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Los Mayas y el Conocimiento Interior - xinxii.com · El Popol Vuh relata el inicio del último mundo a través de un Juego de Pelota. Es el lugar y el momento del enfrenta-miento

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Los Mayas y el Conocimiento Interior

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LOS MAYAS Y EL CONOCIMIENTO INTERIOR

Rubén González

Inés M. Martín

Los Mayas y el Conocimiento Interior

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Título: Los Mayas y el Conocimiento Interior Autores: Rubén González e Inés M. Martín Primera edición Enero 2010 ISBN: 978-84-613-7898-2 Depósito legal: B-3935-2010 © 2010 Rubén González L. e Inés M. Martín En portada: Detalle de los murales de Bonampak Diseño de cubierta: I.M. Martín Todos los derechos protegidos. Esta obra no podrá ser reproducida total ni parcialmente mediante procedimiento alguno, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, sin la autorización escrita de los titulares del copyright.

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“Hace mucho, pero mucho tiempo,

el señor Itzamná decidió crear una tierra

que fuera tan hermosa que todo aquél que

la conociera quisiera vivir allí,

enamorado de su belleza.

Entonces creó el Mayab, la tierra de los elegidos,

y sembró en ella las más bellas flores

que adornaran los caminos,

creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas

reflejaran la luz del sol

y también profundas cavernas llenas de misterio.

Después, Itzamná les entregó

la nueva tierra a los mayas... ”

(Leyenda Maya)

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INTRODUCCIÓN La cultura Maya se desarrolló desde tiempos remotos en

Yucatán (México) y zonas limítrofes de Mesoamérica, alcanzó su plenitud entre los siglos tercero y noveno de nuestra era, y produjo multitud de ciudades y centros ceremoniales que constituían un reflejo del cosmos en la tierra y que contaban con pirámides, templos, palacios, juegos de pelota, escultu-ras, observatorios astronómicos, etc., así como un sistema aritmético muy avanzado, calendarios más exactos que los europeos de aquella época, y la escritura más desarrollada del Nuevo Mundo.

En el siglo IX d.C. se produce un fenómeno enigmático en

el área maya: las principales ciudades son abandonadas, sus moradores desaparecen y muchos asentamientos quedan despoblados y a merced de la jungla hasta el siglo XVI, en el que colonizadores y exploradores van a ir descubriendo una serie de poblaciones y centros ceremoniales que, en su mayo-ría, ya eran sitios arqueológicos para los nativos.

A partir de aquel momento, la cultura maya no sería com-

prendida ni valorada adecuadamente, por lo que quedaría re-legada y casi olvidada durante varios siglos, hasta que en las últimas décadas, gracias al cambio general de mentalidad y a los múltiples descubrimientos arqueológicos, así como al des-ciframiento de su escritura, se ha reconocido que contenía un extraordinario nivel de civilización en todos los ámbitos.

Aunque en este tratado desarrollamos aspectos como el

marco geográfico y cronológico de los mayas, sus ciencias, lengua y escritura, las semejanzas entre las culturas maya y egipcia, los diversos y admirables calendarios mayas, sus li-bros sagrados y las predicciones y profecías que contienen, los mitos de la creación del mundo y la humanidad, el simbóli-co Juego de Pelota, el significado de Xibalbá o inframundo maya, etc., el objetivo principal del mismo es el de acercarnos a las enseñanzas que esa misteriosa cultura dejó plasmadas en sus leyendas, códices, tradiciones, estelas y monumentos.

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Se trata de mensajes dirigidos a la psiquis del hombre de

cualquier época y lugar, un conocimiento trascendental más allá del espacio que ocuparon y del tiempo en que vivieron, que resulta de gran actualidad para aquellos que buscan un desarrollo psíquico y anímico, ya que alude a realidades inter-nas del ser humano.

Para los mayas el tiempo era un fenómeno cíclico; estu-

diándolo llegaron a descubrir la existencia de diversos perío-dos repetitivos de cambios y transformaciones, unos más cor-tos y de tenues consecuencias y otros más largos e intensos, destacando, entre estos últimos, el denominado de la cuenta larga, el cual termina en el solsticio de invierno del año 2012, con la consecuente transformación en la humanidad.

Además de los conocimientos científicos y artísticos, los

mayas nos transmitieron un legado espiritual que muestra una forma más profunda y consciente de comprender nuestro pro-pio mundo, así como el camino del conocimiento de sí mismo, de la iniciación y del renacimiento interior. Es un sendero que nos conduce hacia las profundidades del Mayab, la tierra de los mayas, la tierra de los elegidos, nuestra tierra interior.

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Xpujil, Campeche

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XIBALBA, EL CAMINO INICIÁTICO

El Popol Vuh como vía de iniciación y renovación, contiene,

entre otras cosas, la narración pormenorizada de un descenso a los infiernos psicológicos en busca de la sabiduría que per-mite la activación de niveles de conciencia superiores en el ser humano.

El conocimiento esencial o trascendental solamente puede

obtenerse en la dimensión subterránea de la realidad, es de-cir, en el inframundo. Así, el conocerse a sí mismo, llegando a ver los procesos que se desarrollan en la profundidad del subconsciente, es imprescindible para el nacimiento o rena-cimiento interior. Es una vivencia que cada persona tiene que llevar a cabo en su recorrido por el camino del autoconoci-miento y desarrollo psíquico. El descenso a las propias infra-dimensiones es indispensable, viene recogido en todas las mitologías y enseñanzas tanto de oriente como de occidente, y en algunas de ellas, como es el caso de la mitología maya, con detalles y concreciones que sorprenden.

La historia de Ahpú, su muerte, su regreso y la renovación

por sus hijos Hunahpú e Ixbalanqué fue la metáfora principal para la renovación de la vida y el triunfo sobre la muerte. El maíz, la planta cultural más importante de los pueblos me-soamericanos, fue la base de este mito de vida, muerte y re-nacimiento y la relación entre hombres y seres divinos, o entre el hombre y su propia parte divinal.

El Xibalbá no es solamente el lugar o estado por el que

transitan las almas de los difuntos. Es también y fundamen-talmente una dimensión interior que conlleva el ingreso en ciertos estados de conciencia. Así, el Popol Vuh no muestra solamente el camino del alma que ha desencarnado, sino también el camino de la iniciación en vida que lleva al naci-miento interno o espiritual, un camino interior que lleva a la creación de un “nuevo hombre”. Puede considerarse el libro

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fundamental de los mayas, tanto a nivel cosmogónico como en el sentido de ¨código críptico¨ o guía en clave para el ca-minante interior, con un valor similar al que tenía la Odisea de Homero para los antiguos griegos.

Así pues, encierra la enseñanza que conduce al desarrollo

interno, al desarrollo del alma, y en este sentido, no se trata de recorrer una sola vez el camino hacia Xibalbá, sino de descender una y otra vez a nuestro interior, descubrir y elimi-nar de nuestro infraconsciente energías negativas, transfor-mándolas en luz, y regresar a nuestra superficie para seguir viviendo un poco más conscientes cada vez. A medida que el alma-conciencia cobra fuerza, el descenso será más profundo y más fructífero.

Cada elemento del mito de los gemelos divinos tiene una

realidad psíquica interior, nos está mostrando el camino hacia nuestro propio inframundo y las diferentes pruebas con las que aquel que inicie el descenso se enfrentará. Xibalbá es el mundo ligado a nuestro subconsciente. El descenso es una transición desde el mundo material a lo psíquico, a lo invisible, donde moran las causas y móviles de la existencia. Es el “mundo del más allá”, pero no solamente más allá de la muer-te, sino también más allá de las formas, de la personalidad, del limitado mundo de los cinco sentidos. Es una dimensión a la cual hay que descender, y así nos lo muestra la mitología universal. Muchos son los héroes e incluso dioses que des-cienden al mundo ¨subterráneo¨ por diferentes causas. Incluso hay ciertos lugares sobre la superficie de la tierra que son puertas hacia ese mundo del más allá, como por ejemplo la Cueva de Plutón o Plutonio en Eleusis, Grecia, o los hallazgos en Yucatán referidos anteriormente y los cenotes sagrados de los mayas.

Cuando se anhela un tipo de desarrollo superior, el alma-

conciencia tiene que “bajar”, “descender” al propio Xibalbá interior, al inframundo psíquico, a los niveles inconscientes en búsqueda de una mayor conciencia, porque lo que se ve en-cubre lo que no se ve y allí tiene su causa. Las auténticas

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causas de todo lo que somos y vivimos no se encuentran en este mundo tridimensional sino en niveles sumergidos de nuestra psiquis. Allí se encuentran los actores reales de nues-tra vida, la comprensión del mundo y de nosotros mismos ad-quiere otro nivel, y se empieza a tomar conciencia de la multi-tud de energías de todo tipo que conforman el mundo psíqui-co y que provocan todo lo que conocemos como “visible”. La enseñanza profunda que encierra este mito de los gemelos divinos es el aprendizaje de vivir desde la profundidad, y des-de allí ver que todo lo que existe y lo que somos, pensamos, sentimos y hablamos es una proyección, es proyectado por ciertas energías que actúan en niveles más profundos. Nos enseña a no identificarnos con el mundo material como si fue-ra lo único existente, cuando realmente es un débil reflejo de lo real, como la luz del sol que vemos es solamente el pálido destello del resplandeciente rostro de Kinich Ahau, el Sol espi-ritual. Esta es la base de los ritos mistéricos o Misterios, los cuales incorporaban la experiencia de la muerte como inicia-ción; el aspirante a iniciado tenía que vivir en la vida la expe-riencia de la muerte, no era alguien que esperara a morir físi-camente, moría aquí y ahora psíquicamente, y esa experien-cia le convertía en un renacido.

Los héroes gemelos del Popol Vuh son nuestra propia al-

ma-conciencia descendiendo a nuestro inframundo, luchando y superando las pruebas, eliminando las energías negativas que allí se encuentran, llevando la luz a la oscuridad, hacien-do consciente lo inconsciente y retornando a la superficie transformados en soles, en luz. Para llevar a cabo estos pro-cesos de transformación psíquica, hay que superar determi-nadas circunstancias, las denominadas “pruebas” que se pre-sentan durante el camino y en la región sumergida de nuestra propia psiquis. Se trata de una experiencia personal y tras-cendente. El Popol Vuh resume así las pruebas del Inframun-do:

“Numerosas las pruebas de Xibalbá; muchas suertes de

pruebas. La primera, la Mansión Tenebrosa, toda de oscuri-

dad al interior. La segunda, llamada Mansión de los Escalo-

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(Resto del capítulo no visible)

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EL JUEGO DE PELOTA

Ya conocemos que los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué,

como sus antecesores los Ahpú, fueron requeridos por los Señores de Xibalbá para celebrar una competición que se desarrollaría en el “Juego de Pelota”. Con este nombre desig-nan las culturas mesoamericanas el ámbito cósmico, terrestre y humano donde tiene lugar la eterna lucha entre las fuerzas opuestas, Luz y Oscuridad.

El Popol Vuh relata el inicio del último mundo a través de

un Juego de Pelota. Es el lugar y el momento del enfrenta-miento entre el inframundo y el supramundo, los seres de la oscuridad y los de la luz, los dioses de la muerte, contra los dioses astrales de la vida. Es la lucha de los contrarios cósmi-cos que hacen posible la existencia.

El Juego de Pelota es pues un “lugar” mítico, un espacio

mágico que fue representado sobre la tierra en forma de rec-tángulo limitado por muros paralelos, que simboliza el univer-so y con el que se vincula la creación del mundo y la aparición del sol en el amanecer de esta humanidad. Constituía un ritual de suma importancia, quizás el más trascendente para los mayas, ya que el mundo entero y el orden cósmico dependían de que la creación del último sol que relata el Popol Vuh se renovara una y otra vez.

Era una práctica atlético-religiosa. Jugar a la pelota era

un acto de magia que propiciaba el correcto desarrollo del cosmos y la existencia del universo así como la renovación del mundo. Los bajorrelieves, los textos asociados con el jue-go de pelota, así como el emplazamiento de los terrenos en los recintos sagrados, revelan que el juego simbolizaba la idea del antagonismo cósmico de los contrarios, y que el jue-go era un rito cuya finalidad era hacer propicio el movimiento de los astros.

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Sobre el “terreno de juego” dos equipos enfrentados esce-

nificaban la lucha entre las potencias opuestas simulando con los desplazamientos de la pelota los movimientos de los as-tros en el firmamento. El juego terminaba con la victoria de las fuerzas de la luz sobre la oscuridad y el nacimiento del nuevo sol. El juego de pelota constituía un rito en cuanto al via-je solar a través del mundo invisible en donde el sol se enfrentaba a las deidades del inframundo derrotándolas, victoria que se repite cada nuevo amanecer, con el sol na-ciente vencedor de las deidades del inframundo. Por tanto, esta práctica del juego de pelota está relacionada con la lucha de astros de luz contra aquellos que representan la os-curidad y era indispensable para mantener el movimiento del sol en el cielo, según la cosmovisión mesoamericana.

Esta incesante recreación en el plano físico de lo metafísi-

co era lo que mantenía la continuidad de lo creado. El conflic-to entre los gemelos divinos y los Señores de Xibalbá se reali-zó en la cancha del juego de pelota, y el medio de la confron-tación fue el juego. De este modo, el juego de pelota es la metáfora de la vida y la muerte (y la resurrección). La historia del juego de pelota, de los héroes y sus aventuras, tenía tam-bién una función “educativa” profunda, una función de educa-ción del alma. De modo similar a como los antiguos griegos utilizaban su mitología y hazañas heroicas e incluso el teatro para modelar el alma y el carácter del individuo, los mayas utilizaron los relatos del Popol Vuh, y en concreto el mito de los gemelos divinos y su recreación en los juegos de pelota

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para, con su ayuda, definir el carácter de los héroes, las obligaciones de los gobernantes y crear arquetipos psicológi-cos y morales para formar y remodelar correctamente el inte-rior de las personas. Así representaron la justicia, el crimen, la traición, la inteligencia, la paciencia, la pureza, el valor del sa-crificio... Los niños crecían aprendiendo el mito y generando dentro de sí la idea clara de lo que tenían que desarrollar y, por el contrario, lo que deberían evitar en su forma de ser y vivir. También era una forma de entrar en contacto con los misterios de la vida y de la muerte, así como la esperanza en el renacimiento y la glorificación.

Las creencias y los grandes misterios de los mayas que-

daron reflejados en sus relatos míticos y también en sus cons-trucciones sobre la superficie terrestre. Los mayas considera-ban que el plano físico es reflejo de planos metafísicos, su correspondencia, y por ello lo que realizaban en este mundo de tres dimensiones, especialmente los actos rituales que im-plicaban el manejo de energías, tenía una repercusión más allá del físico, en otros planos de la realidad. Esta es la razón, como sabemos, por la cual sus ciudades fueron construidas a imagen y semejanza del cosmos, y sus pirámides creadas pa-ra reflejar y acceder a otros niveles del universo. Cada gran ciudad tenía una cancha de juego de pelota en donde se re-producía el juego de pelota divino, se abría un portal que co-municaba con el más allá y se recreaba el tiempo y el espacio de la creación. Las obras humanas tanto individuales como colectivas debían integrarse perfectamente en el marco de los designios divinos ya que reconocían la existencia de poderes superiores al hombre a los que llamaban dioses, que eran los que creaban, guiaban y organizaban todo lo creado y con los cuales era necesario integrarse para formar parte armoniosa del universo.

Así pues hay una vinculación de la creación del sol con el

juego de pelota. La práctica de tal actividad equivalía a re-crear el encuentro originario de energías del que surgió el mundo. Era un rito de conservación del universo, pero tam-bién tenía una simbología interna como creación del sol

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interior ya que para los mayas todo el universo y sus procesos está o es susceptible de estar dentro del ser humano. Por ello el juego de pelota simbolizaba también la creación del univer-so interior, la lucha entre las fuerzas opuestas de luz y tinie-blas que se desarrolla en nuestro propio mundo psíquico que constituye el campo de juego de pelota interno. Ahí se desa-rrolla también el mito maya, ahí los héroes gemelos practican este juego con los Señores de la Muerte durante varios días y noches, desafiando al destino. A través de la victoria de la luz sobre la oscuridad se producirá también internamente la crea-ción del sol y la generación de un nuevo hombre que reflejará el universo.

En este nivel profundo y dentro del significado sagrado, el

juego de pelota tenía un carácter de rito de iniciación, a través de él se realizaba el tránsito de lo natural a lo sobrenatural, permitía generar energías sobrenaturales que propiciaban la comunicación directa con las divinidades. Representa la vía interior de regeneración, un camino psíquico donde cada ele-mento del mito tiene una realidad interna en el hombre. Dra-matiza la lucha que debemos sostener contra las fuerzas ne-gativas que habitan en nuestro interior siguiendo el ejemplo de los gemelos divinos que llegaron a una gloriosa transfor-mación a través del juego de pelota. Entonces, lejos de ser un juego, es la viva representación de la lucha que se sostiene día a día en cada uno de nosotros, alegorizada por la lucha entre los señores de Xibalbá, símbolo de nuestros defectos psicológicos y los señores Ahpu, los magos, símbolo de las partes positivas del ser humano. Toda la lucha principal suce-de en el juego de pelota que en este sentido es el propio ám-bito psíquico y espiritual del hombre.

El concepto maya de espiritualidad ha sido ignorado duran-

te mucho tiempo por nuestra civilización. Sin embargo, dada su profundidad y riqueza simbólica se debe considerar como una aportación excepcional al patrimonio de la humanidad, a la misma altura que su arte, arquitectura, ciencia o literatura.

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(Resto del capítulo no visible)

Juego de Pelota.

Marcador y Jugador

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Templo de las Inscripciones, Palenque

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PAKAL, EL SEÑOR DE PALENQUE

La ciudad de Palenque está situada en el actual estado de

Chiapas, México, y fue descubierta en 1773 por un grupo de soldados y misioneros españoles que llegaron al lugar cuando ya estaba abandonado. Fue conocido mundialmente a raíz del libro del célebre viajero y escritor LLoyd Stephens (1805-1852), escritor estadounidense que viajó a Yucatán entre los años 1841 y 1842 en compañía del dibujante y arquitecto in-glés Frederick Catherwood. Dicho escritor narró su viaje en el libro titulado “Incidentes de viaje en Yucatán”, el cual, ayuda-do por las magníficas láminas de Catherwood, suscitó un inte-rés generalizado por la enigmática civilización maya.

Palenque tuvo su apogeo entre el 600 y el 750 d.C., para

después decaer entre el 850 y el 900, al igual que sus vecinas Tikal, Copán y Bonampak. Es considerado como uno de los centros ceremoniales mayas más importantes y enclave ar-queológico y artístico de máximo interés. El conjunto monu-mental hasta ahora descubierto incluye además de “El Pala-cio”, tres estructuras piramidales distribuidas alrededor de lo que denominan “plaza” y en cuya cúspide se encuentras los recintos destinados a las prácticas rituales, los llamados Tem-plo del Sol, Templo de la Cruz y Templo de la Cruz foliada.

Sin embargo, quizás el más notable de los edificios de Pa-

lenque sea el llamado Templo de las Inscripciones que es una pirámide de 22.8 m de altura y el edificio más alto de la ciu-dad. Por sus puertas se penetra a una gran cámara aboveda-da, con tres paneles que contienen una de las inscripciones jeroglíficas más largas del mundo maya. Es una serie de 620 jeroglíficos con cuatro listas que narran la estirpe dinástica a lo largo de diez generaciones de Pakal, Señor de Palenque. En su totalidad aún no se han descifrado, pero parece eviden-te que hace referencia a personajes y dioses que protagoni-zan una historia que se remonta a miles de años atrás.

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Como es sabido, el simbolismo de la cruz es muy anterior

al cristianismo y lo podemos encontrar en culturas europeas,

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americanas y asiáticas como símbolo de liberación. Las ra-mas del Árbol del Mundo son recorridas en sentido transversal por una serpiente bicéfala, símbolo de la sabiduría, de la rea-leza y del renacimiento. Las cabezas que hay a cada extremo de la barra corresponden a dos dragones de cuyas fauces emergen dos divinidades, al oeste el dios de la oscuridad, y al este el dios de la luz.

Rodeando la lápida, y como enmarcando la escena, se en-

cuentra una franja celeste, con el glifo del sol diurno (kin) en la parte superior derecha o noreste y el símbolo de la noche u oscuridad en el extremo izquierdo o noroeste. El paso de Pa-kal de la vida a la muerte es representado así con el movi-miento del Sol de este a oeste. El Oeste es el rumbo de la en-trada al reino inferior por donde el sol penetra diariamente en Xibalbá. El astro, situado en el horizonte, está listo para zam-bullirse en el Inframundo guiando al rey difunto en las sendas del más allá. Además esta franja contiene elementos y glifos relacionados con las esferas celestiales. Así se enmarca el ámbito en el cual se desarrolla toda la escena quedando refle-jado que se trata de una realidad que no pertenece al mundo de los mortales, sino más bien al mundo del más allá donde se desarrollan los procesos de transición y transformación.

El rey aparece personificado como deidad del maíz, joven y

vigoroso, ya que está destinado a seguir el mismo proceso del dios: muerte, victoria en el camino probatorio y renacimiento. Ya conocemos que para las culturas mesoamericanas el maíz es sagrado, alegoriza o simboliza a la simiente humana. Es la materia divina de la cual los dioses formaron a los hombres. Entre los pueblos orientales, China, La India, Japón, etc., la simiente está alegorizada o simbolizada por el arroz y en los pueblos occidentales la semilla fue alegorizada o simbolizada por el trigo. Los pueblos precolombinos adoraron y rindieron culto al maíz, como símbolo de poderes místicos trascenden-tales. Hombre y maíz eran lo mismo. Y así como el grano en-terrado en la tierra germinaba y daba el fruto de la vida, el hombre depositado en el interior de la tierra después de muer-to había de germinar y brotar de nuevo vivo.

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Pakal tiene las rodillas flexionadas, las manos relajadas y

el rostro tranquilo, no cae aterrado, más bien desciende tran-sitando por el camino de la victoria sobre la muerte. El hueso prendido de su nariz ha sido interpretado como la muerte que lleva consigo la simiente del renacimiento. Según esto, el hueso sería la semilla de la resurrección.

Además, su figura está enmarcada en una especie de “te-

nazas” que surgen de la parte inferior de la lápida a modo de fauces abiertas de un gran animal que acogen a la figura real y que representan la boca del inframundo abierta que recibe al difunto.

Dos dragones, unidos por la mandíbula inferior, integran el

recipiente en forma de U que representa la entrada al mundo de los muertos. Como ya se ha visto anteriormente el dragón para los mayas es la energía primordial que abarca todos los mundos, y en este caso, encontramos la representación del dragón del inframundo hacia donde se dirige Pakal.

De ahí arranca el Árbol del Mundo, la ceiba, entidad sagra-

da y centro del Universo que recorre todos los mundos exten-diéndose hasta los cielos, simbolizados por un gran Pájaro Celestial en su copa. Del rey emerge el árbol de la vida como camino hacia los niveles superiores que el monarca está des-tinado a alcanzar. En la base del tronco del árbol se encuentra una enorme figura de una divinidad del inframundo como sím-bolo de lo sagrado, y aparece unida al cuerpo de Pakal for-mando una continuidad con el mismo.

Mientras desciende por el Árbol del Mundo, Pakal se asien-

ta sobre la cabeza de un monstruo solar en el que parece apoyarse y que constituye su guía en el más allá. La escena no representa algo estático, sino más bien un camino, un de-sarrollo, un proceso interno que tiene lugar más allá de la rea-lidad del mundo de los seres vivos.

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En conclusión, esta imagen presenta con todo detalle el descenso de Pakal al inframundo y cómo su alma renace en planos superiores. Aquí se encuentra toda la simbología clási-ca de la muerte y resurrección según las creencias mayas. Muestra la transición entre mundos ya que la propia lápida se divide claramente en tres secciones: primera, el mundo de los vivos representado por la parte horizontal del Árbol–Cruz, se-gunda y hacia abajo, el inframundo al que desciende el alma del difunto tras la muerte, y tercera y hacia arriba, los niveles celestes con representaciones del dios solar enmarcando el mítico ave del paraíso.

Así pues, en la lápida de Pakal están representados los

tres sectores del universo, y es de señalar que los mayas re-presentan el mundo de los vivos por la línea horizontal, ya que en la horizontalidad se desarrolla el mismo, mientras que los mundos del más allá, ya sea el inframundo o los cielos, se ubican en un camino de verticalidad.

En la línea horizontal tiene lugar lo que comúnmente lla-

mamos “vida”, es decir, el nacimiento, desarrollo, aconteci-mientos y la muerte. Sin embargo, si el hombre quiere entrar en contacto con los “otros mundos”, los que existen más allá de lo que comúnmente llamamos realidad, debe transitar en sentido vertical, primero hacia “abajo” y luego hacia “arriba”.

Todos los mundos se ubican en la propia psiquis y es

nuestra elección qué vía queremos recorrer. La “divinización” de Pakal, la transformación del hombre en

un ser divinal, no puede darse en la horizontalidad, este pro-ceso sólo puede tener lugar bien después de la muerte física o bien durante la vida mediante el descenso a las profundida-des de la psiquis, al Xibalbá interior, para ascender posterior-mente hacia Oxlahuntikú, los mundos celestes de Itzamná.

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