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los años 70 de la gente común

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  • historia y cultura serie el pasado presente

    Dirigida por Luis Alberto Romero

  • LOS AOS SETENTA DE LA GENTE COMNla naturalizacin de la violencia

    sebastin carassai

  • Carassai, SebastinLos aos setenta de la gente comn: La naturalizacin de la violen-cia.- 1 ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2013.336 p.; 21x14 cm.- (Historia y cultura // Serie El pasado presente, dirigida por Luis Alberto Romero)

    ISBN 978-987-629-348-8

    1. Historia Poltica Argentina. 2. Violencia. 3. Memoria.CDD 320.982

    2013, Siglo Veintiuno Editores S.A.

    Diseo de coleccin: tholn kunst

    Diseo de cubierta: Peter Tjebbes

    ISBN: 978-987-629-348-8

    Impreso en Altuna Impresores // Doblas 1968, Buenos Airesen el mes de septiembre de 2013

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina // Made in Argentina

  • ndice

    Introduccin 11

    1. La cultura poltica 21Antiperonismo e iluminismo 22Izquierda, peronismo y clases medias 33Pern a la conquista de la clase media 42El otro rostro del antiperonismo 48Eva Pern, o el antiperonismo por otros medios 56

    Excurso I. Esperando a la violencia 63

    2. La violencia social (1969-1974) 67La mayora silenciosa en el discurso de la prensa 68Tato Bores, un humor de clase media 75El mundo universitario y las juventudes 84El mundo extrauniversitario 107

    3. La violencia armada (1970-1977) 121La guerrilla. El mito de la simpata inicial 122Rolando Rivas, taxista: guerrilla y mundo moral 129Memorias de la violencia armada: lindos, limpios e ingenuos 149

    4. La violencia estatal (1974-1982) 173Los terrorismos estatales 176El estado supuesto saber 183Memorias del propio rol en el horror: el registro impersonal 195

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    El tanquecito de la DGI: el discreto encanto del temor 206

    Excurso II. Modelo para armar 217

    5. Deseo y violencia (1969-1975) 235Las armas 239La violencia como metfora 255La violencia como fantasa 268La violencia como stira 275

    Conclusiones 289

    Eplogo 293

    Apndice I. Criterios de anlisis 299

    Apndice II. Fuentes 301

    Notas 303

  • He tenido sumo cuidado de no burlarme de los actos humanos, ni lamentarme o maldecirlos, sino com-prenderlos. Los sentimientos amorosos, por ejemplo, odio, clera, envidia, gloria, misericordia y restantes movimientos del nimo, no los he considerado vicios de la naturaleza humana, sino propiedades semejantes al calor, al fro, al mal tiempo, al rayo y otras que son ma-nifestaciones de la naturaleza de la atmsfera. Por muy desagradables que estas cosas sean, son, sin embargo, necesarias y tienen causas ciertas por las cuales tratamos de comprobar su naturaleza. baruch spinoza

  • Introduccin

    Nuestra clase media es un gag. Por eso nos remos de ella [] Si no hay complacencia para nosotros mismos, tampoco puede haber piedad para la clase media argentina, para nuestra clase, escribi David Vias en 1972, en el prlogo a una obra de teatro crtica de la familia de clase media argentina.1 La sentencia de Vias no era una frase escrita al pasar. Condensaba un juicio peyorativo sobre la clase media que, comenzado a mediados de los aos cincuenta, mantena todo su vigor tres lustros ms tar-de entre intelectuales, artistas, el periodismo progresista y la ju-ventud comprometida polticamente. Durante la primera mitad de la dcada de los setenta, un amplio sector de la intelligentsia argentina, especialmente en su metrpoli, dedic pginas en los peridicos y en las revistas, obras de teatro y producciones cine-matogrficas a cuestionar a la clase media.

    El mismo ao en que Vias escribi la frase citada, el perio-dista Toms Eloy Martnez public en el diario La Opinin una serie de artculos titulada La ideologa de la clase media.2 Lle-gada al pas desde Europa a finales del siglo XIX con nimo de regresar ms que de quedarse, en un primer momento la clase media argentina segn Martnez no encontr problemas en someterse a los gobernantes, e incluso permanecer indiferente ante el fraude electoral. Dcadas despus, obsesionada por el consumo y sin otro horizonte que el de conseguir el automvil y la casa que envidiaran sus vecinos, conquist las caractersticas que la definan entonces: resistencia al cambio, temor a perder la comodidad, desconfianza ante cualquier comunitarismo, dis-posicin a aceptar los lderes que le imponan, adscripcin a los valores difundidos por los grandes diarios, renuencia a dis-

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    cutir la historia, represin sexual y culto a la apariencia. En su desesperacin por ser aceptada, la clase media tambin segn Martnez adhera a los intereses de las clases dominantes, imi-taba sus costumbres y plagiaba su indumentaria y sus comidas. En resumen, la clase media argentina era, para esta visin, una criatura sin ideologa.

    Por esta misma cualidad, sin embargo, en el contexto de los agitados primeros aos setenta la clase media constituy un botn que disputar. Porque si, a diferencia de lo que suceda con la clase obrera, a la clase media se la criticaba sin contemplaciones, en contraste con el tratamiento que reciban las elites econmicas o militares, no se la juzgaba irrecuperable. Los dardos que se lan-zaban contra ella a menudo asuman la forma de medicinas para un enfermo. Si a pesar de ser un gag era un deber criticarla impia-dosamente, como escribi Vias, no era porque fuera un sector social del que ya nada poda esperarse. La denuncia acerca de sus vicios sola ir acompaada por una apuesta, tcita o explcita, a su transformacin.

    En el cine y en el teatro hubo claras expresiones de esa apues-ta. En Las venganzas de Beto Snchez (1973) pelcula dirigida por Hctor Olivera, con libro de Ricardo Talesnik un joven de clase media decide vengarse, revlver en mano, de una serie de perso-nas a las que considera responsables de su propio fracaso: la maes-tra que lo educ convencionalmente, el sacerdote que le inculc tabes, la novia que reprimi sus instintos sexuales, el militar que lo humill en la conscripcin, el jefe de su oficina que lo conde-n a la rutina y el amigo que le ense a codiciar estatus. A la vez que mostraba el callejn sin salida al que conduca esa reaccin individual, el film buscaba sublevar al espectador. Beto Snchez se esfuerza por individualizar al culpable, escribi un crtico de la pelcula, hasta que comprende que el verdadero responsable no es una persona, ni varias, sino ese mecanismo inaprehensible que se denomina Sistema.3 Las frustraciones de la clase media no deban empujar a sus miembros a rebeliones individualistas, sino al cuestionamiento del orden establecido.

    Tal vez no haya ejemplo ms claro de esta misin pedaggica que la obra teatral titulada Historia tendenciosa de la clase media

  • introduccin 13

    argentina, de los extraos sucesos en que se vieron envueltos algunos hombres pblicos, su completa dilucidacin y otras escandalosas revela-ciones, de Ricardo Monti.4 Escrita en 1970 y estrenada al ao si-guiente, Historia tendenciosa parodiaba el comportamiento de la clase media argentina desde Marcelo T. de Alvear, en la dcada del veinte, hasta los albores de la dcada del setenta. La crtica combinaba castigo y apuesta al cambio. Aunque la clase media resultaba culpable (cobarde, complaciente, mezquina y racista), la obra apelaba a su conciencia: la enfrentaba con aquello que, segn se asuma, constituan sus miserias. Aspiraba, adems, a cambiar su actitud, incitndola a dejar de inclinar la balanza de la historia en beneficio del imperialismo y la oligarqua, ambos alegorizados en la obra. Al terminar la trama propiamente dicha, los actores se negaban a abandonar el escenario, se resistan a que todo concluyera igual que siempre, y se preguntaban si no habra alguna otra respuesta que no fuera reiterar su histrico comportamiento servil. Entretanto, detrs de ellos se produca el nacimiento de un nuevo ser, la Criatura, un joven bello y blanco, hermoseado por una luz purasegn escribi un crtico, que se levantaba lentamente, metralleta en mano. La Criatura era la alegora de lo posible, la posible respuesta, la va armada como solucin.5

    Este llamado que aspiraba simultneamente a cuestionar e in-terpelar a la clase media, a criticarla y ensearle por dnde pasaba la historia vale como apropiada introduccin para el presente libro, cuyo tema es el enorme pblico que desestim o ignor esa apelacin. Estudio aqu a las clases medias no involucradas de ma-nera directa en la lucha poltica de los aos setenta, y elijo hacer foco principalmente sobre dos cuestiones clave para comprender esta poca: la poltica y la violencia.

    En toda historia, aun en las grandes epopeyas o revoluciones, puede distinguirse a los actores segn su nivel de protagonis-mo. Por lo general, cuando se estudi el perodo de la historia argentina abarcado en este libro (1969-1982) se prest atencin al comportamiento de sus protagonistas: las autoridades milita-res o civiles, los dirigentes sindicales, partidarios o eclesiales, los sectores movilizados del movimiento obrero, la juventud politiza-

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    da, los grupos armados de izquierda, y las fuerzas armadas y de seguridad. Estos actores ocuparon el centro de la escena polti-ca e hicieron historia, como suele decirse. Sin embargo, una infinidad de pequeas gestas annimas se desarrollaron en un segundo plano, menos protagnico pero que sin embargo influy y al mismo tiempo sufri la influencia del rumbo que tomaron los acontecimientos.

    los aos setenta de la gente comn

    Este libro toma como punto de partida dos distinciones analti-cas que determinan sus alcances. En primer lugar, no considera a toda la sociedad sino solamente a sus sectores medios. En segun-do lugar, divide en dos segmentos el heterogneo universo que estos sectores conformaban en la dcada de 1970. Por un lado, el de la militancia, integrado por jvenes universitarios y por elites intelectuales y culturales, caracterizado por un fuerte compromi-so poltico y una participacin directa en las luchas sociales que contempl la va insurreccional armada, aunque no se redujo a ella. Por otro lado, el de la no militancia, formado por la mayora de las clases medias que se mantuvo distante del tipo de compro-miso y del modo de participacin que caracteriz a la militancia. Esta distancia, sin embargo, no necesariamente signific desinte-rs por la poltica. Si bien no fueron protagonistas de la historia, tampoco fueron meros espectadores.

    La dcada de los setenta ha pasado a la historia como la de la violencia poltica y la represin, que en ningn otro perodo del siglo XX alcanzaron tal intensidad. La memoria tambin ha colaborado mucho a otorgar an mayor centralidad a la violencia como forma de comprender esa poca. Las personas entrevistadas recuerdan ms difusamente las devaluaciones, los ajustes, la cada del salario real o la liberalizacin econmica, que un atentado guerrillero o la desaparicin de una persona conocida. Por eso el anlisis de la violencia ocupa un lugar preponderante en este estudio.

  • introduccin 15

    A esta problemtica se han dedicado ya numerosos trabajos. A los anlisis consagrados al estudio de grupos e instituciones que ejercieron alguna forma de violencia en la dcada de 1970, en los ltimos veinte aos se han sumado ensayos, biografas y autobio-grafas basados en testimonios orales o en memorias propias. La mayora de estos trabajos se ha orientado a recuperar la memoria de quienes fueron afectados directamente (familiares, amigos, compaeros de militancia o los propios autores) por el terroris-mo estatal. En este libro, en cambio, considero conjuntamente fuentes documentales y testimonios orales, y concentro mi anlisis en historias de vida de personas que no fueron alcanzadas por el terror estatal un sesgo que complementa y a su vez exige ser complementado por los estudios aludidos.

    El libro comienza con un captulo introductorio acerca de la cultura poltica de las clases medias, en que hago foco sobre su relacin con el peronismo, tanto a mediados de siglo como en los aos setenta. El resto del libro se centra en la cuestin de la violencia. Luego de un primer excurso, en los captulos 2, 3 y 4 intento dilucidar cmo percibieron estas clases medias sin militancia el proceso de ascenso de la violencia y qu rol de sempearon en l. Distingo tres tipos: la violencia social (los estallidos sociales y la radicalizacin de la militancia juvenil), la violencia armada (en la que privilegio la cuestin de la guerri-lla) y la violencia estatal (en que analizo el terror de estado). En un segundo excurso ensayo un modo diferente de indagar este pasado explorando la complejidad del discurso que suele caracterizar a la memoria. Por ltimo, en el captulo 5, examino algunas representaciones de la violencia en el espacio simblico, y llevo el anlisis del plano consciente al inconsciente, de lo real a lo imaginario.

    Varios colegas han notado la ausencia de estudios sobre el com-portamiento de la sociedad argentina, ms all de sus grupos cor-porativos, durante los aos de la ltima dictadura (1976-1983). A mi entender, esa ausencia es, por un lado, ms amplia, y por el otro, doble. Es ms amplia porque abarca tambin los aos ante-riores (1969-1976), a menudo abordados desde la historia de las vanguardias (polticas, sindicales, intelectuales o artsticas). Y es

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    doble porque, generalmente, no slo se estudia a los protagonis-tas sino que tambin se privilegia a las grandes ciudades, como Buenos Aires o Crdoba, y luego se extiende la validez de las conclusiones a la totalidad del pas. Para contrarrestar la prime-ra ausencia, en este trabajo estudio los aos que van desde 1969 hasta 1982. Para salvar la segunda, considero tres localidades muy diferentes entre s. Para esta seleccin, adems de criterios socio-lgicos (vase Apndice I) tuve en cuenta tanto la presencia de sectores de clase media como la heterogeneidad de los sitios. As, en este libro se analizan la ciudad de Buenos Aires, centro de los acontecimientos polticos y metrpoli influyente en todo el terri-torio nacional; la ciudad de San Miguel de Tucumn, capital de una provincia del noroeste que padeci una agitada vida poltica desde mediados de los aos sesenta; y el pueblo de Correa, una localidad de 5000 habitantes de la provincia de Santa Fe, en la regin centro del pas, que no experiment grandes sobresaltos durante estos aos.

    Adems de las fuentes de informacin consultadas (vase Apn-dice II), realic un total de doscientas entrevistas a personas de clase media que no tuvieron militancia poltica en los aos se-tenta, a diversas personalidades de la poltica y la cultura y, en menor cantidad, a personas que en los aos setenta pertenecan a dos grupos que no constituyen mi objeto de estudio: ex militantes de clase media y obreros. Lo que denomino sensibilidad de las clases medias no militantes en los aos setenta puede distinguirse, como mnimo, de las correspondientes a estos dos grupos, el de quienes s fueron militantes y, por otras razones, el de quienes pertenecan a la clase obrera.

    Para las entrevistas, apliqu una metodologa especfica. Con-feccion un documental, COMA 13. Del Cordobazo a Malvinas. Trece aos de historia en imgenes, que utilic como disparador para las conversaciones. COMA 13 no introduce un relato en off, sino que exhibe imgenes y audios que cronolgicamente ofrecen un fresco de cada uno de los aos estudiados. All se yuxtaponen noticieros, canciones de moda, discursos polticos, nmeros humorsticos, pelculas famosas, chistes grficos, porta-das de diarios, revistas y libros, publicidades, imgenes de lderes

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    sindicales, polticos, militares, guerrilleros y religiosos, manifes-taciones, rebeliones, actos electorales, escenas de represin, no-ticias sobre atentados y secuestros; en pocas palabras, la historia en imgenes. Tanto los videos como los audios son originales de aquellos aos (es decir, ninguno corresponde a producciones so-bre la poca), de modo que se trata de un material que en su mo-mento pudieron ver u or los entrevistados. Dicha metodologa me permiti acceder a memorias que de otro modo no hubieran surgido, a relatos y a recuerdos vinculados a esa memoria que Walter Benjamin llam involuntaria, distinta de la memoria voluntaria, consciente, deliberadamente razonada.6 El segundo excurso que integra este libro prueba que, sin el documental, las entrevistas no hubieran alcanzado a despertar ciertas memorias que no siempre resultan asequibles.

    las clases medias: concepto y caractersticas

    El concepto de clases medias es una construccin terica ba-sada en la existencia objetiva de diferencias y diferenciaciones que a su vez se expresan en disposiciones o habitus igualmente diversos. Las personas pueden agregarse tericamente en cla-ses o grupos porque, para existir socialmente, se distinguen. A determinadas posiciones sociales les son ms afines unas prc-ticas que otras, unos gustos que otros, unos bienes que otros, in-cluso unos modos de ver el mundo que otros. Obreros y clases medias, por ejemplo, tienden a tener prcticas distintas, que a su vez son distintivas. Los consumos, fundamentalmente los de tipo cultural, afirman la pertenencia de clase de sus consumidores, ayudan a cada quien a afirmar tcitamente lo que es y lo que no es. Como ensea Bourdieu, en el espacio de diferencias que constituye todo mundo social, las clases existen en estado virtual, en punteado, no como algo dado sino como algo que se trata de construir.7 Las clases medias aqu estudiadas fueron punteadas partiendo de las posiciones relativas que, en cada caso, hicieron posible la definicin de un estrato social intermedio. En muchas

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    localidades argentinas, la diferenciacin social se traduce en una divisin geogrfica ntida. En el caso del pueblo de Correa, por ejemplo, se expresa en la divisin entre los que viven de un lado de la va, en el centro, y los que viven del otro lado de la va, en el norte.

    Ello no significa que las clases medias conformen un conglo-merado homogneo. Al contrario, habitualmente presentan di-ferencias segn su capital econmico y cultural. Sin embargo, la intensidad de esa heterogeneidad no ha sido siempre la misma. Los datos socioeconmicos muestran que durante el perodo es-tudiado en este libro, las clases medias argentinas, de por s hete-rogneas, comparadas con las dcadas venideras o con la etapa de su formacin, fueron relativamente homogneas. A comienzos de la dcada de los ochenta, la Argentina no conoca todava ni altos ndices de desocupacin, ni el empobrecimiento pronunciado de sus clases medias, ni el desmantelamiento de su modesto estado de bienestar (que garantizaba aceptables niveles de educacin y salud para una mayora de la poblacin).8 Los censos nacionales muestran que, durante los aos setenta, la clase media prosigui una fase de ampliacin que haba comenzado en los aos cua-renta. De constituir un 40,6% en 1947 y un 42,7% en 1960, pas a representar un 44,9% en 1970 y casi la mitad de la poblacin en 1980 (47,4%).9 Una comparacin entre los censos de 1970 y de 1980 indica que, durante esos diez aos, la composicin de la clase media se mantuvo estable: en lneas generales, el 26% era autnoma y el 74% asalariada.

    En conclusin, puede afirmarse que en los aos setenta, aun-que hayan comenzado all algunos procesos de largo alcance que terminaron por modificar la estructura social, esta no se alter de manera significativa. Esto permite considerar a las clases medias conjuntamente, y a la vez invita a explorar heterogeneidades que suelen pasarse por alto, como las vinculadas con la edad (a qu generacin se pertenece), el gremio (si se pertenece o no al am-biente universitario) y, menos decisivamente, la zona geogrfica (un pueblo, una ciudad mediana, o la Capital Federal). Socioeco-nmicamente, las clases medias terminaron la dcada del setenta parecindose bastante ms a lo que eran diez aos antes que a lo

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    que seran diez o veinte aos despus. La transformacin ms pro-funda que esa dcada arroj, destinada a perdurar hasta nuestros das, fue la vinculada a la cuestin de la violencia y su relacin con la poltica, a cuyo anlisis dedico este libro.

    En su primera versin, este libro fue una tesis doctoral. Fondos del Bernardo Mendel, del CLACS y del Departamento de Historia de la Universidad de Indiana financiaron una parte de la inves-tigacin. Su finalizacin fue posible gracias a la beca College of Arts & Sciences McNutt Dissertation Year Research Fellowship. Mi ingreso a la carrera de investigador en el Conicet, en 2011, fue crucial para la escritura de este libro. La Universidad de Buenos Aires, mediante el subsidio UBACyT 2012-2015 otorgado al grupo que dirijo, posibilit ampliar esta investigacin a nuevos temas. En diferentes momentos, Mara Sol Alato, Laura Smit y Verni-ca Cortias colaboraron realizando tareas de archivo. Silvina Cancello edit el material que utilic para confeccionar el docu-mental COMA 13. Del Cordobazo a Malvinas. Trece aos de historia en imgenes. Todo hubiera sido ms difcil sin la ayuda de Mauro Gatti, Luis Abrach y Pancho Nadal, en Tucumn, y de Cacho y Nancy Galdo en Correa. MarilynMilliken, del Roper Center for Public Opinion Research de la Universidad de Connecticut, cola-bor con la identificacin de estadsticas hasta hoy no procesadas. Nathaniel Birkhead, de la Universidad de Indiana, me ayud a descifrarlas.

    Actores, consultores de opinin, dirigentes polticos, dramatur-gos, escritores, historiadores, humoristas, intendentes, jueces, locu-tores, miembros de organismos de derechos humanos, militantes, msicos, periodistas, poetas, profesores universitarios, referentes culturales y socilogos cedieron su tiempo en entrevistas y me fa-cilitaron el acceso a archivos. Entre ellos: Abrasha Rottemberg, Arturo lvarez Sosa, Arturo Blatezky, Carlitos Bal, Carlos Pez de la Torre, Carmen Zayuelas, Chicha Chorobik, Dardo Nofal, David Lagmanovich, Enrique Al, Enrique Fogwill, Frederick Turner, Miguel El Griego Frangoulis, Harry Garca Hamilton, Hctor Pessah, Horacio Gonzlez, Humberto Rava, Ins Aroz, Jos En-

  • 20 los aos setenta de la gente comn

    rique Miguens, Jos Mara Roch, Juan Carlos Altare, Juan Carlos Gen, Juan Jos Sebreli, Juan Trbulo, Julio Ardiles Gray, Mario Rodrguez, Len Rozitchner, Pablo Cribioli, Ricardo Monti, Ro-berto Pucci, Ruth Andrada, Santiago Varela, Vides Almonacid y Walter Ventroni. Una deuda mayor tengo con las personas per-tenecientes a las clases medias objeto de mi estudio. Mucho de lo que me confiaron ha quedado afuera del texto. Casi nada, sin embargo, hice a un lado al momento de escribirlo.

    Jeffrey Gould, Peter Guardino, Arlene Daz y Alejandro Mejas-Lpez estuvieron entre los primeros lectores de este trabajo. Me-jorado gracias a sus comentarios, luego me benefici de la cui-dadosa lectura de Carlos Altamirano, Mark Healey y Matthew Karush. Entre 2011 y 2013, secciones especficas fueron discutidas en reuniones con estudiantes y colegas. En los Estados Unidos y Canad, debo gracias a Eric Sandweiss, Patrick Dove, John Bod-nar, Eva-Lynn Jagoe y, especialmente, Kevin Coleman. En la Ar-gentina, a Hugo Vezzetti, al Seminario Abierto que coordina Lila Caimari en la Universidad de San Andrs, y a mis compaeros del Centro de Historia Intelectual, que dirige Adrin Gorelik, en la Universidad Nacional de Quilmes. Menos formalmente, conver-s tambin con mis amigos Ariel Lucarini, Cecilia Derrigo, Jack Nahmas, Lisandro Kahan y Rodrigo Daskal. Ms deudas: Mara Paula Ansolabehere crey que podra llevar adelante este proyec-to incluso cuando yo dudaba. Mis padres, Helvecia y Hugo, incon-dicionales y presentes tambin en la distancia. Lynn Di Pietro, mi joven madre en Norteamrica. Mi deuda mayor ser siempre con Daniel James, mi director de tesis y amigo. Como un ladrn, apro-vech el botn de sus inconfortables preguntas, su incisiva lectura, su talento intelectual y cierta imperturbable disposicin a conver-sar prdigamente sobre historia y sobre todo lo dems.

  • 1. La cultura poltica

    A m me repugna la idea de que una persona permita que le digan Pern, Pern, qu grande sos!. Ese tipo est loco o es un imbcil. Si a m alguien me dijera: Fulano de tal, qu grande sos!, yo le respondera: Bueno, vea, amigo, cambiemos el tema.jorge luis borges

    En junio de 1943 una revolucin militar puso fin al ci-clo conservador iniciado con la destitucin de Hiplito Yrigoyen, trece aos antes. La oficialidad joven de las fuerzas armadas de-sempe un papel crecientemente relevante en aquel gobierno, ocupando cargos e interviniendo en su orientacin poltica. Uno de esos oficiales, el coronel Juan Pern, pronto se volvi la cabe-za estratgica de la revolucin. Desde la Secretara de Trabajo y Previsin, Pern otorg a los sindicatos concesiones largamente esperadas que en poco tiempo le permitieron obtener la simpata de una amplia mayora de los trabajadores. Este hecho, sumado al incentivo que Pern daba a la protesta obrera, lo convirti en una potencial amenaza para los partidos polticos tradicionales y, sobre todo, para sus camaradas militares en el gobierno que, en octubre de 1945, decidieron arrestarlo. El da 17 de ese mes, miles de trabajadores marcharon a Plaza de Mayo, frente a la casa de go-bierno, exigiendo su liberacin. Naca as una identidad poltica que permanece hasta el presente.

    Pern profundiz la intervencin estatal iniciada sobre el final de la dcada del veinte y la extendi ms all de la economa me-diante un programa populista de gobierno que, en pocos aos, transform el paisaje social de la Argentina. Sus primeros dos

  • 22 los aos setenta de la gente comn

    gobiernos (1946-1955) dejaron una marca imborrable, tanto en simpatizantes como en detractores. Su cada, a causa de otra revo-lucin militar, en septiembre de 1955, reabri un ciclo de inesta-bilidad institucional que no hara ms que multiplicarse en las dos dcadas siguientes. Tanto frente a su ascenso como a su debacle, en la legitimidad y en la proscripcin, con Pern en el poder o en el exilio, la sociedad reaccion divida. Con el peronismo o contra l se dirimi buena parte del siglo XX argentino.

    En este captulo exploro la cultura poltica de las clases medias. Analizo las experiencias, memorias y reacciones hacia el peronis-mo y planteo elementos de continuidad y de ruptura en su rela-cin con las clases medias. En particular, cuestiono la tesis que atribuye a la clase media, a comienzos de los aos setenta, un giro hacia la izquierda en lo ideolgico y hacia el peronismo en lo poltico. Al mismo tiempo, examino una hiptesis poco explora-da respecto de la estrategia de Pern hacia las clases medias en este perodo crucial (1973-1974). Para comprender lo que est en juego, sin embargo, debemos examinar antes lo que las primeras administraciones peronistas significaron para amplios sectores de las clases medias.

    antiperonismo e iluminismo

    Los aos del primer peronismo (1946-1955) tieron el prisma a travs del cual se ley la nueva coyuntura poltica abierta en 1973 por el regreso sin proscripciones al rgimen democrtico. En aquel perodo se gest en las clases medias una sensibilidad a partir de la cual, en los aos setenta, se decodificaron aconte-cimientos como el triunfo del peronismo en marzo de 1973, el retorno definitivo de Pern al pas en junio de ese mismo ao, e incluso el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Ya sean propias o heredadas, las memorias de la dcada peronista, al tiempo que nos dicen algo ms y, en cierto sentido, fundante acerca de la identidad poltica de las clases medias, ayudan a comprender me-jor su comportamiento futuro.

  • la cultura poltica 23

    Desde el surgimiento del peronismo, la identidad poltica de una buena parte de las clases medias se vio condicionada por una sensibilidad que, a poco de desarrollarse, se estructur como una reaccin a aquel. Corresponde situar lo que tradicionalmente se llam antiperonismo en el centro de esa sensibilidad. Moviliza-dos por esta, a partir de 1945 radicales, conservadores, liberales, socialistas y comunistas confluyeron en el antiperonismo. Este he-cho no imposibilit un voto peronista de clase media. Como se ver ms adelante, el peronismo fue un movimiento pluriclasista desde sus orgenes y, tanto a mediados de siglo como en los aos setenta, cont con el apoyo de una fraccin de las clases medias.

    Sin embargo, cuando en 1955 un sector de las fuerzas armadas puso fin a casi diez aos de rgimen peronista, la multitud que celebr el arribo de la as denominada Revolucin Libertado-ra (1955-1958) se nutri fundamentalmente de clases medias. A partir de este golpe y hasta 1973, los diversos actores polticos en pugna demostraron tanto su incapacidad para imponer un pro-yecto propio como su capacidad para entorpecer los ajenos. Este empate hegemnico10 se tradujo en gobiernos militares y civiles de legitimidad acotada debido a la proscripcin del peronismo, que ms temprano que tarde corroboraban su persistencia. En 1973, el eplogo de otro intento militar, la Revolucin Argenti-na (1966-1973), asumi el fracaso de la desperonizacin del pas y convoc por primera vez en dieciocho aos a una eleccin que, aunque inhabilitaba a Pern, permita a su partido presentar can-didatos. Cmpora y Solano Lima, la frmula peronista, resultaron electos por una amplia mayora.

    Aunque la intensidad del antiperonismo fue debilitndose a partir de la cada del rgimen en 1955, una mayora de las clases medias permaneci no peronista en las dos dcadas siguientes. As, el antiperonismo furioso de los aos cincuenta abra paso a un no peronismo ms matizado. No por ello debemos perder de vista lo fundamental: la identidad poltica de una buena parte de las clases medias permaneci condicionada por aquella sensibili-dad estructurada en torno a su distincin del peronismo.11

    Si dejamos a un lado, por el momento, al sector juvenil que se volc a la militancia, notamos que en las memorias sobre el retor-

  • 24 los aos setenta de la gente comn

    no del peronismo al poder en 1973, que hoy evocan los miembros de las clases medias, aflora una ambivalencia. Para algunos, ese regreso represent la esperanza de una solucin pacfica y orde-nada a la crisis poltica. Para otros, el temor a que retornaran los oscuros aos del primer peronismo. Ricardo Montecarlo joven tucumano que hacia 1973 finalizaba la carrera de medicina en la Universidad Nacional de Tucumn, conversando sobre el regre-so de Pern al pas expres:

    Yo, al menos, abrigaba esperanzas, a pesar de no ser pe-ronista. Pern Pern individuo era el elemento que poda aglutinar a personas de distintas ideas. Su famoso movimiento pendular, de izquierda a derecha, de dere-cha a izquierda [] Cuando l se muere, sonamos. Se viene todo abajo [] Yo saba que Pern vena para mo-rir. Pero te da pena y desilusin perder las esperanzas, porque saba que todo se vena abajo. Y se vino todo aba-jo; como vos ves despus, vino el gran despelote.

    Memorias como las de Ricardo contrastan con las de quienes re-cuerdan haber sentido desesperanza y hasta temor a raz del re-torno del peronismo. Especialmente en la gente que vivi como joven o adulta la primera dcada peronista, algunas preguntas so-bre 1973 a menudo terminaron siendo respondidas aludiendo al viejo peronismo. En la primera entrevista que realic a Jorge van der Weyden, nacido en 1928, la cuestin del regreso de Pern gener el siguiente dilogo:

    Mi pregunta es cmo vea usted la vuelta de Pern en aquel mo-mento. No la reflexin que tiene ahora, sino en aquel momento, si se acuerda. Le generaba?Miedo, s, s. La vuelta de este hombre, para todos los que vivimos la primera etapa, uno dice: Bueno, ahora volvemos a lo mismo. Afortunadamente no fue as. Pero el temor estaba presente. No por el ideario ni por nada de eso, porque todo eso es verso. Sino por los mtodos, y por lo que poda pasar [] La gente no sabe lo que

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    fue el peronismo inicial. Todo ese primer peronismo fue una dictadura con todas las letras, y con mayscula. Esta conversacin no se poda tener en un bar. Nada. Ni en la familia, o segn con quin y a puerta cerrada. No en un subte, no en un tren. Esos son los puntos a los que haba-mos llegado con este buen seor. Que despus cambi, vino [en 1973], pareca un viejo bueno, la gente se que-da con esa imagen, o los jvenes que no conocieron [el primer peronismo], ven eso y bueno, se quedan con eso. Pero yo conoc la realidad. Tomar un diario, cualquiera, eh?, y todas las hojas, todas, todas, todas: Pern y Pe-rn. La estacin del Chaco se llamaba Pern, Retiro se llamaba Pern, todo, todo: Pern, Pern, Pern. Una cosa hartante. Los chicos en la escuela, estudiando las virtudes de Evita [] Estaban los jefes de manzana; es decir, cada manzana tena un alcahuete que poda se-alarlo. Ojo, es muy serio!

    Hacia 1973, luego de varios aos de inactividad partidaria, la gran mayora de las clases medias (que ahora inclua generaciones que no tenan memorias directas del primer peronismo) no estaba afiliada al radicalismo, al desarrollismo, al socialismo ni al comu-nismo. Muchos de sus miembros simpatizaban con algunas de es-tas corrientes y, en ese sentido, sus simpatas los separaban. Sin embargo, estaban unidos por lo que tenan en comn: heredada o propia, mantenan aquella sensibilidad no peronista hija del an-tiperonismo cultivado durante los diez aos del rgimen. En con-secuencia, aunque hacia la dcada del setenta las simpatas parti-darias de las clases medias estaban dispersas, su identidad poltica se defina menos por lo que afirmaba que por lo que impugnaba. Y lo que impugnaba segua siendo el peronismo.

    Las memorias del antiperonismo estn filtradas por la variable generacional. Entre los argumentos de las diversas generaciones, sin embargo, existe una diferencia de intensidad pero no de na-turaleza. Maurice Halbwachs ense que la memoria colectiva no es global, no es homognea.12 Por el contrario, se relaciona ms bien con grupos y clases sociales. A diferencia de que depende de

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    la sociedad, considerada como una totalidad, la memoria colec-tiva est asignada a pautas, a valores y a experiencias sociales de grupos y clases determinados. La memoria social tiene lmites que con cierta flexibilidad se corresponden con marcos simblicos y representaciones de sectores sociales definidos. Las memorias del rgimen peronista que presento a continuacin pueden, en tr-minos laxos, asignarse al colectivo clases medias no militantes en los aos setenta.

    Las razones del antiperonismo (o del ms tolerante no pero-nismo) pueden organizarse en torno a cuatro tipos de elemen-tos atribuidos al rgimen: el fascista, el dictatorial o autoritario, el inmoral y el anticultural. Dentro del primer tipo, se men-cionan la omnipresencia de Pern y Evita y de la propaganda gubernamental en los medios de comunicacin y en los libros escolares de lectura obligatoria; la introduccin de contenidos curriculares orientados al ensalzamiento del rgimen; la afilia-cin compulsiva al partido para tener acceso a un empleo en el sector pblico (incluidos salud y educacin); la obligacin de adherir a las efemrides vinculadas al peronismo (como llevar luto por el fallecimiento de Eva); las grandes concentraciones para vivar al lder; y la persecucin, la tortura y la crcel para los opositores.

    Dentro del segundo tipo de elementos (dictatorial o autorita-rio), cobran relevancia la vigilancia de tipo policial ejercida sobre la poblacin, fundamentalmente sobre aquellos apodados con-treras (contrarios al peronismo), instrumentada a travs de in-formantes o de grupos como la Alianza Libertadora Nacionalista; el verticalismo y la sumisin plena al jefe (y su correlato: la obse-cuencia de los partidarios); y el antidemocratismo (una democra-cia definida menos en funcin de los votos que de las libertades y mrgenes de autonoma ciudadana permitidos).

    Dentro de los elementos inmorales tienden a enfatizarse una corrupcin que por primera vez en la historia poltica del siglo XX habra alcanzado un grado escandaloso (el enriquecimiento de Pern y de algunos de sus funcionarios); la manipulacin es-tatal de quienes no tenan recursos culturales ni materiales para negarse a los favores estatales; y la degeneracin sexual del propio

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    Pern en su relacin con las adolescentes de la Unin de Estu-diantes Secundarios (UES).

    Finalmente, dentro de los elementos vinculados a la impronta anticultural del peronismo, suele citarse uno de los lemas de co-mienzos del rgimen, Alpargatas s, libros no; la incorporacin a las legislaturas de personas analfabetas o carentes de instruccin formal; el anti-intelectualismo, evidenciado en la oposicin un-nime que tuvo el rgimen en las universidades; la exacerbacin de los elementos emocionales y pasionales de las masas en detrimen-to de la racionalidad; y la incitacin a la mediocridad a travs del mejoramiento del nivel de vida de la poblacin mediante acciones demaggicas que desacreditaban el esfuerzo personal y el mrito.

    Las memorias antedichas suelen aparecer unidas a ancdotas en las que los protagonistas del relato, o personas allegadas, de-bieron eludir las imposiciones del rgimen o intentaron hacerlo. Entre 1946 y 1955, las clases medias ejercieron una resistencia espontnea y desorganizada a lo que percibieron como excesos o atropellos a su dignidad; una resistencia que, aunque tambin poltica y social, fue antes que nada de tipo cultural. Cabe pregun-tarse: qu nervio de la subjetividad de estas clases medias irrit la fuerte reestructuracin de la vida social que implic el peronismo como para que an perduren tan vvidamente aquellos recuerdos? Es tan fcil como afirmar que se sintieron asaltadas por quienes ellas haban siempre considerado inferiores? A continuacin in-tento responder ambos interrogantes; comienzo por el segundo.

    En el discurso de algunas personas de clase media aparecen elementos racistas, visibles en la alusin a los sectores populares y obreros mediante trminos como negros, gronchos o mo-rochos. Esto contrasta con el romanticismo de que, en los aos setenta, la militancia juvenil de clase media revisti a los pobres en general y a la clase obrera en especial, hecho que deriv en la proletarizacin como tctica para acercarse al sujeto objeti-vamente revolucionario. Sin embargo, los jvenes militantes de las clases medias en los aos setenta peronizados o marxistas se asignaron el rol de vanguardia poltica de los sectores obreros y populares, y les negaron la sabidura suficiente como para darse a s mismos una poltica adecuada a sus intereses. Por lo tanto, si

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    bien es cierto que una mayora de las clases medias sin militancia suele expresarse como si perteneciera a un mundo social y cultu-ral jerrquicamente superior al de las capas populares, es dudoso que esta percepcin pueda ser imputada exclusivamente al sector que en los aos setenta se mantuvo distante de la militancia, o a los antiperonistas. Al contrario, todo indica que dicho sentimien-to de superioridad corresponde a una percepcin vinculada ms bien a la clase que a la identidad poltica. Este rasgo pareciera asemejar, ms que diferenciar, a los diversos sectores de las clases medias, sea cual sea su identidad poltica, sea cual sea su grado de politizacin.

    Debe entonces buscarse en otro lado la respuesta al primer in-terrogante. Propongo analizar con detenimiento un componente que llamo iluminista. Se trata de la percepcin de estos secto-res medios (no militantes ni peronistas en los aos setenta) de s mismos como sujetos autnomos y librepensadores; es decir, determinados nada ms que por su voluntad a pensar y a obrar del modo en que piensan y obran. Las memorias antiperonistas, pertenezcan a cualquiera de los cuatro tipos sealados, enfatizan este elemento. El peronismo, experimentado como un rgimen fascista, dictatorial, inmoral o anticultural, desafi tal autopercep-cin, eliminando (o amenazando con eliminar) esa autonoma.

    Los siguientes fragmentos pertenecen a dos habitantes de Correa que corresponden a generaciones diferentes. El primero es de Luis Martino, nacido en 1953, y el segundo de Linda Tognetti, nacida once aos antes. En el primer caso, su antiperonismo fue heredado de familiares y conocidos. En el segundo, provino de una combinacin de herencia y experiencia propia.

    Luis: En mi generacin no hubo tanto peronismo y an-tiperonismo. En las generaciones ms grandes s. Yo me acuerdo, por ejemplo, cuando vino Pern en el 73, cuan-do yo tena 20 aos, [haba gente que] lo odiaba a muer-te. Cuando se cumpla la hora en que haba muerto Evita, los hacan ir a arrodillarse a la iglesia, los obligaban, y al que no se arrodillaba lo castigaban; todas esas cosas

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    Y esas historias a vos te las contaban?Luis: S, pero gente que las vivi. Por ejemplo, el pap de mi mujer, la flaca, en Carcara tambin. Lo haban suspendido en el laburo porque no haba ido a la misa en recordacin de Evita! Y esas cosas a m no me gusta-ban, no haba libre pensamiento. Yo tengo un libro ah, los libros de Pern que se repartan en esa poca en la escuela, eh? El primer trabajador y todas esas cosas Cmo se le meta a la pibada que [el peronismo] era lo mejor. Mucha demagogia vea yo en esas cosas

    Linda: A m nunca me gustaron los gobiernos totali-tarios, ni que me quisieran dirigir el pensamiento; yo siempre fui muy rebelde. Siempre fui en contra de. De chica no me daba cuenta S s que [en la poca de Pern] hubo gente que recibi juguetes, que recibi libros Yo jams. Y que decan: Vamos al ferrocarril, que pasa Eva [] Pero a m siempre me doli que te tiren o que te den las cosas. Yo siempre pens que uno se las tiene que ganar. Entonces, que a m me tuvieran que tirar un pan dulce o una sidra, o mandarme un juguete, no. Sin que nadie me lo hubiera inculcado, yo de chica siempre pens que uno tiene que tener la posibilidad de tener. Eso naci conmigo. O de rebelde, qu s yo? [] Y s me acuerdo de un libro de mi hermano, el ms chi-co, que deca Mam me ama. Pap me ama. Yo amo a Pern. Eso me molestaba muchsimo [] Cmo yo le voy a ensear a mi hermano que leyera eso? [] Ac en casa tenemos nuestras ideas: suba quien suba y baje quien baje, jams logramos algo por poltica. Nada. Fue todo con esfuerzo. Viste cuando vos no le debs nada a nadie? Ser porque yo amo a la libertad

    Los fragmentos citados aluden a tres de los cuatro tipos de memo-rias antiperonistas. Luis recuerda memorias que corresponden al tipo fascista, como la obligacin de rendir culto a los smbolos del rgimen (arrodillarse en la iglesia por Eva Pern, o ser suspendi-

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    do en el trabajo por ausentarse de una misa recordatoria). Linda invoca memorias tanto fascistas (los libros de adoctrinamiento) como inmorales (los regalos tirados por Eva Pern a la pobla-cin) y anticulturales (el obtener mediante favores lo que debera lograrse por mrito). Lo que ellos perciben como incompatible con su modo de ser es, en todos los casos, la anulacin de la auto-noma individual. En 1973 Luis no vot al peronismo porque esas memorias que le haban transmitido a [l] no [l]e gustaban, porque bajo el peronismo no haba libre pensamiento. Tampo-co lo hizo Linda, porque los gobiernos totalitarios o el hecho de que le quisieran dirigir el pensamiento chocaban contra su naturaleza de ir en contra de. Segn Linda, esta tendencia a rechazar todo lo que vulnera su independencia de criterio naci con ella. Su amor por la libertad apareci asociado a su anti-peronismo cuando, en nuestro siguiente encuentro, dijo: Yo te digo: yo no fui, no soy peronista. Yo fui libre. Libertad y peronis-mo aparecen como trminos incompatibles.

    Algo similar sucede con las ideas de educacin y cultura. Cuan-do en nuestra primera entrevista pregunt a los tucumanos ngela y Sergio Caballero (nacidos en 1940 y 1935, respectivamente) si provenan de una familia peronista, respondieron:

    Sergio: No, mi pap era tcnico azucarero, y mi mam era doctora en farmacia y bioqumica, profesora en la universidad.ngela: En mi casa siempre se ha sido, digamos, libre-pensador. En mi casa no hubo Antiperonista s fuimos. Pero, te cuento, mi padre, cuando el primer gobierno de Pern [1946-1952], mi padre era peronista a rabiar. Cla-ro, porque l deca Qu buen tipo!, que va a reivindicar a la gente trabajadora, que las vacaciones, el aguinaldo y todo lo dems. Y despus, cuando vino el segundo go-bierno, l dijo: Me enga, porque todo esto que hizo Pern fue el medio para llegar a un fin y no lo est man-teniendo. O sea, no hay una lnea de conducta, y ah se volvi antiperonista. Porque realmente Pern cambi totalmente en la segunda presidencia [1952-1955].

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    Algunos antiperonistas como ngela tuvieron parientes mayores que fueron originariamente peronistas. Esos familiares, en mu-chos casos obreros, adhirieron al peronismo porque experimen-taron las mejoras concretas que produjo el rgimen en el mundo del trabajo, especialmente durante los primeros aos (1946-1949). En la medida en que hacia la segunda mitad de los aos cuarenta algunas familias se consolidaron en o ascendieron a la clase me-dia, sus hijos fueron adquiriendo una sensibilidad antiperonista (un recorrido inverso al que se producir en los aos setenta con las nuevas generaciones). ngela, formada en la universidad, fue antiperonista porque en su casa se era librepensador. Su marido suma una cuestin importante, tambin evidente en varias entre-vistas. No respondi qu simpata poltica haba en su casa; en su lugar, mencion las profesiones de sus padres. Su madre no era peronista, era doctora en farmacia y bioqumica, profesora en la universidad. Educacin y cultura se perciben como conceptos reidos con esa identidad poltica.

    Como ya se mencion, el testimonio de quienes vivieron como jvenes o adultos el primer peronismo tiende a ser ms contun-dente que el resto en su condena a lo que dicho rgimen signifi-c. En el relato de Jorge van der Weyden, doce aos mayor que ngela, puede notarse cmo el peronismo fue experimentado como una amenaza a esta autopercepcin de librepensadores. Nacido en los aos veinte, Jorge curs sus estudios de grado en la Universidad de Buenos Aires bajo el rgimen peronista. Luego de ver la primera parte del documental (1969-1974), se gener el siguiente dilogo:

    Le preguntaba por Cmpora. Qu recuerdo tiene de l?Un mequetrefe. Cmpora es como si le dijera [nombra a un funcionario del actual gobierno peronista al que descri-be como obsecuente]. El peronismo funciona as: hay uno arriba, se llame como se llame, el de abajo chupamedias, todos, y el que ms lame es el que ms cerca est. Es el peronismo en su pura esencia []. Pero eso nace de esa mentalidad militar que l [Pern] impuso. El peronismo es conduccin. Fulano conduccin, un intendente

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    de cuarta: [nombra a un intendente actual] conduccin. A qu conduce? Yo no necesito ser conducido! Yo soy un ser pensante! Cmo conduccin? Me llevan de la oreja, as? Y a los peronistas les gusta eso. Una unidad bsica es un cuartel; los [centros partidarios] del partido socialista eran bibliotecas; hay una diferencia.

    La indignacin que produce en estos sectores sociales la prdida de autonoma y la renuncia a la libertad que ellos asocian al pero-nismo no es primeramente poltica. En otra parte de la entrevista, Jorge subraya de manera explcita que a l no lo distancia del pe-ronismo un problema poltico-ideolgico (Con el programa pe-ronista que Pern tom del socialismo puedo estar 99% de acuer-do). El problema, en cambio, es moral: Es muy triste ver cmo usan a estos esclavos humanos; los usan y los tienen para que ven-gan, vayan, vayan, vengan. Jorge siente que la habitual apelacin de los lderes justicialistas a la idea de la conduccin ofende su condicin de ser pensante y degrada su capacidad autnoma.

    Resumiendo, el peronismo represent un atentado contra este elemento de corte iluminista tan caro a las clases medias. No es de poca relevancia que ese mismo elemento vuelva a aparecer al mo-mento de explicar por qu estos sectores medios no se sumaron a la militancia en los aos setenta.

    La paradoja de esta valoracin extrema de la libertad de pen-samiento y de la autonoma de la voluntad es que, tanto en los aos cincuenta como en los setenta, fue compatible con el apoyo a quiebres del orden constitucional (o con la indiferencia ante ellos). Por oponerse al fascismo, al autoritarismo, a la inmorali-dad o al anticulturalismo del rgimen, en 1955 estas clases medias antiperonistas quedaron posicionadas del lado golpista. Resistie-ron casi diez aos un rgimen que juzgaban dictatorial, y se libra-ron de l mediante el apoyo a una dictadura de hecho y de dere-cho. Veintin aos despus, cuando en 1976 las fuerzas armadas depongan el gobierno de Isabel Pern (a cargo de la presidencia tras la muerte de su marido en 1974), ser fundamentalmente el anhelo de orden, pero tambin la necesidad de terminar con la inmoralidad, la corrupcin y la indecencia de esa gestin, lo que

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    volver a acercarlas a la vereda militar. En ambos casos, aquella sensibilidad antiperonista, vivida o heredada, favoreci la idea de que nada poda ser peor que la prolongacin del despotismo de Pern, en 1955, o del decadentismo de Isabel, en 1976. Si buena parte de las clases medias apareci aliada explcita o silenciosa-mente a esas revoluciones militares, la razn no debe buscarse en su militarismo ni en su gusto por los uniformes o el mando jerr-quico (algo ms fcil de encontrar en las filas peronistas), sino en lo que mediante esas revoluciones pretendieron impugnar. En otras palabras, estas clases medias no fueron ni en 1955 ni en 1976 promilitares, sino antiperonistas.

    izquierda, peronismo y clases medias

    Durante los aos sesenta, un conjunto de hechos entre los que sobresalieron la inscripcin de Cuba en el campo socialista, la muerte del Che Guevara en 1967, el Mayo francs al ao siguiente y muy pronto los estallidos sociales locales fue para muchos un indicador de que el mundo viraba hacia la izquierda. En paralelo, el prolongado exilio de Pern, la proscripcin de su partido, la lealtad del movimiento obrero a su lder y la naturaleza de algu-nos de sus enemigos crearon condiciones para revisar el juicio admonitorio que pesaba sobre el peronismo. Sin embargo, el fe-nmeno de izquierdizacin y/o peronizacin comenzado hacia finales de los aos sesenta no afect a las clases medias de manera uniforme, sino a numerosos jvenes universitarios y a grupos pro-gresistas de la iglesia.13

    En forma simultnea al ascenso en el mundo sindical de secto-res obreros ms radicalizados que pactistas, el vertiginoso creci-miento de aquella militancia de izquierda y la aparicin de grupos guerrilleros dentro y fuera del peronismo como Montoneros y el Ejrcito Revolucionario del Pueblo (ERP), constituyeron facto-res sobresalientes de la coyuntura poltica. Sin embargo, y aunque la mayora de quienes integraban esas juventudes provena de las clases medias, el excesivo nfasis que a menudo se otorga a este

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    fenmeno corre el riesgo de teir todo aquel pasado con su in-tenso color, aportando ms sombras que luces a la comprensin de las simpatas ideolgicas y del comportamiento electoral de la clase media. Antes de abordar ambos temas, conviene regresar brevemente a los aos sesenta para analizar el humor poltico de la sociedad de entonces.

    Desde finales de la dcada del cincuenta, en diversos sectores de la sociedad argentina exista cierto consenso respecto de la ne-cesidad de implementar un programa modernizante y desarrollis-ta. Los gobiernos democrticos de Arturo Frondizi (1958-1962) y de Arturo Illia (1963-1966), cada uno a su modo, intentaron orientar en ese sentido sus polticas. Hacia 1966, en un contex-to de fuerte crtica a los tiempos institucionales que demandaba el estado de derecho, no pocos sectores polticos y sociales coin-cidan en que aquel programa poda implementarse mejor, con prisa y sin pausa, por la va autoritaria. El general Juan Carlos Ongana inici entonces un nuevo rgimen militar, la Revolucin Argentina (1966-1973), que pretendi modernizar la economa aplazando la discusin poltica, y domesticar al peronismo a travs de negociaciones con los sindicatos.

    De acuerdo con una encuesta, a poco ms de un ao de inicia-da la Revolucin Argentina, el grueso del apoyo a su gobierno se concentraba en la clase alta y en la clase media superior, de las cuales el 60,2% aprobaba la gestin militar. Al otro lado del espectro social, slo el 34,3% de la clase baja tena una opinin favorable, y los otros dos segmentos que estableca la encuesta, las clases medias intermedia y baja, se situaban entre ambos extremos.14 Las posiciones hostiles hacia el gobierno, por el con-trario, se manifestaban de modo inverso: cuanto ms bajo era el nivel social, mayor era la opinin negativa. Por esto el informe del Centro de Investigaciones Motivacionales y Sociales (CIMS), res-ponsable de este estudio, estableca que el apoyo a la Revolucin dependa de la clase social. En trminos etarios, el aval a la Revo-lucin Argentina se fortaleca cuanto ms avanzada era la edad de los encuestados. En sus primeros tiempos, la Revolucin Argenti-na conquist ms apoyos en la clase alta y en la clase media que en la clase obrera, y ms en las personas adultas que en los jvenes.

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    Al ao siguiente, otra consultora realiz una encuesta para el semanario Primera Plana. Los porcentajes de apoyo haban des-cendido. Sin embargo, una conclusin se mantena: La encues-ta volvi a demostrar que las opiniones estn fundamentalmente influidas por la posicin real que ocupan los hombres en la je-rarqua social.15 A pesar del apoyo inicial que el gobierno revolu-cionario obtuvo de los jerarcas sindicales, la clase baja, como in-form el CIMS al presidente Ongana, no entreg su confianza. En cambio, buena parte de la clase media s haba depositado la suya. En conclusin, slo para la clase media (y para la estadsti-camente irrelevante clase alta) la insatisfaccin con la Revolucin Argentina que los estallidos sociales de 1969 pondrn en eviden-cia, reflejaba, adems, un desencanto.

    Este desencanto, sin embargo, poco tuvo que ver con un giro ideolgico. En la primera mitad de los aos setenta, las clases me-dias sin militancia no fueron radicalmente diferentes de lo que poco tiempo atrs haban sido ni de lo que seran en un futuro inmediato. Cambiaron, sin duda, sus simpatas hacia algunos acto-res polticos (como Ongana), pero esos cambios guardaron menos relacin con transformaciones ideolgicas que con la evaluacin que hacan de la capacidad de aquellos actores para modernizar el pas. Hacia 1969, un sector importante de las clases medias ya haba retirado las expectativas depositadas en la Revolucin Argentina. Eso no lo convirti, sin embargo, en aliado del movimiento obrero combativo ni de los sectores estudiantiles radicalizados que poco despus pugnaran por una revolucin socialista.

    Diversos autores han enfatizado que, a partir de los aos sesen-ta, amplios sectores de la sociedad argentina, especialmente sus clases medias, experimentaron un proceso de izquierdizacin o de peronizacin.16 Sin embargo, tanto las encuestas disponibles como el anlisis de los resultados electorales contraran esa vi-sin.17 En los primeros meses del ao 1973, a pocos das de las elecciones, el CIMS realiz sondeos que muestran que las izquier-das representaban a fracciones muy minoritarias y no representa-tivas de las burguesas urbanas.18

    La cuestin generacional es clave para comprender este pero-do. El grueso de la actividad poltica juvenil tena su epicentro en

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    las universidades, y slo una minora de la juventud tena acceso a ellas. Considerando a la poblacin en edad universitaria (18 a 25 aos), hacia 1970 slo el 8,22% de los jvenes asista o haba asistido a algn instituto de educacin superior.19 La simpata por la izquierda decaa en forma notable conforme se ascenda en la edad de la poblacin. Slo el 5% de quienes tenan 47 aos o ms simpatizaba con ella. En cambio, ascenda al 13% en los me-nores de 26 aos. El entusiasmo por las corrientes de izquierda, por tanto, lejos de ser mayoritario, se concentr en una franja de la poblacin bastante especfica: los jvenes fundamentalmente, universitarios de clase media superior y de clase alta. Sin em-bargo, aun en estos segmentos esas simpatas fueron minoritarias. Los resultados electorales del 11 de marzo de 1973 confirmaron que las opciones netamente de izquierda no gozaban de grandes apoyos.20

    Las encuestas del CIMS comprobaron, adems, que el pero-nismo conservaba una altsima adhesin en la clase obrera y en los sectores populares (categorizados como clase baja) y que, a medida que se ascenda en el nivel socioeconmico, la simpata hacia el peronismo se reduca notoriamente. El movimiento de Pern, despus de dieciocho aos de proscripcin y habindose creado durante la fracasada Revolucin Argentina una situacin poltica compleja cuya resolucin no trgica una buena parte de la prensa haca descansar en su figura, no logr convertir en ma-yoritaria la simpata que tradicionalmente haba despertado en los sectores medios. Las preferencias polticas de las clases medias se orientaban en gran medida hacia el radicalismo o hacia algu-nas de las otras corrientes polticas no peronistas de centro o de centroderecha.

    La juventud radicalizada era sin duda numerosa hacia 1973, y ello qued de manifiesto en la multitud que march a Ezeiza a recibir a Pern el 20 de junio, integrada por peronistas de diversas extracciones sociales, ideolgicas y etarias, aunque con fuerte pre-sencia juvenil. Las juventudes peronistas demostraron en esa opor-tunidad no slo su nmero sino tambin su alta capacidad de mo-vilizacin. Sin embargo, como escribi un analista ese mismo ao, los jvenes peronistas se ven ms que los jvenes no-peronistas

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    pero ello no indica, en cambio, que sean realmente ms.21 La afirmacin vala tambin para los jvenes radicalizados de las cla-ses medias, independientemente de su mayor o menor cercana al peronismo: se vean ms pero no eran realmente ms que los j-venes no radicalizados. Los jvenes universitarios, de hecho, eran una minora social. Hacia mitad de la dcada del setenta, el total de los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires representa-ba el 1% de la poblacin del pas, y el de todas las universidades nacionales alcanzaba al 2%.22 Estos datos ayudan a mensurar la gravitacin que tenan las juventudes militantes de clase media.

    Hacia 1973 el peronismo se haba convertido en un significante pletrico de significados. En las elecciones de marzo, su frmu-la (Cmpora-Solano Lima) atrajo casi la mitad de los sufragios.23 All coincidieron toda clase de votantes, aunque no en igual pro-porcin, movidos por aspiraciones polticas diversas, cuando no antagnicas. El 49,56% que obtuvo el FREJULI (un variopinto frente integrado por el peronismo y otros partidos minoritarios de centro y de centroderecha: el Conservador Popular, el Movi-miento de Integracin y Desarrollo, el Partido Popular Cristiano y algunos partidos provinciales) se nutri de votos que provenan de diversas extracciones. Al caudal electoral frentista contribuy tambin una manifestacin ms bien de hartazgo que ideolgica de una parte de la ciudadana hacia el gobierno militar. El ascen-so temporario de sectores de la izquierda peronista a posiciones de poder en el gobierno de Cmpora ha conducido a algunos analistas a juzgar que el electorado simpatizaba con las posiciones izquierdistas. Sin embargo, el influjo izquierdista expresaba alian-zas y acuerdos al interior del movimiento peronista ms que una voluntad especfica de la masa electoral.24

    Cuatro indicadores permiten aseverar que la incidencia de la izquierda peronista en las razones que movieron a votar al FREJU-LI slo fue significativa dentro del mbito de la militancia juvenil peronizada. En primer lugar, la plataforma electoral del frente no difera ideolgicamente de los tradicionales programas peronis-tas del pasado. El compaero de frmula de Cmpora reconoci que una parte importante de sus sufragantes no vot a los can-didatos del FREJULI sino que vot al programa del FREJULI,

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    vot sus pautas programticas.25 En segundo lugar, la frmula del frente se asociaba al designio de Pern, algo que garantiz el apo-yo del voto peronista tradicional, obrero y popular. Para la gran mayora de los trabajadores, lo que importaba era el retorno de su lder al poder y no las conjeturas acerca de su conversin a una izquierda de la que, en un pasado no tan lejano, lo saban extra-o, cuando no hostil.26 Al respecto, no deja de ser revelador que el indicador ms eficaz para pronosticar los resultados electorales de 1973 haya sido el de la evaluacin que los votantes hacan del primer peronismo (1946-1955). En tercer lugar, la inclinacin de la sociedad hacia las posiciones menos rebeldes de las corrientes internas del movimiento liderado por Pern, incluso consideran-do solamente a los simpatizantes peronistas.27 Por ltimo, el an ms contundente triunfo peronista en las elecciones de septiem-bre del mismo ao, que retrospectivamente despej dudas acerca del lugar que para Pern desempeaba la izquierda en su movi-miento. Si la base electoral peronista en marzo de 1973 hubiera estado principalmente movilizada por aspiraciones de izquierda, se hace difcil explicar que, tan slo seis meses despus, una can-tidad todava ms numerosa de votantes haya consagrado en las urnas la frmula Pern-Pern, la cual, masacre de Ezeiza y fortale-cimiento del lopezreguismo de por medio, slo poda suscitar sue-os izquierdistas a fuerza de negar los datos que proporcionaba la realidad. Es cierto que muchos jvenes militantes peronizados brindaron un apoyo tctico a la frmula Pern-Pern, colaboran-do a un triunfo contundente para luego presionar al propio lder desde dentro. Sin embargo, en la composicin del voto peronista el peso cuantitativo de estos grupos era relativamente bajo.

    En los aos setenta, por tanto, las clases medias no se peroniza-ron. Hacia 1973, el movimiento peronista segua siendo al igual que en 1946 y en mayor medida que en 1955 una fuerza princi-palmente apoyada por obreros y sectores populares. Lo que s se haba modificado era el electorado opositor. Una comparacin de la composicin del voto peronista y no peronista entre 1946 y 1973 mostr, por un lado, que el peronismo haba conservado la misma proporcin de trabajadores en sus bases de apoyo y que, de haber subsistido la relacin entre poblacin obrera y no obrera,

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    la fuerza electoral de Pern se habra vuelto an ms homognea-mente proletaria. Si no lo hizo fue porque en 1973 existan en proporcin menos obreros que en 1946. Por otro lado, la compa-racin prob que el no peronismo haba devenido en 1973 mu-cho ms homogneamente no obrero que en 1946.28 En sntesis, en 1973 los partidos no peronistas nucleaban mayoritariamente (y en algunos casos de manera exclusiva) a las amplias clases me-dias y a la estadsticamente irrelevante clase alta, mientras que el peronismo, movimiento pluriclasista desde su origen, se nutra de apoyos de todos los sectores sociales, pero sobre todo de la clase obrera en una proporcin que casi no haba variado en treinta aos y de los sectores populares no obreros.

    Los estudios sobre el voto peronista de marzo de 1973 demos-traron que el apoyo electoral de las clases medias a ese movimien-to no se increment respecto de las elecciones de los aos cua-renta y cincuenta. Al contrario, estos sectores siguieron siendo relativamente esquivos al peronismo, tanto ms cuanto menos de-sarrolladas fueran sus provincias de residencia. De hecho, cuando se tiene en cuenta que ms de la mitad del electorado no vot al peronismo en un contexto en el que los sectores populares y obreros representaban el 54% del pas, ambos con una abruma-dora inclinacin hacia ese partido, puede concluirse que el 11 de marzo las clases medias optaron mayoritariamente por alguna opcin no peronista. El CIMS estim que el 90% de los sectores bajos apoy al peronismo en las elecciones de marzo de 1973, lo que supuso al menos el 72% del caudal peronista.29

    En el terreno electoral, por tanto, la innovacin introducida por el peronismo de 1973 residi en el reconocimiento de los derrotados a la legitimidad del gobierno electo y no en la crea-cin (ni en la ampliacin) de un voto peronista de clase media.30 Al inaugurar las sesiones del Congreso en 1974, el propio Pern afirm que su voluntad de respetar a las minoras creaba las con-diciones para que las minoras respetasen a las mayoras. As, Pe-rn renunciaba al autoritarismo, y el principal partido de la opo-sicin, cuyos votos provenan mayormente de las clases medias, renunciaba a la conspiracin.31 El triunfo del peronismo en 1973, entonces, incluy dos novedades: en primer lugar, que algunos de

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    quienes no simpatizaban con Pern se haban convencido de que sin l la situacin poltica no ofreca salida. En segundo lugar, y como condicin de lo anterior, que una parte de la sociedad tra-dicionalmente no peronista crey que Pern no era el mismo de los aos cincuenta.

    La campaa electoral de Cmpora present una paradoja. Por un lado, descans en el activismo de la juventud del movimiento, en su mayora de clase media la consigna que hegemoniz la campaa, Cmpora al gobierno, Pern al poder, fue una crea-cin de la Juventud Peronista. Pero, por otro lado, no logr vol-car en su favor a los amplios sectores medios no militantes que vean ese acercamiento al peronismo con una mezcla de temor y de cinismo. El tinte combativo que los jvenes imprimieron a la campaa desempe tambin su papel en el rechazo que tuvo la frmula peronista en los sectores medios sin militancia (las consignas de la juventud en los actos proselitistas, que iban desde Cmpora presidente, libertad a los combatientes hasta Tene-mos un general, que es una maravilla, combate al capital y apoya a la guerrilla, resultaban poco seductoras a estos sectores).

    Con la campaa electoral de Cmpora se cerr un crculo gene-racional en la historia poltica de los sectores medios. Dicho crculo se haba abierto en los aos cincuenta y sesenta cuando una parte de las clases medias, que haba educado a sus hijos en el antipero-nismo, termin empujando a muchos de ellos a las huestes pero-nistas. En 1973, en cambio, quienes obtenan efectos contraprodu-centes a sus designios eran los jvenes, cuya adhesin a Pern no lograba alterar las convicciones no peronistas de sus padres.

    No deja de ser significativo que, en septiembre de 1973, un mes antes de hacerse cargo de la presidencia de la Nacin, el propio Pern haya recordado a los dirigentes de las organizaciones ar-madas que el peronismo haba surgido de la juventud obrera, no de la de clase media. No hay que olvidarse, muchachos, les dijo Pern a los lderes de Montoneros y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias,

    que la juventud hizo el 17 de Octubre [de 1945], pero fue la juventud de los sindicatos. La otra juventud estaba

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    contra nosotros. Esos salan todos los das a tirar piedras contra nosotros en [la Secretara de] Trabajo y Previ-sin; yo cuerpi una piedra ah, y eran la juventud de la clase media y los universitarios, que desde un principio no estuvo con nosotros. En cambio, la juventud sindical s, se organiz y esa fue la que hizo el 17 de Octubre.32

    Hacia 1973 las cosas haban cambiado. A las juventudes trabaja-doras que, al igual que sus padres a mitad de siglo, eran pero-nistas ahora se sumaban universitarios peronizados, hijos del an-tiperonismo. Estas dos juventudes, sin embargo, no eran iguales. Los jvenes obreros votaban al peronismo porque entendan que era la fuerza poltica que mejor representaba sus intereses como trabajadores. Los jvenes de clase media, en cambio, se preocu-paban ms en si los interpretaba como jvenes. En otras palabras, la juventud obrera se defina antes como trabajadora que como joven. Las juventudes universitarias que abrazaron el peronismo lo hicieron como un medio para impugnar todo un orden (profe-soral, policial, poltico, familiar) que ellos sentan que los limitaba primeramente como juventud.

    Desde su cada, en 1955, Pern se haba convertido en el gran elector: haba ordenado votar en blanco en 1957 y por Frondizi en 1958 desde una posicin semiclandestina que no haba atenua-do la eficacia de sus rdenes. Sobre quien cayera su dedo caan tambin los votos. Y si esto haba sido posible en los peores aos, tanto ms factible result en 1973, en el contexto de la apertura poltica lanzada por Lanusse. Cmpora recibi su mayor caudal de votos de quienes vieron en l al delegado de Pern condicin que, junto a su lealtad incondicional al general, el propio candi-dato exaltaba. Tanto Cmpora como su compaero de frmula, el conservador-popular Solano Lima, advirtieron que su principal desafo recaa en lograr atraer el voto de las clases medias. Po-cos mejor que ellos comprendieron que, en los actos proselitis-tas, los jvenes hablaban para reafirmar a los convencidos antes que para sumar a los sectores tradicionalmente apticos. En este sentido, los candidatos del FREJULI coincidan con sus adversa-rios militares en el gobierno, quienes meses antes de los comi-

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    cios evaluaban que Cmpora espanta los votos de la clase media independiente.33

    Una vez electo presidente, y habiendo comprobado su escasa penetracin en los sectores medios, Cmpora redobl sus inten-tos por enviar un mensaje tranquilizador a los no peronistas que perciban cada vez con mayor desagrado el recrudecimiento de la guerrilla y con menor expectativa su futuro gobierno. Al em-prender su nueva campaa por las provincias, donde una segun-da vuelta electoral definira los comicios para designar goberna-dores, la moderacin proselitista se tradujo en dos hechos. Por un lado, la orientacin conciliadora de los mensajes del propio Cmpora; por el otro, la inclusin, por primera vez en sus giras, de la cpula sindical presidida por Jos Ignacio Rucci y de los dirigentes de las 62 Organizaciones, emblemas del peronismo or-todoxo antimarxista. De este modo, Cmpora intentaba alejar del electorado de clase media la imagen de que su gobierno estara capturado por los sectores juveniles radicalizados.

    En suma, no debe exagerarse el entusiasmo que despert Cmpora en las clases medias, que a pesar suyo no pudo trascen-der la esfera, bulliciosa pero minoritaria, de la militancia y de al-gunos crculos intelectuales (cuantitativamente irrelevantes). El acceso al poder de estos grupos fue, por otra parte, parcial y bre-ve. Su cuarto de hora concluy con la cada de Hctor Cmpora, escribi un periodista en 1974, o quiz ms precisamente con el retorno de Juan D. Pern al pas, el 20 de junio de 1973.34

    pern a la conquista de la clase media

    La enorme magnitud que a veces se otorga a la peronizacin de las clases medias que, como vimos, fue un proceso ceido a sec-tores juveniles a menudo acaba subestimando la indita (e inver-sa) operacin que Pern intent al acercarse a posicionamientos y discursos tpicos de la clase media. Mediante sus muestras de entendimiento y de dilogo con las fuerzas polticas que histrica-mente haban representado a los sectores medios (especialmente,

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    con el jefe de la Unin Cvica Radical, Balbn, que casi deriv en una frmula electoral conjunta, y con sectores polticos de cen-tro, como el Movimiento de Integracin y Desarrollo de Arturo Frondizi), Pern busc aproximarse a las clases medias, aun y quiz con especial nfasis a las que nunca lo haban votado. Julin Licastro, un joven teniente del ejrcito, tan leal al general que la prensa lo llamaba el teniente de Pern, asegur en 1973 que el objetivo del lder justicialista consista en incorporar en su frente nacional, popular, antiimperialista y revolucionario, a la clase media no peronista, un componente social objetivamente necesario para consolidar el programa de gobierno.35

    Con ese objetivo de Pern colabor, sin duda, el desdibuja-miento del binomio peronismo-antiperonismo como contradic-cin esencial de la Argentina. Hacia comienzos de la dcada de los setenta, la visin de numerosos lderes polticos, sindicales, mi-litares y religiosos privilegi la oposicin entre las corrientes na-cionalista y liberal o, en menor medida, entre la revolucionaria y la contrarrevolucionaria. Hasta la muerte de Pern, la tradicional antinomia entre peronistas y antiperonistas desempe un papel menor en el discurso tanto de la prensa como de los dirigentes.

    Una amplia porcin de la sociedad, por otra parte, vea con buenos ojos que dentro del justicialismo hubiese un sector que propugnase alianzas con otros partidos. En efecto, en 1972 una encuesta constat que un considerable porcentaje de la pobla-cin pronosticaba que el peronismo accedera al poder no slo aliado a otros partidos, sino con un candidato extrapartidario.36 Al ao siguiente, cuando ya se conoca que Cmpora era el candi-dato peronista y su triunfo se daba por descontado, otra encuesta orientada a conocer fundamentalmente la opinin de la ancha clase media confirm que el 55% de los encuestados consideraba positivo un eventual compromiso programtico entre el radicalis-mo y el peronismo (slo un 26% se opona).37 Aun en las horas posteriores a los comicios de marzo, la idea de un gobierno com-partido entre el peronismo triunfante y la primera minora no haba sido desechada en crculos radicales.

    Das antes de las elecciones presidenciales de septiembre, un programa televisivo emitido por Canal 13, Dilogo con Pern, obtu-

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    vo, de un lado, un altsimo rating en la clase media, y del otro, el juicio unnime de los comentaristas acerca de que Pern haba hablado para dicho sector.38 Este nuevo Pern, conciliador y fra-terno con la oposicin, logr que temporariamente una parte de las clases medias se aproximase a tener de l la visin que ya haca tiempo el propio lder tena de s mismo: un padre eterno capaz de abarcar en su abrazo a todos los hijos, al margen de la mayor o menor simpata que despertase en ellos. El propio Pern hizo mencin a esta comunin de propios y ajenos cuando, poco antes de morir, se dirigi a la poblacin por cadena nacional. All re-cord no solamente el apoyo masivo de quienes lo haban elegido presidente, sino tambin la complacencia de los que no lo haban votado pero luego haban evidenciado una gran comprensin y sentido de la responsabilidad. Ese mismo da reafirm desde el balcn de la Casa Rosada su programa centrista. Conocemos per-fectamente bien nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos, asegur Pern en el que sera su ltimo discurso, sin influenciarnos ni por los que tiran por la derecha ni por los que tiran por la izquierda.39

    Poco antes de que Pern resultara electo por una abrumadora mayora, Flix Luna quizs el historiador de mayor influencia en las clases medias menos politizadas escribi que el jefe jus-ticialista se reunira esta vez no slo con esa cuota de infinita fe por parte de los suyos, sino tambin con un elemento novedoso, independiente del sufragio: Los sectores que no son peronistas tambin lo apoyarn en la medida que su gobierno progrese hacia los objetivos que marc aquel pronunciamiento suprapartidario [se refiere a La Hora del Pueblo].40 Si en los aos del surgimiento del peronismo este lder haba sido para las clases medias el candi-dato imposible y, ya avanzado su gobierno, se haba convertido en el tirano, continuaba Luna, este tercer Pern apareca ahora como alguien capaz de ahorrar a la nacin desbordes innecesa-rios y precipitaciones costosas, oponiendo a las urgencias de sus vanguardias juveniles sus exhortaciones a la mesura.

    Pern mismo promovi esta imagen moderada de s, eliminan-do de su discurso la tradicional asociacin entre la entidad pue-blo y el colectivo trabajadores tpica de la retrica peronista

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    hasta 1955. No casualmente en uno de sus mensajes en la CGT, a menos de un mes de haberse hecho cargo de la presidencia, Pe-rn memor con elogios al Napolen que luego de la Revolucin Francesa se encontraba como el jamn del sndwich, entre dos fuerzas que lo vigilaban y que lo podan destituir en cualquier mo-mento.41 En aquel contexto, Napolen dijo Pern, un hom-bre extraordinario en todos los rdenes [] llam a la burgue-sa [que] estaba en la barrera mirndolos a todos desde afuera. Napolen era una alegora del propio Pern. l era quien en la Argentina de 1973 se senta en esa situacin y apostaba a realizar un llamado similar al realizado por su admirado poltico francs.

    Este hecho ayuda a comprender que su ataque a las juventudes radicalizadas de adentro y de afuera de su movimiento haya teni-do su contrapartida en la reivindicacin del espacio esencialmen-te burgus y domesticador de la familia. En un tiempo en que las universidades se haban convertido en calderas revolucionarias, el lder justicialista ensalzaba la educacin del hogar. Entre el nacimiento y los seis aos de edad, dijo Pern en 1973,

    los nios forman el subconsciente. Esa es la tarea de la madre, y cuando yo veo que ese chico, que tiene cinco o seis aos, sale a la calle y me hace la V de la Victoria con sus manitos, yo pienso lo siguiente: Esto se debe a la ac-cin de la mam. Por eso he querido desde aqu rendir un homenaje a esas madres que en el hogar han sabido dar a sus hijos una orientacin suficiente. Nosotros que-remos nada ms que se formen hombres buenos, porque pensamos que para darle armas culturales a un hombre, lo fundamental es que sea bueno. Dios nos libre de un malvado con muchos medios intelectuales para poder perjudicar a sus semejantes! Esa es la primera escuela social y poltica que tienen los argentinos; en primer tr-mino, los hogares, y en segundo, las madres.42

    Si para regresar al pas la juventud radicalizada haba sido pro-movida, para gobernarlo Pern necesitaba su disciplinamiento. Ahora era necesario apelar a los espacios y referentes tpicos de

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    la seguridad burguesa: no quera universidades sino hogares, no convocaba a los intelectuales sino a las madres, no necesitaba hombres revolucionarios sino buenos. En el clebre discurso que pronunci desde los balcones de la casa de gobierno, la tarde del 1 de mayo de 1974, regres sobre el tipo de pueblo que la hora de la patria reclamaba. Queremos un pueblo sano, un pue-blo satisfecho y alegre, sin odios, sin divisiones intiles, inoperan-tes e intrascendentes, dijo Pern mientras terminaba de retirarse de la plaza la juventud radicalizada de su movimiento.43

    Cado Cmpora, las elecciones de septiembre de 1973 cons-tituyeron la ocasin para probar este ensanchamiento, no del peronismo, sino de la conviccin de que la coyuntura poltica del momento, que en mucho se pareca a una guerra civil al in-terior de ese movimiento, slo poda descomprimirse si el padre se sentaba de nuevo a la cabecera de la mesa y su palabra volva a tener fuerza de ley, especialmente para sus hijos ms rebeldes. El 12% ms que alcanz la frmula Pern-Pern en los comicios de septiembre de 197344 respecto de la presentada en marzo de ese ao no dej lugar a dudas acerca de la ntima (o quizs, ltima) esperanza que una porcin de la clase media tradicionalmente antiperonista deposit en la capacidad de negociacin del lder. Slo de l podan esperar la conquista de un armisticio en una guerra que algunos de sus votantes juzgaban gobernable ni-camente por el mismo general que, poco tiempo atrs, haba colaborado a promoverla.

    Las llamadas formaciones especiales y los sectores juveni-les militantes que vean en ellas su vanguardia fueron quiz los nicos que, en este contexto, hubieran preferido un Pern ms propio de los aos cincuenta, uno que liderara una fraccin del pueblo para arremeter, esta vez sin contemplaciones, contra el otro. Pern, en cambio, prefera, en lo econmico, el pacto entre empresarios y obreros y la apertura de mercados en la Europa capitalista, y en lo poltico, la democracia integrada y el acuerdo con la oposicin; en suma, ir hacia el centro, como afirm el diario La Opinin das antes de las elecciones de septiembre,45 una direccin poco tentadora para los grupos radicalizados que slo podan interpretar ese rumbo bajo la figura de la traicin.

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    Para una parte de la opinin pblica, en cambio, no era Pern quien haba traicionado a la juventud radicalizada, sino esta l-tima quien haba edificado un Pern inexistente. En el invierno de 1974, distinguiendo las diferentes lealtades que haba recibido el lder justicialista en las elecciones, un analista poltico escribi que mientras el apoyo de los trabajadores no surga de quimeras, los jvenes juzgaron que Pern haba regresado por ellos y para ellos, defendido por las armas de los milicianos.46 Para visiones como estas, esos jvenes haban tomado nota demasiado tarde de que, desde haca tiempo, venan trabajando para un lder de centro, un hombre del orden y del sistema. Ni por casualidad advirtieron, continuaba el analista, que el caudillo justicialista volva protegido por los blindados del ejrcito, y que una legin de hombres prcticos celebraba la restauracin peronista como la victoria del orden y de la sensatez poltica. En sntesis, mientras que los jvenes militantes, provenientes en su mayora de fami-lias antiperonistas, hacia fines de los aos sesenta comenzaron un xodo de clase hacia un lder que soaban revolucionario y obrerista, Pern hizo un camino inverso. Ya de regreso en el pas, elabor una retrica que rescataba como nunca antes las signifi-caciones asociadas a las clases medias que siempre le haban sido hostiles, cifrando en la posibilidad de seducirlas la obtencin de un consenso indito que relegase a los sectores radicalizados al confn solitario de la inadaptacin y la irracionalidad.47 En parte, el xodo de Pern se manifest en el castigo, desde el estado, a los propios hijos dscolos de las clases medias antiperonistas. Estos, paradjicamente, huyendo de una sensibilidad poltica y cultural de clase media, acabaron sometindose a la palabra de un lder clasemediatizado. Irona de la historia: ir hacia el peronismo en busca de ms Pern, justo cuando este regresaba de aquel, menos peronista que nunca.

    Aquella ltima esperanza que una porcin de las clases medias deposit en la capacidad de Pern para resolver la situacin, sin embargo, dur menos que este en el gobierno, del que lo alej la muerte el 1 de julio de 1974. Su fallecimiento sell un perodo tan breve como indito: por primera vez los principales impug-nadores de la legitimidad peronista no haban sido los sectores

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    medios tradicionalmente antiperonistas, ni los partidos que his-tricamente los representaban, sino facciones internas del propio peronismo. Tanto Pern como las diferentes alas del peronismo haban llegado a la conviccin de que, polticamente, fuera del movimiento haba aliados y adversarios, pero slo adentro haba enemigos. Paradjicamente, entonces, el Pern que mayor apoyo ciudadano conquist a lo largo de toda su historia fue el ms fr-gil en trminos de sus posibilidades polticas intrnsecas. Cuando logr crear un ambiente oficialista en el pas, sufri una violenta oposicin en el oficialismo.

    A partir de la muerte de Pern, la relacin entre gobierno peronista y clases medias no hizo otra cosa que empeorar. La ineptitud manifiesta de Isabel, su oscuro ministro Lpez Rega, el indito ajuste econmico de 1975 y la violencia poltica (que la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como Triple A, llev a estndares desconocidos hasta entonces), crearon una situacin general que reafirmaba los prejuicios y actualizaba las peores me-morias que las clases medias guardaban del peronismo. Si tanto aquellos prejuicios como esas memorias haban sido puestos entre parntesis en las elecciones de septiembre de 1973, al menos por el sector de las clases medias que vot a Pern, ahora encontraban condiciones para retornar con feroz actualidad. Tan solo un ao y medio despus de la muerte de Pern, el titular del Senado de la Nacin y referente del peronismo de entonces, talo Luder, decla-r que su partido deba recuperar imagen ante los estamentos de clase media, porque es ah donde el Justicialismo ha sido objeto de cuestionamientos.48 Clases medias y peronismo estaban una vez ms reafirmados en veredas opuestas.

    el otro rostro del antiperonismo49

    En marzo de 1976 otro golpe de estado puso fin al gobierno de Isabel Pern e inici el denominado Proceso de Reorganizacin Nacional (1976-1983), liderado por el general Jorge Rafael Vide-la. Este nuevo intento de reestructuracin de la sociedad desde

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    arriba, al tiempo que orient su poltica econmica por la senda liberal ms que desarrollista, dist de los anteriores proyectos mi-litares por el modo y el alcance que dio a su accionar represivo. Ms adelante habr ocasin de analizar cmo atravesaron las cla-ses medias este perodo. Ahora me focalizo en las actitudes que asumieron frente a la segunda experiencia peronista en el poder y al pronunciamiento castrense que la dio por concluida.

    La celebracin masiva de las clases medias del derrocamiento de Pern en 1955 fue sntoma evidente de que los antiperonis-tas no se haban resignado a un pas peronista. Haban opuesto resistencia, pero la euforia inmediatamente posterior a su hun-dimiento mostr hasta qu punto la victoria militar era tambin suya. El 24 de marzo de 1976 no sucedi nada por el estilo; no hubo festejos, movilizaciones ni plazas desbordantes. Cmo ex-plicar este hecho, si el golpe militar de 1976 tambin pona fin a un gobierno peronista, sin duda ms catico que el de 1955?

    Dos actitudes consecutivas resultan fundamentales para en-tender el comportamiento de las clases medias antiperonistas durante el perodo que va desde el regreso del peronismo al po-der, en 1973, hasta su declinacin y cada, tres aos despus. En primer lugar, la resignacin; ms tarde, la desercin. Resignadas ante el hecho irrefutable de un pas peronista, las clases medias no peronistas desertaron: abandonaron la esperanza de un pas gobernado y gobernable por una fuerza sin mayora peronista. Esa resignacin era una actitud muy diferente a la del viejo anti-peronismo, que se caracteriz por resistir con sigilo al gobierno peronista (1946-1955) y a sus partidarios. Si en 1955 dicha actitud se haba traducido en celebraciones ante la cada del rgimen, la resignacin, en cambio, termin por presentar un paisaje desrti-co cuando el derribado fue el gobierno de Isabel.

    Hacia 1973, el paso del tiempo, la proscripcin del peronismo, el fracaso de la Revolucin Argentina y un Pern moderado y dia-loguista colaboraron en atenuar lo que he designado como una sensibilidad antiperonista. Aunque en buena medida el peronis-mo segua simbolizando mucho de lo que estos sectores medios impugnaban, en esta nueva coyuntura una inmensa mayora de la sociedad acept el retorno al orden constitucional sin proscrip-

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    ciones. Pero esta aceptacin estuvo acompaada por aquellas acti-tudes de resignacin y desercin. En 1973, los peronistas eran ma-yora (seguan sindolo) y ganaran con comodidad casi cualquier eleccin, tanto a escala nacional como a escala provincial y local. Ms all de votar y perder, las clases medias antiperonistas nada podan hacer. Analizar a continuacin algunos de los diferentes modos que adoptaron en la vida cotidiana ambas actitudes. Har foco, especialmente, sobre tres: el ensimismamiento, el cinismo o la irona, y el orgullo de ser minora.

    Viendo imgenes de la batalla protagonizada por diversas fac-ciones peronistas en Ezeiza, cuando se esperaba el arribo de Pern, Jorge van der Weyden dijo yo le debo un mueble a Pern. Inte-rrump la proyeccin y mantuvimos el siguiente dilogo:

    Cmo que le debe un mueble?Claro, hubo tantos das feriados que me hice un sof en casa, tuve tiempo Esto fue una vergenza nacional, una de las tantas

    Usted no vea en la llegada de Pern ninguna esperanza, de ningn tipoBueno, yo no s. Trato de ser imparcial, pero me doy cuenta que soy muy antiperonista [se re]. No, es cierto. Ser porque lo viv en aquel momento, lo mam de en-trada [] Yo estuve en mi casa hacindome un mueble gracias a Pern.

    Porque le haban dado un asuetoTres das, cuatro Que baja, que no baja, y yo me hice un sof. Yo le agradezco eso.

    Una de las cosas que llam mi atencin en esta ancdota fue que, unos meses antes, haba escuchado de Linda Tognetti, en Correa, un testimonio que era fcil asociar al de Jorge. El dilogo con Linda se dio as:

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    Y ac, en el pueblo, pas algo cuando muri Pern?Se debe haber hecho alguna ceremonia, yo no particip de ninguna. Yo me pint una mquina de coser. Apro-vech esos das, no saba qu hacer! Msica sacra en la radio, en la tele todo el velatorio de Pern. O se