Los Sediciosos Despertares de La Anarquia - Daniel Barret

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Los sediciosos despertares de la anarqua

Daniel Barret (Rafael Spsito)

Los sediciosos despertares de la anarqua

Palabras preliminaresBarret, Daniel Los sediciosos despertares de la anarqua. - 1a ed. Buenos Aires : Libros de Anarres, 2011. 270 p. ; 20x12 cm. - (Utopa libertaria) ISBN 978-987-1523-12-2 1. Anarquismo. 2. Movimientos Sociales. I. Ttulo CDD 335.83

NO desmenuza la realidad, no intenta la construccin de un paradigma (sera contradictorio), ni siquiera atisbamos algn mensaje o intencin de marcar senderos. Para qu sirve entonces, tanta letra? Describe e interroga. Abre y condena. Siempre con su manera fraternal, abarcadora y analtica. Los que lo conocimos aprendimos que la teora, que el pensar, tambin es una prctica. No til, no sucednea. Al igual que la piedra arrojada en el momento preciso, sus palabras pretenden (pretendemos) sean inexin, ruido, llamado de atencin. Nunca revolucin. Eso no lo hace un individuo, una piedra o unas palabras.

Correccin: Eduardo Bisso Diseo: Diego Pujalte

Libro de Anarres Av. Corrientes 4790 C.P. 1414AJN Buenos Aires / R. Argentina Tel.: 4857-1248 / 4115-1041 [email protected]

Terramar Ediciones Av. de Mayo 1110. Buenos Aires / R. Argentina Tel.:4382-3592 www.terramarediciones.com.ar

Editorial NORDAN La Paz 1988, C.P. 118000 Montevideo, Uruguay Tel - Fax: + 598 2408 8918 Cel: +598 98 467 148 www.nordan.com.uy

ISBN 978-987-1523-12-2 La reproduccin de este libro, a travs de medios pticos, electrnicos, qumicos, fotogrcos o de fotocopias, est permitida y alentada por los editores.Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723

Rafael Spsito fue un compaero a tiempo completo, con lo que eso quiere decir para los anarquistas. Para tomar, para mudarnos, para jugar al ftbol, para conversar, para rerse o para llorar por una ocupacin sindical. Particip en innidad de reuniones en dictadura y en esto que llaman democracia. Era (es) de los que los detentadores de poderes y gobiernos no dan importancia, pero socavan el terreno que pisan y disfrutan.

Impreso en la Argentina / Printed in Argentina Los sediciosos despertares de la anarqua / 7

REFLEXIONES PRELIMINARES: EL PANORAMA DEL MOVIMIENTO ANARQUISTAQuiz nada mejor que inaugurar esta serie de Folletos militantes mediante un repaso parcial y sesgado de nuestros puntos orgnicos de partida propiamente dichos. En efecto, no hay ni puede haber ningn discurso de intencin militante y de proyecciones en tal sentido que no tenga en cuenta, principalsimamente, el sustrato material de la accin colectiva; y ese sustrato, en nuestro caso, no puede ser otro que el movimiento anarquista mismo, una vez ubicado ste en su actual situacin histrica. Esa situacin tiene, naturalmente, mltiples aristas y facetas que se intentar describir y descifrar; las que, sin perjuicio de su multiplicidad y aun de los mensajes contradictorios que puedan portar, aceptan reunirse en su ms exultante forma de presentacin: la de un sedicioso despertar; un despertar que nuestro trabajo intentar demostrar e interpretar. Dejemos que sea el folleto mismo quien se encargue de justicar los rasgos del despertar en tanto tal y concentrmonos ahora en el modelo interpretativo, constituido de aqu en ms en una de las probables claves de lectura de las pginas que siguen. Ese modelo nos dice que el movimiento anarquista y el cuerpo terico-ideolgico que lo sustenta no son fenmenos meteorolgicos que leviten eterna e impunemente en el cosmos sin experimentar alguna vez conexiones y condicionamientos plurales; sino que, antes bien, los mismos se presentan como una conguracin de pensamiento y accin que responde a races sociales e histricas perfectamente ubicables. En trazos muy generales puede decirse, entonces, que el anarquismo y sus expresiones materiales colectivas se forman en un punto de cruce en el que reverberan al menos tres clases de factores con su correspondiente equipaje de multiplicidad, complejidad y contradicciones. En primer lugar, modos de pensar, de sentir y de actuar; epistemes, sensibilidades y prcticas con sus propias historias sectoriales. En segundo trmino, articulaciones sociales, polticas y econmicas con su especca carga de antagonismos favorecidos y probables a partir de las mismas. Y, por ltimo pero quiz ms importante, los conictos, las luchas y las conagraciones que distinguen a una poca dada. Todo ello, Los sediciosos despertares de la anarqua / 9

debidamente interconectado, se conforma no cual si se tratara de mecanismos deterministas e inapelables sino en tanto historicidad de la que apropiarse, en cuanto condiciones de posibilidad de una emergencia y como un campo de oportunidades en disputa. Es no en un rmamento lejano e inasible sino en ese intrincado cruce de caminos que el movimiento anarquista experimenta un renovado empuje y ocupa un espacio rejuvenecido y singular en las beligerancias de nuestro tiempo. Ahora bien, si aplicamos ese modelo de anlisis a la historia del cuerpo terico-ideolgico anarquista y del movimiento que lo encarna, encontraremos que los mismos se consuman en tanto conguracin abierta de pensamiento y accin; una conguracin que cambia precisamente al comps de las mutaciones en los factores mencionados inmediatamente antes. La historia del movimiento anarquista, por lo tanto, no es la historia de un diagrama imperturbable y siempre igual a s mismo sino la historia de un movimiento que cambia al inujo de las condiciones en las cuales acta; condiciones que quin podra dudarlo? no son hoy las mismas que en los tiempos de la irrupcin del movimiento obrero europeo, la 1 Internacional y la Comuna de Pars o los tiempos de la Revolucin Espaola y ni tan siquiera aquellos ms prximos en que se extenda una visin primaveral y candorosa de la revolucin cubana y las guerrillas latinoamericanas. Comprese, por ejemplo, de obvias drasticidad y contundencia, los efectos devastadores y cismticos que sobre el movimiento anarquista internacional tuvo la Revolucin Rusa de 1917 con los producidos algo ms de 70 aos despus por la implosin estrepitosa del bloque sovitico una debacle conrmatoria de viejas tesis libertarias y entonces se concluir fcilmente que el movimiento no puede concebirse a s mismo como si fuera un ente autrquico ni tampoco sustraerse de procesos que, por regla general, estn casi enteramente por fuera de su esfera de decisin. Antes bien, lo que esos procesos le exigen al movimiento es un intenso proceso de adecuacin a la historicidad concreta de la que forma parte: una adecuacin que reclama su correspondiente renovacin terico-ideolgica, un nuevo modelo de organizacin y accin y, en denitiva, un paradigma revolucionario remozado que, terminantemente, ya no puede ser el mismo que fuera en tiempos de su aurora fundacional. 10 / Daniel Barret

Estas pginas quisieran ser una modestsima contribucin en tal sentido, pero no en lo que respecta a los elementos concretos que redondearan ese paradigma revolucionario sino en cuanto a la incrustacin de su necesidad. Sin perjuicio de esta aclaracin, corresponde disipar ahora las ms que legtimas dudas y los ms que razonables temores normalmente asociados con todo proceso relativamente indenido de renovacin. Para ello y de momento, bstenos decir ahora que no entendemos por tal a esas oscuras operaciones de acomodacin a la realidad ni tampoco a esos aspticos atajos en forma de enjuagues que buscan asimilar el anarquismo a algunos hbridos terico-ideolgicos que deambulan en nuestro vecindario. En este contexto de elaboracin, la renovacin de que hablamos no debera ser entendida como el trnsito hacia un civilizado posibilismo ni tampoco como la agradable transaccin unitaria con aquellas corrientes que todava reclaman de modo forzado u ocurrente su pertenencia al campo de la revolucin y el socialismo. En lugar de ello, la renovacin que intentamos defender es ni ms ni menos que un ejercicio intransigente de rearmacin; una rearmacin que sigue fundndose no menos sino ms que nunca en una crtica radical del poder y en una inconmovible tica de la libertad; sin mediatizaciones seductoras, transiciones edulcoradas y negociaciones de ocasin que la desven o distraigan de sus horizontes y de sus prcticas inmediatas. Es en este marco de reexiones que se inscriben las pginas que siguen, redactadas entre los aos 2002 y 2007; yendo y viniendo de las reexiones abstractas a los mensajes de la realidad, de lo general a lo particular y de lo interpretativo a lo propositivo; en recorridos que quieren ser algo as como un anticipo de las derivas que signarn esta serie de Folletos militantes que nos proponemos acometer. Tanto Los sediciosos despertares de la anarqua (2002) como El anarquismo hoy: moda o tendencia? (2005) intentan ser un repaso de los aspectos ms generales del actual resurgimiento libertario tal como se presentan en un lado y en el otro; un intento por localizar las caractersticas del mismo y las razones de poca a las cuales responde. De inmediato se nos plantea una conuencia de factores relevantes: en primer lugar, el derrumbe del socialismo realmente existente Los sediciosos despertares de la anarqua / 11

y el terremoto poltico que ello provoc en los cuatro puntos cardinales; en segundo trmino y acto seguido, el fracaso de la reestructuracin conservadora luego de su aparente oreo sin adversarios a la vista; y, por ltimo aunque no por orden de aparicin, el creciente protagonismo de movimientos sociales autnomos de las tutelas estatales y partidarias. Es en ese espacio de cruzamientos que el pensamiento y las prcticas anarquistas vuelven a presentarse con su propio bagaje de sugerencias imprescindibles: el aliento de la utopa, el ejercicio implacable de la crtica en profundidad y el despliegue de las rebeldas consiguientes. De tal modo, a nes de los aos 90, la mesa ya est servida y a la espera del despertar. El mapa del despertar en Amrica Latina, por su parte, fue en su primera versin tanto como lo es en la segunda que aqu presentamos (2003 y 2007, respectivamente), un esfuerzo por aquilatar empricamente el resurgimiento libertario en una regin particular del mundo; precisamente aquella que est ms al alcance de nuestra mirada y de nuestros desvelos. Sin olvidar las severas limitaciones de dicho trabajo de relevamiento, parece claro que el mismo se encarga de disipar las reservas ms tenaces respecto del despertar libertario; al menos en este amplio y diverso escenario. Cientos de nucleamientos anarquistas desigualmente distribuidos en la geografa latinoamericana y la mayor parte de ellos nacidos en el correr de la ltima dcada se encargan por s mismos de demostrar que efectivamente estamos frente a un sedicioso despertar de la anarqua. Mientras tanto, El movimiento anarquista latinoamericano de nuestros das: realidades y tareas (2004) da un giro complementario alrededor de la noria y nos recuerda, obsesivamente, que todava nos quedan ingentes deudas por saldar; repasando, con reiteracin y alevosa, en qu pueden consistir tentativamente las mismas. A su turno, El Encuentro Anarquista uruguayo (2003), que incluimos como Anexo, es algo as como la reproduccin a escala de la misma temtica, ubicada ahora en el territorio que nos incumbe ms fuerte y directamente. Horizontes, caminos, sujetos, prcticas y problemas, a su vez, es un primer intento y nada ms que un primer intento por trazar, con manos todava temblorosas, cursos de denicin y accin que trasciendan la situacin de despertar que los 12 / Daniel Barret

captulos previos se encargan de demostrar. En efecto, una de las convicciones que anima estas pginas es que el despertar no puede ser ms que un perodo relativamente breve y que las exigencias que lo suceden no pueden ser resueltas apelando apenas a una bulliciosa constatacin. Antes que eso, lo que el movimiento anarquista tiene planteado es una redenicin actualizada de sus trazos; y, como acaba de sostenerse, no para deformarlos en una versin mediatizada e irreconocible sino para que los mismos adquieran su inevitable carta de ciudadana en la historicidad que nos atraviesa de cabo a rabo. Lo que este texto se propone, entonces, es un replanteo general de aquellas pautas que podran informar un proyecto revolucionario de trabajo en el espacio latinoamericano, procurando abarcar, as sea con la brevedad del caso, sus notas fundamentales. Al mismo tiempo, el texto puede ser entendido tambin como un resumen de hecho de aquellos rasgos que el movimiento anarquista ya presenta de por s y sin que los mismos adquieran el carcter de un programa de cumplimiento imperativo. En ese sentido, los puntos all sealados pueden constituir una agenda de dilogos y reexiones al interior de la variopinta constelacin de agrupaciones que compone el movimiento anarquista de nuestros das. Estas pginas contienen, entonces, el relato de despertares y alborozos pero quieren ser tambin un llamado de atencin sobre su probable agotamiento sin consecuencias; tal como se planteara ya ms de una vez, lastimosamente, en nuestra largamente centenaria peripecia. Despertares, s; pero no como un augurio triunfalista de cumplimiento lineal e inexorable, no como un pronstico feliz y esperanzado sino en tanto acontecimiento que se revuelve en una historicidad concreta y que slo puede ser entendido como un campo renovado de oportunidades y desafos y nada ms que como tal. Siendo as, no cabe actitud ms razonable para este trabajo que sealar tambin, con el nfasis del caso, aquel conjunto de limitaciones que obstaculizan el desarrollo presente del movimiento anarquista y sobre las cuales, inevitablemente, habr que operar con la enjundia necesaria. Ya hicimos referencia a lo que, desde nuestro punto de vista, constituye un requisito esencial: la recreacin de un paradigma revolucionario remozado y en condiciones de apropiarse por Los sediciosos despertares de la anarqua / 13

completo de la historicidad de la que forma parte. Un paradigma que, por tanto, sea capaz de integrar y expresar los cambios sustanciados en aquellos factores que otrora funcionaron como detonantes en la emergencia histrica del movimiento anarquista y tambin en sus mutaciones posteriores: es decir, integrar y expresar crticamente los nuevos modos de pensar, de sentir y de actuar; las nuevas articulaciones sociales, polticas y econmicas; y, por ltimo pero con especial preferencia, las nuevas luchas que agitan nuestro alrededor y las mil formas de enfrentarse a todos los poderes establecidos y por establecer. Siguiendo la misma lgica de funcionamiento que acabamos de enunciar, ese paradigma de que hablamos debe atender al menos las que seran sus dos vertientes fundamentales: la renovacin terico-ideolgica y la formacin de un nuevo modelo de organizacin y accin. Se trata, entonces, de reconocer nuestras insuciencias; pero no para arrojar por la borda las adquisiciones de nuestra larga travesa sino para incorporarlas en una nueva sntesis que todava hoy puede recoger con provecho los mejores y ms rescatables aportes que histricamente expresaran tanto el anarcosindicalismo como el especicismo. Pero no son stas las nicas ausencias que todava padecemos. Por lo pronto, es imprescindible reconocer que la falta de un paradigma revolucionario comn se traduce orgnicamente en los trminos de una proliferacin de corrientes como nunca antes la hubo a lo largo de nuestra historia. Esta fenomenal dispersin es ambigua en sus consecuencias puesto que, al tiempo que ha permitido cubrir creativamente reas que difcilmente pudiera abarcar un aparato institucionalizado, monocorde y burocrtico, tambin acarrea su propia secuela de rivalidades y discordias, muchas veces exacerbadas ms all de sus lmites razonables. Limar esas asperezas, disipar sus facetas ms tormentosas y llevarlas a terrenos posibles de entendimiento y de solidaridad es tambin una de nuestras asignaturas pendientes; aceptando diversidades irreductibles pero bienvenidas y canalizando las mismas en respaldo de nuestro sustrato compartido. Quizs sta sea una de las condiciones que facilite cumplir con una exigencia mayor todava, que va ms all de la actual situacin de despertar y que no consiste en otra cosa que en bregar entre la gente por una incidencia social perdida muchas dcadas 14 / Daniel Barret

atrs; en aquella edad de oro en que el movimiento anarquista fue capaz de impregnar con sus valores inconfundibles los gestos de rebelda y las tensiones emancipatorias. Pero, por cierto, el trabajo en torno de este breve catlogo de carencias no se resuelve con frmulas mgicas y estas pginas slo pueden ubicarse a una distancia muy remota de desenlaces mnimamente satisfactorios que tal vez slo puedan producirse por obra y gracia del esfuerzo colectivo y en clave internacionalista de la actual generacin militante. A estas pginas les cabe s la tarea de situar obsesivamente estos problemas y tentar un eventual camino de abordaje de un cierto modelo de organizacin y accin; un camino que, en los hechos, no es ni podra ser el fruto de una inspiracin solitaria sino el recorrido que el movimiento anarquista ya ha comenzado a transitar intuitivamente con las vacilaciones, contramarchas y lentitudes de rigor. Ese camino implica, de momento, la creacin de redes provisorias, superpuestas y de prioridades exibles en las ms diversas extensiones territoriales; redes basadas antes en el intercambio de preocupaciones y experiencias que en el mensaje redentor que algn hipottico centro de sabidura fuera capaz de producir. E implica tambin la bsqueda de una imbricacin ms fuerte y ms protagnica con la vasta y diversa trama de movimientos sociales y sus luchas desde una vocacin y una proyeccin que ya no pueden limitarse a ningn espacio nacional. Estas pginas, entonces, slo pretenden ser admitidas como compaeras de esos latidos.

Hasta donde llegan nuestras informaciones, la primera y nica redaccin de Los sediciosos despertares de la anarqua fue originalmente publicada el 12 de octubre de 2002 en la seccin de artculos de la pgina web A las barricadas de Espaa (www. alasbarricadas.org); El anarquismo hoy: moda o tendencia? vio la luz anteriormente en el N 253 de la revista Relaciones de Montevideo (Uruguay), bajo seudnimo persistentemente apcrifo; una primera versin de El mapa del despertar en Amrica Latina fue hospedada desde marzo del 2003 en la versin electrnica de El Libertario de Venezuela (www.nodo50.org/ellibertario) y una vez ms en A las barricadas mientras que la versin Los sediciosos despertares de la anarqua / 15

que aqu se presenta fue incluida en primer trmino en Caosmosis de Espaa (caosmosis.acracia.net); El movimiento anarquista latinoamericano de nuestros das: realidades y tareas fue escrito especialmente para el N 40 de El Libertario de Venezuela y tambin fue recogido en la pgina web de dicho peridico al tiempo que una versin preliminar no anotada de Horizontes, caminos, sujetos, prcticas y problemas estuvo alojada durante un breve perodo a nes del ao 2004 en el sitio chileno de Mujeres Creativas (http://mujerescreativas.canadianwebs.com/) y tambin, una vez ms y con mayor perdurabilidad, en la pgina web de El Libertario. El Encuentro Anarquista uruguayo, por su parte, se difundi anteriormente en el sitio del Colectivo Media Luna Negra Anarquista de Mxico (mx.geocities.com/cmlna) y un resumen de la misma tambin encontr lugar en la edicin del 12 de setiembre de 2003 del Rojo y Negro digital de la CGT espaola (www.huelgageneral.info/ryn_prueba). Algunos de estos textos fueron tambin objeto de ediciones por los medios grcos tradicionales en distintos pases pero sta es, naturalmente, la primera vez que los susodichos son presentados en forma parcialmente actualizada, conjunta y respondiendo a un mismo y ya explicitado n.

CAPTULO 1: LOS SEDICIOSOS DESPERTARES DE LA ANARQUANosotros somos quien somos/ Basta de Historia y de cuentos!/ All los muertos! que entierren/ como dios manda a sus muertos/ Ni vivimos del pasado/ ni damos cuerda al recuerdo/ somos, turbia y fresca, un agua/ que atropella sus comienzos. Gabriel Celaya

Nos hubiramos gurado nosotros que se podra ir de Europa a Amrica por los aires? dijo la marquesa. Hacemos ms que gurarnos la cosa como posible repliqu-; se comienza ya a volar un poco... En verdad, no ha sido un vuelo de guila..., pero, en n, eso equivale a las primeras tablas que se lanzaron al agua, y que fueron el comienzo de la navegacin.. Poco a poco aparecieron los grandes navos..., que pueden dar la vuelta al mundo. El arte de volar acaba de nacer; se perfeccionar y algn da se llegar a la Luna. Bernard Le Bovier de Fontenelle (Conversacin sobre la pluralidad de los mundos habitados, 1686)

A la imitacin del Fnix/ unas de las otras nacen,/ viviendo de lo que mueren,/ y siempre de sus cenizas/ est el sepulcro caliente. Pedro Caldern de la Barca

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1. El despertador de la utopa: un vasto cuadro de pocaEs una tarde de abril, lluviosa, fra e irremediablemente gris; una de esas tardes que parecen destinadas a acunar melancolas, especialmente propicias para dejarse ganar por esos movimientos veleidosamente completos, cerrados y redondos en los que parecen sucederse sin diferencias ni matices entre un ciclo y el siguiente la vida, la muerte y la resurreccin. A travs de los vidrios empaados puede divisarse el mar y las repeticiones rtimicas del oleaje nos sugieren nuevamente que tal vez no se trate ms que de variaciones que quieren dirigirse hacia otro lugar pero que slo pueden reproducirse iguales a s mismas, interminablemente. Nos preguntamos acerca de los mitos y los smbolos, quiz buscando respuestas y esperanzas: el ave Fnix es, entonces, como no poda ser de otra manera, la primera imagen en acudir. Saber arquetpico y transcultural, el mito del ave Fnix recorre, con otros nombres y formas variables, distintos tiempos y distintas geografas. Entre analogas y nostalgias, nos dejamos ganar unos instantes por sus eternos retornos. El Fnix, s, la personicacin zoolgica de la inmortalidad a travs de sus peridicos y rtmicos renacimientos, que tanto niegan como vuelven a conducir a sus propios despojos vitales. Ese Fnix, cuyo nombre griego evoca el rojo del fuego y las llamas puricadoras, fue antes el benu egipcio, esa garza cenicienta posada sobre la colina primigenia como representacin viviente de las majestuosidades solares. Para nuestra desesperacin, quienes veneraron al benu en la antigua Helipolis crean que sus reapariciones se producan slo cada 500 aos. Pero poco importa si ahora recordamos que el mito ira hacindose ms imaginativo y frondoso con el correr del tiempo y que poco despus nos habremos de encontrar con nuestro ave Fnix egipcia alimentndose de un solitario roco y recolectando hierbas aromticas en lugares remotos, para luego encender con ellas una hoguera sobre el altar de la misma Helipolis, muriendo abrasada y reducida a cenizas por su propio fuego; emergiendo rediviva, inmediatamente luego, como imprevisto retoo de sus amgeros designios. En los mitos judos, el Fnix se llamar Milcham, en los chinos tal vez se corresponda con Feng-huang y no sera extrao que, en las leyendas mayas, estuviera emparentado Los sediciosos despertares de la anarqua / 19

con el quetzal. Mientras, la tarde avanza, la lluvia no cesa y es Milcham, sin duda, el que ms llama nuestra atencin; aunque ntimamente repudiemos su obsecuencia. Dicen los mitos que cuando Eva se declar culpable de haber expropiado y gozado el fruto prohibido, recelosa del resto de la fauna ednica, sedujo a los dems animales para que tambin participaran del festn. Slo Milcham, obediente como ninguno a las interdicciones del Seor, se pleg sumisamente a sus ayunos y abstinencias y se hizo acreedor a la inmortalidad. Se dice que Milcham habra de encogerse y desplumarse al llegar a la edad de mil aos, para adoptar nuevamente as el aspecto de un polluelo; momento en el cual recuperara el plumaje, remontara vuelo como un guila y disfrutara la exoneracin divina de no ser jams asaltado por la muerte. El cielo ennegrece cada vez ms y repasamos los mensajes de la Iglesia cristiana arcaica antes incluso de ser nominada como catlica., que tranquilizan y aplacan tenuemente nuestra impaciencia: el Fnix simboliza ahora la inmortalidad del alma y, a imagen y semejanza del mismsimo Jess, su resurreccin acontece slo tres das despus de haber comenzado su reposo sepulcral. Ms tarde, sern los alquimistas los que tomarn para s la responsabilidad de darle al mito una ptina ingrvida de materialismo: ahora el Fnix, ms modestamente, se encargar de simbolizar los ciclos de destruccin y nueva formacin en el camino hacia la piedra losofal. As y todo, seguimos inquietos, agitados, estremecidos y no sabemos todava si seremos cubiertos o no por un manto nocturnal: vida, muerte y resurreccin; mitos y smbolos; leyendas que atraviesan los siglos y que nos traen en este momento a la memoria, como emblema acuado apenas ayer, aquel grato premonitorio escrito cuando el mayo francs pasaba a ser tambin un tema del pasado: Marcharemos de derrota en derrota hasta la victoria nal. Ahora s, abrimos los ojos nalmente y nos sentimos en un territorio familiar; conrmamos, como un viejo principio anterior a esta tarde, la decisin de hacer prontamente las mitografas a un lado; pero, aun as, no podemos dejar de preguntarnos, cuntas veces hemos odo ya, en medio de la prisa burocrtica por extender certicados de defuncin, cobrar las herencias que correspondan y adoptar a los hurfanos respectivos, que el anarquismo ha muerto denitivamente: que sus hombres, sus travesas y sus propuestas son slo una 20 / Daniel Barret

curiosidad para historiadores; que sus resortes ideolgicos bsicos no representan otra cosa que una evocacin nostlgica de un mtico igualitarismo agrario; que sus alzamientos individuales o colectivos no expresan ms que una rebelda infantil, primitiva y prepoltica; que su destino inexorable no puede resultar en algo distinto que una sala extravagante y ms o menos entraable en el museo de las reliquias revolucionarias; que sus nociones fundamentales son inervaciones intelectuales delirantes, carentes de profundidad, despojadas de articulaciones tericas relevantes, hurfanas de todo desarrollo posible y ampliamente superadas por el recorrido y la experiencia de las sociedades humanas? Se decret que el anarquismo ya no tena razn de ser luego de la revolucin de octubre de 1917 y ocurre que hoy en Rusia son las estatuas de Lenin y no las de Bakunin o Kropotkin las que primero se derriban y luego se arrumban sigilosamente en los desvanes. Se dijo, luego del triunfo franquista en Espaa, que el anarquismo haba entonado all su ltima letana, y sesenta y tantos aos despus nos encontramos en ese pas con prolijas reelaboraciones de la gesta revolucionaria de 1936, con organizaciones anarcosindicalistas que renen a decenas de miles de adherentes, con una exultante proliferacin de ateneos libertarios y con una rica oracin de radios libres, casas ocupadas y publicaciones de todo tipo y color que vuelven a abrevar en esa vieja pero inagotable fuente. Se promulg, tambin, que los avances tecnolgicos, el progreso material de la humanidad y la extensin irrefrenable del ideario democrtico dejaban al anarquismo fuera de poca y que slo se poda condescender a considerarlo como una reminiscencia atvica del pasado: y, sin embargo, se acaba descubriendo que sus militantes pueden hacer un uso alternativo y contestatario de las nuevas tcnicas, que la amplia disposicin de bienes de consumo es una pompa de jabn que oculta tanto injusticias insoportables como las miserias de la vida cotidiana y que la democracia representativa tal vez no sea ms que un ingenioso mecanismo de exclusin para impedir el acceso permanente de las enormes mayoras populares a los procesos de decisin colectiva. Se peror y se perora, se fantase y se fantasea, se cotorre y se cotorrea abundantemente sobre el punto y, pese a todo, el anarquismo, vocacionalmente impertinente e incorregiblemente burln, vuelve a sorprender, una y otra vez, al heterogneo, desanado y reaccionario coro de sus sepultureros con los intermitentes arrebatos que lo colocan en la agenda de las posibilidades rebeldes y Los sediciosos despertares de la anarqua / 21

en el arco de las alternativas reales de libertad intransigente, de realizacin personal y comunitaria y de justicia social. Una y otra vez, entonces, sediciosos y desfachatados despertares de la anarqua que ahora habr que interrogar, explorar y desentraar. Estos resurgimientos y rejuvenecimientos, diferentes en su intensidad y en su forma, variables segn el lugar y situados temporalmente a distancias irregulares entre s, seguramente expresaron y expresan razones particulares y especcas propias de las circunstancias singulares en que efectivamente se dieron; pero tambin hacen posible trazar un vasto cuadro de poca y una cierta corriente subterrnea y ampliamente extendida de motivos que los explican y que constituyen sus condiciones de posibilidad.1 El primer toque de atencin moderno respecto de las virtualidades de una rebelin juvenil de signo libertario fue, sin duda, el llamado mayo francs de 1968; el que, como resumen1

Esta frase, en su aparente simplicidad, encubre una concepcin bastante ms intrincada que no es posible desarrollar ni discutir aqu. Sintticamente, esa concepcin nos dice que el anarquismo, como movimiento social reconocible, es un producto histrico que germina en un punto de cruce donde reverberan las conguraciones sociales, polticas y econmicas de cada perodo, los modos de pensamiento, las problemticas y los entendimientos distintivos que se generan a ese nivel as como, fundamentalmente, las luchas y enfrentamientos que les son propios. En cada perodo, por ende, el anarquismo ser una respuesta ms o menos pertinente orientada a la reinterpretacin y la reapropiacin de esa historicidad, encontrando para ello tanto condiciones favorables como desfavorables que casi nunca pueden deducirse linealmente ni ser purgadas de toda complejidad. En particular, en este vasto cuadro de poca de que hablamos, quiz sea posible decir que resultan relativa y directamente favorables el lento pero progresivo mutis por el foro y la creciente prdida de atractivos de ciertas concepciones tericas y de ciertas alternativas de cambio que le eran competitivas un proceso de descongestionamiento histrico del cual el anarquismo emerge medianamente indemne as como algunas caractersticas de las nuevas luchas sociales, centradas en la inocultable oracin de movimientos renovados y refractarios a cualquier forma de centralizacin vanguardista. Pero ello no quiere decir, ni por asomo, que todas las tendencias que nuestro tiempo pone de maniesto sean interpretables en el mismo sentido. Tampoco se quiere dar a entender que la historicidad sea simplemente un eslabn ms de una cadena irreversible y determinista, sino que se intenta presentarla como un campo de litigios y disputas de nal incierto. No hace falta decir, por otra parte, que tales cosas no se expresan exactamente de la misma manera en cualquier lugar del mundo, sino que en cada caso habr que pasarlas por el cedazo de las especicidades correspondientes. Dicho esto, cabe advertir, adems, que esta concepcin de que hablamos, aun cuando no sea abordada y desarrollada especialmente en este texto, es, en el mismo, un autntico nodo de derivaciones que convendr tener particularmente presente.

de insurgencias varias habidas antes y despus de esa fecha clave, y elevado all a la categora de smbolo comn, opera como referencia de lo que, en esa misma circunstancia histrica, comenz a denominarse, con lcida anticipacin, crisis civilizatoria. Se trataba ya en aquel entonces y, seguramente con mayor razn, se trata todava hoy de una crisis de los fundamentos de las sociedades avanzadas, que pasaron a ser concebidas como una nave sin rumbo y lanzada a alta velocidad a la conquista del vaco, con su penosa carga de objetos destinados a la ostentacin o el despilfarro, mientras se intentaba vanamente ocultar su marcha predatoria sobre los recursos y la calidad de vida del planeta o sus criminales desles belicistas o las miserables condiciones de existencia de miles de millones de menesterosos en aquellos pases que se mantenan y siguieron mantenindose al margen de sus mezquinas prosperidades. Esas mismas sociedades avanzadas se percibieron de golpe y porrazo a la luz pblica pero siempre luego de un demorado proceso de concientizacin en sus calladas o vociferantes sombras crticas como espectculo y como simulacro de una autenticidad vital y de unas pasiones existenciales que ya no tenan cabida, como no la tuvieron nunca, en las circunscripciones y en los derroteros del poder institucionalizado o por institucionalizar en cualesquiera de sus formas. Y fue y es crisis civilizatoria desde entonces porque la indignacin contestataria no se limit a arremeter contra esos ttems sagrados que son el Estado y el capital sino que transform tambin en objetos de su iconoclastia y de su ira a todas las instituciones autoritarias, vetustas y resecas, que se le pusieron por delante. As las cosas, el mayo francs celebr ese momento exttico pero no esttico y, mucho menos, ettico en que Pars, una de las ms importantes capitales europeas, vio amear nuevamente las banderas rojas y negras de la anarqua; y no slo en calles y plazas abiertas al viejo misterio sino tambin en la profanacin irreverente de edicios y monumentos tan venerables como podan serlo la Sorbonne, el Arco de Triunfo o el Oden. El anarquismo volva a proponerse entonces como una alternativa sobre la que, al menos, vala la pena reexionar. En primer lugar, y fundamentalmente, por cuanto ofreca respuestas radicales e histricamente ajustadas a la crisis civilizatoria de las sociedades avanzadas pero tambin porque Los sediciosos despertares de la anarqua / 23

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volva a encarnar el porvenir de la utopa, poniendo en movimiento, rabiosa y sorpresivamente actualizado, esa corriente que desde la 1 Internacional identic y ubic claramente a los proyectos de construccin socialista entre la descarada e inslita autonoma de las organizaciones populares de base, entre lo que a nes de los aos 60 haba pasado a reconocerse ya como autogestin2 y, sobre todo, entre el apetito, la voracidad y la gula de realizacin libertaria que, para los anarquistas, era imposible y profundamente errneo distinguir del socialismo como tal. En otras palabras: el anarquismo recuperaba actualidad porque ubicaba sus respuestas ms all de cualquier compromiso, de cualquier involucramiento, de cualquier contubernio, con las grandes concentraciones de poder mundial y, adems, en tanto contestacin radical de todos los modelos de organizacin social realmente existentes al oeste y al este, al norte y al sur del planeta y de todas las formas de dominacin conocidas y por conocer. Digmoslo todava de otra manera: lo que el mayo francs volvi a reubicar en el orden del da fue el rostro histricamente reprimido y oculto de la utopa que muchos haban credo ver sepultada en Espaa en 1936; una alternativa a la crisis civilizatoria desde modos de pensar, de sentir y de actuar fundados en el deseo de una libertad intransigente que se realiza y resuelve en un proyecto revolucionario y socialista capaz de ofrecerle un marco propio e intransferible. Un proyecto que nunca haba dejado de latir totalmente y que la prosperidad capitalista o el socialismo de Estado nunca consiguieron sustituir ni enterrar recobraba all sus antiguos bros. Y en ese hecho, adems,2

Como es bien sabido, es muy difcil encontrar el trmino autogestin en escritos anarquistas previos a los aos 60: aparentemente, su uso se generaliza a partir de la traduccin inicialmente francesa de la expresin samo-upravlje, utilizada en la ex Yugoslavia para referirse a la administracin directa de sus empresas por parte de los trabajadores. No obstante, el trmino expresa desde entonces y lo hace a la perfeccin lo que los anarquistas siempre quisieron signicar sobre el punto; incluso aunque sea preciso reconocer que el mismo se haya prestado tambin a insufribles manoseos. Manoseos o no, lo cierto es que el trmino se mostr tambin bastante ms fecundo y ms ubicuo desde el punto de vista terico, poltico y metodolgico que cualquiera de sus equivalentes anteriores, incluso hasta el extremo de admitir una utilizacin coherente en expresiones que eran difcilmente pensables con anterioridad: autogestin generalizada, autogestin de las luchas, autogestin pedaggica, etc., etc.; desbordando as los campos, tradicionales y necesarios pero restringidos, de las unidades productivas y las comunas.

se reconocan dos facetas que no siempre llegaron a ser visualizadas cabalmente y con todas sus consecuencias: el mayo francs represent, ciertamente, el rescate de un pasado y de unas tradiciones que todava podan mantener en alto sus rasgos denitorios, pero tambin fue un anuncio fundacional, transgresor, creativo, que prometa ser la continuidad de un viejo movimiento pero ahora sobre cauces que slo caba interpretar en su radical novedad. Porque el mayo francs fue tambin la condensacin y el resumen de un vasto, profundo y dilatado movimiento histrico que expres la emergencia de nuevos entendimientos y nuevas nociones que ya no se correspondan punto por punto con las sociedades, las prcticas y los instrumentos organizativos que durante ms de medio siglo le haban conferido al anarquismo clsico su personalidad distintiva. Si el anarquismo pudo resurgir entonces de sus cenizas no fue porque los grupos que lo expresaron se limitaran a recordar efemrides gloriosas y entraables y conmover as a sus ocasionales auditorios; no fue porque nalmente hubiera conseguido demostrarse que en la comuna parisina de 1871, en la Rusia de los soviets de 1917 o en la Espaa revolucionaria del 36 los anarquistas constituan la fuerza autnticamente socialista y emancipadora; no fue porque se reclamara para s delidad con alguna ortodoxia inconmovible ni se recurriera al embelesado arrobamiento de una repeticin ceremonial: fue as porque el anarquismo se present nuevamente como una fuerza rejuvenecida y capaz de ofrecer explicaciones y respuestas a los mltiples interrogantes y problemas de un tiempo que entonces era y ahora sigue siendo el nuestro. Dos caractersticas, de las que el mayo francs no fue sino un anticipo y quiz tambin, paradjicamente, una consagracin, destacan entre tantas otras: por un lado, la emergencia de una concepcin de las sociedades segn la cual stas ya no eran susceptibles de aprehensin a partir de un mecanismo central determinante, cuyo control favorecera inmediatamente los cambios que solitariamente establecieran los planicadores o las pitonisas de turno; y, por otra parte, en consonancia con lo anterior, el fastuoso surgimiento de un abigarrado conjunto de movimientos sociales dispuestos a afrontar las luchas de contra-poder cundo y dnde se los requiriera. Lo que all se estaba poniendo en cuestin eran las nociones vueltas tradicionales por cierta izquierda de raz leninista respecto de la Los sediciosos despertares de la anarqua / 25

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toma del poder en tanto instancia demirgica de la construccin socialista, as como se sumerga en la pila bautismal la experiencia descentralizada y transversal de movimientos que emprendan la transformacin capilar de la sociedad en los mbitos donde se los reclamaba. De all en ms se volvi evidente la conviccin de que la construccin de un mundo nuevo ya no poda reducirse al decimonnico asalto del cielo y a la consecuente transformacin de ciertas estructuras entendidas como fundamentales, organizadoras y denitorias: ahora las revoluciones deban ser, tambin y sobre todo, revoluciones que abordaran y abarcaran todos los vericuetos, intersticios y anfractuosidades de la vida en sociedad; deban ser, en suma, adems de su horizonte de supresin radical y a escala global de la dominacin poltica y la explotacin econmica, revoluciones de la vida cotidiana. El anarquismo clsico3 saba ya bastante de estas cosas y nunca dej de acompaar su aliento insurreccional fuera inmediatista o de largo plazo de una fuerte valoracin de los aspectos ticos, tanto a nivel individual como colectivo. Siendo as, el cambio de las actitudes bsicas en las relaciones de convivencia libre y solidaria entre iguales no era un tema que pudiera postergarse para las calendas griegas, sino un horizonte de realizaciones anticipadas a poner inmediatamente en el tapete, como matriz y como anuncio augural del mundo nuevo. A la luz de esas convicciones, el anarquismo clsico anim un conjunto de prcticas que hoy bien podran inscribirse dentro de las preocupaciones por lo cotidiano: las escuelas3

racionalistas, el cultivo del esperanto, la fascinacin por la ciencia y el arte, el amor libre, la alimentacin vegetariana, el contacto con la naturaleza, etc., etc. Adems, ahora sobre todo en sus variantes ms individualistas o ms recelosas de la organizacin, profundiz ciertamente en su crtica de las instituciones desde la moral a la familia, pasando por el derecho, como permanentemente sospechosas de creacin de autoridad y dependencia. Pero, incluso as, es posible situar, a partir de esa cosmovisin, desplazamientos y reubicaciones conceptuales que, en conjunto, implican un giro que tal vez quepa calicar de radical y que, de hecho, reorganiza el campo de entendimientos y signicaciones. Cul es, entonces, ese giro? A nuestro entender, el mismo consiste en que las elaboraciones y experimentaciones caractersticas del anarquismo en su perodo clsico eran operaciones intelectuales y prcticas que iban desde y hacia el trabajo, ubicando en esa relacin social precisa o relativamente precisa el punto de ebullicin, ruptura y cambio de estado; el lugar de origen de todo sojuzgamiento, la residencia gentica de toda emancipacin y el destino mismo de toda libertad concebible. Hacia nes de los aos 60, sin embargo, al menos en aquellas sociedades que posean ya un formidable desarrollo tecnolgico y una extraordinaria acumulacin de bienes disponibles, el trabajo haba comenzado a perder su condicin central:4 las estrategias de poder eran reconocidas y contestadas, para decirlo en sus clsicos trminos latinos, tanto en el campo del negotium como del otium. La propia diversicacin y segmentacin interna de esas sociedades, la4

Entendemos por anarquismo clsico, en un sentido deliberadamente restringido, a aquel cuerpo ideolgico que va adquiriendo formas propias con sus correspondientes proyectos de transformacin, modelos de organizacin y mtodos de accin en el entorno de la ruptura de la 1 Internacional y se sustancia en un movimiento revolucionario de base popular. Ese anarquismo clsico se constituir en tanto paradigma del movimiento a escala internacional y su reconocimiento bsico en lo organizativo y en los mtodos de accin se dar a travs del anarcosindicalismo, extendiendo su inujo en forma prevalente hasta los tiempos de la Revolucin Espaola de 19361939. Cabe aclarar, adems y para evitar la reaccin de historiadores meticulosos, que el anarco-sindicalismo, en sus expresiones modlicas, resulta de un largo proceso de maduracin, que esa denominacin no se adopt de inmediato y que nosotros estamos incluyendo dentro de la misma a organizaciones que no se reconocan como tales; por ejemplo, la Federacin Obrera Regional Argentina. Tambin parece innecesario insistir demasiado en que esa gura paradigmtica a la que aqu llamamos anarquismo clsico nunca fue el nico anarquismo realmente existente.

Este proceso no ha hecho sino acentuarse lentamente a lo largo de un vasto perodo histrico, al menos si lo observamos desde el punto de vista de la distribucin del tiempo diario. La mquina, efectivamente, libera a la especie humana de las tareas productoras: un obrero realizaba anualmente 5.000 horas de trabajo hace 150 aos; 3.200 horas hace un siglo, 1.900 horas en los aos setenta y 1.520 actualmente. Relacionndolo con la duracin total del tiempo que permanece despierto en el conjunto del ciclo de la vida el tiempo de trabajo represent el 70 por ciento en 1850, el 43 por ciento en 1900, solamente el 18 por ciento en 1980 y el 14 por ciento hoy. Cf., Roger Sue, Temps et ordre social, cit. en Rene Passet, Las posibilidades (frustradas) de las tecnologas de lo inmaterial; recogido, a su vez, en Pensamiento crtico vs. Pensamiento nico, Le Monde Diplomatique, edicin espaola, Editorial Debate, Madrid, 1998. Ms all de lo dicho y de la conviccin de que seguramente expresa una tendencia difcilmente desmentible, es de hacer notar que el mencionado trabajo no especica la metodologa segn la cual se construy el indicador ni aclara cul es exactamente el universo de aplicacin del mismo.

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multiplicidad de espacios de sociabilidad que no tenan en el trabajo su centralidad cultural ni su asignacin ltima de signicaciones, gener un terreno ampliamente propicio para la conformacin de una constelacin de identidades en construccin y en movimiento que pasaron a ocupar un lugar que antes no tenan. Cambiaba tambin el cuadro de clases, actores y potenciales sujetos revolucionarios. Aquella oposicin tradicional denitivamente clara, central y absorbente entre la burguesa y el proletariado, que marcara el comps de los entendimientos y las prcticas del anarquismo clsico, pasaba a ser histricamente revalorizada. Y ello al menos por tres razones: en primer lugar, por la prdida tendencialmente progresiva de volumen de la clase obrera industrial, en su sentido ms genuino, y del viejo artesanado; en segundo trmino, por la percepcin creciente ciertamente muy discutible de su incorporacin, asimilacin y cooptacin a travs de un sindicalismo burocrtico y reformista por los Estados benefactores de la segunda postguerra; por ltimo, tambin a partir de formas de produccin en las que el trabajo concebido como fuerza fsica pasaba a ser sustituido por modalidades en las que era considerablemente ms notorio el componente de conocimiento y de informacin.5 La conguracin de clases se orientaba hacia una estructura caracterizada por el crecimiento exuberante de los servicios y daba lugar a la formacin de nuevas capas de trabajadores o al aumento de la incidencia de otras habitualmente situadas a la zaga de las luchas sociales y que ahora se hacan lentamente de un espacio propio como fue el caso del personal de la enseanza y de la salud, en los primeros puestos del enfrentamiento a lo que ya entonces se denominaba sociedad de consumo. Transformacin societaria sta que lejos de circunscribirse exclusivamente a esas5

sociedades avanzadas, comenzaba a manifestarse tambin holgadamente en aquellos pases que ni siquiera haban completado un proceso de industrializacin que pudiera considerarse como medianamente vigoroso. El Estado mismo se encontraba en un proceso de redenicin de su papel y favoreca as un nuevo desplazamiento respecto de las nociones acuadas por el anarquismo clsico. En ste, el Estado era la condensacin y el resumen del principio de autoridad y su supresin resultaba ser el desideratum poltico revolucionario. Pero, a nes de los aos 60, ya se haca imprescindible reubicar el problema del Estado, de los espacios pblicos y de la organizacin democrtica de la sociedad, as como de sus correspondientes y recientes historias.6 Al respecto, cabe decir que, as como el llamado Estado benefactor hubo generado en torno suyo consensos inexistentes en el momento de la elaboracin original del anarquismo clsico, su inminente desguace volva irrelevantes los mismos, transformaba en etreos los espacios pblicos y dilua la poltica al grado de teatralizacin insustancial de la decisin colectiva. En efecto, mal podan sostenerse ya en ese entonces el simulacro democrtico del sufragio universal, la participacin ciudadana, el ejercicio indirecto de la soberana a travs de la institucin parlamentaria y algunas otras entelequias de similar calibre; sobre todo cuando el propio Estado empezaba a ser subrogado voluntariamente en muchas de sus prerrogativas y en buena parte de sus funciones instrumentales y simblicas por corporaciones transnacionales de enorme capacidad nanciera y organizaciones supraestatales o subestatales que6

En las reexiones de poca, llegaba a conjeturarse incluso que el estudiantado poda constituirse en una clase explotada anticipadamente y que, como tal, cabra considerarlo desde ese mismo instante en tanto proletariado cientco, cultural y tecnolgico. Vid., por ejemplo, algunos giros y elaboraciones sobre el tema en Abraham Guilln; Estrategia de la guerrilla urbana, esp. pgs. 138 y 162; Ediciones Liberacin, Montevideo, 1970. Resulta de inters tambin aquilatar la concepcin de Guilln segn la cual, en la Amrica Latina de la poca, el proletariado ya no era, como en el anarquismo clsico, el sujeto excluyente, sino que el mismo se transmutaba en un frente de clases oprimidas. Vase ahora, de Guilln, Desafo al Pentgono. La guerrilla latinoamericana, esp. pg. 75; Editorial Andes, Montevideo, 1969.

He aqu un magnco ejemplo de nuestras debilidades en materia de elaboracin terica. En tiempos del anarquismo clsico, el Estado tena una historia que era materia de reexin y de elaboracin; de lo cual hay, por supuesto, muy buenas pruebas: por ejemplo, Piotr Kropotkin; El Estado y su papel histrico; Cuadernos Libertarios de la Fundacin Anselmo Lorenzo, Madrid, 1996. Sin embargo, desde el momento mismo en que dichos estudios se vuelven estndares insuperables, y de ellos se conservan sus resultados y no el recuerdo de su proceso de construccin, el pensamiento anarquista parece exonerarse displicentemente del necesario esfuerzo de contrastacin, actualizacin y aun refutacin de los mismos. Es particularmente sugerente confrontar esta armacin con textos modernos como el de Gastn Leval El Estado en la historia; Editorial Otra Vuelta de Tuerca, Cali (Colombia), s/f, que es superior al de Kropotkin por muchos motivos; pero que, sin embargo, no aborda de lleno y en profundidad una elaboracin terica especca a propsito de los Estados posteriores a la Revolucin Francesa de 1789, ms all de algunas espordicas referencias al pasar del Estado sovitico.

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ya constituan manifestaciones ms o menos evidentes de una genuina concentracin de poder, crecientemente gravitantes respecto de la que expresara en su momento ese aparato jurdico-poltico que el anarquismo clsico concibi como la sede natural y virtualmente monoplica de las mismas. Entonces se hizo necesario concluir que el Estado no constitua una centralizacin excluyente del poder poltico sino que tales esquemas de dominacin acumulada, institucionalizada y legitimada podan formarse tambin en relacin de coexistencia con l, fuera sta de complementacin o de competencia. El poder, por lo tanto, tambin se volva mercurial e inasible y dejaba de ser ese lugar perfectamente identicable y generalmente identicado con el Estado. Ahora, el poder se dilua a lo largo y a lo ancho de la propia sociedad civil y sus concentraciones o sus propias condensaciones estatales dejaban de admitir esa aureola de exclusividad o, al menos, de hegemona indisputable que antiguamente se les confera. El poder perda as buena parte de su condicin sacramental, asuma nuevas conceptualizaciones y reclamaba ser tratado no slo como un lugar jo y una estatua a derribar sino tambin como relacin ya estuviera sta institucionalizada o no y como estrategia de dominio.7 Una estrategia de dominio que bien poda ser reversible, a travs de discursos y prcticas de oposicin y resistencia, pero que ocasionalmente tambin cristalizaba en formas institucionales a las que ahora haba que dedicar una atencin preferencial o al menos ms intensa que aquella ya abordada, ciertamente, por el anarquismo clsico. La escuela, la crcel, el hospital, el manicomio, el convento7

Es inocultable que esta conceptualizacin est fuertemente marcada, en rgimen de interpretacin libre, por la obra de Michel Foucault a propsito del punto; sobre todo, la elaboracin del perodo intermedio, que algunos comentaristas han caracterizado como genealgico. A nuestro modo de ver, la teorizacin de Foucault asociada con ese conjunto de textos y, en medida mucho menor, con sus intervenciones polticas como intelectual especco que no siempre resultaron del todo afortunadas constituye la principal referencia de un proceso de reelaboracin en torno del problema del poder; referencia que, por supuesto, dista de ser cannica y acabada. Vid., de este autor, especialmente, Microfsica del poder, Saber y verdad y Genealoga del racismo; Las Ediciones de La Piqueta, Madrid; 1979, 1991 y 1992, respectivamente. Adems, es altamente sugestivo que precisamente ese tramo de la trayectoria terica de Foucault es el que se entiende prcticamente en forma unnime resulta ser el ms fuertemente tributario de la tnica del mayo francs.

o la fbrica ya haban sido, en efecto, objetos de las diatribas y la iracundia libertarias, pero ahora era necesario asignarles tambin una condicin especca derivada de las autonomas discursivas en las que se fundamentaban y ms embarazoso an emprenderla crticamente contra las constelaciones de saber en las que encontraban sus justicaciones y sus apoyos ms lejanos. Ya no todo poda ser derivable del Estado o del capital y depender cual reaccin en cadena de esos enfrentamientos bsicos, sino que ahora el cambio social de sentido anarquista exiga una multitud renovada de nuevos acosos: el principio de autoridad ya no poda ser sola y simplemente una emanacin y una persistente presencia de cierto sentimiento religioso atvico sino que pasaba a expresarse de mil maneras distintas, relativamente independientes entre s, desde orgenes diversos y muchas veces ocultos a una mirada lineal e ingenuamente totalizadora. Entre tantas mutaciones de poca, no puede dejar de mencionarse a las habidas en torno de la concepcin o de las losofas de la historia. Aquella vieja nocin decimonnica, segn la cual la historia slo poda aprehenderse como superacin constante, como evolucin inexorable y como progreso imposible de detener, haba recibido ya sucientes asedios e interpelaciones de los que no podra sobreponerse. Con razones mucho mayores todava, se encontraban en jaque sus variantes fundamentalistas, las que no se conformaron con pronosticar un sentido determinado sino tambin un punto de destino de valor absoluto, al cual habra de arribarse en forma inevitable y como consecuencia del despliegue de leyes que decan contar a sus espaldas con el aval incuestionable de la ciencia o de una lgica misteriosa, inicitica e indescifrable.8 Ahora, la historia8

El siglo xix fue especialmente prdigo en este tipo de concepciones. Las ideas de Auguste Comte, Herbert Spencer o el propio Charles Darwin traducido ste a claves societarias ilustran abundantemente las posturas evolucionistas. Hegel y Marx, mientras tanto, son sin duda los exponentes ms calicados entre aquellos que asignan a la historia un punto de destino. A nuestros actuales efectos, resulta especialmente oportuno calibrar la extraordinaria fuerza que estas ideas tuvieron incluso hasta bien avanzado el siglo xx. En tiendas anarquistas, puede decirse que el exponente ms prximo a las mismas en trminos evolucionistas aunque no darwinistas fue Piotr Kropotkin, y su ms lcido contradictor Errico Malatesta.

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as, sin sus viejas y arrogantes maysculas no soportaba una inclinacin reverencial y pasaba a ser intuida como reversible, circular, pasible de estancamiento o, en el mejor y ms deseable de los casos, como el producto consciente y colectivo de las sociedades humanas.9 Ello reubicaba de otro modo los viejos temas de la construccin del socialismo, del abatimiento del Estado y, por supuesto, de la revolucin. Ya no poda pensarse ms en revoluciones reguladas por algn tipo de legalidad histrica, que maduraran y cayeran por su propio peso luego de una insoportable extensin de la explotacin y la miseria. Ahora, las revoluciones que pudieran alentar en el imaginario colectivo al menos siempre y cuando merecieran los adjetivos de libertarias y socialistas no seran ms exclusivamente el fruto de la desesperacin y del bloqueo de todo otro camino posible ni el producto automtico de un conicto entre las relaciones de produccin y el desarrollo de las fuerzas productivas sino el resultado de un implacable ejercicio de la crtica, de la conciencia y del deseo. Indisolublemente vinculado con esta concepcin, cobra arraigo tambin un nuevo estilo militante que empalma a su modo con una cultura juvenil abierta y desenfadada que se consolid durante los aos 60 y que desde entonces impregna una cierta sensibilidad social alternativa y transgresora. Ahora, los modelos hedonistas de comportamiento sustituyen sin demasiados cargos de conciencia a los modelos sacriciales y ascticos; la creatividad, la espontaneidad y hasta la alegra de la accin revolucionaria se anteponen a aquellos recipientes organizativos que, sin percatarse de ello, asxian la respiracin comunitaria en los jadeos forzados del ritual burocrtico; de la conanza en las planicaciones inviolables e incapaces de corregirse a s mismas se pasa al respeto de las prcticas susceptibles de cambiar, inventar y hasta de convivir con el9

caos;10 las identidades se vuelven mviles y se reconocen ms en los recorridos vitales que en los lugares jos; las historias conables y previsibles ya no conmueven y los anhelos se concentran en la excitacin de las sorpresas; dejan de importar los programas que son percibidos como la adopcin de la lgica del adversario y se piensa que la contestacin ser tanto ms radical cuanto menos codicada y ubicable pueda subsistir; la revolucin ya no es el episodio unitario y nal de la peripecia humana sino que, desde ese preciso instante, habra que ponerse a imaginar acerca de mil revoluciones divisibles y denitivamente inconclusas. Esa nueva cultura militante forj en su momento agrupamientos nuevos que se resistieron a ser subsumidos en los moldes organizativos tradicionales. Agrupamientos que, considerados por s mismos y acordes con la reciente impronta que los animaba, no podan menos que caracterizarse como furtivos y fugaces pero que, as y todo, dieron lugar a un acontecimiento sociopoltico mucho ms10

Para una ms que interesante y nunca confesada aproximacin a cierto voluntarismo casi malatestiano, pero desde bases tericas distintas, vid. Cornelius Castoriadis, La institucin imaginaria de la sociedad, passim; Editorial Tusquets, Barcelona, 1983. Una exposicin ms prxima, resumida y accesible de las concepciones de Castoriadis al respecto puede encontrarse en Imaginario e imaginacin en la encrucijada, recogido en edicin pstuma en Figuras de lo pensable, pg. 93 y sgs.; Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2001.

He aqu, probablemente, una de las claves privilegiadas para comprender el profundo cambio de los modos de pensamiento entre la poca del anarquismo clsico y nuestro propio tiempo. La acepcin vuelta tradicional de la anarqua, que la asociaba con el desorden, era respondida en trminos defensivos la anarqua es la mxima expresin del orden, la libertad no es hija sino madre del orden, etc. capaces de ofrecer una rplica adecuada en ese nivel de discusin. Hoy da, tanto desde las ciencias naturales como, casi siempre por reejo, desde las ciencias sociales, se admite que el caos en sus diferentes acepciones, que no necesariamente coinciden con la nocin de desorden es uno de los estados de alta probabilidad de la materia inanimada, de los organismos dotados de vida y de las sociedades. En este ltimo campo, el orden perfecto slo podra quedar asociado con un totalitarismo inconcebiblemente extremista; con lo cual, paradjicamente, este tramo y slo este tramo del discurso propio del anarquismo clsico se volvera decididamente reaccionario!. Sobre la moderna teora del caos, vid., entre tantsimos otros textos, Ilya Prigogine, Tan slo una ilusin? Una exploracin del caos al orden; Editorial Tusquets, Barcelona, 1988; Edward N. Lorenz, La esencia del caos, passim; Editorial Debate, Madrid, 1995, Fritjof Capra, La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos; Editorial Anagrama, Barcelona, 1998 y George Balandier, El desorden. La teora del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento, esp. Cap. 2; Gedisa, Barcelona, 1989. Con todo, es importante reconocer que este campo de discusiones ha recibido un nuevo trazado desde la exploracin crtica, ms espectacular que profunda, de ciertas concepciones y ciertos procedimientos discursivos realizada por Alan Sokal y Jean Bricmont, de los cuales es imprescindible consultar Imposturas intelectuales; Ediciones Paids Ibrica, Barcelona, 1999.

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impersonal y perdurable y del que se sigue reexionando desde aquel entonces: los nuevos movimientos sociales; una forma viva y activa de respuesta y contestacin, de cara a contextos especcos de poder y dominacin y vocacionalmente orientados a vincularse de maneras no centralizadas ni partidarias sino autonmicas y transversales. Mirados en conjunto y ahora en perspectiva, los cambios que se haban procesado hacia nes de los aos 60 eran demasiados y demasiado profundos como para que pudiera seguir sostenindose indenidamente tanto una concepcin de la sociedad, de la historia y del cambio revolucionario excesivamente anclada en los hallazgos tericos sustanciales del siglo xix como la constelacin de entendimientos, nociones, proyectos, organizaciones y prcticas propios del anarquismo clsico. Si las sociedades ya no aceptaban ms que a regaadientes ser representadas y explicadas a partir de algn principio central determinante sino que exigan la proyeccin terica de su diversidad y de su caos primigenio; si la historia ya no nos conduca inexorablemente a ningn lugar seguro y predestinado en el que pudiramos cifrar nuestras esperanzas o las de la generacin siguiente;11 si la revolucin ya no poda ser considerada como el denitivo e invencible asalto al cielo; si, adems, se nos exiga una visin renovada pero siempre libertaria del poder, de las instituciones, de las pautas de sociabilidad y de las prcticas de los movimientos sociales: entonces, podamos seguir siendo tercamente iguales a nosotros mismos y obcecados ms en la defensa conservadora de nuestro pasado que en la conquista creativa y transgresora de nuestro futuro? Alguien poda entonces y puede sostener todava hoy que dichos cambios no son fundamentales y no obligan por s mismos a un reordenamiento del campo terico-ideolgico del anarquismo clsico, al menos en el supuesto y11

en el deseo insoslayables de que nuestro movimiento sea capaz de disputar los caminos de reorientacin de la historicidad especca en la que le ha tocado actuar? Es posible que nuestra nostalgia por un pasado cargado de herosmos y de glorias nos hiciera y nos haga permanecer todava observando el mundo y el maana desde la cubierta del acorazado Potemkin o en las barricadas levantadas frente al cuartel de Atarazanas? Pero, si no pudiera ser as, es que ya no nos quedaba entonces ni nos queda hoy ni nos quedar maana nada de lo que alguna vez fuimos y tuvimos? S, por supuesto que s!; nos quedaba, nos queda y nos quedar, entre muchos otros bienes, nada ms y nada menos que lo autnticamente importante y denitorio, lo que nos constituye como anarquistas y nos conere nuestra personalidad distintiva e intransferible, lo ms tradicional y permanente de cuantas cosas se hubiera ocupado Bakunin alguna vez: la crtica y el enfrentamiento radical e inclaudicable de todas y cada una de las formas y estrategias del poder; la bsqueda, el ensayo y la creacin de una libertad intransigente para nosotros y para nuestros semejantes, en el marco de un igualitarismo profundo y multidimensional, pero no uniformizador, y a travs de la prctica continuada de la solidaridad con los oprimidos de todo pelo y condicin. Todo lo cual debera ser inscrito de una vez y por un buen tiempo ms en un recorrido de futuro que ya correspondera caracterizar como anarquismo postclsico.1212

Esta armacin puede parecer una acusacin desmedida al anarquismo clsico, en el cual casi siempre hubo una incorporacin, relativamente inocultable aunque nunca asumida como tal, de cierto milenarismo utpico; una asuncin que, por cierto, no careci de ambigedades y contradicciones ms o menos notorias. Sobre el tema, vid. el planteo de la revolucin como fusin del mito y la utopa en Ren Furth; Formas y tendencias del anarquismo; Editorial Accin Directa, Montevideo, 1970. Cf., tambin, Norman Cohn, una de las fuentes inspiradoras de Furth en el tpico respectivo; En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas msticos de la Edad Media, pg. 15 y ss.; Alianza Editorial, Madrid, 1981.

Permtasenos, al cerrar este apartado y por nica vez, una breve apostilla personal a las presentes reexiones. El autor de estas lneas se form o cree haberse formado en un espacio de tensiones ideolgicas libertarias del cual las mejores tradiciones del anarquismo clsico constituyeron una de sus vertientes principales. Por esa sola razn, no debera interpretarse ninguna de sus armaciones sobre el tema como menosprecio y mucho menos como burla de las mismas; antes bien, siempre habr disposiciones y emociones para un sincero y rendido homenaje a dichas tradiciones en su contexto histrico propio. La ruptura relativa y siempre condicionada con las mismas fue un proceso largo, errtico, transitado sin demasiadas alegras y que todava hoy provoca algn temblor y alguna vacilacin; proceso que, adems, como mdica demostracin de su buena fe, apenas si se atrevi a dar el mal paso hacia el postclasicismo y slo luego de mltiples, espasmdicos y dolorosos desplazamientos parciales recin a nes de los aos 80, veinte aos despus del mayo francs y sin ningn alarde de anticipo y precocidad! Por lo tanto, y aun cuando razones de estilo vuelvan innecesarias y engorrosas las aclaraciones correspondientes, debe entenderse que la mayor parte de las armaciones crticas contenidas en este trabajo no pretenden ilustrar un absurdo ponticado ejercido desde un lugar neutral e incontaminado sino que aspiran a ser tambin profundamente autocrticas.

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2. Desperezarse o seguir durmiendo?Esos rasgos de poca y de largo aliento no fueron inmediatamente comprendidos de ese modo y el anarquismo no cont entonces con un marco terico slido y actualizado que le permitiera madurar un paradigma revolucionario que sustituyera a aquel rquiem admirable que fuera la heroica gesta del movimiento libertario espaol; ni siquiera en aquellos pases europeos en que el reverdecer haba sido ms notorio. Por otra parte, aquel empuje de nes de los aos 60 slo consigui proyectarse dbilmente en Amrica Latina y en Europa Oriental, por no hablar de otras regiones donde sus imgenes refractadas y sus ecos fueron ms tenues todava y slo llegaron como referencia lejana, anecdtica, de dudosa aplicabilidad o implantacin; sobre todo, por cuanto los cuadros epocales no actan con la misma fuerza en cualquier territorio dado ni se expresan o se conguran como la mera rplica o la aburrida clonacin de su diseo bsico y original. Un cuadro de poca que, adems, en vastas regiones de Amrica Latina, Asia y frica ubicaba como eje prioritario de ciertas y predominantes luchas a los procesos conocidos y reconocidos como de liberacin nacional; en torno de los cuales se articulaban y encontraban su signicacin prioritaria los movimientos sociales de gravitacin ms notoria. En cierto modo, tambin, algunas experiencias socializantes, ms o menos autnomas respecto del bloque sovitico (China, Yugoslavia, Cuba, Argelia o Vietnam), ubicadas genricamente en ese marco de descolonizacin y antiimperialismo, con su correspondiente cuota de combatividad independentista vigente y de contagiosos apasionamientos, mantenan abierto un crdito que para vastos sectores segua siendo de expectativa y esperanza respecto de los derroteros vagamente anticapitalistas y estatistas que, en su versin madre, se declaraban en completa bancarrota con la invasin a Checoslovaquia en agosto del mismo ao 1968. El anarquismo viva el alborozo quiz mediatizado de su revitalizacin pero muy lejos estaba an de constituirse en una alternativa revolucionaria extendida y socialmente relevante, tal como fuera concebido por sus militantes y sus adversarios en Italia, Francia, Rusia y varios pases de Amrica Latina hasta, por lo menos, los tiempos de la Primera Guerra Mundial y tal como se prorrogara 36 / Daniel Barret

en Espaa durante veinte aos ms, hasta el momento mismo de su revolucin inconclusa y frustrada. Aquel gozoso despertar sesenta-y-ochesco, entonces, slo estuvo en condiciones de actuar como llamado de atencin, como alerta, como insinuacin, como apertura de nuevas posibilidades; pero no como un modelo de extendida referencia que pudiera inaugurar cauces de actuacin sostenibles en el tiempo y concitar nuevas certezas o nuevos interrogantes en torno de las cuales reagrupar a un movimiento todava confundido, convulsivo y a todas luces problemtico. El relativamente favorable cuadro de poca, sin embargo, seguira haciendo lo suyo y volvera a manifestarse en todo su esplendor en la Espaa de la restauracin democrtica entre los aos 1976 y 1979. All y en esos aos, la vieja, querida y aorada Confederacin Nacional del Trabajo emerge inesperadamente fortalecida y condensa en su entorno las expectativas y los sueos ms sanos de la Espaa postfranquista. A casi 40 aos de su derrota ms sentida, el movimiento anarquista internacional volva a mirar vidamente como propias las calles de Barcelona y a sentirse all como si nunca hubiera dejado de identicarse con sus latidos ms bulliciosos y ms fuertes. Es Barcelona, precisamente y como no poda ser de otra manera, la que en 1977 se constituye en escenario de las Jornadas Libertarias y donde una vez ms la CNT se percibe y es percibida como la sntesis de un intenso sentimiento popular y revolucionario que dcadas de franquismo no haban conseguido adormecer ni abatir. Pero los aos no haban transcurrido en vano y la reimplantacin de la CNT y el anarcosindicalismo ya no poda ser acogida en el lecho social espaol como si sus conguraciones bsicas, su cultura poltica o sus ncleos de sociabilidad fueran los mismos que se haban abandonado en 1939. Incluso, por muy fuertes que pudieran ser en ciertos ncleos militantes las intenciones restauradoras, ya ni siquiera el movimiento anarquista era el mismo: una cosa era el consenso en torno de la CNT como mito y como smbolo y alrededor de su reorganizacin pblica como una demorada revancha contra el franquismo, pero algo bien diferente resultaba ser la aceptacin sin ms de una cierta y reluctante ortodoxia que ya no pareca contar con las adhesiones sucientes ni con las mismas condiciones de posibilidad que tuvo en un pasado que, a ojos vista, se volva cada vez ms remoto. Los sediciosos despertares de la anarqua / 37

El auge vivido durante esos aos en Espaa y luego su progresivo avance hacia la frustracin que represent la escisin de la CNT es particularmente sintomtico y signicativo. Las condiciones favorables parecan ptimas en alguna de sus vertientes, pero lo cierto es que el propio movimiento anarquista organizado demostr no estar a la altura de las circunstancias y no contar con una matriz que realmente pudiera acoger y expresar, en su radical diversidad, las expectativas concitadas. Una matriz, adems, que no deba ser estrechamente concebida como un mero recipiente orgnico en el que alinear las nuevas adhesiones sino que reclamaba la incorporacin de formulaciones terico-ideolgicas y prcticas actualizadas y en condiciones de disputar una historicidad renovada en los trminos en que sta realmente se present. La tensin bsica que fue erosionando el auge del movimiento libertario espaol de los aos 1976-1979 pareci constituirse en torno del enorme peso de su historia y de la pertinencia o no de su replicacin en un escenario que era a todas luces diferente. Las demandas que ese mismo escenario haba generado ya no podan reducirse a una controversia entre lealtades y deslealtades con el pasado y sus lineamientos de organizacin y accin: ahora ellas exigan quiz pensar en un tiempo nuevo y en la consiguiente reelaboracin de un paradigma revolucionario en el que muy probablemente el anarcosindicalismo, a la antigua usanza y con las mismas pautas de aquel lejano entonces, ya no podra ocupar el lugar absolutamente predominante que en su momento ocup.13 En ese marco de posibilidades y de lmites,13

No ignoramos que la polmica interna en el movimiento anarquista espaol se radicaliz a tal punto, en algn momento, que muchas veces la explicacin bsica de su intempestivo debilitamiento estuvo centrada en la existencia de inltraciones y traiciones. De nuestra parte, no negamos que el proceso de escisin de la CNT debe haber estado jalonado por actitudes personales ms que dudosas, pero s nos permitimos sospechar que tales cosas nunca son decisivas en movimientos sociales cuyos arraigos estn en condiciones de sobreponerse a las intrigas ms formidables. Por lo tanto, lo que creemos es que la polmica interna no supo resolver precisamente las condiciones de un arraigo social uido, nuevo y distinto por parte de las organizaciones anarcosindicalistas. Para un seguimiento de cercanas y desde la ptica cenetista es oportuno consultar el trabajo de Juan Gmez Casas, Relanzamiento de la CNT (1975-1979); Madre Tierra, Mstoles, 1984, y, como muestra de virulencias opuestas, quiz nada mejor que el trabajo de Carlos Semprn Maura cuyo ttulo es por s mismo un provocativo anuncio de sus contenidos; Ni dios, ni amo, ni CNT; Editorial Tusquets, Barcelona, 1978.

de condiciones que aparecan simultneamente como favorables y desfavorables, el movimiento anarquista fue desgarrndose a s mismo, enfrascndose en reyertas domsticas que por momentos cubran el campo de las dedicaciones inmediatas y generando desencantos y fatigas que volveran a sumirlo en el riesgo de la desintegracin fratricida y en la amenaza de la pasividad, la inoperancia o la prdida de inuencias. La gran leccin que nos deja el caso espaol, entonces, es que la existencia de condiciones favorables a los orecimientos libertarios no es ms que eso y que su aprovechamiento y su consolidacin o, por el contrario, su dilapidacin y su evanescencia dependen en grado superlativo de lo que el propio movimiento anarquista pueda aportar de su propio peculio terico, ideolgico, poltico, organizativo y prctico. Las tendencias de poca constituyen un ofrecimiento no siempre gratuito de posibilidades y, segn cmo se sepa dialogar con ellas, pueden ser tanto un crisol de realizaciones y avances como un cementerio de sueos y de ilusiones. Si en algn momento, durante 40 aos en buena parte del mundo y a lo largo de seis dcadas en la propia Espaa, el anarquismo pudo constituirse en una alternativa revolucionaria socialmente signicativa, ello fue as porque sus respectivos movimientos locales expresaron, a lo largo de ese perodo, respuestas adecuadas a las conguraciones sociales y poltico-econmicas, a los modelos de pensamiento y a los conictos de esas sociedades en las que le cupo tener cabida y protagonismo. Hoy no se trata, por lo tanto, de trasladar automticamente y sin modicacin alguna esas respuestas, como si las mismas pudieran estar ms all de sus referencias originales de tiempo y de lugar, sino de volver a imitar las operaciones genuinamente bsicas e insustitubles de nuestros pioneros: ese tenaz esfuerzo de bsqueda y elaboracin creativa por el cual el movimiento anarquista consigue transformarse en un actor relevante de una historicidad especca y que no nos es dado elegir a voluntad. Florecimientos menores y en otras partes los hubo y en cantidad no despreciable durante los aos siguientes, aunque ya no con la misma fuerza ni el mismo mpetu que se pusieran Los sediciosos despertares de la anarqua / 39

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de maniesto en Pars, en 1968, y en Barcelona, en 1977. Los hubo, por ejemplo, en la Argentina, en Brasil, en Uruguay, en Chile y en Bolivia, durante sus propios procesos de restauracin democrtica. Los hubo tambin, quizs en forma ms cautelosa y menos desenfadada, en la Unin Sovitica y los pases de Europa Oriental, desde la perestroika y su correspondiente poltica de glasnost,14 inaugurada oficialmente en 1985 por Mijail Gorbachov. En cada uno de esos lugares, en los momentos respectivos, podemos encontrar algunos parecidos y familiaridades particularmente sugerentes. Por ejemplo, parece bastante evidente que el colapso de sistemas polticos cerrados, en los que los espacios pblicos se encontraron durante un buen tiempo bajo el control absoluto del Estado, da lugar a la emergencia de movimientos sociales que pugnan por el reconocimiento de sus identidades y por la forja de sus autonomas. A su vez, esos movimientos sociales pueden tener lazos ms o menos fuertes con aquellos que los antecedieron y que constituyen su memoria histrica; pero, en lneas generales, se construyen sobre las cenizas de su pasado y reclaman un componente generacionalmente obvio de fundacin y de novedad. Ello da lugar, por lo tanto, a procesos genuinamente instituyentes, en los que sus participantes ms activos reclaman niveles de protagonismo que les estaban vedados inmediatamente antes; procesos que definen campos de batalla especficos internos a los propios movimientos sociales y en los cuales se abre un abigarrado abanico de tendencias que va desde los sectores ms negociadores y condescendientes con los nuevos esquemas de dominacin hasta los que defendern en forma ms cerril y consecuente las autonomas respectivas. Siendo as, cabe alguna duda que el anarquismo habr de ser uno de los recursos ideolgicos ms radicales y ms firmes en los que apoyar esta ltima opcin?14

Entonces, ms all de deslindes conceptuales obvios,15 ms all de las especicidades locales que en cada caso habr que reconocer para construir la singular historia correspondiente, lo que parece ms o menos notorio es que, toda vez que se produzca un ensanchamiento de espacios pblicos, una auencia de multitudes a los mismos y una exigencia de participaciones redobladas, el anarquismo tendr mucho para decir y proponer, en tanto all se estn poniendo en juego algunos de sus ncleos doctrinarios bsicos. Todo lo cual se ve, a su vez, consistentemente reforzado por la convulsin de clases a que tales procesos dan lugar: por la deslegitimacin de los viejos esquemas de dominacin con sus correspondientes formas y cuotas en que inmediatamente antes se distribuan las prerrogativas y los privilegios. Esas aperturas, por lo tanto, incuban normalmente tambin una impronta redistributista que slo puede apuntar al menos en esas peculiares condiciones en un sentido ms igualitario del que fue la tnica hasta ese momento. Una vez ms, entonces, entre la mediocridad, las vacilaciones y las componendas de la realpolitik reformista, veremos cmo, a nivel de los grupos ms beligerantes, se abre paso una corriente de signo vagamente libertarizante o lisa y llanamente anarquista que se propone llevar tales intenciones hasta sus ltimas consecuencias. Ser, en los pliegues y repliegues, en los acomodos y reacomodos del poder, una ensima oportunidad para los resplandores de la utopa. Dbiles resplandores, en todo caso, pues en esa segunda mitad de los aos 80, ni en Europa Oriental ni en Amrica Latina, la mayora de los movimientos locales que fugazmente mostraron15

Los trminos rusos perestroika y glasnost estuvieron virtualmente incorporados al castellano de habla corriente entre 1985 y 1991; es decir, entre el comienzo de la era Gorbachov y el momento en que la Unin Sovitica estalla en pedazos denitivamente. Ya no es as desde aquel entonces y, por lo tanto, cabe aclarar ahora, para los ms jvenes o los poco memoriosos, que los mismos se traducan habitualmente como reestructura y transparencia respectivamente.

El ms obvio de los deslindes conceptuales es aquel que se hace preciso establecer entre los procesos de restauracin democrtica en los pases latinoamericanos y los procesos de implosin y derrumbe de los modelos socialistas propios del bloque sovitico. Por lo pronto, en el primer caso es posible encontrar una memoria anarquista ms fresca y en algunos casos tambin una generacin previamente formada y todava en actividad; en el segundo caso, mientras tanto, ello es absolutamente improbable y la memoria slo podr ser el producto de una clandestina e indirecta tradicin oral, de hallazgos librescos propios de anticuarios o de mdicos contactos transfronterizos por la va que fuere. Adems de esto, es evidente que tambin se hace necesario destacar que se trata, en uno y otro caso, de conguraciones societales y procesos histricos que no son estrictamente asimilables, ms all de los parecidos que se puedan poner de maniesto.

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su vitalidad consigui sostenerla durante demasiado tiempo. En el camino de la desintegracin del bloque sovitico, se formaron nuevas agrupaciones en Polonia y en Checoslovaquia, en Rusia y en Ucrania, por ejemplo y se intent la reinsercin de algunas formaciones antiguas que haban conseguido sobrevivir, fundamentalmente en el exilio, como es el caso de la Federacin Anarquista Blgara. Pero esos esfuerzos, esos apremios, requeran de un porte excesivamente titnico que no se estaba, en ese entonces, en condiciones de ofrecer. La bajamar del socialismo realmente existente constitua, en efecto, un campo particularmente frtil para esas yemas, esos brotes de socialismo libertario que, por n, se vean liberados de las bridas y los bretes de esa versin apcrifa y muy menor del capitalismo de Estado y algo ms que prometa su extincin progresiva en la misma medida que las fuerzas productivas y las relaciones de produccin lo fueran haciendo posible. Sin embargo, la marea socio-poltica tuvo otros ejes y otras direcciones: la seduccin que ejercieron el liberalismo y el nacionalismo, por ejemplo, unido a cierto desencanto fuera de foco que confunda la experiencia sovitica con las propuestas socialistas en general, constituyeron novedades y ancos alternativos de controversia difciles de contrarrestar en esas especialsimas circunstancias. As las cosas, hubo que conformarse as fuera momentneamente con el logro de la reinstalacin. Un logro pequeo, quiz, pero gigantesco si se lo mira desde el punto de vista de las dcadas de persecuciones y ostracismos que el movimiento haba debido soportar: para nes de los aos 80 y principios de los 90 el anarquismo tambin poda contar, en Europa Oriental y en una Unin Sovitica en vas de extincin, con interlocutores pblicos, activos y reconocibles que ya comenzaban a perlarse de otro modo y ubicarse a la espera de su oportunidad. No obstante el entusiasmo que ello provoc en las las del movimiento anarquista internacional, tambin en este caso se impone una aproximacin crtica que d cuenta de nuestras limitaciones. Digamos, en tal sentido y slo como hiptesis que habr que conrmar, que a nuestro entender uno de los factores de constriccin habidos durante esos aos en la Unin Sovitica y en Europa Oriental fue haber apoyado exclusivamente el desarrollo del movimiento en labores de difusin ideolgica o 42 / Daniel Barret

en la reimplantacin de expresiones sindicales autnomas; armacin que bajo ningn concepto pretende ir en menoscabo de la importancia extraordinaria e indiscutible que tienen tales cosas. Admitida, entonces, la esencialidad de dichas inclinaciones, lo que s corresponde decir es que de ese modo el movimiento se privaba simultneamente de explorar dos vetas igualmente gravitantes: en primer lugar, abarcando la enorme riqueza y variedad de procesos sociales en estado de ebullicin que tenan su propio campo de accin en esas fechas y que abran territorios en los que hubiera sido deseable marcar presencia desde inexiones propias e intransferibles; en segundo trmino, habilitando una prctica poltica que, basada en una interpretacin cabal de la realidad y de las transformaciones que estaban aconteciendo, fuera capaz de acompaar, puntuar e impugnar en forma concreta y adecuada, momento a momento, la conguracin que iba adoptando el nuevo esquema de poder y dominacin que nalmente fue legitimando su peculiar arquitectura. Seguramente, reclamarle realmente tales cosas a un movimiento incipiente, y que recin comenzaba a dar sus primeros pasos luego de dcadas de separacin con sus antecedentes, es algo ms que excesivo. No obstante, no parece descabellado siempre como enseanza de futuro tener en cuenta aquellos dcits que, en circunstancias determinadas y circunscritas a un cierto escenario histrico, puedan haber debilitado, enlentecido o estancado las posibilidades de incidencia y repercusin del movimiento anarquista. Las cosas fueron iguales y distintas en Amrica Latina. El movimiento anarquista contaba all con una actuacin ms reciente y ms fresca; continuada y notoria en algunos casos, interrumpida y marginal en otros. Siendo as, los procesos de apertura democrtica favorecieron un encuentro pero tambin un choque generacional en el que confrontar los correspondientes y diferentes entendimientos de poca. Pero ello slo ocurri as en trminos muy generales puesto que, en los hechos, se produjo un trasvase generacional que hizo ms confusas todava algunas cosas. El pasado haba sido ferozmente reprimido y ocultado y no contaba con las mismas signicaciones en cada uno de los casos: la Argentina no era Uruguay y Brasil no era Bolivia; Los sediciosos despertares de la anarqua / 43

las historias particulares y las especcas experiencias de lucha provocaban por s mismas un conjunto de distinciones y matices que no era posible saltearse con jovialidad y despreocupacin. Adems, si el pasado y sus expresiones haban sido vctimas de las persecuciones dictatoriales, pareca bastante lgico que un segmento signicativo de las nuevas generaciones militantes se identicara prontamente con sus predecesoras. As las cosas, no parece extrao ni curioso que la restauracin libertaria tuviera al menos en los primeros momentos y slo de modo aproximado un signo anarcosindicalista en Brasil, adquiriera un sesgo especicista en Uruguay y estuviera basada en grupos anitarios en la Argentina. No obstante ello, el desencuentro generacional en estado puro purgado de los cruzamientos a los que ya se hiciera alusin fue latente o maniesto en casi todos los casos. El resultado casi inmediato fue que las iniciales y esperanzadas fuerzas de conuencia se volvieron centrfugas, la fragmentacin ideolgica y organizativa se transform en un dato difcilmente modicable del paisaje libertario y en ningn caso puede decirse que haya emergido airosa una federacin o una red anarquista que se sintiera el producto y la expresin de su tiempo, como parte de una pica propia y actual y no como heredera o albacea testamentario de su pasado. Otra vez habr que extraer de la experiencia las lecciones correspondientes, sin perjuicio del reconocimiento que haya que hacer a un movimiento que volva a poner de maniesto la tenacidad y la fuerza ideolgica necesarias para renacer una vez ms de sus cenizas. En este caso, en trminos muy similares al espaol pero con diferencias ciertas respecto de lo ocurrido en Europa Oriental, el movimiento contaba con un bagaje de experiencias relativamente recientes y con ciertos modelos de actuacin a tener en cuenta y, eventualmente, tambin a reproducir. El problema consisti, precisamente, en que esos modelos ya no podan ser trasplantados mecnicamente a un cuadro de poca que entonces presentaba y ya lo haca desde un buen tiempo antes un conjunto de transformaciones radicales y profundas, con sus correspondientes decodicaciones y resignicaciones generacionales. El problema, entonces, de la historicidad de un cierto paradigma revolucionario volva a hacer una irrupcin furibunda en la escena y a contextualizar el opacamiento y la decoloracin de energas libertarias que se volvieron 44 / Daniel Barret

entrpicas en el correr de unos pocos aos. Sin embargo, las cosas casi nunca fueron planteadas y mucho menos entendidas en esos trminos, de modo que slo adquirieron un reconocimiento supercial aquellos niveles de la polmica que se prestaban ms a la confusin y a los reproches cruzados. Las tendencias a los discursos vagamente moralizantes, la preferencia por los adjetivos lapidarios antes que por la elaboracin y la argumentacin, el recurso a la descalicacin ajena como camino de las armaciones identitarias ms estrechas, constituyeron un saldo en rojo del que sera muy difcil reponerse. Como se vio claramente, las condiciones favorables por s solas no tienen una excesiva autonoma de vuelo y lo que el movimiento mismo sea capaz de hacer bajo su exclusiva responsabilidad y con cargo a su propia cuenta es tambin una condicin principalsima de su proyeccin o de su agotamiento. El n de los aos 80 y el comienzo de los 90 fueron el momento ms oportuno para las displicentes celebraciones del liberalismo; tanto y tan desaprensivamente que los ms audaces o los ms irresponsables, o los ms ignorantes proclamaron sin vacilacin alguna, abundantemente estimulados y untados por las infaltables nanciaciones corporativas, que, pese al inevitable ritual de sustituir los almanaques cada 31 de diciembre, se decretaba arribado el mismsimo nal de la historia.16 En ese prximo entonces, la hegemona ideolgica del liberalismo fue tal que hubo que incorporar, resignadamente, a la agenda de los estertores rebeldes, la remisin poco menos que alarmantemente denitiva de los pro