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Los miserables de victor hugo

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  • 1. LOS MISERABLES VCTOR HUGO

2. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright,bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obrapor cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamientoinformtico. 2003, ELALEPH.COM [email protected]://www.elaleph.com 3. VCTOR HUGOLOS MISERABLES Ediciones elaleph.com 4. PRIMERA PARTEFANTINALIBRO PRIMEROUn justo I Monseor MyrielEn 1815, era obispo de D. el ilustrsimo Carlos Francisco Bienve-nido Myriel, un anciano de unos setenta y cinco aos, que ocupaba esasede desde 1806. Quizs no ser intil indicar aqu los rumores y lashabladuras que haban circulado acerca de su persona cuando lleg porprimera vez a su dicesis.Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugaren su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hacen. El seorMyriel era hijo de un consejero del Parlamento de Aix, nobleza de toga.Se deca que su padre, pensando que heredara su puesto, lo haba casa-do muy joven. Se deca que Carlos Myriel, no obstante este matrimonio,haba dado mucho que hablar. Era de buena presencia, aunque de e s-tatura pequea, elegante, inteligente; y se deca que toda la primeraparte de su vida la haban ocupado el mundo y la galantera.Sobrevino la Revolucin; se precipitaron los sucesos; las familias li-gadas al antiguo rgimen, perseguidas, acosadas, se dispersaron, y Car-los Myriel emigr a Italia. Su mujer muri all de tisis. No haban tenidohijos. Qu pas despus en los destinos del seor Myriel? El hundimiento de la antigua sociedad francesa, la cada de su pro-pia familia, los trgicos espectculos del 93, hicieron germinar tal vez7ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DEJOSE ALBERTO DAZ ([email protected]) 5. V C T O R H U G Oen su alma ideas de retiro y de soledad? Nadie hubiera podido decirlo;slo se saba que a su vuelta de Italia era sacerdote. En 1804 el seor Myriel se desempeaba como cura de Brignolles.Era ya anciano y viva en un profundo retiro. Hacia la poca de la coronacin de Napolen, un asunto de su pa-rroquia lo llev a Pars; y entre otras personas poderosas cuyo amparofue a solicitar en favor de sus feligreses, visit al cardenal Fesch. Un daen que el Emperador fue tambin a visitarlo, el digno cura que esperabaen la antesala se hall al paso de Su Majestad Imperial. Napolen, no-tando la curiosidad con que aquel anciano lo miraba, se volvi, y dijobruscamente: Quin es ese buen hombre que me mira? Majestad dijo el seor Myriel, vos miris a un buen hombre y yomiro a un gran hombre. Cada uno de nosotros puede beneficiarse de loque mira. Esa misma noche el Emperador pidi al cardenal el nombre deaquel cura y algn tiempo despus el seor Myriel qued sorprendido alsaber que haba sido nombrado obispo de D. Lleg a D. acompaado de su hermana, la seorita Baptistina, diezaos menor que l. Por toda servidumbre tenan a la seora Magloire,una criada de la misma edad de la hermana del obispo. La seorita Baptistina era alta, plida, delgada, de modales muysuaves. Nunca haba sido bonita, pero al envejecer adquiri lo que sepodra llamar la belleza de la bondad. Irradiaba una transparencia atravs de la cual se vea, no a la mujer, sino al ngel. La seora Magloire era una viejecilla blanca, gorda, siempre afanaday siempre sofocada, tanto a causa de su actividad como de su asma. A su llegada instalaron al seor Myriel en su palacio episcopal, contodos los honores dispuestos por los decretos imperiales, que clasifica-ban al obispo inmediatamente despus del mariscal de campo. Terminada la instalacin, la poblacin aguard a ver cmo se con-duca su obispo. II El seor Myriel se convierte en monseor BienvenidoEl palacio episcopal de D. estaba contiguo al hospital, y era unvasto y hermoso edificio construido en piedra a principios del ltimo 8 6. L O SM I S E R A B L E Ssiglo. Todo en l respiraba cierto aire de grandeza: las habitaciones delobispo, los salones, las habitaciones interiores, el patio de honor muyamplio con galeras de arcos segn la antigua costumbre florentina, losjardines plantados de magnficos rboles. El hospital era una casa estrecha y baja, de dos pisos, con un pe-queo jardn atrs. Tres das despus de su llegada, el obispo visit el hospital. Termi-nada la visita, le pidi al director que tuviera a bien acompaarlo a supalacio. Seor director le dijo una vez llegados all: cuntos enfermostenis en este momento? Veintisis, monseor. Son los que haba contado dijo el obispo. Las camas replic el director estn muy prximas las unas a lasotras. Lo haba notado. Las salas, ms que salas, son celdas, y el aire en ellas se renueva di-fcilmente. Me haba parecido lo mismo. Y luego, cuando un rayo de sol penetra en el edificio, el jardn esmuy pequeo para los convalecientes. Tambin me lo haba figurado. En tiempo de epidemia, este ao hemos tenido el tifus, se juntantantos enfermos; ms de ciento, que no sabemos qu hacer. Ya se me haba ocurrido esa idea. Qu queris, monseor! dijo el director: es menester resignarse. Esta conversacin se mantena en el comedor del piso bajo. El obispo call un momento; luego, volvindose sbitamente haciael director del hospital, pregunt: Cuntas camas creis que podrn caber en esta sala? En el comedor de Su Ilustrsima? exclam el director estupe-facto. El obispo recorra la sala con la vista, y pareca que sus ojos toma-ban medidas y hacan clculos. Bien veinte camas dijo como hablando consigo mismo; despus,alzando la voz, aadi: Mirad, seor director, aqu evidentemente hayun error. En el hospital sois veintisis personas repartidas en cinco oseis pequeos cuartos. Nosotros somos aqu tres y tenemos sitio para 9 7. V C T O R H U G Osesenta. Hay un error, os digo; vos tenis mi casa y yo la vuestra. De-volvedme la ma, pues aqu estoy en vuestra casa. Al da siguiente, los veintisis enfermos estaban instalados en elpalacio del obispo, y ste en el hospital. Monseor Myriel no tena bienes. Su hermana cobraba una rentavitalicia de quinientos francos y monseor Myriel reciba del Estado,como obispo, una asignacin de quince mil francos. El da mismo enque se traslad a vivir al hospital, el prelado determin de una vez parasiempre el empleo de esta suma, del modo que consta en la nota quetranscribimos aqu, escrita de su puo y letra: Lista de dos gastos de mi casa Para el seminario 1500 Congregacin de la misin 100 Para los lazaristas de Montdidier 100 Seminario de las misiones extranjeras de Pars 200 Congregacin del Espritu Santo 150 Establecimientos religiosos de la Tierra Santa 100 Sociedades para madres solteras 350 Obra para mejora de las prisiones 400 Obra para el alivio y rescate de los presos 500 Para libertar a padres de familia presos por deudas 1000 Suplemento a la asignacin de los maestros de escuela de la di-cesis 2000 Cooperativa de los Altos Alpes 100 Congregacin de seoras para la enseanza gratuita de niaspobres 1500 Para los pobres 6000 Mi gasto personal 1000 Total 15000Durante todo el tiempo que ocup el obispado de D., monseorMyriel no cambi en nada este presupuesto, que fue aceptado con a b-soluta sumisin por la seorita Baptistina. Para aquella santa mujer,monseor Myriel era a la vez su hermano y su obispo; lo amaba y loveneraba con toda su sencillez. 10 8. L O S M I S E R A B L E S Al cabo de algn tiempo afluyeron las ofrendas de dinero. Los quetenan y los que no tenan llamaban a la puerta de monseor Myriel, losunos yendo a buscar la limosna que los otros acababan de depositar. Enmenos de un ao el obispo lleg a ser el tesorero de todos los benefi-cios, y el cajero de todas las estrecheces. Grandes sumas pasaban porsus manos pero nada haca que cambiara o modificase su gnero devida, ni que aadiera lo ms nfimo de lo superfluo a lo que le era pu-ramente necesario. Lejos de esto, como siempre hay abajo ms miseria que fraternidadarriba, todo estaba, por decirlo as, dado antes de ser recibido. Es costumbre que los obispos encabecen con sus nombres de bau-tismo sus escritos y cartas pastorales. Los pobres de la comarca habanelegido, con una especie de instinto afectuoso, de todos los nombresdel obispo aquel que les ofreca una significacin adecuada; y entre ellosslo le designaban como monseor Bienvenido. Haremos lo que ellos ylo llamaremos del mismo modo cuando sea ocasin. Por lo dems, alobispo le agradaba esta designacin. Me gusta ese nombre deca: Bienvenido suaviza un poco lo demonseor. III Las obras en armona con las palabras Su conversacin era afable y alegre; se acomodaba a la mentalidadde las dos ancianas que pasaban la vida a su lado: cuando rea, era surisa la de un escolar. La seora Magloire lo llamaba siempre "Vuestra Grandeza". Un damonseor se levant de su silln y fue a la biblioteca a buscar un libro. Estaba ste en una de las tablas ms altas del estante, y como elobispo era de corta estatura, no pudo alcanzarlo. Seora Magloire dijo, traedme una silla, porque mi Grandezano alcanza a esa tabla. No condenaba nada ni a nadie apresuradamente y sin tener encuenta las circunstancias; y sola decir: Veamos el camino por donde hapasado la falta. Siendo un ex pecador, como se calificaba a s mismo sonriendo, notena ninguna de las asperezas del rigorismo, y profesaba muy alto, sin 11 9. V C T O R H U G Ocuidarse para nada de ciertos fruncimientos de cejas, una doctrina quepodra resumirse en estas palabras: "El hombre tiene sobre s la carne, que es a la vez su carga y sutentacin. La lleva, y cede a ella. Debe vigilarla, contenerla, reprimirla;mas si a pesar de sus esfuerzos cae, la falta as cometida es venial. Esuna cada; pero cada sobre las rodillas, que puede transformarse y aca-bar en oracin". Frecuentemente escriba algunas lneas en los mrgenes del libroque estaba leyendo. Como stas: "Oh, Vos, quin sois? El Eclesistico os llama Todopoderoso; losMacabeos os nombran Creador; la Epstola a los Efesios os llama.Libertad; Baruch os nombra Inmensidad; los Salmos os llaman Sabidu-ra y Verdad; Juan os llama Luz; los reyes os nombran Seor; el xodoos apellida Providencia; el Levtico, Santidad; Esdras, Justicia; la crea-cin os llama Dios; el hombre os llama Padre; pero Salomn os llamaMisericordia, y ste es el ms bello de vuestros nombres". En otra parte haba escrito: "No preguntis su nombre a quien ospide asilo. Precisamente quien ms necesidad tiene de asilo es el quetiene ms dificultad en decir su nombre". Aada tambin: "A los ignorantes enseadles lo ms que podis; la sociedad es cul-pable por no dar instruccin gratis; es responsable de la oscuridad quecon esto produce. Si un alma sumida en las tinieblas comete un pecado,el culpable no es en realidad el que peca, sino el que no disipa las tinie-blas". Como se ve, tena un modo extrao y peculiar de juzgar las cosas.Sospecho que lo haba tomado del Evangelio. Un da oy relatar una causa clebre que se estaba instruyendo, yque muy pronto deba sentenciarse. Un infeliz, por amor a una mujer yal hijo que de ella tena, falto de todo recurso, haba acuado monedafalsa. En aquella poca se castigaba este delito con la pena de muerte.La mujer fue apresada al poner en circulacin la primera moneda falsafabricada por el hombre. El obispo escuch en silencio. Cuando co n-cluy el relato, pregunt: Dnde se juzgar a ese hombre y a esa mujer? En el tribunal de la Audiencia. Y replic:12 10. L O S M I S E R A B L E S Y dnde juzgarn al fiscal? Cuando paseaba apoyado en un gran bastn, se dira que su pasoesparca por donde iba luz y animacin. Los nios y los ancianos salanal umbral de sus puertas para ver al obispo. Bendeca y lo bendecan. Acualquiera que necesitara algo se le indicaba la casa del obispo. Visitabaa los pobres mientras tena dinero, y cuando ste se le acababa, visitabaa los ricos. Haca durar sus sotanas mucho tiempo, y como no quera que na-die lo notase, nunca se presentaba en pblico sino con su traje de obis-po, lo cual en verano le molestaba un poco. Su comida diaria se compona de algunas legumbres cocidas enagua, y de una sopa. Ya dijimos que la casa que habitaba tena slo dos pisos. En el bajohaba tres piezas, otras tres en el alto, encima un desvn, y detrs de lacasa, el jardn; el obispo habitaba el bajo. La primera pieza, que daba ala calle, le serva de comedor; la segunda, de dormitorio, y de oratorio latercera. No se poda salir del oratorio sin pasar por el dormitorio, ni deste sin pasar por el comedor. En el fondo del oratorio haba una alco-ba cerrada, con una cama para cuando llegaba algn husped. El obisposola ofrecer esta cama a los curas de aldea, cuyos asuntos parroquialeslos llevaban a D. Haba adems en el jardn un establo, que era la antigua cocina delhospital, y donde el obispo tena dos vacas. Cualquiera fuera la cantidadde leche que stas dieran, enviaba invariablemente todas las maanas lamitad a los enfermos del hospital. "Pago mis diezmos", deca. Un aparador, convenientemente revestido de mantelitos blancos,serva de altar y adornaba el oratorio de Su Ilustrsima. Pero el ms bello altar deca es el alma de un infeliz consoladoen su infortunio, y que da gracias a Dios. No es posible figurarse nada ms sencillo que el dormitorio delobispo. Una puertaventana que daba al jardn; enfrente, la cama, unacama de hospital, con colcha de sarga verde; detrs de una cortina, losutensilios de tocador, que revelaban todava los antiguos hbitos ele-gantes del hombre de mundo; dos puertas, una cerca de la chimeneaque daba paso al oratorio; otra cerca de la biblioteca que daba paso alcomedor. La biblioteca era un armario grande con puertas vidrieras,lleno de libros; la chimenea era de madera, pero pintada imitando mr-mol, habitualmente sin fuego. Encima de la chimenea, un crucifijo de13 11. V C T O RH U G Ocobre, que en su tiempo fue plateado, estaba clavado sobre terciopelonegro algo rado y colocado bajo un dosel de madera; cerca de la puer-taventana haba una gran mesa con un tintero, repleta de papeles ygruesos libros. La casa, cuidada por dos mujeres, respiraba de un extremo al otrouna exquisita limpieza. Era el nico lujo que el obispo se permita. De ldeca: "Esto no les quita nada a los pobres". Menester es confesar, sin embargo, que le quedaban de lo que enotro tiempo haba posedo seis cubiertos de plata y un cucharn, que laseora Magloire miraba con cierta satisfaccin todos los das reluciresplndidamente sobre el blanco mantel de gruesa tela. Y como procu-ramos pintar aqu al obispo de D. tal cual era, debemos aadir que msde una vez haba dicho: " Renunciara difcilmente a comer con c u-biertos que no fuesen de plata". A estas alhajas deben aadirse dos grandes candeleros de plata ma-ciza que eran herencia de una ta abuela. Aquellos candeleros sostenandos velas de cera, y habitualmente figuraban sobre la chimenea delobispo. Cuando haba convidados a cenar, la seora Magloire encendalas dos velas y pona los dos candelabros en la mesa. A la cabecera de la cama del obispo, haba pequea alacena, dondela seora Magloire guardaba todas las noches los seis cubiertos de platay el cucharn. Debemos aadir que nunca quitaba la llave de la cerradu-ra. La seora Magloire cultivaba legumbres en el jardn; el obispo, porsu parte, haba sembrado flores en otro rincn. Crecan tambin algu-nos rboles frutales. Una vez, la seora Magloire dijo a Su Ilustrsima con cierta dulcemalicia: Monseor, vos que sacis partido de todo, tenis ah un pedazo detierra intil. Ms valdra que eso produjera frutos que flores. Seora Magloire respondi el obispo, os engais: lo bello valetanto como lo til. Y aadi despus de una pausa: Tal vez ms. 14 12. LIBRO SEGUNDO La cada ILa noche de un da de marcha En los primeros das del mes de octubre de 1815, como una horaantes de ponerse el sol, un hombre que viajaba a pie entraba en la pe-quea ciudad de D. Los pocos habitantes que en aquel momento esta-ban asomados a sus ventanas o en el umbral de sus casas, miraron aaquel viajero con cierta inquietud. Difcil sera hallar un transente deaspecto ms miserable. Era un hombre de mediana estatura, robusto, deunos cuarenta y seis a cuarenta y ocho aos. Una gorra de cuero convisera calada hasta los ojos ocultaba en parte su rostro tostado por elsol y todo cubierto de sudor. Su camisa, de una tela gruesa y amarillen-ta, dejaba ver su velludo pecho; llevaba una corbata retorcida como unacuerda; un pantaln azul usado y roto; una vieja chaqueta gris hechajirones; un morral de soldado a la espalda, bien repleto, bien cerrado ynuevo; en la mano un enorme palo nudoso, los pies sin medias, calza-dos con gruesos zapatos claveteados. Sus cabellos estaban cortados al rape y, sin embargo, erizados, por-que comenzaban a crecer un poco y pareca que no haban sido corta-dos haca algn tiempo. Nadie lo conoca. Evidentemente era forastero. De dnde vena?Deba haber caminado todo el da, pues se vea muy fatigado. Se dirigi hacia el Ayuntamiento. Entr en l y volvi a salir uncuarto de hora despus. Un gendarme estaba sentado a la puerta. Elhombre se quit la gorra y lo salud humildemente. Haba entonces en D. una buena posada que, segn la muestra, setitulaba "La Cruz de Colbas", y hacia ella se encamin el hombre. Entr 15 13. V C T O R H U G Oen la cocina; todos los hornos estaban encendidos y un gran fuego ardaalegremente en la chimenea. El posadero estaba muy ocupado en vigilarla excelente comida destinada a unos carreteros, a quienes se oa hablary rer ruidosamente en la pieza inmediata. Al or abrirse la puerta pre-gunt sin apartar la vista de sus cacerolas: Qu ocurre? Cama y comida dijo el hombre. A1 momento replic el posadero. Entonces volvi la cabeza, dio una rpida ojeada al viajero, y aa-di: Pagando, por supuesto. El hombre sac una bolsa de cuero del bolsillo de su chaqueta ycontest: Tengo dinero. En ese caso, al momento os atiendo. El hombre guard su bolsa; se quit el morral, conserv su palo enla mano, y fue a sentarse en un banquillo cerca del fuego. Entretanto eldueo de casa, yendo y viniendo de un lado para otro, no haca ms quemirar al viajero. Se come pronto? pregunt ste. En seguida dijo el posadero. Mientras el recin llegado se calentaba con la espalda vuelta al po-sadero, ste sac un lpiz del bolsillo, rasg un pedazo de peridico,escribi en el margen blanco una lnea o dos, lo dobl sin cerrarlo, yentreg aquel papel a un muchacho que pareca servirle a la vez de pin-che y de criado; despus dijo una palabra al odo del chico y ste mar-ch corriendo en direccin al Ayuntamiento. El viajero nada vio. Volvi a preguntar otra vez: Comeremos pronto? En seguida. Volvi el muchacho: traa un papel. El husped lo desdobl apresu-radamente como quien est esperando una contestacin. Ley atenta-mente, movi la cabeza y permaneci pensativo. Por fin dio un pasohacia el viajero que pareca sumido en no muy agradables ni tranquilasreflexiones. Buen hombre le dijo, no puedo recibiros en mi casa. 16 14. L O S M I S E R A B L E S El hombre se enderez sobre su asiento. Cmo! Temis que no pague el gasto? Que cobrar anticipa-risdo? Os digo que tengo dinero. No es eso. Pues qu? Vos tenis dinero. He dicho que s. Pero yo dijo el posadero no tengo cuarto que daros. El hombre replic tranquilamente: Dejadme un sitio en la cuadra. No puedo. Por qu? Porque los caballos la ocupan toda. Pues bien insisti el viajero, ya habr un rincn en el pajar, y unpoco de paja no faltar tampoco. Lo arreglaremos despus de comer. No puedo daros de comer. Esta declaracin hecha con tono mesurado pero firme, pareci gra-ve al forastero, el cual se levant y dijo: Me estoy muriendo de hambre! Vengo caminando desde que sa-li el sol; pago y quiero comer. Yo no tengo qu daros dijo el posadero. El hombre solt una carcajada y volvindose hacia los hornos, pre-gunt: Nada? Y todo esto? Todo esto est ya comprometido por los carreteros que estn alldentro. Cuntos son? Doce. All hay comida para veinte. Lo han encargado todo, y adems me lo han pagado adelantado. El hombre se sent, y sin alzar la voz dijo: Estoy en la hostera; tengo hambre y me quedo. El posadero se inclin entonces hacia l, y le dijo con un acentoque le hizo estremecer: Marchaos. El viajero estaba en aquel momento encorvado, y empujaba algunasbrasas con la contera de su garrote. Se volvi bruscamente, y como 17ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DEJOSE ALBERTO DAZ ([email protected]) 15. V C T O RH U G Oabriera la boca para replicar, el husped lo mir fijamente y aadi envoz baja: Mirad, basta de conversacin. Queris que os diga vuestro nom-bre? Os llamis Jean Valjean. Ahora, queris que os diga tambin loque sois? Al veros entrar sospech algo; envi a preguntar al Ayunta-miento, y ved lo que me han contestado: sabis leer? Al hablar as presentaba al viajero el papel que acababa de ir desdela hostera a la alcalda y de sta a aqulla. El hombre fij en l una mi-rada. Baj la cabeza, recogi el morral y se march. Camin algn tiempo a la ventura por calles que no conoca, olvi-dando el cansancio, como sucede cuando el nimo est triste. Depronto se sinti aguijoneado por el hambre; la noche se acercaba. Miren derredor para ver si descubra alguna humilde taberna donde pasar lanoche. Precisamente arda una luz al extremo de la calle y hacia all se diri-gi. Era en efecto una taberna. El viajero se detuvo un momento, mirpor los vidrios de la sala, iluminada por una pequea lmpara colocadasobre una mesa y por un gran fuego que arda en la chimenea. Algunoshombres beban. El tabernero se calentaba. La llama haca cocer elcontenido de una marmita de hierro, colgada de una cadena en mediodel hogar. El viajero no se atrevi a entrar por la puerta de la calle. Entr en elcorral, se detuvo de nuevo, luego levant tmidamente el pestillo y em-puj la puerta. Quin va? dijo el amo. Uno que quiere comer y dormir. Las dos cosas pueden hacerseaqu. Entr. Todos se volvieron hacia l. El tabernero le dijo: Aqu tenis fuego. La cena se cuece en la marmita; venid a calen-taros. El viajero fue a sentarse junto al hogar y extendi hacia el fuego suspies doloridos por el cansancio. Dio la casualidad que uno de los que estaban sentados junto a lamesa antes de ir all haba estado en la posada de La Cruz de Colbas. Desde el sitio en que estaba hizo al tabernero una sea impercepti-ble. Este se acerc a l y hablaron algunas palabras en voz baja. El tabernero se acerc a la chimenea, puso bruscamente la mano enel hombro del viajero y le dijo: 18 16. L O S M I S E R A B L E S Vas a largarte de aqu. El viajero se volvi, y contest con dulzura: Ah! Sabis...? S. Que no me han admitido en la posada? Y yo lo echo de aqu. Pero, dnde queris que vaya? A cualquier parte. El hombre cogi su garrote y su morral y se march. Pas por de-lante de la crcel. A la puerta colgaba una cadena de hierro unida a unacampana. Llam. Abriose un postigo. Buen carcelero le dijo quitndose respetuosamente la gorra,queris abrirme y darme alojamiento por esta noche? Una voz le contest: La crcel no es una posada. Haced que os prendan y se os abrir. El postigo volvi a cerrarse. Entr en una callejuela a la cual daban muchos jardines. El vientofro de los Alpes comenzaba a soplar. A la luz del expirante da el f o-rastero descubri una caseta en uno de aquellos jardines que costeabanla calle. Pens que sera alguna choza de las que levantan los peonescamineros a orillas de las carreteras. Senta fro y hambre. Estaba resig-nado a sufrir sta, pero contra el fro quera encontrar un abrigo. Gene-ralmente esta clase de chozas no estn habitadas por la noche. Logrpenetrar a gatas en su interior. Estaba caliente, y adems hall en ellauna buena cama de paja. Se qued por un momento tendido en aquellecho, agotado. De pronto oy un gruido: alz los ojos y vio que porla abertura de la choza asomaba la cabeza de un mastn enorme. El sitio en donde estaba era una perrera. Se arrastr fuera de la choza como pudo, no sin agrandar los desga-rrones de su ropa. Sali de la ciudad, esperando encontrar algn rbol oalguna pila de heno que le diera abrigo. Pero hay momentos en quehasta la naturaleza parece hostil; volvi a la ciudad. Seran como lasocho de la noche. Como no conoca las calles, volvi a comenzar supaseo a la ventura. Cuando pas por la plaza de la catedral, ense elpuo a la iglesia en seal de amenaza. Destrozado por el cansancio, yno esperando ya nada se ech sobre un banco de piedra. Una ancianasala de la iglesia en aquel momento, y vio a aquel hombre tendido en laoscuridad. 19 17. V C T O RH U G O Qu hacis, buen amigo? le pregunt. Ya lo veis, buena mujer, me acuesto le contest con voz colricay dura. Por qu no vais a la posada? Porque no tengo dinero. Ah, qu lstima! dijo la anciana. No llevo en el bolsillo ms quecuatro sueldos. Ddmelos. El viajero tom los cuatro sueldos. Con tan poco no podis alojaros en una posada continu ella.Habis probado, sin embargo? Es posible que pasis as la noche?Tendris sin duda fro y hambre. Debieran recibiros por caridad. He llamado a todas las puertas y de todas me han echado. La mujer toc el hombro al viajero, y le seal al otro extremo dela plaza una puerta pequea al lado del palacio arzobispal. Habis llamado repiti a todas las puertas? S. Habis llamado a aqulla? No. Pues llamad all.IILa prudencia aconseja a la sabiduraAquella noche el obispo de D., despus de dar un paseo por la ciu-dad, permaneci hasta bastante tarde encerrado en su cuarto. A lasocho trabajaba todava con un voluminoso libro abierto sobre las rodi-llas, cuando la seora Magloire entr, segn su costumbre, a sacar laplata del cajn colocado junto a la cama.Poco despus el obispo, sabiendo que su hermana lo esperaba paracenar, cerr su libro y entr en el comedor. En ese momento, la seoraMagloire hablaba con singular viveza. Se refera a un asunto que le erafamiliar, y al cual el obispo estaba ya acostumbrado. Tratbase del c e-rrojo de la puerta principal.Parece que yendo a hacer algunas compras para la cena haba odoreferir ciertas cosas en distintos sitios. Se hablaba de un vagabundo demala catadura; se deca que haba llegado un hombre sospechoso, quedeba estar en alguna parte de la ciudad, y que podan tener un mal 20 18. L O SM I S E R A B L E Sencuentro los que aquella noche se olvidaran de recogerse temprano yde cerrar bien sus puertas.Hermano, oyes lo que dice la seora Magloire? pregunt la s - eorita Baptistina.He odo vagamente algo contest el obispo.Despus, levantando su rostro cordial y francamente alegre, ilumi-nado por el resplandor del fuego, aadi:Veamos: qu hay? Qu sucede? Nos ame naza algn peligro?Entonces la seora Magloire comenz de nuevo su historia, exage-rndola un poco sin querer y sin advertirlo. Decase que un gitano, undesarrapado, una especie de mendigo peligroso, se hallaba en la ciudad.Haba tratado de quedarse en la posada, donde no se le quiso recibir. Sele haba visto vagar por las calles al obscurecer. Era un hombre de as-pecto terrible, con un morral y un bastn.De veras? dijo el obispo.Y como monseor nunca pone llave a la puerta y tiene la costum-bre de permitir siempre que entre cualquiera...En ese momento se oy llamar a la puerta con violencia.Adelante! dijo el obispo.IIIHerosmo de la obediencia pasiva La puerta se abri. Pero se abri de par en par, como si alguien laempujase con energa y resolucin. Entr un hombre. A este hombre loconocemos ya. Era el viajero a quien hemos visto vagar buscando asilo.Entr, dio un paso y se detuvo, dejando detrs de s la puerta abierta.Llevaba el morral a la espalda; el palo en la mano; tena en los ojos unaexpresin ruda, audaz, cansada y violenta. Era una aparicin siniestra. La seora Magloire no tuvo fuerzas para lanzar un grito. Se estre-meci y qued muda a inmvil como una estatua. La seorita Baptistina se volvi, vio al hombre que entraba, y me-dio se incorpor, aterrada. Luego mir a su hermano, y su rostro adqui-ri una expresin de profunda calma y serenidad. El obispo fijaba en el hombre una mirada tranquila. Al abrir los labios sin duda para preguntar al recin llegado lo quedeseaba, ste apoy ambas manos en su garrote, pos su mirada en el 21 19. V C T O R H U G Oanciano y luego en las dos mujeres, y sin esperar a que el obispo hablasedijo en alta voz:Me llamo Jean Valjean: soy presidiario. He pasado en presidio die-cinueve aos. Estoy libre desde hace cuatro das y me dirijo a Pontar-lier. Vengo caminando desde Toln. Hoy anduve doce leguas a pie.Esta tarde, al llegar a esta ciudad, entr en una posada, de la cual medespidieron a causa de mi pasaporte amarillo, que haba presentado enla alcalda, como es preciso hacerlo. Fui a otra posada, y me echaronfuera lo mismo que en la primera. Nadie quiere recibirme. He ido a lacrcel y el carcelero no me abri. Me met en una perrera, y el perro memordi. Parece que saba quin era yo. Me fui al campo para dormir alcielo raso; pero ni aun eso me fue posible, porque cre que iba a llover yque no habra un buen Dios que impidiera la lluvia; y volv a entrar enla ciudad para buscar en ella el quicio de una puerta. Iba a echarme ahen la plaza sobre una piedra, cuando una buena mujer me ha sealadovuestra casa, y me ha dicho: llamad ah. He llamado: Qu casa es sta?Una posada? Tengo dinero. Ciento nueve francos y quince sueldos quehe ganado en presidio con mi trabajo en diecinueve aos. Pagar. Estoymuy cansado y tengo hambre: queris que me quede?Seora Magloire dijo el obispo, poned un cubierto ms.El hombre dio unos pasos, y se acerc al veln que estaba sobre lamesa.Mirad dijo, no me habis comprendido bien: soy un presidiario.Vengo de presidio y sac del bolsillo una gran hoja de papel amarilloque desdobl. Ved mi pasaporte amarillo: esto sirve para que meechen de todas partes. Queris leerlo? Lo leer yo; s leer, aprend enla crcel. Hay all una escuela para los que quieren aprender. Ved lo quehan puesto en mi pasaporte: "Jean Valjean, presidiario cumplido, natu-ral de..." esto no hace al caso... "Ha estado diecinueve aos en presidio:cinco por robo con fractura; catorce por haber intentado evadirse cua-tro veces. Es hombre muy peligroso." Ya lo veis, todo el mundo metiene miedo. Queris vos recibirme? Es esta una posada? Querisdarme comida y un lugar donde dormir? Tenis un establo?Seora Magloire dijo el obispo, pondris sbanas limpias en lacama de la alcoba.La seora Magloire sali sin chistar a ejecutar las rdenes que habarecibido.El obispo se volvi hacia el hombre y le dijo:22 20. L O SM I S E R A B L E S Caballero, sentaos junto al fuego; dentro de un momento cenare-mos, y mientras cenis, se os har la cama. La expresin del rostro del hombre, hasta entonces sombra y dura,se cambi en estupefaccin, en duda, en alegra. Comenz a balbucearcomo un loco: Es verdad? Cmo! Me recibs? No me echis? A m? A unpresidiario? Y me llamis caballero? Y no me tuteis? Y no me decs:"sal de aqu, perro!" como acostumbran decirme? Yo crea que tampo-co aqu me recibiran; por eso os dije en seguida lo que soy. Oh, graciasa la buena mujer que me envi a esta casa voy a cenar y a dormir en unacama con colchones y sbanas como todo el mundo! Una cama! Hacediecinueve aos que no me acuesto en una cama. Sois personas muybuenas. Tengo dinero: pagar bien. Dispensad, seor posadero: cmoos llamis? Pagar todo lo que queris. Sois un hombre excelente. Soisel posadero, no es verdad? Soy dijo el obispo un sacerdote que vive aqu. Un sacerdote! dijo el hombre. Oh, un buen sacerdote! Enton-ces no me peds dinero? Sois el cura, no es esto? El cura de esta igl -esia? Mientras hablaba haba dejado el saco y el palo en un rincn, guar-dado su pasaporte en el bolsillo y tomado asiento. La seorita Baptisti-na lo miraba con dulzura. Sois muy humano, seor cura continu diciendo; vos no des-preciis a nadie. Es gran cosa un buen sacerdote. De modo que notenis necesidad de que os pague? No dijo el obispo, guardad vuestro dinero. Cunto tenis? Nome habis dicho que ciento nueve francos? Y quince sueldos aadi el hombre. Ciento nueve francos y quince sueldos. Y cunto tiempo os hacostado ganar ese dinero? Diecinueve aos!El obispo suspir profundamente. El hombre prosigui:Todava tengo todo mi dinero. En cuatro das no he gastado msque veinticinco sueldos, que gan ayudando a descargar unos carros enGrasse.El obispo se levant a cerrar la puerta, que haba quedado comple-tamente abierta. 23 21. V C T O RH U G O La seora Magloire volvi, con un cubierto que puso en la mesa. Seora Magloire dijo el obispo, poned ese cubierto lo ms cercaposible de la chimenea. Y se volvi hacia el husped: El viento de lanoche es muy crudo en los Alpes. Tenis fro, caballero? Cada vez que pronunciaba la palabra caballero con voz dulcementegrave, se iluminaba la fisonoma del husped. Llamar caballero a un pre-sidiario, es dar un vaso de agua a un nufrago de la Medusa. La ignomi-nia est sedienta de consideracin. Esta luz alumbra muy poco prosigui el obispo. La seora Magloire lo oy; tom de la chimenea del cuarto de SuIlustrsima los dos candelabros de plaza, y los puso encendidos en lamesa. Seor cura dijo el hombre, sois bueno; no me despreciis, merecibs en vuestra casa. Encendis las velas para m. Y sin embargo, noos he ocultado de donde vengo, y que soy un miserable. El obispo, que estaba sentado a su lado, le toc suavemente la ma-no: No tenis que decirme quien sois. Esta no es mi casa, es la casa deJesucristo. Esa puerta no pregunta al que entra por ella si tiene unnombre, sino si time algn dolor. Padecis; tenis hambre y sed; puessed bien venido. No melo agradezcis; no me digis que os recibo en micasa. Aqu no est en su casa ms que el que necesita asilo. Vos quepasis por aqu, estis en vuestra casa ms que en la ma. Todo lo quehay aqu es vuestro. Para qu necesito saber vuestro nombre? Adems,tenis un nombre que antes que me lo dijeseis ya lo saba. El hombre abri sus ojos asombrado. De veras? Sabais cmo me llamo? S respondi el obispo, os llamis mi hermano! Ah, seor cura! exclam el viajero. Antes de entrar aqu tenamucha hambre; pero sois tan bueno, que ahora no s lo que tengo. Elhambre se me ha pasado. El obispo lo mir y le dijo: Habis padecido mucho? Mucho! La chaqueta roja, la cadena al pie, una tarima para dor-mir, el calor, el fro, el trabajo, los apaleos, la doble cadena por nada, elcalabozo por una palabra, y, aun enfermo en la cama, la cadena! Losperros, los perros son ms felices! Diecinueve aos! Ahora tengo cua-renta y seis, y un pasaporte amarillo. 24 22. L O S M I S E R A B L E S S replic el obispo, sals de un lugar de tristeza. Pero sabed quehay ms alegra en el cielo por las lgrimas de un pecador arrepentido,que por la blanca vestidura de cien justos. Si sals de ese lugar de dolo-res con pensamientos de odio y de clera contra los hombres, serisdigno de lstima; pero si sals con pensamientos de caridad, de dulzuray de paz, valdris ms que todos nosotros. Mientras tanto la seora Magloire haba servido la cena; una sopahecha con agua, aceite, pan y sal; un poco de tocino, un pedazo de car-nero, higos, un queso fresco, y un gran pan de centeno. A la comidaordinaria del obispo haba aadido una botella de vino aejo de Mau-ves. La fisonoma del obispo tom de repente la expresin de dulzurapropia de las personas hospitalarias: A la mesa dijo con viveza, segn acostumbraba cuando cenabacon algn forastero; a hizo sentar al hombre a su derecha. La seoritaBaptistina, tranquila y naturalmente, tom asiento a su izquierda. El obispo bendijo la mesa, y despus sirvi la sopa segn su cos-tumbre. El hombre empez a comer vidamente. Me parece que falta algo en la mesa dijo el obispo de repente. La seora Magloire no haba puesto ms que los tres cubiertos ab-solutamente necesarios. Pero era costumbre de la casa, cuando el obis-po tena algn convidado, poner en la mesa los seis cubiertos de plata.Esta graciosa ostentacin de lujo era casi una niera simptica enaquella casa tranquila y severa, que elevaba la pobreza hasta la dignidad. La seora Magloire comprendi la observacin, sali sin decir unapalabra, y un momento despus los tres cubiertos pedidos por el obispolucan en el mantel, colocados simtricamente ante cada uno de los trescomensales. Al fin de la cena, monseor Bienvenido dio las buenas noches a suhermana, cogi uno de los dos candeleros de plata que haba sobre lamesa, dio el otro a su husped y le dijo: Caballero, voy a ensearos vuestro cuarto. El hombre lo sigui. En el momento en que atravesaban el dormitorio del obispo, la se-ora Magloire cerraba el armario de la plata que estaba a la cabecera dela cama. Lo haca cada noche antes de acostarse. El obispo instal a su husped en la alcoba. Una cama blanca ylimpia lo esperaba. El hombre puso la luz sobre una mesita.25 23. V C T O RH U G O Bien dijo el obispo, que pasis buena noche. Maana temprano,antes de partir, tomaris una taza de leche de nuestras vacas, bien ca-liente. Gracias, seor cura dijo el hombre. Pero apenas hubo pronunciado estas palabras de paz, sbitamente,sin transicin alguna, hizo un movimiento extrao, que hubiera heladode espanto a las dos santas mujeres si hubieran estado presente. Sevolvi bruscamente hacia el anciano, cruz los brazos, y fijando en luna mirada salvaje, exclam con voz ronca: Ah! De modo que me alojis en vuestra casa y tan cerca de vos! Call un momento, y aadi con una sonrisa que tena algo demonstruosa: Habis reflexionado bien? Quin os ha dicho que no soy un ase-sino? El obispo respondi: Ese es problema de Dios. Despus, con toda gravedad, bendijo con los dedos de la mano de-recha a su husped, que ni aun dobl la cabeza, y sin volver la vistaatrs entr en su dormitorio. Hizo una breve oracin, y un momento despus estaba en su jar-dn, donde se pase meditabundo, contemplando con el alma y con elpensamiento los grandes misterios que Dios descubre por la noche alos ojos que permanecen abiertos. En cuanto al hombre, estaba tan cansado que ni aprovech aquellasblancas sbanas. Apag la luz soplando con la nariz como acostumbranlos presidarios, se dej caer vestido en la cama, y se qued profunda-mente dormido. Era medianoche cuando el obispo volvi del jardn asu cuarto. Algunos minutos despus, todos dorman en aquella casa.IV Jean Valjean Jean Valjean perteneca a una humilde familia de Brie. No habaaprendido a leer en su infancia; y cuando fue hombre, tom el oficio desu padre, podador en Faverolles. Su padre se llamaba igualmente JeanValjean o Vlajean, una contraccin probablemente de "voil Jean": ahest Jean.26 24. L O S M I S E R A B L E S Su carcter era pensativo, aunque no triste, propio de las almasafectuosas. Perdi de muy corta edad a su padre y a su madre. Se en-contr sin ms familia que una hermana mayor que l, viuda y con sietehijos. El marido muri cuando el mayor de los siete hijos tena ochoaos y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Re-emplaz al padre, y mantuvo a su hermana y los nios. Lo hizo senci-llamente, como un deber, y aun con cierta rudeza. Su juventud se desperdiciaba, pues, en un trabajo duro y mal paga-do. Nunca se le conoci novia; no haba tenido tiempo para enamorar-se. Por la noche volva cansado a la casa y coma su sopa sin decir unapalabra. Mientras coma, su hermana a menudo le sacaba de su plato lomejor de la comida, el pedazo de carne, la lonja de tocino, el cogollo dela col, para drselo a alguno de sus hijos. El, sin dejar de comer, inclina-do sobre la mesa, con la cabeza casi metida en la sopa, con sus largoscabellos esparcidos alrededor del plato, pareca que nada observaba; y ladejaba hacer. Aquella familia era un triste grupo que la miseria fue oprimiendopoco a poco. Lleg un invierno muy crudo; Jean no tuvo trabajo. Lafamilia careci de pan. Ni un bocado de pan y siete nios! Un domingo por la noche Maubert Isabeau, panadero de la plazade la Iglesia, se dispona a acostarse cuando oy un golpe violento en lapuerta y en la vidriera de su tienda. Acudi, y lleg a tiempo de verpasar un brazo a travs del agujero hecho en la vidriera por un pueta-zo. El brazo cogi un pan y se retir. Isabeau sali apresuradamente; elladrn huy a todo correr pero Isabeau corri tambin y lo detuvo. Elladrn haba tirado el pan, pero tena an el brazo ensangrentado. EraJean Valjean. Esto ocurri en 1795. Jean Valjean fue acusado ante los tribunalesde aquel tiempo como autor de un robo con fractura, de noche, y encasa habitada. Tena en su casa un fusil y era un eximio tirador y aficio-nado a la caza furtiva, y esto lo perjudic. Fue declarado culpable. Las palabras del cdigo eran terminantes.Hay en nuestra civilizacin momentos terribles, y son precisamenteaquellos en que la ley penal pronuncia una condena. Instante fnebreaquel en que la sociedad se aleja y consuma el irreparable abandono deun ser pensante! Jean Valjean fue condenado a cinco aos de presidio. 27ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DEJOSE ALBERTO DAZ ([email protected]) 25. V C T O R H U G OUn antiguo carcelero de la prisin recuerda an perfectamente aeste desgraciado, cuya cadena se remach en la extremidad del patio.Estaba sentado en el suelo como todos los dems. Pareca que no com-prenda nada de su posicin sino que era horrible. Pero es probable quedescubriese, a travs de las vagas ideas de un hombre completamenteignorante, que haba en su pena algo excesivo. Mientras que a grandesmartillazos remachaban detrs de l la bala de su cadena, lloraba; laslgrimas lo ahogaban, le impedan hablar, y solamente de rato en ratoexclamaba: "Yo era podador en Faverolles". Despus sollozando yalzando su mano derecha, y bajndola gradualmente siete veces, comosi tocase sucesivamente siete cabezas a desigual altura, quera indicarque lo que haba hecho fue para alimentar a siete criaturas.Por fin parti para Toln, donde lleg despus de un viaje de vein-tisiete das, en una carreta y con la cadena al cuello. En Toln fue vesti-do con la chaqueta roja; y entonces se borr todo lo que haba sido ensu vida, hasta su nombre, porque desde entonces ya no fue JeanValjean, sino el nmero 24.601. Qu fue de su hermana? Qu fue delos siete nios? Pero, a quin le importa?La historia es siempre la misma. Esos pobres seres, esas criaturasde Dios, sin apoyo alguno, sin gua, sin asilo, quedaron a merced de lacasualidad. Qu ms se ha de saber? Se fueron cada uno por su lado, yse sumergieron poco a poco en esa fra bruma en que se sepultan losdestinos solitarios. Apenas, durante todo el tiempo que pas en Toln,oy hablar una sola vez de su hermana. Al fin del cuarto ao de prisin,recibi noticias por no s qu conducto. Alguien que los haba conoci-do en su pueblo haba visto a su hermana: estaba en Pars. Viva en unmiserable callejn, cerca de San Sulpicio, y tena consigo slo al menorde los nios. Esto fue lo que le dijeron a Jean Valjean. Nada supo des-pus.A fines de ese mismo cuarto ao, le lleg su turno para la evasin.Sus camaradas lo ayudaron como suele hacerse en aquella triste man-sin, y se evadi. Anduvo errante dos das en libertad por el campo, sies ser libre estar perseguido, volver la cabeza a cada instante y al menorruido, tener miedo de todo, del sendero, de los rboles, del sueo. En lanoche del segundo da fue apresado. No haba comido ni dormido ha-ca treinta seis horas. El tribunal lo conden por este delito a un recargode tres aos. Al sexto ao le toc tambin el turno para la evasin; porla noche la ronda le encontr oculto bajo la quilla de un buque en28 26. L O S M I S E R A B L E Sconstruccin; hizo resistencia a los guardias que lo cogieron: evasin yrebelin. Este hecho, previsto por el cdigo especial, fue castigado conun recargo de cinco aos, dos de ellos de doble cadena. Al dcimo lelleg otra vez su turno, y lo aprovech; pero no sali mejor librado.Tres aos ms por esta nueva tentativa. En fin, el ao decimotercero,intent de nuevo su evasin, y fue cogido a las cuatro horas. Tres aosms por estas cuatro horas: total diecinueve aos. En octubre de 1815sali en libertad: haba entrado al presidio en 1796 por haber roto unvidrio y haber tomado un pan. Jean Valjean entr al presidio sollozando y tembloroso; sali impa-sible. Entr desesperado; sali taciturno. Qu haba pasado en su alma? V El interior de la desesperacin Tratemos de explicarlo. Es preciso que la sociedad se fije en estas cosas, puesto que ella essu causa. Jean era, como hemos dicho, un ignorante; pero no era un imbcil.La luz natural brillaba en su interior; y la desgracia, que tiene tambin suclaridad, aument la poca que haba en aquel espritu. Bajo la influenciadel ltigo, de la cadena, del calabozo, del trabajo bajo el ardiente sol delpresidio, en el lecho de tablas, el presidiario se encerr en su conciencia,y reflexion. Se constituy en tribunal. Principi por juzgarse a s mismo. Reco-noci que no era un inocente castigado injustamente. Confes quehaba cometido una accin mala, culpable; que quiz no le habran ne-gado el pan si lo hubiese pedido; que en todo caso hubiera sido mejoresperar para conseguirlo de la piedad o del trabajo; que no es una raznel decir: se puede esperar cuando se padece hambre? Que es muy raroel caso que un hombre muera literalmente de hambre; que debi habertenido paciencia; que eso hubiera sido mejor para sus pobres nios; quehaba sido un acto de locura en l, desgraciado criminal, coger violen-tamente a la sociedad entera por el cuello, y figurarse que se puede salirde la miseria por medio del robo; que es siempre una mala puerta parasalir de la miseria la que da entrada a la infamia; y, en fin, que habaobrado mal.29 27. V C T O RH U G ODespus se pregunt si era el nico que haba obrado mal en talfatal historia; si no era una cosa grave que l, trabajador, careciese detrabajo; que l, laborioso, careciese de pan; si, despus de cometida yconfesada la falta, el castigo no haba sido feroz y extremado; si nohaba ms abuso por parte de la ley en la pena que por parte del culpa-do en la culpa; si el recargo de la pena no era el olvido del delito, y noproduca por resultado el cambio completo de la situacin, reempla-zando la falta del delincuente con el exceso de la represin, transfor-mando al culpado en vctima, y al deudor en acreedor, poniendo defini-tivamente el derecho de parte del mismo que lo haba violado; si estapena, complicada por recargos sucesivos por las tentativas de evasin,no conclua por ser una especie de atentado del fuerte contra el dbil,un crimen de la sociedad contra el individuo; un crimen que empezabatodos los das; un crimen que se cometa continuamente por espacio dediecinueve aos.Se pregunt si la sociedad humana poda tener el derecho de hacersufrir igualmente a sus miembros, en un caso su imprevisin irracional,y en otro su impa previsin; y de apoderarse para siempre de un hom-bre entre una falta y un exceso; falta de trabajo, exceso de castigo.Se pregunt si era justo que la sociedad tratase as precisamente aaquellos de sus miembros peor dotados en la reparticin casual de losbienes y, por lo tanto, a los miserables ms dignos de consideracin.Presentadas y resueltas estas cuestiones, juzg a la sociedad y laconden.La conden a su odio.La hizo responsable de su suerte, y se dijo que no dudara quiz enpedirle cuentas algn da. Se declar a s mismo que no haba equilibrioentre el mal que haba causado y el que haba recibido; concluyendo,por fin, que su castigo no era ciertamente una injusticia, pero era segu-ramente una iniquidad.Los hombres no lo haban tocado ms que para maltratarle. Todocontacto con ellos haba sido una herida. Nunca, desde su infancia,exceptuando a su madre y a su hermana, nunca haba encontrado unavoz amiga, una mirada benvola. As, de padecimiento en padecimien-to, lleg a la conviccin de que la vida es una guerra, y que en esta gue-rra l era el vencido. Y no teniendo ms arma que el odio, resolviaguzarlo en el presidio, y llevarlo consigo a su salida. 30 28. L O S M I S E R A B L E S Haba en Toln una escuela para presidarios, en la cual se enseabalo ms necesario a los desgraciados que tenan buena voluntad. Jean fuedel nmero de los hombres de buena voluntad. Empez a ir a la escuelaa los cuarenta aos, y aprendi a leer, a escribir y a contar. Pens quefortalecer su inteligencia era fortalecer su odio; porque en ciertos casosla instruccin y la luz pueden servir de auxiliares al mal. Digamos ahora una cosa triste: Jean, despus de juzgar a la socie-dad que haba hecho su desgracia, juzg a la Providencia que habahecho la sociedad, y la conden tambin. As, durante estos diecinueve aos de tortura y de esclavitud, sualma se elev y decay al mismo tiempo. En ella entraron la luz por unlado y las tinieblas por otro. Jean Valjean no tena, como se ha visto, una naturaleza malvada.An era bueno cuando entr en el presidio. All conden a la sociedady supo que se haca malo; conden a la Providencia, y supo que se hacaimpo. Puede la naturaleza humana transformarse as completamente? Alhombre, creado bueno por Dios, puede hacerlo malo el hombre?Puede el destino modificar el alma completamente, y hacerla malaporque es malo el destino? No hay en toda alma humana, no haba enel alma de Jean Valjean en particular, una primera chispa, un elementodivino, incorruptible en este mundo, inmortal en el otro, que el bienpuede desarrollar, encender, purificar, hacer brillar esplendorosamente,y que el mal no puede nunca apagar del todo? Tena conciencia el presidiario de todo lo que haba pasado en l, yde todas las emociones que experimentaba? Preguntas profundas yobscuras para que este hombre rudo a ignorante pudiera responder.Haba demasiada ignorancia en Jean Valjean para que, aun despus detanta desgracia, no quedase mucha vaguedad en su espritu. Ni aunsaba exactamente lo que por l pasaba. Jean Valjean estaba en las tinie-blas; sufra en las tinieblas; odiaba en las tinieblas. Viva habitualmenteen esta sombra, a tientas, como un ciego, como un soador. Solamentea intervalos reciba sbitamente, de s mismo o del exterior, un impulsode clera, un aumento de padecimiento, un plido y rpido relmpagoque iluminaba toda su alma y que le mostraba, entre los resplandores deuna luz horrible, los negros precipicios y las sombras perspectivas desu destino.31 29. V C T O RH U G O Pero pasaba el relmpago, vena la noche, y dnde estaba l? Yano lo saba. Jean Valjean hablaba poco y no rea nunca. Era necesaria una emo-cin fuertsima para arrancarle, una o dos veces al ao, esa lgubre risadel forzado que es como el eco de una risa satnica. Pareca estar ocu-pado siempre en contemplar algo terrible. Y en aquella penumbra sombra y tenebrosa en que viva, no dejde destacarse su increble fuerza fsica. Y su agilidad, que era an mayorque su fuerza. Ciertos presidiarios, fraguadores perpetuos de evasiones,concluyen por hacer de la fuerza y de la destreza combinadas una ver-dadera ciencia, la ciencia de los msculos. Subir por una vertical, y ha-llar puntos de apoyo donde no haba apenas un desnivel, era solamenteun juego para Jean Valjean. No sin razn su pasaporte lo calificaba de "hombre muy peligro-so". De ao en ao se haba ido desecando su alma, lenta, pero fatal-mente. A alma seca, ojos secos. A su salida de presidio haca diecinueveaos que no haba derramado una lgrima.VILa ola y la sombraUn hombre al mar!Qu importa! El buque no se detiene por eso. El viento sopla; elbarco tiene una senda trazada, que debe recorrer necesariamente.El hombre desaparece y vuelve a aparecer; se sumerge y sube a lasuperficie; llama; tiende los brazos, pero no es odo: la nave, temblandoal impulso del huracn, contina sus maniobras; los marineros y lospasajeros no ven al hombre sumergido; su miserable cabeza no es msque un punto en la inmensidad de las olas.Sus gritos desesperados resuenan en las profundidades. Observaaquel espectro de una vela que se aleja. La mira, la mira desesperado.Pero la vela se aleja, decrece, desaparece. All estaba l: haca un mo-mento, formaba parte de la tripulacin, iba y vena por el puente conlos dems, tena su parte de aire y de sol; estaba vivo. Pero qu hasucedido? Resbal; cay. Todo ha terminado.Se encuentra inmerso en el monstruo de las aguas. Bajo sus pies nohay ms que olas que huyen, olas que se abren, que desaparecen. Estas 32 30. L O S M I S E R A B L E Solas, rotas y rasgadas por el viento, lo rodean espantosamente; los vai-venes del abismo lo arrastran; los harapos del agua se agitan alrededorde su cabeza; un pueblo de olas escupe sobre l; confusas cavernasamenazan devorarle; cada vez que se sumerge descubre precipiciosllenos de oscuridad; una vegetacin desconocida lo sujeta, le enreda lospies, lo atrae: siente que forma ya parte de la espuma, que las olas se loechan de una a otra; bebe toda su amargura; el ocano se encarniza conl para ahogarle; la inmensidad juega con su agona. Parece que el aguase ha convertido en odio. Pero lucha todava. Trata de defenderse, de sostenerse, hace esfuerzos, nada. Pobrefuerza agotada ya, que combate con lo inagotable! Dnde est el buque? All a lo lejos. Apenas es ya visible en lasplidas tinieblas del horizonte. Las rfagas soplan; las espumas lo cubren. Alza la vista; ya no divisams que la lividez de las nubes. En su agona asiste a la inmensa de-mencia de la mar. La locura de las olas es su suplicio: oye mil ruidosinauditos que parecen salir de ms all de la tierra; de un sitio descono-cido y horrible. Hay pjaros en las nubes, lo mismo que hay ngeles sobre las mise-rias humanas; pero, qu pueden hacer por l? Ellos vuelan, cantan y seciernen en los aires, y l agoniza. Se ve ya sepultado entre dos infinitos,el ocano y el cielo; uno es su tumba; otro su mortaja. Llega la noche; hace algunas horas que nada; sus fuerzas se agotanya; aquel buque, aquella cosa lejana donde hay hombres, ha desapareci-do; se encuentra solo en el formidable abismo crepuscular; se sumerge,se estira, se enrosca; ve debajo de s los indefinibles monstruos del infi-nito; grita. Ya no lo oyen los hombres. Y dnde est Dios? Llama. Llama sin cesar. Nada en el horizonte; nada en el cielo. Implora al espacio, a la ola, a las algas, al escollo; todo ensordece.Suplica a la tempestad; la tempestad imperturbable slo obedece alinfinito. A su alrededor tiene la oscuridad, la bruma; la soledad, el tumultotempestuoso y ciego, el movimiento indefinido de las temibles olas;dentro de s el horror y la fatiga.33 31. V C T O RH U G O El fro sin fondo lo paraliza. Sus manos se crispan y se cierran, ycogen, al cerrarse, la nada. Vientos, nubes, torbellinos, estrellas; todo lees intil! Qu hacer? El desesperado se abandona; el que est cansadotoma el partido de morir, se deja llevar, se entrega a la suerte, y ruedapara siempre en las lgubres profundidades del sepulcro. Oh destino implacable de las sociedades humanas, que perdis loshombres y las almas en vuestro camino! Ocano en que cae todo loque deja caer la ley! Siniestra desaparicin de todo auxilio! Muertemoral! La mar es la inexorable noche social en que la penalidad arroja a suscondenados. La mar es la inmensa miseria. El alma, naufragando eneste abismo, puede convertirse en un cadver. Quin lo resucitar?VIINuevas quejas Cuando lleg la hora de la salida del presidio; cuando Jean Valjeanoy resonar en sus odos estas palabras extraas: "Ests libre!", tuvo unmomento indescriptible: un rayo de viva luz, un rayo de la verdaderaluz de los vivos penetr en l sbitamente. Pero no tard en debilitarse.Jean Valjean se haba deslumbrado con la idea de la libertad. Habacredo en una vida nueva; pero pronto supo lo que es una libertad conpasaporte amarillo. Al da siguiente de su libertad, en Grasse, vio delante de la puertade una destilera de flores de naranjo algunos hombres que descargabanunos fardos. Ofreci su trabajo. Era necesario y fue aceptado. Se puso atrabajar. Era inteligente, robusto, gil, trabajaba muy bien; su empleadorpareca estar contento. Pero pas un gendarme, lo observ y le pidisus papeles. Le fue preciso mostrar el pasaporte amarillo. Hecho esto,volvi a su trabajo. Un momento antes haba preguntado a un compa-ero cunto ganaba al da; "treinta sueldos", le haba respondido. Llegla tarde, y como deba partir al da siguiente por la maana, se presental dueo y le rog que le pagase. Este no pronunci una palabra, y leentreg quince sueldos. Reclam y le respondieron: "Bastante es esopara ti". Insisti. El dueo lo mir fijamente, y le dijo: "Cuidado con lacrcel!" 34 32. L O S M I S E R A B L E S La excarcelacin no es la libertad. Se acaba el presidio, pero no lacondena. Esto era lo que haba sucedido en Grasse. Ya hemos vistocmo fue recibido en D.VIII El hombre despierto Daban las dos en el reloj de la catedral cuando Jean Valjean des-pert. Lo que lo despert fue el lecho demasiado blando. Iban a cumplirseveinte aos que no se acostaba en una cama, y aunque no se hubiesedesnudado, la sensacin era demasiado nueva para no turbar su sueo. Haba dormido ms de cuatro horas. No acostumbraba dedicar mstiempo al reposo. Abri los ojos y mir un momento en la oscuridad en derredor su-yo; despus los cerr para dormir otra vez. Pero cuando han agitado el nimo durante el da muchas sensacio-nes diversas; cuando se ha pensado a la vez en muchas cosas, el hombreduerme, pero no vuelve a dormir una vez que ha despertado. JeanValjean no pudo dormir ms, y se puso a meditar. Se encontraba en uno de esos momentos en que todas las ideas quetiene el espritu se mueven y agitan sin fijarse. Tena una especie devaivn oscuro en el cerebro. Muchas ideas lo acosaban pero entre ellas haba una que se pre-sentaba ms continuamente a su espritu, y que expulsaba a las dems;haba reparado en los seis cubiertos de plata y el cucharn que la seoraMagloire pusiera en la mesa. Estos seis cubiertos de plata lo obsesionaban. Y estaban all, a algu-nos pasos. Y eran macizos. Y de plata antigua. Con el cucharn, val-dran lo menos doscientos francos. Doble de lo que haba ganado endiecinueve aos. Su mente oscil por espacio de una hora en fluctuaciones en que sedesarrollaba cierta lucha. Dieron las tres. Abri los ojos, se incorporbruscamente en la cama. Permaneci algn tiempo pensativo. De re-pente se levant, se quit los zapatos que coloc suavemente en la este-ra cerca de la cama; volvi a su primera postura de siniestra meditacin,y qued inmvil, y hubiera permanecido en ella hasta que viniera el da,35 33. V C T O R H U G Osi el reloj no hubiese dado una campanada; tal vez esta campanada legrit Vamos! Se puso de pie, dud an un momento y escuch: todo estaba ensilencio en la casa; entonces examin la ventana; mir hacia el jardn,con esa mirada atenta que estudia ms que mira. Estaba cercado poruna pared blanca bastante baja y fcil de escalar. Despus, con el ademn de un hombre resuelto, se dirigi a la ca-ma, cogi su morral, lo abri, lo registr, sac un objeto de hierro quepuso sobre la cama, se meti los zapatos en los bolsillos, cerr el saco yse lo ech a la espalda, se puso la gorra bajando la visera sobre los ojos,busc a tientas su palo, y fue a colocarlo en el ngulo de la ventana;despus volvi a la cama y cogi resueltamente el objeto que habadejado all. Pareca una barra de hierro corta, aguzada como un chuzo:era una lmpara de minero. A veces se empleaba a presidiarios en fae-nas mineras cerca de Toln y no es, por tanto, de extraar que Valjeantuviera en su poder dicho implemento. Con ella en la mano, y conte-niendo la respiracin, se dirigi al cuarto contiguo. Encontr la puertaentornada. El obispo no la haba cerrado. Jean Valjean escuch un momento. No se oa ruido alguno. Empuj la puerta; un gozne mal aceitado produjo en la oscuridadun ruido ronco y prolongado. Jean Valjean tembl. El ruido son en sus odos como un eco for-midable, y vibrante, como la trompeta del juicio final. Se detuvo temblando azorado. Oy latir las arterias en sus sienescomo dos martillos de fragua, y le pareci que el aliento sala de supecho con el ruido con que sale el viento de una caverna. Crea imposi-ble que el grito de aquel gozne no hubiese estremecido toda la casacomo la sacudida de un terremoto. El viejo se levantara, las dos muje-res gritaran, recibiran auxilio, y antes de un cuarto de hora el puebloestara en movimiento, y la gendarmera en pie. Por un momento secrey perdido. Permaneci inmvil, sin atreverse a hacer ningn movimiento. Pa-saron algunos minutos. La puerta se haba abierto completamente. Seatrevi a entrar en el cuarto; el ruido del gozne mohoso no haba des-pertado a nadie. Haba pasado el primer peligro; pero Jean Valjean estaba sobreco-gido y confuso. Mas no retrocedi. Ni aun en el momento en que secrey perdido retrocedi. Slo pens en acabar cuanto antes.36 34. L O S M I S E R A B L E S En el dormitorio reinaba una calma perfecta. Oa en el fondo de lahabitacin la respiracin igual y tranquila del obispo dormido. De repente se detuvo. Estaba cerca de la cama; haba llegado antesde lo que crea. El obispo dorma tranquilamente. Su fisonoma estaba iluminadapor una vaga expresin de satisfaccin, de esperanza, de beatitud. Estaexpresin era ms que una sonrisa; era casi un resplandor. Jean Valjean estaba en la sombra con su barra de hierro en la mano,inmvil, turbado ante aquel anciano resplandeciente. Nunca haba vistouna cosa semejante. Aquella confianza lo asustaba. El mundo moral nopuede presentar espectculo ms grande: una conciencia turbada a i - nquieta, prxima a cometer una mala accin, contemplando el sueo deun justo. Nadie hubiera podido decir lo que pasaba en aquel momento por elcriminal; ni aun l mismo lo saba. Para tratar de expresarlo es precisocombinar mentalmente lo ms violento con lo ms suave. En su fiso-noma no se poda distinguir nada con certidumbre; pareca expresar unasombro esquivo. Contemplaba aquel cuadro; pero, qu pensaba?Imposible adivinarlo. Era evidente que estaba conmovido y desconcer-tado. Pero, de qu naturaleza era esta emocin? No poda apartar su vista del anciano; y lo nico que dejaba traslu-cir claramente su fisonoma era una extraa indecisin. Pareca dudarentre dos abismos: el de la perdicin o el de la salvacin; entre heriraquella cabeza o besar aquella mano. Al cabo de algunos instantes levant el brazo izquierdo hasta lafrente, y se quit la gorra; despus dej caer el brazo con lentitud yvolvi a su meditacin con la gorra en la mano izquierda, la barra en laderecha y los cabellos erizados sobre su tenebrosa frente. El obispo segua durmiendo tranquilamente bajo aquella miradaaterradora. El reflejo de la luna haca visible confusamente encima de la chi-menea el crucifijo, que pareca abrir sus brazos a ambos, bendiciendo aluno, perdonando al otro. De repente Jean Valjean se puso la gorra, pas rpidamente a lolargo de la cama sin mirar al obispo, se dirigi al armario que estaba a lacabecera; alz la barra de hierro como para forzar la cerradura; peroestaba puesta la llave; la abri y lo primero que encontr fue el cestitocon la platera; lo cogi, atraves la estancia a largos pasos, sin precau- 37ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DEJOSE ALBERTO DAZ ([email protected]) 35. V C T O R H U G Ocin alguna y sin cuidarse ya del ruido; entr en el oratorio, cogi supalo, abri la ventana, la salt, guard los cubiertos en su morral, tir elcanastillo, atraves el jardn, salt la tapia como un tigre y desapareci. IXEl obispo trabaja Al da siguiente, al salir el sol, monseor Bienvenido se paseaba porel jardn. La seora Magloire sali corriendo a su encuentro muy agita-da. Monseor, monseor exclam: Sabe Vuestra Grandeza dndeest el canastillo de los cubiertos? S contest el obispo. Bendito sea Dios! dijo ella. No lo poda encontrar. El obispo acababa de recoger el canastillo en el jardn, y selto pre-sent a la seora Magloire. Aqu est. S dijo ella; pero vaco. Dnde estn los cubiertos? Ah! dijo el obispo. Es la vajilla lo que buscis? No lo s. Gran Dios! La han robado! El hombre de anoche la ha robado. Y en un momento, con toda su viveza, la seora Magloire corri aloratorio, entr en la alcoba, y volvi al lado del obispo. Monseor, el hombre se ha escapado! Nos rob la platera! El obispo permaneci un momento silencioso, alz despus la vis-ta, y dijo a la seora Magloire con toda dulzura: Y era nuestra esa platera? La seora Magloire se qued sin palabras; y el obispo aadi: Seora Magloire; yo retena injustamente desde hace tiempo esaplatera. Perteneca a los pobres. Quin es ese hombre? Un pobre,evidentemente. Ay, Jess! dijo la seora Magloire. No lo digo por m ni por laseorita, porque a nosotras nos da lo mismo; lo digo por VuestraGrandeza. Con qu vais a comer ahora, monseor? El obispo la mir como asombrado. Pues, no hay cubiertos de estao? La seora Magloire se encogi de hombros. El estao huele mal. Entonces de hierro.38 36. L O SM I S E R A B L E S La seora Magloire hizo un gesto expresivo: El hierro sabe mal. Pues bien dijo el obispo, cubiertos de palo. Algunos momentos despus se sentaba en la misma mesa a que sehaba sentado Jean Valjean la noche anterior. Mientras desayunaba,monseor Bienvenido haca notar alegremente a su hermana, que nohablaba nada, y a la seora Magloire, que murmuraba sordamente, queno haba necesidad de cuchara ni de tenedor, aunque fuesen de madera,para mojar un pedazo de pan en una taza de leche. A quin se le ocurre mascullaba la seora Magloire yendo y v i-niendo recibir a un hombre as, y darle cama a su lado! Cuando ya iban a levantarse de la mesa, golpearon a la puerta. Adelante dijo el obispo. Se abri con violencia la puerta. Un extrao grupo apareci en elumbral. Tres hombres traan a otro cogido del cuello. Los tres hombreseran gendarmes. El cuarto era Jean Valjean. Un cabo que pareca dirigirel grupo se dirigi al obispo haciendo el saludo militar. Monseor... dijo. Al or esta palabra Jean Valjean, que estaba silencioso y parecaabatido, levant estupefacto la cabeza. Monseor! murmur. No es el cura! Silencio dijo un gendarme. Es Su Ilustrsima el seor obispo. Mientras tanto monseor Bienvenido se haba acercado a ellos. Ah, habis regresado! dijo mirando a Jean Valjean. Me alegrode veros. Os haba dado tam bin los candeleros, que son de plata, y ospueden valer tambin doscientos francos. Por qu no los habis lleva-do con vuestros cubiertos? Jean Valjean abri los ojos y mir al venerable obispo con una ex-presin que no podra pintar ninguna lengua humana. Monseor dijo el cabo. Es verdad entonces lo que deca estehombre? Lo encontramos como si fuera huyendo, y lo hemos detenido.Tena esos cubiertos... Y os ha dicho interrumpi sonriendo el obispo que se los h a-ba dado un hombre, un sacerdote anciano en cuya casa haba pasado lanoche? Ya lo veo. Y lo habis trado ac. Entonces dijo el gendarme, podemos dejarlo libre? Sin duda dijo el obispo. Los gendarmes soltaron a Jean Valjean, que retrocedi. 39 37. V C T O RH U G O Es verdad que me dejis? dijo con voz casi inarticulada, y comosi hablase en sueos. S; te dejamos, no lo oyes? dijo el gendarme. Amigo mo dijo el obispo, tomad vuestros candeleros antes deiros. Y fue a la chimenea, cogi los dos candelabros de plata, y se losdio. Las dos mujeres lo miraban sin hablar una palabra, sin hacer ungesto, sin dirigir una mirada que pudiese distraer al obispo. Jean Valjean, temblando de pies a cabeza, tom los candelabroscon aire distrado. Ahora dijo el obispo, id en paz. Y a propsito, cuando volvis,amigo mo, es intil que pasis por el jardn. Podis entrar y salir siem-pre por la puerta de la calle. Est cerrada slo con el picaporte noche yda. Despus volvindose a los gendarmes, les dijo: Seores, podis retiraros. Los gendarmes abandonaron la casa. Pareca que Jean Valjean iba a desmayarse. El obispo se aproxim a l, y le dijo en voz baja: No olvidis nunca que me habis prometido emplear este dineroen haceros hombre honrado. Jean Valjean, que no recordaba haber prometido nada, lo mir ale-lado. El obispo continu con solemnidad: Jean Valjean, hermano mo, vos no pertenecis al mal, sino albien. Yo compro vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del esp-ritu de perdicin, y la consagro a Dios.XGervasillo Jean Valjean sali del pueblo como si huyera. Camin precipitada-mente por el campo, tomando los caminos y senderos que se le pre-sentaban, sin notar que a cada momento desandaba lo andado. Asanduvo errante toda la maana, sin comer y sin tener hambre. Lo tur-baba una multitud de sensaciones nuevas. Senta clera, y no saba con-tra quin. No poda saber si estaba conmovido o humillado. Senta pormomentos un estremecimiento extrao, y lo combata, oponindole elendurecimiento de sus ltimos veinte aos. Esta situacin lo cansaba. 40 38. L O S M I S E R A B L E SVea con inquietud que se debilitaba en su interior la horrible calma quele haba hecho adquirir la injusticia de su desgracia. Y se preguntaba conqu la reemplazara. En algn instante hubiera preferido estar preso conlos gendarmes, y que todo hubiera pasado de otra manera; de seguroentonces no tendra tanta intranquilidad. Todo el da lo persiguieronpensamientos imposibles de expresar. Cuando ya el sol iba a desaparecer en el horizonte y alargaba en elsuelo hasta la sombra de la menor piedrecilla, Jean Valjean se sentdetrs de un matorral en una gran llanura rojiza, enteramente desierta.Estara a tres leguas de D. Un sendero que cortaba la llanura pasaba aalgunos pasos del matorral. En medio de su meditacin oy un alegre ruido. Volvi la cabeza, yvio venir por el sendero a un nio saboyano, de unos diez aos, que ibacantando con su gaita al hombro y su bolsa a la espalda. Era uno de esos simpticos muchachos que van de pueblo en pue-blo, luciendo las rodillas por los agujeros de los pantalones. El muchacho interrumpa de vez en cuando su marcha para jugarcon algunas monedas que llevaba en la mano, y que seran probable-mente todo su capital. Entre estas monedas haba una de plata de cua-renta sueldos. Se detuvo cerca del arbusto sin ver a Jean Valjean y tir las mone-das que hasta entonces haba cogido con bastante habilidad en el dorsode la mano. Pero esta vez la moneda de cuarenta sueldos se le escap yfue rodando por la hierba hasta donde estaba Jean Valjean, quien lepuso el pie encima. Pero el nio haba seguido la moneda con la vista.No se detuvo; se fue derecho hacia el hombre. El sitio estaba completamente solitario. El muchacho daba la es-palda al sol, que doraba sus cabellos y tea con una claridad sangrientala salvaje fisonoma de Jean Valjean. Seor dijo el saboyano con esa confianza de los nios, que esuna mezcla de ignorancia y de inocencia: Mi moneda! Cmo lo llamas? pregunt Jean Valjean. Gervasillo, seor. Vete le dijo Jean Valjean. Seor, dadme mi moneda volvi a decir el nio. Jean Valjean baj la cabeza y no respondi. El muchacho volvi a decir: Mi moneda, seor! 41 39. V C T O R H U G O La vista de Jean Valjean sigui fija en el suelo. Mi moneda! grit ya el nio, mi moneda de plata! Mi dinero! Pareca que Jean Valjean no oa nada. El nio le cogi la solapa dela chaqueta, y la sacudi, haciendo esfuerzos al mismo tiempo paraseparar el tosco zapato claveteado que cubra su tesoro. Quiero mi moneda! Mi moneda de cuarenta sueldos! El nio lloraba. Jean Valjean levant la cabeza; pero sigui sentado.Sus ojos estaban turbios. Mir al nio como con asombro, y despusllev la mano al palo gritando con voz terrible: Quin anda ah? Yo, seor respondi el muchacho. Yo, Gervasillo. Queris de-volverme mis cuarenta sueldos? Queris alzar el pie? Y despus irritado ya y casi en tono amenazador, a pesar de sucorta edad, le dijo: Pero, quitaris el pie? Vamos, levantad ese pie! Ah! Conque ests aqu todava! dijo Jean Valjean; y ponindoserepentinamente de pie, sin descubrir por esto la moneda, aadi:Quieres irte de una vez? El nio lo mir atemorizado; tembl de pies a cabeza, y despus dealgunos momentos de estupor, ech a correr con todas sus fuerzas sinvolver la cabeza, ni dar un grito. Sin embargo a alguna distancia, la fatiga lo oblig a detenerse y JeanValjean, en medio de su meditacin, lo oy sollozar. Algunos instantes despus, el nio haba desaparecido. El sol se haba puesto. La sombra creca alrededor de Jean Valjean.En todo el da no haba tomado alimento; es probable que tuviera fie-bre. Se haba quedado de pie, y no haba cambiado de postura desdeque huy el nio. La respiracin levantaba su pecho a intervalos largosy desiguales. Su mirada, clavada diez o doce pasos delante de l, parecaexaminar con profunda atencin un pedazo de loza azul que haba entrela hierba. De pronto, se estremeci: senta ya el fro de la noche. Se encasquet bien la gorra; se cruz y aboton maquinalmente lachaqueta, dio un paso, y se inclin para coger del suelo el palo. Al hacereste movimiento vio la moneda de cuarenta sueldos que su pie habamedio sepultado en la tierra, y que brillaba entre algunas piedras. "Ques esto?", dijo entre dientes. Retrocedi tres pasos, y se detuvo sin po-der separar su vista de aquel punto que haba pisoteado haca un mo-42 40. L O S M I S E R A B L E Smento, como si aquello que brillaba en la oscuridad hubiese tenido unojo abierto y fijo en l. Despus de algunos minutos se lanz convulsivamente hacia lamoneda de plata de dos francos, la cogi, y enderezndose mir a lolejos por la llanura, dirigiendo sus ojos a todo el horizonte, anhelante,como una fiera asustada que busca un asilo. Nada vio. La noche caa, la llanura estaba fra, e iba formndoseuna bruma violada en la claridad del crepsculo. Dio un suspiro y march rpidamente hacia el sitio por donde elnio haba desaparecido. Despus de haber andado unos treinta pasosse detuvo y mir. Pero tampoco vio nada. Entonces grit con todas sus fuerzas: Gervasillo! Gervasillo! Call y esper. Nadie respondi. El campo estaba desierto y triste. El hombre volvi a andar, a correr; de tanto en tanto se detena ygritaba en aquella soledad con la voz ms formidable y ms desoladaque pueda imaginarse: Gervasillo! Gervasillo! Si el muchacho hubiera odo estas voces, de seguro habra tenidomiedo, y se hubiera guardado muy bien de acudir. Pero deba de estarya muy lejos. Jean Valjean encontr a un cura que iba a caballo. Se dirigi a l y ledijo: Seor cura: habis visto pasar a un muchacho? No dijo el cura. Uno que se llama Gervasillo! No he visto a nadie. Entonces Jean Valjean sac dos monedas de cinco francos de sumorral, y se las dio al cura. Seor cura, tomad para los pobres. Seor cura, es un muchachode unos diez aos con una bolsa y una gaita. Iba caminando. Es uno deesos saboyanos, ya sabis... No lo he visto. Jean Valjean tom violentamente otras dos monedas de cinco fran-cos, y las dio al sacerdote. Para los pobres le dijo. Y despus aadi con azoramiento: Seor cura, mandad que me prendan: soy un ladrn.43 41. V C T O R H U G O El cura pic espuelas y huy atemorizado. Jean Valjean ech a correr. Sigui a la suerte un camino mirando,llamando y gritando; pero no encontr a nadie. Al fin se detuvo. Laluna haba salido. Pase su mirada a lo lejos, y grit por ltima vez: Gervasillo! Gervasillo! Gervasillo! Aquel fue su ltimo intento. Sus piernas se doblaron bruscamente,como si un poder invisible lo oprimiera con todo el peso de su malaconciencia. Cay desfallecido sobre una piedra con las manos en lacabeza y la cara entre las rodillas, y exclam: Soy un miserable! Su corazn estall, y rompi a llorar. Era la primera vez que llora-ba en diecinueve aos! Cuando Jean Valjean sali de casa del obispo, estaba, por decirloas, fuera de todo lo que haba sido su pensamiento hasta all. No podaexplicarse lo que pasaba en l. Quera resistir la accin anglica, lasdulces palabras del anciano: "Me habis prometido ser hombre honra-do. Yo compro vuestra alma. Yo la libero del espritu de perversidad, yla consagro a Dios". Estas frases se presentaban a su memoria sin cesar.Comprenda claramente que el perdn de aquel sacerdote era el ataquems formidable que poda recibir; que su endurecimiento sera infinitosi poda resistir aquella clemencia; pero que si ceda, le sera preciso re-nunciar al odio que haba alimentado en su alma por espacio de tantosaos, y que ahora haba comenzado una lucha colosal y definitiva entresu maldad y la bondad del anciano sacerdote. Deslumbrado ante esta nueva luz, caminaba como un enajenado.Vea sin duda alguna que ya no era el mismo hombre; que todo habacambiado en l, y que no haba estado en su mano evitar que el obispole hablara y lo conmoviera. En este estado de espritu haba aparecido Gervasillo y l le habarobado sus cuarenta sueldos. Por qu? Con toda seguridad no hubierapodido explicarlo. Era aquella accin un ltimo efecto, un supremoesfuerzo de las malas ideas que haba trado del presidio? Jean Valjean retrocedi con angustia y dio un grito de espanto. Alrobar la moneda al nio haba hecho algo que no sera ya ms capaz dehacer. Esta ltima mala accin tuvo en l un efecto decisivo. En elmomento en que exclamaba: "Soy un miserable!", acababa de conocer-se tal como era. Vio realmente a Jean Valjean con su siniestra fisonomadelante de s, y le tuvo horror.44 42. L O S M I S E R A B L E S Vio, como en una profundidad misteriosa, una especie de luz quetom al principio por una antorcha. Examinando con ms atencin estaluz encendida en su conciencia, vio que tena forma humana, y que erael obispo. Su conciencia compar al obispo con Jean Valjean. El obispo crecay resplandeca a sus ojos y Jean Valjean se empequeeca y desapareca.Despus de algunos instantes slo qued de l una sombra. Despusdesapareci del todo. Slo qued el obispo. El obispo, que iluminaba elalma de aquel miserable con un resplandor magnfico. Jean Valjean llor largo rato. Llor lgrimas ardientes, llor a sollo-zos; llor con la debilidad de una mujer, con el temor de un nio. Mientras lloraba se encenda poco a poco una luz en su cerebro,una luz extraordinaria, una luz maravillosa y terrible a la vez. Su vidapasada, su primera falta, su larga expiacin, su embrutecimiento exte-rior, su endurecimiento interior, su libertad halagada con tantos planesde venganza, las escenas en casa del obispo, la ltima accin que habacometido, aquel robo de cuarenta sueldos a un nio, crimen tanto msculpable, tanto ms monstruoso cuanto que lo ejecut despus del per-dn del obispo; todo esto se le present claramente; pero con una cla-ridad que no haba conocido hasta entonces. Examin su vida y le pareci horrorosa; examin su alma y le pare-ci horrible. Y sin embargo, sobre su vida y sobre su alma se extendauna suave claridad. Cunto tiempo estuvo llorando as? Qu hizo despus de llorar?Adnde fue? No se supo. Solamente se dijo que aquella misma noche,un cochero que llegaba a D. hacia las tres de la maana, al atravesar lacalle donde viva el obispo vio a un hombre en actitud de orar, de rodi-llas en el empedrado, delante de la puerta de monseor Bienvenido.45 43. LIBRO TERCEROEl ao 1817 I Doble cuarteto En 1817 reinaba Luis XVIII, Napolen estaba en Santa Elena, ytodos convenan en que se haba cerrado para siempre la era de las re-voluciones. En ese 1817, cuatro alegres jvenes que estudiaban en Pars deci-dieron hacer una buena broma. Eran jvenes insignificantes; todo elmundo conoce su tipo: ni buenos, ni malos; ni sabios, ni ignorantes; nigenios, ni imbciles; ramas de ese abril encantador que se llama veinteaos. Se llamaban Tholomys, Listolier, Fameuil y Blachevelle. Cada unotena, naturalmente, su amante. Blachevelle amaba a Favorita, Listolieradoraba a Dalia, Fameuil idolatraba a Zefina, y Tholomys quera aFantina, llamada la rubia, por sus hermosos cabellos, que eran como losrayos del sol. Favorita, Dalia, Zefina y Fantina eran cuatro encantadoras jvenesperfumadas y radiantes, con algo de obreras an porque no habanabandonado enteramente la aguja, distradas con sus amorcillos, y queconservaban en su fisonoma un resto de la severidad del trabajo, y ensu alma esa flor de la honestidad que sobrevive en la mujer a su primeracada. La pobreza y la coquetera son dos consejeros fatales: el unomurmura y el otro halaga; y las jvenes del pueblo tienen ambos con-sejeros que les hablan cada uno a un odo. Estas almas mal guardadaslos escuchan; y de aqu provienen los tropiezos que dan y las piedrasque se les arrojan. Ah, si la seorita aristocrtica tuviese hambre! Los jvenes eran camaradas; las jvenes eran amigas. Tales amoresllevan siempre consigo tales amistades. 47ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DEJOSE ALBERTO DAZ ([email protected]) 44. V C T O R H U G O Fantina era uno de esos seres que brotan del fondo del pueblo.Haba nacido en M. Quines eran sus padres? Nadie haba conocido asu padre ni a su madre. Se llamaba Fantina. Y por qu se llamaba Fan-tina? Cuando naci se viva la poca del Directorio. Como no tenanombre de familia, no tena familia; como no tena nombre de bautis-mo, la Iglesia no exista para ella. Se llam como quiso el primer tran-sente que la encontr con los pies descalzos en la calle. Recibi unnombre, lo mismo que reciba en su frente el agua de las nubes los dasde lluvia. As vino a la vida esta criatura humana. A los diez aos Fanti-na abandon la ciudad y se puso a servir donde los granjeros de losalrededores. A los quince aos se fue a Pars a "buscar fortuna". Per-maneci pura el mayor tiempo que pudo. Fantina era hermosa. Tenaun rostro deslumbrador, de delicado perfil, los ojos azul oscuro, el cutisblanco, las mejillas infantiles y frescas, el cuello esbelto. Era una bonitarubia con bellsimos dientes; tena por dote el oro y las perlas; pero eloro estaba en su cabeza, y las perlas en su boca. Trabaj para vivir, y despus am tambin para vivir, porque el co-razn tiene su hambre. Y am a Tholomys. Amor pasajero para l; pasin para ella. Las calles del Barrio Latino,que hormiguean de estudiantes y modistillas, vieron el principio de estesueo. Fantina haba huido mucho tiempo de Tholomys, pero de mo-do que siempre lo encontraba en los laberintos del Panten, dondeempiezan y terminan tantas aventuras. Blachevelle, Listolier y Fameuil formaban un grupo a cuya cabezaestaba Tholomys, que era el ms inteligente. Un da Tholomys llam aparte a los otros tres, hizo un gesto pro-pio de un orculo y les dijo: Pronto har un ao que Fantina, Dalia, Zefina y Favorita nos pi-den una sorpresa. Se la hemos prometido solemnemente, y nos la estnreclamando siempre; a m sobre todo. Al mismo tiempo nuestros pa-dres nos escriben. Nos vemos apremiados por las dos partes. Me pareceque ha llegado el momento. Escuchad. Tholomys baj la voz, y pronunci con gran misterio algunas pa-labras tan divertidas, que de las cuatro bocas salieron entusiastas carca-jadas, al mismo tiempo que Blachevelle exclamaba: "Es una gran idea!"48 45. L O S M I S E R A B L E S El resultado de aquella secreta conversacin fue un paseo al campoque se realiz el domingo siguiente, al que invitaron los estudiantes a lasjvenes. Ese da las cuatro parejas llevaron a cabo concienzudamente todaslas locuras campestres posibles en ese entonces. Principiaban las vaca-ciones, y era un claro y ardiente da de verano. Favorita, que era la nicaque saba escribir, envi la noche anterior a Tholomys una nota di-ciendo: "Es muy sano salir de madrugada". Por esta razn se levantaron todos a las cinco de la maana. Fuerona SaintCloud en coche; se pararon ante la cascada; jugaron en las ar-boledas del estanque grande y en el puente de Svres; hicieron ramille-tes de flores; comieron en todas partes pastelillos de manzanas;Tholomys, que era capaz de todo, se pona una cosa extraa en la bocallamada cigarro y fumaba; en fin, fueron perfectamente felices. IIAlegre fin de la alegra Aquel da pareca una aurora continua. Las cuatro alegres parejasresplandecan al sol en el campo, entre las flores y los rboles. En aque-lla felicidad comn, hablando, cantando, corriendo, bailando, persi-guiendo mariposas, cogiendo campanillas, mojando sus botas en lashierbas altas y hmedas, reciban a cada momento los besos de todos,excepto Fantina que permaneca encerrada en su vaga resistencia pen-sativa y respetable. Era la alegra misma, pero era a la vez el pudormismo. T le deca Favorita, t tienes que ser siempre tan rara. Fueron al parque a columpiarse y despus se embarcaron en el Se-na. De cuando en cuando, preguntaba Favorita: Y la sorpresa? Paciencia responda Tholomys. Cansados ya, pensaron en comer y se dirigieron a la hostera deBombarda. All se instalaron en una sala grande y fea, alrededor de unamesa llena de platos, bandejas, vasos y botellas de cerveza y de vino.Prosiguieron la risa y los besos. En eso estaba, pues, a las cuatro de la tarde el paseo que empezaraa las cinco de la madrugada. El sol declinaba y el apetito se extingua.49 46. V C T O R H U G OEn ese momento Favorita, cruzando los brazos y echando la cabezaatrs, mir resueltamente a Tholomys y le dijo: Bueno pues, y la sorpresa? Justamente, ha llegado el momento respondi Tholomys. Seo-res, la hora de sorprender a estas damas ha sonado. Seoras, esperadnosun momento. La sorpresa empieza por un beso dijo Blachevelle. En la frente aadi Tholomys. Cada uno deposit con gran seriedad un beso en la frente de suamante. Despus se dirigieron hacia la puerta los cuatro en fila, con eldedo puesto sobre la boca. Favorita aplaudi al verlos salir. No tardis mucho murmur Fantina, os esperamos. Una vez solas las jvenes se asomaron a las ventanas, charlandocomo cotorras. Vieron a los jvenes salir del brazo de la hostera de Bombarda; loscuatro se volvieron, les hicieron varias seas rindose y desaparecieronen aquella polvorienta muchedumbre que invade semanalmente losCampos Elseos. No tardis mucho! grit Fantina. Qu nos traern? dijo Zefina. De seguro que ser una cosa bonita dijo Dalia. Yo quiero que sea de oro replic Favorita. Pronto se distrajeron con el movimiento del agua por entre las ra-mas de los rboles, y con la salida de las diligencias. De minuto en mi-nuto algn enorme carruaje pintado de amarillo y negro cruzaba entreel gento. Pas algn tiempo. De pronto Favorita hizo un movimiento comoquien se despierta. Ah! dijo, y la sorpresa? Es verdad aadi Dalia, y la famosa sorpresa? Cunto tardan! dijo Fantina. Cuando Fantina acababa ms bien de suspirar que de decir esto, elcamarero que les haba servido la comida entr. Llevaba en la manoalgo que se pareca a una carta. Qu es eso? pregunt Favorita. El camarero respondi: 50 47. L O SM I S E R A B L E S Es un papel que esos seores han dejado abajo para estas seori-tas. Por qu no lo habis trado antes? Porque esos seores contest el camarero dieron orden que nose os entregara hasta pasada una hora. Favorita arranc el papel de manos del camarero. Era una carta. No est dirigida a nadie! dijo. Slo dice: Esta es la sorpresa. Rompi el sobre, abri la carta y ley: "Oh, amadas nuestras! Sabed que tenemos padres; padres, vosotrasno entenderis muy bien qu es eso. As se llaman el padre y la madreen el Cdigo Civil. Ahora bien, estos padres lloran; estos ancianos nosreclaman; estos buenos hombres y estas buenas mujeres nos llamanhijos prdigos, desean nuestro regreso y nos ofrecen matar corderos ennuestro honor. Somos virtuosos y les obedecemos. A la hora en queleis esto, cinco fogosos caballos nos llevarn hacia nuestros paps ynuestras mams. Nos escapamos. La diligencia nos salva del borde delabismo; el abismo sois vosotras, nuestras bellas amantes. Volvemos aentrar, a toda carrera, en la sociedad, en el deber, y en el orden. Es im-portante para la patria que seamos, como todo el mundo, prefectos,padres de familia, guardas campestres o consejeros de Estado. Venera-dnos. Nosotros nos sacrificamos. Lloradnos rpidamente, y reemplaza-dnos ms rpidamente. Si esta carta os produce pena, rompedla. Adis.Durante dos aos os hemos hecho dichosas. No nos guardis rencor. Firmado: Blachevelle, Fameuil, Listolier, Tholomys. Postscriptum. La comida est pagada". Las cuatro jvenes se miraron. Favorita fue la primera que rompi el silencio. Qu importa! exclam. Es una buena broma. Muy graciosa! dijeron Dalia y Zefina. Y rompieron a rer. Fantina ri tambin como las dems. Pero una hora despus, cuando estuvo ya sola en su cuarto, llor.Era, ya lo hemos dicho, su primer amor. Se haba entregado a Tho-lomys como a un marido, y la pobre joven tena una hija.51 48. LIBRO CUARTO Confiar es a veces abandonar I Una madre encuentra a otra madreEn el primer cuarto de este siglo haba en Montfermeil, cerca dePars, una especie de taberna que ya no existe. Esta taberna, de propie-dad de los esposos Thenardier, se hallaba situada en el callejn delBoulanger. Encima de la puerta se vea una tabla clavada descuidada-mente en la pared, en la cual se hallaba pintado algo que en cierto modose asemejaba a un hombre que llevase a cuestas a otro hombre congrandes charreteras de general; unas manchas rojas queran figurar lasangre; el resto del cuadro era todo humo, y representaba una batalla.Debajo del cuadro se lea esta inscripcin: "El Sargento de Waterloo".Una tarde de la primavera de 1818, una mujer de aspecto pocoagradable se hallaba sentada frente a la puerta de la taberna, mirandojugar a sus dos pequeas hijas, una de pelo castao, la otra morena, unade unos dos aos y medio, la otra de un ao y medio.Tenis dos hermosas hijas, seora dijo de pronto a su lado unamujer desconocida, que tena en sus brazos a una nia.Adems llevaba un abultado bolso de viaje que pareca muy pesado.La hija de aquella mujer era uno de los seres ms hermosos quepueden imaginarse y estaba vestida con gran coquetera. Dorma tran-quila en los brazos de su madre. Los brazos de las madres son hechosde ternura; los nios duermen en ellos profundamente.En cuanto a la madre, su aspecto era pobre y triste. Llevaba la ves-timenta de una obrera que quiere volver a ser aldeana. Era joven; acasohermosa, pero con aquella ropa no lo pareca. Sus rubios cabellos esca-paban por debajo de una fea cofia de beguina amarrada al mentn;calzaba gruesos zapatones. Aquella mujer no se rea; sus ojos parecan53 49. V C T O R H U G Osecos desde haca mucho tiempo. Estaba plida, se vea cansada y tosabastante; tena las manos speras y salpicadas de manchas rojizas, elndice endurecido y agrietado por la aguja. Era Fantina. Diez meses haban transcurrido desde la famosa sorpresa. Quhaba sucedido durante estos diez meses? Fcil es adivinarlo. Despus del abandono, la miseria. Fantina haba perdido de vista aFavorita, Zefina y Dalia; el lazo una vez cortado por el lado de loshombres, se haba deshecho por el lado de las mujeres. Abandonadapor el padre de su hija, se encontr absolutamente aislada; haba des-cuidado su trabajo, y todas las puertas se le cerraron. No tena a quin recurrir. Apenas saba leer, pero no saba escribir;en su niez slo haba aprendido a firmar con su nombre. A quindirigirse? Haba cometido una falta, pero el fondo de su naturaleza eratodo pudor y virtud. Comprendi que se hallaba al borde de caer en elabatimiento y resbalar hasta el abismo. Necesitaba valor; lo tuvo, y seirgui de nuevo. Decidi volver a M., su pueblo natal. Acaso all la co-nocera alguien y le dara trabajo. Pero deba ocultar su falta. Entoncesentrevi confusamente la necesidad de una separacin ms doloro