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t GCGrrjDíjr^nuLincGrnaanGünDCDraau'i. r/ nnurLO iLTT^ncpncrmcpnncni: <r_ t LL nur f < i r i ccr n t uunncLDauDDCGuaaDDDuanoDLXiGunnLjULT.CGuuuc'CL'C'DrrAcuLüLJcnnnLJGL'ULrLf r ÜCL u ( i r r i LÜÜC t r-DüDDDnDaaDDDDaCDDaGDDDnnLiD[:annDDoac[X]nc;nDnDDGGannncnDCDcaDnciDCGDncL''a ' r t i uñara ' r ;GGUGGanGGacGGaarjcGOGQDG¿aGGaanQGGGnaaGcnnaGGGaGGüfjGnüaaGaanaGaGonuGf i c r i t nGai c r M EZCLA de veleros y vapores en el corto Muelle Sur y fondeo. Gabarras carboneras y remolca- dores y, en el centro de la ima- gen, la estampa gallardísima de un mixto de vela y vapor que, por la finura de sus líneas mari- neras —proa de violín, popa de espejo, tres palos con aparejo de bricbarca y chimenea en caída entre el trinquete y el mayor-— parece se trataba de un gran yate de recreo. Fuera de puntas y en fondeo, la silueta fácilmente re- conocible del «Galeka» —o uno de sus gemelos— de la Union- Castle Line, todos ellos en el «Mail service» a puertos de Áfri- ca del Sur. El cielo de muchos años se apoya en la antigua imagen de la buena ciudad marinera de siem- pre. Ahí, en primer término, los almacenes de don José Ruiz y Arteaga bajo un azul plácido y blando y, a la derecha, a la som- bra leve de la farola, el desem- barcadero de «los platillos», el pescante de hierro y las cargas humildes, tesoros sencillos que llegaban a tierra a través del «tren de lanchas». En la antigua imagen de San- ta Cruz parece se escucha un si- lencio de altura, de las cumbres solitarias de Anaga que daban su buena y fresca sombra a los va- pores en fondeo y que, siempre proa al tiempo reinante, hacían consumo, refrescaban la aguada y embarcaban víveres frescos. Estas mismas cumbres solitarias eran las que, por La Altura y La Jurada, dieron piedra —siempre buena piedra de primera— para hacer la escollera del Muelle Sur; años más tarde, nueva can- tera —o pedrera en nuestro isle- ño decir— rompió los flancos de las montañas allá por Jagua y, con la piedra que allí brotó, bien se cimentó la Dársena Pesquera. Soledad y calma, silencio y grandeza sencilla entre el bulli- cio de la ciudad que, frente a la mar, tenía —y tiene— el valle de verdor y plata de la centenaria Alameda del Muelle. Así, tran- quila y por paradoja llena de bu- llicio, era la entrada de Santa Cruz, la ciudad que, hacia arri- ba, tenía plazas sencillas —de la Iglesia, de San Francisco y de la Constitución— mientras que en las del Príncipe y Weyler, con el verde acompasado de los laure- les de Indias bien cantaba el cris- tal de plata y oro del agua. Hace sólo cinco años, María Candelaria Hernández Rodrí- guez presentó en la Universidad de La Laguna su memoria de Li- cenciatura. Con el título de «La Arquitectura del hierro en Tene- rife», es obra que bien merece su edición por alguna entidad insu- lar pues, en sus páginas, la auto- ra anota y bien refleja el comien- zo de una etapa en la construc- ción isleña y, en especial, la sig- nificación de este edificio de don José Ruiz de Arteaga. «En la temprana fecha de 1868 —escribe María Candelaria Hernández-— aparece en esta ca- pital el hierro en la estructura de un edificio. Se trata de los alma- cenes de efectos navales que don José Ruiz Arteaga construye en el puerto, situados en la parte iz- quierda de entrada del mismo. Nos encontramos ante una cons- trucción cimentada sobre colum- nas de hierro que se hunden en el mar. La documentación que sobre esta edificación ha llega- do hasta nuestros días es escasa, sin que podamos saber si dicho material se extendía a otras par- tes del edificio. Es probable que el uso del hierro sólo se limitara a las columnas si tenemos en cuenta la fecha. No obstante, es un dato importante que podría explicarnos la posterior expan- sión del hierro en la isla, a la que coopera la representación, por parte de su propietario, de una importante casa fundidora sevi- llana, la de los señores Pérez Hermanos». Aquí, en la antigua y buena es- tampa, buscamos cada memoria En la construcción de los almacenes de don José Ruiz de Arteaga —proyectados por don José Tkrquis Soria— por vez primera se utilizó en esta capital el hierro en la estructura de un edificio Los antiguos almacenes de Ruiz y Arteaga del pasado, buscamos el recuer- do del basto bregar y el basto ga- nar, los del carbón que pesaba en las hondas calas de las gabarras, los de los hombres de párpados inflamados por el polvillo de las faenas de relleno de carboneras en mar abierta. Y, con estos re- cuerdos, aquellos de cuando en Santa Cruz aún había campo li- bre, verde y vivo; eran los cam- pos en los que se heríala tierra con el arado y la semilla caía en- tre los surcos acompañada de una oración sencilla y profunda- mente sentida. Cuando se construyeron los al- macenes de Ruiz y Arteaga, la isla de Tenerife —como todas las del Archipiélago— aún vivía la euforia del cultivo y exportación de la cochinilla, producto que, ya en la década de los años 80 del pasado siglo, inició el declive, la crisis que llevaría a su desapari- ción de entre los productos que la isla exportaba. Pero, por entonces, ya la in- dustria de la pesca —tanto la de bajura como la de altura— había vuelto a tomar incremento e im- portancia en la economía isleña. En su «Historia de Santa Cruz», Alejandro Cioranescu escribió: «En 1838se había fundado en Santa Cruz una Sociedad de Te- nerife para la Pesca del Salado, sociedad anónima por acciones, con un capital inicial de 10.000 pesos, que aumentó rápidamen- te hasta 406.500 reales vellón, suscritos por 68 socios. Fabricó dos navios, el «Teide» y el «Tin- guaro», que faenaron en las aguas africanas». La ciudad de Santa Cruz cre- cía, se transformaba —en julio de 1853 el francés Deloffre puso en marcha la primera máquina de vapor traída a Canarias— y, con lentitud, el muelle aumenta- ba su línea de atraque. Iba tam- bién a más el número de vapo- res que recalaban para, fondea- dos, hacer relleno de carboneras y refrescar la aguada con el buen agua de los nacientes de Agui- rre. Tal era la fama del agua de dichos nacientes —fama de que no se corrompía en los tanques ni pipería— que, anualmente, y siempre en flotillas, por Santa Cruz recalaban los balleneros de New Bedford, Vineyard y Nan- tucket, para embarcarla antes de seguir a los océanos Indico y Pa- cífico. A la vista de los antiguos al- macenes construidos para abas- tecer a los veleros y vapores que a Santa Cruz llegaban, cabe pre- guntarnos qué se hizo de la gra- cia de las arboladuras y la alti- vez de las chimeneas de antaño. Volvemos a los cascos finos y elegantes —cascos escualos y cuchillos— que nacieron en las playas santacruceras para, blan- cos de velas abiertas, unirse a la noria del ir y venir del salpreso y el vivero o, también, arrumbar al Caribe ardiente y huracanado de Arciniegas. Fue don José Tarquis Soria aparejador y técnico de Obras Públicas— el autor del proyecto de los almacenes que, en la par- te baja, albergaban una casa de baños. «La construcción consta- ba de dos plantas -—dice María Candelaria Hernández Rodríguez—; la alta, a ras del muelle, estaba destinada a la venta de efectos navales y otras mercancías, prestando un buen servicio a la navegación por cuanto allí podía encontrarse todo lo necesario para la repara- ción de buques. En la parte baja se establecía una casa de baños denominada «Las Delicias». Con un total de 27 cuartos podían to- marse no sólo baños del mar sino también de tina, dotados éstos de una tina de mármol con llaves de agua fría y caliente». En la calle adoquinada, anti- guos faroles y, con los carros de muías, la vía de las primeras lo- comotoras —la «Añaza» y sus se- guidoras, todas empenachadas y traqueteantes— que, con sus pi- tazos más alegres y profundos, como un pequeño terremoto lle- gaban desde la cantera de La Ju- rada y, tras dejar atrás la antigua carretera de San Andrés, cruza- ban frente a los almacenes de Ruiz y Arteaga. Con las vagone- tas bien cargadas de piedra de primera, seguían Muelle Sur abajo y, al llegar a la vieja* «Ti- tán», ésta se encargaba de izar y verter, una a una, las vagonetas, cuyas cargas cimentaban la línea de atraque que crecía y crecía. Así, tal y como la muestra el antiguo documento gráfico, era Santa Cruz de Tenerife, la bue- na ciudad marinera. Era ciudad con estrépito de ruedas y cascos herrados, ciudad con caserones entibiados por el sol, ciudad de corazón abierto e inquieto, de bondad activa e inagotable. A ella llegaban los barcos que an- daban a vapor, los que llegaban moliendo espumas y rompiendo mares al ritmo cansino de sus al- ternativas de triple expansión; eran, en fin, los que, con férreo escapar de cadenas por los esco- bones, daban fondo, se aproaban al tiempo reinante y, pronto, que- daban envueltos en nube de ne- gro polvillo de carbón gales. Los almacenes de don José Ruiz de Arteaga suministraban de todo a los barcos con necesi- dad de ello. No sólo eran los ví- veres de todo tipo y calidad lo que se embarcaban, eran tam- bién efectos navales, cabullería, aparejos, pinturas, minio, velas, etc., lo que de allí salía para los barcos que los necesitaban y, también, para los que reparaban a flote o varados en los peque- ños varaderos —Hamilton y Ei- der Dempster— que se abrían en las playas de San Antonio y Los Melones. Los ya viejos almacenes fue- ron testigos del crecimiento de la ciudad y el puerto. Vieron desa- parecer la pétrea estampa del castillo de San Cristóbal, la construcción de la Avenida Ma- rítima, el derribo de la antigua Aduana, allá por la calle de la Caleta. Vieron cómo al desem- barcadero de «los platillos» lo adornaron, por 1913, con la gra- cia metálica de la marquesina. Vieron cómo desaparecieron los antiguos cañoneros de apostade- ro —«Marqués de Molins», «Infanta Eulalia», etc.— y, tras la etapa larga en años del «Infan- ta Isabel», llegaron las estampas graciosas y aún bien recordadas de los «Lauria», «Laya» y «Re- calde». Los almacenes de don José Ruiz de Arteaga se hermanaron con los barcos de una marina casi romántica, con los que — dando al aire la obra viva de sus lastradas— trillaron con monó- tona constancia la línea de San- ta Cruz, siempre puerto de cabe- cera, punto de partida o llegada, o de simple y sencilla escala para hacer consumo y la aguada. Y, desde luego, hacer provisiones en los almacenes que se alzaban a la vera de la mar, en el mismo filo de la ola. Un año antes de la Primera Guerra Mundial, los hijos de don José Ruiz de Arteaga realizaron una importante ampliación de los almaqenes. Fueron unos cuarenta los metros ganados hacia el mar, lo que permitió toda una serie de mejoras que, al mismo tiempo, significaron un también mucho mejor servicio a los clientes. Y, hasta el final de sus días bien lu- ció y destacó la obra que, por don José Ruiz de Arteaga, fue encargada a don José Tarquis So- ria. Tras el derribo, ganó en am- plitud aquella zona de entrada al Muelle Sur y, por la antigua pla- ya, se construyó una zona ajar- dinada que, un día del Carmen —creo fue en 1939— ardió al in- cendiarse unos residuos de petró- leo que flotaban en el agua. La entrada al Muelle de Ribe- ra y la Avenida de Anaga termi- naron con lo poco que recorda- ba los antiguos almacenes y, también, la rambla de Sol y Or- tega. Con los rellenos se fue para siempre el «muellito del carbón» y la «playa de la frescura» que, a la sombra del antiguo castillo de San Pedro —luego cuartel del Grupo de Ingenieros— se abrían a la mar remansada al redoso del Muelle Sur. En la antigua y entrañable imagen de los almacenes y la zona portuaria donde la ciudad se hermana con la mar, Santa Cruz nos llega con toda la dul- zura de la melancolía infinita e indefinida. En ella hay recuerdos que se grabaron proftindamente en muchos corazones, recuerdos que llegan como dilatadas sere- nidades, como el agua mansa de la lluvia. Por estas aguas cruzaron los que buscaban islas nuevas, tie- rras nuevas de nuevos continen- tes, todos los que mudaron la fi- gura e imagen de la Tierra. Lue- go llegaron los vapores empena- chados, los que andaban a carbón y dejaban estelas de es- pumas rotas; aumentaron las ga- barras carboneras y, en tierra, a la misma vera de la mar se alza- ron los almacenes de Ruiz de Ar- teaga, todo un hito en el desarro- llo de la ciudad y su puerto. Juan A. Padrón Albornoz J í ¿i: SELECCIONARA A través de su Departamento de Recursos Humanos, para importante Holding de Distribución de productos de alimentación y bebidas SUPERVISOR DE VENTAS (para Santa Cruz de Tenerife) El puesto está pensado para un profesional intro- ducido en el sector, dispuesto a conducir un equipo es- pecializado en ventas, promoción y merchandising. La empresa en plena expansión, brinda reales po- sibilidades de progreso salarial y profesional, semana laboral de lunes a viernes, agradable ambiente de tra- bajo y un importante nivel de remuneración. SE GARANTIZA ABSOLUTA CONFIDENCIALIDAD Interesados enviar curriculum, dos fotografías re- cientes tamaño carnet y teléfono de contacto, citan- do la ref.: SVT.09.87. Cierre de recepción de correspondencia: 21-09-87. DEPARTAMENTO FEMENINO necesita 5 PLAZAS con señoras y señoritas mayores de 22 años TRABAJO SEGURO Y BIEN REMUNERADO EXIGIMOS: Cultura media. Sensibilidad con los niños. Experiencia en Relaciones Públicas. Horario de trabajo de 8 a 14 y de 15 a 18 (en verano jor- nada intensiva). OFRECEMOS: 50.000 pesetas mensuales a la incorporación al trabajo, más incentivos. S.S.C.M. • Una Vez superado el perío- do de prueba se revisarán condiciones. Interesadas presentarse ma- ñana lunes, día 7, de 10 a 1 y de 4 a 6, en que se cerrará la admisión en la calle San Sebas- tián, 96-1°, 2 a puerta. Pre- guntar Sita. Tejedor.

LOS ANTIGUOS ALMACENES DE RUIZ Y ARTEAGA

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1987/09/06

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Page 1: LOS ANTIGUOS ALMACENES DE RUIZ Y ARTEAGA

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M EZCLA de veleros yvapores en el cortoMuelle Sur y fondeo.

Gabarras carboneras y remolca-dores y, en el centro de la ima-gen, la estampa gallardísima deun mixto de vela y vapor que,por la finura de sus líneas mari-neras —proa de violín, popa deespejo, tres palos con aparejo debricbarca y chimenea en caídaentre el trinquete y el mayor-—parece se trataba de un gran yatede recreo. Fuera de puntas y enfondeo, la silueta fácilmente re-conocible del «Galeka» —o unode sus gemelos— de la Union-Castle Line, todos ellos en el«Mail service» a puertos de Áfri-ca del Sur.

El cielo de muchos años seapoya en la antigua imagen de labuena ciudad marinera de siem-pre. Ahí, en primer término, losalmacenes de don José Ruiz yArteaga bajo un azul plácido yblando y, a la derecha, a la som-bra leve de la farola, el desem-barcadero de «los platillos», elpescante de hierro y las cargashumildes, tesoros sencillos quellegaban a tierra a través del «trende lanchas».

En la antigua imagen de San-ta Cruz parece se escucha un si-lencio de altura, de las cumbressolitarias de Anaga que daban subuena y fresca sombra a los va-pores en fondeo y que, siempreproa al tiempo reinante, hacíanconsumo, refrescaban la aguaday embarcaban víveres frescos.Estas mismas cumbres solitariaseran las que, por La Altura y LaJurada, dieron piedra —siemprebuena piedra de primera— parahacer la escollera del MuelleSur; años más tarde, nueva can-tera —o pedrera en nuestro isle-ño decir— rompió los flancos delas montañas allá por Jagua y,con la piedra que allí brotó, biense cimentó la Dársena Pesquera.

Soledad y calma, silencio ygrandeza sencilla entre el bulli-cio de la ciudad que, frente a lamar, tenía —y tiene— el valle deverdor y plata de la centenariaAlameda del Muelle. Así, tran-quila y por paradoja llena de bu-llicio, era la entrada de SantaCruz, la ciudad que, hacia arri-ba, tenía plazas sencillas —de laIglesia, de San Francisco y de laConstitución— mientras que enlas del Príncipe y Weyler, con elverde acompasado de los laure-les de Indias bien cantaba el cris-tal de plata y oro del agua.

Hace sólo cinco años, MaríaCandelaria Hernández Rodrí-guez presentó en la Universidadde La Laguna su memoria de Li-cenciatura. Con el título de «LaArquitectura del hierro en Tene-rife», es obra que bien merece suedición por alguna entidad insu-lar pues, en sus páginas, la auto-ra anota y bien refleja el comien-zo de una etapa en la construc-ción isleña y, en especial, la sig-nificación de este edificio de donJosé Ruiz de Arteaga.

«En la temprana fecha de 1868—escribe María CandelariaHernández-— aparece en esta ca-pital el hierro en la estructura deun edificio. Se trata de los alma-cenes de efectos navales que donJosé Ruiz Arteaga construye enel puerto, situados en la parte iz-quierda de entrada del mismo.Nos encontramos ante una cons-trucción cimentada sobre colum-nas de hierro que se hunden enel mar. La documentación quesobre esta edificación ha llega-do hasta nuestros días es escasa,sin que podamos saber si dichomaterial se extendía a otras par-tes del edificio. Es probable queel uso del hierro sólo se limitaraa las columnas si tenemos encuenta la fecha. No obstante, esun dato importante que podríaexplicarnos la posterior expan-sión del hierro en la isla, a la quecoopera la representación, porparte de su propietario, de unaimportante casa fundidora sevi-llana, la de los señores PérezHermanos».

Aquí, en la antigua y buena es-tampa, buscamos cada memoria

En la construcción de los almacenes de don José Ruiz de Arteaga —proyectados por don José Tkrquis Soria— por vez primerase utilizó en esta capital el hierro en la estructura de un edificio

Los antiguos almacenes deRuiz y Arteaga

del pasado, buscamos el recuer-do del basto bregar y el basto ga-nar, los del carbón que pesaba enlas hondas calas de las gabarras,los de los hombres de párpadosinflamados por el polvillo de lasfaenas de relleno de carbonerasen mar abierta. Y, con estos re-cuerdos, aquellos de cuando enSanta Cruz aún había campo li-bre, verde y vivo; eran los cam-pos en los que se heríala tierracon el arado y la semilla caía en-tre los surcos acompañada deuna oración sencilla y profunda-mente sentida.

Cuando se construyeron los al-macenes de Ruiz y Arteaga, laisla de Tenerife —como todas lasdel Archipiélago— aún vivía laeuforia del cultivo y exportaciónde la cochinilla, producto que, yaen la década de los años 80 delpasado siglo, inició el declive, lacrisis que llevaría a su desapari-ción de entre los productos quela isla exportaba.

Pero, por entonces, ya la in-dustria de la pesca —tanto la debajura como la de altura— habíavuelto a tomar incremento e im-portancia en la economía isleña.En su «Historia de Santa Cruz»,Alejandro Cioranescu escribió:«En 1838 se había fundado enSanta Cruz una Sociedad de Te-nerife para la Pesca del Salado,sociedad anónima por acciones,con un capital inicial de 10.000pesos, que aumentó rápidamen-te hasta 406.500 reales vellón,suscritos por 68 socios. Fabricódos navios, el «Teide» y el «Tin-guaro», que faenaron en lasaguas africanas».

La ciudad de Santa Cruz cre-cía, se transformaba —en juliode 1853 el francés Deloffre pusoen marcha la primera máquinade vapor traída a Canarias— y,con lentitud, el muelle aumenta-ba su línea de atraque. Iba tam-bién a más el número de vapo-res que recalaban para, fondea-dos, hacer relleno de carbonerasy refrescar la aguada con el buenagua de los nacientes de Agui-rre. Tal era la fama del agua dedichos nacientes —fama de queno se corrompía en los tanquesni pipería— que, anualmente, ysiempre en flotillas, por SantaCruz recalaban los balleneros deNew Bedford, Vineyard y Nan-tucket, para embarcarla antes deseguir a los océanos Indico y Pa-cífico.

A la vista de los antiguos al-

macenes construidos para abas-tecer a los veleros y vapores quea Santa Cruz llegaban, cabe pre-guntarnos qué se hizo de la gra-cia de las arboladuras y la alti-vez de las chimeneas de antaño.Volvemos a los cascos finos yelegantes —cascos escualos ycuchillos— que nacieron en lasplayas santacruceras para, blan-cos de velas abiertas, unirse a lanoria del ir y venir del salpresoy el vivero o, también, arrumbaral Caribe ardiente y huracanadode Arciniegas.

Fue don José Tarquis Soria —aparejador y técnico de ObrasPúblicas— el autor del proyectode los almacenes que, en la par-te baja, albergaban una casa debaños. «La construcción consta-ba de dos plantas -—dice MaríaCandelaria HernándezRodríguez—; la alta, a ras delmuelle, estaba destinada a laventa de efectos navales y otrasmercancías, prestando un buenservicio a la navegación porcuanto allí podía encontrarsetodo lo necesario para la repara-ción de buques. En la parte bajase establecía una casa de bañosdenominada «Las Delicias». Conun total de 27 cuartos podían to-marse no sólo baños del mar sinotambién de tina, dotados éstos deuna tina de mármol con llaves deagua fría y caliente».

En la calle adoquinada, anti-guos faroles y, con los carros demuías, la vía de las primeras lo-comotoras —la «Añaza» y sus se-guidoras, todas empenachadas ytraqueteantes— que, con sus pi-tazos más alegres y profundos,como un pequeño terremoto lle-gaban desde la cantera de La Ju-rada y, tras dejar atrás la antiguacarretera de San Andrés, cruza-ban frente a los almacenes deRuiz y Arteaga. Con las vagone-tas bien cargadas de piedra deprimera, seguían Muelle Surabajo y, al llegar a la vieja* «Ti-tán», ésta se encargaba de izar yverter, una a una, las vagonetas,cuyas cargas cimentaban la líneade atraque que crecía y crecía.

Así, tal y como la muestra elantiguo documento gráfico, eraSanta Cruz de Tenerife, la bue-na ciudad marinera. Era ciudadcon estrépito de ruedas y cascosherrados, ciudad con caseronesentibiados por el sol, ciudad decorazón abierto e inquieto, debondad activa e inagotable. Aella llegaban los barcos que an-

daban a vapor, los que llegabanmoliendo espumas y rompiendomares al ritmo cansino de sus al-ternativas de triple expansión;eran, en fin, los que, con férreoescapar de cadenas por los esco-bones, daban fondo, se aproabanal tiempo reinante y, pronto, que-daban envueltos en nube de ne-gro polvillo de carbón gales.

Los almacenes de don JoséRuiz de Arteaga suministrabande todo a los barcos con necesi-dad de ello. No sólo eran los ví-veres de todo tipo y calidad loque se embarcaban, eran tam-bién efectos navales, cabullería,aparejos, pinturas, minio, velas,etc., lo que de allí salía para losbarcos que los necesitaban y,también, para los que reparabana flote o varados en los peque-ños varaderos —Hamilton y Ei-der Dempster— que se abrían enlas playas de San Antonio y LosMelones.

Los ya viejos almacenes fue-ron testigos del crecimiento de laciudad y el puerto. Vieron desa-parecer la pétrea estampa delcastillo de San Cristóbal, laconstrucción de la Avenida Ma-rítima, el derribo de la antiguaAduana, allá por la calle de laCaleta. Vieron cómo al desem-barcadero de «los platillos» loadornaron, por 1913, con la gra-cia metálica de la marquesina.Vieron cómo desaparecieron losantiguos cañoneros de apostade-ro —«Marqués de Molins»,«Infanta Eulalia», etc.— y, trasla etapa larga en años del «Infan-ta Isabel», llegaron las estampasgraciosas y aún bien recordadasde los «Lauria», «Laya» y «Re-calde».

Los almacenes de don JoséRuiz de Arteaga se hermanaroncon los barcos de una marinacasi romántica, con los que —dando al aire la obra viva de sus

lastradas— trillaron con monó-tona constancia la línea de San-ta Cruz, siempre puerto de cabe-cera, punto de partida o llegada,o de simple y sencilla escala parahacer consumo y la aguada. Y,desde luego, hacer provisionesen los almacenes que se alzabana la vera de la mar, en el mismofilo de la ola.

Un año antes de la PrimeraGuerra Mundial, los hijos de donJosé Ruiz de Arteaga realizaronuna importante ampliación de losalmaqenes. Fueron unos cuarentalos metros ganados hacia el mar,lo que permitió toda una serie demejoras que, al mismo tiempo,significaron un también muchomejor servicio a los clientes. Y,hasta el final de sus días bien lu-ció y destacó la obra que, pordon José Ruiz de Arteaga, fueencargada a don José Tarquis So-ria. Tras el derribo, ganó en am-plitud aquella zona de entrada alMuelle Sur y, por la antigua pla-ya, se construyó una zona ajar-dinada que, un día del Carmen—creo fue en 1939— ardió al in-cendiarse unos residuos de petró-leo que flotaban en el agua.

La entrada al Muelle de Ribe-ra y la Avenida de Anaga termi-naron con lo poco que recorda-ba los antiguos almacenes y,también, la rambla de Sol y Or-tega. Con los rellenos se fue parasiempre el «muellito del carbón»y la «playa de la frescura» que,a la sombra del antiguo castillode San Pedro —luego cuartel delGrupo de Ingenieros— se abríana la mar remansada al redoso delMuelle Sur.

En la antigua y entrañableimagen de los almacenes y lazona portuaria donde la ciudadse hermana con la mar, SantaCruz nos llega con toda la dul-zura de la melancolía infinita eindefinida. En ella hay recuerdosque se grabaron proftindamenteen muchos corazones, recuerdosque llegan como dilatadas sere-nidades, como el agua mansa dela lluvia.

Por estas aguas cruzaron losque buscaban islas nuevas, tie-rras nuevas de nuevos continen-tes, todos los que mudaron la fi-gura e imagen de la Tierra. Lue-go llegaron los vapores empena-chados, los que andaban acarbón y dejaban estelas de es-pumas rotas; aumentaron las ga-barras carboneras y, en tierra, ala misma vera de la mar se alza-ron los almacenes de Ruiz de Ar-teaga, todo un hito en el desarro-llo de la ciudad y su puerto.

Juan A. PadrónAlbornoz

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í ¿i:

SELECCIONARAA través de su Departamento de

Recursos Humanos, para importanteHolding de Distribución de productos

de alimentación y bebidas

SUPERVISOR DE VENTAS(para Santa Cruz de Tenerife)El puesto está pensado para un profesional intro-

ducido en el sector, dispuesto a conducir un equipo es-pecializado en ventas, promoción y merchandising.

La empresa en plena expansión, brinda reales po-sibilidades de progreso salarial y profesional, semanalaboral de lunes a viernes, agradable ambiente de tra-bajo y un importante nivel de remuneración.

SE GARANTIZA ABSOLUTA CONFIDENCIALIDAD

Interesados enviar curriculum, dos fotografías re-cientes tamaño carnet y teléfono de contacto, citan-do la ref.: SVT.09.87.

Cierre de recepción de correspondencia: 21-09-87.

DEPARTAMENTOFEMENINO

necesita5 PLAZAS

con señoras y señoritasmayores de 22 años

TRABAJO SEGURO YBIEN REMUNERADO

EXIGIMOS:

• Cultura media.• Sensibilidad con los niños.• Experiencia en Relaciones

Públicas.• Horario de trabajo de 8 a 14

y de 15 a 18 (en verano jor-nada intensiva).

OFRECEMOS:

• 50.000 pesetas mensuales ala incorporación al trabajo,más incentivos.

• S.S.C.M.• Una Vez superado el perío-

do de prueba se revisaráncondiciones.

Interesadas presentarse ma-ñana lunes, día 7, de 10 a 1 yde 4 a 6, en que se cerrará laadmisión en la calle San Sebas-tián, n° 96-1°, 2a puerta. Pre-guntar Sita. Tejedor.