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* publicada en revista Noticias, abril 2009 Nunca la frontera entre ser y no ser católico estuvo tan difusa como ahora. Mientras que una abrumadora mayoría de argentinos se declara católica, su escasa participación en el culto, la apertura hacia otras religiones, y los fuertes cuestionamientos hacia la Iglesia en aspectos controversiales están vaciando de sentido aquella identidad, al punto tal de sembrar dudas sobre el sentido del ser cristiano y abrir un debate sobre la real influencia de la Iglesia y de sus valores en la vida cotidiana de las personas. No sólo no van a misa. Apoyan el aborto, recurren a curanderos, usan anticonceptivos, piden el fin del celibato de los sacerdotes, exigen educación sexual en las escuelas, bautizan a sus hijos como parte de un rito cultural y no con sentido religioso, no se cuestionan moralmente las relaciones sexuales prematrimoniales, y han dejado de confesarse y de comulgar. Pero al mismo tiempo resaltan el rol social de la Iglesia y apoyan su misión entre los pobres, al punto tal de valorarla como la institución de mayor imagen positiva del país. Y creen y dialogan, sin intermediarios, con Dios, con algo más allá que le da trascendencia a sus vidas. Viven una religiosidad personal sin culpa, sin dudas y sin cuestionamientos hacia su fe. Sin entrar en crisis con su identidad católica. Son los Neo Católicos. Un movimiento generado desde las bases que está abriendo una grieta en el seno de la Iglesia. Una tensión invisible, avivada por una fuerte corriente de teologías aperturistas que, como efecto, está también radicalizando el discurso de sus sectores más conservadores. En 2008, el CONICET saldó una cuenta pendiente al publicar la investigación “Religión y estructura social en la Argentina del siglo XXI”. Hasta entonces, eran muy pocos, parciales y lejanos los estudios sobre las creencias y actitudes religiosas en nuestro país. De hecho, desde 1960 los censos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) no preguntan la religión de las personas. Y de los dos censos que sí se tienen datos – 1947 y 1960 – apenas puede saberse la identidad religiosa de las personas, pero

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* publicada en revista Noticias, abril 2009

Nunca la frontera entre ser y no ser católico estuvo tan difusa como ahora. Mientras que una abrumadora mayoría de argentinos se declara católica, su escasa participación en el culto, la apertura hacia otras religiones, y los fuertes cuestionamientos hacia la Iglesia en aspectos controversiales están vaciando de sentido aquella identidad, al punto tal de sembrar dudas sobre el sentido del ser cristiano y abrir un debate sobre la real influencia de la Iglesia y de sus valores en la vida cotidiana de las personas.

No sólo no van a misa. Apoyan el aborto, recurren a curanderos, usan anticonceptivos, piden el fin del celibato de los sacerdotes, exigen educación sexual en las escuelas, bautizan a sus hijos como parte de un rito cultural y no con sentido religioso, no se cuestionan moralmente las relaciones sexuales prematrimoniales, y han dejado de confesarse y de comulgar. Pero al mismo tiempo resaltan el rol social de la Iglesia y apoyan su misión entre los pobres, al punto tal de valorarla como la institución de mayor imagen positiva del país. Y creen y dialogan, sin intermediarios, con Dios, con algo más allá que le da trascendencia a sus vidas. Viven una religiosidad personal sin culpa, sin dudas y sin cuestionamientos hacia su fe. Sin entrar en crisis con su identidad católica. Son los Neo Católicos. Un movimiento generado desde las bases que está abriendo una grieta en el seno de la Iglesia. Una tensión invisible, avivada por una fuerte corriente de teologías aperturistas que, como efecto, está también radicalizando el discurso de sus sectores más conservadores.

En 2008, el CONICET saldó una cuenta pendiente al publicar la investigación “Religión y estructura social en la Argentina del siglo XXI”. Hasta entonces, eran muy pocos, parciales y lejanos los estudios sobre las creencias y actitudes religiosas en nuestro país. De hecho, desde 1960 los censos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) no preguntan la religión de las personas. Y de los dos censos que sí se tienen datos – 1947 y 1960 – apenas puede saberse la identidad religiosa de las personas, pero no sus creencias.

Al tomar esos dos estudios y compararlo con el del CONICET, lo primero que se observa es un descenso de los católicos en los últimos 62 años (con una salvedad: los censos son a toda la población y el estudio es muestral). En 1947, el 93,6% se declaraba católico. Trece años después, esa cifra bajaba a 90%. Hoy, los católicos son el 76,5% de la población. Una nada despreciable ¾ partes, pero que así y todo ha sufrido un retroceso. Los últimos datos censales realizados en otros países de América latina nos permiten comparar nuestra situación con la región. Nuestra cantidad de católicos es similar a la de Brasil (73,8%) y Chile (78,5%), superior a la de Uruguay (46,8%) e inferior a la de México (88,9%).

¿Quién capitalizó ese descenso entre los católicos? La dispersión hay que buscarla por el lado de los evangelistas, que entre 1947 y 1960 no llegaban al 3% de la población y hoy rondan el 9%, y los “sin religión” o “indiferentes”, entre los que están los agnósticos y aquellos que creyendo en Dios, no se identifican con ninguna religión. En los censos esa cifra rondaba el 1,5% y hoy es de 11,3%.

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Lo que no nos dicen los censos es la profundidad de esa identidad religiosa. De ahí la importancia del estudio de CONICET, dirigida por el sociólogo especialista en religiones Fortunato Marimachi. Las conclusiones generales del estudio señalan la existencia de “complejos procesos de desinstitucionalización religiosa y de individualización de las creencias”. Que, “aún con una cultura cristiana de largo espesor histórico”, existe “pluralismo y diversidad en el campo religioso”, al tiempo que “la opinión mayoritaria de la sociedad argentina sobre cuestiones controversiales (aborto, educación sexual en las escuelas, uso de anticonceptivos, sacerdocio de las mujeres), revela la autonomía de conciencia y decisión, y toma distancia de los postulados doctrinarios de las instituciones religiosas, hecho que se refleja también en la libertad de elección de religión que deben tener los hijos”.

Según el sociólogo Juan Cruz Esquivel, profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigador del Conicet y coordinador del estudio, parte de las razones de este diagnóstico hay que buscarlas en la individualización y la autonomía de conciencia del individuo. “Se puede creer sin pertenecer, vincularse con lo trascendente sin la mediación de un sacerdote o un pastor. Tener opiniones y actitudes en la vida cotidiana alejadas de los postulados normativos institucionales sin contradicción alguna. Se trata de identidades más efímeras y comportamientos cotidianos que desbordan los marcos normativos institucionales y que reflejan el actual estado de situación en materia religiosa que, por otra parte, no es ajeno a lo que sucede en otros campos de la vida social”, explica.

“No vengo casi nunca” es lo primero que le dice Amadeo (48 años, empleado bancario) a NOTICIAS, a la salida de la iglesia Nuestra Señora de la Merced, en pleno microcentro. Amadeo está bautizado, confirmado y casado por el rito católico. Pero es escéptico. “No creo que en la Iglesia, no creo en los curas. “Pero viniste a rezar”, le recuerda este cronista. “Sí, lo hago como forma de acercamiento, como algo muy personal. No dejo de vivirlo con algo de culpa”, reconoce.

Alejandro Frigerio, sociólogo y antropólogo, especializado en religiones, asegura que no es que exista un proceso de desinstitucionalización – como el que refleja Amadeo - sino que esto existió siempre, aunque comenzó a hacerse más notorio con la llegada de la democracia. Para él, a partir de 1983 “una cantidad de gente que hacía religión a puertas cerradas empieza a poner el cartelito afuera. Había un movimiento subterráneo que empieza a mostrarse públicamente. Entonces el costo social de ir a un templo de otra religión empieza a disminuir”. Frigerio asegura que nunca hubo una identificación completa entre los individuos, su identidad como católico y sus creencias. “¿La gente saca sus creencias religiosas de otro lado, no yendo a misa. Creer que porque alguien se define como católico implica que obedece a la Iglesia en materia de religión y comportamiento social es un error”.

NOTICIAS: ¿Pero no debería ser así? ¿No hay una contradicción entre aquel que se define católico y no lo pone en práctica?ALEJANDRO FRIGERIO: Todos tenemos varias identidades que usamos en diferentes aspectos de nuestra vida. Algunas son más importantes y son la que se presentan en mayor cantidad de situaciones, y otras se presentan cada tanto. El ser católico es una

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identidad que se usa poco, no hay muchas situaciones en las que uno se identifique como tal. Entonces, si tu identidad es débil, difícilmente entre en conflicto tus creencias. Eso te puede pasar si sos evangélico. Si sos evangélico tenés que ir al culto una vez por semana, si no sos evangélico. Pero si sos católico podés no ir nunca, te alcanza con bautizar a tus hijos o darles la comunión, aunque tampoco lo hacen. NOTICIAS: Pero se siguen identificando como católicos.ALEJANDRO FRIGERIO: Y, te dicen que son católicos porque en algo creen ¿Qué son entonces? ¿New Ager? Los que no pertenecen a un grupo formal como umbandistas o evangélicos te dicen que son católicos.NOTICIAS: ¿Y qué significa entonces ser católico?ALEJANDRO FRIGERIO: No significa mucho. Antes había cosas que había que hacer: tomar la comunión, casarte por Iglesia. Era parte del ser argentino, no del ser católico, era lo que había que hacer para ser un ciudadano normal. Eso es lo que se quebró.Esa ruptura se refleja en las creencias de los católicos a lo largo de su vida. Volviendo al estudio de Conicet, la tasa de matrimonios religiosos es muy menor a la de la tasa de bautizados, con lo cual el alejamiento de la religión implica también abandonar algunos sacramentos que tenían fuerte representación social: El 95% de la población está bautizada, mientras que sólo el 73% se casó o se casará por Iglesia. Y si tomamos en cuenta que el 70,8% deja que sus hijos elijan su religión o creencia, observaremos que el bautismo ha pasado a ser una suerte de rito iniciático, cultural, que no determina la religión del bautizado.

Entonces ¿qué es ser católico? Para Pablo Semán, antropólogo y sociólogo especializado en religión, investigador del CONICET y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), hay tal dispersión de premios y castigos dentro del catolicismo que cualquier creencia puede acomodarse a la definición de ser católico. “El catolicismo admite por abajo cosas que sanciona por arriba. Es muy exigente de palabra, pero no en los hechos. Entonces hay múltiples posibilidades de ser católico. Siempre hay una manera de quedar adentro”.

Hace unos años, un sacerdote de una barriada muy pobre del conurbano vivió su primer contacto con aquello que los sociólogos llaman secularismo. Un día, un grupo de hombres se acercó a la parroquia y le hizo un pedido muy particular: ir a romper una macumba que le habían hecho atrás de uno de los arcos de la cancha donde debían jugar un partido de fútbol esa misma tarde. “Les dije que no había que tenerle miedo a esas cosas. No creían, pero tenían miedo. Y como no se quedaron conformes, terminé yendo a desarmar ese trabajo” recuerda entre risas. Mercedes tiene 50 años y asiste regularmente a la parroquia de Santa Rita, en Boulogne, en el norte del conurbano bonaerense. “No se es más católico por cumplir lo que dice la ley. Las reglas no nos impiden ser libres. En ese sentido, la Iglesia es como una madre paciente”, dice.

Es cierto: el catolicismo es inclusivo y toma como manifestaciones de fe desde un sacrificio espiritual, hasta la participación en el culto, pasando por el amor al prójimo o la solidaridad desinteresada. Todo eso junto, o todo eso por partes. En definitiva, es la fe como un tema de libertad de conciencia. Sin embargo, aquella autonomía de pensamiento que refleja el estudio del Conicet está mostrando un debilitamiento en la capacidad de la Iglesia de transmitir los valores más intrínsecos de la religión católica.

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Por eso es que desde la máxima autoridad se advierte que no se puede vivir una fe individual por fuera de la Iglesia y ser católico al mismo tiempo. “La fe cristiana es esencialmente eclesial y sin un vínculo vivo con la comunidad, la fe del individuo nunca crecerá hasta la madurez. El resultado puede ser una apostasía silenciosa”. La apostasía es la negación, renuncia o abjuración a la fe en una religión. La frase que marca una incompatibilidad entre la vida no eclesial y la fe pertenece al Papa Benedicto XVI y fue pronunciada a mediados de 2008 durante un encuentro que mantuvo con obispos católicos en su gira por Estados Unidos.

En la Iglesia, los Neo Católicos son un tema de debate tan intenso, que es motivo de discusión en todos los encuentros de obispos y autoridades religiosas. “En la Iglesia Católica se presenta un tensión. Por un lado, están quienes buscan dialogar con las consecuencias del mundo moderno. Reconocen la mayor autonomía de conciencia y de decisión de los individuos y la pluralidad existente en el campo religioso, lo que supone redefinir las estrategias de evangelización a partir del nuevo estado de situación. Por otro lado, muchos otros visualizan un deterioro cultural fruto de esa modernidad, expresado en el consumismo, hedonismo, pérdida de valores. Y promueven reforzar el mensaje doctrinario invariable, una evangelización basada en la ortodoxia doctrinaria, independientemente de los cambios que se observen en las sociedades contemporáneas”, detalla Esquivel.

Es difícil establecer cuál de las dos posturas tiene más peso dentro de la Iglesia. Si, como dice Esquivel, la tensión es constante, quizás la cara más visible de esa discusión haya sido la elección del Cardenal Joseph Ratzinger como el Papa Benedicto XVI. Aquella asunción equilibró para muchos la balanza hacia los sectores más conservadores de la institución, y dejó a parte de los miembros de la Iglesia, religiosos y laicos, con las ganas de ser dirigidos por una cabeza más a tono con los tiempos modernos: el teólogo alemán es considerado un conservador en materia de derechos individuales para los fieles católicos. Sin embargo, según José María Poirier, director de la tradicional revista Criterio y uno de los hombres que más conoce en Argentina las internas vaticanas, Benedicto XVI es víctima de algunas deficiencias que comenzaron a notarse durante el papado de su antecesor. “Durante el papado de Juan Pablo II se produce un quiebre entre la doctrina y la praxis. Logró crear una relación de afecto con los fieles, pero no advirtió que se iba instalando una corriente de pensamiento distinta a su criterio, que su opinión era una más. Ante eso, Benedicto, que además no tiene el carisma de Juan Pablo II, toma posturas muy conservadoras”, define.

¿Cómo está compuesta aquella corriente de opinión de la que habla Poirier? El sociólogo español Millán Arroyo Menéndez, al analizar un estudio de la sociedad ibérica y sus conductas religiosas - con conclusiones similares al del caso argentino - sostiene que estamos frente a un individuo sin verdades absolutas, impregnado de relativismo cultural y con una sensibilidad moral adaptable al contexto, que “ya no desea ser controlado ni por una religión ni por ninguna otra cosa, y, al contrario, desea sentir que tiene el control personal de su propia religiosidad, entre otras cosas de la vida”, afirma. En este contexto, ante la adopción de posturas ortodoxas, reacciona. “Los valores de la ortodoxia son incompatibles con los valores provenientes de la

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modernización cultural y viceversa; no se puede ser moderno si uno no se desprende antes de determinados valores, creencias y comportamientos sostenidos tradicionalmente por la ortodoxia católica”, explica Millán Arroyo.

Uno de los aspectos más relevantes en los Neo Católicos sobre la construcción de su religiosidad es la adopción de creencias de otras religiones y movimientos espirituales. El estudio del Conicet realizó un ranking de creencias, del que se desprenden dos conclusiones muy interesantes. En el cuarto puesto del ranking está “la Virgen”, con 80,1%. Si tomamos en cuenta que el porcentaje de declarados católicos es del 76,%, hay casi un 4% de personas de otras religiones que están adorando a la Virgen María, un culto al que no adhieren ni los evangelistas, ni los Testigos de Jehová, por caso. El otro elemento es la presencia de “La Energía” – un elemento muy presente en el pensamiento new age - como una de las creencias de mayor peso entre los argentinos: el 64,5% creen en ella.

Fernanda tiene 30 años. Creció en escuelas religiosas y se recibió de abogada en la Universidad Católica Argentina (UCA). Aunque no va a misa, cada tanto se confiesa. La última vez fue en diciembre de 2008. En la muñeca derecha llevaba una cinta roja. “Lo primero que me miró el cura fue la cintita. ´¿Qué hacés con eso?´, me preguntó. ´La envidia no existe y si alguien te dice lo contrario, decile que me venga a ver a mí´, me dijo. Igual no me la pienso sacar”. Para Arroyo Menéndez, casos como el de Fernanda “deberían hacernos reflexionar”. “Existe un contingente grande de individuos que siguen rezando, hablando con Dios y siendo religiosamente activos por su cuenta, de forma individual, en una sociedad laica, secularizada, a menudo sin el amparo de una parroquia o de un grupo en el que actualizar y reforzar la creencia y la espiritualidad y con el no pequeño esfuerzo de tener que redescubrir su religiosidad, para adaptarla en consonancia con otras dimensiones de su mentalidad”, enfatiza.

El combate hacia esta suerte de sincretismo también se da en el plano del debate teológico. Antonhy de Mello fue un sacerdote jesuita, autor de numerosos libros sobre espiritualidad fuertemente influenciados por corrientes orientales, como el budismo y el taoísmo. El Vaticano lo acusó en 1998 de incompatibilidad con la fe cristiana, y de causar “graves daños” a los fieles. Todavía circulan libros suyos con una hoja de advertencia propuesto por la jerarquía eclesiástica. Otro caso fue el del sacerdote Jacques Dupuis. De origen belga, Dupuis desarrolló gran parte de su vida sacerdotal en India, donde absorbió las enseñanzas del hinduismo y el budismo y las unió a las del cristianismo. Así, llegó a proponer que Jesucristo es universal y pertenece a todas las religiones. Y que “todas las religiones son cristianas, lo único que las separa es la Iglesia”. Fue sometido a una dura investigación interna, acusado de “graves errores contra elementos esenciales de la fe divina y católica”, de la que fue absuelto a medias algunos años después. El impulsor de las acusaciones de de Mello y de Dupuis fue el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI.

“¿Qué mensaje desea hacer entender el Cardenal Ratzinger a los teólogos indios u orientales atacándole a usted personalmente?”, le preguntó un periodista a Dupuis pocos años antes de su muerte, en 2004. “Que tienen que dejar de difundir ideas como que la salvación es posible a través de otras religiones, o que otras religiones también

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pueden ser receptoras de la revelación”, contestó.

Desde el llano, las cosas se ven de otra manera. Con menos dramatismo. Los curas, a diario, deben tratar con parroquianos que se confiesan con hojas gillette colgadas al cuello “para cortar la mala onda”. O que, en medio de la confesión y entre dientes, piden permiso para ir a ver a una bruja. “Yo les digo que si eso los hace feliz, les va a hacer bien a nivel espiritual y no va a significar un daño, bienvenido sea”, le cuenta a NOTICIAS un sacerdote de una parroquia porteña. “Deberías venir a las reuniones de curas para que veas que hay otra manera de ver las cosas”, invita.

Mientras tanto, los obispos latinoamericanos se debaten cómo enfrentar este proceso de secularización. Ya en 2003, durante un Plenario de la Pontificia Comisión para América latina (CAL), se preguntaban:“¿No vemos cómo se desangra nuestro catolicismo con la cantidad de fieles que continuamente pierde la Iglesia porque se van a las sectas o dejan sin más la religión cristiana? ¿Se está volviendo protestante América Latina?”.

Aparentemente, el desafío no es tanto la conversión a otras religiones, como la evangélica, sino esa suerte de síntesis personal que en muchos puntos entra en contradicción con la Iglesia. Según Esquivel “los evangélicos han crecido, fundamentalmente en la década del 80 y 90. En la actualidad, hay dudas sobre la continuidad de ese crecimiento”. Entonces ¿Cómo se construye esa religiosidad no-institucional, cuáles son los elementos de los cuales se nutre? Según Frigerio, las fuentes de alimentación los libros, las relaciones personales, y la socialización familiar, todos modos que trascienden la institución. Y le da una especial importancia a los medios de comunicación y la industria cultural. “Lo que antes eran creencias que se pasaban de boca a boca, de repente está en los medios y forma parte de la cultura oficial. Eso hace que sea mucho más fácil hacer tu propia síntesis de creencias que antes. Lo que no quiere decir que la gente antes no la hiciera”.

Para Semán, estos elementos terminan conformando, a su vez, un proceso de institucionalización de esas religiones individuales, que, sostiene, no son tantas como personas ni son tan dispersas entre sí. “Que la religiosidad no se acomode a la visión según las reglas oficiales no quiere decir que no tenga institucionalización. Lo que hay ahora son modos particulares múltiples. Hay dispersión, pero no es irracional”.Entonces ¿peligra el catolicismo? Paradójicamente, hay quienes aseguran que mientras mayor sea la apertura religiosa, mayor será el universo de religiones disponibles y por tanto, se verá un crecimiento de la religiosidad. “El tema es qué tipo de religión aumenta”, plantea Frigerio, quien sostiene de todos modos que existe una conservación, y hasta un crecimiento de creencias relacionadas con el catolicismo, como la vida después de la muerte, el alma, el demonio o el infierno.

Además, existe una alta aceptación de la población hacia las actividades de ayuda social de la Iglesia. El estudio del CONICET analizó cuál deben ser las actividades a las cuales la Iglesia Católica debe prestarle más atención. “Ayudar a los pobres” se llevó el 39% de las opiniones, mientras que “defender los derechos humanos”, el 35%. Menor peso obtuvo su legado espiritual: “Formar a los fieles en cuestiones morales” recibió el

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19,7% de adhesión. Tres cuestiones relacionadas con su actividad como institución política fueron las menos valoradas: proponerse como canal de protesta, influir en las políticas del gobierno y dedicarse a temas políticos (4,6% entre todas las opciones). Además, el 75% de los argentinos quiere que el Estado financie a las confesiones religiosas para que éstas puedan realizar ayudas comunitarias. En este prestigio reside un riesgo: con un predicamento entre sus fieles con tendencia a la baja, quedar convertida en una ONG de ayuda social. Por eso, el presbístero Víctor Fernández, decano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA) sostiene que. “la Iglesia siempre intenta mostrar que hace esa obra social con motivaciones de fe muy profundas”.

El equilibrio entre su acción terrenal y su prédica divina parece ser la misión de la Iglesia para los seculares tiempos que corren.