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Los colegios de la iglesia

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El objetivo general y urgente de la evangelización está pidiendo

clamorosamente una revisión del proyecto educativo de los colegios

católicos. Comencemos, como es de justicia, por reconocer la gran

tarea al servicio de las personas, de las familias y de toda la sociedad que

han realizado y están cumpliendo los colegios de la Iglesia.

Reconozcamos también las muchas dificultades existentes. Unas

provienen de la administración, otras de la falta de colaboración de las

familias, algunas más de la complejidad de educar en el clima de

materialismo y superficialidad en que viven los jóvenes.

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Pero valorando y agradeciendo todo, es necesario afirmar que los centros

católicos de educación tienen que entrar vigorosamente en el

movimiento de evangelización de la Iglesia. Para un educador

cristiano, educar sin evangelizar no es educar, porque sólo Jesucristo

es modelo y fundamento de una personalidad verdaderamente humana.

Nuestros alumnos tienen derecho a encontrar en sus colegios la ayuda

necesaria para llegar a ser hombres y mujeres que por una identificación

con Cristo logren situarse armoniosa y creativamente frente a su proyecto

personal, a su familia y a la sociedad. No va contra la libertad de los

alumnos que un colegio católico les ofrezca, consciente de que es el mejor

aporte que puede hacerles para su vida, una propuesta clara y atrayente

de la fe cristiana ante la que ellos puedan tomar sus decisiones.

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Los colegios de la iglesia no cumplen ser

excelentes centros docentes; esto lo pueden

hacer otros. Es preciso, en primer lugar, que

formen cristianos. En una sociedad de

cristiandad, dábamos por supuesta la

evangelización que estaba a cargo de las

familias, las parroquias y la misma sociedad. Los

colegios se creaban, más que todo, para cumplir

una labor social y cultural; hoy existen, en

cambio, prioritariamente para evangelizar. Si

en la actualidad son también una obra de

servicio social es porque son capaces de

entregar algo más: la fe cristiana como eje

central y unificador de la formación.La evangelización no se puede suponer en los

colegio; es preciso realizarla con mucho

cuidado y con perseverante esfuerzo. Dentro de

una formación integral, es necesario presentar

explícitamente la persona de Jesús y su

programa de vida plena y abundante, que

fascine, ilumine, inspire soluciones adecuadas a

los problemas de la existencia, infunda aliento y

esperanza.

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De otra parte, es necesario que los colegios católicos

desarrollen una mentalidad eclesial; en el fondo no son

entidades privadas sino entidades de la iglesia, al

servicio de su misión. Sea quien sea el titular inmediato,

si son colegios de la Iglesia tienen que sentirse

encuadrados en la misión de la iglesia, que es quien

en último término los promueve, los autoriza y los

respalda ante la sociedad como colegios católicos.

Muchas veces su coordinación y animación, más técnica

que pastoral está en una confederación, pero no

arraiga, como debería, en la vida y la misión de la

Iglesia diocesana.

Al terminar sus estudios, la primera identidad de

los alumnos no debería ser su condición de

exalumnos de tal colegio sino de miembros

vivos de la Iglesia, que los ha engendrado en la

fe y los ha ayudado a ser capaces de situarse

en el mundo. Tenemos que valorar y defender la

identidad católica de nuestros centros, pues es la

justificación de su existencia y también el origen

de su profunda capacidad educativa. Todo esto

implica pensar en cosas y tareas muy concretas.

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A la vez, las parroquias y los arciprestazgos tienen que pensar en los

colegios de la Iglesia que estén en su territorio como instituciones

pastorales con las que hay que contar, no para pedirles que hagan cosas

distintas de las que ya hacen,, sino para integrar lo que hacen como parte

del trabajo pastoral de conjunto. Los colegios pueden llenar muchos

vacíos en el apostolado de la parroquia, pueden ofrecer posibilidades de

conexión con algunas familias que no se acercan a la Iglesia, pueden ser

lugares de convocatoria para los jóvenes en actividades promovidas por la

parroquia en el colegio, pueden ayudar a forma asociaciones culturales

que abran caminos a la fe. Si se tiene ardor apostólico se ven muchas

posibilidades.

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El tiempo de la formación escolar coincide el tiempo en el que se ayuda a los

niños y a los jóvenes a vivir un proceso de iniciación cristiana. No se trata

simplemente de la celebración aislada de algunos sacramentos como una

actividad o servicio más que desarticuladamente se tiene la costumbre de

realizar en el colegio. Da alegría pensar que los colegios católicos pueden ser

verdaderamente sedes de un catecumenado especial tanto para los

alumnos como para sus padres. Pero esto exige contar con un equipo de

auténticos catequistas, crear un espacio apropiado para realizar un serio

camino de formación y de experiencia de la vida cristiana, proceder en

profunda vinculación con las parroquias que podrían garantizar que esos

procesos y experiencias se prolonguen más allá del ciclo escolar.

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Delante de Dios, no es posible admitir la

desarticulación con que

frecuentemente funcionan los colegios

católicos es increíble que el egoísmo que

le sugiere a cada uno la “gloria” de

levantar su propio feudo se imponga

sobre la razón que muestra la fuerza de la

unidad y, especialmente, sobre la

necesidad de la comunión para poder ser

realmente lo que somos: la única Iglesia

del Señor que cumple con un solo corazón

el mandato de evangelizar. Es posible

incluso dar nuestra capacidad de aportar a

la promoción integral de la persona de

despertar el alma humana y cristiana de

nuestros educandos, de fomentar el amor,

que es lo que se propone el mundo de la

educación, si llegamos a preferir la

decadencia y la muerte de nuestros

centros educativos más bien con una

válida y útil cooperación que nos ayude

a realizar la difícil e importante misión que

tenemos en el momento actual.

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La aceptación e implementación de todo lo anterior se orienta, en la línea de

aparecida, a la valentía de abandonar las estructuras caducadas, que ya

no favorecen la transmisión de la fe y, con una actitud de permanente

conversión pastoral, despertar la capacidad de someterlo todo a servicio de

la instauración del Reino de Dios (cf DA 355-366). Solo de esta manera los

colegios católicos entrarán realmente en la evangelización que se empeña en

transformar los criterios del juicio, los valores determinantes, los puntos de

interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelo s de

vida de la humanidad que están en contraste con la palabra de Dios y con su

designio de salvación (cf EN 19). Nada de lo que aquí queda dicho será posible

si, más allá de implementación de tecnologías, de Alianzas estrategias y

aprovechamiento de ciertas tácticas en los colegios de la Iglesia no se abre

amplio espacio a la luz y a poder creador del espíritu de Dios.