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Los clavos-de-la-cruz-en-uruguay

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Los clavos con los que crucificaron a Jesús estarían en Sarandí del Yi según una investigación realizada por Roberto Araujo, un escritor y político de Rivera.Esta conclusión está plasmada en el libro “Los clavos de Jesús y el evangelio de san José de Arimatea” el cual será publicado el mes próximo.Su relato puede parecer increíble, pero Araujo asegura que es una investigación que le llevó varios años y en parte es en homenaje a quien le obsequiara una colección de documentos que pertenecía a un grupo secreto, la Hermandad de la Cocinería.

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Mi guiso de charque con arroz

Me tengo por un buen cocinero de campamento. Sí, señor, aunque usted no lo crea. Y no ha de ser difícil comprender cómo terminé al fin siendo el depositario de la confianza de mis compañeros de pesquería y (de cacería), hasta ser coronado como monarca “todo poderoso” de la parrilla y por cierto de la casi mítica ollita negra de puro hierro fundido que heredé de mi abuela, y donde más de una jornada al costado del caudaloso 2Arapey” hice lamerse los dedos a toda la compañía de pescadores. Todo comenzó cuando me cansé de andar escarbando cuevas de mulitas, o de empaparme metiéndole baldes de agua a las interminables “tatuceras” sin fondo, para descubrir

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al fin que no era el delicioso Tatú Mulita que procurábamos sino un repugnante cuero duro Tatú Peludo. Y ni hablar de andar pastoreando carpinchos, por los bañados. ¡Bah! … ¡Dios me libre! A decir verdad, de todas las variedades de cazadores con quienes me ha tocado convivir (muleteros, perdigueros, liebreros, nutriros) los que más me ofenden son los “carpincheros”: esos pueden volverse casi indigeribles. Primero, por el ritual que precede cada caería. Se preparan y camuflan como para la guerra. Tres rifles, dos escopetas, cuatrocientos cartuchos, larga vistas, reflectores, sombrero camuflados al mejor estilo de un guerrillero centro americano de la década de los ochenta. Botas, chalecos, bandoleras … bah, todo eso para darle un tirito a un lechoncito de carpincho que pasta tranquilamente en el costado de una barranca en un recodo del arroyo. Después se pasan tres décadas contando los detalles de tan épica hazaña. Ni hablar de los cuidados al caminar: parecen reincorporar el espíritu cacique Sepé, que camina sin mover los pastos ni pisar la hojarasca para no hacer el menor de los ruidos, y siempre contra el viento para que no se les sienta el hedor, etc., etc. Yo ya no estoy para esos teatros. Por eso me aquerencié al campamento. Prendo un fueguito, tiro una línea contra el remanso y me dedico a escuchar una milonga en la radio y a picar un charque. Y claro, así hice mi fama como guisero profesional, con contrato asegurado en todo proyecto de campamento. Un día el negro Isaías

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me llamó para avisarme que como había un cambio importante en el consulado brasilero, había resuelto agasajar a los que venían y despedir a los que se iban, brindándoles un menú típico. Y nada mejor que pudieran degustar de mi legendario “Guiso de Charque”. Una selecta concurrencia, entre quienes se contaban el comandante del Cuartel, el Jefe de Policía, el Intendente, el Presidente de la Asociación Comercial etc., etc. “… ¡Pero negro, vos estás loco!” “Una cosa es cocinar para cuatro negros, locos de hambre después de haber caminado cinco horas meta pala en la dura tierra de la campiña, y fundidos por el cansancio después de cargar una bolsa con quince mulitas, o andar embarrándose atrás de un macurero capibara, que cocinar para un selecto grupo de comensales, nada menos que burgueses de refinado paladar…”. Más o menos parecido me sucedió cuando me dispuse a escribir este libro. Yo soy un escritor que tiene como publico el selecto universo de mis amigos. O sea, sin ofender ni ser ofendido, mis queridos amigos de la pesquería. Y para ellos había escrito el presente trabajo, para compartirlo y comentarlo en alguna rueda de asado o en alguna tertulia de algún boliche de la frontera mientras desfondamos un tintillo. Pero quiso el destino que el tema hubiese trascendido más de lo previsto, y al igual que el banquete del Negro Isaías, hoy me espera un selecto grupo de lectores de refinado intelecto, para el cual intentaré acomodar mi guiso de charque, a ver si pueden

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descubrir entre el caldo grasiento algo de la tertulia típica de una cultura que lucha por sobrevivir y reacomodarse en el complejo universo de la globalización.

Las fuentes De todos los temas que ocuparon las lunadas veladas compartidas con Reynaldo, escenario que dio partida a esta historia, el de “la Hermandad de la Cocinería”, es sin dudas el que de mayor manera me ha desvelado en la procura de su comprensión. No solo por el hecho de que están en sus revelaciones los puntos más álgidos y controversiales de este trabajo, sino que conseguir comprender la naturaleza de esta tan exótica y misteriosa logia no ha sido una tarea sencilla. Y puedo decir que luego de muchas horas, días y meses de indagatoria, apenas en este sentido he podido avanzar muy poco en mi pretensión por comprenderla. Bibliografía, nada sitios de Internet casi nada, referencias, aproximaciones, muy pero muy poco. Por tal motivo solo me limito a lo que he podido sacar de mis conversaciones con Reynaldo, y algo que de sus archivos he extraído. Una logia que como estrategia de existencia se vale de la infiltración de otras tales. Está inserta en otras logias más celebres y reconocidas y se convierte en una logia dentro de otras logias. Con su lejano origen vinculado al conocimiento del

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fuego y su manejo, luego de su vinculación con la cocina, la industria metalúrgica, la guerra, etc. Vinculada al cristianismo de los primeros siglos del Oriente, arrancado allá por Persia, Armenia, los Balcanes, exponiendo entre sus más ilustres miembros a Manes, los hermanos de la Bohemia y por ahí se pierden sus pistas. Pero lo más interesante ciertamente a los fines concretos de este trabajo constituye la vinculación con José de Arimatea. En ese hermoso libro “En busca del Santo Grial”, Robert Helmett y José Díaz refieren a tradiciones independientes procedentes del Norte de Francia, Irlanda Occidental, Gloucester y de la región minera en Cornualles que suscriben las vinculaciones de José de Arimatea con el comercio de estaño. Un viejo minero de la región comentaba, a principios del sigo XX: “los trabajadores de la metalúrgica constituimos una “antiquísima fraternidad “y, como otro artesanos, conservamos nuestras propias tradiciones. Una de estas, cuya memoria está preservada en esta invocación, es aquella en la que José hizo viajes a Cornwal con sus propios barcos, y que incluso en una ocasión lo acompañaron el (entonces) Niño Jesús) y su madre, y desembarcaron en el Monte Saint Michael, en el extremo sur occidental de Britania”. Se ve sólo una punta que vincula a José de Arimatea a esa extraña hermandad que hace punta en el contenido del presente trabajo.

La crucifixión

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Sin pretender aventurar en los aspectos estrictamente religiosos vinculados al acto de crucifixión y resurrección de Jesucristo, y enfocándonos en los contenidos exclusivamente históricos de este salvaje procedimiento de ejecución practicado por muchos pueblos de la antigüedad, debemos concluir que esta crucifixión en particular, constituyó un caso muy sui generis, atípico y diferente. Partimos del mismo acto del procedimiento sumario del juicio que concluyó en la cruz, centrándonos en lo breve y fugaz de este juicio. Si bien es cierto que no se manejaban por aquel entonces las garantías de un proceso tal como lo concebimos hoy en día, tampoco es oportuno recordarlo se estilaba una tan contundente y rápida resolución en este sentido. Recordemos que el jueves cristo estaba cenando con sus apóstoles, y en la madrugada es detenido, y esa misma tarde es ejecutado. Apenas mediaron algunas horas entre que el beso de Judas lo denunciara hasta que su cuerpo recuperado por José de Arimatea fuera depositado en el sepulcro. Además recordemos que con Jesús eran cuatro los destinados a concluir aquella tarde en una cruz. Y no era aquella una jornada especial (el día de todas las crucifixiones); era sólo una más de las tardes del cotidiano de una lejana colonia del Imperio Romano. Una más. Asimismo debe comprenderse que era por naturaleza el acto de la crucifixión un

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episodio que debía durar mucho tiempo, muchas veces varios días. Los desventurados que caían en tan inhumano método de ejecución muchas veces permanecían expuestos hasta que las aves de rapiña se encargaban de hacer carroña de sus cuerpos. El objeto de la crucifixión era la ejemplarización, no solo por la dolorosa y larga agonía, sino también por la exposición publica que de ella se hacía alarde. La de Jesús duró no más que dos o tres horas hasta que se dio por concluido el acto de ejecución. Es además de general reconocimiento el hecho de que ninguna de sus heridas tenían de por sí un carácter letal, ni aún la infligida por la lanza del soldado Romano. Tampoco se procedió, como era de estilo, a la quebradura de sus piernas, tal como se acostumbraba al concluir estos episodios. Esta tan particular crucifixión por cierto dio lugar a numerosas conjeturas que cuestionan incluso los hechos que se sucedieron a posteriori, y que hacen en sí la esencia de la base de la religiosidad cristiana, pero que no nos hemos de aventurar en ese sentido. Apenas hacemos este racconto a fin de comprender la inusual circunstancia que rodea a tan épico momento y su singularidad entorno, que resulta de fundamental importancia para comprender el origen y el destino de las reliquias que nacen en ese entonces.

Las reliquias

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Al pretender comprender el valor y el destino final de las reliquias del cristianismo es muy oportuno reconocer antes cuales eran y su naturaleza. La cruz, las espinas de su corona, el mismo pedazo de caña que le alcanzara Herodes al pretender humillarlo por su supuesta reivindicación del trono de los judíos. El Santo Grial, La Lanza, el Santo Sudario, y por cierto, los clavos. En todos los casos se trata de objetos de común uso en la Palestina del momento, como debe haber habido muchos otros semejantes. Lo único que los diferencia, que los hacen importantes, santos para los religiosos, es su vinculación con el acto de la crucifixión de Jesucristo. Si nos apostamos en el momento preciso en que sucede este episodio, es de mucha importancia comprender que no constituía, ésta en particular, una ejecución de importancia histórica en el preciso momento de efectuarse. La importancia fue consecuencia del pasar del tiempo, de siglos y milenios. Por lo tanto, nadie estaba demasiado interesado ni en los objetos ni en los detalles de la misma, y no es de imaginar que Longino, aquel soldado romano al llegar a su casa aquella noche procediera al ceremonial acto de guardar la lanza, porque había lanceado con ella al Mesías, al Hijo de Dios, al Hombre cuyo nacimiento daba por iniciado el conteo de los años de la nueva era. Lo más probable y lógico es que la debió usar en muchísimas ejecuciones más, así como en batallas, y vaya uno a saber si la misma era de su propiedad o pertenecía al vasto arsenal

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común del ejército Romano. Loa apóstoles andaban dispersos y ocultos. Todo este panorama justifica que el único que tuvo tiempo y la posibilidad de hacerse de todos los artículos fue sin dudas la persona que lo bajó de la cruz y procediera a sepultarlo: José de Arimatea. Así comienza el misterio que justifica la narración que doy por comienzo ahora. Pues he de reconocer que en aquel entonces, cuando mi amigo Reynaldo me refirió al caso, no le presté mayor atención, pero con el pasar del tiempo, y después de hurgar con devoción los archivos que heredé de mi amigo, comencé a sentir una inmensa ansiedad producto de la necesidad de comprender la naturaleza, destino y valor del mencionado tesoro.

José de Arimatea .Yo soy José de Arimatea, el que pidió a Pilato el cuerpo

del Señor Jesús para sepultarlo, y que por este motivo se

encuentra ahora encadenado y oprimido por los judíos,

asesinos y refractarios de Dios, quienes, además, teniendo

en su poder la ley, fueron causa de tribulación para el

mismo Moisés y, después de encolerizar al legislador y de

no haber reconocido a Dios, crucificaron al Hijo de DIOS,

cosa que quedó bien de manifiesto a los que conocían la

condición del Crucificado.

Sonó el teléfono en la fortaleza enclavada en la cima de un monte de los Pirineos Franceses aquella fría mañana de 1944. Heinrich Himmler, comandante en jefe de la SS, levantó el tubo y del

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otro lado de la línea estaba Otto Rahn, el celebre erudito encargado de las investigaciones esotéricas que sostenían las bases de la ideología nazi, comunicándole que había encontrado el tesoro. “Ya es nuestro”, dijo. Un suspiro de alivio y satisfacción exhaló el comandante del tercer Reich, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. Pero poco tiempo después, acosado por sus enemigos; Otto Rahn se suicidó, dejando en el aire la pregunta de a qué tesoro se refería. Un año más tarde el mismo Hitler se suicidaría, dando por cerrado el más oscuro y controvertido de los periodos históricos de la modernidad. Después de la crucifixión el cuerpo de Jesús fue reclamado por José de Arimatea, el amigo rico de Jesús, quien era además tío abuelo del Mesías. El que luego de la temprana muerte de José, el esposo de María asumiera su tutoría. José de Arimatea era un acaudalado comerciante de estaño, y como tal navegó frecuentemente por el mediterráneo siguiendo la ruta delineada por los fenicios siglos atrás, que comprendía la tierra gallega, Galia y las islas Británicas. Cuando Pilatos autorizó la entrega del cuerpo de Jesús a José de Arimatea, éste, con la ayuda de Nicodemo lo llevó a su sepulcro particular enclavado en una roca en las afueras de Jerusalén. Allí procedieron a retirarle los clavos que aún se hundían en sus muñecas, y lo envolvieron en lienzos de lino. Posteriormente procedieron a sepultarlo. Según la versión más conocida del origen del Santo grial, fue

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precisamente allí donde José de Arimatea procedió a llenar el cáliz con la sangre de Jesús. Pero otra versión apunta a que en realidad José de Arimatea, luego de retirar los clavos los colocó dentro del cáliz, y que éstos tenían impregnada tanta sangre, que llenaron hasta el borde el recipiente. Impresionado por tal acontecimiento, José lo tapó y lo guardó como tal. Tiempo después, ya atormentado por la persecución de que fue objeto por parte de los judíos, quienes lo acusaban de ser el responsable por la desaparición del cuerpo de Cristo, resolvió partir con destino a la Galia en compañía de María Magdalena y Santiago, llevando consigo el sudario que envolviera al cuerpo de Cristo, los clavos y el santo cáliz. Siguiendo la ruta harto conocida por sus anteriores viajes de negocio, tuvo la precaución de esconder en un lugar seguro las reliquias que había traído consigo, agregando un importantísimo documento donde relataba en detalle todo lo acontecido en las ultimas horas del Mesías. Pero además relataba valiosos aportes sobre la niñez de Jesucristo, del que fue testigo y protagonista. Según los estudios de mi amigo Reynaldo que están documentados en los apuntes que me ha dejado como herencia. José de Arimatea era miembro ilustre de la Hermandad de la Cocinería, y cedió la custodia de tal tesoro a sus hermanos de logia, así como un vasto documento testimonial, relativo a otras reliquias ligadas al origen del pueblo judío, tales como el Arca de la Alianza. Fue el mismo José de Arimatea

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quien cedió el lugar en donde se llevaría a cabo la ultima Santa Cena, en la que Jesús departió con sus discípulos y predijo su destino próximo. Además se dice que fue él quien se encargó de la elaboración del menú de tan sublime banquete. Mientras el grueso de la inteligencia Nazi hurgaba valles y cumbres de Montserrat en Francia, en España, y hasta en el lejano Himalaya, Nepal, Tíbet etc., un comando independiente de la jerarquía militar Nazi vinculado a la Hermandad de la Cocinería operaba en África del Norte siguiendo una pista que arrancaba en Marruecos y culminaba en un anticuario del Cairo.

En las arenas del

desierto

Mientras la gente de Otto Rahn hurgaba las cumbres y llanos circundantes de Montserrat, otros equipos peinaban las cumbres del Himalaya, y entraban en las cavernas de los Monasterios del Tíbet, y más allá sobre la costa mediterránea de la península ibérica otro no menos espectacular equipo de capitanes e ingenieros husmeaban el patio de una pequeña capilla, otrora refugio de templarios. Pero la más secreta de las misiones, casi independiente del mando militar del Tercer Reich, pero ideológicamente afín, bajo la única jerarquía de la Hermandad de la Cocinería, era la que rastreaba una pista que nacía en la costa

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Marroquí. Un noruego comerciante de mariscos, y poseedor de una pequeña flota de pesqueros en Mohammedia (Casa Blanca Marruecos) fue quien brindó los primeros datos, la punta de la madeja que terminaba en el depósito de un traficante de antigüedades en las periferias del Cairo. Tres fueron los emisarios que marcharon con destino a procurar el preciado tesoro. Una joven y apuesta dama francesa que se presentaba como apoderada de un potentado coleccionista americano, un joven cura franciscano, y un viejo profesor brasileño especialista en historia egipcia. Los tres se presentaron de manera independiente, y durante más de un mes hurgaron los depósitos del traficante egipcio, entre momias, estelas estatuillas y papiros. Sonó el teléfono en la fortaleza enclavada en los Pirineos franceses aquella fría mañana de 1944. Así Heinrich Himmler, comandante en jefe de la SS recibía la comunicación de que se habían hecho del tesoro. Mientras escuchaba la voz de su interlocutor dejó escapar un suspiro y luego una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios. “Ya es nuestro”, dijo Otto Rahn, al comunicarle de que el tesoro había sido encontrado. Pero como se sabe, poco tiempo después Otto Rahn optaba por poner fin a su existencia, llevándose consigo los conocimientos y descubrimientos que habían sido logrados por los investigadores al servicio del Führer. Se perdía así la pista que había sido indicada en las costas atlánticas de Marruecos

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pocos años atrás. Ya en manos de la Hermandad de la Cocinería, el preciado tesoro viajó por tierra cruzando las dunas del desierto rumbo al África oriental, y luego costeando el índico bajó con destino a un puerto del sur de África. Tres largos meses duró la travesía, soportando tormentas de arena al lomo de camellos y cruzando los torrentosos ríos de la costa selvática del África indomable, una singular caravana de nativos acompañaba a los emisarios poseedores de las reliquias, al pasar por la sabana, reino de hienas y leones, hasta llegar a su destino. Había un acorazado legendario de la marina alemana en cuya cocina reinaba la Hermandad. Con el tesoro en su poder, el comandante recibió la orden de zarpar inmediatamente hacia Alemania.

Un barco en océano

índico

Su primera misión consiste en alcanzar el Atlántico sin dejarse ver, evitando a tiempo todo buque que pudiera aparecer en el horizonte. Observará usted la misma actitud, incluso después de una posible rotura de hostilidades entre Inglaterra y Alemania, en tanto no reciba usted un telegrama ordenándole que comience sus operaciones. Su misión consistirá, a partir de entonces, en destruir por todos los medios los buques que aseguran el abastecimiento del enemigo. Evitará usted todavía, en la medida de lo

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posible, entrar en contacto con navíos militares adversarios. Aunque estos últimos sean inferiores a usted en potencia, no los atacará más que en caso de que sea indispensable para proseguir su misión principal: la destrucción del comercio. Cambiando frecuentemente de zona de operaciones, sembrará usted la inquietud en el campo enemigo, dificultando, por consiguiente, la navegación, aunque no obtenga ningún resultado directo. Acrecentará usted tal inquietud trasladándose en ciertos momentos a regiones más alejadas. Orden del Mando naval alemán, Berlín, 1939. Cada tipo humano tiene su fenotipo característico que lo particulariza, lo define, lo diferencia. Claro que no me refiero a las sectarias culturas que han quedado sepultadas en algún rincón de una selva amazónica o de Nueva Guinea; me refiero sí a las distintas variedades del hombre moderno, que aún enclavado en una civilización emparejadora y global, “parecidora” y “descultorizadora”, mantiene los rasgos típicos de su raza, oficio, región o credo. “Ese singular prototipo étnico más hijo de la pradera que del mestizaje”, decían Brsuquera, reyes Abadie y Melogno, al referirse al gaucho en su Libro “Pradera, Frontera y Puerto.” Y de todas las variedades humanas del hombre moderno, no ha de haber una más uniforme y parecida y de fácil identificación que la del marino, “El Marinero”, el hombre del mar. O del costero,

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que no sube la escalinata de un gran petrolero, ni levanta el ancla de un velero, pero tiene ese “qué se yo” del hombre del mar. Una tranquilidad en su mirada parece absorber del mar toda la eternidad universal. Una piel más tostada, tallada en una fisonomía que hace parecer en algo tanto al formal Capitán de un moderno pesquero noruego, como al de un pirata del siglo XVII, que varaba sus fechorías por una península de la América septentrional. El hombre de mar habla con nostalgia cuando está en tierra, y mucho más cuando el reuma del salitre lo ha postrado, tan sólo a la espera del silbato que anuncie la última partida del velero que lo ha de llevar de una vez y por siempre, a hender su quilla por los mares del olvido. El hombre de mar habla poco mientras trabaja, y habla fluidamente cuando llega a los puertos y va a las tabernas y cabarets de alguna costa muy lejana de su playa natal. Toma ron, juega cricket, y le gustan las mujeres de vida fácil. Pero dentro de los hombres de mar existe una variedad que no se parece a los demás: “los cocineros”. Prisioneros en su gris gabinete, con olor a pescado y camarones y otros mariscos, y con un algo de hedor, que solo vive y reina allí. Los cocineros están lejos de las tempestades y de los vareos, y hasta de los cañoneos en tiempos de guerra. No miran con nostalgia el horizonte, ni con ansiedad el brillo de las luces lejanas de la costa. Su horizonte es una escotilla; su tormenta es el chillido de las calderas, y solo de tanto en tanto y

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muy lejanamente salen a fumar un pucho en cubierta y a disfrutar en algo de los cálidos vientos de los trópicos tan cerca y tan lejanos de su cotidiana realidad. Tal vez sería por eso que Huber Rash no contaba demasiado lo que había vivido a bordo del Graf Spee. Desde que en septiembre de 1939, casi en secreto el Graf Spee zarpó y enfiló proa hacia los mares del Atlántico Sur tenía un destino señalado: sembrar el terror en la marina mercante que abastecía a los aliados en guerra contra Alemania. Con una movilidad extraordinaria para su tiempo, y dotado de una capacidad de camuflaje casi mágica, el acorazado alemán sembró el terror tanto en las costas brasileras como en las africanas, hundiendo decenas de embarcaciones afines a los aliados, y por su causa movilizó a buena parte de la flota británica, que confundida y desacomodada, hurgaba los mares de ese hemisferio atlántico en procura de lo que creían eran dos o tres misteriosas embarcaciones que operaban la región. Unos lanchones de salvamento llegaron de improviso en la costa brasilera a la altura de Pernambuco el 30 de setiembre de 1939. Se decían tripulantes de un navío mercante que había sido atacado y hundido por un gran barco de guerra alemán. Así comenzaban sus andanzas, que se hicieron leyenda con el pasar de los meses, y que inquietaron y desconcertaron a todo el comando aliado. Pero hete aquí, que al finalizar el año, y de manera casi incomprensible, por no decir absurda, el Graf Spee

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abandonó su radio de acción y apareció operando en la costa del África Oriental, cuando era esperado por latitudes argentinas. ¿Qué hacía por allá el legendario acorazado Alemán? ¿Era parte de su zigzagueante estratagema? O algo muy especial llevaba a que el comandante Langdroff surcara las olas del mítico índico, y retornara luego bordeando el Cabo de Buena Esperanza, lejos de las costas para no ser descubierto. ¿Qué buscaba? O quizás debía decirse: ¿qué traía, cuando de improviso rumbeó de vuelta hacia Alemania? El destino fue torcido al ser sorprendido por la marina de la flota real británica, dando origen a una cacería que hizo historia y leyenda en los anales de las campañas de mar y que finalizaría en el combate de Punta del Este, y con el misterioso auto hundimiento sobre las costas de Montevideo en Noviembre de 1939. Huber Rash nunca habló demasiado del incidente; ni siquiera de su cotidiano quehacer dentro de la cocina del acorazado legendario. Tal vez porque no tuviera demasiado que contar, o quizás tuviera algo demasiado grande que ocultar.

Graf Spee Me contaba mi tío Erasmo, que por ese entonces oficiaba como maquinista de AFE en Montevideo, que estuvo en la Rambla portuaria aquella tardecita de finales de 1939, cuando se escuchó el estallido de una gran explosión y a continuación se hundía

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el legendario acorazado alemán. Las razones que llevaron al comandante Hans Langsdorff a tomar tan drástica decisión fue y sigue siendo un gran misterio. La más convencional y aceptada de las versiones, señala que consciente era el capitán de que no podía hacerle frente a la flota británica que lo esperaba allí a escasas millas de la costa uruguaya para darle combate. A lo que es justo agregar también que la inteligencia británica operó con gran celeridad, haciendo creer que estaba en la región una fuerza mucho mayor de la que realmente existía a la espera del acorazado alemán. También se ha dicho que el Graf Spee no tenia la suficiente reserva de combustible a fin de poder emprender una rápida fuga que lo alejara de la tenaza que le aguardaba en el Río de la Plata. Se sabe, además, que se gestionó por parte del comando del buque y la diplomacia alemana para que se le permitiera reabastecerse, pero la negativa local fue rotunda, y se le dio un plazo de setenta y dos horas para abandonar las aguas territoriales uruguayas. También se ha dicho que se intentaban gestiones de última hora para poder lograr algún acuerdo en este sentido, cuando a dos horas de expirar el plazo, el Graf Spee levantó anclas y partió, seguido de cerca por el transporte Tacoma, que estaba en el puerto uruguayo desde los comienzos de las hostilidades. Ya asomaban en el horizonte dos embarcaciones alemanas que estaban en el puerto de Buenos Aires y que de la misma manera que el Tacoma, permanecían anclados allí

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a fin de evadir las acometidas bélicas de la guerra. ¿Cómo llegó el Graf Spee al puerto Montevideano? Desde que abandonó el índico, el Graf Spee enderezó rumbo a su Alemania, pero la atenta Real Flota Británica, lo interceptó y le dio combate. Hay quien sostiene que el comandante Hans Langsdorff subestimó la fuerza enemiga, y no se percató de que estaba en su rastro una gran cantidad de embarcaciones que más pronto de lo que él suponía se dieron cita en sus proximidades, y así dio comienzo la tan mentada cacería marina, que terminó en las costas uruguayas con la batalla de Punta del este. Luego, ya en retirada y averiado, el acorazado se refugió en el puerto de Montevideo, donde comenzó la intensa instancia diplomática a los fines señalados. Bada fin así la legendaria acción de este navío casi mítico, que al fin de su campaña había hundido a una decena de embarcaciones mercantes de la flota aliada. Ya de nada le servía su velocidad casi inconcebible para la época, ni su majestuosa capacidad de camuflaje que desconcertó al comando de la flota que lo perseguía. Los 56 muertos en combate ya descansaban en un cementerio de Montevideo. Aquella tarde de finales de primavera, los pobladores de aquel Montevideo se abarrotaban en la rambla ávidos de presenciar el singular espectáculo de un combate marítimo, entonces el navío alemán se detuvo, y procedió a trasbordar su tripulación a los tres barcos que lo seguían. En seguida se observó una gruesa columna de humo y

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llamas y luego un poderoso estruendo … Era el fin del Graf Spee que se hundía por obra y mano de su propia tripulación. Seguidamente los remolques y el Tacoma retornaron a su puerto de partida. Y al llegar a Montevideo como a Buenos Aires sus tripulantes fueron detenidos. Algunos, más tarde al ser liberados se las ingeniaron para retornar a su Alemania y seguir combatiendo por la causa nazi. Otros, la mayoría, se quedaron por acá, y su sangre fue regada no en un campo de batalla, sino que en una proficua descendencia que le dio un distinguido perfil a esta raza de criollos dibujada por arte del mestizaje. Entre ellos estaba Huber Rash. El dia 20 de diciembre de 1939, un dia después del hundimiento del barco, el Capitán Hans Langsdorff fue encontrado, envuelto en la bandera alemana y con un tiro en la cabeza. En sus manos había una carta dirigida al embajador alemán en Argentina. Carta ésta que dejaba más dudas que certezas. Es sabido que el código de honor de los marinos impone que el capitán debe hundirse con su embarcación. De ser así cuál ha de ser la lógica que explique que el disciplinado comandante alemán esperara 24 horas para llevar adelante tan gallarda decisión. Según la versión de mi amigo Reynaldo, esa actitud responde al hecho de que tan digno representante de la fuerza marina tenía una ultima misión a cumplir, el de entregar en manos seguras el tesoro que llevaba a bordo. Y que solo dio por concluida su misión cuando

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recibió la comunicación desde Montevideo de que el paquete había sido entregado.

En Montevideo

El viejo Salvador era según contaba, guarda aduanero en el puerto cuando el Graf Spee estuvo anclado en Montevideo, y fue un testigo privilegiado de todas aquellas jornadas históricas. Fue precisamente él quien nos contó que la noche anterior de que partiera y posteriormente se hundiera el acorazado recibió en su casa un apartamento ubicado en la entonces Sierra y Miguelete, la visita del Capitán de Navío Ocampo que por entonces era sub director de aduana, quien le comunicó que tenía para él, quien tomaba turno esa madrugada, una misión muy especial. Se procedería a retirar del barco una serie de objetos, y era su función la de facilitar la operación sin que trascendiera. Según nos contó se trataban de artículos procedentes de la cocina del navío, donde venia una pequeña cajita de metal, tal vez de bronce, la que se le encomendó que la retuviera y luego la llevase a su casa, donde posteriormente el Capitán Ocampo iría a buscarla. Y bajo fiel obediencia, la requisó tal cual se le ordenó y se la llevó a su casa. Al otro día y luego de que el Barco fuera hundido, el Capitán Ocampo acompañado por tres caballeros que por su apariencia física debieran ser alemanes, fueron a su casa y retiraron

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la mencionada caja. Nunca supo de qué se trataba, ni cuál era su especialísimo contenido, pero podía decirse que no pesaba más de algunos quilos y que estaba herméticamente cerrada con tres cerraduras que al parecer eran casi inviolables. Lo más llamativo de la historia de don Salvador radica en que él juraba que muchos años después, cuando estaba en Rivera, recibió la visita de uno de los referidos caballeros a fin de tramitar el embarque hacia Montevideo de una partida de levaduras. Al parecer el hombre no lo reconoció, o por lo menos no mencionó recordarlo. Pero don Salvador creía asegurar que se trataba de Huber Rash.

Violencia

Sigamos en el mismísimo Renacimiento y posicionémonos en America india, y veamos como “los de la cruz”, aniquilaron con saña a los aborígenes un poco inocentes, y algo de maulas a no olvidar; duele, pero algo de verdadero hay. Y volvamos al coliseo Romano y veremos a los cristianos siendo devorados por los leones y los tigres, y avancemos al siglo XX y detengámonos en Auschwitz, y sigamos un poco más adelante y veremos a los judíos encarnizados con sus primos libaneses y palestinos. Y vengámonos para acá y detengámoslos en los degüellos de las revueltas civiles. A ver, parémonos encima del corral de

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piedra de puntas del Río Negro, y veremos al Negro Adán Latorre sangrando tranquilamente a más de un centenar de Republicanos en la revolución federalista de 1893. Y algo más, en la del 97 y en el cuatro por este lado. Hay que recordar la violencia del terrorismo guerrillero de los sesenta, y cómo olvidar el submarino de las cárceles de la dictadura, y la picana haciendo bufar de dolor a las jóvenes detenidas por la represión de los socios del plan Cóndor. Por eso digo lo de la violencia, y a no confundir violencia con inseguridad; la violencia de hoy en día asusta es por su falta de padrón, pues la delincuencia no respeta códigos, entonces ahí sí se transfiere en inseguridad. Me salgo del tema sólo para comprender y valorar el simbolismo de un tesoro que contiene los clavos con los que el Mesías fue ajusticiado y su presunto destino final en el cuartel de Paso del Rey y su pasaje por lo menos transitorio en un barrio cimentado en la rebeldía en la conspiración en la contestación y por cierto su reguero de sangre que hace de su historial una vasta biblioteca de tragedias y desafíos, que hacen de su esencia un resumen, un esquema de la historia universal compactada en un caserío que hoy día apenas supera un par de decenas de miles de almas.

El Maná

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Vuelvo al archivo de los trabajos de mi amigo Reynaldo. Debo admitir que en las largas jornadas que Reynaldo destinó a fin de interiorizarme sobre la Hermandad de la Cocinería, siempre mantuvo una óptica muy crítica y objetiva sobre la misma, aunque siempre admitió ser miembro de la referida hermandad. Y en tal sentido no ahorraba conceptos en el sentido de justificar y hasta admirar sus fechorías. Una noche, whisky mediante, debatimos horas sobre citas bíblicas, salmos, proverbios y referencias históricas del viejo Testamento. “Cuarenta años vagando por el desierto” “cuarenta años, ¿te has puesto a pensar de qué vivía ese pueblo? “Comiendo maná, según se dice” le contesté aquella noche en un barcito de Curitiba, mientras un solitario poeta recitaba versos de Ferreira Goulart en un rincón penumbroso del boliche. “Claro” me respondió, “…y no te vas a tragar que era una pasta que Jehová les dejaba a los judíos antes del rocío, ¿verdad?” “Así lo cuenta el éxodo bíblico” le respondí. “Pues es hora de lo que lo sepas” y se explayó en explicaciones que los tres dobles de escocés sin hielo que me embuché no me permitieron asimilar en toda su dimensión, pero ahora, a más de dos décadas del episodio, leyendo y releyendo sus apuntes, tomo nota de su extraordinaria explicación. Una mezcla de miel, resina de tamarisco, semilla de dátil, y vísceras y huesos de los cadáveres que quedaban en el desierto. Según Reynaldo la confección de tan singular manjar estaba a cargo de la Hermandad de

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la Cocinería, quien hacía vanguardia y retaguardia en el éxodo de Moisés. Y agrega que el líder tenia precaución de vagar haciendo zigzag en su trajinar por el desierto. Atrás quedaban los cuerpos de los muertos, dispuestos de manera que aquellos que fallecían por causas naturales eran sepultados debajo de piedras a modo de lapidas de color blanco calizo, pero quienes parecían a causa de enfermedades infecciosas u otras causas desconocidas eran sepultados bajo piedras de color oscuro. Más atrás marchaban los miembros de la hermandad, quienes discretamente desenterraban a los cadáveres sepultados debajo de las piedras calizas y procedían a una muy precisa cirugía extrayéndole algunas vísceras, tales como el hígado y el corazón y algunos huesos, los que eran hervidos hasta que se volvían una masa de color blancuzco. En ese estado eran mezclados con los demás ingredientes ya detallados y convertidos en una pasta parecida a un “paté” y en ese estado eran entregados a los miembros que los adelantaban en el viaje al zigzagueante vagueo de la venerable procesión y así antes del amanecer, entregaban la sagrada alimentación con dosis necesaria de nutrientes que permitían al pueblo elegido sobrevivir en perfecto estado de salud. Según mi amigo los miembros sabios de la Hermandad, monitoreaban diariamente el grado de sanidad de los exilados, y de acuerdo a sus estadísticas adaptaban el sabor del maná a fin de que fueran consumidos con avidez por los judíos. El

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canibalismo, como se ve, fue una practica aceptada con mayor naturalidad de lo que creemos por los antiguos. Aún en las más sagradas de las liturgias del cristianismo literalmente se hace alusión a su aceptación. “Tomad y comed todos de él. Porque éste es mi cuerpo, cuerpo de la alianza nueva y eterna….” No me quedan dudas que tal apreciación y afirmación debió fácilmente caberle la merecida hoguera de la inquisición a mi amigo Reynaldo y por cierto a mí por producirla, pero me es imposible eludir a la cristiana justificación del canibalismo de los sobrevivientes del avión caído en los Andes en el 73, cuando cierta mención a esta sagrada referencia, dio por entendido la aceptación de esta práctica en circunstancias de extrema necesidad.

Nuevamente el tesoro Vuelvo a la versión de mi amigo Reynaldo. Dos clavos que fueron arrancados de los brazos de Jesús de Nazaret, y un vasto papiro con el evangelio, según José de Arimatea, era lo que se había encontrado en el deposito del traficante de antigüedades egipcio en 1939 Un bulto que no pesaba más de dos kilos envuelto en una caja de madera dura ya casi destruido por el accionar del tiempo. Después de recuperado fue acondicionado disimulado en un libretón de recetas de cocina y guardado en una caja de bronce. Entre recortes de

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diarios, recetas escritas de puño y letra de innumerables autores de distintas lenguas y épocas. Fotografías de cocineros celebres, y retratos de mesas servidas con banquetes, entre sus gruesas hojas fueron enclavados los pergaminos que incluyen la versión de José de Arimatea de la vida de Jesús. Y en su dura tapa de yeso madera y metal se escondieron los clavos. José de Arimatea se confiesa miembro de la Hermandad de la Cocinería, se dice ser tío abuelo de Jesucristo y describe con detalles los primeros años del niño Jesús, y los viajes que con él y su familia hicieron por las costas mediterráneas y el norte de África. José de Arimatea era comerciante de estaño y recorrió habitualmente la ruta del metal que comprendía la Galia, la Iberia y las islas de la Britania. En relación a las ultimas horas del Mesías, refiere a la organización de la última cena, a la entrada no tan triunfal de Jesús a Jerusalén, y al papel protagónico y determinante que tuvo Herodes (hijo) en la decisión de ejecutar a Jesús. Según describe José de Arimatea, Pilatos se negaba rotundamente a tan radical decisión, pero Herodes, resuelto a terminar la obra que comenzara su padre tres décadas atrás, estaba decidido a concluir así con es historia. Tampoco Caifás, el sacerdote judío, era tan radical en la conveniencia de esta medida y de alguna manera procuró evitar la cruz para Jesús. Pero Herodes estaba decidido y puso en pie toda su influencia a tales fines. Cuenta además José de Arimatea

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pormenores sobre los primeros pasos del cristianismo y relata detalladamente los lugares donde estaba destinado a ser guardado el Arca de la Alianza. Al referirse al Santo Grial, manifiesta que luego de presenciar el milagro del flujo de sangre que brotara de los clavos hasta llenar el cáliz, resolvió sellarlo con estaño y llevárselo consigo, dejándolo luego en las islas Británicas. Antes de morirse tuvo precaución de entregar a sus hermanos de logia los referidos documentos y los clavos extraídos de la cruz, y en su custodia estuvieron por más de mil años. Pero allá por el 1100, estando en Siria, fueron victimas de un saqueo y fueron llevados a un territorio perteneciente a lo que es hoy Turquía. Más tarde fueron recuperados por la hermandad y llevados a Marruecos. A principios del siglo veinte fueron robados y extraviados, pero se mantuvieron ciertas pistas que con la llegada del nazismo y debido a las investigaciones hechas por la inteligencia nazi les resulto fácil identificar la ruta que finalizaba en Egipto. Este fue el primer contacto que tuvieron los enviados del tercer Reich con el codiciado tesoro y su destino en el acorazado alemán. Pero después del hundimiento del Graf Spee en las costas uruguayas se perdió contacto hasta finales de 1943, cuando la Hermandad comunicó que tenían control del tesoro requerido. Así lo hizo saber Otto Rahn al llamar aquella mañana de 1943 a su superior Heinrich Himmler, comandante de la SS. Al morir Otto Rahn y luego con la derrota los

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nazis perdieron el control de las reliquias. No así la hermandad, que seguía custodiando el tesoro en la frontera entre Uruguay y Brasil. Años después de terminada la guerra la hermandad de la Cocinería consideró necesario retornar a Europa el tesoro de referencia. Y con tal fin preparó una interesante estrategia a tales pertinencias. Se vivía por entonces la euforia del futbol en la Europa renaciente Suiza se preparaba para recibir la primera copa del mundo en ese continente después de la gran guerra. Entonces se encomendó la organización de un viaje, una gira de un equipo uruguayo por Europa. De esa manera en las bodegas del avión, viajaría discretamente el tan apetecido tesoro. Según el trabajo de mi amigo Reynaldo el proyecto abortó, por razones que desconoce, por lo que los clavos de la cruz de Jesús permanecieron y permanecen hasta donde se sabe en esta región. Una delegación integrada por miembros sublimes de la Hermandad viajó a Rivera a buscar las reliquias, no sin antes haber preparado sutilmente un antro donde deberían reposar: una unidad militar en el departamento de Durazno. Cuando ya concluía este trabajo pude enhebrar algunas puntas que me resultaban incongruentes. Según Reynaldo, el tesoro descansa bajo una tierra donde la energía fluye con el tono necesario y conveniente, disimulado en un objeto que exhibe discretamente los símbolos de la hermandad: la abeja y la palabra Shara, o una de ambas, y repite y acentúa el concepto de

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Catacumba. Sorpresa mayúscula obtuve al informarme de que en el referido cuartel de Paso del Rey existen túneles que han sido sellados.

Leyenda “Usted sabe que yo puedo hacer volar Montevideo”. “Sí, pero sé que no lo va hacer, porque es un caballero”. Así se expresaron en su dialogo el Capitán Langsdorff y el principal de la empresa astillero Regussi&Vulminot, Alberto Vulminot, luego que este ultimo se negara rotundamente a reparar al acorazado alemán. Montevideo asistía eufórico los aconteceres del episodio, ignorantes del peligro que potencialmente corrían los montevideanos. Un error del capitán tal vez fue lo que los llevó a lo que se denominaría la trampa del Río de la Plata. “Debiera decirles en esta ocasión, bienvenidos a Montevideo, pero lamentablemente, hoy no puedo más que reprocharles el error de haber terminado aquí en este lugar tan hostil para nuestra patria”, dijo el encargado de la legación alemana al abordar el Graf Spee. Las razones que llevaron a que el comandante del Graf Spee resolviera atacar al buque cisterna África Shell, es más una de la interrogantes sin respuestas que quedan en esta historia. Lo cierto es que este ultimo, antes ser hundido, alcanzó a comunicar su situación y ubicación, lo que al fin determinó trágicamente el

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destino el destino del buque alemán. Si ya estaban a bordo las reliquias del caso, es algo que no lo sabremos. Pero retornemos a Jerusalén en aquella tarde de la crucifixión, y empecemos a evaluar el caldoso tema de los clavos. ¿Eran tres, o cuatro, como respetables estudios científicos aseguran? ¿Es suficiente un clavo en los pies o serían necesarios dos? Preguntas que quizás requieran de un tratamiento mucho más profundo y técnico. Ciertamente este trabajo ha de generar dudas, y nada mejor que las genere. Vivimos en un mundo donde la religiosidad ha sustentado y propiciado el culto de reliquias tales como “la leche de la virgen María”, hagamos nuestro propio juicio, y ahorraremos tantos prejuicios en relación a la presente teoría cuanto fogonazos de nuestras cámaras fotográficas a las expuestas reliquias que se exhiben en altares del viejo continente. Juzguemos y cuestionemos, válido es, y preguntemos, al fin donde fueron a parar los tesoros, que ciertamente existían a bordo del Graf Spee, sin detenernos en el que concretamente refiere este trabajo, y de los cuales nunca nadie escribió nada. ¿Vino un submarino nazi en el año 1945 cuando agonizaba la guerra a buscar a los tripulantes del Graf Spee, tal cual se refiere en el libro “Odessa al Sur, el escritor Jorge Camarada? ¿Acompañaban a Juan Pablo II, un selecto grupo de teólogos del Vaticano que se reunieron con Pitamiglio, a fin de interiorizarse de referencias que anunciaban tesoros del cristianismo traído por

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los nazis? ¿Qué anunciaban los tres telegramas enviados desde Montevideo, destinados a la familia alemana Hansldorff, anunciándoles repetidamente que había fallecido Teresa, aquel verano del 49 cuando aún borboteaban las burbujas del hundido acorazado Nazi? ¿Por qué razón un capitán tan noble cuanto Langsdorff, consciente del código de la marina, esperaría más de un día para llevar adelante su compromiso de honor de poner fin a su vida? Si este trabajo inspira a alguien a cuestionar su contenido e indagar en estas y otras múltiples interrogantes, debo confesar que ha valido la pena. No es este un libro de historia, tampoco un libro religioso; solo una novela, nada más. Pero debo admitir que nada elude al razonamiento lógico de suponer por lo menos solo eso, suponer que siguiendo una línea lógica, nada impide de pensar que bien podrían estas reliquias descansar en algún lugar sobre las márgenes del Yí de Osiris.

Hay que seguir

buscando Donde termina la legendaria calle Cuaró y se cruza con la línea divisoria, donde termina la patria y nace la otra, había hace muchos años un descampado que desconocía las fronteras. Se llamaba “El Sobradinho”. Allí un grupo de gurisotes jugaban a la pelota y desde allí nació el Gallito copetudo que vistió la casaca roja, y que

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justicieramente fue apodado “El Gallito del Sbradinho”, el glorioso Frontera, que un día soñó con levantar vuelo hacia las tierras del viejo mundo. Quien sigue desde allí por la línea hacia el norte, ha de subir una cuchillita y allá arriba hay un marco; si seguimos andando en el mismo sentido ya en medio de un tupido monte indígena encontraremos una vieja tumba que data de finales del siglo XIX. Por allí, seguro el Perna, está enterrado el tesoro de Verisimo Montero. Si en una tarde serena de finales de abril nos sentamos en la cima de la pequeña cuchilla, podremos contemplar esta frontera en toda su extensión. Y ciertamente, con un poquito de sensibilidad, no sería difícil percibir el espectro de Pedro, el hermano de doña Ramona, podremos sentir el cabalgar del matrero herido de muerte, y cerrando los ojos podremos sentir el acompasado cántico de la brava parcialidad del Rojo de la Cuaró en su victorioso y eterno andar en busca de la quimera de la gloria. Por ese infinito paisaje que se extiende y trepa las oscuras cuchillas Negras y de Santa Ana, habremos de percibir la mística del pasaje de los inmaculados tesoros que hicieron piedra angular del Cristianismo, y quien sabe, algún día podremos revelar los secretos que guarda el evangelio de José de Arimatea, el destino y origen del Santo Grial, el lugar donde se ha guardado el Arca de la Alianza. Y, por qué no, residuos ancestrales de la Hermandad de la Cocinería, y su verdadero destino en el engranaje de la historia humana.

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