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L.MALEVEZ LITURGIA Y PIEDAD PRIVADA El problema de las relaciones entre la piedad, objetiva y lo subjetiva; está planteado desde los comienzos. del movimiento litúrgico. El autor analiza profundamente los dos conceptos, y nos ofrece la solución más coherente con las enseñanzas de la Mediator Dei. Liturgia et privée, Nouvelle Revue Théologique, 83 (1961), 914-42 La Encíclica Mediator Dei habla de dos formas de oración, e indica (al menos) incidentalmente, sus mutuas relaciones y su papel complementario en la vida espiritual del cristiano. Creemos que puede ser útil un estudio más profundo de la piedad privada y la liturgia en orden a la santidad. Dos formas de oración Ante todo precisemos los dos términos de la comparación. La Encíclica habla de piedad privada; usa también las palabras piedad personal y piedad subjetiva, pero admitiendo quizá que no son tan propias ( seu personalem, quam dicunt pietalem).. Y no sin razón. Oración personal es un término impropio para distinguir la oración privada de la litúrgica, porque toda oración ¿no es eminentemente personal? Mantengamos pues el término piedad privada. ¿Cómo hay que entenderlo? Cuando los fieles rezan el rosario en común, esta oración no es litúrgica, pero no es tampoco oración privada; es oración colectiva y comunitaria. Oración privada será la que tenga como sujeto inmediato, no la comunidad litúrgica presente como tal o por un representante, ni una colectividad reunida para una plegaria no litúrgica, sino la persona particular, tal fiel en concreto, que ora por iniciativa propia. Sin embargo, el término que- vamos a comparar con la liturgia no es la oración privada considerada aisladamente, sino el hábito de oración. Un cristiano que ore alguna vez a la semana, ora demasiado esporádicamente para que podamos decir que lleva una vida de oración. Para ello se precisa una serie de actos distintos unidos por un hilo invisible, por una continuidad interior. El cristiano se recoge, ora con fervor, se une a Dios; después vive su vida de acción, pero la oración se prolonga a través de su acción, hay una voluntad de unión suficiente para proporcionar a este cristiano un control, una disciplina moral y religiosa en toda su actividad. Y cuando de nuevo vuelve a la oración, sabe que no se trata de comenzar de nuevo sino de reactualizar la unión que había persistido de modo latente. Notemos ya ahora que la oración privada es la que ha de poner el fundamento a esta vida de oración; no la participación en la liturgia, al menos tratándose del cristiano laico. La participación en la liturgia es demasiado esporádica para asegurar esta continuidad requerida en la vida de oración. En el mejor de los casos un cristiano participará cada día en el Sacrificio de la Misa. Poca cosa para fundar una unión habitual con Dios. Dentro del intervalo de veinticuatro horas que hay entre Misa y Misa, ha, de insertar otros actos repetios, otras oraciones que serán necesariamente oraciones privadas.

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L.MALEVEZ

LITURGIA Y PIEDAD PRIVADA

El problema de las relaciones entre la piedad, objetiva y lo subjetiva; está planteado desde los comienzos. del movimiento litúrgico. El autor analiza profundamente los dos conceptos, y nos ofrece la solución más coherente con las enseñanzas de la Mediator Dei.

Liturgia et privée, Nouvelle Revue Théologique, 83 (1961), 914-42

La Encíclica Mediator Dei habla de dos formas de oración, e indica (al menos) incidentalmente, sus mutuas relaciones y su papel complementario en la vida espiritual del cristiano. Creemos que puede ser útil un estudio más profundo de la piedad privada y la liturgia en orden a la santidad.

Dos formas de oración

Ante todo precisemos los dos términos de la comparación. La Encíclica habla de piedad privada; usa también las palabras piedad personal y piedad subjetiva, pero admitiendo quizá que no son tan propias (seu personalem, quam dicunt pietalem).. Y no sin razón. Oración personal es un término impropio para distinguir la oración privada de la litúrgica, porque toda oración ¿no es eminentemente personal? Mantengamos pues el término piedad privada. ¿Cómo hay que entenderlo? Cuando los fieles rezan el rosario en común, esta oración no es litúrgica, pero no es tampoco oración privada; es oración colectiva y comunitaria. Oración privada será la que tenga como sujeto inmediato, no la comunidad litúrgica presente como tal o por un representante, ni una colectividad reunida para una plegaria no litúrgica, sino la persona particular, tal fiel en concreto, que ora por iniciativa propia.

Sin embargo, el término que- vamos a comparar con la liturgia no es la oración privada considerada aisladamente, sino el hábito de oración. Un cristiano que ore alguna vez a la semana, ora demasiado esporádicamente para que podamos decir que lleva una vida de oración. Para ello se precisa una serie de actos distintos unidos por un hilo invisible, por una continuidad interior. El cristiano se recoge, ora con fervor, se une a Dios; después vive su vida de acción, pero la oración se prolonga a través de su acción, hay una voluntad de unión suficiente para proporcionar a este cristiano un control, una disciplina moral y religiosa en toda su actividad. Y cuando de nuevo vuelve a la oración, sabe que no se trata de comenzar de nuevo sino de reactualizar la unión que había persistido de modo latente.

Notemos ya ahora que la oración privada es la que ha de poner el fundamento a esta vida de oración; no la participación en la liturgia, al menos tratándose del cristiano laico. La participación en la liturgia es demasiado esporádica para asegurar esta continuidad requerida en la vida de oración. En el mejor de los casos un cristiano participará cada día en el Sacrificio de la Misa. Poca cosa para fundar una unión habitual con Dios. Dentro del intervalo de veinticuatro horas que hay entre Misa y Misa, ha, de insertar otros actos repetios, otras oraciones que serán necesariamente oraciones privadas.

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Así hemos precisado el primer término de nuestra comparación: la oración privada tiene el carácter de. unión habitual con Dios.

Determinemos ahora el segundo término. Hemos dicho, liturgia; pero hay que decir, participación en la liturgia. No hay que comparar la oración privada con la liturgia como tal. Volvamos a la Mediator Dei: la Liturgia es siempre culto social y por lo tanto exterior, pero esta exterioridad no es más que el cuerpo expresivo del alma de la liturgia. "El elemento esencial del culto debe ser interno; es necesario, en efecto, vivir siempre en Cristo, dedicarse por entero a El, a fin de que en El, con El y en El se dé gloria al Padre". No se trata, pites, de oponer la liturgia al culto en espíritu y verdad del que nos habla San Juan. La liturgia es interioridad. Pero hay más, dice la encíclica: "la liturgia es el culto público que nuestro Redentor rinde al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre Eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo Místico de Jesucristo". La liturgia no es sólo interioridad, es la interioridad total de Cristo y de la Iglesia. Sería insensato comparar la liturgia con la oración privada de un cristiano. Es evidente la superioridad de aquélla sobre ésta.

Otra cosa será, si el segundo término de la comparación no es la liturgia en sí, sino la participación de un cristiano determinado en la liturgia. La encíclica dice: "Participemos en la sagrada liturgia". Con ello indica una realidad bien concreta: cuando un cristiano asiste a Misa no realiza el culto integral del Cuerpo Místico de Cristo, sólo toma parte, participa en este culto. Esta participación necesariamente ha de ser externa, porque la liturgia es culto externo.

Estas son, pues, las dos formas de oración que liemos de comparar: la unión habitual de un cristiano con Dios a través de su oración privada y la participación de este cristiano en: el culto propiamente litúrgico.

Unidad de las dos formas de oración y fundamento de su distinción

Ambas formas de oración componen una sola unión del cristiano con su Creador y Señor. Pueden alternar en la vida del cristiano, y esta alternancia o dualidad no altera el manso fluir de la oración. Incluso coinciden en algunos aspectos. Consideremos la oración privada: no la podemos reducir a pura interioridad. Fuera del caso de la visión intuitiva de Dios, aun los- estados contemplativos mis elevados no llegan a tina inmaterialidad total, siempre van acompañados de ideas que aunque sean infusas no se darán sin cierta relación a las ideas adquiridas, a nociones elaboradas por el ejercicio de las facultades humanas y que tienen una relación con el mundo de nuestra imaginación y sensibilidad. Es decir, la oración llamada mental siempre es en algún modo vocal, está envuelta en un cuerpo expresivo, en un lenguaje oral o ritual.

En esto la oración privada se parece a la oración litúrgico, ya que expresa exteriormente su experiencia interior. Por esto el cristiano que :ora no ve en los ritos litúrgicos de la Iglesia un obstáculo a la libertad de su oración personal; del mismo modo que al contemplativo no le estorba la acción.

Por lo mismo la oración privada es siempre oración comunitaria. Tarde o temprano inspirará al hombre que ora sentimientos fraternales; le sacará de su amor propio para

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abrirlo al amor de sus hermanos los hombres. Esta comunidad será en cierto modo el término, él fruto de la oración, pero ella nos basta para advertir que la oración privada nunca será tan personal, tan singular, que no sea en principio oración comunitaria. En esto la oración privada manifiesta su parentesco con la liturgia; también ella es una súplica de dos o tres reunidos en el nombre del Señor.

Veamos ahora la participación en la liturgia. Ya hemos subrayado su necesaria exterioridad. Pero también viene caracterizada por la interioridad, la libertad y la persona. La interioridad: sin un mínimo de recogimiento, la participación en la liturgia no será oración, a lo más será un gesto vacío de alma, incapaz de unir al hombre con Dios. La libertad: la participación en la liturgia es a base de fe; fe en la salvación que se obra por Cristo presente en el altar. Pero nada hay tan libre, tan personal, como el acatamiento por la fe. Así la participación en la liturgia ofrece propiedades parecidas a lo más distintivo de la oración privada.

Hemos de deducir de todo esto que aunque haya dos expresiones de la oración cristiana, en realidad están unidas. La oración privada posee, en principio, la exterioridad de la liturgia y la participación en la liturgia tiene la espontaneidad y la libertad de la oración privada.

Sin embargo, hay que mantener la distinción entre ambas oraciones. Esta distinción no se funda en el carácter de personalidad e iniciativa que tiene la oración privada frente a la exterioridad, ritualismo y colectividad reservados a la oración litúrgica. Las distinguiremos por su relación con la Iglesia Jerárquica. La oración, litúrgica es aquella cuyo sujeto inmediato es la Iglesia Jerárquica. Esta no significa que la distinción se base en un decreto de la Congregación de Ritos. Más bien está fundamentada en la misma estructura de la Iglesia Católica. En una confesión protestante sería difícil encontrar un fundamento de distinción entre oración privada y oración cultual; pero en la Iglesia Católica es fácil de ver el lugar designado a cada modo de orar, dado que la jerarquía (de orden y de jurisdicción) entra, por derecho divino, en la constitución de la Iglesia. Es oración litúrgica aquella que la jerarquía de la Iglesia, unida al pueblo cristiano, acepta como oración propia, como acto del culto que el Señor le ha encargado. Oración privada es en cambio la que la Iglesia jerárquica no acepta formalmente como suya, sólo la controla, aprueba y promueve en el nombre del Señor.

Puestos estos preliminares podemos abordar el plan propuesto: estudiar el papel complementario de estas dos formas de oración en la santificación del cristiano.

Santificación

La doctrina tradicional nos dice que la , perfección del cristiano consiste en el amor total a Dios y a los hombres y que a esta perfección todos están llamados. Aquí abajo no se podrá realizar totalmente la vocación al perfecto amor, pero cada uno ha de vivir de tal manera que pueda esperar que algún día llegará a la perfección de la caridad. Para ello hay muchos medios legítimos y los cristianos no están obligados a escoger el medió más perfecto.

A esta formulación tradicional de la perfección cristiana se, le puede reprochar su carácter exclusivamente individualista. Reproche en parte injustificado. Desde el

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momento en que en el amor de Dios ha de entrar el amor a los hombres queda claro que no puede haber santificación personal sin una voluntad de santificar a toda la humanidad. Esta relación a lo comunitario es un mínimum, tal vez imperfecto, pero basta a nuestro propósito. A partir de ella planteamos así la cuestión: ¿qué papel juega cada una de las dos formas de oración en la santificación del cristiano? Como la oración es una, la santidad no puede ser sino una. Pero la dualidad de las dos formas de oración es irreducible. Por lo tanto la unidad de la oración y de la santidad será necesariamente unidad orgánica, síntesis de diferentes elementos que no juegan el mismo papel ni asumen las mismas funciones.

Oración privada y santificación

No vamos a decir que la vida de oración se identifica con la perfección cristiana. El amor se ha de traducir en obras, es acción y contemplación, cuerpo y alma; pero sí diremos que la vida de oración es el alma y toda el alma de la santidad. Sin ella las obras del amor no son más que mecanismos y rutinas, con ella y por ella poseen la necesaria interioridad y fervor.

Orar es ceder a una atracción cuyo autor es Dios. El hombre que ora oye una voz que le llama de la lejanía, voz que nace del amor y acaba en el amor. Por la oración el cristiano se pone en contacto con el Inefable misterio divino, y la luz de este misterio le ilumina la contingencia radical de todo lo creado. El hombre de oración sabe que está en contactó con la realidad primera precisamente porque es una realidad que no envejece, mientras todo lo demás pasa y se marchita.

Esta oración no puede cesar jamás -sine intermissione orate- y por esto nos hace capaces de. amar a Dios con todas nuestras fuerzas. ¿Cómo- podemos amar a Dios totalmente, si no le amamos en todo instante? La oración puede llenar todo nuestro tiempo porque no exige tiempo. Fuerza vital del espíritu y del corazón, simple mirada, suave atención a Dios que no nos distrae de nuestras tareas cotidianas. Oración alada que remonta el vuelo a partir de una palabra o de un gesto casi imperceptible, que no está atada a tortuosos raciocinios ni a obscuros simbolismos.

Pero este amor, fruto de la oración privada, ¿no será un amor demasiado interesado? ¿Esta oración es capaz de elevarse hasta el amor de amistad? Sí, sin duda alguna. Rinde homenaje a Dios y a su grandeza y ansia la gloria de Dios y su reino en este mundo. El hombre que ora vislumbra la inmensidad sin limites de la perfección infinita y por ello brota de su corazón una alabanza y una adoración a Dios. Además no puede dejar de dar gracias; gracias al menos por su existencia, sin la cual no podría ni siquiera orar. Amor que lleva a obrar: el hombre de oración desea ser colaborador de Dios, siente que Dios le busca para derramar más bondad, más ser, más verdad sobre este mundo. Hasta cuando se encuentra con el mal, sabe que Dios lo permite para hacer posible un bien superior que se llama piedad y misericordia.

Y el amor a los hombres? ¿Queda fuera de, las posibilidades de la oración privada, qué se limita a relacionar a éste hombre particular con Dios? Decir esto seria olvidar que el hombre de oración, al unirse con el Dios-amor, empieza ya a amar a los hombres con el mismo amor con que Dios los ama. Su oración personal no deja de ser eclesial. El hombre que ora se aísla en una soledad que es libertad; y es aquí donde empieza a ser

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fraternidad. Al recogerse sobre si se abre a los demás y se pone en disposición de oír su llamada. Todos. pueden acudir a él con sus peñas y miserias. Como el hombre de oración es paz, puede ofrecer la paz a todos; como está alegre, quiere que todos participen en su gozo. En su recogimiento, es la esperanza de la humanidad.

Estos rasgos de la vida de oración nos bastan para indicar algo fundamental: la oración no se identifica con la santidad -amor a Dios y a los hombres, amor de acción nacido de la contemplación-, pero es el alma de la santidad, su fuente, su principio interior.

Aún hemos de añadir que absolutamente la oración privada puede ser alma de la santidad sin necesidad de acudir a la participación en la liturgia. Esta última pone ante los ojos del cristiano una doctrina en acto: a esto le llamamos fuente intencional, alimento rico, deseable, normalmente necesario, pero no absolutamente necesario: Puede darse, y de hecho se da en nuestros días, que un cristiano, por sus deberes profesionales, no pueda participar en acciones litúrgicas. El hecho es lamentable, pero este cristiano ¿no puede llevar una verdadera vida de oración? La oración necesita elementos objetivos: un Credo, cierta iniciación en los grandes misterios de la Trinidad y de la Encarnación. Pero una mera instrucción catequética puede proporcionar estos elementos, sin necesidad de acudir a los símbolos de la liturgia. Todos los valores de la unión con Dios se hallan en la oración privada; por esto pueden llegar a ésta unión los rudos, los prisioneros, los enfermos.

La participación en la liturgia es además fuente sacramental ex opere operato. Pero ni siquiera bajo este aspecto es imprescindible la participación en la liturgia. Notemos de nuevo la diferencia entre liturgia y participación en la liturgia. Los hombres pueden elevarse a Dios porque Cristo ha muerto en cruz y ha resucitado. El sacrificio del Calvario está presente en nuestro espacio y nuestro tiempo por el sacrificio de la Misa, fuente, de la gracia: Desde este punto de vista es cierto que la liturgia es la fuente irremplazable e insuperable de la perfección cristiana. Pero no se puede decir lo mismo de la participación en la liturgia. La Iglesia nos enseria que aquellos que están fuera de la Iglesia, de buena fe, pueden llegar a la salvación sin bautismo de agua y sin la Eucaristía, sólo por la unión in voto a estos sacramentos. Pero no pueden salvarse sin un acto de fe y de caridad; nada puede suplir estos actos, que son los que constituyen la esencia de la oración privada. Por lo tanto, podemos concluir que para salvarse es absolutamente, imprescindible la oración privada y no lo es la participación en la liturgia. Las beneficios de la liturgia se extienden por todo el mundo, pero los bienes de esta liturgia se pueden comunicar sin una necesaria participación exterior.

Participación en la liturgia y santificación

A la participación en la liturgia también la queremos llamar alma de la santidad. Acabamos de decir que la oración privada basta para constituir esta alma. Cuando no es posible participar en la oración. litúrgica es suficiente la privada. Pero no confundamos suficiente y exclusivo. El clérigo que reza el oficio divino e inserta esta oración litúrgica en la trama invisible de su vida de oración, hace de ella el alma de su santidad. La participación en la liturgia se entronca con la oración privada precisamente por su interioridad: culto interior, unión con el Único Necesario. También por ello merece el título de alma de la santidad.

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Pero permítansenos dos advertencias. Primera: la oración litúrgica puede entrar y de hecho entra en el alma de la santidad; no obstante, nunca podrá ser toda el alma de la santidad. En la vida del cristiano laico la participación en la liturgia queda demasiado espaciada para poder constituir el ideal de la continuidad en la vida de oración. Esta continuidad es precisamente el alma de la santidad, lo que hace que Dios esté presente en todo nuestro obrar. Y esto también se aplica a los sacerdotes: el rezo del oficio divino unido al sacrificio de la Misa ha de suministrar los elementos principales del alma de su santidad y constituir el gran caudal de oración en que han de desembocar las otras oraciones no litúrgicas; pero estas otras oraciones son necesarias. Por eso la Iglesia recomienda a sus sacerdotes prácticas no litúrgicas: oración mental, rosario, visitas al Santísimo, exámenes de conciencia. ¿Cómo justificar estas recomendaciones sino por a insuficiencia de la oración propiamente litúrgica ?

Segunda advertencia: la participación en la liturgia entra en el alma de la santidad, por ser vida de oración es principio interior de la perfección cristiana; pero este valor no se debe - sustancialmente- a su formalidad litúrgica. La participación en la liturgia sólo se distingue de la oración privada por su carácter ritual, institucional y comunitario-jerárquico: Un laico reza completas: oración privada. Un sacerdote hace lo mismo: oración litúrgica. Estas dos oraciones entran en el alma de la santidad de cada uno de ellos. El sacerdote cumple con un mandamiento de la Iglesia y por ello su oración tiene un valor de santidad que no tiene la del laico; pero en el fondo esta circunstancia es secundaria. Sustancialmente ¿qué es lo que hace que esta oración del sacerdote sea el alma de su santidad? Su recogimiento, su atención a la belleza del texto, el interés en fin coro que el sacerdote inserta esta oración en la corriente de su unión con Dios. En una palabra, lo que tiene de común con la oración del laico, no su carácter propio y formalmente litúrgico.

Consecuencia de todo esto: cuando decirnos que la oración litúrgica junto con la privada constituyen el alma de la santidad cristiana decimos algo muy importante, aseguramos la profunda unidad de las dos formas de oración que en el corazón del cristiano constituyen un solo homenaje a Dios.

Nos falta todavía un aspecto: ¿qué conexión tiene la oración litúrgica como tal con la perfección-cristiana? Nuestra respuesta será: es la fuente y el cuerpo de la santidad cristiana.

Fuente de la santidad cristiana

1. Fuente sacramental. La participación en la liturgia sacramental produce santidad ex opere operato y en la extra-sacramental ex opere operantís E,eclesiae. El cristiano está obligado a participar personalmente en la liturgia so pena de verse privado de las fuentes de la gracia y de la santidad. Así se afirma la primacía de la gracia, porque beber en los sacramentos es lo mismo que confesar que la gracia y la vida de oración no son fruto de nuestros esfuerzos, sino de la muerte de Cristo que sigue inmolándose en el altar.

Por lo que toca a la participación de los laicos en la Misa, ésta ha de ser activa y exterior. Para ello basta la presencia corporal. La Mediator Dei ha recordado que los fieles no realizan el rito sacramental. Si se les obligara a dialogar, a ofrecer el Pan y el

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Vino, etc., podría parecer que su participación era necesaria para la eficacia del rito. Pero por otra parte la Encíclica recuerda que en un verdadero sentido, el pueblo ofrece por y con el sacerdote. Y la Iglesia desea que de alguna manera se exteriorice y sensibilice esta participación del pueblo a través de las diversas modalidades legítimamente aprobadas. Este deseo tiene un doble fundamento teológico: 1.º) Al gesto ritual puesto por el sacerdote se une la exterior participación del pueblo indicando que la oblación de éste es verdadera y real como la de aquél. Así se manifiesta exteriormente la unidad de la Iglesia, por la unión de la Jerarquía y el pueblo cristiano. 2.º) La oblación visible del pueblo cristiano refuerza, en cierto modo la eficacia sacramental. No entra en lo esencial del sacramento, pero las respuestas del pueblo forman con la voz del sacerdote una unidad ritual, un verdadero sacramental por el que el Sacramento recibe una plenitud accidental, que se traduce en un aumento de gracia ex opere operantes Ecclesiae.

2. Fuente intencional. La participación en la liturgia es fuente intencional de la santidad porque enriquece los conocimientos del cristiano con una experiencia vivida. El ciclo litúrgico ofrece como en una nueva vivencia los grandes misterios de nuestra salvación. Se puede objetar que esta enseñanza por la, liturgia está hoy menos justificada que en otras épocas, cuando los cristianos no tenían casi otros medios de instrucción que la pompa de las Catedrales. Actualmente se ha extendido mucho el conocimiento de la Sagrada Escritura, que suple con ventaja las lecciones del simbolismo litúrgico: La verdad es que estas dos fuentes intencionales, lejos de excluirse, se complementan mutuamente. En la lectura de la Escritura el cristiano descubre los misterios de la unión de los hombres en Cristo -misterio del Cuerpo místico- y la obligación que tiene este Cuerpo de rendir un homenaje a Dios; y en la participación en la liturgia descubre en sí mismo el deseo de conocer mejor la Escritura, clave de la interpretación del simbolismo litúrgico.

Cuerpo de la santidad cristiana

La participación en la liturgia no constituye la totalidad el cuerpo qué el cristiano ha de dar al alma de su santidad, pero expresa el homenaje total del hombre a su Creador. El amor de Dios, nacido en el corazón, precisamente porque es amor de un hombre, tiende a manifestarse humanamente y por lo tanto corporalmente. Pero ¿por qué es necesario que se traduzca en una forma de culto público y social? Basta recordar una de las notas de la santidad cristiana: santidad personal, a la vez que santidad de miembro. El hombre de oración se une a la humanidad presente ante Dios; y el cristiano -consciente de que con sus hermanos forma un solo espíritu y un solo cuerpo visible en la gran comunidad jerárquica-- presenta a Dios un homenaje que es la expresión de su condición de miembro y el culto integral del Cuerpo místico de Cristo.

Los que tienen cura de almas han de inculcar a los cristianos está vocación al culto publico y jerárquico. Les dicen: participad en la liturgia porque es la: fuente necesaria de vuestra santificación personal. Pero hay que añadir: unios a todos los cristianos en la plisa porque con ello daréis a Dios el testimonio exterior de la adoración que le debéis como miembros del Cuerpo místico.

Así hemos determinado las relaciones de los dos modos de orar, con la santidad cristiana. ¿Se puede decir que uno es superior al otro? La Mediator Dei dice: "La

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plegaria litúrgica, siendo como es oración pública de la: Esposa Santa de Jesucristo, tiene mayor dignidad que las oraciones privadas". Si en este texto se entiende por plegaria litúrgica; no la participación en la liturgia, sino ella misma en sí considerada, no es necesario justificar el aserto. Pero el texto puede referirse también a la participación en la liturgia; y en este supuesto está también totalmente justificado. Hemos visto cómo la oración privada tiene ciertas semejanzas con la participación en la liturgia; porque también es cuerpo y fuente de la perfección cristiana. Cuerpo, porque tiende a manifestarse externamente a través de unos signos menos ricos en valores simbólicos y figurativos que los de la liturgia. En esto último ya podemos advertir una cierta inferioridad de la oración privada.. Fuente de la santidad: la súplica de la oración privada no constituye la santidad, sólo la pide humildemente y la espera de la bondad divina. Pero sólo es súplica del individuo, no súplica de la Iglesia como lo es la participación en la liturgia, y por esto no obtiene la gracia ex opere operantes Ecclesiae. Segunda razón para declararla inferior a la participación en la liturgia, aunque ninguna de estas dos inferioridades le quita para nada los méritos que antes le reconocimos. El mundo necesita oración. Con la oración privada podemos lograr que no sólo se ore en el templo, sino que se ore en la calle, en el despacho, en la fábrica. Oración que sólo pide la atención del corazón y que no se disipa en el contacto fraterno con los hombres.

Tradujo y condensó: JORGE M. ESCUDÉ