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Los últimos oyentes Evangelio según San Lucas 6,27-38; 41-43 11,1-13 Cuando el Mesías llegó a la América Latina, muchos líderes lugareños pensaron que este Jesús organizaría una gran alianza contra los abusadores norteños. Entreveían esas gentes el formidable accionar mancomunado de sindicatos estatales, exigentes organizaciones no gubernamentales, microempresas, minorías oprimidas, grupos marginales, negritudes, movimientos indígenas, comunidades campesinas e incluso veteranos subversivos de nobles ideales. La mayoría de estos caudillos suponía que en cuestión de meses, o semanas quizá, comenzaría una formidable movilización antiimperialista en todas las regiones del Continente latinoamericano. Se rumoraba que, nadie en absoluto —ni los sectores financieros, ni los estamentos legales, ni las fuerzas armadas, ni las universidades, ni los individuos del común— se sustraería al influjo de esta insurrección por la causa sagrada de la Gran Patria. Ya se corrían voces a todos los camaradas, desde Tierra del Fuego hasta el Río Grande, para que estuvieran prestos y convocaran gigantescas marchas a una señal del Cristo resucitado; y, en la visión de tales acontecimientos, se frotaban las manos todos aquellos cuantos por décadas habían protestado con vehemencia ante la opresión cambiaria del Imperio Norteño. Parecía, pues, que finalizaba la larga espera del surgimiento de un caudillo que guiara a los pueblos latinoamericanos en una ofensiva que los emanciparía por siempre del yugo de los banqueros imperiales. Ahora tenían al Mesías, y para escucharlo se reunió una gran convención en la ciudad de Bogotá: casi dos mil dirigentes cívicos y notables vindicadores de la causa latinoamericana. Ante ellos, y tras una hora de expectativa, se presentó Jesús a quien recibió una ensordecedora ovación. El auditorio vibraba en español, portugués, quechua, aymará, guaraní y cientos más de lenguas amerindias en infinidad de dialectos locales: “Bendito seas, Jesús”, “¡Gloria a ti que nos permitirás derrotarlos!”, “¡Duro con nuestros antagonistas, Señor” y otras animadas consignas desbordaban la sala; pero pronto, apenas el hijo de Dios habló circunspecto, un silencio rotundo, de inmensidad sideral, envolvió el ambiente: —Me solicitáis hoy—dijo el hombre de bello rostro y barbas castañas a la atenta muchedumbre—, que os capitanee en vuestra lucha contra la oprobiosa dominación de los norteños, a quienes desde siglos atrás consideráis vuestros despóticos adversarios… —¡Eso, sí, eso¡ —clamorearon dos mil gargantas. —… pues a vosotros os digo: Amad a vuestros enemigos norteños, hacedles el bien si os aborrecen; bendecidlos si os maldicen, y orad por ellos cuando os envilezcan. Cuando os hieran con las directrices de su Banco Mundial, pedidles también que extremen la dureza con que os mortifica su Fondo Monetario Internacional; y si os privan de vuestras fuentes productivas, no les neguéis también vuestros recursos naturales. Aunque sea mucho lo que os pidan, dádselo; y aún si tomaron ellos lo que de vosotros era, no solicitéis que os lo devuelvan. Y tal como queréis que os traten los demás pueblos de la Tierra, así también tratad vosotros a los norteños.

Los Últimos Oyentes

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Relato neobíblico escrito por Alfredo Gutiérrez. A modo de ejercicio creativo sobre texto religioso.

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  • Los ltimos oyentes

    Evangelio segn San Lucas 6,27-38; 41-43

    11,1-13 Cuando el Mesas lleg a la Amrica Latina, muchos lderes lugareos pensaron que este Jess organizara una gran alianza contra los abusadores norteos. Entrevean esas gentes el formidable accionar mancomunado de sindicatos estatales, exigentes organizaciones no gubernamentales, microempresas, minoras oprimidas, grupos marginales, negritudes, movimientos indgenas, comunidades campesinas e incluso veteranos subversivos de nobles ideales. La mayora de estos caudillos supona que en cuestin de meses, o semanas quiz, comenzara una formidable movilizacin antiimperialista en todas las regiones del Continente latinoamericano. Se rumoraba que, nadie en absoluto ni los sectores financieros, ni los estamentos legales, ni las fuerzas armadas, ni las universidades, ni los individuos del comn se sustraera al influjo de esta insurreccin por la causa sagrada de la Gran Patria. Ya se corran voces a todos los camaradas, desde Tierra del Fuego hasta el Ro Grande, para que estuvieran prestos y convocaran gigantescas marchas a una seal del Cristo resucitado; y, en la visin de tales acontecimientos, se frotaban las manos todos aquellos cuantos por dcadas haban protestado con vehemencia ante la opresin cambiaria del Imperio Norteo. Pareca, pues, que finalizaba la larga espera del surgimiento de un caudillo que guiara a los pueblos latinoamericanos en una ofensiva que los emancipara por siempre del yugo de los banqueros imperiales. Ahora tenan al Mesas, y para escucharlo se reuni una gran convencin en la ciudad de Bogot: casi dos mil dirigentes cvicos y notables vindicadores de la causa latinoamericana. Ante ellos, y tras una hora de expectativa, se present Jess a quien recibi una ensordecedora ovacin. El auditorio vibraba en espaol, portugus, quechua, aymar, guaran y cientos ms de lenguas amerindias en infinidad de dialectos locales: Bendito seas, Jess, Gloria a ti que nos permitirs derrotarlos!, Duro con nuestros antagonistas, Seor y otras animadas consignas desbordaban la sala; pero pronto, apenas el hijo de Dios habl circunspecto, un silencio rotundo, de inmensidad sideral, envolvi el ambiente: Me solicitis hoydijo el hombre de bello rostro y barbas castaas a la atenta muchedumbre, que os capitanee en vuestra lucha contra la oprobiosa dominacin de los norteos, a quienes desde siglos atrs consideris vuestros despticos adversarios Eso, s, eso clamorearon dos mil gargantas. pues a vosotros os digo: Amad a vuestros enemigos norteos, hacedles el bien si os aborrecen; bendecidlos si os maldicen, y orad por ellos cuando os envilezcan. Cuando os hieran con las directrices de su Banco Mundial, pedidles tambin que extremen la dureza con que os mortifica su Fondo Monetario Internacional; y si os privan de vuestras fuentes productivas, no les neguis tambin vuestros recursos naturales. Aunque sea mucho lo que os pidan, ddselo; y an si tomaron ellos lo que de vosotros era, no solicitis que os lo devuelvan. Y tal como queris que os traten los dems pueblos de la Tierra, as tambin tratad vosotros a los norteos.

  • Qu locuras dice este? murmuraron indignados aquellos cuya costumbre y placer era incendiar en las asambleas populares la bandera imperial con estrellas y franjas rojas y azules. Pero l los acall diciendo: En qu sois vosotros superiores a los norteos si solo amis a quienes os aman? En lugar de odiarlos deberais tenerles compasin y recordar que tambin ellos aman a los que los aman. Es ms, si nicamente hacis bien a los que os hacen bien, qu mrito tenis? Los propios norteos hacen lo mismo. Una cosa es amar y otra someterse! exclamaron voces descontentas creciendo en nmero y clera. Mas l prosigui sin inmutarse: Cuando prestis a aquellos de quienes esperis recibir, cul es vuestro mrito? Ceos a las reglas imperiales, pagad ahora vuestra deuda externa y no os quejis, tened presente que los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. En ese instante el disgusto y el desconcierto se apoderaron de los congregados, y muchos sintindose traicionados empezaron a abandonar la sala. Los ms beligerantes sin embargo gritaban: Os decs hijo de Dios!, baja del estrado, impostor, cmo podis, Mesas, legitimar la usura! Latinoamericanos, yo os digo: amad, a los norteos, hacedles el bien, dadles cuanto pidan y pagad cuanto demanden, sin esperar retribucin; recordad que, si ellos os embaucan en los negocios, vosotros a cambio les enviis vuestros hermanos e hijos a inundar el Imperio con vuestros genes; esperad sin violencias y llegar un momento en que el norteo os entender porque hablar vuestra lengua y llevar vuestros apellidos. Tened paciencia y vuestro galardn ser grande, hijos del Altsimo; porque l es benigno para con los ingratos y bribones, aunque sean norteos. Sed, pues, misericordiosos, como tambin vuestro Padre es misericordioso. Retrate de ah, baja ya, traidor exclamaban furiosos los ms fundamentalistas. Tan pronto me juzgis? les contest l. No juzguis, y no seris juzgados; no condenis, y no seris condenados; perdonad, y seris perdonados. Dad, y se os dar; medida buena, apretada, remecida y rebosando recibiris en vuestro regazo; porque con la misma medida con que meds, seris medidos. Entonces fue la locura, de quienes an quedaban all, menos de quinientos ya, pocos quisieron continuar escuchndolo, y algunos incluso, adems de insultos, arrojaron objetos sobre el estrado. All habra permanecido l disertando aunque nadie lo atendiese (y hubiese muerto sin duda arengando al pblico exaltado) de no ser porque ciertos conciliadores, medio centenar de prudentes hombres y mujeres que haba en el aposento, lo rodearon y alzndolo, casi contra su voluntad, lo llevaron fuera. Cuentan quienes recuerdan que, mientras esos cincuenta que an deseaban dar odos lo sacaban de all, a los cientos que lo perseguan amenazantes les gritaba l desde los hombros de sus valedores: Cmo queris retirar la paja de los ojos de los imperiales, sin fijaros vosotros en la viga que cubre los vuestros? Hipcritas, antes de pedirme que os acaudille para derribar el hilo con que los norteos os azotan, deberais suplicarme que retirara de vuestras espaldas la cadena con que os azotis a vosotros mismos, as advertirais que ellos os azotan menos y con menor crueldad de lo que creis. En el frenes de la carrera se desgran la muchedumbre, tanto del grupo de los cazadores como del de los cazados; y as ascendieron muy pocos por el camino que lleva al cerro de Monserrate desde donde se divisa la inmensidad de Bogot. Ya se insinuaba la noche cuando Jess y los del grupito que junto a l quedaba, burlaron a sus perseguidores y se refugiaron, ayudados por un piadoso guardin, en el santuario

  • que se erige sobre la cima de la montaa. All, mientras depositaban al Mesas en un silln, uno de sus acompaantes, sabio lder sindical, lo requiri: Seor, a diferencia de quienes te agraviaron o se marcharon, nosotros an creemos que eres el Mesas, ensanos a clamar al Padre, como hiciste hace milenios con tus primeros discpulos. Cuando le llamis respondi l, expresaos de corazn: Celestial padre nuestro de sagrado nombre. Ayudadnos a superar los complejos de inferioridad, propiciado sea tu gobierno de justicia social, lbranos de acusar a priori al norteo e inspranos argumentos diferentes al canturreo de ah estn, esos son, los que venden la nacin. Tu voluntad sea en las aerolneas como tambin en las explotaciones mineras, en la sociedad civil como en los gobiernos. El producto interno bruto de cada da, dejdnoslo aumentar hoy sin apedrear, cuando se nos venga en gana, los servicios pblicos de capital privado. Ampranos de usar violencia como mecanismo de presin, e ilumina a los banqueros imperiales para que condonen parte al menos de nuestra deuda externa, a cambio te ofrecemos intentar amar al capitalista aunque sea pudiente. Danos fortaleza para impedir las privatizaciones, pero solo convirtiendo las empresas estatales en modelos de eficiencia, y lbranos de la tentacin de presentar como equidad cualquier intento egosta de enriquecernos a nosotros mismos. Amen! corearon ellos. Mientras l prosegua con dulzura: Insistid en el consenso y dejad de ver enemigos por doquier. Antes de acusar al norteo de las desgracias de vuestros pueblos, estad atentos a las formas en que os asaltis entre hermanos latinoamericanos. Cuando os impongan libres mercados no respondis con subversin ni por broma. Porque si ama a los dems como a s mismo, segn ense, quin de entre vosotros empuar fusiles? Recordadlo, la intencin es hija de la atencin; mientras slo esperis del norteo afrenta y explotacin eso es lo que ste os devolver; y cuando ellos os expolien, preguntaos cunto en el asunto es responsabilidad vuestra, y dejad que ellos se arreglen con el resto, evitad reaccionar a cuanto os proponen como serpientes y escorpiones. Pues si vosotros, siendo los afrentados, hicierais ante ellos ms acopio de lealtad que de rencor, con cunta ms razn el Padre celestial os recompensar con el Santo Espritu del entendimiento internacional? Y luego finaliz Jess ante sus ltimos oyentes en aquella jornada inolvidable: Regocijaos, pues, porque as como vosotros me salvasteis hoy, as salvar yo a toda la Amrica Latina por vuestro conducto. Bienaventurados vosotros doce, porque seris los primeros.