aspiración del peronismo –más allá de los logros obtenidos en sus bases– de constituirse en unaespecie de peculiar religiosidad. A partir de 1951 comenzó a publicarse Mundo Peronista, revista que perseguíaobjetivos de consolidación ideológica en el momento en que el gobierno debía enfrentar una serie de dificultades.Desde sus páginas, el peronismo se presentaba como una “religión política,” con su propia sacralización y sus propiasfiguras para venerar. La enfermedad y la muerte de Eva Perón en 1952 acentuó la incorporación de una simbo-logía religiosa: rezar por ella, hacer peregrinaciones por su salud, escribirle oraciones eran conductas altamentevaloradas. Sin embargo, estas actitudes no se redujeron a la figura de Eva Perón, cuya temprana muerte fue reves-tida de rasgos de martirio. Ya durante su vida desde Mundo Peronista se impulsaba la construcción de altaresdomésticos que debían incluir en primer lugar la figura de Perón,26 mientras la adhesión al peronismo podía serdescripta en términos, de “devoción”, “fervor” y “fe”.27

Poco espacio quedaba para el catolicismo. Desde 1950, dado el carácter monolítico que adquiría elperonismo y el estrechamiento de los canales opositores, la Iglesia comenzó entonces a perfilarse como un espacio–tal vez el único posible– de oposición. Muchas manifestaciones religiosas que incorporaron adhesiones de sospe-chosa piedad pronto fueron percibidas, sin demasiado margen de error, como manifestaciones antigubernamentales.

La crisis: 1954-1955

Describir la trama del enfrentamiento entre el Estado peronista y la Iglesia católica no explica otrascuestiones: ni la forma ni el momento en que estallaron los acontecimientos que sacudieron a la Argentina entre1954 y 1955. Es cierto que una vez desencadenada, la crisis puede explicarse, en parte, por su propia lógica, es decir,por el juego de acciones y reacciones. Empero la coyuntura del estallido no fue accidental: fueron los mismos conflictosinternos que atravesaban tanto al peronismo como al catolicismo los que hicieron que la colisión fuese inevitable.28

Dentro del gobierno peronista, debido al fin del período de bonanza, la política económica habíadado un fuerte giro de timón al revisar las prioridades. Lo cierto es que en su segunda presidencia parecía quePerón entraba en contradicción no sólo con los principios que había defendido sino también con los intereses delos sectores sociales que lo apoyaban. De la política distributiva –es decir, la “justicia social”– se pasaba a otra

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etapa, donde el eje estaba puesto en la producción.29 La alternativa requería reajustes considerables. Se hacíanecesario activar los mecanismos del consenso y penetrar en todos los resquicios de la sociedad, “peronizar” losespacios que se sospechaba aún permanecían ajenos y barrer con los obstáculos.

También el catolicismo debía afrontar sus propios conflictos, más allá de las monolíticas imágenesconstruidas. La cuestión de los vínculos con el peronismo fracturaba a la cúpula eclesiástica. El tema de la rela-ción entre la Iglesia y el Estado se confundía con otras cuestiones estrictamente eclesiásticas (desde la crítica almodelo de monarquía absoluta en que se fundamentaba la institución eclesiástica hasta cuestiones de moral yritualismo) que conmovían a cada vez más amplios sectores del clero. Muchos parecían desoír las apelacionesjerárquicas a la disciplina. En la crisis del catolicismo, las organizaciones de laicos –cuyo peso en las filas eclesiásticasargentinas siempre fue considerable– encontraban un terreno fértil para avanzar en sus aspiraciones de autonomía.

En los comienzos de la crisis, fue notable la desigualdad de las fuerzas que se enfrentaron. La AcciónCatólica Argentina, sobre todo la sección de jóvenes varones que asumieron gran parte del protagonismo, erainsignificante cuantitativamente y sus intenciones primeras no fueron tanto “atacar” o “derribar” a un peronis-mo que parecía inexpugnable como denunciar la inacción de las cúpulas eclesiásticas en la defensa de los “dere-chos de la Iglesia”, defensa de la que los laicos parecían haberse hecho los únicos responsables. Su actuación lesotorgó indudable visibilidad. La Acción Católica se transformaba en un actor político, un “partido católico”,30

cuyo discurso opositor al peronismo articulaba inquietudes caras a las clases medias –de las que la mayoría de susmiembros provenía– y altas de la sociedad.

En efecto, la “defensa de los derechos” de la Iglesia se confundía con otras cuestiones. El peronismohabía transformado abruptamente las relaciones sociales y la misma sociedad que se pretendía “catolizar” sehabía vuelto irreconocible: según un colaborador de Criterio, la muchedumbre, “hato animal, recua irracional”,invadía los espacios. “El mal ha echado raíces y amenaza con la subversión total de la vida del país”.31 Si el mons-truo había salido de su guarida, según la metáfora de Donoso Cortés, la unión de la Cruz y la Espada era la únicagarantía del sostén de la civilización contra la barbarie.

Dentro de este clima, en noviembre de 1954, Perón convocó en una reunión a funcionarios delgobierno, legisladores y representantes del Partido Peronista con el objetivo de informarles sobre el estado de la“oposición”. Pero a las reiteradas referencias a los adversarios políticos, en especial a los radicales, y a los estudiantesuniversitarios de la FUBA se agregaron elementos nuevos: la Acción Católica Argentina y varios miembros del clero.Entre los nombres de los sacerdotes considerados “opositores”, figuraban algunos miembros del Episcopado:Fermín Laffite, arzobispo de Córdoba; y Froilán Ferreira Reinafé, obispo de La Rioja. Indudablemente la denunciaadoptaba un claro tono amenazante. Según Perón, “Aquí hay como diez y seis mil integrantes del clero. ¿Cómovamos a hacer una cuestión porque haya veinte o treinta que sean opositores? Es lógico que entre tantos hayaalgunos. ¿Qué tenemos que hacer? Hay que tomar medidas contra esa gente. Tiene razón la jerarquía eclesiásticacuando me dice que no es la Iglesia sino que son algunos curas descarriados de la Iglesia. Nosotros vamos a ayu-darlos para que los pongan en su lugar”.32

A partir de allí, los acontecimientos se precipitaron respondiendo a su propia lógica de acción-reacción. Ladenuncia de Perón desencadenó el mal contenido anticlericalismo de las filas sindicales. Mientras desde el diario La Prensa,controlado por la Confederación General del Trabajo, se continuaba agitando el clima –“Que los malos sacerdotes aban-donen la sotana. […] Todo el que se desmande sentirá el peso de la ley”–,33 la CGT declaraba un paro general de acti-vidades y, junto con las dos secciones del Partido Peronista, convocaba a un masivo acto en el Luna Park para reiterarsu adhesión a Perón ante los “ataques católicos” (25 de noviembre de 1954). Las pancartas con las leyendas “Perónsí, curas no” o “Cuervos a la Iglesia” y el tono de los discursos fueron expresivas del carácter que asumió el acto.34

La respuesta católica al acto del Luna Park se dio en la misa del domingo siguiente, donde se debía leer una CartaPastoral: en iglesias desbordadas por el público, los atrios se transformaron en explícitos ámbitos de oposición.

35 “Episcopado Argentino. Carta al Excmo. Señor Presidente de la Nación” (19 de noviembre de 1954), en Criterio, Nº 1.224, 25 denoviembre de 1954, p. 843.

36 “Carta Pastoral a los Cabildos Eclesiásticos, el clero diocesano y regular y a todos los fieles” (2 de noviembre de 1954), en Criterio, Nº1.224, 25 de noviembre de 1954, pp. 844-845.

37 Ya en 1950 el reemplazo del católico Oscar Ivanissevich responsable de la cartera de educación por Armando Méndez San Martín,conocido por sus simpatías laicistas, fue un motivo de preocupación para los actores de la institución eclesiástica, quienes calificabande “masón” al nuevo ministro.

38 La Nación, 3 de diciembre de 1954. 39 “Nota del episcopado argentino al Ministerio de Educación acerca de la ley de enseñanza religiosa” (2 de diciembre de 1954), en

Criterio, Nº 1.233, 7 de abril de 1955, p. 262.40 La Nación, 14 y 15 de diciembre de 1954.41 La Nación, 22 de diciembre de 1954.42 Juan T. Lewis, “El Magisterio de la Iglesia”, en Criterio, Nº 1.231, 10 de marzo de 1955. Véase también “La Iglesia del Silencio”, en

Criterio, Nº 1.234, 28 de abril de 1955.43 “Carta del Episcopado Argentino a la Acción Católica Argentina”, en Criterio, Nº 1.235, 12 de mayo de 1955.44 En esa oportunidad, un Perón más moderado intentaba evitar mayores disturbios recomendando dirigirse “de casa al trabajo y del

trabajo a casa”, La Nación, 2 de mayo de 1955.

29 Pablo Gerchunoff y Damián Antunez, “De la bonanza peronista a la crisis de desarrollo”, en Juan Carlos Torre (dir.), Los años peronis-tas (1943-1955), Buenos Aires, Sudamericana, colección Nueva Historia Argentina (tomo 8), 2002.

30 También algunos grupos laicos católicos que se autodenominaban “demócratas” habían intentado organizar desde 1950 un partidopolítico que tras innumerables fraccionamientos lograron formar –siguiendo el modelo europeo– el Partido Demócrata Cristiano en1954 (Enrique Ghirardi, La democracia cristiana, Buenos Aires, CEAL, 1983).

31 Carlos Fernando de Nevares, “Sobre diversas manifestaciones de incultura”, en Criterio, Nº 1.115, 11 de mayo de 1950. 32 La Nación, 11 de noviembre de 1954.33 La Prensa, 18 de noviembre de 1954.34 La Nación, 26 de noviembre de 1954.

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Por su parte, el Episcopado, ante las denuncias formuladas por Perón, le había enviado una carta el19 de noviembre, aún en tono conciliador que apelaba a la “relación armónica” que siempre habían mantenido.35

Sin embargo, ante la intensificación de los acontecimientos, pocos días después, dio a conocer la Carta Pastoralque debía leerse en todas las iglesias al domingo siguiente. A pesar de algunas ambigüedades –reflejo tal vez dela falta de unanimidad episcopal–, el tono ya había cambiado. Si bien se recordaba que tanto el clero como laAcción Católica no debían incluirse en pugnas políticas, también agregaba que frente a los actuales problemas“ningún sacerdote podría permanecer indiferente sino que debería asumir la defensa serena y firme de los valoreseternos”. Diferenciaba de este modo, “la política” de la “defensa obligada del altar”.36 En síntesis, y tras fracasarlas gestiones del Nuncio Apostólico frente al Ministerio del Interior, la guerra quedaba declarada.

Desde el gobierno rápidamente las acciones se encaminaron a reducir los espacios de influencia ecle-siástica. En los primeros días de diciembre, el ministro de Educación, Armando Méndez San Martín,37 medianteuna resolución suprimía la Dirección Nacional de Enseñanza Religiosa, por considerar que el sistema “resultainadecuado, ineficaz y oneroso”,38 iniciando una serie de medidas destinadas a suprimir las clases de religión enlas escuelas públicas. Las protestas del Episcopado nada hicieron para cambiar la situación.39 Más aun, la ofensivase trasladó al Congreso. El 13 de diciembre en una prolongada sesión de la Cámara de Diputados se modificó elartículo 7º de la Ley de Matrimonio Civil. Con inusitada rapidez, al día siguiente el Senado también aprobaba lamodificación. En vano el Episcopado solicitó al Poder Ejecutivo el veto de la ley: el divorcio había quedado incor-porado a la legislación argentina.40 El 21 de diciembre, en una agitada sesión, la Cámara de Diputados transfor-maba en ley un decreto que restringía las reuniones públicas. Sólo se podían realizar en lugares públicos los“actos patrióticos o de significación nacional”. Los actos religiosos debían efectuarse únicamente en lugares cerrados.Además el Poder Ejecutivo podía impedir la celebración de cualquier acto cuando “mediare peligro inminente dealteración del orden o de la tranquilidad pública, o cuando la celebración fuese contraria a los intereses del pueblo”.41

Indudablemente la Iglesia quedaba fuera del espacio público. Ya en 1955, mientras los incidentes se sucedían y las campañas de “panfletos” incentivadas desde las

parroquias se acentuaban, la Iglesia procuraba infundir ánimos a sus huestes: “habrá que seguir a Pedro y a Juan cuandoante el Sanhedrín afirmaron que era justo obedecer a Dios antes que a los hombres, y sufrir con toda paciencialas persecuciones”.42 Pero también el Episcopado debía cohesionar y disciplinar a sus propias filas. Las posicionescatólicas no eran unánimes y –ante la intensificación del clima– se temían predecibles desbordes de las organiza-ciones de laicos. “La Acción Católica deberá tener conciencia clara de su grave responsabilidad: su colaboraciónen el apostolado de la Jerarquía de la Iglesia le exige atenerse estrictamente a prestar su decidido apoyo a la Iglesiaa la consecución de sus fines apostólicos, sin apartarse jamás de los mismos ni de las orientaciones que de ella reciba”.43

El 1º de mayo, en la celebración del Día del Trabajo frente a una multitudinaria concentración en laPlaza de Mayo, la cuestión de la reforma constitucional para establecer la separación de la Iglesia y el Estado –pre-sentada como una solicitud de la CGT– quedaba públicamente establecida.44 Pocos días después, la iniciativa pasabaal Congreso. Como respuesta –pese a las advertencias de la jerarquía– una manifestación de la Acción Católica recorriólas calles de Buenos Aires “gritando improperios contra las autoridades nacionales”. Después de algunas escara-muzas con la Policía, fueron detenidos diez manifestantes, incluido un seminarista. Ante lo sucedido, un comuni-

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cado de la CGT asumía un tono claramente amenazante: “Advertimos por última vez a la reacción oligárquico clerical:si continúan los atropellos, la consigna será de casa al trabajo y del trabajo a las ratoneras en donde se preparanlos atentados contra el pueblo. Y no hemos de dejar ni una cueva con vida”.45 El 13 de mayo la Cámara deDiputados derogaba la Ley de Enseñanza Religiosa culminando las iniciativas desarrolladas desde el Ministerio deEducación. Ese mismo día, se derogaba la exención impositiva que gozaban las instituciones católicas, por con-siderar que dentro de ellas había “sectores financieramente poderosos que disponen de ingentes capitales”.46

La Iglesia nuevamente quedaba identificada con la “oligarquía”.

De Corpus Christi a septiembre de 1955

Mientras se aceleraba el juego de acción-reacción en una compleja escalada, el 11 de junio debíacelebrarse la festividad de Corpus Christi. El ministro del Interior, Ángel Borlenghi, según la reglamentaciónvigente, prohibió la realización de una procesión pública: los actos debían realizarse dentro del recinto de la cate-dral de Buenos Aires. Pero la celebración convocó a una verdadera multitud –muchos de sospechosa piedad–47

que aclamando a “Cristo Rey” desbordó ampliamente la capacidad de la catedral e incluso de la Plaza de Mayo.El desafiante significado político del acto superaba ampliamente a su contenido religioso. Pronto los aconteci-mientos se volvieron ingobernables para las mismas autoridades eclesiásticas.48 Los congregados se lanzaron porlas calles de Buenos Aires, apedrearon sedes de diarios oficialistas, destrozaron vidrios de edificios públicos, pin-taron consignas como “Muera Perón” y “Viva Cristo Rey” y al llegar frente al Congreso, arrancaron una placa dehomenaje a Eva Perón y arriaron la bandera nacional para enarbolar la papal.49

Por supuesto la reacción gubernamental no tardó en sentirse, aunque el discurso radial de Perón antelos acontecimientos no dejaba de recomendar a sus seguidores “calma y tranquilidad”.50 También desde Criterio,sin hacer referencia explícita a los desmanes, en un artículo sobre San Francisco de Asís, se procuraba poner dis-tancia con la violencia: “Es evidente que es infinitamente más fácil y más rápido organizar lo que suele llamarseuna cruzada y echar mano de la violencia, lograr algunos éxitos aparentes, que luego se transforman en derrotasverdaderas”.51 Pero ya era muy tarde. Y en la medida en que las demandas católicas coincidieron (sin ser exacta-mente idénticas) con la de las Fuerzas Armadas el conflicto adquirió su forma.

Cuando en junio de 1955, los aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo, nadie dudó dela complicidad católica. El golpe fracasó por las descoordinación de las acciones pero su saldo fue una gran can-tidad de muertos y heridos52 y un estado de estupor generalizado. La reacción no se hizo esperar y esa mismanoche fueron asaltados e incendiados varios templos del centro de Buenos Aires y la Curia Metropolitana. En unclima festivo se asaltaron altares, se destruyeron imágenes y archivos y en un juego carnavalesco los atacantes sevistieron con ropas sacerdotales y remediaron los gestos del rito. Quienes atacaron las iglesias pudieron moverselibremente en un amplio radio durante varias horas sin que nadie intentara detenerlos. Pronto se advirtió la gra-vedad de las consecuencias.53 Perón procuró deslindar responsabilidades, atribuyendo las culpas a los “comunistas”,54

mientras Copello deploraba las consecuencias del cruento golpe.55 Pero si éstas eran intenciones de poner pañosfríos, ya era demasiado tarde: al día siguiente, la Secretaría de Estado del Vaticano daba a conocer el decreto deexcomunión de Perón.56 Según recordaba un calificado testigo, para muchos católicos se presentaba una únicasalida: “Hasta los más escépticos comprendieron que sólo quedaba abierto el camino a la revolución”.57

55 Santiago Luis Copello, “Carta Pastoral del Arzobispo de Buenos Aires con motivo de los últimos sucesos”, en Criterio, Nº 1.239, 14de julio de 1955, p. 498.

56 Sobre la excomunión de Perón, véase “La excomunión”, en Roberto Bosca, La Iglesia Nacional Peronista. Factor religioso y poder polí-tico, Buenos Aires, Sudamericana, 1997, pp. 369-390.

57 Mario Amadeo, Ayer, Hoy, Mañana, Buenos Aires, Gure, 1956.

45 La Nación, 8 y 9 de mayo de 1955.46 La Nación, 14 de mayo de 1955.47 Puede señalarse como ejemplo la participación de militantes de la Federación Universitaria Argentina, véase Julio Godio, La caída de

Perón (de junio a septiembre de 1955), Buenos Aires, CEAL, 1985.48 Un editorial planteaba el problema bajo la pregunta: “¿De quién y de dónde partió la consigna de alejarse del lugar en columna?”,

en La La Nación, 13 de junio de 1955. 49 La Nación, 12 de junio de 1955.50 La Nación, 13 de junio de 1955.51 Gustavo Franceschi, “Una lección de historia”, en Criterio, 23 de junio de 195552 Los primeros cálculos, de fuentes de insospechadas simpatías gubernamentales, refieren 350 muertos y más de 600 heridos La Nación,

17 de junio de 1955).53 Un dato era la repercusión que los hechos tuvieron en la prensa internacional que los comparaba con los acontecimientos de la Guerra

Civil Española. 54 La Nación, 19 de junio de 1955.

CAPÍTULO 5 / 1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

SUSANA BIANCHI - Hacia 1955: la crisis del peronismo

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

Amplios sectores católicos estuvieron nuevamente con las Fuerzas Armadas en septiembre de 1955,en un golpe cuya simbología religiosa –los aviones desde Córdoba llegaban bajo la consigna “Cristo Vence”–superaba ampliamente la de anteriores golpes militares. Sin embargo, queda una cuestión pendiente. ¿Qué relaciónpuede establecerse entre el conflicto con la Iglesia y la caída del peronismo? Sin duda, la magnitud del conflictoy la inimaginable escalada de violencia polarizaron posiciones y crearon un particular clima de sentimientos. Sinembargo, considerarlo como la causa desencadenante de la caída del gobierno de Perón –sin tener en cuenta,entre otras razones, las debilidades estructurales del peronismo– resultaría simplista. Pero también es cierto que,más allá del peso relativo que pueda atribuírsele, resulta indudable que el protagonismo alcanzado consolidó elpapel de la Iglesia católica como un insoslayable factor de poder en el campo político.

BIBLIOGRAFÍA

BARRY, Carolina, Evita Capitana. El Partido Peronista Femenino, Buenos Aires, Longseller, 2009.BIANCHI, Susana, Catolicismo y Peronismo. Religión y política en la Argentina, 1943-1955, Tandil, Prometeo-IHES, 2001._________________ y Norma Sanchís, El Partido Peronista Femenino, Buenos Aires, CEAL,1987_________________, Historia de las Religiones en la Argentina. Las minorías religiosas, Buenos Aires, Sudamericana,2004.PERÓN, Eva, La Razón de mi Vida, Buenos Aires, Peuser, 1952.ZANATTA, Loris, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943,Bernal, UNQ, 1996.________________, Perón y el mito de la Nación católica, Sudamericana, Buenos Aires, 1999.

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Uno de los aspectos menos abordados por la historiografía ha sido el de la conformación política delperonismo. Es probable que el énfasis puesto en las características del liderazgo de Perón haya opacado, por nodecir mutilado, su estudio. Los análisis abundan en publicaciones referentes a la estructura sindical y obrera comocolumna vertebral del movimiento, pero descuidaron a las otras dos ramas, es decir, a las que hicieron al peronismopolítico propiamente dicho. Este trabajo se propone analizar cómo se llegó a dicha conformación y cuál fue el cri-terio utilizado para concluir que la mejor manera de organizar el peronismo y respetar sus diferencias era la divisiónen el Partido Peronista (PP), el Partido Peronista Femenino (PPF) y la Confederación General del Trabajo (CGT).

Hacia el peronismo

La jornada del 17 de octubre de 1945 tuvo varias derivaciones, entre ellas, la restitución del coronelJuan Domingo Perón al centro de la escena política, convertido en un visible líder popular y candidato a la pre-sidencia de la Nación. Lo más importante fue la súbita revelación de esa base social cultivada por Perón y su trans-formación en un nuevo actor político, que le valió un apoyo diferente del que hasta entonces le habían dado losdirigentes sindicales, que se vieron obligados a encabezar una movilización obrera que los superaba.1 Esto derivóen un conflicto por la apropiación de la resurrección de Perón y el manejo de las bases. Esta disputa se mantuvo,en esencia, a lo largo de los años, y se contrapone con la imagen de un campo rígido y uniforme de las fuerzasdel peronismo inicial.

El ascendiente sobre la masa lo tenía Perón; el resto era la construcción política. De allí que su repo-sicionamiento también dejara en claro la necesidad de organizar y amalgamar a los heterogéneos apoyos anteel súbito llamado a elecciones realizado por el presidente Edelmiro J. Farrell, que obligó a los sectores allegadosa Perón a organizarse y limar rápidamente posibles asperezas a fin de conformar una alianza que lo llevara a lapresidencia de la Nación. En torno a él se nuclearon fuerzas de distinto origen social, composición, ideología ynúmero, que buscaban perpetuar las políticas sociales y laborales implementadas durante su gestión.

1 Samuel Amaral, “Historia e imaginación: ¿qué pasó el 17 de octubre de 1945?”, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia,Buenos Aires, 2009, en prensa.

El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

CAROLINA BARRYUNTREF / UNSAM

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1945-1955 EL PERONISMO Y

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CAPÍTULO

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Los conflictos

El único acuerdo indiscutible fue la candidatura de Perón a la presidencia, de ahí para abajo todoslos lugares en las listas fueron cuestionados: los laboristas objetaron la inclusión de los radicales y la consecuentedistribución de candidaturas. Los laboristas no querían aceptar una alianza con quienes de alguna manera encar-naban a la vieja política caracterizada por exclusiones y fraudes, situación que se sentían llamados a desterrar.Ambas fuerzas se mostraban irreconciliables respecto de varios puntos. El contraste se daba entre los laboristasque, aun siendo vírgenes en política, habían protagonizado ásperas luchas sindicales y se sentían representantesde un fenómeno original, renovador, revolucionario, exento de ataduras y compromisos con el pasado. En cambio,los renovadores sólo podían aportar la reiteración, ya fatigosa, de formas cívicas utilizadas anteriormente, ademásde la exaltación de la tradición yrigoyenista.10 Pero también, tupidas redes clientelares en el interior del país.

El 4 de junio de 1946 Perón asumió la presidencia de la Nación en medio de una importante crisisdentro de la coalición electoral. Sólo los unía un imperativo de fidelidad al líder. Estos conflictos no lo involucrarondirectamente –puesto que tuvieron como objetivo los segundos, terceros o cuartos puestos del poder– pero podíanllegar a afectar la gobernabilidad. Los constantes choques lo convencieron de la necesidad de crear un partidoque las unificara: el Partido Único de la Revolución Nacional. Esta decisión tampoco estuvo exenta de nuevos ymuchas veces violentos conflictos, que derivaron en la creación del PP propiamente dicho en enero de 1947. Estoimplicó no sólo un cambio de nombre, sino también la discusión en torno a las afiliaciones, la Carta Orgánica yun nuevo reparto de poder.

El hecho de denominarse “Peronista” buscaba dejar en claro que su existencia se debía a la acción de unúnico líder y su configuración era un instrumento de su expresión política y no de un partido o coalición de partidos.Perón dejó de actuar como el Primer Afiliado y pasó a ser el Jefe Supremo del Movimiento, dejando en claroquién era el verdadero vencedor de la elección de febrero. También quedó definido que las rivalidades en el partidopodían producirse entre tendencias, pero siempre en un nivel inferior, sin implicarlo directamente a él.

Si bien Perón parecía disponer de un poder casi absoluto sobre el PP, dentro de éste existió una con-formación más compleja durante sus primeros años de existencia, y él se vio en la necesidad de negociar con actorespartidarios que, también, controlaban recursos de poder. El PP se hallaba en medio de una nebulosa de grupos yorganizaciones, de fronteras mal definidas e inciertas, entre organizaciones formalmente autónomas que inte-graban el movimiento. Todas las decisiones aparecían teñidas por las distintas instancias organizativas que bus-caban lograr un equilibrio entre las fuerzas coaligadas. La decisión de que fuera en última instancia quien deter-minase la línea a seguir desfavorecía un reforzamiento de la organización que, de existir, inevitablemente sentaríalas bases para una “emancipación” del partido de su control.11 Un líder carismático de las características de Peróntiende a desalentar, por vías y motivos diversos, la institucionalización.12 Esta actitud ambivalente signa los pri-meros años del PP al manifestar un divorcio entre, por un lado, una actitud aparente en la búsqueda de una fuerteorganización, contrarrestada por una acción de mayor control.

Los enfrentamientos internos para las elecciones de 1948, tanto para la renovación de diputadoscomo de convencionales para la reforma constitucional, dan cuenta de la generación de una nueva, aunque tímida,forma de acatamiento a la existencia de las otras subunidades dentro del partido. Antes de estas elecciones, señalaMackinnon, el enfrentamiento se expresaba en términos de la construcción de un partido obrero con base en lossindicatos versus un partido más clásico con base en los comités políticos; para aparecer –a mediados de ese añoy aunque las diversas fuerzas internas continuaran enfrentadas– mecanismos de transacción alternativos dentrode la estructura del partido. Ésta estuvo atravesada por una bochornosa elección interna que devino en la inter-vención del partido en todo el país. En las elecciones comienza a delimitarse más definidamente la representaciónpor sectores: trabajadores y políticos. Se produce una mayor aceptación de una representación proporcional. Es decir,poco a poco se fue perfilando la existencia de dos caminos en torno de la representación partidaria. Por un lado, lossindicalistas comenzaron a presionar por sus intereses en tanto trabajadores; los políticos, en tanto políticos y no comorepresentantes de los laboristas o renovadores respectivamente. Mientras tanto, se hacía cada vez más visible un nuevoactor constitutivo de las bases de representación peronista: las mujeres, primero de forma espontánea y luego organi-zándose en centros cívicos femeninos, al tiempo que se perfilaba cada vez con más fuerza la presencia de Eva Perón.

10 Félix Luna, op. cit., p. 397.11 Ángelo Panebianco, Modelos de Partido, Organización y Poder en los Partidos Políticos, Madrid, Alianza Universidad, 1990, p. 136.12 Ibid.

La coalición que llevó a Perón a triunfar el 24 de febrero de 1946 estaba integrada por una tripleestructura compuesta, por un lado, por el Partido Laborista (PL); por otro, la Unión Cívica Radical Junta Renovadora,y una tercera fuerza menor, denominada Partido Independiente. La activa actuación de los sectores obreros el 17de Octubre, y su consecuente afianzamiento, fortalecieron la idea de crear una estructura política sindical per-manente, que incorporara sectores más amplios.2 La reunión fundacional del PL se efectuó el 24 de octubre de1945 en la ciudad de Buenos Aires. Participaron de ella unos cincuenta dirigentes sindicales provenientes delsocialismo, el radicalismo, integrantes de la CGT, de la Unión Sindical Argentina y de los sindicatos autónomostanto de la Capital Federal como del interior del país. La afiliación indirecta al estilo del laborismo inglés, quesuponía que los sindicatos podían ingresar y formar parte del partido fue una de las innovaciones. De esta manera,sus miembros quedaban automática e indirectamente afiliados a él, salvo que manifestaran su voluntad en con-trario.3 Con su creación se buscaba generar una correa de transmisión con el movimiento sindical en la arena política.La incorporación orgánica y masiva de la clase obrera a la vida política argentina implicó, también, un replanteode las reglas de juego. En pocos meses, el PL se transformó en la organización más fuerte de la coalición peronistay en una de las fuerzas políticas más importantes del país.

¿Qué influencia y gravitación tuvo Perón, tanto en la creación del PL como en su desarrollo posterior?Aunque se plantean distintas versiones, pocas dudas existen sobre dicha influencia, y esto de alguna manera pesóen el desarrollo posterior del partido. La actuación de Perón no fue ajena a su formación, sino su razón de ser. Esprobable que haya sido él mismo quien tuviera la iniciativa, para luego dejarlo organizarse con aparente auto-nomía. Su única potestad, aparentemente, era la de ser el “Primer Afiliado”,4 que no es lo mismo que ser un jefe departido; aunque hubo –dentro del Comité Directivo Central– quien considerara la conveniencia de que lo fuera.Estas potestades entrañaban otras discusiones, y la búsqueda de un equilibrio entre el predominio de la personao el partido acompañó a los dirigentes sindicales durante las distintas instancias organizativas que se sucedieronen el peronismo.

Respecto del apoyo de la UCR a la candidatura, se trataba de un grupo de dirigentes sin mayor enver-gadura nacional, pero bien conocidos y respetados dentro del partido, que aceptaron la propuesta de integrarseal gobierno surgido de la Revolución de Junio y que fueron expulsados del radicalismo. Con miras a las futuraselecciones presidenciales, resolvieron la organización y estructuración de una línea dentro de la UCR que actuaríacon prescindencia absoluta del Comité Nacional. Se la denominó UCR Junta Renovadora (JR),5 y su propósito erael de mantener el ideario yrigoyenista y los postulados de justicia social inspirados por el coronel Perón.6 Presuntamente,los renovadores podrían canalizar el voto peronista no alineado con la estructura sindical, aportar máquinas elec-torales y ese conocimiento del quehacer político que tan bien sabían manejar. Además, como señala Torre, estaalianza permitiría quitar a la candidatura de Perón el tinte clasista-obrerista que estaba adquiriendo, lo cual leposibilitaría captar el apoyo de otros sectores del electorado.7 Otras fuerzas provenientes del radicalismo disidentefueron algunos de los jóvenes intelectuales de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA) y unpequeño grupo radical compuesto especialmente por santafesinos, santiagueños y riojanos provenientes de laConcordancia.8 Perón también sumó el apoyo de la Guardia de Restauración Nacionalista y la Alianza LibertadoraNacionalista, que le permitió, a través de sus voceros, influir en sectores reducidos de las clases media y alta.Prestigiosos caudillos conservadores se incorporaron a la alianza electoral, aunque el Partido Conservador no tuvouna actitud uniforme y esto provocó una escisión en sus filas.9 También se logró el apoyo de los llamados CentrosCívicos que, si bien era habitual que surgiesen antes de una elección para apoyar a un candidato, en ese momentoadquirieron una relevancia significativa. Éstos formaron el Partido Independiente.

2 Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón: sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Sudamericana-Instituto Di Tella,1990, p. 149.

3 Por otra parte, la incorporación de un sindicato caducaba si más del 50% de los asociados se oponía a la afiliación. Véase Carlos Fayt,La naturaleza del peronismo, Buenos Aires, Virachocha, 1967, p. 134.

4 Sobre la forma y el motivo por el que se designó a Perón como primer afiliado, véase Luis Gay, El Partido Laborista en la Argentina.La historia del partido que llevó a Perón al poder, Buenos Aires, Biblos-Fundación Simón Rodríguez, 1999, p. 91.

5 En un principio utilizaban indistintamente Junta Renovadora o Junta Reorganizadora, pero luego sólo la primera denominación.6 La Razón, 23 de octubre de 1945. Todos los diarios que no llevan mención de ciudad entre paréntesis pertenecen a la ciudad de

Buenos Aires.7 Juan Carlos Torre, op. cit., p. 157.8 Félix Luna, El 45. Crónica de un año decisivo, Buenos Aires, Sudamericana, 1971, p. 415.9 Manuel Mora y Araujo e Ignacio Manuel y Llorente (comps.), El voto peronista. Ensayos de sociología electoral argentina, Buenos Aires,

Sudamericana, 1980, pp. 289-290.

CAPÍTULO 5 / 1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

CAROLINA BARRY - El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Lo más importante y sustancial del acto fue que las mujeres compartieron una actividad partidariacon los mismos derechos y obligaciones que los hombres, tal como Perón se ocupó de destacar al inicio de su dis-curso.16 Como corolario se acordó que el PPF se desarrollase autónomamente dentro de las fuerzas peronistas ydesvinculado del Consejo Superior; aunque Evita, su presidenta, participara de dicho Consejo, y aunque el PPFformase parte del movimiento peronista junto con el PP y la CGT. No se denominaría “rama” sino “partido”, paraevitar ser considerado una parte accesoria o una derivación del PP. Las mujeres debían organizarse políticamentesiguiendo un único camino: la unidad del movimiento femenino peronista al servicio del líder y de la Nación, ysólo podían aspirar a convertirse en sus colaboradoras. Por otra parte, no existirían corrientes internas, y debíaser depuesta toda ambición personal, pues “atentaría contra la unidad, contra la revolución, contra el pueblo ypor ende contra Perón”. La experiencia de los fuertes conflictos dentro del PP motivó la toma de algunas deci-siones que sólo se entienden en ese contexto. Evita, en su discurso de apertura, encuadró y marcó los límites dela actividad partidaria femenina y la primera circular organizativa dio cuenta de ello: las mujeres peronistas debíantener como “gran ideal el de la Patria; como único líder, Perón, y como única aspiración política: servir a las órdenesde Evita”.17 Las mujeres ingresaban a la política con las limitaciones propias de su género y la pertenencia a unpartido de características carismáticas.

¿Por qué se las sumó separadas de los hombres? ¿Hubieran tenido cabida como sector sindicalizadodentro de los laboristas, o como sector político, dentro de los renovadores? Desde el ámbito sindical era pocoprobable que se las incorporase, si tenemos en cuenta que el censo del año 1947 marcaba que sus niveles de par-ticipación en el mercado de trabajo y en los sindicatos no eran significativos, por lo cual mal podrían encuadrarseen el ámbito laborista-sindical. Pero tampoco podía asociárselas con los renovadores; no podían quedar presas deestas luchas intestinas entre sectores. Sin embargo, el PPF podría haber quedado circunscripto a una entidad máso menos organizada y presidida formal o simbólicamente por la esposa del presidente de la Nación. Pero esto nosucedió, pues también entró en juego el liderazgo que había adquirido Eva Perón a lo largo de estos años, quela llevó a organizar un partido político exclusivo de mujeres, desvinculado del CSPP y que le respondería sin ningúntipo de miramientos.

¿Cuál fue la táctica de organización empleada tanto en el ámbito nacional como en el provincial, ysobre qué base se decidió la selección de las que serían dirigentes del Partido (teniendo en cuenta que no contabancon una tradición y experiencia de participación política, como sucedía con los hombres)? No era una tarea sencillacomenzar de cero. ¿O sí?

La organización

El PPF se caracterizó por tener una estructura centralizada, dominada por el principio de obedienciaal mando, en la que la simbiosis entre la organización y la líder fundadora fue total y absoluta. Ella decidió cómosería la formación y la estructura del partido y quiénes ocuparían los puestos clave. Esto disipó la posibilidad dedivisiones faccionales susceptibles de un encuadramiento promocionando a tal o cual persona para ocupar elpuesto de delegada. La elección se hizo a partir de la selección personal que realizó Eva Perón de cada una deellas y del establecimiento de lazos personales, otra de las características del liderazgo carismático, lo que obligóa desarrollar actitudes fuertemente conformistas y reverenciales para obtener su favor. Estas conductas ibandesde el exceso en los ditirambos hasta la constante y detallada información sobre el partido femenino y masculino,los gobiernos provinciales, comunales, etc. Evita buscó que estas mujeres se adecuaran a su voluntad y le fueranabsolutamente leales. Ninguna delegada censista era enviada a su provincia o lugar de origen, para evitar así laconformación de caudillas, y hasta tenían prohibido estar en contacto, aunque más no fuera telefónico, con las dele-gadas de otras provincias. Las delegadas eran una suerte de interventoras y llegaron a tener, en algunas circuns-tancias, más influencia que el gobernador de las provincias donde trabajaban. Se autoproclamaban representantesdirectas de Evita más que del Partido, lo que era cierto, pues habían sido elegidas directamente por ella para quela representasen personalmente: allí radicaba la naturaleza de su poder. Las afiliadas y simpatizantes las seguíanen tanto se las identificaba con la líder.

16 Esta cita y todas las referentes al discurso de Perón del día 25 de julio de 1949 fueron extraídas de La Nación, 26 de julio de 1949.17 Movimiento Peronista Femenino, Presidencia, Circular N° 1, octubre de 1949.

La nueva actriz política

Algunas características de su liderazgo ayudan a entender las claves de organización del peronismofemenino. Eva Perón alcanzó un poder impensado para una mujer a mediados del siglo XX. El liderazgo de Perónya estaba establecido cuando asumió la presidencia de la Nación, y el de Eva se fue desarrollando a lo largo desu mandato. Ella ejerció un fuerte liderazgo carismático dentro del movimiento peronista a partir de una seriede roles informales y fuera de toda estructura política, pues no ocupó ningún puesto oficial en el gobierno. Erala persona de mayor confianza del líder, su delegada, y celosa guardaespaldas. Mientras él se ocupaba de losasuntos del gobierno, ella tomaba a su cargo la actividad política del peronismo. El único que tenía poder sobreEvita era Perón, y ella sólo reconocía su autoridad. Eva Perón podría haber circunscripto su rol de primera damaa acompañar al Presidente o a realizar tareas de beneficencia. Pero dio un paso más y organizó y presidió unafundación de ayuda social cuyo objetivo era paliar las necesidades del pueblo, aunque constituyera, también, uninstrumento político invalorable y se convirtiera en una fuente de disputas políticas y de conflictos con otrospoderes del Estado. Desde mediados de 1947, el peronismo, a diferencia de otros movimientos y partidos pudoalbergar en su seno un liderazgo doble y compartido, situación por demás novedosa.

La situación política de la mujer cambió notablemente durante el primer gobierno peronista a par-tir de dos hechos esenciales. El primero, la aprobación de la Ley de Sufragio Femenino en 1947 –y la consecuen-te oportunidad de que las mujeres votaran y fuesen votadas– tuvo una implicancia simbólica para el peronismo:la coronación de Evita como la promotora indiscutida del ingreso de las mujeres a la política; el segundo, la cre-ación del PPF, que buscó su incorporación masiva. Las mujeres votaron recién cuatro años después debido a unamezcla de diversos factores, tanto culturales como organizacionales y políticos, sin despreciar, tampoco, el hechode que el gobierno hiciera lo suyo para que las mujeres votaran por primera vez cuando considerara que esta-ban “preparadas” para hacerlo. Es decir, organizadas fuertemente en un partido que las incluyera y que no gene-rara sorpresas en una elección. La ley no dejaba de ser una suerte de salto al vacío, pues no se sabía cuál sería elcomportamiento electoral de quienes conformarían el cincuenta por ciento del padrón. Además, era probableque se buscara establecer como un hito histórico que la primera vez que las mujeres votaron, lo hicieron (y masi-vamente) por Perón. Pero para eso era necesario realizar una reforma en la Constitución Nacional que habilita-ra a éste a ser elegido para un segundo mandato consecutivo. Si la sanción de la Ley de Sufragio había sido lacoronación de Evita, la reforma de la Constitución fue el signo más acabado del poder y la influencia que llegóa tener. Ella no era una convencional constituyente; sin embargo, acerca de determinadas cuestiones tomó deci-siones como si lo hubiera sido, ejerciendo su poder, incluso, por encima de la misma Asamblea; a lo que se agre-gó la inclusión de un articulado propio en la Nueva Constitución.13

El peronismo femenino

En 1949 se organizó la primera Asamblea Nacional del PP, que buscaba proyectar las bases para laorganización definitiva del partido. La cuestión principal era el espacio que se les asignaría a los distintos sectoresque integraban el peronismo, es decir, a los políticos y los gremialistas;14 aunque, en un primer momento, nadase decía acerca del que ocuparían las mujeres. En las etapas previas a la organización del PPF se aprecian una suertede acuerdos y conciliaciones previas que desembocaron en lo que sería la futura organización femenina. Las formasde elección de los representantes dan la pauta de los mecanismos de poder que se utilizaban hacia mediados de1949; los delegados del PP fueron elegidos directamente por los interventores partidarios, y en su mayoría erandiputados provinciales, ex convencionales nacionales, afiliados con cargos en los organismos partidarios provin-ciales y hombres con actividad partidaria que pudieran hacer un “aporte positivo a la asamblea”.15 En cambio,las delegadas eran mujeres conocidas de Evita o de gente cercana; en general, obreras, empleadas, presidentase integrantes de los centros cívicos femeninos, de la Fundación Eva Perón, universitarias y profesionales. El 25 dejulio de 1949 se realizó la ceremonia inaugural en el Luna Park, y Eva Perón se sentó en la primera fila junto a lasprincipales personalidades del gobierno, pero no en su rol de primera dama sino en el de la líder de una fuerzapolítica en ciernes.

13 Sobre este tema, véase Carolina Barry, Evita Capitana. El Partido Peronista Femenino, 1949-1955, Buenos Aires, Eduntref, 2009, cap. 2.14 La Nación, 12 de mayo de 1949.15 El Día (La Plata), 6 de junio de 1949.

CAPÍTULO 5 / 1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

CAROLINA BARRY - El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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salvo cuando adoptaban medidas en conjunto, como ser las listas de candidatos para las elecciones. En el PPF, elúnico modo de hacer carrera era adecuarse a la voluntad de la líder. Así lo demuestra la selección de candidataspara ocupar puestos de legisladoras nacionales y provinciales en la primera elección de 1951. La estructuraciónseparada por sexos llevó a resolver el problema de las candidaturas y la ocupación de cargos electivos de manerasdiferentes.

Los candidatos de ambas ramas no surgieron por votación directa de sus afiliados. En el partido masculino,las pujas internas y el control de zonas de poder permitían dirimir los puestos en las listas. Las censistas ocupabandentro de la estructura partidaria el mismo lugar que los demás miembros, y el hecho de ser delegadas no signi-ficó que fueran jefas de ninguna sección o grupo que les permitiese postularse electoralmente. Las candidatasfueron elegidas en pos de un cupo acordado por la misma Evita con la autoridad del Consejo Superior Peronista, esdecir, Perón. Y una vez establecido ese cupo se incluyeron sus nombres. Se las buscó leales, peronistas, obedientes,trabajadoras y sin ambiciones personales. Además, a diferencia de los hombres, cada mujer fue estudiada hastaen sus “mínimos detalles”,19 vale decir, lealtad y cualidades morales. El número de mujeres electas fue altísimo yexcepcional si se lo compara con otros países. Aunque no se llegó al mentando 33%, esas cifras no volvieron a pro-ducirse hasta fines del siglo y bajo el amparo de la Ley de Cupos. Las mujeres ocuparon puestos en las listas conposibilidades reales de ser elegidas, pues todas las candidatas resultaron electas. Sin embargo, fueron considera-blemente menos, comparadas con los candidatos varones.

Evita, por su parte, remarcaba que las mujeres no debían aspirar “a los honores sino al trabajo”. Sila líder había renunciado a la candidatura a la vicepresidencia de la Nación, cargo por demás merecido, en posde “objetivos políticos más importantes”, con “su ejemplo”, ayudó a justificar la selección de determinadas mujeresy no de otras para ocupar los cargos de legisladoras nacionales y provinciales que en muchos casos pelearon porun puesto. Esta situación las dejaba, de hecho, fuera de todo tipo de competencia.

En menos de dos años de ardua tarea, el PPF logró su objetivo político más importante: la reelecciónde Perón para un segundo período presidencial. Las mujeres superaron en cantidad de votos peronistas a los varo-nes en todos los distritos. Estos altos índices fueron superados en las elecciones de 1953 y 1954. La muerte de Evitacambió las reglas de juego, no sólo del PPF sino del peronismo. El tema principal que se planteaba era cómo sus-tituir todos los roles que ella había desplegado, y los mecanismos de decisión absorbidos por ella. Su muerte hizoentrar en juego de manera más acabada el ejercicio del liderazgo de Perón en el partido de las mujeres, zonareservada en exclusividad a Evita. Buscó frenar el proceso de institucionalización del partido mostrándose comocabeza de éste, intentando anular las posibles rivalidades internas en la organización femenina en disputa por lasucesión. Pero la imposibilidad de conducir el partido como lo había hecho Evita, sumada a la tarea gubernativay la inminencia de un nuevo acto eleccionario, obligaron a Perón a recurrir a una dirección colegiada que llevaraadelante las huestes femeninas. En 1954, Delia Parodi asumió como presidenta y debió salvaguardar el espacioganado por las mujeres que tanto los integrantes del PP como de la CGT, ansiosos, querían aprovechar.

En sus últimos años, el peronismo experimenta un lento, sinuoso, confuso y pronto truncado procesode institucionalización de las tres ramas, que cobra, incluso, una fuerza simbólica. Esta integración se reflejó enla asignación de cargos en las Cámaras. En 1953, Delia Parodi fue nombrada vicepresidenta primera de la Cámarade Diputados, una de las primeras mujeres en el mundo en ocupar un cargo de tan alto nivel.20 El presidente eraAntonio J. Benítez, por el PP; el vicepresidente segundo, José Tesorieri, por la CGT. En forma simultánea, en elSenado, Ilda Leonor Pineda de Molins ocupó el cargo de vicepresidenta segunda, también primera mujer en ocuparese cargo. La presidencia provisional la ocupó Alberto Iturbe y la vicepresidencia primera, Juan Antonio Ferrari,por la rama política y gremial respectivamente. Durante la campaña electoral para la vicepresidencia de AlbertoTesaire, el candidato recorrió el país entero junto al delegado general de la CGT, Vuletich, y a Delia Parodi. Lostres aparentaban tener la misma jerarquía política y daban la pauta de ser las cabezas visibles de los tres sectores,aunque Tesaire, en tanto vicepresidente de la Nación, tenía otras prerrogativas.

El PPF, a diferencia del PP, se organizó a partir de una táctica política de penetración territorial con-sistente en un “centro” que controlaba, estimulaba y dirigía el desarrollo de la periferia; es decir, la constituciónde los mandos locales e intermedios del partido. Este tipo de desarrollo organizativo implica –por definición, ysiguiendo a Panebianco– la existencia de un “centro” suficientemente cohesionado desde los primeros pasos dela vida del partido. Con esta estrategia de penetrar el territorio, a mediados de octubre de 1949, Evita eligió 23mujeres, una por provincia o territorio. A diferencia de lo que sucedió con el partido de los hombres, el PPF seorganizó con una rapidez llamativa, producto del trabajo frenético de Evita, pero también del buen ojo que tuvoal elegir a sus infatigables colaboradoras.

Eva Perón impidió, con éxito, cualquier posibilidad de línea interna o de formación de caudillas,como ella las llamaba, a partir de una serie de medidas. De cualquier manera, más allá del control que Eva Perónejercía, tampoco estaba en el ánimo ni de las delegadas ni de las subdelegadas formar líneas o facciones quepudieran remotamente disputarle el poder a Evita; de existir este tipo de nucleamientos, era con el fin de ganar-se una mayor preferencia de la líder. En definitiva, la única aspiración política que podían tener estas mujeres eraservir a las órdenes de Evita, dejando de lado cualquier tipo de aspiración personal, aunque el contacto estrechoo contar con su confianza y sus bendiciones constituían una aspiración en sí misma.

La naturaleza de este liderazgo generó también diferentes percepciones sobre las prácticas políticasentre el PP y el PPF. Mientras los hombres “hacían política”, las mujeres se sentían parte de una especie de misiónmística. Esta situación era alimentada por la presidencia del partido, que empleaba un vocabulario rayano al reli-gioso. Las delegadas –“apóstoles de la doctrina peronista”– predicaban la “verdad peronista”. Las censistas,imbuidas por este celo misionero, no reparaban en horarios y soportaban extenuantes jornadas de trabajo. Loslazos de lealtad que unían a la líder con las delegadas y las subdelegadas produjeron una relación política deri-vada del “estado de gracia”; así, ellas formaban parte de la misión que, según sus seguidoras, la líder estaba des-tinada a cumplir: salvar a las mujeres y a los humildes.

Hubo una política diferenciada para hombres y mujeres, y sus prácticas en las unidades básicas fue-ron muy diferentes. Las femeninas fueron el ámbito de socialización y congregación de mujeres peronistas, y for-maban parte, además, de la táctica política de penetración territorial del PPF. Su composición y jerarquía interna,sus estructuras edilicias, los estilos de captación de prosélitos eran bien diferentes de los masculinos. El partidomasculino se ajustaba a las formas tradicionales de hacer política: afiliación, discusiones, asados, etc. Las mujeresapuntaban a la afiliación pero también a la capacitación y la ayuda social. Si bien se las interpelaba en tantomadres, al mismo tiempo se las convocaba a participar activamente fuera del hogar, sin descuidar sus deberesfemeninos y potenciando su rol desde la unidad básica con tareas domésticas. Sin lugar a dudas, se encaró unatarea netamente política, por más que se la intentara teñir con otros aditamentos y que la misma Evita –proba-blemente sabiendo las resistencias que provocaba– buscara disimularla llamándola sólo “acción social”.

El ingreso de hombres estaba prohibido en estos gineceos modernos. Este celo buscaba impedir cual-quier injerencia del PP en el PPF y al mismo tiempo para resguardar la reputación de las mujeres. El PPF buscómovilizar e incorporar a la vida política a las mujeres como grupo social específico, más allá de sus condiciones declase. No era ésta una tarea sencilla, y comenzó a tallar un discurso artificioso18 que, con arte y habilidad, a travésde la sutileza generaba cautela. En él se intentó suavizar el impacto que provocaría su ingreso en la vida política:así, las mujeres no estaban en un partido sino en un movimiento; no se las afiliaba, se las censaba; ellas no hacíanpolítica sino acción social. La principal función de las mujeres, siempre, era ocuparse del hogar; sin embargo, las fun-ciones partidarias y políticas muchas veces prevalecieron sobre las hogareñas. Lo cierto es que estaban convocadasa afiliarse a un partido justamente para hacer política en una organización celular partidaria, llamada unidad básicafemenina: una “prolongación del hogar”.

¿El treinta y tres por ciento?

El PPF contó con una estructura política propia, compuesta por una Comisión Nacional que comenzóa funcionar dos años después de su creación y de la que Evita era presidenta, pero que en los hechos carecía depoder. El PP masculino tenía también su propia estructura organizativa, el Consejo Superior del PP (CSPP), del queformaban parte Evita y Perón, por supuesto. Sin embargo, el CSPP no tenía ningún tipo de injerencia sobre el PPF,

18 Carolina Barry, Evita Capitana, op. cit., p. 248.

19 Democracia, 24 de febrero de 1951.20 Marta Raquel Zabaleta, O Partido das Mulheres Peronistas: história, característica e conseqüencias (Argentina 1947-1955), San Pablo,

Estadual de Maringá , 2000, p. 15.

CAPÍTULO 5 / 1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

CAROLINA BARRY - El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Consideraciones finales

Una de las características del peronismo es la de haberse constituido como integrador de los sectoresantes ausentes de la escena política. La integración política de los trabajadores fue posible gracias a la formación delPartido Laborista y luego del PP; y de las mujeres, a través de la sanción la Ley de Sufragio Femenino y la creacióndel PPF. Sin embargo, los sumó separados, producto de varias circunstancias. Por un lado, el conflictivo escenarioque presentaba el PP en sus años iniciales hacía casi impensable integrarlas en dicha estructura; por otro, y simul-táneamente, el ascendente papel protagonizado por Eva Duarte de Perón como una dirigente política poderosa.Su liderazgo, la inexperiencia política de las mujeres y la difícil situación imperante en el PP, llevaron a la confor-mación de un partido político singular que como tal funcionó poco más de dos años.

El PP nació a partir de una coalición heterogénea cuyo fin político era la lucha electoral que llevaríaa Perón a la presidencia de la Nación. En cambio, el PPF nació como rama de este partido originario, pero con dosfines: encauzar la emergente movilización política de las mujeres, que aún no habían votado y lograr la reelecciónde Perón para la segunda presidencia.

El peronismo político, luego de conflictivas instancias organizativas, quedó constituido por el PP, elPPF y la CGT. Las tres fuerzas eran independientes unas de las otras, pues en lo inmediato se ocupaban de sectoresdiferentes y de problemas distintos, aunque persiguieran los mismos objetivos generales. La acción política secomenzó a desplegar en conjunto con los presidentes de las tres ramas. La posibilidad de crear una organizaciónque pudiera contener la diversidad social y política de los integrantes se resolvió apelando al reconocimiento desus diferencias. Pero también, a la aceptación de los nuevos liderazgos que surgieron en el seno del peronismo.El Partido Laborista y el Renovador fueron desapareciendo y su lugar fue ocupado por los sindicalistas, los polí-ticos y las mujeres.

BIBLIOGRAFÍA

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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Excluir al peronismo (1955-1966)

Desde la óptica de la institución militar, la relación de las Fuerzas Armadas con Juan Perón y su movi-miento entre 1955 y 1976 atraviesa dos ciclos. El primero abarca desde aquella fecha hasta 1966, y el segundocomienza con la Revolución Argentina, que desemboca en el regreso del justicialismo al gobierno luego de su largaproscripción. El lapso iniciado en 1955 encuentra en las Fuerzas Armadas diferencias internas en torno a qué hacercon el peronismo, sobre la base de un acuerdo común: construir un orden político que excluya al jefe del movimiento.

El golpe de Estado que desaloja a Perón de la presidencia encuentra dos posiciones respecto de sumovimiento. Bajo el general Eduardo Lonardi, el peronismo podía formar parte del nuevo régimen, así, el día desu asunción, dos dirigentes sindicales Andrés Framini y Luis Natalini ocupan el palco junto a él.1 El primer proyectode un peronismo sin Perón dura escasos dos meses, pues las Fuerzas Armadas no están dispuestas a permitir suparticipación en la arena política. De ahí que su sucesor, el general Pedro E. Aramburu, inaugure el proceso de des-peronización, fundado en la represión del movimiento. Pero el desencuentro en el interior de las Fuerzas Armadasacerca de qué hacer con el peronismo va en paralelo a otro, en el interior de la clase política; me refiero a la divisióndel radicalismo. Como resultado de esa escisión, en la UCRP con Ricardo Balbín a la cabeza, y en la UCRI coman-dada por Arturo Frondizi, se rompe el pacto de proscripción, cuando Perón y Frondizi firman el pacto de Caracas.

Frondizi alcanza, con los votos peronistas, la presidencia de la República, con una propuesta dereconstrucción del orden político, más cercana a la de Lonardi: un peronismo sin Perón. Las Fuerzas Armadas, aligual que la UCRP, no están dispuestas a perdonar al presidente intransigente su traición.2 Sus virajes en relaciónal peronismo llevan a que su gestión se vea jaqueada por la treintena de “planteos” militares hartos nombrados.Vetar el triunfo de la fórmula Framini-Anglada en la provincia de Buenos Aires, constituye la prueba del infortu-nio de sus maniobras para usar al peronismo a favor de la acumulación de poder en sus manos.

El malogrado plan de Frondizi obliga a la institución militar a rediscutir la proscripción del peronismo.El enfrentamiento entre azules y colorados, bajo el interregno de José M. Guido, refleja ese desencuentro en el interiorde los hombres armados. Los dos bandos encierran perspectivas diferentes sobre el peronismo, que se ensambla

1 Tulio Halperin Donghi, La democracia de masas, Buenos Aires, Paidós, 1986.2 Catalina Smulovitz, Oposición y gobierno: los años de Frondizi, tomos I y II, Buenos Aires, CEAL, 1988; en este trabajo la autora desarrolla

la relación entre la UCRP y la UCRI durante el gobierno de Frondizi, mostrando las posiciones contestatarias de la primera.

Las Fuerzas Armadas en misión imposible:

un orden político sin Perón

MARÍA MATILDE OLLIERUNSAM / UBA

Malanca, José. S/título, 1951. Óleo, 84 x 98 cm.

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y

MILITARES. EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO.

LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE

LAS FUERZAS ARMADAS

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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CAPÍTULO

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remite a la ciudadanía y al tipo de participación plebiscitaria que acompañó la actividad política, que implicóaprobación, o no, de propuestas antes que participación en las decisiones.10

La peculiar y decisiva intervención de los hombres armados en la vida pública encuentra entonces enel reverso de la moneda, el desprestigio de los políticos, la debilidad partidaria, el peso de los caudillos, el escasodesarrollo de la participación y el descrédito de la democracia. Si a ello añadimos la forma particular en que la eco-nomía y la política se han interconectado a través de la figura del Estado,11 las Fuerzas Armadas desde el Estadogarantizan la construcción de la nación, su conservación histórica y los aspectos que demandan cambios. Ésta es susituación con la llegada de la Revolución Argentina.

La fundación de un nuevo orden (1966-1971)

La serie de experimentos fracasados para construir un orden político en medio de un mundo bipolarconduce a las Fuerzas Armadas a un ensayo inédito: hacerse cargo del Estado para cambiar la estructura econó-mica argentina en su primer tiempo, la social a continuación y, finalmente, iniciar el último tiempo, el político.Con el sindicalismo pero sin el peronismo, o con un sindicalismo no peronista. De otro modo ¿cómo se explica lapresencia de Augusto Vandor en el palco junto al general Juan C. Onganía el día de su asunción? Pero despero-nizar al sindicalismo va a constituir, para las Fuerzas Armadas, una misión imposible. Con la Revolución Argentinacomienza el segundo ciclo o la segunda respuesta a qué hacer con el justicialismo. De ahí que los tres recambiospresidenciales, Juan C. Onganía, Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse, expresen los avatares para lidiar con el pero-nismo, incluido Juan Perón, a partir de 1968.

El arribo de Onganía goza de un consenso que le permite transitar sin mayores sobresaltos sus pri-meros dos años de gestión. A partir de allí una inédita dinámica social contestataria comienza a jaquear el pro-yecto de los tres tiempos planteados por el Presidente. En este nuevo escenario participan, además, un sindicalismodividido entre el gobierno y Perón, una guerrilla urbana con capacidad para incidir en la marcha de la política, par-tidos que enfrentan el fracaso de la proscripción y la creciente influencia de Perón. No obstante, Onganía man-tiene su intransigencia frente al peronismo, y su líder, e intenta acercamientos tácticos hacia las figuras sindicales(participacionistas) más propensas a su estrategia.

El año 1969 es testigo de una violencia social y armada que pone al gobierno ante un dilema: ¿cuántomás puede prolongarse el primer tiempo? El “Cordobazo” prefigura la caída de Onganía y simboliza “una revueltaaunque organizada no coordinada a nivel nacional, con nuevos líderes, capaz de atraer y combinar sectores socialesy políticos diversos, dirigida no sólo contra el régimen militar sino objetando y obviando a las direcciones tradi-cionales del movimiento obrero y de las fuerzas políticas”.12 El clima de efervescencia popular, que tiene comoepicentro al interior del país, al ser reprimido desde el Estado, favorece las posibilidades de Perón de incidir en lapolítica nacional. A ello se suma el secuestro de Aramburu, por parte de Montoneros. Sin embargo, Perón evalúa queno están dadas las condiciones para su regreso, dada la dispersión peronista, donde el sindicalismo, luego de los ase-sinatos de Vandor y de Alonso, todavía oscila entre acordar con Onganía o con el viejo conductor.

Pero el tiempo del Presidente se ha agotado pues resulta incapaz de profundizar el proyecto original.El recambio obedece al desprestigio alcanzado por Onganía, a su falta de flexibilidad política frente a circunstanciassociales cambiantes (él cree cabalmente que el viejo sistema de partidos ha muerto) y al temor que infunde, enlos militares, la creciente generalización del descontento social y el auge de la guerrilla. De ahí Levingston, y suvisión sobre el proceso electoral como “la culminación de una etapa en la que todos intervengan activamente”,13

es decir, en un horizonte lejano, para lo cual precisa consenso. En ese marco se comprenden varios de sus gestos. Realiza un guiño hacia las juventudes rebeldes, para aislarlas de los grupos armados, y afirma que “la

estabilidad no implica que se adopten medidas antinacionales”.14 Aldo Ferrer propone un programa económicoasentado en el “compre nacional” y en la reducción de préstamos a ciertos consorcios exportadores, entre otrasmedidas. Como parte de su promesa electoral efectúa una serie de consultas a referentes políticos y otorga algunas

10 Vicente Palermo, “Democracia interna en los partidos: las elecciones partidarias de 1983 en el radicalismo y justicialismo porteños”,en Hombre y sociedad, Nº 4, Buenos Aires, IDES, 1986.

11 Juan Carlos Portantiero, “La crisis de un régimen: una mirada de retrospectiva”, en José Nun y Juan Carlos Portantiero, Ensayos sobrela transición democrática en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987.

12 María Matilde Ollier, Golpe o Revolución. La violencia legitimada, Argentina 1966/1973, Buenos Aires, UNTREF, 2005, pp. 40- 41.13 Revista Periscopio, N° 40, 23 de junio de 1970.14 Ibid.

ahora con la cuestión comunista. Si para los azules el peronismo constituye el freno al comunismo, para los colo-rados, el movimiento popular resulta una puerta abierta que lo invita a pasar. El triunfo de los azules paradóji-camente es seguido por la victoria de un presidente partidario de la facción adversaria, Arturo Illia. Qué hacer conel peronismo que continuaba siendo un problema insoluble para las Fuerzas Armadas.

Rasgos del régimen político post 1955

La imbricación entre civiles y militares en la democracia argentina comienza en 1930, principalmentea partir de que el general Agustín P. Justo resulta electo presidente. De ahí que para comprender las posicionesde las Fuerzas Armadas luego de 1955 se requiera entender los rasgos del régimen político del cual forman parte.De este modo, propondré hacer un breve desvío, a partir de cinco consideraciones, con el fin de mostrar esa imbri-cación civil-militar que termina con la decisión de la Fuerzas Armadas de hacerse cargo del Estado argentino en 1966.

La configuración del espacio de la política hacia la década de 1960, primera consideración, se carac-teriza por lo militar como constitutivo del campo y de la cultura política. Ello significa la presencia concreta delos hombres de las Fuerzas Armadas en el gobierno de la República –con o sin consenso popular–, arriesgando enla premisa la inclusión de Perón durante el lapso 1943-1955. Esto implica asimilar lo militar con lo popular al quedarselladas, en Perón, dos figuras: trabajador y general. Perón encarna la unión Pueblo-Fuerzas Armadas. Semejantecolocación histórica funda una esperanza: la eventualidad de su repetición en algún otro general. ¿Qué representaLonardi acaso? Con este trasfondo, al confiar a los militares, luego de 1959, la tarea de garantes, ya no de un deter-minado proceso político-institucional sino de la civilización misma, se los sitúa por encima de la sociedad y se intro-duce la necesidad de una violencia organizada en la textura del pensamiento y de la acción política. De ahí que laguerrilla peronista refuerza el posible ensamble peronismo/comunismo. De ahí que “el estudio de esa nueva formade guerra, la lucha contrarrevolucionaria, ocupó en adelante un lugar preferencial en la formación de los oficiales”.3Guerra y política van de la mano en la conservación del orden doméstico. La institución militar, al tiempo que seentrena para gobernar el país se prepara para derrotar al enemigo interno. En esas condiciones llegan a 1966.

Ahora bien, lo militar como constitutivo del campo político se une de manera diferente, he aquí lasegunda consideración, al descreimiento de las potencialidades de la democracia y de la política en tanto proce-dimientos, cuyas consecuencias fueron que los miembros de las elites construyeron sus alianzas en un terreno sinley. A aquella desconfianza contribuyó la incapacidad de los partidos para ser mediadores del conflicto social,para convertirse en los protagonistas centrales de la vida política,4 para reconocerse entre ellos como interlocu-tores y por lo tanto conformar un sistema de partidos como tal,5 pese a su precariedad institucional.6 Estas carenciasno impiden, sin embargo, descubrir su fortaleza individual,7 su peso desde el punto de vista electoral,8 y la con-siderable incidencia de los caudillos. Siendo ellos, Balbín, Frondizi, Alende, Perón, quienes junto con otras figuras clavesde las corporaciones armada y sindical (Augusto Vandor, José Alonso, Lorenzo Miguel, José Rucci, Alejandro AgustínLanusse, Pedro Eugenio Aramburu, entre otros) negocian, pero también disputan, la articulación de una opciónpolítica de salida a la grave crisis por la que atraviesa el país al iniciarse los años setenta.

En esta configuración política, cuarta consideración, la figura de Perón adquiere un lugar singular.Sigal y Verón sostienen que existe una ausencia de la figura de Perón.9 Sin embargo a partir de 1969 semejanteausencia halla en contrapartida una fuerte presencia de su imagen y las frecuentes visitas que recibe de activosdirigentes, lo cual le permite negociar, proponer o rechazar acciones políticas. Por todo esto, su ausencia física hallala presencia de quienes invocando una identidad peronista influyen o condicionan la actividad política concreta. Porlo tanto, desde mi perspectiva, Perón está y no está dentro de la escena política argentina. La quinta consideración

3 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 1943-1973, Buenos Aires, Emecé, 1978, p. 158.4 Liliana de Riz, “Partidos políticos y perspectivas de consolidación de la democracia: Argentina, Brasil y Uruguay”, en Documento de

trabajo, Nº 2, Buenos Aires, CLACSO-CEDES, 1987.5 Andrés Thompson, “Los partidos políticos en América Latina. Notas sobre el estado de la temática”, en Documento de trabajo, CLACSO-

CEDES, s/f.6 Oscar Landi, “La trama cultural de la política”, Buenos Aires, CEDES, 1987, mimeo.7 Marcelo Cavarozzi, Autoritarismo y Democracia (1955-1983), Buenos Aires, CEAL, 1983.8 Oscar Landi, op. cit.9 Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o Muerte. Los fundamentos discursivos del fenómenos peronista, Buenos Aires, Legasa, 1986.

CAPÍTULO 6 / 1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES. EL PARTIDO MILITAR Y EL

PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS

MARÍA MATILDE OLLIER - Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

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hostil al gobierno. Con lo cual la cuarta condición tampoco se cumple. Finalmente el clima antimilitar fomenta lasdivergencias dentro de las Fuerzas Armadas.

Como consecuencia del fracaso de este plan, el Presidente se encuentra ante una nueva preocupación:conducir una transición que permita salvar la imagen de la institución militar. Frente a un peligro de “desintegraciónnacional más acentuado del que supuestamente habrá venido a corregir en junio de 1966”,20 la tarea del gobiernomilitar, y por lo tanto la responsabilidad de Lanusse, consiste en garantizar la cohesión de la nación. En esa lógica,la coherencia interna de las Fuerzas Armadas deviene crucial. Pues si, como advierte Viola, uno de los ejes del ordensocial amenazado –cuando la corporación militar se decide a iniciar la apertura democrática– es su propia posiciónen la estructura institucional, Lanusse no ignora que la unidad de las Fuerzas Armadas se transforma en una misióna cumplir. Un enfrentamiento interno arriesgaba la integración nacional.

Las razones, entonces, que alimentan la salida democrática son la necesidad de derrocar a la guerrillay la premura por apaciguar la disconformidad evidente frente al gobierno militar. En este sentido, los motivos quepromueven la salida democrática se combinan en la percepción de Lanusse: si el pueblo y la guerrilla se encuentranen una actitud adversa a las Fuerzas Armadas, existe el riesgo de que esta oposición se articule en torno a Perón.Es decir, el viejo caudillo se convierte en el único actor político en condiciones de articular el pueblo y la guerrilla.Por la misma razón, también resulta el único capaz de separarlos. Pero además una salida democrática avaladapor Perón puede conciliar al pueblo con las Fuerzas Armadas. En consecuencia, Perón debe ser ganado para esteproyecto: la inclusión del peronismo, vía Paladino, en La Hora del Pueblo configura una prueba de Perón reco-nocido como interlocutor legítimo del régimen militar y de los dirigentes políticos

De ahí que a los nueve días del nuevo gobierno, Arturo Mor Roig, ministro del Interior, proclama que laprohibición política partidaria ha concluido. Sin duda, el período abierto por Lanusse se encuentra signado porla firme determinación de institucionalizar el país. Tarea para la cual se convoca, de manera abierta, a todos los sec-tores políticos y de forma encubierta a Perón. La incógnita a despejar, aun para el nuevo presidente, remite allugar público que ocupará el líder justicialista en la naciente etapa; lugar cuya construcción final dependerá, entreotras cosas, de las posibilidades y de la voluntad política del anciano líder y de las circunstancias de toda índoleque acompañen el camino recién inaugurado.

Sin embargo la decisión ha sido tomada; por esos días se anuncia la disposición gubernamental denegociar con Perón su retorno legal a la vida política, a partir de proscribir las causas penales y proceder a la devo-lución de sus prerrogativas ciudadanas. La apertura del gobierno y su intento de acercamiento a diferentes sec-tores claves del país se manifiesta además en el campo socioeconómico. Son derogadas las restricciones que afectanel libre funcionamiento de las negociaciones colectivas de trabajo.

Como era de esperar, la designación de Mor Roig origina posiciones encontradas dentro de la UniónCívica Radical. Desde Córdoba, Arturo Illia, entre otros, pide, en un primer momento, su expulsión para moderar, mástarde sus posiciones al solicitar la convocatoria del Comité Nacional. Desde Buenos Aires, Raúl Alfonsín disientecon la actitud de Mor Roig, si bien deja sentado su acuerdo con el documento, “Que hablen los hechos”, lanzadopor el balbinismo. En cuanto a Ricardo Balbín, su disposición a aceptar el nombramiento de Mor Roig queda sujetaa que el peronismo cuente con una representación de similar importancia en el Gabinete Nacional.21 Toda unamuestra de hasta qué punto la UCRP acuerda con la incorporación del peronismo a una posible salida institucional.

Una apertura, dirigida a las cúpulas partidarias y sindicales delata el callejón de la Revolución Argentina:convencidos sus miembros de la necesidad de la renovación partidaria requieren acordar con los dirigentes antescalificados de portadores de la ineficacia y la degeneración del sistema político. ¿Por qué el acuerdo?

nadie debía engañarse sobre cuál era el fondo de la cuestión, porque el fondo de la cuestión no erasi Balbín era o no demasiado veterano para hacer política, o si Américo Ghioldi expresaba o no ideasanacrónicas. El fondo de la cuestión se llamaba Juan Domingo Perón. Si ese problema no se abordabafranca, abiertamente, la existencia política de los argentinos seguiría envenenada por un tabú queacecharía cada uno de sus pasos.22

20 Eduardo Viola, Democracia e autoritarismo en la Argentina contemporánea, tesis doctoral presentada en la Universidad de San Pablo,1982, p. 265.

21 Alejandro Lanusse, Mi Testimonio, Buenos Aires, Lasserre, 1977, p. 223.22 Ibid., p. 229.

gobernaciones a civiles. Este ofrecimiento a las fuerzas políticas, sin excepciones, de dialogar comprende al justi-cialismo, aunque el objetivo de superar la antinomia peronismo-antiperonismo excluye la figura de Perón, a quienLevingston demanda un renunciamiento histórico para pacificar el país. A su vez el gobierno anuncia que evitarála intervención en el mundo sindical, ya que ésta ha producido distorsiones más que soluciones. Esta decisióngubernamental recibe una buena acogida en las huestes sindicales que allana el terreno para la negociación ya quese “reconoce en las Fuerzas Armadas uno de los aliados naturales de la gran empresa que el pueblo argentino estállamado a protagonizar”.15

Sin embargo, los estallidos sociales se reiteran y vuelven a tener su epicentro en Córdoba (el “Viborazo”),e influyen en el ánimo de importantes militares. “Las Fuerzas Armadas son una carga necesaria de todas las nacionescapitalistas o socialistas. Habrá una solución constitucional en plazo breve”.16 Por lo tanto, las razones de la separaciónde Levingston de la presidencia obedecen a “su posición reacia a la institucionalización del país y a su incapacidadpara promover una alternativa de salida a la crisis”.17 El General personifica el segundo fracaso de la RevoluciónArgentina: cada vez resulta más claro la misión imposible que significa continuar con la proscripción del peronismo.Pero además, la proscripción no sólo fracasa en borrar al peronismo del mapa político argentino, sino que, a partirde 1971, comienza –paradójicamente– a tornar cada vez más imprescindible a Perón.

El “Gran Acuerdo Nacional” entre Lanusse y Perón

El fracaso de Levingston conduce a otro recambio gubernamental, el jefe del Ejército, general AlejandroA. Lanusse se hace cargo de la presidencia. Siguiendo a O’Donnell, Lanusse se plantea ser el presidente de la transi-ción; en ella “los partidos volverían a escena, sin proscripciones ni limitaciones, salvo las de tener que acordar los tér-minos del ‘Gran Acuerdo Nacional’ (GAN) con grandeza capaz de ‘renunciamientos’ –de candidaturas presiden-ciales–”.18 Para O’Donnell tanto los antiperonistas, como la gran burguesía deberían ceder –los primeros acep-tando un lugar protagónico e institucionalizado del peronismo y de Perón, y los segundos admitiendo la apertu-ra de un período de “sensibilidad social” capaz de aliviar las tensiones existentes–. El prestigio que alcanzaría Lanusseen una situación como la supuesta daría pie para luego lanzar su candidatura, con gran chance, cuando se con-vocara a elecciones presidenciales. En ese trato entrarían los sindicatos pero también las Fuerzas Armadas, quecomenzarían a aparecer como las garantes de la transición democrática. “Si por alguna razón las partes no lo acep-taban ellas no lanzarían al país a un ‘salto al vacío’; en este caso ocurriría un nuevo golpe que postergaría por largotiempo cualquier salida democrática.”19

En esta versión, Perón tenía que desligarse de la guerrilla, del sindicalismo radicalizado y de los sectoresno moderados del peronismo. Ésta era una primera condición. A cambio se devolverían a Perón su grado military las compensaciones económicas negadas desde 1955. Si Perón acordaba, debería cumplirse otra condición, queambas calmaran el ánimo popular. Para lo cual se hacía necesaria una tercera condición: que no empeore la situacióneconómica. En cuarto lugar, no debía crearse un clima hostil al gobierno y, finalmente, las Fuerzas Armadas pre-cisaban apoyar el proceso a lo largo de los avatares que atravesara. Según O’Donnell sólo se cumple la últimacondición. Pues entre marzo de 1971 y 1973 los conflictos sociales y la actividad guerrillera aumentan; la situacióneconómica se descontrola y la figura de Lanusse se deteriora, sobre todo en el frente militar (a raíz del malestar quecontinuaba en el país).

Entre las condiciones, planteadas por O’Donnell, existe una de índole subjetiva: las palabras y las accionesde Perón. Las otras no dependen de la voluntad de una sola persona (la calma popular y el mejoramiento de lasituación económica). El desligamiento de Perón de los sectores rebeldes pertenece al primer condicionamientopensado por Lanusse, que es fundamental y que no se cumple, al tiempo que alimenta la vida de los otros. Pues Perónal animar la guerrilla colabora para volver más amenazante la protesta. A su vez la guerrilla, los jóvenes rebeldes,el sindicalismo radicalizado y la revuelta civil configuran una serie de factores que dan imagen de una atmósfera

15 Primera Plana, N° 410, 8 de diciembre de 1970.16 General López Aufranc, en Primera Plana, Nº 425, 23 de marzo de 1971. En el mismo sentido se expresa Gnavi “las Fuerzas Armadas

no van a contradecir la promesa de institucionalizar el país” (ibid). 17 María Matilde Ollier, op. cit., p. 109.18 Guillermo O’Donnell, El Estado burocrático autoritario, 1966-1973. Triunfos, derrotas y crisis, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982, p. 370.19 Ibid., p. 371.

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PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS

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Lanusse, los aísla, para lo cual promulga una ley que los diferencia del resto de los actores civiles (la Ley deRepresión del Terrorismo, número 19.081, como parte de la Ley de Defensa Nacional) y constituye una CámaraFederal en lo Penal para juzgar exclusivamente delitos de terrorismo. Es decir, mientras Perón los pretende con-fundir con el movimiento y la oposición al régimen, Lanusse, al tiempo que le resta oportunidades a líder justi-cialista, los aparta. En este sentido para el jefe militar se hace necesaria la presencia de Perón en el país pues esto nole permitiría bendecir a Montoneros y a los sindicalistas al mismo tiempo, porque la juventud contaba con planespropios y porque Perón respaldaría estructuras más sólidas como los sindicatos y las unidades básicas.27

El desafío lanzado por Lanusse desde el Colegio Militar a Perón, permite al líder justicialista “acordarsin que se note”. Sabiendo que su candidatura no será posible, como tampoco la del jefe militar, Perón da a conocerel documento “Bases mínimas para el Acuerdo de construcción nacional” en el que realiza un evidente acerca-miento a las Fuerzas Armadas colocándolas como garantes de la transición democrática. El Presidente expresa lanecesidad de terminar con el “mito Perón”. De allí que declara en sus memorias que “mi intención, muy clara, eraque Perón volviera para terminar de una buena vez con el mito, para demostrar que iba a volver y no iba a pasarnada en el país y que volviera, en lo posible, condicionado por las Fuerzas Armadas”.28 De todas maneras y a pesarde la presión en contrario, Perón nunca se pronuncia contra sus formaciones especiales.

Hacia octubre de 1972, se torna evidente el acuerdo entre los dos generales y el 17 de noviembre, Perónretorna al país dejando clara su posición “por si mi presencia allí puede ser prenda de paz y entendimiento”.29 Perónha aceptado su proscripción. Lanusse obtiene una retirada militar honrosa, dejando que Perón resuelva las dife-rencias internas del movimiento. La estrategia de Lanusse resulta exitosa, ya que logra –en un contexto altamenteconflictivo– un acuerdo general, respaldado por las Fuerzas Armadas, los partidos, los sindicatos y el propio líderexiliado. El Acuerdo Nacional que durante años se busca entre las figuras más importantes del período, finalmentelo llevan a cabo Lanusse y Perón. Sus pilares básicos radican en salvar a las Fuerzas Armadas en medio del procesode desprestigio ciudadano que han alcanzado y terminar con la guerrilla. La democracia, en ese sentido, opera comoel instrumento necesario para el cumplimiento de estos dos objetivos. Lanusse, en forma velada, construye a Peróncomo aliado, y así se desenvuelven los últimos años de la Revolución Argentina.

El espiral de violencia lejos de detenerse se agrava desde la vuelta del justicialismo al gobierno y setraza, así, la ruta hacia el regreso de las Fuerzas Armadas al poder. En vida de Perón su propuesta presidencial fuerenovar la relación entre civiles y militares sobre la base del “profesionalismo neutro”. El general Anaya, comandanteen jefe del Ejército nombrado por Perón, comparte esta visión con el caudillo, es decir, la no participación de lasFuerzas Armadas en política. Pero bajo la presidencia de Isabel Martínez, López Rega reemplaza a Anaya por elgeneral Numa Laplane, y con ello triunfa el profesionalismo integrado, es decir, la participación de las FuerzasArmadas en la política. Este hecho acompaña la intervención del Ejército en Tucumán para combatir la guerrillay la circular firmada por Luder ordenando a las Fuerzas Armadas aniquilar la subversión. Comenzaba entonces parael gobierno peronista la cuenta regresiva. Luego de la primera amenaza golpista, en agosto de 1975, el general JorgeR. Videla reemplaza a Numa Laplane y el 18 de diciembre se levanta la aeronáutica, en Morón y en Aeroparque,bajo el mando del brigadier Capellini.

En medio del desbarranque económico y el vaciamiento de la política, el gobierno utiliza el poderdel Estado para organizar y mantener sus escuadrones parapoliciales mientras distintos grupos, de izquierda aderecha del espectro político, confrontan violentamente. En esa lógica terminan involucradas las Fuerzas Armadas,en la que algunos de sus miembros resultan incluso víctimas de la Triple A.30 La imbricación entre civiles y militarespara resolver la construcción del orden político volvía, otra vez, a desplegarse en la escena argentina.

27 Primera Plana, 6 de julio de 1971.28 Alejandro Lanusse, op. cit., p. 231.29 Juan D. Perón, “Mi Regreso”, en Nueva Plana, Nº 4, 14 de noviembre de 1972.30 En marzo de 1975, la Triple A asesinó al coronel Rico, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército, que estaba investigando los escua-

drones parapoliciales de extrema derecha.

Por lo tanto, el clima de apertura se vincula de manera directa al intento de entablar conversacionescon Perón. En ese marco se explican las palabras de Paladino, en abril de 1971: “El retorno de Juan Domingo Peróna la Argentina va a ser un hecho. Actualmente se están dando las condiciones propicias para su vuelta al país. Y seestán dando en forma acelerada”.23

De todas maneras, la pulseada entre Lanusse y Perón tenía un final abierto, más allá de las intencionesy posibilidades de cada caudillo. Por eso las siguientes palabras de Mor Roig, pronunciadas poco tiempo después deaquellas de Paladino, expresan esa puja pese a ir en la misma dirección:

Yo creo que se han alentado muy falsas expectativas, con buena o con mala intención. Si queremospensar con un poquito de sensatez comprenderemos que en estos momentos el retorno de Perón ala Argentina podría resultar un elemento irritativo y no un elemento de pacificación [...]. No estándadas las condiciones... Recién se está en el proceso para el logro de la pacificación nacional que abriríaesa posibilidad.24

No están dadas las condiciones supone dos cuestiones: que todavía no hay acuerdo entre las elites yque una transición debe ser controlada por el gobierno.

Si se comparan las declaraciones de Mor Roig con las de Paladino, cuando expresa que Perón ansíavolver cuanto antes, aunque “eso no significa que sea hoy”25 se ve que un campo de acuerdos comienza a dibujarse.La certeza de incluir a Perón en el proceso de acabar con la Revolución Argentina no resuelve la incógnita acercade la manera en la que arribar al final de ese proceso. Lanusse piensa una estrategia electoral capaz de incluir lapresencia de Perón, ya que advierte que no hay resolución feliz sin el líder justicialista como interlocutor. Es decir,el propio Perón debe legitimar la institucionalización, justamente porque su candidatura precisaba ser proscripta.En síntesis, la estrategia de Lanusse se dibuja claramente: legalizar el peronismo en vistas a la institucionalizacióndemocrática, proscribir el nombre de Perón en la fórmula peronista, y conseguir que éste lo legitime.

Para ello comprende que debe incluir al sindicalismo:

La estrategia del gobierno no podía consistir solamente en una reconciliación entre los militares y lospolíticos o un sondeo con Perón. Yo comprendí desde el primer momento que no podía descuidar asectores de esencial importancia para la vida nacional –como el movimiento obrero organizado– nipodía dejar de recordar que el sindicalismo había recibido importantes estímulos durante las ante-riores etapas de la Revolución Argentina. Hubiera sido insensato para todos, aun para los partidos,hacer ver que el retorno de los políticos llevaba a su desplazamiento. Hubiera sido, además, desco-nocer la realidad.26

El general proscripto ha tomado, también, frente a Lanusse una decisión inequívoca: impedir queLanusse sea el candidato de cualquier transición, ya sea por medio de un gobierno de coalición o alguna fórmulasemejante. Sin embargo, para llevar adelante sus planes, Perón encuentra obstáculos dentro de sus propios segui-dores: el sindicalismo continúa más apegado al Estado que a los intentos por modificar el régimen político. El per-sonal político del peronismo tiene cierto peso en el nivel de las relaciones interelites –de ahí el relativo éxito dePaladino durante un período prolongado de tiempo–, pero carece de capacidad para movilizar. Por este motivo Perón,además de verse favorecido, objetivamente, por la rebelión social, cuenta a su favor, de modo exclusivo, para pre-sionar al régimen y obligarlo a una retirada, con la juventud y la guerrilla, únicos actores que llevan –junto conlos sectores de izquierda y del sindicalismo no tradicional– una oposición frontal al gobierno militar. Porque elactor juvenil –armado o no– beneficia a su rival, Lanusse persigue, sin éxito, la condena de Perón a la guerrilla;al mismo tiempo busca diversas maneras de combatirla: discursos, leyes, medidas represivas.

De ahí que la incorporación de las “formaciones especiales” al movimiento peronista no pasa desaper-cibida para el gobierno. La violencia de la guerrilla se ha convertido en terreno donde Lanusse y Perón disputansus posibilidades. Mientras Perón legitima a los partidos armados invitándolos a luchar contra el gobierno militar,

23 Primera Plana, 27 de abril de 1971.24 Primera Plana, 4 de mayo de 1971.25 Ibid.26 Alejandro Lanusse, op. cit., p. 232.

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A mediados de los años ochenta, el coronel retirado –hoy fallecido– Ulises Muschietti, me entregóanotados en una pequeña hoja, con la cuidada caligrafía de los militares de viejo cuño, los nombres de cuatrooficiales franceses que habían sido los maestros de la primera camada de uniformados argentinos formados en laDoctrina de la Seguridad Nacional (DSN): Patrice de Naurois, Robert Bentresque, François Badie y Jean Nouguès.Fue para mí un hecho inesperado, que agradecí en su momento con aprecio: en esa época había iniciado unainvestigación sobre los orígenes de la DSN en la Argentina. Pegué ese trozo de papel en el vidrio de una ventanacontra la que se ubicaba mi mesa de trabajo; me acompañó durante todo el tiempo que duró la pesquisa. Meapresuro a aclarar, debido a lo que se dirá más abajo, que Muschietti no había sido ni era peronista. Era un hombreinteligente y tolerante, muy interesado por la historia militar argentina. Con el tiempo, valoré mucho más queen el momento inicial aquel en apariencia pequeño pero generoso gesto. Encontré allí una punta de ovillo que mepermitió, tirando de ella, corroborar ampliamente la existencia de una influencia francesa en la introducción deesa doctrina y avanzar en el desarrollo de la ya mencionada investigación.1

Aquella corroboración y su exposición ordenada y sistemática contribuyeron a modificar una hastaentonces extendida creencia: la de que la DSN había sido introducida en el país con posterioridad a la RevoluciónCubana, por acción de Estados Unidos. En efecto, la constatación de la influencia francesa no solamente vino aestablecer precisiones historiográficas sino que, al correr hacia atrás en el tiempo la filiación del origen de la DSNen Argentina, otorgó crédito a la opinión de algunos viejos oficiales peronistas pasados a retiro con posterioridadal derrocamiento de Juan Domingo Perón, en septiembre de 1955, que afirmaban que la introducción de aquelladoctrina había estado ligada a la voluntad de “desperonizar” el Ejército que animó a la sedicente RevoluciónLibertadora. La contigüidad entre ambos hechos –el golpe contra Perón y la renovación doctrinaria– tornó creíblela opinión de aquellos viejos oficiales, hasta ese entonces prácticamente ignorada en los medios académicos.

Por otra parte, como se sabe, la Revolución Cubana triunfó el 1° de enero de 1959. Las relacionesentre ésta y Estados Unidos fueron de tensión creciente durante los años finales de Dwight Eisenhower, al puntode que hacia el final de su mandato presidencial se encontraban prácticamente rotas. Con John F. Kennedy ya en

1 Sus resultados pueden consultarse en mi libro: Seguridad Nacional y Sedición Militar, Buenos Aires, Legasa, 1987. Para esa época exis-tían sólo brevísimas referencias sobre la presencia francesa, de no más de una docena de renglones, en los textos de Robert Potash,El ejército y la política en la Argentina 1945-1962, Buenos Aires, Sudamericana, 1981, p. 429; y Alain Rouquié, Poder militar y sociedadpolítica en la Argentina 1943-1973, Buenos Aires, Emecé, 1982, p. 158.

La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacional en el

Ejército Argentino

ERNESTO LÓPEZEMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ARGENTINA EN GUATEMALAPROFESOR / INVESTIGADOR UNQ (EN USO DE LICENCIA)

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y

MILITARES. EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO.

LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE

LAS FUERZAS ARMADAS 6

CAPÍTULO

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de una nefasta y trágica historia. Debían también recuperar un control suficiente de las instituciones militares, enparticular del Ejército, que los pusiera a cubierto de sobresaltos. Es que en éste permanecía un apreciable númerode oficiales filoperonistas, aún después del triunfo libertador. Por añadidura, había una también amplia cantidadde oficiales profesionalistas formados en los marcos de la DDN, que sin ser peronistas se habían amoldado sinmayores problemas a las políticas de defensa y militar practicadas por Perón. Por otro lado, los golpistas militaresde septiembre constituían un heterogéneo conglomerado que había actuado unido por el objetivo de derrocar aPerón, pero tenía marcadas diferencias políticas. Estaba integrado por algunos –pocos– peronistas desencantados,por nacionalistas que habían roto con Perón por diversas circunstancias y liberales, que debido a las intentonas fraca-sadas previas a 1955 habían quedado reducidos a una mínima expresión aunque estaban muy cohesionados y eranlos que mejor conectaban con el universo político civil que había apoyado el golpe. Las diferencias en el grupotriunfador eclosionaron cuando el nacionalista general Eduardo Lonardi, jefe de la Revolución y primer presidenteprovisional de ésta fue desplazado por un golpe dentro del golpe y reemplazado por el general liberal PedroEugenio Aramburu. Esto demuestra que los triunfadores no las tenían todas consigo. Temían, por añadidura, uncontragolpe que finalmente se concretó aunque no fue exitoso.4 Y tenían que afianzar –especialmente los liberales–su posición de poder dentro de la institución.

Se estima que a principios de 1956 habían sido pasados a retiro o dados de baja alrededor de1.000 ofi-ciales filoperonistas, lo que representaba aproximadamente el 20% de la oficialidad activa.5 Un grupo imprecisable,pero en todo caso no menor al de los purgados, quedó en servicio pero postergados y relegados a destinos sinimportancia. Más preciso es el dato sobre los generales: 63 de los 86 en servicio a mediados de septiembre de1955 pasaron a retiro en forma casi inmediata. De los 23 restantes, uno fue fusilado y 17 pasaron a retiro a finalesde 1956.6 Está claro que se trató de una limpieza profunda.

Este movimiento se completó con una política de reincorporaciones de personal que había pasadoa retiro o había sido dado de baja por ser responsables o estar involucrados en acciones golpistas contra Perón.Eran prácticamente todos liberales. En los dos años y medio en que, aproximadamente, los libertadores perma-necieron en el poder fueron reintegrados: 8 generales (uno de manera simbólica pues ya había fallecido); 27 coro-neles; 29 tenientes coroneles; 13 mayores; 50 capitanes (dos también de manera simbólica pues habían fallecido);36 tenientes primeros; 17 tenientes y 7 subtenientes. En total 184, si se descuenta a los fallecidos, lo que repre-senta aproximadamente un 5% de los que habían permanecido en actividad (vale decir, descontados los purgados).Prácticamente el 80% de los reincorporados, sin contar a los fallecidos, ascendió al grado inmediato superior. El50% de los generales de brigada reintegrados ascendió a general de división y también el 50% de lo coronelesal de general de brigada. Pero el dato que ilustra de modo más elocuente el control institucional que adquirió elsector liberal vía las reincorporaciones es el siguiente: entre 1955 y 1962, el 73% de los ministros o secretarios deGuerra fueron oficiales reincorporados, así como el 66% de los comandantes en jefe.7

La Guerra Fría como contexto de la mudanza doctrinaria local

Si bien el final de la Segunda Guerra Mundial alumbró el período signado por el enfrentamientoentre el Mundo Occidental y el Mundo Comunista, el establecimiento de los parámetros básicos de lo que sellamó Guerra Fría ocurrió bastante tiempo después de 1945. A la bipolarización, a la paridad atómica y su conco-mitante equilibrio del terror acompañado del vaciamiento de la posibilidad de victoria entre los contendientesmás poderosos, al evitamiento de la guerra sin por ello vivir en paz, a la conversión de las zonas de influencia deambos sistemas de alianza en soterrados o, a veces, abiertos escenarios de desestabilización o de conflicto se llegóa marcha más bien lenta. En un principio, no obstante los catastróficos resultados de los ataques a Hiroshima y

4 El junio de 1956 se produjo el alzamiento del general Juan José Valle, que fue sanguinariamente reprimido. Fueron fusilados 18 militares,incluido Valle, y 14 civiles a los que se acusó de estar complotados con los golpistas. Los fusilamientos militares carecieron de sustentolegal aunque se procuró otorgarles alguna validación jurídica; los procedimientos contra los civiles fueron directamente clandestinos.

5 Véase Robert Potash, op. cit., tomo 2, p. 293.6 Véase Ernesto López, El primer Perón, op. cit., pp. 143 y ss. Estos datos revelan que casi todos los generales nacionalistas que apoya-

ron o acompañaron el golpe habían pasado a retiro a fines de 1956. 7 Para todos los renglones que se acaba de mencionar –reincorporaciones, ascensos y puestos de comando– véanse Ernesto López,

Seguridad Nacional y Sedición Militar, op. cit.., pp. 111 y ss.; y El primer Perón, op. cit., pp. 142 y ss. En tiempos de Frondizi, el cargode secretario reemplazó al de ministro.

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ERNESTO LÓPEZ - La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacional en el Ejército Argentino

la presidencia –asumió el 20 de enero de 1961– se afianzó en Estados Unidos el temor a la irradiación de aquellarevolución hacia América Latina. En función de esto fueron movilizadas tanto iniciativas de apoyo al desarrollo,como fue el programa Alianza para el Progreso, enviado para su aprobación al Congreso el 14 de marzo de 1961,cuanto un redoblado esfuerzo por incidir sobre el control de las Fuerzas Armadas de los países de la región y lapropagación de la DSN. Emblema de esto último fue la Escuela de las Américas, con sede en Panamá, que se con-virtió en usina de contrainsurgencia. El punto de ruptura definitivo entre ambos –Estados Unidos y Cuba– sobrevinoen abril de 1961, tras el fracaso del intento de invasión contrarrevolucionaria de Bahía de Cochinos.

Entre ambas fechas, 1956 y 1961, medió entonces una diferencia temporal que tornó opaca y/o notrascendente la inicial presencia francesa, y dificultó la percepción de que la depuración del Ejército posterior algolpe de septiembre de 1955, había venido acompañada de una renovación doctrinaria que significó, en rigor,una mudanza. Hasta entonces, regía exclusivamente en las Fuerzas Armadas la Doctrina de la Defensa Nacional(DDN), que el propio Perón había contribuido a actualizar y a ajustar para el caso argentino,2 convirtiéndola, mástarde, cuando alcanzó la presidencia, en el paradigma sobre el cual se basaron sus políticas de defensa y militar.Como se sabe, la DDN de aquellos años postulaba una concepción clásica que concebía a la guerra como conven-cional y al hecho bélico como emergente de agresiones militares externas, y preveía un despliegue territorial defuerzas y una política de formación y adiestramiento en consonancia con esos conceptos. La DSN varió el sentidodel conflicto desplazando la preocupación hacia el control y/o neutralización de la guerra revolucionaria; torcióel foco hacia el enfrentamiento interno iniciando una nefasta deriva hacia la visualización de una subversióninterna a la que elevó a la condición de enemigo principal; modificó las políticas de adoctrinamiento, formacióny adiestramiento, pero mantuvo el despliegue clásico. No clausuró la posibilidad de agresiones militares externasde carácter convencional, pero las mantuvo en una posición meramente secundaria. Así, la DSN y la DDN coexis-tieron, podría decirse que yuxtapuestas, en base a un predominio sustancial de la primera, aunque la segundacontinuara proveyendo la estructura orgánica formal del Ejército, con todo lo que ello implicaba en términos depresupuesto, dimensión del cuerpo de oficiales y del cuadro de suboficiales, servicio militar obligatorio y volumende las incorporaciones anuales, despliegue territorial, servicios de apoyo vinculado al anterior, etc.

La acción desperonizadora dentro del Ejército implicó entonces dos movimientos concomitantes: unadepuración (en rigor, una verdadera purga) acompañada de reincorporaciones y una mudanza doctrinaria. Estaúltima quedó envuelta, así, en un proceso más amplio que debe ser puesto en un primer plano de consideraciónanalítica. Pero es también necesario analizar los cambios en el contexto estratégico mundial que trajo aparejadoel conflicto entre Occidente y el Mundo Comunista –para utilizar una vieja retórica– establecido al finalizar laSegunda Guerra Mundial, cuyo perfilamiento en términos de Guerra Fría comenzó con la Guerra de Corea y reciénse consolidó a mediados de los años cincuenta. El examen de la ventana de oportunidad para la mudanza doc-trinaria vernácula que propiciaron estos cambios de escala planetaria debe ser también traído al primer plano delanálisis, para comprender acabadamente bajo qué condiciones, cómo y por qué se introdujo la DSN en el EjércitoArgentino.

Desperonización: depuración y reincorporaciones

La Revolución Libertadora llegó impulsada por un afán cancelatorio. El peronismo, aun con sus limita-ciones e imperfecciones, expresaba una alternatividad económica, política y social –cabe aquí ¿por qué no? recordarsus tres clásicas banderas: independencia económica, soberanía política y justicia social– que al establishment depoder, siempre presto a buscar fórmulas de asociación subordinadas al gran capital internacional en desmedro deposibilidades de desarrollo más armónicas y saludables para el país, y a priorizar su propio beneficio en detrimen-to de un más equilibrado reparto del ingreso y de la puesta en vigencia de políticas sociales, le resultaba indigerible.3Con prolijidad y esmero los hombres de aquella Revolución se dieron a la tarea de desmontar el Estado peronista,de desbaratar su economía, de cancelar por decreto el orden constitucional preexistente a su éxito, de interdictar yproscribir al peronismo como movimiento político y cultural, de intervenir la CGT, de perseguir a dirigentes y activistas,y hasta de secuestrar y hacer desaparecer el cadáver embalsamado de Eva Perón que fue, en rigor, la primera desaparecida

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2 Véase su conferencia “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”; puede consultarse en Juan D. Perón, Peróny las Fuerzas Armadas, Peña Lillo, Buenos Aires, 1982.

3 He trabajado con cierta amplitud este tema en mi El primer Perón, Buenos Aires, Le Monde Diplomatique-Capital Intelectual, 2009,pp. 15 y ss.

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informado y culto, Rosas se convirtió en al alma de la mudanza doctrinaria. Bajo su influjo, la ESG se convirtió enla usina del cambio; cuando pasó a desempeñarse como Jefe de Operaciones del Estado Mayor General delEjército, destino que ocupó en 1959 –ya con el grado de general– tras dejar la Escuela, completó su labor en el planoorgánico-operacional.

La ESG tiene como función formar a los oficiales de Estado Mayor. En aquellos años, en que no existíantodavía los cursos para oficiales superiores ni las universidades de las Fuerzas Armadas y la Escuela de DefensaNacional daba sus primeros pasos preponderantemente orientada hacia el medio civil, era un muy calificado ins-tituto de formación que centralizaba –junto con el Colegio Militar– la educación militar. Era, pues, el espacio pro-picio para poner en marcha una reforma doctrina. Sus aulas se abrieron a la contratación de especialistas extranjerosy su prestigiosa Revista de la Escuela Superior de Guerra (RESG) se convirtió en divulgadora de las nuevas ideas y encaja de resonancia de las novedades doctrinarias.

Los profesores extranjeros –los principales fueron los entonces tenientes coroneles franceses De Naurois,Badie, Bentresque y Nouguès, ya mencionados– sugirieron orientaciones, organizaron cursos, dictaron clases e impar-tieron seminarios y conferencias. Fueron acompañados por un grupo de oficiales argentinos –como los tenientescoroneles Miguel Ángel Montes y Manrique Mom, y el propio coronel Rosas, entre otros– que en su mayoría habíanpasado por Francia. El mejor reflejo del movimiento que pusieron en marcha ha quedado registrado en las páginasde la RESG.

En concordancia con lo que había ocurrido en el escenario principal, los desarrollos en la Argentinaque enfocaron la actualidad de la guerra atómica precedieron, por escaso margen, a los referidos a la guerra revo-lucionaria. Debe aclararse, no obstante lo que se acaba de decir, que era frecuente que en esos trabajos inicialesse establecieran conexiones entre ambas modalidades bélicas.

El primer artículo que expresaba las nuevas concepciones centradas sobre la guerra nuclear fue el delteniente coronel Montes titulado “Las armas atómicas en el campo de batalla”, publicado en la RESG, en el número325, correspondiente a abril/junio de 1957; en el número siguiente apareció, del mismo autor, “Las guerras delfuturo en la era atómica”. Y ya en 1958 todos los números tuvieron por lo menos un artículo dedicado al tema.9En algunos de estos trabajos todavía se hipotetizaba en términos de guerra general con empleo de medios estra-tégicos atómicos, y se retenía también la posibilidad de que sobreviniera una guerra convencional con empleolimitado de armamento nuclear. Esto último podía ocurrir, por ejemplo, si debido a una crisis económica o a dis-turbios sociales un país entronizaba un gobierno comunista o se libraba en él una guerra civil en la que los bandosenfrentados recibían apoyo ya del bloque occidental, ya del oriental.10 Pero despuntaba también una segundamanera de enfocar las cosas, más ajustada a lo que luego fue corriente. Por ejemplo, en el segundo de los artículosiniciáticos de Montes se lee que:

el grupo de naciones de Occidente tiende a realizar una guerra nuclear restringida, o mejor aún, unaguerra atómica táctica, para equilibrar la actual desproporción que tiene en lo referente a fuerzasconvencionales, con respecto al grupo Oriental. En cambio, este última finca, al parecer, sus mayoresprobabilidades de éxito en la más amplia y decidida ejecución de la guerra social revolucionaria, sinpor ello descuidar su creciente potencial nuclear.11

9 La lista completa de los artículos sobre el particular publicados en 1958 es la siguiente: Carlos J. Rosas, “Estrategia y táctica”, N° 328,enero-marzo; “Una estrategia general atómica”, N° 329, abril-junio; N. Hure, “Situación estratégica de los bloques Oriental y Occidental”,ibid.; C. J. Rosas, “La batalla ofensiva”, N° 330, julio-septiembre; N. Hure, “Estrategia atómica”, N° 331, octubre-diciembre; y J.Devalle, “Ataque en ambiente atómico”, ibid. Cabe destacar que los artículos de Rosas nombrados en primer y cuarto lugar contienenreferencias explícitas a la relación entre las guerras nuclear y revolucionaria.

10 Así, por ejemplo, en Carlos J. Rosas, “Una estrategia general atómica”, op. cit. Debe señalarse, sin embargo, que en su trabajo inicial,“Estrategia y táctica”, Rosas había introducido un concepto audaz para la época: el de agresión interna (véase op. cit., p. 140).

11 Miguel Ángel Montes, “Las guerras del futuro en la era atómica”, en Revista de la Escuela Superior de Guerra, Nº 326, julio-agostode 1967, pp. 391-392.

Nagasaki, Estados Unidos consideró las bombas atómicas sólo como un armamento más dentro de una concepcióngeneral de guerra total, de carácter convencional, tal como defendió todavía el general Douglas Mac Arthur, almando de las tropas americanas en Corea, a la postre sin éxito. Tardaron en advertir que la diferencia cualitativaque era capaz de introducir ese tipo de armamento cambiaba la naturaleza de la guerra y conducía a un rediseñode políticas y de estrategias.

El reconocimiento de la recién mencionada diferencia cualitativa parece haberse iniciado en el lapsoque va desde la constatación de que la entonces Unión Soviética había construido la bomba atómica, hasta laGuerra de Corea. En efecto, la primera explosión nuclear practicada por aquélla en 1949 encendió luces de alerta.Y el conflicto coreano, comenzado en junio de 1950 y finalizado en julio de 1953, con sus vaivenes y alternativas,colocó una delicadísima disyuntiva. ¿Debía llevarse la guerra a China, como quería Mac Arthur, y atacar Manchuria–que funcionaba de retaguardia de los norcoreanos que, además, recibían el apoyo de los chinos– con el peligrode generalizar un conflicto que podía escalar hacia la dimensión nuclear y desencadenar una nueva contiendainternacional de proporciones? ¿O debía prevalecer la cautela? El presidente Harry Truman era partidario de estosegundo. Terminó relevando del mando a Mac Arthur que, como se acaba de ver, proponía otra cosa. Y en dostrazos concisos pero clarificadores definió la estrategia general a seguir en Corea que pueden, a su vez, ser consi-derados los primeros lineamientos que bosquejaron la lógica de la Guerra Fría: guerra limitada y respuesta flexible.Mediante el primero se iniciaba el abandono de la concepción de guerra total que había imperado hasta laSegunda Guerra Mundial en las Fuerzas Armadas estadounidenses y el tránsito hacia otras formas más controladasy menos comprometedoras; y a través del segundo se graduaba el empeñamiento de sistemas de armas conformeel tamaño y la relevancia de la amenaza. La terrible capacidad destructiva del armamento nuclear convocaba a laprudencia y a la disuasión, antes que a la ofensiva.

Con ese comienzo, pues, se fue abriendo camino el cambio de concepciones, es decir, el viraje estratégicoestadounidense y la instalación de la lógica de Guerra Fría, que a mediados de los años cincuenta comenzaba yaa tomar su forma definitiva. Descartado el enfrentamiento directo entre ellas, las superpotencias procuraríansacarse ventajas por medio de procedimientos vicarios, indirectos: todo aquello que sirviera para debilitar la posiciónrelativa de una de ellas trataría de ser aprovechado por la otra con el objeto de perjudicar al rival y aumentar elpoder propio. Ahora bien, arribada la era nuclear con su lógica de mutua destrucción asegurada8 y establecidala tendencia a la acción indirecta, es decir, desarrollada fuera de los respectivos núcleos centrales y sistemas dealianza militares (la OTAN, por un lado, y el Pacto de Varsovia, por el otro), comenzó a visualizarse la mediatapero peligrosa relación que podía establecerse entre la lucha insurgente en los escenarios secundarios, y la paridadnuclear y el equilibrio del terror, en los centrales. En ese marco, la defensa del continente americano fue perdiendosentido –desde la óptica estadounidense– en clave de guerra total. América Latina, en particular, alejada de la posi-bilidad de recibir un ataque directo del “enemigo comunista” por razones geográficas, comenzó a ser vista desdelos Estados Unidos privilegiándose la seguridad interior. Y se abrió camino, entonces, la idea de que la seguridadregional debía ser el resultado de la sumatoria de las seguridades internas de cada país, en reemplazo de la desac-tualizada concepción de defensa hemisférica establecida en términos de guerra convencional. Como ya se ha men-cionado, esto no ocurrió rápidamente: fue un proceso que, cuando ocurrió la Revolución Cubana –que materializóla peor pesadilla–, se hallaba ya comenzado aunque lejos de estar concluido.

El inicio de la mudanza estratégica estadounidense fue más o menos coincidente en el tiempo con lasnecesidades de desperonización (depuración, reincorporaciones y cambio doctrinario) que tenían –en el plano local–los sectores liberales de la Revolución Libertadora. Contribuyó, por lo tanto, a brindar una ventana de oportunidada la mudanza doctrinaria vernácula. Estados Unidos, sin embargo, carecía de experiencia en la lucha contrainsurgente.Francia, en cambio, con su amarga experiencia en Indochina y habiendo comenzado ya sus tribulaciones en Argelia, sí.

La introducción y el primer desarrollo de la DSN en la Argentina

La influencia francesa comenzó con la llegada del entonces coronel Carlos Jorge Rosas a la subdirecciónde la ESG, en 1956. Venía de prestar servicios en Francia como agregado militar, posición desde la cual habíatomado contacto con la experiencia contrarrevolucionaria que los franceses habían cosechado en Indochina. Y se habíapuesto al día, asimismo, con las novedosas concepciones sobre la guerra atómica. Hombre de fina inteligencia,

8 La lógica MAD (su acrónimo en inglés) como se la llamaba, se asentaba sobre la capacidad de respuesta remanente de cualquiera delas dos superpotencias luego de recibir un primer ataque nuclear.

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Argentina, llegado el caso formaran “quintas columnas” que actuaran de conformidad con regímenes totalitariosconstituidos en sus países de origen. Pero no le asignaba a esta alternativa mayores posibilidades. “En conclusión–decía– la Argentina ofrece a la subversión un campo relativamente poco favorable. Sin embargo, el peligro existe.¿Cómo puede concretarse?” Y respondía: “El comunismo, a cara descubierta, tiene pocas posibilidades… Pero la máseficaz e insidiosa correa de transmisión del comunismo en la Argentina es evidentemente el fidelismo, que puedeaprovechar la permanencia de un antiguo sentimiento antinorteamericano y la disponibilidad de una masa peronistaaún imperfectamente integrada a la vida política de la nación”.16

¡Et voilà!, para decirlo en francés como corresponde, en atención a los textos que se ha venido con-siderando. El peronismo –un muerto que permanecía guardado en un ropero– aparecía, así, al final del ciclo, reco-nocido en su condición de amenaza. Pero conviene dejar en suspenso esta verdadera confesión de parte y regresaral texto de Nouguès para ver qué decía sobre la estructura creada para enfrentar a la subversión. Reconocía quese había realizado ya “una importante obra técnica y práctica”: se había avanzado en la doctrina, se habían redactadolos reglamentos internos, y se habían ejecutado algunas operaciones de orden interno como el Plan Conintes17 yuna acción contra opositores al dictador paraguayo Alfredo Stroessner, radicados en Misiones y Formosa, entre otras.Textualmente decía, además: “Con la creación de una organización territorial militar (zonas de defensa, subzonasy áreas), la Argentina ha sido dotada de la infraestructura antisubversiva que le hacía falta”.18 Señalaba asimismolos avances en materia de inteligencia, advertía sobre la existencia de tareas pendientes en este plano y recomendabala constitución de una Comunidad Interamericana de Inteligencia, en el seno de la Junta Interamericana de Defensa.

Finalmente, en el terreno orgánico y operacional cabe mencionar que la cuadriculación territorialestaba ya diagramada en 1962 y permanecía yuxtapuesta al despliegue operacional clásico. Se preveía activarlasólo cuando fuese necesario. Asimismo, se realizaron cursos de divulgación y adiestramiento orientados hacia elconjunto de la institución –puesto que obviamente debía avanzarse más allá de los límites de la ESG– que llevaronlos nombres de Hierro y Hierro Forjado, entre otros. Y se desarrollaron ejercitaciones sobre la carta, sobre temasantisubversivos, que llevaron los nombres de: Tandil, Reflujo, Nikita y Libertad, entre otros.

Hacia 1962 el cuadro estaba completo. La fase de introducción y el primer desarrollo de la DSN estabancumplidos.

Conclusiones

Tal como dice el dicho tribunalicio, a confesión de parte relevo de prueba. El reconocimiento explícito(y final) de Jean Nouguès sobre la amenaza peronista demuestra –por si no hubiera sido suficiente la bateríaargumental y de datos expuestos precedentemente– que la introducción y desarrollo de la DSN, en su fase inicial,estuvo condicionada por la necesidad desperonizadora que acuciaba a la Revolución Libertadora. Claramente, por lodemás, la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962, derrocado por golpe militar) no obstaculizó aquel desarrollo.

Las ideas y conceptos que le dieron forma en ese primer ciclo pueden resumirse de la siguiente manera: a) se establece la vinculación entre guerra nuclear y guerra subversiva, como formas del conflicto Este/Oeste; b) se presenta la guerra subversiva como una posibilidad plausible, a pesar de la escasa envergadura

del fenómeno comunista a escala local, y se reconoce finalmente que existe una amenaza peronista; c) se conceptualiza y justifica la opción por un alineamiento estratégico con Occidente; d) se conceptualiza la guerra subversiva y comienza a desarrollarse una doctrina de guerra antisub-

versiva, avanzando sobre el terreno abonado por el diagnóstico de insuficiencia (o, incluso, anacronismo) de laDDN y por la necesidad de incorporar la novedad de la problemática bélica nuclear;

e) comienza y se afirma el proceso de desplazamiento a un segundo plano de las hipótesis de guerra conpaíses vecinos y, por el contrario, empiezan a tomar importancia los conceptos de enemigo interno y frontera interior;

f) la reunión de información sobre grupos presuntamente subversivos y el control de la poblacióncomienzan a ser tareas de significativa vinculación con la misión de seguridad interior.

16 Jean Nouguès, “Radioscopia subversiva de la Argentina”, op. cit., pp. 30-31.17 Elaborado para hacer frente a convulsiones internas de carácter social o político que rayaran en lo subversivo –conforme a la retórica

militar que venía abriéndose camino– fue aplicado en tiempos de Arturo Frondizi para hacer frente a un período de agitación sindicaly política.

18 Ibid., p. 38. La nomenclatura usada durante el Proceso fue prácticamente la misma.

Por su parte, los artículos propiamente referidos a la guerra revolucionaria, con su deliberado sesgohacia la seguridad interior, se iniciaron con el aporte de Patrice de Naurois titulado “Algunos aspectos de la estra-tegia y de la táctica aplicados por el Viet-minh durante la campaña de Indochina”.12 Pero fue en su segundo tra-bajo en el que ofreció sus tal vez más punzantes –e inquietantes– proposiciones. Decía De Naurois:

La guerra subversiva tiene origen político y proviene de la acción sobre las masas populares de ele-mentos activos sostenidos y apoyados de varias maneras por el extranjero. Tiene por finalidad destruirel régimen político y la autoridad establecida y reemplazarlos por otro régimen político y otra auto-ridad. Esta acción es secreta, progresiva, y se apoya en una propaganda continua y metódica dirigidaa las masas populares. Parece muy probable que una guerra futura eventual cuente con el empleode las armas atómicas y termonucleares, del arma psicológica, de la subversión, etc. Es decir, que lasubversión sería una de las formas de dicha guerra.13

Ésta fue una de las primeras definiciones de la guerra subversiva que circuló entre los uniformadosargentinos. Aparecen ya en ella algunos temas que se harían “clásicos” más tarde: la acción subversiva como unade las facetas del enfrentamiento entre Oriente y Occidente; el apoyo desde el extranjero, que derivó luego, conel tiempo, en el burdo concepto de enemigo apátrida administrado con generosidad por las dictaduras militaresvernáculas; y la idea de infiltración, subyacente a la de “acción secreta y progresiva”, que se viene de leer.14 Elmilitar francés describe también los principios de la lucha antisubversiva. Señala que la información es fundamental.Y que para conseguirla es conveniente dividir “cada parte del territorio por una cuadrícula tan densa como seaposible; cada parte de esta cuadrícula está a cargo de un elemento de gendarmería, de policía, de aduana o deuna unidad de ejército”.15 El fin último era obviamente desbaratar a las células subversivas y mantener bajo controla la población.

Los aportes de los demás autores consignados en la nota al pie número 12 colaboraron en el desarrollodoctrinario. A los efectos de este trabajo no es necesario examinarlos a todos. Basta con señalar que propalan enla misma longitud de onda de los que sí se han revisado. No obstante, también es conveniente detenerse sobreel artículo de Jean Nouguès que cierra la serie y contiene una especie de diagnóstico sobre la situación que sehabía alcanzado. Su objetivo central era el de examinar en qué grado y cómo el peligro revolucionario podíamanifestarse en la Argentina. Conviene señalar que este texto fue publicado en el número de la RESG correspon-diente al primer trimestre de 1962. Presumiblemente, su autor, al momento de redactarlo, estaba ya al tanto dela intentona de Bahía de Cochinos y de la opción de Fidel Castro por el marxismo-leninismo, producidas ambasen 1961. De manera que, para ese entonces, el comunismo en el continente había dejado de pertenecer al mundode lo meramente posible para convertirse en una realidad concreta.

Nouguès expone una serie de razones que no favorecerían el desarrollo de la subversión en nuestropaís: su homogeneidad cultural y étnica, su nivel de educación y la importancia de su clase media, entre otras.Podría eventualmente suceder, señalaba, que la presencia de ciudadanos de naciones vecinas radicados en la

12 La lista completa de los artículos sobre la guerra revolucionaria o subversiva, aparecidos en la RESG entre 1958 y 1962, es la siguiente:Patrice de Naurois, “Algunos aspectos de la estrategia y la táctica aplicados por el Viet-Minh durante la campaña de Indochina”, N°328, enero-marzo de 1958; Carlos J. Rosas, “Estrategia y táctica”, ibid.; “Una estrategia general atómica”, N° 329, abril-junio de 1958;P. de Naurois, “Una teoría para la guerra subversiva”, ibid.; “Guerra subversiva y guerra revolucionaria”, N° 331, octubre-diciembrede 1958; Manrique Mom, “Guerra revolucionaria”, ibid.; François Badie, “La guerra psicológica”, ibid.; Manrique Mom, “Guerra revo-lucionaria” (2ª parte), N° 334, julio-septiembre de 1959; F. Badie, “La guerra revolucionaria en China”, ibid.; A. López Aufranc,“Guerra revolucionaria en Argelia”, N° 335, octubre-diciembe de 1959; Jean Nouguès, “Características generales de las operacionesen Argelia”, N° 337, abril-junio de 1960; H. Grand D‘Esnon, “Guerra subversiva”, N° 338, julio-septiembre de 1960; T. Sánchez deBustamante, “La guerra revolucionaria”, N° 339, octubre-diciembre de 1960; Robert Bentresque, “Los acontecimientos de Laos”,ibid.; R. Sánchez de Bustamante, “La situación mundial”, N° 334, enero-marzo de 1962; J. Nouguès, “Radioscopia subversiva de laArgentina”, ibid.

13 Patrice de Naurois, “Una teoría para la guerra subversiva”, op. cit., pp. 226-227.14 En el texto exsite cierta sinonimia entre las expresiones “revolucionario” y “subversivo”, que fue poco después corregida por el propio

De Naurois. La primera quedará reservada para aquellas formas insurgentes de la guerra, como la Resistencia Francesa, no ligadas ala “conquista del poder total”. Mientras que la segunda debería aplicarse a quienes combaten por instaurar “formas totalitarias depoder” (véase “Guerra subversiva y guerra revolucionaria”, op. cit., p. 689).

15 Ibid., p. 235. Resulta obvio que la centralidad de la información y la cuadriculación del país, que fueron parte de la tecnología delterrorismo de Estado que aplicó la dictadura del Proceso (1976-1983), respondían a este origen.

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Andando el tiempo –es decir, superada la etapa de influencia francesa– estas características se perfi-laron mejor o se acrecentaron. Por ejemplo, con la plena instalación de la lógica de la Guerra Fría, quedó clarapara la región –y por tanto, también para la Argentina– una división del trabajo. A Estados Unidos le correspondíaproveer seguridad en términos de enfrentar amenazas internacionales y disuadir eventuales intervenciones abiertasprovenientes del Mundo Comunista. A cada uno de los países de la región le competía velar por la seguridad interiory controlar la subversión.

Otros fenómenos fueron también concomitantes con los anteriores o derivados de ellos. El más notoriode éstos fue, quizá, el de la autonomización castrense respecto del control civil. Las instituciones militares ganaronautonomía respecto de su subordinación a los poderes cívicos, al amparo de la significación creciente que EstadosUnidos le asignó al resguardo de la seguridad interna de los países del continente, en consonancia con la impor-tancia que le daban a su propia seguridad. Como consecuencia de ello florecieron una diplomacia militar paralelaa la desarrollada desde las cancillerías, y vínculos directos entre los institutos castrenses y el Pentágono o, un poco másmodestamente, con el Comando Sur.

De aquí a la pesadilla de los golpes militares con pretensiones refundacionales (la Revolución Argentina,primero y luego el Proceso de Reorganización Nacional), que dieron lugar a la postrer instalación del terrorismo deEstado, no hubo más que pasos sucesivos.

La larga y negra noche del horror tuvo a la DSN como inspiradora; su genealogía es la que se acaba deexaminar. Probablemente sería preferible no olvidarlo.

GUATEMALA, 2 DE DICIEMBRE DE 2009

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Vivencias

“En lo altooo la miraaada, luchemos por la patria redimida”,* en abril de 1966, cuando me entregaronel papel con la letra de esta canción –que debía aprender y rápido–, me sonaba tan desconocida como me imaginolo será ahora para la inmensa mayoría de los lectores.

Habían pasado tres meses desde que ingresara al Colegio Militar de la Nación (CMN) y once añosdesde la Revolución Libertadora de la que ya no se hablaba (al menos en las casas y los colegios donde yo habíavivido mis dieciséis años de vida). Sólo mis compañeros que habían estado en el Liceo Militar la conocían pues loshabían obligado a cantarla desde los doce años.

Rápidamente, con un compañero del Curso Preparatorio –del que me había hecho muy amigo–, escri-bimos la canción de nuestra sección pensando en la revancha contra esa “gorilada liberal”. Se la llevamos al oficialinstructor a quien le sonó muy bien y empezamos a ensayarla: “Frente al sol con la mirada clara, irrumpirán los héroesdel ayer”. Sólo recuerdo estas primeras letras, pues cuando la cantamos por primera vez orgullosos por la avenidaprincipal del CMN, parece que pasó un liberal y advirtió que tenía la música de la canción falangista “Cara al sol”.Claro, mi amigo era Santiago Sánchez Sorondo, hijo del dirigente nacionalista que luego fuera candidato con Perónen 1973, don Marcelo Sánchez Sorondo. El resultado fueron diez días de arresto al pobre instructor y nunca másla pudimos cantar… lástima, nos sonaba mejor que la otra... Igual recibimos una calurosa felicitación del padre Ullet,que vestido de rigurosa sotana recorría las cuadras a la noche arengándonos en la sana doctrina nacionalista delpadre Castelani contra el progresismo del capellán oficial del Colegio que osaba ¡vestir de clerigman!

Poco tiempo después, las rencillas entre liberales y nacionalistas se aplacaron frente al logro común:el 28 de junio de ese año llegaba el final de los horribles partidos políticos en el poder y la llegada de nosotros,la reserva moral de la patria junto con Onganía y la tan esperada Revolución Argentina…

Claro que la paz entre las eternas fracciones de liberales gorilas y nacionalistas católicos fue sacudidasólo dos años después cuando apareció un actor inesperado: el nacionalismo revolucionario católico –herederodel Concilio Vaticano y la Populorum Progressio, contemporáneo del peruanismo inspirado en el régimen militarreformador del general Velazco Alvarado, de la Conferencia del CELAM en Medellín de 1968, etcétera–.

(*) N. del Coord.: Se conservó el registro oral de la exposición.

La sociabilización básica de los oficiales del Ejército

en el período 1955-1976

LUIS EDUARDO TIBILETTICEPADE

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y

MILITARES. EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO.

LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE

LAS FUERZAS ARMADAS 6

CAPÍTULO

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aspectos degradantes por el régimen de internado, sumado al sistema jerárquico y los ritos iniciáticos adosados,que aparecieran descriptos en La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa.9

Sí intentaré recordar algunas de las problemáticas que la sociología militar ha detectado con carácteruniversal y que cuando se potencian con determinados componentes ideológicos –que luego analizaremos–, pro-ducen serios problemas para la debida integración del militar en el contexto de la vida democrática de la sociedad.

Así, por ejemplo, el coronel español Prudencio García señala en 1973:

a nuestro juicio la solución del problema de la debida simbiosis Ejército-Sociedad debe abordarse des-cendiendo al alma mater de nuestro Ejército: las Academias militares. En ellas debe impartirse al futurooficial y jefe un tipo de preparación que desborde ampliamente la ciencia militar propiamente dicha,incluyendo una sólida preparación intelectual en disciplinas humanas y sociales […] para lograr uncontacto suficientemente estrecho con el complejo y conflictivo mundo sin el cual no puede sentirseplenamente integrado con la comunidad a la que pertenece, ni aspirar a defender valor permanentealguno con una mente alejada de las cambiantes realidades de su época.10

Y luego advertía:

nunca han de faltar argumentos de evasión tendientes a limitar lo profesional a esa clase de patrio-tismo que durante siglos se le pidió –y se debe seguir haciéndolo– y que exigía: valor físico, disciplinay cierta técnica. El patriotismo de hoy exige eso y bastante más, incomparablemente más.11

Lo que resulta interesante señalar es que García identificaba la vigencia de un extrañamiento de losmilitares con su sociedad a fines de los sesenta (de allí provienen sus trabajos de campo), a pesar de que un grannúmero de oficiales cursaba en la universidad y un 80% ejercía el pluriempleo, y es por este motivo que proponeanalizar las academias, pues ambos aspectos no han sido suficientes.

En ese mismo momento, por estas tierras, esos fenómenos eran simplemente desconocidos y si aalguien se le ocurría pedir permiso para ir a la universidad ya era considerado un traidor y condenado a rendirexamen de conocimiento de la totalidad de los reglamentos militares.12

Si bien debe reconocerse la calidad de los profesores civiles –que eran los mismos que formaban a losjóvenes en el Colegio Nacional Buenos Aires–, y en esto Argentina hacía punta en la región –como en el conjuntode su sistema educativo–, lo cierto es que el reloj de la educación militar ya atrasaba varios años en relación conla experiencia europea.

Ya vimos la diferencia con el tiempo de internado y para dar otro ejemplo: los cadetes no teníamosaccesos a los diarios, ni podíamos escuchar radio, para no distraernos con la realidad.

Por su parte, Felipe Agüero nos dice:

otro componente fundamental de la educación militar se refiere a la socialización, más o menos for-malizada, en códigos y valores que diferencian la institución militar de otros grupos y organizacionesde la sociedad. Esto es necesario por su cometido específico: es una organización en la que se llamaa dar la vida por la patria. Pero estos elementos son relevantes para la relación educación militar-democracia por lo que se debe estar siempre incluyendo la reflexión sobre esto para evitar la extremadiferenciación y la sensación de superioridad sobre el resto.13

9 Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, Buenos Aires, Sudamericana, 1969.10 Prudencio García, op. cit. (este destacado y los que figuran en el resto de la citas me pertenecen). 11 Ibid.12 Incluso como me recordaba hace poco otro camarada de los “33 orientales” en aquellos tiempos se veía horrible que algún oficial que

egresara entre los primeros de su promoción decidiese ir a estudiar a la Escuela Superior Técnica para formarse como ingeniero militar.13 Felipe Agüero, op. cit., pp. 22-23.

Encarnado en el CMN por los oficiales instructores tenientes Licastro y Fernandez Valoni, junto a otros,prendió como una mecha entre los jóvenes cadetes y fue el inicio de la aproximación de muchos de nosotros alcampo nacional y popular, y permitió que pasáramos a acompañar al resto de la juventud argentina reclamandoel regreso del líder del pueblo: el general Juan Domingo Perón.

Quise colocar estas anécdotas al principio del trabajo para dar una idea del clima de cultura oficialversus contracultura “insurgente” que vivíamos en aquel período y que –de un modo u otro– considero se extendióhasta el golpe de 1976.

La sociología militar y el proceso de formación básica

La formación básica de los militares es uno de los temas que interesó desde el inicio a la disciplina dela sociología militar1 y a la que recurrentemente se vuelve para poder explicar tanto el comportamiento profe-sional –donde se analiza cómo muchos fracasos militares provienen de errores en la educación militar básica–,como también el comportamiento político de determinada cohorte existencial de los militares.2

Muy especialmente hace ya un cuarto de siglo en España, aparecen los primeros trabajos científicossobre la formación respecto de los valores en la sociabilización3 básica, cuestiones que venían estudiándose desdelargo tiempo en la literatura de sociología militar en el mundo anglosajón.4

Todos estos estudios iniciales y los muchos que se desarrollaron posteriormente, con sus obvias dife-rencias culturales según la sociedad de que se trate, tienen en común la identificación de las prácticas habitualescon que todas las academias militares del mundo buscar moldear a sus oficiales desde muy temprana edad.

A su vez todos coinciden en que en muchos casos (salvo en algunos países de Europa occidental en losúltimos años)5 las academias militares adoptan la característica de “instituciones totales”.6 Ello implica, según Goffman,que un elevado número de personas son concentradas en un recinto cerrado y apartadas del resto de la sociedad.A través de éste y otros mecanismos sofisticados se logra romper parte del pasado del sujeto y el surgimiento deun espíritu de cuerpo.

Esto ha sido reconocido por casi toda la literatura como una condición necesaria para el adecuadofuncionamiento de la institución militar, aunque, como señalan Agüero7 y García8, se trata de una cuestión de gradospara evitar los efectos negativos, especialmente la creación de una alteridad con respecto al resto de la sociedad yuna sensación de superioridad moral.

No haré, por lo tanto, especial hincapié en este aspecto, que provenía desde antes del período ana-lizado y que se ha mantenido con algunas correcciones en los últimos tiempos, particularmente para evitar los

1 Julio Busquets, El militar de carrera en España, Barcelona, Ariel, 1967; John Van Doorn, The Soldier and Social Change, Beverly Hills,California, Sage, 1975; Bengt Abrahamson, Military Professionalization and Political Power, Beverly Hills, California, Sage, 1972.

2 Véase, en relación con el Uruguay, Carina Perelli, Convencer o someter: el discurso militar, Montevideo, EBO, 1986; y, para el caso delParaguay, Horacio Galeano Perrone y otros, Los Generales del siglo XX y cómo piensan los del siglo XXI, Asunción del Paraguay,Intercontinental, 1998.

3 Aclaro a esta altura que utilizo el término sociabilización y no socialización siguiendo a Julio Busquets, que sostiene que esta últimaexpresión refiere al “proceso de apropiación por el Estado de los medios privados de producción” (op. cit., p. 271).

4 Charles Moskos, Public Opinion and the Military Establishment, Beverly Hills, California, Sage, 1971; Gary Wamsley, “ContrastingInstitutions of Air Force Socialization: Happenstance or Bellwether?”, en American Journal of Sociology, Nº 78, pp. 399-417.

5 En relación con esto no puedo dejar de relatar mi asombro cuando en enero de 1970 llegué al Colegio Militar de Francia y al Jefe deCompañía que me recibió, le pregunté:–¿Por qué tienen tantos profesores? –¿Por qué lo decís?– Por la cantidad de autos–Los autos son de los cadetes –me dijo–, ahora estamos en los seis meses de trabajo académico y educación física, así que todas lastardecitas toman su auto y vuelven a sus casas o pensiones, después nos vamos tres meses al terreno y allí los formamos en las capa-cidades militares.A esa altura yo ya había acumulado cuatro años de internado de domingo a sábado y aún me faltaba uno más y confieso habermesentido un extraño espécimen proveniente sin duda del cuarto mundo.

6 Irving Goffman, Internados. Ensayos sobre la situación de los enfermos mentales, Buenos Aires, Amorrortu, 1961, pp. 17-19; JoséMiguel Florez, “La educación militar en el Perú en el proceso educativo: los valores militares y la democracia”, en Felipe Agüero, L.Hurtado y J. M. Florez, Educación militar en democracias, serie Democracia y FFAA, Nº 3, Lima Idele, 2005, pp. 124-125.

7 Felipe Agüero, “Educación militar y profesionalización”, en F. Agüero, L. Huratdo y J. M: Florez, op. cit., pp. 17-19. 8 Prudencio García, Ejército: presente y futuro, Madrid, Alianza, 1973, pp. 225-238.

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Para ello voy a utilizar los documentos conocidos como BEIE (Boletines de Educación e Instrucción delEjército) que comenzaron a editarse a principios de los años sesenta. Así, ya en 1964 aparece en el BEIE número 9 lanecesidad de “preparar a los oficiales para soportar la tensión ideológica y psicológica a la que se verán enfrentadosen la lucha actual”. Pese a que en ese mismo BEIE se hace hincapié en que “educar no es adoctrinar”, en 1966 –elaño en que ingresé al CMN– se publica y distribuye el BEIE número 14 titulado “Conducción Interior Plan I”.

Para todos los que tuvimos que estudiarlo y enseñarlo en nuestra época de cadetes, en realidad esconocido por una expresión que de tanto repetirla, finalmente sonaba a broma y que es la proposición del NúcleoTemático número 1: “Vida humana: milicia multiforme”.

En la página 7 enuncia los objetivos generales del Boletín (de 451 páginas):

– Afirmar la formación moral de los principios que engendran la concepción cristiana de la vida y delhombre.–Despertar confianza y adhesión a nuestra forma de vida occidental y democrática donde el hombrepuede realizarse en libertad.

Cabría recordar que en el momento de su publicación, la democracia acababa de ser anulada por elgolpe militar contra Illia.

Llegamos luego al desarrollo de la proposición señalada sobre “La vida humana: milicia multiforme”donde se desarrolla el principio de Séneca de que “la vida es lucha”:

De hecho todo ser humano vive en perpetua lucha, ofensivo-defensiva; la vida del hombre es milicia,lucha, combate, guerra, pugna; en estar preparado para ello consiste la profesión vocacional militar.

Pero ¿contra quién es la lucha?, en la página 27 leemos:

el ser humano es enfermo (in-firmus) y por eso se subleva contra el Bien que es Dios y así aparece elmal. La extensión del mal es consecuencia directa del abandono de la fe y su suplantación por idearios,doctrinas teorías que no han cultivado la Verdad, Justicia, Amor y Libertad. Esta situación llega hastanuestros días con las últimas manifestaciones de la Guerra Ideológica que padece el mundo.

(Como se podrá advertir, George W. Bush no era un innovador en la materia). Luego el ¿contra quién?de la lucha perpetua se torna más específico aun:

Si bien existen distintas escuelas, doctrinas o sistemas menoscabadores de la dignidad del hombre,excede a todos ellos por su saña e inhumanidad el Comunismo marxista, […] en su propósito confesadode adueñarse del mundo.

El instrumento para esta lucha contra el comunismo aparece en la página 44, a partir de la idea de“El Ejército de la Libertad”, donde nos instaba a

Ser integrantes del ejército de la libertad a fin de asegurarla para nosotros, para nuestros hijos y paratodos los hombres de América y de la tierra compenetrados con nuestra concepción cristiana delmundo y del hombre y nuestra forma de vida democrática y occidental.

Por si alguna duda queda a esta altura de que este BEIE era un verdadero Manual de Adoctrinamiento(pero con 451 páginas en lugar de las dos que tenía el de Perón) –mezcla criolla de integrismo católico conmanual mal traducido del inglés–, leamos estos otros textos:

19 Sí me parece importante transcribir las proféticas palabras que el coronel Orsolini publicara en La crisis del Ejército: “La ideología comocausa conduce a la guerra santa […] desarrolla en todas las jerarquías del ejército la tendencia a compartir las ideas de los políticosmás extremistas, a imitar los procedimientos terroristas del adversario […] y a considerar como enemigo a todo aquel que levanta lavoz contra esa demencia colectiva” (op. cit., pp 52-53).

Y, analizando específicamente al campo latinoamericano, continúa:

la literatura destaca la apropiación por parte de las Fuerzas Armadas de la noción de interés nacionaly la auto-identificación de éstas como los principales garantes del interés y los valores nacionales.14

Ahora bien, esto no era algo acostumbrado en el período anterior a 1955. En el Reglamento de 1947que aplica un decreto ley de 1944, figura la siguiente definición del Ejército: “es la parte de las fuerzas armadasdestinada, fundamentalmente a la realización de operaciones de guerra terrestre”.

Consideremos la diferencia respecto de la definición que figura en el Reglamento de Servicio InternoRV 200-10 de 1968, que deriva de la ley 16.970 de Seguridad Nacional de 1966: “su existencia es indispensable ysu acción será decisiva en la vida del país […] su misión es salvaguardar los más altos intereses de la Nación, garantizarel mantenimiento de la paz interior […] constituye una de las reservas morales de la patria” (sin aclarar cuáles sonlas otras pero puede suponerse que la Armada y la Fuerza Aérea, por ello es sólo una de ellas, aunque en los docu-mentos internos con los que estudiábamos en el CMN decía “la reserva moral”). Este reglamento será modificadoen 1991, volviendo a una redacción de la misión acorde a la de 1947, pero manteniendo todos los demás aspectosde la definición macro.

La especificidad de la formación ideológica durante el período

Considero que este aspecto debe ser leído desde la relación entre dos procesos distintos: uno específi-camente argentino en clave de la evolución antiperonismo-peronismo y el otro –similar en toda América Latina–,de la paulatina imposición de la Doctrina de la Seguridad Nacional y en nuestro caso, además, de la influencia de ladoctrina de contrainsurgencia francesa.

El estudio de estos procesos generales dispone de varios trabajos,15 de manera que sólo procuraréidentificar su impacto en el momento de la sociabilización básica en valores.

Aquí el primer proceso tuvo –más allá de la anécdota sobre la marcha de la Revolución Libertadora–una influencia decreciente aunque sobre la base de un supuesto original: a mediados de los años sesenta, simple-mente a nadie se le ocurría que un militar podía ser peronista después de la furiosa desperonización que López des-cribe con amplitud.16

Aquí vale la pena señalar que hasta 1954 todos los reglamentos de los años peronistas eran tan absolu-tamente profesionales y apolíticos como los escritos hasta esa fecha. Recién en ese año y al calor del enfrentamientoya abierto entre Perón y parte de las Fuerzas Armadas, aparece el reglamento RRM20 titulado “Adoctrinamiento,Educación e Instrucción” que contenía dos páginas dedicadas a explicar la Constitución de 1949 y los objetivos deuna patria, justa, libre y soberana.

Como ya expliqué, la desperonización va a comenzar a cambiar aceleradamente a partir de 1968-1969,hasta llegar a la situación del 17 de noviembre de 1972 cuando ya los militares que apoyaban el regreso de Perón erantantos, que hasta le rendían honores en la ruta de Ezeiza a Buenos Aires y los Comandantes en Jefe no se animarona enfrentarlos y detener al viejo líder, por temor a la fractura.

El segundo proceso, el de la intromisión de la DSN en su versión extrema17 siguió por el contrario uncamino ascendente hasta culminar en el paroxismo con el Proceso de Reorganización Nacional.

Para entender la lógica de ese crecimiento deben entenderse las características específicas de la versiónargentina, entre ellas la enorme influencia de los sectores católicos de ultraderecha en su formulación, que le dieronel tono de guerra religiosa. Otra vez, este fenómeno ya ha sido descripto en abundancia por autores civiles y militares,18

por lo que me limitaré a analizar el impacto en el CMN.19

14 Ibid.15 Ernesto López, El primer Perón, colección Los otros militares, Buenos Aires, Capin, 2009; Prudencio García, El drama de la Autonomía

militar, Madrid, Alianza, 1995. 16 Es notable la coincidencia con la descripción que hace Juan Rial (Las FFAA: soldados políticos o garantes de la democracia, Montevideo,

CIESU-CLADE-Ediciones de la Banda Oriental, 1986) acerca de la situación en el Uruguay, donde cabía imaginar “blancos” o sea adhe-rentes al Partido Nacional pues el Ejército era históricamente colorado y dentro de él antibatllista.

17 Alain Rouquié, Extremo occidente: una introducción a América Latina, Buenos Aires, Emecé, 1994; Horacio Verbitsky, La última batallade la Tercera Guerra Mundial, Buenos Aires, Legasa, 2009.

18 Véanse, entre otros, Horacio Verbitsky, op. cit., y Mario Orsolini, La crisis del Ejército, Buenos Aires, Arayú, 1964.

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6) Progresiva desviación de las Fuerzas Armadas hacia funciones de carácter policial.7) Grave relajación de los conceptos éticos militares, asumiendo la tortura como método habitual ysistemático en el campo de la información.8) Frecuente respaldo de las Fuerzas Armadas a modelos económicos de fuerte base oligárquica ygran desigualdad social.21

Queda para las actuales autoridades civiles y militares del sistema de defensa corregir todas aquellosaspectos del proceso de sociabilización básica de los militares que signifiquen rémoras de aquellos errores, tanto enel aspecto de alteridad y/o superioridad en relación con el resto de la sociedad como de la contaminación ideo-lógica del período de la Doctrina de Seguridad Nacional y la guerra contrarrevolucionaria.

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21 Prudencio García, El drama de la Autonomía militar, op. cit., pp. 236-237.

El cristianismo: código de doctrina-vida para Occidente. El cristianismo no es sólo una fe, una Iglesia,un culto particular. Dio un código de doctrina-vida a Occidente que, superando los errores del paganismosobre el que se elevó (el judaísmo, bien gracias), ha regenerado al mundo. Todas las Instituciones yprácticas sociales de nuestra civilización están impregnadas de esa doctrina-vida, Doctrina que debenacatar aun aquellos carentes de fe y de culto que han nacido o conviven en nuestra sociedad.

Consideremos la vigencia de la visión internacional impuesta a partir del golpe del 1955 en la siguientefrase (p. 224):

No puede dejar de recordarse que el mundo está dividido hoy en dos orbes enfrentados: el Comunistay el Occidental; incluso hay un tercer mundo que al desertar de nuestro campo favorece al socialista.

En reemplazo entonces de la “tercera posición” tenemos esta nueva interpretación del mundo (lonotable es que sólo cuatro años después la Argentina comenzaría en Lusaka su aproximación al Movimiento dePaíses no Alineados, participando como observadores en la 8ª Conferencia bajo el gobierno militar del generalLevingston).

Este abandono de la “tercera posición” será acompañado –como podremos ver en otros núcleos temá-ticos del BEIE–, por la introducción del concepto de “guerra revolucionaria”. Para este concepto se apela a un tra-bajo de 1959 del general español Díaz de Villegas que dice entre otras cosas “en esta guerra el objetivo es, ademásde la destrucción del aparato, la recuperación de la población, de sus almas y de su ideología”.

Finalmente, leamos el “Código Moral para el Combatiente en la Guerra Revolucionaria”: el mismo es undecálogo (probablemente traducido de algún documento estadounidense redactado luego de la Guerra de Coreay luego “argentinizado” con comentarios) del cual transcribo sólo algunos puntos:

1) Soy un combatiente americano. Soy valor humano de América toda que lucha por su supervivencia.Mi acción ofensiva-defensiva salvaguardia mi país, todo el Continente igualmente amenazado y al estilode vida sostenido en la doctrina-vida del Cristianismo […].2) Nunca recibiré favores del enemigo: ante la tentación diabólica responderé con actos y palabras;si se rinden los cobardes, el brazo de mi madre me señaló la ruta iluminada. [Sí, es una estrofa de la“Canción de la Libertadora”].

Otro elemento significativo en el proceso de ideologización creciente del “combatiente americano”,fueron las definiciones de seguridad y defensa: seguridad como situación y defensa como todas las acciones quese llevan a cabo para alcanzar la seguridad.20

No he querido incursionar, obviamente, en la diferenciación de contenidos pre y post 1955 en otro tipode material, como por ejemplo la Revista del Soldado cuyos contenidos de los años anteriores a 1955 instarían a inter-calar los números actuales, o la Revista de la Escuela Superior de Guerra, porque no formaban parte del materialen uso en el ámbito de la sociabilización básica, es decir el CMN.

Quiero terminar volviendo a citar al coronel Prudencio García pues no puedo sino compartir las con-clusiones que figuran en su libro:

Características generalizadas del militarismo latinoamericano entre las décadas de los cincuenta y losochenta:1) Intensivo adoctrinamiento anticomunista, conducente a un ultraderechismo radicalizado.2) Aguda intensificación de esta tendencia formativa durante el período de la “guerra fría”.3) Creciente desviación de la idea de “Defensa” hacia el concepto de “enemigo interior”.4) Implementación de la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional”.5) Auto-atribución excluyente por las Fuerzas Armadas de los conceptos de patria y patriotismo, y de larepresentación exclusiva de la nación.

20 Osiris Villegas, Políticas y estrategias para el desarrollo de la seguridad nacional, Buenos Aires, Pleamar, 1969.

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Habrá que empezar señalando de un modo claro, contundente, una cuestión que no se tiene bienanalizada, que se la oscurece con deliberada frecuencia. En suma, que se quiere ocultar, no reconocer. Desde 1955hasta 1973 –cuando Cámpora asume democráticamente el gobierno de la República con una mayoría de votosque llega casi al 50%, desde la firma del decreto 4.161 en que Aramburu prohíbe nombrar a Perón, nombrar aEvita, al Partido Justicialista y lo excluye de la política, de la participación dentro de la democracia– la RepúblicaArgentina atraviesa una etapa de profunda ilegalidad constitucional. De modo que habría que modificar algunasexpresiones que nos hemos acostumbrado a utilizar. Por ejemplo, Andrew Graham Yoll dice en uno de sus librosque el movimiento sedicioso que encarnaba Juan Carlos Onganía derroca al gobierno constitucional de Arturo Illia.No es así. El gobierno de Arturo Illia no era constitucional y lo increíble es que suene raro. Que nos hayamos acos-tumbrado a que sí, a que lo era y a que el doctor Illia era un demócrata ejemplar. Cuando en la película LaRepública Perdida, que se proyecta durante la campaña electoral del radicalismo, durante el año 1983, se lo pre-senta como un baluarte, un ejemplo de la democracia, que recibe en su despacho al general Julio Alsogaray y ledice de un modo casi heroico “Usted es un bandolero que se alza contra las autoridades constituidas, etc.”, lagente aplaudía en el cine. Yo creo que Julio Alsogaray debe haber pensado: “Este hombre se la creyó, se creyóque él es la autoridad constituida, pero en realidad nosotros lo pusimos ahí”. Es absurdo lo que dice Illia. A Illia lohabían puesto las Fuerzas Armadas como una máscara democrática más para disfrazar al país de país democrático.Cuando en realidad no lo era en absoluto, porque las mayorías no podían votar y el líder de esas mayorías nopodía regresar al país y la mujer que esas mayorías habían venerado estaba escamoteada, su cuerpo estaba desapa-recido, porque, como bien habían calculado los militares aramburistas, donde estuviera enterrado el cadáver deEva Perón iba a haber un foco de concentración rebelde. ¿Por qué? Porque el pueblo humilde –al que Evita habíafavorecido cálidamente– la seguía amando y no quería que se vejara su cuerpo.

¿Por qué son todos gobiernos ilegales? El gobierno de la llamada Revolución Libertadora era profunda-mente ilegal porque surge de un golpe contra un gobierno constitucional, contra el gobierno de Juan DomingoPerón. Este gobierno de Aramburu se propone desperonizar al país y concede elecciones en las que apuesta porBalbín pero gana Frondizi. De todos modos, ya esas elecciones establecen un método que algunos jóvenes de hoy,lo juro, casi no pueden entender. Cuando uno le dice a un joven de hoy, “Mirá, en este país pasó esto, un señorque se llamaba Andrés Framini ganó democráticamente en la provincia de Buenos Aires y cuando fue a ocuparsu puesto las Fuerzas Armadas lo echaron a patadas y al presidente que había otorgado esa elección lo derrocaron,lo mandaron a Martín García y pusieron a un señor mínimo, José María Guido, para cubrir la fachada democrática”,

Ilegitimidad democrática y violencia

JOSÉ PABLO FEINMANNFILÓSOFO / PERIODISTA / ESCRITOR

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LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE

LAS FUERZAS ARMADAS 6

CAPÍTULO

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Pero ¿qué pasaba con la insurgencia? Creo que ésta es la parte más discutible, la que más me va a costar,la que más crítica puede recibir, pero hay que introducirla.

En su Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm –porque uno siempre se apoya en esta gente– califica a losmovimientos guerrilleros latinoamericanos de la década del sesenta a partir de que han obtenido un fracaso espec-tacular, lo pone en mayúsculas, y muy simplemente explica los motivos.

Primer motivo: exageración del poder contra el cual luchó la Revolución Cubana. La Revolución Cubanano fue el suceso de doce guerreros que luego fueron sumando fuerzas y derrocaron a un régimen poderoso. Elrégimen no era poderoso. El Ejército de Batista estaba corrupto, desalentado, Batista llevaba ya mucho tiempoen el poder, Estados Unidos no lo respaldaba y veía con simpatía a estos barbudos rebeldes que venían a quitar-les de encima a un régimen realmente incómodo como era el de Batista, porque era sanguinario, impresentable.Además, Castro maneja al campesinado, es decir, no se trata de una guerrilla foquista. Castro responde al campe-sinado, a los sectores sindicales, y se enfrenta a un ejército muy debilitado.

Segunda, tremenda, incomprensión: Ernesto “Che” Guevara publica un panfleto, un texto muy importanteque se llama “Cuba: Vanguardia en la lucha revolucionaria o excepcionalidad histórica”. Guevara se echa furibun-damente contra aquellos a quienes llama excepcionalistas, entre los cuales me tendría que ubicar yo. Porque estatesis que estoy dando es la del excepcionalismo de la Revolución Cubana. La revolución en Cuba fue excepcional porqueEstados Unidos no la veía como una revolución marxista, porque el gobierno de Batista se caía y el Ejército no era unafuerza poderosa. Eso se lo dijo Valle al “Che” Guevara en 1961. Valle le dijo: “Cuidado con la Argentina, la Argentinano es la Cuba de Batista, la Argentina tiene fuerzas poderosas de represión”. Y Ernesto Guevara le contestó: “Sontodos mercenarios”. Esto no fue una respuesta correcta, porque un mercenario es muy peligroso, un mercenario esun guerrero muy bien entrenado y es mentira que no tenga los ideales de un joven idealista revolucionario, porquetiene una ideología que se le ha metido al mercenario: “Usted está luchando por la libertad de este continente,usted está luchando contra el poder comunista que intenta devorar al mundo, usted está luchando por la religiónde sus padres”, miles de causas se le pueden inocular a un mercenario. Y en última instancia un mercenario es unsádico y su tarea es la guerra, y es un muy eficaz guerrero. Entonces cuando el “Che” dice “son todos mercenarios”comete un error. Los mercenarios son muy poderosos.

Entonces ¿qué tenemos acá? Tenemos una revolución que es aceptada en una situación excepcional porEstados Unidos; un personaje carismático que fue Ernesto Guevara, que crea una teoría ajena al marxismo. La creajunto con Régis Debray, y Hobsbawm abre paréntesis y pone “el francesito de turno” (como buen inglés, Hobsbawmhace un chiste: no podía faltar ahí un francés).

El francesito escribe Revolución en la Revolución, donde desarrolla la teoría del foco. La teoría delfoco no tiene nada que ver con el marxismo. Marx y Engels están en contra del terrorismo. Si uno lee (y yo las heleído) sobre todo las obras de Marx advierte que siempre une la lucha revolucionaria con las masas. No hay lucharevolucionaria si las masas, el pueblo, no acompañan. Debray y Guevara crean la teoría del foco, que consiste en esto:el movimiento guerrillero debe centrar un foco revolucionario de 8, 10, 15 personas que comienzan a actuar, yese foco tiene un poder gradualizador que va atrayendo cada vez más a las masas, logrando cada vez más poderíohasta que se realiza el asalto final. Es decir, no se parte de las masas, sino que se parte de la elite. En suma, es unateoría de vanguardia. ¿Cuál es el problema de la vanguardia? Que la vanguardia actúa desde afuera, la vanguardiacree conocer las leyes de la Historia. Lenin decía “La vanguardia conoce las leyes de la Historia”, y Rosa de Luxemburgole decía que nadie puede conocer las leyes de la Historia. Pero el Partido Comunista en la URSS se legitima porqueconoce las leyes de la Historia y las puede bajar a las masas. La vanguardia siempre va a decir “Nosotros sabemosmás que las masas, porque conocemos las leyes de la Historia”. Ocurre algo muy simple, la historia no tiene leyes,nadie sabe adónde va la historia. Esto lo hemos advertido desde hace tiempo, pero hay muchos que insistieron en quela historia tenía leyes, y en que el mundo marchaba al socialismo. Como dice Walter Benjamin, en Tesis de la Filosofíade la Historia, nada causó más daño a la clase obrera alemana que creer que nadaba a favor de la corriente. Nuncase nada a favor de la corriente, porque no hay una corriente. La corriente hay que crearla, entonces hay que crearla conel pueblo y hay que trabajar con el pueblo. Esto es lo que surge desde una lectura atenta de los textos de Karl Marx.

Entonces tenemos una situación histórica que constituye una trampa formidable. La Revolución Cubana queaprovecha una situación excepcional, teoría del foco que se da en gran medida, como dice Hobsbawm, por el caráctererrático de Ernesto Guevara, el Congo, Praga, Bolivia… Y surgen así los movimientos de la guerrilla latinoamericana,uno de cuyos mayores problemas es no preguntarse jamás ¿cuál es la fuerza del enemigo, contra quién peleamos?Ignoraban por completo todo esto de la doctrina francesa. Sabían algo de la Escuela de las Américas, pero ignorabanque el Ejército, como decía un compañero mío en los setenta, todavía no se había puesto en serio con la guerrilla.

el joven de hoy (los jóvenes ignoran nuestra historia, la desconocen) cree que le están haciendo una broma, con-tando un cuento absurdo, demencial.

La Argentina no se puede constituir legalmente porque insiste en la marginación de la fuerza mayo-ritaria del país y del líder de esa fuerza. Todo eso potencia a ese líder, porque lo transforma en un objeto maldito.El pueblo está esperando que regrese en un avión negro. No hay nada más maldito que lo negro, lo negro es lo pro-hibido, aquello que se niega. Es como una actitud neurótica, cada uno de nosotros vive negando cosas en sí mismohasta que estallan como síntoma. Bueno, el peronismo estalla como síntoma, lo tapan acá, lo tapan allá, lo sofocan,lo silencian, lo persiguen, etc. El primer síntoma grave de ese sistema enfermo que había establecido el Estado gorilaes el secuestro y la muerte de Aramburu.

Pensándolo desde la amplia perspectiva histórica que tenemos ahora, deberíamos decir que ese juego mane-jado por las Fuerzas Armadas entre gobiernos militares, gobiernos civiles manejados por militares, gobiernos civiles queterminan por hacer lo que no quieren los militares y son derrocados (por los militares) y se ponen ellos, y ponen a otrogobierno civil que tampoco hace lo que quieren y lo sacan y se vuelven a poner ellos es un ciclo de lamentable sustanciademocrática. De 1955 a 1973 no hubo democracia en la Argentina. Hubo ilegalidad, sofocamiento, hubo falta de libertad.

Lo que yo y muchos le podemos reprochar a esa buena persona que fue Arturo Illia es que él, en lugar deirse legalizando a lo largo de su breve gobierno, debió no aceptar una democracia excluyente. Debió decir: “Señores,yo no quiero lavarle la cara a nadie. Si ustedes quieren elecciones, que las elecciones sean para todos. Si ahí yo gano,mi gobierno será democrático. De lo contrario, sólo es la careta de una situación de ilegalidad institucional”.

Pero Illia acepta y –como parece ser una persona honesta– los militares sospechan que dará eleccioneslibres, para todos, sin proscripciones. Lo echan porque es un golpe preventivo. Lo echan porque es muy posibleque dé elecciones ampliadas con el peronismo. Entonces viene eso de la tortuga, de las palomas que le dibujanen la cabeza. Illia es un tipo lento, torpe, y el país necesita un macho. Argentina es un país de machos, y los mili-tares eran concebidos como los grandes machos del país. Y asume entonces Onganía. Pero Illia, de haber sido unauténtico demócrata, cuando le propusieron presentarse a elecciones debió haber dicho “No señores, yo no mepresento. Me presento si se presenta el peronismo; pero hacerles de careta democrática a ustedes, lo sientomucho. Soy un hombre democrático y no me presto a esto”. Ésa era la gran muestra de un espíritu auténticamentedemocrático, pero sin embargo acepta presentarse y servir de careta democrática para seguir frenando al peronismo.

Entre tanto, para introducir un tema del que no hemos hablado, hay que hablar de la contrainsurgencia.La contrainsurgencia, en efecto ya se ha dicho aquí, llega a la Argentina ya con Aramburu. No con Aramburu enel gobierno, sino con Aramburu como figura principal de las Fuerzas Armadas. La figura de Alcides López Aufrances poderosa, y llegan los instructores franceses. Para decirlo de un modo brutal, que sacuda, lo que habían des-cubierto los franceses en Indochina y en Vietnam –lugares en los que habían perdido, pero en el fondo ellos estabanseguros de que ésa era la táctica– es la tortura. La doctrina francesa se basa en la tortura. ¿Por qué? Porque paraderrotar a la contrainsurgencia hay que poseer una muy buena y precisa información. Y la información, según elgeneral Paul Aussaresses o Roger Trinquier u otros militares fundamentales en la doctrina francesa, se obtienecon la tortura. La tortura garantizaba la palabra del torturado, que ponía en conocimiento de los torturadoreslo que necesitaban saber. A esta tarea, de un modo irónico o trágico, se la llama “tarea de inteligencia”. Es decir,la tarea de inteligencia consiste en torturar. Hay una película norteamericana (admiro mucho a Estados Unidos ysu cine por la capacidad autocrítica que tiene) en la que un personaje que ve torturas en Iraq llega a EstadosUnidos, y le dice a una agente de la CIA “He visto torturas en Iraq y yo no lo pude tolerar”. “Momento”, le dicela agente, “Estados Unidos no tortura, obtiene información, eso que quede claro”.

Entonces, la contrainsurgencia ya se está preparando desde los tiempos de Aramburu, y efectivamente pro-viene de los instructores franceses. Aussaresses, por ejemplo. ¿Quién había sido Paul Aussaresses? Había sido un heroicoluchador contra el nazismo. Como vemos, la lucha antinazi queda sólo en el mapa. Luego venía la lucha contra el ver-dadero enemigo, el comunismo. Para los franceses, la lucha en Argelia no era una lucha colonialista, era la lucha contrala insurrección marxista como cualquier otra lucha que se tiene. Los ejércitos tenían que intervenir en la seguridad nacionalpara luchar contra el enemigo interno marxista. En el plano internacional, en la Guerra Fría, eran los dos bloques los quese ocupaban de mantenerse enfrentados pero no beligerantes. Las guerras se daban en el Tercer Mundo, en Vietnampor ejemplo. En Vietnam también se aplica la doctrina francesa con el Plan Fénix, que genera una cantidad demuertos, sesenta mil, ochenta mil…, pero que sigue la doctrina francesa no sólo de matar al culpable, sino de matar atodo el círculo que lo rodea. Los boinas verdes responden con enorme crueldad a cada uno de los suyos que caen.Por cada uno de los suyos que caen, ellos matan 500. Por lo que vemos que esta relación entre 5 y 1, que es tan trágica,se da de distintas maneras. Porque el 5 y 1 de acá terminó siendo el 50 por 1 de las fuerzas del golpe de 1976.

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cracia inclusiva, para todos, sin hambrientos ni marginados, con niños que no se desmayen en la escuela porquetienen hambre.

No estamos proponiendo el socialismo porque uno no está loco. El socialismo hoy no puede existir.El capitalismo triunfó. El capitalismo es un sistema que se basa en la desigualdad, desde ya, pero no necesaria-mente en la exclusión extrema del pobre. Adam Smith se horrorizaría si viera el mundo de hoy. Adam Smith era untremendo enemigo de los monopolios, de los oligopolios, porque decía que alteraban el mercado, se concentrabany el mercado se alteraba.

Nuestra lucha de hoy es como siempre por la vida, por la democracia y para que no surjan movimientosirracionales que arrojen a nueva gente joven al destino errático y frecuentemente desolador de las armas. Busquemosentre todos la forma de tener un país más justo, porque no queremos tener más muertos. En un diálogo que estoyescribiendo entre Roca y un anarquista, Roca le dice al anarquista: “Mire, la diferencia entre ustedes y nosotros esque nosotros tenemos héroes y estatuas, y ustedes mártires y a lo sumo tumbas donde poder llorarlos”.

Que esa terrible dicotomía ya no sea posible, que tengamos un país para todos, sin excluidos, sinhambrientos.

Preguntas

José Pablo Feinmann: El golpe se dio por muchos motivos. Económicos, por ejemplo. En una reunión,Emilio Fermín Mignone (narra en su libro Iglesia y dictadura) estaba con el padre del economista Walter Klein.Llega de pronto el general Alcides López Aufranc. Klein le dice: “Hay un problema grave con la Comisión Internade Acindar”. López Aufranc le dice que no se preocupe. Que él está ahora al frente de la empresa. Y que todosesos delegados ariscos “están ya bajo tierra”. Luego, este mismo general cavernícola, confesará en el documentalde Marie-Monique Robin Escuadrones de la muerte que “Con la sangre se aprende mucho”. Lo dice sonriendo paracolmo. Le decían “El Conde”. Era un tipo muy elegante, en efecto, pero el apelativo debió provenir de las oscurassemejanzas con el Conde Drácula, “el empalador”.

Es decir, yo creo que el golpe fue dado contra todo el progresismo de esta sociedad argentina y conel objetivo de proyectar el terror para poder aplicar el neoliberalismo. Finalmente lo implementó Menem, en uncontrato formidable que hizo con la oligarquía, y se desnacionalizó el país. Pero si no hubo resistencia, también fueporque el terror seguía, siguió mucho tiempo y no sé hasta qué punto no sigue presente, porque Menem cuandove a los maestros hacer huelga dice “ahí están los próximos desaparecidos” y después hubo muchos menos maestrosque asistieron a esa huelga.

El golpe de 1976 es un golpe que está armado con la doctrina francesa y con la Escuela de las Américas,y con un toque de una crueldad tan enorme que es típicamente perteneciente a los militares de ese momento,porque los franceses no empalaban. ¿Ustedes saben lo que es empalar? Drácula empalaba a sus enemigos. Cocinabangente viva. Hay una crueldad que proviene de una venganza, de una concepción de un castigo, y está además eltema impresionante del campo de concentración. No hubo campos de concentración en otras dictaduras latino-americanas. En la nuestra, según Pilar Calveiro, entre 1976 y 1983 funcionaron 340 campos de concentración.

Pregunta: Entre el 25 de mayo de 1973 y el 24 de marzo de 1976 hubo un gobierno democrático legí-timo, constitucional republicano, y sin embargo la violencia siguió, ¿qué la justificaba?

José Pablo Feinmann: Es muy compleja la cuestión, pero acá tenemos que analizar muchas cosas. Hayuna conducción de Montoneros, hay un momento donde esa enorme masa de jóvenes que formaban la JuventudPeronista pasa a ser hegemonizada por Montoneros. En lugar de la Juventud Peronista le empiezan a decirTendencia Revolucionaria de la Juventud Peronista. Hay a partir de ese momento en las bases juveniles una acep-tación de época de la violencia. Ocurre lo de Ezeiza, que es una masacre, y Perón enfrenta a la Juventud Peronistacon una metodología muy frontal que no sirvió para integrarla bajo ningún aspecto, menos aun por la conduccióncon la que se enfrentaba. En esto la conducción de Montoneros tiene mucha responsabilidad, Firmenich, VacaNarvaja, Perdía. Y el hecho definitivo de la violencia es el asesinato de Rucci. Perón gana con el 64% de los votosy dos días después asesinan a Rucci, y Montoneros asume ese asesinato, lo cual determina una furia en Perón quele hace dictar un Documento Reservado que comienza a reflotar todas las leyes represivas. Mientras está vivoPerón, las bandas gubernamentales no actúan excesivamente, pero ya se está formando la Triple A. ¿Por qué seforma la Triple A? Porque Perón no contaba con el Ejército. Para responder a la guerrilla, Perón tenía que acudir

La idea de la insurgencia argentina no estuvo mal en principio, y esto viene de Cooke, porque lainsurgencia argentina fue cookista. John William Cooke, un hombre muy inteligente que había leído completaLa Crítica de la Razón Dialéctica de Sartre –que para mí es el gran libro del siglo XX–, decía “tenemos aquí a lasmasas peronistas, si tenemos a las masas peronistas, hay que entrar en las masas peronistas y llevar a las masasperonistas a la revolución”. Tarea imposible. ¿Por qué? Porque las masas peronistas se habían formado bajo losdos gobiernos de Perón, y efectivamente ese gobierno de Perón fue muy generoso con esas masas, llevó su par-ticipación en el Producto Bruto Interno al 53%, subió la renta, la participación de la clase trabajadora en un 33%,y como todos sabemos brindó muchos derechos a los trabajadores. Esos trabajadores incorporaron la doctrinafundamental de Perón: “Del trabajo a casa, y de casa al trabajo”. No hay doctrina más reaccionaria que ésa, o menosrevolucionaria, porque si vamos del trabajo a casa y de casa al trabajo no sé en qué momento vamos a hacer lainsurgencia, porque o la hacemos desde el trabajo o la hacemos desde casa. Y cuando Perón mandaba al trabajo,mandaba a la producción nacional. Hoy la idea de Perón suena maravillosa porque ese país se destruyó. Perónera de un país productivo, un país que tenía industria, que producía. Y cuando un país produce tiene consumidores,porque la producción necesita consumidores. Ésta es la dialéctica entre la producción y el consumo que está enMarx: la producción necesita consumidores, los consumidores necesitan productores; es decir que entre la industriay los consumidores hay una dialéctica que se establece en la cual se alimentan mutuamente. Eso lo intentó desarrollarPerón, y eso fue aniquilado por los planes liberales posteriores. Pero ese pueblo peronista que la guerrilla, losMontoneros sobre todo, invocaban tanto no era un pueblo guerrero. Y lo demostró, porque apenas estalló la violenciahubo un reflujo de masas que muchos no entendieron, no acompañaron, y que muchos sí entendieron y dijeron“cuando las masas inician un reflujo hay que acompañarlas”.

En la película La Patagonia Rebelde, cuando los obreros se están equivocando, discuten dos anarquistaseuropeos, el alemán Schultz y el gallego Soto. El gallego Soto le dice “Los compañeros están equivocados, loscompañeros van a dialogar con los militares y los militares los van a matar. Yo no soy carne para tirar a los perros,así que me voy”. Y el alemán Schultz le dice “Yo no me voy, yo prefiero equivocarme con los compañeros a tenerrazón solo”. Bueno, ésta es una gran lección de lo que es un revolucionario. Un verdadero insurgente, honesto,entero, que quiere que sus trabajadores y compañeros mejoren sus condiciones de vida, va con ellos hasta el final.Y esto no lo entendió la guerrilla argentina. Tampoco lo entendió Perón, pero ésa es una historia tremendamentedesdichada que quizás no sea momento de tratar aquí.

Para sintetizar esto, voy a tomar otro caso tremendamente delicado pero que les pediría que lo pen-saran profundamente. Yo escribí una novela que se llama Timote, secuestro y muerte del General Aramburu, en lacual Aramburu y Fernando Abal Medina dialogan largamente. Por supuesto yo inventé los diálogos, porque nohay ningún documento veraz salvo algo que hizo publicar Firmenich en La Causa Peronista en el año 1974, y si lohizo publicar Firmenich su verosimilitud histórica es por lo menos devaluada, salvo que ustedes crean en la palabrade Firmenich, y yo no creo en la palabra de Firmenich.

Entonces estos dos personajes discuten durante horas y Aramburu le dice en un momento: “Ustedes estánpeleando por Perón y están peleando por un personaje aborrecible. Yo, pibe, te podría contar cosas aborreciblesde Perón” y Fernando Abal Medina le dice: “No se moleste mi General, yo me crié escuchando cosas aborrecibles dePerón. Ustedes me hicieron, yo soy el resultado perfecto del Estado gorila, ustedes me fabricaron, ahora jódase”.

Entonces, este primer acto de los Montoneros se monta sobre un vago deseo de las masas argentinas,de tenerle bronca a Aramburu porque había sido el gran gorila, porque fusiló a Valle, el tipo de los fusilamientosen León Suárez, el tipo que participó del bombardeo de 1955. En el primer operativo espectacular que hacen, losMontoneros se montan en eso y dicen actuar en nombre del pueblo. Aramburu le dice a Abal Medina: “¿Usted mepuede mostrar un acta donde el Pueblo le haya delegado ese poder?”, a lo que Abal le responde: “No me digatonterías, yo no puedo tener un acta. Yo no puedo andar por las fábricas pidiendo un acta para matarlo a usted,pero yo sé lo que siente el pueblo”. “Y ¿cómo lo sabe?”. “Yo lo sé, yo lo sé, pero usted también dese cuenta de quenosotros no tenemos modo de expresarnos. Este crimen que vamos a cometer lo cometemos bajo una dictaduraencabezada por un Franco tardío, en medio de un país donde las mayorías no pueden expresarse y son terrible-mente reprimidas. Este país necesariamente tenía que pelearnos”.

Entonces, termino lo que quiero decir, diciendo lo siguiente: un país democrático, verdaderamen-te democrático, donde no haya hambre, que sea justo, que redistribuya su ingreso, donde no haya resenti-miento, marginados, no va a generar nunca un movimiento insurreccional de relleno. Un país injusto, dictato-rial, donde la riqueza se distribuye fenomenalmente de manera desigual, va a terminar por generar, no sé quégenerará hoy, pero nada bueno. Vale decir que nuestra lucha es, ante todo, por la democracia, pero una demo-

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en la respuesta que dan estos militares, atacados por Lanusse. Lanusse le dice a Videla: “usted tiene que detenera la gente, no secuestrarla”, y Videla insiste en el sistema de desapariciones que injuria al Ejército. Y el mismoLanusse se lo dice: “¿Cómo vamos a educar a nuestros oficiales, si ven salir con capucha a sus compañeros todaslas noches?”.

Yo escribí un largo artículo, porque ustedes tienen su interna y yo la mía, y a mí los Montoneros nome quieren, para nada. Escribí un artículo a favor de Lanusse, porque Lanusse se presenta en el Juicio a las Juntasy declara por Elena Holmberg y por Edgardo Sajón, y declara algo extraordinario. Dice que en un lugar van a buscara Elena Holmberg él y Bignone. Y Bignone le dice: “General Lanusse, yo hace un año también pensaba comousted, ahora no”, entonces Lanusse le dice: “Entonces general Bignone, yo hace un año tenía de usted una opinióny ahora tengo otra”. Lanusse era un hombre que quería al Ejército, que quería al Ejército limpio de esas atroci-dades a las que lo sometió la Junta, y cuando va a buscar a Elena Holmberg con Suárez Mason llegan a un río quehay por ahí. Y Suárez Mason pregunta: “¿acá apareció el cadáver de Elena Holmberg?”. “Sí”, le dice el encargado,“encontré un dedo con un anillo”. “¿Y cómo no me entregó ese cadáver?”. Y el otro le contesta a Suárez Mason,delante de Lanusse: “¿Y cómo le voy a entregar ese cadáver si tiramos como 8 mil?”. Y esto lo dice Lanusse en el Juicioa las Juntas. Lanusse, un general de la Nación al que yo respeto mucho. No sé si eso le responde algo, no es fácil perotampoco imposible que nos acerquemos.

Pregunta: De esta historia trágica que todavía sangra, por un lado quiero decirle que los que más lasufrimos somos los que hoy vestimos el uniforme. Y en relación con eso, apuntando al filósofo Feinmann, ¿creeusted como filósofo que mucha gente siente que toda esa sangre derramada, todos esos muertos enterrados deuno y otro bando, tienen diferente precio, diferente valoración? Están tan muertos unos como otros, con balas deun lado y balas del otro, sin embargo muchos tenemos una sensación, si quiere, de que sufren muchas familiasde un lado y más que las otras. Y no se puede poner en la balanza la magnitud de la barbarie de un lado, que nose compara con la otra, lo cual ya lo entendimos. Lo entendemos y no lo justificamos, pero eso tampoco justificaensañarse con unos muertos que por una causa o por otra hoy siguen siendo defenestrados o desvalorados.

José Pablo Feinmann: Le agradezco mucho que podamos acercarnos y tener un diálogo. Para ustedquizás es una sorpresa que exista yo, y para mí una sorpresa que exista usted. Si miramos para adelante, lo quele queda a la Argentina es fundamentar una ética de la vida, y en este sentido todas las muertes han sido errores,han sido equivocaciones, nadie merece ser asesinado, nadie merece morir. Ahora, hay condiciones históricas quehemos venido analizando. Creo que el dolor cubre a todos, pero a los militares, a los que llevan el uniforme comousted, creo que el dolor los cubre más porque usted posiblemente, sin duda alguna, es un militar sensible quesiente que hay en el pasado de su institución cosas que usted no puede aprobar, y que tampoco aprueba otrasque se hicieron del otro lado, que no es el mismo, que es otro, que es otra historia, pero vamos a remitirnos a lo quele pasa a usted. Usted siente el peso de la responsabilidad de vestir un uniforme que fue mancillado en el pasado.Lo que yo le deseo es que eso no ocurra más y que usted pueda vestir su uniforme con dignidad, alegría y quecuando camine por la calle la gente lo mire como a un ciudadano que está al servicio de la patria. Ojalá lleguemosa ese país. Yo le aseguro que de mi lado lo que voy a hacer es tratar de impedir que cualquier corriente políticaque se genere tenga la más mínima idea de recurrir otra vez a la violencia. Es mi compromiso puntual.

a formar grupos clandestinos, porque el Ejército le hubiera dicho: “Ah, usted ahora nos quiere a nosotros. ¿Y porqué los avaló, por qué les dio manija, por qué les enviaba cartas, les decía formaciones especiales, juventud mara-villosa? No, ahora arréglese”.

Perón tiene que encarar una tarea poco agradable con personajes totalmente desagradables, comoVillar, el comisario Navarro en Córdoba, López Rega, etc. Villar y Margaride son los policías que Perón pone alfrente de la Policía Federal, y lo sube a López Rega de cabo a comisario general. Y cuando muere Perón, se dauna guerra de aparatos. Montoneros pasa a la clandestinidad dejando en la superficie a un montón de gente quela Triple A mata, y la Triple A y Montoneros empiezan a enfrentarse. Y usted dirá ¿qué justifica la violencia? Loque siempre justifica la violencia, la ambición de poder. La violencia en la historia está, para mí, motivada por-que el hombre es un animal cuya pulsión fundamental es el deseo de dominación, entonces la violencia existió,existe y existirá. Hay un vacío de poder luego de la muerte de Perón, la conducción de Montoneros se transformaen un aparato militar y la Triple A en un aparato clandestino manejado desde el Ministerio de Desarrollo Socialpor López Rega, que importaba armas sutilísimas. Finalmente los militares no intervienen, porque esperan quetodo esto llegue a un estado en el cual el pueblo ya pida el golpe, y eso es lo que finalmente ocurre. Porque cuan-do se produce el golpe hay una semana, dos semanas de respiro, pensando que bueno, al menos habrá uno soloque concentre la violencia. Esa violencia es una violencia de aparatos, sin pueblo. El pueblo se ha retirado a sucasa. La violencia no tiene justificación para mí, pero cuando no tiene al menos una base social importante comola tuvo la Revolución Francesa, que le dé legitimidad ante la injusticia, ante la tiranía, la violencia es simplementeviolencia, es simplemente matar al otro, no otra cosa.

Pregunta: Disiento un poco con el filósofo Feinmann, en cuanto a la organización Montoneros. Ellosno buscan la justicia y el bien común, lo dicen ellos mismos en sus proclamas y lo revalidan a través de sus acciones,las cárceles del Pueblo, los secuestros extorsivos como Born… Me parece que era una organización emanada delperonismo y que en algún momento se descontroló. Por algo después Perón los echa de la Plaza de Mayo y todo esoque ya conocemos.

Puede ser que Montoneros haya tenido como enemigo interno al Ejército, porque era el opositorprincipal a sus planes netamente comunistas, lo dice inclusive también el “Che” Guevara en sus notas. Lo que sí meparece es que no se hace mención, como dice el doctor Moreno, al ataque indiscriminado que hicieron a la sociedadtambién, porque no fue solamente contra las fuerzas militares, sino contra personas que no tenían nada que vercon su ideología o con la lucha de la que se estaba hablando. Así que me parece que Montoneros no estaba bus-cando el bien común o estaba en contra de la anarquía, sino que estaba en contra de un sistema político, por laimplantación –insisto, lo dice en sus proclamas– de un sistema comunista.

José Pablo Feinmann: Veamos: hay una etapa en que la organización Montoneros surge en mediodel gobierno de Onganía, en medio de una tiranía, de una dictadura. Y esto es una buena lección, porque cuandono hay democracia, cuando hay sofocamiento, cuando no hay canales de expresión, surgen estos movimientos.Entonces yo había citado que Fernando Abal Medina le dice a Aramburu “Ustedes me crearon”, pero ocurre quela conducción de Montoneros primero tenía a Fernando Abal Medina, luego al “Negro” Sabino Navarro, y cae enmanos de Firmenich, y cae en un delirio vanguardista y soberbio que le propone a Perón compartir la conducción,porque hay una consigna muy célebre que es “Conducción, conducción, Montoneros y Perón”. Perón eso no loiba a aceptar nunca, jamás, incluso se reúnen en Madrid y Montoneros le da una hoja con 500 nombres para elnuevo gobierno. Perón la mira y sin contestarle la tira. Habían logrado una aceptación de masas por identificarsecon el peronismo, por haber luchado por el regreso de Perón, por no actuar como el ERP, sino que actuaban paralograr el regreso de Perón. Se produce lo de Ezeiza, se enfrentan con Perón y ahí se ve que el proyecto de ellos esotro, y que el de Perón no es de ellos, entonces ahí colisionan con Perón.

El acto inaceptable que realizan es el asesinato de Rucci en 1973. Y algunas de las acciones que ustedmenciona corresponden al ERP, que es otra organización. Sí, es una organización troskista que comete lo deMonte Chingolo, la guarnición de Azul, lo del coronel Larrabure, que nosotros repudiamos totalmente. Perotambién tenemos que pensar que Larrabure y el capitán Viola son dos casos del ERP, lamentables, que porsupuesto repudiamos en sí, y que también repudiamos porque dieron lugar a una respuesta catastrófica. Se matóa demasiada gente por esas dos personas que merecían vivir. De ningún modo nadie merece morir en la política.La política es el arte de entenderse, no el de matarse. Ahí mueren injustamente Larrabure y Viola, pero la res-puesta es desmedida, es cruel, es tremenda y se produce el sistema de la desaparición de personas. Hay algo terrible

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1 El concepto de régimen o patrón de acumulación de capital exhibe un significativo nivel de abstracción y alude a la articulación de undeterminado funcionamiento de las variables económicas, con una definida estructura económica, una peculiar forma de Estado y lasluchas entre los bloques sociales existentes.

2 Al respecto Bernardo Kosacoff señala que: “-El análisis de los resultados económicos del Censo Industrial de 1974 nos brinda elementosmuy valiosos para la determinación de algunos rasgos estructurales del sector manufacturero anterior a 1976 [...]. En relación a lacomparación intercensal 1974-64, los resultados indican un comportamiento del sector industrial altamente positivo:Presas, Leopoldo. Fondo del mar, 1960. Óleo, 59,5 x 69,5 cm.

Introducción

Las transformaciones impuestas por la última dictadura militar en la Argentina dieron origen a unnuevo régimen o patrón de acumulación de capital, equivalente a lo que anteriormente fue el modelo agroex-portador de principios de siglo o la industrialización por sustitución de importaciones que le sucedió en el tiempo.1Ciertamente, durante esta etapa no sólo se aplicó el terrorismo de Estado, de por sí decisivo en términos de losimpactos políticos, sociales de las políticas represivas, sino también de las modificaciones económicas, las cualesperduraron durante los posteriores gobiernos constitucionales bajo otras modalidades internas e internacionales.

En este contexto, las siguientes notas acerca de este período trágico de la historia argentina tienencomo propósito realizar un somero análisis de la vinculación que mantiene la política económica y algunas de lastransformaciones estructurales más relevantes que se desplegaron durante esos años, con el nuevo comporta-miento de la economía argentina. En consecuencia, no se trata de encarar un recuento detallado de ambos aspectos(la política económica y las transformaciones estructurales) sino de sus contenidos generales y su vinculación con elpatrón de acumulación de capital que rigió de allí en más hasta el año 2001.

Notas acerca de la política económica aplicada entre 1976 y 1982

Desde la perspectiva adoptada, es imprescindible comenzar señalando que la política económica dic-tatorial no se instauró en un contexto de agotamiento de la sustitución de importaciones, tal como está inscriptoen el sentido común. Por el contrario, la industrialización, aun con sus contradicciones y limitaciones había pre-sentado en la década previa una evolución positiva.2 Este crecimiento industrial se produjo gracias a la modificaciónde la naturaleza del ciclo corto sustitutivo que a partir de 1964 ya no implicó una reducción del PBI en términosabsolutos durante la etapa declinante del mismo, debido a la creciente participación que exhibían las exportaciones

El nuevo funcionamiento de la economía a partir

de la dictadura militar (1976-1982)

EDUARDO M. BASUALDOUBA / FLACSO / CONICET

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y

EL TERRORISMO DE ESTADO.

LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL

Y EL NEOLIBERALISMO

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINAEL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

7

CAPÍTULO

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el capital y el trabajo– se desplegaron dos tipos de alianzas diferentes entre las distintas fracciones del capital quesubsumieron tanto al espacio financiero como al productivo –sea agropecuario o industrial–.

Igualmente, sería un error concebir que la Reforma Financiera, y el proceso que se inició con ella,estuvo basada en el libre juego del mercado sin las “perniciosas interferencias” del Estado. Éste siguió siendo centralen la conformación de la tasa de interés interna, del costo del endeudamiento externo del sector privado, y, porlo tanto, de la diferencia entre la tasa de interés interna e internacional. En el mismo sentido, su propio endeu-damiento externo así como sus reservas disponibles fueron vitales para la expansión de las fracciones dominantesinternas y externas, al igual que el hecho de haber estatizado una parte significativa de la deuda externa e internadel sector privado. Al mismo tiempo que esto ocurría, el Estado concretó ingentes subsidios y transferencias hacialos integrantes del nuevo bloque de poder5 que se canalizaron en forma directa, mediante las compras de bienesy servicios, e indirecta, a través de los regímenes de promoción industrial. En suma, se trata de un nuevo tipo de Estadoque, además de dirimir la puja entre capital y trabajo, asumió un papel decisivo en las transferencias intra e intersec-toriales del excedente y, en consecuencia, en la formulación del nuevo bloque de poder dominante.

A partir de esa crucial reforma se desplegaron, siempre bajo la consigna de la lucha contra la inflación,varias políticas de corte monetarista, que fueron: la política monetaria ortodoxa (entre junio de 1977 y abril de1978) sustentada en la contracción de la base monetaria; aquella orientada a eliminar las expectativas de inflación(entre mayo y diciembre de 1978); y el enfoque monetario de balanza de pagos (entre enero de 1979 y febrero de1981) donde convergieron la Reforma Financiera con la apertura externa en el mercado de bienes y de capitales.6La primera y la última fueron intentos orgánicos mientras que la segunda fue, únicamente, una transición entrelas anteriores.

La primera de ellas provocó una crisis indiscriminada que impidió la consolidación en la economíareal de las fracciones del capital dominantes y la expulsión del resto de los integrantes del mundo empresario, yaque la misma todavía operó en una economía prácticamente cerrada en términos de la competencia importaday, en consecuencia, el conjunto de los fracciones empresarias conservó la capacidad de fijar los precios de sus pro-ductos y neutralizar el efecto de la tasa de interés y la modificación de los precios relativos en general. En otraspalabras, la política monetaria ortodoxa fracasó porque fue incapaz de introducir discriminaciones contundentesque salvaguardaran a las fracciones empresarias que eran la base social y económica de la dictadura y expulsarana la burguesía nacional, que eran condiciones innegociables para la conducción económica dictatorial.7

Por el contrario, la política que le sucedió entre mayo y diciembre de 1978 impulsó una reactivaciónde la producción interna y una reducción de la inflación mediante una disminución relativa de las tarifas de losservicios públicos. Es indudable, que durante esa época la influencia del posible conflicto limítrofe con Chile, afor-tunadamente coyuntural, impuso la necesidad de implementar medidas antirrecesivas generalizadas. La influenciade ese conflicto en la política económica también se corrobora si se tiene en cuenta que inmediatamente fue superado(diciembre de 1978) se puso en marcha una política económica opuesta y sustentada en el enfoque monetario debalanza de pagos, que retomó y perfeccionó ese primer intento basado en el enfoque monetario ortodoxo.

El enfoque monetario de balanza de pagos también se aplicó bajo la consigna de la lucha antiinfla-cionaria pero, a diferencia de las políticas anteriores, contuvo los instrumentos necesarios para beneficiar a algunas

5 Respecto del concepto de bloque de poder, véase Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales, México, Siglo XXI, 1980. 6 Un análisis de sus características y repercusiones se encuentra en Roberto Frenkel, “El desarrollo reciente del mercado de capitales en

la Argentina”, en Desarrollo Económico, Buenos Aires, IDES, 1980. 7 Esta problemática es planteada con notable agudeza por Adolfo Canitrot al señalar que: “Cuando se habla de estabilización –de polí-

ticas de estabilización– se sugiere, implícitamente, la existencia básica de un comportamiento normal aceptado. Se estabiliza lo quetemporariamente se ha apartado del equilibrio. Estabilizar es reencauzar las cosas a su estado previo, a su normalidad. Hay un inven-tario amplio de experiencias económicas que caben dentro de este concepto de estabilización. Las de los países europeos después de1975, la aplicada en México últimamente. Éstos fueron proyectos de estabilización destinados a normalizar el funcionamiento econó-mico alterado temporariamente por problemas inflacionarios y de balance de pagos. Pero en esta definición no cabe ni el caso argen-tino de 1976 ni tampoco, permítase la extensión, los de Chile y Uruguay en 1973 y 1974, respectivamente. En estos tres casos el obje-tivo fue la transformación de la estructura económica. La solución de las cuestiones de corto plazo –la inflación, la crisis de balancede pagos– son requisitos imprescindibles –o casi imprescindibles– para que el programa de largo plazo pueda tener efectiva vigencia,pero, finalmente, no son sino objetivos secundarios. Son desde el punto de vista de quienes diseñan la política, etapas por las cualesdeben pasarse, pero no el punto final del recorrido” (“Teoría y práctica del liberalismo. Política antiinflacionaria y apertura económicaen la Argentina. 1976-1981”, en Estudios, Buenos Aires, CEDES, 1980, p. 455).

industriales en las ventas totales al exterior las cuales, junto a la revitalización de las exportaciones agropecuarias.Este conjunto de transformaciones planteaba la posibilidad cierta de plasmar una industrialización con un signi-ficativo grado de sustentabilidad al disminuir la virulencia de las típicas crisis del sector externo de la economía.3

La estrategia dictatorial tuvo el propósito de interrumpir esa expansión industrial para disolver lasbases materiales de la alianza vigente entre la clase trabajadora y la burguesía nacional y, al mismo tiempo, res-tablecer las relaciones de dominación en función de los intereses de los sectores dominantes que constituían susustento económico y social.

El patrón de acumulación que impuso la dictadura militar mediante la política económica, constituyóuna variante particular del enfoque neoliberal que predominó en la economía mundial. Siguiendo la tendenciapredominante en el capitalismo mundial, en la sociedad argentina se impuso un planteo donde la valorizaciónfinanciera del capital devino como el eje ordenador de las relaciones económicas. Esto no implicó únicamente unamayor importancia del sector financiero en la absorción y asignación del excedente, sino que se vinculó con un pro-ceso más amplio que estuvo caracterizado por la acumulación financiera que revolucionó el comportamiento micro-económico de las grandes firmas oligopólicas, así como el de la economía en su conjunto.

Hay pleno consenso en que la Reforma Financiera4 fue el primer paso hacia esa modificación drásticade la estructura económico-social asociada a la sustitución de importaciones, ya que puso fin a tres rasgos centralesdel funcionamiento del sistema financiero hasta ese momento: la nacionalización de los depósitos por parte delBanco Central, la vigencia de una tasa de interés controlada por dicha autoridad monetaria y las escasas posibi-lidades de contraer obligaciones financieras con el exterior por parte del sector privado. Así, el Estado le transfirióa ese sector privado uno de los instrumentos más relevantes mediante los cuales se concretaban las transferenciasintersectoriales de recursos durante la sustitución de importaciones.

No obstante, sería un error interpretar que las modificaciones estructurales derivadas de la aplicaciónde políticas monetaristas instalaron una contradicción entre el sector financiero y la economía real (o el sectorindustrial), como antinomia central del proceso económico y social. Así como en la sustitución de importacionesla contradicción central no se desplegó entre el mundo urbano y rural, ahora tampoco se dirimió entre lo finan-ciero y lo productivo. En realidad, en ambos casos –en los que el papel central estuvo centrado en la pugna entre

-La producción manufacturera creció continuamente durante el período –sin ningún año de disminución– a una tasa anual cercana al8%, lo que significa la expansión histórica más importante del sector industrial;-el crecimiento de la producción estuvo acompañado por un mayor volumen de empleo. En este período se incorporaron 290.000personas al sector industrial, que totaliza en 1974, 1.600.000 personas ocupadas. La tasa anual de crecimiento intercensal del perso-nal ocupado en la industria fue del 2%;-el mayor ritmo de crecimiento de la producción en comparación al registrado por el empleo, se traduce en un incremento de la pro-ductividad de la mano de obra, que creció entre los dos censos a una tasa anual del 6%. Este crecimiento de la productividad estáligado al mayor dinamismo en el período de los sectores de mayor productividad y del aumento significativo de los tamaños mediosde los establecimientos;-el crecimiento del tamaño medio de los establecimientos –medido en términos de ocupación– fue superior al 25% para el total indus-trial de todo el período. Los que ocupan más de 100 personas son los que más crecieron y en 1974 representaban la mitad de la ocu-pación y las dos terceras partes de la producción. Su tasa de crecimiento casi duplicó a la de los establecimientos de menor ocupa-ción y originó casi las 4/5 partes del crecimiento del producto y absorbió 250.000 de los 290.000 nuevos puestos de trabajo. En elperíodo intercensal se incorporaron más de 700 establecimientos nuevos de este tamaño;-Los sectores metalmecánicos, químicos y petroquímicos ya representaban en conjunto más del 50% del producto industrial, privilegioque treinta años antes tenían las industrias textiles y alimenticias. Las industrias metalmecánicas constituían una tercera parte de lasactividades, habiendo acompañado el ritmo de crecimiento industrial. Los sectores químicos y petroquímicos resultaron ser los más diná-micos. Estos sectores fueron además, los de mayor productividad y nivel salarial y los que han tenido menor crecimiento de sus precios. -En síntesis, la comparación intercensal nos indica un fuerte incremento de la producción y el empleo, con un liderazgo de las industriasmetalmecánicas, químicas y petroquímicas y una importancia creciente de los establecimientos de mayor tamaño, cuya productividadtuvo avances significativos y fue acompañado positivamente por salarios medios más elevados y menores precios relativos” (“El procesode industrialización en la Argentina en el período 1976/1983”, en Documento de trabajo, Nº 13, Buenos Aires, CEPAL, 1984, pp. 7-8).

3 Al respecto, véase Eduardo M. Basualdo, Estudios de historia económica argentina. Deuda externa y sectores dominantes desde mediadosdel siglo XX a la actualidad, Buenos Aires, FLACSO-Siglo XXI, 2006, pp. 63 y ss.

4 La misma, se instaura legalmente a comienzos de 1977 mediante la sanción de la ley 21.495 –que norma la descentralización de losdepósitos– y la ley 21.526 –que establece un nuevo régimen para las entidades financieras–, las cuales se ponen en vigencia a partirde junio de 1977 (Memoria del Banco Central de 1977).

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Este comportamiento no hubiera sido factible sin una modificación en la naturaleza del Estado que,desde este punto de vista, se expresó al menos en tres aspectos fundamentales. El primero de ellos radicó en quegracias al endeudamiento del sector público con el mercado financiero interno –donde era el mayor tomador decrédito en la economía local– la tasa de interés en dicho mercado superó sistemáticamente el costo del endeuda-miento en el mercado internacional. El segundo consistió en que el endeudamiento externo estatal fue el que posi-bilitó la fuga de capitales locales al exterior, al proveer las divisas necesarias para que ello fuese posible. El terceroy último radicó en que la subordinación estatal a la nueva lógica de la acumulación de capital por parte de las frac-ciones sociales dominantes posibilitó que se iniciara la estatización de la deuda externa privada mediante los diversosregímenes de seguro de cambio que se pusieron en marcha a partir de 1981.

Al devenir la deuda externa en un instrumento para la obtención de renta financiera se produjo suescisión respecto a la evolución de la economía real. La deuda externa no solamente trajo aparejadas recurrentescrisis económicas que desencadenaron, tal como ocurrió en la economía internacional, la destrucción de capitalficticio sino que también provocó al menos dos efectos que restringieron severamente el crecimiento económico.El primero de ellos consistió en la salida de divisas al exterior por el pago de los intereses devengados a los acre-edores externos (los organismos internacionales de crédito, los bancos transnacionales y los tenedores de bonos otítulos emitidos tanto por el sector público como por el sector privado); mientras que el segundo, fue la fuga de capi-tales locales al exterior que llevaron a cabo los grupos económicos locales y una parte de los capitales extranjerosradicados en el país.

Al respecto, en el Gráfico Nº 1 se verifican empíricamente las principales características que, en tér-minos del endeudamiento externo, adoptó la economía argentina. En primer término, el aceleramiento de ladeuda externa total y la fuga de capitales locales al exterior e incluso, aunque en menor medida, de los intere-ses pagados a los acreedores externos, a partir de la adopción del enfoque monetario de balanza de pagos en1979. En segundo lugar, la estrecha asociación entre la evolución de la deuda externa y la fuga de capitales loca-les al exterior, la cual fue creciente en el tiempo ya que la salida de capitales locales al exterior representó el 68%del endeudamiento total en 1979, elevándose al 81% en 1983. En otras palabras, mientras que en el primero de

fracciones del capital y perjudicar acentuadamente a otras, al conjugar una tasa de cambio pautada sobre la basede una devaluación decreciente en el tiempo, con la apertura importadora –disminución de la protección arancelariay para-arancelaria– y el libre flujo de capitales al exterior.

Por otra parte, el adelantamiento de las modificaciones arancelarias fue un recurso reiteradamenteutilizado sobre la base de diversas justificaciones. Tal, por ejemplo, las disminuciones arancelarias anticipadas –aduciendoaumentos de precios no justificados por los costos– que se pusieron en marcha durante el mismo enero de 1979,afectando, especialmente, a los bienes de consumo; o la eliminación de aranceles para la importación de bienes decapital fundamentada en la necesidad de aumentar las productividades sectoriales. En síntesis, se implementó unareforma arancelaria profunda con notables sesgos derivados de la intencionalidad de preservar a determinadasactividades/fracciones empresarias y de excluir a otras.8

La libre movilidad del capital fue un aspecto clave para definir el carácter de la reestructuración eco-nómica y social que trajo aparejada la nueva política económica. La vigencia de una tasa de interés interna quesistemáticamente superó el costo de endeudamiento con el exterior –debido, entre otros motivos, a la revaluacióndel peso que introdujo la tablita cambiaria– inició un acelerado endeudamiento externo de las fracciones dominantescon el propósito de valorizar esa masa de recursos en el mercado financiero interno y fugarlos al exterior.

Todos los elementos disponibles indican que, a partir de 1979, la política económica dictatorial encontrófinalmente las claves para lograr la reestructuración buscada, al conjugar una notoria expulsión de amplias franjasde la burguesía nacional –e incluso de numerosas empresas extranjeras industriales que no adscribieron a las nuevaspautas económicas–, con la expansión económica de las fracciones dominantes del capital que constituían su baseeconómica y social. Así como la primera –el redimensionamiento industrial– se desplegó a partir de la confluenciade la reforma arancelaria con la revaluación del peso, la expansión de las fracciones dominantes se concretó a travésde las transferencias de capital fijo y la desaparición de empresas en la economía real pero, especialmente, porla apropiación de una renta financiera derivada de la diferencia entre la tasa interna e internacional de interés, lacual les permitió ser los destinatarios fundamentales de la transferencia de ingresos proveniente de la pérdida de par-ticipación de los asalariados y de las fracciones empresarias más endebles.

El nuevo funcionamiento de la economía argentina basado en la valorización financiera del capital

En el nuevo patrón de acumulación de capital, la deuda externa, y específicamente aquella parte con-traída por el sector privado, cumplió un papel decisivo para la valorización financiera que realizó el capital oligopólicolocal –constituido por los grupos económicos locales y conglomerados extranjeros radicados en el país– a partir dela misma. Se trató de un proceso en el cual esas fracciones del capital contrajeron deuda externa para luego rea-lizar, con esos recursos, colocaciones en activos financieros en el mercado interno (títulos, bonos, depósitos, etc.)para valorizarlos a partir de la existencia de un diferencial positivo entre la tasa de interés interna e internacional,y posteriormente fugarlos al exterior.

De esta manera, la fuga de capitales locales al exterior estuvo intrínsecamente vinculada al endeu-damiento externo porque este último ya no constituyó, en lo fundamental, una forma de financiamiento de lainversión o constituir capital de trabajo sino un instrumento para obtener renta financiera a partir de que la tasa deinterés interna (a la cual se colocaba el dinero) era sistemáticamente superior al costo del endeudamiento externovigente en el mercado internacional.

8 En una revisión general de la reestructuración económica sobre esta época, Hugo J. Nochteff señala: “Entre 1976 y 1982 se desple-garon políticas aperturistas muy asimétricas, especialmente profundas en los mercados menos oligopolizados y en los sectores másdiseño y ‘skill’ intensivos; en otras palabras, en aquellos que Pavitt y Dosi denominan ‘de base científica’ y ‘de proveedores especiali-zados’. Si bien no existieron prácticamente políticas industriales explícitas, y las sucesivas administraciones económicas sostuvieron–con mayor o menor énfasis– que el mercado asignaría los recursos, las fuertes asimetrías de la apertura (en las que coincidieron brus-cas y profundas caídas de la protección efectiva con el mantenimiento de cuasi-reserva de mercado), las formas de acceso al créditolocal y externo, así como la orientación de los subsidios hacia algunos segmentos del empresariado y ramas industriales a través depolíticas de precios, de promoción, de estatización de la deuda externa y de compras del Estado tuvieron impactos profundamentediferenciales sobre distintas ramas y tipos de empresas manufactureras. Operaron sistemáticamente en contra de los sectores mencio-nados, y a favor de un pequeño grupo de conglomerados económicos y de ramas productoras de bienes intermedios de uso difundido,hasta el punto que se caracterizó a la política económica como la inversión del argumento de la industria infante. Los efectos másintensos de estas políticas se registran entre 1976 y 1982, pero sus consecuencias se extendieron a los años posteriores”(“Reestructuración industrial en la Argentina”, en Desarrollo Económico, Nº 123, Buenos Aires, IDES, 1991, p. 342).

Gráfico Nº 1 Evolución de la deuda externa, la fuga de capitales locales y los intereses pagados, 1975-1983 (milesde millones de dólares)

Fuente: Elaboración propia sobre la base de la información del BCRA y el Banco Mundial.

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los años mencionados por cada 100 dólares de endeudamiento externo se fugaban al exterior 68 dólares, en 1983lo hacían 81 dólares. Finalmente, y no menos importante porque contradice la creencia instalada en el sentido común,los intereses pagados a los acreedores externos representaron una proporción minoritaria respecto a la fuga decapitales al exterior que realizaron los residentes locales (el 37% y el 36% en 1979 y 1983, respectivamente). Estosignifica que dentro del bloque de poder que sustentaba a la dictadura militar el predominio en términos de laapropiación del excedente económico transferido al exterior fue ejercido por la fracción interna (grupos económicosy conglomerados extranjeros) y no por los acreedores internacionales (bancos transnacionales y organismos inter-nacionales).

En términos monetarios, se desplegaron dos comportamientos opuestos con profundas repercusionesen la economía interna. El primero de ellos fue la mencionada emergencia de una ingente renta financiera paralas fracciones dominantes que se endeudaron con el exterior y valorizan esos recursos en el sistema financierolocal. El otro, fue la consolidación de una elevada tasa de interés interna real que debieron enfrentar las fraccionesmás débiles del empresariado que irremediablemente las colocó en una situación de insolvencia y crisis. Estassituaciones diametralmente opuestas entre unos y otros a partir de la misma tasa de interés nominal, se debió aque mientras las fracciones dominantes colocaron a esa tasa los recursos que obtenían en el exterior a un costosustancialmente menor, el resto del empresariado se endeudó a una tasa interna cuya incidencia no pudo ser tras-ladada a los precios, porque el techo de estos últimos estaba determinado por el precio de los productos importados,lo cual, debido a los sesgos de la desregulación comercial, afectó principalmente a la burguesía nacional y sólo enmenor medida a los grupos económicos locales y conglomerados extranjeros.

La carencia de información detallada sobre los agentes económicos que transfirieron recursos al exteriorimplica una restricción relevante para identificar a las fracciones del capital que fueron centrales en la valorizaciónfinanciera. Pese a ello, la disponibilidad de información detallada –proveniente del BCRA– sobre la deuda externapara el año 1983, permite superarla. Esta posibilidad, se origina en las características que asume el proceso devalorización financiera en la Argentina, ya que, como se mencionó, lo sustancial de ese fenómeno estuvo vinculadocon capitales internos (locales y extranjeros) que valorizaron internamente los recursos obtenidos de su endeuda-miento con el exterior y, posteriormente, colocaron esos fondos en el mercado financiero internacional, desvincu-lándolos de las alternativas que se registran en la economía local.

Sobre la base de dicha información y considerando las operaciones de 9 o más millones de dólares,9

en el Cuadro N° 1 se puede apreciar su distribución de acuerdo a las diferentes fracciones del capital10 que parti-cipan en el endeudamiento y, en consecuencia, de la importancia que asumieron las mismas en el proceso de valo-rización financiera y fuga de capitales durante la dictadura militar.

Los datos indican que el predominio en el endeudamiento externo privado fue detentado por 38 gruposeconómicos locales al concentrar, prácticamente, el 49% del monto total (poco más de 8.000 millones de dólares)mediante las operaciones que realizaron alrededor de 180 de sus empresas controladas.

Tanto o más importante, es que estos datos permiten comprobar que el endeudamiento promediode los grupos económicos locales (212,6 millones de dólares) fue equivalente a tres veces el promedio total (69,9millones de dólares), y a casi cuatro veces del que alcanzaron los conglomerados extranjeros (56,6 millones de dólares),que fue la forma de propiedad que le siguió en orden de importancia y donde las entidades bancarias fueron mayo-ritarias. Este estado de situación se completa con la escasa participación de las empresas locales independientes(burguesía nacional) que tuvieron el promedio de endeudamiento externo más reducido de todas los tipos de capitalconsiderados.

9 La base de datos del BCRA sobre la deuda externa privada de diciembre de 1983 está compuesta por 8.811 registros (operaciones deendeudamiento externo) que comprometen 21.278 millones de dólares. Dentro de las mismas, hay 433 operaciones (4,9% de lasoperaciones totales) que alcanzan a 9 o más millones de dólares, las cuales en conjunto suman 16.690 millones de dólares, es decir,el 78,4% del total de la deuda externa contraída por el sector privado hasta la fecha mencionada anteriormente.Para evaluar cuantitativamente la importancia de las diferentes fracciones del capital en el endeudamiento con el exterior, se conside-ran los siguientes tipos de capital: Se denominan conglomerados extranjeros a las transnacionales que controlan el capital de 6 o mássubsidiarias locales y empresas transnacionales a las que controlan menos de 6 subsidiarias en el país. En términos del capital local, semantienen las empresas estatales como categoría analítica y las controladas por la burguesía nacional se denominan empresas loca-les independientes, en tanto se trata de grandes firmas que actúan por sí solas en las diversas actividades económicas consideradas,sin estar vinculadas por la propiedad con otras empresas de la misma u otra rama económica. Por otra parte los grupos económicoslocales comprenden a los capitales locales que detentan la propiedad de 6 o más firmas en diversas actividades económicas.Finalmente, se agregan las asociaciones como un sexto tipo de empresa, que son los consorcios cuyo capital accionario está compar-tido por inversores del mismo o diferente origen.

Cuadro Nº 1 Composición de la deuda externa privada según tipo de capital e inserción industrial de los mismos,1983 (cantidades y millones de dólares).

(*) En negrita y cursiva figuran los grupos con inserción industrial.Fuente: Elaboración propia sobre la base de la información del BCRA publicada por la revista El Periodista, 4 de julio de 1985.

En términos generales, y pese a la nutrida presencia de bancos nacionales y extranjeros, estas evidenciastambién indican que el 67% del monto del endeudamiento externo privado (11.101,8 millones de dólares) res-pondió al endeudamiento de empresas pertenecientes a capitales que tenían un papel protagónico en la producciónindustrial local. Al realizarse un somero análisis de cada una de las formas de propiedad, se percibe que, nuevamente,los grupos económicos locales –dejando de lado las asociaciones cuya incidencia en la deuda externa privada es

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real –superior al 40%, incluyendo el año 1977– provocó una notable reducción de la participación de los asalariadosen el ingreso nacional (descendió en sólo dos años del 45% al 25% del mismo). Es insoslayable destacar que la par-ticipación de los trabajadores en el ingreso durante el último año de la dictadura representó, prácticamente, a lamitad de la alcanzada en 1975. Asimismo, que en todos los años de la dictadura la misma, más allá de los altibajos,se ubicó muy por debajo de la registrada en el peor año (1969) de la segunda etapa de sustitución de importaciones.

Desde este punto de vista, la instauración de la valorización financiera le permitió al nuevo bloque de poder(grupos económicos locales y acreedores externos) darle un carácter estructural a las dos redistribuciones de ingresos quese sucedieron en el tiempo. La primera de ellas, volvió irreversible el nuevo nivel de la participación de los asalariadosen el ingreso y la otra, excluyó como destinatarias de esa redistribución a las fracciones más débiles de la burguesía local.

La redefinición regresiva de los términos de la relación, de por sí desigual, entre el capital y el trabajofue inédita y por su magnitud debe entenderse como una revancha sin precedentes históricos en el país. Desdeel golpe de Estado en adelante, los trabajadores fueron perdiendo los derechos laborales más básicos y elemen-tales que habían conquistado a través de las luchas sociales desarrolladas a lo largo de muchas décadas. En tanto lavalorización financiera desplazó a la producción de bienes industriales como el eje del proceso económico y dela expansión del capital oligopólico, el salario perdió el atributo de ser un factor indispensable para asegurar el nivelde la demanda y la realización del excedente. En consecuencia, de allí en más, incidió preponderantemente como uncosto de producción que debía ser reducido a su mínima expresión para garantizar una mayor ganancia empresarial.

Acerca de las modificaciones en la economía real

La profundidad y trascendencia de las transformaciones que introdujo la valorización financiera enla estructura económica y social de la industrialización, supusieron una modificación abrupta de las relacionesbásicas que caracterizaban la sociedad y la economía argentinas. Así es como cambió drásticamente la relación entreel capital y el trabajo y en consecuencia el carácter del Estado, adoptando ambos sesgos inéditos a favor del grancapital oligopólico. Pero también, influenciadas por esos mismos factores, se desplegaron alteraciones decisivas enla propia esfera del capital, a partir de la destrucción y reasignación del capital. De allí en más, cambió la fisonomía,el comportamiento y las contradicciones de las propias fracciones dominantes, al mismo tiempo que se redimensionóla presencia de la burguesía nacional, especialmente la fracción industrial que era el núcleo central de la misma.

La alianza policlasista de la sustitución de importaciones terminó de desestructurarse con la crecientemarginación política y económica de la burguesía nacional. No se trató, como ocurrió durante la segunda etapade sustitución de importaciones, de su subordinación al capital extranjero y de su desplazamiento hacia los tamañosde empresas con menor valor de producción y ocupación, sino de una creciente expulsión de este tipo de empresas amedida que avanzó la desindustrialización, pese a que se trató de una fracción del capital que, en términos generales,adhirió inicialmente al golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional.

No menos trascendentes fueron las alteraciones que se desplegaron en la composición y el compor-tamiento de los propios sectores dominantes. En este sentido, cabe destacar que a medida que se fue consolidandoun nuevo patrón de acumulación centrado en la valorización financiera, se fracturaron y realinearon las firmasextranjeras industriales que habían sido el núcleo dinámico de la segunda etapa de sustitución de importaciones.En otras palabras, el conjunto de las empresas extranjeras industriales no fue la fracción del capital que encarnóla dominación imperialista en la dictadura militar. La prueba palpable de la disolución del poder que ostentabael capital extranjero industrial es que esta actividad productiva perdió la centralidad económica que exhibía ante-riormente para entrar en un proceso de progresiva y sistemática desindustrialización, caracterizada, entre otrosrasgos regresivos, por una pérdida de incidencia en el valor agregado total, una acentuada reducción del espectroproductivo y del grado de integración local de la producción, la repatriación de capital extranjero industrial, un saltode la concentración de la producción sectorial en un reducido conjunto de firmas, etcétera.11

En consonancia con el proceso de desindustrialización se fracturó el bloque industrial extranjero, regis-trándose, por un lado, una acentuada repatriación de capital industrial durante la década de 198012 y, por otro, una

11 Un análisis general del proceso de desindustrialización de las últimas décadas se encuentra en Daniel Azpiazu, Eduardo M. Basualdoy Martín Schorr, “La reestructuración y el redimensionamiento de la producción industrial argentina durante las últimas décadas”,Buenos Aires, Instituto de Estudios y Formación de la CTA, 2002.

12 Respecto de la repatriación de capitales extranjeros durante la dictadura militar, consultar Eduardo M. Basualdo, Edgardo Lifschitz yEmilia Roca, Las empresas multinacionales en la ocupación industrial argentina, 1973-1983, Ginebra, Organización Internacional delTrabajo (OIT), Oficina de Empresas Multinacionales, 1987.

insignificante– fueron los que tuvieron el mayor porcentaje de la deuda vinculada a capitales con implantaciónindustrial (82,5% de su respectivo total), seguidos por las empresas locales independientes (72,6% de su total) y reciéndespués por las dos fracciones del capital extranjero debido a la influencia que ejercen las entidades puramentebancarias dentro de los mismos.

En conjunto, las evidencias presentadas hasta el momento permiten extraer una conclusión de vitalimportancia. Éstas indican que durante la dictadura militar el aspecto predominante del ciclo del endeudamientoexterno que sustentó la valorización financiera fue la fuga de capitales locales al exterior, y que dentro de la mismael papel protagónico lo tuvieron, a partir de su incidencia en las políticas estatales de la época, los grupos econó-micos locales cuya base económica era fundamentalmente industrial y no financiera.

La importancia de la conclusión anterior no debería oscurecer otro aspecto definitorio de la naturalezade la deuda externa y del proceso en que se insertó, como es el hecho de que la misma no genera renta por sí misma.Es decir, que de la deuda externa no surgió el excedente que se les transfirió a los acreedores externos en con-cepto del pago de los intereses y la amortización del capital, ni tampoco los recursos que los deudores externos pri-vados transfirieron al exterior. Para estos últimos, su endeudamiento externo fungió como una inmensa masa derecursos pasible de ser valorizada en el mercado financiero interno, pero no generó la renta que dichos agentes eco-nómicos obtuvieron al endeudarse pagando la tasa de interés internacional y percibiendo la tasa de interés interna.

Identificar el origen del excedente apropiado por la valorización financiera y las transferencias derecursos a los acreedores externos es de una importancia vital para comprender la profunda revancha social queimplicó el nuevo patrón de acumulación de capital. Ciertamente, el mismo no se originó en la expansión econó-mica porque el crecimiento de las transferencias de recursos al exterior y de los intereses pagados lo superó lar-gamente. Su origen se encuentra en la redistribución del ingreso que comenzó con anterioridad al funcionamientopleno de la valorización financiera en 1979, cuando convergió la Reforma Financiera de 1977 con la apertura discri-minada en el mercado de bienes y en el mercado de capitales (Gráfico Nº 2).

En efecto, la condición previa que posibilitó la valorización financiera fue la inédita redistribución delingreso en contra de los asalariados que la dictadura militar puso en marcha desde el mismo 24 de marzo de 1976.La misma adquirió una magnitud desconocida hasta ese momento debido a que la abrupta disminución del salario

(*) La participación de los asalariados en el PBI, no contiene los aportes jubilatorios.Fuente: elaboración propia sobre la base del FIDE y BCRA.

Gráfico Nº2 Evolución del PBI y de la participación de los asalariados en el PBI*, 1974-1982 (números índices yporcentajes)

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Entre las formas de propiedad que disminuyeron su gravitación en las variables considerables, lasempresas locales independientes fueron las más afectadas, indicando nuevamente el profundo deterioro quesufrieron las empresas integrantes de la burguesía nacional al quedar excluidas de la valorización financiera yexpuestas a la competencia de los productos importados que impulsó la política económica de ese momento. Suretracción fue especialmente significativa en términos de cantidad de empresas, al perder más del 55% de las firmasque se reasignaron dentro de la cúpula (17 de las 30) y menos intensa, aunque relevante, en las ventas al perderel 27% de las reasignación de las mismas (3,4% sobre 12,8%). Esta asincronía en la retracción de las empresas localesindependientes –entre la profundidad de la disminución de sus empresas y su caída en las ventas de la cúpula– sedebe a la severa disminución de la participación de las empresas transnacionales en la facturación de las doscientasempresas.

Al igual que las empresas locales independientes, la retracción de esta fracción del capital extranjerono se originó únicamente en el menor dinamismo de sus ventas sino también –y de una manera significativa– en lapérdida de firmas en diferentes mercados (descienden de 52 a 42 durante el período) debido a la repatriación decapital extranjero durante el período analizado. Finalmente, las empresas estatales disminuyeron su importanciaen ambas variables pero con una intensidad relativa menor a los capitales analizados previamente.

En términos de una conclusión general del trabajo, cabe señalar que las evidencias disponibles indicanque la reestructuración económica y social que impuso la dictadura militar coincide con las tendencias que impusoel neoliberalismo a nivel internacional, en tanto en ambos casos las mismas fueron la depresión económica y laconcentración del ingreso. Sin embargo, estas coincidencias esconden una diferencia decisiva para comprender el

modificación sustantiva del comportamiento de varios conglomerados extranjeros que asumieron los parámetrosvinculados al nuevo patrón de acumulación de capital. En otros términos, se disgregó el bloque extranjero entanto algunos de sus integrantes retiraron sus inversiones productivas en el país, mientras que otros confluyeroncon los grupos económicos locales incorporándose al nuevo bloque de poder dominante.13 En realidad, como fuemencionado, la contraparte extranjera fundamental en el nuevo patrón de acumulación no es ese conjunto deconglomerados extranjeros industriales, sino que ese papel es privativo del capital financiero internacional,incluidos los organismos internacionales de crédito que fueron sus representantes políticos durante esa etapa.

Sin embargo, pese a la importancia que asumió la desindustrialización no puede obviarse el hechode que la misma fue un aspecto de un proceso más abarcativo que consistió en la centralización del capital.14 Deallí, que para poder apreciar las significativas modificaciones que se desplegaron en la economía durante la dicta-dura militar sea necesario considerar otros sectores de actividad además de la producción industrial, porque es lamanera más idónea para captar el derrotero seguido por las fracciones dominantes en una etapa en que el grupo oel conglomerado económico era la unidad económica preponderante. Es decir, cuando los grandes capitales se estabandiversificando rápidamente, mediante distintas estrategias, hacia diferentes ramas de la actividad económica.

Debido al predominio de la centralización del capital durante esos años, una evaluación de las trans-formaciones en la economía real puede realizarse sobre la base del análisis de la cúpula empresarial, considerandocomo tal las doscientas empresas de mayores ventas en la economía argentina, cualquiera sea su sector de actividadexcepto la producción agropecuaria y la actividad financiera, debido a la carencia o incompatibilidad de la informacióndisponible.

Al respecto, en el Cuadro N° 2 consta la evolución entre 1975 y 1983 de la composición de las ventasde las doscientas empresas de mayor facturación en las diferentes actividades económicas –salvo la financiera yla agropecuaria– considerando los distintos tipos de capital que componen la tipología empresaria mencionadaprecedentemente.

La evolución de las variables durante el período refleja transformaciones trascendentes y muy signi-ficativas en la economía real. En efecto, dejando de lado las asociaciones por su escasa significación, es rápida-mente comprobable que los capitales que se sustentaban en una diversificación estructural (grupos económicosy conglomerados extranjeros) fueron los únicos que incrementaron su incidencia, mientras que el resto de los capi-tales la disminuyó tanto en la cantidad de empresas como en su participación en las ventas de la cúpula.

Aun más, estas mismas evidencias indican que fueron los grupos económicos los que incrementaronen mayor medida la cantidad de firmas y su incidencia en las ventas. Tan es así que fueron receptores de más del80% de las firmas (25 de las 30 firmas) y de casi el 60% de las ventas (7,4% del 12,9%) que se reasignaron entrelos diferentes capitales que participaron de la cúpula empresaria entre 1975 y 1983, mientras que los conglome-rados extranjeros absorbieron el resto de cada una de estas variables. En términos de su evolución, es importantereparar que su predominio en las ventas de la cúpula respecto a los conglomerados extranjeros se dirimió a partirde 1981, momento en que se consolidó la valorización financiera y el proceso de desindustrialización.

13 De acuerdo con las evidencias disponibles, el apoyo de estos capitales extranjeros a la dictadura militar fue tan intenso como el brin-dado por los grupos económicos locales, llegando inclusive a permitir e impulsar la represión a los trabajadores de sus plantas indus-triales. Al respecto cabe mencionar la denuncia presentada por los dirigentes de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) anteel Juzgado número cinco de la Audiencia Nacional de Madrid, España en 1993 (mimeo). En la misma se denuncia la participación delas empresas Ingenio Ledesma, Astarsa, Mestrina, Acindar y Ford Motors Argentina.

14 La centralización del capital alude a los procesos económicos por los cuales unos pocos capitalistas acrecientan el control sobre la pro-piedad de los medios de producción con que cuenta una sociedad, mediante la expansión de su presencia en una o múltiples activi-dades económicas basándose en una reasignación del capital existente (compras de empresas, fusiones, asociaciones, etc.). La cen-tralización del capital no se produce necesariamente en una rama de actividad, sino prioritariamente a través de la compra de empre-sas, fusiones o asociaciones que aumentan el control por un mismo capital de diversas actividades. En términos más precisos, KarlMarx indica que: “No se trata ya de una simple concentración, idéntica a la acumulación, de los medios de producción y del poderde mando sobre el trabajo. Se trata de la concentración de los capitales ya existentes, de la acumulación de su autonomía individual,de la expropiación de unos capitalistas por otros, de la aglutinación de muchos capitales pequeños para formar unos cuantos capita-les grandes. Este proceso se distingue del primero en que sólo presupone una distinta distribución de los capitales ya existentes y enfunciones, en que, por tanto, su radio de acción no está limitado por el incremento absoluto de la riqueza social o por las fronterasabsolutas de la acumulación. El capital adquiere, aquí, en una mano, grandes proporciones porque allí se desperdiga en muchasmanos. Se trata de una verdadera centralización, que no debe confundirse con la acumulación y la concentración” (El capital. Críticade la Economía Política, tomo I, México, FCE, 1971, p. 142).

Cuadro Nº 2 Evolución y composición de las ventas de las doscientas empresas de mayor facturación diferenciandolos distintos tipos de capital (*), 1975-1983(cantidades y porcentajes)

(*) Las empresas estatales incluyen a YPF.Fuente: Elaboración propia sobre la base de la información de las revistas Mercado, Prensa Económica y el Área de Economíay Tecnología de la FLACSO.

CAPÍTULO 7 / 1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO. LA DOCTRINA DE LASEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMOEDUARDO M. BASUALDO - El nuevo funcionamiento de la economía a partir de la dictadura militar (1976-1982)

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caso argentino que se relaciona con las luchas específicas que se desarrollaron en el capital y el trabajo durantelas décadas anteriores. En efecto, la reestructuración económica y social en la Argentina no respondió a una ads-cripción ideológica a las reformas en la economía mundial, ni tampoco a un proceso digitado exclusivamente porlas fracciones del capital extranjero. Su peculiaridad no radicó únicamente en su imposición a sangre y fuego porparte de la dictadura militar, sino también en que se trató de una revancha clasista sin precedentes contra los tra-bajadores, que implicaba necesariamente la interrupción de la industrialización basada en la sustitución de impor-taciones, en tanto esta última constituía la base estructural que permitía la notable movilización y organizaciónpopular vigente en esa época.

Esta revancha histórica fue llevada a cabo por un nuevo bloque de poder constituido por la alianzaentre la fracción del capital local (los grupos económicos locales) con el capital financiero internacional. Ambasfueron los beneficiarios de este proceso, pero la fracción interna fue la que condujo la implementación de lastransformaciones económicas y sociales a partir de su control sobre el Estado y la que adquirió el predominio enla estructura económica a través de liderar el proceso de endeudamiento externo y de transferencia de capitaleslocales al exterior y constituirse como la principal beneficiaria de la centralización del capital en la economía real.

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1 Sobre el tema véase Fabián Bosoer, Generales y embajadores. Una historia de las diplomacias paralelas en la Argentina, Buenos Aires,Javier Vergara, 2005. También, textos de referencia ineludible son los de Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana, 1971 (dos tomos más se publicaron años más tarde); Alain Rouquié, Poder militar y sociedad polí-tica en la Argentina, 2 tomos, Buenos Aires, Emecé, 1982; Andrés Cisneros, Carlos Escudé y otros, Historia General de las RelacionesExteriores de la República Argentina, Buenos Aires, GEL-CARI, 1998; Juan Archibaldo Lanús, De Chapultepec al Beagle. Política exteriorargentina: 1945-1980, tomos 1 y 2, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986; José Paradiso, Debates y trayectorias de la política exteriorargentina, Buenos Aires, GEL, 1993.

Las relaciones entre las elites civiles y militares en la conformación de la clase dirigente argentinaocuparon un lugar central a lo largo de gran parte de nuestra historia, pero adquirieron entre 1930 y 1983 uncarácter aun más determinante que afectó al país en sus hechos y rumbos fundamentales. También la orientacióny el manejo de la política exterior se vieron influidos por la interacción entre estas dos esferas de poder, la civil yla militar, y entre quienes, provenientes de ambos campos de gravitación, se ubicaron en posiciones relevantesen la conducción del gobierno, en las estructuras de poder, en las instituciones políticas y los círculos de influencia.

No es casual, por otro lado, que un ciclo de cuarenta años, dentro de este período central del siglo XX,dibuje una parábola entre 1942 y 1982, dos años que marcan los dos momentos de más alta conflictividad delpaís en su ubicación en el contexto internacional, enfrentado a las potencias principales y conducido en ambos casospor gobernantes sin sustento de legitimidad democrática.

Esta presentación propone una descripción de la incidencia que tuvieron las relaciones cívico-militaresen el seno de la elite del poder y en la política exterior argentina. Asimismo, pretende plantear la relevancia quetuvo un determinado sistema de creencias fraguado en esa socialización cívico-militar y su influencia en el modo enque sus dirigentes enfrentaron los desafíos más importantes.1

El período 1976-1982, que culmina con la Argentina empeñada en el conflicto bélico con Gran Bretañaen el Atlántico Sur, puede abordarse como una fase terminal de ese ciclo histórico, indicativa tanto de los fallidosintentos autoritarios por definir una política de Estado superadora de los vaivenes y conflictos políticos internos,como de la particular relación que se estableció entre nuestro país y las principales potencias y países de la región,sobre todo en los momentos de crisis o transición del sistema internacional.

Al interior de aquellas cuatro décadas, entre los años de 1940 y los años de 1980, encontramos quela Argentina vivió sucesivos momentos de la alteración más profunda en su vida institucional, política, económicay social. Al mismo tiempo, la relación del país con el mundo durante esos cuarenta años estuvo signada de manera

El Proceso, último eslabón de un sistema de poder

antidemocrático en la Argentina del siglo XX

FABIÁN BOSOERUBA / PERIODISTA / ESCRITOR

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y

EL TERRORISMO DE ESTADO.

LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL

Y EL NEOLIBERALISMO 7

CAPÍTULO

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Sólo dos presidentes surgidos de las urnas, Agustín P. Justo (1932-1938) y Juan D. Perón (1946-1952),pudieron completar su mandato de seis años. Ambos eran generales y difícilmente hubieran llegado al gobiernosin el antecedente de un golpe militar que abrió un paréntesis para la desembocadura en un proceso electoral conrespaldo del Ejército.

Se puede comprobar, asimismo, que en medio de la inestabilidad gubernamental y las rupturas insti-tucionales existe una singular continuidad de esa elite conservadora en la dirección política de la diplomacia y supredominio cultural en la formación de percepciones sobre la inserción internacional del país. La constante quese evidencia en su sistema de creencias, y que al mismo tiempo explica las afinidades electivas con distintos inter-locutores militares, es una sobrestimación del peligro revolucionario que, bajo diferentes formas, oficiará de justi-ficativo ideológico para las intervenciones de 1943, 1955, 1962 y 1966. Esta sobrevaloración de la amenaza puedeexplicar, asimismo, la naturalidad con la que los intereses sectoriales, económicos o corporativos de grupos de podero sectores de la elite tradicional que resultaban afectados fueron identificados con el interés nacional que debía sersalvaguardado.4

Si el primer aspecto permite definir esta constante desde su caracterización ideológica –un pensa-miento de derecha autoritaria en sus más diversas variantes: conservadora, liberal, populista, nacionalista– el segundoaspecto remite al proverbial pragmatismo de un grupo dirigente con capacidad para extraer beneficios o mini-mizar costos de cada crisis política.5

Hubo personalidades descollantes que se despegaron de ese pantanoso juego. El canciller más impor-tante de la llamada “década infame”, durante los años de la restauración conservadora y el “fraude patriótico”,fue Carlos Saavedra Lamas, ganador del Premio Nobel de la Paz por su mediación en la Guerra del Chaco entreBolivia y Paraguay (1936). Durante el primer gobierno de Perón, el primer canciller argentino que presidió elConsejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y el primero, además, en llegar a ese cargo proviniendo de orígenesgremiales y socialistas, Atilio Bramuglia, tenía debajo suyo a funcionarios que coordinaban el ingreso de fugitivosnazis y fascistas a nuestro país luego de la guerra, que simpatizaban con aquellas ideas y que conspiraban contrala propia gestión de su ministro de Relaciones Exteriores. Otro eminente jurista del derecho internacional, LuisPodestá Costa, fue canciller de la llamada Revolución Libertadora, el gobierno que más militares sin experienciadiplomática alguna ni conocimiento de los asuntos internacionales, designó como embajadores.

La enumeración de algunas de estas grandes contradicciones y contrastes tiene el solo propósito deseñalar una manera de proceder en la cúspide del poder por parte de quienes, civiles y militares, definían e imple-mentaban las principales decisiones. En 1956, el almirante Isaac Rojas, jefe de la Armada, vicepresidente de factoy hombre fuerte del gobierno de la Revolución Libertadora, le ordenó a su subordinado, el contralmirante AníbalOlivieri –que había sido secretario de Marina de Perón, participó luego en su derrocamiento y fue designadocomo embajador argentino en las Naciones Unidas– que solicitara ante la Asamblea General ni más ni menos quela expulsión de la Unión Soviética de la ONU. Olivieri no acató la extravagante idea y terminó exiliándose enEstados Unidos, en su casa de San Diego, California. Otro caso es el del general Carlos Toranzo Montero, designadocomo embajador en Venezuela por el mismo régimen, que participa activamente en la conspiración que derroca aldictador Marcos Pérez Jiménez, quien había recibido y protegido al general Perón en el inicio de su exilio. ToranzoMontero sería uno de los líderes de la facción más dura del Ejército en sus planteos al presidente Arturo Frondizi.6

En la Conferencia extraordinaria de la OEA, realizada en Punta del Este en enero de 1962, donde seaprueba la expulsión de Cuba del sistema interamericano, el veterano canciller Miguel Cárcano, prominenteembajador argentino durante los gobiernos que se habían sucedido en los pasados veinte años, deberá lidiar conlos servicios de inteligencia y Estados Mayores de las Fuerzas Armadas de su propio país, ante el desconcierto de

4 Alain Rouquié remonta a la “Semana Trágica”, en 1919, este rasgo de la derecha argentina que le asigna un creciente rol tutelar alos militares en materia política y al que define como“anticomunismo sin comunistas”. Explica, asimismo, que la aparente contradicciónentre el nacionalismo antiliberal y el liberalismo pro occidentalista, de los años de 1940 a los de 1960, se resolvería a partir del recrude-cimiento de la Guerra Fría y el conflicto Este-Oeste tomando como variable principal dicha constante ideológica (véase op. cit., p. 352).

5 Véase Raúl José Romero, Fuerzas Armadas. La alternativa de la derecha para el acceso al poder (1930-1976), Buenos Aires, EditorialCentro de Estudios para la Nueva Mayoría, colección Análisis Político (vol. 16), 1988.

6 Véanse, además de los citados libros de Alain Rouquié y Robert Potash, Carlos Florit, Las Fuerzas Armadas y la guerra psicológica,Buenos Aires, Ediciones Arayú, 1963; Rosendo Fraga, El Ejército y Frondizi. 1958-1962, Buenos Aires, Emecé, 1992; Albino Gomez,Arturo Frondizi. El último estadista, Buenos Aires, Lumière, 2004.

traumática por los fantasmas de cuatro guerras: la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Guerra Contrarrevolucionariay la Guerra de las Malvinas.

Esta suerte de hibernación cultural y geopolítica, en un ambiente condicionado –e inficionado– porla existencia real o supuesta de constantes acechanzas y peligros para la nación, podría explicar el por qué de laactuación protagónica de generales y embajadores en el manejo de las riendas del poder. Podía resultar naturalque en un escenario caracterizado por la distancia del país respecto de los epicentros de la política y el podermundial y al mismo tiempo, la percepción de constantes amenazas externas o internas derivadas de aquellos epi-centros, y un escaso reconocimiento de la legitimidad democrática, fueran entonces los militares y los diplomáticosquienes se colocaran al comando del gobierno nacional y tuvieran la batuta de la orquesta estatal.

Sin embargo, esta lógica no explica el hecho de que buscando acomodar al país al imperativo de adap-tarse al contexto externo, los resultados fueran exactamente los inversos y esa orquesta que representaba a laArgentina en el exterior sonara invariablemente desafinada y suscitara permanentes desconfianzas. Tampocoexplicaría otra notable contradicción: a lo largo de esas cuatro décadas, pese a la inestabilidad y las grandes fluc-tuaciones políticas, es posible encontrar a una misma clase dirigente –los mismos nombres y apellidos– en el centroo en las adyacencias inmediatas del poder. Es aquí donde se inician posibles recorridas por algunos de los labe-rintos más o menos explorados de nuestra historia, con hallazgos curiosos y eslabones sorprendentes.

Este ciclo encuentra uno de sus episodios iniciales en la Conferencia de Río de Janeiro en enero de1942, donde la Argentina defendió a capa y espada la neutralidad en la Segunda Guerra, frente a las presionesde Estados Unidos y las posturas mayoritarias de los países americanos en respaldo de los Aliados. Y se cierra enabril-mayo de 1982, cuando la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se embarcaen la aventura de recuperar las islas Malvinas, declarando la guerra a Gran Bretaña y rompiendo su alineamientocon Estados Unidos, su principal aliado y sostén. El círculo se abre y se clausura, en algunos casos emblemáticos,inclusive con los mismos personajes y familias políticas: Mario Amadeo, por ejemplo, joven asistente del cancillerEnrique Ruiz Guiñazú en la Conferencia de Río de 1942 es quien, cuarenta años después, actúa como vocero informaldel canciller Nicanor Costa Méndez, el 1º de abril de 1982 por la noche, para anunciar a los periodistas acreditadosen Cancillería, el comienzo de la operación militar de desembarco en Malvinas.2

La hipótesis que se postula es la existencia de una alta correlación entre la continuidad de una mismaelite de poder –de sus bases constitutivas, modos de funcionamiento y fuentes de inspiración ideológica– y ladebilidad, discontinuidad o erraticidad de las conductas gubernamentales y decisiones estratégicas adoptadas enmateria de política exterior.

Hubo una clase política que permaneció, aun en medio de los más espectaculares vuelcos político-ins-titucionales.3 En otros países, como Estados Unidos, el Brasil o Chile, esta característica contribuyó a estableceruna reconocible continuidad de políticas de Estado y a la conducción de las burocracias estatales, que moderódiferencias ideológicas o de orientación entre los sucesivos gobiernos. En la Argentina, ello no fue así; más bien porel contrario, la permanencia de un mismo grupo dirigente fue precisamente de la mano de las más fuertes disputas,cambios de gobierno, operaciones conspirativas y rupturas institucionales.

Entre 1930 y 1982, período signado por la inestabilidad política, la debilidad de las alternativas civilesde gobierno y la preponderancia del poder militar como factor decisivo en el proceso de toma de decisiones enla cúspide del gobierno, hubo en la Argentina 23 presidentes y 44 cancilleres. La duración media de las presidenciasfue de dos años y medio y la de los ministros de Relaciones Exteriores, de poco más de un año. De los 23, catorcefueron militares y trece de ellos alcanzaron el poder por un golpe de Estado o como consecuencia de conspira-ciones palaciegas. Estos 13 regímenes de facto tuvieron un total de 252 ministros. De haberse respetado la vigenciadel régimen constitucional, habrían sido durante ese período 8 los presidentes en lugar de 23. Suponiendo que cadauno de ellos hubiera mantenido su elenco de ministros, éstos hubieran sido alrededor de 64, en lugar de 252.

2 En Fabián Bosoer, Malvinas, capítulo final. Guerra y diplomacia en Argentina (1942-1982), tomos I y II, Buenos Aires, CapitalIntelectual, 2007. Sobre el período 1943-1955, véase Mario Rapoport y Claudio Spiguel, Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y elprimer peronismo, Buenos Aires, Emecé, 2009.

3 Para un análisis sociológico de las elites políticas argentinas a lo largo del siglo veinte, véanse los trabajos clásicos de José Luis de Imaz,Los que mandan, Buenos Aires, Eudeba, 1964; y Alain Rouquié, op.cit.,1982. También, los libros de Tulio Halperin Donghi, La Argentinay la tormenta del mundo. Ideas e ideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003; La República imposible (1930-1945),Buenos Aires, Ariel Historia, colección Biblioteca del Pensamiento Argentino, 2004; y de Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas(1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, colección Biblioteca del Pensamiento Argentino (tomo VI), 2001, estudio preliminar.

CAPÍTULO 7 / 1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO. LA DOCTRINA DE LA

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vadoras tradicionales pretendieron participar de la misma como si se tratara de una “vuelta a la normalidad”,una restauración del orden no exenta de “excesos”, luego de una etapa de desorden y subversión. En ese cantodel cisne de la elite diplomática y militar prohijada por cuarenta años de quiebre institucional y continuidadesfácticas se encontrarán, como dice el tango, “en un mismo lodo, todos manoseados”, sin advertir que la mayorsubversión institucional se había terminado de consumar con el llamado Proceso de Reorganización Nacional.

Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, la política exterior y la diplomacia fueron colocadas bajo lasupervisión de la Junta Militar integrada por los tres comandantes en jefe. Al frente de la Cancillería se sucederánlos vicealmirantes César Guzzetti y Oscar Montes y el brigadier Carlos Washington Pastor, sin antecedentes ni cono-cimientos en materia de política internacional. Lejos de unificar criterios, esta militarización de la política exteriorreprodujo el faccionalismo y la compartimentación dentro del poder, con áreas de actuación autónoma y contradictoria.

En el seno de la elite tradicional, algunos seguían jugando el mismo juego aprendido a lo largo delas pasadas cuatro décadas en un escenario que, sin embargo, se había deslizado al despeñadero interno y elostracismo internacional. Otros se habían apartado, extrañados o espantados por el grado de brutalidad quehabía alcanzado la dictadura. Y otros, más comprometidos con ella, participarían con distintos tonos de entusiasmoen su camino de perdición, buscando atenuar o precipitar la caída. Sólo un resultado externo catastrófico comola derrota en la Guerra del Atlántico Sur, la única que a la postre libró aquel país asaltado por los fantasmas delas guerras a lo largo del siglo XX, la última batalla de la Tercera Guerra Mundial que creían estar protagonizandolos cruzados del Extremo Occidente, revierte sobre sus jefes y consejeros liquidando toda posibilidad de permanenciaen el poder.9

Hasta entonces, la aparición de nuevas camadas u orientaciones renovadoras en la política exteriorargentina, incentivada por los momentos de ruptura o la apertura del sistema gubernamental como resultado deprocesos electorales, algo que ocurrió con la llegada del peronismo al gobierno en 1946 y luego en 1958, con lapresidencia interrumpida de Frondizi, había resultado absorbida o neutralizada por los núcleos y actores tradi-cionales, que no llegan a perder el dominio de sus fuentes y recursos de poder. Esta permanencia de una mismaelite conservadora –que en algún sentido se expresa como alternancia entre sectores más liberales o más nacio-nalistas– contrasta nítidamente con la inestabilidad política, los cambios de gobierno y de régimen, los antago-nismos entre principios de legitimidad, la debilidad de los gobiernos civiles y las contradicciones internas de losgobiernos de facto y las dictaduras militares que se sucedieron durante ese período.

Uno de los representantes de esa elite conservadora, el escritor y político nacionalista MarceloSánchez Sorondo sintetizó de manera elocuente las responsabilidades civiles en las intervenciones militares:

Según esta sismología de la crisis, tras cuyos sacudimientos se estanca nuestra decadencia, a partir de1955 los gobiernos de las Fuerzas Armadas son la regla, y los civiles la intercalada excepción: cada vezmás módica y penosa. Desde entonces hasta 1983, el macizo militar se extiende pesadamente sobrela vida pública. Son casi tres decenios –salvadas las tentativas de signo civil– cuya íntima debilidadcontrasta con la aparatosa e insaciable exhibición de actos de fuerza. Pero, es claro, la ceguera polí-tica, el exagerado triunfalismo de las Fuerzas Armadas no se explican si se omite incluir como datoprevio al análisis el desmoronamiento de las convicciones cívicas y la consiguiente pérdida de energíaque ello acarrea al conjunto de la sociedad.10

Desde entonces, la Argentina se sigue preguntando –y muchos se han lamentado– por la ausencia deuna clase dirigente lúcida e ilustrada. Se tiende a aludir con ello a los tiempos de nuestra historia reciente, per-diendo de vista el cuadro en el que emergió la posibilidad de recuperar la democracia en 1983.

9 Sobre los diversos aspectos político-militares y diplomáticos de la Guerra de Malvinas véanse Martín Balza, Malvinas: gesta e incom-petencia, Buenos Aires, Atlántida, 2003; Horacio Verbitsky, Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, Buenos Aires,Sudamericana, 2002; Nicanor Costa Méndez, Malvinas: ésta es la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1993; Ricardo Kirchbaum,Oscar Cardoso y Eduardo Van der Kooy, Malvinas, la trama secreta, Buenos Aires, Planeta, 1984; Rogelio García Lupo, Diplomaciasecreta y rendición incondicional, Buenos Aires, Legasa, 1984; Virginia Gamba y Lawrence Freedman, Señales de guerra, Buenos Aires,Vergara, 1992. Otras perspectivas más recientes, Rubén Oscar Moro, La trampa de las Malvinas, Buenos Aires, Edivern, 2005; FedericoLorenz, Las guerras por Malvinas, Buenos Aires, Edhasa, 2006. Para un análisis de la cuestión Malvinas en la cultura política argentina,véase Vicente Palermo, Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea, Buenos Aires, Sudamericana, 2006.

10 Marcelo Sánchez Sorondo, La Argentina por dentro, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, p. 565.

los funcionarios del Departamento de Estado norteamericano. A su regreso, será forzado a renunciar y aquellareunión es la que precipitará la caída de Frondizi semanas más tarde. Apuntemos que fue durante los gobiernosde Frondizi y de Arturo Illia cuando nuestro país obtuvo los principales logros diplomáticos en su reivindicación dela soberanía sobre las islas Malvinas, reconocimiento y respeto internacional.7 Y no hace falta recordar que ambosgobiernos tuvieron como principales factores de desestabilización a los jefes de las Fuerzas Armadas y adversariospolíticos que, junto con aquellos, conspiraron para derrocarlos… y terminaron derrocándolos.

Hubo también, por cierto, militares que lograron sortear la politización facciosa; que acompañarony apuntalaron los caminos de la racionalidad y el buen entendimiento; que participaron de esa “gran diploma-cia” en defensa del interés nacional que no logró fructificar. El almirante Oscar Quihillalt fue un tenaz defensordel desarrollo nuclear autónomo para uso pacífico, como presidente de la CoNEA entre 1955 y 1973. Era una basede poder interno para las Fuerzas Armadas –y para la Marina, sobre todo– pero a la vez una herramienta depoder externo y de proyección internacional que el país tampoco supo aprovechar. Hay muchos otros casos, comoel del general Hernán Pujato, que instala la Base General San Martín en la Antártida, bajo el segundo mandatode Perón. O el del coronel Jorge Leal, fundador de la Base Esperanza y jefe de la primera expedición argentinaque llegó al Polo Sur por tierra, lejos de las tensiones cuarteleras y zozobras que se vivían en Buenos Aires.

Otro personaje singular, el general Juan Enrique Guglialmelli (1922-1983), publica en 1979Geopolítica del Cono Sur, libro en el que postula la inserción sudamericana de la Argentina, el desarrollo pata-gónico, la integración regional interna y la valorización del Cono Sur como “núcleo de poder regional frente alos grandes centros de poder mundial”.8 Se trataba de un militar que mientras sus pares se acomodaban a losdictados de la Doctrina de la Seguridad Nacional y las hipótesis de conflicto interno y externo, supo colocarse alfrente de un programa político intelectual de largo aliento, plasmado en el Instituto de Estudios Estratégicos yde las Relaciones Internacionales y la revista Estrategia, durante los años de1970.

Se puede continuar con la cadena de contrastes y contradicciones. El Consejo Argentino para lasRelaciones Internacionales, el CARI, el más prestigioso ámbito de reunión y reflexión de políticos, diplomáticos yacadémicos abocados a la política exterior e internacional, se creó en 1978, uno de los momentos históricos demayor trastorno de la personalidad argentina en el mundo, mientras se realizaba el Campeonato Mundial deFútbol en nuestro país, la represión ilegal de la dictadura se cobraba miles de muertes y desapariciones, incluidosdiplomáticos y embajadores en actividad como Héctor Hidalgo Solá y Elena Holmberg, y en el mismo momentoen que los generales argentinos y chilenos se trenzaban en escaladas beligerantes por disputas territoriales, loque llevó al borde de una guerra entre la Argentina y Chile por el Canal de Beagle, a fines de 1979, evitada aúltimo momento por la intervención del papa Juan Pablo II.

Se fue conformando de tal manera un sistema muy particular de relaciones. Generales, almirantes ybrigadieres buscaron inspiración intelectual en abogados, catedráticos, periodistas, historiadores y políticos. Estosrecurrirían a aquellos cada vez con mayor naturalidad para alcanzar y mantener espacios de poder, influencia opertenencia. Juntos, unos y otros, conformarían el tablero de la política y escribirían sus páginas más destacadasy también las más ominosas. Hasta que la vorágine llevará al extremo las fuerzas y contradicciones que ellos mis-mos alimentaron y los arrastrará al despeñadero en el que terminó el último intento de restaurar manu militariel legado de la Generación del 80 del siglo XIX, cien años más tarde.

En la etapa final 1976-1982 se repite, en numerosos casos con los mismos elencos de personalidadesjugando similares roles, un ciclo semejante de disputas intestinas, alternancias forzadas y rotaciones compulsivasdentro de un mismo gran círculo de decisores y voces influyentes. Mientras todo el país y más allá, el Cono Suren su conjunto, se internaban en experiencias dictatoriales sin precedentes por su grado de intensidad represivay militarización del Estado y de la sociedad, los grupos de actuación preponderante vinculados a las elites conser-

7 En relación con el reclamo por la soberanía de Malvinas, durante la presidencia de Frondizi, el 14 de diciembre de 1960 se vota en laAsamblea General de la ONU la resolución 1.514 sobre descolonización, siendo Mario Amadeo el embajador argentino ante la orga-nización. Cinco años después, es durante la gestión del presidente Illia que se aprueba el 16 de diciembre de 1965 la resolución 2.065que reconoce los derechos del país sobre las islas e insta a las partes a iniciar negociaciones directas. Quien expone la posición argen-tina en la Asamblea General, invitado por el canciller Miguel Angel Zavala Ortíz es el ex canciller Bonifacio del Carril, un frontal adver-sario del gobierno radical vinculado con el sector más antiperonista de las Fuerzas Armadas. Véase Fabián Bosoer, op. cit., tomo 1, p.40; y además, Lucio García del Solar, “La política exterior del gobierno de Arturo Illia”, en Silvia Ruth Jalabe (comp.), La política exte-rior argentina y sus protagonistas 1880-1995, Buenos Aires, CARI-GEL, 1996.

8 Juan Enrique Guglialmelli, Geopolítica del Cono Sur, Buenos Aires, El Cid Editor, 1979.

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SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMO

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Así hemos llegado a ver que la Argentina, sus problemas, su gente, terminaban siendo una cuestiónaccesoria para los gobiernos. Pero debe comprenderse bien que a pesar de que el último período defacto exhibió como ningún otro estos caracteres, ellos están presentes desde hace mucho más tiempoen la vida política argentina.Lo que hoy vivimos es la suma condensada de todos nuestros errores, debilidades y fracasos del pasado.Y si algún beneficio tiene haber decaído tanto, es que al mostrar la Argentina descarnadamente, sinvelos, sin confusión, todas sus distorsiones, sus patologías, sus incapacidades, también dibuja el con-torno de lo que imperiosamente necesita, lo que ahora debe probar: la democracia con poder.12

En el espejo de aquella etapa histórica, podemos reconocer lo mucho que se ha avanzado a partir dediciembre de 1983 en la reconstrucción institucional del Estado de Derecho y en el proceso de integración regionalen los últimos veintiséis años de continuidad del régimen democrático. La reinserción de las Fuerzas Armadascomo instituciones de la Nación encargadas de la defensa y el resguardo de la soberanía, en estricto cumplimientode sus funciones y plenamente subordinadas a la conducción del Estado democrático, forma parte en este caso deuna transformación cultural de envergadura, que involucra a militares y civiles. Es sólo sobre cimientos sanos que sepuede construir políticas e instituciones consistentes, adaptadas a los cambios y preparadas también para parti-cipar en las genuinas transformaciones, que son aquellas que permiten alcanzar propósitos sociales compartidosy aspiraciones nacionales postergadas.

Entre estas aspiraciones y propósitos, la política exterior y la defensa nacional deben responder aldesafío que supone la reaparición de los temas de la geopolítica como uno de los rasgos de esta primera décadadel siglo XXI.13 Esto no debería implicar el regreso a la vieja geopolítica del siglo XX, fuente de inspiración de losnacionalismos territorialistas autoritarios que enfrentaron a los países de la región en disputas, conflictos y com-petencias especulares. La novedad que hoy tenemos se asienta en democracias conscientes de su interdependenciay parte de la noción de que las condiciones geográficas y territoriales en las que se desenvuelven la vida de lospueblos, las disputas en torno a los recursos energéticos y las alteraciones en el medio ambiente son asuntos decrucial importancia y por lo tanto, la construcción de capacidades políticas nacionales y regionales autónomas seplantea como condición ineludible de existencia en un contexto internacional cambiante y complejo.

Esta nueva geopolítica del siglo XXI no supone solamente una adaptación a otras condiciones estruc-turales y contextos históricos sino también un cambio de paradigma. Mientras la geopolítica clásica observa a losEstados construyendo y organizando a las sociedades nacionales “de arriba hacia abajo” y de los centros a lasperiferias, extrayendo recursos de ellas y tendiendo a observar los conflictos en su interior como una debilidadantes que como una fortaleza, y a sus fuerzas de cambio como una amenaza, antes que como una oportunidadde progreso, la actual debe colocar el centro de gravitación en las sociedades en movimiento y en profunda trans-formación, y al Estado y sus instituciones como agentes organizadores de esas energías para el logro de objetivosnacionales democráticamente reconocidos.

En las puertas del Bicentenario argentino y latinoamericano, es una buena oportunidad para revisarnuestra historia y rescatar de ella algunas ideas olvidadas y desafíos pendientes. Lo decía con visión de futuro elgeneral Guglialmelli en 1983, en aquel artículo póstumo sobre los desafíos de la “Argentina peninsular”:

América Latina vive su segunda revolución nacional. La primera fue la del movimiento emancipador.La de ahora, la de nuestra generación, es la revolución por el desarrollo integral con independencia,y la del ascenso de los sectores nacionales al gobierno y al control efectivo de los resortes del poder[…]. En el marco de una democracia pluralista de profundo sentido social y participativo, hemos detener como propósito fundamental vertebrar definitivamente a la Argentina como nación indepen-diente, de modo tal que el centro de decisión soberana le pertenezca.14

Acaso una buena síntesis convocante para pensar el 2010 rastreando el pasado, interpretando el pre-sente y construyendo el porvenir.

12 Raúl Alfonsín, en Estrategia, op. cit. 13 Véase Fabián Bosoer y Fabián Calle, “Introducción”, en 2010. Una Agenda para la región, Buenos Aires, Taeda, 2008. 14 Estrategia, op. cit.

Por contraste, se reiteraron las visiones panegíricas de tiempos más lejanos, “edades de oro”, Arcadiasy etapas doradas en las que habrían existido visiones preclaras y proyectos de país, con estadistas en condicionesde llevarlos a cabo. Convendría no olvidar, de igual modo, los claroscuros y extravíos que condujeron en tantoscasos a aquellos hombres esclarecidos junto con otros sin méritos ni capacidades para las responsabilidades frentea las que se encontraron, a participar en las más graves frustraciones, desaciertos y tragedias de nuestra historia; sindejar de detenernos en aquellos instantes o intervalos en los que las cosas podrían haber resultado de otro modo.

Precisamente el último número de la revista Estrategia dirigida por el general Guglialmelli, publicadoen junio de 1983 y dedicado a exponer una radiografía de la crisis argentina, sus causas, responsabilidades y soluciones,contiene lo que sería el artículo póstumo de su director, “La Argentina peninsular”, en los umbrales del cambio de épocaque significaría el fin de la última dictadura y el inicio de la transición democrática.11 Escribían en esa publicación losprincipales dirigentes de un amplio representativo espectro político: Raúl Alfonsín, Antonio Cafiero, Italo Lúder, OscarAlende, Rogelio Frigerio, Roque Carranza y Emilio Hardoy. Impresiona constatar la vigencia y actualidad de muchasde aquellas consideraciones; entre ellas, una en especial: la necesidad de formular un nuevo modelo de desarrollo basadoen las capacidades y aspiraciones de las mayorías nacionales, superador de la alternativa de hierro entre el modeloagroexportador y el modelo autárquico de sustitución de importaciones, e integrado a la región sudamericana.

En aquel artículo explicaba Guglialmelli lo que sería su último aporte a esa empresa de reconstrucción:la invitación a trabajar por una geopolítica “de la integración para la liberación” en la consolidación del podernacional como instrumento de la política exterior. Aunque reconocía que existían divergencias con el Brasil, con-sideraba que estaban dadas las vías propicias para la búsqueda de acciones concertadas que contribuyeran a laadquisición de mayor capacidad autónoma de decisión, evitando confrontaciones en el Cono Sur que pudieran seraprovechadas por intereses extrarregionales. Proponía superar alternativas anacrónicas, como la rivalidad argentino-brasileña y la actitud imperial-hegemónica brasileña, y estimular la cooperación bilateral, “que permitiría a ambospaíses aumentar su capacidad de negociación frente a los organismos económicos y financieros internacionales”.

El planteo cuestionaba la pretendida “insularidad” de la Argentina del modelo agroexportador devinculación con el mundo, y sus implicancias: el menosprecio o simplificación del componente territorial, la faltade integración física, el olvido de las regiones fronterizas y la ausencia de una política demográfica. La Argentina noes insular sino “peninsular”, sostenía, y en este sentido se definiría como “continental, bioceánica y antártica”. La idea deuna “Argentina peninsular” es la de un país que dada su constitución morfológica, mantiene su condición marítimapero asume también su rol continental. Su territorio, al norte de la línea Cabo San Antonio (Buenos Aires)-SanRafael (Mendoza) se articula con la masa terrestre continental “introduciéndose” en ella. Esta zona, además de lasfronterizas periféricas, tiene un importante sector central, con epicentro en Córdoba. Al sur de aquella línea, elterritorio se prolonga como una cuña entre los dos grandes océanos. En esta área patagónica, la franja al norte deNeuquén-San Antonio Oeste conformaría una zona de sutura con el resto del país y en su extremo austral, incluyelos sectores insular y antártico. Debido a esta conformación, nuestro país recibe la influencia del Pacífico y delAtlántico, en particular de este último, sobre parte de cuyas aguas, plataforma y subsuelo, extiende su soberanía.

Esta caracterización no definía sólo una situación geográfica sino también la necesidad de una eco-nomía integrada e independiente, un mercado interno en permanente expansión y una irrenunciable vertebracióncultural con los países de América del Sur, en particular con los vecinos y el Perú. En esa visualización geopolítica, elCono Sur debía considerarse como el punto de partida para la ulterior unidad de América Latina. ¿Pero cómo avanzaren esa dirección con países subsumidos en hipótesis de conflicto interno, dilemas de seguridad y “fronteras calientes”,cuyas elites civiles y cúpulas militares se cultivaron durante un siglo en el recelo y la desconfianza permanentes?

En el mismo número de la revista Estrategia, Raúl Alfonsín trazaba el siguiente diagnóstico sobre lasresponsabilidades de la elite dirigente:

Nuestro país ha carecido durante muchos años, décadas quizás, de una auténtica dirección nacional.En Argentina ha habido uso y abuso del poder, pero también una ausencia deletérea de autoridad.Quienes se hicieron cargo de los asuntos públicos, salvo contadísimas excepciones, con uno u otro argu-mento, con una u otra razón, con uno u otro mandato han gobernado cada vez más para el interés de ungrupo que para el conjunto de la sociedad. El Estado, instrumento privilegiado para la transformaciónde la sociedad, ha sido degradado para convertirse en un instrumento para aumentar los privilegiosde los sectores que ocupaban el Gobierno.

11 Estrategia, Nº 73-74, Buenos Aires, Instituto Argentino de Estudios Estratégicos y de las Relaciones Internacionales, junio de 1983.

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La relación de los organismos defensores de los derechos humanos con las Fuerzas Armadas no hasido voluntaria sino impuesta por las más terribles circunstancias: el secuestro por parte de personal militar demiles de jóvenes que nunca reaparecieron con vida. Éste es el caso del origen del CELS, fundado en 1979 porEmilio Fermín Mignone y Augusto Conte. Ambos eran padres de jóvenes detenidos-desaparecidos por la prácticarepresiva de la última dictadura y debieron hacer un proceso personal que los llevó a un compromiso absoluto ya una reflexión en profundidad, que se extendió por el lapso que les quedaba de vida y que fue asumido porquienes los sobrevivimos. Ese camino lo recorrieron junto con sus compañeras de toda la vida, Angélica Sosa deMignone y Laura Jordán de Conte, en compañía de los demás fundadores del CELS víctimas de la misma o similartragedia, como Carmen Lapacó, Boris Pasik, Alfredo Galleti y José F. Westerkamp.

Durante los largos años de la dictadura, la tarea del CELS abarcó tanto las gestiones ante quienesdetentaban el poder como la denuncia nacional e internacional de sus crímenes y la documentación detallada decada caso. Esta actividad resultó fundamental como apoyo para el trabajo de la Comisión Interamericana deDerechos Humanos (CIDH) que visitó el país en septiembre de 1979 con el fin de investigar la desaparición forzadade personas y sus responsables. Pero, además, permitió llegar a una reconstrucción de la estructura y la lógica delEstado terrorista de asombrosa precisión, como se vería después.

Mignone y Conte habían sido dirigentes políticos relevantes en la época previa al terrorismo deEstado y eran conscientes de la fragilidad de la vida democrática en el país antes del golpe de 1976. Por ello, conel colapso del último ciclo militar, el CELS participó en la tentativa de construir una democracia más sólida en compa-ración con ese período. Con esos fines, junto con los otros organismos de derechos humanos, aportó materialesque nutrieron a la labor de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en 1984 y de laCámara Federal, que a partir de abril de 1985 juzgó a las tres primeras juntas militares. El CELS se planteó entonceshacer realidad la consigna que dio título al informe de la CONADEP y para ello se propuso incidir en la transfor-mación de las Fuerzas Armadas y su forma de inserción en el aparato estatal. Por un lado exigió la separación de susfilas de quienes cometieron delitos de lesa humanidad, cuyo castigo procuró en los expedientes judiciales en quelos abogados del CELS representaron a las víctimas y sus familiares. Pero al mismo tiempo planteó un cambioimprescindible en la formación de las nuevas promociones de oficiales y suboficiales.

Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,

una relación impuesta

HORACIO VERBITSKYCELS / PERIODISTA / ESCRITOR

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y

EL TERRORISMO DE ESTADO.

LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL

Y EL NEOLIBERALISMO 7

CAPÍTULO

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Debates y confesiones

Uno de esos debates tuvo lugar en la década de 1990, cuando los procesos de ascensos militaresmuestran una mayor complejidad. Un cambio sustancial se produjo a partir de los acontecimientos desencadena-dos por el tratamiento de los pliegos de ascensos de dos conocidos represores de la Escuela de Mecánica de laArmada (ESMA): los marinos Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías. El 28 de diciembre de 1993 publiqué en el diarioPágina/12 la información brindada por las víctimas y los familiares sobre la actuación de ambos.1 El gobierno deCarlos Menem los respaldó, pero cuando reconocieron en su descargo ante la Comisión de Acuerdos del Senado losmétodos que utilizó la Armada para torturar, desaparecer y asesinar, se logró el freno de los ascensos. El caso desatóun intenso debate en la opinión pública, que se prolongó hasta 1995, cuando el ex torturador Adolfo Scilingo,en reacción frente a lo que calificó como la “injusta” situación de los marinos Rolón y Pernías, declaró pública-mente sobre la metodología sistemática de la Armada de arrojar prisioneros vivos al Río de la Plata. Scilingo con-fesó que ese método atroz había sido consultado con la jerarquía eclesiástica, que lo aprobó por considerarlo“una forma cristiana y poco violenta” de muerte. Al regreso de cada misión, los capellanes calmaban el escrúpulode los participantes con parábolas bíblicas sobre la separación de la cizaña del trigo,2 pasando por alto que en lateología católica ésa no es una tarea de los hombres en el mundo sino de Dios en el Día del Juicio.

Este hecho promovió que el 25 de abril de 1995 el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, generalMartín Balza, hiciera pública una autocrítica con relación a los crímenes de la dictadura, proseguida por otra similardel jefe del Estado Mayor de la Armada, Enrique Molina Pico. El caso de Rolón y Pernías, a casi diez años de vigenciadel régimen constitucional, demostró que era posible frenar la carrera de los represores sin recibir como respuestauna sublevación militar y sin dañar con ello a las instituciones castrenses, sino todo lo contrario.

El agujero negro de la última dictadura necesitaba medidas de separación categóricas de una etapahistórica con respecto a otra. Era imprescindible librar del peso de las responsabilidades de quienes habían con-ducido las Fuerzas Armadas en ese período a quienes comenzaban la carrera militar. Actualmente quedan muypocas personas en actividad que lo hayan estado en ese momento. Las generaciones de los jefes de los EstadosMayores de cada una de las tres Fuerzas Armadas, teniente general Luis Alberto Pozzi (Ejército), almirante JorgeOmar Godoy (Armada) y brigadier general Normando Constantino (Fuerza Aérea), son prácticamente las últimas.Durante la dictadura eran muy jóvenes, recién egresaban de sus estudios militares. Este hecho implica tomar con-ciencia de la distancia cronológica que separa una época de otra.

Los pedidos de hábeas data

Además de la tarea de análisis de los pliegos de ascenso militar, que se ha continuado hasta el pre-sente, el CELS también ha respondido a pedidos originados en las Fuerzas Armadas. A comienzos de esta década,en marzo de 2001, 663 oficiales del Ejército interpusieron solicitudes de hábeas data donde requerían conocerqué información poseían la Secretaría de Derechos Humanos y los organismos acerca de ellos. El CELS aclaró quela ley 23.326 (de Protección de Datos Personales, comúnmente llamada Ley de Hábeas Data) no resultaba aplicablea la institución por no constituir un banco de datos destinado a dar informes. Sin embargo, fue la única organi-zación que contestó, dentro de sus posibilidades, a ese requerimiento, porque comprendió que efectuar esa soli-citud implicaba un paso adelante en el respeto a los procedimientos del Estado de Derecho y constituía un derechode integración de los ciudadanos soldados en la democracia. Hubo otras entidades que lo rechazaron como si setratara de la misma realidad de la década de 1970.

El CELS entregó la información recabada, de la cual se desprendía que menos del 1,5% del total delos militares que presentaron los pedidos estaban incriminados por graves violaciones a los derechos humanos:sólo nueve oficiales. Sin embargo, dentro de este porcentaje se encontraba el entonces jefe del Ejército, generalRicardo Brinzoni, debido a su responsabilidad por el fusilamiento de un grupo de detenidos políticos en 1976 enla provincia del Chaco, conocida como “Masacre de Margarita Belén”.

1 Horacio Verbitsky, “Premios y castigos”, en Página/12, 28 de diciembre de 1993.2 Horacio Verbitsky, El Vuelo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005 (1995).

Impugnaciones a los ascensos militares

Con estos objetivos, una de las tareas iniciales que asumió el CELS fue estudiar las listas de ascensospara sugerir a las autoridades políticas la no promoción de determinadas personas que tenían antecedentes degraves violaciones a los derechos humanos. El complejo mecanismo de ascenso de militares a los grados superioresarticula a las Fuerzas Armadas, el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y la sociedad civil. La aprobación o desapro-bación de los ascensos militares es una decisión política de designación de funcionarios públicos.

Una práctica de la Comisión de Acuerdos a partir de 1993 es requerir información sobre el listado demilitares propuestos para ascender al archivo de la ex CONADEP de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación,al CELS y a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). La Comisión solicita a estas institucionesque le remitan toda la información que posean sobre el desempeño de dichos militares. Los organismos de derechoshumanos han participado de sesiones y audiencias públicas y han logrado que la Comisión de Acuerdos cite a declarara testigos y produzca su propia prueba. Asimismo, el Ministerio de Defensa incorporó la práctica de adjuntar a laspropuestas enviadas al Senado el legajo militar de los miembros propuestos. Esta información ha resultado de cabalimportancia frente a la inexistencia de documentación oficial. De esta manera, el mecanismo de impugnación deascensos militares se ha complejizado gracias a la participación de la sociedad civil y a las reformas tanto del regla-mento del Senado en lo atinente a la difusión y participación pública como de la información enviada por Defensa.

La posibilidad de impugnar los ascensos militares depende tanto de que exista un mecanismo insti-tucional, como de la calidad y tipo de información con que se cuenta. Las limitaciones para recabar dicha infor-mación han estado determinadas por la clandestinidad y negación propias del terrorismo de Estado. De ahí laimportancia de las acciones que han realizado los organismos de derechos humanos y las medidas posteriorespara enfrentar los crímenes en el orden judicial, administrativo y político. Los organismos produjeron documen-tación sobre los crímenes en base a las denuncias de las víctimas. Durante muchos años, estos testimonios y archivosfueron la única información disponible. Y sin duda fue sobre la base de la información recabada por las organi-zaciones de derechos humanos que se construyó el relato de lo que era el terrorismo de Estado, del repudio a ladictadura y, con posterioridad, de la valoración de la democracia.

Las impugnaciones llevadas adelante por el CELS contrastaban con la actitud de gobernantes elegidospor el voto popular que no se decidían a ejercer la conducción de las instituciones armadas que la ConstituciónNacional confiere al poder legalmente constituido. Los años de 1980 pusieron de relieve la carencia de una políticahacia las Fuerzas Armadas que separara de las filas castrenses a los oficiales consustanciados con prácticas deterrorismo de Estado. También mostraron un gobierno presionado por sucesivos levantamientos militares, quepactó con los sectores que pugnaban para poner fin a la posibilidad de hacer justicia por los crímenes de la dic-tadura. Además, ni el Poder Ejecutivo ni el Congreso realizaban consultas formales a los organismos de derechoshumanos. Sólo algunos asesores parlamentarios lo hacían de manera informal. Sin embargo, como la prensapublicaba listados totales o parciales de los oficiales cuyos ascensos estaban en estudio, las organizaciones tomabanconocimiento de los nombres propuestos y enviaban los cuestionamientos al Congreso. Estas notas eran acompa-ñadas de material documental, por lo general párrafos de testimonios o testimonios completos de sobrevivientes,artículos periodísticos y copias de documentos judiciales en caso de que estuvieran comprometidos con algunacausa. La debilidad del control sobre los uniformados y la inexistencia de una voluntad política por parte delgobierno para exigir autocrítica y cambios institucionales fue la característica central de esos años. Mientras quela CONADEP generaba pruebas para el esclarecimiento de los crímenes a través del juicio a los comandantes delas juntas militares, el gobierno radical esperaba que las Fuerzas Armadas realizaran su propia “depuración”. Estono sucedió.

La tarea de monitoreo de los ascensos militares fue necesaria pero incompleta, porque una parte fun-damental de los procedimientos represivos fue mantener en el anonimato a sus autores, aun al precio de colocarbajo sospecha a las instituciones militares en su conjunto. Los testimonios de los sobrevivientes y las investigacionesde civiles pero también de militares (como los hermanos Federico y Jorge Mittelbach y José Luis D’Andrea Mohr)permitieron un conocimiento extenso pero parcial del mapa represivo. Algunos ascendieron por decisión de unliderazgo político que no asumió la tragedia argentina en toda su dimensión y procuró conciliaciones inaceptables.Otros porque consiguieron pasar inadvertidos. Aun así, los grandes debates de opinión pública que varios de esoscasos motivaron fueron de gran utilidad para que porciones cada vez mayores de la sociedad asumieran esta pro-blemática que alguna vez fue exclusividad de las personas directamente afectadas e incluso dieron lugar al repudiode lo sucedido por parte de las nuevas conducciones castrenses.

CAPÍTULO 7 / 1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO. LA DOCTRINA DE LA

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Sin embargo, la ausencia de reglamentación de estas leyes otorgaba un margen para diversos pro-yectos que intentaban avanzar sobre la distinción entre seguridad interior y defensa. Un caso notable fue el de larealización de actividades de inteligencia interna en la Base Naval Almirante Zar en Trelew, provincia de Chubut,que involucró a altos funcionarios de la Armada, denunciado por el CELS en 2006. Este hecho promovió la reglamen-tación del Sistema de Inteligencia de la Defensa y del segundo párrafo del artículo 16 de la Ley de InteligenciaNacional, que colocó definitivamente bajo la órbita del Ministerio de Defensa las actividades de inteligencia delas Fuerzas Armadas. Ese mismo año también fue reglamentada la Ley de Defensa Nacional, que significó unintento acertado de recorte de autonomía de cada una de las Fuerzas, al someter a la dirección del Ministerio deDefensa el sistema total de defensa y la regulación del Estado Mayor Conjunto, tanto en términos administrativosy técnicos como estratégicos. Los mecanismos propuestos en la reglamentación de la ley contribuyen a la instalaciónefectiva de un poder civil que supervisa un instrumento militar y que, además, encara la definición de las funcionesde un cuerpo que forma parte de la institucionalidad democrática.

La sanción de la normativa que rige la diferencia entre roles de defensa y de seguridad interior planteóun nuevo ámbito de trabajo para el CELS. La sistemática intervención de las Fuerzas Armadas en cuestiones depolítica interior durante gran parte del siglo XX tuvo un alto costo en materia de violaciones a los derechos humanosy un legado de cultura autoritaria que penetró las instituciones del Estado. Por esta razón, se planteó un trabajoconstante destinado a monitorear el cumplimiento de las normas que vedan cualquier rol militar en cuestionesde seguridad o política interior. Este trabajo se volvió particularmente importante a partir de la segunda mitadde la década del 1990 y cobró fuerza luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en EstadosUnidos. Los cuestionamientos más serios a la normativa sostuvieron que era ineficaz para enfrentar las denominadas“nuevas amenazas” tanto a nivel global como regional. Éstas fueron definidas como el conjunto de riesgos y situa-ciones conflictivas no derivadas de los conflictos interestatales, limítrofes-territoriales o de competencias por eldominio estratégico. Esta “nueva agenda” incluiría desde el narcotráfico hasta el terrorismo, tomando tambiénproblemas de naturaleza social, política o ambiental.7 El impacto de este cambio de paradigma a nivel local llevóa que algunos sectores propusieran involucrar a las Fuerzas Armadas en acciones de contención de la crisis social.8La propuesta de rever los límites de defensa y seguridad estuvo ligada a los intentos de otorgarle a las FuerzasArmadas un rol de interlocutores políticos. Pretensión que se acrecentó entre los años 2001 y 2003 a medida quelos juicios por violaciones a los derechos humanos tomaron un nuevo impulso y los sectores más conservadoresde las Fuerzas trataron de recuperar un rol que asegurara la impunidad de los responsables.

El Partido Militar

La utilización de concepciones laxas y ambiguas de seguridad y de defensa y la asignación de tareassociales para las Fuerzas Armadas en democracia conllevan un alto riesgo de violación de derechos fundamentalesy pueden alterar la subordinación al poder civil. En términos generales, porque la capacitación, la lógica de accióny de eficacia de las Fuerzas Armadas es la opuesta a la que se necesita en seguridad. La indiferenciación de estasdos concepciones era para los militares argentinos la conclusión normal de un proceso que abarcó prácticamentesesenta años del siglo XX. A diferencia de lo sucedido en otros países de la región, los sectores económicos y socialesdominantes fueron incapaces de transformar su hegemonía y su prestigio social en poder político por mediosdemocráticos. Esta incapacidad de las clases dominantes argentinas coincidió con el agotamiento del proceso deliberalismo político de fines del siglo XIX y con el fin del enfrentamiento con la Iglesia católica iniciado en 1884por su resistencia a la secularización de la sociedad.

A comienzos del siglo XX, ese liberalismo que exaltó los valores del laicismo y el constitucionalismoliberal y confrontó por ello con el antiguo régimen se encontró sin discurso para enfrentarse con las nuevas ten-dencias mundiales y con la gran crisis que se manifestó con la fallida revolución bolchevique de 1905 y la exitosade 1917. Convergieron entonces la incapacidad de esa clase para expresarse democráticamente dentro de un sistema

7 Sección II, párr. 4, inc. k y m de la Declaración sobre Seguridad de las Américas, Conferencia Especial sobre Seguridad, México, Organizaciónde los Estados Americanos, 27 y 28 de octubre de 2003. Disponible en línea : <http://www.wola.org/security/declaracion_seguridad_ame-ricas_espaniol.pdf>.

8 Gastón Chillier y Laura Freeman, “El nuevo concepto de seguridad hemisférica de la OEA: una amenaza en potencia”, en WOLA, juliode 2005. Disponible en línea: <http://www.wola.org/publications/seguridad_lowres.pdf>.

Por otro lado, esa tarea permitió que el CELS descubriera que Brinzoni había encomendado prepararlos pedidos de hábeas data a un abogado que era uno de los máximos dirigentes del partido neonazi “Nuevo Triunfo”,Juan Enrique Torres Bande. Ese hallazgo no formaba parte del propósito inicial, pero contribuyó a reflexionescomo: ¿Qué quieren de sí mismas las Fuerzas Armadas? y ¿cómo se insertan en una realidad nacional que va a serdurante muchos años de subordinación al poder civil y de democracia?

El CELS también participó en forma activa en el proceso que condujo a la nulidad de las Leyes dePunto Final y Obediencia Debida. En 1996, luego de la confesión del capitán Scilingo, su presidente, EmilioMignone, consiguió que la Justicia declarara el derecho de los familiares de las víctimas a conocer lo sucedido apartir de la desaparición de sus seres queridos, por más que las leyes de impunidad impidieran castigar a sus respon-sables. Los juicios por la verdad se extendieron así a todo el país. Cuando el gobierno del presidente CarlosMenem y su Corte Suprema de Justicia adicta intentaron cerrar este proceso, el CELS patrocinó a su directivaCarmen Lapacó ante el sistema interamericano de protección a los derechos humanos y consiguió que no se para-lizaran esos juicios. También aportamos documentos y testimonios al proceso iniciado en España por el fiscalCarlos Castresana y el juez Baltasar Garzón, que redundó en la solicitud de extradición de un centenar y mediode represores. En 1998, año del cincuentenario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la Justiciaespañola también detuvo en Londres al ex dictador chileno Augusto Pinochet. Devuelto a Chile, el Senado lo privóde su inmunidad y comenzó una causa judicial en la que fue procesado y que no concluyó por su muerte. Estoreactivó en la Argentina las causas por el saqueo de bienes y la apropiación de bebés de las personas detenidasdesaparecidas, delitos que no habían perdonado las leyes de impunidad. En 2000, ex miembros de las FuerzasArmadas argentinas habían sido condenados en Italia, Francia y Estados Unidos, y había procesos abiertos enAlemania y España. Los juicios por la verdad se habían extendido a todo el país y medio centenar de altos mandos estabanbajo arresto por saqueo de bienes y apropiación de bebés. El CELS consideró que no quedaban razones jurídicas,éticas, políticas, nacionales ni internacionales para que subsistieran las leyes de impunidad y ese año solicitó sunulidad a la Justicia en un caso paradigmático. Dos ex policías federales estaban detenidos por la apropiación deuna criatura, hija de detenidos desaparecidos, pero no era posible procesarlos por el secuestro, tortura y ejecuciónclandestina de sus padres. Con la autorización de las Abuelas de Plaza de Mayo que llevaban el caso, el CELS sepresentó en esa causa. Faltaba un año para el 25° aniversario del golpe de 1976 y era previsible que la intensamovilización social equilibrara las presiones de los poderes fácticos y permitiera a los tribunales fallar de acuerdoa derecho. Así fue, y en marzo de 2001 el juez federal Gabriel Cavallo fue el primero en declarar nulas esas leyes.Lo siguieron otros magistrados en el resto del país, varias cámaras federales y el Procurador General en un dictamenante la Corte Suprema de Justicia. Ése era el cuadro de situación en mayo de 2003 cuando asumió el presidenteNéstor Kirchner, el primero que no se opuso a ese proceso impulsado desde la sociedad civil. En 2005 la CorteSuprema de Justicia confirmó el fallo de Cavallo.

Defensa Nacional y Seguridad Interior

Por supuesto, los juicios a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, reactivados entonces,son una forma imprescindible para permitir esa escisión, esa distancia entre dos etapas, pero no son la única.Afortunadamente, tanto en el gobierno nacional presidido por Cristina Fernández de Kirchner, como específica-mente en el Ministerio de Defensa dirigido por Nilda Garré, hay conciencia respecto de este hecho. Asimismo,que se haya delimitado claramente la diferencia entre defensa nacional y seguridad interior, por obra de distintasfuerzas políticas que coincidieron en el Parlamento para sancionar las Leyes de Defensa Nacional,3 SeguridadInterior4 y de Inteligencia Nacional,5 implica que la confusión entre estos conceptos sea patrimonio del pasado.Estas leyes plasmaron un marco normativo que buscaba “privilegiar la defensa nacional como ámbito exclusivo deorganización y funcionamiento de las Fuerzas Armadas, reformular sus misiones y funciones institucionales, y desar-ticular el conjunto de prerrogativas legales e institucionales que detentaban en materia de seguridad interior”.6

3 Ley 23.554 de Defensa Nacional, publicada en el Boletín Oficial el 5 de mayo de 1988.4 Ley 24.059 de Seguridad Interior, publicada en el Boletín Oficial el 17 de enero de 1992.5 Ley 25.520 de Inteligencia Nacional, publicada en el Boletín Oficial el 6 de diciembre de 2001.6 Marcelo Saín y M. Valeria Barbuto, “Las Fuerzas Armadas y su espacio en la vida democrática”, en Centro de Estudios Legales y

Sociales-CELS, Derechos Humanos en Argentina, Informe 2002, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 499.

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la defensa (el Código de Justicia Militar prohibía la asistencia letrada de un defensor de confianza civil, ya quesólo admitía la presencia de defensores militares; los tribunales militares rechazaron sin fundamento diferentessolicitudes de pruebas que podían establecer la inocencia del imputado y la condena no pudo ser revisada por untribunal ordinario pues no estaba contemplado en el Código). Sin embargo, en el año 2004, la Cancillería argen-tina aceptó iniciar un proceso de solución amistosa que culminó con el compromiso del Estado argentino de eli-minar esa reglamentación perimida, para lo cual se trabajó en el Ministerio de Defensa en una comisión que elCELS integró. Este hecho permitió que los oficiales de las Fuerzas Armadas estén sujetos a un régimen disciplina-rio con todas las garantías y sean juzgados por cualquier delito que cometan ante los mismos tribunales que elresto de los ciudadanos.

También el CELS tuvo una posición clara frente a dos episodios que han sido muy conmocionantes enlos últimos años. Uno fue la propuesta realizada al ex presidente Néstor Kirchner de retirar los cuadros de losrepresores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone del Colegio Militar de la Nación. Si bien hubo quienesrecibieron esa propuesta en forma negativa, su intención era en beneficio de las Fuerzas Armadas, porque ese actosimbólico revestía una carga poderosa para marcar el deslinde entre un pasado inadmisible y un presente que debíaser distinto.

El otro episodio fue la construcción del Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de losDerechos Humanos donde funcionaba la ESMA. El CELS fue el único organismo de derechos humanos que pro-puso que de esas diecisiete hectáreas y cuarenta edificios sólo se tomaran el Edificio Central, las columnas y elaltillo donde funcionaron los sectores conocidos como “Capucha” y “Capuchita”. En el resto del espacio, se con-sideró que se debía dar continuidad a las actividades navales. La idea rectora de esta propuesta era que, de estemodo, la Armada de hoy le rendiría homenaje a las víctimas de la Armada de ayer, y esto no sólo sería una rei-vindicación para las víctimas de la dictadura sino que también implicaría un proceso formativo para los integrantespresentes y futuros de la Fuerza. Han pasado seis años de ese debate. Tal vez, si hoy se replanteara esa discusión,la posición del CELS ya no quedaría en rotunda minoría, porque parece haberse fortalecido la comprensión de lanecesidad que los ciudadanos soldados sean incorporados a la sociedad de una manera distinta y que sus institu-ciones puedan librarse de ese peso heredado.

El indeclinable trabajo de los organismos defensores de los derechos humanos y el pueblo argentinoha logrado que la impunidad y el olvido no tengan ya lugar en nuestro país. Nos sentimos orgullosos de contribuira juzgar las responsabilidades del pasado porque esto permite enfrentar el desafío de construir instituciones mili-tares para la democracia. Pero esa democratización también implica, fundamentalmente, afirmar los derechos delpresente y el futuro para quienes hoy integran las Fuerzas Armadas de la Nación.

BIBLIOGRAFÍA

CAGGIANO, Antonio, “Prólogo”, en Jean Ousset, El Marxismo-Leninismo, Buenos Aires, Iction, 1963. CHILLIER, Gastón y Laura Freeman, “El nuevo concepto de seguridad hemisférica de la OEA: una amenazaen potencia”, en WOLA, julio de 2005. Disponible en línea: <http://www.wola.org/publications/segu-ridad_lowres.pdf>.SAÍN, Marcelo y Valeria Barbuto, “Las Fuerzas Armadas y su espacio en la vida democrática”, enCentro de Estudios Legales y Sociales-CELS, Derechos Humanos en Argentina, Informe 2002, BuenosAires, Siglo XXI, 2002.VERBITSKY, Horacio, “Premios y castigos”, en Página/12, 28 de diciembre de 1993._____________________, El Vuelo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005 (1995)._____________________, Cristo Vence: La Iglesia en la Argentina. Un siglo de Historia Política (1884-1983),tomo I: De Roca a Perón, Buenos Aires, Sudame-ricana, 2007._____________________, La violencia evangélica: La Iglesia en la Argentina. Un siglo de Historia Política(1884-1983), tomo II: De Lonardi al Cordobazo, Buenos Aires, Sudamericana, 2008._____________________, Vigilia de armas: La Iglesia en la Argentina. Un siglo de Historia Política (1884-1983), tomo III: Del Cordobazo al 23 de marzo de 1976, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

institucional y el rechazo que, por razones dogmáticas, la Iglesia católica aún conservaba hacia la concepción desoberanía popular, que se oponía a aquélla del origen divino del poder. Por un lado, sectores económicos que nopodían llegar al poder por la vía electoral y, por el otro, un discurso de legitimación y justificación que derivó enuna visión paranoica, perfeccionada más adelante por la doctrina contrarrevolucionaria francesa que ha tenido unainfluencia enorme en la Argentina, superior a la alcanzada en la mayoría de los lugares del mundo.

La Argentina vivió la formación de un nacional catolicismo que no produjo una guerra civil como laespañola de 1936-1939, pero que marcó a fuego nuestra vida política social y cultural. Entre 1930 y 1990, hubomás gobiernos originados en las botas que en los votos, por lo menos un golpe militar por década y golpes dentrode cada golpe. Esto ocurrió a partir de la utilización de las Fuerzas Armadas y su constitución en Partido Militarpor parte de los sectores dominantes y la jerarquía católica y se reforzó después del golpe de 1955 con un adoctri-namiento intensivo de las Fuerzas Armadas. Esa doctrina, forjada en la guerra de Argelia por el Ejército y la inte-ligencia franceses, fue rechazada en ese país por la jerarquía católica conducida por el arzobispo francés y obispocastrense cardenal Maurice Feltin, ya que consideraba anticristiana la tortura y el asesinato de oponentes políticos.En cambio, en la Argentina esa doctrina fue introducida por el presidente del Episcopado y obispo castrense AntonioCaggiano y continuada por quien lo sucedió en ambos cargos, el arzobispo de Paraná, Adolfo Servando Tortolo.

En el prólogo del libro El Marxismo-Leninismo de Jean Ousset –el fundador de Cité Catholique, orga-nización integrista que se importa en la Argentina bajo el nombre de Ciudad Católica–, Caggiano considera a esa obracomo un instrumento de formación para una “lucha a muerte” que, sin embargo, califica de “ideológica”. El marxismo,dice, nace de la negación de Cristo y de su Iglesia “por la Revolución”. La lucha entre la verdad y el error, el bien y el mal,existió siempre, pero ahora está organizada a escala universal. Aunque los enemigos todavía “no han presionadolas armas” hay que preparar “el combate decisivo”.9 Esto es en 1961. Como corresponde a un país de importación,la doctrina del aniquilamiento llegó antes que el desafío revolucionario y ha tenido las consecuencias conocidas.10

La democratización de las Fuerzas Armadas

El remedio a estas consecuencias es el camino en el que la Argentina está empeñada en este momento:el de promover reformas institucionales con sentido democrático en el ámbito castrense y el de respetar el rolmilitar pero con definiciones precisas sobre cuál es su función, bajo la conducción del poder civil. Es por ello queotro eje de trabajo para el CELS es la demanda de un rol activo por parte de las instituciones gubernamentalesencargadas del control sobre las Fuerzas y la concreción de reformas institucionales con sentido democrático. ElCELS se ha pronunciado a favor de realizar dichas reformas en temas como educación, mecanismos de evaluaciónde cargos y libertad religiosa, y ha puesto especial énfasis en los mecanismos de aplicación de sanciones, proce-dimientos de la justicia militar y tribunales de honor.

Por ejemplo, desde el CELS se contribuyó a la derogación del Código de Justicia Militar a través de lapresentación del caso del capitán del Ejército Rodolfo Correa Belisle ante la Comisión Interamericana de DerechosHumanos. Correa Belisle había sido sancionado por un tribunal militar en el que se violaron sus garantías al debidoproceso, sin el amparo de sus derechos como ciudadano por la vigencia de aquel código arcaico. El oficial habíasido citado en calidad de testigo en la causa por el asesinato del conscripto Omar Carrasco en el Regimiento deZapala, provincia de Neuquén, en 1994, que determinó el fin del servicio militar obligatorio. En su testimonio afirmóque el personal de inteligencia del Ejército había realizado tareas vinculadas con el caso Carrasco y que se habíanalterado pruebas para encubrir el hecho. El Jefe del Estado Mayor le inició un proceso penal en la justicia militarpor la conducta de “irrespetuosidad” a raíz del cual fue dado de baja y condenado a tres meses de arresto. Setrataba de una contradicción grave, pues al dar su testimonio el militar se encontraba cumpliendo con el debercivil de presentarse a declarar como testigo y la obligación de decir la verdad bajo juramento. El Estado argentinonegó en todas sus respuestas ante la CIDH que se hayan violado garantías como imparcialidad e independencia(los jueces de la causa dependían jerárquicamente del Jefe del Estado Mayor), y que se haya lesionado el derecho a

9 Antonio Caggiano, “Prólogo”, en Jean Ousset, El Marxismo-Leninismo, Buenos Aires, Iction, 1963, pp. 9-17.10 Para profundizar, véanse: Horacio Verbitsky, Cristo Vence: La Iglesia en la Argentina. Un siglo de Historia Política (1884-1983), tomo

I: De Roca a Perón, Buenos Aires, Sudamericana, 2007; La violencia evangélica: La Iglesia en la Argentina. Un siglo de Historia Política(1884-1983), tomo II: De Lonardi al Cordobazo, Buenos Aires, Sudamericana, 2008; Vigilia de armas: La Iglesia en la Argentina. Unsiglo de Historia Política (1884-1983) tomo III: Del Cordobazo al 23 de marzo de 1976, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

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La decisión

Antes de comenzar este artículo quisiera reafirmar que: las islas Malvinas son incuestionablementeargentinas desde el punto de vista histórico, geográfico y jurídico, y que la forma de recuperarlas es el diálogo entrelas dos partes. La guerra no es una obra de Dios.

A principios de 1982 la Junta Militar tomó la decisión de ocupar las islas Malvinas, sobre la base de aná-lisis y asesoramientos efectuados por personas incompetentes que creían que nuestro país podría invocar y sostener,ante la comunidad internacional, la “teoría del hecho consumado”, como reiteradamente lo hizo Israel en el CercanoOriente. La Argentina contaba con la capacidad para ocupar las islas pero nunca para mantenerlas; la operación, pues, noera ni factible ni aceptable. La obnubilada conducción política y militar superior basó sus decisiones en dos supuestos:

• Gran Bretaña no reaccionaría por unas desoladas islas, pobladas por menos de 2.000 súbditos, acep-taría la situación militar una vez consumada su recuperación, y negociaría una solución definitiva sobrela soberanía.• Estados Unidos apoyaría a la Argentina o adoptaría una posición neutral en el conflicto. Algunostontos hasta hablaban de “un guiño de los gringos”.

En marzo de 1982 ambos bandos habían alcanzado sus objetivos. El gobierno británico logró:

• Romper las negociaciones sobre la soberanía de las Malvinas impuestas por la ONU.• Levantar el prestigio de una gestión alicaída tratando de lograr la reelección de la Primer Ministro.• Impedir una reestructuración que disminuyera el poderío de la Armada Real, a fin de lograr manteneruna flota integral por oposición a los planes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).• Satisfacer a los grupos de presión del lobby de los isleños en el Parlamento, principalmente el dela Falkland Islands Company.

El gobierno argentino, por su parte, intentó revitalizar y profundizar una exhausta y desprestigiadadictadura, jugando bastardamente con una causa aglutinante de nuestro pueblo: el sentimiento Malvinas.

La Guerra de Malvinas

MARTÍN BALZATENIENTE GENERAL (R) / EMBAJADOR / ESCRITOR

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CAPÍTULO

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• Aceptar la resolución 502 no era una decisión totalmente negativa, ya que se habría logrado lla-mar la atención internacional y podría haberse negociado tratando de optimizar los réditos.• De continuar con la ocupación, con seguridad se nos consideraría agresores ante la opinión públi-ca mundial (como sucedió a la postre).• En caso de una confrontación contábamos con escasas o nulas posibilidades de éxito.

Pacto secreto entre Gran Bretaña y Chile

Días después del 2 de abril, el embajador británico en Chile, John Heath, inició conversaciones paraarribar a “entendimientos” con los chilenos y lograr su apoyo en el conflicto. Inicialmente intervino su FuerzaAérea, cuyo comandante en jefe y miembro de la Junta Militar entre 1977 y 1989, general Fernando Matthei, recibióen Santiago al capitán de la Real Fuerza Aérea (RAF) David L. Edwards (jefe de Inteligencia en el cuartel de la RAFen High Wycombe, Gran Bretaña), quien le entregó una carta de su comandante en jefe, sir David Great, en la cualle solicitaba apoyo. El general Matthei informó al entonces presidente Augusto Pinochet, quien prestó su con-sentimiento y dispuso la más estricta confidencialidad sobre el tema. Sergio Onofre Jarpa, embajador chileno ennuestro país en 1982, declaró: “En lo que se refiere a Chile, la Argentina tiene las espaldas cubiertas”. ¿Cubiertas?Veamos, bajo los términos del pacto, Gran Bretaña obtuvo:

• El uso de la base aérea chilena de Punta Arenas, en el extremo sur del país, para los aviones y accionesde inteligencia y espionaje de la RAF, que utilizó en sus máquinas colores y distintivos chilenos, cosa espe-cialmente prohibida por los usos y leyes de la guerra.• El uso de Punta Arenas y otras áreas para infiltrar fuerzas especiales (Special Air Service –SAS– ySpecial Boat Service –SBS–) dentro de nuestro país, con fines de inteligencia y sabotaje de aviones ymaterial argentino en tierra, con prioridad sobre Río Grande y Río Gallegos.• Intercambio de información e inteligencia, incluyendo el monitoreo y descriptado de códigos y señalesargentinos, que les proporcionó el servcio de Inteligencia de la Armada Chilena.

Por su parte, Chile obtuvo:

• Aviones de bombardeo Canberra, usados en operaciones secretas durante el conflicto. Al término deéste recibió, por lo menos, seis de ellos.• Un escuadrón de aviones de caza-bombardeo Hawker de la RAF, que fueron entregados una vezfinalizada la guerra.• Parte del armamento argentino que quedó en Malvinas y el crucero liviano Glamorgan, de la ArmadaBritánica.• La derogación de las restricciones británicas a la venta de armas a Chile, la provisión de uranio enri-quecido y la oferta de un reactor nuclear inglés tipo Magnox.• El apoyo político y diplomático para neutralizar las investigaciones realizadas por las Naciones Unidas(ONU) con relación a la violación a los derechos humanos por parte del régimen dictatorial chileno,oponiéndose a un nuevo tratamiento de investigadores de la ONU.

Chile realizó una intensa campaña de acción psicológica, principalmente radial, con comentarios adversosa nuestra recuperación de las islas, calificándola de “reivindicaciones territoriales argentinas en desmedro de inte-reses chilenos”. ¿Lo hizo para cubrir las espaldas de la Argentina, como expresó el embajador chileno en Buenos Aires?Ciertamente que no.

Ayuda de Estados Unidos

Washington apoyó al Reino Unido, proporcionando amplia, actualizada y eficaz información satelital,permitiendo el uso de las islas Ascensión –vital e indispensable base de apoyo logístico para la flota y la aviacióninglesas– y proveer lo misiles aire-aire Sidewinder y los misiles antirradar Shrike. Además, reemplazó en Europaa los británicos encargados de operaciones de reabastecimiento aéreo de combustible en el marco de la OTAN.

Recuperación de las islas

Ante el cariz de los acontecimientos se pusieron en ejecución, en forma casi simultánea, la OperaciónGeorgias (ocupación de los puertos Grytviken y Leith) y la Operación Azul (ocupación de las Malvinas). Posteriormente,a esta última se le dio el nombre de Operación Rosario.

La Junta Militar había dispuesto poner en ejecución la Operación Rosario el 26 de marzo; fijó como el“Día D” el 1° de abril, en horas de la noche, con la posibilidad de postergarlo veinticuatro horas. Para ello se cons-tituyó la Fuerza de Tareas Anfibia 40, a las órdenes del contraalmirante Walter O. Allara, integrada básicamentede la siguiente forma:

• Batallón de Infantería de Marina 2 (BIM 2), Agrupación de Comandos Anfibios, una sección detiradores del Ejército pertenecientes al Regimiento de Infantería 25 y una pequeña reserva.• Un grupo de transporte integrado por el buque de desembarco de tropas Cabo San Antonio, elrompehielos Almirante Irizar y el buque de transporte Isla de los Estados.• Un grupo de apoyo, escolta y desembarco, formado por las fragatas tipo T-42 Hércules y SantísimaTrinidad y las corbetas Drumond y Granville.• Un grupo de tareas especiales constituido por el submarino Santa Fe.

La recuperación de la capital de las islas se inició la noche del 1º al 2 de abril y se consolidó en pocashoras; la guarnición local fue rápidamente reducida; el aeropuerto –vital objetivo– fue habilitado, y el gobernadorbritánico, Rex Hunt, detenido. Las tratativas para su evacuación y la del personal militar británico a Montevideose iniciaron de inmediato. El resto de los isleños permaneció en las islas. Pronto se completó el control de los esta-blecimientos Darwin, Pradera del Ganso y otros.

Situación de las Fuerzas Armadas en 1982

No estábamos preparados para una guerra en Malvinas por las siguientes razones:

• Durante la década de 1970 las Fuerzas Armadas estuvieron afectadas a la lucha contra la subversióny alejadas de su adiestramiento para un conflicto convencional. La incursión en gobiernos de factolas había alejado, desde 1955, del profesionalismo que todos deseábamos.• Nuestro enemigo era un miembro de la Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN) yuna potencia nuclear de segundo orden que contaría –como contó– con el apoyo de una de las dossuperpotencias del mundo –Estados Unidos– y de otros miembros de la citada alianza.• Se carecía de preparación y adiestramiento para la acción militar conjunta.• Soportábamos una grave crisis socioeconómica y política, y el gobierno nacional era sometido adurísimas críticas de los principales países del mundo por violación de los derechos humanos.• El equipamiento moderno de las Fuerzas Armadas no se había completado (armamento antiaéreoen el Ejército, material de aviones Super Etendart-Exocet para la Armada, etc.). • No se disponía del tiempo mínimo para preparar y adiestrar los medios en forma aceptable, salvo encasos especiales y sólo en aquellas unidades conformadas masivamente por oficiales y suboficiales. Enel Ejército recién se había incorporado la clase 1963 y sólo algunas unidades –entre ellas la mía– con-taban con soldados adiestrados, como consecuencia de tener un sistema de incorporación cuatrimestral.• Era la peor época para permitir operar en forma adecuada a la Aviación, debido a las pocas horas deluz diurna, nieblas, lluvias, etcétera, en Malvinas.

En la aventura de 1982 nadie pensó que, en las grandes decisiones en que se involucró el poder militar,el éxito correspondió –en la mayoría de los casos– a los que respondieron como reacción frente a quien tomó lainiciativa en las acciones. Permitir que el adversario actúe y se manifieste para sólo después tomar la iniciativa,requiere ágil concepción estratégica, inteligencia, liderazgo, voluntad y medios disponibles. El Reino Unido estabahabituado a responder de esa forma. La dictadura militar no apreció algunos aspectos muy simples:

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El principio estratégico, vigente a través de la historia de las guerras, el de “unidad de comando”, eneste caso brilló por su ausencia.

Estrategia y táctica

La estrategia es el arte de la lucha de voluntades para resolver un conflicto, y, más precisamente, elarte y la ciencia de la conducción y el empleo del potencial nacional por el gobierno de la Nación, durante la pazy la guerra, para concretar la obtención de sus objetivos políticos. La táctica es la conducción que se realiza enlos niveles de mando inferiores al nivel estratégico, que se sintetiza en las reglas y los procedimientos a los quedeben ajustarse las operaciones de combate.

La estrategia implica disponer libremente de todas las fuerzas, en amplio dominio de espacio-tiempo,con miras a un fin lejano que es precisamente una situación táctica. La táctica por su parte, presume que las tropasestán en contacto, en una situación definida en el espacio y en el tiempo.

Consideraciones estratégicas

La Operación Rosario podría haberse explotado de manera muy positiva si después del 2 de abril sehubiera mantenido una guarnición de alrededor de 400 hombres, lo que habría evidenciado una seria actitudnegociadora por parte de la Argentina. Difícilmente el Reino Unido hubiera movilizado la fuerza expedicionariamás importante desde la Segunda Guerra Mundial (28.000 hombres y más de 100 buques) ni recibido el apoyode otros países. Los principales países del mundo hubieran conocido la legitimidad de nuestros derechos, y deeste modo se habrían originado discusiones, publicaciones y –muy probablemente– pronunciamientos favorablespara terminar con un anacrónico colonialismo.

Hasta ese momento habíamos exhibido profesionalidad y eficiencia, sin derramamiento de sangrebritánica, pero, como dice el Talmud,2 “la ambición destruye a su poseedor” y, si bien destruyó la dictadura militar,lamentablemente dejó en la turba malvinera y en las gélidas aguas del Atlántico Sur a jóvenes vidas cuya pérdidapodría haberse evitado.

El Planeamiento estratégico –en lo político y lo militar– no se basó seriamente en lo que el Reino Unidose hallaba en capacidad de hacer como respuesta a la ocupación de las islas. En ningún documento se encontraron“los supuestos”3 para encarar la confección de un plan o una directiva. Sin embargo, resulta claro que la Junta Militaraceptó, erróneamente, dos suposiciones que afectaron todo tipo de decisiones posteriores al 2 de abril. Éstas fueron:

• El Reino Unido sólo reaccionaría por la vía diplomática ante la ocupación de las islas. En caso derecurrir al uso de su poder militar, lo haría en forma disuasiva, sin llegar a un empleo real.• Estados Unidos ayudaría a la Argentina o permanecería neutral. Nunca permitiría una escaladamilitar del conflicto y obligaría a las partes a negociar.

El proceder de la Junta marginó las más elementales normas de planificación contenidas en los regla-mentos para el trabajo de los Estados Mayores; ello se puso en evidencia antes, durante y después del conflicto,y fue condicionante para que los Comandos subordinados confeccionaran planes superficiales, incompletos y, másaun, incumplibles.

La Inteligencia estratégica –nacional y militar– careció de solidez, pues desde décadas anteriores, yparticularmente a partir de la década de 1970, estuvo orientada al “caso Chile” en lo externo y, prioritariamente,a la subversión en el marco interno. Los jefes de inteligencia de las Fuerzas Armadas sólo tomaron conocimientode la Operación Rosario cuando ésta se inició. Un ejemplo de esto es que el jefe de inteligencia del Ejército, generalAlfredo Sotera, que se encontraba en Estados Unidos, fue alertado de los acontecimientos por nuestro agregadomilitar en Washington, general Miguel A. Mallea Gil.

2 Talmud: Recopilación de la tradición oral judía, que interpreta la Ley de Moisés y constituye el código civil y religioso del pueblo deIsrael. Explica y aclara la Torá (Pentateuco).

3 Un supuesto es una condición, proposición o principio que es aceptado con el objeto de obtener sus secuencias lógicas o encauzary/o facilitar el trabajo de un Estado Mayor, o por ese camino comprobar su acuerdo o desacuerdo con los hechos.

Ayuda de Francia

El secretario de Defensa británico durante el conflicto, John Nott, en sus memorias, cuyos extractosfueron publicados por el diario londinense The Daily Telegraph el 13 de mayo de 2002 dijo:

De muchas maneras [el presidente François Mitterrand y los franceses] fueron nuestros grandes aliados;cuando el Presidente de los Estados Unidos [Ronald Reagan] presionaba a Thatcher a que resolviera ladisputa a través de la negociación, la Dama de Hierro se enfrentaba a Mitterrand por la futura direcciónde Europa, pero el galo salió inmediatamente en ayuda de Gran Bretaña después de que las fuerzasargentinas ocuparon las islas, el 2 de abril de 1982. […] Cuando comenzó el conflicto, Francia facilitó alReino Unido aeronaves Super Etendard y Mirage –que había suministrado antes a la Argentina– paraque los pilotos británicos de los aviones Harrier pudieran entrenarse para luchar contra ellos.

Además, Francia canceló el envío de diez misiles Exocet que la Armada Argentina había comprado mesesantes de la iniciación del conflicto.

Ayuda de la OTAN

Además de los Estados Unidos y Francia, el resto de los países de la OTAN no tardaron en sumar suapoyo, y para obtenerlo la diplomacia británica actuó con su reconocida sagacidad:

En la OTAN había que convencer a los socios de Gran Bretaña de que el envío de un considerable contin-gente naval al Atlántico Sur, con el inevitable debilitamiento de las defensas de la OTAN en Europa, era, sinembargo, la reacción esencial ante la agresión. El argumento no tardó en aceptarse y, a pesar de algunas preo-cupaciones, en particular ante el aumento del tamaño del contingente naval, la OTAN nunca dudó en respaldarpúblicamente la campaña militar británica.1

Comandos operativos

Los principales Comandos que proliferaron durante todo el conflicto fueron:

• Comité Militar y Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas (Anaya, Galtieri y Lami Dozo).• Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro).• Comandante del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (vicealmirante Juan José Lombardo).• Comandante del Teatro de Operaciones Sur (general de división Osvaldo J. García). • Comandante de la Fuerza Aérea Sur (brigadier Ernesto Crespo).• Comandante de la Guarnición Militar Malvinas (general Mario Benjamín Menéndez). De este Comando

–el único instalado en las islas– dependían:• Comandante Agrupación “Ejército” Malvinas (general Oscar Jofre).• Comandante Agrupación “Aérea” Malvinas (brigadier Luis Castellanos).• Comandante Agrupación “Armada” Malvinas (contraalmirante Edgardo Otero).

• Comandante de la Flota de Mar (contraalmirante Walter Allara).• Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro Rivadavia, a partir del 24 de mayo (general García,

vicealmirante Lombardo, brigadier Helmut Weber).• Comando de las Fuerzas Terrestres del Teatro de Operaciones (creado y disuelto a los pocos días).• Centro de Operaciones Conjuntas.• Comando Aéreo de Defensa.• Comando Aéreo Estratégico.• Comando Aéreo de Transporte.• Comando de Defensa Aérea Sur.• Centro de Operaciones Conjuntas.

1 The Sunday Times Insight Team, Una cara de la moneda, Buenos Aires, Hyspamérica, 1983, p. 179.

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la cual son tan adictos algunos Estados Mayores. En el combate, muchas órdenes de operaciones yadministrativas “duraban menos que un huevo en una canasta”, antes de que las circunstancias lastornaran obsoletas. Se aprendió a trabajar en forma expeditiva, sin máquinas de escribir y con órdenesverbales, marginando lo superfluo y retardatario. Valoramos por qué el mariscal Von Manstein5 con-ducía Grupos de Ejércitos, durante la Segunda Guerra Mundial, con órdenes que no superaban unahoja de papel.

La Junta Militar

Los miembros de la Junta Militar y otros altos mandos que visitaron las islas y se fotografiaron enellas antes de que se iniciara la guerra se “borraron” cuando comenzó el ruido de combate y silbó la metralla.No asumieron su responsabilidad ante la derrota, iniciaron un proceso de “desmalvinización” y no rescataron losvalores de la gesta. Buscaron chivos expiatorios entre los jefes que combatieron; muchos generales olvidaron queno podían justificarse y eludir sus responsabilidades por la batalla perdida, e invocaron estériles argumentos,como decir que, contrariamente a su voluntad, tuvieron que “cumplir órdenes” de Galtieri. En ese caso, les quedabael camino de la “desobediencia debida”, que no se produjo.

El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (EMC)

El EMC evidenció, tanto antes de las operaciones como durante ellas, ser un organismo inoperante yburocrático. Tuvo la responsabilidad primaria de planificar y coordinar los esfuerzos de las Fuerzas Armadas, asícomo la de instrumentar el planeamiento, la dirección, la ejecución y la evaluación de la Acción Sicológica (AS);en ninguno de estos casos estuvo al margen de la incompetencia que se evidenció en otros niveles.

Desconoció la importancia que tiene en la guerra moderna un sensible recurso de la conduccióncomo es la AS, que incide no sólo sobre las tropas que combaten, sino también sobre otros países y el propio ene-migo, que, por el contrario, hizo un por demás efectivo empleo del citado recurso. En tal sentido, el Estado Mayorno utilizó la aceptable organización y equipamiento de que disponía la Secretaría de Información Pública, a cargodel embajador Rodolfo Baltiérrez. Como en otras áreas, en ésta se trabajó en compartimientos estancos, lo queimpidió la coordinación entre los pocos especialistas existentes que, al igual que todos los organismos a que per-tenecían, habían acentuado la desnaturalización de su misión desde el inicio de la dictadura, al priorizar todo lorelacionado con el marco interno.

La guerra moderna exige la integración a nivel conjunto de las Fuerzas Armadas, para lo cual es nece-sario un desarrollo armónico, racional y balanceado de dichas fuerzas. De nada sirve que alguna de ellas prevalezcasobre las otras. La cohesión se logrará eliminando disputas estériles, desarrollando una doctrina militar conjuntay un sistema logístico compatibilizado, delimitando ámbitos de competencia y efectuando ejecuciones conjuntas enel gabinete y en el terreno.

Es imprescindible –para lograr esta transformación– modificar disposiciones legales para dotar al EMCde facultades para comandar las Fuerzas Armadas, y prestigiarlo con la asignación de los medios humanos y mate-riales necesarios.

El Síndrome del estrés postraumático

Este síndrome es también conocido como “neurosis de guerra” o “fatiga de combate”. Se manifiestaen forma de psicosis, neurosis, ansiedad, depresión, alucinaciones, angustia, insomnio, disfunciones sexuales yotros síntomas; puede aparecer durante la guerra y después. Cientos de veteranos –oficiales, suboficiales y soldados–lo padecieron, y muchos aún hoy continúan sufriéndolo.

Alrededor de 250 ex combatientes en Malvinas han llegado al suicidio. Un número similar se hadetectado entre los veteranos británicos del conflicto.

Como antecedente comparativo, Estados Unidos tuvo los siguientes índices de afecciones psiquiátricas

5 Erico von Leinski, conocido como Erich von Manstein (1887-1973). Militar alemán, participó en la Primera y la Segunda GuerraMundial; en esta última se destacó en la campaña de Francia (1940), la conquista de Crimea (1941) y la victoria de Charkow (1943).

La contrainteligencia –que es la acción que consiste en negar información al enemigo– fue desaten-dida, lo que posibilitó que los británicos dispusieran de información útil y oportuna a sus propósitos durante todoel conflicto.

Consideraciones tácticas

• La batalla tuvo dos fases: la primera, predominantemente aeronaval, entre el 1° y el 20 de mayo;y la segunda, predominantemente terrestre, entre el 21 de mayo y el 14 de junio. Durante la faseaeronaval los efectivos en tierra fuimos sometidos a un desgaste psicofísico en las húmedas y fríastrincheras, esperando el desembarco británico. La fase terrestre la iniciamos conscientes de nuestraspropias limitaciones, de haber cedido totalmente la iniciativa al enemigo y de la incapacidad de recibirapoyo del continente.• Nuestras Fuerzas fueron eliminadas por partes: primero, nuestra flota, que se automarginó delconflicto sin siquiera intentar disputar el espacio marítimo; segundo, la Fuerza Aérea y la AviaciónNaval, debido a las importantes pérdidas sufridas, a pesar de los reconocidos éxitos iníciales y la exce-lente profesionalidad evidenciada; por último, los efectivos terrestres del Ejército y de la Infanteríade Marina, cuando el estrangulamiento terrestre cerró definitivamente el previsible cerco total quecondujo a la inevitable rendición.• El primer conflicto de la era misilística. Así calificaron algunos autores a la guerra, pero es muyimportante destacar que, pese a los adelantos tecnológicos, en el combate se puso de manifiesto el roldecisivo de la infantería de todos los tiempos.• La guerra tuvo casi la misma duración que la del Golfo, en 1991, en la cual la campaña aérea esta-dounidense duró 38 días y la terrestre sólo 4 días –en total, 42 días–, con un saldo de 144 estadouni-denses muertos en combate. En Malvinas, la campaña aérea y naval británica duró alrededor de 20días y la terrestre 24 días –en total, 44–, con un saldo de alrededor de 300 ingleses muertos en accionesbélicas, y 650 argentinos.El adversario empleó simultáneamente una estrategia de desgaste y de estrangulamiento. La primera,a partir del 7 de abril, consistió en la amenaza marítima, sanciones económicas junto con sus aliadosde la OTAN, gestiones diplomáticas y un efectivo empleo de la acción psicológica. La segunda buscóla batalla decisiva mediante un cerco completo. En una entrevista en Londres con el general británicoJeremy Moore le pregunté por qué atacaron Pradera del Ganso (28 y 29 de mayo) y realizaron unsegundo desembarco en Bahía Agradable (8 de junio) sin protección antiaérea, teniendo en amboscasos importantes bajas, cuando esas acciones no eran necesarias. Sin hesitarse me contestó: “Fue ungran error”.• La batalla de cerco que condujo al aniquilamiento perfecto se vio facilitada por la ejecución deuna defensa lineal carente de profundidad, movilidad y reservas. Ésta fracasó históricamente, aun enlos casos de fortificaciones sólidas y consideradas infranqueables, como la famosa línea Maginot.4 Enjunio de 1982 no disponíamos de nada para golpear seriamente a los ingleses; a pesar de la amenazaque significó nuestra aviación, el agotamiento de las fuerzas era más que evidente.• La organización para el combate de la Guarnición Militar Malvinas –a las órdenes del general MarioB. Menéndez– evidenció dispersión de esfuerzos, unidades asignadas en forma no proporcional, pococorrecto aprovechamiento del terreno, superposición del mando e inadecuada acción conjunta de lasFuerzas. De los nueve regimientos de infantería disponibles en las islas, sólo cuatro combatieron enforma efectiva (RI 4, RI 7, RI 12 y BIM 5) y parcialmente sólo dos (RI 6 y RI 25); y no participaron en lasacciones el RI 3, RI 5 y RI 8 (los dos últimos aislados en la isla Gran Malvina). Esto facilitó a los britá-nicos aplicar su táctica metódica y doctrinaria: “concentración del ataque en el punto más débil”,aprovechando su mayor poder de combate, movilidad y libertad de acción.• El ritmo de las operaciones, durante la guerra demostró la inutilidad de la burocracia papelera a

4 Sistema de fortificaciones construido por iniciativa de André Maginot (ministro de Guerra francés) entre 1927 y 1936, en la fronterafranco-alemana (en territorio francés).

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Encuadramiento normativo de la Comisión Rattembach

La Comisión Rattembach evaluó que la conducta de los responsables era susceptible de ser examinadaen distintos campos: político, penal, penal militar, disciplinario militar y en el de honor.

• En lo político: porque la Junta Militar determinó, en un acta del 18 de junio de 1976, que “tomabapara sí la responsabilidad de considerar la conducta de aquellas personas que hubieran ocasionadoperjuicio a los superiores intereses de la Nación o lo hicieran en lo futuro”. Y todos conocemos el perjuicioque ocasionó la Junta a la Nación.• En lo penal, no se observó la existencia de conductas que pudieran configurar delito alguno contem-plado en el Código Penal de la Nación.• En lo penal político, recomendó que los delitos tipificados en el Código de Justicia Militar (ley 14.029)“deberán ser sometidos al órgano jurisdiccional competente, a fin de que sea sustanciada la perti-nente causa penal”. Este órgano era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CONSUFA) –presididopor el general de división Horacio A. Rivera–, lo que se concretó en su oportunidad.• En lo disciplinario militar, se recomendó que las sanciones deberían ser evaluadas y sancionadaspor la Junta Militar. En el Ejército esto sólo se aplicó en algunos niveles medios e inferiores.• En lo relacionado con el honor, la Comisión no apreció transgresiones pero dejó una vía abierta porsi surgían en el futuro, con posterioridad a la intervención en los ámbitos penal y disciplinario militar.Nadie fue juzgado en este aspecto.

La Comisión Rattembach evaluó, entre otros, el comportamiento de todos los citados, con excepciónde los generales Nicolaides y Trimarco (Juan Carlos); elevó su informe a distintas instancias y al Consejo Supremode las Fuerzas Armadas (CONSUFA).

De todos los juzgados, los máximos responsables –la Junta Militar– fueron los únicos condenados. ElConsejo Supremo impuso al almirante Jorge I. Anaya la pena de catorce años de reclusión con la accesoria de des-titución y baja; al general Leopoldo Fortunato Galtieri, y al brigadier general Basilio Lami Dozo, la pena de ochoaños de reclusión más la accesoria de destitución y baja.

La sentencia impuesta en primera instancia fue apelada ante la entonces Cámara Criminal y CorreccionalFederal de la Capital Federal, que modificó parcialmente la sentencia de CONSUFA y condenó a los tres ex coman-dantes a cumplir la misma pena: “doce años de reclusión, más la accesoria de destitución y baja”.

Ante esa decisión los causantes interpusieron un recurso extraordinario ante la Corte Suprema deJusticia de la Nación (CSJ), que fue concedido por la Cámara Federal. En las circunstancias procesales aludidas,antes de que la CSJ se expidiera, el Poder Ejecutivo Nacional, emitió el decreto 1.005, del 6 de octubre de 1989, que,entre otras cosas, disponía: “indultar al teniente general (retirado) Leopoldo Fortunato Galtieri, al almirante (retirado)Jorge Isaac Anaya y al brigadier general (retirado) Basilio Ignacio Lami Dozo”. Entre otros “considerados”, el decre-to expresaba: “es menester adoptar aquellas medidas que, suavizando la rigurosidad legal, generen las condicionespropicias que permitan la mayor colaboración de los habitantes en la reconstrucción y el progreso de la Nación”.

Todos ellos conservaron –indulto mediante– sus grados y su estado militar. Ello fue una bofetada paralos veteranos de Malvinas.

Acciones meritorias de nuestras Fuerzas Armadas

• Ejército: “La Artillería de Campaña (Grupo de Artillería 3 y Grupo de Artillería 4) y de DefensaAntiaérea, las Compañías de Comandos, el Escuadrón de Exploración de Caballería 5, los elementosde la Aviación de Ejército (helicópteros), algunos elementos de apoyo de combate y especialmenteelementos del Regimiento 25 de Infantería, demostraron un elevado grado de adiestramiento y profe-sionalismo, así como una adecuada acción de Comando, lo que fue puesto de manifiesto especialmenteen la defensa de Puerto Argentino, donde tuvieron un desempeño destacado”. (Informe Rattembach)

• Armada: La Aviación Naval, con sus aviones Sky Hawk-A4Q y Super Etendard de reciente incorpo-ración, operando desde el continente, infligió daños fuera de toda proporción con respecto a los análisisprevios de poder de combate relativo (medios propios, medios británicos, influencia del Teatro deOperaciones, etcétera). El BIM 5, operando en el marco de las fuerzas terrestres en Puerto Argentino,

en sus Fuerzas Armadas: en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), 23%; en Corea (1950-1953), 6%; en Vietnam(1965-1975), 5% (que llegó al 60% al incrementarse la drogadicción entre sus soldados, en 1972).

En Malvinas, nosotros tuvimos aproximadamente el 3% –los ingleses, el 2%– de combatientes afec-tados por traumas similares. En nuestro caso, ello guarda directa relación con la ausencia de la correspondiente, eimprescindible, revisión psicosomática, que debió haberse practicado, sin excepción, a todos los combatientes a nuestroregreso al continente. También influyó la carencia de médicos psiquiatras en la zona de operaciones.

La Comisión Rattembach

El 2 de diciembre de 1982 la nueva Junta Militar –general Cristino Nicolaides, brigadier Omar R. Graffignay almirante Rubén O. Franco– conformó una Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades Políticasy Estratégico-Militares en el conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS) para evaluar el comportamiento de los miembrosde la Junta Militar y otros jefes militares y miembros del Gabinete Nacional durante la Guerra de Malvinas. DichaComisión estuvo integrada por dos oficiales superiores de cada Fuerza, en situación de retiro: por el Ejército, elteniente general Benjamín Rattembach y el general de división Tomás A. Sánchez de Bustamante; por la Armada,el almirante Alberto P. Vago y el vicealmirante Jorge A. Boffi; por la Fuerza Aérea, el brigadier general Carlos A. Reyy el brigadier mayor Francisco Cabrera.

Opinión de la Comisión Rattembach sobre decisiones y responsabilidades de la Junta Militar (Galtieri,Anaya y Lami Dozo):

• No realizó una apreciación completa y acertada de la reacción británica, de Estados Unidos, delConsejo de Seguridad de la ONU, de la Comunidad Económica Europea y de la OEA. Máxime teniendoen cuenta que el gobierno estaba seriamente desprestigiado en la comunidad internacional, queEstados Unidos nos había embargado e impedido importar armamento, que no teníamos buena relacióncon los países No Alineados y que el conflicto con Chile estaba vigente.• Trató de condicionar el acatamiento de la Resolución 502 –de la ONU– y con ello renunció a lasnegociaciones impuestas por el Consejo de Seguridad.• Como máximo órgano del Estado, condujo a la Nación a una guerra con Gran Bretaña, sin estardebidamente preparada para un enfrentamiento de semejante magnitud, pues se trataba de unapotencia del “Primer Mundo” que recibiría apoyo de los más importantes países. No logró el objetivoy llevó a nuestro país a una crítica situación política, social y económica.• Desaprovechó las contadas y concretas oportunidades que se tuvieron para lograr una soluciónhonorable del conflicto.• Confundió –con premeditada intencionalidad– un objetivo circunstancial, subalterno y bastardo,como la necesidad de revitalizar la alicaída dictadura militar, con una gesta aglutinadora y legítima dereivindicación de algo incuestionablemente argentino.• Subestimó la reacción de Chile, que, al desplegar efectivos importantes en nuestra frontera sur, obligóa que las Brigadas de Montaña VI (Neuquén) y VIII (Mendoza) fueran a su vez desplazadas en el sectorcordillerano central y sur, lo que impidió que tropas especialmente aptas para el ambiente geográficode Malvinas concurrieran a las islas.• No evaluó que tras la reacción británica y la amenaza de Chile nos encontraríamos en una guerrade dos frentes, imposible de sostener. Lo sensato hubiera sido postergar cualquier enfrentamiento conGran Bretaña, dejando una pequeña guarnición de 300 a 400 hombres, y aceptar negociar, o haberresuelto con anterioridad el conflicto con Chile, sin subestimar o ignorar su probable proceder en apoyoal Reino Unido.

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MORENO, OSCAR (COORDINADOR)

Abogado. Profesor de la UBA, la UNTREF y la UNSAM.Director de la Licenciatura en Administración y PolíticasCulturales de la UNTREF (modalidad virtual). Publicó(coord.) Pensamiento contemporáneo (2008).

ANSALDI, WALDO

Doctor en Historia. Investigador del CONICET. Profesortitular y Director del Instituto de Estudios de AméricaLatina y el Caribe, de la Facultad de Ciencias Sociales dela UBA. Es autor y/o compilador o editor de doce libros,el último de los cuales es La democracia en América Latina,un barco a la deriva (2007).

BALZA, MARTÍN

Embajador argentino ante el gobierno de la Repúblicade Colombia. Teniente General (R). Ex Jefe de EstadoMayor (1991-1999). Obtuvo innumerables condecora-ciones. Publicó el libro Malvinas. Gesta e incompetencia(2003).

BARRY, CAROLINA

Doctora en Ciencias Políticas. Coordinadora del Programade estudios de historia del peronismo (UNTREF). Inves-tigadora de la UNGSM. Escribió y publicó numerososartículos relacionados con la mujer y la política du-rante elprimer peronismo, su última publicación es Evita capi-tana. Formación y organización del Partido PeronistaFemenino (2008).

BASUALDO, EDUARDO

Licenciado en Economía (UCA) y Doctor en Historia (UBA).Investigador del CONICET y de la FLACSO. Miembro delCELS. Publicó, entre otros, Estudios de historia econó-mica argentina; Modelo de acumulación y sistema polí-tico en la Argentina. Notas sobre el transformismo argen-tino durante la valorización financiera (2001).

BIANCHI, SUSANA

Profesora de la UNICEN (Tandil, provincia de BuenosAires). Fue directora del Anuario del IEHS. Ha publicadonumerosos artículos en revistas especializadas nacionalesy extranjeras. Su último libro es Historia de las Religionesen la Argentina.

BOSOER, FABIÁN

Licenciado en Ciencia Política y Magister en RelacionesInternacionales. Profesor de la UBA, el ISEN y la FLACSO.Publicó Generales y embajadores; Malvinas, capítulo final,2010: una agenda para la región en coautoría con FabiánCalle. Se desempeña como editorialista y editor del diarioClarín desde 1994.

BRAGONI, BEATRIZ

Doctora en Historia, profesora de la Universidad Nacionalde Cuyo e investigadora del CONICET. Publicó Los hijosde la revolución. Familia, negocios y poder en Mendozaen el siglo XIX (1999); La agonía de la Argentina criolla.Ensayo de historia política y social, ca.1870 (2002), Micro-análisis. Ensayos de historiografía argentina (2004).

BROWN, FABIÁN EMILIO ALFREDO

Oficial del Estado Mayor egresado de la Escuela Superiorde Guerra. Licenciado y Magister en Historia. Publicó LibroRiccheri; El Ejército del siglo XX y numerosos artículosreferidos a la historia militar y del Ejército del siglo XX.En la actualidad es Director del Colegio Militar de la Nación.

DE MARCO, MIGUEL ÁNGEL

Doctor en Historia. Ex presidente de la Academia Nacionalde la Historia. Sus obras La Armada Española en el Plata(1845-1900) y José María de Salazar y la Marina con-trarrevolucionaria en el Plata fueron declaradas obras deinterés en los centros de estudios estratégicos y de for-mación de la Armada del Reino de España.

DE PRIVITELLIO, LUCIANO

Doctor en Historia. Profesor de la UBA y la UNSAM.Investigador del CONICET. Publicó Agustín P. Justo, lasarmas en la política (1997); y otros títulos en colaboracióny artículos en revistas especializadas nacionales e inter-nacionales, manuales de educación básica y polimodal.

DI TELLA, TORCUATO

Sociólogo formado en las Universidades de Columbiay de Londres. Fue profesor de la UBA; es investigador delInstituto Di Tella, del que fue fundador. Publicó Sindicatoy comunidad: dos tipos de estructura sindical latinoa-mericana; Estructuras sindicales en la Argentina y Brasil,Historia Argentina (dos volúmenes); Historia de lospartidos políticos en América Latina, entre otros.

NOTAS BIOGRÁFICASpuso de manifiesto vocación por el accionar conjunto, un excelente adiestramiento, un equipamientoadecuado y un destacado desempeño en la defensa de Puerto Argentino.

• Fuerza Aérea: Desencadenado el conflicto de naturaleza aeronaval, el Comandante decidió nosustraer a sus medios de la batalla aérea y aceptó las desventajas y riesgos. Infligió a los británicossignificativas pérdidas. La formación y adiestramiento de sus pilotos –de combate y de transporte–respondieron cabalmente a las exigencias impuestas. Junto con hombres del Ejército y de la Armada,conformó un adecuado Centro de Información y Control (CIC) en las islas, que coordinó todo lo rela-cionado con la atenuación y neutralización del enemigo aéreo británico.

Finalmente, el Informe Rattembach sintetiza el comportamiento de las Fuerzas Armadas en su con-junto, en los siguientes términos:

Es importante señalar que hubo Comandos Operacionales y Unidades que fueron conducidas con efi-ciencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimientofue siempre elevado. Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur, la Aviación Naval, los mediosaéreos de las tres Fuerzas destacados en las islas, el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería deEjército y de Infantería de Marina; la Artillería de Defensa Aérea de las tres Fuerzas Armadas, correcta yeficazmente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5, el Escuadrón de CaballeríaBlindada 10, las Compañías de Comandos 601 y 602 y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocu-rrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fue función directade la calidad de sus mandos.

Comentarios británicos y norteamericanos

“No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron eran soldados tenaces y competentes, ymuchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres” (General Anthony Wilson, comandantede la Brigada 5 de Infantería).6

“Nos encontramos con 300 prisioneros, incluidos el jefe del RI 4 y varios oficiales. Esto muestra lasmentiras de las informaciones de la prensa según los cuales los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptospara que fueran masacrados o se rindieran como ovejas […]. Oficiales y suboficiales se batieron duramente”(General Julian Thompson, comandante de la Brigada 3 de Comandos británicos).7

“Las unidades argentinas que evidenciaron un alto grado de cohesión y se destacaron por su exce-lente desempeño en combate fueron: el Batallón de Infantería de Marina 5, el Regimiento de Infantería 25, lasCompañías de Comandos 601 y 602, el Regimiento de Infantería 7, así como el Grupo de Artillería 3” (Consignadopor la doctora Nora Kinzer Stewart).8

Conclusiones

Toda guerra es una desgracia para cualquiera de los adversarios. ¿Quién podrá reemplazar la vida de lossoldados caídos para siempre y compensar el dolor de sus seres queridos? Un militar y político israelí, Yitzak Rabin(1922-1955), señaló claramente que “el sendero de la paz es mejor que el sendero de la guerra”. Años antes, Gandhihabía expresado: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Sin duda, la guerra no es una obra de Dios.

Por mi parte, sigo pensando que la guerra es un renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad.

6 The Sunday Times Insight Team, op. cit., p. 382.7 Julian Thompson, No picnic, Buenos Aires, Atlántida, 1987, p. 168.8 Nora Kinzer Stewart, “South Atlantic Conflict of 1982: A Case Study in Military Cohesion” en ARI Research Report, Nº 1.469, abril de 1988.

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SABATO, HILDA

Historiadora, profesora de la UBA e investigadora delCONICET. Trabaja sobre temas de historia argentina ylatinoamericana del siglo XIX y participa en los debatesculturales acerca de nuestro pasado. Su último libropublicado es Buenos Aires en armas. La revolución de1880 (2008).

SAÍN, MARCELO FABIÁN

Licenciado, Magister y doctor en Ciencia Política. ProfesorTitular Ordinario del Área de Sociología, UNQ, desde1992. Profesor de la Escuela de Defensa Nacional y laUniversidad Torcuato Di Tella. Publicó Política, Policíay Delito y Seguridad, Democracia y Reforma Policialde la Argentina.

TIBILETTI, LUIS EDUARDO

Capitán (R) del Ejército Argentino. Licenciado en RelacionesLaborales. Investigador del CONICET en el PIA “La cues-tión militar en la prensa escrita entre 1983/86”. Profesorde la Escuela de Defensa Nacional y de la UNTREF.Miembro fundador de la asociación civil Seguridad Estra-tégica Regional en el año 2000 y director de la revistahomónima.

VERBITSKY, HORACIO

Presidente del CELS (Centro de estudios legales y socia-les). Periodista. Trabajó en distintos medios y durantelos últimos años es columnista de Página/12. Publicóentre otros libros: Malvinas. La última batalla de la TerceraGuerra Mundial; La posguerra sucia. Medio Siglo deProclamas Militares; Robo para la Corona.

WASSERMAN, FABIO

Doctor en Historia (UBA). Profesor de la cátedra deHistoria Argentina I en la Facultad de Filosofía y Letrasde la UBA. Investigador del CONICET (Instituto Ravig-nani). Autor de varias publicaciones sobre historia argen-tina y latinoamericana. Actualmente está desarrollan-do una investigación sobre prensa y vida pública enBuenos Aires entre 1852 y 1862.

NOTAS BIOGRÁFICAS

FEINMANN, JOSÉ PABLO

Licenciado en Filosofía. Profesor de la UBA. Periodista.Publicó más de veinte libros, el último de ellos es Timote,secuestro y muerte del General Aramburu (2009). Esautor de numerosos guiones de films nacionales. El dia-rio Página/12 publicó Historia del peronismo.

FRADKIN, RAÚL

Licenciado en Historia. Enseña en la Universidad deLuján y en la UBA. Publicó numerosos artículos sobre lahistoria social rioplatense. Su último libro es ¡Fusilarona Dorrego! (2008).

GALASSO, NORBERTO

Galasso dio vida a Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche,Manuel Ugarte, Hernández Arregui, entre otros, bau-tizándolos como los “malditos” de la historia, para des-cribir a aquellas figuras que fueron intencionalmentesilenciadas por la historia oficial. Integra la corrienteideológica denominada Izquierda Nacional que hizoimportantes aportes al pensamiento nacional y popular.Dicha corriente contó con destacados intelectuales de latalla de Juan José Hernández Arregui, Jorge AbelardoRamos, Jorge Eneas Spilimbergo, entre otros.

GELMAN, JORGE

Doctor en Historia. Investigador principal del CONICET yprofesor de la UBA. Fue presidente de la AsociaciónArgentina de Historia Económica. Entre sus numerosos tra-bajos se destacan, Rosas, Estanciero y Expansión Capitalistay Transformaciones Regionales.

LANTERI, SOL

Profesora, Magister y Doctora en Historia Iberoamericana.Investigadora del CONICET. Profesora en la Facultad deFilosofía y Letras, UBA. Desde el año 2001 hasta el pre-sente ha publicado trabajos que versan sobre la situaciónde la provincia de Buenos Aires en la primera mitad delsiglo XIX.

LÓPEZ, ERNESTO

Sociólogo. Embajador Argentino en Guatemala. ProfesorTitular Ordinario de la UNQ (en uso de licencia). Ha publi-cado diversos libros, entre otros, Seguridad Nacional ySedición Militar (1987); Ni la ceniza ni la gloria: actores,sistema político y cuestión militar en los años de Alfonsín(1994).

MATA, SARA E.

Profesora, licenciada y doctora en Historia. Investigadoradel CONICET. Enseña en la Universidad Nacional de Salta.Publicó varios libros sobre la historia del norte argen-tino, entre ellos Los gauchos de Güemes (2009); Tierra

y Poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas dela Independencia (2000).

OLLIER, MARÍA MATILDE

Doctora en Ciencia Política. Profesora e investigadora de laUNSAM. Publicó El fenómeno insurreccional y la cul-tura política. Argentina 1969-1973 (1986); Orden, podery violencia (1989); Las coaliciones políticas en la Argentina.El caso de la Alianza (2001).

OYARZÁBAL, GUILLERMO A.

Oficial del Estado Mayor y doctor en Historia. Profesor dela UCA. Publicó varios libros entre los que se destacaGuillermo Brown (2006). Secretario del Instituto Nacio-nal Browniano.

PAZ, GUSTAVO

Profesor de Historia de América de la UBA y la UNTREF.Investigador del CONICET del Instituto Ravignani (UBA).

PERSELLO, ANA VIRGINIA

Profesora, licenciatura y doctora en Historia (UBA). Pro-fesora de la UNR. Investigadora del Consejo de Inves-tigaciones de la UNR (CIUNR). Publicó El partido radi-cal. Gobierno y oposición, 1916-1943 (2004) e Historiadel radicalismo argentino.

PLOTKIN, MARIANO BEN

Doctor en Historia por la Universidad de California,Berkeley. Enseñó en Harvard University y en BostonUniversity. Actualmente es investigador del CONICETy profesor de la UNTREF. Entre sus libros se destacanMañana es San Perón (2007) y El día que inventaronel peronismo (2007).

RATTO, SILVIA

Doctora en Historia. Investigadora del CONICET y Profesorade la UNQ. Autora de La frontera bonaerense (1810-1828); Espacio de conflicto, de negociación y de con-vivencia; Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz enlas fronteras; y coeditora de tres libros sobre el con-tacto fronterizo en el sur bonaerense.

RUIZ MORENO, ISIDORO J.

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Profesor de HistoriaArgentina en la Escuela Superior de Guerra del Ejército.Autor, entre otros libros premiados, de La lucha por laConstitución; Relaciones hispano-argentinas; Campañasmilitares argentinas. La política y la guerra (cuatrotomos publicados, el quinto en preparación).

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