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EL NUEVO ROSTRO DE LA MORAL Eduardo López Azpitarte

Lopez Azpitarte Eduardo - El Nuevo Rostro de La Moral

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  • EL NUEVO ROSTRO DE LA MORAL

    Eduardo Lpez Azpitarte

  • EL NUEVO ROSTRO DE LA MORAL

    Eduardo Lpez Azpitarte, sj

    "I SAN , benito

  • 1o edicin, diciembre de 2003

    Diseo de cubierta e interior: Elena Arias

    Con las debidas licencias - Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723.

    Impreso en Argentina - Industria argentina

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    NDICE

    I N T R O D U C C I N . J U S T I F I C A R UN ESTILO DE VIDA I

    1. L A CRISIS DE LA M O R A L EN N U E S T R O M U N D O D E HOY 1)

    2. LA N E C E S I D A D DE UNA D I M E N S I N TICA 3!

    3 . M E T O D O L O G A PARA UNA F U N D A M E N T A C I O N D E L A M O R A L 4

    4. F E C R I S T I A N A , T I C A C I V I L Y T O L E R A N C I A 1

    5. A U T O N O M A Y A U T E N T I C I D A D D E L C O M P O R T A M I E N T O 1!

    6. F U N D A M E N T A C I O N A N T R O P O L G I C A DE L O S V A L O R E S TICOS. . 101

    7. L A T I C A N O R M A T I V A 121

    8. LA T I C A P E R S O N A L 14

    9. F U N C I N M O R A L D E LA C O N C I E N C I A 1

    10. EL M A G I S T E R I O D E LA I G L E S I A 11!

    11. D I M E N S I N R E L I G I O S A DE LA TICA C R I S T I A N A 1

    12. LA E S P E C I F I C I D A D DE LA TICA C R I S T I A N A 2I

    13. L I B E R T A D Y D I S C E R N I M I E N T O DE L O S HIJOS D E D I O S 211

    14. LA O P C I N F U N D A M E N T A L 21

    15. EL P E C A D O P E R S O N A L 21!

    16. E L P E C A D O C O L E C T I V O 25!

  • INTRODUCCIN

    JUSTIFICAR UN ESTILO DE VIDA

    Hace ya mucho tiempo, Pascal se atrevi a escribir una frase que muchos podran repetir en las circunstancias actuales: T, Seor, puedes pedirnos que te amemos, pero t no puedes pedir que amemos la moral. Es una confesin explcita del malestar y rechazo que provoca en el psi-quismo la experiencia de la obligacin que se impone, de la ley que coac-ta nuestra autonoma, de la culpabilidad que destroza la alegra del vivir. Un peso demasiado grande para llevarlo siempre sobre la conciencia, sin otra alternativa que aguantar pacientemente o terminar arrojndolo como algo insoportable. Lo menos que puede decirse es que la moral cristiana no es un valor en alza en el mercado de la sociedad. Al contrario, se en-cuentra tan devaluado que muy pocos se arriesgan a invertir por la poca rentabilidad que ofrece.

    Una de las razones fundamentales, que ha fomentado una imagen tan poco atrayente de la moral, ha sido la forma con la que se ha presentado en muchos libros de formacin y la pedagoga utilizada para su ensean-za. Los intentos de renovacin no han faltado en estos ltimos aos, aun-que los avances efectuados no hayan repercutido todava en la conciencia de muchas personas. La asimilacin generalizada requiere un espacio ma-yor de tiempo hasta que se acepte con toda naturalidad.

    En el ao 1980 publiqu por vez primera Fundamentacin de la ti-ca cristiana, con el deseo de colaborar a esta renovacin. Las ochos edi-ciones en castellano agotadas indican que el esfuerzo no ha sido estril. Ello me anima a ofrecer este nuevo libro que presento con la misma inten-cin: Queremos dar una explicacin razonada de nuestro estilo de vida. Si hay que estar dispuestos siempre a dar razn de vuestra esperanza a todo el que os pida una explicacin (1 Pe 3,15), con mayor motivo an tene-mos que estar preparados para justificar una determinada conducta que, si

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  • es vlida y buena para la persona, no puede serlo simplemente por el hecho de estar mandada.

    Aqu recojo, por tanto, los contenidos fundamentales de los trabajos anteriores. Otros estn elaborados de nuevo o renovados. He procurado omitir aquellos temas histricos o ms especulativos para facilitar su lec-tura a otras personas que no buscan este tipo de conocimiento. Por la mis-ma razn han desaparecido las notas bibliogrficas a pie de pgina, que so-lo resultan interesantes para los que pretenden profundizar en algunos puntos, pero que no tienen mayor inters para el que busca una formacin general. Al final de cada captulo, sin embargo, propongo una amplia bi-bliografa en castellano para los que deseen ampliar con estas lecturas los diferentes aspectos que se han ido desarrollando.

    El itinerario propuesto

    Aunque no sea el nico camino posible, propongo de manera sintti-ca el itinerario que vamos a recorrer. Puede ayudar, desde el principio, tener presentes las diferentes etapas que nos conducen hacia la meta propuesta.

    He preferido partir de una constatacin objetiva y realista: la crisis existente en torno a la moral, y las denuncias que, desde otros puntos de vis-ta, han surgido contra el planteamiento mismo del problema tico o contra determinadas formas de vivirlo. Toda critica, por muy falsa que sea, encierra siempre una parte de la verdad, y sera deshonesto no reconocer lo que de fal-so y mentiroso ha existido en nuestro comportamiento cristiano (cap. 1).

    A pesar de todas las dificultades, la moral se impone como una exi-gencia de nuestras propias estructuras antropolgicas. El ser humano est obligado a ser tico por su misma naturaleza, a la que le tiene que dar ine-vitablemente una orientacin en funcin del sentido que quiera darle a su existencia. Nacemos sin estar hechos y la moral no es sino el estilo de vi-da que cada uno elige en coherencia con su propio proyecto. La revelacin tiene aqu una palabra iluminadora que nos explcita cul es el destino al que Dios nos invita. Sin ese plan humano o religioso, que motiva y da co-herencia a las mltiples renuncias y elecciones con las que la persona tie-ne que enfrentarse en la vida, la armona e integridad psicolgica del indi-viduo, necesaria para su equilibrio y madurez, se hace inasequible (cap. 2).

    Si la moral brota tanto de la naturaleza del hombre como de la Pala-bra revelada, hay que plantearse previamente cul es la metodologa a se-guir en la elaboracin de los contenidos ticos. Si partimos de la razn o nos apoyamos en la fe; si hacemos una tica secular o una moral religio-sa. El camino elegido adopta una postura intermedia entre los que renun-

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    cian a cualquier tipo de trascendencia, para insistir nicamente en su ca-rcter humano, y los que defienden una justificacin exclusivamente reli-giosa, negando cualquier intento de explicacin racional. Aunque dentro de esta opcin intermedia los autores subrayen ms un aspecto que otro, habr que evitar, en cualquier hiptesis, que la moral de fe no llegue a pre-sentarse como razonable o que la tica de razn pierda su riqueza sobre-natural y trascendente (cap. 3).

    Antes de comenzar nuestra reflexin especfica sobre la moral, ha-bra que plantearse primero dos temas previos. Al vivir en una sociedad to-lerante y pluralista, es necesario descubrir cul es la funcin de la tica cristiana. Ha de vivir abierta a otras ideologas y mentalidades, sin ningn tipo de fanatismo o imposicin, pero sin renunciar a su sensibilidad evan-glica. Aunque no cambien sus contenidos ticos, su forma de actuar y proponer el mensaje cristiano s adquiere nuevos matices para que nuestra oferta tenga eco en un mundo secular (cap. 4).

    La primera condicin bsica y previa, por otra parte, para que una conducta se adjetive como humana y religiosa, es que supere el carcter au-toritario y heternomo que tiene el comportamiento infantil, hasta alcanzar una autonoma adulta que conozca las razones de su actuacin. Lo que de-biera ser una etapa pasajera no ha de convertirse en algo estable y definiti-vo. Si la autoridad es el nico argumento para la aceptacin de unos valo-res, la moral perdera por completo su vigencia en un mundo como el nues-tro, donde la gente pide y tiene derecho a una explicacin razonable, cuan-do se le exige un comportamiento como obligatorio. La psicologa nos ayu-dar a descubrir tambin el mundo de motivaciones interesadas e incons-cientes que, con tanta frecuencia, se ocultan en nuestro interior provocan-do conductas pseudo humanas y pseudo evanglicas. El peligro de una mo-ral inconsciente hay que superarlo con una mayor autenticidad (cap. 5).

    A partir de estos presupuestos, ser posible descubrir el significado y la importancia de los valores ticos, como cauces que orientan e ilumi-nan la libertad hacia la meta propuesta con anterioridad: realizarnos como personas y, si somos creyentes, responder a nuestra vocacin de hijos de Dios. La percepcin de estos valores reviste unas caractersticas singula-res, pues intervienen tambin otros factores que dificultan su conocimien-to y aceptacin. El tema de la moral como ciencia es una derivacin de lo que se entiende por experiencia tica. La teora clsica de la ley natural, a pesar de sus interpretaciones y ambigedades histricas, conserva un sig-nificado actual en esta perspectiva (cap. 6).

    Centrarse en el descubrimiento de estos valores concretos es la gran tarea de la reflexin moral. En primer lugar, la tica normativa nos presen-ta el conjunto de aquellos valores que, en teora y en abstracto, parecen los ms justos y adecuados para autorrealizarnos como personas y como hijos

  • de Dios. Es el problema gnoseolgico para captar la rectitud de una ac-cin. Para ello es necesario el dilogo con las ciencias que nos ayuden a saber de verdad lo que nos conviene. Este conocimiento progresivo y rea-lizado a partir de una cultura le dan a la moral un carcter histrico y evo-lutivo, que no supone caer en un relativismo extremista e inaceptable (cap. 7). Pero esos valores normativos habr que aplicarlos tambin a las cir-cunstancias concretas para ver si en esta situacin determinada es necesa-rio cumplirlos o requieren alguna pequea acomodacin. La bondad o ma-licia de una accin radica en este juicio de la tica personal, cuya funda-mentacin constituye uno de los puntos ms discutidos de la actualidad. El problema axiolgico nos servir para la valoracin de estas acciones par-ticulares y concretas (cap. 8).

    En este juicio personal del valor, tenemos que ver cul es el papel y la funcin de la conciencia. Entre el legalismo exagerado, que hace de la conciencia un simple mecanismo en la aplicacin de la ley a la realidad, y el situacionismo extremo, que niega la objetividad de los valores para apo-yarse nicamente en la propia decisin, habr que armonizar ambas dimen-siones -la personal y la objetiva- como una dialctica complementaria (cap. 9). El magisterio de la Iglesia constituye, adems, un dato de especial importancia para la formacin de esta conciencia, aunque su valor e inter-pretacin haya provocado en la actualidad algunas discusiones (cap. 10).

    Cualquier intento de construir una tica exclusivamente humana re-sulta incompleto para el creyente. La dimensin religiosa nos abre a un horizonte diverso, que nos hace vivir con una nueva orientacin. La res-puesta a la palabra de Dios y el seguimiento de Cristo se convierten en los temas fundamentales del actuar cristiano. Tal perspectiva, sin embargo, no tiene por qu anular la validez y seriedad de una reflexin racional. Tam-bin aqu existe una profunda sintona entre una moral religiosa y una ti-ca humana (cap. 11). La especificidad de la conducta cristiana no habra que ponerla tanto en los contenidos ticos, cuanto en el mundo de las mo-tivaciones y en las perspectivas que ofrece para la garanta, sensibilidad y criterios de preferencia en su conocimiento y aplicacin (cap. 12). Es ms, el cristiano debera quedar libre de toda ley, pues sta ha perdido su vali-dez en la nueva economa de la gracia, donde el Espritu es la nica fuer-za que dinamiza la existencia y nos lleva a conocer la voluntad de Dios, a travs del discernimiento espiritual (cap. 13).

    Frente a la llamada de los valores y frente a las exigencias de Dios, el ser humano tiene la capacidad de responder y de tomar decisiones li-bres, por encima de todos los condicionantes que amenazan la libertad. Una conquista difcil que slo puede comprenderse con una adecuada in-terpretacin de la opcin fundamental (cap. 14). La negativa a vivir esta vocacin constituye la realidad del pecado, cuya imagen hay que purificar

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    de tantas deformaciones introducidas en la praxis diaria. Los datos que nos ofrecen la fe y la tradicin sern imprescindibles para resolver los proble-mas actuales que se presentan en este campo (cap. 15). El anlisis del pe-cado estructural y comunitario servir para romper el peligro de una mo-ral demasiado individualista, donde con tanta frecuencia se ha cado, olvi-dndose de la responsabilidad y culpabilidad que todos tenemos en la ges-tacin de un mundo tan injusto como ste (cap. 16).

    Al terminar la lectura de estas pginas, espero que el lector est ya capacitado para responder por s mismo a los mltiples interrogantes que hoy se presentan en el campo de la moral y conozca un poco mejor las nuevas lneas de orientacin por donde hoy avanza la reflexin tica. Al menos, esto es lo que humilde y sinceramente pretendemos.

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  • CAPTULO 1

    LA CRISIS DE LA MORAL EN NUESTRO MUNDO DE HOY

    1. Rechazo generalizado de la tica

    No es fcil hablar hoy en nuestro mundo de la moral. La misma pa-labra provoca de inmediato fuertes sentimientos de rechazo y actitudes agresivas. Los esquemas sociales que nos rodean son muy diferentes a los de otras pocas anteriores, en los que se aceptaba con docilidad las normas impuestas y heredadas del pasado. Aunque siempre existieron debilidades e incongruencias, apenas se pona en duda el valor de la norma. La con-ciencia estaba tan acostumbrada a su cumplimiento que cualquier trans-gresin vena acompaada por el dolor de la culpabilidad.

    En este clima la imagen de Dios jugaba un papel importante, pues la amenaza de perder su amistad por el pecado y la posibilidad de una eter-nidad desgraciada, presionaban de tal manera el interior que parecan des-truir nuestra propia libertad. El peso de la ley era excesivo como para vi-vir con alegra las exigencias humanas y cristianas. Me impresion el re-cuerdo que an le quedaba a una persona adulta de sus aos infantiles. So-la repetirle con frecuencia a su madre: mam, yo soy muy buena, pero no soy feliz. La confesin no deja de ser dramtica, ya que no exista otra alternativa que el sacrificio, la renuncia, la privacin, el fastidio para con-seguir una conducta buena y honrada, o buscar la felicidad por otros ca-minos que terminaban despertando la intranquilidad y el remordimiento interior. El antagonismo entre el deseo ms profundo de vivir a gusto y sa-tisfechos, y las imposiciones ticas que desde pequeos nos imponan, era demasiado evidente como para pensar en una posible reconciliacin.

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  • No hay que ser muy pesimista para constatar el cambio que se ha operado. Una fuerte mayora de personas, que fueron educadas en un am-biente cristiano, han dejado de creer en las enseanzas ticas recibidas. Entre la misma doctrina de la Iglesia, que sigue recordando su normativa sobre temas fundamentales de la praxis, y la vida de muchos creyentes, se da una excesiva separacin, como si se tratara de lneas paralelas. La cri-sis de la moral es demasiado evidente como para negar su existencia.

    Las razones que han motivado semejante situacin pueden ser ml-tiples, como sucede en todos estos fenmenos complejos y extendidos. No bastara una anlisis superficial e ingenuo, como si el diagnstico de la realidad fuera tan constatable y patente como sta. No pretendo ahora abordar el tema con algo de profundidad, pero s me parece que existe un denominador comn, hacia el que confluyen las diferentes dificultades. El rostro de la moral cristiana no resulta atractivo ni seductor en nuestro mundo de hoy. Vale la pena, por ello, apuntar las formas principales que ha tenido la moral cristiana.

    2. La dimensin parentica y espiritual

    El acontecimiento de la revelacin, sobre todo en la persona de Je-ss, despert un movimiento de entusiasmo. Era una llamada a la salva-cin que se manifestaba en la Buena Noticia y exiga una entrega de fe en el Dios que nos salva y un compromiso en la tarea de realizar su Reino. Los temas tan bblicos de la conversin y del seguimiento de Cristo, con todas las exigencias que de ah se derivan, constituyen el punto de partida de una tica evanglica. Vivir como Jess comporta una serie de actitudes que se aceptan fundamentalmente por el hecho de la fe, sin necesidad de ninguna otra explicacin. El asombro y agradecimiento por las verdades trascendentes y desconocidas de la revelacin eran suficientes para avan-zar por ese nuevo camino.

    Una de las funciones primordiales de la moral va a ser precisamen-te el recuerdo de estas exigencias cristianas. Muchas de las exhortaciones que aparecen en el Nuevo Testamento y en los escritos de los Santos Pa-dres manifiestan esta dimensin parentica. No se trata de probar la bon-dad o la malicia de una accin determinada, sino de animar a su fiel cum-plimiento, a vivir en coherencia con lo que se acepta ya como vlido o ne-gativo. La preocupacin no se centra en proponer las razones que justifi-can o condenan un comportamiento. Lo que se busca, porque la persona est previamente convencida de su moralidad, es animarla a ser conse-cuente con el ideal y la meta propuesta. El conocimiento especulativo no

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    basta la mayora de las veces para la realizacin del bien, como crea S-crates, si no va acompaado de un entusiasmo que seduzca y estimule a practicarlo, pues la inteligencia resulta demasiado fra cuando el valor no impresiona tambin al afecto y a la sensibilidad.

    Esta era la orientacin presente en toda la rica tradicin catequtica y homiltica de la Iglesia, desarrollada en estrecha vinculacin con la li-turgia. Los comentarios a la Escritura, bajo sus diferentes formas, consti-tuan para los Padres la principal fuente de sus enseanzas morales. Su lectura de la Palabra no quedaba reducida a una exgesis informativa, si-no que en ella encontraban los criterios bsicos de la conducta cristiana y, sobre todo, el estmulo y la motivacin ltima para su realizacin. El cris-tiano no puede olvidar las verdades fundamentales de su fe que le llevan a un estilo de vida concorde con el radicalismo evanglico. Convencido de esta llamada a vivir como hijos del Padre y discpulos de Jess, necesita-ba de un recuerdo y aliento constante para no rebajar el ideal de su vida. No es extrao, entonces, que este tipo de moral quedase vinculado, de ma-nera casi exclusiva, con la espiritualidad.

    Las escuelas monsticas intentarn cumplir con esta tarea durante buena parte de la Edad Media. Con su renuncia a la dialctica impedirn que la teologa -y la moral- caigan en una especulacin metafsica, que-dando vaca de su sabor religioso. El apego a la Escritura y un estudio me-nos cientfico, pero realizado en un clima de oracin, le dan un sentido mstico y mucho ms cristolgico, como se hace presente en toda la escue-la franciscana. No es de extraar, por tanto, que, a lo largo de la historia, hayan surgido de vez en cuando movimientos y autores que buscaban una renovacin espiritual para que la tica no perdiera su sabor evanglico.

    3. La dimensin cientfica y racional

    Sin embargo, ya desde los primeros tiempos, nace otra nueva orien-tacin que podramos adjetivar como cientfica. Los apologetas son auto-res que, adems de sentirse obligados a transmitir la fe y exhortar a una vi-da de acuerdo con ella, buscan la defensa contra todas las corrientes que la atacan para probar que la conducta y creencia de los cristianos respon-den a las aspiraciones filosficas y encuentran tambin una explicacin in-telectual. Si la Escritura es la fuente primera del pensamiento patrstico, la sabidura griega va a ser tambin un motivo de inspiracin. A partir del si-glo III, sobre todo, se observa un proceso evidente de racionalizacin pa-ra darle a la moral una base cientfica. Las ideas platnicas y especialmen-te los autores neoplatnicos, la moral estoica y el derecho romano se ar-

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  • monizan con las enseanzas de la fe, a travs de un proceso de asimilacin que haba comenzado con el mismo san Pablo.

    La revelacin no elimina la existencia de una tica humana, patrimo-nio de todos los hombres, a la que se acude para desarrollar una normati-va ms amplia que abarque a todos los campos del comportamiento huma-no. La reflexin se realiza con un sentido profundamente humano, sin que pierda tampoco su dimensin cristiana. Si la escuela alejandrina aparece como el primer esfuerzo para conjugar las categoras filosficas y cultura-les del paganismo con el pensamiento teolgico, ser san Agustn quien construir una de las primeras sntesis -la ms genial e importante- para hacer comprensible el saber de la fe.

    Esta corriente experimenta un nuevo florecimiento en las escuelas creadas junto a las grandes catedrales -origen y cuna de toda la escolsti-ca posterior- que, frente al espiritualismo de los centros monacales, van a subrayar la importancia de las ciencias y de la reflexin humana. El mto-do escolstico se caracteriza precisamente por la importancia que se da no slo a los grandes autores, cuyas enseanzas se presentan como una ayu-da para la formacin intelectual, sino por el anlisis discursivo y racional de esas verdades para la elaboracin de una verdadera ciencia. La dialc-tica se convierte en un instrumento para confrontar, discutir y defender un conocimiento ms profundo de la verdad humana y revelada. Una tcnica intelectual que dar una forma caracterstica a toda la produccin teolgi-ca de la Edad Media y que permanecer durante largo tiempo en la refle-xin posterior de la Iglesia.

    La obra de santo Toms queda como un modelo maravilloso de esta armona y enriquecimiento entre la fe y la razn. Su Suma Teolgica ser-vir, en adelante, como texto en todas las universidades, y como punto de referencia para todos los que, en pocas posteriores, van a pretender una renovacin teolgica o moral. Y es que el rigor de un trabajo cientfico se armoniza esplndidamente con el patrimonio de la fe y la riqueza de la tra-dicin. Dios, como fuente y origen de toda la creacin, es tambin el fin hacia el que todo ser humano camina, mediante la salvacin de Cristo. En esa vuelta hacia Dios, que ocupa la segunda parte de la Suma, analiza aquellos elementos naturales y sobrenaturales por los que la persona se orienta hacia su meta final.

    4. La dimensin prctica y casustica

    Finalmente nos encontramos con un nuevo tipo de orientacin, ca-racterizado por su dimensin prctica y pastoral. Su gnesis resulta sufi-

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    cientemente conocida. El casuismo ya est presente en algunos Santos Pa-dres que debieron solucionar casos concretos e inditos para la conciencia cristiana. A partir de la fe haba que reflexionar sobre cmo actuar y com-portarse en aquellas ocasiones que pudieran resultar ambiguas y peligro-sas. La solucin aportada sobre estos problemas particulares y determina-dos -relaciones con el Emperador, asistencia a espectculos, licitud de ciertas profesiones, violencia, limosna, sentido del placer, estados de vida, esclavos, etc.- servir de gua prctica a los fieles. La moral no es una ciencia puramente especulativa, sino que tiene como objetivo clarificar y dirigir la conducta humana. Esta finalidad pastoral, sin embargo, qued demasiado vinculada con la prctica de la confesin.

    La historia demuestra que, con el comienzo de la penitencia privada en la Iglesia, se confeccionaron los primeros Libros penitenciales, como ayuda al confesor para cumplir con las exigencias de este ministerio. Se trataba de ofrecer una catlogo ms o menos amplio de pecados, con la co-rrespondiente penitencia que habra de imponerse en funcin de la grave-dad e importancia de la falta cometida. A partir del siglo XIII y XIV, con la predicacin de la nuevas rdenes mendicantes y el precepto de la con-fesin anual, impuesto por el Concilio Lateranense (1215), se sinti la ur-gencia de reformar estos libros manuales para tener en cuenta tambin las nuevas leyes eclesisticas emanadas de los decretos conciliares y docu-mentos pontificios. As nacieron las llamadas Sumas de confesores, en las cuales, adems de recoger las listas de pecados y su tarifa penitencial, se aadieron con frecuencia algunos cuantos principios fundamentales. Su funcin segua siendo la misma: la mera ayuda a los sacerdotes para que puedan estar informados de todo lo perteneciente a sus obligaciones.

    Sin embargo, no parece que el clero alcanzara siempre un nivel m-nimo de conocimientos teolgicos y morales para el cumplimiento de su ministerio. El hecho era demasiado evidente como para que los Padres conciliares, reunidos en Trento, no sintiese la urgencia de una formacin pastoral mayor para la administracin del sacramento de la penitencia. La moral especulativa fue perdiendo vigencia, pues lo que ms interesaba era la formacin de los sacerdotes. Su dimensin ms evanglica y cientfica qued bastante marginada. Apareca, entonces, como un verdadero peca-tmetro que sealaba, con una exactitud precisa, cundo un comporta-miento deba considerarse lcito o inadmisible.

    El seguimiento a Jess del cristiano qued reducido a un cdigo de leyes, preceptos, normas, mandatos, prohibiciones y exigencias, que se imponan desde fuera como condicin para estar en paz con Dios y con la propia conciencia. Hay que reconocer que la mera lectura de estas obliga-ciones, tal y como se presentaban en los libros de texto, despiertan hoy un fuerte malestar y rechazo, si no se toman con una cierta dosis de humor y

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  • tolerancia. Pero no era fcil mantener esta actitud comprensiva, cuando por dentro quedaban tantos sentimientos y experiencias negativas, que no se olvidaban con facilidad. Es ms, si no fuese posible otra presentacin de la tica cristiana ms adecuada y convincente, tendramos que entonar por ella un ltimo y definitivo rquiem.

    La objetividad de esta insatisfaccin se demuestra en que ya estaba presente desde hace bastante tiempo en el seno de la Iglesia. Con anterio-ridad al mismo Vaticano II, ya hubo intentos por cambiar semejante orien-tacin, y se han ido repitiendo en todos estos ltimos aos. Tanto la antro-pologa como la teologa subyacente a esta concepcin nos parecen ya ina-decuadas e incompletas. La renovacin de la moral es un esfuerzo que an no est acabado, y que se ha hecho conflictivo, en la actualidad, dentro de la misma Iglesia. Pero se trata de una tarea a la que no podemos renunciar, si queremos hacer presente su mensaje en el mundo de hoy.

    5. La filosofa de la sospecha

    Sin embargo, el rechazo que hoy se expresa no es solo contra una forma concreta de presentar la moral, como se ha expuesto y vivido en es-ta poca ms reciente de nuestra historia. Las dificultades que nacen con-tra ella tienen tambin otras races ms profundas y serias. Desde perspec-tivas muy diferentes, aparecen un cmulo de crticas que destruyen, en el fondo, la posibilidad del mismo planteamiento tico.

    Son muchas las ideologas y movimientos que han arrojado una fuer-te dosis de recelos, sospechas y dudas en torno a esta problemtica. Ms que sus anlisis abstractos sobre el origen de la moral en el psiquismo hu-mano, sus esquemas ms simplistas y populares son los que han influido en su desprestigio prctico. Toda la filosofa de la sospecha tiene un mis-mo denominador comn. La moral, en el fondo, es una autntica inmora-lidad, pues tiene su origen en otra serie de motivaciones muy diferentes a las que aparecen en nuestra conciencia. Los guardianes y defensores del bien y de la libertad no se han dado cuenta de que terminaron prisioneros de una ideologa que encubre su propio engao.

    Encubierta bajo el idealismo y los buenos sentimientos se encuentra una sociedad corrompida por la injusticia y el egosmo. Los valores ticos no son otra cosa que esquemas racionalizados para defender los propios intereses econmicos. Con la ingenua ilusin de obedecer a unos valores ticos, se mantiene y defiende una realidad deshonesta. La moral, en lugar de ser un grito de protesta, se hace mentira y alienacin, pues lo nico que busca en el fondo, creando encima una conciencia inocente, es conservar

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    para provecho de la clase dominante el orden establecido. La misma insis-tencia religiosa en buscar la propia salvacin, como objetivo prioritario, ha fomentado una dimensin demasiado individualista, que margina con ex-ceso la preocupacin por el cambio social.

    Desde una perspectiva ms psicolgica se insiste en las motivacio-nes inconscientes que condicionan con frecuencia la conducta humana. La persona, ahogada por los problemas y dificultades de la vida, necesita en-contrar una solucin adecuada a todas las frustraciones y lmites de su existencia. Como cuesta aceptar la realidad tal cual es, se suea en un ms all donde se nos ofrece todo lo que aqu abajo nos falta. Y ninguna for-ma de cultura recompensa y gratifica tanto como la ilusin de un Dios bueno y providente que nos premiar con toda certeza. La fe se convierte en un mecanismo de defensa para protegernos de las amenazas que nos vienen del destino y, sobre todo, del fracaso ante la muerte. No existe nin-gn narctico tan eficaz para el sufrimiento humano como la experiencia de la fe. Nace de unos deseos profundos y reales, pero su contenido es so-lo una simple ilusin. La conducta buena y virtuosa es la forma concreta que utilizamos para conseguir el beneplcito de Dios, cuyo cario y pro-teccin nos resulta imprescindible.

    La moral responde, por tanto, a una serie de intereses ocultos e in-conscientes, que se racionalizan con posterioridad y se encubren con la imagen narcisista e idealizada que ella nos presenta. La justificacin de nuestro comportamiento se explica por otras motivaciones ms profundas que no nos interesa llegar a conocer. Nuestra psicologa es demasiado compleja para admitir con una excesiva ingenuidad que todo tiene una ex-plicacin consciente. Por debajo queda un mundo de influencias, cuyo co-nocimiento ha despertado un clima de duda y vacilacin. Las razones que se dan, aunque aparezcan como buenas y evanglicas, no responden a las verdaderas motivaciones. La vida tica y religiosa puede vivirse con unas caractersticas que reflejan muy bien las crticas anteriores. La fe, la cul-pabilidad, el deseo de perfeccin encuentran tambin otras races incons-cientes, infantiles, narcisistas, cuyo autntico rostro no es el que se mani-fiesta hacia afuera.

    6. El ansia de autonoma

    Nuestra cultura actual ha visto en las normas ticas una violacin de la dignidad humana y una amenaza contra su libertad. Cualquier coaccin externa que limite nuestra responsabilidad, o la fundamentacin trascen-dente de cualquier orden debe ser eliminada como un atentado violento.

    I')

  • La persona se siente hoy, ms que nunca, constructora de su propia histo-ria y considera una cobarda no afrontar el riesgo de la propia decisin y buscar una seguridad infantil en las normas externas para escaparse del miedo a su libertad. Est condenada a elegir y optar, y constituye una co-barda el sometimiento a lo que no brote de la propia conciencia.

    Este miedo a la esclavitud de unos principios alienantes hizo surgir la tica de situacin. Fue un gesto de protesta contra la opresin excesiva de las normas, con olvido de las peculiaridades y circunstancias de cada individuo. El carcter absoluto de la ley reduca el papel de la conciencia a ser una simple computadora de datos, sin dejar margen ninguno a la pro-pia creatividad. Y eso supone la negativa de un derecho inviolable: la ca-pacidad de juzgar y elegir segn el propio dictamen personal.

    Esta mayora de edad que el mundo ha conseguido, despus de tan-tas emancipaciones histricas, reclama tambin una independencia de cualquier vinculacin religiosa o metafsica. La hiptesis de Dios ya no se requiere para la explicacin de las realidades humanas. Su existencia sera necesaria para explicar los misterios del universo, cuando la igno-rancia humana no poda encontrar otra explicacin que no fuera sobrena-tural. Hay que reconquistar para la razn humana la capacidad cada vez mayor de hacer comprensible lo que no tiene ningn otro tipo de justifi-cacin fuera de ella. Es la ciencia la nica que tiene derecho a fundamen-tar la conducta del ser humano, pues todo lo que escapa a este horizonte viola su dignidad.

    Lo que sucede es que la misma ciencia se ha convertido para muchos en un obstculo para fundamentar la moral. Hoy slo se cree y admite lo que resulta cientficamente verificable a travs de observaciones, anlisis, experimentos, confrontaciones, o de las conclusiones obtenidas racional-mente, por deduccin o induccin, de estas verdades empricas. Como los juicios ticos de valor se resisten a esta verificacin no pueden considerar-se cientficos. Su origen queda explicado por otros factores diferentes, ya que no tienen ninguna justificacin real.

    Es la clebre y repetida falacia naturalista, cuando de la existencia de un simple hecho emprico -el gesto de que Pedro da una limosna a un pobre-, deducimos un conclusin tica que escapa a toda comprobacin, como el afirmar que, por ello, Pedro es bueno. Lo nico constatable y ob-jetivo, puesto que puede probarse su existencia real, es la ayuda que se presta en ese acto concreto, pero valorar ese hecho como bondadoso y po-sitivo, escapa a cualquier tipo de comprobacin. Sera dar un salto desde la realidad que existe -la nica que se puede verificar- a un deber de ca-ridad que no tiene ya ninguna lgica cientfica, sino que es motivado por la emociones, sentimientos o decisiones personales. Se puede probar que el agua hierve a 100 -y toda persona sensata admitir esa conclusin,

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    pues podr comprobarla-, pero sera absurdo imponer a todos la obliga-cin de tomar la ducha a una temperatura determinada.

    El saber cientfico es el nico que brota de la razn; el mundo de las valoraciones ticas, sin embargo, pertenece a otro mbito diferente, donde no hay espacio para esta dimensin racional.

    De ah la diferencia que muchos autores sealan entre la tica y la moral. La primera es una disciplina cientfica, pues analiza con mtodos histricos los sistemas morales, que se han dado a lo largo de la historia, para probar su doctrina, descubrir su gnesis o reconocer sus influencias posteriores. Pero la moral, que valora conductas o impone obligaciones, es fruto de un proceso emotivo o el resultado de una decisin personal, que ser vlida para m, pero que no podr imponer a los dems. Se trata de una decisin respetable, porque afecta al mundo ms ntimo de la persona, pe-ro sera injusto condenar a los que se comportan de una manera diferente, pues cualquier valoracin goza del mismo grado de racionalidad subjetiva y merece el mismo respeto. Aqu tambin podra decirse que sobre prefe-rencias ticas, como sobre gustos, no hay nada escrito y obligatorio.

    7. Los cambios y el pluralismo tico

    Muchas de estas dificultadas apuntadas tal vez no afecten a bastan-tes personas que no estn implicadas en el mundo especulativo de la mo-ral. Pueden parecer discusiones ms abstractas, aunque, como hemos vis-to, critiquen y rechacen sus propios fundamentos. Me atrevera a decir que hoy la gente lo que siente y experimenta es un fuerte desconcierto y gran inseguridad.

    Existe, por una parte, un enorme pluralismo tico dentro de nuestra sociedad actual. La oferta de opciones sobre los mltiples problemas ti-cos es tan amplia y contradictoria que se encuentran soluciones para todos los gustos e ideologas. Esta diversidad no afecta exclusivamente a la so-lucin de ciertos problemas, como siempre ha sucedido en todas las po-cas, por la complejidad de los valores ticos y su aplicacin a las situacio-nes concretas. Las diferencias abarcan tambin a otros aspectos mucho ms fundamentales. La concordia bsica de antes se ha fraccionado en di-versas posturas que mutuamente se excluyen. Cualquiera que busque una informacin se va a encontrar con una variedad de respuestas, que ha ro-to la mayor armona que pudo existir en pocas anteriores.

    Diferencias que no solo existen entre ideologas contrapuestas, sino que se constatan en el interior mismo de la Iglesia y de la comunidad cre-yente. La disparidad de criterios para la valoracin de algunos problemas

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  • concretos ya desconcierta a muchos, pues no comprenden por qu sobre un mismo hecho puede darse un juicio distinto. La explicacin, sin embar-go, tiene races ms profundas. Los presupuestos de base en los que se apoya la licitud o inmoralidad de un comportamiento no son idnticos pa-ra todos, como tendremos ocasin de analizar en captulos posteriores.

    Los cambios, por otra parte, han sido demasiado evidentes y signifi-cativos para seguir creyendo que lo que ahora se manda va a ser una ver-dad definitiva e inmutable. Hoy se aceptan conductas que, en pocas ante-riores, estaban condenadas, y lo que antes no era lcito, a lo mejor hoy re-sulta posible. Una moral que cambia y evoluciona pierde por completo su credibilidad, pues no tiene razones suficientes para exigir una confianza plena. El esfuerzo por una explicacin razonable, al que muchos se aferra-ban como la nica alternativa posible, no ha tenido demasiado xito. La disparidad de criterios y los cambios ticos son un sntoma manifiesto de esta incapacidad para la valoracin objetiva de tantos problemas que hoy nos afectan. Una sensacin de vaco y desencanto se apodera de muchos ambientes, como si fuera imposible la bsqueda de una opinin comn. No cabe otra alternativa que la resignacin ante un intento inalcanzable. Del apogeo y exaltacin de la razn humana, que haba impulsado la moderni-dad, se ha pasado al pesimismo y desconfianza en la cultura postmoderna.

    8. El fenmeno de la microtica

    En este clima no desaparece por completo la preocupacin tica, co-mo si no quedara otra salida que el ms absoluto amoralismo, sino que su imagen aparece dibujada con una serie de matices caractersticos, que no se identifican con los ms clsicos y tradicionales. Hoy ya se habla sobre la existencia de una microtica que se aleja progresivamente de los esque-mas anteriores. Sin estar ausentes los contenidos axiolgicos, su rostro presenta perfiles profundamente significativos, condicionados por el fen-meno de la postmodernidad. Slo nos interesa apuntar con brevedad algu-nos rasgos principales.

    Ya no existen las grandes visiones universales, como un programa coherente que orienta la vida, sino actitudes realistas y pragmticas para resignarse con lo poco que en cada momento se pueda. Todo proyecto idealista y utpico est condenado al fracaso. La era de los grandes rela-tos o de las sntesis armnicas pertenece a una poca superada. Sera inge-nuo reconstruir la unidad perdida cuando slo quedan fragmentos aisla-dos. No hay razn para creer en algo que pudiera servir de fundamento. La fragmentacin y el pluralismo forman parte inevitable de nuestra condi-

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    cin actual. Cualquier nostalgia de la unidad y armona perdida no tiene ninguna justificacin. El fin de todo proyecto y normativa totalizante sig-nifica el fin de la tica, al menos en la forma que prevalentemente ha asu-mido en el pensamiento moderno.

    A partir de los anteriores presupuestos, no resulta extrao que se lle-gue al rechazo de toda valoracin que pueda considerarse como definiti-va, pues todo est sujeto a cambio cuando se descubren otras alternativas mejores. Si la poca de las verdades absolutas pertenece al pasado, en el que se buscaban garantas con una consistencia dudosa, ya no se puede reivindicar la incondicionalidad de ningn principio como el nico depo-sitario para el discernimiento de la maldad o del bien. Nada hay definiti-vo, pues todo puede cambiarse con el tiempo y las circunstancias. La ni-ca obligacin es la renuncia a cualquier tipo de dogmatismo como un sig-no de respeto hacia otras mentalidades y como una confesin explcita de nuestra propia incapacidad para la bsqueda de seguridades. Del hombre orgulloso por sus conquistas y descubrimientos no queda ya nada ms que una imagen triste y despojada de su antiguo esplendor, donde todo se ha relativizado para quedar en manos de la provisionalidad.

    Hay que resignarse, por tanto, a vivir sin absolutos, pues la entrada de la razn en el mundo de la tica, tan exigida en los autores actuales, no da tampoco ninguna garanta absoluta, hasta el punto de convertirse, por su incapacidad para responder a los interrogantes morales, en una razn sin esperanza. En cualquier caso, siempre ser mejor un pluralismo en la razn, aunque no ofrezca seguridades, pues no queda otra alternativa que el racionalismo o la barbarie.

    Tampoco se aprecia la coherencia de los criterios dentro de una snte-sis armoniosa. Cada uno puede elegir, entre las mltiples ofertas que se pre-sentan, aquellas que en cada momento le parezcan ms seductoras, sin preo-cuparse por la armona e integracin del conjunto. La obsesin por el este-ticismo tico, donde todo se encuentra bien encajado, es un intento por es-caparse del destino desgarrado y del asedio de tantas sospechas como hoy nos amenazan. La clave est en vivir cada momento sin ninguna otra refe-rencia. Slo la propia conciencia est capacitada para optar por aquellas re-glas de comportamiento en medio de esta multiplicidad existente. Vivimos, para sintetizarlo en unas palabras, en la edad del fragmento, de lo parcial y provisorio, de lo dbil e inconsistente, de la inseguridad y de lo relativo.

    9. El valor prioritario de la tolerancia

    En estas circunstancias, cuando nada se considera cierto, absoluto y definitivo, la tolerancia se revela como el valor prioritario de toda socie-

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  • dad. En lo nico que todos estamos de acuerdo es en que no todos tene-mos que estar de acuerdo por la complejidad de los problemas, el pluralis-mo de las soluciones y las dificultades para encontrar un fundamento co-mn. Como no se puede imponer ninguna verdad por encima de las otras opiniones, no cabe otra salida que el respeto hacia las diferencias. Esta to-lerancia que nace de la deferencia y de la comprensin hacia el que no par-ticipa de las propias ideas es un signo de madurez personal y comunitaria.

    El fanatismo ha generado mucha violencia, incluso con un carcter religioso y sagrado, a lo largo de la historia y en nuestro mundo actual. Co-mo patologa del comportamiento se caracteriza por creerse poseedor ab-soluto y exclusivo de la verdad, que necesita imponerla a los otros por me-dio de la fuerza y de la violencia. Y este peligro se aumenta ms en el m-bito sagrado de la religin. Aqu no se trata de salvaguardar ideologas hu-manas, por muy dignas y queridas que sean, sino de proteger con absolu-ta fidelidad las enseanzas reveladas por Dios, mantener la unidad de los fieles contra las falsas interpretaciones que amenazan la comunin en una misma creencia, e intentar la comunicacin del mensaje a los que todava no lo han descubierto.

    Cuando el creyente est convencido de que su fe es la nica verda-dera, sin ninguna otra alternativa para la salvacin, y con un carcter obli-gatorio para todos por la universalidad de su mensaje, la semilla de la vio-lencia se hace presente en su corazn. La experiencia de lo sobrenatural en lugar de llevar a la reconciliacin comprensiva y respetuosa hacia los que no la comparten, conduce a la lucha intransigente por vencer al error. Por eso, es muy difcil que el fantico ortodoxo se crea intolerante, pues tiene conciencia de que lo que est en juego no es la fidelidad a sus propias ideas sino la obediencia a Dios, que no admite ningn otro compromiso. Estar dispuesto a ofrecer su propia vida antes que renegar de tales exigen-cias sobrenaturales.

    Semejante postura queda hoy reducida a los grupos fundamentalis-tas, que no permiten ningn tipo de discrepancia. En el ambiente de las so-ciedades democrticas, el aire que se respira est bastante ms purificado. Existe un acuerdo mayoritario para defender que la legislacin civil no ha de prohibir o aceptar los cdigos ticos de una mentalidad concreta, sino que debe permanecer abierta a las otras valoraciones diferentes que resul-ten vlidas y razonables para otros grupos. Renuncia, incluso, a encontrar la justificacin de cada postura para eludir las discusiones largas y, a ve-ces, antagnicas de los propios presupuestos en los que tampoco habr acuerdo, pero nace de una justificacin razonable por la que se descubre la urgencia de un pacto comn y la necesidad de adherirse y defender lo que resulta vlido para todos. Aunque tolere otras formas de conducta y comportamientos, que estn excluidos para determinadas ideologas, ten-

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    dr que hacerse intolerante para los atropellos, injusticias y discriminacio-nes que la sociedad considera inaceptables. El que no comparta la racio-nalidad de este planteamiento ser un individuo cerrado e insensible a la dimensin comunitaria de la vida. La misma comunidad sabr cmo de-fenderse de la amenaza que supone esta actitud insolidaria y egosta.

    10. Los riesgos y peligros de esta situacin

    En un contexto cultural como ste, se esconden algunos peligros f-cilmente comprensibles y que constatamos con frecuencia a nuestro alre-dedor. Solamente me limito a enumerarlos.

    Se aumenta, en primer lugar, un talante de escepticismo e indiferen-cia ante la dificultad de una fundamentacin cierta y segura. Cuando son tantas las opiniones y tan diferentes las ofertas ticas, no hay ningn mo-tivo para aceptar unas por encima de otras. No existe ningn imperativo obligatorio por el que merezca la pena un determinado esfuerzo o sacrifi-cio. El ecumenismo tico se vuelve tan amplio e indulgente que no se re-chaza como inaceptable ninguna conducta. La tolerancia no es, entonces, fruto de la consideracin y deferencia hacia el otro, sino el sntoma de un escepticismo radical. Como la verdad no est garantizada, que cada uno acte y se comporte como le parezca. Hasta manifestar el propio conven-cimiento, si es que se tiene, provoca vergenza y malestar, por temor a ser considerado como poco comprensivo frente a otras posturas. Es curioso observar cmo en muchas encuestas que se hacen por la calle para deter-minados programas, cuando se pregunta sobre alguna valoracin tica, la respuesta ms frecuente es dejar que cada persona proceda como juzgue conveniente.

    Esta incertidumbre e indiferencia se convierte tambin en un estmu-lo para la comodidad, pues si cualquier oferta tica aparece tan vlida co-mo las otras, la inclinacin hacia lo que resulta menos molesto y exigente se hace comprensible. Nadie tiene derecho a exigir o prohibir una conduc-ta determinada, ya que todas gozan ms o menos de la misma probabili-dad. La eleccin pertenece en exclusiva al propio individuo y, en esta hi-ptesis, sera absurdo optar por la ms difcil y sacrificada. Frente a una tica de exigencias y herosmos se levanta una moral del menor esfuerzo posible, pues cualquier opcin que se tome est respaldada por la ley. Una tica de mnimos es a lo nico que se puede aspirar.

    El peligro radica, entonces, en no distinguir suficientemente lo legal de lo tico, y terminar aceptando, con todas sus lamentables consecuen-cias, que la tolerancia o prohibicin jurdica se identifica con la bondad o

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  • la malicia tica. La conducta legal que se permite o rechaza es fruto, en-tonces, de un consenso social que deja espacio a otra serie de conductas diferentes. Y no cabe duda de que la ley, aunque solo tolere o despenalice, encierra siempre un valor pedaggico y, cuando aparece como legalmente aceptado lo que se valora por otros muchos como ticamente inaceptable, aparecen una serie de problemas.

    La consecuencia ms obvia de esta situacin es que se llegue a la prdida de la propia identidad ideolgica, de relativizar con exceso la ver-dad sincera de cada uno, para diluirla confusamente en un conjunto de va-loraciones demasiado comunes y poco exigentes. Que la moral cristiana, en una palabra, pierda por completo su riqueza y sabor evanglico, al par-ticipar como una ms en el debate de los problemas ticos. Si la discusin pblica se centra en los consensos mnimos, no se rebajarn tambin las exigencias cristianas?

    Ante una situacin como sta, son muchas las preguntas que saltan inevitablemente frente a la moral. Es un camino de libertad o una forma de represin e infantilismo? Nace de una exigencia humana o se impone como una forma de dominacin? Sirve para realizar al hombre o slo pa-ra gratificar su narcisismo y eliminar sus sentimientos de culpabilidad? Resulta compatible una vida feliz y dichosa con el sometimiento obliga-torio a un cmulo de leyes? Es posible la certeza en medio de un plura-lismo tico? No hay que multiplicar los interrogantes, aunque cada uno puede aadir sus propias dificultades. Para encontrar una respuesta ade-cuada, habra que descartar, ante todo, algunas soluciones que no conside-ro vlidas ni eficaces.

    11. La nostalgia de un pasado o la huida hacia la privatizacin

    La primera pretende una vuelta nostlgica a pocas anteriores, con la aoranza de recuperar ahora las seguridades perdidas, la mayor unanimi-dad, el respeto a la tradicin, el ambiente religioso que daba mayor garan-ta. Un retorno a los tiempos de la cristiandad, donde la fe catlica orien-taba la vida social. Lo que hoy se requiere es levantar la voz con mayor nfasis para acallar las voces disonantes, para definir con autoridad las fronteras entre lo bueno y lo inaceptable. Muchos creern, a lo mejor, que todos los males actuales provienen de no haber mantenido los mtodos tra-dicionales, como si la Iglesia, en nuestro caso, hubiese renunciado a su ri-ca tradicin para diluirla entre las novedades actuales y perder la certeza y seguridad que demostr en otros momentos.

    No valoro esta postura, aunque se corre el peligro de idealizar con exceso el pasado, olvidando qu? los frutos de esa siembra los estamos re-

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    cogiendo ahora en nuestra sociedad. Cada uno podr pensar como prefie-ra sobre la conveniencia o no de esta vuelta a un pasado, donde la influen-cia de la Iglesia era mucho mayor, pero esperar el fin de esta crisis es so-ar con una poca que no volver a repetirse. La dinmica de los procesos histricos no se dirige con las simples nostalgias ni los buenos deseos. Mientras tanto, por si algn da se consiguiera, slo cabe el lamento pesi-mista para manifestar el rechazo de la situacin actual, pero que no apor-ta otras alternativas, ni estimula demasiado a un compromiso y esfuerzo por mejorar lo que sea posible. La denuncia retrica solo sirve para fomen-tar una buena conciencia epidrmica, porque se da por supuesto que la cul-pa de lo que acontece recae siempre sobre los dems.

    Tampoco tiene sentido una retirada hacia la privatizacin de la fe y de la moral cristiana, como si en un mundo como el nuestro no hubiera ninguna posibilidad de hacer presente nuestra oferta o su palabra no tuvie-ra ya ninguna resonancia en el foro civil. El cristiano no puede resignarse a una vida de culto y oracin, hacia la que muchos desearan orientar a la Iglesia, incluso entre los mismos creyentes, para evitar la crtica de sus propios esquemas e intereses. Sera una traicin ocuparse de las cosas del Padre, olvidando que el rostro de Dios est escondido detrs de todos aquellos que sufren las consecuencias de nuestros egosmos e injusticias. El proyecto evanglico no es slo escatolgico, sino que hay que hacerlo presente en las realidades del mundo actual. Sin negar el valor profundo de la vida contemplativa, algunos movimientos renovadores corren el pe-ligro de un esplritualismo exagerado, que se hace muchas veces ms c-modo y menos arriesgado que una presencia comprometida. La imagen evanglica de la levadura no elimina la obligacin de que la luz brille y exista un testimonio pblico de la comunidad creyente.

    12. El juego de las estrategias y concesiones

    Otros intentan reaccionar por el camino opuesto. A pesar de la de-cadencia y corrupcin que pueda darse, la crisis actual corresponde a una conciencia nueva de la humanidad, que denuncia como falsos e hipcritas muchos de los principios morales. Si la sociedad no vive de acuerdo con la moral es porque sta no responde ya a sus exigencias actuales. La tarea bsica consistir, entonces, en la bsqueda posible para acomodar la tica a las necesidades y urgencias del momento presente. Se tratara de reali-zar, incluso, una operacin parecida a las rebajas comerciales -abaratando el precio del mercado, con menores exigencias-, a ver si la gente se ani-ma un poco y acepta mejor el producto que se le ofrece. Si no llegan a sal-tar la altura propuesta, el remedio ms eficaz no ser mantenerla, para no

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  • renunciar a los principios de siempre, sino rebajar el listn a las posibili-dades de ahora.

    Ambas posturas resultan insatisfactorias, porque no basta repetir, aunque sea con ms fuerza y energa, sin convencer, y porque no se trata de reducir y aminorar, aunque a veces tambin se requiera una adaptacin, sino de autentificar y esclarecer. Cualquiera de las dos opciones est inca-pacitada para responder a los retos actuales, porque o no quiere enfrentar-se con la realidad existente, cargada de interrogantes que no se descifran con esquemas pasados, o busca una interpretacin que elimina otros datos fundamentales.

    Mucho ms interesante es abrirse al dilogo con otras ideologas, no temer la confrontacin con otros criterios ticos diferentes, hacerse sensi-ble a las crticas ajenas. Este camino no es slo un gesto de respeto, sino que constituye tambin una ayuda para el enriquecimiento del propio pa-trimonio. Cualquier sistema, por muy falso que sea, pone de relieve algn aspecto de la verdad que no conviene dejar en el olvido. Tambin la cari-catura est deformada y, sin embargo, sabemos muy bien a quin se refie-re. Hasta la misma hereja no es nada ms que la deformacin exagerada de una verdad.

    Lo que no se puede es entrar en un juego de estrategias y concesio-nes, como si se tratara de un simple debate poltico para buscar un acuer-do. Entrar en el dilogo como un interlocutor ms, sin la fuerza para im-poner a todos las propias valoraciones, no significa renunciar a su defen-sa dentro de una sociedad plural y democrtica. El laicismo autoritario, tal vez como reaccin a los influjos anteriores de la Iglesia, quiere que domi-ne una explcita mentalidad a-religiosa, pero en una sociedad laica, donde todas las ideologas civiles y creyentes han de tener espacio, cualquiera de los participantes tienen derecho a presentar sus propias opciones.

    Es verdad que la visin cristiana ya no aparece como el nico pro-yecto tico con validez universal, pero ello no implica renunciar al talan-te y radicalismo evanglico que le caracteriza. Las palabras de Jess sobre la sal que se vuelve inspida y no sirve para nada ms sino para ser tira-da fuera y pisoteada por los hombres (Mt 5,13) es un recuerdo que no de-bemos olvidar. Es decir, la moral catlica no tiene que cambiar por el he-cho de estar situada en una sociedad pluralista. Al contrario, en un mundo donde las prcticas y las creencias no ayudan para nada y existen otros mltiples atractivos, la luz y la fuerza del Evangelio deberan tener una presencia mucho mayor.

    Si se ha insistido en la crisis que afecta a la moral, no ha sido por el deseo de ensombrecer an ms el panorama. Aunque la valoracin pueda ser algo diferente, segn la perspectiva de la que cada uno parta, las difi-cultades contra la tica -y ms en concreto contra la tica cristiana- nacen

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    de estos presupuestos que hemos constatado. A ellas quisiramos respon-der de una manera ms o menos directa a lo largo de estas pginas. Si al terminar la lectura de estos captulos, el lector encontrara datos para ela-borar una respuesta personal y convincente, habremos alcanzado nuestro objetivo.

    * * *

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    CAPTULO 2

    LA NECESIDAD DE UNA DIMENSIN TICA

    1. Un reduccionismo antropolgico

    Por muchas que sean las crticas lanzadas contra la moral, como aca-bamos de sealar en el captulo anterior, habra que insistir sobre su urgen-cia y necesidad. El rechazo que nace contra ella, desde diferentes perspec-tivas, no elimina su existencia, pues forma parte de nuestras propias es-tructuras antropolgicas. Por el hecho simple de vivir estamos obligados a reconocer semejante dimensin. La nica exigencia indispensable es su-perar una simple visin zoolgica de la persona. Hasta ahora los ataques no iban dirigidos tanto contra el mundo de la tica, sino contra una moral concreta y especificada por unas caractersticas propias. Pero todos esta-ran de acuerdo en la urgencia y necesidad de unos criterios que regulen la convivencia humana.

    Ahora se ha dado un paso ms adelante para destruir tambin el mi-to humanista, de los que todava creen que el ser humano est por encima de la materia y de los mecanismos biolgicos. Para los que viven este sue-o antropolgico no hay otra respuesta que una risa compasiva y filosfi-ca, ya que no cabe ninguna otra interpretacin que no brote de los compo-nentes fsico-qumicos de la propia naturaleza. El azar aparece como la nica ley bsica para explicar las estructuras ms especficamente huma-nas. Las alteraciones genticas son accidentes aleatorios de un proceso evolutivo que termina en esa realidad llamada hombre, pero que no es otra cosa que una mquina mejor programada o un animal que ha alcanzado un estadio de mayor evolucin.

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  • La tica es un producto biolgico que asegura la estabilidad y sirve, como la religin, para obtener el bienestar de los que la practican. El egosmo gentico busca, de forma muy sutil y sofisticada, todo aquello que le interesa para subsistir y desarrollarse. Hasta el altruismo y la mis-ma santidad encontraran su explicacin ltima en los genes. Las reaccio-nes humanas estn programadas, como las de un robot, aunque sea mucho ms perfeccionado y complejo. Las manifestaciones tpicamente huma-nas, que todava no se han podido explicar con este presupuesto, quedarn tambin algn da clarificadas con el avance de la ciencia. Lo importante es aceptar que no se requiere ninguna interpretacin metafsica, ms all de los puros componentes bioqumicos. Este reduccionismo antropolgi-co elimina de raz la posibilidad de una reflexin tica, pues no hay suje-to capaz de tomar decisiones responsables, ya que la libertad es, en el fon-do, un lamentable autoengao.

    Hay que reconocer, sin embargo, que semejante planteamiento no tie-ne tampoco ninguna objetividad cientfica, pues muchos interrogantes que-dan sin respuesta, a la espera de una hipottica y futura explicacin, o los mismos datos cientficos ya son interpretados por una ideologa o por una especie de convencimiento metafsico que se escapa por completo a los postulados de una ciencia emprica. Por eso, son muchos los que parten de una antropologa que reconoce en el ser humano unas caractersticas pecu-liares que lo distinguen y elevan por encima de cualquier otra realidad.

    2. Un salto cualitativo

    Aunque la sociobiologa haya descubierto en la conducta humana es-tructuras parecidas al comportamiento de los animales, existe una frontera cualitativa que separa con nitidez ambos mundos. Los seres irracionales si-guen ciegamente las leyes de su naturaleza e instintos, que los conducen con una eficacia admirable a la consecucin de sus objetivos. La obedien-cia a estos datos es suficiente para dirigir sus reacciones hacia una finali-dad determinada. No tienen otra moral que el sometimiento a sus impera-tivos biolgicos, teleolgicamente ordenados al bien individual y de la es-pecie. Su orientacin resulta tan perfecta y adecuada que, para actuar bien, slo tienen que dejarse llevar, sin necesidad de poner ningn reparo, por el dinamismo interno de sus propias tendencias. Los estmulos ambientales y las posibles respuestas derivadas de su biologa establecen un equilibrio di-nmico y perfecto. Aqu radica la grandeza que tantas veces admiramos en los mecanismos de las plantas y, sobre todo, de los animales. A primera vis-ta, incluso, habra que decir que se encuentran mucho mejor programados y con una dotacin mejor de la que el mismo hombre posee.

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    La originalidad biolgica del ser humano radica en sus carencias y necesidades. No cuenta con ninguno de los resortes naturales que facilitan la supervivencia del animal. Es el mamfero que nace en un estado mayor de fragilidad e indigencia, como si se tratara de un alumbramiento prema-turo. Fsica y psicolgicamente se encuentra sin defensas frente a los agentes externos, en una actitud de dependencia radical. Carece de una ba-se comn que lo oriente hacia unas tareas determinadas y lo impulse ha-cia un modo especfico de ser o de comportarse. Su permanencia aparece casi como un milagro, pues no se encuentra equipado por la naturaleza pa-ra enfrentarse a todas las amenazas que se le presentan.

    Esta carencia radical con relacin a los animales, que catalogara a la especie humana como inferior y menos perfecta, se compensa radical-mente por la existencia de la libertad. Si la adecuacin del animal con su medio se realiza sin ningn problema, pues hay un ajustamiento innato que le viene ofrecido por sus propios mecanismos, el ser humano est do-tado de una capacidad superior para adaptarse con su libertad al ambiente que le rodea. El modela, modifica y configura la realidad para ponerla al servicio de sus intereses. A pesar de su inadaptacin y falta de firmeza constitutiva, sabe encontrar los caminos para su realizacin. Est llamado a conseguir, con su trabajo y responsabilidad, la tarea que no le han faci-litado sus estructuras naturales.

    3. La estructura tica de la persona

    Ese plus cualitativo no se explica con una comprensin zoolgica de lo humano. Las peculiaridades de este nivel requieren superar una visin demasiado monista y reductora. El conocimiento, los sentimientos, la li-bertad emergen como funciones que no radican exclusivamente en la ba-se neurolgica del cerebro, como si se tratara de una pura reaccin ciber-ntica. El alma, prescindiendo ahora de los datos de la revelacin y de los diferentes nombres con que pudiera designarse, expresara simplemente la trascendencia de la materia para desarrollar ahora unas funciones para las que no est capacitada sin esta informacin. Sera una forma de sealar el carcter nico e irreductible del cuerpo humano, como algo radicalmente distinto a cualquier otro tipo de vida.

    Lo que interesa, para lo que pretendemos, es constatar, hasta como un dato emprico y observable, esa diferencia entre los seres. En el animal, los estmulos suscitan una respuesta adecuada. Para vivir no necesitan si-no dejarse llevar por las leyes de sus propios instintos. Trabaja bajo la ten-sin del incentivo presente y sigue con exactitud el ritmo impuesto por la

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  • naturaleza. El hombre, por el contrario, que no goza de esa organizacin ni encuentra en sus estructuras las respuestas determinadas, tiene que mo-delar sus pulsiones y rehacer su vida como una tarea. Nace sin estar hecho, y su evolucin y progreso debe conseguirse a travs de un aprendizaje.

    Cuando Freud defina al nio como un perverso polimorfo expresa-ba de otra manera esa misma realidad. Necesitamos de una orientacin pa-ra canalizar las fuerzas anrquicas e instintivas hacia una meta que no se consigue, dejndose conducir pasivamente por ellas; En este sentido, po-dra decirse que estamos irremisiblemente condenados a ser ticos. La ur-gencia de configurar nuestros mecanismos antropolgicos es lo que Zubi-ri llam moral como estructura, como el que intenta crear una obra con los materiales informes que tiene entre manos. Las opciones concretas y los caminos que se elijan sern diversos de acuerdo con la decisin adop-tada. El conjunto de normas y criterios particulares que se escojan para realizar esa tarea ser la moral como contenido,

    4. Significado etimolgico de la moral

    Esta misma urgencia se constata recordando el sentido ms arcaico, primitivo y original que se descubre en la misma etimologa de la palabra. Sus races manifiestan una riqueza de significacin que se ha quedado muy reducida con posterioridad. La filologa, como tantas veces, abre a unos horizontes que posibilitan una mejor compresin.

    El ethos, en la existencia humana, es la cara opuesta del pathos, co-mo una doble dimensin que cualquier sujeto experimenta. Dentro de es-ta ltima acepcin entrara todo lo que nos ha sido dado por la naturaleza, sin haber intervenido o colaborado de manera activa en su existencia. Lo llamamos as por haberlo recibido pasivamente, al margen de nuestra de-cisin o voluntad. Es el mundo que constituye nuestro talante natural, nuestra manera instintiva de ser, que padecemos como algo que nos ha si-do impuesto, y que no sirve, como hemos visto, para dirigir nuestra con-ducta. Ofrece los materiales sobre los que el hombre ha de trabajar para construir su vida, como el artista esculpe la madera para sacar una obra de arte. La educacin es el esfuerzo para extraer (educere) de esa realidad anrquica una conducta humana.

    Para expresar este esfuerzo activo y dinmico, que no se deja vencer por el pathos recibido, el griego se vala de la palabra thos, pero con dos significaciones diferentes, segn se escribiera con eta o con epsilon. En el primer caso, -adems de expresar la residencia, morada o el lugar donde se habita- indicaba fundamentalmente el carcter, el modo de ser, el esti-

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    lo de vida que cada persona le quiere dar a su existencia. Mientras que su segunda acepcin hara referencia a los actos concretos y particulares con los que se lleva a cabo semejante proyecto.

    Tendramos que decir, por tanto, que la funcin primaria de la tica no se centra en las acciones concretas, sino en otro objetivo mucho ms bsico: dar una orientacin estable, encontrar el camino que lleva hacia una meta, crear un estilo y manera de vivir coherente con un proyecto. La tica consistira, entonces, en darle a nuestro pathos -ese mundo pasivo y desorganizado que nos ofrece la naturaleza- el estilo y la configuracin querida por nosotros, mediante nuestros actos y formas concretas de ac- tuar. Aqu est la gran tarea y el gran destino del hombre.

    5. La bsqueda de un sentido: el proyecto tico

    El ser humano experimenta la capacidad de auto dirigirse, a pesar de sus determinismos y limitaciones parciales, pues tiene conciencia de que, por encima de todo, l puede orientar su vida, dotndola de un estilo pe-culiar y caracterstico. No se encuentra dirigido, en circunstancias norma-les, por ningn impulso que le obligue a comportarse de una forma con-creta, al margen del destino que quiera darle su libre voluntad. Sus pulsio-nes no son como las del animal, que no puede prescindir de ellas, diferir-las, o moldearlas en funcin de unos objetivos humanos, ms all de la ne-cesidad inmediata e instintiva. Es lgico, pues, que, en un momejito deter-minado, se tenga que preguntar por la meta hacia la que desea dirigirse. Si vale la pena vivir, tiene que ser por algo y para algo.

    El hombre, en efecto, se siente arrojado en un ambiente misterioso y desconcertante. No es slo su naturaleza personal, con la riqueza y el an-tagonismo de sus tendencias y sentimientos, que experimenta en su inte-rior. Es tambin toda la realidad externa que le rodea y por la que se sien-te afectado, sin haberla elegido. Por todos lados se le hace presente el mis-terio, provocndole, desde el momento en que se pone a pensar, una serie de interrogantes. El dolor, el fracaso, la culpa, el mal, la muerte sern si-tuaciones lmites y de mayor importancia, que le impulsen a buscar una respuesta. Pero hasta las mltiples posibilidades con las que se enfrenta en su quehacer diario le harn plantearse cul es la meta hacia la que quiere orientarse. Siente el peso de su responsabilidad y necesita saber el destino hacia el que dirigir su esfuerzo.

    La libertad no es una espontaneidad ciega, ni un comportamiento anrquico para actuar en cada momento segn guste o en funcin de las apetencias ms instintivas. Su papel primario consiste en buscarle a la vi-

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  • da una orientacin bsica, en darle un destino, en encontrar un proyecto de futuro que va a determinar un comportamiento concreto, de acuerdo con la meta que cada uno se haya trazado. Si se quiere, el problema de la ti-ca es fundamentalmente un problema metafsico: mirar un poco ms all de lo emprico y existente para ver si le encontramos algn sentido y sig-nificacin, como el que busca un horizonte que ilumine un poco el descon-cierto que la propia vida produce.

    6. La necesidad de una opcin

    Plantearse la moral como un proyecto tico no es slo un problema filosfico, que se justifica por las propias estructuras antropolgicas, sino que se presenta, adems, como una cuestin irrenunciable a la que nadie se puede sustraer, ni siquiera cuando aparentemente se busca refugio en otras soluciones que intentan negarla. En medio del drama, de la oscuri-dad y del riesgo, hay que atreverse a decidir, aunque las soluciones no apa-rezcan muchas veces claras y evidentes. Si no se quiere vivir en un estado de inconsciencia o de infantilismo permanente, hay que buscarle una res-puesta a esa pregunta para saber qu se hace con la vida.

    Algunos juzgan esta preocupacin como absurda y desfasada. Lo mis-mo que los dems fenmenos fsicos, la vida simplemente est ah, impues-ta por el destino. Y buscarle un significado que se descubre oculto y ence-rrado en ella, resulta demasiado simplista, propio de una cultura y de una poca trasnochada. Los hechos empricos son en s mismos insignificantes, sin ninguna relacin causal o finalista, sin ningn sentido previo. Lo ms que podramos llegar a discernir es la forma en que el organismo humano reacciona frente a la naturaleza para satisfacer sus necesidades e intereses, su capacidad de adaptacin para asegurarse una supervivencia, que se le ha-ce difcil frente a los restantes elementos que le amenazan. En un mundo in-sensato, el individuo acta sobre su entorno para sacar de l los elementos que le resultan imprescindibles en su existir. La finalidad no es nada ms que un mecanismo de la naturaleza que, como la cultura, sirve para satisfa-cer ciertas necesidades y resolverle los innumerables problemas que le pre-senta la realidad. Detrs de toda decisin humana no hay ninguna finalidad ni existe ningn orden consistente que le ilumine en su camino. El sentido no hay que descubrirlo, sino crearlo en cada momento y situacin.

    Lo importante es caer en la cuenta de que, de una u otra manera, to-dos los sistemas e ideologas mantienen una opcin de base, defienden una forma de vida en coherencia con un proyecto que ya est escrito o deter-minado, o que cada uno se tendr que construir o inventar. Hasta el que

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    decide suicidarse, en un estado de lucidez razonable, es porque ha encon-trado ya una solucin: la vida no vale la pena, en determinadas condicio-nes, y es mucho mejor escaparse de ella. Y el que se niegue a buscar una respuesta, actuar de acuerdo con la opcin que ha tomado de no perder el tiempo en busca de una opcin. Lo mismo que el que se decide por la in-decisin, se decide de alguna manera.

    7. Valor estructurante y psicolgico

    Por otra parte, este planteamiento, adems de filosfico, tiene pro-fundas resonancias en la psicologa. El ser humano no puede vivir en un estado permanente de indecisin, pues su personalidad quedara descen-trada, sin un eje bsico y consistente en torno al cual unificar todas sus ac-ciones. Se requiere una toma de posicin en la medida en que el sujeto al-macena los mltiples datos de la experiencia y opta poco a poco, incluso de forma insensible, por aquella alternativa que le parece la ms adecua-da. Sin ese dinamismo interior, el ser humano sera juguete de las circuns-tancias ambientales e inmediatas en las que se encontrara, y no alcanzara nunca un nivel adulto de maduracin.

    Una situacin polivalente, en la que se optara de una u otra manera segn le pareciere oportuno, creara una ambigedad desorientadora, ca-paz de crear un conflicto existencial que, de no ser resuelto, se convertira en crnico. Nos encontraramos con la actitud de aquellos que, por no re-nunciar a ninguna de las posibilidades, dejan abierto indefinidamente el proceso de decisin y mantienen su conducta con un matiz fragmentario y desconcertante. No existe una referencia de todos los procesos a un Yo unitario, para que la libertad pueda darle a la vida un proyecto global y ac-tualizarlo armnicamente en las diferentes situaciones de la vida.

    Cuando se ha tomado una determinada orientacin, sea la que fuese, se produce una reestructuracin de toda la personalidad, que busca man-tenerse en coherencia con la decisin adoptada, crendose un sistema de-fensivo y protector que facilite y asegure, mediante la eleccin de ciertas acciones y el rechazo de otras, el objetivo propuesto. Se da, por tanto, un reajuste interior que equilibra psicolgicamente, pues se sabe lo que hay que elegir o a lo que se debe renunciar, aunque despus no se acte siem-pre con la debida coherencia. Y, al mismo tiempo, armoniza e integra las pequeas y mltiples decisiones de la vida dentro de un proyecto global, evitando una conducta demasiado perifrica y fragmentada. Es como un sistema defensivo para no sentirnos llevados por las urgencias variadas y contradictorias de cada situacin.

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  • 8. Para superar el vaco existencial

    Hoy se habla mucho sobre la crisis de identidad. Ya no se acude al psiclogo exclusivamente para superar ciertas manas o sntomas neurti-cos. Son cada vez ms los que, sin saber por qu, se siente infelices, de-primidos, con una tristeza de fondo que siempre les acompaa. La expli-cacin ltima tal vez radique en todo lo que acabamos de decir. Cuando a la vida no se le ha encontrado un sentido, aunque sea para luchar en me-dio de la insensatez y el absurdo, nace consecuentemente un sentimiento de hasto y aburrimiento existencial. Se vive por inercia y rutina, con el nico deseo de esquivar en lo posible el dolor, la preocupacin o los ma-los ratos, pero sin nada de fondo que valga la pena y llene de mayor opti-mismo e ilusin la existencia limitada.

    Muchos autores han insistido en la importancia de esta dimensin. Si hay una psicologa que penetra en lo profundo del hombre para descu-brir nuestro interior, se necesita tambin otra que nos abra hacia arriba pa-ra encontrar un horizonte de sentido. Una neurosis que no brota por la re-presin de la libido (Freud), o del instinto de poder (Adler), sino de una civilizacin tan absurda y falta de ideales, que impide sentirse satisfecho.

    Por eso, el vaco existencial se da incluso cuando se tienen satisfe-chas todas las necesidades bsicas. Las estadsticas demuestran que, en las sociedades desarrolladas, consumistas y de bienestar, el ndice de suici-dios es mayor que en los pueblos pobres y necesitados, con la nica preo-cupacin de luchar por la subsistencia, pero sin motivos para experimen-tar la frustracin y el absurdo. Hasta en las situaciones extremas, como se constat en los campos de concentracin nazis, la supervivencia fue ma-yor en los qu miraban al futuro con la esperanza de realizar an alguna tarea. Y es que, cuando la vida ha perdido todo sentido, la muerte se vis-lumbra como la nica liberacin.

    Los autores que han estudiado la naturaleza psicolgica de la profe-sin -el proyecto sera una verdadera vocacin existencial- afirman que su existencia se descubre y manifiesta por la consistencia interior: una sen-sacin benfica y gozosa que brota ineludiblemente, permaneciendo siem-pre por dentro, cuando se vivencia que el camino escogido y con el que uno se cmpremete vale de veras la pena y responde a las aspiraciones ms profundas. Por eso, aun en medio de todas las dificultades y proble-mas, queda escondido un sentimiento positivo, que explica la estabilidad y consistencia a pesar de todo.

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    9. La fundamentacin del sentido metatico

    Ya hemos visto cmo, desde una perspectiva humana, la persona que llega a la existencia se encuentra abocada a tener un proyecto que oriente y determine su vida. Su desajuste inicial constituye el punto de partida que justifica esta decisin. Un presupuesto bsico, que aparece como algo ra-zonable, pero cuya fundamentacin no puede ser apodctica, ni alcanzar una certeza matemtica. Quiero decir que al porqu ltimo para realizarse como persona es difcil encontrarle una respuesta evidente. Cuando al-guien se pregunta:"Por qu tengo que configurar mi existencia?, que ra-zn me obliga a realizar el bien?", no existe ningn argumento apodctico para convencerle de que no hay otra alternativa. Como el que quiera de-fender que lo mejor es que cada uno se comporte como le apetezca, por-que esa es la decisin que ha tomado en su vida, y no se siente compro-metido por ninguna otra obligacin.

    En medio de las diferentes opiniones que pudieran darse; el camino ms eficaz ira por una experiencia unlversalizada que nace del sentido co-mn. La mayora est plenamente de acuerdo con la validez de este pro-yecto ltimo, como lo demuestra la historia a travs de todos los sistemas ticos que han existido. Se tratara de una racionalidad valorativa, que na-ce en el corazn del grupo humano y que se experimenta como vlida y urgente en la sociedad, pues se comprende sin mucho inconveniente que no basta la fuerza bruta para una convivencia armoniosa. Una especie de intuicin que no requiere ningn otro presupuesto racional.

    Comprometerse con esta tarea no constituye ninguna sinrazn o in-sensatez -mucho ms irracional sera desligarse de ella-, aunque se re-quiera una nueva experiencia y sensibilidad, por la que se capte que seme-jante compromiso vale la pena, que es digno y vlido en s. Como en to-das las grandes opciones de la vida, aqu tambin los elementos afectivos y sentimentales ofrecen un plus, que no se encuentra en la frialdad de un simple y puro razonamiento. Toda la tradicin escolstica, con santo To-ms al frente, admita que el primer principio de la moral: haz el bien y evita el mal, no puede demostrarse en el campo estricto de la lgica. Y no olvidemos que sobre este presupuesto bsico se fundamentan todas las dems obligaciones ticas de la ley natural.

    Cuando se habla del sentido metatico, por tanto, no significa, como algunos falsamente entienden, que no existe ninguna posibilidad de fun-damentacin, como si la eleccin dependiera de un simple gusto o senti-miento. Lo que se quiere es tomar conciencia de que en el mbito moral, como veremos ms adelante, no bastan las simples ideas si no existe tam-bin un mnimo de sensibilidad para captarlas.

    V)

  • Supuesta la racionabilidad de esta postura, la revelacin constituye, adems, una ayuda formidable para esta justificacin. Quien ha sido im-pactado por el mensaje de Dios para formar parte de su alianza, o quien acepta el seguimiento de Jess para hacer presente su reino, comprende mejor que nadie lo que ello significa. En adelante no podr experimentar ninguna duda de que la realizacin del ser humano como persona, que nos hace como creyentes hijos del Padre y seguidores de Cristo, tiene suficien-te consistencia para quedar comprometidos con esta tarea. Creer se con-vierte en un estmulo eficiente que ilumina el horizonte y despierta las energas para mantener esta lucha ilusionada por algo mejor. El creyente, de esta manera, posee una garanta y solidez superior a la que pudiera ob-tener con cualquier reflexin filosfica.

    Por lo dicho hasta ahora, se comprende que todos los textos clsicos de moral comenzaran siempre por el tratado sobre El fin ltimo, como me-ta de la suprema aspiracin que ansia el ser humano. La felicidad apare-ca, de acuerdo con la tradicin aristotlica, como el ansia ms honda que se busca por todos los rincones de la tierra. Ahora bien, como la fe nos en-sea que slo Dios puede llenar semejantes aspiraciones, la conclusin apareca lgica y evidente. El fin ltimo consiste en la salvacin sobrena-tural que l nos ofrece. Con expresiones ms o menos diferentes, exista una mentalidad comn, que lleg a convertirse en el fundamento de toda la vida y conducta cristiana. Desde las primeras enseanzas catequticas, pasando por los libros de mayor influencia espiritual entre los cristianos, hasta las grandes sntesis teolgicas de la moral, se repeta incansablemen-te este mismo presupuesto. La tica era el itinerario a recorrer para llegar hasta nuestro ltimo destino.

    Nadie que sea creyente podr negar la veracidad de tales afirmacio-nes. Sin embargo, una presentacin como sta ha sido objeto de algunas crticas y discusiones. No dudo que tales dificultades podran superarse sin mayores inconvenientes, pero es evidente que el mundo, en el que se hizo presente esa respuesta, es bastante diferente al nuestro y encuentra en ella algunas ambigedades que no siempre se han esquivado.

    10. Los riesgos y dificultades de esa formulacin

    La felicidad eterna y sobrenatural, como destino de la persona, ha fo-mentado, precisamente por su dimensin trascendente y escatolgica, un desprecio del mundo, que se ha convertido muchas veces en una verdade-ra alienacin religiosa. Por esta orientacin hacia el ms all tan acentua-da, se olvid exigir con la misma fuerza las tareas y responsabilidades del

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    cristiano en la construccin y mejoramiento del mundo presente. Las cr-ticas que por este motivo se han dirigido contra la fe no han estado exen-tas de fundamento y han servido para recuperar la eficacia de aqulla so-bre las estructuras del mundo presente. Por ello, esta presentacin escato-lgica, aunque no tendra ni debera haber sido as, levanta ciertas sospe-chas, como si fomentara una huida de la realidad. El compromiso con las realidades terrestres no estuvo demasiado presente en nuestra tradicin.

    Al mismo tiempo hay que reconocerle tambin un carcter demasia-do individualista, ya que la preocupacin bsica del cristiano estaba cen-trada en su propia salvacin, marginando excesivamente la dimensin co-munitaria de la misma. Lo nico importante era conseguir esa meta, me-diante la perfeccin individual, en la que la salvacin del alma apareca como el objetivo primario que concentraba la lucha y el esfuerzo de cada persona. El mensaje bblico del reino de Dios ofrece un contenido mucho ms completo y universalista, pues sus fronteras no son las simplemente personales y abarcan a la naturaleza entera.

    Algo parecido podra decirse sobre el sentido egocntrico que apa-renta defender. Si la salvacin eterna interesa es porque con ella nos juga-mos nuestra propia felicidad. Hasta la obediencia y sumisin a Dios esta-ra motivada por el inters personal, ya que es la condicin exigida para no perder el premio prometido. Si ste pudiera obtenerse al margen de la moral, el buen comportamiento dejara casi de tener sentido, pues lo ni-co que importa, por encima de todo, es no sentirnos condenados a una des-gracia que, adems, resulta eterna. Dios y sus mandamientos se llegan a vivir como un peso molesto, pero inevitable, como simples medios utilita-rios para conseguir otro objetivo deseado.

    Repito que no sera justo acusar a la tradicin de haber enseado es-tas desviaciones. Sin embargo, una cosa es el significado exacto de esa en-seanza -la vida eterna es una afirmacin capital del cristianismo y de ella se deriva necesariamente una espiritualidad y una prctica-, y otra muy dis-tinta, la traduccin y formas concretas con que la han vivido los cristianos. Por eso, es razonable formular este proyecto con otro lenguaje que evite el peligro que de hecho se ha dado en la presentacin tradicional. El siguien-te captulo sobre la metodologa sealar el camino que vamos a seguir.

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    CAPTULO 3

    METODOLOGA PARA UNA FUNDAMENTACIN DE LA MORAL

    1. Un doble punto de partida

    Ya hemos visto cmo la moral es una necesidad que brota de nues-tras propias estructuras antropolgicas. Como seres racionales debemos actuar por un convencimiento interior que justifique la conducta que se adopta. Un esfuerzo de racionalizacin y credibilidad para que nuestro comportamiento resulte sensato y comprensible. Pero como creyentes tampoco podemos eliminar nuestra dimensin trascendente, que nos hace encontrar en Dios la explicacin fundamental de nuestra vida. La escucha y docilidad a su palabra forman parte de nuestros presupuestos ticos.

    El problema metodolgico que ahora se nos plantea es precisamen-te saber cul ha de ser nuestro punto de partida. Si partimos de la razn pa-ra construir una tica humana, o nos apoyamos en la fe para elaborar una moral religiosa. Es verdad que, a pesar de las diferencias, se dan tambin mutuas relaciones entre ambos trminos. La historia demuestra, por una parte, que no existe ning