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Los Cuadernos de Literatura
NUESTRA SEÑORA DE MONTEGRUMO
Jerome Charyn
Los ragazzi me daban de comer sopa de cubitos adquiridos en el mercado negro. Y o estaba acostado arriba en una habitación llena de ungüentos. Desde
allí veía por la ventana las balconadas que estaban al otro lado de la Bocea di Leone. Vivía de sol y sopa.
Fueron unas cortas vacaciones. Los ragazzi aparecieron sin la sopa de cubitos. «Finito», me dijeron. Piero lloraba.
-Volpe, lqué pasa?-El rey ha arrestado a Mussolini.-No pasa nada. Iremos con las SS italianas y
rescataremos al Gran Bastardo. -Colonnello, las SS italianas han dejado de
existir. -Entonces llamaremos a los Camisas Negras.-Los Camisas Negras desaparecieron del ma-
pa después de lo de Mussolini. Sus uniformes flotan por el Tiber.
-lY los Mosqueteros del Duce?-Lo hemos comprobado por las noticias de la
radio. Somos los últimos fascisti de Roma. -lUna brigada? -les pregunté.-Sí. Todo el mundo ensaya para parecerse a
los ingleses. -l También los alemanes?-No, colonnello. Los alemanes no. Pero tene-
mos que darnos prisa. -lPor qué? A los inglesi no les tengo miedo.-No pensaba en los inglesi -dijo Piero-. De
quienes tengo miedo es de los conversos. Los que preparan la llegada de los ingleses. Serían capaces de matarnos mientras estuviéramos dormidos.
-lQuién te lo ha dicho?-Nuestras radios no duermen. Hemos capta-
do señales de la Villa Wolkonsky. Los almirantes nos avisaron esta tarde.
-lY a ellos qué más les da? A los almirantesno les gusta precisamente der Pinocchio. Para ellos no soy más que un chiflado.
Piero tuvo que explicarme los principios más elementales de la guerra.
-Colonnello, siguen atacando de nuestro lado. Nos han ofrecido refugio y asilo en su villa. Pero no es lugar seguro para usted. Los inglesi le consideran un criminal. Y algunos de nuestros compatriotas están dispuestos a cobrar recompensa. Tendremos que sacarle a escondidas de Roma.
Los muy bastardos me sacaron de la cama. No tuve ocasión de poder salir de la Bocea di Leone con el uniforme negro puesto. Me disfrazaron
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con las ropas bastas de un granjero. Me había convertido en víctima de mi propia vía de contrabando. Teníamos a nuestra disposición a un granjero idiota con su carricoche tirado por caballos. El granjero aquel, Tullio, ni siquiera tuvo la suficiente cabeza como para indicárselo a los Giovanis. Le pagamos una porquería para que sacara de tapadillo a un puñado de judíos y para que nos trajera artículos de contrabando a domicilio desde los almacenes de Mamma Madrigale.
Les pregunté a los ragazzi adónde iba. -Colonnello, hemos encontrado a un fascista
que está dispuesto a esconderle. El alcalde de Montegrumo.
Ah, se proponían exiliar a Pinocchio a su pueblo natal. Pero no tenía la menor intención de irme a vivir con el fascista de Achille y sus cinco hijas batalladoras.
-Piero, por favor, envíame a otro lugar.-No hay otra posibilidad. Sólo el alcalde de
Montegrumo. -lAdoptará a toda la brigada?-Nosotros no vamos con usted -dijo Piero-.
Nos vamos hacia el sur a buscar a Mussolini. Creemos que lo tienen los inglesi, y nuestra intención es rescatar al viejo.
Me puse a dar voces con mi disfraz de granjero.
-Moriré antes de dejaros ir a luchar contra losinglesi. No sois más que unos niños, lme oís? Niños.
La boca de Volpe hizo una mueca de desprecio.
-Colonnello, es una asquerosidad que nostrate de ese modo. Somos la brigada Mussolini.
lQué podía decir para refutarles? Aquellos chicos eran más rubios y más valientes que Pinocchio. Así que les marcó un saludo, le dio a Volpe una palmada en el hombro.
-Addio -les dije.-Addio, commendatore.Se acercaron uno por uno y me abrazaron con
más cariño del que exigían las obligaciones de su rango. Eran los mejores chicos descarriados de toda la ciudad. Me subí en el carricoche de caballos, escondiéndome debajo de una manta. La coordinación había sido perfecta. Mientras el carromato chirriaba al salir de la Bocea di Leone, un rebaño de republicanos llegaba a la Boca del León para detener a Sir Pinocchio.
-iAbbasso Sinbado! -gritaban en dirección alas ventanas de las casas-. iEvviva Matteotti! iEvviva il papa! iEvviva i1 re!
El Espadita se había vuelto a convertir en héroe. Así era la política. Nuestra suerte se remontaba y descendía como el precio de cualquier objeto en el mercado libre. Si viviera lo bastante, podría llegar a ser emperador de Londres, de Roma, o de Addis Abeba. Pero estaba un poco desfasado de fechas. Tendría que haber salido a las calles durante el carnavale. Los romanos bailaban en pijama. Se daban más besos que cuando estaban bajo la égida de Mussolini. Los abue-
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los se dedicaban a destrozar los emblemas fascistas que había por las paredes. Los chicos arrastraban una cabeza de piedra de Mussolini por las calles y querían meterla en una alcantarilla. Nuestro carricoche tuvo que esperar a que la cabeza cruzara la Bocea di Leone.
Tullio, el granjero idiota, estaba sentado muy derecho en su asiento. No era ni fascista ni republicano. Era un granjero que le tenía respeto a la imagen de piedra de un hombre.
-Cavaliere -le dijo a la manta-, no deberíantratar al Duce de ese modo.
-Pero si no son más que unos niños que juegan en la alcantarilla, niños acarretando una piedra.
-De acuerdo, pero el rostro de un hombre essagrado.
Y el granjero volvió la vista al frente hacia su caballo.
* * *
Los Giovanis le habían dado instrucciones muy precisas. Me dejó en la vieja cabaña de Brunhilde. Dejamos atrás a una columna acorazada alemana de camino hacia Montegrumo. Los inglesi no podían haber llegado tan al norte, ni siquiera los paracaidistas. Había compartido ya una docena de trozos de pan y queso con Tullio durante aquel viaje. Al granjero le gustaba comer en silencio. En realidad no era justo llamarle idiota. Era una persona que le prestaba estricta y exclusiva atención a su caballo.
Traté de que aceptase otras cien liras. El granjero me dijo que no. No le parecía bien aceptar más de la cantidad del precio convenido como pago de sus servicios y de los de su caballo. Me bajé del carromato, y Tullio partió hacia otra misión.
Azuzó al caballo. Lo que no iba a hacer era ir derecho a meter
me en aquella covacha que estaba en las afueras del pueblo. Apestaba a bruja. Me buscaría un sitio mejor para soportar el exilio. Seguí el muro de las brujas hasta la Vía Copérnico. Había mujeres en la calle junto a las puertas, que se santiguaban cuando pasaba. Los bambini me besaban la manga de granjero. Era el hombre santo de Montegrumo.
Me detuve en la Casa del Fascio. Había arrancado de la pared los lictores de bronce. Ahora era el cuartel general republicano, con las cinco estrellas doradas de Vittorio Emanuele. No se veían por lado alguno de aquel lugar maldito camisas negras ni calaveras de plata. Los fascisti iban vestidos ahora de azul oscuro, el color favorito de Vittorio. El traje de granjero les engañó por completo hasta que descubrieron mi nariz. Nunca en toda mi vida he visto tantos besamanos.
Achille habló en nombre del pueblo. -Es un honor, commendatore. Insisto. Es us
ted el héroe de Montegrumo, nuestro ciudada-
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no más famoso. El más conocido de nuestra historia.
-Achille, soy un muchacho de madera.Acuérdese de que quería adoptarme cuando se murió mi babbo y me marché de casa.
-Pero no todos los chicos de madera que semarchan de casa viven para llegar a convertirse en el Ducellino.
-lY para qué se quiere hoy al Ducellino? Noes más que polvo pasado. Achille, mi cabeza está puesta a precio. A Churchill le encantaría ponerla en una picota en Piccadilly.
-Eso ya lo sabemos, excelencia. Por eso tenemos que tomar precauciones. Tampoco están los alemanes muy contentos con usted. Sus generales dicen que fue usted quien corrompió al Duce, pero eso no se lo cree nadie por aquí. Es usted el gran Simbado. Es usted quien ha convertido a Italia en una nación de guerreros. Después del Duce, es usted nuestro hijo más noble.
lEl hijo más noble? Si no era más que un mocoso de Charlotte Street.
-Achille, deberíamos luchar juntos contra losinglesi y enseñarle a Churchill dónde puede meterse su Piccadilly.
Una sombra de tristeza recorrió el rostro republicano de Achille.
-Pinocchio, tenemos que navegar entre dosaguas, entre los alemanes y los inglesi.
-Sir Pinocchio -corregí.El alcalde hizo una reverencia.-Sí. Sir Pinocchio. Es usted un caballero. Pe
ro por desgracia, los caballeros fascistas se han pasado de moda ... casi se han convertido en algo molesto. Tendremos que esconderle.
-lEsconder mi nariz, Achille? lEs usted mago ahora?
No pero podríamos maquillarle con colorete y una peluca ... para despistar a los ingle si. Quizás pudiera ayudarnos el carpintero.
Le cogí por las solapas. -No te creas que acabo de caerme de la hi
guera. Mi nariz tiene ahora las mismas propiedades que la piel.
La tensión creció entre nosotros. Le hubiera estrangulado antes de que el carpintero hubiese podido rebajarme la nariz.
Los de Montegrumo daban voces junto a la ventana.
-La Madonna -aullaban-. Achille, ha salidola Madonna.
Achille se acercó a la ventana y se puso pálido.
-La Madonna.-Lunáticos -murmuré-, os habeis escapado
de un manicomio republicano. La madoima jamás aparecería en Montegrumo. Tiene mejores cosas que hacer.
Di un salto para cruzar la habitación y me doblé para salir por la puerta. Brunhilde estaba desnuda en la calle. Esta vez no estaba meneando las caderas. No tenía nada de provocativo. Estaba allí de pie. Y cuando empezaba a reíle-
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xionar sobre su aparición, Brunhilde desapareció. Eso es lo malo de las brujas. Son absolutamente imprevisibles.
-Un miracolo -dijo Achine, secándose la caracon un pañuelo inmenso-. La Madonna nos castiga por nuestros pecados. Esa vieja puta era una santa ... Nuestra Señora de Montegrumo.
-Usted no es más que el alcalde. Carece decompetencia para proclamar milagros. Tiene que cursar una petición a la Santa Sede. ¿y qué se cree que iba a pensar Pío de un pueblo que llevó a una mujer a la tumba obligándola a ser una puta?
Achine se mantuvo firme a pesar de sus miedos acerca de lo de la Santa Sede. Estaba dispuesto a enfrentarse a Pío y a Pinocchio.
-Es un milagro clarísimo. Ahora la Madonnaestá entre nosotros ... ¿adónde va, commendatore?.
-A ver a su Madonna.-Se lo prohíbo -dijo Achille-. Es usted un
renegado. No se le permitirá andar por la calle. Dejé allí a los republicanos y reemprendí el
camino hacia la cabaña de la bruja. La casa estaba bastante polvorienta. No se había usado desde la época de Brunhilde.
Mi madrastra la bruja estaba dentro. Seguramente habría estado robando mozzarella en el pueblo. Nunca me había dado cuenta de que las brujas también comen.
Miré entre sus piernas. Para ser una bruja tenía un montículo sedoso y simétrico. Y no tenía demasiadas arrugas en los muslos. Había mejorado en su condición de espíritu.
-Señora, ¿por qué habeis venido aquí?-Quería divertirme un poco. ¿Así que por
qué no hacer sudar un poco a los fascisti esos? Este pueblo me pertenecía. Quizás me lo hubiera pasado muy bien de maestra tuya.
-Jamás ha sido maestra mía. En cierta ocasión me sirvió de tutora, me explicó el funcionamiento de una nariz.
-Pinocchio -me dijo-, querido Pinocchio,hazme cosquillas.
-Déjelo estar. Es usted mi madrastra. Ya ten-go bastantes problemas.
-Hazme cosquillas.-No haré tal cosa.Pero me traicionó mi narizota. La muy puta
crecía y crecía. Me habría gustado tener allí un carpintero, un Giuseppe que me desmantelara en piezas para siempre.
Le hize cosquillas a la bruja. No pude evitarlo. Había llegado a desarrollar
una técnica infalible cuando era Pincchio. Podía penetrarla de pie, sentada, o echada encima de mí. Levanté a Brunhilde en el aire, le apoyé los muslos en mis hombros, la sujeté por las nalgas, y me metí como un topo en el interior de la bruja mientras la paseaba por la cabaña poniendo en práctica mi versión personal del método de rescate de los bomberos. Estuvo suspirando durante veinte minutos. Y entonces desapareció.
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Los alemanes llegaron al pueblo. Ocuparon el único café, cerraron el cuartel general de los republicanos, registraron las casas, se instalaron en ellas, se metían en las bañeras, y pedían perdón a las viudas, abuelas y esposas. Imponían su ley, pero no robaban. Pagaban todo lo que cogían con billetes azules impresos en Viena. Aquel dinero no les servía de nada a los de Montegrumo, pero tenían que aceptar los billetes porque no estaban precisamente en situación de llamar ladrones a los alemanes.
Los soldados silbaban de noche por las calles. Se sentaban en el muro de Brunhilde. Se asomaban a la cabaña y le sonreían a der Pinocchio.
Era el muñeco de un gobierno depuesto. Su comandante en jefe me invitó a tomar el té en un campo de alfalfa. Se refería a los británicos llamandoles der Tommy. Y no tenía la más mínima duda de que der Tommy ganarían la guerra.
-Debería practicar más el inglés -me dijousando un italiano que no era menos fluído que el mío.
-Para ellos soy un criminal, Herr General.-Es lo mismo. Son gente muy amistosa. Si
uno habla su lengua se muestran muy amables enseguida.
El ayudante del general estaba borracho de alfalfa y té. Dijo que los alemanes deberían venderme a los británicos. El general le ordenó retirarse al campo de alfalfa más próximo, y me tomó bajo su protección frente a der Tommy. Era como si tuviese mis propios Mosqueteros. Podía andar por el pueblo sin que me molestaran, bebía en el café con los alemanes.
Cuando algunos que otros inglesi caían del cielo en sus paracaídas plateados, los alemanes los cogían por los campos como si fueran moras. No tenía nada que temer de der Tommy mientras el general estuviera por allí.
Die Brüder registraban el pueblo de vez en cuando, atacando las chimeneas, ametrallando carros tirados por burros y tanques alemanes. Los niños cantaban, pedían en sus canciones a los inglesi que bombardeasen y ametrallasen la carretera de Montegrumo.
Fue casi una guerra dormida ... hasta que llegaron los goumiers. Eran tropas coloniales francesas, tropas auxiliares bereberes que llevaban consigo jaurías salvajes. Eran cazadores de montaña, despreciaban a los tanques y a los vehículos acorazados. Los goums llegaban montados en burro o a pie. Llevaban chilabas de rayas, y el pelo recogido en una coleta debajo del casco. Los goums le rezaban a Alá mientras le degollaban a uno. Creían que todas las mujeres eran sus esposas. No les era ajeno el reclamar para sí a abuelas y jovencitas.
Todo el pueblo les tenía un pavor mortal. Nadie se atrevía a ir a coger moras. Los alemanes empezaron a celebrar sus fiestas campestres y a tomar el té en la plaza del pueblo. Me ordenaron que abandonase mi cabaña.
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-Búsquese algún sitio más céntrico, Herr Pinocchio.
Pero no tenía intención de mudarme de casa por culpa de unos guerreros con coleta. Era capaz de enfrentarme y superar en ingenio y armas a los goums. Mi cuerpo era un escudo de madera.
Me había convertido en un paria tras tomar la decisión de seguir en mi cabaña. Las viudas jóvenes ya no venían a verme. Nadie me traía sopa. Recogía la fruta que crecía junto a mis ventanas. Me tenía que hacer mi propia sopa de hojas. Dialogaba con los muertos de mi vida, Lionel, Bathsheba, Bruno, y el corso aquel, Monsieur le prince. Era tan racional con los muertos como lo era con los vivos. Me habría dirigido a los goums en el mismo tono de crispación. Pero los goums no se acercaban.
Le pedí a Copérnicus que me aclarase el misterio de los pulpos y las chicas de segunda mano. «Lionel, lexistieron Tatiana y Belinda Hogg? No podría haberme inventado la tinta negra de Tati ni el deje texano de Belinda. Soy un cuentista, claro, pero no tengo un cerebro fértil como el Nilo. No es más que una caja de mierda maloliente llena de cables.»
Mi tío no tenía nada que decir. Anduve hasta Florencia en el interior de la ca
baña. La Florencia que vi no tenía cuestas ni callejas judías. No hay ciudad que no pueda concebir la mente.
Vivía a base de moras. Nevó en una ocasión. Perdí toda esperanza en los goums. Y fue entonces cuando los cabrones esos se
llegaron a mi puerta. Tenían la piel más clara de lo que había creído. No llevaban coleta. Los goums llevaban cuchillos italianos.
-Entrez, mes amis. Pinocchio a votre service.J'adore les goumiers.
Me miraron como si fuera un camellero. Los goums aquellos ni siquiera entendían mi francés de escuela.
-lColonnello, está usted enfermo?Era Volpe y la Brigada Giovani vestidos de
harapos, sin una sola insignia en las mangas. Podrían haber sido desertores o bandoleros comunes y corrientes.
Nos comimos unos macarrones crudos sentados en el suelo de la cabaña.
-lPor qué le ha abandonado todo el pueblo,jefe?
-Todos tienen miedo de los goums.-No hemos visto ninguno en la carretera.-Son cazadores de montaña. Atacan desde
los montes. Pero envían sus harenes por la carretera. Capturan a las mujeres, los goums esos. Y una vez que te han secuestrado, vas listo.
-lEsta es del harem? -me preguntaron mientras empujaban a una criatura con coletas hacia el interior de la cabaña-. Nos la encontramos mendigando por el campo.
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-Es un goum.No se habían molestado en observar que su
supuesta mujer tenía barba. Se pusieron a palpar bajo la chilaba del berebere, le tocaban como un equipo de cirujanos.
-Es un hombre -concluyeron-. lPero colonnello, dónde está su harem?
-Debe haberse perdido -les dije.Tenía los ojos lechosos. Le dimos los maca
rrones que quedaban. Se los comió al estilo bereber, sorbiéndolos como si fueran huesos con tuétano. Era un mariconcete peludo, y no conseguí sacarle demasiada información. Me dirigí al goum en inglés, francés, italiano y alemán.
-Bist du ein goumier?El goum aquel no tenía chapa de identifica
ción. El único distintivo que llevaba era la coleta. No era más que otro refugiado de mierda.
-lNo deberíamos entregárselo a nuestroshermanos alemanes? Le harían cosquillas en los pies. Sería un buen truco del goum, esconder los huevos en la cabeza.
-lQué ha sido de vuestra compasión? Le hanabandonado los suyos. No es más que un berebere muerto de hambre.
-l Y qué pasa si el resto de su harem está escondido en los bosques?
-Piero -dije-, a veces sería incapaz de decirsi eres abogado o cura... dejadle marchar.
Lo llevaron en volandas sacándolo por la puerta, le tiraron de la coleta, y luego lo arrojaron por encima del muro.
-Ragazzi, lme diréis ahora porqué estáis enMontegrumo?
Fruncieron el ceño. A sus ojos también yo podría haber sido un goum.
-Commedatore, hemos venido a rescatarle.-Pero si ya estoy custodiado por los ale-
manes. -Los alemanes no son de los nuestros -dijo
Volpe. -No lo entiendo. lNo ibais a ir al sur a buscar
a Mussolini? -Lo hicimos. Pero Mussolini está en el norte,
cerca del Lago de Como. -lMe estáis diciendo que el Quesazo ha vuel
to a la carga? -Pues casi se podía decir, colonnello. Está
prácticamente libre. -Prácticamente libre -musité-. lQuerríais
contarme qué pasa? -Está construyendo los cimientos de una
nueva república bajo la tutela de los alemanes. -lEntonces por qué no han dicho nada los
alemanes que están aquí? -Porque todavía es un secreto. Hitler envió
planeadores a las montañas para rescatarle de las garras de los hombres del rey.
-l Y ahora está preso en su propia re-pública?
e-Sí -dijo Piero-. Es un prisionerode su propia república.