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Lima a tientas

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Lima a tientas es la nueva novela de Ríchar Primo, publicada a finales de 2013.

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Jugando a que sí se puede

Segundo lugar en el concurso de cuento “Las mil palabras”. Revista Caretas.

Listo carajo, ya salió la orden, todo el pelotón a romper la madre, lo ordena el Mayor: golpe a todos los revoltosos, sin contemplaciones. ¿Y Liliana? Habrá que romperle la boca por haber dicho que no me quería, esta noche, ape-nas la vea. Suenan las sirenas y entonces los escudos en alto. El sargento Carrasco dispara dos lacrimógenas y el Mayor dice que dos más, a la mierda esas de la otra es-quina. Los curiosos se dispersan porque si no empiezan a llorar. Liliana, ¿pero cómo pudiste hablarme de esa mane-ra? Un aire caliente recircula por toda la avenida y se oyen los gritos del Mayor que se está arrancando los bigotitos uno por uno, está enojado: cabrones. Seguro que Liliana siempre sospechó, cojuda, y usted: cojudo Santillana, en qué mierda piensa, entre a la candela y traiga detenidos. Te amo, Liliana.

Un grupo de policías se disloca a la carrera tratan-do de cercarlos, pero los revoltosos son rápidos: carajo, ya

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tu lenguaje indiferente a la lucha del pueblo, carajo, Lilia-na. ¿Y de dónde mierda entonces salí yo? Sucio policía, sucia la vida, Liliana, y también enredada, confusa, como un círculo que da vueltas y vueltas hasta que nos arroja muy lejos, y solo entonces, solo allí, sabrás que el círculo seguirá dando vueltas jodidas, igual, Liliana no te quiere, Santillana.

Los revoltosos se han reorganizado y avanzan en grupos inquietos. Están repletos de piedras, piedras hasta en la boca, Santillana. El Mayor ya casi no tiene bigoti-tos, qué jodidos, Carrasco, tenemos cuatro guardias con las costillas rotas y una tanqueta malograda y el Mayor; quiero detenidos, muchos detenidos, y ellos: por eso siem-pre de a dos muchachos, sin miedo a la represión, con un pañuelo mojado en la cara, dispersándose rápidamente, y cuidado con la muñequita rabiosa, miren que si la detie-nen la pasan por las armas, hasta el Mayor se matricula.

Los ojos pican y arden, la garganta pica, todo pica por el gas y la tarde se va descolgando como clandestina y temerosa. Entonces todos atacan como en las películas, ustedes los malos, nosotros los buenos y luego al revés. El círculo constante Liliana, el juego en serio, ¿me entien-des?, y tú y yo en dos puntos lejanos girando y girando, yo soy un sucio policía, pero júrame que lo tuyo no tiene un fango reseco en el borde de cada palabra, Liliana bonita, uno hace lo que puede para sobrevivir y eso cuéntaselo a cualquier imbécil de esos que te interrumpen la vida, como a mí. No fuerces muñeca, quédate quieta, pegadita a la pared, olvídate de mi uniforme y yo me olvido de tus odios confusos, bonita Liliana, no te vayas, mira que te

han ganado la otra calle y, parapetados detrás del gentío confuso y asustado: tírenles piedras muchachos, son la represión, cuiden a las mujeres, siempre de a dos y si los cogen, pico de cera, y cuidado con ella, la del pelo largo y los pantalones finos, la más rabiosa, la más riquita, la que dice que ha descubierto su destino con los pobres de su pueblo, si no la sacan va a caer

La plaza se ha jodido, la turbamulta se encabrita con el humo picante, quién es quién, que vaina. Los autos han sido desviados unas cuadras antes, el cordón policial se está cerrando sudorosamente, se rompen pancartas y banderolas, y hay rabia y miedo y también Liliana con sus besos alocados en la boca, en el cuello, y sus manos como papel crepé, cariñosa, Liliana, y luego, carajo, tus ojos in-dignados, tus dientes de gata, agrediéndome, odiándome: tú eres un sucio policía. Carajo Santillana, más vivo, estos son duros, habrá que romper costillas y, claro, hay que te-ner cuidado con los periodistas que siempre están jodien-do. ¡Qué ladillas, Santillana! ¡Zas! Fotos cuando le sacas el ancho a un pendejo y ojito cerrado cuando los pendejos te abollan en mancha. Hay que ver cómo son las cosas de falsas, Liliana, primero como que me amas y hasta haces el amor conmigo, y yo, seguro de que ya eres mi mujer y punto. Tú no me haces preguntas sobre mi vida y yo tam-poco sobre la tuya, tiempos modernos, Liliana. Yo te callo lo de policía porque no lo supongo tan grave y sin embar-go tú, ya con los ojos rabiosos: policía de mierda, defen-sor de burgueses. Liliana, no hay derecho ¿Acaso no hay cosas más importantes entre los dos? Pero tú: bastardo, no puede haber nada entre tú y yo. ¿Y nuestra noche en el hotelito con ducha caliente y todo? Y ahora comprendo

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Tiempos difíciles

La luz del amanecer aún era tenue y el alumbrado ama-rillento de los faroles todavía teñía de soledad la geome-tría de las calles. Una fría neblina vagabundeaba por la ciudad. Todo parecía extrañamente quieto. Javier Santa Cruz caminaba a esa hora por la avenida Alfonso Ugarte todavía aletargado por el sueño: los párpados pesados y una sensación de lasitud en el cuerpo.

Avanzaba rápido porque tenía que estar entre los primeros de la cola. El reparto comenzaría como a las siete y, si todo iba bien, podría dejar la bolsa con los comesti-bles en la casa, quemarse la boca con el café —por fin con mucha azúcar— y quizás llegar puntual al taller. Entonces ya no tendría que escuchar los regaños de don Andrés. Claro, si todo iba bien esa mañana —pensó— porque des-de que tenía memoria muy pocas cosas salían bien en su vida y también en la vida de casi todos los que conocía.

Cruzó por fin la avenida Alfonso Ugarte a la altura

hago escándalo. ¿Acaso tu piel suavecita y desnuda bajo mi cuerpo no valió nada? Te voy a seguir hasta que me escuches. ¿Tampoco el taquito roto, la fiesta, el hipo, mis días de franco, tu deseo? Ven Liliana, hay tantas cosas ya.

«Santillana, con cuatro a la derecha, por esa calle, agárrenlos», y ¡Paf! Piedrón en el ojo: como un hueco en el pómulo, carajo, Liliana, tú no entiendes cómo duele esto. Se jodieron mierdas, si hubiese orden de tiro. Asesinos del pueblo: Liliana. Una decena de muchachos se dispersa por una calle estrecha y sucia. Atrás los de uniforme pisan-do los charcos verdosos y espantando perros, corriendo Santillana. El hueco de la cara ahora se hincha como una pelota, como que las cosas se hacen más chicas. Corran muchachos. Cae una silueta. «Agárrala Santillana», te jo-diste pendeja, ya te agarré de los cabellos. Un llanto finito, como un hilo, y luego el rostro suplicante con los gestos, temblando, con los labios encendidos, casi de rodillas y con un pie desnudo, muñequita, me quiero casar contigo, no me rechaces, piensa en el círculo ¿Piensas? Las sirenas van y vienen, asustan, Liliana dobladita, Santillana con una cara de cojudo. ¿Olvidarás muñequita?, eres tan fini-ta, la piel más suave que he tocado y ahora, como que te quiebras: ya no seré policía.

Carrasco que se lanza sobre otro a media cuadra, y Liliana llorando más, gritando a ratos, eres tan frágil mu-ñeca, no debiste meterte en esto. ¿Me aceptarás, Liliana?, quiero amarte mucho, y ella de rodillas, agarrándome de la piernas, como besando mis botas: tu rostro mojado, tu llanto, y Carrasco y los demás ahora más cerca: ya basta Santillana, no la golpees así, la vas a matar.

Y todo por ti, Liliana, y por ese círculo que nos ha estrangulado.