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Historias y Leyendas de «El Viejo Pérez» Blog de «El Viejo Pérez» 1 Los aparatos, aeroplanos y aviones que nos impactaron Con el advenimiento del nuevo año –2015— escribí sobre los Casamientos y esponsales marbelleros y mira por donde –será que como también tiene alas Cupido— me viene ahora a la mente aquel helicóptero en el que viajaba una pareja británica de recién casados que horas después de su boda –poco antes de la Navidad de 2004— se estrelló en nuestra abrupta «Concha» –aunque en término de Istán—. Y es que, desde que Ícaro y Dédalo se construyeran unas alas con plumas y cera para poder escapar de Minos hasta las estilosas y supersónicas aeronaves que la NASA ha encargado para el año 2025, en este Mundo, han sido muchos los aparatos precipitados contra la tierra firme o la mar, el último el que pilotaba «Indiana Jones» las otras tardes –escribía el 8 de marzo de 2015— y en nuestro territorio unos cuantos –el testimonio gráfico de algunos de aquellos «pájaros de acero» que nos impactaron acompaña a este mi relato— . El deseo de volar que siempre anidó en la mente humana, se convirtió en la «Gran Guerra» en una de las más eficaces armas bélica. Y, aunque, a nuestra ciudad, solo llegaron las noticias de la Primera Guerra Mundial y aquel submarino que por San Leandro pasó por nuestra rada muy cerca del rebalaje –como relaté en Marbella en los tiempos de la «Gran Guerra»—, tres meses antes, en pleno verano de 1915, a nuestra mar bella –preñada de taró aquella noche— cayó un hidroaeroplano de la escuadrilla inglesa que, con base en el Peñón, realizaba el reconocimiento de la costa africana. Un vaporcito del Arsenal británico recogió al piloto y remolcó al avión hasta Gibraltar. Con la paz llegó la «era de oro» de la aviación –durante el periodo de entreguerras se desarrolló la tecnología aeronáutica—. Fue una época en la que los intrépidos aviadores civiles –la mayoría ex combatientes— impresionaron al mundo con sus brillantes hazañas y fascinantes habilidades. Aunque, “la poca estimación que a los verdaderos mártires del arrojo y la ciencia” –conductores de una rara especie de «pajarraco» que vertiginosamente surcaban el espacio— se les tenía por entonces, quedó patente en bastantes ciudades y ocasiones; una de ellas, en la vecina Estepona donde fue detenido, en julio de 1921, un piloto aviador que descendió cerca del pueblo –tal vez en esta villa, como en la de Madrid, “ante el peligro constante que imponen las evoluciones de los aeroplanos”, estaba absolutamente prohibido volar sobre ella—.

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Los aparatos, aeroplanos y aviones que nos impactaron Con el advenimiento del nuevo año –2015— escribí sobre los Casamientos y

esponsales marbelleros y mira por donde –será que como también tiene alas Cupido— me viene ahora a la mente aquel helicóptero en el que viajaba una pareja británica de recién casados que horas después de su boda –poco antes de la Navidad de 2004— se estrelló en nuestra abrupta «Concha» –aunque en término de Istán—. Y es que, desde que Ícaro y Dédalo se construyeran unas alas con plumas y cera para poder escapar de Minos hasta las estilosas y supersónicas aeronaves que la NASA ha encargado para el año 2025, en este Mundo, han sido muchos los aparatos precipitados contra la tierra firme o la mar, el último el que pilotaba «Indiana Jones» las otras tardes –escribía el 8 de marzo de 2015— y en nuestro territorio unos cuantos –el testimonio gráfico de algunos de aquellos «pájaros de acero» que nos impactaron acompaña a este mi relato—.

El deseo de volar que siempre anidó en la mente humana, se convirtió en la «Gran Guerra» en una de las más eficaces armas bélica. Y, aunque, a nuestra ciudad, solo llegaron las noticias de la Primera Guerra Mundial y aquel submarino que por San Leandro pasó por nuestra rada muy cerca del rebalaje –como relaté en Marbella en los tiempos de la «Gran Guerra»—, tres meses antes, en pleno verano de 1915, a nuestra mar bella –preñada de taró aquella noche— cayó un hidroaeroplano de la escuadrilla inglesa que, con base en el Peñón, realizaba el reconocimiento de la costa africana. Un vaporcito del Arsenal británico recogió al piloto y remolcó al avión hasta Gibraltar.

Con la paz llegó la «era de oro» de la aviación –durante el periodo de entreguerras se desarrolló la tecnología aeronáutica—. Fue una época en la que los intrépidos aviadores civiles –la mayoría ex combatientes— impresionaron al mundo con sus brillantes hazañas y fascinantes habilidades. Aunque, “la poca estimación que a los verdaderos mártires del arrojo y la ciencia” –conductores de una rara especie de «pajarraco» que vertiginosamente surcaban el espacio— se les tenía por entonces, quedó patente en bastantes ciudades y ocasiones; una de ellas, en la vecina Estepona donde fue detenido, en julio de 1921, un piloto aviador que descendió cerca del pueblo –tal vez en esta villa, como en la de Madrid, “ante el peligro constante que imponen las evoluciones de los aeroplanos”, estaba absolutamente prohibido volar sobre ella—.

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Fue por entonces cuando comenzaron a funcionar las primeras líneas aéreas regulares; la primera de ellas, la francesa «Lignes Aeriennes Latécoère» que, establecida en España desde septiembre de 1919 –y renombrada en abril de 1927 como «Compagnie Générale Aéropostale»—, realizaba la ruta Toulouse-Rabat, con escalas en los aeródromos de Barcelona, Alicante y Málaga –decano de los aeropuertos españoles—. Por ello, la probabilidad de aterrizajes forzosos en nuestro territorio aumentó por aquellos años. Así, el 5 de mayo de 1922, el biplano francés con matrícula F-ALGU, uno de los correos de aquella ruta, que, “a causa de averías en el motor”, aterrizó violentamente a 200 metros del faro de Marbella –donde, ya destrozado, lo retrató Felipe Giménez—, aunque se perdió casi toda la correspondencia que transportaba, el piloto salió ileso. Veinticinco días antes, en la vecina Fuengirola, aterrizó, también con el motor escacharrado, otro aeroplano de la misma línea postal –este, con matrícula F-ALIU—, que transportaba la correspondencia oficial del presidente de aquella república, Alexandre Millerand –por aquellos días en África—.

En la madrugada del 9 de junio de aquel mismo año, otros dos aparatos –hidroplanos y militares, en este caso—, pertenecientes a la escuadrilla «Mar Chica» y que habían salido de Melilla para proteger el viaje de tres «Havilland» y una escuadrilla «Napier» que se esperaba de Granada, a causa de un vendaval sufrieron averías y capotaron en la celeste oscuridad de nuestra costa. El «M. M. Laux», tripulado por el capitán Withe, aterrizó en Fuengirola y el «Saboya número 3», pilotado por el capitán García Muñoz, amaró de emergencia en las aguas de la «playa del Duque». El día 20, reparadas las averías, el «Saboya», intentó regresar a su base de operaciones, pero no lo consiguió, pues otra avería le hizo descender de nuevo. El día 28 todavía permanecía aquel hidroavión en la arena de nuestra noble playa sin arreglar –pareciera que estuviese esperando la apertura del «Ocean Club» o del «Buddha Beach»—.

La primera semana de marzo de 1923, otra vez el correo de la ruta Toulouse-

Rabat realizo un aterraje forzoso, esta vez en el pueblo de Casares, quedando destrozado el aeroplano –como podemos contemplar en la instantánea que realizó Juan Gaytán— y el piloto herido fue trasladado a Estepona –peor suerte corrió el de aquel helicóptero que en mayo de 2014 se estrelló contra un poste de alta tensión también en Casares—. A las 9 de la mañana del 30 de octubre de aquel mismo año, otro «Breguet 14» de la línea postal «Latécoère» tuvo que posarse en la mar bella, donde permaneció hasta por la tarde cuando, una vez reparado, despegó de nuevo hacia África. Y, en enero de 1928, otro que procedía de Tánger –como si se tratase de aquellos antiguos desembarcos de

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los corsarios de Berbería— aterró violentamente en «Caladavieja», en el término de Estepona –allí estaba de nuevo Juan Gaytán para retratarlo—. Tanto el aviador como su pasajera –Madame Cousier—, resultaron ilesos. Como en las ocasiones anteriores, el aparato quedó custodiado por fuerzas de Carabineros y el aviador con la correspondencia marchó –raudo y veloz— en automóvil hasta el aeródromo malagueño de Churriana desde donde, en otro aeroplano, prosiguió su viaje.

Entretanto, en septiembre de 1926, de nuevo otro avión militar –el hidro

«Dornier número 9», cuya tripulación la componía el comandante de Ingenieros Llorente, los capitanes de Infantería Vives y Conde, un sargento radiotelegrafista y dos mecánicos—, se vio obligado a posarse en la mar bella, por haber sufrido avería.

Me contaba el «descansao» de mi abuelo que unos días antes de la Navidad, el

ruido de un aeroplano lo despertó de la siesta y que, intuitivamente, salió al patio corriendo para mirar al cielo –ya os conté os referí su costumbre de mirar al firmamento para predecir el tiempo en Que llueva, qué llueva. La Virgen de la Cueva—. Entonces, vio descender sobre los tejados de Marbella un biplano descubierto de tela y madera; y, ya a punto de rozar con ellos, remontar el vuelo hasta trasponer por Sierra Bermeja; luego –se enteró mí abuelo— realizó la misma maniobra sobre nuestra vecina Estepona y traspuso por el Estrecho. Muchos años después, en una de esas librerías que llaman «de viejos», encontré la respuesta –en el libro «Al Senegal en avión»—. En aquel «Breguet 14» –matrícula F-AFBF— de la célebre «Aéropostale» –pilotado, aquel día, por Gastón Chenu—, realizaba una audaz expedición por los aires desde Toulouse a Dakar el periodista Luis de Oteyza –poeta modernista, viajero incansable, republicano y anticlerical—, acompañado por el joven fotógrafo Alfonso Sánchez Portela, que se

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encargaba, con los brazos por fuera, de tirar las placas. Así, el 19 de diciembre de 1927, «Alfonsito» perpetuó a Marbella y a Estepona desde el cielo –la primera vista aérea de Marbella, conservada en el Archivo General de la Administración (AGA)—.

“Vista aérea de Marbella, en las costas de Málaga”, AGA, Sig. 033612. Fotografía: Alfonso Sánchez Portela, «Alfonsito», 19/12/1927.

No había cumplido yo los 4 meses –tampoco la República— cuando cayó vertiginosamente a la mar aquel biplano militar que, destrozado, retrató –dentro y fuera del agua— Enrique Belón y en cuyo rescate el héroe fue un joven marbellero de la calle Bermeja. Pues, el sábado 1 de agosto de 1931, a primera hora de la mañana despegó del aeródromo de Getafe el «R-3» –un caza 14-28—, pilotado por el alférez Reginaldo Troulove, que realizaba un viaje de prácticas con rumbo a Ceuta. A la hora del Ángelus, Marbella lo vio volar por encima de sus tejados y, de repente –unos dicen que por la «levantera» y, otros, que porque se le acabó la gasolina—, capotó frente a la desembocadura del río Verde y amaró a 400 metros de la orilla. Rápidamente se organizó el auxilio; salió una barca de pesca tripulada por varios marengos, a quienes acompañaban algunos carabineros. Aunque llegó hasta las inmediaciones del caza con dificultades, el intenso oleaje y el fuerte levante impedían su rescate. Entonces, un chaval de algo más de 20 años, Miguel Domínguez Samiñán, al que todos conocía por «Chichones», se arrojó al agua con el cabo de una maroma, y, nadando, después de grandes esfuerzos, logró amarrar al aparato que, así, pudo ser arrastrado hasta el rebalaje –por varios marbelleros acostumbrados a tirar del copo—. Pero las correas de amarre del piloto estaban sueltas; el aviador se había lanzado al agua para ponerse a salvo, quedando sumergido bajo el remolino que formó aquel avión de combate, que, al caer, se incendió. Y, aunque, la autoridad civil y militar malagueña, también acudió al lugar del suceso aquel mismo día, el cadáver no aparecía. Durante toda la quincena, tanto el «Dornier número 20», que llegó desde Ceuta, como el guardapesca «Jarama» rastrearon la costa sin que lo encontraran. Por fin, en la madrugada del 17 de agosto, Neptuno lo escupió a la playa de Marbella.

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Entre el 1 de mayo de 1930 y el 26 de febrero de 1934 –fecha en la que quedó

destrozado al sur del cabo Bojador—, el «Latécoère 28» –matrícula F-AJPA— fue pilotado por el tolosano Henri Bourgat, uno de aquellos intrépidos aviadores de la línea Toulouse-Casablanca que un día también aterró precipitadamente en «El Ingenio» –donde fue fotografiado por Enrique Belón—.

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La tarde del lunes 8 de abril de 1935 –al domingo siguiente cumplí yo los cuatro años—, el dirigible «Graf Zeppelin» que salió en la madrugada del domingo de Friedrichshafen para América del Sur, fue avistado en nuestro cielo. Aquel artefacto volador con nombre de aristócrata alemán sobrevoló lentamente nuestra ciudad y, verlo pasar, fue un espectáculo celestial –según mi abuelo—. Sin embargo, en septiembre de aquel mismo año, la Guardia Civil divisó en el horizonte marbellí la caída de un hidroavión y por un momento se temió lo peor, pero, instantes después, también pudo apreciar cómo el aeroplano remontaba nuevamente el vuelo, descartándose la idea de otro accidente aéreo en nuestra mar bella.

Y, un año más tarde, aquellos aviadores intrépidos volvieron a la guerra –hubo uno, marbellero y especialista en burlar al enemigo, que volaba siempre por debajo del radar—.Y, en Marbella, como relaté en Los ríos y arroyos de Marbella: desde Río Real al arroyo de la Represa, los pilotos de los «mosca» demostraron su pericia penetrado por el centro del cauce a ras del agua, río arriba y, luego, río abajo.

Pasada la guerra, apareció la aviación deportiva con los restos de la aviación bélica. No había combustible y surgió el vuelo sin motor de la mano de aviadores tremendamente duros –como Sebastián Almagro que intentó, sin éxito, traer a Marbella el campeonato mundial de vuelo acrobático de 1986—. Y como la ciencia avanza que es una barbaridad, llegaron los ultraligeros. Aun recuerdo el desgraciado accidente que les costó la vida a aquellos dos especialistas en el vuelo de aeroligeros –el británico Roy Persa, director de la escuela de Cabopino, y el alemán Jocher Ber— que, el jueves 29 de diciembre de 1983, ascendieron para probar un nuevo modelo y, ya sobre la mar, falló el motor cayendo en picado, “cerca del agua, volvió a remontar el vuelo, pero el motor hizo explosión”.

Por mi parte, los únicos aeroplanos que he visto impactar contra tierra firme en Marbella –en el Llano de la Pólvora y también en el privatizado Francisco Norte—, fueron aquellos que los jóvenes de la época fabricaban en la Escuela de Aeromodelismo, recién rebasado el medio siglo pasado.

¡Ah! Y hablando de correos y postales aéreas, ¿Os acordáis de aquellas que, para hacer propaganda, lanzaban desde unas avionetas por nuestras playas, en los años 70?