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Condenado por los dioses a vivir su existencia sin emociones, Xypherescoge la búsqueda de las mismas, para sentir otra vez en los sueños delos humanos, sólo para encontrarse a sí mismo condenado a morir. Pero sele da una última oportunidad como indulto. Convertido en humano duranteun mes, debe redimirse en ese tiempo o Hades le devolverá al Tártaro y asu tortura.Simone Dubois es una forense, a la cual no le asusta cualquier cosa,especialmente por ser una psíquica, además de poder ver y oír a laspersonas con las que está trabajando. Cuando le llevan a otra víctima, nopiensa demasiado en ello, hasta que él se levanta de la mesa y empieza airse.Xypher no quiere perder el tiempo con esa mujer humana y sus preguntas.Pero no pasa demasiado tiempo antes de que los misteriosos atentadoscontra la vida de Simone obliguen a Xypher a permanecer entre la mujerque está empezando a tocar el corazón que pensaba había muerto hacetiempo y el peligro que amenaza la vida de ella.

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Sherrilyn KenyonAtrapando un sueño

Cazadores Oscuros 14

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Prólogo

El odio es una emoción amarga y destructiva. Se introduce en la sangre y causauna infección, propagándose sin motivo alguno. Es subjetivo y empaña hasta losojos más perspicaces.

El sacrificio es un acto noble y compasivo. Es el acto de alguien que valoralas vidas de los demás por encima de la suy a. El sacrificio surge del amor y de lahonradez. Es heroico.

La venganza es un acto de violencia. Permite a los que sufrieron un agraviorecuperar parte de lo que les quitaron. A diferencia del sacrificio, beneficia aquien la ejerce.

El amor es engañoso y sublime. En su forma más pura saca a relucir lomejor de todos los seres. En su forma más retorcida es una herramienta que seutiliza para manipular y arruinar a cualquiera lo bastante imbécil para sentirlo.

No seas imbécil.El sacrificio es para los débiles. El odio corrompe. El amor destruy e. La

venganza es el don de los fuertes.Sigue adelante, pero no con odio ni con amor.Sigue adelante con un objetivo.Recupera lo que fue robado. Haz que los que se rieron de tu dolor paguen. No

con odio, sino con una lógica fría y racional.El odio es tu enemigo. La venganza es tu amiga. Aférrate a ella y deja que

guíe tus pasos.Que los dioses se apiaden de aquellos que me agraviaron, porque y o no me

apiadaré de ellos.

Xypher ley ó las palabras que había escrito en el suelo de su celda con su propiasangre siglos atrás. Desgastadas y apenas legibles, eran un recordatorio delmotivo que lo había llevado a ese lugar y a ese momento.

Eran un juramento sagrado que se había hecho a sí mismo.Cerró los ojos y extendió el brazo izquierdo para que las palabras se

disolvieran en una neblina que se alzó del suelo y se asentó en su brazo. Símbolotras símbolo, palabra tras palabra, las letras, que seguían siendo de un color rojo

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sangre, se grabaron en su piel. Siseó al sentir la quemazón. El dolor lo ay udaba.Le daba fuerzas.

Pronto sería libre durante todo un mes. Un mes en el que dar caza y matar.Aquella por la que se había sacrificado pagaría, y si en el proceso él conseguía lalibertad… Bien.

Si no era así…En fin, a veces la venganza merecía el sacrificio. Al menos en esa ocasión

moriría sabiendo que nadie estaba riéndose de él.

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Café MasperoNueva Orleans, febrero de 2008

—¿Nunca has sentido la tentación de meter la cabeza en una licuadora ydarle al botón?

Simone Dubois frunció el ceño antes de echarse a reír por el comentario deTate Bennett, el médico forense de Nueva Orleans, que estaba sentado frente aella a la oscura mesa de madera. Como de costumbre, Tate iba impecablementevestido con una camisa blanca y unos pantalones de pinzas negros. Su piel eraoscura y perfecta, gracias a su herencia criolla y haitiana. Era muy guapo, conrasgos afilados y definidos, y a sus ojos oscuros no se les escapaba ni un solodetalle.

Su atuendo impecable era todo lo contrario a los vaqueros desgastados y lasudadera azul que llevaba ella; por no hablar de los rebeldes rizos castaños quetenían vida propia y que se negaban a obedecer al peine. El único rasgo de supersona que consideraba digno de mención eran sus ojos de un color verdoso,que adquirían un tono dorado cada vez que el sol se reflejaba en ellos.

Se limpió los labios con la servilleta.—Pues la verdad es que no… Pero sí que me he sentido tentada de meter las

cabezas de los demás. ¿Por qué?Tate dejó una carpeta delante de ella.—¿Cuántos asesinos en serie puede tener una ciudad?—No estoy al tanto de esas estadísticas. Supongo que depende de la ciudad.

¿Me estás diciendo que tenemos a otro?Tate desenvolvió los cubiertos y se colocó la servilleta sobre el regazo.—No lo sé. Tengo en mi despacho un par de informes sobre unos asesinatos

muy extraños, sin aparente relación entre ellos, ocurridos en estas últimas dossemanas.

Hizo ese último comentario con cierto retintín.—Y…—Y tengo un pálpito sobre este asunto y no es precisamente de los buenos.Simone dio un trago a la Coca-Cola antes de abrir la carpeta que Tate había

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dejado sobre la mesa, e hizo una mueca al ver las espantosas fotografías de lasescenas de los crímenes. Como de costumbre, eran morbosas y muy detalladas.

—Me encantan los regalitos que traes a nuestros almuerzos. A otras lesregalan diamantes, y a mí… yo tengo que conformarme con mutilaciones ysangre… y aún no es mediodía. Gracias, Tate.

El aludido se inclinó hacia delante y le cogió una patata frita del plato.—Vamos, no te preocupes, invito yo. Además, eres la única mujer que

conozco con quien puedo quedar para comer y hablar de trabajo. A todas lasdemás se les revuelve el estómago.

Alzó la vista al escucharlo.—Que sepas que no tengo muy claro que eso sea un cumplido.—Pues lo es, de verdad. Si LaShonda recupera alguna vez el juicio y me

deja, serás la siguiente señora Tate.—Insisto en que eso no nos deja en muy buen lugar. ¿Quieres que le diga a

LaShonda lo que su maridito piensa de ella? —preguntó en broma.—Ni se te ocurra. Igual le da por echarle veneno a la comida… o peor, por

cortarme los… En fin, tú ya me entiendes.—No te preocupes —lo tranquilizó ella entre risas—, me aseguraré de que

pague por ello.—No me cabe la menor duda. —Dejó la conversación un momento para

pedir un sándwich de gambas y unas patatas fritas a la camarera.Mientras Tate hablaba con la chica, vestida al estilo gótico, Simone siguió

mirando las fotos.Sí, las imágenes eran bastante morbosas. Claro que ese tipo de fotografías

solían serlo. Le indignaba que el mundo estuviera lleno de seres capaces de hacera los demás esas atrocidades. Lo que la gente podía hacer a sus semejantes yaresultaba de por sí horrible. Pero de lo que eran capaces los otros, los habitantesno humanos, ray aba claramente en lo terrorífico.

Y ella estaba más que familiarizada con las dos clases de monstruos.La camarera se fue con el pedido a la cocina.Tate se inclinó hacia ella.—¿Captas alguna vibración del otro lado?Negó con la cabeza.—Sabes que no funciona así, Tate. Tengo que tocar el cuerpo o algún objeto

que haya pertenecido a la víctima. Las fotografías me provocan como muchoalgún corte en los dedos… y escalofríos. —Se estremeció al pensar en la horriblemuerte que había sufrido la pobre mujer y cerró la carpeta para devolvérsela aTate.

—¿Quieres venir conmigo a la morgue después de comer?Simone enarcó una ceja al escuchar la pregunta.—No quiero ni pensar en qué le dij iste a LaShonda la noche que la conociste.

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« Nena, si vienes conmigo, voy a enseñarte una cosa que está muy tiesa…»Tate se echó a reír.—Dios, me encanta tu sentido del humor.Lástima que Tate, un hombre casado, fuera uno de los pocos a quienes les

hacía gracia su retorcidísimo sentido del humor. El otro era el fantasma de unadolescente que llevaba dándole la tabarra desde que tenía diez años.

Jesse estaba sentado a su derecha en ese preciso momento, pero solo ella losabía. Nadie más podía verlo ni oírlo… ¡Vaya suerte la suy a! Sobre todo porqueJesse se había quedado anclado en el final de los ochenta. De hecho, llevaba unaamericana celeste muy parecida a las que Don Johnson usaba en Corrupción enMiami e iba peinado con un tupé a lo Jon Cryer en la película La chica de rosa.Jesse era un fan incondicional de John Hughes y la obligaba a ver una y otra vezsus películas. Una corbata blanca estrecha de satén con el dibujo de un teclado yunas zapatillas Vans a cuadros blancos y negros completaban su atuendo.

—No quiero ir a la morgue, Simone —dijo Jesse entre dientes—. No megusta ese sitio.

Lo comprendía a la perfección. Era su lugar preferido, justo detrás de laconsulta del proctólogo…

Le lanzó una mirada compasiva, pero ambos sabían que no le quedaba másremedio que ir. No había nada que la detuviera en su afán por llevar a un asesinoante la justicia, y eso incluía pasearse por el horripilante depósito de cadáveresmunicipal en vez de estar en su laboratorio de la Universidad de Tulane.

—Bueno, ¿qué tienen de raro estos asesinatos? —preguntó en un intento porevitar que Jesse le repitiera un sermón que ya se sabía de memoria.

Si quería, podía volver solo a casa… aunque no le gustara estar solo cuandoella andaba por otro sitio.

En según qué cosas, Jesse era un fantasma muy dependiente.Tate le robó otra patata frita antes de contestar:—Pues que la señorita Gloria se levantó de la camilla y se largó.Simone se atragantó con la Coca-Cola al escucharlo.—¿Qué has dicho?—Lo que has oído. Nialls ha acabado con una camisa de fuerza por su culpa.

Se le fue tanto la pinza que tuvimos que llamar al servicio psiquiátrico deurgencia.

Tuvo que toser varias veces antes de poder hablar.—¿La víctima estaba en coma?—La víctima la había palmado. Ya has visto en las fotos que la degollaron, y

Nialls acababa de abrirle el pecho para practicarle la autopsia. Tenía su corazónen las manos cuando empezó a respirar.

—Joder… —Fue lo único que se le ocurrió en ese momento—. Y se levantó yse fue…

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Tate asintió con un gesto serio.—Bienvenida a mi mundo. Espera, espera, que también es el tuy o. No, el

tuyo es todavía más raro. Al menos yo no vivo con un fantasma que tiene supropio dormitorio en mi casa. —Echó un vistazo a su alrededor antes de bajar lavoz—. ¿Está Jesse contigo?

En respuesta, Simone señaló con la cabeza hacia donde estaba sentado suamigo, que los miraba con el ceño fruncido.

—Hazme el favor de explicarme cómo se pudo levantar si Nialls tenía sucorazón en las manos —le dijo despacio.

—Eso es lo que quiero que me expliques tú. Verás, la cosa es que… Bueno,aunque casi todos los días lidio con esta mierda paranormal, tú eres la reina de lasrarezas. Y y o necesito a la reina de este mundillo antes de tener que contratar amás gente para mi equipo a los que no se les vay a la olla cuando los muertos selevanten de las camillas. ¿Sabes dónde puedo encontrar a gente así? Sé que terelacionas con ellos.

—Muchas gracias, Tate. Me encanta tu forma de darme ánimos.—Bueno, y a sabes que te quiero.—Se te nota, se te nota.Tate se echó a reír.—No, en serio. Eres la mejor patóloga forense que he conocido, y lo sabes

muy bien. Si pudiera seducirte para que te pasaras al lado oscuro, dejaras Tulaney trabajaras para la ciudad a cambio de cuatro perras, lo haría sin dudarlo. Elhecho de que seas la única con quien puedo hablar de muertes paranormales esuna gran ventaja. Cualquier otro me mandaría con Nialls al loquero.

Simone cogió un pepinillo.—Cierto. También me han dicho que tienen unos medicamentos estupendos

para cortar de raíz las alucinaciones.—Pues haz que me encierren, porque esas pastillitas me vendrían de

maravilla.Lo mismo que a ella, pero eso era otra historia. Claro que su vida en conjunto

era lo bastante rara para que algunos la consideraran una alucinación continua.Ojalá lo fuera…En ese momento la asaltó la extraña sensación que llevaba unos días

experimentando. Echó un vistazo por el oscuro restaurante antes de mirar por laventana que tenía a la izquierda, a través de la cual se veía el tráfico de DecaturStreet. No parecía haber nada fuera de lo corriente, pero la sensación persistía.

—¿Pasa algo? —preguntó Jesse.—He vuelto a tener esa sensación.Tate frunció el ceño.—¿Qué sensación?Simone se puso roja como un tomate al escuchar la pregunta.

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—Estaba hablando con Jesse. Llevo un par de semanas con la extrañasensación de que alguien me observa.

—Te refieres a alguien de verdad, ¿no?Ella meneó la cabeza.—Sé que parece una locura…—Un cadáver acaba de levantarse de una camilla en medio de la autopsia, ¿y

tú crees que tu historia es una locura? No sé qué decirte…Eso era lo que más le gustaba de Tate, que hacía que se sintiera casi normal.

Además, era la única persona que sabía de la existencia de Jesse. A cambio, ellaera la única persona, a excepción de un reducido grupo, que sabía que Tate eraun escudero de los Cazadores Oscuros, un grupo de guerreros inmortales quedaban caza y exterminaban a los daimons, una especie de vampiros que sealimentaban de almas humanas.

Sí, su vida era cualquier cosa menos normal.De modo que ¿por qué iba a preocuparle la sensación de que algo malévolo la

estaba observando? Seguramente fuera verdad. Y por desgracia tampoco sería laprimera vez. Solo quería asegurarse de que no fuera la última.

—¿Puedes localizar la procedencia? —preguntó Jesse.—No, se me escapa. Solo sé que me pone los pelos como escarpias.Tate se reclinó en su silla para mirarla.—Ojalá pudiera escuchar a Jesse. Es desconcertante verte cuando habláis. A

veces me pregunto si no estará ahí sentado, riéndose de mí.Simone sonrió al escucharlo.—Jesse solo se burla de mí.—Eso no es verdad —replicó el fantasma.—Sí que lo es —lo contradijo ella, volviendo la cabeza para mirarlo.—No, no lo es —dijo Tate.—¿Sabes de lo que estamos hablando? —le preguntó Simone con el ceño

fruncido.—Pues no, pero parecía el comentario más lógico.Su respuesta le arrancó una carcajada.—Nunca entenderé cómo he acabado con vosotros dos.Aunque no era verdad. Jesse había aparecido cuando ella atravesaba el peor

momento de su vida y la había acompañado desde entonces.Tate… Bueno, Tate la ay udó cuando estuvo a punto de atrapar al asesino de su

hermano y de su madre. Por desgracia, su pálpito no había dado frutos y laprueba que crey ó que les daría una pista para encontrarlo estaba demasiadocontaminada para ser admitida por un tribunal. A pesar de todo, Tate habíapeleado por ella con uñas y dientes aunque por aquel entonces no la conocía denada. Eso fue algo muy importante para Simone, tanto que eran amigos desdeentonces.

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Haría cualquier cosa por él, y Tate lo sabía.Tate, LaShonda y Jesse eran su única familia.Tate guardó silencio mientras la camarera le colocaba el plato delante, y

cuando esta se alejó le preguntó:—¿Estás segura de que no es uno de tus fantasmas?—No —contestó, meneando la cabeza—. Nunca son tan tímidos. Suelen

aparecer así de repente para soltarme un: « Oye, tú, zorra, obedéceme» . Esto…esto es distinto.

—El mal viene a buscarte —dijo Jesse con voz de ultratumba.Lo miró con los ojos entrecerrados.—Me saca de quicio que hagas eso.Tate se irguió como si lo hubiera ofendido.—¿Qué he hecho?Simone le sonrió.—No era a ti, sino a Jesse. Está usando su voz fantasmagórica conmigo. Me

pone de los nervios.—Ya, pero me sigues queriendo —repuso Jesse, guiñándole un ojo.—Claro que te quiero. Pero reserva esa voz para cuando quieras asustar a

alguien.—Lo haría si pudieran oírme. ¿Sabes lo molesto que es? No, porque todo el

mundo te oy e cuando hablas. —Se levantó y empezó a bailar—. ¡Hola, gente! —gritó—. Mirad cómo baila el fantasma. —Empezó a agitar los brazos y el trasero—. Soy malo, soy malo, soy de lo peor. —Se detuvo y miró a las personas queseguían a lo suyo, ajenas por completo a sus payasadas—. ¿Lo ves? Es unamierda.

Simone lo miró con sorna y él hizo un gesto de rendición con los brazos. Enocasiones era una mezcla extraña de una madre pesada y de un hermanocolgadísimo.

Se concentró en Tate.—Volvamos a la fallecida… ¿Tiene la policía alguna pista?Tate negó con la cabeza.—La encontraron en un callejón en la zona comercial. La degollaron con

algo parecido a una garra. La herida es demasiado grande para ser de un animaly los desgarros indican que no ha sido provocada por una sola hoja.

—Pues entonces podemos descartar a los daimons.Los daimons eran una especie muy particular de vampiros que habían

establecido su base de operaciones en Nueva Orleans. A diferencia de otros queproclamaban ser chupasangres, esos lo eran de verdad. Unos depredadoresletales con poderes sobrenaturales muy desarrollados. Como forenses que eran,Tate y Simone estaban acostumbrados a ver los resultados de sus ataques en susrespectivos laboratorios.

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Su deseo de ayudar a ocultar el rastro de los daimons era lo que la manteníatan cerca de Tate. Su afán no era proteger a los daimons, sino mantener a salvo alresto de la humanidad ocultando la existencia de esos depredadores. Si la gentellegaba a enterarse, se volvería loca y comenzarían a morir inocentes.

Lo peor de todo era que, aunque los daimons bebían sangre, no sealimentaban de ella. Se alimentaban de las almas humanas. Por suerte, una solaalma humana podía mantenerlos saciados mucho tiempo, de modo que no teníanpor costumbre salir a cazar todas las noches.

Si a eso se le podía llamar suerte, claro. Pero ella lo consideraba así, y eseera un buen ejemplo de lo extraña que era su vida.

Cada vez que los daimons salían de sus madrigueras, los Cazadores Oscuros,para los que trabajaba Tate, iban tras ellos con la esperanza de detenerlos antesde que mataran a más gente. Una de las ventajas de la muerte de los daimonsera que de esa manera se liberaban las almas humanas que habían absorbido, demodo que sus víctimas podían pasar al otro lado.

Tate empapó las patatas fritas de ketchup.—No, nada de daimons —convino él—. La dejaron seca, y al no encontrar ni

rastro de sangre en la escena del crimen, hemos supuesto que murió en otro lugary la tiraron en el callejón. ¿Estás segura de que no puedes hacer que salga de sutumba para preguntarle qué pasó?

—Para eso necesitarías una sacerdotisa vudú, Tate. Yo no invoco a losdifuntos; se me aparecen.

Tate logró a duras penas contener la decepción.—Tenemos que encontrar el cuerpo enseguida. Sus padres vienen de camino

desde Wichita y no quiero tener que decirles que su hija desapareció de lacamilla de autopsias.

—¿Has podido sacarle algo a Nialls?Tate resopló.—Nada coherente. Como puedes imaginarte, estaba un pelín histérico. Solo

dijo que le sonrió de camino a la puerta.—Pero ¿era una zombi o no?—Por suerte, nunca he visto a un zombi. Mira que he visto cosas raras en mi

trabajo, pero nada de eso. ¿Y tú?—No. Pero he aprendido a no plantearme esas cosas. Si el río suena, agua

lleva…Tate levantó el vaso para darle la razón.—¿Te has puesto en contacto con los otros escuderos? —le preguntó Simone

—. ¿Saben algo del tema?Él negó con la cabeza.—Saben lo mismo que nosotros sobre los muertos vivientes. Los daimons no

pueden revivir a los muertos; lo suyo es matar a los vivos.

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—¿Alguna sugerencia? —le preguntó ella a Jesse, mirándolo.—Solo te puedo decir que ojalá mi cuerpo siguiera dando vueltas por aquí.

Eso haría más llevadero mi estatus de no muerto.—Gracias por tu gran aportación, Jess. Eres un encanto.Simone no habló mucho más durante el resto del almuerzo. Cuando acabaron,

se dirigieron al depósito de cadáveres. Jesse decidió quedarse fuera mientras ellaseguía a Tate. A decir verdad, no podía recriminarle su actitud. A ella tampoco legustaba estar rodeada de muertos, con la excepción del propio Jesse. La únicarazón por la que lo hacía era para ayudar a las víctimas y a sus familias. Despuésde que disparasen a su madre y a su hermano delante de ella, no estaba dispuestaa quedarse de brazos cruzados y que el asesino de otra persona se fuera derositas.

Esa era la razón por la que trabajaba gratis para la ciudad y por la que sepasaba la vida formando a la siguiente generación de patólogos forenses enTulane. Enseñando a otros forenses a ser concienzudos, podía ayudar más quetrabajando en casos prácticos. Cuanta más gente hiciera bien su trabajo, menoscriminales saldrían absueltos para seguir matando.

Esa misma teoría era la que la mantenía soltera. La mayoría de los hombresno apreciaban salir con una mujer que igual usaba un escalpelo que una pala.

Tate abrió una puerta en mitad de la sala frigorífica y sacó una camilla vacía.—La metimos aquí.—¿Tienes algún objeto personal?—Voy a buscarlos.Simone cerró la puerta y se volvió al sentir una presencia tras ella. Era una

chica de unos veinticuatro años. Tenía el pelo castaño, lo llevaba despeinado yparecía un poco confundida. El estado más habitual de los que acababan demorir.

—¿Puedo ayudarte? —le preguntó.—¿Dónde estoy?Simone titubeó. No le hacía ni pizca de gracia tener que ser ella quien le

dijera que y a no estaba viva.—¿Qué es lo último que recuerdas?—Volvía a casa del trabajo.Era un buen comienzo. Si podía ay udarla a recordar más detalles de su vida

justo antes de que esta llegara a su fin, a lo mejor también recordaría su muerte.—¿Cómo te llamas?—Gloria Thieradeaux.La recorrió un escalofrío al reconocerla de las fotos. Era la mujer cuy o

cuerpo se había levantado de la camilla y se había ido de la morgue.« Merde» , pensó.El fantasma miró a su alrededor.

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—¿Por qué estoy aquí?—No lo sé. —De la misma manera que tampoco sabía por qué su cuerpo

había cobrado vida.—¿Por qué no puedo tocar nada?La agonía que escuchó en su voz le llenó los ojos de lágrimas.Era imposible no contestar su pregunta, ni tampoco había forma de suavizar

el impacto que sufriría aquella pobre chica.—Me temo que estás muerta.Gloria meneó la cabeza.—No. Solo tengo que volver a casa. —Frunció el ceño mientras echaba un

vistazo por la sala, como si intentara acordarse de algo—. Pero no recuerdodónde vivo. ¿Te conozco?

Sus palabras la dejaron petrificada. Algo no iba bien. Era normal que unfantasma que acababa de morir estuviera un poco desorientado, pero lo de Gloriaera algo distinto. Era como si faltara una parte de ella…

—¡Jesse! —gritó—. Sé que odias este sitio, pero te necesito, de verdad de labuena.

—Dime, jefa —repuso él al manifestarse a su lado.—No sabe dónde vive —dijo al tiempo que señalaba a Gloria con la barbilla.Jesse frunció el ceño.—¿Recuerdas cómo te mataron?—Jesse —le advirtió en voz baja—, un poco de tacto, por favor.Gloria se desentendió de ella y meneó la cabeza.—No siento que esté muerta. ¿Seguro que lo estoy?Simone atravesó el abdomen de la chica con una mano.—O estás muerta, o eres un holograma, princesa Leia.Gloria la miró con una mezcla de espanto e incredulidad.—¿Cómo lo has hecho?Jesse respondió por ella.—No tenemos cuerpo. Solo nos queda nuestra esencia y nuestra consciencia.Gloria trastabilló hacia atrás, aterrada por la idea.—No lo entiendo. ¿Cómo es posible estar muerto y no saberlo?Jesse se encogió de hombros.—A veces pasa. No es lo más común, claro. La may oría de la gente sabe

cuándo ha muerto, pero de vez en cuando alguien se queda atrapado en esteplano sin darse cuenta de que está muerto.

Gloria negó con la cabeza.—No puedo estar muerta. Tengo exámenes finales.—La Muerte no espera por nadie, nena —dijo Jesse como si nada—.

Créeme, lo sé de buena tinta. Es una putada, pero eso no cambia la realidad paranosotros.

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—¿Qué está pasando?Simone se volvió al escuchar la voz preocupada de Tate. Estaba detrás de ella

con un sobre en la mano.—He encontrado a Gloria.—Genial, ¿dónde está?Miró hacia el lugar donde estaban Jesse y Gloria, el uno al lado de la otra.—Bueno, tengo a su fantasma delante. Por desgracia, sabe lo mismo del

paradero de su cuerpo que nosotros.Tate soltó un suspiro frustrado.—¿Cómo es posible? Vamos, que digo yo que un fantasma debería tener un

radar o algo para detectar su cuerpo, ¿no?—Eso tendría sentido. Pero, por desgracia, cuando las dos partes se separan,

el espíritu nunca regresa al cuerpo… Al menos por lo que y o sé.Miró a Jesse, que asintió con la cabeza para darle la razón.Tate le entregó el sobre.—Y ahora ¿qué?—Ahora tenemos un misterio de tres pares de narices.Simone cogió el sobre y tocó el collar que había dentro y que debió de

pertenecer a Gloria. Cerró los ojos e intentó captar algo acerca de la hora y dellugar de la muerte.

No pasó nada.No fue capaz de captar ni siquiera una emoción, y eso era muy raro. Porque

desde los cinco años podía percibir las emociones asociadas a los objetos encuanto los tocaba.

Devolvió el collar al sobre.—Te sugiero que llames a tus colegas escuderos y les digas que empiecen a

buscar el cuerpo mientras Jesse y yo intentamos ayudarla a recordar algo quepueda llevarnos hasta él.

—Veré qué puedo hacer.Simone se volvió hacia Jesse.—Ya lo sé —dijo él antes de que ella pudiera abrir la boca—. Vamos a darnos

un paseíto por el callejón donde la encontraron en busca de pistas.—Eso mismo.Tate se detuvo delante de la puerta con el ceño fruncido.—¿Eso mismo qué?—Jesse y yo nos vamos a la zona comercial. Ya te contaré si encontramos

algo.—Vale. —Le sostuvo la puerta para que sus « compañeros» y ella pudieran

irse.Simone echó a andar por el desnudo pasillo blanco.—Oye, Simone.

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Volvió la vista y miró a Tate, que iba en la otra dirección.—¿Qué?—Ten cuidado.Esas palabras la conmovieron. Tate y LaShonda eran las únicas personas en

todo el mundo que la echarían de menos si le pasaba algo.—Siempre tengo cuidado, tonto. Ya lo sabes.—De todas maneras —dijo Tate al tiempo que la señalaba con la cabeza—,

acuérdate de recargar tu pistola eléctrica y llámame en cuanto termines. Noquiero recibir otro aviso de ese callejón. Ya he enterrado a demasiados seresqueridos. No quiero hacerlo de nuevo.

Su preocupación le arrancó una sonrisa.—Solo es un callejón, Tate. Hay miles en esta ciudad. No me pasará nada.Se despidió de ella inclinando la cabeza y siguió hacia su despacho.Simone se quedó unos instantes donde estaba. De pronto volvió a asaltarla la

extraña sensación. Seguía sin entenderla, pero recordaba perfectamente laprimera vez que le pasó.

« Volveré enseguida, cariño. Espera en el coche y no te muevas.» Esasfueron las últimas palabras de su madre antes de que entrara con su hermano enla tienda.

Y antes de que muriera.Dio un respingo cuando el dolor la golpeó con fuerza. « Todo puede cambiar

en un segundo» , ese era el mantra por el que se regía su vida, y también unalección que aprendió cuando apenas tenía diez años.

« Nunca des nada ni a nadie por sentado.»En un abrir y cerrar de ojos la vida cambiaba, y a veces lo único que podía

hacerse era aferrarse con fuerza para no acabar por los suelos.Siguió por el pasillo hasta la puerta que daba al aparcamiento mientras

intentaba desterrar esos pensamientos.

Kalosis, el infierno atlante

Stry ker recorrió el pasillo que comunicaba su dormitorio con la sala del trono,desde donde controlaba a su ejército de daimons. No debería haber nadie a esahora del día…

O de la noche. Lo que fuera. Porque, a decir verdad, en el infierno el tiempono importaba.

En Kalosis siempre reinaba la oscuridad porque tan solo un pequeño rayo desol era letal para su gente. Esa fue la maldición a la que su padre, Apolo, condenóa todos los apolitas en un arrebato de ira. Y por esa maldición, la misma raza queel dios había creado tenía prohibido salir a la luz del sol.

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Y estaba condenada a morir de forma dolorosa a los veintisiete años. Laúnica forma de que un apolita sobreviviera a esa edad era apoderándose de unalma humana. Desde ese momento el apolita se convertía en un daimon, unacriatura demoníaca obligada a seguir alimentándose de almas humanas parasobrevivir.

Sí, era una existencia asquerosa y fría, pero muchísimo mejor que la otraalternativa.

Además, Stryker había sobrevivido once mil años como daimon… y esaexistencia tenía sus ventajas. Y sus recompensas.

Encantado con esa idea, se detuvo ante la puerta que daba al salón del tronocuando vio a su hermana Satara sentada en su trono y rodeada por una neblinaroj iza. Llevaba el pelo negro, un color raro en ella. Estaba mascullando algo engriego antiguo mientras se balanceaba como si estuviera escuchando música.

Sí…Carraspeó, pero ella no le hizo caso. Irritado por su actitud, cruzó los brazos

por delante del pecho y acortó la distancia que los separaba.Lo que ella estaba cantando le hizo menos gracia que el hecho de que pasara

de él.—¿Por qué estás invocando a un demonio?Satara abrió un ojo, rojo como la sangre, para fulminarlo con la mirada.—No lo estoy invocando, lo estoy controlando.La respuesta le hizo arquear una ceja.—¿En serio? ¿Y quién te ha cabreado tanto para que le mandes a un demonio?—¿A ti qué te importa? —Cerró el ojo y siguió con el cántico.Si hubieran tenido una relación cordial, Stryker la habría dejado hacer. Pero

él no era precisamente un hermano cariñoso y Satara era una espinita clavada ensu costado. Chasqueó los dedos e hizo que la luz brillara en el salón.

—Si quieres matar a alguien, conozco a unos cuantos demonios gallu que semueren de hambre.

Satara soltó un chillido antes de abrir los ojos y se apartó del trono de un salto.—Sí, claro, como si fueran a obedecerme. Eres un imbécil por permitirles

quedarse aquí. Es como dormir con una manada de lobos feroces a los pies de lacama. Tarde o temprano atacarán y tú acabarás muerto.

A él no le daban miedo esos despojos sumerios.—Kessar y su pandilla no me dan miedo.Pero la ambición insaciable de su hermana, sí. Satara era capaz de cualquier

cosa con tal de conseguir lo que quería, y él lo sabía muy bien.—¿Detrás de quién vas?—Hades ha dejado salir al cabrón de Xypher de su agujero.Aquel nombre le resultaba vagamente familiar, pero en ese momento no

sabría decir quién era ni aunque le fuera la vida en ello.

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—¿Xypher?Satara puso los ojos en blanco.—¿¡Cómo es posible que te hay as olvidado de él!? Fue el primer Cazador

Onírico a quien hice renegar de su deber, el primero a quien convertí.Stry ker meneó la cabeza al recordar al dios que se volvió incontrolable en

cuanto comenzó a rondar a Satara. Hicieron falta un montón de dioses para darlecaza al muy cabrón y matarlo.

—Mmm, hablando de lobos, ¿qué te dije sobre él?—¡Corta el rollo!—Que sepas, hermanita —le dijo al tiempo que la apartaba de un empujón

para sentarse en el trono—, que no te conviene cabrearme. Al fin y al cabo, teestás escondiendo… en mi casa.

—No me estoy escondiendo.—¿Ah, no? Entonces ¿por qué estás aquí? ¿No deberías estar en el Olimpo

para atender todos los caprichos de la tía Artemisa?La furia que vio en los ojos de su hermana le indicó que le había tocado la

fibra sensible. Bien. Le encantaba cabrear a la gente.—Hay que pararle los pies a Xypher. Me matará en cuanto tenga la

oportunidad.—¿De verdad? Lo engatusaste para que abandonara su cómoda vida de

divinidad, conseguiste que lo persiguieran, que lo mataran y que después lotorturaran durante toda la eternidad. Lo normal sería que viniera a verte con unramo de flores y una caja de bombones…

Satara lo miró con el gesto torcido.—Bueno, al menos yo no le rebané el pescuezo a mi propio hijo.Stry ker extendió un brazo y la atrajo hacia él con sus poderes de semidiós. La

agarró por el cuello y comenzó a apretar hasta que a ella estuvieron a punto desalírsele los ojos de las órbitas y sintió que le cruj ía la laringe.

—Xypher no es el único al que debes temer.La apartó de un empujón.Satara intentó recuperar el aliento y la compostura mientras lo fulminaba con

la mirada.—Te lo he dado todo, Strykerio. He espiado para ti y te he dicho cosas que

nadie más podría saber. Ahora te pido un mínimo de protección, y ¿cómo mecontestas? Con amenazas. Vale. Me iré. Y cuando Xypher me mate, espero querecuerdes esta conversación y te des cuenta de que eres el único culpable de quete hayas quedado solo en el mundo.

Stry ker se frotó la frente, dando gracias por el hecho de que su patéticodiscursito no pudiera provocarle un dolor de cabeza.

—Deja ya los numeritos. Nunca me ha gustado el teatro. Puedes esconderteaquí y liberar a todos los demonios que te dé la gana en el plano humano. Pero

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antes de que aniquiles mi fuente de alimento, ¿me permites que te dé unconsej illo?

—¿Qué?En vez de responderle, Stryker hizo aparecer de la nada un par de brazaletes

de oro, uno de los tres juegos que había descubierto dos años atrás. Uno de susgenerales los encontró y se los llevó sin saber qué eran.

Sin embargo, él lo sabía, y estaba reservando un par para un « amigo» muyespecial.

Le tendió los brazaletes a su hermana.Satara los cogió y los miró con asco, como si fueran de carbón en vez de oro

atlante.—¿Qué quieres que haga con esto?Stryker soltó un suspiro cansado. Su hermana podía ser extremadamente

inteligente a veces, pero con ciertas cosas había que darle explicaciones como sifuera una niña de cinco años.

—¿Cómo matas a un dios?—Arrebatándole los poderes.Asintió con la cabeza, dándole su aprobación.—¿Y si no puedes?—Seduces a un dios ctónico y le dices que el dios te atacó, y luego te ríes a

carcajadas cuando el ctónico lo deje seco. Pero no tengo tiempo para eso.Xypher está a punto de aparecer hecho una fiera para matarme.

La fulminó con la mirada, irritado.—Deja de pensar como una puta un segundo, ¿quieres? La mejor manera de

derrotar a un enemigo es atacar su punto débil.Satara puso los brazos en jarras. Los brazaletes se balancearon en su mano

derecha y estuvieron en un tris de caer al suelo, como si fueran baratijas en vezde algo más valioso que un reino humano… o que la vida de su portadora.

—No tiene.Stryker miró los brazaletes con los ojos entrecerrados.—Si le pones uno de esos, lo tendrá.Interesada por fin en lo que le había dado, Satara examinó los brazaletes.—¿A qué te refieres?—Me refiero, hermanita, a que esos brazaletes de oro que tienes en las manos

son su talón de Aquiles. Dáselos a uno de mis spati y haz que le ponga uno aXypher y otro a un mortal, y adiós a tus problemas.

Satara sonrió al comprender por fin la importancia de los brazaletes.—Los vinculan… Si mato al mortal, Xypher muere.Stryker volvió a asentir con la cabeza.—Y lo mejor es que si el mortal se aleja más de veinte pasos de él, el

humano muere… y él también.

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Satara soltó una carcajada malévola al acercarse al trono para darle un besoen la mejilla.

—Ya sabía yo que te quería por algo.Stry ker no era tan imbécil como para tragárselo. Su hermana era incapaz de

querer a nadie que no fuera ella misma. Sin embargo, había conseguido quesiguiera siendo su aliada unos cuantos días más.

Satara lanzó un brazalete al aire y lo atrapó con las dos manos.—Me muero por ver su cara cuando se entere de lo que son —dijo y se

desvaneció antes de que Stryker pudiera darle un último consejo.—Elige con cuidado al humano.Lo último que le hacía falta era que diera con un humano que supiera cómo

combatirlos.

Cuando Simone terminó de dar la clase que tenía por la tarde y llegó al callejón,y a casi había anochecido. Bajó de su Honda blanco y caminó por la aceraazotada por un viento frío impropio de la época. Se subió el cuello del abrigo delana mientras tiritaba. No le gustaba ni un pelo tener que acercarse a la escena deun crimen, sobre todo después de que la hubieran limpiado. En ese momento nohabía nada que indicara que allí se había producido un acto violento. Era comocualquier otro callejón de la ciudad.

Eso era lo más inquietante.La vida de Gloria había acabado de manera fulminante en ese lugar, y solo

Gloria y su familia lo sabrían. Cientos de personas pasarían por allí sin serconscientes de que habían arrojado a una chica al callejón como si fuera basura.Esa idea la enfurecía e hizo que recordara a su madre, sobresaltándose.

—¿Estás bien? —preguntó Jesse.—Sí. Es que no me ha sentado del todo bien el pollo del almuerzo.—Te comiste un sándwich de jamón y queso.—Calla ya, listillo. No hace falta que te fijes tanto en las cosas.Sacó unos guantes de látex del bolso por si encontraba algo en el lugar.

También la protegerían de cualquier germen que pudiera pulular por allí. Esa erauna de las cosas que siempre repetía a sus alumnos. La ropa que llevaran a laescena de un crimen debía ser tratada como una fuente de contaminación. En losúltimos años había llevado a su casa más virus de los que recordaba, motivo porel que se alegraba de vivir sola. Lo último que quería era transmitir algunaenfermedad a su pareja.

Abrió el maletero y metió el bolso antes de sacar el maletín del instrumental,que contenía todo lo necesario para preservar cualquier prueba que la policíahubiera pasado por alto.

Gloria ladeó la cabeza mientras observaba el callejón.

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A Simone se le formó un nudo en el estómago por la lástima.—¿Has recordado algo?—Hubo un gruñido muy raro… —contestó la chica en voz baja. Distante.—¿Un gruñido?Gloria asintió con la cabeza.—Un gruñido ronco, feroz, pero no parecía ningún animal.—¿Era algo así? —Jesse emitió un sonido fantasmagórico.Gloria lo fulminó con la mirada.—Eso parece el ruido que haría Darth Vader atragantándose con un hueso.

No.Jesse miró a Simone indignado cuando ella se echó a reír.—¿Qué quieres qué haga? —le dijo—. Tiene razón.—Vale, ahora te va a ayudar tu tía.Simone meneó la cabeza antes de coger la linterna y echó a andar hacia la

zona donde había visto el cuerpo en las fotografías. Los edificios se alzaban aambos lados del callejón y en el fondo. En el centro había una alcantarilla. Lasdos aceras estaban hechas polvo. Era el típico callejón con mucho tráfico en lascalles colindantes y a la vista de cualquier vecino que podría verlos si se asomabapor la ventana.

Eso la llevó a preguntarse si no habría algún testigo que hubiera visto alasesino…

Volvió la cabeza hacia Jesse, que estaba imitando el paso Moonwalk deMichael Jackson mientras vigilaba el callejón y la calle. Solo le faltaba lacazadora de cuero roja con tachuelas doradas y el guante plateado.

—Disculpe, señor Thriller o don Beat It, o la canción que estés imitando tanpenosamente… ¿Me lo parece a mí o esta zona está demasiado expuesta paraque se trate de un ataque daimon?

Jesse le lanzó una mirada venenosa, pero le dio la razón.—Hay demasiado movimiento por la zona y, de ser ellos, no les habría

importado derramar un poquito de sangre. Esos cabrones son unos guarroscomiendo.

—Sí, ya me parecía a mí. Creo que Tate estaba en lo cierto cuando dijo quehabía muerto en otro sitio. Pero las marcas del cuello… No son humanas. Si nofue un daimon, ¿qué la mató?

—¡Holaaa! —exclamó Gloria—. Por si no os habéis dado cuenta, estoy aquí.¿Os importa?

Simone dio un respingo al darse cuenta de lo insensible que había sido. Porregla general, era mucho más cuidadosa cuando estaba con un fantasma.

—Lo siento.Jesse se acercó a Gloria.—Pero tú recuerdas haber estado aquí, ¿no?

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Gloria asintió con la cabeza.—Escuché el ruido y luego intenté cruzar la calle para alejarme de él.—Bien —la animó Simone—. ¿Recuerdas algo más?Gloria meneó la cabeza.—De verdad que no acabo de creerme que esté muerta. Vamos, que sé que

antes me atravesaste con las manos, pero recuerdo la película esa de ReeseWitherspoon…

—Ojalá fuera cierto —dijo Simone.—Esa misma. Todos creían que Reese era un fantasma, pero solo estaba en

coma. A lo mejor eso me ha pasado a mí.Ojalá fuera el caso, pensó Simone. Miró a Jesse con la esperanza de que él la

ayudara a hacerle comprender que no había vuelta de hoja y que no podríavolver al mundo de los vivos por mucho que todos desearan que la situación fueradistinta.

Jesse miró a Gloria con una sonrisa comprensiva.—Sé lo que sientes. Conozco bien esa incredulidad que insiste en decirte que

es un sueño, pero tienes que enfrentarte a la realidad, y la realidad es que noestás en coma.

Simone suspiró mientras recorría con la mirada el callejón vacío. Solo habíaun trozo de papel y un vaso de cartón de Starbucks aplastado. Nada más.

—Pues no veo nada que pueda ayudarnos —dijo a los fantasmas—. Lapolicía debió de llevárselo todo. Será mejor que volvamos con Tate, a ver si elloshan encontrado algo.

Acababa de dar un paso hacia su coche cuando oyó un ruido a su espalda quele provocó un escalofrío. Si allí no había nadie…

—Vamos, seguro que no quieres irte tan pronto. Al fin y al cabo, acabamosde llegar… y estamos buscando un buen aperitivo.

Simone iluminó con la linterna al hombre que acababa de hablar.No, se corrigió, no era un hombre. Era un daimon.Y no estaba solo.

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2

Jesse se quedó blanco. Y claro, con el poco color que un fantasma tenía ya depor sí, a Simone se le ponían los pelos de punta cada vez que le pasaba.

—Parece que me equivoqué al decir que a los daimons no les gustaría estesitio, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa fingida.

Simone retrocedió un poco.—Pues sí, Jess, te equivocaste.El daimon miró a Jesse con una sonrisa.—Qué detalle. Tenemos un tres por uno, chicos. Supongo que Apolo está

contento esta noche.Al ver que los daimons se acercaban a Gloria, Simone se sacó la pistola

eléctrica del bolsillo y corrió hacia ellos. No iba a consentir que le hicieran dañoal pobre fantasma de la chica.

—¡Alejaos de ella!El primer daimon esquivó los pequeños arpones que salieron disparados del

extremo del arma y apartó a Simone de un empujón. Antes de que ella pudieracontraatacar, le quitó la pistola de la mano.

—No te pongas celosa, cariño. Estaremos contigo en un pispás.—¿En un « pispás» ? —La voz, malévola y burlona, le provocó a Simone un

escalofrío en la espalda—. ¿Quién usa esa palabra? ¿Un mariquita?La voz era tan grave que parecía reverberar en su interior, pensó Simone,

petrificada por el miedo.De la oscuridad surgió una sombra tan grande que a su lado se sintió diminuta.

Al instante, el daimon que le había arrebatado la pistola le pasó volando porencima de la cabeza y acabó estampado contra la pared, al lado de Jesse. Elgolpe fue tan fuerte que le sorprendió no verlo aplastado como un insecto. Elsegundo daimon no tardó en acompañarlo, aterrizando sobre él.

—Abre el portal —gruñó el desconocido, dirigiéndose al tercer daimon, aquien tenía sujeto por la pechera.

—Y una mierda como un piano.—Respuesta incorrecta.El daimon se reunió con sus dos compañeros.La sombra se cernió sobre ella. Inmensa como una montaña. Siniestra.

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Furiosa. Fría. Decidida.Iluminó al desconocido con la linterna y de repente se quedó sin aire en los

pulmones. Superaba con creces el metro ochenta de altura y tenía el pelo largo,negro y alborotado. Sus facciones eran tan perfectas como las de un actor decine y sus ojos, tan azules que parecían brillar en la oscuridad. Apretaba lamandíbula como si estuviera intentando contener su ira, pero saltaba a la vistaque le costaba mucho. Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos, como losde un animal salvaje a punto de abalanzarse sobre su presa. Seducción y muerte.A la vez.

Solo llevaba unos vaqueros y una camiseta negra de manga corta, como sifuera inmune al frío. De hombros anchos y cintura estrecha, estaba rodeado porun aura que lo identificaba como un asesino letal. Sin miedo.

Sin piedad.Esos gélidos ojos azules la atravesaron. Con odio. Sintió un escalofrío.—Este es el momento en el que tú sales corriendo, pequeña humana. Sin

mirar atrás —le advirtió.El consejo la enfureció hasta dejarla tan cabreada como parecía estarlo él.

No era ni una incompetente ni una débil.—No soy pequeña. —Le dio un codazo en el cuello al daimon que acababa

de abalanzarse sobre ella, lo volteó en el aire y lo arrojó al suelo para asestarleuna patada.

El desconocido contempló su alarde de poder con el ceño fruncido.—En ese caso, que la muerte te acompañe. —Y con eso se dio la vuelta y

levantó al daimon que ella había tirado al suelo.Lo estrelló contra la pared con tanta fuerza que el muro se agrietó. El daimon

gruñó y soltó un taco.—Abre el portal —exigió el desconocido.Simone se percató de que el daimon sangraba profusamente por la nariz y

por la boca.En respuesta a su orden, una luz cegadora apareció en el extremo del

callejón, en uno de los rincones.El desconocido soltó al daimon y se dirigió hacia la luz, pero antes de que

pudiera alcanzarla, un daimon altísimo y rubio salió de ella.Y no se trataba de los daimons habituales a los que ella estaba acostumbrada.Iba vestido de cuero negro y poseía el aura de un luchador con experiencia.

De un asesino acostumbrado a matar ocasionando el may or sufrimiento posible.La aterradora visión la dejó petrificada. El daimon, cuy a altura superaba los

dos metros y diez centímetros, soltó una carcajada y le enseñó un par decolmillos enormes al desconocido justo antes de abalanzarse sobre él.

Se movían tan rápido que Simone era incapaz de seguir la pelea. Los otrostres daimons huy eron hacia la calle como cobardes, para alejarse de los

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combatientes.Simone se alejó cuando el daimon logró estampar al desconocido contra la

pared. El golpe le hizo soltar el aire de golpe, justo cuando el daimon le asestabaun puñetazo en el mentón tan fuerte que hasta ella dio un respingo.

El desconocido lo recibió con una mueca y después contraatacó dándole uncabezazo en la frente. El daimon se tambaleó hacia atrás, pero no tardó enrecuperar el equilibrio mientras se sacaba un brazalete dorado bastante grande deun bolsillo del abrigo. Antes de que el desconocido se diera cuenta, se lo puso enuna muñeca.

Simone lo oyó sisear como si lo hubiera quemado. Tras asestarle una patada,el daimon se lo quitó de encima y se volvió hacia ella.

Aquel sería el momento perfecto para poner en práctica el consejo que lehabía dado antes ese tipo y salir pitando.

Aunque no sabía muy bien qué intenciones tenía el daimon, la cosa no pintabamuy bien. Corrió hacia la calle. El daimon la atrapó y la tiró al suelo. Forcejeópara quitárselo de encima, pero la fuerza de él era inhumana y, además, semovía muchísimo más rápido que ella.

La cogió por un brazo y la tendió de espaldas. Ella intentó darle una patada.En vano. El daimon le subió la manga y le dejó el brazo al aire.

En lugar de darle un mordisco, le colocó un brazalete. El ramalazo de dolorque sintió fue tan fuerte como si acabaran de arrancárselo de cuajo.

Intentó respirar pese al dolor.El daimon soltó una carcajada al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas y

la miró con una sonrisa malévola.—Ha llegado tu hora de morir, humana.Sin embargo, antes de que pudiera cumplir su amenaza, Jesse cogió su

maletín de herramientas y lo golpeó en la espalda. El daimon se volvió, siseandocomo una cobra con los colmillos expuestos, y se lanzó a por él.

En un abrir y cerrar de ojos, el desconocido estaba junto a Simone,ayudándola a levantarse del suelo.

—Mueve el culo —le dijo él al tiempo que la empujaba hacia la calle.—¿Qué crees que estaba haciendo?—Hurgándote la nariz. —Se detuvo un momento y alargó el brazo en

dirección al daimon que los perseguía, que se paró en seco como si acabara degolpearlo una fuerza invisible.

Al cabo de un segundo esa fuerza invisible la golpeó también a ella y lamandó por los aires. El costalazo contra el suelo la dejó sin aire en los pulmones.

—Respira, Sim, respira —oyó que le decía Jesse cuando apareció a su lado.Le sacó las llaves del bolsillo y se las puso en la mano—. ¡Y mueve el culo ahoramismo! —Acto seguido echó a correr hacia el coche y le abrió la puerta.

Simone lo siguió tan rápido como pudo. Mientras entraba, alguien la empujó

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desde atrás y la lanzó hacia el asiento del copiloto. Cuando miró por encima delhombro, vio que era el desconocido del callejón, que estaba a punto de subirse asu coche.

Pero lo más sorprendente fue la mirada furiosa que le lanzó a Jesse, queseguía fuera.

—Entra si no quieres que te coma, fantasmilla. Personalmente, me da igual,pero no quiero perder tiempo.

Algo impactó contra el coche.Simone se volvió y jadeó al ver que el daimon vestido de cuero estaba de pie

sobre el capó blanco, a punto de romper el parabrisas de un puñetazo. Eldesconocido, que se había sentado en el asiento del conductor, arrancó el motor,y el movimiento hizo que el daimon acabara dándose de bruces contra la luna.Un frenazo en seco lo mandó al suelo. Acto seguido, dio un volantazo rápido y elcoche se internó en el tráfico, saltándose la mediana. A su alrededor seescucharon chirridos de frenos. Varios coches chocaron entre sí y las bocinascomenzaron a sonar.

Simone se santiguó al ver los faros que se abalanzaban hacia ellos. Temblandode miedo, se puso el cinturón al tiempo que Jesse chillaba como un niño pequeñoen el asiento de atrás.

« ¡Ni que fuera a morirse!» , pensó ella para sus adentros.El desconocido evitó el impacto contra un camión en el último momento y

logró regresar al carril adecuado con un rápido giro del volante. Los frenossiguieron chirriando a su alrededor mientras el resto de los coches intentabanesquivarlos.

—Supongo que esto sería más sencillo si supiera conducir, ¿verdad?Simone puso los ojos como platos al mirarlo.—Espero que estés de coña.—Pues no —replicó él, que acababa de dejar sin guardabarros a un coche

aparcado.No sabía qué la asustaba más, si el tipo que tenía al lado o el siguiente recibo

del seguro como no dejase de impactar contra otros vehículos.—¡Cuidado! —chilló al ver que estaban a punto de chocar contra otro

camión.Lo esquivaron por los pelos antes de que los rozara.Cuando por fin se desviaron y se detuvieron en un callejón con un frenazo tan

fuerte que le dejaría la marca del cinturón en el hombro unos cuantos días,estaba dispuesta a saltar del coche y a arriesgarse a que la atropellaran antes quemorir aplastada por un amasijo de hierros.

El desconocido se volvió para mirarla. Pese a la perfección de sus facciones,su atractivo era severo. La expresión de sus ojos azules era inteligente, aunque noamable. Había apoy ado uno de sus musculosos brazos sobre el volante y el otro

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en el asiento. Si no resultara tan espeluznante, estaría como un tren.—No tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Por tanto, creo que debo ceder

el uso de este trasto a alguien que sepa manejarlo correctamente.Simone tomó una honda bocanada de aire mientras intentaba que su corazón

recobrara el ritmo normal y apartaba la mano del reposabrazos de la puerta, alque se había agarrado con todas sus fuerzas.

—¿Quién coño eres?Lo vio clavar la vista en el brazalete que llevaba en la muñeca, el cual intentó

quitarse de un tirón.—Xy pher. ¿Y tú?—¿Yo? ¡Yo te mato! Me destrozas el coche, has estado a punto de matarme…

¿¡Se puede ser más capullo!?—¡Madre mía! —exclamó él con sorna—. Menuda boquita… Estoy seguro

de que tu madre quería un niño. ¿Te puedo llamar « Yotemato» de ahora enadelante? Para abreviar, vamos.

Jesse soltó una carcajada desde el asiento trasero.Y ella le lanzó una mirada asesina.Que el fantasma correspondió poniendo cara de arrepentimiento.—Lo siento —se disculpó Jesse—, pero ponte en mi lugar. Los dos estáis

histéricos.—Cuidado, fantasmilla, o invocaré a un daimon para que se alimente de ti.Simone estaba pasmada.—¿Puedes oírlo?Xypher la miró muy serio antes de preguntarle a su vez con ironía:—¿Tú no?—Pues sí, pero es la primera vez que otra persona lo escucha.—Así que ya no eres tan especial, ¿no?Simone hizo una mueca.—Eres un borde.—Y tú una humana listilla. —Mordió el brazalete para ver si podía quitárselo.Simone se encogió al escuchar el chirrido de sus dientes contra el metal. Ese

sonido le daba una dentera horrible.—¿Qué estás haciendo?Lo oy ó soltar un suspiro frustrado antes de volver a intentar arrancarse el

brazalete.—No tienes ni idea de lo que acaba de pasarnos, ¿verdad?—¿Aparte de tu asalto y el de los no muertos?—Sí —contestó él, levantando el brazo para señalar el brazalete, idéntico al

que ella llevaba—. Como nos los ha puesto a los dos, tengo la ligera impresión deque estamos unidos de algún modo. Porque, la verdad, los daimons no suelenetiquetarte antes de morderte, no van por ahí marcando animalitos para analizar

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sus hábitos de comportamiento…Simone se miró el brazo y tuvo un mal presentimiento.—¿De qué estás hablando? —En el fondo lo sabía, pero quería escucharlo

antes de confirmar sus suposiciones.—Lo único que digo es que no deberías alejarte mucho de mí hasta que

descubramos exactamente qué es esto y qué efecto tiene. Conociendo a losdioses como los conozco, seguro que tenemos un buen marrón encima.

« Conociendo a los dioses…»La cosa iba de mal en peor.—¿Qué eres? —le preguntó, temiendo por anticipado la respuesta.Él le lanzó una mirada tan gélida como el viento que soplaba en el exterior.—No hagas preguntas cuyas respuestas no quieras saber.—Mmm… esto… chicos —los interrumpió Jesse—. Los daimons tienen un

coche y vienen a por nosotros.Xy pher soltó un taco.En un abrir y cerrar de ojos, Simone se descubrió en el asiento del conductor.

Xypher ocupaba el asiento del copiloto.—¿Nos puedes sacar de aquí? —le preguntó él.Seguramente debería preguntarle por lo que acababa de pasar, pero dado que

uno de sus dos mejores amigos estaba muerto y que el otro trabajaba para ungrupo de cazadores de vampiros inmortales, su día a día estaba plagado de cosasinusuales. Lo que importaba en ese momento era huir.

—Maniobra de evasión al volante. Abrochaos los cinturones. —Dio marchaatrás, abalanzándose sobre el coche de los daimons, que no tardaron en quitarsede en medio para evitar la colisión. Al llegar al centro de la calzada, giró elvolante y puso rumbo hacia el callejón donde todo había empezado.

—Bien hecho.Escuchar un cumplido procedente de ese tipo tan antipático la sorprendió.—Es lo que tiene pasar tanto tiempo cerca de la policía, que vas aprendiendo

truquillos interesantes.La cabeza de Jesse apareció entre sus asientos.—Seguimos llevándolos detrás.—No por mucho tiempo. —Xy pher bajó la ventanilla, se sacó una pistola de

un bolsillo del pantalón y comenzó a disparar al coche que los perseguía.Simone abrió los ojos de par en par cuando oyó el estallido de una rueda.—Buen tiro, vaquero.—Llevo ventaja, es injusto, lo sé. Mis balas impactan justo donde apunto. Me

he cargado a los daimons antes de darle al coche.Simone giró para entrar en un pequeño aparcamiento y detuvo el coche.

Cuando se volvió para mirarlo, vio que él tenía las mejillas enrojecidas por elesfuerzo y por el efecto cortante del viento. El color resaltaba el azul de sus ojos.

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Estaba impresionante y parecía humano, pero…—¿Qué eres exactamente?En lugar de contestar, Xypher se pasó una mano por la frente.—Tenemos que averiguar qué son estos brazaletes antes de que la cosa

empeore. No me gusta ir a ciegas.Ella lo miró con sorna.—Oye, que no estás solo en el planeta Ego. Yo también quiero saber a qué

me estoy enfrentando y, en lo que a ti respecta, y o sí que estoy a ciegas, colgado.Así que contesta, ¿qué eres?

—No es fácil responder a eso, humana —respondió él, de nuevo con cara deasco.

Simone apagó el motor, quitó la llave del contacto y cruzó los brazos pordelante del pecho.

—Inténtalo.Xy pher apretó los dientes mientras reprimía el impulso de matarla. Al fin y

al cabo, solo era una humana, por muy mona que fuera. Nada más que unahumana. Por regla general, no se lo habría pensado dos veces a la hora dequitarla de en medio, pero tenía un pésimo presentimiento en lo que a losbrazaletes se refería. El hecho de que se los hubieran puesto a los dosposiblemente significara que sus vidas estaban vinculadas, y tal vez incluso loestuvieran sus almas. Lo que significaba que si ella moría, había muchasposibilidades de que él también lo hiciera.

« Joder» , pensó. Tendría que mantenerla con vida hasta que encontrara unasolución.

Sopesó la idea de mentirle. Pero ¿para qué? Ya había visto a los daimons,había sido testigo de algunos de sus poderes y… ¿qué leches? Había un fantasmaen el asiento trasero con el que parecía tener una gran amistad. Hasta elmomento su actitud parecía confirmar que estaba acostumbrada a losobrenatural.

¿Qué más daba adentrarla un poco más en ese mundo?—¿Cuánto sabes exactamente acerca de la mitología griega? —le preguntó.—Zeus es el rey, ¿verdad?Xy pher resopló.—Eso se cree él, sí. Yo lo veo más bien como un imbécil repelente al que

Hera debería darle un buen par de hostias.Simone hizo una mueca al darse cuenta de que Xypher estaba emparentado

con ellos, de algún modo… Sí, su suerte mejoraba por momentos.—¿Qué tiene que ver Zeus con todo esto?—No mucho, la verdad. Eres tú quien lo ha mencionado.Simone soltó un suspiro exasperado al escucharlo.—Me está empezando a doler la cabeza y tú sigues sin contestar a mi

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pregunta.—Vale —dijo él sin más—. Soy un skoti.Simone frunció el ceño porque el término no le resultaba conocido.—¿Y eso qué significa? ¿Que tienes pelotillas en los dedos de los pies?La pregunta no pareció hacerle mucha gracia.—No, humana, significa que antes era un dios onírico. Ya sabes, de los

sueños.« Bueno, salido de un sueño sí que parece, sí…» , reconoció ella para sus

adentros.« ¡Sim, ni hablar! —protestó la voz de su conciencia—. No te estarás tragando

esa chorrada, ¿verdad?»Parecía una locura y, sin embargo, los Cazadores Oscuros para los que Tate

trabajaba eran guerreros inmortales creados por la diosa Artemisa para protegera la humanidad.

Sí, y ella tardó bastante en asimilarlo. Pero si había aceptado que Tate noestaba loco y que los daimons eran reales (después de haberlos visto más de loque le gustaría), no le quedaba más remedio que tragarse el rollo que él acababade soltarle.

Respiró hondo con la intención de prepararse para el resto de la historia.—Y ahora ¿qué eres? —le preguntó, bastante tensa.—Un no muerto.Salió pitando del coche, impulsada por las imágenes de los daimons

intentando merendársela. Lo único que se le ocurrió fue ponerse a salvo antes deque él lo intentara.

Aunque no llegó muy lejos.Xy pher apareció de repente frente a ella y la atrapó contra su cuerpo.—Te he dicho que no…Un puñetazo en la nuez lo dejó sin habla.La soltó al instante mientras intentaba recobrar la respiración.Xy pher imaginó que la hacía pedazos y le lanzó una mirada furiosa. Agitó la

mano para inmovilizarla contra la pared y se acercó a ella muy despacio,dispuesto a tomarse la revancha por el dolor que sentía en el cuello.

Ya lo habían golpeado bastante a lo largo de su vida y…—Si vuelves a hacer eso —masculló entre dientes—, paso de los brazaletes y

te arranco la cabeza para usarla de pisapapeles.Simone sintió que el miedo le recorría la espalda, pero no estaba dispuesta a

delatarse.—¿Qué quieres de mí?—Nada. Lo único que me interesa es entrar en el refugio de los daimons para

matar a una antigua amiga. Tú eres una pobre víctima que se ha interpuesto en elfuego cruzado.

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La soltó tan de repente que Simone estuvo a punto de caerse al suelo.Recuperó el equilibrio en el último momento y se enderezó todo lo que pudo,aunque no logró intimidarlo ni mucho menos, y a que él le sacaba más de unacabeza.

—No me gusta que me amenacen, que me mientan ni que me manipulen.Será mejor que lo recuerdes —añadió.

Xypher se burló de su chulería.—¿O qué? ¿Te pondrás a llorar?Jesse se lanzó a por él, pero antes de que pudiera alcanzarlo, Xypher se volvió

y lo agarró por el cuello. Tras arrojarlo al suelo, levantó el brazo para asestarleun puñetazo, pero se contuvo a tiempo.

Y se alejó.Jesse la miró boquiabierto mientras se ponía en pie.Simone estaba alucinada. Aunque Jesse era capaz de mover objetos, nadie

había podido tocarlo antes.—¿Cómo es que puedes tocarlo?Xypher cruzó los brazos por delante del pecho.—Me quedan muchos poderes divinos, aunque no todos los que tenía. Los que

conservo van y vienen cuando les da la gana. Seguro que es cortesía de Hades yde su retorcido sentido del humor.

Jesse lo miró con incredulidad.—Creo que vamos a tener que hacerle caso. Nadie ha sido capaz de tocarme

desde la noche que morí.Simone tragó saliva y asintió con la cabeza. Lo que Xypher acababa de hacer

era imposible e inexplicable.—De acuerdo. Recapitulemos. Eres un dios onírico sin control sobre tus

poderes, dispuesto a matar a alguien. Y estos… —levantó el brazo donde llevabael brazalete—, estos chismes son un regalito con muy mala leche.

Xypher hizo un gesto afirmativo con la cabeza.—Es posible que incluso estallen y nos maten. Tenemos que librarnos de ellos.« ¿Ah, sí?» , rezongó ella para sus adentros, pero se guardó el sarcasmo al

presentir que no le serviría de nada, y mucho menos con el humorcito que segastaba ese tipo.

—Vale. Creo que conozco a alguien que puede ay udarnos.—¿Tú? —se burló él—. Tú conoces a alguien… —Y se echó a reír.Eso sí que la ofendió.—¡Oy e, resulta que conozco a mucha gente! Y muchos son bastante

diferentes a la may oría.—Sí, ¿todos tienen vínculos con los dioses griegos?—Pues, mira por dónde, sí. —Le lanzó una mirada ufana—. Resulta que

trabajan para Artemisa.

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Xypher se puso serio al instante.—¿Conoces a los Cazadores Oscuros?—No en persona, pero conozco a un escudero.—Llévame con él.La orden le sentó como una patada en el culo.—Eres un hijo de puta mandón e insoportable. ¿Quién te crees que er…? —

Dejó la pregunta en el aire al caer en la cuenta de que si decía la verdad y era undios, ya tenía la respuesta. Eso explicaría su ego y su actitud mandona—. Daigual. Volvamos al coche y te llevaré a ver a Tate. Si lo que dices es cierto y estoschismes pueden estallar, tenemos que darnos prisa.

De repente, se descubrió en el interior del coche, con él.Sacudió la cabeza para despejarse y para librarse del extraño zumbido que

tenía en los oídos.—¡Vay a! ¿No podrías llevarnos así a la oficina de Tate?—Después de la primera visita. Tengo que conocer el lugar para poder

teletransportarme. Si no, podría acabar emparedado o metido en algún sitioasqueroso.

Sí, acabar en un sitio asqueroso no debía de ser agradable. Mejor evitar laexperiencia. Aunque, claro, acabar emparedada no sería mucho mejor.

Jesse apareció en el asiento de atrás.—Por cierto, ¿os habéis dado cuenta de que Gloria ha desaparecido durante

todo este follón? No sé si eso es bueno o malo.La tristeza la inundó mientras arrancaba el motor.—Estoy segura de que es malo. Pero ya nos preocuparemos por ella luego,

después de hablar con Tate. A menos que puedas encontrarla en el otro plano, nopodemos hacer nada por ella.

El miedo brilló en los ojos castaños de Jesse.—Sí, claro. ¿Ya no te acuerdas de lo que me pasó la última vez que lo intenté?

No es una experiencia que quiera repetir.Ni ella tampoco. El pobre Jesse había estado a punto de ser devorado por un

daimon.Simone puso rumbo a la oficina de Tate y después cogió el teléfono del

salpicadero. Marcó su número para asegurarse de que estaba allí.Lo cogió al cuarto tono.—Hola, cariño. Estaba hablando con los escuderos.Simone miró de reojo a Xypher, que parecía estar de muy mala leche.—Genial, pero ahora mismo tengo un problema más importante.—¿Has descubierto algo?—Digamos que más bien me han descubierto a mí.—¿Cómo dices? —preguntó Tate, muy asustado.Simone sopesó la mejor forma de explicarle lo que había pasado. Sin

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embargo, nunca se le había dado bien lo de marear la perdiz y, como Tatetrabajaba para los Cazadores Oscuros, tal vez supiera de dioses oníricos y demásfauna.

—Estaba buscando pistas cuando un grupo de daimons apareció de repente ydespués apareció un… skoti.

Tate soltó una carcajada nerviosa.—Estás de coña, ¿verdad?Xypher la miró con una ceja arqueada, como si estuviera escuchando la

conversación.—Noooo —contestó ella, alargando la palabra—, y ya veo que sabes de lo

que te estoy hablando.—Desde luego. ¿Estás herida?—Solo tengo unos cuantos rasguños. —Giró a la izquierda al llegar a Canal

Street—. Pero lo importante es que los daimons me han puesto un brazalete y alskoti, otro. No sabemos lo que son y tenemos que encontrar a alguien que nosexplique de qué va esto.

—Necesitáis un oráculo.Y lo dijo así, sin más.Simone meneó la cabeza.—Pues resulta que estamos un poco lejos de Delfos, guapo.—No hace falta que vayas a Grecia, tonta. Conoces a Julian Alexander,

¿verdad?El nombre le resultaba familiar y frunció el ceño.—¿Te refieres al profesor de historia antigua que está como un tren?—Sí a la primera parte de la pregunta.Simone pasó por alto el sarcasmo.—No me estarás diciendo que es un oráculo que habla con los dioses, ¿o sí?Tate soltó una carcajada maliciosa.—Prepárate, hermosa, porque vas a caerte de culo. Es el hijo de Afrodita.Sí, claro, cómo no… ¿No podía descubrir algo que realmente tuviera sentido?

¡Por el amor de Dios! Además de estar sentada al lado de un tipo que estaba paracomérselo y que era un dios, llevaba a un fantasma adolescente al que le faltabaun hervor sentado en la parte de atrás mientras cantaba en voz baja la canción« Every body Wants to Rule the World» de Tears for Fears.

Lo más normal del mundo era que el tío más bueno del Departamento deHistoria Antigua fuera un semidiós.

—Sabía que no iba a gustarme tu respuesta —murmuró—. Y pensar que mehe pasado todo este tiempo creyendo que tan solo era un profesor monísimo…

—Y todos tus alumnos te creen una excéntrica porque hablas sola. Te hanpillado más de una vez hablando con Jesse.

—No me extraña. Vale, ¿cómo lo localizo?

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—Voy a darte su número.Simone repitió el número en voz alta para que Jesse la ayudara a recordarlo.

Una vez que cortó la llamada, marcó el número de Julian de inmediato.Este contestó al tercer tono.—¿Profesor Alexander?—Sí.—No sé si se acordará de mí, pero nos hemos visto en unos cuantos actos

organizados por la facultad. Soy Simone Dubois…—La profesora de patología clínica. Sí, la recuerdo.Impresionante, ya que se tenía por una persona poco interesante para dejar

huella. Su estatura era normal; su peso, también; tenía el pelo castaño y rizado, ylos ojos de un color verdoso. Y casi siempre iba vestida con tonos beiges ymarrones, o con la bata de laboratorio. Era raro que dejara alguna impresión enla memoria de la gente. De hecho, en el instituto la propusieron como candidata a« La Mujer Invisible» y también estaba en la lista de « Lo siento, ¿te conozco?» .Así que el hecho de que el profesor Alexander la reconociera le resultó de lo másestimulante.

—Me alegro, porque estoy metida en problemas.—¿Qué tipo de problemas? —le preguntó con cierta reserva, detectable

incluso a través del teléfono.Xypher le quitó el móvil de la mano y empezó a hablar con Julian en un

idioma que a ella ni le sonaba. Aunque era súper sexy y melodioso. De esosidiomas capaces de excitar a cualquier mujer, aunque el tipo en cuestión solohubiera pedido una pizza. Y detestaba el hecho de que tuviera ese efecto en ella.

Por muy bueno que estuviera, era un capullo, y lo último que le hacía falta auna mujer era un ego tan grande y arrogante como el suy o.

Le devolvió el teléfono al cabo de unos minutos.—Va a darte la dirección de su casa.—Gracias —le soltó ella con sequedad mientras aceptaba el teléfono—.

¿Profesor Alexander?—Julian, por favor.Escuchó atentamente mientras le daba las indicaciones para llegar a su casa.

Por suerte, no estaban muy lejos y no tardaron en encontrar la casa, situada másallá de Saint Charles. Ni siquiera había quitado las llaves del contacto cuandoXypher usó sus poderes para trasladarlos al porche.

—En fin, resulta que eso es un poco prepotente y desconcertante.—Me da exactamente igual. —Y llamó a la puerta.Simone meneó la cabeza justo cuando Jesse se manifestaba a su lado. La

situación parecía hacerle tanta gracia como a ella.Julian abrió la puerta y los recibió con una actitud poco hospitalaria. Siempre

que Simone lo veía se sorprendía por lo guapísimo que era. Y no era la única que

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pensaba lo mismo. Sus clases siempre estaban a rebosar de alumnas interesadassolo en mirarlo. El hecho de que fuera uno de los mayores expertos mundiales enel campo de las civilizaciones antiguas era un valor añadido.

El profesor miró a Xypher con los ojos entrecerrados, como si no dieracrédito a lo que tenía delante.

—Tienes emociones.Xypher puso cara de asco.—Incorrecto. Solo tengo una. Ira. A menos que cuentes la insaciable sed de

venganza. En ese caso, ya son dos.El ceño de Julian se acentuó.—¿Cómo es que puedes…?—Mira —lo interrumpió Xypher—, no tengo tiempo para esto. Quítame el

brazalete para que pueda dedicarme a hacer lo que tengo que hacer.—Es un poco cabezón, te lo advierto —apostilló Simone.—Sí, eso parece. —Julian se apartó de la puerta—. Entrad para que les eche

un vistazo.Xypher le plantó directamente el brazo debajo de la nariz. La verdad,

resultaba de lo más insoportable.—Ya lo estás viendo.—Estoy a punto de decir que lo criaron los monos —señaló ella, dirigiéndose

a Julian.Él se echó a reír antes de coger el brazo de Xypher para examinar el

brazalete allí mismo, en el pasillo.—Esto no es griego.Xypher resopló.—Claro que es griego. Conozco el estilo de Hefesto.—Y yo, y te digo que esto no es suyo. —Julian giró el brazo de Xypher para

poder examinar bien el sistema de cierre—. Aunque no puedo asegurarlo concerteza, creo que esto es atlante.

Xypher no parecía muy convencido.—¿Estás seguro?Julian asintió muy serio con la cabeza.—Hefesto es mi padrastro. Tengo trastos suyos por toda la casa… y he

experimentado con algunas de sus creaciones. Grilletes incluidos. El sistema decierre de estos brazaletes es distinto.

Simone tenía ganas de gruñir por la decepción. Si Julian no podía ay udarlos,¿quién iba a hacerlo?

—¿Sabes para qué sirven?—La verdad es que no, pero si entráis para que no nos vean los vecinos,

puedo preguntarlo.Los ojos de Xypher se oscurecieron de forma peligrosa.

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—Ni lo intentes —le advirtió Julian—. Me he enfrentado a cosas peores que aun skoti cabreado.

Xypher le lanzó una mirada amenazadora.—En algún momento tendrás que dormir.—Como tú.Simone soltó un resoplido asqueada.—Chicos, por favor, tranquilizaos. Lo único que quiero es librarme del

brazalete antes de que la testosterona me afecte.Sin decir otra palabra más, Julian los condujo al interior de la casa,

concretamente al salón. Simone sonrió al ver los juguetes esparcidos por el suelode la estancia, un enorme contraste con el resto de la casa, que estabaordenadísima. Sobre la repisa de la chimenea había fotos de Julian con unamujer morena y cuatro niños, dos chicos y dos niñas. Parecían muy felices.

—No sabía que tenías hijos —dijo, conmovida por la imagen.Julian sonrió con orgullo.—Están en casa de un amigo con su madre. Esta noche quería dejar acabado

el temario para una clase nueva, aprovechando la tranquilidad y la ausencia demi hija pequeña, que se empeña en hacer garabatos en mis notas. Su hermanaacaba de enseñarle a dibujar tulipanes y ella insiste en decorar cualquier cosacon ellos.

De hecho, en la pared que Julian tenía detrás había dos tulipanes de color rosachillón dibujados a la altura de un niño pequeño.

Simone se imaginó lo difícil que debía de ser intentar preparar un temarionuevo que resultara interesante y productivo con las constantes interrupciones deuna niña. Ella lo odiaba y eso que en su casa no había niños que la interr… bueno,ella tenía a Jesse, claro. Así que comprendía muy bien a Julian.

—Siento haberte molestado.—No te preocupes —la tranquilizó él con cordialidad—. Si esta es la peor

interrupción que sufro hoy, me daré con un canto en los dientes. —Y, sin añadirotra palabra más, echó la cabeza hacia atrás y clavó la vista en el techo—.Mamá, ¿puedes bajar un momento?

Simone miró hacia la escalera, pensando que su madre estaba en la plantasuperior.

Al parecer, no era así. Un repentino destello de luz estuvo a punto de dejarlaciega. Cuando volvió a ver con normalidad, descubrió a una mujer bellísimadelante de Julian. Delgada y muy elegante con un traje de chaqueta blanco. Larecién llegada parecía tan asombrada de su presencia como ella lo estaba de surepentina aparición.

Por no mencionar que no parecía en absoluto may or que Julian. ¡La leche!¡Tenía a una diosa de carne y hueso delante de las narices! ¿Qué sería losiguiente? ¿Un dragón? Bueno, si de repente apareciera Brad Pitt, no tendría nada

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que objetar.—¿Qué pasa? —preguntó Afrodita.Julian señaló con la cabeza a Xypher, que seguía observándolo con expresión

amenazadora detrás de Simone.—Tenemos un problema.Afrodita se volvió y puso cara de asco.—¿Tú? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿No estabas muerto?—Lo estoy. Gracias por preocuparte. Tú también tienes buen aspecto para ser

un vejestorio.Afrodita lo miró como si el comentario no le hubiera hecho ni pizca de

gracia.Xypher hizo caso omiso y le enseñó el brazalete.—He venido para librarme de esto. O si no, para saber al menos qué es lo que

hace.Simone observó que la expresión asqueada de la diosa se hacía más evidente,

hasta que estalló en carcajadas.—Xypher, te juro por el Estigio que no conozco a nadie capaz de enfurecer

más a los dioses que tú. ¿A quién has molestado esta vez para acabar con eso enel brazo?

En el mentón de Xypher apareció un tic nervioso.—No juegues conmigo, Afrodita. ¿Qué es?—Es un deamarkonion. Un chisme monísimo creado por los atlantes para

acabar con los seres invencibles. No sabía que quedara alguno. ¿Dónde lo hasencontrado?

—En mi muñeca, de repente. ¿Para qué sirve exactamente?La diosa se encogió de hombros haciendo gala de lo que a Simone le pareció

un gesto increíble de elegancia.—Los brazaletes vinculan las vidas de dos seres. Tu vida y la de tu amiguita…

—se volvió hacia ella—, aquí presente. Si uno de los dos muere, el otro tambiénmorirá. Los atlantes lo usaban para matar a un enemigo poderoso. Lo vinculabana una persona débil, y en cuanto mataban al débil, también se cargaban al fuerte.Muy sencillo.

Xypher soltó un taco.—¡Pero si todavía hay más, espera! —exclamó Afrodita, haciendo un mohín

con la nariz—. Tenéis que permanecer cerca. Si os separáis demasiado, los dosmoriréis.

Simone se quedó helada.—¿Cómo?Afrodita asintió con la cabeza.Xypher volvió a soltar otro taco.—¿Cuánto podemos separarnos?

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—Ni idea. Supongo que lo sabremos cuando uno de los dos cruce el límite ycaigáis fulminados.

En esa ocasión, la barbaridad que soltó Xypher fue tan soez que Simone sepuso colorada.

—No puedo cargar contigo —masculló, mirándola.Las furiosas palabras la dejaron boquiabierta.—Como si tú fueras mi príncipe azul, vamos. Si esto te revuelve el estómago,

imagínate lo que le hace al mío.La miró con los ojos entrecerrados, pero ella se negó a dejarse acobardar.—¿Conoces alguna forma de librarnos de ellos? —le preguntó Xypher a

Afrodita.—No.La expresión que mostró al escucharla puso de manifiesto que no era la

respuesta que esperaba.—¿Cómo que no? —volvió a preguntar Xypher.—¿Estás ciego o qué? No soy atlante. Ese brazalete se creó con la intención

de destruirnos, lo que significa que los dioses atlantes no estaban por la labor decompartir el secreto con nosotros. Si conoces a alguien ligado a ese panteóndesaparecido, te sugiero que le consultes. —Cuando se volvió hacia Julian, suexpresión se dulcificó—. Hasta luego, cariño. —Y se desvaneció.

—¡Afrodita! —bramó Xypher, mirando al techo—. ¡Vuelve aquí, malditasea!

Simone resopló.—Esa es la mejor manera de convencerla, no cabe duda. —Lo miró con los

ojos entrecerrados—. ¿Dónde te enseñaron esos modales tan exquisitos? ¿En lacárcel?

Xy pher la miró como si estuviera imaginando que la estrangulabalentamente. A ella le daba igual, porque el deseo era mutuo… aunque preferiríahacerlo con uno de los brazaletes que los unían.

Julian soltó un suspiro cansado y puso los brazos en jarras.—Espero que seáis amigos de Aquerón. Es el único atlante que conozco.Xy pher no pareció muy ilusionado con la idea.—Dame su número.Simone lo miró con una ceja arqueada.—¿No puedes llamarlo sin usar un teléfono?Julian se echó a reír.—Os deseo buena suerte. Es la única persona que conozco cuyo mal humor

supera el de Xypher o el de mi madre. A Aquerón no se le exige, se le piden lascosas por favor.

—Estoy harto de que los dioses jueguen con mi vida —masculló Xy phermientras Julian le daba un papelito con un número de teléfono anotado.

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En los ojos de Julian brilló una emoción extraña.—No sabes cómo te entiendo. Pero a veces la salvación llega de donde

menos te lo esperas. —Su mirada se clavó en ella—. Y de la persona que menosesperas.

Xypher puso los ojos en blanco.—No me vengas con gilipolleces. Mi tiempo en este plano es muy limitado.

Dentro de veintidós días volveré al infierno. Mi objetivo es asegurarme de queesta vez no llegaré solo al Tártaro.

—Pues mucha suerte. —Julian los acompañó hasta la puerta—. Si necesitáisalgo más, ya sabéis dónde estoy.

Simone le dio las gracias antes de atravesar el porche. De camino al coche,dio el móvil a Xypher, extrañada porque no hubiera usado sus poderes paraevitar el paseo.

Claro que estaba distraído. No le dijo ni pío. Se limitó a coger el móvil y amarcar el número con cara de cabreo, cosa que en cierta forma aumentaba suatractivo.

—¿Para qué va a contestar? —masculló con voz ronca, aunque después siguiócon un tono más normal—: Aquerón, soy Xypher. Cuando escuches estemensaje, llámame a este número. Tengo un problema y necesito hablar contigolo antes posible. —Cerró el teléfono y se lo devolvió.

Simone se lo guardó en uno de los bolsillos traseros del pantalón.—¿Crees que te devolverá la llamada?—Ya estamos con las preguntitas…—¿Por qué eres tan desagradable? —le preguntó ella mientras se detenía y lo

obligaba a hacer lo mismo.—¿Por qué hablas tanto? ¿Era demasiado pedir que me encadenaran a una

muda deprimida o a una de esas adolescentes que se visten de negro y escribenpoemas infumables?

En la vida la habían ofendido de esa manera.—¿A ti te falta un tornillo o qué?Los ojos de Xypher resplandecieron en la oscuridad.—Humana, reza para que no te enteres nunca.Para no enterarse ¿de qué? ¿De que era un imbécil? Para eso no había

excusa.—En fin, no eres el único al que le afecta esta situación. Resulta que yo tengo

una vida y un trabajo. Lo único que me faltaba era cargar con un gorila de cientoveinte kilos tan simpático y agradable como tú.

—Yo no peso ciento veinte kilos.Lo miró con una ceja arqueada.—¿No niegas lo del gorila?—No.

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Su respuesta la desinfló en parte. Era difícil llevar ventaja en una discusióncon una persona a la que no parecía importarle que lo tuvieran por un monstruo.

—Esto… ¿Simone? —la llamó Jesse con voz temblorosa.Ella se volvió para mirarlo.—¿Qué?—¿Qué es eso?Volvió la cabeza en la dirección que le indicaba. Vio una criatura alta y

corpulenta, con ojos rojos que brillaban en la oscuridad.Y que iba directa hacia ellos.

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3

Xypher la empujó hacia Jesse.—Vosotros dos, quedaos aquí.Simone no tenía ganas de discutir, sobre todo por el tamaño de la criatura que

se dirigía hacia ellos y por el hecho de que parecía tener la piel hirviendo y lesalía humo. Llevaba una capa oscura que resaltaba el brillo roj izo de sus ojos. Seabalanzó sobre Xypher tan rápido que casi no le dio tiempo a verlo.

Los dos se enzarzaron en una pelea.Xy pher tiró al demonio al suelo, que rodó y le lanzó una bola de fuego que él

desvió antes de extender la mano como si fuera a devolverle el golpe a donDemonio Humeante.

No funcionó.El demonio soltó una carcajada.—Pobre Xypher… ¿Tienes algún problema?—¿Para darte una paliza, Caifás? Nunca.La capa se desvaneció. En la oscuridad, la piel humeante del demonio

pareció transformarse en algo parecido al cuero. Su rostro se convirtió en el deuna gárgola y su ropa en una ligera armadura negra que se amoldó como unasegunda piel a su musculoso cuerpo. Sin embargo, sus ojos mantuvieron el brilloroj izo, como si fueran un par de ascuas encendidas.

Caifás sacó una espada corta y la hizo girar a su alrededor antes deabalanzarse sobre Xypher, que se apartó. Un guardabrazo plateado apareció enel brazo que no llevaba el brazalete. Xy pher lo utilizó para quitarle la hoja aldemonio. Sin embargo, y antes de que pudiera apoderarse de la espada, Caifás lacogió con la mano izquierda e intentó ensartarlo una vez más.

Xy pher dio media vuelta y empujó al demonio, que trastabilló antes derecuperar el equilibrio.

Caifás soltó una carcajada.—Has mejorado.—Sí, los niños crecen tarde o temprano.Le asestó una patada, pero Caifás le agarró el pie y tiró de él hacia arriba.Xy pher giró en el aire para aterrizar de pie. Se abalanzó sobre el demonio y

lo atrapó por la cintura, tras lo cual ambos cayeron al suelo.

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Simone quería huir, pero recordó que mientras llevara el brazalete no podíaalejarse más que unos pasos sin que los dos murieran.

—Encuentra un arma —murmuró para que Jesse la oyera mientras ellabuscaba una rama o algo con lo que pudiera ayudar a Xy pher a derrotar aldemonio.

Jesse soltó un taco de repente.Simone se volvió hacia la pelea, momento en el que comprendió la reacción

del fantasma. En un abrir y cerrar de ojos Caifás hizo girar la espada y se laclavó a Xypher en el estómago, hundiéndola hasta que la punta le salió por laespalda.

Xy pher jadeó mientras la sangre salía a borbotones alrededor de laempuñadura y manchaba la mano de Caifás.

El demonio se echó a reír.—Bueno, bueno, parece que no has mejorado tanto, ¿no crees? —Le dio un

cabezazo a Xypher, que se tambaleó hacia atrás por el golpe.El movimiento hizo que la espada saliera de su cuerpo.Xy pher cayó de rodillas mientras Caifás levantaba la espada para darle el

golpe de gracia.Simone apretó los dientes al recordar una vez más cómo su madre y su

hermano murieron delante de ella. Una rabia arrolladora la consumió hasta quefue incapaz de pensar con lógica.

En ese preciso momento el demonio se convirtió en el foco de veinte años defrustraciones con un sistema judicial que le había fallado, y de una rabia tanamarga que podía saborearla.

Con la única idea de salvar a Xypher, Simone cogió el spray de pimienta quellevaba en el bolsillo del abrigo y echó a correr hacia el demonio. Lo empujó contoda su fuerza y contuvo el aliento mientras lo rociaba con el spray.

Caifás tosió y escupió antes de dar un paso hacia ella echando chispas por losojos.

Se preparó para el ataque, decidida a defenderse con uñas y dientes si eranecesario. Sin embargo, y antes de que pudiera llegar hasta ella, algo lo apartó deun empujón.

El pelo rubio le confirmó que se trataba de Julian, espada en mano. Seinterpuso entre ellos y obligó al demonio a alejarse.

Mientras Julian entretenía al demonio, ella corrió al lado de Xypher, queyacía en el suelo cubierto de sangre. Estaba muy blanco y no paraba de temblar.La sangre corría entre sus dedos sin visos de detenerse.

—Tranquilo —le dijo al tiempo que le apartaba la mano para ver la herida—.Estoy aquí, Xy pher. No te preocupes. —Miró por encima del hombro—. Jesse,abre el maletero y tráeme el maletín.

Jesse corrió al coche mientras ella examinaba la herida en el estómago de

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Xy pher. Parecía espantosa. Y en cuanto la tocó, lo oy ó soltar un taco. Cuando lovio resoplar por la nariz, supo que iba a golpearla.

Por suerte para ella, perdió el conocimiento antes de que pudiera cumplir lasilenciosa amenaza.

Alzó la vista y vio a Julian enzarzado en una impresionante lucha a espada. Semovían tan deprisa que solo veía las chispas que saltaban del choque de lasespadas. El ruido era ensordecedor y sofocaba cualquier otro sonido, salvo susgruñidos e insultos.

En ese instante Julian esquivó el mandoble del demonio antes de empujarlo yclavarle la espada en las costillas.

El demonio se tambaleó y siseó de dolor, dejando al descubierto unos dientesafilados antes de desaparecer. De él solo quedó el hedor a azufre y otro olor quea Simone le recordó a la melaza.

Julian ladeó la cabeza como si percibiera algo. Se volvió hacia ella justocuando Jesse aparecía con su maletín. A partir de ese momento su objetivo fuedetener la hemorragia de Xy pher. No fue fácil, sobre todo porque la cabezaempezaba a darle vueltas.

—¿Estás bien? —le preguntó Jesse.—No lo sé.Julian se arrodilló a su lado.—Tenemos que evitar que alguien lo vea, supongo que ya sabes a qué me

refiero.Y tanto que lo sabía. Por suerte, no había pasado ningún coche mientras

peleaba… o lo que habría sido peor, ningún vecino había aparecido para pasearal perro.

—Tienes toda la razón del mundo.En un abrir y cerrar de ojos se encontraban de vuelta en la casa de Julian, en

un dormitorio de la planta alta decorado en tonos verdes y crema, y amuebladocon antigüedades victorianas.

Estaban al lado de la cama de matrimonio donde Xypher descansaba.Jesse apareció un segundo después y frunció la nariz.—Qué herida más fea. Tiene que doler un huevo.Julian hizo una mueca al ver la sangre que brotaba del costado de Xy pher.Sin mediar palabra, Simone le abrió la camisa. Se quedó sin aliento, y

recordó de pronto una de las ventajas de su trabajo. Los muertos no sangraban deesa manera en la mesa de autopsias. No había atendido a un paciente vivo desdeque había hecho las prácticas en la universidad.

Julian miró por encima de su hombro.—¿Cómo le va?—Esa… cosa, fuera lo que fuese, lo ha destrozado. La espada lo ha

atravesado por completo.

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Julian hizo una mueca.—Sí, esas heridas duelen mucho. Sufrí unas cuantas en mis tiempos.Simone decidió no hacer ningún comentario al respecto mientras controlaba

la hemorragia lo mejor que pudo.—Habría que llevarlo a un hospital, pero he trabajado cuatro años en

urgencias y sé que van a hacer un montón de preguntas que no podremosresponder.

—Espera, te llevaré a uno.Ella abrió la boca para protestar, pero Julian levantó la mano para silenciarla

antes siquiera de que pudiera decir nada.—Es un lugar seguro, se llama Santuario. El ala hospitalaria se instaló para

situaciones como esta. Es un lugar al que pueden acudir los que no son del todohumanos en busca de ay uda. Está equipado con todo lo que necesitas y no haránpreguntas sobre la procedencia de ninguno de vosotros.

Eso la tranquilizó muchísimo.—Bien. Porque a menos que empiece a curarse él solito, va a necesitar

cirugía… y deprisa. O morirá.La muerte era una posibilidad que deseaba evitar a toda costa.Julian clavó la vista en la cama empapada de sangre e hizo una mueca.—Debería haberte llevado allí antes de echar a perder el cobertor. Esto es lo

que me pasa por intentar comportarme como un humano a todas horas, que meolvido de mis propios poderes.

Antes de que se diera cuenta, estaban en lo que parecía una consulta médica.El acero inoxidable era la constante del mobiliario. El suelo era de baldosasblancas, al igual que las paredes, donde se alineaban vitrinas de cristal llenas demedicamentos. También había una camilla acolchada, junto a la cual vio tresbandejas repletas de instrumental quirúrgico. Tal como le había dicho Julian, ellugar estaba equipado con todo lo que necesitaría para curar a Xypher.

Julian estaba a su lado, con Xy pher en los brazos. Toda una proeza, teniendoen cuenta que era varios centímetros más alto que él.

—Estoy mareada —murmuró Simone cuando la cabeza empezó a darlevueltas.

Se apoy ó en la vitrina que tenía más cerca mientras recuperaba el equilibrio.Julian no le prestó atención.—¡Carson! —gritó.A su izquierda se abrió una puerta por la que apareció un nativo americano

que los fulminó con la mirada. Tenía el pelo largo y negro, recogido en unacoleta, y una nariz aguileña que le recordó a un ave de presa.

—No grites, tengo un oído extremadamente agudo.—Lo siento —se disculpó Julian a toda prisa—. Pero tenemos un problema.

Carson, esta es Simone. Simone, te presento a Carson. Es cirujano.

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—¡Gracias a Dios! —exclamó, aliviada al ver que había otro médicopresente—. Yo solo opero a muertos.

Carson no hizo ningún comentario mientras clavaba la mirada en Xypher.—¿Y el que se está desangrando es…?—Un Cazador Onírico.La respuesta de Julian lo dejó boquiabierto.—¿Se pueden desangrar en el plano humano?—Eso parece, y es grave.Carson asintió con un gesto serio de cabeza antes de cruzar la estancia para

abrir una puerta que tenían detrás.—Tráelo aquí y déjalo en la camilla.Julian obedeció sin titubear.Simone lo siguió a un quirófano sin muebles. Al igual que la sala donde habían

aparecido, estaba limpio y esterilizado, con muebles de acero y enormeslámparas sobre la mesa de operaciones. Parecía un quirófano como cualquierotro, y le impresionó la calidad del material y de los monitores, todo de últimageneración. De hecho, sabía de varios hospitales que matarían por tener unequipo quirúrgico tan sofisticado.

Mientras Julian dejaba a Xypher sobre la mesa de operaciones, ella seencaminó hacia la salita que se hallaba a la derecha, donde había un pequeñolavabo, para poder prepararse.

Carson entró tras ella.—Parece que sabes lo que estás haciendo.—Soy patóloga forense, y me ha parecido que ibas a necesitar ayuda para

operar. —Se secó las manos en una de las toallas verdes que estaban apiladassobre una mesita junto al lavabo.

Él asintió con la cabeza antes de lavarse las manos.—Te lo agradezco. Mi ay udante tiene el día libre.Julian apareció en la puerta. Tenía toda la ropa empapada de sangre.—Si no me necesitáis, me vuelvo a casa para arreglar el estropicio de la

cama… Espero que ninguno de mis vecinos hay a visto la pelea que hemos tenidoen la calle con el simpático demonio que ronda por el barrio.

Carson resopló.—Por favor, que nadie lo haya grabado en vídeo. Y que los dioses nos libren

de las webcams. No sabéis cómo odio la era moderna.Simone pasó por alto el comentario sarcástico y clavó la mirada en Julian.—Buena suerte, y muchas gracias por tu ayuda.Julian le sonrió antes de desaparecer. Carson cogió un carrito con instrumental

y lo llevó al quirófano.—¿No necesitamos mascarillas y ropa de quirófano? —le preguntó ella.Lo vio negar con la cabeza.

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—Me lavo las manos por costumbre. En realidad, nuestro amigo aquípresente debería ser inmune a toda la clase de gérmenes que pueden matar a unhumano. Ciertas cosas sí pueden matarlo, pero nosotros no tenemos ningúnremedio para ellas.

—Ah… —Se colocó al otro lado de la mesa de operaciones para echarle unamano con el vendaje provisional que le había hecho a Xy pher en el costado.

Al ver que no le quitaba los pantalones, Simone se sorprendió un poco. ACarson no parecía importarle que estuviera medio vestido.

Dado que ella nunca había operado a nadie, y mucho menos a alguien que noera del todo humano, se mordió la lengua. Saltaba a la vista que ese hombre sabíalo que estaba haciendo, de lo contrario Julian no los habría llevado allí. Por nomencionar que nadie compraría todo ese instrumental si no supiera cómoutilizarlo.

¿Verdad?Eso esperaba. Se apartó un poco para observar cómo Carson lo abría y

comenzaba a trabajar en la herida. Dio un respingo al ver todo el daño. Lasarterias y el tej ido muscular estaban hechos cisco.

Pobre… ¿hombre? Lo que fuera.Sintió una punzada de culpa al recordar cómo se había interpuesto entre el

demonio y ella. Se había llevado la peor parte de la pelea… al igual que hizo enel callejón para que no resultara herida.

A pesar de sus comentarios sarcásticos, Xypher tenía un corazón compasivoy un mínimo de decencia. Darse cuenta de eso hizo que lo mirase con otros ojos.En el fondo no era tan malo. Y mientras lo miraba, su corazón se ablandó por laconsideración que él había demostrado.

Carson cogió una pinza de la bandeja de acero.—¿Con qué lo han atravesado?—Con una espada corta.Lo vio menear la cabeza.—Parece que lo hay a atravesado una sierra. Mira todo este daño. —Apartó la

piel para que pudiera ver la zona sin obstáculos.Simone le tendió otra pinza, ya que Xypher estaba sangrando muchísimo.

Carson tenía razón. Era espantoso.—No sé si esto te sirve de algo, pero quien le ha clavado la espada es una

especie de demonio.—¿Sabes de qué panteón?Esa tenía que ser la conversación más rara que había mantenido en la vida.

No había muchas personas a las que se les pudiera contar que un demonio habíaaparecido en plena calle y te había atacado, y lo aceptaran con una pregunta tansencilla. Lo más normal sería oír una carcajada.

Antes de que corriera el alcohol.

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—Pues no… Pero Xy pher lo llamó Caifás.Carson soltó una palabrota.La inesperada furia que había despertado en él ese nombre hizo que Simone

alzara la vista.—¿Lo conoces?—Es mitad griego y mitad sumerio. Y un cabronazo. Es un milagro que

hay áis sobrevivido. Aunque la pregunta más importante es por qué os atacó. Estono es normal en él.

—¿A qué te refieres?—Caifás es un doleodai. Un demonio esclavizado. No puede actuar por sí

solo, tiene que recibir órdenes de otra persona.Una información muy interesante. Simone quería echarse a reír por lo

absurdo que había sido todo lo sucedido desde el almuerzo.—¿Cómo me he metido en este follón? Solo quería echarle un vistazo a la

escena de un crimen y volver a casa. No… Olvida lo que he dicho. Solo queríacomerme un sándwich de jamón y queso con un amigo. Ahora estoy metidahasta las cejas en la lucha de un antiguo dios griego y ni siquiera es hora decenar. Me muero de ganas por saber lo que viene a continuación.

Carson sonrió.—Yo también he tenido días así.—Sí, ya…—No, de verdad. Deberías seguirme y documentar todas las cosas raras en

las que acabo metido.—Dime unas cuantas.Carson le quitó la pinza de la mano.—Bueno, recuerdo que Marvin (el mono que teníamos de mascota) se escapó

un día del dormitorio de Wren (es un tigre que puede adoptar forma humana), ysubió al ático para dormir con el dragón. Pues resultó que nuestro dragónparticular es alérgico a los monos… ¿Quién iba a imaginarlo? Max acabó consarpullidos en ciertas partes del cuerpo que a día de hoy todavía me dan grimacuando me acuerdo. Y que sepas que si dices « mono» en su presencia, teescupe fuego. Luego está aquella otra vez en la que… Bueno, mejor no te cuentoesa historia. Si Dev se entera, me arrancará el corazón y se lo comerá.

Simone retrocedió un paso al escuchar sus palabras. No… era imposible.¿O no?—¿Tenéis licántropos aquí?Carson se detuvo para mirarla.—¿No eres una escudera?—No.El cirujano se quedó sin aliento y torció el gesto hasta poner cara de enfado.

Cogió el instrumental de sutura con un gruñido.

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—No tenías ni idea de nada de lo que te he contado hasta que lo he largadotodo, ¿verdad?

—Estaba en la inopia total.Carson soltó otro taco.—No puedo creer que lo haya hecho. Al verte llegar con Xy pher y Julian y

después de que me contaras lo del demonio, creía que lo sabías todo de nuestromundo.

No lo sabía, pero estaba teniendo un cursillo acelerado y la cosa cada vezpintaba peor. En ninguna de las conversaciones que había tenido con Tate estehabía mencionado a los licántropos.

—Pues ahora y a sí lo sé —replicó Simone con la intención de que Carson nose machacara por el desliz—. Daily Inquisitor, allá voy… No, mejor me meto decabeza en el manicomio local.

—Ríete, pero acabo de romper unas novecientas reglas más o menos. ¿Qué teparece si mantenemos esta conversación en secreto?

—No pienso a abrir la boca, te lo juro. Estoy encariñada con la poca corduraque me queda, y lo último que deseo es estar metida en lo que ya estoy metida.Indícame dónde está la puerta para que esta Alicia pueda salir por la madriguerade regreso a la tierra, y te aseguro que va a tener Alzheimer si alguien lepregunta sobre este incidente. De hecho, ni siquiera sé si estoy aquí. Creo que undaimon me dio un porrazo en la cabeza y todo esto es una alucinación debida a lapérdida de sangre.

—¿Se te suele ir la pinza muchas veces como ahora mismo?—Sí. Es que así me centro.Carson soltó una carcajada mientras continuaba cosiendo a Xypher.Simone guardó silencio al darse cuenta de una cosa.—No le hemos dado ningún tipo de anestésico para que siga inconsciente. ¿No

deberíamos hacerlo?—No serviría de nada. Los Cazadores Oníricos son inmunes a ellos.—¿En serio?Lo vio asentir con la cabeza antes de que se inclinara sobre Xy pher para ver

mejor lo que estaba haciendo.—Son dioses. La medicina humana convencional no les afecta.—¿Y por qué lo estamos operando?—Porque está sangrando y no ha recuperado la consciencia… Nunca he visto

sangrar a un Cazador Onírico, y mucho menos de esta manera. Así que supongoque si está sangrando, podría perder demasiada sangre y morir.

Por un lado, eso tenía sentido, pero por otro…—Los dioses no pueden morir, ¿verdad?—Claro que sí. Pero cuesta mucho matarlos y suele necesitarse un arma

hecha por un inmortal. Y me da en la nariz que eso era lo que tenía Caifás

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cuando os atacó. —Levantó la vista para mirarla con seriedad—. Los demoniosno suelen atacar a los dioses ni a ninguna otra persona a menos que crean quevan a matarlos. Verás, esos ataques suelen cabrear a los objetivos, que luego seinventan maneras de torturar y matar al demonio en cuestión. Y cuando selanzan al cuello del otro, la cosa se pone chunga. Por regla general, el demonio esel que sale perdiendo, sobre todo cuando han cabreado a un dios; así que losdemonios acostumbran ser más cuidadosos que los depredadores normales.Cuando atacan, son rápidos y letales.

Simone soltó un suspiro cansado, consciente de la gran verdad que acababade escuchar. Clavó la mirada en Xypher, que yacía sumido en una engañosatranquilidad. Su cuerpo estaba preparado para la lucha; era letal. Un espécimenperfecto de belleza masculina.

Así dormido parecía un ángel, pero dada su personalidad tan espinosa, notenía ningún problema para imaginarse la larga lista de gente que quería verlomuerto.

Ella misma incluida.Pero ¿quién lo odiaría hasta el punto de mandar a un demonio a destruirlo?

Eso era una crueldad.Pobre Xypher.No dijo nada más mientras Carson limpiaba, desinfectaba y cosía la herida.

Cuando por fin terminaron, Xypher seguía dormido, pero sudaba copiosamente.Le colocó la mano en la mejilla, áspera por la barba, y se dio cuenta de que, talcomo había sospechado, tenía fiebre.

La compasión la llevó al lavabo, donde se enjuagó las manos y luegohumedeció un paño con agua fría. Con un poco de suerte eso ay udaría. Le colocóel paño en la frente, y volvió a fijarse en su enorme atractivo. Era guapísimo.Pero como se trataba de un dios, supuso que eso resultaba de lo más normal.

Solo tenía muy claro que era un capullo… y que le había salvado la vida endos ocasiones.

Miró a Carson, que se estaba aseando, y recordó en ese momento el términoque Xypher había utilizado para definirse.

—¿Qué es un skoti exactamente?Carson se secó las manos con una toalla antes de regresar a su lado.—¿Dónde has oído esa palabra?Simone señaló a Xypher con la mano.—Él me dijo que lo era.Carson asintió con la cabeza.—Los antiguos griegos tenían dioses oníricos. Hace siglos uno de ellos crey ó

que sería divertido meterse en los sueños de Zeus. Pero al jefe no le hizo muchagracia, así que ordenó que cualquiera con una gota de sangre onírica muriera ofuera despojado por completo de sus emociones.

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Al escucharlo, ella recordó que Julian se había sorprendido al ver que Xyphertenía emociones.

—Menuda crueldad.—Bueno, no se puede decir que Zeus sea famoso por su compasión. —El

deje de su voz dejaba claro que él tenía sus propios motivos para detestar alregente de los dioses.

Carson señaló a Xypher con la cabeza.—Desde la maldición de Zeus, los Óneiroi o dioses oníricos acabaron

relegados a controlar los sueños humanos, y pronto descubrieron que el edicto deZeus no tenía valor en el plano onírico. Podían sentir de nuevo. Aterrados por laposibilidad de que volvieran a castigarlos, los dioses oníricos empezaron a vigilarsus filas para asegurarse de que sus hermanos no se pasaban de la ray a. A pesarde eso, algunos empezaron a ansiar las emociones hasta tal punto de queperdieron el control. Poco tiempo después esos dioses se convirtieron en unpeligro para ellos mismos y para los demás.

—Como si tuvieran una adicción…—Exacto. —Carson soltó la toalla—. Los dioses oníricos que perdieron el

control y que comenzaron a necesitar las emociones recibieron el nombre de« skoti» .

Vaya, pues no se refería a las pelotillas de los dedos de los pies, pensó. Pero almenos ya comprendía lo que Xypher era en realidad.

—También me dijo que estaba muerto.—Verás, en teoría, cuando un skoti no controla la adicción, lo matan y acaba

en el Tártaro, donde sufre un castigo eterno.Eso lo explicaba todo. Lo habían matado para luego resucitarlo. Se preguntó

cómo era posible. ¿Habría hecho un trato o algo así?La idea le ponía los pelos de punta.Frunció el ceño al reparar en las palabras en lengua desconocida que Xypher

tenía escritas en el brazo. Se lo levantó con curiosidad, asombrada por el tactoacerado de sus músculos, para examinar las letras.

—¿Sabes qué pone aquí?Carson se colocó a su lado.—No, lo siento. Parece griego y yo solo sé francés, cajún, inglés, un poco de

criollo y cuatro palabras sueltas de otros idiomas.Simone acarició las letras rojas, intentando no pensar en el fuerte brazo por el

que sus dedos se deslizaban. ¿Por qué se habría tatuado esas palabras y quésignificaban?

Soltó el brazo de Xypher y miró a Carson.—¿Sabes algo sobre él?—No. Nunca lo había visto ni he oído nada sobre él hasta hoy. Hay miles de

Cazadores Oníricos, y suelen mantenerse alejados del plano humano, prefieren

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esconderse en los sueños. —Guardó silencio un instante—. ¿Quieres dejarlo aquíy volver a tu casa?

—Ojalá pudiera —contestó al tiempo que se miraba el brazalete—, pero esimposible. Afrodita dijo que mientras lleváramos estos chismes —levantó elbrazo para que lo viera—, estábamos vinculados. Si nos separamos demasiado,moriremos.

—Menuda putada.—Dímelo a mí.Carson señaló la puerta que tenía detrás.—En ese caso mejor os paso a una habitación un poco más agradable.

Tendrás un sitio cómodo donde sentarte mientras sigue durmiendo.Simone dio un respingo ante la idea de teletransportarse de nuevo.—Por favor, no me desintegres. Ya estoy a punto de vomitar de tanto hacerlo,

y que sepas que ahora respeto muchísimo más al capitán Kirk y al señor Spock.Carson soltó una carcajada.—Te entiendo perfectamente. —Le quitó el freno a la camilla con la punta de

la bota—. Lo llevaremos en la camilla.—Te lo agradezco en el alma.Carson se entretuvo para llamar a un tal Dev antes de conducirla a una

habitación contigua, amueblada con antigüedades, entre ellas una cama dematrimonio con un edredón de terciopelo rojo. Las cortinas eran muy oscuras,pero le daban un toque acogedor a la estancia.

—Bonito dormitorio —comentó al tiempo que pasaba la mano por unprecioso tocador.

—Solo lo mejor de lo mejor para maman.—¿Maman?—Nicolette Peltier. Es la dueña de este sitio y todo el mundo la llama

« maman» .Simone sonrió al escucharlo.—Qué dulce. Debe de ser muy cariñosa.—A veces. Aunque otras puede comportarse peor que una osa furiosa.Volvió a sonreír.—Mi madre también era así.—Esto… bueno…—¿Qué quieres, Doc? —preguntó un tipo muy guapo que acababa de abrir la

puerta.Tenía el pelo rizado y no pasaría de los veinticinco.Carson señaló a Xypher.—Ayúdame a moverlo. No quiero reabrirle la herida del costado.Dev frunció el ceño y se puso muy serio al ver a Xypher en la camilla.—¿Quién es?

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—Un Cazador Onírico.—¿Puede sangrar? —preguntó, pasmado.—Eso parece.—¡Jo! —exclamó Dev entre dientes antes de ayudar a Carson a poner a

Xypher en la cama.En cuanto lo dejaron sobre el colchón, Dev miró a Simone un instante y luego

se llevó la camilla sin decir ni una sola palabra.—Es bastante reservado, ¿no? —le preguntó ella a Carson, sin saber muy bien

qué pensar.—La mayoría lo somos. Nuestra supervivencia depende de eso.—Y yo he aparecido sin avisar.Lo vio asentir con la cabeza.Ella quería asegurarle que jamás haría nada que pudiera perjudicarlos.

Además, ¿quién iba a creerla si afirmaba que había una familia de licántroposasentada en Nueva Orleans?

—En serio, Carson, vuestro secreto está a salvo conmigo. Los secretos sonalgo fundamental en mi vida, te lo juro. Si el departamento de policía confía enmí, vosotros también podéis hacerlo.

—Lo sé. En caso contrario, te mataríamos y nos comeríamos tu cadáver.Simone no tenía muy claro si estaba bromeando o no, pero algo en su actitud

le indicó que hablaba en serio.Carson señaló la puerta que tenía detrás con el pulgar.—Estaré en mi despacho si necesitas algo. Ponte cómoda. —Inclinó la cabeza

hacia una puerta que estaba a la izquierda—. Ese es el cuarto de baño.—Gracias.A continuación, Carson salió del dormitorio y cerró la puerta tras él.Simone soltó un largo suspiro cuando el agotamiento se apoderó de ella.

Estaba sola en una casa desconocida, algo a lo que no estaba acostumbrada.—¿Dónde te has metido, Jesse? No me gusta estar sola.Los años que llevaban siendo amigos habían conseguido que nunca se sintiera

sola. Estaba tan acostumbrada a tenerlo cerca que cuando no lo estaba, esaausencia casi le dolía.

Un poco perdida y agobiada, se acercó a la cama para tapar a Xypher con eledredón. En ese momento no parecía tan feroz, pero lo rodeaba un aura quedejaba bien claro que era letal. Bajó la vista hasta sus manos, a las cicatrices quele desfiguraban los nudillos. Eran muy antiguas, pero se dio cuenta de que no lashabía causado una sola herida. Se habían abierto una y otra vez a lo largo demuchas peleas… Sí, había momentos en los que su trabajo le decía demasiadascosas sobre la gente. Y además de las cicatrices de los nudillos, tenía muchasotras en el pecho y en los brazos. Por raro que pareciera, en la cara solo teníauna. Una casi invisible en la sien derecha.

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—¿Quién eres, Xy pher?—¿Sim?Sonrió al escuchar la voz de Jesse, que apareció justo a su lado.—¿Dónde te habías metido?—Me dejasteis allí tirado —se defendió él—. ¿Sabes lo que cuesta rastrear a

un humano por el plano ectoplásmico? No, no tienes ni idea. Y no te gustaríaenterarte, de verdad te lo digo. Por lo menos esta vez te he encontrado sin pasarantes por la casa de esa loca que le daba gelatina a su schnauzer.

Qué imagen más interesante…—Vale, lo que tú digas. Lo siento.—¡Y más que deberías sentirlo! —Miró a Xypher con los ojos entrecerrados

—. No tiene buena pinta. ¿Va a salir de esta?—Eso creo.—No debería alegrarme, pero hasta que encontremos la forma de liberarte,

tú también morirías.—No sabes cuánto me alegro de que te hayas acordado de ese detallito. —

Frunció el ceño al recordar la parrafada que le había soltado—. ¿Planoectoplásmico? ¿Qué leches es eso?

—Es la jerga de los que somos discapacitados corporales. Es el enorme másallá donde rebotamos los unos con los otros, como átomos dispersos. La verdad esque da repelús… por eso me quedo contigo. Pero solo porque tú das menosrepelús que ellos.

Lo miró boquiabierta, pasmada por lo que acababa de decirle.—Oye, que yo no doy repelús.—Das grima. Un mal rollo que te cagas. Te he visto por las mañanas y no se

puede decir que seas guay del Paraguay.Simone puso los ojos en blanco al escuchar esas expresiones típicas de los

ochenta.—Te odio con toda mi alma.—Claro, claro. —Sonrió como el gato de Alicia en el País de las Maravillas

—. Por eso estabas tan preocupada por mí.A veces era demasiado intuitivo. Resopló, fingiéndose indignada, antes de

volver a mirar a Xy pher.Era una pena que supiera tan poco de él, y esa idea la llevó a plantearse su

pasado. ¿Qué lo había impulsado a luchar en las batallas que dejaron unascicatrices tan espantosas en un cuerpo tan hermoso?

—¿Crees que tiene motivos para ser tan hostil? —le preguntó a Jesse.—Pues no. Yo creo que le encanta ser un gilipollas. Hay mucha gente así

pululando por el mundo, que lo sepas.Era verdad. Ella se había cruzado con unos cuantos, y aun así… Tenía la

sensación de que había algo más. Alguien que era capaz de odiar tanto como

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Xypher debía, sin duda, amar con la misma intensidad.Y su necesidad de matar por encima de todas las cosas delataba que había

sido víctima de una traición brutal. La única persona a quien ella había queridomatar era al asesino de su madre…

—No puede existir el odio sin el amor.Jesse frunció el ceño.—¿Qué has dicho?—Es algo que solía decir mi madre.Lo vio torcer el gesto.—Ah, tía, no… no te atrevas.—¿Que no me atreva a qué?—A poner esa carita de pena como si te diera lástima. —Soltó un bufido

irritado—. Eres un trozo de pan y no tienes remedio. A ver, ese tío es el mismo alque te vincularon cuando intentaba bajar al infierno para matar a alguien. Tussentimientos le importan un pito. No te atrevas a preocuparte por los suyos.

Simone le restó importancia a la regañina con un gesto de la mano.—Cierra la boca, petardo. Ni siquiera lo conozco.—Pues asegúrate de que la cosa siga así.Sabía que Jesse tenía razón. A pesar de todo, una parte de sí misma se sentía

atraída hacia Xypher en contra de su sentido común. Ni siquiera estaba seguradel porqué, pero tenía la sensación de que estaba perdido.

Y tanto que estaba perdido. Por lo menos su sentido del humor sí que loestaba… Sí. Y ella estaba perdiendo el sentido común.

—¿Sabes algo de Gloria? —preguntó a Jesse en un intento por distraerse.Él negó con la cabeza.—Ni un gemidito. Creo que los daimons se la comieron.Simone no quería ni pensar que eso fuera cierto. Nadie se merecía semejante

destino.—Espero que no. Parecía muy agradable.—Ya te digo. —Jesse flotó hasta las cortinas.De repente, alguien llamó a la puerta.—Adelante —dijo Simone.Al ver que Carson entraba en la habitación con una pequeña segueta,

retrocedió un paso por precaución. A saber cuáles eran sus intenciones.—¿Qué vas a hacer?Carson señaló el brazalete con la segueta.—Me preguntaba si esto serviría para cortar el brazalete.Sonrió, aliviada. Por un segundo lo había creído capaz de cumplir su amenaza

de silenciarla para siempre.—Ahora mismo eres el número uno de mi lista de personas favoritas. Sí, por

favor, veamos si funciona.

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Carson soltó una carcajada mientras le cogía la muñeca. Se detuvo uninstante para examinar el brazalete.

—Parece oro normal y corriente.—Afrodita dijo que es atlante. Algo hecho por los dioses.Carson se quedó sin aliento.—¡Ah! —exclamó apartándose de ella.—¿Es malo?—A lo mejor. No sé mucho sobre ellos, pero no quiero ni imaginarme lo que

podría pasarte si intento cortarlo. Es posible que provocáramos incluso el fin delmundo.

Simone apartó el brazo a toda prisa.—Pues entonces mejor que no. El episodio de Dexter de la semana pasada

acabó con mucha intriga y quiero saber qué pasa.Sus palabras parecieron sorprenderlo.—¿Ves esa serie?—No me pierdo ni un capítulo. Como patóloga forense me provoca una

fascinación morbosa.—Pues por mi trabajo y mi vida, es una serie que evito a toda costa, lo

mismo que los documentales de vida salvaje. —Se alejó hacia la puerta—. Osdejaré solos.

Carson ni siquiera había cerrado la puerta cuando ella oyó una voz grave a suespalda.

—¿Dónde estoy?—¡Hala! —exclamó Jesse desde la cama—. El muerto se ha despertado…

otra vez.Simone no le hizo ni caso mientras se acercaba a Xy pher. Los ojos de este

estaban enrojecidos y algo hinchados. Seguía muy pálido, y a juzgar por surespiración entrecortada, ella supo que le dolía muchísimo.

—Estás en el Santuario.Xypher inspiró hondo antes de hacer una mueca.—Huelo a Cazador Katagario.—¿Cazador Katagario?Antes de contestar, se removió bajo el edredón.—Licántropo.—Ah. —Tenía cierto sentido. Los Cazadores Oscuros cazaban daimons. Los

Cazadores Oníricos cazaban sueños y… Bueno, a saber qué cazaría un CazadorKatagario. Mejor pensar en otra cosa—. Creo que uno de ellos te ha puesto en lacama.

Xypher intentó sentarse, pero siseó.—Ten cuidado —le advirtió ella, que se apresuró a acercarse más. Le colocó

las manos en el pecho, pero las apartó enseguida al sentir una especie de

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descarga eléctrica. No supo por qué, pero tocarle el pecho la había dejado sinaliento y totalmente desconcertada—. La herida es bastante grande. Carson dijoque no podíamos darte nada para atenuar el dolor.

Xy pher volvió a tumbarse en la cama con un tic nervioso en el mentón. Sequitó el paño húmedo de la frente y lo miró como si fuera una forma de vidaalienígena que quisiera absorberle el cerebro.

—Tenías fiebre —le explicó Simone.Sus palabras solo consiguieron que frunciera el ceño todavía más.—¿Has sido tú?No entendía su enfado. Era como si su amabilidad lo irritara.—Creía que te estaba haciendo un favor. Perdona.—¿Por qué ibas a querer hacerme un favor?—Porque estabas herido y sangrando.Su respuesta no evitó que siguiera mirándola con expresión gélida.—¿Qué más te da lo que me pase?—Estudié medicina para ay udar a la gente. Por eso hago lo que hago.—¿Por qué?Jamás en la vida se había topado con alguien tan reacio a aceptar ayuda. ¡Por

el amor de Dios! ¿Qué le habían hecho al pobre para que algo tan tonto comoponerle un paño en la frente para aliviarle la fiebre lo hiciera recelar?

—Creo que no te gusta que sea amable contigo.—Lo has pillado —dijo él—. No me gusta. La gente no es amable. Por lo

menos conmigo.El corazón le dio un vuelco al escuchar esa voz gruñona.—Xypher…—No quiero tu lástima. —Tiró el paño al suelo—. Ni tu amabilidad. No te

metas en mis asuntos y no se te ocurra morir hasta que encuentre la manera deentrar en Kalosis.

¡Joder! Eso la había emocionado. Xypher era como un puercoespín histéricoen una fábrica de globos.

—¿Por qué es tan importante para ti matar a esa persona?De repente, apareció una imagen dentro de su cabeza. Era Xypher. En una

gruta oscura y tétrica, colgado de forma dolorosa por los brazos. El pelo,empapado de sangre y de suciedad, se le pegaba a la cara. Estaba desnudo ytenía el cuerpo cubierto de heridas abiertas.

La agonía de sus ojos era abrasadora. Intentaba escapar y luchar, pero nopodía hacer nada. Las púas de acero del látigo lo golpeaban una y otra vez,abriéndole nuevas heridas y haciéndolo girar en el aire. A los dos esqueletos quelo azotaban no les importaba dónde le dieran, el objetivo era causarle el mayordaño posible.

Cuanto más sangraba, más se reían los esqueletos.

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—¡Ya basta! —gritó Simone, incapaz de soportarlo.La imagen se desvaneció tan rápido como había aparecido.Xypher la miró con tanta frialdad que se le heló hasta el alma.—Lo que has visto son diez segundos de los siglos de tortura que he tenido que

soportar por la crueldad de una persona. ¿Quieres preguntarme algo más?El dolor que la invadía la ahogaba. Solo atinó a negar con la cabeza. Con

razón estaba furioso. El nudo que tenía en la garganta apenas le permitía respirar.—Sí —contestó tras una breve pausa—. Quiero preguntarte una cosa.

Después de haber sacrificado tanto por la persona que te traicionó, ¿por qué vas asacrificar también tu vida?

Xypher soltó una carcajada amarga.—Voy a explicarte cómo he llegado aquí, humana. Le hice un favor a una

diosa, que a su vez habló con Hades para que me convirtiera en humano duranteun mes. Un solo mes. Ni un día más ni un día menos. Ahora bien, después dellevar siglos en el Tártaro, sé perfectamente que Hades no deja que nadie sevaya así como así, y mucho menos con el pasado que yo tengo. Voy a volver alinfierno, nena. No hay vuelta de hoja. La única incógnita es si lo haré solo, y noestoy dispuesto a que eso pase. —Sus ojos la taladraron un segundo antes delevantarse de la cama—. ¿Dónde está mi camiseta?

Simone no daba crédito a lo que veía. Estaba en pie pese a la gravedad de laherida. ¿Cómo era posible que pudiera moverse sin la ayuda de algún analgésicopor lo menos?

Claro que después de haber visto lo que le habían hecho en el Tártaro, era desuponer que estaba tan acostumbrado al dolor que ya ni se inmutaba. A pesar delas heridas, en la imagen lo había visto forcejear para defenderse de losesqueletos.

—No puedes andar de un lado para otro. Tienes que descansar.—Y una mierda —masculló entre dientes—. Tengo muchas cosas que hacer

para quedarme en la cama como un príncipe consentido.Se plantó delante de él para evitar que se fuera.—Vas a conseguir que la herida se abra.—¿Y qué?—¿Cómo que « y qué» ? ¿Estás loco? —Tenía que estarlo—. ¿Sabes lo

doloroso que puede ser?Xypher la miró con sorna y frialdad antes de volverse para enseñarle la

espalda.—Sí, creo que me hago una ligera idea.Se tapó la boca mientras observaba horrorizada las cicatrices que

desfiguraban su preciosa espalda. Decir que lo habían atacado con brutalidad eraquedarse corta. Extendió la mano en un acto reflejo para tocarlo, pero se contuvoantes de hacerlo.

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Dejó la mano en el aire, cerca de las cicatrices. Lo bastante cerca para sentirel calor que irradiaba su cuerpo, consumido por la fiebre. La idea de que lohubieran torturado de esa manera la desgarraba. ¿Qué clase de monstruo haríaalgo así?

El hecho de que hubiera sufrido solo sin nadie que lo atendiera le revolviótodavía más el estómago.

Xy pher se volvió para mirarla a la cara.—¿Dónde está mi camiseta?Se vio obligada a carraspear para poder contestarle.—Tuvimos que cortarla.Lo vio apartar la mirada como si su respuesta lo hubiera enfurecido.—Muchísimas gracias.¿Por qué estaba tan cabreado por una camiseta?—Podemos ir a tu casa y coger otra.—No tengo casa y no tengo más camisetas.¿Lo decía en serio?—¿Qué quieres decir?Xy pher se plantó delante de ella. La miró con una sonrisa burlona.—¿Por qué eres tan dura de mollera, humana? Me liberaron del infierno, no

de un parque de atracciones. Del infierno no se llega con un fondo de armario yla cartera llena.

—Pero llevas aquí unos cuantos días, ¿no? ¿Dónde has estado viviendo?¿Cómo te las has apañado para comer?

En lugar de responder, la apartó para salir.Y en ese momento ella entendió lo que no quería decirle.—Has estado durmiendo en la calle, ¿verdad?—¿Quién ha dicho que haya dormido? —Abrió la puerta.Carson levantó la vista de su escritorio de cerezo como si hubiera estado

esperando que Xypher apareciera. Cogió la camiseta que tenía doblada en lamesa y se la tiró.

—Puedes quedártela.Xy pher la cogió sin darle las gracias, y ya se la estaba pasando por la cabeza

cuando Simone se reunió con ellos.Su móvil sonó en ese momento.Se lo sacó del bolsillo y miró quién la llamaba. Era un número oculto. Lo

abrió.—¿Diga?La voz que le respondió era ronca y muy sexy, con un extraño acento que le

provocó un escalofrío.—Soy Aquerón Partenopaeo. Xy pher me ha llamado desde este número.

¿Podrías pasármelo?

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Sí, pero no quería hacerlo. Prefería seguir hablando con esa voz tan educada,ya que tenía un extraño efecto tranquilizador. A regañadientes, le pasó el teléfonoa Xypher.

—Es Aquerón.Como era habitual en él, le quitó el teléfono de la mano con brusquedad.—¿Dónde coño estás?Jesse se inclinó hacia ella para susurrarle al oído.—A mí me lo pregunta así y me desvivo por ay udarlo, ¿y tú?—Calla… —le dijo, conteniendo una sonrisa porque acababa de decir una

verdad como la copa de un pino.Xypher cerró el móvil con un golpe y se lo devolvió.Se produjo un destello y ante ellos apareció un hombre altísimo, tan alto que

mediría más de dos metros. Era delgado y tenía el pelo negro muy largo,además de un aura tan peligrosa que a su lado Xypher parecía un cachorrito.Llevaba gafas de sol oscuras, una casaca negra y larga, como la de un pirata, yuna camiseta negra de los Misfits. Eso sí, Johnny Deep no le llegaba ni a la suelade los zapatos en cuanto a sex-appeal. Aquerón rezumaba sex-appeal a espuertas,allí de pie con el peso del cuerpo apoyado en una pierna y la mochila de cueronegro al hombro. Al reparar en las Martens rojas que llevaba, Simone frunció elceño… ni que necesitara los centímetros de más que proporcionaban las botas,vamos.

—Ya era hora —gruñó Xypher.Aquerón se limitó a enarcar una ceja negra y perfecta, que sobresalió por

encima de la montura de las gafas.—Aunque tengo por costumbre respetar tus tendencias suicidas, harías bien

en recordar con quién estás hablando y, sobre todo, lo que puedo hacerte. Nadieha dicho que tengas que volver al Tártaro de una sola pieza.

Xypher cruzó los brazos por delante del pecho.Aquerón se volvió hacia ella.—¿Me permites ver tu brazalete? —le preguntó, con una voz mucho más

agradable.Educado. Letal. Guapísimo. Respetuoso. Sexy. « ¡Qué alguien me envuelva a

este hombre en papel de regalo, que me lo llevo a casa!» , pensó. Reprimió elescalofrío que amenazaba con recorrerla de arriba abajo y le tendió el brazo.

Aquerón le cogió el brazo y lo sostuvo en alto para poder inspeccionar elcierre. La soltó al cabo de un momento y miró a Xypher.

—¿Qué quieres primero, las buenas noticias o las malas?—¿Importa?Aquerón esbozó una sonrisa torcida.—A mí no… Las malas noticias son que no puedo tocar esto. En realidad sí

que puedo, pero morirías en el proceso.

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Xy pher soltó un taco.—¿Quién coño ha inventado este chisme?Aquerón cogió las asas de la mochila con ambas manos para que se le

quedara pegada al cuerpo.—Arcón, el regente de los dioses atlantes. Un capullo insoportable.Simone soltó el aire y entonces se dio cuenta de que había estado conteniendo

la respiración. La cosa no pintaba nada bien para ellos.—¿Y cuáles son las buenas noticias?—Alguien tiene la llave y no, no moriréis ni os consumiréis por llevarlos. En

teoría podéis vivir toda la eternidad vinculados de esta manera.—Pero… —dejó caer ella.Aquerón inclinó la cabeza.—Siempre hay un « pero» por algún sitio, ¿verdad?« Por desgracia» , pensó ella.—¿Y cuál es?—Que quien tenga la llave no va a entregarla así como así, porque

lógicamente es la misma persona que decidió utilizar los brazaletes, y estoyseguro que no os los mandó a modo de regalito. Esperad, porque hay más… Losbrazaletes tienen un dispositivo de localización.

« ¡Qué mal suena eso!» , pensó Simone.—Estás de coña —dijo Xypher en voz tan baja y tan feroz que a Simone le

provocó un escalofrío.—Ya te gustaría. Dado que los brazaletes se crearon para dar caza a los

enemigos y acabar con ellos, están equipados con todo lo necesario para que tusenemigos acaben contigo. Aquel que tenga la llave no solo podrá localizaros encualquier momento, sino que también descubrirá todos y cada uno de vuestrospuntos débiles. —Aquerón la miró—. Los atlantes jugaban para ganar.

—Y por eso están todos muertos, ¿no? —replicó Xypher.Aquerón se encogió de hombros.—Es la cadena alimenticia. Incluso los que están en la cima de la pirámide

sirven de alimento para otros. Tarde o temprano todos acabamos comidos poralgo.

Xy pher la miró.—Vamos a ver, la humana no tiene nada que ver con todo esto. ¿Hay alguna

manera de que puedas sacarla de este follón?La pregunta dejó a Simone pasmada.Aquerón la miró con expresión triste.—Ojalá. No hay cosa que me cabree más que ver sufrir a un inocente. La

única manera de liberarla es conseguir la llave que abre el brazalete.Xy pher soltó otro taco.—Sabes que seguramente está en Kalosis, ¿verdad? ¿Por casualidad no

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podrías ir a buscarla?Aquerón soltó una carcajada.—Te aseguro que si voy, tus problemas no se limitarían a cómo matar a

Satara.—¿No podrías hacerme el favor de sacarla de allí?Aquerón resopló.—¿Crees que no se lo iba a oler? A ti te tiene miedo. A mí no me traga.Xypher miró a Simone a los ojos un buen rato. Y por primera vez ella vio en

su interior algo que parecía humano. Una grieta pequeñita en la amargura queparecía envolverlo como si fuera una capa.

—Pero hay otra cosa que sí puedo hacer por vosotros.Aquerón extendió la mano y tocó a Xypher en el hombro.Xypher jadeó mientras su cuerpo se iluminaba. Echó la cabeza hacia atrás y

gritó como si la luz estuviera moviéndose por su interior.Simone dio un respingo al verlo estremecerse.Un minuto después Xy pher se levantó la camiseta y comprobó que la herida

había desaparecido. Aquella tableta de chocolate no tenía ni un arañazo.—Gracias.Aquerón inclinó la cabeza antes de mirar a Jesse, que estaba detrás de ella.—Tú eres su mejor defensa. Cada vez que un demonio se acerca, se produce

una distorsión en el plano humano. Es como un escozor en la base de la espalda.Puedes avisarlos unos segundos antes de que los ataquen.

Jesse parecía tan asombrado como Simone.—¿Cómo sabes que estoy aquí?Aquerón sonrió.—Sé muchas cosas.Jesse sonrió de oreja a oreja.—Tío, me encanta estar con esta gente. Me ven y me oy en. No tienes ni idea

del cambio tan agradable que eso supone.Aquerón se acercó y se quitó un brazalete de cuero de la muñeca que

procedió a ponerle a ella en el brazo izquierdo.—Esto te dará la fuerza de un demonio en caso de que uno de ellos te ataque.

No te ayudará a luchar mejor ni evitará que mueras. Pero si golpeas a undemonio en la cabeza con cualquier objeto, te aseguro que no se reirá de tusesfuerzos. —Se inclinó hacia ella para susurrarle al oído—: Simone, hay algodentro de ti que te asusta mucho. Llevas escondiéndolo toda la vida, pero sabesque está ahí, rondando bajo la superficie, ansiando ser liberado. Sé que huy es deeso. No lo hagas. Es lo único que podrá salvarte la vida. Ahonda en tu interior yacepta tu verdadera naturaleza. Cuando estés preparada, no necesitarás la ay udade mi brazalete.

Y tras decir eso desapareció.

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Sin embargo, Simone sentía una especie de cosquilleo allí donde la habíatocado. Miró a Jesse.

—¿De qué va todo esto?Jesse levantó las manos y se encogió de hombros.Cuando miró a Xypher, captó un atisbo de vulnerabilidad en él. En sus ojos

vio arrepentimiento, tristeza y un dolor tan profundo que le dio un vuelco elcorazón. Quería tocarlo, pero temía la reacción violenta que podría desencadenarsu gesto.

Carson carraspeó.—No quiero ser borde, chicos, pero creo que lo mejor es que os vayáis. La

idea del Santuario es que sea un refugio. Solo faltaba que se nos apareciera undemonio que no está sujeto a nuestras ley es.

La mirada de Xy pher perdió todo rastro de emoción y se transformó en unafirme determinación.

—No te preocupes, no contaminaré vuestro prístino palacio con mi presencia.Acto seguido, Simone se encontró en la calle, en Ursulines Street. Por suerte,

nadie parecía haberlos visto aparecer de la nada.Jesse se reunió con ellos.—Ojalá dejarais de hacer eso.—¿Y tú de qué te quejas? —protestó ella—. Ponte en mi lugar. Otra vez tengo

el estómago revuelto.Xy pher la fulminó con una mirada amenazadora.—Así es como me siento y o a todas horas por culpa de la vida en sí misma,

pero todos se pasaron mi opinión por el forro cuando me dejaron aquí tirado.Simone detestaba la idea de haber vuelto al punto de partida.—Xypher, firmemos una tregua, ¿vale? Ya lo pillo. Estás amargado. Pero, en

fin, no eres el único que tiene la sensación de que la vida te ha dado un palo. Deverdad. Me quedé huérfana a los once años y pasé otros tres en una casa deacogida antes de que me adoptaran. Todos somos supervivientes en un universocruel. El único consuelo que nos queda son las demás personas.

Xy pher la miró con cara de asco.—¡Por los dioses, qué pánfila eres! El único consuelo que tenemos está en

nosotros mismos y en la cantidad de dolor que somos capaces de soportar antesde que nos destroce.

Escucharlo hablar así le dio mucha lástima. Aunque después recordó la épocaen la que ella había sentido lo mismo. Jesse fue lo único que la ay udó a conservarla entereza. De no haber sido por su presencia, tal vez no hubiera logrado salir delpozo en el que cayó después de la muerte de sus padres.

Saltaba a la vista que Xy pher nunca había contado con otra persona en la queapoyarse. Ni siquiera con un fantasma.

Simone echó a andar por Chartres Street con un nudo en la garganta al pensar

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en todo el dolor que él había tenido que soportar. Su apartamento estaba enOrleans Street, no muy cerca, pero tampoco era un paseo tan largo. Además, irandando sería más rápido que intentar coger un taxi.

A esas alturas ni recordaba dónde había dejado el coche. Bueno, eso no eraverdad, lo había dejado en casa de Julian. Sin embargo, necesitaba ir a su casa,donde todo le resultaba familiar. Necesitaba algo que le devolviera los pies a latierra antes de que la locura la arrastrara de nuevo.

Al pasar junto al hotel Provincial captó un olor maravilloso y se dio cuenta deque Xypher aminoraba el paso. Al mirarlo se percató de que sus ojos volabanhacia el restaurante Stella. No dijo ni una sola palabra, pero tampoco hacía falta.Su cara lo decía todo.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste?Él no le respondió.Lo obligó a detenerse.—Xypher. Te estoy hablando. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?—¿Y a ti qué más te da?En ese momento comprendió lo que de verdad significaba esa pregunta cada

vez que salía de sus labios. Nadie se había preocupado nunca por él. Así que ¿porqué iba a hacerlo ella, una desconocida?

—Voy a buscar algo de comer. —Le enseñó el brazalete—. Te sugiero queme sigas.

Se dirigió al pequeño restaurante especializado en comida mediterránea quehabía al otro lado de la calle, más que nada porque les servirían la comida conmás rapidez que en un restaurante más pijo.

Xy pher la siguió echando humo por las orejas, pero la verdad era que semoría de hambre. Otro de los placeres sádicos de Hades era la imposibilidad deque sus poderes le facilitaran ropa, comida y dinero, aunque sí podía usarlos paraconseguir armas. Y tampoco podía curarse.

El estómago le rugía de hambre mucho antes de que Hades lo dejara tiradoen el plano humano. A lo largo de esa semana había estado alimentándose decosas en las que prefería no pensar con tal de que el estómago dejara de dolerle.

Sin embargo, él no era de esas criaturas que aceptaban caridad. Nadie lehabía dado nunca nada. Estaba acostumbrado.

¡Antes muerto que rebajarse a suplicar!Simone se detuvo en la entrada hasta que una mujer ataviada con camisa

blanca y pantalones negros se acercó a ellos.—¿Cuántos son?—Dos.Xy pher miró a Jesse, que le sonrió.—A mí nunca me cuentan. Pero siempre estoy aquí.La mujer cogió dos cartas y los condujo a una mesita situada en un rincón. A

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Xypher no se le escapó el modo en el que Simone apartaba con mucho disimulouna silla para que Jesse se sentara, haciendo ver que dejaba la chaqueta.

Pasó de Jesse porque estaba tentadísimo de echarse a Simone al hombro parasacarla del restaurante. No soportaba la idea de estar oliendo la comida sin poderprobarla.

Claro que ya estaba acostumbrado a la tortura.Se sentó sin disimular siquiera el enfado. La mujer se marchó después de

darle una carta, que él soltó sobre la mesa antes de volver la cabeza para mirarpor la ventana.

Le resultaba raro regresar a ese mundo después de tanto tiempo. Habíancambiado muchísimas cosas. La última vez que estuvo, los caballos eran elmejor medio de locomoción. No había electricidad. La humanidad le teníamiedo a la oscuridad. Temía los sueños que tanto sus hermanos como élprovocaban.

En ese momento la humanidad se temía a sí misma, y hacía bien.Simone frunció el ceño al ver que Xypher se echaba para atrás en la silla sin

mirar siquiera la carta.—¿No tienes hambre?La miró con tal expresión que se le heló la sangre en las venas.—No tengo dinero.—Vale, pero no pensarás que voy a ponerme a comer mientras tú te mueres

de hambre, ¿verdad? —Lo más triste de todo era que seguramente fuera eso loque había pensado. Cogió la carta y se la ofreció—. Pide algo o pediré por ti.

—¿Sabes qué le pasó a la última persona que se atrevió a hablarme de esamanera?

—A ver si lo adivino… Desmembramiento. Sin duda, de forma muydolorosa. Y muy lenta. —Arqueó las cejas—. Por suerte no puedes matarmemientras lleve el brazalete encima. —Lo miró con una sonrisa ufana—. Yo voy atomar cóctel de gambas y pollo braseado con salsa Alfredo. ¿Qué quieres tú?

Por primera vez su actitud dejó entrever cierta resignación mientras cogía lacarta como si fuera un niño enfurruñado.

—La amabilidad te incomoda, ¿verdad?Xypher se limitó a ojear la carta en silencio.Simone soltó un suspiro de agotamiento antes de intercambiar una mirada

cansada con Jesse. Era increíble que pudiera hablar con un fantasma y que nopudiera comunicarse con un… bueno, con el ser de carne y hueso que teníadelante.

¿Qué le habían hecho para que mantuviera a los demás a tanta distancia?Xypher no sabía qué pedir. Todo parecía delicioso y el estómago le rugía. Por

no mencionar que se sentía muy incómodo allí sentado… como un humanocivilizado.

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Nadie lo había tratado así. Jamás.Era un skoti fóbico. Se había pasado la vida haciendo que todos los seres a su

alrededor se murieran de miedo con sus pesadillas. Incluso los dioses. Era lapersonificación del mal. Incluso los otros skoti fóbicos le temían.

Y la mujer que tenía delante se había atrevido a darle órdenes… A decirverdad, era bastante guapa y lo excitaba más de la cuenta, dada la misión tanimportante que debía cumplir. Hasta ese momento no había reparado en todo eltiempo que había pasado sin estar con una mujer. Sin embargo, esos tiernos ojosde color verde lo ponían a mil.

—¿No sabes qué pedir?Parpadeó al escuchar su pregunta.—¿Cómo lo haces?—¿Hacer el qué?—Hablarme como si fuera normal.Simone lo miró con el ceño fruncido.—Bueno, la verdad es que no me lo pones muy fácil. Pero recuerdo la época

en la que y o también estaba cabreada con el mundo. Lo único que quería erahacerles daño a todos los que me rodeaban, para que fueran tan desgraciados yestuvieran tan enfadados como y o. Era una especie de… necesidad tan grandeque me impedía pensar en cualquier otra cosa. Hasta que me di cuenta de que deesa manera solo me hacía daño a mí misma. Sí, cabreaba a la gente, cierto, peroen un par de horas todos se olvidaban de mí. Yo era la que vivía en un infiernoeterno. Así que decidí olvidar la rabia y seguir con mi vida.

Hacía que sonara muy fácil. Pero no era tan fácil olvidar la rabia sin más.—Sí, pero tú tienes un futuro por delante.La vio menear la cabeza.—En aquel entonces no me lo parecía. Recuerda que vi cómo mataban a mi

hermano. Solo tenía siete años. —Apretó los dientes cuando el dolor la asaltó—.Él también creía que tenía un futuro, pero en un abrir y cerrar de ojos se esfumó.Al igual que mi madre y mi padre…

Su dolor lo conmovió, porque era algo que entendía a la perfección. Sinembargo, le sorprendió esa punzadita que sintió en su interior, en un lugar quecreía… No, no era preocupación por ella. Era incapaz de preocuparse por nadie.Era…

No sabía cómo describirlo.—¿Qué pasó? —le preguntó.Simone levantó una mano.—Sé que y o he sacado el tema, pero preferiría no hablar de eso ahora, ¿vale?

El hecho de que pasara hace mucho tiempo no significa que hay a dejado de serdoloroso. Hay ciertas cosas que ni el tiempo puede borrar.

—Pues ya sabes cómo me siento y o.

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El simple comentario la dejó helada al darse cuenta de que de verdad sabíacómo se sentía. Por muchos años que hubieran pasado, la agonía de la muerte desu familia seguía tan presente como el primer día.

—Sí, supongo que lo sé. Y si tú pasaste por una mínima parte de lo que paséyo, te compadezco en el alma.

Xy pher apartó la mirada, y a que esas palabras conmovieron una parte de suser a la que nada había logrado llegar en siglos. Ni siquiera entendía el motivo.Era como si el dolor que ambos sentían fuera una especie de conexión.

—¿Te gusta el marisco?¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lograba conmoverlo con una simple pregunta?

¿Cómo conseguía que se sintiera…? Ni siquiera sabía cómo describirlo.—No lo recuerdo. Llevo siglos sin poder saborear la comida.Ella dejó la carta sobre la mesa.—¿Qué has estado comiendo estos días?—Lo primero que encontraba.Esa respuesta hizo que a Simone se le encogiera el corazón.—Pues entonces pediremos el menú degustación y una ración de ostras.

Seguro que hay algo que te guste.Xy pher no supo qué decir. Por regla general se comportaba de forma

violenta y quería hacer daño a cualquiera que se le acercara, pero en esemomento, sentado con ella…

Se sentía en paz, y la paz era algo que llevaba tanto tiempo sin experimentarque hasta se le había olvidado la sensación.

Apartó la mirada, atormentado por los viejos recuerdos. Ya estaba furioso yamargado mucho antes de que le arrebataran las emociones. Atacaba a todos losque estaban a su alrededor. Se crió rodeado de demonios sumerios, no dehumanos ni de dioses olímpicos.

La gente de su madre era cruel e implacable. Hasta tal punto que lamaldición de Zeus de no sentir nada le pareció una bendición en un principio.

Hasta que apareció Satara. Ella le enseñó otras cosas. La risa. La pasión.Durante un tiempo se engañó diciéndose que la quería.Al echar la vista atrás le daban ganas de reír. ¿Qué sabía él del amor, si era el

hijo de una gallu y del dios de las pesadillas? Sus padres no fueron capaces deexperimentar esa emoción. No llevaba el amor en los genes.

Pero la venganza…A eso sí que le podía hincar el diente.Se acercó una camarera, que lo miró como si hubiera presentido sus tétricos

pensamientos. La chica se concentró al punto en Simone, que pidió también porél.

La voz de Simone con su melódico acento le parecía lo más dulce que habíaescuchado en la vida. Tenía el pelo alborotado en torno a la cara, y sus ojos de

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color verde reflejaban su inteligencia, su curiosidad y su entusiasmo por la vida.No era de constitución tan delgada como la camarera, que ya se marchaba conel pedido. Al contrario, era una mujer robusta. Sana. Y por primera vez enmuchos siglos sintió el cosquilleo del deseo.

Simone lo miró con un brillo travieso en los ojos antes de llevarse la copa deagua a los labios y decirle:

—Estás muy callado y eso me está mosqueando un poco.—¿En serio?Ella miró a Jesse antes de contestarle:—Hay un viejo refrán que dice que el tigre no se agazapa por miedo, sino

para sorprender mejor a su presa. Y creo que te va.—Haces bien en creerlo.Simone suspiró mientras cogía la copa entre las manos.—Se te da muy bien lo de asustar a la gente, ¿verdad?—Lo llevo en la sangre.Jesse soltó una carcajada.—¿Podrías darme unas clases? Me quedé plof cuando descubrí que no había

vuelto como un poltergeist. —Levantó las manos y miró a Simone—. ¡Buuu, hevenido a por ti!

Simone se echó a reír.Jesse resopló, disgustado.—¿Lo ves? Se ríe. Me gustaría darle un poco de miedo aunque solo fuera una

vez.El fantasma se apresuró a morderse la lengua cuando le lanzó una mirada

para recordarle que podía alargar el brazo y hacerle daño.Simone apoyó la barbilla en una mano mientras lo observaba.—Que sepas que no tienes por qué hacer eso.—¿El qué?—Poner cara de asco y gruñir a todo el mundo que se te acerca. Respira

hondo y relájate.—¿Que me relaje? —preguntó con incredulidad—. ¿Sabes que van a venir a

por nosotros? Si bajas la guardia, si te relajas, acabas muerto. Créeme. Lo sé porexperiencia.

—Cierto, me dij iste que estabas muerto. ¿Qué pasó?Esa inocente pregunta le recordó lo imbécil que fue en otro tiempo.—Me traicionó la única persona en la que cometí el error de confiar.—Lo siento.—No lo sientas. Era mejor morir que vivir engañado toda la eternidad.

—¿Y bien? —le preguntó Satara a Caifás cuando el demonio se apareció

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delante de ella.—Pronto estará muerto.La respuesta la hizo gritar y comenzó a pasearse de un lado para otro por el

pequeño despacho de Stry ker.—¡Eso no me vale!—Pues te sugiero que lo mates tú misma.—No te atrevas a hablarme de esa manera. —Cogió la botella que estaba

sobre el escritorio de Stry ker y que contenía el alma de Caifás. La golpeósuavemente contra el borde del escritorio, no lo bastante fuerte para que serompiera, pero sí lo suficiente para asustarlo—. Basta con un toquecito demuñeca para acabar con tu existencia.

El miedo asomó a los ojos de Caifás, pero tuvo el buen tino de no mostrarningún otro indicio de que su amenaza lo preocupaba.

—Xy pher contaba con la protección de un hijo de Afrodita que blandía laespada de Cronos. Fue imposible derrotarlo y rematar al skoti.

Satara soltó un suspiro asqueado. Precisamente fue la necesidad de dependerde otro lo que la metió en ese lío desde el principio. La única ventaja con la quecontaba eran los brazaletes que Stry ker le había dado. Gracias a ellos podríaencontrar a Xypher en un abrir y cerrar de ojos.

Siempre y cuando el demonio inútil que tenía delante fuera capaz de hacerlo.—Quiero que me entregues su cabeza, Caifás. Si no lo haces, me quedaré con

la tuy a…El demonio le hizo una reverencia.—Vuestros deseos son órdenes, señora. La cabeza de mi hermano será

vuestra.

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4

Xypher estuvo a punto de abalanzarse sobre la camarera para arrebatarle lacomida de las manos cuando se acercó a la mesa. El olor le llegó a lo más hondoy lo asaltó de un modo muy doloroso. El hambre lo había convertido casi en unanimal rabioso, de modo que le costó un gran esfuerzo contenerse. Sin embargo,más sorprendente que el hecho de controlarse fue el motivo por el que se sentíaimpulsado a hacerlo.

No estaba dispuesto a que volvieran a humillarlo.« Eres un mestizo. Vulgar. Inculto. Asqueroso. ¿Quién iba a amar a un

animal?» . Las palabras de Satara sonaron altas y claras en su mente.Simone seguía sentada frente a él, comiendo despacio y con unos modales

impecables. Saltaba a la vista que le habían enseñado a comportarse en la mesay, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, no quería que lo juzgaracomo el resto del mundo lo había hecho, no quería que también lo tuviera por unanimal.

Nunca le había importado lo que la gente pensara de él.Hasta ese momento.Como si pudiera leerle el pensamiento, Simone alargó un brazo por encima

de la mesa y le colocó la mano sobre las palabras que él mismo se había tatuado.—Sé que estás muerto de hambre, Xy pher. No hace falta que te preocupes

por tus modales. Come.Nada en la vida lo había conmovido tanto como esas palabras. Y nadie le

había parecido tan hermoso como Simone en ese instante. El reflejo de la luz ensu pelo, el brillo de los ojos verdes, iluminados por su espíritu intangible yelectrizante… Lo tenía totalmente desconcertado.

Si la atacaba, ella lo aceptaba sin más, con la misma actitud que él habíademostrado en el Tártaro. Le hicieran lo que le hiciesen, y por mucho queintentaran doblegarlo, siempre había permanecido fuerte contra sus atacantes.Como ella. Pero la fuerza de Simone procedía de su bondad. Su intención no erala de hacer daño a nadie.

Ni siquiera a él.Simone era la bondad personificada.Y, precisamente por eso, estaba más decidido que nunca a controlar la parte

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más salvaje de sí mismo.—Estoy bien —murmuró al tiempo que cogía los cubiertos.Simone observó en silencio a Xypher y vio que le temblaban las manos

mientras se comía el cordero. Saltaba a la vista que tenía mucha hambre y quenecesitaba saciarla con urgencia. Sin embargo, no entendía por qué se controlabacuando era obvio que se moría de ganas de hincarle el diente a la comida a todaprisa. Si estuviera en su lugar, ella ni siquiera usaría los cubiertos, se llevaría lacomida a la boca con las dos manos.

Pero él no lo hizo. Parecía querer demostrar algo. Parecía tener un motivoconcreto para comer haciendo gala de buenos modales, aunque ni siquieraalcanzaba a imaginarlo.

Meneó la cabeza e intentó seguir comiendo, lo cual no le resultó fácil teniendoen cuenta que tenía enfrente la arrolladora fuerza de Xypher, contenida en esosmomentos. Era un hombre fascinante. Le fascinaba su fuerza, su poder. Ardía endeseos de extender el brazo y acariciarle los labios.

Era como observar a una bestia salvaje acechando a su presa.El momento más tierno fue cuando intentó comerse la concha de la ostra. Su

expresión confundida fue un gesto tan infantil que la conmovió.Simone contuvo una carcajada, se puso en pie y se acercó a él.—La concha no se come.Él la miró con el ceño fruncido.—Ah, ¿no?—Déjame que te enseñe. —Le quitó la ostra de la mano y cogió el tenedor

pequeño que tenía junto al plato—. Primero utilizas el tenedor para arrancar lacarne y después te llevas la concha a los labios. Dejas que se deslice hasta laboca y te la tragas sin masticar.

—¿Por qué?Simone miró la ostra, su aparente inocencia, y revivió el día en que cometió

el error de masticarla. « Asqueroso» se quedaba corto para describir el sabor.—Bueno, es que la carne es arenosa y viscosa. Pero, si quieres, puedes

hacerlo.Xy pher se quedó petrificado al ver que le echaba unas gotas de tabasco. En

ese momento percibió el aroma de su cuerpo, que se le subió de golpe a lacabeza y le recordó que llevaba siglos sin tocar a una mujer.

Sí, movido por la rabia y su sed de venganza, ni siquiera había pensado eneso, por muy raro que pareciera. Ni siquiera se había fijado en las mujeres conlas que se había cruzado por la calle mientras buscaba a algún daimon que lollevara a Kalosis.

Sin embargo, en ese preciso instante aquella necesidad ya olvidada lo asaltócon fuerza. De repente, se descubrió deseando cogerle la mano para llevársela ala boca, chuparle los dedos y saborear el sabor salado de su piel. Se descubrió

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deseando enterrar la cara en su cuello para poder aspirar su aroma hastaemborracharse.

No sabía por qué, pero la simple idea de que lo tocara aunque fuera sinquerer hizo que el pene se le endureciera más que nunca. Ansiaba alargar elbrazo y pasarle la mano por aquellos rizos alborotados que desafiaban cualquierintento por sujetarlos. Se preguntó qué sentiría si su pelo le rozara el pechomientras ella le hacía el amor. ¿Sería tan suave como parecía?

¿Lo serían sus labios?¿Lo acogería su cuerpo?Se obligó a apartar la mirada de ella y a desterrar aquellos pensamientos. Su

destino no era que lo acariciara una mujer como Simone. Él era un animal, lotenía muy claro. Lo habían abandonado hacía mucho tiempo, lo habían dejado asu suerte para que se las apañara como pudiera. La ternura era para loshumanos. No para un skoti renegado que iba a volver al infierno al cabo de unassemanas.

« No te ablandes. No bajes la guardia.»Tarde o temprano regresaría al Tártaro y estaría de nuevo a merced de

Hades. Había tardado siglos en endurecerse lo bastante para no sentir siquiera elazote de las púas de los látigos cuando lo flagelaban. Había tardado siglos enaprender a no caer en los retorcidos jueguecitos psicológicos de Hades.

La ternura que existía en el plano humano lo debilitaría cuando volviera.Empeoraría su estancia en el infierno. Y no podía permitirlo. Ya era bastante

malo de por sí. Si se ablandaba…Con razón Hades había aceptado dejarlo libre durante un mes. El dios del

Inframundo sabía muy bien cómo empeoraría el castigo después de haberpaladeado la libertad.

Cabrón.Torció el gesto y arrancó la ostra de la mano a Simone.—No soy un niño. Puedo comer solo.Simone ladeó la cabeza, irritada por el drástico cambio de humor. Por un

momento había pensado que estaba aprendiendo a ser… en fin, agradable.Seguro que había sufrido una alucinación.—Vale —repuso al tiempo que alzaba las manos—. Como quieras.Enfadada por su brusquedad, volvió a su silla y acabó de comer en silencio.¿Qué le pasaba a ese tipo? Nunca había conocido a nadie tan arisco para

rechazar una insignificante muestra de amabilidad. Parecía un viejocascarrabias.

De repente, recordó al niño con el que compartió parte de su infancia, y elcorazón le dio un vuelco. Era un niño con un carácter tan hostil y salvaje que nisiquiera parecía humano.

A los nueve años lo apartaron de sus padres y lo dejaron en las tétricas manos

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de la administración, ya que nadie quería hacerse cargo de él. No duraba muchocon las familias adoptivas y al final acabó pasando de un centro de acogida aotro, porque tampoco en ellos permanecía demasiado tiempo.

Ningún miembro del centro donde la habían acogido a ella lo soportaba,incluyendo el personal especializado. Casi siempre estaba buscando pelea yburlándose de todo el mundo, incluso de ella, que había intentado hacerse amigasuy a. Se había reído y le había dado tal mordisco que incluso Simone necesitópuntos de sutura. De hecho, todavía tenía la cicatriz en el antebrazo izquierdo. Poreso, por sus berrinches y por sus ataques, fue acumulando un castigo tras otrohasta que de repente una noche desapareció.

Encontraron su cuerpo unos días después en el sótano del gimnasio, todavía enpijama. Al parecer se había suicidado cortándose las venas.

Solo tenía once años.El terrible suceso la entristeció muchísimo, pero después de escuchar la

conversación de dos profesores aquel mismo día, esa tristeza acabó convertida enun terrible sufrimiento por un niño que no debería haberse visto abocado alsuicidio.

« —Es una lástima que haya acabado así, pero supongo que con el traumaque sufrió durante su infancia no había muchas esperanzas para él.

» —¿Qué trauma?» —¿No lo sabes? Lo apartaron de sus padres porque su madre era una adicta

al crack y su padre, un camello. Una tarde el pobre Scott interrumpió una de susventas porque estaba muerto de hambre y le pidió un bocadillo, y el muy bruto leabrió la cabeza. Ese fue el día en que les retiraron la custodia. El padre haintentado recuperarla desde entonces. El día en que Scott desapareció nosenteramos de que su padre llegaría al día siguiente para llevárselo a casa.Supongo que el pobrecillo prefirió la muerte a volver al infierno que lo esperabacon él…»

Simone aprendió en ese momento una valiosa lección: « No juzgues a nadiesin conocer sus circunstancias» . Por horrible que pareciera una persona, a veceshabía una razón de peso para su comportamiento. Sí, había mucha gente corruptay cruel, pero no todo el mundo lo era por naturaleza.

En muchos casos era una respuesta al dolor, un intento por protegerse desufrir más daño.

Eso era lo que intentaba enseñarles a sus alumnos. En la escena de un crimen,lo peor que se le podía hacer al fallecido era juzgarlo. Los prejuicios empañabanla profesionalidad y sesgaban los resultados del trabajo. La misión de un forenseera la de hacer un informe basado en hechos objetivos e imparciales.

Las opiniones personales no tenían cabida en una mesa de autopsias.Una cosa era decirle a una persona cómo vivir su vida y qué decisiones

tomar, y otra muy distinta ponerse en el lugar de dicha persona y vivir con las

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consecuencias. El hecho de que cada uno tuviera una forma de hacer las cosasno significaba que esa forma en concreto fuera la correcta. La gente aprendía,maduraba, gracias a las opciones que presentaba la vida y a la experiencia. Cadacual tenía que cometer sus propios errores.

Y, mientras reflexionaba al respecto, aumentó la curiosidad que sentía porXypher y su pasado. ¿Por qué siempre estaba a la defensiva?

¿Quién le había hecho daño?—¿Cómo es la infancia de un dios?Xypher alzó la vista de la ensalada que estaba comiendo y se encontró con

los ojos más luminosos e inocentes que había visto en su vida.—¿Cómo dices?El tono mordaz de la pregunta no pareció afectarla en lo más mínimo.—Me lo estaba preguntado porque, verás, la mía fue muy típica hasta que mi

familia murió. Paseaba en bici por el vecindario, jugaba con el barro, jugaba conmis amigas a las casitas, a las muñecas, y me peleaba con mi hermano por losdibujos animados. ¿Qué hacías tú?

« Ni que fuera a decírtelo, vamos» , pensó Xypher. No era asunto suy o.—¿Y a ti qué más te da?La expresión amable de Simone fue sustituida por una de disgusto.—Me fastidia muchísimo que me preguntes eso. Me importa porque eres la

persona a la que estoy unida hasta que nos libremos de los brazaletes y megustaría conocerte un poco. ¿Quién sabe? A lo mejor hay un tío simpático debajode toda esa antipatía.

A Xy pher empezó a hervirle la sangre al caer en la cuenta de su verdaderoobjetivo.

—No vas a enterarte de mis debilidades con tanta facilidad, guapa. No tengoninguna.

Simone lo miró boquiabierta.—¿Los recuerdos de la infancia son una debilidad para ti? ¡Por Dios! ¿Qué te

hicieron?Los recuerdos del pasado le arrancaron una amarga carcajada. Unos

recuerdos que había intentado olvidar con todas sus fuerzas. Pero había uno querecordaba mucho mejor que los demás. La única vez en su vida que había sidodébil, y fue una experiencia que nunca más repetiría.

—Me encadenaron a una valla, me dieron una paliza y me arrancaron elcorazón mientras me debatía. Aunque solo contaba con una mano, conseguí darunos cuantos golpes. Con decir que nunca más volveré a estar tan indefenso, essuficiente.

Simone sintió ganas de echarse a llorar al escuchar semejante horror y al verel dolor que reflejaban esos ojos claros y brillantes.

—No te merecías eso.

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—¿Tú crees? —masculló—. No es una cuestión de merecerlo o nomerecerlo. La vida y la muerte son como son. Implacables para todos.

Simone miró a Jesse, que lucía la misma expresión apenada que estabasegura que ella misma tenía. Las palabras de Xypher le llegaron tan hondo querecordó a su madre y a su hermano. Ellos tampoco se merecían lo que les pasó.

Reacia a profundizar en esos pensamientos, dejó que acabara de comer ensilencio. Era muy duro intentar llegar hasta una persona que obviamente queríamantener las distancias con todo el mundo.

Una vez que Xypher acabó de comer, ella pagó la cuenta, le dejó unapropina a la camarera y salieron de la cafetería.

Tate llamó antes de que pusieran un pie en la calle.—¿Cómo ha ido la cosa con Julian? —le preguntó.—No como me habría gustado, la verdad —respondió ella, observando el

brazalete—. Seguimos unidos.—Vaya, lo siento.—Supongo que podría ser peor. Podría estar unida a tu asesino en serie.La mirada que le echó Xypher le dejó claro que estaba escuchando la

conversación.—Joder, tengo que cortar, guapa. Tened cuidado. Luego te llamo. —Y colgó

antes de que ella pudiera siquiera despedirse.Mientras cerraba el teléfono vio con el rabillo del ojo que Xy pher se frotaba

el brazo. Aunque no se había quejado, tenía la piel de gallina.—¿Tienes frío?No contestó.—Tiene frío —afirmó Jesse—. Su aura lo deja bien claro y, aunque tú no

puedas verla, y o sí lo hago.Xy pher lo miró con tan mala leche que Jesse debería haber estallado en

llamas al instante.Simone se detuvo para pensar dónde podían conseguirle ropa en el Barrio

Francés. Casi todas las tiendas eran de ropa femenina.O de estilo gótico.De repente, esbozó una lenta sonrisa. Sí, con esa personalidad tan cáustica y

su altura, el estilo gótico le sentaría de maravilla.Sin decir ni una palabra, enfiló Dumaine Street en dirección a Decatur Street.—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Xypher a la defensiva.—Comprarte ropa.La obligó a detenerse en la acera.—No necesito nada.—Sí que lo necesitas.Su apuesto rostro adoptó una expresión pétrea.—No pienso aceptar tu caridad. No necesito absolutamente nada de nadie.

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Simone lo observó de arriba abajo con frialdad.—Y y o no pienso pasarme un mes pegada a un tío que solo tiene una

camiseta y un par de pantalones, porque tendré que aguantar tu mal olor.El comentario suavizó en parte la agresividad de su mirada.Jesse frunció el ceño.—Oye, es un dios. ¿No puede crear su propia ropa?Xy pher lo fulminó con la mirada.—Como ya he dicho antes, Hades es un cabrón. No conservo todos mis

poderes. Puedo usarlos para defenderme, pero no para alimentarme ni paravestirme… ni para buscar un lugar donde quedarme.

Añadió la última parte en una voz tan baja que Simone no estaba segura dehaberlo oído bien.

La expresión avergonzada que asomó a sus ojos le confirmó que no le habíafallado el oído.

¿Por qué le había hecho Hades algo así?—Vamos —dijo al tiempo que le daba un tirón de la mano para ponerlo en

movimiento—. Necesitas ropa, sobre todo una chaqueta o una cazadora.La ternura que transmitió el roce de su mano lo dejó sin aliento e hizo que su

cuerpo ardiera. No lo había tocado para hacerle daño ni para controlarlo. Solohabía sido un gesto amistoso, un gesto que cualquier humano compartiría conotro.

Nunca lo habían tocado así.Asombrado por su ternura, la siguió al interior de una tienda. Aunque no la

estaba siguiendo en el sentido exacto de la expresión. Él no seguía a nadie. Leestaba permitiendo que lo precediera porque no sabía adónde iban.

Al entrar en la tienda vio un maniquí con un corsé, una falda corta y unosleggings de ray as, y se detuvo para mirarlo.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Simone.—Conozco a un demonio que se viste así.Simone se quedó blanca.—¿Un demonio? —susurró.Xy pher asintió con la cabeza.—Siempre va con Aquerón. Se llama Simi.—¿¡Simi Partenopaeo!?La exuberante voz de la dependienta dejó pasmado a Xypher. Era una chica

baj ita, de pelo negro azabache, que estaba detrás de un mostrador cargado dejoyas y tarros de cristal.

Simone la miró con el ceño fruncido.—¿Conoces a Simi?La sonrisa de la chica se ensanchó.—Sí, desde luego, todos conocemos a Simi y a su hermana. Nos dejan la

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tienda vacía cada vez que vienen de visita a la ciudad. Las adoramos. ¿Soisamigos suyos?

Xy pher contuvo un resoplido. « Amigo» … un término que nunca le habíanaplicado. Claro que no podía decir a la chica que más bien era un aliado que pocotiempo antes había ayudado a Aquerón, a Simi y a su hermana a salvar el mundode una horda de demonios.

—Sí, somos amigos suyos.—¡Pues bienvenidos a Roadkill! Los amigos de los Partenopaeo son nuestros

amigos. ¿En qué puedo ayudaros?—Necesitamos ropa para él —respondió Simone, que señaló una cazadora de

cuero expuesta en una de las paredes—. ¿Nos la puedes sacar?La chica salió de detrás del mostrador para bajarla y se la ofreció a Xypher

para que se la probara.Le costó un gran esfuerzo no gemir de placer al sentir el calor del cuero sobre

la piel después del frío que llevaba días padeciendo. La cazadora era pesada,pero su peso resultaba muy agradable.

Muy, muy agradable.Simone sonrió al acercarse para ay udarlo a abrochársela. Sus manos le

rozaron el cuello y lo excitaron al instante.—Es preciosa. Te queda muy bien. ¿Te gusta?Ni siquiera sabía qué contestar.—Está bien —respondió, a sabiendas de que se quedaba corto. Lo que quería

hacer era abrazarla por ese regalo.Simone se apartó al sentir un extraño ramalazo de deseo. Bueno, no tan

extraño en realidad. Xypher estaba cañón con la chupa de cuero. Era negra yllevaba un símbolo anarquista pintado en el hombro izquierdo y un cráneo en laespalda. Le apetecía acariciar el cuero para sentir los músculos que habíadebajo. Le otorgaba un aspecto peligroso y feroz.

Justo lo que era.Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gemir de placer solo de pensarlo.—¿Cuántas camisas quieres? —preguntó Jesse.Simone parpadeó antes de retroceder, agradecida por la interrupción.—Doce por lo menos.—¿Doce qué? —preguntó la dependienta.Se puso como un tomate al darse cuenta de que la chica no veía a Jesse a su

lado.—Lo siento, estaba pensando en voz alta.—¡Ah! Pensaba que era un código o algo. —Su mirada se deslizó hacia el

abdomen de Xypher—. Porque estoy segurísima de que ahí debajo tieneescondida una tableta de chocolate de las de doce cuadraditos, ¿a que sí?

Sin motivo aparente, de pronto a Simone la invadieron los celos. ¿No era un

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poco ridículo? Sin embargo, cuando corrigió a la dependienta, su voz resultócortante por culpa de aquella inesperada emoción.

—En realidad son ocho.Eso pareció impresionarla.—¿De verdad?Ella asintió con la cabeza.—¡Joder! Eres una mujer afortunada. El mío solo tiene una, pero lo quiero de

todas formas.El comentario la hizo reír.A Xy pher no.—¿De qué estáis hablando?—De nada, cariño —contestó ella, dándole unas palmaditas en el brazo—.

Vamos a buscarte unas cuantas sudaderas, unas camisas y algunos pantalones.Jesse puso los ojos en blanco.—Te están comiendo con los ojos, idiota. Están hablando sobre tus virtudes

físicas y te están alabando asquerosamente porque estás cuadrado, cosa que y otambién habría logrado si no hubiera estirado la pata a los diecisiete. —Sacópecho en un intento por parecer más musculoso—. Me pasaré la eternidad conesta apariencia desgarbada.

Xypher no dijo nada sobre su apariencia, porque estaba más preocupado porla actitud de las chicas.

—¿Se supone que las mujeres hacen eso? —preguntó a Jesse en voz baja.—Si tienes suerte, claro. O puede ser un indicativo de que vas a tenerla. —Y

chasqueó la lengua un par de veces.—¿Qué se supone que hacemos las mujeres? —preguntó al mismo tiempo la

dependienta con una cara muy rara.Simone carraspeó.—¿Puedes buscar la ropa? —dijo a la chica, antes de añadir en voz baja—: Sí,

corazón, lo hacemos. —Se acercó más a Xypher para decirle—: Pasa de Jesse sino quieres que nos encierren en un manicomio. —Un consejo que rematómirando de forma elocuente a Jesse.

—Está celosa porque yo puedo meterme en los probadores sin que nadie mevea.

—¡Eres un pervertido! —lo acusó ella, aunque solo movió los labios.—No lo soy. Si fuera un pervertido, te espiaría cuando estás dándote una

ducha o cambiándote de ropa. —Se estremeció—. Eso sería como espiar a mipropia hermana. Mátame antes de que llegue a hacerlo, por favor.

—Ojalá pudiera —murmuró ella entre dientes.Xypher se lo estaba pasando en grande con la conversación, aunque tardó un

rato en comprender lo que estaba sintiendo.¡Tenía ganas de reír! Nunca lo había experimentado antes, pero era una

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sensación agradable. No sentía ninguna opresión en el pecho y notaba uncosquilleo en el estómago. Ni Simone ni Jesse hablaban con intención de hacerdaño, no había furia en sus voces. Se limitaban a tomarse el pelo y a reírse el unodel otro.

Y le gustaba observarlos.Simone lanzó otra mirada elocuente a Jesse antes de que acabara metiéndola

de verdad en problemas. Aunque lo quería mucho, no le gustaba que secomportara así. No le resultaba agradable hacerle el vacío, pero tampoco queríaque la gente la tomara por loca.

Le dio la espalda para no alentarlo, y siguió a la chica a la trastienda, aunquese detuvo a mitad de camino porque vio los zapatos expuestos en una estantería.Casi todos eran muy llamativos. Había unos con unas plataformas y unostaconazos de vértigo, pero lo que le llamó la atención fueron unas botas negras demotero con calaveras y tibias por hebillas.

Sonrió despacio porque conocía a la persona perfecta para hacerles justicia.—¿Xy pher?—¿Qué?Señaló las botas.—¿Te las pondrías?La sonrisa que le arrancó su pregunta no podía ser más maliciosa. Y no era

burlona, por extraño que pareciera. Era una sonrisa genuina que le llegó al alma.¡Joder, estaba como un tren!

Carraspeó antes de llamar a la dependienta, que se acercó a ellos al instante.—Nos llevaremos unas de estas.La chica se echó a reír.—Me encanta que vengan los amigos de Simi. Compráis como posesos.Simone miró a Xypher de reojo, que a su vez la miró con expresión culpable.

En el fondo la chica no iba tan desencaminada.No tardaron mucho en escoger la ropa, la ropa interior y los complementos

para don Guaperas, alias don Insoportable.Simone contuvo el gruñido que estuvo a punto de soltar mientras daba a la

chica la tarjeta de crédito. Tenía bastante dinero, pero no solía gastarlo encompras, y mucho menos para un invitado temporal. Claro que tampoco podíapermitirle ir por ahí medio desnudo durante tres semanas. Bueno… pensándolobien, estaría para comérselo, aunque lo más probable era que acabaran entrerejas.

Al menos eso pensó hasta que lo pilló acariciando con evidente placer una delas mangas de la chupa. Saltaba a la vista que nunca le habían regalado nadaparecido.

Sí, solo por esa expresión merecía la pena gastarse el dinero.Volvió la cabeza con una sonrisa y se fijó en la pared que la dependienta tenía

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detrás. Había un montón de bufandas colgadas. La sonrisa se ensanchó al ver unaen concreto.

—Perdona —dijo a la chica—, ¿me cobras también esa bufanda, por favor?La dependienta cogió la que le había indicado, una negra adornada con una

calavera blanca y un par de tibias.—¿Esta?—Sí, por favor.Tan pronto como la añadió a la cuenta, la cogió del mostrador, le quitó la

etiqueta y se la puso a Xypher al cuello.—¿Qué estás haciendo? —preguntó él al tiempo que sus ojos la atravesaban

con una expresión suspicaz.—Es para que tengas el cuello calentito cuando salgamos.Xypher no dijo nada mientras ella le colocaba los extremos de la bufanda

bajo la chupa antes de subirle la cremallera. Fue un gesto tan tierno que leprovocó una dolorosa punzada en el pecho. Una sensación que no le gustó ni unpelo.

—No soy un niño.Ella se echó a reír.—Te aseguro que soy muy consciente de que no lo eres, corazón.Xypher frunció el ceño al captar el deje juguetón del comentario.—¿Me estás vacilando?—Pues sí.Nadie se había atrevido a vacilarle antes… en plan de coña, claro. Apartó la

mirada de ella para clavarla en Jesse.—Vaaa-ciii-laaar —dijo el fantasma, alargando las sílabas—. Significa… —

Guardó silencio y frunció el ceño—. La leche, pues no sé qué significa. Escuando alguien… en fin, pues cuando alguien te vacila.

Xypher apretó los dientes y le dio un guantazo en la coronilla.—¡Ay! Jo, se me había olvidado que podías hacer eso. —Jesse se acercó a

Simone.Al ver que Xy pher hacía ademán de ir tras él, Simone se interpuso entre ellos

y tendió a Xy pher las bolsas con la ropa.—Nos vamos —dijo en voz exageradamente alta—. Dale las gracias a esta

chica tan educada por habernos ayudado.La dependienta se echó a reír.—No hay de qué. Que paséis una buena noche.Antes de que Xypher pudiera replicar, Simone lo empujó con suavidad hacia

la puerta y él se dejó empujar a regañadientes.El hecho de que se hubiera interpuesto entre el fantasma y él denotaba cierta

locura por su parte. No le entraba en la cabeza que alguien arriesgara su vida pordefender a un fantasma. Y mucho menos si era tan idiota como Jesse.

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Simone se detuvo una vez en la calle y lanzó a ambos una mirada dereproche.

—Al final acabaréis metiéndome en problemas. ¿Es que no podéiscomportaros?

Jesse resopló.—Ha empezado él.Simone levantó una mano, exasperada.—¡Ni una palabra más!Xypher se volvió y le lanzó tal descarga a Jesse que empezó a salirle humo

del pelo.Ella lo agarró del brazo para que no volviera a hacerlo. El pobre Jesse estaba

gimoteando.Los ojos de Xypher relampaguearon como si estuviera a punto de

achicharrarla a ella también.—Inmunidad diplomática —dijo al tiempo que levantaba el brazo con el

brazalete, recordándole así que no podía matarla mientras lo llevara.—No olvides que no vas a llevarlo siempre.—Pero sí lo suficiente para impedir que le hagas daño a Jesse.Xypher soltó un gruñido amenazador, aunque por suerte dio media vuelta y

se alejó por la acera.Aliviada al advertir que los ánimos se habían calmado, Simone hizo ademán

de seguirlo, pero en ese momento sonó su móvil.—¿Diga?Era Tate.—Tenemos otro homicidio… idéntico al de Gloria. Ven cagando leches y

échale un vistazo antes de que la policía se vaya de la escena.—Ahora mismo. ¿Dónde estás?No consiguió oír su respuesta porque justo entonces pasaron dos coches

patrulla con las sirenas a todo trapo en dirección al otro extremo del BarrioFrancés. Y eso activó su sexto sentido.

—Mmm, espera, a ver si lo adivino… —le dijo cuando las sirenas seperdieron en la distancia—. Estás en North Peters.

—Lo has oído, ¿verdad?—Díselo a mis tímpanos… —Siguió con la mirada los coches patrulla, que

doblaron una esquina a lo lejos—. Creo que estoy a cuatro manzanas dedistancia. No tardaré nada.

Y de hecho no tardó nada en cruzar la calle y en llegar hasta el lugar dondeestaba la policía… y una pequeña multitud que se había congregado paraobservar, cotillear y especular. Se sacó la cartera del bolsillo trasero para enseñarsu identificación al primer agente con el que se topó. Aunque llevaba bolso,siempre guardaba la cartera en el bolsillo trasero del pantalón… una costumbre

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que había adquirido después de que le robaran el bolso hacía y a unos cuantosaños.

El agente echó un vistazo a su identificación e hizo una mueca.—Los carniceros. No os envidio, chicos.Ella le sonrió.—Tranquilo, el sentimiento es mutuo. Por lo menos la gente que nosotros nos

llevamos no intenta matarnos.—Eso es cierto. —Levantó la cinta para que ella pudiera pasar por debajo.—Viene conmigo —dijo Simone al agente antes de que detuviera a Xypher.—No pasa nada, Ryan —gritó Tate mientras se acercaba a ellos—. Los

necesitamos a los dos.—Lo que tú digas, Doc.Simone se apartó un poco para hacer las presentaciones.—Tate, este es Xypher, mi más reciente dilema paranormal.Tate le tendió la mano con una carcajada.—Nunca había visto a un Cazador Onírico.Xypher le dio un apretón.—Seguro que sí. Pero no te acuerdas —le aseguró con un brillo malicioso en

los ojos.Tate meneó la cabeza.—Hombre, ya me dejas más tranquilo…—Es el efecto que causamos, sí. —Era imposible pasar por alto el tono

siniestro de su voz.—Xypher pertenece al grupito de los Cazadores Oníricos que van poniendo a

la gente los pelos de punta.Tate los guió hasta la víctima, que descansaba bajo la funda negra.—Ya lo veo. Haré el esfuerzo de no ponerlo nunca de mal humor. Solo me

faltaban más pesadillas mientras duermo.Simone no podía estar más de acuerdo.—Creo que las pesadillas dan vidilla a Xypher.El forense resopló.—En ese caso, aquí estará como pez en el agua.—¿Por qué?Tate señaló el cadáver que descansaba a sus pies.—Como Gloria. Las mismas heridas. El mismo modus operandi. Nada de

sangre. Ni en el cuerpo ni en la escena del crimen. La única diferencia es queesta víctima opuso resistencia.

—Pobre chica…—Chico —corrigió Tate.Simone frunció el ceño. Eso echaría por tierra la teoría del asesino en serie.—¿Es un hombre?

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Tate levantó la tela negra que cubría el cadáver para que lo viera. Hombre,caucásico, unos veinticinco años, tumbado boca arriba, con los ojos abiertos y lamirada vacía. El horror que había acabado con su vida le había dejado la caradesencajada.

Simone sintió muchísima lástima. Esa era la parte de su trabajo que menos legustaba. La sensación de ver a una persona muerta tal como la había dejado elasesino. El terror que le atenazaba el estómago y la dejaba al borde de lasnáuseas. Aunque lo peor era saber por experiencia la reacción de la familiacuando se enterara de la tragedia.

—Tenemos que encontrar a este cerdo y detenerlo —dijo ella entre dientes.—Sí —convino Tate.Xypher dejó las bolsas en el suelo antes de acercarse al cuerpo para

examinarlo.—Con cuidado —le advirtió Tate—. No toques el cadáver. No queremos

destruir las pruebas. Tenemos que identificar a este asesino y entregarlo deinmediato a la justicia.

Xypher se inclinó para examinar la herida del cuello.—Va a ser difícil que lo consigáis.—¿Por qué?—Esto lo ha hecho un demonio.—¿¡Cómo!? —preguntaron a la vez Simone y Tate.Xypher siguió agachado, pero echó la cabeza hacia atrás para mirarlos.—Esto no es obra de un humano.Aquello no tenía ningún sentido para ella.—Pero los daimons no…—Yo no he dicho nada de daimons. He dicho demonio. —Señaló las marcas

del cuello, idénticas a las de Gloria—. Esto es obra del ataque de una dimme.—¿De una dimme? —repitió Tate—. ¿Qué coño es una dimme?Xypher se puso en pie.—Así fue como llegué a este plano. Ayudé a luchar contra ellas en Las

Vegas. Durante la batalla, una de las dimme escapó y, que yo sepa, no hanpodido localizarla. Creo que acabáis de encontrarla.

Tate parecía tan espantado por las noticias como Simone.—¿Cómo es posible que haya llegado hasta aquí?Xypher se encogió de hombros al escuchar la pregunta.—Debe de haber algo que la haya atraído. Un objeto o una persona. Algo. De

otra forma, se habría quedado cerca del lugar donde están atrapadas sushermanas.

—¿Estás seguro? —preguntó Tate.—No, humano, no tengo ni puta idea de nada. Solo estoy soltando tonterías

para confundirte.

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—Debería haberte advertido sobre su sarcasmo. Es divertidísimo tratar con él—comentó ella con un suspiro.

Tate pasó por alto el comentario mientras observaba la calle en penumbra.—¿Puedes localizar a su fantasma?—De momento no ha aparecido.Xypher cruzó los brazos por delante del pecho.—No va a aparecer ningún fantasma.Simone ladeó la cabeza al escuchar sus palabras.—¿Qué quieres decir?—Lo ha matado una dimme. Normalmente dejan secos a los humanos. Sin

una gota de jugo. Y, para que conste, tendrás que destruir el cadáver, ya que susvíctimas se reaniman transcurridas unas cuantas horas de la muerte.

Simone intercambió una mirada horrorizada con Tate.—Gloria —susurró el forense—. Por eso su cuerpo resucitó.Simone frunció el ceño mientras reflexionaba sobre el tema.—Entonces ¿cómo es que vimos el fantasma de Gloria?Xypher volvió a encogerse de hombros.—Es posible que la dimme no se comiera el alma. A veces pasa. El alma

queda atrapada entre los diferentes planos, se marchita y muere.Tate soltó un taco.—Entonces ¿cómo damos con esta cosa para matarla?La expresión de Xypher no pudo ser más malévola.—Más bien es al contrario. Ella dará con vosotros y os matará.

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Tate se echó a temblar antes de apartarlos del cadáver y de los dos detectives quecharlaban a pocos metros del mismo. Lo único que les hacía falta era que uno delos dos escuchara esa conversación.

Miró a Xypher con la cara desencajada.—Me encanta pensar que tenemos demonios campando a sus anchas por la

calle y alimentándose de todos nosotros. A ver, desembucha, ¿de cuántos de ellosestamos hablando exactamente?

Xy pher parecía no dar importancia a la terrorífica situación a la que seenfrentaban.

—En total son siete. Pero solo una de ellas ha escapado al plano humano.Tate miró a Simone.—Me encanta cuando dicen eso del « plano humano» .Sí, a ella también.—No sé. Yo todavía no he pasado de lo de « ella dará con vosotros y os

matará» . Además de que los muertos resucitan. No me gusta demasiado.Tate resopló.—Ni a Nialls. Estoy seguro de que todavía no se ha recuperado del susto.

Pobrecillo. Nunca se quitará el sambenito de pirado… —La expresión de su caraponía de manifiesto que él tampoco estaba muy fino. Sacudió la cabeza como siquisiera despejarse y miró a Xypher—. ¿Qué quiere la dimme? ¿Por qué estámatando gente?

Xy pher se encogió de hombros.—Los demonios de esa naturaleza, primitivos, precisamente son tan

interesantes porque no buscan nada. Son como son. Si te cruzas en su camino,mueres. Si tiene hambre y estás en el menú, te come. Es muy sencillo. A lasdimme no les van los planes ambiciosos ni tienen objetivos concretos.

Tate soltó un taco y se alejó aún más del cuerpo al ver que llegaba unfotógrafo para hacer su trabajo.

—Pero las criaturas salvajes no matan por matar. No tiene sentido.—¿Cómo que no? —replicó Xypher con sorna—. Los demonios fueron

creados para que otros seres los usaran como armas o instrumentos. Loscarontes, por ejemplo, servían a los atlantes. Aunque, en realidad, fueron una de

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las pocas especies demoníacas que no siempre se mostraron serviles. Fueron losamos y señores de la tierra hasta que los atlantes los derrotaron y losesclavizaron. Luego están los gallu, que fueron creados para luchar contra loscarontes; y las dimme, creadas por si el panteón sumerio y sus galludesaparecían. Su misión era, en pocas palabras, comerse el mundo y vengar asus difuntos amos. Y eso es lo que hace tan peligrosa a la dimme que haescapado. Solo sabe matar. —Le lanzó una mirada elocuente al cuerpo delhombre asesinado que seguía en el suelo.

Tate no parecía estar asimilando muy bien la información.—¿Hay más demonios en el mundo?Xy pher asintió con la cabeza.—Todas las culturas tienen sus propios demonios. Pero los que he mencionado

son los responsables de esta situación —dijo al tiempo que señalaba el cuerpo dela víctima con un gesto de la cabeza—. Es posible que un gallu lo atacara, perosuelen ser más discretos. O bien se deshacen del cadáver o bien se quedan con élpor algún motivo concreto… por ejemplo, el de disponer de un zombi a suservicio que pueden utilizar para eliminar a un enemigo o para que le consigamás víctimas. Hace mucho que aprendieron que un zombi siempre vuelve con sufamilia. Así que solo tienen que seguirlo a casa para obtener más comida.

Tate gimió al escuchar la información.—¿Estás seguro?—A menos que se conviertan en renegados. O que sean neófitos.

Precisamente es el caso de la dimme. En el mundo moderno estará perdida eintentará encontrar a sus hermanas. Tanto ellas como los gallu son gregarios. Noles gusta actuar por separado. Da igual que sea un gallu o una dimme, el demonioen cuestión está vagando por ahí en busca de los suyos y de comida… carnehumana para ser exactos.

Tate soltó otro taco.—¿Cuánto hace que escapó?—Unas semanas.—¿Y ahora es cuando ha empezado a alimentarse?Xy pher soltó una carcajada carente de humor.—Ha llegado hasta aquí desde Las Vegas. Supongo que habrá dejado alguna

víctima por el camino.Tate intercambió una mirada asqueada con Simone.—Por cierto, ¿cómo es que sabes tanto sobre demonios? —preguntó a

Xypher.Los ojos del susodicho adquirieron un parpadeante brillo roj izo.—Porque yo también lo soy —contestó.Tate retrocedió un paso, al igual que Simone.Incluso Jesse se apartó de él.

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—Mmm, Sim —dijo el fantasma mientras se colocaba tras ella—. Ha hechoese truquito de los ojos porque es un dios, ¿verdad? Nos está vacilando con lo deque es un demonio… ¿no?

Eso era lo que ella quería creer. Porque tenía sentido.Sin embargo, todos sus instintos le decían que Xypher carecía de un sentido

del humor tan desarrollado.Los ojos de Xypher retomaron su escalofriante color azul.—Mi madre era sumeria, concretamente un demonio sumerio, a quien mi

padre sedujo. Yo crecí con su gente, así que conozco a los gallu un poco mejorque la mayoría.

Simone se santiguó. ¿Estaría hablando en serio? Aunque en el fondo sabía laverdad. Lo único que quería era escuchar la confirmación de sus propios labios.

—¿Eres un gallu?—Desde el punto de vista genético, sí. Pero no me alimento de sangre ni voy

por ahí desangrando a la gente. Bueno, sin contar a mis enemigos, claro.« ¡Es un demonio!» , pensó Simone.No entendía por qué eso le resultaba más difícil de digerir que el hecho de

que fuese un dios griego, pero así era. Seguro que por la reputación queacompañaba a los demonios. La idea de estar vinculada a uno no le hacía muchagracia. Miró el cadáver y se estremeció. ¿Le habría hecho Xy pher lo mismo aalgún inocente?

¿Sería ese el motivo por el que lo habían sentenciado a pasar la eternidad enel Tártaro?

En ese momento comprendió que no sabía casi nada de la criatura a la queestaba unida. Que no sabía de lo que era capaz.

¿Por qué habían cometido la crueldad de poner su vida en las manos de eseser?

Tate señaló el cadáver.—¿Puedes matar al responsable de esto?Xy pher asintió con la cabeza de forma casi imperceptible.—Aunque la pregunta correcta sería por qué iba a hacerlo.La respuesta dejó a Tate horrorizado.—Para evitar que sigan muriendo inocentes.Xy pher resopló.—¿Inocentes? Ese tío que está en el suelo era un violador y un asesino.

Cuando descubráis su identidad, veréis que se fue de rositas. Yo le habría hechoalgo mucho peor, la verdad.

—¿Cómo lo sabes? —susurró Simone.Xy pher la miró con una expresión tan gélida que le heló la sangre en las

venas.—Porque el mal reconoce el mal. Así nos encontramos unos a otros o, en el

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caso de la dimme, así es como evita que un enemigo más poderoso la venza.Los ojos de Jesse se abrieron de par en par en señal de respeto.—¡Hala! Así que eres algo parecido al perro sabueso de Satanás, ¿no?Xypher lo miró con sorna.—Lucifer tiene su propio ejército de demonios. Yo no formo parte de él.—Una lección estupenda sobre los demonios y sus hábitos alimenticios —los

interrumpió Tate, dando una palmada—. Pero, por curiosidad, ¿qué pongo en miinforme? ¿Que ha sido un asesinato demoníaco al azar? Sí, eso les va a encantar.—Se volvió hacia Simone—. ¿Crees que con mi título de medicina podréencontrar trabajo como conserje?

Simone le dio unas afectuosas palmadas en el brazo.—Yo que tú, me callaba lo del título. Te rechazarían por tener demasiada

preparación académica. Aunque si te sirve de algo, no creo que necesitestrabajar cuando te metan en el psiquiátrico.

—Gracias, Simone —repuso, con un tono tan seco como el desierto—. Lorecordaré la próxima vez que me pidas una carta de recomendación.

—Yo también me acordaré de esto cuando solicites trabajo como conserje enla Universidad de Tulane. Me aseguraré de encontrarte algo.

—¡Uf! —exclamó Tate—. Eres mala.—¿Doc? —dijo uno de los agentes de policía mientras se acercaba a ellos—.

Los de homicidios quieren saber si estás listo para llevarte el cadáver.—Sí, ya hemos acabado. —Y añadió en voz más baja—: Asesinato

demoníaco al azar. Creo que es mejor decir que fue un robo con violencia queacabó mal. —Hizo una pausa para mirar a Xypher—. ¿Estás seguro de la causade la muerte?

—Cuando el cuerpo resucite dentro de poco e intente matarte, tendrás larespuesta.

Tate soltó un largo suspiro.—¿Qué vas a hacer? —preguntó Simone antes de que se marchara.Tate se encogió de hombros.—No lo sé. No puedo destruir el cadáver. Acabaría con una demanda judicial

seguida de un despido fulminante y la humillación pública.Xypher se rascó el mentón antes de decir:—Decapítalo por lo menos. Me lo agradecerás.Tate resopló.—¿Crees que podré decir que se me fue la sierra sin querer? —preguntó a

Simone.—¡Tate! —exclamó ella, horrorizada por la idea—. Ya tenemos bastante

mala reputación, ¿no te parece? Si lo haces, será imposible acallar el escándalo.—Estoy intentando encontrar una solución razonable. Sabes muy bien que no

me prepararon en la universidad para esto. ¿Qué les dices a tus alumnos sobre los

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aspectos más extraños de la profesión?—No les digo nada. Me limito a comentarles que hay ciertas cosas que

carecen de explicación.—Sí —convino Tate con una carcajada—, definitivamente, esto es

inexplicable. —Miró de nuevo a Xy pher—. Aparte de la decapitación o de ladestrucción del cuerpo, ¿hay otra forma de evitar que la víctima resucite?

—Sí, puedes descuartizarlo.Tate puso los ojos en blanco.—Eso no me sirve.—Yo no lo he atacado ni soy el responsable de esta situación. Me has hecho

una pregunta y la he contestado. Si quieres otra respuesta, cambia la pregunta.Tate se rascó la frente con el dedo corazón.—Me estoy imaginando una escena sacada de la peli Zombies Party en mi

laboratorio.Simone se echó a reír.—Sí, y a te veo corriendo entre las mesas de autopsias, perseguido por el

zombi.—Exacto. Y no te olvides de que al final de La noche de los muertos vivientes

matan al negro que sobrevive al ataque de los zombis. No es un buen precedente,y me da muy mala espina. —Tate meneó la cabeza, entrelazó las manos y sealejó de ellos como si se encaminara hacia un destino muy negro—. Vale,deseadme suerte… y un buen lanzallamas. Y, pase lo que pase, no dejes que elsheriff me dispare al amanecer. —Le echó un vistazo a la víctima antes dealejarse—. Al menos esta vez no le asignaré la autopsia a otro.

—Bonne chance, mon ami.—Gracias, Simone. Que Dios te oiga.Simone lo siguió con la mirada mientras se acercaba al cadáver para

supervisar el traslado del mismo. Sin embargo, recordó el caso de Gloria yapartó la vista, preocupada por lo que le habría sucedido. Se frotó los brazos ysusurró una oración por su alma.

Jesse ladeó la cabeza.—¿Qué te pasa, Sim?—Estaba pensando en Gloria. Ojalá supiera qué ha pasado. Me fastidia que la

hayamos perdido.Xypher frunció el ceño.—¿Quién es Gloria?Lo miró irritada por el hecho de que no la recordara.—El otro fantasma que estaba con nosotros cuando los daimons y tú pusisteis

mi mundo patas arriba.—¡Ah, la rubia!—Sí, la rubia.

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Tate gruñó en ese momento. Se había acercado a ellos y había escuchado esaparte de la conversación.

—Hablando del rey de Roma, su familia llegará en cualquier momento parareclamar el cuerpo. ¿Cómo voy a explicarles que no puedo entregárselo? Nocreo que resulte convincente decirles que lo he perdido.

—¡Doc! —gritó un policía—. Creo que este tío no está muerto, acaba demoverse.

Simone se quedó blanca al escucharlo. Y la impresión empeoró al ver con suspropios ojos que uno de los pies del muerto se movía.

—Xypher, está pasando.Antes de que pudiera decir nada más, lo vio extender el brazo y de repente el

cuerpo de la víctima estalló en llamas.El agente que había gritado comenzó a pedir ayuda y unos cuantos

compañeros se alejaron en busca de extintores.Simone lanzó una mirada furiosa a Xypher.—¿Eso lo has hecho tú?Él se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.—Hay veces que mis poderes funcionan. Y otras veces que no. Parece que

esta vez lo han hecho. Ajá, he sido yo.Tate hizo un mohín mientras observaba a los policías correr de un lado para

otro.—No sé si agradecértelo o no… ¿Creéis que resultará creíble si pongo en el

informe que ha sido una combustión espontánea por culpa de algún gas que teníaacumulado en el cuerpo, que también fue responsable del movimiento que havisto el policía?

Simone soltó un largo suspiro y le deseó suerte en silencio.—Tate, si hay alguien que puede hacer que algo así suene convincente, eres

tú.—Vale, lo que tú digas. Nos vemos en la oficina del paro. —Y se alejó para

ay udar a los agentes a apagar las llamas.Simone los observó trabajar mientras asimilaba la horrible situación en la que

se encontraban.—Así que ese hombre fue atacado por un demonio que se alimentó de él.—¿Pensabas que me lo había inventado?—No —contestó con gran esfuerzo—. Bueno, no del todo. —Frunció el ceño

mientras recorría con la mirada ese cuerpo creado para el pecado antes dedetenerse en sus ojos, tan azules que robaban el aliento. Nadie se imaginaría alverlo que no era humano, pero tenía ese detalle muy presente—. ¿De verdaderes medio demonio?

—¿Por qué iba a mentirte?—No sé. La gente lo hace a veces sin motivos.

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—Pero yo no soy humano.El hecho de ser el hijo de un demonio explicaba al menos que tuviera esa

personalidad tan mordaz. Y también lo excusaba… o casi. Aunque, por otraparte, debía agradecerse que lo hubiesen domesticado y que no fuese por ahíasustando a la gente con la que se cruzaban por la calle.

« Estoy encadenada a un demonio» , se dijo para sus adentros. Parecía unargumento sacado de una pésima película de ciencia ficción.

Desconcertada, aturdida y… en fin, con la cabeza hecha un lío enorme, seacercó al lugar donde habían dejado las bolsas con la ropa. En ese momentonecesitaba llegar a su casa para centrarse un poco.

Así que echó a andar en dirección a su apartamento con Jesse y Xy pherdetrás.

—Alégrate, Sim —dijo Jesse con voz alegre—. Piensa que el demonio no teha comido.

—Querrás decir que todavía no lo ha hecho, ¿verdad?Xy pher le quitó las bolsas de las manos.—No te preocupes. No permitiré que te hagan daño.—A menos que de esa manera tengas la oportunidad de cargarte a tu

enemigo, ¿verdad? Porque en ese caso, soy carne de cañón.Xy pher guardó silencio.—Vale —dijo ella, tratando de alegrarse un poco para olvidar que Xypher

sería capaz de sacrificarla con tal de conseguir su objetivo—. A ver siconseguimos llegar a casa sanos y salvos, ¿os parece?

Xy pher asintió mientras intentaba no pensar en la posibilidad de defenderlaaun a costa de su venganza. Aunque llevara sangre demoníaca en las venas, noera un ser insensible. Incluso en sus peores momentos se guiaba por un códigoético que no le permitiría dejar que Simone acabara siendo víctima del fuegocruzado.

« Qué capullo soy» , se dijo.Jesse se detuvo para mirarlo, y la expresión de este le dejó bien claro que no

le tenía mucho aprecio. Ya estaba acostumbrado a que lo observaran de esamanera. Los dioses griegos lo habían mirado de igual forma en cuantodescubrieron que tenían a un demonio sumerio en su genealogía.

En cuando aprendió a infiltrarse en los sueños e hizo alarde de sus poderes,Zeus envió a sus acólitos para que lo llevaran encadenado al Olimpo.

E intentó matarlo, aunque solo era un niño en aquel entonces. Fue Poseidón elresponsable de que no cometiera ese error.

—Los sumerios están deseando encontrar un motivo para echarnos a losctónicos encima. Si matas a este niño, tendremos que enfrentarnos a lasconsecuencias.

Los ctónicos eran, básicamente, los guardianes del universo. Se aseguraban

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de que lo panteones no lucharan entre sí, porque esos enfrentamientos podíanocasionar la destrucción de la Tierra y de todos aquellos que la habitaban.

Zeus miró a su hermano con cara de asco.—¿Y qué sugieres que haga con él?—Despójalo de sus emociones y entrénalo como al resto de los mocosos de

Fobétor. Ya no tenemos por qué temer a los óneiroi. Después, cuando hay acompletado el entrenamiento, podremos utilizarlo para espiar a los sumerios.

Y así comenzó el brutal entrenamiento al que lo sometieron.Xy pher, que en aquella época era joven e iluso, pensó que su padre lo

rescataría.No lo hizo. De hecho, fue uno de los que lo azotaron y lo despojaron de sus

emociones como muestra de lealtad a Zeus. Si hubiera sido un demonio en unlugar de un híbrido, no habrían podido someterlo. Por desgracia, la sangre de supadre corría también por sus venas.

Lo doblegaron un caluroso día de verano, cuando decidió que sería más fácilclaudicar que seguir soportando más abusos. Le arrebataron las emociones unapor una hasta que solo sintió una especie de entumecimiento. Sus sentidos no letransmitían nada. No había sabores ni olores. Nada que pudiera inducir emociónalguna.

A decir verdad, eso lo alegró. Los años de sufrimientos quedaron atrás. Y, almenos, los dioses griegos no eran tan sanguinarios como los demonios. No loobligaban a luchar por la comida. No le hacían pagar con sangre por cualquiercosa.

Ser un demonio implicaba arrebatar y destruir. Solo daban comida a los quemataban por conseguirla.

« Debería haber seguido siendo un óneiroi» , se dijo.Las cosas en aquel entonces eran mucho más sencillas. Lo único que tenía

que hacer era controlar el sueño de los humanos. Asegurarse de que ningún skotifijara su atención demasiado tiempo en uno en concreto. Los dioses griegospermitían que los óneiroi y los skoti siguieran viviendo siempre y cuando noafectaran el equilibrio del universo ni volvieran locos a los humanos a través delos sueños.

Cada vez que un skoti estaba a punto de incumplir esas normas, ordenaban alos óneiroi que lo mataran o lo apartaran del humano.

Había sido una vida apacible.Hasta que apareció Satara. Una doncella de Artemisa. Tan guapa y seductora

como cualquier inmortal. Lo invocó en sueños y le enseñó lo que era la ternura yel resto de las emociones que nunca había experimentado. Hicieron el amorconsumidos por la pasión. El roce de su aliento, sus caricias… todo le resultóincreíblemente placentero.

Cuando estaba con ella se sentía vivo.

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Soltó un taco al recordar a la muy zorra. Su increíble atractivo y su capacidadde seducción habían hecho que pagara con creces el deseo de convertirse en algoque no era.

Un error que nunca volvería a cometer.—¿Estás bien?Parpadeó cuando la dulce voz de Simone interrumpió sus pensamientos.—Mejor que nunca.—¡Jo! —exclamó Jesse al tiempo que se acercaba a ella—. Si esto es su

« mejor que nunca» , no quiero ni imaginarme cómo será el « hecho polvo» .Simone miró a su amigo por encima del hombro. Xy pher no se explicaba el

motivo, pero sus ademanes y sus expresiones tenían un encanto especial.—Chitón, Jesse, pórtate bien. Recuerda que puede hacerte daño.—Sí, y me gustaría saber dónde puedo exponer una queja al respecto. No me

parece justo.Xypher lo miró con los ojos entrecerrados.—Oye, ¿cómo es que terminaste siendo un fantasma? ¿Acabaste con la

paciencia de alguien y te rebanó el pescuezo?—¡Ja, ja, ja! —exclamó Jesse con ironía—. Pues no, fue un accidente de

coche en una noche lluviosa mientras llevaba a mi novia a casa desde el trabajo.Lo último que oí fue su voz diciéndome que girara a la izquierda al ver la luz delsemáforo. Así que cuando vi la luz brillante, giré a la izquierda y aquí me tienes,atrapado en la Tierra.

Xypher puso los ojos en blanco.—Es lo más patético que he oído en la vida.Jesse resopló.—¿En serio? Pues lo más patético que y o he oído es la historia de un medio

demonio, medio dios que…—¡Jesse! —lo interrumpió Simone con brusquedad—. Te recuerdo que puede

golpearte y hacerte daño. Mucho daño.Eso aplacó un poco al fantasma.Xypher frunció el ceño mientras los observaba. Parecían estar cómodos

juntos… como si fueran una familia. Él nunca había compartido esa cercaníacon nadie, y eso hizo que se preguntara por los motivos que los habían llevado aforjar ese vínculo.

—¿Cómo acabaste con Simone?Jesse se echó a reír.—¡Je! Tú dirías algo como: « ¿Y a ti qué coño te importa?» . Pero y o soy

mucho más agradable.Entrecerró los ojos al escuchar la réplica.Y, al cabo de un segundo, Jesse trastabilló hacia delante, como si alguien lo

hubiera empujado.

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Cuando recuperó el equilibro, el fantasma se volvió para mirarlo.—¡Oy e, Darth Vader, deja y a los truquitos de jedi, que duelen!—Pues la próxima vez te dolerá un poquito más. ¿Cómo acabaste dándole la

lata a Simone?—Fue la noche en que murieron mi madre y mi hermano —contestó ella, y

su voz delató su tristeza—. En el hospital. Estaba esperando que llegara mi padrecuando Jesse se acercó y me dijo que no llorara.

Aunque le repateara admitirlo, eso fue un detalle por parte de Jesse.—¿Cómo murieron? ¿En un accidente de coche?La vio negar con la cabeza mientras se abrazaba la cintura como si buscara

consuelo o así pudiera protegerse de los malos recuerdos.—Un robo que acabó mal. Volvíamos de una representación teatral en la

escuela y a Tony se le antojó un anillo de caramelo como recompensa. Así quemi madre paró en una tienda para contentarlo. Yo me quedé en el coche porqueestaba medio dormida y no me encontraba bien. Al ver que tardaban en volver,me incorporé un poco para mirar por la ventanilla y vi a dos hombres armadoscon pistolas, apuntándolos junto al mostrador. Estaba tan asustada que solo atiné ataparme los oídos y a agacharme entre los asientos. La policía me encontró allícuando llegó al poco tiempo. Tuvieron que desmontar los asientos delanteros parasacarme del coche.

Xypher se sintió como una mierda. Así, tal cual. Verla con lágrimas en losojos y descubrir que había pasado por algo así lo enfureció. Cuando ella lo miró,la agonía que reflejaban esos ojos verdes lo atravesó como un cuchillo.

—Tony solo tenía siete años. ¿Cómo es posible que alguien sea capaz dedisparar a un niño pequeño que va con su madre?

Xypher apartó la vista, incapaz de soportar el dolor y la mirada penetrante deaquellos ojos.

—No lo sé.—Tú que eres medio demonio, ¿no puedes explicarme el sentido de tanta

maldad?—No. Por malévolo que yo pueda ser, nunca he hecho daño a un niño, y

nunca se lo haré. —Se pasó todas las bolsas a una mano y la obligó a detenerse.Quería consolarla, pero no sabía muy bien cómo. ¿Qué hacían los humanos paraconsolarse los unos a los otros? ¿Tocarse? Levantó un brazo para acariciarle unade sus frías y suaves mejillas—. Siento mucho que los perdieras, Simone.

Se llevó toda una sorpresa al darse cuenta de que era verdad. De que losentía.

Simone se percató de la incertidumbre que asomaba en la mirada de Xypher.De la inseguridad. De no conocerlo, habría pensado que le daba miedo tocarla.Así que levantó un brazo para darle un apretón en la mano que la acariciaba.

—Gracias.

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Xypher inclinó la cabeza antes de apartar la mano.—No te he ofendido al tocarte, ¿verdad?—No.Jesse hizo un ruido extraño.—Vale, pero a mí sí que me estáis ofendiendo con tanto baboseo. Buscaos una

habitación. No, esperad. Que sean dos. ¡Y separadas!Simone meneó la cabeza.—Jesse, y a vale.El aludido se alejó a la carrera, sin hacerle caso.—¡Mirad, estamos en casa! ¡Yupi!Xypher se apartó de Simone mientras ella se sacaba las llaves del bolsillo. Se

detuvo delante de una puerta metálica de color verde por la que se accedía a unpasillo estrecho que acababa en un amplio patio.

Una vez que abrió la puerta, Simone se hizo a un lado.—Jesse, ve tú delante mientras y o cierro.Xypher siguió al fantasma hasta un patio muy ordenado. Había un par de

barbacoas de acero inoxidable y una fuente negra.—Mi apartamento está justo detrás. —Simone pasó junto a ellos y se detuvo

al llegar a una puerta marrón con el número veintitrés.Xypher la siguió hasta un reducido salón. El edificio era antiguo, pero los

muebles no. Simone había decorado su casa con tonos marrones, y todo estabamuy ordenado.

—Hay dos dormitorios —dijo al tiempo que señalaba hacia el otro extremodel apartamento—. Jesse, ¿te importa dormir en el sofá?

La simple sugerencia pareció dejarlo espantado.—¡Ni hablar! No irás a darle mi dormitorio, ¿verdad?—Pero si tú no duermes…—Vale, pero ¿y si me aburro en plena noche?—Puedes pasear por la cocina y el salón.La respuesta le arrancó un chillido ofendido.—Si me obligas a hacer eso, empezaré a mover los muebles y desconectaré

la alarma del despertador.—Pues yo iré en busca de un exorcista.Jesse la miró con los ojos entrecerrados.—Eso solo funcionaría si fuera un demonio —le recordó al tiempo que

lanzaba una mirada elocuente en dirección a Xypher.—Pues iré en busca de una médium. A la tienda de madame Selene, esa que

está en Jackson Square. Le diré que utilice un hechizo para que te desvanezcas.—¡No me lo puedo creer! —exclamó Jesse—. Vale. Que don Gruñón

duerma en mi dormitorio, pero será mejor que no me babee la almohada. Y queno duerma desnudo. No me apetece quedarme ciego si entro y lo veo.

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—Yo no babeo.Jesse pareció aliviado por la afirmación.—Vale. ¿Y lo de dormir desnudo?—No eres mi tipo.Jesse chilló antes de salir corriendo hacia la parte trasera del apartamento.Simone puso los ojos en blanco al ver las tonterías del fantasma. Sí, podía ser

un poco exasperante, pero no se imaginaba la vida sin él.Se quitó el abrigo, lo colgó en la percha y esperó a que Xypher hiciera lo

mismo con la chupa.Una vez que estuvieron en vaqueros y mangas de camisa, hizo un gesto con la

cabeza en dirección a la parte trasera del apartamento.—El mío es el de la derecha. Tu dormitorio temporal es el de la izquierda.Entre ellos había un cuarto de baño.Xypher se detuvo para examinar el reducido lugar que Simone llamaba su

hogar. Era bonito y cómodo. Nada pijo, pero sí el sitio perfecto para una mujerque vivía sola… con un fantasma.

Simone le mostró el dormitorio de Jesse. Estaba pintado de azul. Eso no leimportaba, pero le extrañó ver la gran cantidad de carteles de películas y de fotosde grupos de los años ochenta que decoraban las paredes. Jóvenes ocultos. JoanJett. Todo en un día. The Damned. Flash Dance. Wendy O. Williams. Terminator.The Clash. Go-Go’s. Bananarama. Era como una cápsula del tiempo.

En la pared situada frente a la puerta había tres estanterías de maderadiseñadas para ordenar discos de vinilo. Encima descansaba un antiguo equipo demúsica con tocadiscos. La cómoda estaba llena de chismes. Un cubo de Rubik,dados de más seis caras y cartuchos de la Atari. Parecía el dormitorio de unadolescente en pleno 1987.

Se detuvo para asimilarlo todo. La may oría de la gente obligada a convivircon un fantasma no llegaría a esos extremos para conseguir que se sintiera agusto. Había incluso un antiguo ordenador Apple en el escritorio contiguo a lasestanterías de los discos, y una consola Atari conectada al televisor.

—Quieres mucho a Jesse, ¿no? —Visto el dormitorio, era una preguntaretórica.

—Sí —admitió Simone sin tapujos. Su mirada era sincera—. Se quedó a milado y me cuidó cuando mi familia se fue. Como si fuera mi hermano may or. —Ladeó la cabeza antes de continuar—. Ahora es más bien un hermano pequeño.Pero haría cualquier cosa por él.

¡Cómo le gustaría poder tener a alguien que le demostrara esa lealtad! Sinembargo, en su caso la gente estaría encantada de hacerle cualquier cosa, no dehacer cualquier cosa por él.

—Puedes poner la ropa aquí —dijo Simone, que acababa de abrir un cajónde la cómoda.

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Xypher dejó las bolsas en el suelo.—Sabes que es posible que esto no funcione, ¿verdad?—¿En qué sentido?—Es posible que tu dormitorio esté demasiado lejos. Tal vez no debamos

separarnos.Ella aspiró el aire entre los dientes.—Se me había olvidado esa parte. ¿Cómo podemos asegurarnos?Xypher se alejó de ella.—Empieza a andar. Cuando llegues a un punto en el que te cueste respirar,

sabremos cuál es el límite.—¡Qué bien! Me encanta hacer de pez fuera del agua.—Pues hala, a mover la colita.Simone no estaba muy segura de estar haciendo lo correcto mientras

caminaba despacio hacia la puerta. Cuando llegó al pasillo ya no se sentía tanasustada.

De momento la cosa no iba mal.—Parece que no… —Dejó la frase en el aire, incapaz de respirar.De repente, no podía ni moverse ni hablar. A su alrededor todo se volvía

negro. Amenazador.Xypher llegó a su lado al instante. La levantó en brazos, la llevó a su

dormitorio y la dejó encima de la cama. Él también tenía la cara roja yrespiraba con dificultad.

Simone tardó varios minutos en recobrar el aliento. Xypher no se separó desu lado, y la expresión de su cara podría tildarse de preocupada, en el hipotéticocaso de que fuera capaz de esa emoción, claro.

—Ha sido espantoso —susurró ella cuando recuperó el habla—. ¿Cómo haspodido acercarte si tú tampoco podías respirar?

—Fuerza de voluntad.Le colocó una mano en la mejilla y sintió la aspereza de su barba. ¿Cómo era

posible que un demonio tuviera momentos de compasión y amabilidad?—Gracias.Él inclinó la cabeza a modo de respuesta.—Ya sabemos que no contamos con mucho espacio.Cierto. Unos cinco o seis metros si no querían morir.—¿Qué vamos a hacer?Xypher sopesó las opciones… y ninguna era buena. Carraspeó antes de

contestar:—Encontrar la forma de sacarte de esta.—¿Y si no podemos?En ese caso, moriría con él cuando matara a Satara. Y no habría forma de

evitarlo.

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6

Simone dio un respingo cuando el móvil, que tenía en el bolsillo, sonó y rompió elincómodo silencio que reinaba entre ellos. Al contestar descubrió que era Julian.

—Siento molestarte, Simone, pero como mi mujer y a ha vuelto, nosestábamos preguntando si querías que te devolviéramos el coche.

—Sería genial. ¿Seguro que no es una molestia para ti?—Para nada. Dame la dirección. Te lo llevaré encantado.—Espera, no tienes las llaves.Julian soltó una carcajada.—Tranquila, no me hacen falta.¿Por qué siempre se le olvidaba que estaba hablando con un semidiós?—Pues entonces, muchas gracias.Aliviada por la idea de recuperar sus cosas, Simone le dio la dirección antes

de colgar. Por fin algo le salía bien. Llegaba unas diez horas tarde, pero mejortarde que nunca.

Se levantó de la cama.—Supongo que tenemos que traer el colchón de la cama de Jesse y ponerlo

en el suelo para que duermas aquí.Xy pher retrocedió a fin de dejarle sitio para que pasara.—¿Por qué vas a hacerlo?—Para que puedas dormir cómodamente esta noche.Lo vio fruncir el ceño.—No me hace falta un colchón.¿Hablaba en serio? Ni de coña iba a meter a un desconocido en su cama, y

mucho menos a uno que estaba tan bueno. No se fiaba de ninguno de los dos a lahora de dejar las manos quietecitas.

—No puedes dormir en el suelo. Está frío.Su respuesta cargada de indignación hizo que Xypher la mirara con una ceja

arqueada.—Llevo durmiendo en el frío y duro suelo setecientos años. Al menos el tuy o

está limpio y no hay bichos que me muerdan mientras duermo.A Simone se le encogió el corazón al escuchar esas palabras. Y la expresión

de él le dejó claro que no estaba exagerando ni bromeando.

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—¿Qué hiciste para que te condenaran?Lo vio apartar la mirada.Se acercó despacio para mirarlo a la cara antes de tocarle el brazo, aunque

en el fondo esperaba que la apartara con un empujón y un insulto.No lo hizo.Xy pher se quedó sin aliento mientras contemplaba esos curiosos ojos, cuya

mirada le llegaba al alma. El roce de su mano y la ternura de sus ojos lodesarmaron.

Se moría de ganas de estrecharla entre sus brazos y sentir su cálido consuelo.Ojalá fuera tan sencillo. Pero no lo era. No había un alivio tan simple para su

dolor. Los numerosos siglos de abusos lo habían dejado vacío.Soltó el aire antes de contestar su pregunta:—Me dejé utilizar por alguien.—¿En qué sentido?¿Cómo explicarle lo que era Satara a alguien que ni siquiera sabía que podía

existir una criatura tan retorcida y fría? En ocasiones ni él comprendía lanaturaleza de su complicada relación.

—Logró que dependiera de sus emociones y utilizó mi adicción paracontrolarme. Creía que la amaba y habría hecho cualquier cosa para que fuerafeliz.

Simone ladeó la cabeza.—Así que cualquier cosa… Bueno, ¿y qué te pidió que hicieras?Titubeó, ya que no sabía si contarle toda la verdad. No hacía falta que se

enterara de todas las monstruosidades que había cometido.—Volví locos a sus enemigos por ella. Hice que se revolvieran los unos contra

los otros, y también contra sus propias familias. Mataban a la gente de formaviolenta y después se quitaban la vida. —Los recuerdos, que todavía loatormentaban, le hicieron dar un respingo. Incitó a luchar a muchos hombres solopara contentar a Satara—. Me gané a pulso la condenación eterna. Nunca lo henegado. Por eso sé que es imposible que Hades me libere cuando esto termine.Las Moiras no lo permitirían. Pero no sufriré solo en el Tártaro. Yo llevé a cabolos crímenes, sí, pero Satara los ordenó.

Simone intentó comprenderlo, y también entender lo que había hecho.Comprender por qué eso había provocado su condenación eterna. Sin embargo ypor más que lo intentó, no podía conciliar la imagen del hombre que tenía delantecon la de la criatura que merecía semejante castigo.

—Has dicho que los demonios son herramientas en manos de otros. ¿Por quéte consideraron responsable de ser fiel a tu naturaleza?

—No solo soy un demonio, Simone. Soy un dios. Lo que hice fueimperdonable. No pido salvación, ni tampoco comprensión.

No, solo pedía venganza.

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—¿Qué te hizo tan implacable?La intensidad de su mirada la paralizó. Era una mirada vacía y gélida, pero al

mismo tiempo consiguió conmoverla.—Tienes suerte de poder hacerme esa pregunta. Ya puedes ir rezándole a tu

dios para que nunca llegues a saber la respuesta. —Se apartó de ella y se acercóa la ventana.

Jesse regresó en ese momento a la habitación, lo que la llevó a preguntarsedónde se había metido esos últimos minutos. Claro que a Jesse no le gustaba quehubiera gente en la casa, así que posiblemente hubiera salido a dar una vuelta.

—¿Tienes sal? —preguntó Xy pher de repente.—¿Sal?Menudo cambio de tema. ¿Qué tenía que ver la sal con lo que habían estado

hablando?Lo vio tantear el cierre de la ventana antes de explicarse.—Tenemos que esparcir sal por las ventanas y las puertas, y por cualquier

otra abertura que dé al exterior.—¿Por qué?—La sal es una sustancia pura. Incorruptible. Ningún demonio puede

atravesarla.La respuesta le gustó, pero suscitó una pregunta.—Tú puedes, ¿verdad?Lo vio asentir con la cabeza al tiempo que se apartaba de la ventana.—Pero Caifás no.—¡Marchando una de sal! —Jesse corrió a la cocina.Y ella lo siguió de cerca.Xy pher se unió a ellos en el momento en que ella sacaba un bote de sal.—Hay que usar bastante para que funcione.—Tú mismo, usa toda la que necesites. —Le pasó el bote.En un abrir y cerrar de ojos tuvieron la casa protegida.—Benditas sean las salinas —dijo ella al tiempo que cerraba el bote y lo

guardaba en el armarito de la cocina—. ¿Quién iba a decir que la sal serviríapara algo más que para cocinar?

En ese momento alguien llamó a la puerta.Simone puso los ojos como platos, consumida por el miedo.—¿Qué posibilidades hay de que se trate de Caifás?—Muy pocas. No llama a las puertas.—Ah. —Sintiéndose un poco tonta por la pregunta, se acercó a la puerta, pero

Xy pher le impidió que abriera.—Ten cuidado con la sal cuando abras. Si la esparces, no nos servirá de nada.« Buen consejo» , pensó.—Gracias.

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Abrió la puerta con mucho tiento y vio a Julian al otro lado.—Hola —la saludó él con una sonrisa—. Solo quería decirte que te he dejado

el coche ahí abajo.Le devolvió la sonrisa.—Muchas gracias por traérmelo… y por todo lo demás. De verdad que no

sabes cuánto te lo agradezco.—No pasa nada. —Miró por encima de su hombro a Xypher—. Me alegro de

verte en pie. Nos diste un buen susto cuando te hirieron. Nada como una peleacon un demonio al anochecer para darte fuerzas, ¿no?

—Si tú lo dices… —Xy pher le tendió la mano—. Te agradezco mucho laay uda.

Julian le estrechó la mano.—Si me necesitas otra vez, ya sabes… sobre todo si los niños no andan cerca.

Buenas noches.—Buenas noches. —Simone cerró la puerta y se volvió hacia Xy pher. Su

actitud la había dejado pasmada. Era tan ajena a su naturaleza demoníaca quetenía ganas de pellizcarlo por si lo habían cambiado. Aunque no tenía tendenciassuicidas, claro—. ¿Acabas de darle las gracias?

—Sí. Sé que te cuesta creerlo, pero soy capaz de hacerlo.—¿En serio?La miró desconcertado.—¿Por qué me pinchas?Se encogió de hombros.—Porque siempre saltas.—Como una cobra —dijo Jesse con sorna mientras hacía como que

acariciaba una serpiente invisible—. Ven, serpiente bonita. Ven, serpiente,serpiente… ¡Ay ! —Se pegó la mano al cuerpo y la sacudió—. ¡Me ha mordido!—Después empezó a echar espuma por la boca y a retorcerse antes de caer alsuelo—. Me ha matado.

Simone pasó por encima de su cuerpo, sacudido por los espasmos.—Estás como un cencerro.Jesse levantó la cabeza para mirarla.—Yo no soy quien se está metiendo con la cobra, guapa. Esa eres tú. Es como

lo del cántaro ese y la fuente. ¡Tía, vale ya de hacer locuras! ¡Frena un poco!Xypher dio un paso hacia él y Jesse se levantó de un salto.—Voy a escuchar a los Duran Duran. Nos vemos —dijo, y se desvaneció.Simone empezó a frotarse la frente en círculos antes de masajearse las sienes

en un intento por frenar el incipiente dolor de cabeza. Volvió a su dormitorio paradejar el bolso y las llaves en la cómoda.

—Menudo día. Perseguida por un demonio, amenazada por licántropos,varias veces al borde la muerte, cuerpos mutilados… No quiero ni pensar en lo

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que puede pasarme mañana.Xypher lanzó una mirada furiosa en dirección al dormitorio de Jesse.—Si tenemos suerte, encontraremos a un médium que ay ude a Jesse a

encontrar la luz y a ir hacia ella.El comentario la dejó alucinada.—¡Madre del amor hermoso! ¿Eso era una broma? —Soltó una carcajada y

se acercó a él—. ¿De verdad has hecho una broma?El melódico sonido de su risa hechizó a Xy pher mientras la observaba

acercarse. Sus ojos chispeaban por la ternura y el buen humor. Era tan alegre yapasionada que ansiaba extender las manos y tocarla.

No. Ansiaba besarla…Reconocerlo lo dejó hecho polvo. Era un skoti fóbico. Su gente se alimentaba

del miedo de los demás. Sin embargo, mientras la miraba, lo único que deseabaera arrancarle la ropa y saborear cada centímetro de su piel hasta que secorriera entre sus brazos, gritando su nombre.

Lo invadió un deseo tan intenso que se asustó. Su cuerpo ardió, rogándole quela estrechara entre sus brazos para saborear esos excitantes labios que siempretenían una sonrisa pero que nunca se reían de él.

Simone se dejó abrasar por la pasión que vio en sus ojos azules. Su miradaera electrizante. Penetrante. Xy pher era feroz, y muy complicado. Aunque eraaterrador, al mismo tiempo quería tocarlo. Era un impulso muy parecido al quese tenía al ver a un animal salvaje enjaulado del que se sabía que sus garras eranletales, pero cuy a extrema belleza provocaba el deseo de enterrarle las manos enel pelo para sentir su suavidad y oír cómo ronroneaba de placer.

Claro que no podía decirse lo mismo del hombre que tenía delante. No estabasegura de que alguna mujer fuera capaz de domesticarlo el tiempo necesariopara acariciar ese hermoso cuerpo. Daba la sensación de que no le gustaba bajarsus defensas el tiempo suficiente para que una mujer pudiera intimar con él.

Podía contar con los dedos de una mano los hombres con los que se habíaacostado. Con todos ellos mantuvo una larga amistad antes de aceptar otro tipo derelación. Y con todos esperó un buen tiempo antes de meterlos en su cama.

Jamás había conocido a un hombre que la tentara tanto como el que teníadelante. Se moría de ganas de pegarse a él y de desnudarlo para saborear cadacentímetro de su suculenta piel.

¿Qué le pasaba?Xypher era desagradable y borde. Aterrador y amenazante.Y también el tío más sexy de la tierra.Lo vio inclinar la cabeza hacia ella con los ojos oscurecidos por el deseo.« Corre, Simone, corre…» , le dijo una vocecilla.No pudo. En cambio, separó los labios para aceptar el beso más ardiente que

le habían dado en la vida. Al principio no la tocó en ningún otro sitio. Solo sus

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labios se rozaban, saboreándola y torturándola.Xy pher emitió un gruñido feroz antes de tomarle la cara entre las manos, y el

beso se convirtió en un momento de puro éxtasis.Simone absorbió su aroma y dejó que lo envolviera. Mientras sus lenguas

jugueteaban, saboreó su humanidad, su energía. Y, sobre todo, su pasión, queaumentó la de él hasta límites insospechados y lo dejó dolorido en lugares que nisiquiera sabía que podían doler. Y el dolor que más le sorprendió fue el queinvadió su alma condenada.

Por primera vez en siglos no se sentía como un demonio.Se sentía como un hombre.« Así fue como Satara te enganchó…» , le recordó una voz.Ese pensamiento le sentó como un jarro de agua fría. Jadeó al comprender la

verdad y se apartó de ella. La furia se apoderó de él al darse cuenta de que iba atropezar dos veces con la misma piedra. ¿Y por qué? ¿Por una caricia? ¿Por unplacer efímero?

« ¡Imbécil!» , se recriminó.Un momento de placer no merecía una eternidad en el infierno. Y lo mismo

podía decirse de Simone.Era humana. No sacaría nada de provecho estando con ella. Pertenecía al

mundo inmortal mientras que ella vivía en un mundo con ley es, un mundocivilizado.

Sería imposible que llegara a comprender lo que él era.Simone era incapaz de respirar mientras observaba la miríada de emociones

que reflejaba el rostro de Xypher. Confusión, remordimiento, angustia… pero laque más le dolió fue la furia.

—¿Qué pasa?—Aléjate de mí. —Su voz, un rugido feroz, reverberó por la habitación.—Oye, que me has besado tú.Sus palabras le arrancaron una carcajada burlona.—Yo no he dicho que no fuera imbécil. Eso salta a la vista. Si tuviera una

pizca de sentido común, no me habría tragado las mentiras que me condenaron.—Se volvió e hizo ademán de marcharse, pero soltó un taco al llegar a la puerta—. Ni siquiera puedo alejarme de ti. —Echó la cabeza hacia atrás y clavó lamirada en el techo—. Te odio, Hades, eres un cabrón. —Cuando se volvió haciaella, tenía un tic nervioso en la mejilla—. Preferiría que me dieran una palizaantes que estar atrapado aquí.

Eso sí le llegó a Simone al alma. ¿¡Cómo se atrevía!?—Perdona, no me había dado cuenta de que era un estorbo para ti.—Estás en medio, ¿no?Simone apretó los puños, levantó las manos y lo señaló como si quisiera

lanzarle un maleficio.

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—Ojalá fueras tú el mudo. No, lo retiro. Me alegro de que puedas hablar.Porque cada vez que empiezo a creer que eres un tío decente y que me caesbien, abres esa bocaza y me recuerdas que no es verdad. No sabes cuánto te loagradezco. ¡Y ahora fuera de aquí! —Lo sacó de la habitación de un empujón.

Xy pher abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera decir algo, lecerró la puerta en las narices y le echó el pestillo. Acto seguido, colocó lacómoda delante para asegurarse de que no podía abrirla.

Satisfecha, se apoyó en la cómoda y cruzó los brazos por delante del pecho.Escuchó un golpecito en la puerta.—¿Simone?—Largo. Vete. —Añadió « capullo» en silencio.—No puedo. Si lo hago, los dos moriremos.—Pues te quedarás en el pasillo hasta que me calme.Era una actitud inmadura, pero la ay udó a sentirse mejor. Se lo tenía

merecido.« Qué infantil eres» , se dijo.Pues sí, pero en ocasiones la situación lo requería. Y esa era una de dichas

ocasiones.

Xypher se pasó una mano por el pelo mientras reprimía el impulso dedesintegrar la puerta con sus poderes. Percibía la satisfacción de Simone, y eso loenfureció aún más.

Incapaz de dejar que dijera la última palabra, apareció justo delante de ella.Simone lo fulminó con la mirada.—¡Ni hablar!—No puedes impedirme la entrada.—Eres un capullo.Levantó los brazos para apartarlo de un empujón, pero en cuanto lo tocó,

Xypher notó que algo se derretía en su interior.La pegó contra su cuerpo y la besó, incitado por las confusas emociones que

pugnaban dentro de él. Mareado, la obligó a apoyarse contra la cómoda quehabía utilizado para bloquear la puerta. Cerró los ojos y sintió cada centímetro desu cuerpo contra él. Sintió el suave roce de sus pechos. Notó la cálida yalentadora caricia de su aliento mientras se frotaba contra esa parte de su cuerpoque se había endurecido por el deseo de hundirse en su suavidad.

Simone era incapaz de pensar mientras Xypher la besaba de esa manera. Eramaravilloso sentir sus manos por todo el cuerpo mientras sus lenguas seacariciaban. Hacía tanto tiempo que no la abrazaban que casi había olvidado loque se sentía. Casi había olvidado el olor de un hombre mientras notaba el ásperoroce de la barba en la cara.

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Era como estar en la gloria.Estaba a punto de echarlo al suelo para montarlo hasta que los dos estuvieran

agotados.—Apártame, Simone —le suplicó él al oído con voz desgarrada.—¿Eso es lo que quieres?—No —contestó él con un gruñido—. Me muero por estar dentro de ti. Quiero

tu olor en mi piel mientras saboreo tu cuerpo hasta emborracharme de ti.Se estremeció al escucharlo. Aquello era lo mismo que ella deseaba en ese

preciso momento. Pero eran dos desconocidos, y para colmo de males Xypherera un demonio condenado.

« Demonio, Simone… Un demonio» , se recordó.Le colocó las manos en los hombros y se apartó un poco.—No te entiendo.Xy pher se mordió la lengua para no responder con un comentario hiriente,

porque a decir verdad ni él mismo se entendía. De la misma manera quetampoco entendía por qué deseaba con tanta desesperación estar con ella.

« ¿Morirías por mí?» La voz de Satara lo atormentó desde el pasado.Y lo hizo. Dio su vida por ella, y Satara lo vio morir riéndose a carcajadas.Desde entonces no se había sentido atraído por una mujer.Hasta ese momento.Cogió el rostro de Simone entre las manos y la obligó a levantar la barbilla

para mirarla a los ojos.—Si quisieras a alguien, ¿lo obligarías a morir por ti?La confusión ensombreció esos ojos verdosos.—¿Cómo?—Responde la pregunta. Sí o no. ¿Harías que alguien a quien quisieras

muriera por ti?—Toda mi familia ha muerto, mi familia verdadera y la que me adoptó. Vivo

con el temor constante de perder a otro ser querido. ¡Joder, no! Jamás en la vidale pediría a un ser querido que muriera por mí.

La alegría que le provocaron esas palabras fue indescriptible.—¿Morirías por alguien a quien amaras?—Por supuesto. ¿Tú no?Xy pher retrocedió mientras recordaba el día en que lo capturaron para

matarlo. ¿Volvería a hacerlo? La simple idea le arrancó un resoplido.—No merece la pena morir por la gente. La vida es un regalo de valor

incalculable, y en lugar de agradecerlo, se burlan de ti por el sacrificio. A ver siespabilas.

Simone dio un respingo al darse cuenta de lo que le estaba diciendo. Alguien aquien quería lo había traicionado. ¡Con razón deseaba vengarse!

—No todo el mundo desperdicia el amor, Xypher. Mi padre no se burló de mi

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madre cuando ella murió. Lloró su pérdida como no lo habría hecho nadie. Tantoque se suicidó cinco meses después.

Miró la foto que tenía sobre el escritorio. Sus padres, su hermano y ella. Lahabían hecho un mes antes de que murieran. La alegría que irradiaban sus carasla atormentaba a ratos, pero en otras ocasiones la reconfortaba.

Tal como sucedía esa noche.—Mi padre solía decir que la vida era lo que tú quisieras que fuera. Hoy es el

primer día del resto de tu vida. No puedes cambiar el pasado, pero el futuro no esinamovible. Puedes cambiarlo. Sigue adelante, pero no con odio ni con amor.Sigue adelante con un objetivo.

Xypher se volvió hacia ella tan rápido que la asustó.—¿Qué has dicho?Intentó hacer memoria.—Que hoy es…—Eso no, lo último.Tardó un segundo en recordarlo.—¿Lo de seguir adelante?—Sí. ¿Dónde lo has escuchado?—Es algo que solía decir mi padre. ¿Significa algo para ti?Xypher se miró el tatuaje que tenía en el brazo.—Es un antiguo dicho de los demonios sumerios. Es casi un grito de batalla

para nosotros. Nunca he conocido a un humano que lo usara.—¿Eso es lo que pone aquí? —preguntó ella al tiempo que acariciaba los

intrincados símbolos.—Una parte.—¿Y el resto?Xypher apartó el brazo.—Es un recordatorio de lo que he tenido que soportar. Un recordatorio de que

no debo fracasar hasta haber saboreado sangre.—Xypher…—¡Simone! —La voz de Jesse resonó en la habitación antes de que atravesara

la pared y se detuviera delante de ellos—. ¡Tenéis que ver esto!Cogió la cinta de la persiana para levantarla.Simone retrocedió un paso y chocó contra Xypher al ver que la miraban unos

espeluznantes ojos rojos.

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De forma instintiva Xypher se interpuso entre Simone y la ventana tras la cualflotaba Caifás mientras los fulminaba con la mirada. Su pelo, largo y negro, seagitaba alrededor de una cara de aspecto repulsivo, y su piel estaba hirviendo. Eldemonio intentó lanzarles una descarga a través de la ventana, pero la sal hizoque el golpe rebotara y se vio obligado a esquivarlo mientras soltaba un taco.

Miró a Xypher con expresión de desprecio.—No creerás que vas a librarte de mí con esta ridiculez, ¿verdad?Xy pher soltó una carcajada siniestra.—¿Me lo ha parecido a mí o acabo de darte en el hocico? Qué putada que una

niñería como la sal te devuelva una descarga, ¿verdad? Pero un cerdo como tú selo tiene merecido.

Caifás levantó las manos como si fuera a lanzar otra descarga, pero secontuvo.

—No puedes quedarte ahí dentro para siempre.—Cierto, pero sí lo bastante para aguarte el día.Caifás siseó. Su mirada se clavó en Simone; concretamente en la mano que

de forma protectora Xypher tenía en su cintura.—Fascinante… Has pasado de asustar a los humanos a protegerlos. Si quieres

mantenerla a salvo, sal. Te mataré a ti, pero dejaré que ella viva.—Una propuesta interesante, lástima que tengamos los brazaletes de Satara.

Si y o muero, ella también. Sepáranos y a lo mejor me lo pienso.Caifás chasqueó la lengua.—¿No confías en mí?« Confianza…»Esa palabra bastó para llevarlo de vuelta a su infancia. Acababa de aprender

a andar y tenía tanta hambre que habría hecho cualquier cosa por encontrarcomida. El invierno había sido muy duro y había destrozado las cosechas. Derepente, encontró una hogaza de pan enfriándose sobre el alféizar de unaventana. Pero no era lo bastante alto para alcanzarla. Pasó toda una horabuscando algo a lo que subirse o con lo que tirar el pan al suelo. Pero no hubomodo de alcanzar la hogaza.

Frustrado, se echó a llorar y volvió a casa, muerto de hambre.

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—¿Qué te pasa, mocoso? —le preguntó Caifás.Y en su inocencia, Xypher le habló del pan.—Dime dónde está y lo compartiré contigo.—¡Es mío!Caifás chasqueó la lengua.—Tu pan se lo comerá un humano. ¿No es mejor media hogaza que nada?

Confía en mí, mocoso. Lo compartiré contigo.Xy pher accedió a decirle dónde estaba, y después observó con impotencia y

entre lágrimas cómo su hermano cogía el pan y se lo comía. Lo peor de todo eraque el muy cabrón no necesitaba comida para alimentarse ya que, a diferenciade él, Caifás necesitaba sangre. Se lo había comido por pura crueldad, ni más nimenos. Cuando le fue con las quejas a su madre, esta le dio tal bofetada que lerompió el labio.

—Si no te bastas tú solo para conseguirlo, no te lo mereces.Así era su madre. Lo crió con veneno y odio.« La confianza es para los necios.»Y él jamás volvería a confiar en Caifás.—En absoluto. Dame la llave, y cuando ella esté libre, pelearemos.—No la tengo.Por lo menos no mentía al respecto.—Ya me parecía a mí. No tenías intención de cumplir el trato. Nunca

cambiarás, hermano.Caifás se abalanzó contra la ventana. Su rostro iluminó los cristales.—No sabes lo que voy a disfrutar cuando te mate.Xy pher se acercó muy despacio a la ventana y cogió la cinta de la persiana.—Saluda a mamá de mi parte con muchísimo cariño… —Y bajó la persiana.Simone estaba pasmada. En primer lugar, tenía un demonio grotesco flotando

al otro lado de su ventana y en segundo lugar, dicho demonio era el hermano deXypher, un tipo que estaba cañón.

—No es tu hermano de verdad, ¿o sí?—¿No te has fijado en el parecido?—Pues como a ti no te hierve la piel ni tienes los ojos rojos, me temo que no.—Los suyos tampoco son así. Es un disfraz para acojonar a los humanos. Es

un truco patético de novato.—¿Tú podrías hacerlo mejor?Ni siquiera había acabado de hablar cuando Xypher voló hasta el techo y se

transformó en una sombra amorfa que llenaba casi toda la habitación. Teníacolmillos, sus ojos eran de un amarillo fluorescente espeluznante y le ardía lapiel.

Simone se tambaleó hacia atrás al verlo.—Sí —dijo él con una aterradora voz demoníaca—, puedo hacerlo

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muchísimo mejor. —En un abrir y cerrar de ojos recuperó la forma humana—.Mi padre es Fobétor. El dios griego de las pesadillas. El padre de Caifás era undemonio que se alimentaba de carne y que Ares solía desatar contra susenemigos para echarse unas risas. Mi hermano no tiene talento. No tiene estilo.Es un aficionado que cree que una voz demoníaca y unos ojos rojos harán quetodo el mundo se mee encima de miedo.

Por extraño que pareciera, el discursito le hizo gracia.—Esto… vale, percibo cierta rivalidad fraternal.Xy pher resopló.—Caifás no me llega ni a la suela de los zapatos. Nunca lo ha hecho. —Un tic

nervioso apareció en su mentón. Empezó a golpearse el muslo con el pulgarcomo si estuviera analizando algo que no tenía sentido—. Satara sabe que no es lobastante poderoso para matarme. ¿Por qué iba a invocarlo para que me persiga?

Ella tenía muy clara la respuesta.—Para matarme a mí. Recuerda que yo soy la parte débil.—No, seguro que hay algo más. ¿Por qué iba a utilizar a un solo demonio?

Puede invocar a todos los que quiera. ¿Por qué no lo ha hecho? Algo falla. —Sevolvió hacia la ventana y levantó la persiana. Caifás había desaparecido—. Tengoque recuperar mis poderes —masculló mientras bajaba de nuevo la persiana.

—Si necesitas un oráculo…—No, necesito algo mucho más poderoso que Julian.La simple idea era aterradora de por sí.—Visto lo visto, creo que no me gusta cómo suena eso.—Pues mañana te gustará todavía menos.—¿Por qué?—Porque mañana invocaremos a un ser tan malévolo que la tierra se

encogerá de miedo.

Caifás estaba al otro lado de la calle, con la vista clavada en la ventana dondesabía que estaba su hermano.

Esperando.Un gallu no podía atravesar la sal y un daimon no podía entrar en el

apartamento sin una invitación. ¡A la mierda los dioses y sus estúpidas reglas! Deno ser por eso, ya estaría dentro, destrozándolos para contentar a Satara.

Soltó un taco al pensar en que tendría que presentarse ante esa zorra tras otrofracaso. De todos los amos que había tenido, ella era la peor, y eso que habíaservido a unas cuantas sabandijas a lo largo de su vida.

¿No podría haberlo invocado una persona agradable por una sola vez? ¿Erademasiado pedir?

Volvió a concentrarse en su hermano.

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—¿Qué estás planeando, Xy pher?Ese cabrón era mucho más listo de lo que había pensado en un principio. Por

no mencionar que sus habilidades habían mejorado mucho. Si Hades no lohubiera debilitado, tal vez ni siquiera habría podido herirlo durante la pelea…

Soltó otro taco cuando el brazalete de esclavo que tenía en el brazo empezó acalentarse de forma dolorosa. Satara lo estaba llamando.

Tener que soportar una vez más sus patéticos lloriqueos…Lanzó una descarga a uno de los coches aparcados en la calle y le destrozó

los cristales. Cuando saltó la alarma, le lanzó otra descarga para que dejara desonar.

Ojalá fuera la cabeza de Satara.Sin embargo, no podía hacer nada mientras ella tuviera su alma. Un alma que

había cambiado por…No quería pensar en eso. Había hecho un trato y estaba vinculado para toda la

eternidad.¿O no?De repente se le ocurrió una alternativa que le arrancó una lenta sonrisa. Era

muy retorcida, pero a lo mejor funcionaba y acababa con todos sus problemas.El brazalete le abrasó la piel. Iba a hacer esperar a esa zorra cobarde hasta

que estuviera preparado para enfrentarse a ella. Se desentendió del dolor y setransformó en un humano antes de echar a andar por la calle en busca de unavíctima.

Al doblar una esquina vio a una mujer paseando a su perro.Perfecto, era justo lo que estaba buscando…El perrito empezó a ladrar en cuanto olisqueó su naturaleza sobrenatural.—Ven, bonito, ven —lo llamó mientras se ponía en cuclillas.El perro siguió ladrando y gruñendo.Soltó una carcajada antes de lanzarle una descarga al animal, que estalló en

llamas. La mujer chilló y echó a correr.No llegó muy lejos.Se abalanzó sobre ella y la levantó por los aires. Sus enormes alas negras los

elevaron por encima de los edificios. La humana lloraba y se debatía, pidiendoclemencia.

Como si eso pudiera salvarla…La sujetó con fuerza mientras observaba la panorámica que tenía debajo

hasta dar con lo que quería. Un enorme y vetusto roble. Estaba completamenteaislado y parecía negro en la oscuridad, envuelto por la bruma y el cielo. En elpasado, los humanos sabían cuidar de sus árboles y protegerlos de criaturas comoél.

¡Por los dioses, cómo le gustaba la ignorancia de las nuevas generaciones!Un roble era un portal que podía usarse para invocar a los espíritus más

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malignos. Sonrió al recordar al conde inglés de Alton Towers a quien se le ocurrióencadenar las ramas de su roble en un intento por derrotar al demonio que elárbol podía conjurar.

Sin embargo, no se podía derrotar al mal.—¡Socorro! —gritó la humana.—Cállate y a —le dijo a la llorosa mujer con brusquedad. Era tan cobarde

que solo por eso merecía morir.—Por favor, suéltame.—Y lo haré, preciosa. Te soltaré enseguida. —Se lanzó en picado hacia el

árbol.Mientras descendía, inspeccionó la zona que lo rodeaba. No había nada.

Ningún testigo.Estupendo.Aterrizó a escasa distancia del árbol. Con su sacrificio bajo el brazo, echó a

andar hacia el roble. La luz de la luna llena se filtraba entre las ramas. El frío eratal que le condensaba el aliento, y aspiró hondo para adueñarse del gélido vapor.

La mujer comenzó a debatirse mientras él levantaba un brazo para cortar unarama. El roble gritó al cortar la madera. Alto. Y claro.

¡Gracias a los dioses que era un árbol sano!La rama cay ó a sus pies.—Por… Por favor.—Cierra la boca.Lanzó a la mujer contra el árbol con tanta fuerza que murió al instante.No necesitaba un sacrificio humano para lo que tenía pensando, pero sí

sangre humana, y como la mujer no le habría permitido hacerle un corte sindejar de llorar y suplicar, era mejor así. Utilizó las garras de su mano derechapara rebanarle el pescuezo, de modo que su sangre impregnara el árbol y calarahasta las raíces.

Acto seguido, se hizo un corte en la muñeca mientras entonaba el antiguocántico demoníaco que despertaría al primus potis… el poder primigenio.

Antes de que la luz se hiciera sobre la tierra, reinaba la oscuridad. El caos.Y ese poder estaba aletargado. Pero había llegado la hora de que despertase

para ay udarlo.—Yo te invoco con la palabra y la sangre. Con la luna y la fuerza de la

madera sagrada. Oscuridad, ven a mí. ¡Yo te invoco!Mientras entonaba el cántico el viento comenzó a soplar con fuerza y a

susurrar a su alrededor a medida que los poderes antiguos se unían para despertaral ser que estaba invocando.

Al-Baraka…El árbol comenzó a temblar al tiempo que una bruma negra brotaba del suelo

para envolverlo. Caifás levantó la vista y vio dos ojos brillantes, uno de un verde

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fluorescente y el otro marrón oscuro, en mitad de la bruma. El viento se convirtióen un torbellino que se alzó como un géiser hasta adoptar la forma de un hombrealto y delgado que se encaramó a una enorme rama.

El viento le alborotó el pelo un instante antes de que le cay era sobre losanchos hombros. Un resplandor blanco se convirtió en una camisa. Despuésllegaron unos pantalones negros y una chaqueta de ante marrón. En último lugarapareció su rostro. Tan hermoso como cruel.

En el cuello llevaba un estrecho collar de oro con una piedra tan verde comosu espectral ojo derecho que descansaba justo en el hueco de la garganta.

Tan rápido como había empezado a soplar, el viento se calmó. La bruma seevaporó. El hombre y el roble se recortaban con total claridad contra laoscuridad de la noche.

Caifás tuvo la sensación de que esos feroces ojos bicolor llegaban hasta lomás hondo de su ser. De repente, algo se le enroscó al cuello y empezó a apretar.

Medio ahogado, cayó de rodillas.—Eso está mejor —dijo el hombre con voz ronca y malévola cuando saltó

desde la rama. Aterrizó de pie delante de Caifás, al que tumbó de espaldas de unapatada.

Incapaz de hablar por la presión que sentía en el cuello, Caifás clavó los ojosen el rostro del mal. Ni humano ni demonio, ni tampoco un dios, Jaden era frutodel poder primigenio.

Al-Baraka. Era el intermediario entre los poderes supremos y los demonios.Jaden ladeó la cabeza mientras estudiaba al demonio que y acía a sus pies.—Caifás… —Pronunció el nombre muy despacio. En un abrir y cerrar de

ojos, lo supo todo de él. Su pasado y su más que cuestionable futuro—. ¿Por quéme has despertado?

—Necesito vuestra ayuda.La desesperada súplica le arrancó una carcajada.—Sí, y tanto que la necesitas. Dime qué me darás a cambio de mis servicios.—Tres vírgenes sin bautizar.Jaden lo miró con el ceño fruncido. ¿En qué época estaban? ¿En la Edad

Media?—¿Tres?—¿No son suficientes?Eso dependía de las vírgenes…Y de sus habilidades. En los tiempos que corrían, las vírgenes podían ser más

habilidosas que las rameras del pasado.—Tal vez. —Siseó al sentir en su brazo la quemazón provocada por la

invocación del ama de Caifás—. ¿Te atreves a invocarme cuando tu ama te estállamando?

—Yo-y o…

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Le lanzó una descarga.—¡Vete, imbécil! Mañana por la noche te daré mi respuesta.El demonio se desvaneció al instante.Y él se quedó de pie, inmóvil, al abrigo del roble, mientras se familiarizaba

con el lugar y la época. Levantó la cabeza al captar el olor de la sangre quemancillaba el aire a su alrededor.

Se volvió y vio el cuerpo de una mujer de unos treinta años. Sus ojos sin vidaestaban abiertos por el pánico.

Se acercó a ella y se arrodilló a su lado.—Descansa en paz, pequeña —susurró mientras le cerraba los ojos.Era una muerte totalmente innecesaria. El primer fallo por parte del

demonio.Se detuvo al captar algo más en el aire. El árbol le estaba susurrando, le

estaba diciendo lo que necesitaba saber. Caifás no era el único que pensaba en él.Había otro…

Xypher estaba tumbado en el frío suelo de madera mientras escuchaba larespiración de Simone. Se había quedado dormida hacía una hora cuando Jesseescuchaba música en su habitación a todo volumen. No sabía cómo se lasapañaba Simone para dormir mientras sonaba una y otra vez la misma canciónde Altered Images; pero, a diferencia de él, parecía inmune.

Aunque ya estaba acostumbrado a no dormir. Parte de su castigo en elTártaro consistía en que alguien lo azotase cada vez que cerraba los ojos paradescansar.

—Xypher…Se tensó al escuchar el susurro. La voz era grave, con un manifiesto deje

demoníaco.Una voz que llevaba siglos sin escuchar.—¿Jaden?El poderoso demonio apareció delante de la puerta cerrada, agazapado.—¿Sal? —Jaden soltó una carcajada. Se levantó, se acercó a la ventana y se

humedeció el dedo. Sonrió con frialdad cuando pasó el dedo por la sal y se lollevó a la boca para saborearla—. Sé que no era a mí a quien intentabasmantener fuera de la casa con este truquito.

—Sé que es una pérdida de tiempo. ¿Cómo es que has venido?En lugar de contestar, Jaden se acercó a la cama donde Simone seguía

durmiendo, ajena al hecho de que uno de los seres más poderosos que existíanestaba tan cerca de ella que podía tocarla.

—Es bastante guapa. ¿Es tu ofrenda?Xy pher se contuvo para controlar la furia. Enfrentarse a Jaden implicaba una

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muerte instantánea.—No.—Lo has negado muy rápido. ¿Por qué quieres verme, engendro del

demonio?Como si no lo supiera. Claro que Jaden tenía por costumbre obligar a hablar a

aquellos que lo invocaban.—Iba a invocarte mañana.—A la luz del día, cuando soy débil. —Chasqueó la lengua—. ¿Qué trato

quieres hacer ahora?—Necesito recuperar mis poderes y quiero que la humana esté protegida.Jaden arqueó una ceja. Se volvió hacia Simone y le acarició la cara con la

mano.—Humana…Los celos se apoderaron de Xypher con tanta intensidad que tuvo que hacer

un gran esfuerzo para no apartar a Jaden de un empujón. Pero eso habría sido unerror fatal, sobre todo porque necesitaba la cooperación del poderosísimodemonio.

—Un daimon nos vinculó, y no puedo hacer lo que tengo que hacer mientrassigamos unidos. Necesito tu ayuda. Necesito recuperar mi libertad y todos mispoderes.

Jaden se volvió hacia él.—Mi ayuda conlleva un precio muy alto. Ya lo sabes. Ya me pagaste una vez.El recordatorio le sentó como una patada en el estómago.—¿Mereció la pena? —preguntó Jaden.—Seguro que y a sabes la respuesta.—Te lo advertí.Por supuesto que lo había hecho. Eso era lo que más le dolía. Jaden le había

dicho en su momento que esos tratos no solían salir bien.Ojalá le hubiera hecho caso.Jaden se acercó a él.—Ya conoces las reglas, Xy pher. Tienes que darme algo a cambio de mis

servicios.—No tengo nada con lo que negociar.—Pues me estás haciendo perder el tiempo. —Empezó a desvanecerse.—¡Espera! —gritó—. Dime qué quieres.Jaden volvió a aparecer. Su mirada voló hasta Simone, que seguía en la cama.—Ella no —dijo Xypher al tiempo que se le helaba la sangre en las venas.—¿Hasta qué punto deseas vengarte?—Lo deseo más que nada en el mundo.La mirada de Jaden se tornó dura e implacable.—Hay una anciana en la ciudad. Se llama Liza. Tiene una tienda de muñecas

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en Roy al Street. Lleva un amuleto verde al cuello. Tráemelo y te liberaré de esosbrazaletes.

—¿Qué me dices de mis poderes?—Los recuperarás en cuanto tenga el amuleto.No terminaba de creerse que le pidiera tan poca cosa por sus servicios.—¿Y ya está?—Es más que suficiente, te lo aseguro.El alivio lo inundó. Hasta que recordó algo más.—Y otra cosa.Los ojos de Jaden relampaguearon al tiempo que sus colmillos brillaban en la

oscuridad.—Pides mucho, engendro del demonio. —Sin embargo, su mal humor

desapareció enseguida—. Pero me siento generoso…—Tengo que encontrar un espíritu. Un gallu acabó con su vida y le robó parte

del alma. ¿Sabes dónde puedo encontrar su alma y su cuerpo?—Por supuesto.—¿Me dirás dónde?—¿Y el precio?Xypher se acercó a la cómoda donde Simone tenía un cáliz de alpaca de

estilo medieval. Hizo aparecer un cuchillo de la nada y se hizo un corte en elbrazo para sangrar sobre la copa.

—Necesitas alimentarte. Te daré mi sangre. —Como era mitad demonio ymitad dios, su sangre era muchísimo más fuerte que cualquier otra que Jadenpudiera encontrar normalmente.

Jaden se lamió los labios y sus ojos se volvieron negros. Sí, había dado en elclavo, el demonio se moría de hambre.

—Trato hecho. —La voz de Jaden se había vuelto ronca por la necesidad.Le tendió el cáliz.Jaden lo cogió y se bebió la sangre de un trago. Una gotita le resbaló por la

barbilla, pero no tardó en limpiársela con la yema de un dedo, que después sellevó a la boca.

—La sangre de los condenados. No hay nada más dulce.—¿Qué me dices de Gloria?Jaden chasqueó los dedos y la forma fantasmagórica de la chica apareció a

su lado.La vio fruncir el ceño, confundida.—¿Dónde estoy ?Jaden le acarició la mejilla.—Estás a salvo, pequeña. A salvo.—¿Y su cuerpo? —preguntó él—. Tenemos que liberarlo del control de los

gallu.

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—Me encargaré de él y te lo dejaré en el patio. A menos que quieras que teapeste la casa, claro.

—No, y no lo dejes en el patio. Los pobres vecinos podrían asustarse. ¿Puedesdevolverlo al callejón donde murió?

Jaden sostuvo el cáliz en alto.—Eso te costará un poco más.Apretó los dientes antes de obedecer.Con una sonrisa, Jaden olió su sangre y volvió a beber.—¡Uf! —exclamó Gloria con cara de asco—. ¡Eso es una guarrería!Jaden la miró con una sonrisa gélida.—Lo mismo podría decir yo de las salchichas y los caracoles, pero a ti bien

que te gustan, ¿verdad, humana?La chica no respondió.Jaden dejó el cáliz vacío sobre la mesita de noche de Simone. Pasó el dedo

por el borde para llevarse los restos de sangre y después se lo lamió antes dehablar.

—Volveré mañana por la noche. Consígueme ese amuleto. —Echó unamirada a Simone—. O te arrepentirás… y ella mucho más.

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8

Simone se despertó con un terrible dolor de cabeza. Cuando se apartó laalmohada de la cara, descubrió que el sol entraba a raudales por la ventana de sudormitorio. ¿Quién había subido la persiana?

—¿Qué hora es? —susurró al tiempo que se daba la vuelta para echar unvistazo al despertador.

Las siete y veinticinco.¿Por qué le parecía muchísimo más tarde?Bostezó y se quedó petrificada al ver a Xypher durmiendo en el suelo. Se

había negado rotundamente a dormir en el colchón de Jesse, aduciendo queestaba tan acostumbrado a la dureza del suelo que no podría dormir en un sitiomás blando. Además, mencionó que desde su llegada a Nueva Orleans habíadormido sentado en el suelo, con la espalda contra la pared. El suelo de su casa,según él, era una mejora. Al menos podía tumbarse…

La manta que le dio seguía doblada bajo la almohada. No había tocadoninguna de las dos cosas. Estaba tendido de costado, con un brazo extendido porencima de la cabeza y el otro doblado bajo la barbilla.

Tenía el mentón oscurecido por la barba. Había algo muy viril y a la vezinfantil en la postura. Sin embargo, mientras contemplaba sus labios recordó elapasionado beso que le dio la noche anterior y eso acabó con la reminiscenciainfantil.

—¡Simone!La aparición de Jesse, que llegó a la carrera, la sobresaltó. El miedo se

apoderó de ella. ¿Habría encontrado el demonio alguna forma de entrar?—¿Qué pasa?Jesse se detuvo junto a la cama y le dio un pisotón al suelo.—¿Por qué no le dices a Gloria que deje de protestar por mi música? A mí sí

me gustan Culture Club y Prince.Simone frunció el ceño, confundida.—¿Gloria?—Sí. Volvió anoche.—¿Cómo?El fantasma se encogió de hombros.

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—Me dijo que fue Xypher quien la trajo.—¿Cómo? —repitió ella.—No lo sé, pero ¿podrías tener una charla con ella? Hay un motivo por el que

soy el único fantasma de esta casa: no me gusta compartir las cosas.—Vale, dile que venga.—¡Gloria! —gritó, dando tal bocinazo que Xypher se despertó de golpe.Gloria se manifestó frente a Simone.—Si vuelvo a oír otra vez « Karma Chameleon» , te juro que voy a buscar a

Boy George y lo obligo a comerse el disco de Jesse. ¡Qué letra más absurda!¿Qué tienen que ver los colores con todo lo demás?

Jesse parecía muy ofendido.—¡Es una canción genial! No me digas que no. « Es cuestión de

supervivencia. Eres mi amante, no mi rival.» ¿No te parece profundo?Xy pher gruñó mientras levantaba la cabeza del suelo para mirar a los

fantasmas echando chispas por los ojos.—Por favor, que alguien me diga que no están discutiendo en serio a las siete

de la mañana por la genialidad de « Karma Chameleon» .Simone se echó a reír.—Pues sí, guapetón. Eso es lo que están haciendo.Xy pher les lanzó una mirada furiosa.—¿Cómo es que conoces a Boy George? —le preguntó Jesse.—He estado en el infierno. ¿Con qué crees que me torturaban? Con canciones

pop malísimas.Gloria miró a Jesse con gesto ufano.—Te lo he dicho.—Es una canción buenísima.Xy pher gruñó de nuevo.—Sí, las primeras nueve mil veces que la escuchas. Después se te queda

metida en la cabeza hasta volverte loco… ahora ya sabes por qué soy tandesagradable. Estoy con Gloria. Y os juro por el Estigio que como no cerréis laboca, os echo a los daimons en cuanto oscurezca.

Los fantasmas se desvanecieron al instante.—Gracias —dijo ella.Como respuesta, Xypher se colocó de espaldas en el suelo y se tapó los ojos

con un musculoso antebrazo.Simone se levantó y se arrodilló a su lado. Después de apartarle el brazo de la

cara, esperó hasta que lo vio abrir los ojos y la miró con curiosidad.—De verdad, gracias. ¿Cómo has encontrado a Gloria?—No estoy seguro de que quieras saberlo. Recuerda el refrán: « A caballo

regalado, no le mires el diente» .—¿Por qué lo has hecho?

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Lo vio encogerse de hombros.—Estabas preocupada por ella.—¿Ese ha sido el único motivo?—¿Tú qué crees? La verdad es que no lo he hecho para que molestara a Jesse

y me despertaran al amanecer, joder.Su evidente mal humor le arrancó una sonrisa.—No te gusta madrugar, ¿eh?—Soy mitad demonio, mitad Cazador Onírico. Por naturaleza, soy un ser

nocturno. No puedo con esa bola amarilla.Se inclinó para darle un abrazo.—Bueno, pues a mí me encanta levantarme temprano. Cada día es un nuevo

comienzo. Mi padre siempre decía que hay que empezar el día condeterminación.

—Mi padre siempre decía que alguien debería atropellar a Apolo y a Helioscon sus cuadrigas. Y a Faetón con ellos, por si acaso.

El comentario le arrancó una carcajada.—Tu padre no fue una influencia muy positiva en tu vida, ¿verdad?—Hombre, siendo el dios de las pesadillas, no es que fuera un osito de

peluche precisamente. Más bien era Chucky, el muñeco diabólico.—¿Cómo es que conoces a Chucky ?—¿Cómo no voy a conocerlo? ¿No has visto las camisetas con su cara por

todas partes? Reconozco que le he cogido cariño.—Vay a. —Pensándolo bien, tenía razón. El dichoso muñeco tenía muchos

admiradores.Sus miradas se entrelazaron de repente y se dio cuenta de que los ojos de

Xy pher se oscurecían.—Simone, como no dejes de sobarme ahora mismo, lo tomaré como una

invitación a enseñarte mi lado skoti.—¿Y eso qué significa?Xy pher rodó hasta aprisionarla con su cuerpo sobre el suelo. Sentir su peso

encima estuvo a punto de arrancarle un gemido y el bulto que notó en la caderaaumentó la excitación.

—Que, como buen skoti —contestó él con voz ronca y entrecortada—, teposeeré y haré contigo lo que quiera. —Le frotó el cuello con la nariz.

—Pensaba que tú eras uno de esos skoti que solo provocaban pesadillas. —Lepasó la mano por la musculosa espalda, encantada con la sensación, encantadacon su peso. Sería tan fácil permitirle que la desnudara… Se lo imaginó en suinterior y la simple idea hizo que se mojara—. ¿Eso quiere decir que has tenidodulces sueños esta noche? —susurró.

Xy pher se apartó de ella de golpe.—No he soñado…

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—Yo tampoco sueño todas las noches.—No. Soy un Cazador Onírico, Simone. Eso es lo que hacemos. Siempre. —

Su expresión era de asombro—. ¿Por qué no he soñado?—¿Porque no has entrado en sueño profundo quizá?Iba a contestarle, pero en ese momento ella se movió y le rozó… justo ahí.

Perdió el hilo de sus pensamientos por completo, ya que era incapaz deconcentrarse en otra cosa que no fuera Simone atrapada bajo su cuerpo.

Y ni siquiera llevaba sujetador…¡Menuda tortura! Habían pasado muchos siglos desde la última vez que sintió

a una mujer así. Se imaginó que la penetraba. Se imaginó que ella echaba lacabeza hacia atrás mientras él le lamía el cuello. El deseo se hizo abrasador.

Simone fue incapaz de moverse al ver la pasión que llameaba en sus ojosazules. Sabía muy bien que había llegado el momento. ¿Cómo podía rechazarlodespués de todo lo que había hecho para protegerla?

—¡Simone!El chillido de Jesse la asustó.Su amigo se materializó en el dormitorio y soltó un gritito muy femenino.—Lo siento. No quería interrumpiros.Xypher soltó un gruñido feroz mientras inclinaba la cabeza y la meneaba.—No sé si te habrá pasado lo mismo —le dijo a Simone—, pero esto acaba

de fastidiarme el momento. Solo faltaba que hubiera aparecido desnudo paraprovocarme una impotencia perpetua. Creo que acabamos de encontrar elmétodo de control de natalidad perfecto.

Simone rodó para quitárselo de encima y se puso en pie. Al ver el cáliz sobrela mesita de noche, ladeó la cabeza. ¿Qué hacía allí? Su sitio estaba en la cómoda.

Se acercó para devolverlo a su lugar y se quedó helada al ver en el fondo loque parecía sangre seca.

—¿Qué leches…? —Miró a Xy pher, que desvió la vista de inmediato—. ¿Estuya?

No contestó.Su móvil impidió que insistiera. Lo cogió y vio que se trataba de Tate. Lo

abrió para contestar.—Hemos encontrado el cuerpo de Gloria.—¿Dónde? —le preguntó, incapaz de creérselo.—En el callejón donde murió.—¿Estás de coña?—No. Pero es rarísimo. La policía me llamó hace un momento para

decírmelo.La noticia era genial, salvo por un pequeño detalle que le provocó un nudo en

el estómago.—¿Se… se mueve?

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—No. Ya te digo que es muy raro, pero creí que te gustaría estar al tanto.—Sí, gracias. Sé que esto es un alivio para ti. —Colgó y se volvió para mirar a

Xypher—. Han vuelto a encontrar el cuerpo de Gloria.—Me alegro —replicó él con demasiada cautela.—Ya lo sabías, ¿verdad? —Volvió la cabeza para mirar el cáliz, extrañada por

la presencia de la sangre. Solo había dos personas en el dormitorio y si no erasuy a…—. ¿Qué hiciste anoche después de que me quedara dormida?

—Nada.—Xy pher… —masculló—, no me mientas. No soy idiota. Reconozco la

sangre cuando la veo. Por el amor de Dios, soy patóloga forense, sabes quepuedo llevármelo a mi laboratorio y hacer un análisis de ADN.

Vio que aparecía un tic nervioso en su mentón.—¿Qué quieres que diga, Simone? ¿Que invoqué a un poderoso demonio con

el que hice un trato?Sí, claro…—¿Lo dices en serio?—Sí, lo digo en serio. —Tanto su tono de voz como su expresión lo dejaron

bien claro, aunque ella se negara a creerlo—. Tuve que alimentarlo con misangre para conseguir que localizara el cuerpo de Gloria y te lo devolviera. Esefue el precio que exigió.

Sus palabras la habían dejado petrificada. Eso era imposible, ¿verdad?—Estás hablando totalmente en serio…—¿Por qué si no iba a haber sangre en el cáliz?« Cierto, ¿por qué si no?» , repitió ella para sus adentros. Al fin y al cabo, lo

normal era que la gente se encontrara casi todas las mañanas un cáliz con sangresobre la mesita de noche.

En Los límites de la realidad, claro.—Esto es imposible… —Sin embargo, tampoco era para tanto. Uno de sus

dos mejores amigos era un fantasma, y el otro trabajaba para un grupo decazadores de vampiros inmortales. Así que ¿por qué no iba su… nuevo amigo conderecho a roce a invocar a un demonio y alimentarlo con su sangre?—. ¿Quéserá lo próximo? ¿Vas a decirme que mi vecino es un demonio y que el perro dela esquina es un licántropo?

Xypher meneó la cabeza.—Ya sabes por qué no quería contarte lo que ha pasado. Sabía que te

molestaría. Y he acertado, ¿no?—Pues sí, la verdad. ¿Cómo te sentaría a ti que alguien metiera un poderoso

demonio en tu dormitorio mientras duermes y que le ofreciera sangre para beberen tu cáliz preferido? No creo que te hiciera mucha ilusión, ¿verdad? —Le echóun vistazo al despertador. Eran poco más de las ocho—. Yahora voy a ducharmey a arreglarme para ir al trabajo. Supongo que tendrás que seguirme porque si

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no, moriré. Por favor, no invoques a otro demonio mientras estoy desnuda, ¿teparece? —Joder, su vida era tan absurda que parecía de chiste.

La expresión de Xy pher se volvió hosca.—Sí, pero me moriré si te sigo y te escucho, sabiendo que estás desnuda en la

ducha.Simone no supo por qué pero el comentario hizo que gran parte de su enfado

se evaporara. Posiblemente porque le encantaba la idea de torturarlo.Le dio unas afectuosas palmaditas en una mejilla.—Ya, chiquitín, ya. Todo saldrá bien.Xy pher inclinó la cabeza para mirar el impresionante bulto de su erección

bajo los pantalones.—Pues no. Eso lo dices porque a ti no te duele. Y yo que pensaba que estas

semanas serían un respiro de las torturas del infierno… Te has puesto de acuerdocon Hades, ¿verdad? Vamos, admítelo.

Simone cogió su ropa, pero se detuvo al caer en la cuenta de algo que Xypheracababa de decir poco antes. « Tuve que alimentarlo con mi sangre paraconseguir que localizara el cuerpo de Gloria y te lo devolviera.» ¿Por qué lohabía hecho?

—¿Por qué le pediste que buscara el cuerpo de Gloria?Lo vio darse la vuelta como si estuviera buscando algo.—¿Xypher? —Acortó la distancia que los separaba—. ¿Por qué?Él se encogió de hombros y la miró con timidez.—Porque estabas preocupada por ella y no quería que siguieras estándolo ni

que te culparas por su desaparición.En ese momento entendió la constante necesidad de Xypher por comprender

sus motivos para ayudarlo. Ciertos favores eran tan altruistas que desafiaban a lalógica. Y para Xypher, cualquier favor era desconcertante.

En su caso, lo que él había hecho la había dejado pasmada.—Y a ti ¿qué más te da?—No lo sé.Xy pher apretó los dientes. Acababa de mentir. Sí que sabía exactamente por

qué lo había hecho. Había antepuesto los sentimientos de Simone a los suyos,pero no pensaba admitirlo. Todavía no estaba preparado para hacerlo.

De todas formas, había sacrificado una parte de sí mismo para hacerla feliz.Simone se puso de puntillas para besarlo con delicadeza en los labios.—Ahora entiendes que ciertas cosas no se hacen por un motivo concreto

salvo por el deseo de ayudar y de lograr que alguien se sienta mejor.Parpadeó mientras ella se alejaba. Tenía razón. Él nunca había hecho nada

para ay udar a alguien sin más. Incluso en el caso de Satara tuvo un motivo paracomportarse como lo hizo. Si cumplía sus órdenes, lo recompensaría. De ahí quela hubiera obedecido: para conseguir dicha recompensa. Por puro egoísmo.

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Pero en el caso de Simone no era así.Ni siquiera había esperado que ella le diera las gracias por salvar a Gloria. De

hecho, ni siquiera había planeado decirle lo que había hecho por la pobre chica.¿Por qué lo había hecho?—¿Xy pher?Levantó la vista y descubrió a Simone en la puerta del dormitorio.—Necesito darme una ducha. Tienes que seguirme o si no, no podré salir.—Lo siento —se disculpó mientras la obedecía y salía al pasillo.Lo miró con una sonrisa tan dulce que le llegó al corazón antes de cerrar la

puerta del cuarto de baño, dejándolo a él fuera mientras ella se encerraba parahacer lo que tuviera que hacer. Oy ó cómo trasteaba en el baño y se la imaginódesnuda, con el agua resbalando por su cuerpo.

Se movió un poco, incómodo porque tenía el pene duro, pero no podía hacernada al respecto. Cerró los ojos y se imaginó con ella en la ducha. Sintió el calordel agua en la piel, la vio con la cabeza levantada hacia el chorro de aguamientras se lavaba el pelo. Se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados mientrasinclinaba la cabeza para enjuagarse bien.

« ¡Por los dioses!» , pensó. Era preciosa.Ansioso por sentir su contacto, se pegó contra su espalda desnuda y le pasó un

brazo por la cintura.—¡Xy pher!El furioso chillido lo sacó de su ensoñación.Al cabo de un segundo Simone abrió la puerta, cubierta con una toalla, y lo

miró echando chispas por los ojos.—Pero ¿qué te has creído?—Yo no me he movido de aquí.—Sí, claro. Acabas de meterte en la ducha conmigo.—Que no, que yo no me…¿Se había movido?Contuvo a duras penas la sonrisa para no enfurecerla aún más. ¡Sí! Sus

poderes habían funcionado. Sin embargo, la alegría fue reemplazada por unarepentina angustia.

Joder, de haber sabido que estaba en la ducha con ella de verdad, habríaaprovechado el momento para meterle mano.

Ella lo miró con el ceño fruncido.—No estás mojado.—Porque no me he movido de aquí.Los ojos de Simone se entrecerraron para contemplarlo con recelo.—¿Estás seguro?—Sí.Saltaba a la vista que no acababa de creérselo.

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—Me estás mintiendo, ¿verdad?—No de forma intencionada.—¡Xy pher!—No sabía que podía hacerlo —balbuceó mientras se devanaba los sesos en

busca de una explicación que la tranquilizara—. A ver, ese era uno de mispoderes, pero no sabía que seguía conservándolo hasta que te oí gritar. Pensabaque me estaba imaginando la escena. Y deja de mirarme así. Mmm, ¿meperdonas?

Simone le gruñó antes de cerrarle la puerta en las narices. Al cabo de dossegundos volvió a abrirla.

—¡No te muevas de ahí! Ni te asomes aquí dentro usando tus diabólicostrucos. —Y cerró la puerta.

El deseo lo tenía tan dolorido que tenía ganas de gemir.—Si te digo que tienes un culo precioso, ¿servirá de algo?Simone volvió a chillar.—¡Tío! ¿Qué haces?Se volvió al escuchar la voz de Jesse, que lo miraba espantado.—Nada, aquí, esperando.Jesse soltó un resoplido asqueado.—Voy a explicarte una cosa. Cuando cabreas a una tía porque te ha pescado

mirándola, no arreglas nada diciéndole que tiene un buen culo. Así solo vas aconseguir que te cruce la cara.

En fin, estaba segurísimo de que Jesse era un experto en el tema. Tal vezfuera mejor que prestara atención por primera vez en su vida a los consejos dealguien.

—Entonces ¿qué puedo hacer?—Muy fácil, colega. Estoy a punto de compartir contigo el sagrado consejo

que mi padre me dio. Cinco respuestas para librarte de cualquier problema conlas mujeres.

« Sí, claro. Esto no me lo pierdo» , pensó.—¿Cuáles son?El fantasma levantó un brazo con el puño cerrado y fue extendiendo los dedos

uno a uno.—No sé de qué estás hablando. Yo no lo he hecho, preciosa. Nena, para mí no

hay nadie más que tú. ¡Lo siento! ¡Por los clavos de Cristo!Las primeras cuatro eran razonables. La última no acababa de pillarla.—¿Por los clavos de Cristo?Jesse asintió con la cabeza.—Sí, es un poco sacrílego, pero confía en mí. Si una mujer cree que eres

religioso, las cosas con ella serán más fáciles. Y lo mejor de esas cincorespuestas es que puedes combinarlas entre sí: « No sé de qué estás hablando, y o

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no lo he hecho» , o « ¡Por los clavos de Cristo, nena, sabes que para mí no haynadie más que tú!» . ¿Lo ves? Es fácil.

La puerta se abrió y Simone los miró furiosa, como si estuviera deseandoestamparlos contra la pared y golpearlos.

Intentó seguir el consejo de Jesse para ver si la aplacaba.—¡Lo siento, por los clavos de Cristo!—¡Madre mía, lo tuyo no tiene solución! —gimió Jesse—. Me largo de aquí.Simone lo miró con el ceño fruncido.—¿De qué narices estáis hablando? —Meneó la cabeza y masculló un insulto

no muy agradable hacia los hombres en general antes de dirigirse a sudormitorio.

La siguió, asombrado por el hecho de que el consejo de Jesse no hubierafuncionado.

—¿Por qué sigues enfadada conmigo?—Porque me has metido mano en la ducha.—¡Pero si no te he hecho nada! Si hubiera sabido que estaba contigo de

verdad, me habría esmerado muchísimo más.Simone se volvió hecha una furia.—¡Yo… te… mato!—Yo no lo he he… —No podía usar esa excusa porque sí que lo había hecho

—. No sé de qué… —« ¡Idiota! Claro que sabes de qué está hablando. Negarlo lacabreará todavía más» , se dijo—. ¿Lo siento?

—¿Lo siento? ¿Y ya está?—Nena, para mí no hay nadie más que tú…—Sí, claro. Eso no hay quien se lo trague. ¿Crees que me acabo de caer de un

guindo o qué?—Lo único que creo es que estabas preciosa ahí en la ducha. No pude

resistirme a sentir el roce de tu cuerpo contra el mío, porque no dejaba de pensarque ninguna otra mujer me ha hecho sentir lo que tú me haces sentir.

Simone dejó de andar, pero siguió cepillándose el pelo.—¿De verdad?—Sí. Anoche hice un trato con un demonio para contentarte. ¿Crees que lo

hice sin antes pensármelo bien?Simone tragó saliva mientras miraba de reojo el cáliz. Lo había hecho para

que no se preocupara. Las había ay udado, a Gloria y a ella, sin esperar ningúntipo de recompensa ni de agradecimiento.

—Le diste tu sangre para ayudarme. —¿Cuántas mujeres podían decir lomismo refiriéndose a los hombres que formaban parte de sus vidas?—. Supongoque debería sentirme un poco avergonzada, la verdad. Me he pasado, lo siento.

Xypher sonrió y le tomó la cara entre las manos para besarla. Cuando seseparó, la miró con una sonrisa maliciosa.

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—¿Y nada más?Ella ladeó la cabeza.—Si sigues insistiendo, a lo mejor acabas saliéndote con la tuya. Pero nada de

usar tus trucos ni de meterte en mis sueños. Si lo haces, te capo.Xypher apretó los dientes para luchar contra la frustración y se restregó

contra ella mientras suspiraba, aspirando el aroma de su pelo.—Recuerda que me estás matando lentamente.—Hay una cura para eso.—Sí, tú desnuda en la cama.—O podrías encargarte tú solito del problema… —le sugirió con una sonrisa

juguetona.Xypher le cogió una mano y se la llevó a la entrepierna para que notara su

erección.—Preferiría dejarlo en tus manos.Simone tragó saliva al sentirlo bajo la mano. Se había dejado el botón de los

vaqueros desabrochado y su dedo pulgar le rozó el vello que descendía desde elombligo y se perdía bajo la tela. Sintió el roce de su aliento en la cara, y cuandolo miró a los ojos, vio que le estaba suplicando. En ese momento se frotó contrasu mano y se estremeció.

—¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste? —le preguntó.—Hace unos cuantos siglos.La simple idea hizo que se le acelerara el corazón.La soledad que denotaba su respuesta la desgarró. Siglos sin que nadie lo

tocara. Siglos sufriendo torturas.Simone miró hacia el lugar donde había dormido en el suelo. Xypher no

pedía nada y, en cambio, esperaba que todo el mundo lo rechazara de entrada.Que lo torturaran, que lo hirieran.

Era un hombre tan poco acostumbrado a la ternura que el gesto más sencillolo asombraba. Recordó la tortura que le había mostrado, y se le rompió elcorazón al pensar que nada ni nadie lo consolaba.

No quería formar parte de ese grupo de gente que abusaba de él sin darlenada a cambio. Ya era hora de que comprendiera que no todas las personasestaban dispuestas a hacerle daño.

De modo que, antes de ser consciente de lo que hacía, le bajó la cremallera.Xypher soltó un taco, asaltado por el placer, cuando su mano lo rodeó. El

roce frío de sus dedos descendió desde la punta hasta la base y siguió bajandopara acariciarle los testículos. La cabeza empezó a darle vueltas. Le colocó unamano en la barbilla para que lo mirara y la besó.

Eso era lo que más necesitaba. Ninguna mujer lo había tocado con tantadulzura. Sus amantes siempre se habían mostrado exigentes. Sus deseos y susatisfacción personal estaban siempre supeditados a sus exigencias.

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Pero ella no exigía nada. Al contrario. Siempre se entregaba.Siempre.El deseo era casi insoportable, pero Simone no estaba dispuesta a satisfacerlo.

Xypher la había protegido y quería complacerlo por ello.Le bajó los vaqueros por las caderas sin apartarse de sus labios, aunque tuvo

que hacerlo para ponerse de rodillas.Xypher, que esperaba que le quitara los pantalones, se sorprendió cuando

comenzó a acariciarlo con la boca. La sorpresa fue tan grande que apenas pudocontener un grito. El roce de su lengua le provocó un escalofrío que lo recorriópor entero. Sin embargo, se mantuvo inmóvil y para lograrlo apretó los dientes.

La lengua de Simone siguió acariciándolo mientras sus dedos jugueteabancon sus testículos. Nunca había experimentado nada mejor. Se inclinó paraapoy ar una mano en el escritorio que ella tenía detrás y se limitó a observarlamientras le daba placer. Sus rizos oscuros se balanceaban con cada movimientode su cabeza.

Aunque lo que más le llamó la atención fue su expresión satisfecha.Simone gimió, encantada al saborearlo por fin. Sentía la tensión de sus

músculos, los espasmos que intentaba reprimir. Oía cómo jadeaba mientras leacariciaba el pelo muy despacio.

Sabía perfectamente lo mucho que ese momento significaba para él. Elintenso placer que le estaba proporcionando de esa forma.

Y en ese momento se corrió en su boca con un gruñido feroz.El placer lo asaltó de forma tan inesperada que lo cegó momentáneamente.

Tuvo que apoyarse en el escritorio con las dos manos para no desplomarse.Cuando se recuperó, vio que Simone lo miraba con el asomo de una sonrisa enlos labios.

—¿Estás bien? —oyó que le preguntaba.—No —contestó entre jadeos—. Estoy en la gloria. Dejé de estar bien en

cuanto me tocaste.Simone se incorporó entre carcajadas, obligándolo a alejarse del escritorio.Sin embargo, él la abrazó y enterró la cara en su cuello para poder aspirar el

dulce olor de su piel.Cerró los ojos mientras lo abrazaba y lo estrechaba con fuerza. Así parecía

un hombre tan tranquilo y tierno… justo lo contrario de la bestia gruñona que lahabía metido en el coche y había amenazado con matarla.

Sintió sus manos en los muslos. Le estaba subiendo la falda. Mientras le lamíael cuello, una de sus manos se coló bajo el elástico de sus bragas y fuedescendiendo hasta su entrepierna. En cuanto sus dedos comenzaron a explorarla,Simone se estremeció y gimió. Echó la cabeza hacia atrás, consumida por suscaricias y aferrándose a él. En el instante en que la penetró con un dedo, le costóun gran esfuerzo seguir en pie.

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Tenía las manos de un experto. Aunque, la verdad fuera dicha, después dellevar casi un año sin estar con un hombre, no era muy exigente al respecto.

—Córrete, Simone —le susurró Xypher al oído—. Quiero ver cómo teestremeces de placer.

Sus palabras la precipitaron al vacío. Incapaz de contenerse, se mordió ellabio y gritó. Pero Xypher no dejó de acariciarla y siguió atormentándola paraexprimir el placer al máximo. Ni siquiera sabía cómo seguía en pie, porqueapenas podía respirar.

—Gracias —escuchó que él le decía al oído.—No hace falta que me agradezcas nada, Xypher.—Sí, esto sí. —Le acarició una mejilla con el dorso de los dedos—. Nunca

nadie me ha mostrado clemencia. ¿Por qué tú sí?—Sé que te va a resultar difícil de creer, pero por algún motivo que no acabo

de entender, me gustas… a ratos.Xypher meneó la cabeza como si sus palabras le resultaran incomprensibles.—Bueno, también quieres a Jesse. Salta a la vista que tu gusto para los

hombres deja mucho que desear.—Pues sí. —Le sonrió hasta que oyó que el reloj del salón daba la hora,

devolviéndola a la realidad—. Y ahora, si no te importa, tengo que impartir unaclase en menos de una hora, así que necesito que te arregles y me acompañes.

Xypher soltó una carcajada ronca.—Señora, en este mismo momento podría usted pedirme que me arrojara de

cabeza a un pozo y lo haría encantado de la vida.El comentario le arrancó una carcajada.—En ese caso, menos mal que no pienso usar mis poderes recién

descubiertos para hacer el mal.—Pues sí. —Le besó la punta de la nariz antes de subirse los pantalones y

abrochárselos. Al llegar a la puerta se detuvo y la miró con una expresión tantierna que la derritió—. ¿Nos vamos?

Simone asintió con la cabeza antes de acompañarlo al cuarto de baño.—En fin —dijo él una vez que llegaron a la puerta—, no soy vergonzoso. —

Señaló la bañera con el pulgar—. Así que si quieres entrar, adelante.Simone todavía tenía su sabor en los labios. Sopesó la invitación. « No lo

hagas, tienes que dar clase» , le dijo la voz de su conciencia. Sin embargo, antesde que pudiera pensárselo mejor, estaba en el baño con él, comiéndoselo con losojos mientras se desnudaba.

Al ver la piel morena, el cuerpo musculoso, soltó el aire muy despacio. Se lehizo la boca agua.

Antes de meterse en la bañera, Xypher la miró con una sonrisa maliciosa.—Si quieres, puedo hacerte sitio.Sí que quería, sí. Ese era el problema.

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—No pasa nada, necesito que te des prisa para no llegar tarde. —Y le dio laespalda para no ver su silueta tras las cortinas.

Estaba cepillándose los dientes cuando notó una sensación rarísima.Simone sintió de nuevo que alguien la observaba. Se enjuagó la boca y se

volvió. Xypher estaba duchándose y no había nadie más en el cuarto de baño.—¿Qué me está pasando?—¿Qué ocurre? —le preguntó Xypher.—Nada —respondió ella en voz alta—. Estaba hablando sola.Xypher se asomó por las cortinas para mirarla.—¿Estás segura?—Sí. Es que… ¿no tienes la sensación de que te están observando?—¿A qué te refieres?Se encogió de hombros.—No sé. Es como si hubiera alguien más aquí.Xypher cerró el grifo y descorrió las cortinas para coger una toalla. Por

maravillosa que fuera la imagen, ella estaba tan preocupada por lo que estabasintiendo que apenas reparó en el cuerpo húmedo de él. Hasta tal punto llegaba suinquietud.

—¿Cuándo lo has notado? —preguntó Xypher mientras se colocaba la toallaen torno a la cintura.

—Empezó hace un par de días. Es como si algo me estuviera rozando la pielde forma desagradable. No sé qué es. —Soltó un suspiro cansado—. Losdemonios no aparecen a plena luz del día, ¿verdad?

—Los daimons no pueden hacerlo, los demonios sí. Aunque de día no son tanfuertes como de noche.

—Vaya mierda. ¿Y tú? ¿Eres más débil durante el día?—Yo no soy un demonio al uso. Tiene sus ventajas ser un semidiós.Se alegraba por él, pero su cordura estaba en peligro.—Vale. Sea lo que sea, está vigilándome. De momento no me ha hecho nada,

así que dejémoslo estar.Xypher la observó mientras volvían al dormitorio. La siguió, pero no estaba

dispuesto a olvidarse del tema así como así. Aunque se había reservado esainformación, sabía de buena tinta que nunca se observaba a alguien con buenasintenciones.

Porque quienquiera que la estuviera vigilando estaba esperando el momentooportuno para atacar.

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9

Después de verla en clase con sus estudiantes, Xypher estaba todavía másimpresionado que antes.

—Menos mal que no eres un demonio.—¿Por qué lo dices?Cogió la mochila de Simone y sus libros cuando salieron del laboratorio en

dirección a su despacho.—Con tus conocimientos de anatomía humana, serías aterradora… y letal.Simone resopló al escucharlo.—Pues soy muy inofensiva.—Eso lo dices tú, pero yo no lo veo así. Creo recordar que estampaste a un

daimon contra el suelo. Por cierto, ¿dónde aprendiste a hacerlo?—Clases de defensa personal. Tate insistió y a mí me pareció bien. Si trabajas

en esto, tienes que saber tratar a las criaturas dominantes.Xy pher puso los ojos en blanco por la indirecta. Aunque, por raro que

pareciera, no le molestó en absoluto. Se estaba acostumbrando a las bromas deella; le gustaban, de hecho.

—Pensándolo bien… hay un par de demonios a los que me gustaría quediseccionaras.

—Si uno de ellos es tu hermano, somos de la misma opinión. Es un monstruodesagradable.

—Tú lo has dicho. Y eso que tuviste la suerte de no crecer con él soportandosus palizas. « Mutilador Sangriento» debería ser su nombre de pila.

—¡Uf, lo siento mucho!Se encogió de hombros al escuchar sus palabras. No había nada que añadir.

Caifás era un demonio. Provocar dolor en los demás era normal en él.Simone abrió la puerta de su despacho y una vez que estuvieron dentro le

quitó los libros que él llevaba y los colocó en su sitio.—Anoche me dij iste que hoy íbamos a invocar a un ser malvado. No es que

quiera acelerar mi muerte ni nada parecido, pero ¿vamos a hacerlo o no?—No.—¿No? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?—El ser malvado se presentó en tu casa anoche y le ofrecí mi sangre para

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que se alimentara.Lo miró enfadada.—Me gustaría que dejaras de bromear con estas cosas, porque voy a acabar

sin poder pegar ojo por las noches.Sí, seguramente debería hacerle caso, pero era superior a sus fuerzas.—Bueno, no solo quería sangre. También me pidió que le hiciera un favor.Las dudas y el miedo hicieron que Simone lo mirase con el ceño fruncido.—¿Qué te pidió?Hacía bien en tener miedo. Con Jaden nunca se sabía cuándo una petición

podía acabar siendo letal.—Bueno, más bien fue una petición a la que no pude negarme.La vio cruzar los brazos por delante del pecho.—¿Y quién es esta especie de don Vito cuyas peticiones son tomadas tan en

serio?—Se le conoce por muchos nombres. Al-Baraka, el Mediador. Kalotar, el

Invocador. Corazón demoníaco. Katadykari, el Condenado. Pero hasta dondesabe todo el mundo, su verdadero nombre es Jaden.

—¿Y Jaden es un demonio?Decidió no decirle toda la verdad.—No lo tengo muy claro.Simone ladeó la cabeza como si estuviera intentando resolver un misterio que

nadie había conseguido solucionar antes.—¿Cómo es posible que no sepas lo que es?—Porque Jaden no es muy comunicativo ni tampoco confía en la gente.

Sabemos cómo invocarlo, y también sabemos que sus poderes provienen de lafuente primigenia del universo, pero nadie tiene ni idea de cómo lo hace. No sesabe a quién obedece, o si obedece a alguien, claro, ni de dónde viene ni adóndeva. Es un misterio absoluto.

—Espera, que me he liado. ¿Por qué lo invoca la gente?—Por una cuestión muy sencilla. Jaden puede hacer cualquier cosa sin

remordimientos, prejuicios ni titubeos. Y me refiero a cualquier cosa que se teocurra. Si estás dispuesto a pagar el precio que él disponga y aceptas lasconsecuencias del trato, hará realidad cualquier sueño que tengas, por imposibleque parezca.

Simone volvió a fruncir el ceño.—¿Quién es? ¿Satanás?La pregunta le arrancó una carcajada siniestra.—No. Lucifer hace tratos con humanos. Jaden ejerce de intermediario entre

la fuente primigenia y los seres demoníacos.—¿Los seres demoníacos?—Sí, de todos los seres que tengan sangre demoníaca. Los humanos y otros

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seres también pueden pedir su ayuda, pero si no eres un demonio, no teresponderá. La siguiente condición es que hace falta sangre humana ydemoníaca para invocarlo. Y tampoco se sabe el motivo.

Simone pareció tomárselo bastante mejor de lo que se había imaginado.—¿Y dices que bebe sangre? —Xypher asintió con la cabeza—. ¿Eso no lo

convierte en un vampiro?—Soporta la luz del día. Pero, como a cualquier demonio, el sol lo debilita.

Parece tener los poderes de un dios, pero sin adoradores. Tú ¿cómo lo llamarías?—No lo llamaría de ninguna manera que pudiera insultarlo.La respuesta arrancó a Xypher una sonrisa.—¿Lo ves? Ya sabía yo que eras una chica lista.Simone no lo tenía tan claro. Ese tal Jaden le seguía pareciendo una especie

de diablo. La idea de que hubiera estado en su casa y hubiera bebido la sangre deXy pher hacía que le dieran ganas de pedir a un cura que hiciera un exorcismo.

—En fin, ¿en qué consiste el favor?—Tenemos que ir a Royal Street, a ver a una mujer que tiene una tienda de

muñecas.La respuesta fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.—¿Te refieres a Liza?Xy pher se quedó pasmado.—¿La conoces?Asintió con la cabeza.—Es una antigua amiga mía y de Tate. La conozco desde que era pequeña.

Me encanta su tienda. Es genial.—¿Podemos ir ahora?Simone miró el reloj .—La siguiente clase es por la tarde, así que debería darnos tiempo. No le

harás daño, ¿verdad?—No. Jaden solo quiere un amuleto que Liza lleva en el cuello. Nada más. En

cuanto se lo dé, nos quitará los brazaletes.Ella no lo tenía tan claro.—¿Y si Liza no nos lo da?—Es amiga tuya. Tendrás que convencerla para que lo haga. En caso

contrario, lo robaré.Simone soltó un suspiro, contrariada por la respuesta.—No puedes ir por ahí robando cosas, Xypher. Está mal.—Y tampoco puedo decirle a Jaden que no una vez sellado el trato. Sea por lo

que sea, quiere ese amuleto. Se lo he prometido, y no es de esas criaturas a lasque puedes darles la espalda. No viviríamos lo bastante para arrepentirnos. ¿Porqué crees que no acudí a él desde el principio para librarnos de los brazaletes?Jaden siempre es la última alternativa.

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Eso no cambiaba algo primordial. Liza era su amiga.—Júrame que Liza no sufrirá ningún daño.—Te doy mi palabra de que no le haré daño.Tuvo un momento de duda, pero la desterró de inmediato. Xypher siempre

había sido escrupulosamente sincero con ella. En todo momento. Iba a fiarse deél, pero si se equivocaba…

Jaden sería el menor de sus problemas.Cogió el bolso y salió al pasillo, dejando que él la siguiera.Xypher intentó no pensar en el poder que debía de encerrar el amuleto para

que Jaden hiciera un trato con tal de apoderarse de él. Por regla general, eldemonio que quería algo hacía una ofrenda, y Jaden la aceptaba o la rechazaba.

El hecho de que hubiera sido él quien fijara el precio…Hizo que todas sus alarmas saltaran, pero merecía la pena correr el riesgo si

al final iba a recuperar todos sus poderes y a quitarse los brazaletes. O esoesperaba. Porque el amuleto igual podía liberar a la Destructora atlante, a lasdimme o a cualquier otro desastre con patas.

« Deberías haberle pedido una explicación» , se reprendió.Claro, claro, como si Jaden fuera por ahí dando explicaciones. La criatura no

respondía ante nadie. De hecho, si se quería seguir con vida, era mejor nohacerle preguntas.

Simone se subió al coche y esperó a que Xy pher hiciera lo mismo. Estabamuy callado, y eso la preocupaba.

—¿Qué me estás ocultando?—Que podríamos provocar el fin del mundo al hacer esto.—¿Estás de broma?—Eso espero.Sin saber muy bien si seguir preguntándole o no, Simone condujo hasta la

tienda de Liza. Como la calle estaba cortada a esa hora, aparcó en ToulouseStreet y recorrieron las dos manzanas que los separaban de Roy al Street a pie,hasta llegar a Muñecas de Ensueño y Accesorios. El escaparate estaba lleno dereproducciones de muñecas antiguas y de las Barbies personalizadas que Lizadiseñaba y creaba.

Su madre adoptiva la llevó la primera Navidad que pasó con la familia y lecompró la muñeca de porcelana que aún conservaba en su cómoda. Todavíarecordaba el aspecto de Liza el día en que la conoció. Tenía el pelo negro poraquel entonces, y una mirada tierna y alegre.

« ¡Vaya niña más guapa! Elige una muñeca y le pondremos unos ojosigualitos que los tuy os.»

Liza le dio galletas y té mientras cumplía su promesa. Aquella tarde en latienda se sintió la reina del universo. Y Liza siempre conseguía que se sintiera asícuando iba a verla.

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Abrió la puerta azul turquesa con una sonrisa y entró en la tienda.Al otro lado del mostrador de cristal, donde se exponían las muñecas y otros

accesorios, había una chica rubia.—Hola —dijo Simone—. ¿Está Liza?Antes de que la chica pudiera responder, oyó un chillido procedente de la

trastienda.—¡Simone, mi muñequita de porcelana! ¿Qué tal te va? —Liza salió por la

cortina que separaba la tienda de la parte trasera y se acercó a ella con unasonrisa deslumbrante.

La abrazó con fuerza.—Cuánto tiempo sin vernos.—Desde luego. —Liza se apartó y en cuanto miró a Xy pher, su sonrisa se

desvaneció—. Eres sobrenatural —dijo con un hilo de voz.Xypher levantó las manos.—No he venido a hacerte daño.Los ojos de Liza lo miraron con recelo al tiempo que se alejaba y se volvía

hacia la dependienta.—Beth, ¿por qué no vas a tomarte algo, guapa?La chica frunció el ceño.—Es muy temprano. ¿Estás segura?—Sí, claro. Yo atenderé a los clientes.Beth dejó la ropita de muñeca que estaba doblando.—Vale. ¿Quieres que te traiga algo de la cafetería?—Un sándwich de ensalada de pollo. Coge el dinero de la caja registradora.Beth sonrió mientras la obedecía.—Marchando un especial para Liza. No tardo.Liza esperó a que la chica se fuera antes de volver a hablar y miró a Xy pher

con abierta hostilidad.—Apestas a muerte.Simone se quedó boquiabierta.—¿Cómo sabes que ha muerto?—Es un oráculo, como Julian —contestó Xy pher—. Percibe que mi

existencia desafía las leyes naturales.Liza asintió con la cabeza.—No vas a llevarte lo que has venido a buscar. No te lo permitiré.—Si sabes lo que necesito, también sabrás el motivo. Y también sabrás que

puedo quitártelo y que no podrás impedírmelo.Simone se interpuso entre ellos.—Pero y o sí, y no voy a dejar que hagas daño a Liza.El Xy pher que tenía delante no era el que bromeaba con ella. Era el que la

metió a empujones en su coche.

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—Una actitud muy noble. Absurda, pero noble. —Lanzó a Liza una miradaletal por encima de su hombro—. Si no lo consigo, Simone será quien pague elprecio. Así lo estableció Jaden.

Liza lo fulminó con la mirada.—¿Por qué hiciste un trato con el diablo? —Ni siquiera había acabado de

hablar cuando lo comprendió todo y abrió los ojos de par en par.—Exacto.Simone frunció el ceño.—¿Qué pasa?—Nada —respondieron los dos al unísono.Liza titubeó antes de sacarse el amuleto verde de debajo de la camisa, pero

acabó pasándoselo por la cabeza.—Nueve generaciones de mi familia lo han protegido del mal. No puedo

creer que después de todo este tiempo vaya a dárselo a un demonio. —Lo apretóentre los dedos—. ¿Sabes para qué sirve?

Xy pher meneó la cabeza.—Si se lo pones a un dios sobre el corazón, lo paraliza…—¿Para qué iba a querer Jaden algo así? —preguntó él con el ceño fruncido.—Es evidente que quiere inmovilizar a un dios. La pregunta es a cuál. Y por

qué.Sí, buenas preguntas. Dependiendo del dios, eso podría provocar una

alteración brutal en el universo.—¿Sirve con los demonios?—No. Por desgracia.—¿Por qué? —quiso saber Simone.—Porque hay cuatro demonios en la puerta, esperando a que salgáis —

contestó Liza.

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10

Simone se volvió para mirar a través del escaparate de la tienda. Sí,efectivamente, en la acera había cuatro hombres mirándolos que parecían listospara pelear. Aunque, dicho fuera de paso, no tenían aspecto de demonios. Eranaltos, de complexión atlética y bastante guapos. Llevaban vaqueros y chupas decuero, gafas de sol que ocultaban sus ojos y, como mucho, aparentaban treinta ypocos.

—Tal vez vengan a comprar.Liza resopló.—¿Muñecas? Sí, tienen toda la pinta… Sospecho que les gustaría llevarse el

bebé con el trajecito rosa de volantes. —Dio unas palmaditas en el hombro aSimone—. No, cariño. No son clientes. Son demonios a quienes la sal que utilizopara mantener mi establecimiento libre de problemas les impide entrar. —Soltóun largo suspiro antes de acercarse al mostrador. Se puso las gafas y despuéssacó un arma que parecía una diminuta ballesta—. ¿Sabes usarla? —preguntó aXypher.

—Por supuesto.—Bien. Devuélveme el amuleto para custodiarlo.Xy pher la obedeció sin rechistar.Liza se lo colocó en torno al cuello.—Y ahora, esperadme aquí un momento. Tengo otra cosa que os vendrá bien.Simone estaba pasmada. Siempre había sabido que Liza era una escudera, y

que también era un poco excéntrica, pero acababa de descubrir una nueva facetadesconocida por completo para ella: Liza no tenía miedo. Regresó al cabo deunos segundos con una espada de hoja ancha.

—Esta es fácil de usar. El extremo puntiagudo se utiliza para atravesarlos.—Gracias —replicó Xypher con sequedad—. No me gustaría equivocarme

llegado el momento.—Lo entiendo, cariño. Y ahora, sal ahí afuera a patearles el culo a esos

demonios.Simone arqueó una ceja al escuchar el comentario.—A ver, la comisaría está a un par de manzanas. ¿No es un poco peligroso?

¿Y si ven la pelea?

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Xy pher resopló.—No vivirían lo bastante para informar a sus superiores.La respuesta y su tono de voz la atemorizaron.—Xypher, no puedes matarlos.—Y no voy a hacerlo. Pero los demonios sí. Y ahora, si te apartas un poco de

la puerta… me esperan para luchar.Simone lo siguió hasta la entrada y contuvo el aliento mientras observaba

cómo salía para enfrentarse a ellos.El demonio más alto se adelantó. Tenía el pelo castaño con reflejos rubios,

ojos de un azul cristalino y llevaba perilla. La cazadora de cuero y los vaquerosle otorgaban una apariencia normal y corriente a los ojos de un transeúntecualquiera. Lo mismo que sucedía con los otros tres. Todos eran guapos e ibanvestidos como cualquier persona. El hecho de que esos seres malévolos pudieranpasar desapercibidos entre la gente le provocó un escalofrío.

¿Cuántas veces habría estado sentada al lado de un demonio sin saberlo?Xy pher observó el grupo con una expresión que puso de manifiesto que no se

sentía amenazado. Ojalá ella tuviera la misma confianza.—Caifás… —Saludó al más alto, sorprendiendo a Simone porque esta no

sabía que se trataba de su hermano. Vaya… sin la piel hirviendo, el demonioestaba para mojar pan—. Veo que por fin has hecho algunos amigos. Supongoque habrás aprendido a usar el cepillo de dientes. Ya sabes que es muy fácil,arriba y abajo, no de un lado a otro. Es normal que la gente se confunda… o losdemonios.

Uno de ellos abrió la boca y dejó a la vista dos hileras de dientes serrados.Xy pher puso cara de asco.—Deberías ir a un dentista. Me han dicho que hoy en día hacen maravillas.—Matadlo —masculló Caifás.Xy pher detuvo al primero clavándole la espada en el abdomen. Sin embargo,

antes de que pudiera sacársela, uno de los otros dos demonios lo lanzó al suelo.Simone siseó cuando lo vio caer a la acera.—No puedo quedarme cruzada de brazos, viendo el espectáculo.—No puedes luchar contra un demonio, Simone —le recordó Liza—. No

tienes ni idea de su fuerza. Lo mejor que podemos hacer los humanos esmantenernos al margen y dejarlos luchar. No te conviertas en la debilidad deXypher.

Las palabras de Liza la hicieron pensar en Aquerón. Se miró la muñeca,donde todavía llevaba el brazalete de cuero.

—En realidad creo que sí.Antes de que Liza pudiera detenerla, corrió hacia la calle y apartó al demonio

que atacaba a Xy pher de un empujón. En cuanto lo tocó, sintió algo parecido auna descarga eléctrica. El demonio salió volando por los aires, literalmente. Se

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estrelló con tanta fuerza contra la pared que hizo un desconchón.—¡La leche! —exclamó, sorprendida por lo que había hecho.Aquerón le había dicho la verdad: tenía una fuerza sobrehumana.—¡Simone!Se dio la vuelta al instante y vio que Caifás se abalanzaba sobre ella. Lo

atrapó por un brazo y lo tiró al suelo. Pero, por desgracia, no se quedó quietecito.Se puso en pie y le asestó una fortísima patada en las costillas. El dolor la hizosisear.

Ni siquiera se había recuperado cuando le mordió en el brazo y le dio unrevés en la cara. Notó el regusto de la sangre en la boca. Xy pher apareció a sulado de repente. Agarró a su hermano y le dio tal puñetazo que lo levantó por losaires.

Se sentía muy rara.Se le nubló la vista y todo pareció difuminarse. Otro de los demonios se

acercó a ella, pero le pareció que caminaba a cámara lenta. Hizo ademán degolpearla, pero lo esquivó y, en cambio, fue ella quien le asestó un codazo en laespalda.

El demonio se volvió y le clavó los dientes en el brazo.El indescriptible dolor que la invadió le arrancó un alarido.—¡No! —gritó Xypher, que corrió a su lado.A partir de ese momento todo se volvió muy confuso. No veía nada. Alguien

gritó de dolor, y de repente se descubrió de vuelta en la tienda de muñecas.—¡No! —exclamó Liza—. No, no, no. ¿Qué podemos hacer?Xy pher era incapaz de respirar mientras observaba los mordiscos que

Simone tenía en el brazo. A diferencia de los daimons, que no podían convertir alos humanos, la mordedura de los gallu los transformaba. En su caso, dado queera medio demonio, también era inmune a su saliva.

Pero Simone no.Algo golpeó el escaparate y el cristal se hizo añicos.—¿Qué pasa, Xypher? ¿Te has cansado de jugar con nosotros?Se puso en pie para responder al desafío, pero Liza lo detuvo.—Simone nos necesita. Que se vayan.Era más fácil decirlo que hacerlo, aunque al final la obedeció. Ya mataría a

Caifás en otro momento. Simone no podía esperar. Además, mientras estuvierainmovilizada, no podría apartarse de su lado porque ambos acabarían muertos.

Se pasó una mano por el pelo con ademán furioso e intentó dar con la formade salvarla. « ¡Joder!» , pensó. Si le hubiera llevado el amuleto a Jaden, nada deeso habría pasado. Simone sería libre para seguir con su vida y él por fin podríamatar a Satara.

En cambio, iba a acabar convertida en un zombi a las órdenes de los gallu, ytodo por su culpa.

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—¿Qué podemos hacer?Liza se sacó un móvil del bolsillo.—Voy a llamar a Aquerón. Si alguien puede dar con la solución…—¿Y si llamo a Jaden?—¡No! —contestó Liza, que le lanzó una mirada furiosa—. Me niego a dejar

entrar a esa criatura. Es peor que los gallu y no estoy dispuesta a pagar el precioque exige.

Tenía razón.Xypher asintió con la cabeza.—Llama al atlante. Yo llamaré a Jesse.En caso de que no pudieran salvarla, Simone querría tener a Jesse cerca, y el

fantasma también querría estar al lado de su amiga. El único motivo por el queno se encontraba con ellos era porque no le gustaban las clases de Simone. Puestoque estaba muerto, no le gustaba oír hablar de autopsias ni ver a otros muertos.

Le sacó el móvil a Simone del bolsillo y marcó el número de su casa. Encuanto saltó el contestador, comenzó a hablar con la voz tan calmada como le fueposible.

—Jesse, soy Xy pher. Creo que… —Le costaba decirlo, pero tenía quehacerlo—. Simone está herida. Está mal. Tienes que venir a la tienda de Lizaahora mismo.

El fantasma se materializó antes incluso de que hubiera cortado la llamada.En cuanto la vio en el suelo, retorciéndose de dolor, se quedó blanco.

—¿Qué coño ha pasado?—La ha atacado un demonio.Jesse lo miró con expresión asesina y se lanzó a por él.Xypher lo atrapó y lo lanzó al suelo.—No te pases, chaval. Ahora mismo sería capaz de cargarme a alguien, y

como mi hermano no está cerca, tú tienes todas las papeletas.—No —jadeó Simone, que levantó un brazo para tocarle la pierna—. Por

favor, no le hagas daño.La ira lo abandonó de repente. Lo último que quería era verla sufrir.Tanto él como Jesse se agacharon a su lado.—Estoy aquí, Sim —dijo el fantasma con los ojos llenos de lágrimas—. Vas a

ponerte bien. ¿Me oy es?Ella lo miró con los ojos abiertos de par en par por la incredulidad.—Veo las auras de las que hablas, Jesse. La tuy a es blanca… preciosa…

como tú.Jesse sorbió por la nariz.—Recuerda, mantente alejada de la luz. Ve hacia la izquierda, Sim. Deja la

luz a la derecha. Yo estoy aquí para ayudarte a huir de ella.—No se está muriendo, Jesse. —Xy pher tragó saliva, asaltado por un dolor

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increíble. La muerte sería infinitamente mejor para ella—. Se está convirtiendoen un demonio.

—¿¡Cómo!?—Lo que has oído.—¡Haz algo! —le ordenó el fantasma con voz casi demoníaca.—¿No crees que si pudiera hacer algo, y a estaría en ello? No le desearía esto

ni a mi peor… ¡Bueno, sí, se lo desearía a mi peor enemigo, pero no a Simone!—¿Por qué tengo tanto frío? —preguntó ella, que había comenzado a tiritar.La sangre demoníaca la estaba infectando y comenzaba a ralentizar su ritmo

cardíaco… o eso pensaba Xy pher.Este le cogió un brazo y comenzó a frotárselo en un intento por hacerla entrar

en calor.—Respira muy despacio, de forma superficial, no tomes mucho aire.De repente, sintió una presencia a su espalda. Una presencia increíblemente

poderosa.Aquerón.Echó un vistazo por encima del hombro y lo vio observándolos.—Espero que lo que vay as a decir sea lo que queremos escuchar.Aquerón resopló.—Es irónico, porque normalmente nadie quiere escuchar lo que digo. Todo el

mundo se empeña en discutir conmigo hasta que me sacan de quicio. Espero quetú no seas tan obtuso.

—No estoy de humor, Aquerón. Dime qué tengo que hacer para salvarla.El atlante se acercó y se arrodilló al lado de Jesse. Sus turbulentos ojos

plateados resplandecían en la penumbra de la tienda.—¿Cómo estás? —preguntó a Simone.—Tengo ganas de vomitar —contestó ella, aunque apenas podía hablar

porque le castañeteaban los dientes.Aquerón miró a Liza, que lo estaba observando todo un poco apartada.—Deberías ir a por un cubo o algo, por si acaso.Liza le hizo caso.—¿Eso es lo único que vas a hacer? —masculló Xypher.Aquerón se encogió de hombros.—¿Quieres las buenas noticias o las malas?La furia lo asaltó en ese momento y deseó poder degollar al atlante.—No me vengas con jueguecitos. Dime lo que necesito saber.La amenaza no pareció afectarlo en absoluto.—Bonito tono de voz. Muy apropiado para Halloween.Xypher tuvo que contenerse para no atacarlo.—Relájate —le aconsejó Aquerón—. No se está transformando.¿Estaba loco o qué? Por supuesto que Simone se estaba transformando. No

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paraba de tiritar y se había quedado muy blanca. Tenía la frente empapada desudor…

—¡Mírala! No está echándose una siestecita precisamente.—Sí, pero lo que tenemos delante no es una humana sufriendo una mutación.El terror se apoderó de él. Si no estaba sufriendo una mutación, ¿qué le estaba

pasando?—¿Qué quieres decir?Aquerón miró a Jesse.—¿No has notado que no es como las demás mujeres? ¿Que le pasan cosas

extrañas?Simone gimió en ese momento.—¡Yo no soy una cosa extraña! —exclamó Jesse a la defensiva—. Pero sí, es

cierto que siempre parece adelantarse a algunos hechos y que ve ciertas cosasque no debería ver. Aunque siempre hemos pensado que tenía poderesparanormales.

Aquerón meneó la cabeza.—No. Es algo más.—Aquerón —lo interrumpió Xy pher—, dime qué está pasando.El atlante inspiró hondo antes de contestar:—Xypher, Simone es medio demonio. Como tú.Sus palabras lo dejaron con la boca abierta. Era imposible.—¡Y una mierda! —exclamó Jesse, al borde de las lágrimas—. No hay nada

demoníaco en ella.Aquerón le levantó la muñeca para que Xypher examinara el mordisco del

gallu.—Huele su sangre y sabrás la verdad. Ese olor es inconfundible.Sin embargo, Xypher se negaba a creerlo.—¿Cómo es posible que ella no lo sepa?—Sus padres le ocultaron la verdad. —Aquerón le quitó el brazalete de cuero

que le había dado—. Esto solo es cuero, ni más ni menos. Se lo entregué para quecrey era que sus poderes procedían de otra fuente que no era ella misma. Aunqueen realidad es tan poderosa como cualquier otro demonio.

—¿Por qué no nos lo dij iste ayer?—Porque su padre se sacrificó para mantener su verdadera identidad en

secreto, para que ni siquiera ella lo supiera. Quería asegurarse de que semantenía alejada de la gente y de las criaturas que podían amenazarla outilizarla. ¿Quién soy yo para echar por tierra ese sacrificio?

—¿Xypher? —murmuró Simone—. Estoy asustada.Aquerón le cogió la otra mano.—No te asustes. Tus poderes están despertando. Nada más. Sé que duele y

que es aterrador, pero no luches contra lo que te está pasando. Respira hondo y

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deja que el poder fluya por tus venas.Sus consejos enfurecieron a Xypher aún más.—Para ti es muy fácil decirlo. Porque no sabes por lo que está pasando.Aquerón soltó una carcajada carente de humor.—Sí, al contrario que tú, sé exactamente por lo que está pasando. Cuando mis

poderes despertaron, yo era humano. Te juro que no fue nada agradable, comono lo va a ser esto.

Sus palabras lo calmaron de golpe.—¿Qué puedo hacer?—No la dejes sola. Necesitará a alguien que le enseñe a utilizar sus sentidos

demoníacos. Tú creciste con tus poderes, y sabes muy bien lo diferentes que sonde la percepción humana normal. Eres el mejor mentor que podría tener.

Xy pher soltó un taco al pensar que alguien iba a depender de él hasta esepunto. Él no era una criatura en la que se pudiera confiar. No sabía cómo debíacomportarse. La posibilidad de corromper a Simone o de hacerle daño por suignorancia lo asustaba. Necesitaba un mentor más capacitado. Él solo entendía dedolor y de traición. Solo sabía usar sus poderes para herir a los demás. Y Simoneno era así. Ella era la bondad personificada.

¿Cómo iba un animal como él a enseñarle lo que debía aprender?Sin embargo, nunca admitiría algo así en voz alta.—Aquerón, tengo mis planes trazados. No puedo responsabilizarme de ella.—Tienes tres semanas para conseguirlo, Xypher. Haz algo por alguien que no

seas tú, aunque sea por una vez en la vida.Las palabras de Aquerón le hicieron poner cara de asco. Estaba pensando en

otra persona, pero no iba a admitirlo, claro.—Fue precisamente eso lo que me mandó al infierno. Y no pienso volver a

cometer ese error.Los ojos plateados de Aquerón lo miraron con su infinita sabiduría.—A veces, la repetición de los errores es lo que nos ay uda a descubrir dónde

nos equivocamos la primera vez. Y una vez que lo descubrimos, podemossolucionar el problema y dejarlo atrás.

Xy pher resopló al escucharlo.—Sí, sería de imbéciles tropezar una y otra vez con la misma piedra para

comprobar si el resultado es distinto. Y yo no soy imbécil.—Yo no he dicho que lo repitas una y otra vez. —La mirada de Aquerón se

clavó en el tatuaje de su brazo—. Sigue adelante con un objetivo. Analiza lo quesalió mal y corrige ese error.

¿Por qué todo volvía a esa dichosa frase?« Sigue adelante con un objetivo.»—Ay údala, Xypher. Ahora mismo te necesita más de lo que tú necesitas

matar a Satara. —Y, tras darle ese consejo, desapareció.

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Xy pher siguió sentado en el suelo dándole vueltas a esas palabras.Encerraban una gran verdad, pero la sed de venganza era tan fuerte…

En aquel momento recordó las caricias de Simone esa misma mañana,cuando se apiadó de su dolor. Sin pedirle nada a cambio.

Nada.La abrazó y la estrechó contra su cuerpo.—Estoy contigo, Simone.Simone ni siquiera lo entendió, atormentada como estaba por el fuego que

parecía abrasarla. Tenía la sensación de que a su alrededor todo estabaamplificado. Los colores, los olores, los sonidos…

Era una nueva forma de enfrentarse al mundo.—¿Cómo lo lleva? —oyó la voz de Liza como si le llegara de muy lejos.O positivo. Ese era el grupo sanguíneo de Liza. Además, tenía un murmullo

cardíaco.Y Jesse… también descubrió sus debilidades. Las olía, las saboreaba y una

parte de sí misma ansiaba explotarlas. Lo que la asustó mucho más que cualquierotra cosa.

—¿Qué significa ser un demonio, Xypher?—Tú no lo eres.Levantó un brazo y se miró la mano. Parecía la misma de siempre; sin

embargo, tenía la impresión de que podría doblar el acero. ¿Sería verdad?—Me siento poderosa.—Es una ilusión.« ¿Ah, sí?» , se preguntó. A ella le parecía muy real. Acababa de pensarlo

cuando sufrió la primera arcada. Agarró el cubo que Liza había llevado y vomitóel contenido de su estómago.

Cuando acabó, no se sentía tan fuerte. Estaba débil e indefensa.—Quiero irme a casa.Xy pher asintió con la cabeza, pero se detuvo para mirar a Liza.—¿Puedo llevarme el amuleto? Todavía tengo que entregárselo a Jaden o me

hará papilla.Liza volvió a quitárselo a regañadientes.—Espero no estar cometiendo un error.—Y yo —replicó él.Una vez que se lo metió en el bolsillo, Xypher estrechó a Simone contra su

pecho, y en un abrir y cerrar de ojos aparecieron en su casa. Másconcretamente, en su cama. Xypher seguía a su lado.

—Deberías descansar.—Abrázame.Xy pher quiso rebelarse contra la ternura que su súplica despertó en él.

Debería darle la espalda. A ella y a su conciencia.

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Ojalá pudiera.En cambio, se tumbó y la abrazó.—Descansa un poco.Ella se acurrucó a su lado, cerró los ojos y lo obedeció. No tardó en sumirse

en un sueño profundo y tranquilo.Allí acostado, con ella entre los brazos, casi se sentía humano. ¡Menuda

ridiculez! Dos demonios acostados en la misma cama. Miró la foto de los padresde Simone y se preguntó qué los habría unido para intentar llevar una vidahumana normal y corriente.

En la foto parecían una familia como tantas otras. Nadie habría imaginado elsecreto que ocultaban.

Un secreto que bien podría acabar con la vida de su hija.

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11

Xypher se paseaba de un lado para otro del apartamento al atardecer mientras sepreguntaba si no sería un error quedarse con Simone. Tal vez su presenciasupusiera un riesgo mayor para ella.

El aire se estremeció un segundo antes de que apareciera Jaden. Susaterradores ojos resplandecían con intensidad.

—Lo tienes. —Una afirmación, como si pudiera sentir la presencia delamuleto.

Xy pher se lo sacó del bolsillo y lo sostuvo en alto. Era del tamaño de unamoneda de dos centímetros. Un trozo de turquesa pulido y rodeado por unadelicada filigrana de plata. Parecía inofensivo. Era difícil imaginárselo venciendoa un dios… aunque, claro, la sal también era una sustancia inofensiva, pero lobastante poderosa para mantener a raya a un ejército de demonios.

—Lo tengo.Jaden alargó un brazo y dejó la palma de la mano hacia arriba.Se lo entregó.Jaden lo apretó entre los dedos con veneración mientras respiraba hondo.

Cuando abrió los ojos, Xypher descubrió que eran rojos como la sangre.—Gracias.El brazalete de oro se abrió y cayó al suelo, a sus pies.—¿Cómo lo has hecho?Jaden resopló.—No pienso explicarte la fuente de mis poderes, demonio. Alégrate por

haber cumplido tu parte del trato.A medida que Jaden hablaba, los poderes de Xypher fueron aumentando. Eso

era lo que necesitaba. Lo que le hacía falta.Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Por primera vez desde

hacía siglos se sintió como el dios que era. Y con esos poderes, llegó unarepentina claridad mental.

—Conocías la ascendencia de Simone.Jaden se encogió de hombros.—Por supuesto. ¿A quién crees que acudió su padre para obtener protección?

Me quedé con su alma a cambio de sellar los poderes de su hija y de mantener

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su verdadera naturaleza oculta al mundo.Esas palabras le provocaron un escalofrío.—Has incumplido tu parte del trato al permitir que sus poderes se

manifiesten.Los ojos de Jaden llamearon por la furia.—Yo no he incumplido nada. Ella misma se ha expuesto. El mordisco invalidó

el trato de su padre. Cuando lo hicimos, le dejé muy claro cuáles eran los límites.Nunca se le ocurrió que Simone llegara a acercarse a otros demonios.

Pobre. Debería haber sabido que su hija podría meterse en problemas.Aunque, claro, de no haber sido por él, su secreto habría seguido a salvo.

Nadie salvo él era culpable de la situación en la que Simone se encontraba, ysaberse partícipe de su conversión hacía que se odiara a sí mismo.

—¿Y su madre? —preguntó a Jaden—. ¿También era un demonio?—Era humana.Eso lo sorprendió. Los humanos y los demonios apenas se relacionaban, salvo

para enfrentarse, situación que casi siempre acababa con la muerte del humano.—¿Cómo se conocieron?Jaden se guardó el amuleto en el bolsillo.—La madre de Simone fue un desafortunado error. El padre de Simone,

Palackas, era un demonio sirviente que se topó con ella una noche mientrascumplía con las órdenes de su señor. Una cosa llevó a la otra… Se enamoró deella, pero, como era de esperar, su señor se negó a liberarlo. En lugar de acudir amí en busca de ay uda, escapó para poder estar con ella. Su señor reunió a lajauría para que lo llevaran a su presencia o acabaran con su vida. Lopersiguieron durante años, hasta que localizaron su rastro aquí en Nueva Orleans.Puesto que la madre de Simone y su hermano tenían el mismo olor que Palackas,los descubrieron y los mataron en lugar de matarlo a él.

—¿Por qué siguió Simone con vida?—A diferencia de su hermano, que había heredado los genes humanos de su

madre, ella tenía genes demoníacos. Los suficientes para que su sangre tuviera supropio olor en lugar del de su padre. Los skili no estaban autorizados a matar aotro que no fuera Palackas, así que la dejaron vivir.

—Pero mataron a su madre y a su hermano.Jaden resopló.—¿Alguna vez has visto a un skili? El hecho de que parezcan humanos no

significa que tengan cerebro. Son perros de presa. Se limitan a oler la sangre ylos genes. Al captar el olor del niño y de la mujer, creyeron que estabanmatando a Palackas. Y su amo no protestó porque creyó que sus muertes loharían regresar.

» Pero no fue así. El pobre desgraciado debió de quedarse hecho polvo,destrozado no solo por la pérdida, sino también por la culpa. Y por el miedo de

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que su hija no tardara en sufrir el mismo destino que su mujer y su hijo.» Los skili eran una fuerza de élite que tenía por objetivo destruir a cualquier

demonio que incumpliera las ley es. No tenían voluntad propia y eran un híbridode humano con perro de presa. Solo sabían rastrear y matar. Si Palackas nohubiera sabido por qué escapó Simone, le habría aterrorizado la idea de que losskili la encontraran.

—¿Se enteró del motivo por el que no la mataron?—No lo preguntó.—Te refieres a que no se lo dij iste.Jaden se encogió de hombros para restarle importancia al asunto.—Me invocó para hacer un trato. ¿Quién soy y o para disuadir a un demonio

que me ofrece su alma? —Le lanzó una mirada elocuente.Xy pher soltó un taco al recordar el trato que él mismo había hecho con el

demonio que tenía delante.—Mi padre se suicidó.Xy pher se volvió al escuchar la voz de Simone. Estaba en la puerta, detrás de

él, aferrada a una de las jambas con tal fuerza que tenía los nudillos blancos.Tenía muy mal color de cara.

Jaden no mostró compasión alguna.—Se mató para protegerte, niña, y para apaciguar a su amo. Aunque hubiera

regresado a su servicio en aquel momento, habría ordenado su ejecución.Llevaba demasiado tiempo libre de sus ataduras. Además, tenía que pensar en ti,en tu protección. Lo último que tu padre quería era que te capturaran y teconvirtieran también en una esclava. Así que tomó las riendas de su destino yutilizó su fuerza vital para sellar nuestro trato.

—¡Cabrón! —gritó Simone, que se abalanzó sobre Jaden.Xy pher la detuvo, pegándola a su cuerpo.—No, Simone.—¡Dejó morir a mi padre!Xy pher percibía la angustia de sus palabras, pero eso no cambiaba nada.—No puedes atacarlo, Simone. Te matará.Jaden esbozó una sonrisa torcida.—Y disfrutaré viéndote morir.Simone intentó alcanzarlo de nuevo.—¡Eres un monstruo!—Pues sí, pero prefiero que me llamen « mediador» .Simone comenzó a forcejear para librarse de Xy pher.—¡Fuera de aquí!Jaden chasqueó la lengua.—¿Dónde está la famosa hospitalidad sureña? Supongo que solo la recibirán

los humanos, claro. —Sus ojos recobraron su color habitual—. Nuestro trato se ha

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cumplido, Xy pher.Jaden se dio un par de golpecitos en un hombro, hizo una reverencia burlona

y se desvaneció.Simone se volvió para mirar a Xy pher.—¿Por qué no me has dejado que le sacara los ojos?—Porque antes de que te acercaras a él, Jaden te habría arrancado la cabeza.Simone hizo un gesto de incredulidad al escucharlo.—Eres un dios. ¿Tan poderoso es si lo comparamos contigo?—Lo bastante poderoso para matarnos a los dos sin mover un dedo.Simone se detuvo a reflexionar al comprender que estaba hablando en serio.—No lo entiendo.—Existe un orden concreto en el universo. Y hay ciertos poderes ante los que

todos respondemos. Aunque los dioses seamos todopoderosos, tenemosrestricciones. Una criatura como Jaden puede acabar con nosotros y absorbernuestros poderes.

—¿Y por qué no lo hace?—Supongo que porque él también tiene limitado lo que puede hacer y lo que

no.—¿Y quién impone esas restricciones?—Esa es la pregunta del millón, ¿verdad? Ni sé la respuesta ni conozco a

nadie que la sepa.Simone se limpió las lágrimas que anegaban sus ojos cuando se apartó de

Xypher para acercarse a las fotos de su familia que descansaban sobre la repisade la chimenea.

—¿Crees que mi padre sabía lo que estaba haciendo, que comprendía lo queestaba haciendo, cuando invocó a Jaden?

—Posiblemente. La mayoría de los demonios lo saben. Aunque para nosotroses el hombre del saco, Jaden suele explicarle las desventajas de un trato a quienlo invoca. No le tengo mucho aprecio, la verdad, pero en términos generales lorespeto porque es justo e imparcial… incluso cuando se muestra intolerante.

Simone se volvió para mirarlo.—Pero no te ha explicado nada sobre el amuleto ni sobre sus poderes.Ahí había acertado. Jaden le había ocultado esa información.—Cierto, no lo ha hecho, lo que me lleva a pensar que debe de ser algo muy

importante a nivel personal.Simone no prestó atención a sus palabras. La verdad fuera dicha, le

importaba un comino todo lo relacionado con Jaden, sus deseos o susnecesidades. Lo importante era que su familia había muerto.

Y que él había estado implicado.« Soy un demonio…»No dejaba de repetirse esas palabras una y otra vez. ¿Cómo era posible?

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¿Cómo era posible que no lo hubiera sabido, que ni siquiera lo hubierasospechado?

« Hay un fuego especial en tu interior, tesoro —le dijo su padre en unaocasión—. Algún día lo comprenderás.»

¿Se habría referido a lo que le estaba pasando?Miró a Xypher. Necesitaba respuestas, aunque dudaba mucho que llegara a

encontrarlas algún día.—¿Por qué se mató mi padre? ¿No me habría protegido mejor estando vivo?—Estoy seguro de que se obsesionó con su incapacidad para proteger a tu

madre y a tu hermano.—¡Pero y o lo necesitaba!Xypher dio un respingo. El dolor que destilaba su voz lo desgarró. Nunca

había sentido deseos de consolar a nadie, pero en ese momento habría dadocualquier cosa por evitarle la angustia que asomaba a esos ojos verdes.

La abrazó con fuerza.—Lo sé.Simone meneó la cabeza sin separarse de él.—¿Sabes lo dolida que me sentí cuando Jesse se apareció y mi familia no lo

hizo? He visto cientos de fantasmas a lo largo de los años. Pero nunca a mi madreni a mi padre. Ni a mi hermano. ¿Es que no me querían lo suficiente paradespedirse de mí?

Su sufrimiento le provocó un nudo en el estómago.—Claro que te querían, Simone. ¿Cómo no iban a quererte? Tu padre dio su

vida por ti. Eso es amor real, amor verdadero.—Entonces ¿por qué no se han aparecido nunca?—No lo sé. De verdad que no. A lo mejor no han podido hacerlo.—Porque les daba igual.—Estoy seguro de que no es eso.Quería creerlo, pero le costaba. Se había pasado años sin confesarle esa

angustia a nadie. La había mantenido oculta, escondida en su interior, dejandoque le abrasara el alma. Cerró los ojos y se obligó a desterrar esos pensamientosque no la llevarían a ningún lado.

« Agua pasada no mueve molino» , pensó.Seguro que Xypher tenía razón, y de haber podido ir a verla, su familia lo

habría hecho. Sin embargo, una parte de sí misma seguía albergando dudas. Y lohacía precisamente esa parte que se sentía como si nadie la hubiera queridonunca de verdad.

Al menos Xypher estaba a su lado.Los brazaletes habían desaparecido. Podría marcharse cuando quisiera, pero

de momento seguía ahí.Los nervios y la angustia le produjeron un espasmo en el estómago. Se alejó

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de él, asustada por la sensación.—Todavía tengo el estómago revuelto. ¿Cuánto va a durar esto?—Supongo que hasta que te acostumbres a tus poderes.No le gustaba ni un pelo la respuesta. Quería algo concreto a lo que pudiera

aferrarse. Algo tangible.—Oigo los latidos de tu corazón. Jesse está en su dormitorio con Gloria,

enseñándole a jugar con la consola. Mi vecino de la derecha está peleándose consu mujer y mi nueva vecina de la izquierda tiene hambre. ¿Cómo es posible quesepa todo eso?

—Son tus poderes. De ahora en adelante percibirás a la gente de una formatotalmente nueva.

—¿Y leeré sus pensamientos?Xy pher le sonrió con cariño.—Si piensan en voz alta. Aunque podrás sentir las emociones que la gente se

esfuerce por ocultar. Eso será mucho más revelador que cualquier otra cosa.—¿Desaparecerá este horrible dolor de cabeza alguna vez?—Con el tiempo, sí.Simone asintió con la cabeza al tiempo que bajaba la vista. Le cogió la

muñeca donde antes estaba el brazalete.—Ya te has librado de mí.—Lo sé.—¿Y por qué sigues aquí?Xy pher titubeó. Esa era la misma pregunta que él se hacía. Pero no podía

dejarla. Era vulnerable y estaba sola. Y puesto que había pasado por lo mismo,era incapaz de abandonarla.

—Necesitas ayuda.—Puedo apañármelas sola. Siempre lo he hecho.—No me cabe la menor duda. Pero tú me tendiste la mano cuando lo

necesité. Y estoy devolviéndote el favor.Simone apoyó la cabeza en su hombro, agradecida de verdad por su apoyo.—Gracias, Xy pher.—De nada.Comenzó a frotarle los brazos mientras repasaba los acontecimientos del día.—¿Jaden tiene poder sobre mí ahora que soy un demonio?—No; siempre y cuando conserves tu alma, y no se la entregues a nadie para

sellar un trato, nadie tendrá poder sobre ti.—¿Y si me la roban? —le preguntó, apartándose un poco de él para mirarlo a

los ojos.—Nadie puede quitártela sin tu permiso. Las almas no funcionan así.Se alegraba de saberlo. Aunque la idea de ser un demonio le resultaba

aterradora por sí sola, era mucho peor la de que le arrebataran el alma. ¡Dios,

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tenía tantísimo que aprender! Era como volver a nacer. Había cosas sobre símisma que ni siquiera comprendía.

Quería aprender hasta dónde llegaban sus poderes y deseaba descubrir quépapel jugaba Jaden en el orden del universo.

—Una pregunta —dijo—. Si Jaden es tan poderoso, ¿por qué no haces un tratocon él para que mate a Satara?

Xy pher le apartó el pelo de la cara con delicadeza.—Las cosas no funcionan así con Jaden. Él no se implica personalmente. Más

bien nos da los medios precisos para que logremos nuestros deseos. Si necesitasmás poder, él te lo da. Si buscas un amuleto o un objeto especial, lo invocas. Talcomo él dice, es un medio para conseguir un fin, no un criado.

—Y entonces ¿por qué no lo has invocado para abrir el portal?—Se negó a hacerlo cuando se lo pedí.—¿Cómo que se negó? ¿Por qué?—Supongo que se debe a que sus poderes no tienen influencia en Kalosis, un

plano controlado por la diosa Apolimia. Pero no estoy seguro. Podría ser algo tantonto como que no le gustara lo que le ofrecía a cambio. Jaden puede ser muyquisquilloso a veces.

—Pues vay a faena.—Dímelo a mí. —Echó un vistazo a su alrededor—. En fin, no sé tú, pero y o

tengo hambre.Simone sonrió al oírlo.—Yo también. Estoy muerta de hambre. —La sonrisa se borró al instante—.

No tendré que beber sangre, ¿verdad?—Espero que no. Si ese es el caso, tendrás que aprender a desangrar a Jesse.

Jaden volvió al árbol en el que lo habían invocado. Tal como esperaba, Caifásestaba allí.

—Bienvenido, milord —lo saludó el demonio con una reverencia.Le daría unas palmaditas por saber hacer tan bien la pelota. Aunque las

palmaditas no le salvarían el pescuezo.—Has atacado a tu hermano a plena luz del día.—Mi señora lo exigió.Jaden extendió una mano y estampó al muy inútil contra el árbol.—Pues, al hacerlo, has roto un trato al que yo había llegado. ¿Sabes en lo que

me convierte eso?—No, milord.—En un mentiroso. Y eso es algo que no soy y que nunca seré. —La ofensa

que había sufrido exigía sangre como pago. Palackas había sacrificado su vida envano, y eso lo había puesto de muy mala leche. Sin embargo, no estaba en sus

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manos exigir satisfacción por la muerte en vano de un demonio. Frustrado, liberóa Caifás, que volvió a caer al suelo—. No quiero tus vírgenes. Puedesquedártelas.

—Entonces ¿qué, milord? Pedid lo que queráis y os lo traeré.—Hay una dimme en esta ciudad. Tráeme su corazón.—¿Nada más?—Con eso vas servido, créeme.Caifás parpadeó cuando Jaden desapareció de su vista.Una dimme. Era mucho más fácil decirlo que hacerlo. Además de ser

brutales, se rumoreaba que eran invencibles. No estaba seguro de contar con elpoder necesario para mirarla siquiera.

Se relamió los labios y recordó la pelea que había librado ese mismo día conla mujer…

Su sangre era como la de una dimme. Estaba seguro.Tal vez a Jaden le bastara con su corazón. Al fin y al cabo, lo mismo daba una

dimme que otra, ¿no?Pues sí.Chasqueó los dedos y volvió a Kalosis con la intención de preparar su

siguiente ataque. Simone era forense…Sonrió al pensar en la manera más efectiva de sacarla de su casa.

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12

Simone seguía intentando recuperar el equilibrio de regreso a su dormitorio, perole estaba costando. Todo parecía amplificado. Cualquier ruido le taladraba lacabeza. Las luces eran demasiado brillantes, y escuchaba los latidos del corazónde Xypher, que rivalizaban con los suyos. Aquello resultaba muy desconcertante.

Xy pher estaba a su lado, sirviéndole de apoy o. Necesitaba la fuerza de subrazo para seguir de pie. Sin embargo, el olor de su piel la atormentaba y le hacíala boca agua por el deseo de saborearlo. Un deseo que nunca había sentido.Como si estuviera experimentando una nueva faceta de sí misma. Más valiente,más seductora…

Más hambrienta.—¡Simone!Levantó la vista cuando Jesse entró corriendo a través de la pared.—¡Te has levantado! ¡Estás de pie! —Corrió hacia ella como un cachorrito

eufórico.En el pasado, siempre que lo hacía acababa atravesándola. En ese momento

se dieron de bruces con tanta fuerza que se tambaleó.—¿Qué co…?Xy pher la miró con sorna y también con cierta satisfacción.—Una ventaj illa de tus nuevos poderes. Ahora puedes darle collejas cada vez

que te ponga de los nervios.—¿Puedo tocar a Jesse? —susurró mientras intentaba asimilar la idea.Se volvió y vio la expresión sorprendida de Jesse. Durante todos esos años

nunca habían podido tocarse. Levantó una mano temblorosa para rozar con losdedos su fría mejilla.

Era sólida.Jesse era real para ella. Podía tocarlo…Los ojos de Jesse se llenaron de lágrimas mientras colocaba las manos sobre

la suya.Abrumada por las emociones, lo abrazó con fuerza.—¡Puedo tocarte!Xy pher cruzó los brazos por delante del pecho, asaltado por una extraña

emoción que le atravesó el corazón como un cuchillo. No tenía motivos para

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sentir celos de un fantasmilla punki, pero ver que Simone lo abrazaba con tantaternura…

Le dieron ganas de arrancar la cabeza a Jesse.—Ojalá hubiera podido abrazarte de esta manera cuando eras pequeña —

susurró Jesse—, en vez de mirarte y hacer muecas tontas para alegrarte cuandollorabas.

—Lo sé, lo sé.Aunque no le gustara admitirlo, verlos abrazarse de esa manera lo conmovió.

Y en ese momento comprendió que no estaba celoso porque otro hombreestuviera abrazando a Simone. Estaba celoso del amor que se tenían.

Formaban una familia.Para lo bueno y para lo malo. Contra viento y marea, esos dos se habían

apoy ado el uno al otro, y seguirían haciéndolo toda la eternidad. Nunca setraicionarían. Nunca se mentirían. Solo querían amarse y ayudarse el uno al otro.

A él nadie lo había querido nunca así. Y nadie lo haría.Ni una sola vez lo habían acariciado con amor. De repente, se sintió como un

intruso. Y lo peor era la sensación de que no merecía presenciar algo tan puro.Con el corazón destrozado, les dio la espalda y se encaminó a la cocina.Simone sintió que el aire se movía. Miró por encima de Jesse y vio que

Xypher salía de la habitación. El aura de tristeza que lo rodeaba hizo que elcorazón le diera un vuelco.

Se apartó de Jesse.—¿Qué pasa? —preguntó él.—No lo sé. —Le soltó la mano para ir en busca de Xy pher y preguntarle qué

había pasado—. ¿Xypher?Vio cómo se detenía junto a la encimera para mirarla. Su apuesto rostro tenía

una expresión estoica, pero ella percibía el torbellino que se había desatado en suinterior.

—¿Estás bien?Xy pher asintió con la cabeza.—Estupendamente. No me apetecía ver tanto baboseo. Me estaba quitando

las ganas de comer.Ojalá pudiera creerlo. Por fin comprendía lo que le había dicho antes sobre

sus poderes. La enorme incongruencia que había entre lo que Xypher sentía y loque daba a entender era muy desconcertante.

Se acercó a él.—¿Por qué estás sufriendo?—No estoy sufriendo, solo tengo hambre. Deberías aprender a captar la

diferencia. —Señaló el frigorífico que tenía detrás con la mano—. ¿No es hora decomer?

Simone meneó la cabeza al darse cuenta de que quería cambiar de tema.

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Algo lo había incomodado y prefería comer antes que hablar de ello.Por ella, genial. Pero su actitud no la había engañado.—Todavía queda ensalada de atún. Puedo hacer unos sándwiches.—Vale.—¿Por qué no sacas el recipiente del frigorífico? —le preguntó mientras

cogía el pan—. Es el que tiene la tapa blanca.Jesse apareció en la cocina mientras ella preparaba las rebanadas de pan.—¿Sabías que Gloria estaba estudiando psicología?Sonrió al escucharlo.—No, ¿cómo iba a saberlo?—Vale, has estado muy ocupada con Xy pher y vuestras cosas… Con eso de

convertirte en un demonio y tal. La verdad es que Gloria no es mala gentecuando deja de meterse con mi música.

Ese repentino cambio de opinión la dejó alucinada.—Yo también me meto con tu música, Jesse.—Sí, pero tú también te pones a bailar conmigo. —Hizo una pose a lo Michael

Jackson, se puso a canturrear una de sus canciones y empezó a menear lascaderas, golpeándola en el proceso.

—¡Jesse! —exclamó ella entre risas—, que estoy intentando preparar lacomida.

—Vale, pero cuando termines, toca ¡Wham! con « Wake me up before yougo go» y luego The Bangles con « Walk like an Egy ptian» .

Eso le hizo soltar un gemido, aunque también le arrancó una sonrisa.Jesse le tiró un beso.—Y ahora me voy en busca de mi chati. —Y se perdió por la casa.Simone acabó soltando una carcajada al escuchar que Gloria había pasado a

ser su « chati» .—Jesse, ¡no tienes edad para salir con chicas!—Soy mayor que tú. Y para que conste, y o no me he liado con un

asaltacunas que me saca unos cuantos siglos —replicó la voz incorpórea de Jesse,que reverberó por la cocina.

—Que no se te olvide que ya puedo darte collejas…—Lo tendré en cuenta, pero ahora déjame tranquilo. Estamos comparando

nuestros ectoplasmas.Ese tema era mejor dejarlo correr. Meneó la cabeza y se concentró en los

sándwiches.Xy pher le pasó el recipiente con la ensalada de atún.—¿Qué se siente?—¿Cómo dices?—¿Qué se siente al contar con alguien que te conoce tan bien? Alguien con

quien puedes bromear. He visto cómo la gente lo hacía en sueños, pero nunca lo

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había presenciado en la realidad. Sientes algo entrañable cuando Jesse está cerca.Aunque a veces te irrite, en cierto modo te alegra que esté contigo.

Simone dejó lo que estaba haciendo para mirarlo. Pobre Xy pher, no tenía niidea de lo que era la amistad.

—Es una sensación agradable. Es fantástico contar con gente que no quierehacerte daño. Con gente con la que puedes divertirte y que no es celosa. Pordesgracia, cuesta bastante entablar ese tipo de relación.

—A veces es imposible.Asintió con la cabeza.—La gente es complicada. Las emociones son complicadas. ¿Cómo se

explica que alguien pueda querer y odiar a la vez a una persona?—Odi et amo.Simone frunció el ceño al escucharlo.—¿Qué has dicho?—Es un antiguo poema latino de Catulo. Odio y amo. Habla sobre eso mismo.

Lo escribió para una mujer a la que adoraba y despreciaba a la vez.—¿Ves lo que te digo? Eso está mal, ¿no crees? O quieres a una persona o la

odias, pero las dos cosas a la vez, no.—Jesse y tú no os odiáis.—No, nunca lo hemos hecho, lo cual me alegra muchísimo. No es fácil

convivir con alguien todos los días sin querer estrangularlo. Pero Jesse nunca memolesta de verdad. —Cortó los sándwiches por la mitad y los colocó en los platos.

Xypher observó el movimiento de sus manos mientras trabajaba. Irradiabaelegancia. Belleza. Él siempre había sido torpe. Pero ella no.

Simone estaba a punto de coger una bolsa cuando sonó su móvil. Lo miróantes de contestar.

—Hola, Tate, ¿qué pasa? —Le dio el paquete de patatas a Xypher—. Vale,iremos enseguida.

Cerró el móvil.—¿Otro asesinato? —No le hacía falta preguntar, y a que había escuchado la

conversación.—¿A cuántas personas puede matar una dimme? —preguntó ella a su vez,

moviendo afirmativamente la cabeza.—¿Quieres que te diga la verdad? Se está controlando mucho.La respuesta la horrorizó.—¿Cómo puedes decir eso? Es la tercera víctima.Xypher se encogió de hombros.—Las crearon para asesinar de forma indiscriminada. El hecho de que los

cuerpos no se estén amontonando sin cesar es un milagro.—¿Estás seguro de que es una dimme?—El tío que murió… Me apostaría lo que fuera. En el caso de Gloria… no lo

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tengo tan claro.Simone meditó sus palabras. Si la dimme no había matado a Gloria, ¿quién lo

había hecho? No, tenía que ser el mismo asesino. No quería ni pensar en laposibilidad de que hubiera más de uno ahí fuera.

—Tenemos que ver a la última víctima. Coge los sándwiches y nos loscomeremos por el camino.

Xypher la obedeció antes de coger los abrigos para marcharse. Al recordarque no tenían coche, Simone soltó un taco. Lo habían dejado en Toulouse Streetcuando fueron a la tienda de Liza.

Iba a decírselo a Xy pher cuando captó un olor extraño en el aire. Era un oloralmizclado… Desconocido para ella. Levantó la cabeza, inspiró hondo en unintento por identificarlo, y cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer, dioun respingo.

—No soy mitad perro, ¿verdad?Xypher soltó una carcajada.—No, pero tus glándulas olfativas, al igual que el resto de tus sentidos, son

más sensibles. Tu olfato es mucho mayor que el de un humano. Y por eso teaconsejo que evites la zona de Bourbon Street.

—Gracias. Que sepas que me ha dado un pasmo al imaginarmeolisqueándole la entrepierna a la gente.

Xypher jadeó al escucharla.—Acabas de provocarme la erección más rápida de mi vida.Simone se detuvo al darse cuenta de que percibía la dolorosa solidez que

Xypher estaba experimentando.—Sí —dijo él con voz muy ronca—. Eso también es completamente normal.—No sé si me gusta esta nueva habilidad.—Nena, te encantará el sexo demoníaco, hazme caso. Muchísimo más que el

humano. Cuando te haga ciertas cosas, vas a parecerte a la niña de El Exorcistacuando le daba vueltas la cabeza.

Lo miró con expresión indignada.—Así no conseguirás quitarme las bragas, Xy pher. ¡Qué asco! ¡Menuda

imagen!Antes de que Xypher pudiera decir nada, el olor se hizo más intenso. Se

volvió y vio a un chico rubio y alto que tendría unos veinte años caminando haciaellos. Al verle la cara recordó a Dev, el tío del Santuario.

—Licántropo. —La palabra le salió como una especie de gruñido.Xypher asintió con la cabeza.—Los demonios sienten una aversión natural hacia los de su misma especie.

Se puede controlar, pero no es fácil. Los katagarios y los arcadios son una ramafamiliar de los daimons, razón por la que estás experimentando el subidón deadrenalina que hace que tengas ganas de atacarlo. Es tu instinto, que te

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proporciona un extra de energía por si tienes que luchar.El chico se detuvo al verlos. Ladeó la cabeza como si pudiera sentirlos de la

misma manera que ellos lo sentían a él.—¿Peltier? —dijo Xypher.Al oírlo, el aludido se acercó a ellos analizándolos con detenimiento.—Soy Ky le, el benjamín de la familia.Xy pher lo miró con los ojos entrecerrados.—¿Qué haces por aquí?—He venido a ver a una amiga.Xy pher no terminaba de tragárselo. Claro que el recelo era algo natural en él.—Un katagario que se pasea en forma humana durante el día… ¿Cómo es

posi…? —Dejó la pregunta en el aire al comprenderlo.Los katagarios eran animales que podían adoptar forma humana. Pero

durante el día, sobre todo cuando eran tan jóvenes como ese cachorro, quedabanatrapados en su forma animal, y solo podían transformarse con la puesta de sol.

Ky le Peltier era mucho más de lo que parecía a simple vista.—Me alegro de conocerte, Ky le —dijo con brusquedad—. Dale recuerdos a

Carson.—Lo haré —le aseguró Ky le antes de cruzar la calle en dirección a una

Kawasaki Ninja. Se montó en la moto y salió disparado sin mirar atrás.—¿Qué me estás ocultando? —preguntó Simone.—No estoy muy seguro. Es una sensación muy rara…Tanto, que era incapaz de definirla. A decir verdad, se parecía a lo que le

provocaba la dimme, pero eso no tenía sentido. Si la dimme se parecía en algo alos gallu, estaría buscando un agujero donde descansar durante el día. No en unbarrio residencial y mucho menos con un katagario.

En cuanto la dimme captara su olor, saldría huyendo.Sacudió la cabeza para aclararse las ideas. Seguro que estaba imaginándose

cosas.—Vale —dijo a Simone una vez que volvió a la realidad—, he recuperado

todos mis poderes. No tengo ni idea de adónde tenemos que ir, pero tú sí,¿verdad?

—Pues sí.Estupendo. Estaba a punto de enseñarle cómo teletransportarse con sus

poderes a través del cosmos. Con un poco de suerte no terminarían en Alaska.—Piensa en el sitio al que vamos. Imagínatelo con todo lujo de detalles.Simone lo hizo.Xy pher la abrazó y cerró los ojos. Un segundo después aparecieron entre las

sombras de un callejón. Los policías estaban hablando mientras el fotógrafo yTate observaban el cuerpo cubierto.

Xy pher echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie los veía

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antes de solidificar sus cuerpos.Simone esbozó una lenta sonrisa.—¿Podré hacer eso yo solita?—Podrás hacerlo casi todo. Pero tendrás que practicar mucho. Y tener

cuidado cuando lo hagas. Muchas veces la ropa no te sigue y se queda atrás.La respuesta la dejó blanca.—¡Eso sería horrible!—Para ti sí. Yo soy un fan del nudismo. —La recorrió con una mirada

ardiente que la puso a cien.Sin embargo, no estaba dispuesta a que él lo supiera.Con una sonrisa traviesa, Xypher le pasó su sándwich antes de echar a andar

hacia Tate, que apartó la vista del cadáver y miró la comida con el ceñofruncido.

—¿Vais a comer en la escena de un crimen?Simone hizo una mueca al ver la sangre que salpicaba las paredes del

callejón y los restos humanos en el suelo, y le devolvió el sándwich a Xy pher.—Yo paso.Tate se quedó pasmado.—¡Vay a, se te ha ablandado el estómago! Quién lo iba a decir…No obstante, ella fue la primera sorprendida. Siempre se había enorgullecido

de su capacidad para mantener el tipo en las escenas de los crímenes. Sinembargo, el olor a sangre le inundaba las fosas nasales. Y las manchas tenían uncolor más oscuro del normal. Era como si pudiera saborear la sangre, y eso lerevolvía el estómago. Xypher, en cambio, no parecía afectado en absoluto.

—¿Qué tenemos? —preguntó mientras inspiraba hondo para no acabarhumillada delante de todos.

Tate soltó un suspiro cansado.—Bueno, le falta la cabeza así que no creo que debamos preocuparnos por la

posibilidad de que vuelva de entre los muertos para darse un paseíto. Esto no esSleepy Hollow.

Xy pher frunció el ceño.—¿Sleepy Hollow?—Una historia muy famosa sobre un j inete sin cabeza que iba matando gente

—explicó ella al tiempo que meneaba la cabeza.—Qué asco.El comentario hizo que lo mirara con una ceja enarcada.—¿Y eso lo suelta un demonio que se está zampando un sándwich en la

escena de un crimen?—Tengo hambre. Deberías alegrarte de que esté comiéndome un sándwich

en vez de estar desangrando a alguien. Porque puedo hacerlo, que lo sepas.—En fin —repuso Tate—, a ver si conseguimos no acojonar a nadie esta vez.

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Simone intentó concentrarse.—¿Qué sabemos hasta ahora?—Poca cosa. Parece que hubo una pelea, y salta a la vista que este salió

perdiendo.Mientras ellos hablaban, Xypher se dedicó a inspeccionar la escena del

crimen.Simone observó cómo analizaba las manchas de sangre, como si al hacerlo

estuviera viendo exactamente de qué forma había transcurrido la pelea. Cuandose acercó al cadáver, uno de los policías le dijo que se alejara.

—¿En qué piensas? —le preguntó ella, después de acercarse despacio a él.—Quiero ver el cuerpo.Simone le quitó la sábana y dio un respingo cuando el olor la asaltó. Joder, le

iba a costar adaptarse a sus nuevos sentidos.Xy pher asintió con la cabeza antes de darle el último bocado al sándwich.—Justo lo que pensaba.Lo dijo como si tal cosa… Lo menos que podía hacer era contarles lo que

sabía.—¿Y qué es lo que pensabas?—Un trofeo de caza.Simone y Tate se miraron sin comprender.—¿Qué quieres decir con « trofeo de caza» ? —le preguntó ella. No le gustaba

ni un pelo cómo sonaba eso.—El cuerpo es un mensaje de un clan demoníaco a otro. Algo así como:

« Andaos con ojo» .Tate meneó la cabeza, renuente a aceptar su teoría.—¡Para el carro! ¿De qué estás hablando?Xy pher señaló el cadáver con un dedo.—Será mejor que le hagas la autopsia tú mismo, porque no es humano, y

cualquier persona normal se va a caer de culo cuando abra ese cuerpo y vea quesus órganos no están donde deberían de estar. Es un demonio caronte… —Miró elcuerpo una vez más—. O lo era.

Tate levantó las manos, frustrado.—¿Qué coño es un demonio caronte?—Pues eso, un demonio —contestó Xypher como si hablara con un imbécil.—¿Estás seguro? —insistió Tate.—Sí. Los gallu no mueren de esta manera. Cuando un demonio gallu muere,

se desintegra como un daimon. Los daimons se desintegran al morir. Loshumanos que mueren a manos de un demonio gallu se convierten en zombis. —Señaló el cuerpo que estaba bajo la sábana—. Y los demonios carontes muerencomo los humanos. Sus cuerpos permanecen intactos para poder ser enterrados.

Tate frunció el ceño.

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—Pero ¿cómo sabes que es un demonio caronte y no un humano?—Su piel es azul.Su respuesta hizo que Tate resoplara.—La piel humana se vuelve azulada al morir.—Pero no con vetas como el mármol, ¿verdad?Eso le cerró la boca a Tate.—Supuse que era pintura corporal.—No, más bien es un tinte genético con el que nacen y que se expande por

toda su epidermis. Se ve claramente que aquí don Caronte se metió donde no lollamaban. —Señaló las paredes que los rodeaban para indicar que lassalpicaduras de sangre llegaban hasta los seis metros de altura—. Tengo quereconocer que luchó bien. Huelo su sangre y las de sus atacantes.

—¿En plural? —preguntó Tate.Xypher asintió con la cabeza.—Tres en total. Diría que le tendieron una trampa y lo dejaron aquí para que

lo encontraran, para que su clan viera el cuerpo y se asustara. O, dependiendodel tipo de demonio caronte, para que su clan ataque y estalle una guerra entreellos.

Tate soltó el aire que había estado conteniendo antes de mirar a Simone.—Tío, es como contar con un rastreador de las pelis del Oeste de los años

treinta. O ese que iba con el Llanero Solitario. ¿Qué más puedes decirme, Tonto?—Bueno, voy a decirte algo que no sabía hasta ahora.—¿El qué?—Que sigue habiendo carontes en el plano humano. Y retomando lo del

trofeo de caza… ¿Por qué? ¿A quién va dirigido el mensaje de los gallu?—A lo mejor es un mensaje para nosotros —dijo ella. Se le ocurrió de

repente, y la posibilidad le provocó un escalofrío.—No. Si fuera así, nos estarían aterrorizando. Esto… —Señaló de nuevo la

gran cantidad de sangre—. Esto es una lucha territorial. —Miró a Tate—. Chicos,tenéis a un clan de carontes viviendo por aquí, y ahora también a uno dedemonios gallu. Como no reaccionéis pronto, Nueva Orleans va a ser elescenario de una guerra.

—Y eso que todavía no han dado ni las tres —masculló Tate—. Me dan ganasde volver a casa, meterme en la cama con mi mujer y no salir hasta que hay aterminado todo.

—Pues a mí no —lo contradijo Xypher—. A mí me habría gustado pelearcon el caronte. Me encantaría despellejar a unos cuantos gallu.

Simone pasó por alto el comentario.—Vale, así que tenemos que buscar a una dimme hambrienta y a un clan de

demonios carontes.—Sí.

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Aunque no le gustaba mucho la idea, asintió con la cabeza.—¿Alguna pista sobre dónde pueden estar los carontes?—Así a bote pronto diría que no muy lejos de aquí.Tate ladeó la cabeza.—¿Por qué lo dices?—En fin, si vas a mandarle un mensaje a alguien, no lo dejas donde no pueda

verlo. Lo pones en un lugar bien visible. —Echó un vistazo a los edificios quedaban al callejón—. Lo que quiere decir que los carontes están cerca.

Simone sintió un nuevo escalofrío.—¿Hasta qué punto son peligrosos los carontes?Xypher se encogió de hombros.—Depende de lo que se hayan socializado y de lo furiosos que estén.

Evidentemente, se han estado escondiendo delante de vuestras narices sin quenadie se dé cuenta.

Tate resopló.—¿Qué quieres que te diga? Esto es Nueva Orleans. Aquí puede pasar

cualquier cosa.Un policía se les acercó.—Hemos buscado la cabeza por todas partes. Creemos que se la llevó el

asesino, o los asesinos. ¿Crees que el vudú tiene algo que ver, Doc?—Cualquier cosa es posible, Sam. Ya he terminado con el cuerpo.

Mándamelo en cuanto hayáis terminado con él para hacerle la autopsia en ellaboratorio.

—Vale.Tate se volvió hacia ellos.—Gracias por vuestra ayuda. Voy a inventarme el informe como de

costumbre. Si os enteráis de algo, ponedme al corriente.Simone se volvió hacia Xypher, que no dejaba de moverse de un lado a otro.

El viento le agitaba el pelo, haciendo que se le metiera en los ojos. El demonioque llevaba dentro se sentía más atraído por él que la mujer que había sido hastapoco antes. Había despertado en ella una faceta sensual totalmente nueva.

Y gracias a eso podía comprenderlo mejor. El poder que llevaba dentroestaba hambriento, pero ignoraba lo que quería. Era casi un dolor físico.

Xypher se volvió hacia ella como si se hubiera percatado del rumbo de suspensamientos. La intensidad de su mirada la puso a mil.

En ese preciso momento captó el mismo olor que él…Antes de que pudiera moverse, Xypher se plantó delante de ella, a una

velocidad de la que nadie se percató.—Tienes los ojos rojos —susurró una vez que se interpuso entre los policías

que seguían en la escena del crimen y ella.Se quedó helada al escucharlo.

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—¿Cómo?—Tus ojos han cambiado de color. Tienes que aprender a darte cuenta de lo

que te está pasando para evitarlo.—¿Tienen muy mala pinta?Xypher la miró. Sus iris ya no eran azules, sino blancos y rodeados de una

línea roja.—Están así —contestó al tiempo que sus ojos adoptaban el mismo aspecto

para mostrárselo.Simone se encogió al verlo.—¿Qué hago?—Finge que se te ha metido algo en el ojo y aléjate de los humanos —

contestó él, cuyos ojos habían retomado su aspecto normal.Ella agachó la cabeza, cerró los ojos y se frotó el derecho.—No me gusta esto, Xypher.—Lo sé. Pero aprenderás a reconocer las señales físicas que anuncian un

cambio y así tendrás más control sobre tu parte demoníaca.Dio un respingo al escucharlo.—No quiero ser un demonio.—Yo tampoco quería, pero no podemos evitar quién o qué eran nuestros

padres, ¿no te parece?Sus crueles palabras se le clavaron en el corazón.—Mi padre amaba a mi madre —señaló a la defensiva.Xypher resopló.—Ya has visto qué pinta tienen los gallu con forma demoníaca. No sé qué

clase de mujer podría sentirse atraída por eso.Aun así, quería defender a sus padres. Los amaba con locura.—Se conocieron en un bar cuando mi madre estudiaba en la universidad.La explicación hizo que Xypher frunciera el ceño.—¿Cómo?—Eso es lo que me contó mi madre. Estaba trabajando de camarera cuando

mi padre entró en el bar, y empezaron a hablar.Xypher guardó silencio mientras recordaba lo que Jaden le había contado

sobre sus padres.—Seguro que estaba buscando a su siguiente víctima. Es un milagro que no

matara a tu madre a la primera de cambio.—Mi madre me dijo que fue un flechazo. En cuanto lo vio, supo que era

diferente… Ahora que lo pienso, no sé si llegó a enterarse de lo diferente que eraen realidad. ¿Crees que mi padre le contó que era un demonio?

—No lo sé, Simone. Es posible, pero menuda putada. Se me ocurren muchasrazones para que no se lo dijera.

Y a ella también. Pensándolo bien, ¿cómo iba a ir por ahí, contándole a la

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gente que era un demonio? Además, ¿quién iba a creerla aparte de Xypher y deTate?

Xypher se detuvo en la acera.—Mírame.—¿Tengo mejor los ojos?Lo vio asentir con la cabeza.—Solo tienes que controlar tus emociones.Tragó saliva. Hacía que pareciera mucho más fácil de lo que era en realidad.

¡Por el amor de Dios! ¿¡Y si le pasaba mientras estaba en clase!? Nunca setragarían que eran efectos especiales…

—Me da miedo todo esto, Xypher. Si alguien se entera de que soy undemonio, lo perderé todo.

—No te pasará nada —le aseguró al tiempo que le daba un apretón en loshombros para reconfortarla—. Te lo prometo. Aunque esto te ayudará acomprender el miedo que debió de sentir tu padre cuando decidió quedarse allado de tu madre. Lo abandonó todo, dejó a un lado el mundo que conocía. Darlela espalda a su vida de esa manera… Sí, debió de ser un gran amor.

—¿A qué te refieres?—Tu padre era un demonio esclavizado, Simone, y tenía que servir a un amo.

En esas situaciones, tu amo te posee por completo hasta que los términos delcontrato se cumplen. Escapar de ese vínculo antes de que eso suceda supone unasentencia de muerte. Tu padre lo sabía, pero huyó de todas maneras.

—Para estar con mi madre.Xypher asintió con la cabeza. No sabía en qué estaba pensando su padre

cuando huyó ni tampoco de qué tipo de contrato huía. Era…Se detuvo cuando un olor asaltó sus fosas nasales. Inspiró hondo y sus ojos se

volvieron rojos.—¿Qué pasa, Xypher?—Caronte.

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13

Simone y Xypher se volvieron. Detrás de ellos, en la calle, había tres tíosaltísimos y bastante cachas. Uno de ellos, el más delgado, tenía el pelo negro y lollevaba corto por atrás, pero con un flequillo por delante que le caía sobre losojos. Los otros dos eran pelirrojos y parecían levantadores de pesas. De no serpor el olor a naranja que desprendían y por el extraño resplandor de sus ojos,parecerían humanos.

El moreno se acercó a ellos.—Misafy… —masculló con voz amenazadora y expresión hostil—. ¿Qué os

trae por aquí?Simone se acercó a Xypher.—¿Acaba de insultarnos?—Depende. ¿Te parece un insulto que te llame « mestiza» ? —le preguntó sin

apartar la mirada del caronte—. He visto lo que los gallu le han hecho a uno delos tuy os. Os estaba buscando para averiguar el motivo.

El caronte se acercó, caminando con actitud letal.—Xedrix —dijo uno de sus colegas, el de la derecha, a modo de advertencia

—. No sabemos nada de ellos ni de sus poderes.Xedrix hizo oídos sordos a sus palabras y se acercó a Simone. Una vez que

estuvo a su lado, se inclinó para olisquearle el pelo.Xy pher lo apartó de un empujón.Los ojos del tal Xedrix relampaguearon amenazantes cuando se negó a

retroceder.—¿Katika? —preguntó a Xypher.—Sí.Xedrix se postró frente a ella, con una rodilla en el suelo.Pasmada por lo que estaba viendo, Simone miró a Xypher en busca de una

explicación.—¿Katika? ¿Qué es eso?—Eres su dueña —le respondió el caronte al tiempo que señalaba a Xypher

con la cabeza.Arqueó las cejas, sorprendida. ¿Ella era la dueña de Xypher? ¿En qué

universo paralelo pasaría una cosa así?

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—¿Ah, sí?Xy pher le indicó con la mirada que no dijera ni una sola palabra más antes

de volver la cabeza hacia Xedrix.—Pieryol akaty. Venimos en son de paz. Ninguno de los dos tenemos tratos

con los gallu.Xedrix resopló.—¿Ah, no? Pues apestas a nuestros peores enemigos. A griego y a gallu.

¿Esperas que me crea que no vas a intentar nada contra nosotros?El demonio situado a la derecha de Simone se adelantó.—Mi hermano está muerto. Yo digo que lo matemos a él como venganza.Xedrix lanzó una mirada malévola al demonio que acababa de hablar.—Sabes muy bien lo que dice la ley. La mujer es su dueña y todavía no ha

hecho nada para ser declarada nuestra enemiga.—¡No voy a servir a una misafy medio humana y medio gallu!Xedrix levantó una mano y el demonio salió volando hacia él. Tras agarrarlo

de la pechera, le dijo:—Te estás extralimitando, Ty ris. La hembra viene en son de paz. La

escucharemos. Somos feroces, pero no salvajes. —Su mirada se posó de nuevoen Xy pher antes de soltar a Ty ris—. Un solo movimiento amenazador por tuparte y te mataremos, con katika o sin ella.

Xy pher unió las manos y se las llevó a la frente sin dejar de mirar a loscarontes.

—Estaremos en paz mientras nadie amenace a mi katika.—Trato hecho. —Xedrix se hizo a un lado y los invitó a continuar con un

gesto del brazo—. Pieryol akati.Simone frunció el ceño.—¿Qué significa eso?—La paz nos mueve, milady —respondió Xedrix, que se colocó tras ella—. Si

sois tan amable de seguir a Ty ris…El tal Ty ris los guió hacia el edificio situado a la izquierda, al que se accedía a

través de una portezuela que había junto a un contenedor.Simone parpadeó al entrar en lo que parecía la parte posterior de un club

sumido en la más absoluta oscuridad. Todo estaba pintado de negro, incluyendo elsuelo. La zona donde se encontraban estaba separada del escenario por unascortinas negras sobre las cuales colgaba un cartel luminoso que rezaba: CLUBVAMPYRE.

La ironía era evidente.—Bonito nombre.Los ojos de Xedrix adoptaron un brillo roj izo en la oscuridad.—Milady, no soy humano, pero capto el sarcasmo como el mejor.—Lo siento.

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Simone jadeó cuando Xedrix los guió hasta el otro lado de las cortinas. Habíamás de una veintena de carontes reunidos y, a diferencia de Xedrix y sus doscompañeros, tenían forma demoníaca. Tenían cuernos y la piel veteada, cadauno de ellos de dos colores distintos. Parecía mármol, y era realmenteimpresionante. Sus ojos también variaban de color, algunos los tenían amarillos,otros, blancos, y también los había rojos y negros. Lo mismo sucedía con el pelo:los había morenos, castaños y pelirrojos. Todos ellos tenían unas coloridas alas enla espalda que les otorgaban un aspecto casi angelical… si no fuera por loscolmillos y por sus musculosos cuerpos, curtidos en la batalla.

Simone retrocedió un paso y chocó contra Xypher, quien parecía encontrarlo que tenían delante de lo más normal.

—Creo que se me han olvidado las llaves.—Tranquila —le dijo él, que la detuvo pasándole un brazo por la cintura—.

Tú no eres quien corre peligro.—¿Ah, no?Xy pher señaló al grupo de carontes con un gesto de la barbilla.—Por naturaleza, los carontes tienen una jerarquía matriarcal. Los machos

siempre están por debajo de las hembras, de ahí que les dijera que eres midueña. Así es como entienden el mundo. Y, por suerte para nosotros, los machosno son tan agresivos como las hembras.

—¿De verdad?Lo vio asentir con la cabeza.—Como no hay ninguna hembra presente, creo que estamos relativamente a

salvo. A diferencia de las hembras, un caronte solo ataca cuando se lo ordenan ocuando se siente amenazado. —Esbozó una sonrisa torcida—. Por cierto, no losamenaces. Por muy bueno que yo sea luchando, ahora mismo estoy endesventaja numérica.

—Tranquilo. No voy a entrar en su refugio para humillarlos.—¿Dónde está tu katika? —preguntó Xypher a Xedrix mientras la soltaba.Xedrix cruzó los brazos por delante del pecho.—No tenemos.—¿Ha muerto?El caronte meneó la cabeza.—Somos dikomai.—Guerreros —le susurró Xypher al oído para que ella lo entendiera.—Hace unos años humanos, nuestra katika fue atacada. Un dios… griego —

dijo, tras una pausa para pronunciar la palabra como si fuera lo más asquerosoque pudiera imaginar— quiso liberarla de su cautiverio. Nos envió para protegera su hijo y para luchar contra los griegos que querían hacerle daño. Vinimos yluchamos. Muchos de los nuestros murieron, pero antes de que pudiéramosregresar a casa el portal se cerró, dejándonos aislados en este plano.

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Tyris puso cara de asco.—Y ahora los gallu nos atacan. Ojalá todos acaben incinerados en las brasas

del culo de un dragón.—Qué bonito —murmuró Simone, aunque reconocía que la imagen decía

mucho del amor que se profesaban…—¿Por qué os atacan? —preguntó Xy pher.Los carontes se negaron a contestar.Xypher meneó la cabeza. Sabían la respuesta, pero se negaban a compartirla

con él. Genial. Simplemente genial.—A ver si así es más fácil. ¿Qué tenéis en vuestro poder que ellos quieren

arrebataros?Los carontes se acercaron hasta ponerse codo con codo y cruzaron los brazos

por delante del pecho, formando un muro que apestaba a machismo puro y duro.Simone meneó la cabeza al verlo.—¿Es cosa mía o aquí hay un subidón de testosterona?Xypher hizo una mueca.—¿Cómo dices?Extendió un brazo antes de explicarse.—Míralos. Listos para luchar hasta la muerte en lugar de responder una

pregunta muy sencillita. No sé, pero solo se me ocurre un motivo por el que loshombres, sobre todo si viven en una sociedad matriarcal, estén dispuestos aentregar sus vidas con tal de no revelar nada.

—¿Y cuál es el motivo?—Una mujer.Xypher guardó silencio al comprender que estaba en lo cierto. Sería el único

motivo por que los carontes darían su vida. Para protegerla.Pero ¿quién era?—¿Dónde está la hembra? —preguntó.Xedrix se adelantó y los miró a ambos echando chispas por los ojos.—¡Fuera!—No pasa nada, Xedrix —dijo una voz suave, serena y melodiosa—. No les

tengo miedo.Los carontes se separaron poco a poco para dejar pasar a una figura

diminuta.Simone jadeó cuando la tuvo delante. Era preciosa y parecía muy frágil.

Llevaba vaqueros y un anchísimo jersey verde. Era su nueva vecina, la que sehabía mudado hacía poco tiempo. Como mucho, mediría un metro cincuenta, yguardaba un gran parecido con las muñecas de porcelana de Liza. Su piel y suslabios eran tan pálidos que parecían translúcidos. Tenía el pelo largo, de colorblanco con reflejos plateados, y lo llevaba suelto de modo que flotaba en torno aun cuerpo pequeño pero muy curvilíneo. Lo más colorido de su persona eran los

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ojos, de un gris plateado brillante, rodeados por unas espesas pestañas negrascomo el azabache.

Parecía inofensiva y era guapísima.Sin embargo, los recién descubiertos poderes demoníacos de Simone

percibieron que, por muy frágil que fuera su apariencia, esa mujer era letal.Era la dimme.—Soy Kerry na.Xypher se colocó entre ella y la dimme.—Los gallu y los caronte son enemigos mortales. ¿Por qué te protegen?Kerry na ofreció la mano a Xedrix, que la tomó y se la colocó sobre el

corazón mientras se arrodillaba frente a ella.Simone sintió una oleada de ternura al darse cuenta de que estaban

enamorados.Aunque eso no cambiaba el hecho de que Kerryna hubiera matado a Gloria

y a los demás…—No, y o no he sido.Las palabras de la dimme, pronunciadas con una voz muy delicada, la

hicieron parpadear.—¿Cómo has dicho?—Yo no maté a Gloria. Solo he matado a dos hombres desde que escapé de

mi prisión, y te aseguro que los dos se merecían lo que les pasó. Tú tambiénhabrías acabado con ellos.

Xypher meneó la cabeza con incredulidad.—No entiendo nada. Yo estaba presente el día en que huiste de la caverna de

Nevada.Kerry na asintió con la cabeza.—Me acuerdo de ti. Y del dios Sin y de su mujer, Katra. El otro dios, Zakar,

me persiguió sin tregua durante días hasta que por fin lo despisté y pudeesconderme. Es una bestia tenaz. Fue muy duro. Este mundo me resultabadesconocido, igual que su gente y sus lenguas.

Xypher lo entendía. A él todavía se le escapaban muchos aspectos a pesar decontar con los poderes de un semidiós, y aunque y a había estado en ese plano yen esa época para ayudar a Sin y a Katra.

—¿Por qué has venido a Nueva Orleans?Kerry na señaló a Simone con la barbilla.—Somos primas. Su padre era hermano de mi padre. Mi naturaleza me

obliga a buscar a los míos, pero cuando la encontré supe que no estaba preparadapara aceptar lo que era ni tampoco para aceptarme a mí. Sus poderes estabansellados. Su olor, oculto. Se creía humana, y pensé que era mejor que siguieraengañándose.

—No sé —dijo Simone, que salió de detrás de Xypher para acercarse a la

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dimme—, para ser una asesina indiscriminada me parece bastante lúcida yrazonable.

Kerry na sonrió.—El miedo hizo que nos encerraran a mis hermanas y a mí a la primera de

cambio. Fue todo tan rápido que nadie se molestó en averiguar nada sobrenosotras. Aunque nacimos de los gallu, no somos como ellos. La diosa Ishtar nosconcedió el don de la compasión y la comprensión. Creo que sabía lo que iba apasar y quería asegurarse de que no destruíamos el mundo tal como nuestrocreador ansiaba. Aunque, dicho esto, tengo que reconocer que no sé qué pasaríasi todas quedáramos libres. Dos de mis hermanas no son tan compasivas ni tanrazonables. Su objetivo primordial es saciar su sed de sangre.

Xedrix se incorporó y le pasó un brazo por los hombros en actitud protectora.Kerryna levantó una mano y le acarició el antebrazo de forma cariñosa. Elcaronte, que se colocó tras ella, siguió mirándolos con desconfianza.

—Los gallu quieren llevársela para utilizarla. Y no voy a permitirlo.La dimme se apoy ó en él.—Matan para obligarme a salir.Simone suspiró.—En fin, cuantas más cosas descubro de los gallu, menos me gustan y más

aborrezco estar genéticamente ligada a ellos.Kerry na asintió con la cabeza.—Los machos a veces son difíciles de tratar. A diferencia de los carontes, son

dominantes y crueles. Para ellos, las mujeres solo sirven para procrear o comofuente de alimento.

Simone miró por encima del hombro a Xypher con gesto elocuente, aunqueél no pareció inmutarse.

—No puedo evitar parecerme a ellos. Nadie escapa a su naturaleza. Perotienes que reconocer que yo presto atención de vez en cuando.

Era cierto. A veces se podía razonar con él, lo que lo hacía casi tolerable.—Bueno —dijo ella con una sonrisa—, ¿qué vamos a hacerle? Al fin y al

cabo eres un dios.El único indicio de que el comentario le había hecho gracia fue su mirada,

que se suavizó un poco. Aunque no lo culpaba. Rodeados como estaban por unahorda de demonios guerreros, posiblemente fuera mejor no mostrar ningunaseñal de buen humor.

Y esa reflexión le recordó lo importante que era todo aquello.—Vale, así que los gallu andan por ahí matando inocentes… y demonios.

¿Cómo los detenemos?Xedrix le acarició el pelo a Kerryna con la mejilla.—Hemos intentado encontrar una solución, pero no se nos ocurre nada.

Mientras sigamos ocultando a Kerryna, se niegan a pactar una tregua.

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—No volveré con ellos. Son todos unos cerdos. —Miró a Xypher y sesonrojó, aumentando así su belleza—. Sin ánimo de ofender.

—No pasa nada. Estoy acostumbrado a los insultos —replicó él al tiempo quemiraba a Simone.

—Yo no te insulto… mucho —protestó ella.Xy pher no dijo nada, se limitó a mirar a Xedrix con los ojos entrecerrados.—No sé, se me acaba de ocurrir que podríais abrir una madriguera que nos

llevara a Kalosis.Xedrix negó con la cabeza.—Lo hemos intentado. Por algún motivo desconocido, no podemos hacerlo.Xy pher chasqueó la lengua.—Estás mintiendo, Xedrix. Lo huelo.—Nos negamos a volver —confesó Ty ris con voz furiosa mientras se

adelantaba—. Allí éramos esclavos. Xedrix era la mascota de la Destructora. Lotrataba como si fuera imbécil. No pienso volver a ponerme a su merced. Fue unmilagro de los dioses que pudiéramos escapar. Mejor morir aquí, en libertad, avolver a ser lo que fuimos.

Simone miró a Xypher con el ceño fruncido.—¿La Destructora?—Una antigua diosa atlante llamada Apolimia. Su marido la encerró en

Kalosis hace once mil años.La respuesta la llevó a preguntarse qué habría hecho la diosa para merecer

semejante castigo.—Qué bien, y tú quieres hacerle una visita, ¿a que sí?—No. Lo que quiero es matar a Satara.Al mencionar ese nombre, la mitad de los carontes presentes resoplaron

asqueados y la otra mitad estalló en gritos.—¡Muerte a la zorra!—¡Que se la coma la Destructora!—¡Vamos a rajarles el pescuezo a las dos!Tanto rencor dejó a Simone impresionada. Parecía que Satara y la

Destructora necesitaban apuntarse a algún cursillo para hacer amigos y agradara la gente… o más bien a los demonios.

—¡Vay a! Creo que Kalosis podría hacerle la competencia a Disney land. Meapunto al siguiente viaje.

—Te apuntaría, pero parece que conseguir entrada para Kalosis es más difícilque comprar una para un concierto de Hannah Montana.

Simone se echó a reír.—Genial. Un chiste muy actual.—Dale las gracias a Jesse. Está colado por Hannah. —Xypher miró a Xedrix

a los ojos—. ¿Qué va a costarme convenceros de que abráis un portal?

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—No hay nada que pueda convencernos.Xy pher miró a Kerry na, y Simone supo exactamente lo que estaba

pensando.Xedrix colocó a la dimme a su espalda y se tensó.—No te preocupes —dijo Xypher—. No estaba pensando en eso. Nunca

amenazaría a tu mujer. Estaba analizando lo equivocado que he estado en loreferente a ella.

Simone arqueó una ceja.—¿Ah, sí?Su expresión reflejó lo ofendido que se sentía por la pregunta.—¿Tú también?—Lo siento. Tienes razón, no debería haber dudado de ti. Pero es que tu

forma de mirarla… En mi defensa diré que me ha puesto los pelos de punta.Xy pher torció el gesto antes de volver a mirar al caronte.—Sé que tiene que haber alguna forma de que nos ayudemos mutuamente.

Piénsalo bien. Necesito entrar en Kalosis. —Hizo de nuevo el gesto de unir lasmanos y llevárselas a la frente—. Pieryol akati.

Xedrix inclinó la cabeza y repitió las palabras.Xy pher instó a Simone a volver hacia la puerta, pero no habían dado ni dos

pasos cuando Kerryna los detuvo.—Somos familia —dijo en voz baja a Simone al tiempo que se quitaba el

colgante que llevaba al cuello, una piedrecita roja, y se lo entregaba—. Si menecesitas, aprieta el cristal en la mano y pronuncia mi nombre. Acudiré deinmediato.

—Gracias.Kerryna le dio un fuerte abrazo.—Guardas mucha fuerza en tu interior, Simone. Nuestro linaje era uno de los

más poderosos entre los gallu. Tenlo siempre presente.—Lo haré.Kerryna le dio unas palmaditas en la mano.—Intentaré convencer a Xedrix —dijo a Xypher—. Si de verdad ansías

vengarte, buscaré el modo de que lo hagas.Y con eso se alejó de ellos y volvió junto al caronte.Simone se volvió hacia Xypher.—Menudo día, y todavía no ha acabado. Me da miedo pensar en lo puede

llegar a pasar. ¿Tú qué crees?—En mi opinión, todo el tiempo que pase lejos de los látigos de púas merece

la pena.El tono áspero de su voz y el recordatorio de la existencia que había dejado

atrás hicieron que a ella se le encogiera el corazón. Si Xedrix se quejaba delmundo que había abandonado, debería darse una vueltecita por el de Xypher.

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—¿De verdad tienes que volver?—Si creyera que existe el modo de librarme, te juro que lo intentaría. Pero

ya he sido sentenciado. Además, no se puede huir de un dios.—¿Y si yo hablara con Hades?Xypher se echó a reír.—No te escucharía. Lo único que podemos hacer es aprovechar el tiempo del

que dispongo para intentar alejar a los gallu, así estarás segura cuando me vaya.« Cuando me vay a.»Esas palabras la desgarraron y le provocaron un dolor tan intenso que la dejó

sin aliento. ¿Cómo era posible que Xypher se hubiera convertido en una parte tanimportante de su vida en tan poco tiempo?

Sin embargo, no podía negar sus sentimientos. No quería que se marchara.Nunca.

« No pienses en eso» , se dijo.Encontraría una solución. Una forma de arreglar las cosas sin que Xypher

tuviera que renunciar a su libertad. Tenía que hacerlo.La alternativa era totalmente inaceptable.

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14

Simone suspendió la clase que tenía por la tarde. Entre sus poderes que seguíanllevándola de cabeza, el follón de los ataques de los demonios y los repentinoscambios de su cuerpo que seguía sin controlar, había llegado a la conclusión deque sería lo más seguro para sus estudiantes. Lo único que le faltaba era que susalumnos vieran que los ojos de su profesora se volvían rojos.

O, peor todavía, que un gallu se comiera a alguno de ellos. El rectorado no selo tomaría muy bien…

Y el pobre estudiante tampoco.Mientras tanto, estaba aprendiendo algunas cosillas sobre sus nuevos poderes.

Xypher había apartado los muebles del salón para poder enseñarle algunosmovimientos con los que darles una buena paliza a los gallu. Su preferido hasta elmomento era asqueroso, pero muy efectivo.

Escupitajos de ácido.Se frotó la nuca con la vista clavada en el vaso metálico que acababa de

destruir.—Me siento como una alienígena de una película de ciencia ficción.Xy pher se la comió con los ojos antes de pegarse a su espalda y susurrarle al

oído:—Por suerte, estás mucho más buena.Sonrió al escuchar el cumplido, excitada por sus caricias.—¡Tíoooo! —exclamó Jesse, que entró patinando en la habitación—. Habéis

movido los muebles. ¡Genial!Antes de que Simone pudiera replicar, comenzó a sonar « Should I stay o

should I go» de los Clash.—Jesse…El aludido empezó a mover los brazos como si fuera un pollo.—Vamos, Sim. Son los Clash. Tienes que menear el esqueleto. —La cogió de

la mano y la hizo girar.Simone soltó una carcajada, meneó la cabeza y se unió al baile, ejecutando

unos pasos que solían hacer cuando no había nadie más presente.Gloria soltó un chillido antes de unirse a la fiesta.Xy pher retrocedió un paso para observarlos con el ceño fruncido. Jamás

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había visto nada más raro. Pasaron del baile en línea a hacer el baile del robot, yluego empezaron a bailar algo que parecía un twist… como si estuvierandislocados. Después siguieron con un bailecito country y acabaron con « I wannabe a cowboy» de los Boys don’t cry.

Jesse le apuntó con un dedo y después con otro, fingiendo dispararle mientrascantaba la canción.

—Estáis como cabras —dijo Xypher al tiempo que se rascaba la barbilla.Simone soltó una carcajada.—Vamos, Ted —dijo, llamándolo por el nombre del vaquero de la canción—.

Baila con nosotros.—No he bailado ni una sola vez en toda mi larguísima vida.—Y yo no había escuchado los latidos de otra persona a un metro de distancia

hasta hoy. —Lo cogió del brazo y lo obligó a unirse al grupo—. Baila conmigo,Xypher. Nadie se reirá de ti. En serio, si no nos reímos de Jesse por ser un patomareado, no nos reiremos de ti en la vida.

Se sintió muy ridículo durante diez segundos. Sin embargo, ver que Simone semovía a su ritmo mientras lo miraba con esa expresión tan radiante le hizoolvidar que posiblemente estuviera haciendo el payaso.

La siguiente canción fue la de « Better be good to me» , de Tina Turner.—¡El baile del mono! —gritó Jesse.Xy pher miró sin comprender a Gloria, que estaba tan perdida como él.Simone se colocó a su lado y le enseñó a levantar una mano de forma alterna

al ritmo de la música.—Y ahora mueve el trasero como un mono… Es el baile del mono.Xy pher soltó una carcajada y, por primera vez en su vida, no había amargura

ni desdén en su risa. Fue real, una carcajada ronca y sincera que le sentó demaravilla. ¡Por todos los dioses, se estaba divirtiendo! Se lo estaba pasando engrande.

Nunca había hecho nada semejante.Así que eso era lo que se sentía al pasárselo bien. Con razón a la gente le

gustaba. Divertirse era genial.Los minutos y las canciones se sucedieron mientras ellos se limitaban a

disfrutar juntos, a hacer el tonto. Simone dio unas cuantas vueltas, riéndose acarcajadas, antes de dejarse caer en el sofá.

—Dios, me estoy haciendo vieja. Ya no aguanto más.Jesse y Gloria siguieron bailando, pero Xypher se sentó a su lado.—¿Estás bien?Soltó una carcajada.—Acalorada y sudorosa. ¿Y tú?—Lo mismo. ¿Hacéis esto muy a menudo?Sonrió mientras observaba a Jesse y a Gloria bailar juntos.

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—Una vez a la semana. Pero sin apartar los muebles.Xy pher le quitó un mechón de cabello de la cara, pero en cuanto la tocó supo

que había cometido un terrible error, porque lo asaltó una oleada de deseo.La intensidad de la repentina emoción le arrancó un gruñido mientras se

inclinaba hacia ella para besarla.Simone gimió al saborear a Xypher. Se le desbocó el corazón mientras le

enterraba los dedos en el pelo y disfrutaba del roce de sus oscuros mechones. Laaspereza de su mentón avivó su deseo. Cerró los ojos y se imaginó a ambos en lacama… desnudos.

Nada más imaginarlo, se encontró en la cama con él, completamentedesnuda.

—¡Madre del amor hermoso! —exclamó, apartándose de Xy pher. Estaba unpoco mareada.

Xy pher soltó una carcajada y la miró con picardía.—Me encanta que no sepas controlar tus poderes. Mientras no nos

teletransportes desnudos a un sitio donde haya gente, me parece perfecto.—No puedo creer que hay a hecho algo así —chilló indignada al tiempo que

se tapaba con la sábana.—No tienes que avergonzarte de nada —la tranquilizó él, que se acercó para

darle un mordisquito en los labios.Simone no sabía qué hacer. Una parte de ella quería salir corriendo de allí,

pero otra parte se moría de ganas de hacerlo. Ya habían pasado muchas cosasjuntos. Y, además, Xypher se había colado en su corazón y en su vida comoningún otro hombre lo había hecho nunca.

Le sonrió y le colocó la mano en la áspera mejilla. Esos ojos azules eran tanseductores… La miraban con deseo y pasión, pero sin forzarla. Estaba esperandopara ver si ella lo aceptaba.

Eso echó por tierra su resistencia.Se lanzó a sus brazos y lo besó.Xy pher se estremeció, aliviado por su reacción. Simone lo había aceptado.Incapaz de soportar su asalto, la besó con ferocidad al tiempo que se tumbaba

de espaldas para dejarla sobre él. Siseó al sentir sus pechos contra su torsodesnudo. Al notar sus piernas desnudas contra las suy as.

—Oye, Sim, ¿qué…? —La frase acabó en un chillido, más propio de una niñapequeña que de un adolescente. Jesse se fue tal cual había llegado: atravesando lapared.

—¡La próxima vez, llama a la puerta! —le gritó Xy pher.Jesse dijo algo, pero la música les impidió oírlo.Simone no dejó que el episodio la afectara. Ya hablaría con Jesse después. En

ese preciso instante solo quería estar con Xy pher. Había algo en él que lahipnotizaba.

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—Eres preciosa —susurró él con voz ronca después de hacerla girar paracolocarse sobre ella.

Le mordisqueó los labios antes de enterrarle la cara en el cuello. Desde allíbajó hasta sus pechos, dejando un ardiente reguero de besos a su paso.

Ella arqueó la espalda y lo abrazó con fuerza, encantada al sentir elmovimiento de los músculos de su espalda bajo sus manos. Su boca la estabavolviendo loca. Igual que el olor de su cuerpo, tan masculino y agradable.

Antes de seguir con su descenso, Xy pher la miró a los ojos y después setrasladó hasta su vientre y un poco más allá. Se tomó su tiempo para saborearlamientras acariciaba aquella delicada zona de su cuerpo con la mano derecha.Simone jadeó y se estremeció. Su respuesta arrancó a Xy pher una sonrisa ysiguió acariciándola, encantado al descubrirla tan mojada. La simple idea deposeerla hizo que su cuerpo estallara en llamas. Sin embargo, no quería acelerarlas cosas.

Quería saborearla.Con esa idea en mente le separó las piernas antes de sustituir los dedos por la

lengua.Simone gimió de placer y le enterró la mano en el pelo. Esa lengua estaba

obrando maravillas. No entendía el motivo, pero lo que estaban haciendo iba másallá del sexo. El hecho de estar haciéndolo con él…

Lo necesitaba. Era como si Xy pher la afectara más allá del plano físico. Lellegaba al corazón. Al alma. Y quería que él sintiera lo mismo.

Xypher se apartó de Simone tras acariciarla con la nariz para dejar que suolor lo inundara. Apretó los dientes, apoy ó la cabeza en el abdomen de ella y selimitó a disfrutar de las caricias de sus dedos en el pelo. Era muy dulce con él.Muy tierna. Nunca había imaginado que algún día volvería a tocar a una mujerde esa manera. Ni tampoco que una mujer lo tocara así.

Superaba en mucho a cualquiera de sus sueños. Porque en ese instante, en esacama, podía fingir que pertenecía a otra persona. Que era importante para otrapersona. Resultaba algo pueril, sí. En realidad no eran más que dos desconocidos.Jesse representaba su familia, no él. En cuestión de semanas desaparecería y ellaseguiría con su vida mientras él volvía al infierno.

Sin embargo, en ese instante, estaba con ella en su cama.—¿Me echarás de menos? —Nada más preguntarlo, deseó tragarse sus

palabras.—Claro que te echaré de menos, Xypher. No quiero que te vay as.Esas palabras se le grabaron a fuego en el corazón. ¿Lo decía en serio?

Quería creerla. Sin embargo Satara le había jurado lo mismo.Incluso le había dicho que lo quería.¿Cómo pudo jugar con él de esa manera? Aunque Simone no parecía de esas

que mentían sobre sus sentimientos. Su risa era sincera. Vivía la vida al máximo.

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Tocarla era como tocar el sol. Era cálida, brillante… Era un bálsamo para él.Se colocó sobre ella para mirarla a los ojos. Podría pasarse toda la eternidad

mirándolos. Se frotó contra su cuerpo y la penetró mientras le daba un beso en lapunta de la nariz.

La maravillosa sensación de estar en su interior le arrancó un gemido deplacer. Se mordió el labio y se hundió en ella hasta el fondo sin apartar la vista deesos ojos que lo miraban con ternura.

Y en ese preciso momento descubrió una verdad innegable: había vendido sualma por la razón equivocada.

Debería haberla vendido por el amor de Simone. Por formar parte de sumundo para toda la eternidad…

Era muy injusto que la conociera precisamente cuando su única alternativaera marcharse. Lo recorrió un escalofrío al pensarlo. Unió sus mejillas y se dejóllevar por los jadeos que se le escapaban mientras aumentaba el ritmo de susembestidas.

Simone estrechó a Xypher y dejó que su fuerza la transportara al placer mássublime que existía. ¿Quién iba a imaginarse que un demonio pudiera ser tantierno? Pero así era. La abrazaba como si fuera muy valiosa para él. Como sitemiera que pudiera romperse.

Sin embargo, la única parte de su cuerpo que corría peligro era su corazón.Había perdido a todas las personas que le habían importado en la vida.

Solo Jesse se había quedado siempre a su lado. Y en ese momento iba aperder a Xy pher. No era justo.

Gimió cuando Xypher se hundió tan dentro de ella que le llegó al alma.Levantó las caderas para que la penetrara todavía más, hasta que sintió quellegaba al orgasmo.

Y se corrió con un grito.Xypher soltó una carcajada triunfal y aceleró el ritmo de sus movimientos.

Cuando se corrió, rugió como un animal salvaje sometido por un instante.Simone lo acunó contra su cuerpo en la oscuridad, atenta a su respiración

acelerada junto al oído.—No voy a dejar que te vay as sin pelear por ti, Xypher. Hades no te

recuperará. No se lo permitiré.Esas palabras se le clavaron en el corazón y lograron que diera un respingo.

El hecho de que las hubiera pronunciado significaba muchísimo para él. Aunquesabía por experiencia que no debía hacer mucho caso a las cosas que se decíanen esos momentos tan íntimos. Porque casi siempre eran palabras huecas.

Además, era muy fácil hablar. Lo difícil era actuar. La gente siempre teníabuenas intenciones al principio, pero en cuanto la cosa se torcía o se complicabamás de la cuenta, tiraba la toalla. No había razón para que Simone fueradiferente de todos los demás.

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No merecía la pena luchar por él. A su lado no había futuro que compartir.Aunque era bonito fingir que la creía. Que la creía cuando aseguraba que iba

a luchar por él, que no iba a arrojarlo en brazos de sus enemigos…—¿Xypher?—¿Qué? —repuso al tiempo que se apartaba de ella y se colocaba de costado

en el colchón para abrazarla.—¿Amabas a Satara?—Eso creía, pero me di cuenta demasiado tarde de que no sé qué es el amor.

Al fin y al cabo, es una emoción humana.—Mi padre lo conoció.—Era una excepción, al igual que tu madre.Simone levantó la cabeza para mirarlo.—No crees en el amor, ¿verdad?—Creo que existe, pero no para mí.La oyó suspirar antes de que se volviera a apoy ar contra su pecho.—¿Qué pasó para que odies tanto a Satara?La pregunta le provocó un dolor desgarrador, de modo que guardó silencio y

le enterró la mano en el pelo. Jamás le había contado a nadie lo sucedido, peroallí, en la cama con Simone, la verdad salió a luz antes de que pudiera mordersela lengua.

—Hice un trato con Jaden para aceptar el castigo en su lugar.—¿¡Cómo!?Soltó un suspiro cansado.—La enseñé a entrar en los sueños de las personas y le permití usar mis

poderes para manipularlas.—¿Por qué lo hiciste?—Por el mismo motivo por el que tú bailas con Jesse. Los sueños son el único

lugar donde tengo emociones. Cada vez que Satara se reunía en el plano oníricoconmigo, me sentía como un hombre. Creía que la quería. Y en aquella épocahabría hecho cualquier cosa por verla feliz.

—Pero no la querías, ¿verdad?Simone deslizó los dedos por su pelo y extendió los mechones sobre su torso.

El delicado roce le hizo cosquillas, una sensación que le resultó maravillosa.—No. Y ella tampoco me quería, por mucho que afirmara lo contrario. Me

estaba utilizando, se aprovechaba de mis poderes para atacar a la gente ytorturarla mientras estaba indefensa en sus sueños.

A Simone se le cayó el alma a los pies al escucharlo.—¿De qué estás hablando?—Es la maldición de los skoti. Si frecuentamos en exceso los sueños de una

persona, acabamos agotándola, matándola o volviéndola loca. Satara estabausando mis poderes para asesinar a todo aquel que le caía mal.

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Xy pher inspiró hondo al recordar aquel horrible día. Satara iba vestida derojo, y su larga melena rubia flotaba a su alrededor otorgándole el aspecto de unángel mientras corría hacia él para arrojarse a sus brazos.

—Xypher, ayúdame, por favor… —Las lágrimas brillaban en sus ojos.Nunca antes la había visto llorar.—¿Qué pasa?—Zeus y Hades van a matarme. Tienes que impedirlo.—¿Por qué van a matarte?—Por los sueños que me has enseñado a crear. Dicen… dicen que estaba

haciendo algo malo, pero maté a gente que se lo merecía. Me crees, ¿verdad?—Claro que sí.La sonrisa que le regaló fue su perdición.—Por favor, no me dejes morir. Te quiero. Siempre te querré.¡Por todos los dioses, qué tonto fue!Simone tragó saliva. Tenía un nudo en el estómago. Sabía lo que Xy pher

había hecho.—Invocaste a Jaden.Él asintió con la cabeza.—Le entregué mi alma a cambio de que los otros dioses creyeran que fui y o

quien torturó a los humanos. Satara me había prometido que cuando me mataran,me llevaría semillas del jardín de la Destructora al Tártaro para que me lascomiera.

Frunció el ceño, incapaz de comprender lo que eso significaba.—¿Por qué querías comértelas?—Para que me destruyeran por completo. Para que acabaran con todas las

facetas de mi existencia.Su horrible respuesta le arrancó un jadeo.—¿Por qué?Xy pher le cogió la mano y se la pasó por las cicatrices que le cubrían el

torso.—No quería sufrir durante toda la eternidad por algo que no había hecho.

Estaba dispuesto a morir por ella y quería que me ayudara a no sufrireternamente.

La asaltó una oleada de compasión.—No cumplió su parte del trato.—No. En vez de llevarme semillas se presentó en el Tártaro para reírse de mí

por ser tan imbécil. —Se le pusieron los ojos rojos—. Durante un tiempo inclusolos ay udó a torturarme y yo la miraba con tantas ganas de matarla que casisaboreaba su sangre.

Simone se llevó una mano a la boca, asqueada por todo lo que estabaescuchando.

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—¿Cómo fue capaz de hacer algo así?—Es una zorra desalmada. Así que y a sabes por qué no puedo regresar al

infierno sin llevármela por delante. No soy el único hombre al que ha jodido,pero te juro por los dioses del Olimpo que voy ser el último.

Sí, por fin lo entendía, pero entenderlo no cambiaba el hecho de que no queríaque le hicieran daño. O, peor todavía, que lo mataran.

—Yo jamás te traicionaría de esa manera.La mirada de Xy pher se suavizó, pero en el fondo de sus ojos la duda siguió

presente. Y eso la desgarró.¿Qué podía hacer para ganarse la confianza de un hombre al que habían

traicionado de esa forma tan cruel?Apoyó la cabeza sobre las horribles cicatrices que tenía en el pecho y le

cogió una mano. Conseguiría demostrárselo de alguna manera. Ya no tendría quepelear solo nunca más.

—Satara tiene que pagar por lo que hizo.¿Cómo era capaz una persona de revolverse contra alguien que había dado

tanto por ella? Era la peor de las crueldades.—Lo pagará, puedes estar segura. Aunque tenga que sacarla a rastras de

Kalosis.Simone meneó la cabeza.—Tan optimista como siempre, di que sí.—En fin, podría ser peor.—¿Cómo?—Pues ahora mismo no se me ocurre nada. Pero es un dicho humano que

me pareció apropiado para la situación.Soltó una carcajada, pero la risa desapareció nada más ver el tatuaje que le

cubría el brazo.—¿Qué es esto? —le preguntó al tiempo que lo acariciaba con los dedos.Xy pher cubrió su mano con la suya.—Es un recordatorio de los motivos por los que debo vengarme de Satara y

también de los motivos por los que no puedo renunciar a mi objetivo, aunque mesienta tentado de hacerlo.

Simone le dio un apretón en el brazo, sobre el tatuaje. Qué triste que se lohubiera puesto allí precisamente. Ojalá hubiera alguna manera de borrar esaspalabras y reemplazarlas con algo mucho más tierno.

Stryker se detuvo al ver a su hermana escribiendo en su escritorio.—¿Qué haces?Satara dio un respingo antes de ocultar la hoja de papel debajo de un libro.—Escribiendo una carta.

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—¿A quién?—Es personal. —Se levantó y se acercó a él—. Tengo buenas noticias. Los

gallu han encontrado a la dimme.Enarcó una ceja, interesado.—¿En serio?La vio asentir con la cabeza.—Una dimme podría acabar con la Destructora, ¿no?En teoría…—La necesitamos.—Más concretamente, eres tú quien la necesitas —lo corrigió Satara con una

sonrisa perversa—. Pero tenemos un problemilla.—¿Cuál?—¿Recuerdas que Dioniso estuvo a punto de abrir el portal de Kalosis y

Apolimia mandó a sus demonios carontes para evitarlo?Claro que se acordaba. Apolimia había pillado un rebote impresionante aquel

día.—Los mandó para evitar que Aquerón muriera, pero sí, me acuerdo. ¿Qué

tiene eso que ver?—No murieron todos los carontes. Al parecer, un número considerable

sobrevivió, y ahora están protegiendo a nuestra dimme.Las noticias lo dejaron sin habla.—¿Los carontes están protegiendo a una dimme? ¿Es que se está acabando el

mundo y no me ha llegado la circular o qué? ¿Qué coño ha pasado?—No lo tengo muy claro. Pero… —comenzó e hizo una pausa al tiempo que

le lanzaba una mirada elocuente—, si alguien me dejara a unos cuantos de susspati, es posible que pudiera echarle el guante a la dimme. Después podríamosusarla para solucionar mi problema, o sea, Xy pher, y el tuyo, o sea, laDestructora. ¿Qué te parece?

Parecía una buena idea, pero también resultaba peligrosa. Aunque sus spatiestaban bien adiestrados y eran unos asesinos de primera, lo mismo podía decirsede los demonios carontes. Lo último que quería era diezmar sus propias filas.Claro que merecía la pena sacrificar a los suyos con tal de matar a Apolimia yde hacerse con sus poderes.

—Muy bien, hermanita. Tendrás a tus spati. Pero recuerda que si fracasas, laculpa recaerá sobre ti. Yo no sé nada de tu plan.

—No te preocupes, Stryker. No voy a fracasar. Mañana se habrán acabadotodos nuestros problemas.

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15

Xypher se despertó con una sensación que nunca había experimentado. Estabaen la cama con una mujer. Siguió tendido en silencio y se limitó a disfrutar de sucontacto. Simone lo abrazaba por la cintura, y uno de sus muslos descansabaentre los suyos. El roce de su aliento le hacía cosquillas, y a que tenía la mejillaapoyada sobre su hombro.

Cerró los ojos para saborear su cercanía al máximo. ¿Así se sentían loshumanos? ¿Los hombres se tomaban a la ligera algo tan importante?

¿Cómo se atrevían? La confianza que demostraba el hecho de quedarsedormidos el uno junto al otro, de despertarse sanos y salvos…

Era como estar en la gloria.No, no era ese cúmulo de circunstancias. Era cosa de Simone… Con Simone

se sentía en la gloria.¿Por qué no había nacido humano? En esa época y en esa ciudad para poder

estar con ella. El hecho de no poder hacerlo era aún más cruel que las torturasque había padecido en el Tártaro. Quería colarse en el interior de Simone yquedarse allí para siempre.

Sin embargo, no era su destino. Y por más que soñara, no podría cambiar elhecho de que cuando su tiempo en la Tierra acabara, volvería al infierno, dondesus recuerdos lo torturarían toda la eternidad.

¿Cómo iba a soportar la separación?Con el corazón en un puño, se apartó de ella despacio para no hacerle daño.

Aunque no se despertó, Simone gimió y movió un brazo… dándole un codazo enla nariz.

—¡Ay! —exclamó al tiempo que se frotaba la nariz y parpadeaba paralibrarse de las lágrimas—. Esta me la pagará —murmuró contra su piel.

Apartó las sábanas y contempló el cuerpo desnudo. Sus pechos eran turgentesy generosos, y sus pezones tenían pequeñas arruguitas. Su mirada siguió lagenerosa curva de sus caderas, y se detuvo allí donde sus muslos se separaban losuficiente para que comprobara que seguía húmeda. Era la imagen mástentadora que había visto en su vida.

Sin embargo, ella frunció el ceño y volvió a cubrirse con la sábana antes dedar media vuelta para acurrucarse otra vez.

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Se echó a reír. No podía decirse que fuera muy comunicativa por lasmañanas. Y eso que le había dicho que empezaba el día con determinación. Másbien lo empezaba con un puchero. Encantado con lo que veía, inclinó la cabeza yle dio un mordisquito en el pecho.

Simone se despertó al notar que alguien la estaba lamiendo. La sensación eratan maravillosa que estuvo a punto de derretirse. Al abrir los ojos vio a Xypher,mirándola con una intensidad que le robó el aliento.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con tono juguetón.—Lamiéndote —contestó él antes de meterse un pezón en la boca—. No

puedo estar tan cerca de ti sin tocarte. Además, estás en deuda conmigo por elúltimo golpe que me has dado.

—¿El último golpe?—En la nariz. Me lo has dado mientras dormías.—No.—Sí. Para ser más exactos, me has dado un codazo.Simone le apartó el pelo de los ojos y le acarició la nariz.—¡Ay, Dios mío! Ahora tendré que darte un besito para que no te duela.La miró con expresión maliciosa al escucharla mientras gateaba sobre ella.—Hay otro sitio que también me duele mucho.Ella miró hacia abajo y se percató de su erección.—Sí, te duele mucho porque es muy grande.Xy pher la besó, emocionado por que pudieran bromear sin asomo de

malicia. Le encantaba la novedad.La gente le tenía miedo. Siempre estaba cabreada con él.Nadie se reía con él ni compartía bromas.Y en ese momento comprendió algo asombroso.La amaba.En el fondo de su alma, en un lugar donde nunca había mirado, ese amor

resplandecía con fuerza. Lo abrasaba y se extendía por todo su ser, y lo instaba ahacer cualquier cosa con tal de mantenerla a salvo. El descubrimiento lo animó.

Y lo aterró hasta lo más profundo de su alma.« ¡No!» , gritó para sus adentros con todas sus fuerzas. No quería amar a

nadie. El amor era para los ilusos de mente débil.Se miró el brazo y leyó las palabras que se había tatuado.« Es una herramienta utilizada para manipular y arruinar a cualquiera lo

bastante imbécil para sentirlo. No seas idiota. El amor destruye.»Le había entregado su amor a Satara y ella se lo había tirado a la cara antes

de hacerle pagar su estupidez con creces. Sin embargo, Satara nunca lo habíatratado como Simone. Con ella no hubo risas. No hubo caricias delicadas. Nohubo sonrojos al amanecer ni besos que llegaban al corazón.

Y junto al espanto de descubrir su amor por Simone, llegó la certeza de que

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nunca había amado a Satara. Había ansiado el amor con tantas fuerzas que habíadistorsionado el concepto para adaptarlo a una relación donde no tenía cabida.

En esa ocasión, el amor lo había pillado desprevenido y le había dado de llenoen la frente cuando menos se lo esperaba. Porque todas esas emociones habíansido una sorpresa, no un producto de su deseo por experimentarlas.

Cuando arrojó a Simone a su coche la noche en que la conoció, solo era unpeón para conseguir un fin.

En ese momento era su mundo.Y no había nada que no fuera capaz de hacer por ella. ¿Cómo había podido

pasar algo así? Sin embargo, estaba claro. Él, el engendro del demonio rechazadopor todos, le había entregado su corazón a una misafy humana…

Simone gimió al sentir el cambio en las caricias de Xy pher. La ternura, ladulzura. Aunque también la renuencia.

Sin embargo, no perdió su maestría. Una de sus manos vagó por su cuerpo,haciéndola suspirar de placer.

Le cogió la mano y se la llevó a los labios para besar los nudillos llenos decicatrices. Después se metió el pulgar en la boca y se lo chupó con delicadeza.

Xy pher giró con ella hasta dejarla sobre su cuerpo. Con una sonrisa tierna,Simone se sentó a horcajadas sobre sus caderas y lo miró a los ojos.

Nunca había visto nada tan bonito ni tan acogedor.—Ámame, Simone.—¿Cómo?—Que me hagas el amor.Ella asintió con la cabeza. Había cierta angustia en aquellos ojos azules. Algo

que le dejó claro que ese momento significaba mucho para él, que no solo era unacto físico. Ansiosa por demostrarle que nunca le haría daño, le dio un delicadobeso en los labios mientras lo tomaba en su interior.

Xy pher echó la cabeza hacia atrás cuando Simone comenzó a moversedespacio sobre él. Era una tortura exquisita. Lenta y precisa. Tan intensa que seestremeció, impotente.

Porque con esa mujer, con la inocencia de sus encantos, estaba perdido.La luz del sol se reflejó sobre su cuerpo, haciéndolo brillar. En ese momento

se inclinó sobre él para acariciarle el pecho y el abdomen con el pelo sin dejarde mover las caderas.

Se mordió el labio y se arqueó para hundirse aún más en ella. Necesitabasentirla al máximo.

Simone sonrió, encantada por la belleza del cuerpo de Xy pher. Le pasó unamano por el pecho, disfrutando de sus músculos, de su piel morena. Eraimposible imaginarse una vida sin ver su cara todos los días, como antes deconocerlo. La mataría.

En un abrir y cerrar de ojos se había acostumbrado a que fuera una parte

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permanente de su existencia.No quería que la dejara.Por regla general, cuando alguien se pasaba mucho tiempo a su lado acababa

sacándola de quicio. Le pasaba incluso con Tate. Sin embargo, el caso de Xypherera como el de Jesse. Aunque a veces la ponía de los nervios, seguía teniendocierto encanto, de modo que no le importaba en absoluto.

Xypher la miró con pasión y luego hizo lo mismo que le había hecho ella: sellevó su mano a la boca para mordisqueársela.

« Qué labios más bonitos» , pensó Simone. Se inclinó de nuevo sobre él paralamerle la barbilla, áspera por la barba y muy masculina. Le encantaba laaspereza de su piel.

Xypher la rodeó con sus brazos y alzó las caderas para recibir cada uno desus movimientos.

El calor de su cuerpo y el roce de su piel la llevaron al límite y, mirándolo alos ojos, se dejó llevar por un orgasmo cegador y glorioso.

Xypher soltó una ronca carcajada mientras la observaba correrse, mientrascontemplaba la expresión de puro deleite de su cara. Le encantaba sentirla entrelos brazos y ver cómo fruncía el ceño cuando estaba al borde del clímax. Y leencantaban sus gemidos de satisfacción mientras su cuerpo se estremecía sobreél.

Le enterró la cara en un hombro y jadeó cuando por fin alcanzó su propioorgasmo. Siguió hundido en ella mientras se derramaba en su interior. Cuando sedesplomó sobre él, comenzó a acariciarle la espalda, disfrutando del roce de sualiento en uno de sus pezones.

—Así da gusto empezar el día.—Pues sí —convino él, después de darle un beso en la coronilla.Simone soltó un suspiro de satisfacción y se desperezó como si fuera una

gatita.—Pero no quiero levantarme. Quiero seguir aquí contigo y que me abraces

todo el día… ¿Crees que Jesse querría sustituirme en la facultad?Xypher chasqueó la lengua al escucharla.—Creo que sería muy entretenido ver cómo lo intenta.—Bueno, te pediría el favor a ti, pero creo que eso echaría por tierra el

propósito de quedarme todo el día en la cama. ¿Y si me jubilo antes y vivimos enla calle? ¿Qué te parece?

—Vivir en la calle no funcionaría. No tendríamos intimidad para hacer lo quequiero hacer contigo.

Ella sonrió.—Bien pensado.En ese momento sonó el despertador.El zumbido, muy desagradable, le arrancó un gruñido.

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—Estréllalo contra la pared. —Extendió el brazo para hacerlo, pero elladesvió su descarga.

—No te atrevas. Me encanta mi despertador.Él resopló.—Coges cariño a las cosas más absurdas.Simone se apartó de él y rodó sobre el colchón para apagar el despertador. El

comentario de Xy pher era cierto. Cogía cariño a las cosas más absurdas… y élera, por descontado, lo más absurdo que le había pasado nunca.

Lo vio bostezar cuando regresó a su lado.—¿Seguro que quieres ir a la facultad? Ayer no avanzamos mucho. Todavía

no eres capaz de ocultar tus poderes.—Bueno, algún día tendré que mezclarme con la gente normal. ¿Crees que

hoy me irá peor que ay er?—¿Has aprendido a reconocer las reacciones físicas de tu cuerpo cuando se

produce algún cambio? —le preguntó él a su vez mientras le apartaba el pelo dela cara.

—En el caso de los ojos, noto como una quemazón por detrás.—Entonces no creo que tengas problemas. Cuando lo sientas, sabrás que

tienes que ocultarte tan pronto como puedas. Si te pasa durante una clase, dilesque tienes un virus intestinal y que tienes que ir corriendo al baño.

Ella hizo un mohín al escucharlo.—Eso es muy vulgar.—Bueno, pues ponte gafas de sol y diles que tienes una infección ocular.—Mmm, no es mala idea —repuso ella, que comenzó a mordisquearle el

mentón para sentir su aspereza.—Claro que las gafas no te servirán de mucho cuando te salgan los cuernos, o

las alas, pero…Simone chilló al pensarlo.—¡Eso es mentira!—Pues sí —reconoció él con una sonrisa maliciosa—. Pero ha merecido la

pena solo por ver la cara que has puesto.Entre carcajadas, lo obligó a tenderse de espaldas sobre la cama.—Ahora sí que te vas a enterar. Voy a hacer que te arrepientas.Xypher se tensó, a la espera de su ataque.Sin embargo, en lugar de hacerle daño, Simone empezó a hacerle cosquillas.

Tardó varios segundos en darse cuenta de cuál era su verdadero propósito.Cuando por fin lo entendió, ella estaba haciendo pucheros.

—No tienes cosquillas, vay a rollo. —Se sentó otra vez y cruzó los brazos pordelante del pecho, ocultándolos a su vista para su desgracia.

—Lo siento —se disculpó en un intento por animarla—. Si te hace ilusión,fingiré.

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—No, no pasa nada. Supongo que no se puede tener todo en esta vida. —Sedetuvo un momento en el borde de la cama, antes de ponerse en pie—. Aunque ati te falta muy poquito.

—¿A qué te refieres?—A que eres casi perfecto. Pero no es solo eso, Xy pher. Eres maravilloso así,

tal cual.Fue incapaz de moverse mientras la observaba caminando hacia el baño. Sus

palabras lo habían dejado sin aliento.« Cree que soy maravilloso…»Nadie había pensado eso de él en su vida. Todos lo tachaban de ser un coñazo.

Un borde. Un agresivo.Pero maravilloso…La idea fue como un puñetazo en el estómago.Estaba poniéndose en pie cuando Jesse apareció junto a la puerta con

expresión muy seria.—¿Qué intenciones tienes?—Levantarme, darme una ducha y vestirme.El fantasma entrecerró los ojos.—Eso no. Me refería a mi chica. Os habéis pasado toda la noche aquí

encerrados, fornicando como conejos, y antes de que le rompas el corazón,quiero saber si tus intenciones son buenas. ¿O tendré que llamar a unos cuantosdemonios para que te den una buena paliza?

Ojalá lo intentara, pensó Xypher. Le encantaría que lo hiciera. Pero, aunquele ofendía que el fantasma pensara mal de él, su preocupación era lógica, ya quesolo intentaba proteger a Simone.

—Nunca le haría daño, Jesse. Ni a ti. Pero no puedo quedarme y lo sabes, asíque no hagas que me sienta peor de lo que ya me siento por tener que dejarla.

Jesse frunció el ceño.—En realidad eres un tío decente a pesar de toda la chulería, ¿verdad?—No. Sigo siendo el mismo cabrón capaz de vender el corazón de mi madre

con tal de conseguir que Satara pague por lo que hizo. Nada ha cambiado.—Salvo que te has enamorado de Simone.Se vio obligado a disimular la sorpresa para no revelar sus sentimientos. No

estaba dispuesto a confesárselo a nadie, ni siquiera a Jesse.—No sé de qué estás hablando.Jesse resopló.—Sí que lo sabes. Puedo percibirlo, ¿se te ha olvidado?Aunque le repateaba que fuera así, no podía hacer nada. Así que lo miró con

los ojos entrecerrados y le advirtió:—No te atrevas a decírselo a Simone.—Tranquilo. No me corresponde. Pero yo que tú, se lo diría antes de que

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fuera demasiado tarde.Qué fácil era decirlo…—¿Qué sabrás tú?—Xypher, soy un fantasma. Creía que tenía todo el tiempo del mundo para

dejar claros mis sentimientos a la gente que me rodeaba y para construir mifuturo. Pero, en un abrir y cerrar de ojos, el conductor de un camiónhormigonera dejó de mirar hacia la carretera para cambiar la emisora de radio,embistió mi coche y lo perdí todo. —Aunque apartó la mirada, Xypher alcanzó aver el sufrimiento en sus ojos—. Lo último que recuerdo es la imagen de minovia abrazándome bajo la lluvia que se mezclaba con mi sangre. Me estabadiciendo que me quería y me suplicaba que no muriera. No quería morirme.

Las emociones que intentaba disimular le quebraron la voz, pero no logróocultarlas a sus ojos.

—Quería decirle muchas cosas, pero el golpe me destrozó la tráquea y nopude decirle ni una sola palabra. Hice todo lo que pude por quedarme con ella,pero mi destino no era ese… ni siquiera pude levantar el brazo para tocarla porúltima vez. —Miró de nuevo a Xypher—. Así que sí, sé muy bien por lo que estáspasando. Porque lo he vivido y todavía me duele no haber dicho a Julie ni unasola vez lo mucho que la quería. Me habrían bastado tres segundos. Ojalá Diosme hubiera concedido esos tres segundos. Piénsalo. —Y desapareció.

Se quedó sentado y llegó a la conclusión de que, para ser un adolescente,Jesse tenía más sentido común del que había creído en un principio. Pero elproblema no tenía fácil solución. ¿De qué le serviría decirle a Simone que laamaba si no podía quedarse? Lo único que iba a conseguir era hacerle daño, yeso era lo último que quería.

No. Era mejor guardar su amor en secreto. Encerrarlo en su corazón, dondesolo le haría daño a una persona: a él. Y lo prefería así.

Se levantó para meterse en la ducha con ella.

—Anoche tampoco soñaste, ¿verdad?Xy pher, que estaba afeitándose, se detuvo para mirarla a través del espejo.—¿Cómo lo sabes?—Estaba pensándolo mientras me duchaba. Y se me ha ocurrido una cosa de

repente: ¿soñabas en el Tártaro?—No. Hades me arrebató ese poder con la intención de que no lo usara para

escapar de la tortura.—¿Crees que por eso no sueñas aquí?—Jaden me devolvió los poderes —dijo él mientras enjuagaba la cuchilla—.

No debería tener problemas para soñar.—¿Lo has intentado? —Simone se acercó a él.

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¿Cómo iba a explicarle que el hecho de estar con ella era el mejor sueño quejamás podía tener?

—Pues no, la verdad.—A lo mejor es por eso. A lo mejor tienes que intentarlo.Ojalá fuera tan simple. La ausencia de sus sueños encerraba algo más, pero

no quería pensar en eso.Porque quería estar centrado en ella. Siguió afeitándose después de darle un

beso en la mano.Aunque y a no estaban unidos por los brazaletes, pasó el resto del día con ella

y se dijo que al día siguiente iría en busca de Satara. Solo quería disfrutar de undía más con la mujer que lo hacía reír.

Una mujer que lo creía maravilloso.Después de las clases, Jesse y Gloria aparecieron para acompañarlos a dar

un paseo por el Barrio Francés y cenar en el restaurante Alpine.—¿Siempre has vivido aquí? —le preguntó él mientras caminaban junto a las

tiendas de Royal Street, de vuelta a su apartamento.Simone sonrió.—Sí, salvo la época que pasé en la casa de acogida después de la muerte de

mis padres.—No hablas mucho de tus padres adoptivos.Simone lo cogió del brazo mientras caminaban.—Carole y Dave. Unas personas maravillosas. Querían tener hijos propios,

pero Carole no podía. En un principio, su intención era la de adoptar un bebé,pero al final desistieron y se decidieron por niños de más edad. Yo fui la máspequeña de cuatro.

—¿Tienes hermanos?—En realidad, no. Mis hermanos adoptivos ya se habían ido de casa cuando

yo llegué. Nos enviamos felicitaciones navideñas y eso, pero la verdad es queson unos desconocidos para mí. Lo único que tenemos en común fue nuestraetapa con los O’Leary. Los echo mucho de menos. Cuando estaba triste, Carolesiempre me llevaba a la tienda de Fifi Mahoney para que me probara las pelucasy jugara con el maquillaje. Tenía una sonrisa tan radiante que alegraba acualquiera.

—Como tú.—¿Tú crees? —le preguntó, deteniéndose para mirarlo.—Desde luego.El cumplido le llegó a lo más hondo. Siguieron caminando cogidos del brazo,

bromeando y tomándose el pelo hasta que llegaron al apartamento.—¿Qué les pasó a tus padres adoptivos?Simone respiró hondo para combatir la tristeza que la pregunta le había

provocado.

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—Murieron en un accidente de tráfico durante mi primer año en launiversidad.

—Lo siento.—No pasa nada. Ya hace mucho de eso, pero su muerte me dejó

traumatizada durante varios años. Me dio por pensar que estaba maldita y quesiempre perdía a todos mis seres queridos. —Meneó la cabeza—. Hubo unaépoca en la que incluso me levantaba de madrugada para ver si Jesse seguíaconmigo.

Xypher inspiró hondo. Y él tendría que dejarla…No, no podía decirle que la quería. Sería una crueldad.Simone abrió la puerta del apartamento y se detuvo al ver una figura

apoy ada contra la pared del fondo del pasillo. Corrió para ver quién era y lesorprendió encontrarse con Ky le Peltier. Tenía una horrible herida en el abdomeny sangraba profusamente.

Entre temblores, el muchacho levantó un brazo y agarró a Xypher por lacamisa.

—Los gallu están atacando a Kerryna en su apartamento. Ay údala. ¡Porfavor!

Xypher se enderezó de inmediato.—Llévalo al Santuario.Simone tragó saliva.—¿Y tú qué vas a hacer?—Luchar contra ellos. Jesse, acompáñala y asegúrate de que no le pase nada.

Si me necesita, ven a por a mí sin perder tiempo.

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16

Xypher fue corriendo al apartamento de Kerryna. Desde el exterior era idénticoal de Simone, salvo por el espej ito colgado de la aldaba. Un espejo pensado paraimpedir la entrada a los gallu.

Ojalá sirviera de algo.Llegó a la puerta y cogió el picaporte.Que giró sin problemas.Abrió la puerta, preparado para la lucha, pero se quedó pasmado al encontrar

el apartamento vacío. Entró muy despacio, temiendo una emboscada.Acompañado por un silencio absoluto, fue de habitación en habitación, buscandoa la dimme.

O su cadáver.No oía ningún latido en el apartamento. Pero sí veía indicios de lucha allá

donde mirase. Los muebles estaban destrozados y había libros desperdigados porel suelo. Saltaba a la vista que Kerryna y Ky le se habían defendido con uñas ydientes.

Aunque no entendía qué hacía allí sola sin Xedrix.—¡Joder! —masculló.Deberían habérsela llevado con ellos cuando se fueron del club.Regresó corriendo junto a Simone y la encontró intentando meter a un

inconsciente Ky le en el coche. Cogió al cachorro en brazos y utilizó sus poderespara trasladarlos a todos al Santuario.

Carson se puso en pie con el ceño fruncido al ver a Ky le sangrando.—¿Qué ha pasado?—Lo atacaron. —Xypher lo llevó al quirófano donde Carson lo había operado

el día en que se conocieron.—Gracias por traerlo.—De nada. Ahora, si nos perdonas, tengo que dar malas noticias.Se volvió hacia Simone.—¿A qué te refieres? —preguntó ella.—Creo que se han llevado a Kerryna.Simone se tambaleó hacia atrás. Las noticias la habían dejado blanca.—¿Los gallu? ¿Por qué?

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—Seguro que tienen un plan en mente.—¿Lo sabe Xedrix?Xy pher miró al oso herido.—Creo que no. Creo que Ky le era el encargado de la vigilancia. Tenemos

que ir al club otra vez y contarle a Xedrix lo que ha pasado.En eso tenía toda la razón.—Vale. Volvemos a despegar… Sin náuseas esta vez. Espero.—Agárrate fuerte —dijo Xypher a Jesse—. Tú también. Gloria, agárrate a él

para que sigamos todos juntos.En un abrir y cerrar de ojos Simone se descubrió en el club, que estaba

abarrotado de universitarios y lugareños. Se habían materializado detrás delescenario, justo donde los llevó Xedrix la primera vez.

En el escenario había un grupo tocando dark wave a todo volumen.Xy pher la cogió de la mano y la condujo a la pista de baile. Con todo el

bullicio era imposible distinguir a los carontes de los humanos. La única manerade captar la diferencia pasaba por utilizar sus sentidos demoníacos, que sedisparaban cuando se acercaba a un caronte.

—¿Dónde está Xedrix? —preguntó a un demonio alto y de pelo oscuro, queestaba sirviendo bebidas.

—En la zona de la barra.Xy pher se abrió paso hacia el lugar indicado, delimitado por las luces de neón

y un letrero pintado a mano en el espejo, donde se veía el logo del club: la bocade un vampiro con los colmillos expuestos y tres gotas de sangre que caían de loslabios.

Xedrix estaba sentado en uno de los taburetes con la vista clavada en lamultitud y una copa de absenta en la mano. Se tensó en cuanto los vio.

—¿Qué pasa?Simone decidió ser la portadora de las malas noticias, ya que, tal como había

señalado Xypher, era menos probable que Xedrix le hiciera daño por ser mujer.—Se trata de Kerryna. Hemos encontrado a Ky le Peltier malherido. Nos ha

dicho que los gallu la han capturado.La copa que tenía Xedrix en la mano se hizo añicos y sus ojos adquirieron un

rojo aterrador.—¿Cómo que la han capturado? —Xedrix agarró a un demonio que pasaba

por allí y lo estampó contra la barra. Los humanos que los rodeaban seapresuraron a coger sus bebidas y a marcharse—. ¿Dónde está Kerryna? —preguntó al otro caronte, que se quedó blanco.

—La última vez que la vi no se sentía muy bien. Dijo que se iba al despachode arriba para descansar. Me dijo que no te lo dijera, que no quería preocupartey que volvería antes de que la echaras en falta.

Xedrix estaba tan furioso que empezó a echar humo por la nariz.

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—¿Por qué la dejaste sola?—No se encontraba bien, así que subió con el oso. Yo hice lo que tu katika me

dijo que hiciera.—¿Estaba enferma? —preguntó Xypher con el ceño fruncido.—No está enferma —contestó Xedrix con una expresión feroz—. Está

embarazada de mi simi.Simone se quedó pasmada. La cosa empeoraba por momentos.Xedrix volcó el taburete, pero antes de que pudiera hacer nada, Xy pher lo

cogió del brazo.—Llévame contigo a Kalosis.El caronte lo miró con el ceño fruncido.—¿Estás loco? ¿Sabes lo que te hará Stryker si pones un pie allí?—No me importa.Xedrix ladeó la cabeza, sopesando sus palabras.—¿Tan importante es tu venganza?Xy pher miró a Simone antes de contestar:—Mi venganza ya no tiene importancia. Llévame allí y traeré a Kerryna de

vuelta.El caronte retrocedió un paso.—¿Qué dices?Xy pher guardó silencio un instante mientras decidía hasta dónde podía

explicarse. El quid del asunto no solo era recuperar a Kerryna, sino tambiénproteger a Simone. Porque para él era lo más importante del mundo.

Más incluso que su venganza.—Entiendo por qué no quieres quedarte con Kerryna en Kalosis. Si tú

proteges a Simone, y o sacaré a Kerryna de allí. Te lo juro.El demonio torció el gesto.—Stry ker nunca te lo permitirá. Te matará en cuanto te vea. Los gallu quieren

utilizarla, así que no la entregarán sin luchar.—Stry ker es mitad humano y mitad dios. Sus poderes no pueden compararse

con los míos.Xedrix lo interrumpió con una carcajada desdeñosa.—Y tú eres un semidiós… griego. ¿Sabes lo que te hará Apolimia en cuanto

capte tu olor? Te hará pedazos tan pronto pongas un pie en Kalosis. Yo soy elúnico que podría lograrlo y te juro por todos los dioses que voy a intentarlo contodas mis fuerzas.

Jesse soltó un taco.Simone lo miró y vio que señalaba hacia un lugar situado detrás de Xedrix.

En las sombras, apoy ada contra una pared, estaba Kerryna, y tenía muy malaspecto.

Corrieron hacia ella.

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Xedrix la cogió en brazos y la acunó contra su pecho.—¿Estás bien, me arita?Kerryna jadeó como si tuviera náuseas. Se aferró a Xedrix con los ojos

llenos de lágrimas.—Me han dado aperia.Xedrix se quedó blanco.—¿Qué es eso? —preguntó Simone.Xypher soltó un taco antes de contestarle:—Es un veneno de acción lenta, letal para los demonios.—Me quedan doce horas —señaló Kerry na con voz temblorosa—. Si mato a

Xypher y a la Destructora, Satara me dará el antídoto.Xedrix miró a Xy pher.—Date por muerto, hijo de puta.—¡No! —gritó Kerryna al tiempo que le cogía la barbilla para que la mirase

—. No podemos hacerlo.En el cuello de Xedrix apareció un tic nervioso.—No dejaré que mueras. Me importa una mierda a quién tenga que matar

para salvarte. Lo haré.Simone carraspeó para hacerse con la atención de todos.—¿No podemos conseguir el antídoto?La dimme negó con la cabeza.—Lo tiene Satara, y está protegida por un millar de spati y por los gallu. No

podemos hacer nada. Quiere ver muerto a Xy pher y solo me dará el antídoto acambio de su vida.

Simone se negaba a creerlo.—Tiene que haber otra manera.Xypher la miró y cayó en la cuenta de que conocía a alguien que, además de

estar relacionado con Apolimia y con Satara, le debía un favor.—Se me ha ocurrido una cosa. Dame el móvil.Simone lo obedeció.Una vez que tuvo el teléfono en la mano, marcó el número de Aquerón, que

respondió al primer tono.—Necesito un favor.El atlante soltó una carcajada.—¿En serio?—Pero no de ti. Tengo que hablar con Katra.—¿Por qué? —Fue imposible pasar por alto el tono gélido de su voz.Claro que eso era normal. Katra era su hija, y estaba seguro de que el atlante

haría cualquier cosa para protegerla.No obstante, en ese preciso momento tenían problemas mucho más graves.—Necesito a alguien que pueda entrar en Kalosis, que le dé a Satara en los

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morros y que salve la vida de una inocente… dimme.Aquerón soltó un taco.—Qué poco pides.Xypher apretó los dientes antes de pronunciar las palabras que más podían

llegar a escocerle.—Por favor, Aquerón. No estamos hablando de mí. Se trata de salvar a una

madre y a su hijo nonato. —Ojalá eso ablandara a Aquerón.—¿Dónde estás?—En el Club Vampyre, en la zona comercial. ¿Lo conoces?—No, pero estaré ahí enseguida.Xypher colgó y miró a Xedrix.—Los refuerzos vienen de camino. Confía en mí.Sin soltar a Kerry na, el caronte tiró de la palanca que había en la pared y que

accionaba la alarma de incendios, cuy o ensordecedor sonido se impuso incluso ala música.

Los humanos que había en el club salieron corriendo hacia las puertasmientras que los demonios se congregaron en torno a Xedrix.

—Hemos cerrado por hoy —anunció a su personal—. Ty ris, llama a losbomberos y diles que un cliente borracho tiró de la alarma sin querer. Vamos adesalojar el local.

Mientras esperaban a Aquerón, Xedrix llevó a Kerry na hasta la barra y ladejó en un taburete.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Simone a Xy pher—. Y no me digas queninguno, porque te conozco muy bien.

Antes de contestar Xy pher miró a la dimme.—Estoy harto de ver sufrir a gente inocente. Voy a acabar con esto de una

vez por todas.—¿Y si no puedes?—Lo haré.Simone sintió una alteración en el aire un segundo antes de que Aquerón

apareciera con una rubia altísima, despampanante y embarazadísima. Debía deser la misteriosa Katra.

Los carontes sisearon al verlos, pero después se postraron de rodillas.Aquerón echó un vistazo a su alrededor con una ceja enarcada.—Menuda sorpresa. —Miró a Xypher con el ceño fruncido—. ¿De dónde han

salido los carontes?Xedrix se puso en pie muy despacio y se colocó delante de Aquerón, aunque

sin mirarlo a los ojos.—Akri, perdona nuestro descuido. No te imploro por mi vida, sino por la de

mis hombres. Lo único que han hecho ha sido obedecerme. Es a mí a quiendebes matar, no a ellos.

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Katra se quedó boquiabierta al ver a los demonios carontes.—De modo que estabais aquí. Tenía curiosidad por saber qué os había pasado.

Me alegro de veros, chicos. No sé qué hacéis en un club, pero de todas formasme alegro de veros. —Miró a Aquerón y señaló a Xedrix con la barbilla—.Seguro que te interesa conocer a Xedrix.

—¿Por qué lo dices?—Por dos motivos: el primero, porque es el preferido de tu madre, y el

segundo, porque es el hermano mayor de tu Simi.Aquerón frunció el ceño al escucharla.—¿En serio?Katra asintió con la cabeza.—¿Simi? —preguntó Xedrix, que parecía tan desconcertado como Aquerón.—Xiamara —dijo Katra en voz baja.Las noticias dejaron pasmado al caronte.—¿Mi hermana está viva?Katra le sonrió con cariño y asintió con la cabeza.—Y no puedes hacerte una idea de lo consentida que está.La mirada de Xedrix se suavizó.—Akri, bendito seas por tu bondad y tu piedad. Llevo siglos llorando la

pérdida de mi hermana pequeña.—Pues agárrate —replicó Aquerón con voz seria—, porque Xirena también

vive con nosotros.Kerry na cogió de la mano a Xedrix, que parecía muy contento por las

noticias.—En ese caso, y a puedo morir en paz. Gracias.Aquerón puso los ojos en blanco.—No voy a matarte. Si Simi se enterara de que me lo he planteado siquiera,

me torturaría durante toda la eternidad. Una cosa: ¿cómo es que habéis acabadoen un bar de Nueva Orleans?

Kerry na soltó una carcajada, pero la risa se trocó en un gemido de dolor.—El oso, Ky le Peltier, los encontró después de que huyeran de Kalosis.

Estaban intentando comerse a un turista, pero Ky le impidió que lo mataran y lesexplicó que si querían sobrevivir, tenían que seguir unas cuantas reglas yestablecer un hogar. Les prestó dinero a modo de inversión en el club y luego leenseñó a Xedrix a llevar el negocio. Todavía son socios.

Katra miró a Kerry na con los ojos entrecerrados.—Te recuerdo de Las Vegas. Eres la dimme que escapó.—Y y o me acuerdo de ti, diosa. Recuerdo muy bien que intentaste matarme.—No es mala, Kat —se apresuró a decir Xypher, que se interpuso entre ellas

—. Ha estado escondida, intentando encontrar su lugar en este mundo.Simone también se unió a la causa.

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—Satara la ha envenenado. Y el antídoto está en Kalosis, en su poder. Tútambién esperas un hijo, así que supongo que entenderás por qué no podemosdejarla morir.

Xy pher asintió con la cabeza.—Esperaba que pudieras ayudarnos.Aquerón buscó la mirada de su hija.—Sabes que y o no puedo ir sin provocar el fin del mundo. Tendrás que

hacerlo sola.Katra sonrió.—Lo sé. Volveré enseguida. —Dio unas palmaditas cariñosas a Xedrix en el

hombro—. No te preocupes. Kalosis es el único lugar donde Satara y Stryker nopueden tocarme. Ya sabes lo que les haría mi abuela si llegaran a intentarlo.

El caronte asintió con la cabeza.Xy pher la detuvo antes de que se desvaneciera.—Espera, Kat, quiero acompañarte.Ella lo miró con el ceño fruncido.—¿Estás seguro?Asintió con la cabeza antes de mirar a Simone.—Tengo que hacerlo.—Lo sé —dijo Simone en voz baja—. Solo quiero decirte una cosa antes de

que te vayas.—¿El qué?—Te quiero.Esas palabras lo golpearon con la fuerza de un puñetazo y lo dejaron sin

aliento. Le tomó la cara entre las manos.—Es imposible.—Te lo digo en serio, y será mejor que vuelvas si no quieres que me cabree

de verdad.Xy pher unió sus mejillas y aspiró su maravilloso olor.—Tranquila —le susurró al oído—, volveré para continuar incordiándote.—Por tu bien, espero que lo hagas.Xy pher hizo lo más duro que había hecho en la vida: se apartó de Simone y

se reunió con Kat.—Vamos.Katra le tocó el brazo antes de abrir el portal que llevaba a Kalosis.Xy pher observó la cara de Simone hasta que se desvaneció en la oscuridad.Con el corazón destrozado, parpadeó después de materializarse en lo que

parecía un enorme salón. Había daimons por todas partes, como si estuvieranesperando que sucediera algo.

O que llegara alguien.Kat se volvió hacia la izquierda y, al mirar en la misma dirección, vio un

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trono enorme. Donde estaba sentado Stryker, con Satara a su lado.—No estás muerto —dijo Satara al verlo—. Lástima.Katra se echó a reír al escuchar el comentario.—Ni va a morir, primita. Dame el antídoto.—No puedo —replicó Satara con voz lánguida.—Que sí puedes, tonta —se burló Kat.—No, lo siento. —Satara hizo un puchero—. Tuve un pequeño accidente. No

queda nada.Kat enarcó una ceja con gesto elegante.—¿Te has vuelto loca o qué? ¿Sabes lo que te hará Xedrix cuando se entere de

que no hay antídoto?—¿Xedrix? ¿El caronte? Está muerto.—No, no lo está. —Cruzó los brazos por delante del pecho. El juego

empezaba a hartarla porque sabía perfectamente que Satara estaba mintiendo.Esa zorra sabía que Xedrix estaba vivo—. Es el padre del hijo que espera ladimme. No podrías haber elegido a un enemigo peor. A diferencia de Xy pheraquí presente, Xedrix puede aparecer en cualquier momento cuando le dé lagana, y la Destructora lo apoyará cuando te arranque el corazón. Creo que voy adecirle que vay a afilándose las uñas —concluyó al tiempo que comenzaba adesvanecerse.

—Espera, ¿te refieres a este antídoto? —Satara se sacó un frasquito de cristaldel canalillo—. Acabo de recordar que lo tenía aquí.

—Sí, ya lo veo.Satara le tendió el frasquito a un daimon, que a su vez se lo dio a Katra. En su

interior había un líquido de color rojo chillón.Kat le aseguró a Xypher que era lo que buscaban con un gesto de la cabeza.Aliviado al saber que Kerryna ya estaba a salvo, Xypher se plantó delante

del trono de Stryker.—Ya que estoy aquí, quiero una tregua.Satara parpadeó como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.—¿Cómo dices?—Ya me has oído. He dejado atrás el pasado. Y te quiero fuera de mi vida

para siempre. Se acabaron los demonios y los venenos. Y las gilipolleces. Si medejas tranquilo, y o haré lo mismo contigo.

Satara parecía espantada.—¿En serio?Stryker se inclinó hacia ella.—Yo de ti aceptaría el trato, Satara. Dudo mucho que te ofrezcan uno mejor.—¿Por qué es tan importante para ti? —preguntó Satara, que entrecerró los

ojos con expresión recelosa.Xy pher sabía que no debía contestar con la verdad. Porque eso le haría daño

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a Simone.—Porque sí. No me importa la venganza ni me importas tú. Solo me quedan

dos semanas en la Tierra. Me gustaría disfrutarlas.—¿Y ya está? —preguntó ella.—Y ya está.Satara soltó una carcajada cruel.—¿De verdad quieres que me trague que me vas a dejar tranquila y que

volverás al infierno? ¿Sin tan siquiera pelear? ¿Pelillos a la mar?—Sí.Satara bajó del estrado y se acercó a él con una mueca desdeñosa.—No me he caído de ningún guindo, que lo sepas. No te creo. No tienes

intención de cumplir el trato.Xypher meneó la cabeza al escucharla.—No me conoces en absoluto. Nunca llegaste a conocerme. Quiero que hay a

paz entre nosotros. Y quiero que dejes tranquila a Simone.Satara cruzó los brazos y empezó a tamborilear con los dedos.—Pues suicídate —le dijo con voz gélida y letal.En ese momento fue él quien parpadeó, asombrado.—¿¡Qué!?—Ya me has oído, Xypher. Si quieres paz y estás dispuesto a enterrar el

hacha, hazlo. Suicídate.—¡Satara! —protestó Kat, furiosa.—No te metas, Kat. Sé muy bien cómo jugar a esto. Y sé cómo ganar la

partida. —Se volvió hacia él—. Bueno, ¿qué me dices?Xypher guardó silencio mientras analizaba su propuesta.—¿Cómo sé que no estás mintiendo?—Te juro por el río Estigio que si te suicidas, nunca volveré a acercarme a

Simone. Estará a salvo y protegida de mí y de cualquier demonio o daimon quehay a en Kalosis. Incluso le mandaré una tarjeta por su cumpleaños para que tequedes tranquilo.

Xypher miró a Kat, que se había quedado blanca.« ¡No lo hagas!» , le ordenó una vocecita. Pero si lo pensaba fríamente, tenía

sentido. Iba a morir de todas maneras. ¿Para qué vivir dos semanas más? ¿Paraacumular más recuerdos de Simone con los que torturarse después?

Más tiempo para amarla.Más tiempo para que ella lo amase.No, sería mejor para los dos terminar con todo en ese preciso momento.

Quitarse el esparadrapo de golpe para que la herida empezara a cicatrizar.Con el corazón destrozado, asintió con la cabeza.—Trato hecho.Kat jadeó.

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—No puedes hacerlo, Xypher.—Sí que puedo. Es la única manera de garantizar la seguridad de Simone.Satara se acercó a un daimon para quitarle la espada corta que llevaba al

cinto, caminó hacia Xy pher exudando sensualidad en cada movimiento y colocóla punta de la espada sobre su corazón.

—¿Trato hecho?Él asintió con la cabeza.Satara le atravesó el corazón.—Lo siento, pero no quería que cambiaras de opinión sobre lo de morir.Xypher se tambaleó hacia atrás, resollando por el dolor que lo embargaba.Cayó al suelo.Kat se arrodilló junto a él.—¿Xy pher?—No le digas a Simone lo que he hecho. Déjala que viva en paz… Por favor.

Dile que mi muerte fue rápida.Kat lo abrazó con fuerza, pero Xypher no quería ver su cara. Quería ver la de

Simone por última vez. Sin embargo, la decisión que había tomado garantizaba suprotección. Y eso era lo único que importaba.

Se miró el brazo, donde había escrito su promesa de venganza. Las palabrasse difuminaron mientras intentaba respirar.

Se había acabado…Kat vio cómo los ojos de Xypher se quedaban sin vida al exhalar su último

aliento.Satara sonrió.Al ver la satisfacción en su rostro, Kat la miró con cara de asco.—Eres una cerda egoísta.—Cierra la boca, Kat. Ya tienes lo que has venido a buscar, ahora vete.—Algún día alguien te dará precisamente lo que mereces —le dijo mientras

se enderezaba para ridiculizarla, y a que era mucho más alta que ella—. Estoydeseando verlo.

Y tras decir eso regresó al club.Le entregó el antídoto a Kerryna, que sonrió antes de bebérselo, pero se negó

a mirar a Simone.—¿Dónde está Xypher?La pregunta de la joven le desgarró el corazón. « No quiero hacerlo…»Aunque no le quedaba alternativa. Se volvió hacia ella con el estómago

revuelto. Vio la esperanza en su cara. Saltaba a la vista que estaba esperando queXypher apareciera en cualquier momento.

Tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta yle cogió una mano.

—No lo ha conseguido, cariño. Murió peleando.

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17

Simone se tambaleó hacia atrás. No. Era imposible.—No tiene gracia, Katra. No me gustan estas bromas.—Ojalá fuera una broma, pero no lo es.Se percató del horror y de la compasión que mostraban las caras de la gente

que la rodeaba, y de repente regresó a su infancia.« La pobre lo vio todo. Su madre y su hermano murieron delante de ella. Esa

imagen la torturará de por vida.»Era la misma expresión que tenían todos en ese instante. Todos la miraban

como si fuera un bicho raro. Y, en el fondo, todos se alegraban de que fuese ellaquien sufría. No lo admitirían nunca, por educación, pero no hacía falta que lohicieran.

Jesse extendió un brazo.—Simone, ¿estás bien?¿Cómo iba a estar bien? ¡Xypher estaba muerto!Sintió la quemazón en los ojos que presagiaba el cambio de color. Quería la

sangre de quien lo hubiera matado.—Dime qué ha pasado —exigió saber con voz demoníaca.—Le prometí que no lo haría. Su deseo es que vivas tranquila, que sigas con tu

vida.Que siguiera con su vida… Estaba harta de recoger los pedazos de su vida

para seguir adelante.—¿Se vengó de Satara?Cuando Katra apartó la vista con timidez, lo entendió todo con claridad.—Entonces es eso, ¿no? Prefirió la venganza y la muerte antes que volver

conmigo. Al menos ha muerto contento. Ha conseguido lo que quería.Kat tuvo que morderse la lengua para no contarle la verdad. Sin embargo,

entendía por qué Xypher le había pedido que no lo hiciera. Si Simone descubríaque había dado su vida por ella… Eso la destrozaría.

Igual que le pasaría a ella si muriera su marido. Saber que se habíasacrificado para salvarla aumentaría su dolor y nunca superaría la angustia ni laira.

Simone miró a Xedrix y a Kerryna, que estaban cogidos de la mano.

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Nunca volvería a tocar a Xypher. Inspiró una entrecortada bocanada de airey se volvió hacia Gloria y Jesse.

—Quiero irme a casa.Aquerón se acercó a ella.—Yo te llevaré.—Gracias.Aceptó la mano que él le ofrecía, y en cuanto lo tocó, todos volvieron a su

casa. No. Todos no. Faltaba Xypher.—¿Puedo hacer algo por ti? —preguntó Ash.Ella negó con la cabeza.—Debería llamar para ver cómo está Ky le, o ir en persona al Santuario.—Ya lo hemos hecho. Está bien. Se recuperará pronto. Y no debería quedarle

ninguna secuela salvo un par de cicatrices.—Me alegro. Supongo que eso nos pasará a todos, ¿no? Gracias por traerme a

casa.—De nada. Tienes mi número en tu móvil. Si me necesitas, llámame.—Te lo agradezco.Desapareció en cuanto ella le dio las gracias.Jesse y Gloria estaban un poco apartados, observándola con expresión

preocupada.—Estoy bien, chicos. ¿Por qué no vais a escuchar música o hacéis cualquier

otra cosa?Jesse tragó saliva.—Simone, me estás asustando.Lo mismo le pasaba a ella. Le dolía tanto que ni siquiera podía llorar. Era

como si la hubieran abierto en canal y hubieran dejado solo un vacío dondeestaban su corazón y su alma.

Ansiosa por quedarse a solas, se quitó el abrigo y lo dejó en el suelo decamino a su dormitorio.

La cama seguía revuelta después de la noche y la mañana que habían pasadoen ella.

Desterró ese pensamiento. Si para él había significado tan poco, no iba atorturarse recordándolo. Hirviendo de furia, cogió la almohada para hacer lacama.

Y en ese momento el olor de Xypher la golpeó con fuerza. Se llevó laalmohada al pecho y aspiró el aroma tan masculino.

Eso fue lo que la sacó del entumecimiento. El dolor y la angustia seapoderaron de ella hasta dejarla al borde del grito.

En cambio, se dejó caer de rodillas al suelo hecha un mar de lágrimas.Xy pher se había ido.—¡Eres un cabrón de mierda! ¡Ojalá te pudras en el infierno!

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Aunque la verdad era que no quería que se pudriera en el infierno. La idea deque volviera al Tártaro y siguieran torturándolo…

Le resultaba insoportable.

Xy pher estaba en el centro de una celda que conocía mejor que la palma de sumano. A lo largo de los siglos había contado hasta el último grano de arena delsuelo. Todos ellos empapados con su sangre.

Y ya estaba de vuelta.Las cadenas surgieron del techo y los grilletes se cerraron en torno a sus

muñecas. Dejó que lo levantaran del suelo sin hacer el menor intento por zafarsede ellas, cosa que era la primera vez que sucedía. El peso de su propio cuerporesultaba casi insoportable para sus brazos.

Pero ese dolor no era nada en comparación con el que sentía en el pecho.Simone.« La estoy protegiendo» , se repitió una y otra vez a modo de consuelo.

Prefería sufrir el tormento eterno a que Simone resultara herida.Por ella, merecía la pena.La puerta de su celda se abrió.Al ver que era el dios del inframundo, se preparó para lo que estaba por

llegar. Hades era alto y moreno, e iba vestido de negro. Ladeó la cabeza paraobservarlo.

—Sabía que no durarías ni un mes ahí afuera. No me equivoqué.—No estoy de humor para darle a la lengua, Hades. Empieza con la tortura.—Qué interesante. Es raro que mis prisioneros me supliquen que los torture.

Y pensar que ahora mismo podrías estar en brazos de Simone en vez deencontrarte ahí colgado como un trozo de carne…

—No la metas en esto.—Por desgracia, no me queda más remedio.El miedo le atenazó el corazón.—¿Qué quieres decir?—Xypher, no sabes cuánto te odio. En serio. Debo confesar que torturarte ha

sido uno de mis mayores placeres. Pero, para no perder la costumbre, continúasponiéndome de mala leche.

—Estoy aquí colgado, esperando que me azotes. ¿Se puede saber qué coño hehecho para ponerte de mala leche?

—Tengo que soltarte, cabrón.—¿Cómo? —preguntó con total incredulidad.—El trato que hice con Kat… ¿lo recuerdas? Serías humano durante un mes,

y si al cabo de ese tiempo descubrías tu humanidad, serías libre. Has sacrificadotu vida libremente para salvar a una persona. Y ni siquiera has tardado un mes.

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La madre que te p…Xypher no daba crédito a lo que oía de boca del dios.Los grilletes se abrieron con tal rapidez que cayó al suelo.—Largo de aquí, skoti. No puedo retenerte más.

Simone seguía meciéndose en el centro de su dormitorio cuando sonó su móvil.Miró el número que llamaba y vio que era Tate.

Después de respirar hondo y de carraspear, contestó.—Hay otra víctima de un demonio.—¿Estás seguro?—Segurísimo. Ya conoces los detalles… estamos en la esquina de Rampart

con Esplanade.—No tardo. —Colgó y se secó las lágrimas antes de ir en busca de Jesse a su

dormitorio.Lo encontró en la cama, dándose el lote con Gloria.—Mmm… esto… solo estábamos…—No pasa nada, Jesse. Tate me está esperando y no quería irme sin decírtelo.

Volveré pronto.—¿Estás segura? ¿No necesitas un poco de tiempo?—La vida sigue, ¿no es verdad? —Era lo único que había aprendido en la vida

—. No tengo ningún funeral que planear ni nada por el estilo. Además, mevendrá bien distraerme.

Salió del dormitorio y una vez que estuvo fuera del apartamento, cerró lapuerta y echó a andar hacia su coche.

« Podrías usar tus poderes demoníacos.»Pues sí, podría hacerlo, pero en ese momento no le apetecía pensar en esa

parte de sí misma. Quería recuperar su vida tal como era antes de que Xy pher lacambiara. Aunque, más que nada, quería librarse del dolor que le atravesaba elcorazón.

No tardó mucho en llegar a la escena del crimen. Las luces de los cochespatrulla iluminaban la oscuridad.

Salió del coche y se acercó a Tate, que se encontraba algo apartado de losdemás con la vista clavada en la víctima, que estaba cubierta.

—¿No descansas ningún día?—No cuando la gente muere de esta forma tan extraña. —Miró por encima

del hombro de Simone—. ¿Dónde…?—Se ha ido. Dejémoslo ahí, ¿vale?La expresión de Tate puso de manifiesto lo mucho que le sorprendía la

noticia, pero no hizo ningún comentario.—Una desconocida. Las mismas heridas que Gloria y que nuestro colega que

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sufrió una combustión espontánea por culpa de la acumulación interna de gas.¿Quieres echarle un vistazo de cerca?

—Me apetece tanto como que me claves un destornillador en un ojo. Vamosa ello.

—¡Has vuelto! ¡Y tan graciosa como siempre! Ya te echaba de menos.Simone guardó silencio mientras Tate destapaba el cuerpo para que

examinara a la pobre mujer. Su amigo tenía razón, comprobó al agacharse paraecharle un vistazo de cerca, el olor era inconfundible.

Caifás.El cuerpo de la mujer apestaba al demonio.Cerró los ojos al notar que comenzaban a cambiarle de color y se obligó a

permanecer tranquila. De modo que el hermano de Xypher era el asesino queestaban buscando desde el principio.

Xypher debía de haber reconocido también su olor, ¿por qué se lo habíaocultado?

Se puso en pie muy despacio.—Tate, necesitarás otra combustión espontánea.—Sí… o algo mejor.Simone alzó la vista. La casa junto a la que estaban tenía el alero descolgado.Eso serviría.Alejó a Tate un poco antes de usar sus poderes para que se soltara del todo.El alero cay ó y decapitó el cadáver.—Problema resuelto.Tate la miró con la boca abierta antes de levantar una mano.—No quiero enterarme de lo que acabas de hacer. El informe ya es

complicado de por sí.Simone estaba a punto de hablar cuando la sensación de que alguien la

observaba la invadió de nuevo. Sintió un escalofrío por la maldad que destilabaquienquiera que la estuviera observando.

En esa ocasión, y gracias a sus poderes, supo de quién se trataba.—Ya te las apañarás, Tate.En ese momento regresó el fotógrafo para hacer más fotografías. Mientras

Tate hablaba con él y también con la policía, ella se escabulló en la oscuridad, endirección al lugar desde donde la miraban.

—Caifás —dijo—. Sé que estás ahí.El demonio apareció justo detrás de ella y le olió el pelo.—Hueles a humano y a demonio. ¿Sabes lo provocativa que es la mezcla?—Genial. Exudo feromonas demoníacas. Lo que siempre he soñado.Caifás se echó a reír.—Xy pher no te ha contado nada sobre tu familia, ¿verdad?—No.

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—Tu padre, Palackas, era uno de los asesinos más crueles que han existidonunca. Antes de que lo esclavizaran, y a era conocido por asesinar a pueblosenteros. A mujeres, a niños y a todo aquel que se cruzara en su camino.

—¡Estás mintiendo!—No. ¿Por qué crees que su amo estaba decidido a recuperarlo? Era

demasiado peligroso para liberarlo.Sabía perfectamente que el demonio estaba mintiendo.—Mi padre no era así. Era un buen hombre.Caifás la agarró del pelo y le susurró algo al oído en un idioma que no

entendió.De repente, la imagen de su padre apareció en su mente. Era joven, pero no

era un hombre. Era un demonio. Sus ojos eran rojos como el fuego, y susdientes, afilados y serrados. Estaba asolando una aldea, matando a todo aquel conel que se encontraba.

¿Cómo era posible?—Sabía que Palackas tenía hijos. Pero no estaba seguro de que tú fueras uno

de ellos. Olías a tu madre, no había ni rastro del olor de Palackas en ti.—¿Qué sabrás tú de cómo olía mi madre?—Simone, y o estaba allí. ¿No lo recuerdas?Jadeó al recordar aquella noche. Volvió a verse en el asiento trasero del

coche, con la vista clavada en la ventanilla.Había dos hombres…No, eran tres. Uno de ellos se había agachado para arrancarle a su madre el

colgante que llevaba al cuello. Después se volvió como si hubiera notado sumirada. Y ella, paralizada por el miedo, no pudo moverse. Solo atinó a rezar paraque el reposacabezas la ocultara.

Y en ese momento se oy eron las sirenas de la policía.Los hombres del interior de la tienda huyeron.¡No! ¡Se desvanecieron al instante!La ira se apoderó de ella con rapidez.—¡Cabrón!Caifás soltó una carcajada.—Mi amo me dijo que tenía que parecer un asesinato llevado a cabo por

humanos. Si Palackas quería vivir como tal, que muriera como tal. Y así fue.Maté a su familia porque sabía que no podría vivir sin ella. Un demonio tanpoderoso derrotado con un simple disparo en la cabeza… Pero tú ya lo sabías,¿verdad? Fuiste tú quien lo encontró.

Se abalanzó sobre él con un furioso alarido y le lanzó una de las descargasque Xypher le había enseñado a utilizar.

Caifás la esquivó y se echó a reír.—No pensarás sorprenderme con ese truco de principiante, ¿verdad? —Le

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cruzó la cara con fuerza—. ¿Sabes por qué no se te ha aparecido tu madredespués de muerta? Porque me comí su alma, igual que la de tu hermano. Yahora voy a saborear la tuy a.

—Pues aquí va un aperitivo. —Simone le dio un cabezazo en la boca y lepartió los labios.

Caifás trastabilló hacia atrás. Una vez que dejó que el poder de su padrecorriera por sus venas, le asestó al demonio una patada seguida de un puñetazo enel abdomen tan fuerte que lo levantó del suelo.

La piel de Caifás comenzó a hervir y sus dientes serrados hicieron acto depresencia. Esquivó su siguiente puñetazo y la alcanzó con una patada en elcostado.

Después de agarrarla del cuello, la lanzó al suelo e hizo aparecer una espadade la nada.

Simone echó un vistazo a su alrededor en busca de un arma, de una rama, delo que fuera.

No había nada.—Prueba con esto.Dio un respingo al escuchar aquella voz ronca al oído. Volvió la cabeza y

descubrió a un hombre con un ojo verde y el otro marrón. Un hombre guapísimoque le estaba ofreciendo una espada corta.

La aceptó sin rechistar. En cuanto tocó la empuñadura, una poderosadescarga la recorrió de arriba abajo.

Escuchó un sinfín de susurros en multitud de lenguas.—Simone… —le dijo la voz de su padre.—¿Papá?—Cierra los ojos, pequeña, y deja que te guiemos.Puesto que confiaba ciegamente en su padre, cerró los ojos y, nada más

hacerlo, comenzó a verlo todo con claridad.El demonio que llevaba en su interior era capaz de ver incluso el viento.Caifás atacó, pero ella desvió su estocada. Cuanto más golpeaba su espada,

mejor se defendía ella, mejor luchaba. Y cuanto más lo esquivaba, más seenfadaba su contrincante.

—Vas a pedirme clemencia, igual que la puta de tu madre.Simone apretó los dientes hasta que oy ó la voz de su padre al oído.—La ira es tu enemigo. Sigue adelante, pero no con odio. Sigue adelante con

un objetivo.En cuanto lo hizo, la hoja de su espada atacó sin flaquear. Desvió el arma de

Caifás y al instante atravesó el corazón del demonio con ella.—Esto por mi madre —le dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Y por mi

hermano pequeño, al que privaste de un futuro. Púdrete en el infierno, hijo deputa. —Le arrancó la espada, retorciendo la hoja en el proceso, y Caifás estalló

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en llamas.Sus gritos reverberaron en la oscuridad.De repente, alguien comenzó a aplaudir a su espalda.Cuando se volvió, vio al hombre que le había entregado la espada.—¿Quién eres?—No hagas preguntas cuyas respuestas y a conoces.—Eres Jaden.La saludó inclinando la cabeza con un gesto burlón.Cuando bajó la vista para observar la espada que Jaden le había dado, se dio

cuenta de que era un arma rarísima. Tenía la empuñadura negra con vetasroj izas. A lo largo de la hoja, un tanto curvada, se extendía un grabado de rosas yhojas negras.

—¿Por qué me has dado esto?—Le prometí a tu padre que descansaría en paz. Le dije que ningún demonio

nunca haría daño a su hija. Tal como te dijo Xypher, no puedo matar a nadiepara cumplir un trato, pero sí ofrecer los medios necesarios para conseguir elresultado deseado.

Cuando hizo ademán de devolverle la espada, él la rechazó.—Pertenece a tu linaje demoníaco. Guárdala bien. La espada de un demonio

es su mejor protección contra los enemigos de su propia clase. Con ella, podrásmatar a cualquier demonio que intente hacerte daño a ti o a alguno de los tuyos.

—Gracias.Jaden soltó una carcajada.—No me lo agradezcas. Me he limitado a cumplir mi parte del trato —señaló

mientras comenzaba a desvanecerse.—¡Jaden, espera!Vio que su cuerpo volvía a materializarse.Intentó hablar, pero no le salían las palabras. Quería preguntarle por Xypher,

aunque no era capaz.—Dio su vida por ti —dijo Jaden, impasible.—¿Qué?—Era eso lo que querías saber, ¿no? Xypher dejó que Satara lo matara a

cambio de la promesa de que nunca te molestaría. Renunció a su venganza paraponerte a salvo.

—No, se vengó de ella.Jaden le colocó una mano en el hombro y allí, en su mente, vio a Xypher en

Kalosis. Escuchó la conversación y lo vio morir en brazos de Katra.—¡No! —gritó, incapaz de soportarlo—. Tienes que ay udarlo.—No puedo hacer nada.—Pero lo tuy o es hacer tratos, ¿no? Xypher me dijo que podías hacer

cualquier cosa. Fuera lo que fuese.

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—¿Qué es lo que quieres?—Si liberas a Xypher del Tártaro, te daré mi alma.—¿Estás segura de lo que me estás proponiendo? Una vez que te arrebate el

alma, estarás bajo las órdenes de aquel a quien me apetezca entregársela. Serásun demonio esclavizado, sujeto a los caprichos de su amo. No tendrás voluntadpropia. Ni futuro. Nada.

—No me importa. Xy pher murió por mí. No puedo permitir que lo castiguenpor eso.

—Murió para ponerte a salvo.—Y estaré a salvo aunque sea una esclava. Su sacrificio no será en vano. Por

favor, Jaden. No puedo vivir sabiendo que lo están torturando.—Muy bien —repuso él al tiempo que le ofrecía un puñal—. Ábrete una

vena, hermana.

Xypher se materializó en el dormitorio de Simone, esperando encontrarla allí.Estaba vacío.Cerró los ojos y utilizó sus poderes para averiguar quién había en el

apartamento. Simone no estaba, pero sí localizó a Gloria y a Jesse en eldormitorio del fantasma.

Sin pensar, se teletransportó y los descubrió desnudos en la cama.—¡Por los dioses, me he quedado ciego! —exclamó al tiempo que les daba la

espalda.—¿Es que no sabes llamar a la puerta? —preguntó Jesse indignado, hasta que

cay ó en la cuenta de que Xypher había vuelto—. ¡Dios mío! ¿No estás muerto?—Mucho menos que tú, fantasmilla. ¿Dónde está Simone?—La han llamado por teléfono y ha salido.—¿Adónde?—No lo dijo. Llama a Tate y pregúntale. Su número está en el frigorífico.Fue a la cocina y no tardó en localizar la tarjeta de visita de Tate. Utilizó el

teléfono inalámbrico para llamarlo.—¿Tate? Soy Xy pher. ¿Dónde está Simone?—Me dijo que te habías largado.—Sí, pero he vuelto y estoy intentado localizarla.—Estaba aquí hace un segundo. Su coche está todavía aparcado ahí enfrente,

así que supongo que…Utilizó sus poderes para localizar a Tate y se materializó delante de él antes de

que el forense pudiera decir una sola palabra más.Tate echó un vistazo a su alrededor.—Joder, tienes suerte de que nadie te hay a visto. ¿Sabes lo significa pasar

desapercibido?

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—No tengo tiempo para eso. Necesito encontrar a Simone.—¿Doc? ¿Puedes venir un momento?—Te ayudaré a buscarla en cuanto acabe con esto —le dijo Tate, tras lo cual

se alejó en dirección al agente que lo había llamado.Xypher gruñó al sentir una fisura en el aire.Jaden.Un mal presentimiento se apoderó de él mientras aguzaba sus sentidos para

buscarlo.Al doblar una esquina se quedó de piedra.« ¡No!» , gritó su mente al ver a Simone en el suelo.Aterrado, corrió a su lado y se agachó para abrazarla. Sin embargo, supo la

verdad nada más tocarla.Estaba muerta.Miró a Jaden, furioso.—¿Qué has hecho?—Nada. Ha sido ella.—No me vengas con gilipolleces. ¿¡Qué trato habéis hecho!?—Quería sacarte del Tártaro.—Cabrón de mierda. Ya no estaba en el Tártaro.—Lo sé.—¿Lo sabías y dejaste que hiciera el trato?Jaden se encogió de hombros.—Quería saber hasta dónde era capaz de llegar.La furia y la impotencia se apoderaron de él. Incapaz de pensar, dejó a

Simone en el suelo y se lanzó a por Jaden, que no tuvo problemas en bloquear suataque e inmovilizarlo contra una pared.

—Será mejor que te lo pienses dos veces antes de atacarme, demonio. —Losfuegos del infierno llameaban en sus ojos, cada uno de un color. Mientrashablaba, dejó a la vista sus colmillos—. Si Simone hubiera seguido viva, tendríasque haberla visto envejecer y morir mientras tú vivías eternamente y tu aspectofísico seguía inalterable. ¿Era eso lo que querías?

Parpadeó con incredulidad al escucharlo.—¿Qué?Jaden lo zarandeó antes de soltarlo y se sacó del bolsillo interior de la

chaqueta un frasquito que contenía una sustancia blanquecina.—Ahora no está limitada por su esperanza de vida humana. No envejecerá y

no morirá.—Pero será una esclava.Jaden asintió con la cabeza.—Pues sí —admitió, y guardó silencio para contemplar unos instantes el alma

de Simone antes de ofrecérsela a Xy pher.

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—¿Cuál es el precio?—Los dos estáis en deuda conmigo. Algún día reclamaré el favor que me

debéis. —Le colocó el frasquito a Xypher en la palma de la mano, le cerró elpuño y desapareció.

Xypher era incapaz de respirar mientras observaba el alma de Simone. Noacababa de creerse lo que Jaden había hecho por ellos.

« ¿Por qué?» , se preguntó.Era una actitud que no casaba con nada de lo que sabía del demonio

mediador.« A caballo regalado, no le mires el diente» , se recordó.Tanto él como Jaden tenían muy claro que habría hecho cualquier cosa, lo

que fuera, por liberar a Simone.Con el corazón rebosante de alegría, acercó el frasquito al cuerpo de Simone

y liberó su alma.Ella abrió los ojos y lo miró.—¿Xy pher?—Tu peor pesadilla ha vuelto.

Jaden se detuvo a observar a Xy pher y a Simone, que estaban abrazándose comosi les fuera la vida en ello.

Recordó una época en la que él también había hecho lo mismo.—Hagáis lo que hagáis, no os traicionéis.La banda metálica que llevaba en torno al cuello se calentó y se le clavó en la

piel. Hizo una mueca de dolor mientras volvía junto a su amo. Un vientoabrasador comenzó a azotarlo mientras esperaba de pie.

—¿Qué has hecho?—Mi trabajo.Algo invisible le golpeó la mejilla izquierda, provocándole una herida que le

llegó al hueso. El dolor le arrancó una maldición.—Eres un inútil. ¿Has dejado escapar a la hija de Palackas?—He cumplido un trato que se hizo de buena fe.Otro golpe, esa vez en el pecho, y tan brutal que lo postró de rodillas.—Tu compasión me revuelve el estómago.—Sí, bueno, yo no es que me alegre precisamente de verte. —En ese

momento comprendió que debería haberse guardado su opinión porque acabóestampado contra la pared.

—Algún día te enseñaré a obedecerme, perro.Tragó saliva en cuanto desapareció su ropa. Sabía el castigo que estaba a

punto de recibir y sabía que iba a doler horrores.Sí, Xy pher y Simone tenían una deuda con él que ni siquiera alcanzaban a

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imaginar.

Xypher suspiró al desplomarse sobre Simone, que todavía seguía gimiendo deplacer.

—Me encanta el sexo demoníaco —dijo ella al tiempo que invertía susposiciones en la cama.

—Ya te dije que te iba a gustar.Simone se echó a reír antes de darle un beso que le robó el sentido.—Gracias, Xypher.—¿Por qué?—Por intentar protegerme.—Yo no fui quien vendió su alma a cambio de que me liberaran del infierno.—No, pero diste tu vida para mantenerme a salvo. Creo que estamos en paz.—Te quiero, Simone —le dijo al tiempo que tomaba su cara entre las manos

—. Y te juro por mi vida que nunca vas a dudar de mí.Ella le cogió la mano derecha y se la llevó a los labios para besarle los

nudillos.—No te preocupes. No lo haré.Apoyó la cabeza en su hombro con una sonrisa y lo abrazó. Cerró los ojos al

comprender que Xy pher le había dado mucho más que su amor; le había dadouna familia y le había enseñado cosas sobre sí misma desconocidas hastaentonces.

Por primera vez en su vida tenía un futuro real que la estaba esperando.Y una familia que seguiría a su lado pasara lo que pasase.

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Escena eliminada de Atrapando un sueño[1]

Esta escena la escribí para Atrapando un sueño, pero no acababa deencajar en la versión definitiva. Los seguidores de la saga de los CazadoresOscuros recordarán que en el libro de Talon, El abrazo de la noche, loscarontes escaparon de Kalosis y desaparecieron. Todo el mundo los creíamuertos. Sin embargo, en Atrapando un sueño descubrimos quesobrevivieron. De hecho, un grupo bastante numeroso se ha refugiado enNueva Orleans. Para saciar vuestra curiosidad, volverán a aparecer en lahistoria de Fang y Aimée. Entretanto, aquí tenéis el encuentro entre Simi ysu hermano.

—Akri, ¿por qué vienes a un club tan feo? Simi quiere ir de compras.Ash disimuló la sonrisa mientras conducía a Simi y a Xirena hacia el edificio

situado en la esquina.—Bueno, es que es un club especial.—¿En qué sentido? —preguntó irritada Xirena. Al igual que Simi quería

comprar y comer—. ¿Hay comida?Asintió con la cabeza.—Por descontado. Solo hay que ver el nombre: Club Caronte.Simi se quedó plantada donde estaba.—¿Akri le ha comprado un club a Simi?—No.—¿Y por qué se llama así?—Ya lo verás —respondió él, tirándole de un brazo para que siguiera

caminando.Los demonios lo siguieron hasta la puerta del club, que todavía estaba cerrado

para los clientes. Sobre la puerta había un cartel luminoso de color rosa fosforito.Ash usó sus poderes para abrir la puerta y las instó a entrar. En cuanto lo hizo,

Xirena soltó un chillido ensordecedor.

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—¡Xedrix! —exclamó mientras atravesaba el lugar a la carrera y seabalanzaba sobre su hermano, que acabó de espaldas en el suelo.

Simi frunció el ceño.—¿Ese es el Xedrix de Simi?—Sí, es tu hermano.Simi se mordió el labio, y se acercó a su hermano con recelo. Xedrix estaba

intentando quitarse a Xirena de encima, pero se quedó petrificado cuando la vio aella.

—¿Xiamara? —susurró el caronte. Era imposible que se confundiera, porqueSimi era la viva imagen de su madre, cuyo nombre llevaba.

—¿Rikrik? —preguntó Simi.Xedrix adoptó su forma demoníaca y salió disparado de debajo de Xirena

para abrazar a la hermana que llevaba milenios sin ver.—¡Estás viva!Simi lo abrazó mientras chillaba el nombre por el que lo llamaba cuando era

un bebé:—¡Rikrik! ¡Te he echado mucho de menos!Ash retrocedió con el corazón en la garganta al verla tan feliz. Sabía que su

presencia estaba poniendo nerviosos a los carontes, Xedrix incluido. Puesto quelos dioses atlantes los habían sometido, en teoría él era su dueño, aunque noacababan de fiarse del todo de su renuencia a volver a esclavizarlos.

—Ha sido todo un detalle por tu parte.Se volvió al escuchar a la mujer de Xedrix, Kerryna. Era una mujer muy

guapa, baj ita y delgada. Un demonio Dimme que también se ocultaba de unosenemigos que le harían daño a la menor oportunidad. Él no tenía problemas pararelacionarse con demonios.

Joder, incluso le debía la cordura a uno. Observó a Simi dando gracias por nohaberla mandado a tomar viento fresco cuando su madre se la regaló.

—Simi es mi familia. Si ella es feliz, yo soy feliz.—No paro de decirle a Xedrix que no eres como los otros dioses. Pero

todavía no me cree. Aunque lo hará con el tiempo, lo sé.Ash le sonrió.—Gracias. Mientras tanto, voy a esperar fuera. Si Simi se da cuenta de que

no estoy, dile que no se preocupe, que se tome todo el tiempo que necesite.Kerryna se echó a reír.—Sí, tiempo es lo que nos sobra a todos.—Cierto —reconoció él mirándole el vientre. Estaba esperando un hijo de

Xedrix—. Felicidades.—Gracias.Echó a andar hacia la puerta.—¿Aquerón?

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—¿Qué? —Se volvió para mirarla.—Para responder a tu muda pregunta, sí. Somos muy felices. Lo más bonito

del amor es que no le importa quiénes seamos ni lo que seamos. Espero quealgún día tú también lo encuentres.

Le agradeció las palabras con un gesto de la cabeza antes de marcharse.Ojalá pudiera creerle, pero no se dejaba engañar.

Los finales felices eran para otros, no para él. Para él jamás. Pero lo teníaasumido. Se contentaba con ver la felicidad de los demás. Y en el caso de Simi,estaba contentísimo. Le bastaba con seguir viviendo a través de ella.

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SHERRILYN KENYON (Columbus, Georgia, EUA, 1965). Famosa escritoraestadounidense, autora de la saga Cazadores Oscuros. También escribe novelashistóricas bajo el pseudónimo de Kinley MacGregor.

Es una de las más famosas escritoras dentro del género del RomanceParanormal. Nació en Columbus (Georgia) y vive en las afueras de Nashville(Tennessee). Conoce bien a los hombres: se crió entre ocho hermanos, estácasada y tiene tres hijos varones. Su arma para sobrevivir en minoría en unmundo dominado por los cromosomas « Y» siempre ha sido el sentido delhumor.

Escribió su primera novela con tan sólo siete años y su mochila era la máspesada del colegio, ya que en ella llevaba las carpetas de colores en las queclasificaba todas sus novelas que había empezado… por si acaso tenía un minutolibre para garabatear algunas líneas. Todavía mantiene algo de esa niña escritoraen su interior: es incapaz de dedicarse a una sola novela en exclusiva. Siempretrabaja en diferentes proyectos al mismo tiempo, que publica con su nombre ocon el pseudónimo de Kinley MacGregor.

Con más de 23 millones de copias de sus libros y con impresión en más de 30países, su serie corriente incluye: Cazadores oscuros, La Liga, Señores de Avalon,Agencia MALA (B.A.D) y las Crónicas de Nick. Desde 2004, ha colocado más de50 novelas en la lista del New York Times.

Comenzó a esbozar las primeras líneas de la serie de los Cazadores Oscuros (o

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Dark Hunters) en 1986. En 2002 publicaba « Un amante de ensueño» (FantasyLover), la precuela, que fue elegida una de las diez mejores novelas románticasde aquel año por la asociación Romance Writers of America.

Kenyon no sólo ay udó a promover, sino también a definir la tendencia de lacorriente paranormal romántica que ha cautivado el mundo. Además debemosrecalcar que dos de sus series han sido llevadas a las viñetas. Marvel Comics hapublicado los comics basados en la serie « Señores de Avalon» (Lords of Avalon),la cual guioniza la misma Sherrilyn, y « Chronicles of Nick» es un aclamadomanga.

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Notas

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[1] El siguiente texto apareció posteriormente en el libro Aquerón de esta mismacolección, pero he decidido incluirlo aquí (N. de la E. D.) <<