Libros: César Aira, una mente que improvisa

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    AMÉRICA

    Libros: César Aira, una mente que improvisa L a m a       d r i n a d e l p u n k P a t t i S m i t h r e s e ñ a l a c o l e c c i ó n p u b l i c a d a e n i n g l é s d e l    

    a r g e n t i n o C é s a r A i r a      

    MARCH 26, 2015

     América

    Por PATTI SMITH

    En una cafetería llena, una niña corretea entre las mesas mientras los clientes le

    regalan objetos que hacen con servilletas de papel para mantenerla divertida.

    Todos los diseños son muy creativos y detallados a un grado imposible: un avión,

    un ramo de flores, un diorama, un canguro al que se le mueve la cola, el museo

    Guggenheim de Bilbao, un payaso de “un papel que se rompía con sólo mirarlo”.

    Cada fantasía se desbarata en sus pequeñas manos inquietas; la deja a un lado

    para recibir la siguiente. El aura creativa que envuelve a los clientes sirve de fondoa la agitación con que la niña vive el momento, que sin parar se convierte en otro

    momento.

    Esta historia, “En el café”, es una de las primeras de la nueva colección

    publicada en inglés del escritor argentino César Aira titulada “El cerebro musical”

    (“The Musical Brain”) y es un divertido ejemplo de la conexión de Aira con la

    forma en que opera un inocente. Él se aventura en el café que ha elegido y plasma

    sus observaciones en papel, para desechar con rapidez la página manuscrita. Es, al

    mismo tiempo, el comensal que elabora las complicadas piezas y la pequeña que va

     y viene en la corriente de lo que llama el presente perpetuo. “La absorción

    inmediata de la realidad, que buscan en vano místicos y poetas, es la actividad

    cotidiana del niño”, escribe Aira en el primer cuento, y es una habilidad que él

    mismo posee. “Puedo seguir inventando sin parar”, ha dicho, aceptando lo

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    incomprensible con tal deleite, que lo incomprensible comienza a comprenderse a

    sí mismo.

    El ojo cubista de Aira ve desde todos los ángulos. Estos cuentos presentan una

    continua confrontación del clásico problema matemático del plegado de papel, que

    sostiene que una hoja de papel puede doblarse a la mitad sólo nueve veces. Librede los límites que involucra esta secuencia de plegado, Aira considera otra

    posibilidad algebraica. En “Picasso”, un cuento al estilo de O. Henry, no sólo

    retrata una pintura del mismo Picasso y el lugar que ocupa en la historia del arte,

    sino que también ofrece, con percepción majestuosa, la descripción de un cuadro

    imaginario: “la reina, hecha de la intersección de tantos planos que parecía sacada

    de una baraja doblada cien veces, refutando la probada verdad de que un papel no

    puede plegarse sobre sí mismo más de nueve veces”.Los cuentos de “El cerebro musical” – la mayoría aparecen en su colección en

    español titulada “Relatos Reunidos” – despliegan la narración continua de la mente

    improvisadora de Aira. Sus personajes, ya sean rufianes de tiras cómicas, monos,

    partículas subatómicas o una versión de su propia infancia, se mueven en un

    paisaje cambiante de situaciones inestables que trastornan nuestra existencia

    temporal y la hacen fantasmagórica, sin dejar de parecer cotidianas conforme se

    desarrolla la trama. Su enfoque natural que acepta incluso los episodios más

    extravagantes, suspende la incredulidad y promueve el sentido propio de

    desplazamiento, de liberación de la banalidad.

     Aira ha aplicado esta manipulación de lo ordinario hacia lo extraordinario en

    por lo menos 80 libros de pocas páginas, de los cuales sólo unos cuantos se han

    traducido. Lo conocí a través de Roberto Bolaño, uno de sus principales

    partidarios, y me sedujo rápidamente con tres novelas en particular: “Un episodio

    en la vida del pintor viajero”, “La villa” y “La costurera y el viento”, que se

    desarrolla en Coronel Pringles, Argentina, de donde Aira es originario. No esninguna sorpresa que venga de un lugar que se llama Pringles, donde se escucha

    música rara y nunca pasa nada, aunque pasa todo.

    La primera línea de esta colección nos lleva al maravilloso mundo fracturado

    de Aira: “De chico, en Pringles, yo iba mucho al cine”. Así entramos a un cine con

     varias pantallas que proyectan otras pantallas que tuercen el tiempo, desentrañan

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    recuerdos geométricos y exponen los juegos secretos de la niñez.

    La forma en la que Aira crea tensión es única; logra llevar la situación más

     banal a tal punto que ocasiona una estampida humana. En “El cerebro musical”,

    que también transcurre en Pringles, una caminata casual después de una cena en

    familia da un giro inesperado que nos lleva a un extraño mundo paralelo.Encontramos un circo Fellinesco, donde aparecen muertos dos enanos en trajes

    negros idénticos, una bibliotecaria vieja con un peinado alto y el rostro polveado en

    rosa, y una criatura asesina a la que le crecen alas y pone huevos. Y no hay que

    olvidar el cerebro musical, que emite sonidos intermitentes para unos cuantos,

    como señales de una estrella que agoniza.

    En “El té de Dios”, una partícula subatómica se escabulle por accidente en un

    suntuoso ritual de cumpleaños al que asisten monos frenéticos. Esto causa undesequilibrio involuntario en el universo, intensifica la conducta frenética de los

    monos y lleva al mismo Dios a un estado de agitación momentánea. El cambio

    infinitesimal ocasiona un nuevo nivel de caos, como si un niño hubiera alterado un

    factor en la ecuación de un físico. Aquí y en todas partes, Aira es al mismo tiempo

    el físico y el niño, el ser audaz que emerge y que tiene el poder necesario para

    disipar.

    En el trabajo de Aria fluyen la belleza y una verdad oscura. Hay cuentos

    políticos, como el escalofriante “Actos de caridad”, que sirve de metáfora de las

    instituciones religiosas adineradas: a través del tiempo, varios sacerdotes utilizan

    fondos destinados a los pobres para construir y mantener un supuesto

    monumento a la caridad y sus lujosos jardines, anteponiendo la grandeza estética a

    las necesidades de su rebaño. También hay cuentos sobre el proceso artístico: por

    ejemplo, el triste y elocuente “Cecil Taylor” da voz al verismo persistente de ese

    gran innovador del jazz, yuxtapuesto con la sublimidad de sus fallas al tratar de

    comunicar un idioma que todavía no tenía notas. Taylor, el pianista hiperarmónicocuya preocupación Aira logra comprender, intentó plegar el teclado más de nueve

     veces.

    Conocí a Aira en una conferencia de escritores en Dinamarca. Me emocionó

    tanto que estuviera ahí que me aproximé a él como atraída por un imán; pero

    cuando lo tuve frente a mí sólo pude decir — como canalización de mi Chris Farley 

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    interno — que era increíble. Después le dije que “Un episodio en la vida del pintor

     viajero” era una obra maestra. Pareció sorprendido, si no perplejo, e insistió en

    que no era más que una historia menor. Estábamos a punto de caer en una

    discusión tremendamente pasiva, cuando comenzó a llover. Pero es verdad,

    “Pintor viajero” es una obra maestra. ¿Qué va a saber Aira? No es más que elescritor.

    Por lo regular no leo cuentos. Casi siempre me hacen sentir triste porque los

    personajes aparecen y desaparecen con gran rapidez y es probable que nunca más

    los veamos. Pero los cuentos de Aira parecen esquirlas de un universo

    interconectado que está en constante expansión. Llena el frenesí del vacío con

     visiones multitudinarias, como pinturas indias de dioses que vomitan dioses.

    Divaga con una lucidez poderosa. En ocasiones tuve que acelerar y desacelerar almismo tiempo para mantener su ritmo, pero una vez que lo logré, me pareció que

    sus pensamientos eran como piedritas saltando por la página, que expresaban algo

    que yo misma había pensado y no había podido poner en palabras. En este sentido,

    Chris Andrews es el traductor perfecto para él, pues refleja sin problema alguno,

    salto a salto, la sensibilidad caleidoscópica de Aira; forman una pareja simbiótica.

    César Aira alguna vez expresó que le agradaba la Pequeña Lulú, el personaje

    de las tiras cómicas, lo cual me parece totalmente lógico. Lulú era la Sherezada de

    las tiras cómicas, tejía historias para sus pequeños amigos que se sentaban

    absortos a sus pies. ¡Ave César! Me impresiona la cantidad de hilo que devana

    para contar sus propios cuentos, desde la fábula política hasta la más complicada

     broma de doble sentido enriquecida con filosofía.

    La autobiografía de Patti Smith, “Éramos unos niños”, fue distinguida con el

    National Book Award en 2010.

    A version of this review appears in print on March 15, 2015, on page BR10 of the Sunday Book

    Review with the headline: An Improvisational Mind.

    © 2015 The New York Times Company

    http://www.nytimes.com/content/help/rights/copyright/copyright-notice.html