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INTRODUCCIÓN Los godos son un pueblo oriundo de Suecia y su nombre lo podemos traducir por “los buenos”, lo que nos habla de la alta estima con que se veían a sí mismos. La presión demográfica los lanzó a la migración en tiempos del rey Berig en el siglo IV a.C. Cruzaron el Báltico, asentándose en Germania. Dice la leyenda que para atravesar el Báltico sólo contaban con tres barcazas por lo que la operación se tuvo que repetir numerosas veces. Una de ellas se rezagaba y los remeros de las otras dos la azuzaban con el vocablo “gépidos” 1 . Permanecerían durante siglos en Prusia Oriental guerreando con sus vecinos vándalos. Tiempo después se desplazarían al sudeste, al mar Negro, instalándose en su costa norte (coincidente con el sur de Rusia, llamada en esta época Escitia). Tres tribus se diferenciarían en la región: los ostrogodos (en su lenguaje “espléndidos godos”) al este; los visigodos (“nobles godos”) al oeste; y los gépidos (“perezosos”) al norte. El emperador Aureliano 2 les concedería parte de la provincia de la Dacia (actual Hungría y Rumanía), siendo el rio Danubio la frontera entre los godos y el Imperio. En estas tierras conocerían la escritura y el cristianismo adoptando la fe arriana. El equilibrio se rompió con las invasiones hunas de la segunda mitad del siglo IV. El jefe huno Balamir derrotó a los ostrogodos, sus supervivientes tuvieron que servir en sus ejércitos. Pronto atacaron también a los visigodos a los que vencieron. Huyendo de este avance invasor en el 375 Ochenta mil visigodos se concentraron en la orilla izquierda del Danubio suplicando el permiso para cruzar el rio y entrar como refugiados en las tierras del Imperio 3 . 1 Holgazanes 2 Fue emperador de Roma del 270 a 275. 3 El historiador Eusepio lo describe así: “Agitando los brazos y llorando suplicaban que se hiciera un puente de barcas a fin de permitirles cruzar”.

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Proyecto de escribir un libro sobre los visigodos en España en la epoca de Teudiselo

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INTRODUCCIÓN

Los godos son un pueblo oriundo de Suecia y su nombre lo podemos traducir por “los buenos”, lo que nos habla de la alta estima con que se veían a sí mismos. La presión demográfica los lanzó a la migración en tiempos del rey Berig en el siglo IV a.C. Cruzaron el Báltico, asentándose en Germania. Dice la leyenda que para atravesar el Báltico sólo contaban con tres barcazas por lo que la operación se tuvo que repetir numerosas veces. Una de ellas se rezagaba y los remeros de las otras dos la azuzaban con el vocablo “gépidos”1. Permanecerían durante siglos en Prusia Oriental guerreando con sus vecinos vándalos. Tiempo después se desplazarían al sudeste, al mar Negro, instalándose en su costa norte (coincidente con el sur de Rusia, llamada en esta época Escitia). Tres tribus se diferenciarían en la región: los ostrogodos (en su lenguaje “espléndidos godos”) al este; los visigodos (“nobles godos”) al oeste; y los gépidos (“perezosos”) al norte. El emperador Aureliano2 les concedería parte de la provincia de la Dacia (actual Hungría y Rumanía), siendo el rio Danubio la frontera entre los godos y el Imperio. En estas tierras conocerían la escritura y el cristianismo adoptando la fe arriana.

El equilibrio se rompió con las invasiones hunas de la segunda mitad del siglo IV. El jefe huno Balamir derrotó a los ostrogodos, sus supervivientes tuvieron que servir en sus ejércitos. Pronto atacaron también a los visigodos a los que vencieron. Huyendo de este avance invasor en el 375 Ochenta mil visigodos se concentraron en la orilla izquierda del Danubio suplicando el permiso para cruzar el rio y entrar como refugiados en las tierras del Imperio3. El emperador Valente les consistió el paso con dos condiciones que nunca se cumplieron (entrega de las armas y renunciar a los niños que serían llevados a otras tierras del Imperio), entrando en Tracia, pero los romanos les trataron con crueldad esclavizando a los jóvenes, forzando a las damas y expoliando sus riquezas. Los godos se rebelaron. En la batalla de Adrianópolis Valente sufrió una gran derrota a manos de los visigodos de Frigiterno, perdiendo su vida. Los visigodos nunca más volvieron a ser rechazados por los romanos y ya siempre vivirán dentro de las tierras del Imperio, unas veces como enemigos de Roma y otras como aliados. El nuevo emperador Teodosio les cedió las tierras al sur del Danubio donde se instalaron. A la muerte del rey Frigiterno en el 395 Alarico es elevado sobre los escudos y aclamado jefe de los visigodos. En el 406 las tribus germánicas atravesaron el Rin para ocupar las tierras del Imperio: Suevos y vándalos asolaron la Galia entrando en Hispania en el 409, mientras los visigodos de Alarico se encaminaron hacia Italia saqueando Roma en el 410. El emperador romano regente Honorio se refugió en la

1 Holgazanes

2 Fue emperador de Roma del 270 a 275.

3 El historiador Eusepio lo describe así: “Agitando los brazos y llorando suplicaban que se hiciera un puente de barcas a fin de permitirles cruzar”.

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pantanosa e infranqueable Rávena donde instaló su Corte. Murió ese mismo año de 410 sucediéndole su cuñado Ataúlfo, quien buscó la alianza (estos tratados de colaboración son llamados foedus) con los romanos. Entró en Hispania y derrotó a los vándalos que se exiliaron a África relegando a los suevos al noroeste de la península Ibérica. Roma en pago a los servicios de los visigodos les cedió el sudoeste de la Galia donde se asentó definitivamente este pueblo haciendo de Tolosa la capital de su reino.

El traslado definitivo del pueblo visigodo y su monarquía de la Galia a Hispania tuvo lugar a consecuencia de la batalla de Vouillé (507), en la que los francos católicos derrotaron a los visigodos. Los visigodos centran ahora sus miradas en la Península Ibérica, defendiendo su frontera pirenaica de los francos y la mediterránea de los bizantinos que buscan continuas alianzas justificadas en su fe católica y la lucha contra la herejía arriana. Pronto se identificaría el territorio de la península ibérica con la monarquía visigoda surgiendo así el reino visigodo de Toledo y más tarde el reino visigodo de Hispania que perdurará hasta su pérdida en el 711 ante la invasión árabe.

CAPITULO 1

TEUDIS, REY VISIGODO DE TOLEDO

Corre la primavera del año de Nuestro Señor de 542. Las herejías convulsionan al Imperio de la cristiandad que se debate en una guerra fratricida entre católicos, arrianos4, monofisitas5… Atrás quedaron los tiempos de los tolerantes dioses paganos. A pesar de que durante más de un siglo todavía se datarán las fechas con el “ab Urbe Condita”6, evocación de una época pasada cuando Roma abarcaba el mundo conocido, la capital del viejo Imperio es un fantasma que se recuerda con nostalgia. De sus cimientos están naciendo las incipientes naciones que abrazando el cristianismo 4 En tiempos del emperador Constantino I existía una controversia religiosa en Alejandría, dos eclesiásticos, Arrio y Atanasio (sus seguidores son arrianos y atanasianos, respectivamente) debatían sobre la naturaleza de Jesucristo. Arrio sostenía que sólo hay un Dios y aunque Jesús es el ser más perfecto de toda la creación era inferior a Dios y no gozaba de su esencia. Por el contrario, Atanasio creía que Dios, Jesús y Espíritu Santo (Santísima Trinidad) gozan de la misma naturaleza divina. Jesucristo es a la vez Dios y hombre. Para resolver la cuestión el emperador convocó el 25 de julio de 325 el I Concilio Ecuménico (universal) de la cristiandad en Nicea donde salieron triunfantes las teorías de Atanasio, a éstos se les llamaron católicos. Los arrianos mantuvieron su disidencia durante mucho tiempo cristianizando a las tribus germánicas. La hostilidad entre ambos bandos costó muchas guerras y sufrimiento.

5 Frente al arrianismo que niega la divinidad de Jesús reaccionan algunos eclesiásticos yéndose al otro extremo. Mantienen éstos que la naturaleza de Jesucristo es sólo divina. Por tanto, no tiene nada de hombre, sólo es Dios. A esta doctrina se le llama monofisismo, triunfando en las provincias del sur del Imperio Bizantino (Egipto y Siria). Sirviéndose de esta discrepancia con la ortodoxia católica para reafirmar sus aspiraciones nacionalistas frente al Imperio.

6 Desde la fundación de Roma en el año 753 a.C.

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conformarán Europa. En Hispania, los visigodos han llegado en gran número desde todos los rincones del Reino a la vieja ciudad amurallada de Toletum7 bajo el estandarte del soberano Teudis. La puesta de sol sume la plaza en algo mágico, el tiempo fluye lentamente a la par del rio. Éste se detiene y se retuerce, abrazándola en el meandro del Torno. Y la villa, desde su atalaya, contempla el Tajo en un atisbo de eternidad. Garcillas, martinetes, avetorillos, andarríos, zarceros, torcales… en una explosión de color y sonidos escudriñan los cielos engullendo insectos, recogiendo briznas de farfolla, hebras y torzales para sus nidos, entremezclando sus cantos, murmullos, trinos, gorjeos con estrofas largas y cortas, timbres aflautados y acuosos, titubeos y parloteos... Un lugar y un tiempo para la ensoñación. El Tajo fluye crecido estos días, fruto de las abundantes lluvias de abril, tonos y matices variados en el verde se superponen formando una capa glauca tan densa que impide el paso de la luz al fondo. Toledo se ubica en un emplazamiento prodigioso, dominando un recodo del río, ciñéndose a los montes que se alzan sobre el cauce. El murmullo de las aguas llega a los oídos como un eco lejano, un rumor. El río tiene una voz inconfundible con una acústica que lo envuelve todo.

Toledo es una elección personal de Teudis y se consolidará con el tiempo como la capital de los visigodos hasta el último monarca don Rodrigo. Fortificada por los sucesivos reyes, añadirán construcciones que le proporcionan esa impronta de fortaleza medieval, que trasciende a la historia. Teudis encuentra unas murallas derruidas y abandonadas por el paso del tiempo. Dedica todo su esfuerzo en reconstruir la villa, empezando por sus barreras. Pronto comienzan las obras, manda edificar una torre albarrana y elevar la muralla restaurada a tal altura y espesor que a menudo pensaba el monarca «sólo el hambre la rendirá». La fachada extramuros es de gruesos sillares hasta la clave del primer arco, siendo el resto de aparejo muy al gusto toledano. La puerta de entrada principal, un arco de herradura con las dovelas rebajadas, lo que le proporciona una gran anchura y consistencia. La puerta de Alarcones, también con arco de herradura, luce en su lado derecho un torreón con escalera que da acceso a la muralla, lo que favorece su defensa en caso de ser sitiada. Un bastión inexpugnable o casi...

El coqueto bulevar de chopos y castaños serpentea hasta morir a escasa distancia de la puerta principal. El Tajo a sus pies, imponente muralla insalvable y a la vez fuente de vida, con su llanura aluvial acogiendo las huertas. Un lugar llamado a ser durante doscientos años la capital del reino visigodo de Hispania.

Bajo la atenta mirada de la guardia real, que mantiene a juiciosa distancia al populacho, el rey Teudis goza de la conversación con su amigo Teudiselo. Ajenos al bullicio que les rodea, esta tarde se adentran por los extramuros toledanos. Regresan por el barrio de los judíos, plagado de estrechas calles y encajonadas plazas donde se

7 Toledo

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amontonan los tenderetes, repletos de hortalizas de la vega, alfombras, cacharrería de lo más variopinta, pescado fresco, hierbas y especias… en cada uno de sus muchos rincones surge un judío vociferante ofreciendo su género como si mercara un tesoro a cambio de limosna. Un par de veces se topan con retorcidos callejones sin salida, se dan de narices con los adarves que señalan el confín de la ciudad. El empinado regreso a la Corte, en su parte final, lo jalonan atravesando la Puerta del Cambrón8. Ya están a pocos pasos de la tranquera principal del Palacio Real. Éste se yergue majestuoso tras una pequeña escalinata de cantos adoquinados. La gruesa madera de acacia, revestida de bronce pulido, se custodia por dos engalanados godos que cruzan sus picas, ante la proximidad de cualquier extraño, impidiendo franquear la entrada. Colganderos de los muros un bosque de colorineras banderolas, estandartes y pendones con las enseñas de la nobleza goda. Y en lo más alto el altorrelieve en mármol del estandarte del Rex Gothorum.

Teudis, Rey de los visigodos y el duque Teudiselo, maior9 del reino, gran general del ejército y consejero privado del monarca hablan en tono informal, distendido, muy alejado de la rigidez protocolaria de otras ocasiones. La riqueza y calidad de su indumentaria revela su alta cuna, alejada de los remiendos y toscas lanas de la muchedumbre ruidosa que con indiscreción se retuercen ante la barrera de las milicias reales en escorzos forzados para atisbar entre una compacta masa de cuerpos una imagen de su Soberano y de su general más ilustre. Las elegantes vestimentas que portan realzan el porte distinguido de sus figuras: Cómodas togas escarlatas de algodón, decoradas en un hilvanado de lino con listas horizontales y verticales muy llamativas, contrastando vistosos colores de rojo, azul y amarillo. Una capa de piel curtida cuelga a media espalda. El grueso cingulum10 sujeta firmemente la túnica a la cintura. Los tubrucos11 bien ajustados alrededor de los tobillos cubren sus piernas terminando embutidos en botas de cuero de caña alta. Ambos rondan los 40, lucen una poblada melena castaña, barba y bigote. Son parecidos en sus rasgos, facciones agradables a la vista, incluso atractivos a los ojos de una dama, nariz un tanto aguileña y poblado entrecejo. De estatura media, si bien el general sobresale un par de pulgadas12 por encima de su Rey. Posee Teudis una voz un poco meliflua, mientras que el consejero habla con un tono muy grave, un vozarrón que siempre ha erizado el cabello de sus tropas cuando las arenga. Y son las palabras del duque, que con cierta

8 La Puerta del Cambrón o Puerta de los Judíos es la que da paso al barrio de la Judería toledana.

9 Los maiores (del latín “mayor”) ejercen los principales cargos públicos del reino visigodo a la vez que los sitúa en la cúspide del escalón nobiliario.

10 Un cinturón grueso con hebilla.

11 Una prenda parecida a los actuales pantalones.

12 Dos pulgadas equivalen a 5,08 centímetros.

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ironía rompen un corto silencio: –Majestad ya hemos llegado a la Residencia de Hércules13.

El Palacio Real, sede de los monarcas godos toledanos, lo ordena construir el rey Teudis en una elevación rocosa, donde la leyenda dice que el héroe griego Hércules tuvo su residencia. Se alza majestuoso sobre una gruta llena de misterios y parajes desconocidos. Esta caverna es conocida con el nombre de la Cueva de Hércules, que los romanos la usaron como aljibe de agua y ahora se encuentra en desuso. Un espacio enorme, con multitud de pasadizos y galerías infranqueables, un laberinto. El escondrijo ideal para el tesoro real. Una gruesa puerta de roble con refuerzos de hierro es la guardiana de la amplia cámara donde se almacenan ingentes objetos de oro y plata.

Morigerado detrás de la pared rocosa, impalpable a los sentidos, hay un saliente apenas perceptible. Teudis, se adelanta unos pasos al duque, e introduce una pequeña llave dorada en una oquedad del saliente y gira la misma despacio, primero a la izquierda y después a la derecha… Un chasquido y de la nada, el suelo de piedra granítica se descorre lentamente. Un pórtico a otra estancia, a unos pies por debajo. Una docena de escalones pétreos es el acceso a una pequeña estancia donde se ubica una tabla redonda de madera. La antorcha de Teudiselo lanza brillantes haces luminosos, que refulgen como soles en la chapa de oro que recubre la madera. Las piedras preciosas incrustadas, disputan con la centena de patas áureas, del grosor de alambres, que sustentan la base, por ver quien resplandece más. El refulgir de mil soles se expande como el Universo por la eternidad de una estancia que es atemporal. La conocen con el nombre de la Mesa del Rey Salomón, a la que la leyenda de los godos atribuye poderes mágicos.

CAPÍTULO 2

ADAM Y RAZIEL

El mundo es frondoso, verde, exuberante. Lleno de vida. Pastos de brotes verdes se suceden uno tras otro, perdiéndose en la inmensidad del horizonte. Árboles cargados de manjares jalonan el edén, ofreciéndose al hombre como maná. Cada fruto que se arranca de sus ramas, brota, en ese mismo momento, uno nuevo en su lugar. Mil años lleva la tribu de Adam en el vergel. Cada vez son más, ya que la muerte todavía no conoce la carne. Pero el edén es tan vasto que por mucha distancia que sus pies corran se alcanzan sus lindes. Y los días se suceden, uno tras otro, sin hacer mella ni desgaste en los cuerpos. Todo es armonía, placentera, juegos, escarceos amorosos en cuerpos siempre jóvenes y lozanos. No conocen el

13 Cuenta la leyenda que cuando Hércules llegó a Toledo enterró un gran tesoro y sobre él edificó un Palacio bellísimo de mármol blanco. En la misma ubicación y sobre el tesoro escondido y protegido por una maldición los visigodos construirán su Palacio Real.

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hambre, la guerra, la muerte. Pero algo sí turba sus días: la curiosidad. Todos los días se pregunta algo Adam, quiere saber, su sed de conocimiento nunca se apaga…

Los animales, mansos todos, saludan al paso de los hombres. No hace frío, tampoco calor, una eterna brisa hace muy placenteras las tardes, invitando a la tertulia de los hombres. A la orilla de un meandro del Pisón conversan un arcángel y Adam, el Primero.

Raziel tiene el cabello rubio, muy lacio, todo en él es albino, contrasta intensamente con el color cetrino de Adam, que luce una larga melena ébano, con rizos que caen ondulados sobre sus hombros. Las alas de Raziel se agitan, parsimoniosamente, a intervalos regulares, lo hacen como espasmos nerviosos, pues está muy intranquilo por el derrotero de las preguntas de Adam:

–¿Háblame cómo es el Hacedor?

–Sabes, Primero, que este conocimiento lo tienes vedado. Elhoim os ha creado para ser felices, inmortales y sólo tenéis que cumplir una condición: vivid, y no queráis conocer aquello que os está prohibido. Gozad de vuestra dicha y abandonad los malos pensamientos, sólo te traerán desgracia.

–Aunque parezca libre en cuerpo, la curiosidad encadena mi alma. Sujeta mi lengua y mi mano con tus consejos. Como mi amigo, cuando me veas flaquear, insúflame tu verbo, que me lleve de nuevo a la senda de la obediencia. Aunque te digo que en mi naturaleza está la rebeldía, porqué, si no, me atormenta está inclinación a transgredir aquello que me está prohibido.

–En tu naturaleza está la libertad. Y ese albedrío es el que te permite elegir, obrar en el camino del bien o desafiar las leyes celestiales. Pero debes saber que todo acto tiene sus consecuencias.

–¿Y tú nunca dudas? ¿No has deseado ir más allá de tus límites?

–Soy un arcángel, el ángel más cercano a la tierra. Esto hace que sea más parecido a ti que a mis hermanos superiores de la luz. Tengo pensamientos como los que tú tienes. Por eso tu especie y la mía estarán unidas hasta el fin de los tiempos. Llevamos el estigma del libre albedrio, y eso nos hace pasionales, cada día de nuestra existencia rememoramos la lucha eterna entre el bien y el mal. Te comprendo Adam y por eso te siento como mi hermano.

Al decir estas palabras, la mano de Raziel se apoya con suavidad sobre el pecho de Adam, a la altura del corazón.

¿Y cómo es el lugar donde ahora habitas?

En el rostro barbilampiño del ángel parece esbozarse una pequeña muesca a modo de sonrisa.

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–Te lo he contado mil veces, pero como veo que no te cansas de escuchar lo mismo una y otra vez, te lo repetiré otra vez más: La bóveda celestial está plagada de seres de la luz, y aunque como arcángel mi posición es la más alejada. Elhoim me ha elegido para ser su escriba. No merezco ese honor, aunque no osaría poner en tela de juicio la decisión de mi Dios. Siento que a veces requiere mi presencia y vuelo junto a Él. Los serafines llenan el cielo de melodía con cánticos y trompetas, y es como una ensoñación. Nunca había llegado tan alto. Me llega, entre la música, pensamientos del Hacedor y los grabo en un libro. Son secretos deshilvanados, como un mosaico, que encaja poco a poco, revelando el sentido de todo lo que existe, como un Plan para todo el Universo.

–¿Qué es un libro? ¿Acaso las palabras se pueden plasmar en la piedra y no ser arrastradas por el viento?

–Así es. Te voy a enseñar a escribir, a grabar las palabras en la tierra para que sean tan eternas como nosotros.

Y Adam aprendía deprisa. Con un palo sobre el barro fresco plasmaba en escritura cuneiforme todas las ideas que le venían a la cabeza. Raziel está muy orgulloso de esta criatura tan parecida a él. Lo quiere de verdad y se pregunta a menudo cómo es posible sentir tanto amor.

CAPÍTULO 3

LUCIFER Y EL HOMBRE